SEMINARIO VIRTUAL ORSALC-UNESCO “RESPONSABILIDAD, REHUMANIZACIÓN Y OBSERVATORIO REGIONAL” Edición 26 de junio de 2014 Conferencia “LIBERTAD, RESPONSABILIDAD Y LÓGICA DE LA PERSONA: LA PROPUESTA DE REHUMANIZACIÓN PERSONALISTA” Por Inés Riego de Moine 1. DIAGNÓSTICO DE UN MUNDO DESHUMANIZADO A nadie se le escapa el estado actual de nuestro mundo, un estado de crisis de antigua data pero en apariencia terminal, donde la deshumanización creciente es el signo omnipresente. Causa y consecuencia de una humanidad que parece haber perdido no sólo su rumbo sino su esencia, es decir, su lógica. Pero quien pierde su lógica enferma, se vuelve infirme. Y los síntomas de este diagnóstico, cuyo escenario comienza a vislumbrarse varias décadas atrás, ya no se pueden ocultar: - Basta con mirar a Europa, a sus miles de indignados y desocupados, o a los millones de pobres de la nuestra América Latina y el Caribe. Por cierto, a nivel mundial, si bien hay un leve decrecimiento del número de personas hambrientas desde 1990 a la fecha, en 2012 la FAO ha calculado que la cifra de subnutridos (mal nutridos crónicos) asciende a 868 millones, de los cuales 852 millones corresponden a países en desarrollo1. - En el mismo orden de cosas, basta con repasar las cifras de la pobreza y la indigencia en nuestra región: la Comisión Económica para América Latina y el Caribe proyecta que la región finalizará este año con 167 millones de personas en situación de pobreza, un millón de personas menos que en 2011, lo que equivale a 28,8% de los habitantes. El número de personas en extrema pobreza o indigencia se mantendrá estable en 2012, sumando 66 millones, la misma cifra que en 2011 (Cepal, 27 de noviembre, 2012). 1 Centro de Documentación Hegoa, Boletín de recursos de información nº35, Mayo 2013. Tema Central: Las nuevas cifras del hambre de la FAO. http://publicaciones.hegoa.ehu.es/assets/pdfs/291/BoletIn_hegoa_nº35.pdf?1390219460 - Basta con detenerse a pensar en la extrema conflictividad en Medio Oriente en una guerra sin fin, a la que hoy se suman especialmente Siria y Ucrania, con toda la tristeza, impotencia y desazón por las muertes y el dolor sin sentido, tanto de civiles como de militares; - Basta con ver las cifras siderales en continuo crecimiento que mueven el negocio de las armas y de la guerra, de las drogas, de la farmacéutica inescrupulosa y de la trata de personas en el mundo entero; - Basta con recorrer la economía global manejada por la especulación financiera sin límite alguno mientras en numerosos países del planeta miles de niños mueren a diario de hambre y enfermedades producto del hacinamiento y la desnutrición, por supuesto, incluido nuestro país; - Basta con echar una mirada a las sofisticadas formas de genocidio favorecidas por políticas pro abortivas o a los negocios millonarios de la ingeniería genética en base a la manipulación de embriones humanos; - Basta con dejar de ser ciegos a la extrema situación de vulnerabilidad, desigualdad y discriminación -social, cultural, psicológica, laboral- de los millares de hombres y mujeres que tejen silenciosa y estoicamente la intrahistoria de los pueblos, su historia profunda2. Respecto a la terrible lacra social de la discriminación decía Arendt que es la gran arma social para matar hombres sin derramar su sangre: “Vivimos en un mundo en el que los seres humanos como tales han dejado de existir por bastante tiempo, pues la sociedad ha descubierto la discriminación como la gran arma social mediante la cual uno puede matar hombres sin derramamiento de sangre” 3. Y detrás de los conflictos, incoherencias, aberraciones e inmoralidades de este tiempo hay siempre una elección humana, una puesta en acto de nuestra libertad soberana. De ahí arrancan todas las crisis, pero también las oportunidades de salida, de superación y de sanación. 1.1. La pregunta por la responsabilidad que nos cabe No nos interesa ser cartógrafos de la realidad (Michel Foucault) sino porque su lectura es imprescindible para conocer a dónde estamos y desde este lugar de 2 Vid. I. Riego, “En homenaje a ellos: la lección de la intrahistoria”. En Persona. Revista Iberoamericana de Personalismo Comunitario, ISSN 1851-4693, edición digital, www.personalismo.net Año V, Nº 15, Diciembre 2010. 3 Citado en A. Maso, Hannah Arendt. Tres escritos en tiempo de guerra, Bellaterra, Barcelona, 2000, pp. 6667. luz ayudar a despertar personas para sacarlas de su letargo habitual y animarlas a la acción. Una vez más el preguntar es tanto o más importante que el tener algunas respuestas, y entonces sirve preguntarnos como lo hiciera Dios con Adán en el relato del Génesis: “¿Dónde estás?”, lo que significa: ¿Por qué y de quién nos escondemos?, ¿dónde estamos?, ¿hacia dónde vamos como humanidad? ¿Qué hemos hecho con la humanidad confiada a nuestras manos? “Pues bien, dijo el zaddik, en todo momento Dios pregunta a cada ser humano: ‘¿Dónde estás tú en tu mundo? Después de transcurridos tantos años y tantos días de los que te han sido asignados, ¿en qué medida te has hecho presente en tu mundo?’ algo así pregunta dios: ‘has vivido cuarenta y seis años, ¿qué estás haciendo?’”4 1.2. El dolor del tú que desvela la realidad El panorama descripto no es por tanto un simple memorandum pesimista de quejas, catástrofes, dramas y males. Nos dice algo más que eso, nos obliga a estar atentos, a admitir que por el dolor del tú concreto adviene la entera humanidad a mi corazón y a mi conciencia, advirtiéndome que yo soy parte vital de ella: el dolor me revela y desvela la realidad, descorre los velos de la ignorancia, la indiferencia y el desamor. El dolor despierta, inquieta, revela y este descorrimiento (nos) pone al descubierto, entre otras muchas cosas, una humanidad que ha reconocido los “derechos humanos” -por cierto, más en sus foros y leyes que en los hechos- pero ha desconocido los “deberes humanos”, aquellos que nos obligan a realizar con urgencia la responsabilidad por el otro, que no puede tener otro comienzo que uno mismo. El “pienso luego existo” -cogito ergo sum- como principio de certeza absoluto impuesto por la modernidad, ya es obsoleto y debe morir, basta ver sus resultados nefastos, desde los egoístas e individualistas hasta llegar a la perversión, al odio y a la “banalidad del mal”, en el lúcido decir de Arendt, esto es, a ser indiferentes, cobardes y pusilánimes frente a él. Por tanto, esa falsa definición de lo que somos -que se convirtió incluso en criterio moral- debe convertirse para nosotros en el “me dueles luego existo” -doles ergo sum-, cuyo imperativo deviene del mandato universal del amor, y por tanto del “ordo amoris”, del orden del amor que ordena y rige mi persona entera. Es que la persona tiene su lógica que cuando no es buscada, seguida y acatada sino violada y traicionada sistemáticamente, produce la deshumanización que hoy impera a nivel de nuestra sociedad planetaria. 4 M. Buber, “El camino del ser humano según la enseñanza jasídica”. En El camino del ser humano y otros escritos, Fundación E. Mounier, Colección Persona, Madrid, 2004, pp. 51-52. 2. LA LÓGICA DE LA PERSONA SUBSUME LA LIBERTAD RESPONSABLE PERSONAL ENCAUZADA AL BIEN COMÚN Pues bien, si nos remitimos a nuestro diagnóstico inicial, las preguntas surgen de inmediato: ¿De qué amor y de qué bien común hablamos, entonces? ¿Qué elecciones venimos haciendo como humanidad para llegar a esto y cuál es la responsabilidad que nos compete? ¿No seguimos desfasando el ‘bien común’ por el ‘mal común’ a que conduce la opción cainista? Aunque el bien siempre ha coexistido con el mal entretejiendo la telaraña de la historia humana, ello no es óbice para quedarnos en el negativo del diagnóstico y bajar los brazos. Es necesario avanzar hacia una salida propositiva. Hablemos ahora de nuestra radiografía en positivo, que se enraíza en la esperanza en el ser humano rezando así: “hay en todo hombre más cosas dignas de aprecio que de desprecio, por lo tanto yo espero en ti”. Si personal y comunitariamente convirtiéramos el desprecio en aprecio, el odio en amor, la reciprocidad de las conciencias se trasuntaría en las vidas y comenzaría a producir cambios trascendentes en las personas. Todo dependerá de nuestras elecciones y adhesiones, según la entidad o valor que otorguemos a la persona y su bien común que sólo se construye comunitariamente desde la libertad. Imposible disociar el bien común de la libertad y la responsabilidad que le es inherente, porque sólo por medio de nuestras acciones libres pero atadas a la responsabilidad que ordena “responder por el otro, hacer algo por el otro” porque se lo ama y respeta como prójimo, podremos realizar el bien común, de modo tal que los fines individualistas y egoístas queden subordinados a aquel bien superior. “Si existe el reconocimiento y el amor al otro como tal -decía Mounier-, todo cambia. Pertenecemos los dos a un orden. Tenemos algo que hacer el uno por el otro” (Mounier). 2.1. El quehacer que demanda la libertad de adhesión, responsable y comprometida Bien lo ha dicho Mounier: debemos hacer algo por el otro, y para que sea esto posible el ‘qué hacer’ ha de transformarse en ‘quehacer’, en acción comprometida, lo cual se logrará el día en que nos dejemos poseer por el bien común, con docilidad y conciencia, hasta hacerlo carne, entraña nuestra. En esto consiste la libertad de adhesión que es también “distensión, permeabilización, puesta en disponibilidad”5, y es el complemento necesario de la libertad de elección que es ruptura y conquista, “poder de aquel que elige. Al elegir esto o 5 E. Mounier, El personalismo. En El personalismo. Antología esencial, Sígueme, Salamanca 2002, p. 730. aquello, me elijo cada vez indirectamente a mí mismo, y me construyo en la elección”6. Pero, siendo de suyo positiva y personalizadora, la libertad de elección exacerbada en exceso en esta época por una suerte de miopía filosófica y culturalencuentra su límite en la elección feliz y saludable, es decir, en el bien que se presenta como valor a consumar: esta es la libertad de adhesión que le muestra a la persona su centro de gravedad anclado en la responsabilidad, por uno mismo y por el otro. “Concentrar exclusivamente sobre el poder de elección la atención a la libertad, es ralentizarla y tornarla pronto impotente para la elección misma, falta de impulso suficiente, es mantener esta cultura de la abstención o de la alternancia, que es el mal espiritual de la inteligencia contemporánea” 7. El endiosamiento de la libertad de elección que padecemos, siguiendo el modelo antropológico sartreano, parece claramente una sujeción a los mandatos de un ego insaciable que elige lo que lo satisface de momento desde una aparente voluntad indiferenciada sin bien objetivo, pero a la larga ella misma destruye y vacía a la persona de su identidad profunda: ya no sabe quién es y tampoco sabe quién es el otro. Este modo aberrante de concebir la libertad ciertamente termina siendo una condena -tan equivocado no estaba Sartre al concebirla como una condena- a la que todos en alguna medida somos arrastrados. Basta constatar las sistemáticas violaciones al bien común en todos los órdenes. 2.2. Comunidad, responsabilidad y bien común Cada semana, cada día, cada hora de nuestro mundo se ponen en escena los mil modos en que el bien común es pisoteado, olvidado, arrinconado, ignorado… Nadie ignora que las injusticias de fondo -resultantes finales de una profunda falta de caridad y de conciencia comunitaria- siguen siendo la raíz del mal común, injusticias que no son otra cosa que violaciones sistemáticas al bien común inscripto en el sumo orden del amor. No muy distinto parece ser el rumbo generalizado del enclave político y humano en el orden mundial, a pesar de los significativos avances en nuestra autoconciencia identitaria y de los grandes tratados internacionales vigentes con rigor de ley, que viven gloriosos en los discursos pero mueren fatalmente en las prácticas: las facciones priman sobre la búsqueda común de soluciones, el interés individual por sobre el de las comunidades, el egoísmo de pocos sobre la necesidad de muchos, y así sigue su marcha el mundo: con escasa voluntad de diálogo maduro, con graves indiferencias y omisiones que siembran odios silenciosos y rencores que duran generaciones, en suma, con vergonzoso olvido del carácter sagrado del bien común. 6 7 Ibid., p. 729. Ibid., p. 730. El bien común es aquello tan antiguo y tan nuevo como escrito está indeleblemente en nuestra naturaleza personal y como tal debe ligarnos y encaminarnos como comunidad hacia un mismo fin. Lo reconocemos en la palabra, en los miles de discursos teóricos o políticos, pero lo conculcamos en las prácticas: vivimos en medio de la disociación real entre la teoría y las prácticas, entre los dichos y los hechos, siendo su resultante la incoherencia y la contradicción, algo mucho más grave que una pintoresca paradoja sociológica. Junto a la libertad de expresión debería exigirse el deber de hablar con la verdad para fortalecer el bien común, lo que en la retórica griega se conocía como la parresía (de pan, todo y resis/rema, discurso), esto es, el ‘decirlo todo’ en orden a la verdad y al bien común, incluso afrontando el riesgo personal. Una dignísima virtud de la que cada día nos alejamos más en esta sociedad competitiva y autocomplaciente pues, ¿quién hoy antepondría su ‘parresía’ exponiéndose a la burla, a la condena social-mediática o a la pérdida laboral, por ejemplo? La división y la disociación han sustituido a la unidad y la comunión, incluso en uno mismo. Pareciera sin más que hemos olvidado el valor y el sentido intrínsecos a toda comunidad, la común unidad de personas cuya comunión sagrada e inapelable se muestra en el bien común: tu bien es el mío y mi bien es el tuyo, porque la fraternidad entre tú y yo no es sólo un derecho proclamado, sino un deber básico de la lógica de la persona cuya asiento es el corazón. Vale la pena recordar una vez más a Emmanuel Mounier, cuyo lúcido concepto de comunidad nos ayuda a indagar en la espesura del bien común: “Una comunidad es una persona nueva que une a las personas por el corazón. No es una multitud. A una pura comunidad no podría dársele un nombre. No la miraría acertadamente sino aquel que captara a cada uno en su originalidad irreductible y considerara el conjunto como una orquestación. Una sociedad sólo es duradera si tiende a este modelo. No se une a los hombres ni por sus intereses (partidos, ligas y sindicatos de reivindicaciones), ni por sus impulsos, emociones, envidias y prejuicios (partidos también, clases y lucha de clases), ni por sus servidumbres (místicas del trabajo, aún liberado, porque se libera el trabajo de todo salvo de sí mismo). No se les une más que por sus vidas interiores, que van desde ellas mismas a la comunidad”8. No hay comunidad sin unidad ni bien común sin comunión. Ella nos une a los otros hombres nada más y nada menos que por nuestras vidas interiores. Poco tenemos en cuenta en nuestra vida personal, política y social diaria esta verdad que está grabada a fuego en el interior de cada cual y que poco practicamos: somos, en nuestra intimidad más profunda, seres comunitarios y relacionales -no meros individuos solitarios o autistas- que nos debemos tanto al bien común como al bien personal, éste incardinado en aquél, que albergamos como fin, felicidad y plenitud de vida. Es más, no habrá bien personal sin bien 8 E. Mounier, Revolución personalista y comunitaria, O.C., I, 236-237. común, y estos dos bienes siguen “dos direcciones convergentes que sólo se oponen dialécticamente en una sucesión indefinida de crisis” 9. Son las dos pulsaciones centrales de la vida personal: una tiende a la interiorización por la que nos hacemos personas autónomas dotadas del poder de elección y autodeterminación, la otra tiende a la expansión de sí y a la entrega que se consumará en “la universalización progresiva de los grupos humanos en comunidades cada vez más amplias, que preparan en el límite la comunidad total de los hombres”10. De nada me sirve buscar ‘mi bien, mi felicidad’, si no busco al mismo tiempo ‘nuestro bien’, el bien común. Por tanto, no seremos felices ni forjaremos la paz personal y social sin ser co-creadores y co-ejecutantes de esa sinfonía perfecta que cada persona ha de hacer vibrar en el seno de su comunidad. 2.3. La persona habita en su lógica Si todo lo hasta aquí expuesto parece tan claro, ¿por qué no termina de entenderse la esencia de la buena libertad? “¿Por qué tanta confusión? Porque cada vez que se la aísla de la estructura total de la persona, se deporta la libertad hacia alguna aberración”11. Comencemos entonces con unas pinceladas en torno a dicha ‘estructura total’ que nos lleve a redescubrir la belleza encerrada en la lógica que habitamos. Nada parecería más elemental que la siguiente afirmación: así como necesitamos una lógica para pensar, razonar o discernir, así también los seres humanos necesitamos redescubrir nuestra propia lógica para poder vivir plenamente como personas. ¿Cómo entender quiénes somos y quiénes estamos llamados a ser sin reconocer que existe una ‘lógica’ que traspasa nuestra existencia entera y que, paradójicamente, poco tiene que ver con lo que habitualmente entendemos por ‘lógica’ como estructura, disciplina o saber del razonamiento correcto? Del mismo modo que nos equivocamos si no sabemos argumentar ‘lógicamente’, asimismo nos equivocamos, y por ende sufrimos y hacemos sufrir, si no sabemos vivir de acuerdo a la lógica propia de la persona, algo que, lo sepamos reconocer o no, atraviesa hondamente la columna vertebral de cada ser humano. Pero esa lógica no obra en manuales ni tratados, no se enseña de modo formal ni se nos exige su certificado de aptitud para ser personas. Sin embargo su inexistencia sería condenatoria y absurda pues sin ella no podríamos simplemente habitar con propiedad esta humanidad, o, más sencillamente, no seríamos seres humanos. Ella está inscripta en nuestro código humano, en nuestra esencia, esperando ser redescubierta, interpretada y respetada, tarea que, con mayor o 9 E. Mounier, Qué es el personalismo. En El personalismo. Antología esencial, cit., p. 210. Ibid., p. 211. 11 E. Mounier, El personalismo, cit., p. 723. 10 menor conciencia, viene desandando la humanidad acompañando de modo ininterrumpido el derrotero de la persona en esta vida. El pensamiento personalista comunitario no ha querido hacer otra cosa más que redescubrir, interpretar y proponer el respeto inclaudicable a la lógica esencial de la persona. Esta lógica única en su género, propia de la naturaleza de la persona, tiene su centro en el hecho básico de la realidad relacional amorosa del ser personas que bien podemos sintetizar bajo este aserto, que no es mera literatura ni juego de palabras: “somos para amar, y amamos para ser”. Donde el primer ‘para’ -indicador de dirección, de finalidad, de télos y de sentido- dice que somos personas convocadas a la vida para ejercer el verbo amar en la plenitud de su extensión y comprensión. Pero simultáneamente el segundo ‘para’ afirma la positividad de este ejercicio de amar, como dador de vida, de sentido y de ser. No en vano Emmanuel Mounier, padre del personalismo comunitario, reconoció la estricta correlación entre ser y amar hablando en concreto de lo que nos pasa cuando perdemos de vista el bien que encierra la relación personal: “Cuando la comunicación se rebaja o se corrompe, yo mismo me pierdo profundamente: todas las locuras manifiestan un fracaso de la relación con el otro -alter se vuelve alienus-, yo me vuelvo a mi vez, extraño a mí mismo, alienado. Casi se podría decir que sólo existo en la medida en que existo para otros y en última instancia ser es amar”12. Mounier no se equivocaba: dejar de amar o de ser amados conduce a dejar de ser en cierta manera, a la muerte en vida de la persona. No cabe duda de que existe una mutua implicación, consustancial e inexorable, entre el ser personas y el amar, de modo que sobre esta certeza se funda el discurrir del pensamiento personalista centrado en el “ordo amoris” que comienza a ser pensado como tal desde san Agustín (siglos IV-V) -en coincidencia absoluta con la revelación judeo-cristiana que lo inspirara-, lo que resume con belleza diciendo: “Mi peso es mi amor, él me lleva doquiera soy llevado” (Confesiones, XIII, 9). De lo que se desprende que sin cumplir el mandato elemental del amor en toda su plenitud, sin obedecer a este ‘peso del amor’ sintetizando el bien de la persona- que configura y da sentido a nuestra vida, dejamos de ser, nos condenamos a la tristeza, al mal, al desamor y al extravío de una vida vacía, sin ser completa o plenamente. Estando también a la escucha de este amor que nos nombra y nos define, porque nos habita profundamente, santo Tomás (siglo XIII) reiteró la primacía del amor cuando definió a la persona por el amor: “Amor est nomen personae”, -el amor es el nombre de la persona- (Suma Teológica I, q. 37, a. I, 25). Afirmación inspirada y fundamental para nuestro recorrido, pues es justo reconocer la magnífica intuición del Aquinate aún cuando no pudo hacer la trasposición antropológica que ameritaba esta conclusión acerca de la esencia de las personas trinitarias, seguramente porque el desarrollo filosófico de la época no supo superar 12 E. Mounier, El personalismo, cit., p. 699. el aristotelismo y hacer de la “relación” una categoría sustentable y no un mero accidente de la sustancia. Siete siglos después, el pensador judío Martin Buber (siglo XX) erigió su antropología filosófica sobre el escenario del amor y la relación interpersonal dejándonos esta exquisita síntesis del hábitat de la persona en su exquisita obra Yo y Tú: “los sentimientos habitan en el ser humano, pero el ser humano habita en su amor”, queriéndonos recordar con esto, que no es metáfora literaria, que a los sentimientos se los tiene pero el amor ocurre, ocupando el espacio entero de la existencia. Y continúa así su bella explicación, que es su implicación: “El amor no se adhiere al Tú sólo como ‘contenido’, como objeto, sino que está entre Yo y Tú. Quien no sepa esto, quien no lo sepa con todo su ser, no conoce el amor, aunque atribuya al amor sentimientos que vive, que experimenta, que goza y exterioriza. El amor es una acción cósmica. A quien habita en el amor, a quien contempla en el amor, a ése los seres humanos se le aparecen fuera de su enmarañamiento en el engranaje; buenos y malos, sabios y necios, bellos y feos, uno tras otro, se le aparecen realmente y como un tú, es decir, con existencia individualizada, y entonces la persona puede actuar, puede ayudar, sanar, educar, elevar, liberar. El amor es responsabilidad de un Yo por un Tú: en esto consiste la igualdad -y no en ningún tipo se sentimiento- de todos los que se aman, desde el más pequeño hasta el más grande”13. Ni más ni menos que en esto consiste el habitar de la persona. Con este giro hacia el amor, un filósofo de entraña hebrea -sin olvidar la riquísima historia del principio dialógico que le precediera- avivó las cenizas de esta lógica de la persona, por cierto nunca apagadas, sobre la que los místicos cristianos habían hablado tan bien a lo largo de dos milenios sin ser escuchados, y los filósofos, obcecados en su narcisismo racionalista, se habían negado sistemáticamente a oír14. Había comenzado el giro personalista. A pesar de las numerosas intuiciones brillantes en torno a la esencia amorosa de la persona -hemos citado solo algunas-, la filosofía, plagada de prejuicios positivistas y racionalistas, no quiso o no pudo reconocer esta verdad evidente y se desligó del ‘amo’ para atarse al ‘cogito’ cartesiano, al pensamiento como clave áurea de la antropología y del discurso filosófico en general que imponía la supremacía del sujeto pensante -res cogitans al decir de Descartes- por encima del sujeto amante o amado reconocido ya por el primer pensamiento cristiano. Diligor ergo sum (soy amado luego existo) fue la síntesis antropológica de san Agustín, que en la actualidad ha redescubierto el personalista español Carlos Díaz proponiendo que el cartesiano “cogito ergo sum” -pienso luego existodebe ser descartado para ser reemplazado por la feliz expresión “soy amado luego 13 M. Buber, Yo y Tú, p. 21. Cfr. I. Riego de Moine, De la mística que dice a la persona, Fundación E. Mounier, Colección Persona, Madrid, 2007. 14 existo”15 que se ajusta a la verdadera lógica de la persona. Por cierto, un libro entero no alcanzaría para el desarrollo del “soy amado luego existo”, acá sólo podemos hacer la necesaria mención pero remitimos a su espléndida obra homónima. Tal lógica consiste por tanto en habitar el amor, reconociéndolo, acatándolo y haciéndonos uno con él. Por eso, no se equivocó san Agustín al aconsejarnos su famosísimo dilige et quod vis fac, que significa explícitamente: “Ama y haz lo que quieras. Si te callas, cállate por amor; si das voces, hazlo por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor: que en lo íntimo esté la raíz de amor; de esa raíz no puede surgir sino el bien” (Epist. Joan. Ad Parthos, VII, 8). Porque si se elige el camino del amor, entonces el querer, la libertad y la responsabilidad se sujetarán a él (al amor), y por tanto, una vez reconocido e iluminado este camino, la cuestión moral estaría casi resuelta y se dirimiría sin mayores obstáculos, al menos en sus fundamentos. “Los actos de los hombres no se disciernen sino por la raíz del amor” (San Agustín: Epist. Joan. Ad Parthos, VII, 8). 3. ¿DE QUÉ TRATA ENTONCES LA REHUMANIZACIÓN PERSONALISTA? Con lo dicho tan sucintamente, hemos querido mostrar que la deshumanización que padecemos no es un destino fatal sin retorno ni un gigante perverso al que es preferible eludir sin mirarle la cara, por temor o cobardía, sino un camino minado de infinitas elecciones equivocadas –personales, comunitarias, políticas- que puede transformar su extrañamiento hacia la rehumanización inscripta en la lógica intrínseca de la persona. Re-humanizar es reconducir lo específico de la condición humana hacia su realización y consumación, pero para ello es necesario, en primera instancia, un giro de la mirada hacia la persona, una conversión de la mirada que al profundizarse llevará, como segunda instancia, a la pacifista “revolución personalista y comunitaria” que Emmanuel Mounier pergeñó como única salida a la crisis personal, política y social que se vivía en el clima de la segunda guerra mundial y a las alternativas excluyentes del individualismo y el colectivismo que parecían agotar el panorama ideológico y político. La revolución según Mounier deberá ser tanto revolución del corazón como revolución estructural. Hoy, tras las seis largas décadas que nos separan de su muerte, las personas no estamos mejor, la humanidad no está mejor, a pesar de las ideas extraordinarias y de la militancia de muchos hombres y mujeres cabales. Quizás hoy la mejor revolución personalista pase por la conversión continua y el diálogo abierto y maduro que sepamos dar a quienes no piensan como nosotros. Para comenzar a andar nuestra propuesta de rehumanización, he aquí algunas acciones que deberían obrar en nuestras agendas educativas y políticas: 15 Cfr. C. Díaz, Soy amado luego existo, DDB, Bilbao 1999, vol I. 3.1. Deslegitimar el odio Dios: “¿Dónde está tu hermano Abel? ¿Qué has hecho?” Caín: “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?” ¿Quién es el enemigo? El otro ser humano habitante de mi mismo barrio, municipio o ciudad, mi prójimo sin más. Nos hemos transformado como sociedad en una reedición agigantada del cainismo, multiplicando al infinito el peor de los crímenes: matar al propio hermano. Y no hace falta recordar que hermanos y prójimos somos todos, hijos del mismo Dios y miembros del mismo cuerpo místico. Con el relato bíblico de Caín comienza la historia de la acusación humana, de Satán, que en su origen arameo shatán significa ‘enemigo’, ‘adversario’, ‘acusador’. Al matar a su hermano Abel y desentenderse de él ante la pregunta de Dios “¿Dónde está tu hermano Abel?”, Caín no comprendió que la pregunta por su hermano era la pregunta por sí mismo: ¿cómo se puede ser uno mismo después de haber matado al hermano?, ¿dónde estoy y dónde estuve yo? “¿Qué has hecho? -preguntó Dios. Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo” (Gen 4, 10). Cuando Caín, con el más absoluto cinismo, contestó a Dios diciendo “¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?” (Gen 4, 9), allí dio comienzo el tiempo acusativo de la historia que no hemos dejado de transitar: “Yo contra ti, de quien no sólo no me corresponde hacerme cargo sino que eres un estorbo en mi vida y por eso te elimino”. Y por cierto, este “yo contra ti” se vuelve a la larga o a la corta en “yo contra mí y yo contra todos”, porque es imposible estar bien con uno mismo estando mal con los demás. En nuestros días, la elección cainista de la persona y sus comunidades sigue estando presente y se trasunta en todos los actos y omisiones violatorios del orden del amor que rige el ‘bien común’ necesario para vivir en sociedad y respetar minuto a minuto la lógica comunitaria de la persona. ¿Pero qué hacer para que lo acusativo no se apodere de nosotros, para que podamos deconstruir tanto odio y tanta violencia, verbales y estructurales, físicos y psíquicos, y construir así la paz social y la felicidad de los pueblos? 3.2. Convertir el corazón “Si existe el reconocimiento y el amor al otro como tal -decía Mounier-, todo cambia. Pertenecemos los dos a un orden. Tenemos algo que hacer el uno por el otro” (Mounier, E.: 1988, 434). Como lo creía profundamente Emmanuel Mounier cuando proponía “una revolución del corazón”, todo cambia cuando el amor toma el timón de nuestras vidas, porque en cada uno de nosotros habita la fuerza cordial y espiritual para producir la conversión personal y comunitaria que reclama nuestro mundo. Convertir el corazón es ciertamente nacer de nuevo, renacer en el orden del espíritu para encarnar definitivamente esa luz en que consistimos. Pero una revolución así debe emerger inevitablemente de una elección hecha a plena conciencia, desde la libertad que no podemos ni debemos eludir. Y este poder se multiplica casi milagrosamente si nos concebimos desde la unidad que somos, como verdadero cuerpo místico que porta un ADN común con un altísimo sentido espiritual capaz de transformarse y crecer hasta transformar el paradigma errante y deshumanizado de esta humanidad en la identidad esencial a que está llamada y de la que cada uno somos su reflejo. 3.3. Desoír la “pregunta diabólica” “Pero existe también una autoconciencia infructuosa la cual no lleva a ninguna parte que no sea la automortificación, la desesperación y la opresión aún más profunda”. “Hay una pregunta diabólica, una seudopregunta que se burla de la pregunta por Dios y de la pregunta por la verdad. Se sabe lo que es porque no se detiene en el ‘¿dónde estás tú?’, sino que añade: ‘donde has caído no hay ninguna salida’”. Lo diabólico, lo perverso, es la pérdida de la esperanza, que nos hagan perderla, que yo no pueda retenerla, que la sociedad en su conjunto piense que ya no hay salida… “Existe una autoconciencia errónea que no sólo no invita al ser humano al arrepentimiento y le abre camino, sino que le muestra el arrepentimiento como algo sin esperanza, y de este modo le lleva hacia donde dicho arrepentimiento aparentemente se ha convertido en imposible de todo punto, y donde la persona ya únicamente puede seguir viviendo gracias a la arrogancia demoníaca, a la arrogancia del extravío”16. 3.4. Construir la revolución estructural y cultural El cuidado es el signo vivo de la caridad: si en una sociedad todos cuidásemos de todos y de cada uno no habría lugar para el odio y la desesperanza, y esto solo ya sería una revolución estructural donde discursos y prácticas se potenciarían para ir construyendo una ‘ética social del cuidado’. La persona, varón y mujer, en su constitución íntima es un ser que necesita del cuidado y que a su vez se prepara para brindar cuidado. Es un ‘vocativo’ que necesita de un ‘genitivo’17. Esto es una consecuencia fundamental -y natural- del amor, el compromiso y la responsabilidad con que el personalismo comunitario describe la realidad personal. ¿No es esto lo que reclama nuestros jóvenes, 16 17 M. Buber, “El camino del ser humano según la enseñanza jasídica”, cit. Vid. Díaz, C.: Soy amado luego existo. Ed. DDB, Bilbao 1999, Vol. I, Yo y tú, pp. 112-114. nuestros niños, nuestros enfermos de toda índole, nuestros discriminados y excluidos, aún ignorando nuestros discursos: que nos ocupemos un poco de ellos, que hagamos operante el amor? Hasta tal punto llega el desentenderse del otro -la ceguera ante la persona, diría Mounier- que hoy, por ejemplo, se insiste en la despenalización del consumo de drogas como ‘vía legal de solución al problema’, cuando así los únicos que duplicarían sus pingües, corruptas y homicidas ganancias serían los narcotraficantes y quienes los apañan políticamente. El círculo pobreza-adicción violencia-criminalidad se potencia a sí mismo si no construimos entre todos una ética social del cuidado, que no sólo se escriba, que se respire, que se palpe, que arroje por insano e inmoral todo lo que atente contra la persona, con más cuidado y esmero todavía si ella está en pleno crecimiento. ¿Podemos negarnos a esta opción luego de oír esto, de sabernos conscientes?18 Hay algo que no me cansaré de repetir: la conciencia comprometida de un puñado de personas tiene el poder extraordinario de cambiar el mundo así como el grano de mostaza, pequeño, insignificante y frágil, tiene la fuerza de transformarse en un frondoso árbol donde “las aves del cielo anidan en sus ramas” (Mt 13, 31-32), hecho que la intrahistoria puede atestiguar sin fin. Cuando se comparte una experiencia comunitaria de encuentro y conciencia común -y esto puede aplicarse a los cientos de grupos que trabajan a favor del despertar de la persona-, los efectos pueden detectarse más allá del propio grupo, fuera del edificio y los límites físicos y/o virtuales que cobijaron ese encuentro humano con intenciones bienhechoras. En este auditorio, en este foro, en este seminario virtual, está sucediendo precisamente esto, una revolución que remueve las entrañas. 3.5. Recuperar la voluntad de verdad, hermana de la voluntad de sentido Ya hemos dicho que la persona, en todas sus edades y circunstancias vitales, no sólo es un ser ávido de amor y libertad sino además un ser ávido de verdad y de sentido. Y esto es así porque somos personas significadas, en primer lugar, por la voluntad de verdad, siendo a su vez cada uno su custodio, su guardián, su pastor. Pero las verdades se expresan en valores que plasman lo bueno, verdadero, justo y bello que concebimos como aquello que dignifica el universo entero otorgándole un sentido, un significado: nuestra confianza básica en la realidad. 18 Cfr. I. Riego, “Por una ética social del cuidado. (No se salva quien es abandonado)”. Nota Editorial en Persona. Revista Iberoamericana de Personalismo Comunitario, ISSN 1851-4693, www.personalismo.net Año IV, Nº 11, Agosto 2009, pp. 4-5. Por eso, la persona es quien adhiere a valores, como Mounier lo destacara en su propuesta personalista, alguien que vive la vida de acuerdo a una jerarquía axiológica que intentará encarnar en virtudes a lo largo de su existencia. Valores y virtudes que para serlo en sociedades como las nuestras deberán educarse y testimoniarse haciéndose ejemplo en las personas: madres, padres, educadores, políticos, intelectuales, comunicadores, empresarios, obreros, etc. Si estuviéramos de acuerdo con estas verdades mínimas, entonces podríamos aspirar a un sincero diálogo de máximos en orden a respetar la verdad, algo que, a pesar de haberle caído encima el peso de la sospecha relativista, es connatural e íntimo al ser humano. Para que esto se cumpla, no dudaríamos en desenmascarar el relativismo que atenta contra la vigencia de las verdades y los valores que nos sustentan y cohesionan como comunidad de personas, pero tampoco dudaríamos en valorar el pluralismo que respeta y acepta al otro diferente pues sólo desde un lugar así, de absoluto respeto al valor de las personas, se puede construir una sociedad pacífica y liberadora, en la que todos puedan aspirar a una existencia personalizante y felicitante, por fraterna y solidaria. En esto consiste en definitiva la voluntad de verdad, es una actitud, un querer que sea la verdad en nosotros. Y para ir concluyendo, nada de lo dicho hasta quí podría postularse como verdad sin la voluntad de sentido, puesto que el sentido no es más que la verdad en tanto comprendida y amada, hecha mía, algo que debemos aprender a percibir y recuperar como radical en nuestras vidas. Sin voluntad de verdad, no habrá voluntad de sentido, y viceversa, voluntades hermanas si las hay. 3.6. Darnos permiso para la esperanza Esperar es dar crédito a la realidad, confiar en que ésta puede restaurar la integridad de un orden viviente, y no un mero sentimiento psicológico perteneciente únicamente al orden del sentir. Por la esperanza afirmo mi relación de fidelidad y amor con la realidad, y por ende una afirmación a la creación entera. Y en definitiva, damos crédito a la realidad porque ella se nos muestra acreditada de sentido: el crédito que la esperanza concede a la realidad salta por encima de la realidad visible movilizando mis fuerzas para transformarla, humanizándola. En su raíz más profunda, permitirnos la esperanza es saltar con los ojos abiertos desde el presente concreto hasta el último fondo de la realidad, la realidad que queremos configurada por el orden del amor. Con los ojos abiertos, porque ese salto nunca puede ser seguro absolutamente; y hasta el fondo mismo de la realidad, porque a pesar de todas nuestras inseguridades y cautelas confiamos en su fundamentalidad. Pero la esperanza no daría crédito a la realidad si no nos diéramos crédito también los unos a los otros, porque cada uno de ustedes es una de las personas que hacen posible que la realidad sea la que es para mí, pero antes que nada, la que soñamos tener como construcción de todos, comunitariamente. Por lo tanto, no sólo debemos decir “yo espero”, sino además “espero en ti y para nosotros”. Sólo desde estas premisas podremos llevar a la realidad nuestra propuesta filosófica, política y educativa personalista y comunitaria, erigiendo a la persona como centro de la civilización. No consiste en otra cosa la rehumanización personalista.