LA REVOLUCIÓN RACIONAL Y LA CONTRARREVOLUCIÓN INSTITUCIONAL EN LA CIENCIA POLÍTICA The rational revolution and the institutional counterrevolution in political science Eduardo Torres Espinosa † - etorrese@unam.mx Resumen Este artículo analiza la notable influencia de la economía neoclásica en el desarrollo reciente de la ciencia política, así como las reacciones que ello provocó. La adopción de la teoría de la elección racional no sólo transformó al homo politicus en homo economicus, sino que fue considerado como un eficiente maximizador de utilidad. Las instituciones fueron marginadas del análisis político. El llamado nuevo institucionalismo ha tratado de revertir este proceso al llamar la atención sobre la importancia del papel de las instituciones en la vida política, económica y social. A lo largo del artículo se sugieren algunos problemas epistemológicos que derivan de extrapolar los supuestos de una ciencia social a otra. Palabras clave: Economía neoclásica; teoría de la elección racional; ciencia política; nuevo institucionalismo. Abstract This article analyzes the outstanding influence of neoclassical economics on the recent development of political science, as well as the reactions that it caused. The adoption of the rational theory not only transformed the homo politicus into homo economicus, but also he was considered as an efficient utility maximizer. Institutions were excluded from political analysis. The so-called new institutionalism has tried to reverse this process by paying attention to the important role of institutions in political, economic and social life. Throughout the article, some epistemic problems derived from extrapolating the assumptions of a social science to another are suggested. Keywords: Neoclassical economics; rational choice theory; political science; new institutionalism. Núm. 20, ene-abr. 2015, pp. 96-118 LA REVOLUCIÓN RACIONAL Y LA CONTRARREVOLUCIÓN INSTITucional Giovanni Sartori (2004, p. 351) Introducción Tres grandes acontecimientos marcaron el rumbo de la segunda mitad del siglo XX; ellos fueron: la Primera Guerra Mundial, la Gran Depresión de 1929 y la Segunda Guerra Mundial. Cada uno de estos acontecimientos tuvo un impacto significativo en las ciencias sociales, sobre todo en la economía y la ciencia política. Por lo que corresponde a la primera disciplina, dichos eventos provocaron el descrédito de la economía clásica y sentaron las bases para el surgimiento del keynesianismo como la teoría económica dominante. Luego de la Segunda Guerra Mundial, el desarrollo de la economía neoclásica y el encumbramiento del monetarismo terminarían con el paradigma keynesiano.1 El creciente interés por las instituciones económicas y el reconocimiento de la conveniencia de regular su actividad inició un nuevo ciclo. En el campo de la filosofía política sucedió algo similar. La vieja y otrora poderosa corriente de pensamiento que enfatizaba la importancia de las instituciones y buscaba materializar el ideal del “buen gobierno” perdió su dominancia y casi desapareció durante el decenio de los sesenta. El auge de conductismo y la emergencia de la teoría de la elección racional −ambos enfoques teóricos con pretensiones científicas− serían los causantes. De esta manera, el individuo reemplazó a las instituciones como el principal objeto de estudio de la ciencia política. Así, el viejo individualismo metodológico se puso de moda; sin embargo, muy pronto el enfoque institucional reaparecería en el ámbito de las ciencias sociales, esta vez bajo el nombre de nuevo institucionalismo. El argumento central de este artículo es que la llamada revolución racional que ocurrió en el campo de la economía fue exportada a la ciencia política. La manera de hacerlo fue extendiendo los alcances de la teoría de la elección 1 Los conceptos de revolución, paradigma, ciencia normal y ciencia extraordinaria utilizados en este artículo son tomados de Kuhn (1962). En esencia, para este autor las revoluciones científicas generaran paradigmas que la ciencia extraordinaria busca destruir. 97 MULTIDISCIPLINA 20 ¿Hacia dónde va la ciencia política?... la ciencia política norteamericana… no va a ningún lado. Es un gigante que sigue creciendo y tiene los pies de barro Ciencias Socioeconómicas • Eduardo Torres Espinosa racional de la economía neoclásica a la explicación de los fenómenos y procesos políticos. Así, la ciencia política pidió en préstamo a dicha teoría no sólo su carácter deductivo y sus supuestos básicos, sino su marco conceptual y su inclinación por el uso de métodos cuantitativos. Las reacciones a esta extrapolación no se hicieron esperar en el propio terreno de la economía y luego en el de la ciencia política. La contraofensiva institucional había comenzado. Un acalorado debate entre los defensores de cada uno de los dos enfoques teóricos caracteriza las tres últimas décadas del siglo pasado y lo que va de éste. Situación actual de la ciencia política Se han ofrecido diversas respuestas a la pregunta ¿cuál es la situación actual de la ciencia política? Tres de ellas son relevantes para los fines de este artículo. Primeramente, Dunleavy y O’Leary (1987) llaman teorías del Estado a las grandes teorías políticas presentes a finales del siglo pasado. A su juicio, esas teorías son: el pluralismo, el elitismo, el marxismo y la nueva derecha. Las tres primeras teorías políticas son conceptualizadas de manera convencional. Según los autores, en el marco de las democracias representativas, el pluralismo político reconoce la existencia de una multiplicidad de actores, así como la diversidad en las prácticas sociales, institucionales e ideológicas, y en los valores” (p. 13); el elitismo implica que en toda sociedad existe una clase gobernante y una clase gobernada como afirmó en su momento Gaetano Mosca (p. 136); y el marxismo es analizado en sus versiones clásica y postmarxista (pp. 203-270). La contribución del libro de Dunleavy y O’Leary es la inclusión y desarrollo de la nueva derecha. Los autores usan esta etiqueta para “designar a un grupo de teóricos cuyos orígenes intelectuales descansan en las principales tradiciones de la filosofía conservadora y liberal occidental, pero que además agregan novedad y rigor a sus posiciones ideológicas al elaborar una crítica del pluralismo basada en una ciencia social bien desarrollada” (p. 72). Uno de los pilares de la teoría que se comenta es la economía neoclásica, la cual emergió después de la Segunda Guerra Mundial como “la más prestigiosa y claramente rigurosa de las ciencias sociales”. (p. 76) Otro de los pilares es la nueva derecha, que es la teoría de la elección racional llevada al ámbito de lo público o public choice theory. En segunda, Almond (1999) utiliza dos variables o dimensiones, una ideológica y otra metodológica, para explicar el estado de la disciplina en 98 Cuadro 1. Situación de la ciencia política en los años ochenta Dimensión ideológica Dimensión metodológica Izquierda Derecha Dura ID DD Blanda IB DB Fuente: Almond (1999, p. 41). La principal conclusión del trabajo de Almond es que la disciplina estaba fragmentada y que cada uno de sus componentes adolecía de una especie de autismo con respecto a su entorno. Para el autor, “las diversas escuelas y corrientes de las ciencias políticas se encuentran actualmente sentadas ante mesas separadas, cada una con su concepción de lo que deben ser las ciencias políticas, protegiendo un núcleo de vulnerabilidad” (p. 39). Aunque el autor no lo dice, conviene adelantar que la derecha dura era el enfoque dominante durante los años ochenta; pero lo que Almond sí dice es que esta teoría “es ultraprofesional… y cuenta con un formidable arsenal de metodologías científicas” de tipo deductivo y estadístico (p. 46). Desde otra perspectiva, Hay (2002) argumenta que tres corrientes teóricas han dominado la ciencia política de la segunda mitad del siglo XX. Estas corrientes son: a) el viejo/nuevo institucionalismo; b) el conductismo/post-conductismo; y c) la teoría de la elección racional. Para facilitar la comprensión del desarrollo de cada una de ellas en el periodo 1950-2000, Hay ofrece la figura que aquí reproducimos como Cuadro 2 (p. 11). Ahí se puede observar que mientras el viejo institucionalismo y el conductismo (behavioralism) ya existían antes de 1950, la teoría de la elección racional es una teoría de nuevo cuño. El mismo Cuadro muestra que el auge del conductismo de los años sesenta y su posterior ocaso coinciden con la casi extinción del viejo institucionalismo y con el surgimiento del nuevo institucionalismo. En la figura 99 MULTIDISCIPLINA 20 la década de los años ochenta. Por un lado, revisa y clasifica la literatura producida durante ese periodo alrededor de dos posturas ideológicas extremas, a saber, izquierda y derecha. Por el otro, ordena la misma literatura por el tipo de metodología empleada. Para ello utiliza la distinción entre métodos cualitativos o “blandos” y métodos cuantitativos o “duros”. Como muestra el Cuadro 1, el autor identifica cuatro grandes enfoques o líneas de investigación luego de combinar las cuatro posibilidades anteriores. Estos enfoques son: la izquierda blanda, la izquierda dura, la derecha blanda y la derecha dura. Ciencias Socioeconómicas LA REVOLUCIÓN RACIONAL Y LA CONTRARREVOLUCIÓN INSTITucional Eduardo Torres Espinosa también puede verse que la teoría de la elección racional se había convertido en la teoría más influyente para el 2000. Cuadro 2. Evolución de las principales teorías en ciencia política, 1950-2000 Viejo Institucionalismo Nuevo Institucionalismo Conductismo Post-Conductismo Teoría de la Elección Racional 1950 1960 1970 1980 1990 2000 Fuente: Hay (2002, p. 11). La traducción del texto es del autor de este artículo. Para Hay, tanto el conductismo como la teoría de la elección racional consideran al individuo como la unidad primaria de análisis y utilizan metodologías cuantitativas. La principal diferencia es que el primer enfoque aspira a ser una ciencia inductiva, mientras que el segundo enfoque intenta producir una “ciencia deductiva de lo político” a partir del supuesto de que todo individuo es un actor racional (p. 8). Lo anterior significa que en su toma de decisiones buscará siempre maximizar su utilidad a través de elegir la mejor opción, luego de llevar a cabo un análisis costo-beneficio de cada opción disponible. Por su lado, el nuevo institucionalismo rechaza los supuestos en que descansan los dos enfoques anteriores y propone “supuestos más complejos y plausibles, los cuales buscan capturar y reflejar la complejidad y de los procesos siempre abiertos de cambio político y social” (p. 11). Considerando que los debates más relevantes y trascendentes en el campo de la ciencia política durante el último tercio del siglo pasado han involucrado a la teoría de la elección racional y al nuevo institucionalismo centraremos la atención en estas dos teorías. 100 LA REVOLUCIÓN RACIONAL Y LA CONTRARREVOLUCIÓN INSTITucional 101 MULTIDISCIPLINA 20 La nueva derecha es una teoría que tiene sus raíces en “las tradiciones liberales occidentales y en la filosofía conservadora” y se distingue de la vieja derecha y de otras corrientes de pensamiento por “su sofisticación filosófica y teorética” (Dunleavy y O’Leary 1987, pp. 72 y74). Esta reciente corriente filosófica tiene sus cimientos en los valores de lo que Max Weber llamó la ética protestante y en el individualismo económico detrás de la aparición del capitalismo. Según Giddens, los “empresarios asociados con el desarrollo del capitalismo racional combinan el impulso a la acumulación con un auténtico estilo frugal de vida”. Para Weber, lo anterior no deriva del relajamiento de la moral dominante sino del mundano “ascetismo del Puritanismo” (Giddens, 2005, p. xii). En esencia, la nueva derecha tiene dos ejes articuladores: el individualismo metodológico y el neoliberalismo. A nivel mundial, la revolución conductista de los años sesenta y setenta (ver Cuadro 2) −fuertemente inspirada por la psicología conductista en ascenso desde principios del siglo veinte− colocó al individuo en el centro de la investigación social y sentó las bases para lo que la literatura denomina individualismo metodológico. En esencia, este concepto implica una visión reduccionista de lo social al otorgar “primacía a los hechos relativos a los individuos sobre los hechos acerca de las entidades sociales”. Desde esta perspectiva, se sostiene que lo que sucede a nivel individual puede explicar lo que sucede a nivel social ya que las organizaciones e instituciones sociales son en realidad conjuntos de individuos. Así, los conceptos sociales pueden ser “reducibles a conceptos que involucren sólo individuos” (Kjosavik, 2003, p. 212). Según Plehwe (2009), el neoliberalismo no es otra cosa que “una sucinta, claramente definida filosofía política” (p. 1). Las principales diferencias entre el liberalismo clásico y el neoliberalismo son que este último está “más orientado económicamente” y que supone que su “programa político triunfará sólo si reconoce que las condiciones para su éxito necesitan ser construidas, y que ello no ocurrirá ‘naturalmente’ ante la ausencia de un esfuerzo concertado” (Van Horn y Mirowsky, 2009, pp. 152 y 161). En términos más específicos, el neoliberalismo busca eliminar las barreras y restricciones impuestas por el Estado a efecto de crear un clima de laissez faire, laissez passer que facilite el desarrollo económico en tiempos de globalización, o como Kotz (2002) sostiene: Ciencias Socioeconómicas La nueva derecha, el neoliberalismo y la ciencia política Eduardo Torres Espinosa El neoliberalismo es un cuerpo de teoría económica y una postura de política [pública]. La teoría neoliberal afirma que un sistema capitalista en gran medida no regulado (una “economía de libre mercado”) no sólo encarna el ideal de una elección individual libre, sino el logro de una actuación económica óptima con respecto a la eficiencia, crecimiento económico, progreso técnico y justicia distributiva. Al estado se le asigna un papel económico muy limitado: definiendo derechos de propiedad, haciendo cumplir los contratos y regulando la oferta de dinero (pp. 64-65). En los Estados Unidos, el neoliberalismo echó raíces en la Universidad de Chicago con el desarrollo de una escuela neoclásica de pensamiento económico cimentada en la teoría de las expectativas racionales (Van Horn y Mirowsky, 2009). En esencia, esta explicación de la toma de decisiones asume que los individuos pueden predecir condiciones futuras lo que les permite construir expectativas de una manera racional, las cuales por lo regular resultan ser correctas. Cualquier desviación se considera aleatoria o producto de causas imposibles de predecir. Desde la perspectiva de la elección racional, el concepto de racionalidad es utilizado simplemente para denotar que todo individuo actúa en solitario como si fuera un eficiente maximizador de utilidad. Para modelar el proceso racional de toma de decisiones económicas se recurrió al uso de sofisticadas metodologías cuantitativas. Los ordenamientos de las preferencias individuales pueden ser convertidos en funciones de utilidad por medio de las matemáticas, a través de asignar números a las opciones de forma tal que las opciones preferidas reciban números más altos. Sin embargo, la conversión de preferencias a funciones de utilidad solamente es posible si las preferencias se “comportan bien”. Para ello se deben cumplir tres condiciones. Primera, la persona debe ser capaz de comparar entre dos preferencias… Segunda, la persona debe ser consistente con sus preferencias… Tercera, la persona debe ser capaz de distinguir la utilidad máxima frente a cada una de ellas (Kjosavik, 2003, p. 226). La popularidad de la Escuela de Chicago se extendió casi inmediatamente a otras universidades norteamericanas y no sólo se limitó a la economía, sino que también influyó notablemente a la ciencia política. Partiendo de la idea de que esta disciplina podría volverse “científica” como la economía -y antes la psicología-, un grupo de jóvenes politólogos decidió extrapolar, sin cambios 102 El hombre libre no se preguntará lo que su país puede hacer por él ni lo que él puede hacer por su país. Se preguntará más bien ¿“Qué puedo yo y mis compatriotas hacer a través del gobierno” para ayudarnos a descargar nuestras responsabilidades individuales, para alcanzar nuestros varios objetivos y propósitos y, sobre todo, para proteger nuestra libertad? Y él va a acompañar esta pregunta con otra: ¿Cómo podemos evitar que el gobierno que creamos se convierta en un Frankenstein que destruya la acariciada libertad que establecimos para proteger? La libertad es una planta rara y delicada. Nuestras mentes nos dicen, y la historia lo confirma, que la gran amenaza a la libertad es la concentración del poder. El gobierno es necesario para preservar nuestra libertad, es un instrumento a través del cual podemos ejercitar nuestra libertad; 103 MULTIDISCIPLINA 20 ni ajustes mayores, los principios de la economía neoclásica a su campo de estudio. Un factor que contribuyó a ello fue la publicación del influyente libro An Economic Theory of Democracy de Anthony Downs −economista de la Universidad de Stanford− en 1957. Para este autor, “nuestro homo politicus es el ‘hombre promedio’ en el electorado, ‘el ciudadano racional’ de nuestra democracia modelo” (1957, p. 7). Con la transferencia del supuesto “rigor y poder predictivo de la economía neoclásica” a la ciencia política llegaron a ésta el individualismo metodológico y la teoría de la elección racional propios de aquella disciplina, así como sus supuestos fundamentales y marcos conceptuales. Así, el homo politicus fue convertido en la unidad básica de análisis y la ciencia política en una ciencia deductiva, cuyo punto de partida era el supuesto de que todo individuo que interviniera en la política buscaría maximizar sus beneficios y minimizar sus costos. En otros términos, el homo politicus, al igual que el homo economicus, era un actor racional tal como lo había sostenido Downs. También se importó de la economía neoclásica la utilización de las matemáticas para modelar la conducta presente y futura de los actores políticos, tal como se hacía con los consumidores y productores. No menos importante, junto con todo lo anterior, llegó a la ciencia política anglosajona el aparato ideológico de la nueva derecha. En su toma de posesión, el presidente Kennedy expresó su famosa frase “No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate que puedes hacer tú por tu país”. La respuesta dada por Milton Friedman −fundador de la Escuela de Chicago− a esa frase resume muy bien la ideología económica y política de la nueva derecha. En su libro Capitalism and Freedom de 1962, Friedman afirmó que: Ciencias Socioeconómicas LA REVOLUCIÓN RACIONAL Y LA CONTRARREVOLUCIÓN INSTITucional Eduardo Torres Espinosa sin embargo la concentración del poder en manos de los políticos, es también una amenaza a la libertad (p. 2). Para entender mejor lo anterior es necesario tener presente el contexto general en que se desarrolló la nueva derecha. La política del New Deal emprendida por el presidente Roosevelt para enfrentar la Gran Depresión de 1929 en los Estados Unidos detonó un proceso de creciente intervención del Estado en la economía. Luego de la Segunda Guerra Mundial, el Estado de bienestar occidental comenzó a ser visto por la derecha como una peligrosa aproximación al modelo económico y político soviético. Por el lado de la teoría económica, el keynesianismo se había consolidado como principal defensor del intervencionismo estatal. La alternativa ofrecida por la nueva derecha fue rescatar y adecuar la metáfora de la “mano invisible del mercado” creada por Adam Smith en el siglo XVIII. El argumento es que, si los mercados son capaces de auto-regularse, no requieren de la intervención del gobierno. Por ello, el Estado debe abstenerse de actuar como agente económico o de establecer cualquier tipo de regulación, tarifa o subsidio que pudiera perturbar su normal funcionamiento. Así, el libre mercado es visto como un lugar donde los vendedores y los compradores llevan a cabo libremente sus transacciones económicas de manera racional, esto es, buscando siempre la mayor ganancia. A pesar de ello, se asume que el libre mercado canalizará, de manera automática, el afán de lucro individual hacia objetivos socialmente beneficiosos. Por ello, la liberalización del comercio debe ser promovida por todos los medios. Las repercusiones teóricas de la economía neoclásica en el campo de la ciencia política son muchas. En primer lugar, el laissez-faire obligó a redefinir radicalmente el papel del Estado. De acuerdo con Friedman (1962), el gobierno es “esencial” ya que le corresponde establecer las “reglas del juego” y fungir como un “árbitro” encargado de interpretar y hacer cumplir esas reglas. Lo que le corresponde al mercado es “reducir significativamente el rango de asuntos que deben ser definidos a través de medios políticos, y por tanto minimizar el campo de acción del gobierno para participar directamente en el juego” (p. 15). Para la nueva derecha, entonces, el Estado debía replegarse y dejar que la libertad individual y el mercado construyeran una sociedad más dinámica, competitiva y eficiente. El muy acotado papel reconocido al Estado −la institución política por antonomasia− por la nueva derecha fue magnificado al nivel de las demás insti104 Crítica al concepto de racionalidad Según Herbert A. Simon, cuando ingresó a la Universidad de Chicago en 1933 estaba convencido de que las ciencias sociales “necesitaban la misma clase de rigor y los mismos fundamentos matemáticos que habían hecho a las ciencias ‘duras’ tan brillantemente exitosas”, así que se reparó para ser “un científico social matemático”. Al finalizar sus estudios de doctorado en 1943, el estudio descriptivo de la toma de decisiones administrativas se había convertido en su principal interés académico. Muy pronto, el deseo de aplicar su “conocimiento científico de las organizaciones” y de utilizar su “experiencia práctica” para generar nuevas ideas llevó a Simon a cuestionar de raíz el concepto de racionalidad en que descansaba la teoría de la elección racional (Simon, 1992). Desde la perspectiva de la economía neoliberal, la toma de decisiones individual es la base del análisis microeconómico. En su versión clásica, la elección racional es entendida como un proceso que asume que los individuos son capaces de: a) identificar todas las alternativas o cursos de acción disponibles para alcanzar un fin; b) conocer todas las consecuencias futuras que tendría la adopción de cada una de esas alternativas o cursos de acción; c) evaluar todos los componentes de los grupos de consecuencias para cada alternativa o curso de acción de acuerdo con alguna función de utilidad preestablecida; y, (d) seleccionar entre todas las alternativas o cursos de acción identificados, el que maximice dicha función. Este modelo de racionalidad ilimitada o perfecta 105 MULTIDISCIPLINA 20 tuciones. La teoría de la elección racional simplemente las marginó del análisis al considerar que los contextos institucionales no tenían ningún impacto sobre el ejercicio de la racionalidad de los actores. Para la misma teoría tampoco eran irrelevantes la historia y la cultura. En el libre mercado lo que tiene lugar es una “coordinación sin coerción”, esto es, sin perturbaciones que pudieran afectar el proceso racional de toma de decisiones. Especialmente durante los años ochenta y noventa, el desinterés por las instituciones políticas dio paso a una actitud anti-institucional con la llegada de la nueva derecha y el neoliberalismo al poder en los Estados Unidos y en el Reino Unido. Sin embargo, como normalmente ocurre en la evolución de toda corriente de pensamiento, el paradigma racional comenzó a ser puesto en tela de juicio casi desde su nacimiento y ello acaeció dentro de la misma disciplina donde se había desarrollado: la economía. Ciencias Socioeconómicas LA REVOLUCIÓN RACIONAL Y LA CONTRARREVOLUCIÓN INSTITucional Eduardo Torres Espinosa también asume que el sujeto decisor dispone del tiempo y la información necesarios para llegar exitosamente al final del proceso. En su libro Administrative Behavior (1947), Simon argumentó que este modelo omnisciente de racionalidad no existe ni puede existir. En el mundo real de las organizaciones sólo muy pocas alternativas o cursos de acción (behavior alternatives) son consideradas en la toma de decisiones. Segundo, el conocimiento de las consecuencias que seguirían a cada alternativa o curso de acción es siempre incompleto o fragmentario. Tercero, la valuación de dichas consecuencias tiene que ser predicha y tal predicción dependerá, entre otras cosas, de la “imaginación” (pp. 80-81). En suma, el modelo de racionalidad limitada (bounded rationality) propuesto por Simon sostiene que la racionalidad de los individuos está acotada por la escasa información de que disponen, por su limitada capacidad cognitiva para procesarla, así como por la cantidad finita de tiempo de que disponen para tomar la decisión (Barros, 2010, pp. 457-459). Las críticas al concepto de racionalidad se intensificaron a partir de finales de los años ochenta, especialmente en el campo de la teoría de organizaciones. La idea de Simon de que “si la racionalidad humana no tuviera límites, la teoría administrativa sería estéril” (1947, p. 240), lo llevó a continuar identificando y explorando nuevos factores que limitaban en la práctica esa racionalidad. En el libro Organizations publicado en 1958, Simon y James G. March se propusieron analizar los efectos de la departamentalización de las organizaciones y de la asignación de objetivos específicos a cada una de sus subunidades Según el trabajo, las decisiones de las sub-unidades tendían a ignorar los objetivos de las otras instancias, incluido el de la organización misma, cuando dejaban de ser un “foco de atención” (p. 152). En 1962, Buchanan y Tullock −ambos doctores en economía por la Universidad de Chicago− publicaron The Calculus of Consent. La mayor contribución de este libro fue su alejamiento de las teorías convencionales de la filosofía política en el análisis de los problemas políticos básicos en las democracias liberales. Cabe enfatizar que a pesar de su advertencia de que su “teoría de acción colectiva” se alejaría también de la economía, los autores abordaron las instituciones políticas de la misma manera que los economistas estudian el mercado y sus mecanismos auto-regulatorios; como en el caso de la teoría clásica de la elección racional, parten del individuo como el principal actor en los procesos que buscan, en este caso, alcanzar eficientemente sus objetivos sean estos “egoístas o altruistas” (p. 3). 106 107 MULTIDISCIPLINA 20 El objetivo del Buchanan y Tullock no era averiguar lo que “el Estado o un Estado realmente es”, sino cómo qué “debe ser” (p. 3, el énfasis es de los autores). Consideran al gobierno como una empresa cooperativa por medio de la cual un conjunto de individuos con diferentes preferencias buscan alcanzar sus objetivos. Como en la filosofía política clásica, la preocupación central de los autores era el “buen gobierno”. Para lograrlo, su propuesta fue llevar a la ciencia política las sofisticadas herramientas cuantitativas empleadas por la economía neoliberal; sin duda, la utilización de la naciente “teoría de equipos” (theory of teams) o teoría de juegos en el análisis político resultó ser la principal innovación metodológica del libro que se comenta. Esta técnica había sido muy poco utilizada en la economía y desconocida en la ciencia política (p. 10). A pesar del enfoque económico de su modelo, Buchanan y Tullock se apoyaron fuertemente en la doctrina del contrato social como origen del Estado para “derivar una lógica de acción colectiva del análisis de la elección individual” (p. 319). Asimismo, los autores tomaron muy en cuenta el trabajo de Arthur Bentley sobre el gobierno y su relación con los grupos de interés (p. 10). Este novedoso enfoque ecléctico de la política sentó las bases de lo que se conocería como teoría de la elección pública (public choice theory), la cual agregó el modelo jeffersoniano de administración democrática al análisis e intensificó la utilización de metodologías “duras” (Dunleavy y O’Leary, 1987, p. 75). Entre ellas destacan los modelos matemáticos orientados a explorar los efectos de la incertidumbre y el riesgo en la toma de decisiones y la teoría de juegos (Ordeshook, 1986). El alejamiento del concepto de racionalidad por parte de la teoría de la elección pública tiene como una de sus principales fuentes el empleo de la teoría de juegos. Esta teoría llevó a la teoría económica algunas novedosas ideas para explicar el asunto de la racionalidad en el comportamiento de un individuo frente a uno o más individuos en una situación de competencia y de búsqueda de coaliciones. Una de esas ideas es que en el caso de decisiones basadas en la probabilidad no se puede desprender que la decisión haya sido tomada buscando maximizar una función de utilidad. Según Simon, la principal contribución de la teoría de juegos “ha sido demostrar con bastante claridad que es prácticamente imposible definir un criterio univoco de racionalidad para esta clase de situaciones (o, lo que es lo mismo, una definición definitiva de la ‘solución’ de un juego) (1978, p. 360). A pesar de todo lo anterior, los principales avances hacia la construcción de una ciencia política independiente de la economía continuarían dándose en Ciencias Socioeconómicas LA REVOLUCIÓN RACIONAL Y LA CONTRARREVOLUCIÓN INSTITucional Eduardo Torres Espinosa el campo de la teoría de las organizaciones. James G. March jugaría un papel muy relevante en el proceso. Como ya se indicó, a finales de los años cincuenta Simon y March publicaron su libro Organizations en donde llaman la atención sobre los efectos de la escasez de tiempo sobre la toma de decisiones y la evaluación de resultados dentro de las organizaciones. Desde su perspectiva, la atención de las instancias superiores tiende a concentrarse en la subunidades con desempeño no satisfactorio a juicio de dichas instancias. Este argumento es ampliado y refinado por March y Cyert en su libro A Behavioral Theory of the Firm (Cyert y March, 1963). En su seminal libro Essence of decision (1971), Allison analiza la decisión soviética de instalar misiles en Cuba así como la respuesta de los Estados Unidos desde “tres lentes conceptuales” o modelos de toma de decisiones. Estos modelos son: el racional, el organizacional y el de política gubernamental. Su principal conclusión es que la mejor explicación de lo ocurrido la brinda el tercer modelo, el cual asume que la toma de decisiones públicas es “resultado de varios juegos de negociación” más que de actores racionales. Más concretamente, las decisiones son producto de “procedimientos de operación” y de actividad política burocráticamente moldeada. La mayor contribución del trabajo de Allison es identificar una de las principales limitaciones de la teoría de la elección racional, a saber, su tendencia a “racionalizar” las decisiones después de que son tomadas (Hay, 2002, p. 9, Tabla 1.1). Casi al mismo tiempo, Cohen, March y Olsen (1972) propusieron su conocido modelo de botes de basura (garbage can model). Este modelo intenta explicar la toma de decisiones dentro de lo que sus autores llaman anarquías organizadas (organized anarchies). Las características de este tipo de organizaciones son que existe “una variedad de preferencias [individuales] inconsistentes y mal definidas” y que los objetivos de los sujetos decisores son ambiguos o incluso desconocidos. Según el modelo las decisiones se toman conforme a procedimientos de ensayo y error, del aprendizaje de experiencias pasadas y de “invenciones pragmáticas”. Cada problema-solución es almacenado como “basura” por los participantes en diferentes botes para su posible uso futuro. De esta manera, el modelo presta atención especial a la manera en que “el significado de una elección cambia con paso del tiempo” (pp. 1-2). El modelo de botes de basura puso en tela de juicio el supuesto racional de que las preferencias individuales son estables, consistentes, precisas y exógenas al proceso de decisión (Ordeshook, 1986). Cohen, March y Olsen argumentaron plausiblemente que en la práctica las preferencias cambian 108 El nuevo institucionalismo En 1984, March y Olsen publicaron en la prestigiosa revista The American Political Science Review, un artículo que tendría grandes repercusiones en el ámbito de la ciencia política. En primer lugar, los autores elaboran una crítica bien estructurada de las teorías políticas más influyentes en ese momento, estas teorías incluían al conductismo, pero sobre todo a la teoría de la elección racional. En el fondo, dicha crítica iba dirigida a la muy poca atención concedida por dichas teorías a las instituciones políticas tradicionales. En segundo lugar, esbozan lo que llaman “nuevo institucionalismo”, como un “argumento” que intenta llamar la atención sobre el creciente interés académico en lo institucional. Por ello, este seminal artículo puede ser considerado como el certificado de nacimiento de un nuevo enfoque teórico en la ciencia política. Para March y Olsen, aunque sin abandonar del todo el tema de las instituciones, las teorías políticas desde alrededor de 1950 ofrecían una deficiente y limitada visión de lo institucional, la cual se caracterizaba por ser: (a) contextual, inclinada a ver la política como una parte integrante de la sociedad…; (b) reduccionista, inclinada a ver los fenómenos políticos como consecuencias agregadas de la conducta individual…; (c) utilitaria, inclinada a ver la acción como producto de auto-interés calculado…; (d) funcionalista, inclinada a ver la historia como un mecanismo eficiente para alcanzar equilibrios apropiados únicos…; y, (e) instrumentalista, inclinada a definir 109 MULTIDISCIPLINA 20 con el paso del tiempo, y pueden resultar ambiguas e inclusive inconsistentes. Para March y Olsen, la ambigüedad en la toma de decisiones fue el siguiente tema de interés (March y Olsen, 1975; March, 1978); estos académicos, como muchos otros, habían pasado de ser fieles defensores del paradigma racional a ser partidarios del modelo de racionalidad limitada de Simon, para desde ahí convertirse en críticos radicales de la teoría de la elección racional. En este proceso, la atención pasó del individuo a los contextos organizacionales y demás factores que limitaban su capacidad real de tomar decisiones racionales. Los avances anteriores fueron poco a poco trasladados al campo de ciencia política. Los actores políticos tampoco podían ser considerados como racionales. Tal como ocurría en el ámbito organizacional, los contextos institucionales eran responsables de moldear la conducta de los actores y de influir en su toma de decisiones. Las instituciones habían sido “redescubiertas”. Ciencias Socioeconómicas LA REVOLUCIÓN RACIONAL Y LA CONTRARREVOLUCIÓN INSTITucional Eduardo Torres Espinosa la toma de decisiones y la asignación de recursos como las preocupaciones centrales de la vida política… (p. 735). Con el propósito de subsanar esas deficiencias y limitaciones, March y Olsen señalan que recientemente “un nuevo institucionalismo ha aparecido en la ciencia política” y agregan que, si bien este enfoque “está lejos de ser coherente o consistente” no puede ser “enteramente ignorado” (p. 734). La utilización de la palabra “nuevo” reconoce la existencia de un “viejo institucionalismo” pero no se trata de conceptos “idénticos” (p. 738). Según los autores, el nuevo institucionalismo que plantean “no es una teoría ni la crítica coherente de una”, es “simplemente un argumento de que la organización de la vida política hace la diferencia”, “un prejuicio empíricamente basado” (p. 747). El nuevo institucionalismo (o NI como lo llamaremos a partir de este momento) busca “des-enfatizar” tres ideas características de los enfoques no institucionales de la política. La primera de ellas es la subordinación de la política a lo que ocurre en el ámbito de lo social. En respuesta, el NI −sin negar la relevancia de “los contextos sociales de la política y los motivos de los actores individuales”− reconoce a las instituciones políticas un papel más autónomo y activo en la vida social. Las instituciones son conjuntos de “procedimientos operativos estandarizados y estructuras que definen y defienden intereses”, por lo que deben ser consideradas como “actores políticos por su propio derecho” (p. 738). La segunda idea tiene que ver con la suposición de que las interacciones entre los componentes del sistema político son simples, sin complicaciones y, por tanto, fáciles de entender. En respuesta, el NI recuerda que la evidencia empírica exhibe una y otra vez la complejidad institucional de los sistemas políticos. La tercera -y última- idea se relaciona con la vieja “concepción de la política como toma de decisiones”, la cual considera a la acción en función de sus resultados. A lo anterior, el NI responde con otra vieja concepción: “la política crea y confirma interpretaciones de la vida”, soportada con evidencia empírica. (pp. 740-741). En general, el NI enfatiza el papel de las instituciones. Unos meses más tarde, Evans, Reuschemeyer y Skocpol (1985) publicaron el ya clásico libro colectivo Bringing the State Back In. Al tiempo de llamar la atención sobre un significativo resurgimiento de interés académico por el Estado, dichos académicos invitaron a sus colegas a reconsiderar el papel del Estado como un factor potencialmente importante en la vida social y económica y ofrecieron algunos ejemplos prácticos que así lo demuestran. Según Skocpol 110 111 MULTIDISCIPLINA 20 (1985), el traer al Estado de nuevo al debate político constituía un desafío para las teorías centradas en la sociedad, dominantes en la ciencia política y en la sociología norteamericanas durante los años cincuentas y sesentas. Para el pluralismo y el funcionalismo estructural, el Estado se convirtió en “un concepto pasado de moda”, una noción ligada a “empolvados estudios jurídicos formalistas” (p. 4). En su formulación más general, el pluralismo concibe al Estado no como un ente real sino como una arena “neutral” donde los individuos y grupos compiten o se alían para acceder al poder o para influir la dirección de las políticas públicas. El gobierno tampoco fue considerado “seriamente como un actor independiente”. No obstante, la acumulación de evidencia mostrando que con frecuencia los gobiernos o sus agencias toman decisiones más allá de las demandas sociales o electorales, o aun en contra de grupos sociales poderosos puede ayudar a explicar que se pusiera de moda hablar de los Estados como actores institucionales capaces de moldear la vida social. Así, los científicos sociales estuvieron dispuestos a “ofrecer explicaciones de lo social a través de teorías centradas en el Estado”. (pp. 4 y 7). Cabe señalar que el interés por el Estado llegó hasta el ámbito del derecho constitucional. Esta importante rama del derecho tiene como objetivo formalizar y legitimar la existencia del Estado, además de regular su organización y funcionamiento. En su libro Instituciones Políticas y Derecho Constitucional, Duverger (1984) precisó en la introducción que son muchos los libros con el nombre Derecho Constitucional e Instituciones Políticas para luego aclarar que la decisión de invertir el orden de los conceptos en el título del suyo está lejos de ser arbitraria. En esta forma, Duverger llamó la atención sobre el relevante papel que juegan las instituciones políticas en la vida jurídica. Con frecuencia, los juristas olvidan que los poderes públicos, destacadamente las legislaturas, son los únicos facultados para producir derecho. Por su parte, March y Olsen (1989) ampliaron y fortalecieron su primera versión del NI en el libro Rediscovering Institutions. La obra aborda tres grandes asuntos: la estabilidad institucional, el cambio institucional y el papel de las instituciones políticas en los gobiernos democráticos. Su argumento se apoya de dos conceptos clave: institución política y lógica de lo apropiado (logic of appropriateness). Aunque se ofrecen varias nociones del primero de ellos, queda más o menos claro que para los autores las “instituciones políticas son conjuntos de reglas y rutinas interconectadas que definen las acciones correctas en términos de relaciones entre roles y situaciones” (p. 160). Conviene señalar Ciencias Socioeconómicas LA REVOLUCIÓN RACIONAL Y LA CONTRARREVOLUCIÓN INSTITucional Eduardo Torres Espinosa que esta noción representa un alejamiento del “viejo” institucionalismo, para el cual las instituciones eran estructuras tangibles antes que reglas o rutinas. Los conjuntos de reglas, rutinas y procedimientos operativos estandarizados tienen el efecto de institucionalizar la acción individual en “un mundo interactivo que podría, de otra manera, parecer bastante caótico” (p. 53). Con el paso del tiempo, el reiterado acatamiento de dichas pautas de conducta acaba también por institucionalizar valores y creencias, generándose una cultura institucional y con ella una cierta manera de ver la realidad y de conducirse frente a ella. De esta manera, los miembros de toda institución son socializados y aleccionados acerca de las reglas y obligaciones asignadas a los roles que le corresponde jugar dentro de ella. En suma, dicha cultura constituye “el marco de referencia a partir del cual los individuos y organizaciones deciden la relevancia de un evento o encuentran el significado de una acción” (Vergara, 1997, pp. 24-25). En otras palabras, la cultura institucional prescribe conductas consideradas apropiadas para cada individuo en función de su rol y para una determinada situación. Cuando un individuo se ve ante una situación nueva tratará de asociarla con una situación para la cual ya existan reglas. March y Olsen (1989) llaman a este proceso lógica de lo apropiado. En una lógica de lo apropiado una persona cuerda no está “en contacto con la realidad” como supone el paradigma racional, sino “en contacto con la identidad”. Su conducta es provocada por la “necesidad” de cumplir con las obligaciones asignadas a su rol en una situación determinada, no por el intento deliberado de “hacer que los resultados satisfagan los deseos subjetivos” como sostiene la teoría de decisiones clásica (pp. 160-161). Para March y Olsen, las instituciones son la principal fuente de estabilidad para los sistemas políticos y lo son porque la actividad política no es caótica, está organizada alrededor de una determinada lógica de lo apropiado. Esta última provee tanto el marco axiológico como las reglas a los que debe someterse la acción de los participantes. Su institucionalización asegura que los actores reconozcan y ajusten su conducta a las “reglas del juego” político existentes. De esta manera, “las instituciones políticas aseguran orden, estabilidad y predictibilidad, por un lado, y flexibilidad y adaptabilidad, por el otro” (p. 160). Las “presiones ambientales” producen una serie de acciones y reacciones al interior de las instituciones. Su adaptación a las nuevas condiciones ambientales las obliga a ajustar su lógica de lo apropiado y a redefinir sus objetivos, “los cambios estructurales arbitrarios” son por lo general resistidos (pp. 54-58). 112 ¿Hacia el fin del paradigma racional? A partir del decenio de los noventa, el NI ha avanzado a pasos agigantados en el campo de la ciencia política. El avance ha sido en términos teóricos, metodológicos, conceptuales y, sobre todo, empíricos. Sin duda, el Estado fue la institución más beneficiada. Los enfoques institucionales se ocuparon lo mismo de las viejas democracias neoliberales como de los países con procesos acelerados de industrialización y desarrollo, así como de aquellos que aspiran a serlo. No hubo prácticamente institución política, arreglo institucional o problema político, a escala nacional o supranacional, que escapara al escrutinio de los nuevos institucionalistas, lo anterior llevó a Pierson y Skocpol a afirmar: “Todos somos institucionalistas ahora” (2002, p. 706). Peters (2003), un participante en el proceso, explica lo ocurrido de la siguiente manera: Me formé en una época en que <<institución>> era más bien una mala palabra. Todos sabíamos que había instituciones, pero nadie quería hablar de ellas seriamente porque representaban el pasado de nuestra disciplina, no su 113 MULTIDISCIPLINA 20 Lo anterior “da lugar a una constante tensión entre institución y ambiente, y obliga a un continuo proceso de adaptación” (Vergara, 1997, p. 28). Según los mismos autores, en los sistemas políticos democráticos pueden identificarse dos tipos de procesos: los agregativos y los integrativos (p. 118). Los primeros reconocen la pluralidad de las preferencias de los individuos y grupos y buscan armonizar sus intereses, así como facilitar sus intercambios. A diferencia de los procesos integrativos, implican la generación de una lógica de lo apropiado orientada a lograr la cohesión social y, al hacerlo, provocan el surgimiento de preferencias compartidas. Esta diferenciación es importante porque permite evaluar a las instituciones políticas por su contribución a la integración de la sociedad o por su contribución a la agregación de intereses. En las democracias occidentales ha habido una tendencia a “crear instituciones más agregativas y reducir las diferencias entre ellas” (p. 135). Como puede verse en el Cuadro 2, la teoría de la elección racional se mantuvo durante las últimas dos décadas del siglo pasado como la teoría política dominante; sin embargo, el mismo Cuadro sugiere que la importancia del NI va en aumento. Ello nos permite plantear la pregunta con la que inicia la última sección de este artículo. Ciencias Socioeconómicas LA REVOLUCIÓN RACIONAL Y LA CONTRARREVOLUCIÓN INSTITucional Eduardo Torres Espinosa futuro. Yo seguí trabajando en mi campo y después de más de 25 años tuve que reconocer que teníamos que hablar de las instituciones (p. 9). No sin resistencia, el NI llegó a la economía neoliberal, cuna y bastión de la teoría de la elección racional. Una muy débil corriente llamada “economía institucional”, representada entre otros por North (1978) y Boland (1979), se vio notablemente fortalecida luego de que el primero publicara su libro Institutions, Institutional Change and Economic Performance en 1990. Para North, “las instituciones son reglas del juego en una sociedad o, más formalmente, son las restricciones ideadas por el hombre que moldean las interacciones humanas. Por lo tanto, estructuran incentivos en los intercambios humanos, sean estos políticos, sociales o económicos” (1990, p. 3). En 1993, North y Fogel recibieron el premio Nobel de economía por sus contribuciones a la investigación sobre cambio económico e institucional. En 2004, Giovanni Sartori hizo una demoledora crítica de lo que denomina ciencia política estadounidense, de la cual se considera uno de sus fundadores. Hasta mediados del siglo pasado, el concepto de “ciencia política” hacía referencia a “una disciplina cautiva, dominada, en gran medida, por los enfoques jurídicos e históricos”. Así, un grupo de “jóvenes turcos”, dice Sartori, nos dimos a la ambiciosa tarea de construir una verdadera ciencia política. Su modelo fueron las ciencias exactas y, en particular, la economía. Cincuenta años después, Sartori afirma que ese modelo fue “inapropiado”. En su opinión, “los economistas tienen una tarea más fácil” ya que el comportamiento económico se apega a un solo criterio, la maximización de utilidad, mientras que los actores políticos exhiben “una variedad de motivaciones” (pp. 349-350). Para Sartori, la ciencia política dominante ha fracasado “en establecer su propia identidad” al no haber desarrollado una “metodología propia”. De manera equivocada buscó su identidad en ser “anti institucional”, “progresivamente tan cuantitativa y estadística como fuera posible” y proclive a la “investigación teórica” en detrimento del “nexo entre teoría y práctica”. Y a continuación fijó su postura frente a esos problemas de la siguiente manera: Mi primera reacción a lo anterior es: i) que la política es una interacción entre el comportamiento y las instituciones (estructuras) y, por lo tanto, ese conductismo ha matado una mosca con una escopeta y, en consecuencia, exageró; ii) que el cuantitativismo, de hecho, nos está llevando a un sendero de falsa precisión o 114 LA REVOLUCIÓN RACIONAL Y LA CONTRARREVOLUCIÓN INSTITucional 115 MULTIDISCIPLINA 20 Parece claro que la crítica de Sartori tenía como principal destinatario la teoría de la elección racional, la “ciencia política” más influyente no sólo en los Estados Unidos sino “en la mayor parte del mundo”. Pero, ¿cuál fue la reacción de esa teoría ante el avance del NI? No tardó mucho tiempo para que el libro Rediscovering Institutions comenzara a ser criticado. Sjöblom (1993), por ejemplo, argumentó que: a) la descripción de los enfoques rivales es engañosa; b) el lenguaje del libro es vago; c) el concepto de institución no es definido adecuadamente; d) no se distingue entre la toma de decisiones importantes de las que no lo son; e) la pretendida relación de intereses e instituciones está afectada por un círculo casi totalitario; y f) la comparación de los procesos agregativos e integrativos es muy difícil de entender por el lenguaje empleado (p. 405). En general, la reacción de los detractores del NI ha provocado “un florecimiento de la bibliografía de la elección racional sobre las instituciones políticas” (Peters, 2003, 71), sustentada en los mismos supuestos y métodos tomados de la economía neoclásica. Por su lado, March y Olsen no han dejado de revisar las bases teóricas y conceptuales de su teoría; esta revisión ha incluido el concepto de institución y el papel de las instituciones políticas en la democracia (1995) y su concepto de lógica de lo apropiado (2005), un concepto fundamental en su NI, y la teoría en su conjunto (2006). Por su lado, Olsen (2008) buscó “reformular” el concepto de cambio institucional, “elaborar” las definiciones de institución e institucionalización, “examinar” las causas institucionales del cambio y la continuidad, así como “explicar en detalle” algunas implicaciones del cambio y el orden democráticos. En conclusión, la situación actual de la ciencia política se ajusta a lo que se conoce como etapa pre-paradigmática, en la cual diversas corrientes “compiten entre sí por el dominio en un cierto campo de investigación” y donde hay muy poco acuerdo sobre “los objetos de estudio” y “las técnicas y procedimientos que deben utilizarse” (Pérez Ranzanz, 1999, p. 29). A pesar de los innegables avances de los enfoques institucionales, una buena parte de la ciencia política mantiene todavía el cordón umbilical con la economía, como en el pasado lo tuvo con la filosofía, la ética, la historia y el derecho. Ciencias Socioeconómicas de irrelevancia precisa, y iii) que al no lograr confrontar la relación entre teoría y práctica hemos creado una ciencia inútil. (Sartori, 2004, p. 351). Eduardo Torres Espinosa Referencias ਈਈ Allison, G. T. (1971). Essence of decision: Explaining the Cuban missile crisis. Boston Little, Brown and Co. ਈਈ Almond, G. A. (1999). 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Realiza sus actividades de investigación en la FES Acatlán, así como sus actividades docentes tanto en la licenciatura como en el posgrado en la misma entidad. Autor de dos libros y de numerosos artículos publicados en revistas arbitradas y en libros colectivos. Miembro del SNI nivel 1 desde 2002. Su principal línea de investigación es Instituciones políticas. 118