○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ JURÍDICAS ○ ○ DES AGRA VIO A “MIN ORÍAS, A CCIÓN DESA GRAVIO “MINORÍAS, ACCIÓN PÚBLIC A DE IN CONS TITUCION ALID AD Y PÚBLICA INC ONSTITUCION TITUCIONALID ALIDAD DEMOCRA CIA DELIBERA TIV A” DEMOCRACIA DELIBERATIV TIVA Recibido: oct. 14 / 06 Aprobado: oct. 19 / 06 MARÍA LUISA RODRÍGUEZ PEÑARANDA* Abogada, Universidad Externado de Colombia. Especialista en Derecho Sustancial y Contencioso-Constitucional, Universidad Javeriana. Postgrado en Teoría Social Moderna, Universidad Pompeu Fabra (España). DEA en Droit Publique, Université de Poitiers (Francia). Doctora (Ph.D.) en Derecho Constitucional, Universidad Pompeu Fabra. Autora del libro Minorías, acción pública de inconstitucionalidad y democracia deliberativa (Universidad Externado de Colombia, 2005), el cual fue reseñado por el Magistrado Jaime Córdoba Triviño en el Vol. 2, No. 2 de esta Revista. Actualmente es docente-investigadora de pregrado y posgrado, Facultad de Derecho, Universidad Externado de Colombia. Magistrada auxiliar, Corte Constitucional. derconstitucional@uexternado.edu.co * 191 María Luisa Rodríguez Peñaranda ○ 192 ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ Desagravio a “Minorías, acción pública de inconstitucionalidad y democracia deliberativa” ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ Es mi interés poder presentar unas pocas líneas a propósito del ensayo de Andrés Palacios Lleras titulado Las paradojas de la democracia deliberativa, del cual tuve conocimiento gracias a Leonardo García Jaramillo, quien amablemente me ofreció este espacio para exponer mi disentimiento. Por supuesto lo más paradójico sería que una defensora de la democracia deliberativa se negase a deliberar, por lo cual brevemente presentaré mis comentarios respecto al artículo en mención. En primer lugar son muchos los reparos metodológicos, en el manejo de fuentes y de autores que encuentro en el texto de Palacios, muchos de ellos ya señalados por el profesor Roberto Gargarella y a los cuales me adhiero. No obstante no deja de ser interesante para mí que la falta de meticulosidad del autor en el tratamiento de las fuentes, haga que grandes y largas discusiones mantenidas desde orillas distintas con Gargarella, de repente y de buenas a primeras, resulten superadas por el menosprecio y prejuicio que Palacios explicita hacia la democracia deliberativa. De hecho el autor del ensayo en cuestión se mueve en una discusión maniquea y forzada en donde los defensores de la democracia deliberativa resultamos ser seres ingenuos, idealistas y hasta patéticos. Frente a los otros –quienes no son muy bien precisados– consientes de la ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ realidad, observadores de todas las variables que mueven los hilos de la democracia, pragmáticos (o carentes de idealismo), de grandes miras (siempre hacia el exterior) y tan seguros de sí mismos que exhalan cierto tufo autoritario. El exagerado énfasis en las carencias de la democracia deliberativa, no hace más que plantear una caricatura grotesca de la misma, y mucho más cuando simplificando al máximo llega a plantear una oposición entre deliberación y democracia –los defensores de la democracia deliberativa no somos demócratas somos deliberativos–, no promovemos el pluralismo sino la homogeneidad, e incluso entremezclamos la democracia deliberativa con la defensa de la justicia constitucional. Este último punto es el que me resultó más desconcertante. Curiosamente en mi libro no realizo una defensa de cualquier modelo de justicia constitucional –efectivamente critico fuertemente el modelo español– y mucho menos encuentro una identidad entre la democracia deliberativa y la defensa de la justicia constitucional. Al contrario de lo que afirma el autor del ensayo, la mayor parte de los teóricos que avalan a la democracia deliberativa ubican como el mejor espacio para su ejercicio al mismo Parlamento, por lo cual, lejos de lo que él supone, la democracia deliberativa no es, per se, una defensa del activismo judicial. En vez de ello, sus requisitos conforman un baremo que permite establecer el grado de legitimidad en la toma de decisiones Revista Jurídicas. Vol. 3, No. 2, Julio - Diciembre, 2006, págs. 191-195 193 María Luisa Rodríguez Peñaranda ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ por el principal órgano representativo. Es más, una lectura del tronco común bibliográfico de la democracia deliberativa, fácilmente nos lleva a afirmar que ésta corriente no debilita a la democracia representativa, sino que por el contrario, la refuerza. Por lo demás, aún aceptando que algunos autores llegan a admitir a la democracia deliberativa en el espacio de la justicia, generalmente a regañadientes, ellos resultan escépticos a la hora de ubicar un mecanismo que torne viable la misma en sus componentes deliberativos y participativos. Aspecto que, desde mi punto de vista, la acción pública de inconstitucionalidad satisface con fuertes ventajas frente a otros mecanismos de control a la Constitución. No obstante, la confusión de Palacios respecto a lo que defiendo le hace ver paradojas sólo posibles gracias a sus mismos desatinos en el tratamiento de mi trabajo. Así, Palacios en su afán por ahondar en las carencias de la democracia deliberativa, y con ello de la justicia constitucional, obvia lo que para mí es lo más importante, pues no se trata de atribuirle a la justicia constitucional el “mito de la deliberación” sino de contar con: i) herramientas jurídicas que ofrezcan canales ciertos y reales de participación y deliberación ciudadana en el marco de la justicia constitucional, como efectivamente lo ofrece la acción pública de inconstitucionalidad; y ii) 194 ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ mecanismos que nos permitan medir con mayor exactitud –y no con meros códigos binarios de cierto o falso– el grado de legitimidad de la justicia constitucional, como lo permite la democracia deliberativa. Pero esto no acaba aquí. Si bien es cierto que en mi trabajo se afirma que tanto la acción pública como el tribunal encargado de adelantar este proceso satisfacen en buena medida las altas exigencias de la democracia deliberativa, ello no resulta ni extrapolable a todos los formatos de justicia constitucional, ni suficiente, ni definitivo para garantizar que en la decisión final la Corte Constitucional proteja a las minorías. Aquí es donde el escepticismo que predica Gargarella hacia la justicia constitucional, toma su mayor fuerza (aspecto que no entiendo cómo se le pudo escapar a Palacios) pues al contrario de lo que él cree, la legitimidad de la justicia constitucional no se consigue –exclusivamente– con el sólo hecho de que en sus ritualidades se respete la democracia deliberativa. El asunto es que la Corte Constitucional se juega su legitimidad cuando con sus decisiones protege o no a las minorías, y esto no puede afirmarse o negarse apoyados en meras percepciones o prejuicios personales, sino que esto puede ser medible, cuantificable y, en últimas, valorable. El ejercicio de sistematización y análisis de la jurisprudencia de la Corte ○ ○ ○ ○ ○ ○ Desagravio a “Minorías, acción pública de inconstitucionalidad y democracia deliberativa” ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ Constitucional en la protección de las minorías, apunta a esa dirección: corroborar la vigorosidad de la justicia constitucional en la protección de los grupos o colectivos con desventajas socioeconómicas y escaso poder decisorio. Así las cosas Palacios se equivoca cuando me atribuye una defensa a ciegas de la justicia constitucional, de hecho ni siquiera contando con un órgano que satisfaga a plenitud los requisitos de la democracia deliberativa basta para ganar una legitimidad extensa de la misma, y justamente porque considero que los jueces constitucionales no gozan de una legitimidad concluyente, sino que ella se construye día a día con las decisiones que toman y la consideración y respeto que con sus fallos le proporcionen a los ciudadanos intervinientes en el proceso de acción pública, es que es posible desde la ciudadanía ejercer una vigilancia a sus decisiones. Adicionalmente cabe señalar que dentro de los argumentos que ofrezco y que Palacios cita en su artículo como ejemplo de la paradoja que represento –sobre porque los jueces constitucionales pueden estar mejor situados para deliberar que los congresistas–, distingo entre las ventajas relacionadas con la estructura de un órgano colegiado que decide regido por las ritualidades propias de los procesos judiciales, a los que se les ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ ○ exige imparcialidad, que avocan el conocimiento de un asunto por solicitud de un ciudadano, con restricciones de tiempo, etc.; de las relativas al momento en que se realiza el control, como es que su deliberación se hace sobre un asunto que previamente ya ha contado con una deliberación en el Congreso. De esta forma, las ventajas comparativas de los tribunales constitucionales no se encuentran cifradas únicamente en su integración e incluso en su estructura, procedimientos y andamiaje, sino además en la oportunidad de su intervención. Por último quisiera enfatizar que defiendo la acción pública de inconstitucionalidad porque tal mecanismo se inicia por solicitud ciudadana y en él pueden participar quienes a bien lo consideren, porque satisface los más altos presupuestos deliberativos y porque la agenda de la Corte Constitucional se encuentra limitada a lo que los ciudadanos le planteen. Pero además valoro esta institución por su origen republicano y por los servicios que presta a la estabilidad democrática como control político del régimen presidencial, atado, inescindiblemente, a la vigilancia de un ciudadano comprometido con la defensa de la Constitución. Lo paradójico es que estos aspectos, irrelevantes para Palacios, ya sea por su explícito desprecio a la democracia deliberativa o por su implícito rechazo al ciudadano medio, conforman el punto central de mi trabajo. Revista Jurídicas. Vol. 3, No. 2, Julio - Diciembre, 2006, págs. 191-195 195