Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit I UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE NAYARIT UNIDAD ACADÉMICA DE FILOSOFÍA Filosofía Latinoamericana Influencias Europeas Antología III Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit II ÍNDICE Escolástica El Siglo de Oro, Alain Guy……….……...………………………………………………………………………...………………………………………..…p. 1 Finales del siglo XVII y siglo XVIII, Alain Guy ………...……………………………………...………………………………………………..………....p. 18 Ojeada General, Frederick Copleston………………………..………………………………………………………..…………………………………...p. 23 Francisco Suárez, Frederick Copleston………………………..………………………………………………………..………………………………....p. 29 Ilustración Francesa La Ilustración, Giovanni Reale y Dario Antisieri...………….........…………………………………………………………………..………………...…p. 57 La Ilustración Francesa, Giovanni Reale y Dario Antisieri...………….........……………………………………..………………..………………...…p. 71 La Ilustración Francesa, Frederick Copleston...……………………...........……………………………………..………………..………………...…p. 104 Los Tradicionalistas, Frederick Copleston...……………………...........……………………………………..………………..…………………….…p. 135 La Filosofía Social en Francia, Frederick Copleston...…………....……………………………………..………………..…………..…………….…p. 144 Pensamiento del Siglo XIX El Positivismo, Giovanni Reale y Dario Antisieri...………….........…………………………………………………………………..……………...…p. 156 Augusto Comte, Frederick Copleston...…………….………………...........……………………………………..………………..………………...…p. 175 Herbert Spencer, Frederick Copleston……………..………………...........……………………………………..…………………..………………....p. 188 Jeremy Bentham, Frederick Copleston...…………….……….………...........……………………………………..………………..……………....…p. 201 John Stuart Mill, Frederick Copleston...…………….……….………...........……………………………………..………………..……………......…p. 209 Pensamiento del Siglo XX El Pragmatismo, Giovanni Reale y Dario Antisieri...………….........…………………………………………………………………..…………….…p. 232 Charles Sanders Peirce, Frederick Copleston...……….….……….………...........……………………………………..………………..…………....p. 246 William James, Frederick Copleston...……….….………………….………...........……………………………………..………………..…………....p. 260 John Dewey, Frederick Copleston...……………………….……….………...........……………………………………..………………..…………....p. 268 Henri Bergson, Frederick Copleston...……………………….…….………...........………….…………………………..………………..…………....p. 283 El Siglo XX, José Ortega y Gaset, Alain Guy……….………………………….……………………………...……………………………………..…p. 302 Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit III Ortega, Filósofo de Nuestro Tiempo, Paulino Garragorri………….………………………….……………...……………………………………..…p. 309 El Siglo XX, Los Trasterrados, Alain Guy……….…………………………..……………………………........……………………………………..…p. 347 El Siglo XX, Xavier Zubiri, Alain Guy……….……………………………..…….……………………………...……………………………………..…p. 355 Zubiri, Un Filósofo Clásico, Paulino Garragorri……………………..………………………….……………...……………………………………..…p. 359 Zubiri y la Filosofía de la Liberación, Héctor Samour…..………….………………………….……………...……………………………………..…p. 382 Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 1 REPERCUSIONES DE CORRIENTES Y PENSADORES ESPAÑOLES EN LATINOAMÉRICA EL SIGLO DE ORO (SIGLO XVI Y PRINCIPIOS DEL XVII) Alain Guy Historia de la Filosofía Española Contrariamente a lo que han afirmado algunos antiguos comentaristas -como Prescott, Klimperer, Ortega y Gasset o Wantock-, el Renacimiento penetró en España tan ampliamente como en otras naciones. Pero éste aquí no tomó casi nunca un matiz antirreligioso; y esto se debió sin duda a los numerosos monjes y prelados que lo acogieron entusiásticamente. No hay que olvidar que Alfonso de Cartagena (1384-1456), un «converso», estudiante de Salamanca, obispo de Burgos, encargado de una misión por el rey Juan II y ápligo del Aretino, fue uno de los primeros en introducir el humanismo en la Península; traductor de Cicerón, Séneca, Quinto Curcio, tuvo como alumnos a Fernán Pérez de Guzmán, distinguido moralista y humanista, al príncipe de Viana, don Carlos de Aragón, heredero de la corte de Navarra, y a tantos otros. Pero, en un principio, los reyes tuvieron aún más parte en esta obra que los eclesiásticos y las universidades, como ya sucedió en el siglo XII. Recordemos que la corte castellana de Juan II (1406-1454) envió numerosas comisiones de estudio a Italia y mantuvo una correspondencia continuada con El Aretino. Recordemos también que Bemat Metge fue secretario del Tesoro real de Martín I de Aragón y que Antoni Canals, cuya Escala de contemplació acaba de restituimos Juan Roig Gironella (Barcelona, Fundación Balmesiana, 1975), fue predicador de la misma corte super erudita. Alfonso V (el Magnánimo) retornó la bandera del humanismo, en un principio italiano. Juan 11 y Fernando el Católico o Isabel la Católica siguieron su ejemplo, aunque quizá más tímidamente... Durante un siglo y medio (el siglo XVI y la primera parte del XVII), el pensamiento hispánico se desarrolló prodigiosamente y hay que afirmar que tanto en filosofía como en literatura, teología, arte y en alta mística, fue este el «Siglo de Oro» de España (¡por cierto tiempo convertida en la Gran España, a través de la anexión de Portugal!). Puede añadirse además que, en este campo de la especulación pura y ético-política, la Hispanidad estuvo entonces a la cabeza del concierto de las naciones más civilizadas. Hauser pronunció la expresión de «preponderancia española». Marcial Solana escribe: «Es el punto culminante de nuestra grandeza filosófica; en él ocupamos, dentro del orden filosófico, el primer puesto, por justo derecho de conquista intelectual ganado en lucha contra los ingenios todos de la tierra, por la ciencia y la sabiduría de los filósofos españoles» […] Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 2 LA FILOSOFÍA CRÍTICA La rebelión contra el magisterio excesivo del aristotelismo y del nominalismo no tardaría en hacerse sentir en España, al igual que en otras partes. Provino sobre todo de los humanistas, aunque se extendió a otros medios. Al parecer, comenzó con Hernando Alonso de Herrera, culminó con Vives y continuó con Fox Morcillo y El Brocense, así como en sus epígonos. Un gran reformador del pensamiento moderno: Juan Luis Vives (1492-1540) 1. Un humanista exiliado voluntariamente […] La protesta más completa y solemne contra el modo tradicional de pensamiento provino de Juan Luis Vives. Nacido en Valencia de una familia judía de conversos que la Inquisición persiguió cruelmente, Vives recibió en su propio lugar natal una educación escolástica rutinaria; muy pronto (1509) marchó a París, para no volver ya más a su patria. Permaneció tres años en la capital francesa, dedicado a la filosofía (sobre todo con los maestros españoles nominalistas), a la retórica, al derecho y a las ciencias, a la vez que se iniciaba en las bellas letras bajo la dirección de Dullaert, cuya biografía escribiría más tarde. Muy unido a los humanistas, dominando con soltura las lenguas clásicas, no tardó en alzarse contra la pedantería y la jerga de los escolásticos de su tiempo, pero sin poner nunca en cuestión el contenido mismo de la Revelación. En 1512, se trasladó a Brujas, donde residían entonces numerosos españoles; allí conoció a la élite intelectual y religiosa flamenca (como Craneveldt y Halewyn) y mantuvo correspondencia con Erasmo, Linacre, Tomás Moro, Guillaume Budé,Damián de Gois, Joáo de Barros, etc. Profesor de la Universidad de Lovaina, donde frecuentó a Adriano de Utrecht (el futuro papa Adriano VI), fue preceptor del joven Guillermo de Croy, obispo de Cambrai y después arzobispo de Toledo, y por medio del cual entró en la corte de Carlos V. Tres años más tarde, recibió de la reina de Inglaterra, Catalina de Aragón, el encargo de educar a su hija, María Tudor. Protegido de Wolsey, obtuvo una cátedra en Oxford, donde su renombre alcanzó su punto álgido. Pero el apoyo que prestó a Catalina de Aragón en contra de Enrique VIlI, que quería repudiarIa, le crearía dificultades y fue encarcelado en Londres; liberado, tuvo que regresar a Brujas donde, por lo demás, se había casado en 1524 con una compatriota valenciana, alumna suya. Allí escribió sus últimas obras, entre ellas su monumental tratado De disciplinis (1531) y sus ilustres Diálogos (Exercitatio linguae latinae). Espíritu enciclopédico y uno de los «triunviros del humanismo» (con Erasmo y Budé), Vives puso el dedo en la llaga de la degeneración escolástica; no propuso un sistema, sino un conjunto de puntos de vista constructivos, con vistas a un eclecticismo por venir, su doctrina pedagógica es célebre; sus ideas sociales prefiguran un cierto socialismo; su pacifismo y sus convicciones democráticas hacen de él un humanista plenamente comprometido, cuyas intuiciones iluminaron todo su siglo, mientras que su crítica serena, pero implacable, despejaba el terreno para las conquistas del progreso. 2. La revuelta contra la Sorbona In pseudo-dialecticos (Sélestat, 1520) abria, por así decido, y a pesar de los antecedentes señalados anteriormente, la campaña contra la decadencia de la Escuela. La ignorancia orgullosa de demasiados maestros es ahí estigmatizada, así como su terminología bárbara, su hermetismo, sus constantes paradojas, su confusionismo, su lucro y, por encima de todo, su tiranía mental. «Casi todo lo que se trata en los silogismos, oposiciones, conjunciones, disyunciones y explicaciones de los enunciados, son puros rompecabezas (quaestiones illae divinandi) que por pasatiempo se proponen las mujerzuelas y los mozuelos ociosos» (Opera, ID, p. 40; Obras, trad. Lorenzo Riber, TI, p. 295). Vives atacó a aquellos sofistas, a menudo compatriotas suyos, titulares de las cátedras parisienses), «¡infecundos ingenios y, a mi parecer, nacidos más para la paja y para las algarrobas que para el grano!» (ibid. p. 58). La causa profunda de todo este desorden es el puesto desorbitante concedido a la dialéctica: se había hecho del medio un fin en sí mismo. «Pues la dialéctica es arte que no se aprende por ella misma, sino para que preste su concurso y sus servicios, como quien dice, a las artes restantes» (loc. cit.; trad. L Riber, p. 308). De este modo, Vives ajusta cuentas con el método de autoridad y demuestra que la obra entera de Aristóteles está llena de errores; así pues, su monopolio es inadmisible. «iSectarios de la Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit verdad, donde quiera que penséis que ésta se encuentra, poneos de su lado!» (Opera, tomo IV, p. 7). Y el maestro valenciano esboza un retrato ideal del perfecto filósofo humanista, es decir, respetuoso de lo real, modesto, imparcial y preocupado por ponerse al servicio del bien público. 3. Una psicología existencial El De anima et vita (1538) revela el mismo ardor combativo en contra de una psicología metafísica y sustancial, que imponía erradamente el aristotelismo reinante. En vez de interminables raciocinios sobre problemas abstractos y a menudo insolubles, ya sea por trascendentes o mal planteados, propone la práctica de la observación introspectiva y objetiva, el estudio de nuestros estados psíquicos, pero sin dogmatizar nunca. Así, Vives multiplicó las observaciones de experiencia directa respecto a la sensación, la memoría, la imaginación, la asociación de ideas, etc. Admite la existencia en nosotros de semillas de la verdad, anticipaciones presentes desde los primeros contactos con el cosmos y que han de desarrollarse en el curso de nuestra existencia; es sabido hasta qué punto sacaron partido de esta idea la escuela escocesa y más tarde la catalana, en la teoría del «sentido común». La original concepción vivesiana del ingenium, «que conoce con exactitud mayor las cualidades y valores de cada cosa» (Opera, 1, p. 2; trad. L Riber, p. 1.216), es de gran interés, y será retornada y precisada por el médico Huarte. En cuanto a la teoría de las pasiones, inspiró a Descartes, tal como ha señalado Genevieve Rodis-Lewis. 4. La reforma de la pedagogía Sobre los principios irmovadores de su psicología, Vives edificó toda una pedagogía, en total ruptura con la de la escolástica. El prefacio al De tradendis disciplinis afirma que el saber no debe reservarse para una minoría de hombres, sino que debe dispensarse a todos. «La verdad es accesible a todos» «patet omnibus veritas», Opera, VI, p. 7; trad. L Riber, p. 342). Foster Watson lo ha señalado muy bien: «lo que hay de verdaderamente democrático en el espíritu de Vives es resultado de su insistencia en destacar que el froto de nuestros estudios es su aplicación al bien común" (Vives y sus doctrinas pedagógicas, p. 65). Incomparable precursor de Montaigne, los profesores de Coimbra, 3 Madame de Maintenon, Madame de Rémusat, de Comenius sobre todo, de Locke, Ascham, Mulcaster, los jesuitas, Fénelon y del propio Rousseau, Vives propuso la utilización de la experiencia y la investigación escolar y proscribió los procedimientos a priori, hasta entonces empleados en las escuelas; lejos de cualquier prejuicio didáctico, insistió en la observación minuciosa y respetuosa de los casos individuales de los alumnos. Además, quiso que se pusiera atención no sólo en los «individuos de élite», sino más bien en la masa y en el término medio de niños. Por último, es el primer pedagogo que reclamó una cuidadosa elección del emplazamiento de los establecimientos de enseñanza. 5. Una política democrática y socializante Preocupado por el compromiso temporal al servicio del pueblo, Vives parte de una concepción muy igualitaria de los hombres. Comentando su máxima «Homo homini par» («el hombre es el igual del hombre»), exclama: «que ningún hombre se encarame encima de ningún hombre, ni le menosprecie, ni le mire con altanería ni se prefiera a otro, puesto que todos fuimos enviados a esta vida por Dios, nuestro padre común, y creados por el mismo derecho» (Opera, IV, p. 60; trad. L Ríber, p. 1200). En sus cartas a los más diversos soberanos de su época. Vives recordaba que los superiores están al servicio de los demás y que deben someterse a las leyes y al bien común. Su teoría de la equidad, del derecho natural y de la escuadra de Lesbos es muy sugerente. En todas partes se encuentra la exigencia de la sanción popular. La organización de la paz le parece a Vives el primer deber de toda sociedad normal. Su De concordia et discordia (Amberes, 1529) traza un cuadro sobrecogedor de las miserias que acarrea la guerra y condena sin concesiones el militarismo y el imperialismo. El filósofo exiliado voluntariamente cree que no hay ninguna guerra justa; el único remedio es la moderación, el ejercicio del perdón y el ágape universal. Desde una perspectiva propiamente social, el De subventione pauperum (Brujas, 1525) merece la atención; aunque los reaccionarios y los pseudoliberales hayan intentado suavizarlo con interpretaciones tendenciosas, es sin duda un tratado audaz y radical, que exige la reforma de estructura de la sociedad. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Nostálgico del comunismo original, Vives lamenta el advenimiento de la propiedad privada, secuela del pecado original. «Finalmente, todo cuanto derramó de su seno ubérrimo Dios, púsolo a la vista en esa gran casa del mundo, no encerrado por vallas ni por puerta alguna, para que de ello participasen indistintamente todos los seres que engendró» («comunia iis quos progenuit», 1, cap. 9; trad. L Ríber, p. 1.379); Vives se escandaliza de la enorme disparidad de las condiciones sociales y critica severamente a los privilegiados. Ante la proliferación de miserables, el remedio no está en la iniciativa privada ni en la limosna, aunque fueran éstas dirigidas por la Iglesia; la solución consiste en organizar el trabajo y proporcionar a todos los parados un trabajo remunerado; así, es indispensable la secularización de la beneficencia, municipalizándola y fundando talleres públicos bajo supervisión. Las ideas socializantes de Vives fueron escuchadas por los flamencos (d. el Reglamento de Ypres), pero los privilegiados protestaron contra él y suscitaron la aparición de obras conservadoras que expresaban el espanto por las medidas de justicia social... 6. El «doctor mellifluus» En definitiva, el mensaje de Vives es irreducible a ningún otro. Sus exigencias críticas le llevaron a situarse siempre a contracorriente, ya se tratara del desarrollo del pensamiento filosófico, de la reestructuración de la enseñanza, de la intransigencia religiosa (era un erasmista), de la crisis social, de las catástrofes bélicas, etc. Sin embargo, no fue un negativista, menos aún un nihilista amargado o neurótico; fue, en efecto, un ferviente cristiano, a quien sus monumentales comentarios de la Ciudad de Dios de san Agustin (Basilea, 1522), su carta a Adriano VI, sus meditaciones sobre los Salmos (Amberes, 1518) sus Excitationes animi in Deum, sus Plegarias y su comentario tan vigoroso del Pater Noster, sitúan en primera fila del espiritualismo español. Al igual que más tarde en Francia Lacordaire, Sangnier o Mounier, intentó purificar la herencia católica de todo lo que la habían desvirtuado en el transcurso de los siglos, a fin de encontrar de nuevo la autenticidad primitiva; y, como todos los campeones del aggiornamento, a menudo fue incomprendido y atacado. Pero su alegato en favor de la modernidad, en el que Platón tendrá su lugar junto a Aristóteles, y del Humanismo triunfador de uno y otro, no tuvo nada de sectario ni de hostil; menos irónico y cortante que 4 Erasmo, no usó nunca la burla ni la generalización apresurada. Fue un hombre discreto; se le llamó el «doctor melifluus» («de palabras de miel»). Sin duda, los afables saben, cuando es necesario, expulsar a los mercaderes del templo; pero en ese caso no deben de confundirse ni con los maníacos ni con los dogmáticos. LOS ARISTOTÉLICOS TRADICIONALISTAS A pesar de las críticas del humanismo crítico, un cierto número de pensadores ibéricos permanecieron aún anclados en su aristotelismo tradicional y estático. De entre ellos, sobresalen dos: Sepúlveda y Ruiz. 1. El conservadurismo rígido: Juan Ginés de Sepúlveda (1490-1573) 1. Un historiógrafo filósofo Nacido en Pozoblanco (cerca de Córdoba), J. G. de Sepúlveda estudió teología y filosofía en Alcalá y en Sigüenza, y después sobre todo en Bolonia, con Pomponazzi. Protegido del conde de Carpi, de Cajetan y de Clemente VII, pronto llegó a capellán y cronista de Carlos V, así como a preceptor del futuro Felipe II. Envuelto en todos los acontecimientos políticos y religiosos de su tiempo, fue consejero de los príncipes más poderosos y ya sólo por esto tuvo un peso en el devenir de la historia... Escolástico en extremo, traductor a un latín muy puro de Aristóteles y de los comentarios a la Metafísica de Alejandro de Afrodisia, este polígrafo asombroso representa el conservadurismo más absoluto en todos los ámbitos y, como muy bien afirmó Henry Méchoulan (Juan Ginés de Sepúlveda, París, Mouton, 1975, p. 119), el «antihumanismo comprometido». Aparte sus trabajos de derecho, historia y teología pura, los curiosos de la filosofía destacan su De fato et libero arbitrio (1527), contra Lutero e incluso contra Erasmo (juzgado demasiado timorato en su defensa de la libertad humana), su De regno (1571), que exalta la autoridad optando por la monarquía hereditaria, y sobre todo sus obras sobre el derecho de guerra (particularmente en las Indias) y sobre la gloria militar. Democrates, sive de convenientia disciplinae militaris cum christiana religione dialogus (Roma, 1523), conocida por Democrates primus; Democrates alter, sive de justis belli causis Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit apud Indos, conocida por Democrates secundus; Apologia pro libro de justis belli causis; Summa quaestionis ad bellum barbaricum; Disputa entre B. de las Casas y J.G. de Sepúlveda; y De appetenda gloria dialogus (1541). 2. La guerra es santa La convicción central del «Tito Livio español» es que el aristotelismo es íntegramente compatible con el cristianismo y que, entre todas las filosofías, es incluso la que le es más cormatural (llegó a pretender incluso que Aristóteles admitía la inmortalidad del alma y a justificar a partir de éste la esclavitud). Contra Erasmo, Valdés y Vives, defiende que la guerra es de derecho natural, es decir que corresponde al derecho eterno instaurado por Dios; no es más contraria al Evangelio que el Decálogo; el estado militar requiere, en su grado más elevado, virtudes ejemplares, como el valor, la magnanimidad, la abnegación; el honor y la gloria, por otra parte, no son malos, con tal de que se orienten hacia la causa justa. Basándose en las tres Éticas, en la Política y en las Constituciones de Aristóteles, a la vez que en la Biblia y en santo Tomás, Sepúlveda atacó vivamente el pacifismo y el irenismo. Cristiano viejo, muy impregnado de la misión providencial de España, mantenía que las naciones más civilizadas tenían derecho a someter por la fuerza a las más atrasadas y, en consecuencia, que la guerra contra los indios es plenamente legítima, contrariamente a lo que afirmaban Las Casas y sus seguidores. 3. La Junta de Valladolid El Democrates alter, que defendía esta tesis belicista, no recibió la autorización para publicarse, después de que las universidades de Alcalá y de Salamanca la condenaran formalmente (1548). Carlos V convocó entonces una junta de clérigos, en 1550, en Valladolid, presidida por Domingo de Soto, para aclarar la discrepancia. Sepúlveda defendió sus posiciones; pero Las Casas replicó punto por punto y, finalmente, no se retiró la prohibición, lo cual es todo un honor para las élites hispánicas de la época, haciendo una autocrítica de su país y del colonialismo en general). 5 Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 6 LA ESCUELA DE SALAMANCA Una renovación progresista de la ontología A los ataques y cuestiones apremiantes de la filosofía crítica, los aristotélicos tradicionalistas no supieron responder más que indignándose y escudándose en su conservadurismo; permanecieron orgullosamente anclados en su estatismo. Por el contrario, la Escuela de Salamanca dará ejemplo de una actitud plenamente abierta respecto a las nuevas tendencias y los justos reproches de Vives y demás filósofos humanistas; ferviente pluralista -hasta el extremo de crear en su seno, como se ha visto antes, cátedras de nominalismo-, actuará no para hacer «estallar» al tomismo, sino para depurarlo, darle nuevos recursos y enriquecerlo, introduciendo sin miedo interpretaciones variadas y aún inéditas, como el suarismo, el neoplatonismo, el agustinismo, el escotismo... Así pues, en la profunda crisis del siglo XVI, la tentativa más notable de renovación provino de la «Roma de Tormes» y, más ampliamente, de los universitarios de la península Ibérica entera, para quien, sin duda, sonaba entonces la hora del destino, si no la de la verdad. Como observa Maurice de Wulf (Histoire de la philosophie médiévale, París, 1936, p. 439), «la restauración teológica y filosófica del siglo XVI tiene su centro en España y en Portugal... La Universidad de Salamanca es su cuna. Las universidades de Alcalá, Sevilla, Valladolid, Coimbra, Evora, siguieron el movimiento». De hecho, estos grandes focos de ciencia y de sabiduría, de sólida base y ferviente celo, verían el resurgir de una magnífica renovación de métodos y doctrinas, Y supieron incorporar armoniosamente a la escolástica (tomista u otra) todo lo que de válido contenía la mentalidad de la época. Pierre Mesnard se ha referido en cierta ocasión al «rectángulo sagrado» que formaban, según él las universidades de Salamanca, Alcalá, Coimbra y Evora, en el camino de la nueva toma de conciencia y de apostolado del pensamiento religioso. Pero, en mi opinión, más que de una restauración -que implicaría una pasiva repetición de las formas del pasado, sin ninguna irmovación o sin horizonte de progreso-, hay que hablar más propiamente de una renovación, una creación, un rejuvenecimiento ab ovo. Es cierto que los pensadores de la ortodoxia católica se aplicaron para encontrar de nuevo el recto hilo de la doctrina, pero tuvieron el constante cuidado de repensarla al aire de los tiempos y, las más de las veces, sin un sectarismo excesivo. Jacques Chevalier escribe, con razón, en su Histoire de la pensée (Paris, 1956, tomo n, pp. 649-650): «Significativamente, este movimiento de renovación, de un alcance incalculable, tuvo como centro dos países cuyo marco político había permitido que las tradiciones medievales se conservaran intactas, pero que, hasta entonces, aunque manifestaban su vitalidad por la aportación de obras y de personalidades profundamente originales, no habían tomado parte de manera predominante en la constitución del patrimonio que recibieron en herencia: España y Portugal. El papel decisivo que jugaron entonces se explica por las condiciones históricas y sociales en que se encontraban y que dieron un nuevo aliento a su propio genio... Ahí, más que en ninguna otra parte, tomó el Renacimiento su verdadero aspecto, que no es el de una ruptura, sino el de una prolongación irmovadora de la Edad Media, y que en los países ibéricos se presentó como su directa emanación y propio acabamiento». De hecho, si bien Salamanca dio incontestablemente el tono a todo este gran movimiento de refundición a radice, importa no olvidar que todos los militantes del cristianismo español (al menos, en aquello que la Iglesia contaba demás esclarecido), cualquiera que fuera su origen geográfico (La Península, América Latina, Flandes y el Franco Condado, el Reino de Nápoles, etc.), colaboraron sin reservas en la obra de promoción -más que de autodefensa- del ontologismo judeocristiano. En este caso, no fue en absoluto un bastión ideológico, asediado por todas partes y haciendo frente con todos los medios disponibles, incluso los más avanzados, sino más bien un mensaje, considerado como el más precioso y salvador entre todos, al que se atribuía un origen divino y de cuyos beneficios insignes se intentaba que participaran todos los hombres -incluidos los heterodoxos-, devolviéndole su esplendor primitivo, a menudo oscurecido por aportaciones extranjeras o caducas. A este respecto, el espíritu salmantino algunas veces místico, pero sobre todo injerto en la razón (una razón que admitía, por añadidura, lo transracional, es decir lo sobrenatural)- se extendió asimismo, en su punto máximo, hasta un cierto número de filósofos que vivían lejos de Salamanca, pero que participaron directamente de su voluntad de reconstrucción serena, de clarificación y de reformismo doctrinal o práctico, e incluso político. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 7 Hay que decir, por último, que la Universidad de Salamanca parecía predestinada a ser el punto de partida y de anclaje de este resurgimiento espiritual, pues constituía, para todas las Españas, el más alto foco del saber. Fundada en 1242, tenía un rico pasado. En el siglo XIV, el papa romano Urbano VI y el francés Clemente VII sometieron a ella sus diferencias durante el Gran Cisma de Occidente. Los reyes de Castilla escogían a sus dignatarios entre sus alumnos o sus maestros. Contaba, en sus cuatro facultades, con más de sesenta cátedras y más de siete mil estudiantes, ochenta librerías, cuarenta colegios. El humanismo, procedente de Italia, la impregnó muy pronto de su aire gracias a Nebrija, al Brocense, a Hernán Núñez, Arias Barbosa, doña Medrano, Hernán Pérez de Oliva, Covarrubias y tantos otros... Es conocido cómo Cervantes, en El licenciado Vidriera, celebró su extraordinaria atracción... A. LOS TOMISTAS La Escuela de Salamanca se desarrolló formando diversas corrientes: tomistas estrictos, suaristas, platonizantes, sin contar los grandes maestros de la alta mística que se formaron allí (desde Juan de los Ángeles, sobre quien Emmanuel Mounier comenzó una tesis doctoral, hasta San Juan de la Cruz). Francisco de Vitoria (1480-1546) Marcial Solana observa muy justamente, en su Historia de la filosofía española en el siglo XVI, 1. 111, cap. 1, p. 87): «Vitoria es el cimiento que da solidez y consistencia al alcázar magnífico de la escolástica española del siglo XVI». Efectivamente, la resurrección inteligente y armoniosa del tomismo se debió a este dominico notable e inauguró toda la floración salmantina. 1. El teólogo del emperador Nacido en Burgos, aunque de origen vasco, Vitoria entró muy joven en la orden de los Hermanos Predicadores, siendo enviado más tarde a Paris para perfeccionar su instrucción. Allí permaneció quince años (1507-1522), primero como estudiante y después como profesor. Fue alumno del nominalista Juan de Celara, pero también de los tomistas Juan Fenario y sobre todo de Pierre Crockaert (también llamado Pedro de Bruselas); frecuentó a los humanistas y especialmente a Lefevre d'Étaples, Vives, Budé y Erasmo. Como dice Luciano Pereña Vicente (La Universidad de Salamanca, forja del pensamiento político español en el siglo XVI, Salamanca, 1954, p. 19); «si de los nominales recogió su espíritu crítico, en la humanitas bebió el espíritu de reforma humana, su dicción clara y transparente, su estilo de humanista consumado». De vuelta a España, fue censor del Colegio San Gregorio de Valladolid y frecuentó la corte imperial de Carlos V, quien residía precisamente a orillas del Pisuerga. En 1526 obtuvo la cátedra de Primo de teología en Salamanca: ahí fue donde dio toda su medida, mostrando muy pronto ser un oráculo de la especulación intelectual y de la moral política. Carlos V le consultaba a menudo. El papa Paulo IV, en 1537, le urgió a que tomara parte del Concilio de Trento, pero Vitoria declinó la invitación, a causa de su deteriorada salud. Amigo de Las Casas, defendió a los indios contra los colonos. Formó a generaciones de estudiantes con las nuevas ideas. Todas sus obras fueron póstumas. 2. La reforma de la teología Al igual que Vives, Vitoria quiso restituir su pureza a la teología original, desembarazándola de controversias ociosas y bizantinas. Predicó el retorno a las fuentes, es decir, a los propios textos de Santo Tomás, más que a sus comentaristas; sustituyó la Suma teológica del «doctor angélico» por el Libro de sentencias de Pedro Lombardo; aconsejó también el estudio de los Padres de la Iglesia y un contacto lo más próximo posible con las Escrituras; a tal fin, recomendó el correcto conocimiento de las lenguas originales en las que fueron escritas: latín, griego, hebreo, etc. Hostil al argumento de autoridad, le repugnaba invocar continuamente el testimonio de Aristóteles y se dedicó a instaurar el método crítico tanto en filosofía bíblica como en metafísica o moral. En sus cursos, proscribió cuidadosamente la oscuridad y la pedantería; practicando un latín sencillo y correcto, de una elegancia precisa, se abstuvo siempre de las cuestiones abstrusas aplicándose en todo momento a problemas de interés inmediato y de plena realidad positiva, tales como la guerra o la colonización. 3. El derecho natural Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Vitoria se mostró más firme y más original aún en el dominio ético-jurídico. Es sabido cómo el luteranismo, al afirmar la corrupción total de la naturaleza humana y en Dios la primacía arbitraria de la voluntad sobre la razón, había arruinado la idea de un derecho natural inmutable, conforme a la razón divina, sin permitir más que la subsistencia del derecho positivo, de factura humana, eminentemente variable; en esta perspectiva, el Estado se convertía en la única fuente de todo derecho e imponía a los súbditos una obediencia sin réplica. A partir de ahí, siguiendo el principio «cujus regio, hujus religio», cualquier gobierno estaba habilitado para dictar sus creencias a sus administrados. De ahí la anarquía internacional y la tiranía en el seno de cada nación. Por el contrario, Vitoria se consagró a arruinar este absolutismo de lo temporal. Contra el nominalismo (de donde había surgido el luteranismo), sostuvo que las ideas no son puras creaciones humanas, sino más bien copias de la norma trascendente. Existe un derecho natural, instaurado por Dios, que no es producto de los contratos humanos, sujetos a mil caprichos. En su Relectio de potestate civili, oponiéndose por adelantado a las teorías roussonianas del contrato social, el filósofo salmantino defendió que la sociedad no es una institución de origen humano, siempre revocable, sino más bien una necesidad de naturaleza, de acuerdo con el bonum commune, e intangible en su principio. Esta sociedad natural aparece en dos niveles: el Estado nacional y la comunidad internacional; el bonum orbis o también el salus totius generis humani es tan inalienable como el salus populi; la comunidad mundial no se confunde, pues, con una «sociedad de naciones» o con una «organización de las naciones unidas» cualquiera, ni aun con la cristiandad o la catolicidad. Esta es la razón de que Vitoria desestimara tanto las pretensiones de los curialistas, partidarios de un poder temporal directo de la Santa Sede que se extendiera a todo el universo, como la de los imperialistas del Sacro Imperio romano-germánico, que querían dominar el mundo entero. El regalismo y la teocracia clerical son rechazados por el célebre dominico. 4. El poder Por una parte, el pueblo es anterior al Estado; por otra, el Estado no tiene un fin puramente económico o utilitario, sino moral, que es el status pacificus, aliviando de la miseria y de la guerra a 8 todos los hombres. Como muy bien ha visto Alois Dempf (Christliche Staats Philosophie in Spanien, Salzburgo, 1937, cap. 2), Vitoria no es en absoluto pesimista: «confía en la razón humana y en su sentido de la responsabilidad; cree en la prevalencia del altruismo y del intercambio social pacífico entre los hombres». La causa final de la potestas es la protección de los ciudadanos y el desarrollo de sus facultades, en vistas a la civilización entera. Su causa eficiente es Dios mismo, que se expresa a través de la razón natural. «En efecto, si admitimos que el poder público está constituido por el derecho natural, como, por otra parte, el derecho natural conoce un solo autor, que es Dios, resulta manifiesto que el poder público procede de Dios y que no está contenido ni en un acuerdo entre los hombres, ni en ningún otro derecho positivo» (De potestate civili, p. 6). La causa material, lo que detenta el disfrute del poder, es la comunidad del Estado, el conjunto de todos los ciudadanos e incluso de todos los hombres; sin embargo, el ejercicio del poder puede delegarse a un grupo de individuos e incluso a una sola persona. Finalmente, la causa formal es el modo concreto en que el poder se encarna; depende más de la técnica política que de la ética; depende del hic et nunc; puede realizarse en una democracia, en una aristocracia o en una monarquía; lo importante es que se respete el principio de san Pablo: «omnis potestas a Deo per populum». 5. La colonización de las Indias La Relectio de Indis, lección solemne pronunciada en 1537 (pero madurada durante cinco años al menos), atrajo a Vitoria muchas enemistades por parte de los armadores, la corte e incluso de algunos teólogos militaristas y conservadores. Es sabido cómo el régimen semi esclavista de la encomienda, so pretexto de «confiar» los indígenas a patrones europeos, encargados de educarles en la fe cristiana a cambio de sus prestaciones de trabajo, condujo de hecho a una explotación escandalosa. Alertado por Montesinos y por Antonio de Córdoba, dos de sus cofrades, el dominico Bartolomé de Las Casas se había consagrado por entero a la defensa de los indios, apoyado por Cisneros, y después por Juan de Selvaggio y por el propio Carlos V; en 1542 escribió una obra estrepitosa, La destrucción de las Indias por los españoles; en 1543 obtuvo las sabias ordenanzas imperiales de Valladolid, en favor de los indios. Vitoria litigó también en favor de los oprimidos Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit de ultramar. Con él, el derecho de gentes llegó a tal cima que Yves de la Briere, Vanderpol, Joseph Folliet, Delos, Nys, Joseph Barthélémy le consideran el precursor indiscutido del derecho internacional. Insistiendo en la interdependencia de las naciones, su De jure belli testimonia y a un sano internacionalismo, que condena la guerra ofensiva y sólo admite, en el límite, la guerra como un medio policiaco destinado a hacer entrar a una nación rebelde en el recto camino. Con este espíritu, Vitoria estudió los títulos dignos de ser invocados por los españoles para justificar su requisa en América. Expone en primer lugar los títulos ilegítimos. La prescripción no puede legitimar la ocupación de tierras extranjeras (a menos que ésta sea verdaderamente inmemorial); los indios no pueden ser desposeídos, pues conservan todos sus derechos naturales, aunque sean salvajes y perversos. Su estado social, menos evolucionado que el de los civilizados, tampoco entraña en estos últimos un título de dominación; antes de la llegada de los europeos, existía un Nuevo Mundo de sociedades auténticas que tenían el perfecto derecho de subsistir. Igualmente, el emperador no es en absoluto el amo del mundo; el papa no posee el poder temporal sobre el universo ni menos aún sobre los paganos... Por añadidura, la barbarie y la violación inconsciente de la ley natural no hacen que los indios pierdan la propiedad de su país. En fin, su negativa a abrazar la cristiandad tampoco puede autorizar a los cristianos a desposeerlos o a dominarlos, y menos aún a exterminarlos o torturarlos. Mucho más, el pecado de infidelidad no puede acarrear como castigo la expoliación y la esclavitud: los sarracenos nunca fueron desposeídos por los cruzados. Los títulos legítimos son únicamente el derecho de libre comunicación (no siendo el universo más que un todo, ninguna nación puede impedir el paso y el comercio de los extranjeros) y el derecho de evangelización (los misioneros deben poder predicar el cristianismo a los indios). El mensaje humanitario de Vitoria tuvo bastante difusión, a pesar de las hipócritas moratorias de los colonos; más tarde, los jesuitas organizaron reducciones en Paraguay, en las que los indios, lejos de toda explotación capitalista, se organizaron al modo colectivista (cf. la hermosa obra de Reinhold Schneider, Así en la tierra como en el cielo). En resumen, Vitoria, que durante muchos años fue la conciencia de España, a la que llegó a convertir, según la 9 expresión de Menéndez Pelayo, en una «democracia frailuna», está en los orígenes del despertar religioso y filosófico de la Península. Ehrle ha llegado a decir. «Salamanca debe principalmente a Vitoria el ocupar, en el siglo XVI, un lugar análogo al que tuvo Paris en la segunda mitad del siglo XIII; fue él quien la transformó en cuna de la nueva escolástica» (Les manuscrits dEs théologiens salmantins a la Bibliotheque du Vatican, 1885). En 1928, fue fundada, por la Sociedad de Naciones, una cátedra de derecho internacional en la Universidad de Salamanca, bajo la advocación de Vitoria. Melchor Cano (1509-1560) Durante ciento veinte años la cátedra de Primo de teología de Salamanca sería perpetuamente ocupada por los dominicos, después de Vitoria. El primero en el tiempo de estos maestros fue Cano, nacido en la Mancha, Castilla, estudiante de Vitoria en San Esteban de Salamanca y en la Universidad, y después en Valladolid, donde no tardaría en enseñar. Profesor en Alcalá, en 1546 fue elegido para la Universidad de Salamanca, luego fue prior y provincial dominico y, finalmente, obispo de Canarias. Sus trabajos son numerosos, entre ellos un Tratado de la victoria sobre sí mismo, las Relecciones sobre los sacramentos, sobre la Suma teológica de santo Tomás, sobre la Epístola de san Pablo a Timoteo, etc. Pero es conocido sobre todo por su De locis theologicis (1563), verdadera lógica de la teología, donde hace una crítica científica de las fuentes del conocimiento religioso católico: la Biblia, la tradición oral, la tradición de la Iglesia, la Patrística, la teología escolástica, la razón natural, la autoridad de los filósofos, la historia. Cano da prueba de un notable sentido crítico y prefiere casi siempre el magisterio de la razón al de la autoridad; esta es la razón de que fuera tan severo con los «alumbrados» que, con el pretexto de superar la razón en beneficio de la fe, caían en un relajamiento moral muy perjudicial. A pesar de su carácter demasiado militantista (¡tenía obsesión por la herejía!), Cano fue un pensador de primer orden, atento vigilante contra el irracionalismo, y muy aplicado a armonizar humanismo y escolástica. Domingo de Soto (1494-1560) Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Nacido en Segovia, el sucesor de Cano, Domingo de Soto, procedía de una humilde familia de jardineros. Estudiante en Alcalá, pronto accedió a París (en el Colegio Santa Bárbara y en el convento de San Jaime). Profesor en Alcalá, poco después fue destinado a Burgos y, más tarde, a Salamanca. A partir de entonces, su renombre no cesó de afirmarse. En 1543, el infante (el futuro Felipe II) asistió a su curso. En 1545, Carlos V lo delegó al Concilio de Trento, donde Soto intervino con frecuencia y brillantez. Árbitro en 1550 entre Las Casas y Sepúlveda, le dio la razón al primero. Por un tiempo confesor de Carlos V, posteriormente se reintegró a Salamanca, fue elegido prior y designado calificador del Santo Oficio, a la vez que Pablo IV y Felipe II recurrían a él para consultarle. Se decía: «¡qui scit Sotum, scit totum!». Hombre bueno, deseaba remediar el pauperismo y se preocupaba por la suerte de los estudiantes menesterosos. Bastante ecléctico, conservó siempre la huella de su estancia parisiense entre los nominalistas, aun cuando criticaba severamente las desviaciones de la dialéctica. Sus obras son enormes y numerosas. Su grueso tratado De natura et gratia (1547), que ofrece la réplica al luteranismo, se aplica a demostrar el libre albedrío; según él éste está coordinado con la acción divina, la cual se acomoda condescendientemente a la acción de las causas segundas, en lugar de ser tiránica. Los comentaríos a la Súmmulas, a la Dialéctica de Aristóteles y a su Física son muy personales; no satisfecho con una exégesis concienzuda, Soto discute por cuenta propia: se observa en particular el poco valor que concede a la distinción real entre esencia y existencia, en lo que a las criaturas concierne. La influencia de Buridán, de Oresme y de Alberto de Sajonia se descubre a cada paso. 10 arquitectura de las leyes, ordenándolas en tres planos: la persona, el poder político y la sociedad universal. De estilo muy claro, Soto hizo que la Escuela de Salamanca accediera a la dikaiosuné y puso en evidencia las limitaciones de cualquier gobierno y el carácter natural y racional de su magisterio, en el marco de las intenciones de Dios. Después de estos tres grandes profesores, la cátedra de Primo pasó a maestros de menor relevancia. En primer lugar estuvo Pedro de Sotomayor, procedente de una familia noble, que entró en los dominicos en Valladolid y enseñó en Salamanca de 1551 a 1564, primero en la cátedra de Vísperas y después en la de Primo (a partir de 1560); se le deben unos comentarios a la «Prima secundae» de la Suma teológica de santo Tomás. Después de él Mancio de Corpus Christi conservó esta cátedra de 1564 a 1577, tras haber enseñado en Sevilla y Alcalá; dotado de un verbo convincente, ejerció una duradera influencia, aunque sus comentaríos a la Suma teológica hayan quedado inéditos. Su sucesor fue Bartolomé de Medina, iniciador del probabilismo; esta concepción, más amplia que el probabiliorismo, admite que entre soluciones morales desigualmente probables (es decir no susceptibles de presentar peligro alguno de pecado), está permitido elegir la menos probable; más tarde, los jesuitas se valieron de su ética comprensiva de la debilidad humana. Este gran teólogo, que entró en San Esteban el mismo año de la muerte de Vitoria, escribió comentarios a la «Prima secundae» de la Suma teológica, otros a su «Tertia pars» e instrucciones a los confesores. Antes de ocupar la cátedra suprema, había enseñado en la de Durando (1575-1577). Domingo Báñez (1528-1604) Pero su obra maestra es el De justitia et jure (casi treinta reediciones en medio siglo), verdadera enciclopedia del derecho natural y del derecho positivo, según el espíritu de santo Tomás, pero también en función del Estagirita, de Cicerón, de Ulpiano y de san Isidoro de Sevilla. Presenta la autoridad como procedente de Dios sólo de manera mediata, pues, por medio del ministerio de la ley natural Dios la transmite directamente a toda la res publica: después, esta última, se limita a delegarla solamente al jefe que ella elige para suplirla -y siempre de manera temporal y revocable-. La metafísica jurídica de Soto fue acogida con interés en toda la Europa pensante; supo descubrir, en efecto, la compleja El relevo de Medina fue tomado por Báñez, figura más destacada, de padre vasco y madre castellana. Con él accedió una nueva generación al magisterio profesoral salmantino repleta de experiencias y de nuevas esperanzas. Estudiante en Salamanca, dominico de San Esteban, pronto fue profesor en Ávila, donde durante seis años fue confesor de santa Teresa de Jesús, a la que salvó en su reforma carmelita en contra de sus detractores y también contra los peligros de la desviación iluminista. Luego fue nombrado en Alcalá y después en Valladolid, consiguiendo en 1578 la cátedra de Durando en Salamanca y, finalmente, en 1580, Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit la de Primo, que conservó hasta su jubilación en 1599. Fue el tomista más estricto que haya habido. Por lo demás, declaró: «He seguido a santo Tomás en todo, porque él mismo siguió siempre la doctrina de los santos Padres» (Commentaria in Secundam secundae, quaestio 24, art. 6). Báñez fue muy abundante y personal. En teología, hay que citar sus comentarios a la Suma de santo Tomás, que las más de las veces siguen a Cayetano, aunque de manera original. Su tratado De fide, spe et charitate es igualmente afamado. En filosofía propiamente dicha, se conoce de él sobre todo las lnstitutiones dialecticae, verdadero manual para los especialistas de metafísica, sus comentarios a la Generación y la Corrupción de Aristóteles y al libro Del alma, y, por último, el tratado De jure et justitia (1594), que compara extensamente el derecho natural y el derecho positivo. El nombre de Báñez evoca también las célebres controversias sobre la gracia y el libre albedrío (De Auxiliis). Contra Molina, Báñez propuso la teoría de la premoción física. Es sabido que todos los autores católicos de la época admitían una distinción entre la gracia suficiente (que, en principio, basta para conferir la salvación, pero que de hecho no la logra) y la gracia eficaz (que conduce realmente a la salvación de quien la recibe). Pero diferían en la determinación de la causa eficiente que hace eficaz la gracia suficiente. Unos, con el jesuita Molina (en su Concordia, 1588), veían una diferencia de grado entre los dos tipos de gracia: la gracia suficiente (o ineficaz) es aquella a la que se somete la voluntad; según esta interpretación, la eficacia de la gracia divina provendría del asentimiento que le da el hombre al que le es concedida, y dependería, en última instancia, de la libertad humana. Otros, por el contrario, con Báñez, estimaban que había una diferencia de naturaleza entre estas dos gracias: no es la voluntad humana la que por su adhesión a la gracia le comunica la eficiencia, sino que es la voluntad de Dios la que, por un don de gracia irresistible -llamado premoción o predeterminación físicadispone la voluntad humana a someterse a este don, superior al de la simple gracia suficiente (cf. De vera et legitima concordia liberi arbitri cum auxiliis gratiae Dei, la última obra de Báñez, 1600). Después de Báñez, la cátedra de Primo de Salamanca recayó en Pedro de Herrera, que la ocupó de 1604 a 1621, antes de ser nombrado obispo de Tuy; autor de comentarios sobre el tratado de santo Tomás relativo a la Trinidad y sobre las Sagradas Escrituras, había sido colaborador directo de su predecesor. Siguió 11 después Francisco de Araujo, cuyo profesorado duró de 1621 a 1648; comentarista de la Metafísica de Aristóteles y de la Suma, murió siendo obispo de Segovia. Le sucedió Francisco de Aragón, de 1649 a 1652. Por último, Pedro Godoy, que enseñó de 1652 a 1664 y que asimismo publicó Disputationes theologicae in Summam divi Thomae, en la que se inspiró Gonet para escribir su Clipeus, cerró esta brillante serie de dominicos de la cátedra de Primo, que constituye una de las cimas de Salamanca. Los continuadores del tomismo Entre numerosos tomistas de completa obediencia que ilustraron Salamanca, cabe mencionar, en primer lugar, a Francisco de Toledo (1533-1596), jesuita, alumno de Soto, profesor en Salamanca y después en Roma, encargado de misiones diplomáticas y muerto siendo cardenal. Sus sólidos comentarios a Aristóteles y a santo Tomás no se apartan en nada de la tradición tomista más clásica (excepto que, no obstante, no admiten la posibilidad de la creación del mundo ab aeterno). Hay que recordar igualmente el nombre del general de la orden de la Merced, Francisco Zumel (1540-1607), profesor en Salamanca, a quien Zurbarán pintó de manera conmovedora; comentó la suma teológica con un espíritu muy ortodoxo; por otra parte, tomó partido duramente contra el molinismo, que temía como una peligrosa irmovación. ¿Cómo olvidar, en fin, a Pedro de Oña (muerto en 1626), también mercedario?; profesor en Alcalá y en Compostela, obispo de Gaeta, lógico, teólogo y economista, aportó interesantes puntos de vista en su estricto tomismo y mostró estar muy informado sobre los recientes comentaristas humanistas. 1. Juan de Santo Tomás La vena del tomismo íntegro de la Escuela salmantina no estaba aún agotada en plena mitad del siglo XVII, y dio todavía ricas aportaciones hasta el siglo XVIII. Entre esta pléyade de pensadores sobresale un dominico famoso, Juan de Santo Tomás (1589-1644). Estudiante en Coimbra, Lovaina y Madrid, confesor de Felipe TI, enseñó en Alcalá durante treinta años. Su Cursus philosophicus thomisticus (1637), su Cursus theologicus y su Ars logica ejercieron una enorme influencia en sus contemporáneos y en la posteridad, como han señalado Leopoldo Eulogio Palacios, Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Santiago María Ramírez, Francesc Canals Vidal, A. Getino y I. Menéndez Reigada; mucho le deben los neoescolásticos de los siglos XIX y XX: este es el caso de Díaz, Goudin, Billuart, Gonet y Contenson. 2. Los salmanticenses y los complutenses Después de este profundo maestro, la más auténtica tradición del «doctor angélico» en la Península tuvo sus últimas manifestaciones con los carmelitas de Salamanca (Colegio de San Elías) y Alcalá (Colegio de San Cirilo), que publicaron respectivamente, entre 1624 y 1769, un curso de teología (llamado «curso de los salmanticenses») y un curso de filosofía (llamado «curso de los complutenses»), muy difundidos en todos los seminarios de la catolicidad hasta la Revolución francesa. Sus autores (Miguel de la Trinidad, Juan de los Santos, Antonio de la Madre de Dios, BIas de la Concepción, Juan de la Anunciación, Domingo de Santa Teresa, Antonio de San Juan Bautista, lldefonso de los Ángeles, Francisco de Jesús Mana...) se inspiraron estrechamente en Juan de Santo Tomás. 3. Los juristas y economistas tomistas Junto al tomismo especulativo y metafísico o teológico, hubo también en Salamanca un tomismo inclinado a la economía social, como han señalado frecuentemente Carmelo Viñas Mey, Marjorie Grice-Hutchinson o Demetrio Iparaguirre. La enorme afluencia del oro de América provocó como es sabido, grandes perturbaciones en el equilibrio financiero y social de la Península; los precios subieron vertiginosamente y las grandes ferias de Medina del Campo, Rioseco y Villalón se convirtieron en centros de una trepidante actividad; el tráfico con Flandes aumentó considerablemente, así como la financiación de armas. Los pensadores salmantinos reflexionaron sobre el grave problema moral y social que comportaba esta irrupción de galeones del Nuevo Mundo. Caracterizando esta summa asombrosa de investigaciones sobre derecho financiero y sobre economía política que se desarrolló en España en la segunda mitad del siglo XVI, Marjorie Grice-Hutchinson habla de «un veranillo de San Martín de la escolástica» (The school of Salamanca: readings in spanish monetary theory, p. 59) Y clasifica la aportación de los salmantinos 12 a este respecto en tres rúbricas: teoría del valor de los bienes y de la moneda, teoría de los precios y teoría de los intercambios comerciales con el extranjero. También en esto fue Vitoria un precursor, con sus comentarios sobre la usura. Pero hay que destacar sobre todo las contribuciones de Soto y de su cofrade dominico Tomás de Mercado, formado en Salamanca y que marchó a México como profesor, su Summa de tratos y contratos de mercadores (1569) introdujo ideas absolutamente inéditas sobre el cambio y la moralidad de los negocios. Apuntaremos igualmente las obras del célebre Martín de Azpilcueta, el «doctor navarro» (1492-1586), primo de san Francisco Javier, estudiante y profesor sucesivamente en Alcalá, Toulouse, Cahors, Pans y Salamanca, donde ocupó las cátedras de derecho canónico y derecho civil, de 1524 a 1528, pasó después a Coimbra a Valladolid y a Roma. Su Enchiridion (1550) conoció más de sesenta reediciones. Igualmente, su alumno, Diego de Covarrubias (1512-1577) estudiante en Salamanca con Hernán Núñez y Vitoria, más adelante profesor de derecho canónico en el «Alma Mater>, obispo de Ciudad Rodrigo y después de Segovia, presidente del Consejo de Castilla, fue, además una esclarecida inteligencia del Concilio de Trento; su Variarum resolutiones (1552) trata, con enorme finura, todos los problemas económicos de su época; en el De Pactis estudió la naturaleza del juramento y de todos los contratos; en su Peccatum habla de los honorarios, de los impuestos, la usura, etc. Y ¿cómo olvidar su tratado sobre la moneda? Las tesis salmantinas sobre el justiprecio fueron adoptadas generalmente por los teóricos extranjeros, incluidos los protestantes. Grotius y Pufendorf las hicieron suyas, así como Lessius en Lovaina y Escobar en su teología moral, o Miguel Salón, Bartolomé de Albornoz y Francisco García en Valencia. En Roma, las vulgarizó Juan de Lugo. B. LOS JESUITAS Francisco Suárez (1548-1617) 1. El «doctor eximius» Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Nacido en Granada, en el seno de una familia numerosa y acomodada de origen castellano, Francisco Suárez fue muy pronto tonsurado; estudiante en Medina del Campo y después en Salamanca, donde siguió los cursos de Mancio de Corpus Christi, Juan de Guevara y Enrique Henríquez, en 1564 entró en la Compañía de Jesús, donde recibió las enseñanzas de Andrés Martínez. Poco después fue profesor en Segovia, Salamanca, Ávila, Valladolid y Alcalá. Llamado a Roma en 1580, permaneció allí durante cinco años, muy unido a Belarmino y el papa. De regreso a España, enseñó en Alcalá, donde sus primeros libros le comportaron dificultades por parte de los censores dominicos (como Avendaño) y de sus cofrades Vázquez y Lessius; sólo encontraba algo de tranquilidad en las frescas sombras del cortijo jesuita de Jesús del Monte, que dominaba desde sus olivares el valle del Tajuña. En 1593, se reintegró a Salamanca, donde enseñó con una brillantez cada vez mayor en el colegio jesuita del Aspirantado escribiría, en 1597, su obra maestra, las Disputationes metaphysicae. En este mismo año, nombrado profesor titular de la cátedra de Primo de Coimbra a instancias del propio Felipe n, implantó allí durante mucho tiempo el pensamiento salmantino, hasta 1615 que obtuvo su jubilación, marchando a Lisboa, dos años antes de su muerte. Las controversias que tuvo que sostener debido a su fama, especialmente respecto a la confesión a distancia (se vio obligado a defender sus posiciones ante el mismo Vaticano), a la polémica De Auxiliis en 1519 sobre la gracia y el libre albedrío (en el curso de la cual sostuvo el congruismo y la ciencia media) y a su refutación, en 1613, de Jaime I (campeón del anglicanismo contra Pablo V), no alteraron nunca su serenidad de fondo, a pesar de su carácter quisquilloso y combativo. Por su inmensa cultura y su puntualidad doctrinal, y también por su fervor religioso, Suárez recibió el nombre de doctor eximius et pius: es el más eminente representante de la escolástica barroca, integrada por un tomismo mitigado de escotismo y abierto a todas las corrientes del Renacimiento, incluido el nominalismo; sus veintiséis enormes infolio constituyen una verdadera enciclopedia del saber filosófico y teológico en el alba de los tiempos modernos. 2. Un método nuevo 13 Suárez repiensa la totalidad de la especulación anterior, pagana y cristiana: se asigna la tarea de asumida completamente y dar una razón metódica de ella, sometiéndola a un inventario crítico, paciente y exhaustivo, cuyas principales normas son el dato de la experiencia y los imperativos de la razón discursiva. En lugar de rechazar, como la mayoría de humanistas, la tradición de cuatro siglos escolásticos, la sopesa y discute punto por punto, separando cuidadosamente los elementos válidos de los caducos. Su inmensa investigación por este tupido bosque del pasado le llevó a practicar en él hondos cortes, a simplificar de manera ordenada y a liquidar todo verbalismo ocioso o peligroso. Grabmarm ha señalado la considerable erudición de Suárez, que va desde los griegos hasta los árabes, los judíos y los nominalistas o los averroístas, pasando por todas las doctrinas de la ortodoxia católica y terminando con dos índices de concordancias entre Aristóteles y santo Tomás. Aun reconociendo la amplitud de la tarea realizada, debemos señalar, con Julián Marías, una grave laguna en esta gigantesca masa de lecturas y de meditaciones: la ausencia de cualquier referencia a los recientes progresos de las ciencias físico-matemáticas que se desarrollaron a partir del siglo XV; esta omisión, muy general en los pensadores ibéricos, estará en el origen del retraso de la Península en su sosegado ascenso hacia la modernidad y contribuirá a la perpetuación de un cierto inmovilismo, evidentemente contrario al espíritu irmovador que inspira a los más grandes maestros del país. 3. La emancipación de la metafísica En cualquier caso, por vez primera en la historia del pensamiento occidental, surgió con Suárez la decisión plenamente consciente de realizar una metafísica independiente de la teología –e incluso una metafísica previa a todo intento de constituir una teología-. Y, por ello, Suárez tuvo que afrontar desde el principio toda la tradición cristiana e incluso oponerse a los primeros esfuerzos -¡tan meritorios sin embargo!- de la restauración salmantina, porque en su opinión no supieron distinguir suficientemente la teología de la metafísica. «Veía esto [escribe en Disp. Metaph, "Ratio et discursus totius operis", Colonia, 1608], con claridad más diáfana [...] hasta el punto que no vacilé en interrumpir temporalmente el trabajo comenzado, para otorgar, mejor dicho, para restituir a la doctrina metafísica el lugar y puesto Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit que le corresponde» (trad. S. Rábade, S. Caballero y A. Puigserver, 1960, p.17). Según él, pues, la teología necesitaba un fundamento previo y autónomo que no es sino la filosofía primera (o, si se prefiere, la filosofía general); como muy bien observa Julián Marías (La escolástica en su mundo y en el nuestro, Pontevedra, Col. Huguin, 1951, p. 42), también ahí «hay una esencial prioridad de la metafísica respecto de todas las doctrinas, incluida la teológica». Xavier Zubiri ha observado: se trata del «primer ensayo de hacer de la metafísica un cuerpo de doctrina filosófica independiente» (Naturaleza, historia, Dios, 3.a ed., Madrid, 1955, p. 124). Con anterioridad, la filosofía primera no era más que el comentario a Aristóteles y se ajutaba al plan impuesto por él. Por el contrario, Suárez quiso hacer de ella una disciplina sistemática, fundamento ulterior, sine qua non, de cualquier teología y un corpus autónomo que tuviera sus propias leyes lógicas, que nada tienen que ver con la Revelación. 4. Una ontología ilustrada Las cincuenta y cuatro Disputationes se distribuyen en tres grandes partes: el ser en general (respecto a la verdad, la unidad y el bien), el ser en tanto que causa (las cuatro causas clásicas, pero con la aparición, en el seno de la causa eficiente, del modo necesario y del modo libre de acción), el ser en sus divisiones más universales (infinito y finito, sustancia y accidentes, etc.). La doctrina de la analogía del ser es la clave del sistema. Según Suárez, el concepto de ser no es ni unívoco ni equívoco; es análogo, es decir que descansa en una analogía de atribución intrínseca y no, como creían los tomistas, de proporcionalidad. Tal como muy bien explica, en efecto, Solana (op. cit., 1. III, p. 478), si hubiera proporcionalidad «seria menester que la entidad existiera absolutamente en uno solo de los dos términos y en el otro sólo por relación y comparación al término en el que la entidad existía formal y absolutamente; y la entidad existe de modo formal y absoluto así en Dios como en las criaturas, pues aquél y éstas poseen actualidad y ser de modo propio y formal. Tampoco puede ser este concepto del ente análogo con analogía de atribución respecto a un término tercero y en orden a Dios y a las criaturas; porque no existe, ni puede existir, ni excogitarse un término 14 anterior a Dios y a las criaturas, en relación al cual aquél y éstas sean y se llamen seres». Primordialmente, el ser pertenece a Dios; por medio de él desciende a las criaturas, en las cuales no se encuentra sino bajo su dependencia, es decir por participación. En esta perspectiva, la distinción tomista entre la esencia y la existencia no es real in re, sino únicamente «de razón», «con fundamento en lo real» (cum fundamento in re): es una distinción que sin duda no implica contradicción, pero que es de orden simplemente racional. De hecho, cada criatura es un todo único (per se unum), donde esencia y existencia forman un todo: es una esencia finita, que debe todo su ser al Creador (cf. Disput., sección 4-7). La teoría suareziana de la persona se diferencia también del tomismo, para el que el principio de individuación es la materia signata quantitate, y del escotismo, que invoca la haecceidad. Cada sustancia singular está, en realidad, individuada por sí misma, por el solo hecho de haber sido creada por Dios como un todo finito y limitado: todo lo que existe es, de entrada, individual. La materia numérica, por otra parte, es incapaz de ser principio de individuación, puesto que a veces es el sujeto de formas irmumerables (cf. Disp., XXXIV, seco 1, n.OS 13 y 14). En su examen de las pruebas de la existencia de Dios, Suárez rechaza buena parte de las pruebas tomistas, como por ejemplo la prueba física, es decir la prueba por el movimiento. En efecto, muchos seres no reciben su movimiento más que de sí mismos y, por otra parte, si se pudiera establecer que existe un primer motor inmóvil, no se podría probar en modo alguno que este motor fuera distinto del solo ser y que tuviera una naturaleza inmaterial como Dios (cf. Disp., XXIX, seco 1, n.O 27). El doctor eximius descarta también la prueba extraída de los grados de perfección: según él, no sólo el máximo de cada género no es causa de todos los demás seres de ese género, sino que además, aun cuando existiese un máximo en cada género, ello no probaría que este ser fuera increado y autor de todo. Sólo son aceptables las pruebas de orden estrictamente metafísico y todas se reducen al principio de causalidad. «Omne quod fit, ab alto fit» (Disp., XXIX, 1-20). 5. La concepción del alma Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit La doctrina suareziana del conocimiento se afirma, también, como muy independiente de la del tomismo. Mientras que los tomistas admiten un verbum mentis, es decir un término inmanente o una especie expresa, que se produce en nuestro conocimiento cada vez que el objeto está ausente (es decir cuando los sentidos internos o la intelección abstracta están en juego), Suárez lo rechaza absolutamente. En su opinión, la naturaleza misma de la acción cognoscitiva basta para producir el verbo mental y no exige nada más; al igual que para Duns Escoto, el verbum mentis no es, para Suárez, el objeto conocido ni el medio del conocimiento, sino únicamente la forma que hace que el intelecto conozca al objeto (medium qua) (cf. De Anima, III, cap. V, n.OS 7-11). Las pruebas clásicas de la inmortalidad del alma son rigurosamente criticadas; solamente dos son mantenidas: su inmaterialidad y la exigencia de una recompensa para los justos y de un castigo para los malvados en la vida futura (De Anima, 1, cap. 10, n.O 35). 15 luteranismo, Suárez elabora, en suma, la teoría de la democracia, que profundizó aún más en su Defensor fidei. La noción de pacto o de contrato social aparece ya en el doctor eximius: la comunidad política se constituye por una primera entente entre individuos o familias; ésta puede delegar el poder a un grupo o a una sola persona, por medio de un segundo pacto, que Dios deja a nuestra discreción. Por regla general, la democracia, es decir el gobierno directo del pueblo por el pueblo, será la forma más natural de gobierno, y no necesita de una institución particular, pues es conforme a la espontaneidad de nuestro ser. Pero puede ocurrir que no se sea capaz de ejercer esta administración sin intermediario y que sea preciso recurrir a un mandatario, investido entonces del poder público por transferencia: éste puede ser un rey o una oligarquía. De todos modos, la autoridad del gobierno queda restringida a ciertos límites. Si el soberano abusa de su potestas se convierte en un tirano, contra el que es legítimo luchar; en caso extremo, está permitido matarlo, una vez agotados todos los medios para llevarlo al arrepentimiento. 7. El derecho internacional 6. El pacto social Escrito a la vez contra el protestantismo, que defendía el derecho divino de los soberanos, y contra todos los naturalistas más o menos cínicos, el De legibus analiza en primer lugar la ley en general, para después estudiar las diversas clases de leyes y las cuestiones que éstas suscitan. Suárez distingue entre ley eterna, ley natural, derecho de gentes, ley positiva humana (derecho civil y derecho canónico) y ley positiva divina (la del Antiguo y Nuevo Testamentos). Relaciona la ley positiva con la voluntad, como los escotistas, pero sin llegar al voluntarismo arbitrario; admite que, en última instancia, esta voluntad debe regularse con la razón. Se niega a confundir el derecho natural (que tiene a Dios como legislador y que es común a todos los hombres) y el derecho de gentes (cuyo origen es totalmente humano y que sólo es común a casi todos los hombres). El análisis del principio de soberanía es mucho más avanzado que en los autores anteriores. Aquí, el poder es dado por Dios a toda la comunidad política y no solamente a tal o cual persona: contra el cesarismo y los legistas, el maquiavelismo y el Suárez, por otra parte, llevó a su akmé la doctrina del derecho internacional, cuyas bases ya planteara Vitoria. El De Charitate desarrolla, a este respecto, una vasta teoría de la guerra y de la paz, que Brown Scott admira muy justamente. Más aún, el De legibus (II) se dedica metódicamente a fundar el derecho internacional. En ella el género humano es concebido como algo que forma una unidad no sólo específica, sino incluso moral y política. Ya ahí, el precepto evangélico de amor universal a nuestro prójimo, sin distinción de raza o de patria, nos invita a considerar la humanidad como un solo cuerpo. Pero hay más: aunque cada Estado sea una comunidad perfecta y autosuficiente, tiene, en cierta medida, necesidad de los otros Estados, ya sea para satisfacer talo cual carencia, ya para aumentar sus posibilidades. Así pues, cada grupo nacional forma parte de la comunidad internacional, que es superior a aquél, natural y moralmente. De todo lo cual se sigue que es indispensable un derecho internacional para regir esta sociedad universal. Este derecho tiene dos fuentes: en primer lugar, el derecho natural, surgido de la razón; después, el derecho de gentes, surgido de los usos locales y particulares de cada nación, que vienen a completar el derecho Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit natural en innumerables puntos, en el hic et nunc: lo que hace la leyes la costumbre -sanamente experimentada-. 8. Perpetuidad del suarismo Se podría decir, con Juan Tusquets (capítulo sobte Suárez, en su libro en colaboración con Joaquín Carreras Artau, Apports hispaniques a la philosophie chrétierme de l'Occident, p. 115), que Suárez fue «el más moderno de los escolásticos y el más escolástico de los modernos». Heredero de toda la Escuela, supo llevarla a su punto de madurez más avanzado; después de él, pronto se producirá la decadencia de la ancestral tradición milenaria. Pero la proyección del doctor eximius fue intensa y duradera. En los medios católicos, tuvo numerosos discípulos y fue continuado por una pléyade de maestros, como por ejemplo Miguel Viñas (muerto en 1709). Para los protestantes, fue por mucho tiempo un modelo. Desde que Melanchthon invitara a sus correligionarios a volver a la filosofía, las universidades alemanas, belgas, holandesas y checas se apoyaron en las Disputationes metaphysicae. Tal fue el caso de Cornelius Martini y de Jakob Martini, de Andreas Heereboord, de Joharm Heinrich Alsted, de Clemens Timple y de Joseph Scheibler sobre todo, pero también de Jakob Revius, Frank Burgerdijk y Joachim Jurgius; Descartes se nutrió de él, confesándolo explícitamente; y, por lo demás, Étienne Gilson ha enumerado todas las aportaciones del suarismo enseñado en La Fleche. Spinoza lo estudió a través de sus maestros flamencos. Grotius y demás teóricos del derecho natural e internacional laicizados lo utilizaron con entusiasmo, aunque a veces sin nombrarlo... Leibniz lo invocó con entusiasmo y Christian Wolff estuvo impregnado de él. También Glissen, Fichte, Schelling y Hegel se inspiraron en él en parte. Heidegger, a su vez, se sirvió de él en más de una ocasión. 16 seno de la filosofía nueva de la edad barroca y luego de la Ilustración. Quizá hubiera marcado nuestras consciencias del siglo XX aún más si hubiese adoptado un molde de expresión más conforme a nuestros hábitos mentales, en lugar de expresarse en tratados monumentales, de ordenación seca, sin ninguna concesión a las descripciones concretas, los ejemplos familiares y al estilo literario. Sea como sea, el sistema de Suárez ocupa un importante lugar en el pensamiento español y constituye un giro capital en la evolución de la especulación mundial: representa, en efecto, la última tentativa por salvar de la Escuela todo lo que aún era asimilable; después de él, la investigación filosófica utilizará modelos radicalmente diferentes, en estrecha relación con el movimiento de las ciencias y las técnicas, así como con la ampliación de los horizontes abiertos por el cartesianismo, la Ilustración, el kantismo y el marxismo. Luis de Molina (1535-1600) 1. El doctor de Evora Nacido en Cuenca, en el corazón de la Mancha de Don Quijote, estudiante en Salamanca y en Alcalá, Luis de Molina entró muy joven en la Compañía de Jesús y acabó sus estudios en Coimbra, bajo la dirección de Fonseca. Fue profesor de filosofía en Coimbra, abandonando después las riveras del Mondego para dirigirse a Evora, capital del Alentejo, donde permaneció durante veinte años. De vuelta en España, enseñó en Madrid y murió poco después. No es solamente un teólogo potente, mezclado en acaloradas «querellas de monjes»: es también un filósofo muy original, que supo abrir el tomismo a los aires del Renacimiento. 2. Teoría del libre albedrío Menéndez Pelayo ha señalado que el sistema de Suárez, aunque inspirado por el tomismo, «se aleja bastante del tomismo y está con él en la misma relación que las escuelas alemanas modernas con el kantismo» (La ciencia española, t. 1. p. 258); en efecto, más que una dócil avanzadilla del «doctor angélico», Suárez fue un jefe de escuela muy personal, con sus propios discípulos. Adolphe Franck ha dicho de él que fue «el primer filósofo de su tiempo» (Réformateurs et publicistes de l'Europe, 1863). Así pues, el gran filósofo andaluz está presente incluso en el La célebre Concordia liberi arbitrii cum gratiae donis (1558), que tantas tempestades levantara por parte de sus adversarios dominicos (con ocasión de los debates De auxiliis), comenta seis artículos de la primera parte de la Suma teológica de santo Tomás, sobre la persona divina y la libertad humana. Para Molina, el libre albedrío es probado, en primer lugar, por la experiencia personal; en segundo lugar, por la justicia fundamental de Dios (Dios no nos castigaría si pecáramos por fuerza); en último Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit lugar, por el acuerdo de casi todos los filósofos profanos y por las enseñanzas de la Biblia y de la Iglesia. Pero, ¿cómo interviene Dios en nuestros actos libres? Molina no admite -a diferencia de los protestantes- que Dios lo haga todo y nos sustituya en las causas segundas que parecen actuar sobre nosotros. Rechaza, inversamente, la idea de que Dios no haga nada y de que las causas segundas -como afirmaba Pelagio- actúen solas. Según él, Dios aporta un concurso simultáneo a la acción decidida y comprometida por el hombre. Contra la tesis de la premonición física sostenida por Báñez, que concede casi todo a Dios, acercándose a la posición protestante sobre el albedrío esclavo y sobre la predestinación, Molina, utilizando a fondo el concepto de ciencia media elaborado por Fonseca, pretende demostrar que se puede conciliar la totalidad de la libertad humana con la omniscencia o la omnipotencia de Dios. 17 Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 18 REPERCUSIONES DE CORRIENTES Y PENSADORES ESPAÑOLES EN LATINOAMÉRICA FINALES DEL SIGLO XVII Y SIGLO XVIII Alain Guy Historia de la Filosofía Española EL EMPIRISMO ECLÉCTICO Después de la larga llamarada de la nueva filosofía crítica y a veces naturalista, que miraba con malos ojos la metafísica ancestral y exaltaba sin reservas la ciencia en pleno ascenso, se produjo un cierto reajuste de los juicios y las opciones, al filo del siglo de las Luces, de modo que la nueva actitud ideológica fue encontrando poco a poco su punto de equilibrio, alcanzando al fin una serena moderación. Rechazando cualquier dogmatismo y fanatismo, numerosos pensadores se adherirán explícitamente a un cierto eclecticismo, pero de un tipo superior, que no será un vulgar sincretismo. Atraídos por Bacon, Descartes, Gassendi y tantos otros espíritus de vanguardia, conservarán de su mensaje una lección de libertad intelectual y de experimentalismo; pero, de cada uno de sus maestros favoritos, elegirán a voluntad tal o cual método, tal o cual tesis, manteniendo siempre su reserva y a veces sin ocultar su disentimiento con los novatores. Estos eclécticos, que a menudo se llaman escépticos, presentan por otra parte un rico abanico de matices, desde Feijoo hasta Piquer, de Mayans a Sarmiento, de Martín Martínez a Torres Villarroel, etc. BENITO FEIJOO (1676-1764) 1. El desmitificador del pueblo Entre esta pléyade de intelectuales a contracorriente de la tradición escolástica, sin duda el más destacado, tanto por su fecundidad como por su difusión, es Feijoo: encarna lo mejor del genio español del siglo XVIII. Nacido en Casdemiro (Galicia), de familia numerosa, acomodada y cultivada, entró pronto en la orden de san Benito, en el monasterio de San Julián de Samos, pasando después a Salamanca, donde estudió y enseñó. En 1709, se estableció en el colegio benedictino de San Vicente, en Oviedo, donde enseñó teología hasta su muerte. Desde su humilde celda, que cotidianamente frecuentaba un ferviente equipo de colaboradores, mantuvo correspondencia con todo el planeta; allí recibió la visita de sabios procedentes de casi todos los países. A la vez filosófica, científica, política, histórica, pedagógica, literaria, médica y teológica, su obra, que comenzó a difundirse a partir de 1726, le valió pronto una gran notoriedad, aunque también numerosos ataques (como los de Salvador José Mañer y Francisco de Soto y Marne). Su Teatro crítico universal, en nueve tomos, que reunía una gran cantidad de ensayos y discursos (1726-1741), y sus Cartas eruditas y curiosas, en cinco tomos, que conocieron grandes tiradas de impresión y múltiples reediciones y traducciones, constituyen una tentativa sistemática de desmitificación del pueblo español y una valiente promoción de la búsqueda de la verdad, con ayuda de una prudente razón crítica; y esta lucha tiene a menudo el aspecto de una campaña periodística, como ha mostrado Gaspard Delpy (L'Espagne et l'esprit européen. L'Ouvre de Feijoo, p. 22), a pesar de su intencionalidad amplia y profunda. El sabio benedictino quiso desenraizar de su patria (y del mundo entero) todas las supersticiones, abriendo el camino al pensamiento libre e ilustrado. Él mismo lo proclamó: «quiero sí sólo cumplir con mi oficio, que es el de Desengañador del Vulgo, oficio a la verdad honrado y decoroso; pero triste, ingrato y desabrido más que otro alguno. Mi profesión es curar los errores y es cosa notable, que la medicina que aplico a los entendimientos exaspere las voluntades. ¿Qué injurias e insultos no se han fulminado contra mí?» (Cartas, 1. 1, carta XXXVI, p. 6; ed. 1777, p. 286). A pesar de la incomprensión de los medios ignorantes o sectarios, Feijoo se benefició de notables compensaciones personales. Fue elegido abad de su monasterio y profesor titular de una importante cátedra en la Universidad; el papa Benito XIV lo tuvo en alta estima y le propuso un obispado en América Latina, el cual rechazó por humildad; Fernando VI le nombró consejero real; sus hermanos de orden y alumnos (entre ellos Sarmiento) le quisieron y apoyaron como un solo hombre. Dotado de un gran equilibrio y de una bondad un poco burlona, este polígrafo infatigable fue como ha escrito Gregorio Marañón (Las ideas biológicas del Padre Feijoo, p. 295), «un grande, dulce y socarrón san Cristóbal», que supo lograr el que la cultura hispánica franqueara el río demasiado amplio de Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit varios decenios degenerados, «mientras los mediocres lo lapidaban desde cada una de ambas orillas». Asimismo muy leído en América Latina, donde contaba con adeptos, tuvo como Descartes, la feliz idea de tratar en lengua nacional las cuestiones más elevadas así como los temas más concretos, lo cual aumentó infinitamente su audiencia. A los ojos de la Hispanidad apareció, según la fórmula de Arturo Ardao (La filosofía polémica de Feijoo, p. 17), como un «representante libre de la filosofía moderna». Los cuadernos o pliegos de sus obras eran esperados impacientemente cada año, como los números de una verdadera revista de éxito. Feijoo fue, durante un tiempo, el auténtico «preceptor de la nación» (Maria Ángeles Galino Carrillo, Tres hombres y un problema, pp. 43-87). 2. Un ciudadano libre de la República de las Letras En la base de todo, Feijoo sitúa la confianza en la razón y en las enseñanzas de la experiencia: «De este modo, por lo que a mí respecta -declara (Teatro, III, 13, p. 35)-, ciudadano libre de la República literaria, ni esclavo de Aristóteles, ni aliado de sus enemigos, escucharé siempre, con preferencia a toda autoridad. privada, lo que me dictaren la Experiencia y la Razón». Estrictamente independiente, el monje de Oviedo no tiene más que una veneración, Bacon, a la que sigue, aunque muy de lejos, una cierta vinculación primero con Newton, después con Gassendi, seguido de Maignan, Descartes, Malebranche, Boyle, Locke, las Mémoires de Trévoux, y los diccionarios de Bayle y de Moreri. Su propensión hacia las ideas modernas, que no llega a las de la Enciclopedia o el deísmo, y aún menos al materialismo que aborrece, se mantiene en el recto sendero de Vives y de su reforma de los estudios, sin que ello le impida, por lo demás, admitir ciertas aportaciones de la escolástica e incluso de Aristóteles, por ejemplo en ética y política. Feijoo se considera cléctico o «escéptico mitigado»; absteniéndose de cualquier síntesis, nunca jura in verbo magistri y no desdeña el traje de Arlequín; su reflexión recorre tanto los antiguos y medievales como los grandes precursores del Renacimiento o del barroco siglo XVII. 3. ¡Abajo el error! 19 Como trabajo urgente, Feijoo tuvo que dedicarse, en primer lugar, a la caza de supersticiones, si no la de brujas. Era un momento en que en España se imponía ese trabajo de limpieza, antes de que fuera posible siquiera pensar en tareas positivas y constructivas. Campeón incansable de la lucha contra los mitos y los prejuicios, que oscurecían la fe religiosa de las masas populares y a veces incluso de pretendidas élites nobiliarias o intelectuales, tuvo que dedicarse mucho tiempo, con una paciencia de benedictino, a liquidar el oscurantismo. De este modo arruinó la creencia en las virtudes sobrenaturales de la campana de Velilla, en Aragón, a la que se atribuía el mirífico privilegio de sonar por sí sola para anunciar al país la proximidad inminente de graves acontecimientos. También demostró la ilusión de las llamadas flores milagrosas de san Luis del Monte, que transportaban a los fieles con un entusiasmo ingenuo. Desenmascaró igualmente la impostura de la astrología judiciaria, de los zahoríes, de las Cuevas de Salamanca y de la vara adivina, los años climatéricos, la influencia maléfica de los cometas y los eclipses, o incluso los poderes ocultos de la necromancia, sin hablar de los fuegos fatuos, a los que quitó cualquier significado transnatural, mostrando el mecanismo de su formación. Siempre y en todo, laboriosamente aunque seguro, encontró en la historia el origen humilde o complicado de las leyendas y las prácticas seculares que llenaban de angustia o esperanzas vanas la mentalidad de las masas campesinas o urbanas. Una vocación de saneamiento de la conciencia pública ibérica, víctima de la credulidad, es lo que impulsó a Feijoo a buscar en todo explicaciones racionales de los fenómenos aberrantes, que la incultura atribuía comúnmente a lo maravilloso o demoníaco. ¡Cuántas devociones sórdidas y pseudo misterios destruyó, de este modo, con sólo el soplo de su crítica despiadada, aunque nunca malévola! La religión apareció más pura de las escorias adventicias, y el buen sentido del pueblo se encontró enderezado y fortificado. 4. Solidina e ldearia Al principio del discurso sobre «El gran magisterio de la experiencia» (Cartas, III, 23, p. 3), una fábula presenta, en el reino de Cosmosia, a dos mujeres malquistadas entre sí desde siempre, pero resignadas por fuerza a compartir el poder: Solidina o la Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit experiencia, e Idearia o la imaginación; la primera representa el método experimental de Bacon; la segunda es el símbolo del aristotelismo, que produce hasta la saciedad una multitud de entes de razón. Durante un largo periodo, Solidina es excluida del mundo de los sabios y no encuentra asilo más que en los simples, mientras que Idearia triunfa íntegramente. Sin embargo, un día sucede que estalla una escisión entre los partidarios de Idearia, bajo la influencia de Papyraceo (anagrama, un poco confuso de Descartes, traduciendo por «papyrus» la palabra «Cartes»); entonces, la mayor parte de cartas descubren la inanidad tanto del peripatetismo como del cartesianismo y, una vez destronada Idearia, vuelven a Solidina, preceptora de lo concreto, gracias al favor de los reyes Galindo (Francia) y Anglosio (Gran Bretaña). Así, el baconismo se encuentra finalmente en la cabeza del Estado. De hecho, Feijoo, que se considera un «escéptico mitigado» o «moderado», después de dejar de lado la Revelación, al igual que Descartes, opone categórica y sumariamente todos los «sistemas» -que rechaza, en tanto que vanos andamiaje s y demasiado ambiciosos, producto de' las divagaciones de una razón locamente embriagada de su potencia-- a las modestas pero certeras observaciones del método «experimental» (d. Cartas, «Sobre los sistemas filosóficos», 1. TI, carta XXIII). En su opinión, nuestro espíritu es incapaz de hacer entrar a la fuerza, en el lecho de Procusto de una gran construcción intelectual, a todos los innumerables e infinitamente complejos hechos de la naturaleza, y, si pretende proceder orgullosamente a esta integración dogmática, hará violencia a lo real. Debemos renunciar, pues, a descubrir los grandes principios del cosmos, las causas profundas, y contentamos únicamente con establecer minuciosa y prudentemente los efectos. Positivista antes de tiempo, el maestro de Oviedo se subleva contra las miras excesivas de toda metafísica. «El que, por razones metafísicas y comunísimas, piensa llegar al verdadero conocimiento de la naturaleza, delira tanto como el que juzga ser dueño del mundo, por tenerle en un mapa» (Teatro, t. II, discurso VITI, p. 19). 5. El empirismo objetivo 20 Así pues, Feijoo desaprueba y se burla de todo intento de superar los fenómenos para someterlos a una vasta combinación, más o menos homogénea, de conceptos. Según él, la humanidad ha perdido mucho tiempo en dar a luz inmensas síntesis ideales, completamente inútiles, en lugar de aplicarse a la ciencia de lo concreto. Sólo la experiencia es, pues, la dueña de la verdad y de la vida, aunque ella tenga también sus propios límites, que hay que investigar. Semejante desaprobación de las catedrales de ideas y de sumas doctrinales llevó a Feijoo a batirse en dos frentes: de los escolásticos, inmersos en el aristotelismo, rechaza la metafísica, la lógica y la física puramente verbal, aceptando la ética y la estética, incluso la política, que habrán de atenerse de ahora en adelante al contacto con lo real cotidiano; de los modernos rechaza la superestructura metafísica y física, a la que juzga frágil e incluso a veces falsa (por ejemplo, los torbellinos de Descartes, los átomos de Gassendi y de Maignan), a la vez que se adhiere calurosamente a la física experimental, nacida de las cosas mismas y de la inducción prosaica pero eficaz. Es por ello que sólo Bacon le parece plenamente válido, pues una vez planteadas sus reglas de investigación, se abstiene de toda hipótesis general que no esté apoyada por hechos directamente verificados. Por el contrario, Descartes, aunque su método sea esclarecedor y su matematismo muy fecundo, le parece discutible por su cuerpo doctrinal, se trate del cogito, de las tesis sobre la extensión indefinida, los animalesmáquinas, el vacío, el sistema de Copérnico, la duda universal, o los torbellinos; incluso es, indirectamente, peligroso para el catolicismo, por las implicaciones de su actitud. Gassendi, por el contrario, le parece claramente preferible; es admirable por su sentido de lo concreto y por sus procedimientos mecanicistas, así como por su preocupación de conciliar la ciencia y la religión; en contrapartida, es discutible su cosmología atomista, su concepción de la permanencia del movimiento, su fisiologismo, que casi degenera en materialismo, etc. En cuanto a Maignan, es sin duda preferible a Descartes, pues tiene el cuidado extremo de acordar sus ideas con el mensaje del cristianismo; al igual que su discípulo tolosano Jean Saguens, se confiesa escrupulosamente ortodoxo: «De todos los escritos de los padres Maignan y Saguens no han borrado hasta el presente ni una sola coma, ni en Roma, ni en España» (Teatro, tu discurso 1, p. 34). Así, Feijoo defiende a ambos franceses contra Palanco. No obstante, tampoco ellos, según Feijoo, pueden seguirse por completo, pues no están Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit exentos de construcción desmesurada y de imaginación. Toto caelo, más allá de la observación. Al final de este «pim pam pum» de maestros del pensamiento Feijoo no deja, en sus últimos años, más que a Newton; el gran inglés, que siempre huyó de la tentación de elaborar un sistema, le parece, junto con Robert Boyle y Thomas Syddenham, un genio incomparable. Pero, por temor a la Inquisición, que desconfiaba de Newton por ser protestante y partidario de Copérnico, Feijoo se tomó mucho tiempo para confesar ex cathedra su newtonismo, el cual manifestó muy pronto en sus cartas privadas. Cuando Roma aceptó el copernicanismo (por los consejos del jesuita Boscovitch), Feijoo confesó, sin más reticencias, que desde hacía mucho tiempo era un discípulo del ilustre astrónomo polaco... 6. Charistio contra Teopompa Contra los doctrinarios de la Escuela, siempre engreídos de su persona y de su saber, y que por pereza de espíritu y un tradicionalismo temeroso y crispado se negaban incluso a iniciarse en el pensamiento contemporáneo, Feijoo recurrió a una divertida sátira alegórica (Cartas, XVI, § 31-34, pp. 227-229). Un viejo escolástico, investido con el bonete de doctor y con todos los títulos de nobleza universitaria, henchido de erudición ontológica y abstracta, Teopompa, en cierta ocasión, en una asamblea de doctos, se encuentra con Charistio, otro doctor tan versado como él en escolástica, pero además muy al corriente de las nuevas ideas metodológicas y científicas. Ante los ojos maravillados del auditorio, Charistio expone a Descartes, Gassendi, Newton, Leibniz, Copérnico, Ticho Brahe, la máquina neumática y el barómetro, Boyle, las deliberaciones de la Royal Society de Londres y de la Académie des Sciences de Paris... Pero Teopompa, vejado por este éxito de su rival, que contrasta con su propia ignorancia en la materia, y aunque apreciando in petto la exposición de Charistio y los avances que revela en los sabios up to date, refunfuña hipócritamente Y tacha los pareceres de los sabios extranjeros de pamplinas, susceptibles de corromper al catolicismo puesto que emanan de herejes; ¿cómo es posible siquiera rebajarse y aventurarse en citar autores impíos? Y Feijoo deplora, por lo que a él respecta, la ceguera de todos los Teopompa de su tiempo y de su patria, así como de otras naciones; si combaten la modernidad, no es a la ligera, sino más 21 bien por astucia y por una maniobra maduramente concertada: «saben bien que el número de necios es infinito y que todos los que lo son se persuaden más por el ruido de las palabras que por la fuerza de los razonamientos» (Ibíd., § IV, 11). 7. Las causas de la decadencia de España ¿Por qué España, antaño culturalmente tan importante, llegó luego a esta decadencia? ¿Cuál era la etiología del atraso intelectual de la Península? Viviendo en aquel marasmo del reinado de Carlos TI y de la guerra de Sucesión, y después en los intentos de enderezamiento bajo Felipe V, protector declarado del célebre benedictino, Feijoo realizó en 1745 el diagnóstico de la crisis mental de España. Las seis causas del atraso científico y filosófico de su patria, en la edad moderna, que enumera en sus «Causas del atraso que se padece en España en orden a las ciencias naturales» (Cartas, 1. III, carta XXXI), constituyen, según él, un obstáculo infranqueable para el progreso... La primera, es el espíritu limitado de algunos profesores. Por culpa de su «corto alcance», estos medio sabios, que de hecho son «ignorantes perdurables», están convencidos de saberlo todo por la sola razón de que poseen la lógica y la metafísica escolásticas. Cuando oyen hablar de nuevos métodos, se encrespan; por ejemplo, el solo nombre de Descartes desata sus risas, por más que nunca lo hayan leído y lo confundan, a fin de cuentas, con el de los demás modernos. Pero olvidan que nadie puede ser condenado sin haber sido escuchado previamente... La segunda causa, es el odio hacia cualquier novedad, sea la que sea. ¿Distinguen los reaccionarios Poncio Pilatos de Poncio de Aguirre? Es cierto que las innovaciones son reprensibles en los dogmas de la Iglesia, pero ¿por qué tienen que serio en las ciencias y en la filosofía? La tercera causa consiste en considerar las conquistas del progreso del conocimiento como inutilidades; pero, al contrario, hay que tachar de superfluas las investigaciones abstrusas y ociosas de los escolásticos. La cuarta causa es la tendencia inveterada de reducir todo el pensamiento moderno a Descartes y englobarlo en la misma reprobación dirigida al autor del Discurso de.l método; de hecho, si Descartes es discutible en muchos puntos de metafísica por contra su método es impecable en física: «ha enseñado a innumerables filósofos a razonar bien»; además el mecanicismo, cuyo instigador es él, se aplica muy bien Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit al mundo material, sin menoscabo alguno de las creencias religiosas; pero sobre todo no hay ningún derecho a convertir toda la filosofía nueva en una filosofía de inspiración exclusivamente cartesiana. La quinta causa es imputable al falso «celo, piadoso sin duda, pero indiscreto y mal fundado», temeroso de que las doctrinas modernas dañen el legado de la fe, ya directa o indirectamente, por el espíritu de libre examen que las ha suscitado; también ahí, la objeción de los filósofos estáticos es inadmisible, pues, por una parte, la Inquisición vigila y, por otra, «cerrar la puerta a toda novedad, es poner el alma en una esclavitud muy dura, es atar la razón humana a una cadena muy corta, es encerrar en una exigua prisión al entendimiento inocente»; así, el remedio es peor que la enfermedad. Por último, la sexta y última causa es aún más sórdida: es, lisa y llanamente, el resentimiento envidioso de los mediocres contra los grandes espíritus, a quienes aventajan de cien codos y que han realizado descubrimientos sublimes; este orgullo y este rencor de malsana emulación o de celos estuvieron en el origen, entre otros excesos, del asesinato de Ramus, en Saint Barthélemy, despreciador del aristotelismo, fue derribado con el pretexto de que se había pasado al protestantismo, cuando en realidad fue por la superioridad de su cultura, que humillaba a sus adversarios escolásticos. «¡Oh, envidia mal disimulada! ¡Oh ignorancia abrigada en la hipocresía!» ¿Por qué dar muestras de una tal estrechez? Si santo Tomás de Aquino hubiera actuado de este modo respecto a Aristóteles, aquel gran pagano, o Averroes y Avicena, aquellos infieles, ¿no se hubiese privado de estar entre los más grandes sabios de la intelectualidad? ¿Por qué, por el solo hecho de ser heréticos, rechazar como sabios de primer orden a Bacon, Leibniz, Newton o Boyle? 8. Un signo de contradicción Como muy bien ha percibido María Ángeles Galino (Tres hombres y un problema, p.48) “en Feijóo pugnan dos espíritus: el de su formación tradicional y el de su postura innovadora. El drama de este hombre consiste en sentir como español y pensar como inglés, en leer en francés y escribir en castellano, en una palabra, en argüir con la heterodoxia y concluir con la ortodoxia». Pero, en resumidas cuentas, bajo el velo de conformismo y obediencia, el espíritu nuevo destacó en el valeroso benedictino; como muy 22 oportunamente ha señalado Francisco Eguiagaray (El padre Feijoo y la filosofía de. la cultura de. su época, p. 77), Feijoo, a fin de evitar que su país se asfixiara en una atmósfera demasiado encerrada y viciada por la rutina, supo abrir las ventanas de par en par hacia fuera, es decir al extranjero (G. Delpy recensó hasta doscientos nombres franceses en sus referencias); así logró introducir un vivificante nuevo aire, de modo que reanimó definitivamente la llama languideciente entre las ascuas casi apagadas. Es una pena, verdaderamente, que la noble vía que abrió al pensamiento español con tantas dificultades, fuese al fin tan poco proseguida a su muerte, y que posteriormente no haya sido reemprendida más que muchos decenios después de él. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit FRANCISCO SUÁREZ Frederick Copleston Historia de la Filosofía Tomo III OJEADA GENERAL 1. El renacer del escolasticismo Acaso podía parecer probable que la vida y el vigor del escolasticismo aristotélico hubieran sido finalmente socavados por dos factores, primeramente la aparición y difusión del movimiento nominalista en el siglo XIV y, en segundo lugar, el brote de nuevas líneas de pensamiento en la época del Renacimiento. No obstante, en los siglos XV y XVI tuvo lugar una notable reavivación del escolasticismo, y alguno de los nombres más grandes de la escolástica pertenece al período del Renacimiento y a los comienzos de la Edad Moderna. El centro principal de ese resurgimiento fue España, en el sentido de que la mayoría de las figuras sobresalientes, aunque no todas fueron españolas. Cayetano, el gran comentador de los escritos de santo Tomás de Aquino, era italiano, pero Francisco de Vitoria, que ejerció una profunda influencia en el pensamiento escolástico, era español y también lo fueron Domingo Soto, Melchor Cano, Domingo Báñez, Gabriel Vázquez y Francisco Suárez. España había sido relativamente poco afectada tanto por el fermento del pensamiento renacentista como por las disensiones religiosas de la Reforma; y era perfectamente natural que una renovación de los estudios que fue llevada a cabo predominantemente, aunque no, desde luego, exclusivamente, por los teólogos españoles, tomase la forma de una reavivación, prolongación y desarrollo del escolasticismo. Esa renovación del pensamiento escolástico está particularmente vinculada a dos órdenes religiosas. Los primeros en ocupar el campo fueron los dominicos, que produjeron conocidos comentadores de santo Tomás, como Cayetano y De Sylvestris, y eminentes teólogos y filósofos como Francisco de Vitoria. Domingo Soto, Melchor Cano y Domingo Báñez. En realidad, la primera etapa del renacer de la escolástica, a saber, la etapa que precedió al concilio de Trento, fue en muy notable grado obra de la orden de predicadores. El concilio de Trento comenzó en 1545, y dio un poderoso impulso a la renovación del pensamiento escolástico. El concilio se interesó primordialmente, por supuesto, por doctrinas, cuestiones y controversias teológicas, pero el manejo y discusión de esos temas implicaba también un tratamiento de materias filosóficas, al menos en el sentido de que los teólogos que asistían al concilio o que discutían los temas que se planteaban en éste se veían necesariamente envueltos, en cierta medida, en discusiones filosóficas. La obra de los dominicos al comentar los escritos de santo Tomás y al dilucidar y desarrollar el pensamiento del mismo, se reforzó así por el impulso dado por el concilio de Trento a la promoción de los estudios escolásticos. Un ulterior enriquecimiento de la vida del escolasticismo fue proporcionado por la Compañía de Jesús, fundada en 1540 y especialmente asociada a la obra de la llamada Contrarreforma, inaugurada por el concilio. La Compañía de Jesús no solamente hizo una contribución general de la mayor importancia a la profundización y extensión de la vida intelectual entre los católicos, mediante la fundación de numerosas escuelas, colegios y universidades, sino que además jugó un papel destacado en las discusiones teológicas y filosóficas de la época. Entre los jesuitas eminentes del siglo XVI y primera parte del XVII encontramos nombres como Toledo, Molina, Vázquez, Lessius, san Roberto Bellarmino, y, por encima de todos, Francisco Suárez. No trato de dar a entender que otras órdenes no desempeñasen también un papel importante en la renovación del escolasticismo. Hubo escritores muy, conocidos como el franciscano Lychetus, que pertenecían a otras órdenes. Pero no por ello deja de ser verdad que los dos cuerpos que más hicieron por el pensamiento escolástico en la época del Renacimiento fueron los dominicos y los jesuitas. […] 2. La substitución de los Comentarios a Aristóteles por "cursos filosóficos" Cayetano fue el primero en tomar como texto de teología la Summa Theologica de santo Tomás en lugar de las Sentencias de Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Pedro Lombardo y tanto los jesuitas como los dominicos veían en santo Tomás a su Doctor. Aristóteles era todavía considerado como" el Filósofo", y hemos visto cómo los escolásticos del Renacimiento continuaron publicando comentarios a sus obras. Al mismo tiempo se iba efectuando gradualmente una separación de la filosofía de la teología, más sistemática y metódica que la que generalmente se había dado en las escuelas medievales. Eso se debió en parte a la distinción formal entre las dos ramas de estudio que ya había sido hecha en la Edad Media, y en parte, sin duda, a la aparición de filosofías que nada debían a ]a teología dogmática, o, al menos, que así lo pretendían. Tiene lugar entonces la substitución gradual de los comentarios a Aristóteles por "cursos filosóficos". Ya en Suárez (muerto en 1617) encontramos una discusión elaborada de los problemas filosóficos separadamente de la teología; y el orden seguido por Suárez, en sus Disputationes metaphysicae, para tratar los temas y problemas metafísicos, ejerció influencia en el método escolástico posterior. En el estilo más libre de exposición filosófica inaugurado por Suárez se puede ver indudablemente la influencia del humanismo renacentista. He dicho antes, en este capítulo, que la escolástica española fue relativamente poco afectada por el Renacimiento, pero creo que debe hacerse una excepción por lo que respecta al estilo literario. Suárez fue, hay que admitirlo, un escritor difuso; pero su obra sobre metafísica hizo mucho por romper la anterior tradición de escribir de filosofía en forma de comentarios a Aristóteles. El eminente teólogo y filósofo dominico Juan de Santo Tomás (1589-1644) publicó su Cursus philosophicus antes que su Cursus theologicus, y, para tomar otro ejemplo dominico, Alejandro Piny publicó un Cursus philosophicus thomisticus en 1670. Los padres carmelitas de Alcalá editaron en 1624 un Cursus artium que fue revisado y aumentado en ediciones posteriores. Entre los jesuitas, el cardenal Juan de Lugo (1583-1660) dejó unas Disputationes metaphysicae inéditas, y Pedro Hurtado de Mendoza publicó Disputationes de Universa philosophia en Lyon, en 1617, y Thomas Compton Carleton una Philosophia universa en Amberes, en 1649. Similarmente, Rodrigo de Arriaga y Francisco de Oviedo publicaron cursos filosóficos, el primero en Amberes, en 1632, y el segundo en Lyon, en 1640. Un Cursus philosophicus por Francisco Soares apareció en Coimora en 1651, y una Philosophia peripatetica, de Juan Bautista de Benedictis, en Nápoles en 1688. 24 Similares cursos filosóficos fueron escritos por escotistas. Así, Juan Poncius y Bartolomé Mastrius publicaron respectivamente un Cursus philosophicus ad mentem Scoti (1643) y un Philosophiae ad mentem Scoti cursus integer (1678). Entre los escritores pertenecientes a otras órdenes religiosas, Nicolás de San Juan Bautista, ermitaño de San Agustín, publicó su Philosophia agustiniana, sive integer cursus Philosophicus iuxta doctrinam Sancti Patris Augustini, en 1687, y Celestino Sfondrati, benedictino, publicó un Cursus philosophicus sangallensis (16951699). En el transcurso del siglo XVII los Cursi philosophici tendieron, pues, a reemplazar los anteriores Comentarios a Aristóteles, lo cual no es decir, desde luego, que la antigua costumbre fuese abandonada. Así por ejemplo, Sylvester Maurus (1619-1687), filósofo y teólogo jesuita, publicó un Comentario a Aristóteles en 1668, y tampoco puede inferirse del cambio en el método de exposición filosófica que los escolásticos del Renacimiento y del siglo XVII hubieran sido muy influidos por las nuevas, ideas científicas de la época. El franciscano Emmanuel Maignan, que publicó un Cursus philosophicus en Toulouse en 1652, se quejaba' de que los escolásticos de su tiempo se consagrasen a abstracciones y sutilezas metafísicas y algunos de ellos, cuando sus opiniones sobre física eran desafiadas en nombre de la experiencia y el experimento, replicaran negando el testimonio de la experiencia. Maignan estuvo muy influido por el cartesianismo y el atomismo. Honoré Fabri, escritor jesuita (hacia 1607-1688), puso un énfasis especial en las matemáticas y la física, y hubo indudablemente otros escolásticos atentos a las ideas de su tiempo. Pero si se considera el movimiento filosófico del Renacimiento y post-Renacimiento como un todo, es bastante obvio que la escolástica se mantuvo apartada de la línea principal de desarrollo, y que su influencia en los filósofos no-escolásticos fue escasa. N o quiero decir que fuese nula; pero es obvio que cuando pensamos en la filosofía renacentista y post-renacentista no pensamos primariamente en el escolasticismo. Hablando en general, los filósofos escolásticos de la época no prestaron suficiente atención a los problemas planteados, por ejemplo, por los descubrimientos científicos de su tiempo. 3. Teoría política y jurídica. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Hubo, empero, al menos un apartado teórico en el que los escolásticos del Renacimiento fueron muy influidos por problemas contemporáneos, y en el que ejercieron a su vez una influencia considerable, el apartado de teoría política. Más tarde hablaré algo más en detalle de la teoría política de Suárez; pero quiero hacer aquí algunas observaciones generales relativas a la teoría política de la escolástica del Renacimiento. El problema de la relación entre Iglesia y Estado no había llegado a cancelarse, como hemos visto, a finales de la Edad Media. En realidad, fue en cierto sentido intensificado por la Reforma, y por la pretensión de algunos gobernantes a tener jurisdicción incluso en materias religiosas. Por lo que respecta a la Iglesia católica, una doctrina de plena sumisión al Estado era imposible: estaba excluida por la posición concedida a la Santa Sede y por la idea católica de la Iglesia y de su misión. Así pues, filósofos y teólogos católicos se sintieron llamados a establecer los principios por los que debían ser gobernadas las relaciones entre Iglesia y Estado. El cardenal Roberto BelIarmino mantuvo en su obra sobre el poder pontificio lo que el papa, aun cuando no posee una potestad directa sobre los asuntos temporales, posee una potestad indirecta. En cualquier clase de conflicto, los intereses temporales deben ceder el puesto a los intereses espirituales. Esa teoría del poder indirecto del papa en los asuntos temporales no significaba que BelIarmino viese al gobernante civil como un vicario del papa, antes bien, la teoría excluía toda idea de ese tipo; era simplemente la consecuencia de aplicar la doctrina teológica de que el fin del hombre es un fin sobrenatural, a saber, la visión beatífica de Dios. Esa teoría fue también mantenida por Francisco Suárez en su Defensio fidei catholicae (1613), escrita contra el rey Jacobo i de Inglaterra. Pero aunque BelIarmino y Suárez rechazaran la idea de que el gobernante civil sea un vicario del papa, no aceptaban la teoría de que aquél derive su soberanía directamente de Dios, como afirmaban los defensores de; la teoría del derecho divino de los reyes. Y el hecho de que Suárez argumentase contra dicha teoría en su Defensio fidei catholicae fue una de las razones por las que Jacobo I hizo quemar el libro. Tanto BelIarmino como Suárez mantenían que el gobernante civil recibe su poder inmediatamente de la comunidad política. Sostenían, ciertamente, que el gobernante civil recibe su autoridad en última instancia de 25 Dios, puesto que toda autoridad legítima procede últimamente de .Él; pero, inmediatamente, deriva de la comunidad. Acaso podría pensarse que tal teoría estuviese inspirada por el deseo de minimizar el poder real en una época en que las monarquías poderosas y centralizadas del Renacimiento eran demasiado notorias. ¿Qué mejor medio podía imaginarse para cortar las alas a los regalistas que el de mantener que, aunque el poder del monarca no emana del papa, tampoco procede directamente de Dios, sino del pueblo? ¿Qué mejor modo de exaltar el poder espiritual podía encontrarse que el de afirmar que es solamente el papa quien recibe su autoridad directamente de Dios? Pero sería un gran error entender la teoría BeIlarminoSuárez de la soberanía como sí fuera primordialmente una pieza de política o propaganda eclesiástica. La idea de que la soberanía política deriva del pueblo había sido propuesta ya en el siglo XI por Manegold de Lautenbach; y la convicción de que el gobernante civil ha de satisfacer una confianza, y de que si abusa habitualmente de su posición puede ser depuesto, fue expresada por Juan de Salisbury en el siglo XII, por santo Tomás de Aquino en el XIII y por Ockham en el XIV. Escritores como BelIarmino y Suárez eran simplemente herederos de la perspectiva general de los anteriores filósofos y teólogos escolásticos, aunque el hecho de que hiciesen una enunciación más formal y explícita de la teoría de que la soberanía política deriva del pueblo fuese debida, sin duda, en buena medida a la reflexión sobre los datos históricos concretos de su tiempo. Cuando Mariana (muerto en 1624), el jesuita español, hizo sus desafortunadas afirmaciones sobre el empleo del tiranicidio como un remedio de la opresión política (alguna de sus observaciones fue interpretada como una defensa del asesinato de Enrique III de Francia, yeso hizo que su De rege et regis institutione, 1599, fuese quemado por decisión del Parlamento francés), el principio que utilizaba era simplemente el de la legitimidad de la resistencia a la opresión, que había sido comúnmente aceptado en la Edad Media, aunque las conclusiones de Mariana no estuviesen bien orientadas. Pero los escolásticos del Renacimiento no se interesaron simplemente por la posición del gobernante civil en relación con la Iglesia, por una parte y con la comunidad política, por la otra; se interesaron también por el origen y naturaleza de la sociedad política. Por lo que respecta a Suárez, está claro que consideró que la sociedad política se basa, esencialmente en el Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit consentimiento o convenio. Mariana, que derivaba el poder del monarca de un pacto con el pueblo, consideraba que el origen de la sociedad política seguía a un estado de naturaleza que precede al gobierno y encontraba en la institución de la propiedad privada el paso principal en el camino que conduce a los estados y gobiernos organizados. No puede decirse que Suárez siguiese a Mariana en su hipótesis de un estado de naturaleza, pero él encontró el origen del Estado en el consentimiento voluntario, al menos de los cabezas de familia, aunque evidentemente pensaba que tales asociaciones entre hombres habían tenido lugar desde el principio. Puede decirse, pues, que Suárez mantuvo una teoría del doble contrato, un contrato entre los cabezas de familia y otro entre la sociedad así formada y su gobernante o gobernantes. Pero si quiere decirse así, ha de reconocerse que la teoría del contrato según la mantiene Suárez no implica el carácter artificial y convencional de la sociedad política o del gobierno. Si queremos la conocer la teoría política de Suárez hemos de dirigirnos primariamente a su gran tratado De legibus, que es sobre todo una filosofía jurídica. La idea de ley natural, que se remonta al mundo antiguo y a la que dieron un fundamento metafísico los filósofos de la Edad Media, es esencial a esa filosofía y constituye el fondo de la teoría política de Suárez. La sociedad política es natural al hombre, y el gobierno es necesario para la sociedad; y, como Dios es el Creador de la naturaleza humana, tanto la sociedad como el gobierno son queridos por Dios. No son, pues, invenciones humanas puramente arbitrarias o convencionales. Por otra parte, aunque la Naturaleza requiere la sociedad política, la formación de comunidades políticas determinadas depende normalmente del acuerdo humano. Igualmente, aunque la Naturaleza exige que toda sociedad tenga algún principio de gobierno, la Naturaleza no ha determinado una particular forma de gobierno ni ha designado como gobernante a un particular individuo. En ciertos casos Dios ha designado directamente un gobernante (Saúl, o David, por ejemplo); pero normalmente corresponde a la comunidad determinar la forma de gobierno. La teoría de que la sociedad política descansa en alguna clase de convenio no era completamente nueva, y pueden encontrarse anticipaciones suyas incluso en el mundo antiguo. En la Edad Media, Juan de París, en su Tractatus de potestate regia et papali (hacia 1303), presupuso un estado de naturaleza y sostuvo que aunque los hombres primitivos probablemente no hicieron un 26 contrato definido, fueron persuadidos por sus camaradas más racionales a vivir juntos bajo una ley común. Y Gil de Roma, en el siglo XIII, había propuesto una teoría del contrato como una de las explicaciones posibles del fundamento de la sociedad política. Con Mariana, en el siglo XVI, la teoría se hizo explicita. En el mismo siglo, el dominico Francisco de Vitoria presentó en esencia una teoría del contrato, y fue seguido por el jesuita Molina, aunque ni el uno ni el otro formularon muy explícitamente la teoría. Había, pues, una creciente tradición de la teoría del contrato, y la enunciación de ésta por Suárez debe verse a la luz de aquella tradición. Por otra parte, en el transcurso del tiempo la teoría llegó a separarse de la filosofía jurídica de la Edad Media. Esa filosofía fue reasumida, como hemos visto, por Richard Hooker, y de éste pasó, algo aguada, a Locke. Pero en Hobbes, Spinoza y Rousseau, brilla por su ausencia, aunque los viejos términos se conserven a veces. Existe, pues, una gran diferencia entre la teoría del contrato de Suárez y la de Rousseau, por ejemplo. Y por esa razón puede resultar desorientador que se hable de teoría del contrato en Suárez, es decir, si por tal término se entiende la clase de teoría mantenida por Rousseau. Hubo, desde luego, una cierta continuidad histórica; pero el engarce, la atmósfera y la interpretación de la teoría habían experimentado un cambio fundamental en el tiempo que medió entre uno y otro pensador. Otro problema por el que se interesaron algunos escolásticos renacentistas fue el de las relaciones entre los distintos Estados. Ya a comienzos del siglo VII san Isidoro de Sevilla, en su curiosa obra enciclopédica, las Etimologías, había hablado del ius gentium y de su aplicación a la guerra, sirviéndose de textos de juristas romanos. De nuevo, en el siglo XIII, san Raimundo de Peñafort, examinó el tema del derecho de guerra en su Summa poenitentiae, y en la segunda mitad del siglo XIV aparecieron obras como el De bello de Juan de Legnano, profesor de la universidad de Bolonia. Pero es mucho más conocido Francisco de Vitoria (1480-1546), a quien se debe en gran parte el renacer de la teología en España, como testificaron sus discípulos Melchor Cano y Domingo Soto; también el humanista español Juan Luis Vives, en carta a Erasmo, alababa grandemente a Vitoria y hablaba de cómo éste admiraba a Erasmo y le defendía contra sus críticos. Pero por lo que Vitoria es mundialmente conocido es por sus estudios de derecho internacional. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Vitoria consideraba que los diferentes Estados forman en cierto sentido una comunidad humana, y veía la "ley de naciones" no solamente como un código de conducta convenido, sino como teniendo fuerza de ley, "habiendo sido establecido por la autoridad del mundo entero". Su posición parece haber sido más o menos la siguiente. La sociedad no podría mantenerse unida sin leyes cuya violación expusiera a los transgresores al castigo. Que tales leyes puedan existir es una exigencia del derecho natural. En consecuencia, han surgido cierto número de principios de conducta, por ejemplo, la inviolabilidad de los embajadores, en los que la sociedad como un todo ha mostrado su acuerdo, puesto que ha advertido que los principios de esa clase son racionales y están dirigidos al bien común. De algún modo son derivables de la ley natural, y tiene que reconocérseles fuerza de ley. El ius gentium consiste en prescripciones para el bien común en el sentido más amplio, las cuales o pertenecen a la ley natural o son derivables de algún modo de ésta. "Lo que la razón natural ha establecido entre todas las naciones se llama el ius gentium". Según Vitoria, la ley de naciones confiere derechos y crea obligaciones. No obstante, sólo es posible aplicar sanciones por instrumento de los príncipes. Pero está claro que su concepción de la ley internacional conduce a la idea de una autoridad internacional, aunque el propio Vitoria no lo diga. Aplicando sus ideas a la guerra y a los derechos de los indios en relación con los españoles, Vitoria pone en claro en su De lndis que en su opinión el poder físico no confiere por sí mismo derecho a anexionarse la propiedad de otro, y que el celo misionero cristiano no autoriza a hacer la guerra a los paganos. En cuanto a la esclavitud, Vitoria adoptó la posición habitual en los teólogos de su tiempo, a saber, que la esclavitud es legítima como una medida penal (correspondiente a la pena de trabajos forzados moderna). Pero no debe entenderse esa concesión en el sentido de que los teólogos y filósofos escolásticos aceptasen simplemente las costumbres contemporáneas en materia de esclavitud. El ejemplo del jesuita Molina es interesante en ese aspecto. No contento con teorizar en sus estudios, Molina se personó en el puerto de Lisboa y preguntó a los traficantes de esclavos. Como un resultado de aquellas francas conversaciones, declaró que el comercio de esclavos era simplemente una cuestión comercial, y que toda la palabrería sobre motivos elevados, como el de convertir a los esclavos al cristianismo, eran tonterías. Pero, 27 aunque él condenaba el comercio de esclavos, admitió la legitimidad de la esclavitud como una medida penal, por ejemplo cuando los criminales eran mandados a galeras de acuerdo con las costumbres penales de la época. Suárez desarrolló la idea de la "ley de naciones". Indicó que es necesario hacer una distinción entre la ley de naciones y la ley natural. La primera prohíbe ciertos actos por una razón justa y suficiente, y, así, puede decirse que convierte ciertos actos en malos, mientras que la ley natural no hace malos a los actos, sino que prohíbe ciertos actos porque son malos. Que los tratados deben observarse, por ejemplo, es un precepto de la ley natural más bien que de la ley de naciones. Ésta consiste en costumbres establecidas por todas o casi todas las naciones; pero es una ley no escrita, y ese hecho la distingue de la ley civil. Por ejemplo, aunque la obligación de observar un tratado una vez que éste existe procede de la ley natural, el precepto de que una oferta de tratado, hecha por una causa razonable, debe ser aceptada, no es materia de obligación estricta que proceda de la ley natural, ni hay ninguna ley escrita a ese propósito. El precepto es una costumbre no escrita que está en armonía con la razón, y pertenece a la "ley de naciones". La base racional del ius gentium es, según Suárez, el hecho de que la raza humana conserva una cierta unidad a pesar de la división de la humanidad en naciones y Estados separados. Suárez no consideraba que un Estado Universal fuese practicable ni deseable; pero, al mismo tiempo, veía que los Estados particulares no son auto suficientes en sentido completo. Necesitan algún sistema de ley que regule sus relaciones mutuas. La ley natural no satisface suficientemente esa necesidad. Pero la conducta de las naciones ha introducido ciertas costumbres o leyes que están de acuerdo con la ley natural, aun cuando no sean estrictamente deducible s de ésta. Y esas costumbres y leyes forman el ius gentium. Se ha dicho, no sin razón, que la idea de Vitoria de que todas las naciones forman en algún sentido una comunidad universal, y de que el ius gentium es una ley establecida por la autoridad del mundo entero, anticipaba la idea de la posible creación de un gobierno del mundo, mientras que la idea suareciana del ius gentium anticipaba más bien el establecimiento de un tribunal internacional que interpretase la ley internacional y Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit tomase decisiones concretas, sin ser un gobierno mundial, que Suárez veía como no-practicable. Sea de eso lo que sea, está claro que en gran parte de su filosofía política y jurídica los escolásticos del Renacimiento supieron captar problemas concretos y mostraron aptitud para manejados de un modo "moderno". Hombres como Vitoria, Bellarmino y Suárez mantuvieron que en algún sentido la soberanía política procede del pueblo; y mantuvieron el derecho de resistencia a un gobernante que actuase tiránicamente. Aunque pensaron de modo natural en términos de formas de gobierno contemporáneas, no consideraban que la forma actual de gobierno fuese asunto de primera importancia. Al mismo tiempo, el hecho de que su concepción de la sociedad política y de la ley estuviese fundada en una clara aceptación de la ley moral natural, constituía su gran fuerza. Ellos sistematizaron y desarrollaron la filosofía legal y política de la Edad Media, y la transmitieron al siglo XVII. Gracia, por ejemplo, estuvo indudablemente en deuda con ellos. Algunos dirán, supongo, que la teoría jurídica y política de los escolásticos del Renacimiento constituyó una etapa en la evolución de una perspectiva predominantemente teológica hacia una perspectiva positivista; y, como juicio histórico, eso puede ser verdadero. Pero de ahí no se sigue que la posterior secularización de la idea de ley natural y su subsiguiente abandono hay constituido un progreso filosófico en un sentido que no sea el meramente cronológico. 28 Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 29 FRANCISCO SUÁREZ I 1. Vida y obras. Francisco Suárez (1548-1617), conocido como Doctor Eximius, había nacido en Granada, y estudió derecho canónico en Salamanca. Ingresó en la Compañía de Jesús en 1564, y, a su debido tiempo, comenzó su carrera profesional enseñando filosofía en Segovia. Más tarde enseñó teología en Ávila, Segovia, Valladolid, Roma, Alcalá, Salamanca y Coimbra. Suárez, que fue un sacerdote y religioso ejemplar y santo, fue también eminentemente estudioso, erudito y profesor, y toda su vida adulta estuvo consagrada a las lecciones, el estudio, y la labor de autor. Fue un escritor infatigable, y sus obras completan veintiocho volúmenes en la edición de París de 1856-78. Un gran número de esas obras se ocupaban, desde luego, de cuestiones teológicas; y, para nuestros fines actuales, sus escritos más importantes son los dos volúmenes de las Disputationes metaphysicae (1597) y su gran obra De legibus (1612). Deben también mencionarse su De Deo uno et trino (1606) y el De opere sex dierum (publicado póstumamente en 1621). Suárez estaba convencido de que un teólogo debe poseer firmemente y entender con profundidad los principios metafísicos y los fundamentos de la especulación. Él dice explícitamente que nadie llega a ser un perfecto teólogo a menos que antes haya puesto los firmes cimientos de la metafísica. Consecuentemente, en sus Disputationes metaphysicae se propuso presentar un tratamiento completo y sistemático de la metafísica escolástica; y, de hecho, su obra fue la primera de esa clase. Era incompleta, en el sentido de que omitía la psicología metafísica; pero ésta fue presentada en el tratado De Anima (publicado póstumamente, en 1621). Suárez abandonó el orden adoptado por Aristóteles en su Metafísica, y dividió la materia sistemáticamente en cincuenta y cuatro disputaciones, subdivididas en secciones; aunque, al comienzo, facilita una tabla que indica en qué partes de su propia obra se tratan los temas tratados en los sucesivos capítulos de la Metafísica de Aristóteles. En las Disputationes el autor muestra claramente su asombrosa erudición, en discusiones, referencias, o alusiones a autores griegos, patrísticos, judíos, islámicos y escolásticos, y a pensadores del Renacimiento como Marsilio Ficino y Pico della Mirandola. Huelga decir, por lo demás, que Suárez no se limita al recitado histórico de opiniones; su propósito es siempre la consecución de una respuesta positiva y objetiva a los problemas planteados. Es posible que sea prolijo, pero es indudablemente sistemático. Como ejemplo de un competente juicio no-escolástico sobre su obra, podemos citar el siguiente; "todas las controversias escolásticas importantes están en esta obra lúcidamente reunidas y críticamente examinadas, y sus resultados se combinan en la unidad de un sistema". En este capítulo me ocuparé principalmente de las Disputationes metaphysicae. En el capítulo siguiente trataré del contenido del Tractatus de legibus ac Deo legislatore in X libros distributus. Esa última obra resumió y sistematizó las teorías jurídicas escolásticas, y en ella presentó su autor su propio desarrollo de la teoría jurídica y política tomista. En ese contexto hay que mencionar también otra obra de Suárez, la Defensio fidei catholicae et apostolicae adversus Anglicanae sectae errores, cum responsione ad apologiam pro iure fidelitatis et praefationem monitoriam Serenissimi Jacobi Angliae Regis (1613). En dicho libro Suárez mantenía la teoría de Bellarmino del poder indirecto del papa en asuntos temporales, y argumentaba contra la idea, acariciada por Jacobo I de Inglaterra, de que el monarca temporal recibe su soberanía inmediatamente de Dios. Como he observado en el capítulo anterior, Jacobo I hizo quemar el libro. 2. Estructura y divisiones de las Disputationes metaphysicae. Antes de proceder a esbozar algunas de las ideas filosóficas de Suárez, quiero decir algo a propósito de la estructura y disposición de las Disputationes. En la primera disputación (o discusión) Suárez considera la naturaleza de la filosofía primera o metafísica, y decide que ésta puede ser definida como la ciencia que contempla el ser en tanto que ser. La segunda disputación trata del concepto de ser, y las disputaciones 3 a 11, ambas inclusive, tratan de las passiones entis o atributos trascendentales del ser. La unidad en general es el tema de la cuarta disputación, mientras que la unidad individual y el principio de individuación se tratan en .la quinta. La sexta disputación trata de los universales, la séptima de las distinciones. Después de considerar la unidad, Suárez pasa a la verdad (octava disputación) y la falsedad (novena), y en las disputaciones 10 y 11 trata del bien y el mal. Las disputaciones 12 a 27 se ocupan de las Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit causas; la disputación 12, de las causas en general, las 13 y 14 de la causa material, las 15 y 16 de la causa formal, las disputaciones 17 a 22 de la causalidad eficiente, y las 23 y 24 de la causalidad final, mientras que la causalidad ejemplar es el tema de la disputación 25. Finalmente, la disputación 26 trata de las relaciones de las causas a los efectos, y la disputación 27 de las relaciones mutuas de unas causas con otras. El segundo volumen comienza con la división del ser en ser infinito y ser finito (disputación 28). El ser infinito o divino se trata en las dos siguientes disputaciones, la existencia de Dios en la disputación 29, y su esencia y atributos en la disputación 30. En la disputación 31 Suárez procede a considerar el ser creado finito en general, y en la siguiente considera la distinción substanciaaccidentes en general. Las disputaciones 33 a 36 contienen la metafísica suareciana de la substancia, y las disputaciones 37 a 53 tratan de las diversas categorías de accidentes. La última disputación de la obra, la 54, trata de los entia rationis. Como ya se ha indicado, las Disputationes metaphysicae de Suárez marcan la transición de los Comentarios a Aristóteles a los tratados independientes sobre metafísica y a los Cursus philosophici en general. Es cierto que entre los predecesores de Suárez, como por ejemplo Fonseca, se puede discernir una tendencia creciente a zafarse de los límites impuestos por el método del comentario; pero fue en Suárez en quien se originó realmente la nueva forma de tratar las cuestiones filosóficas. Después de Suárez, los Cursus philosophici y los tratados filosóficos independientes se hicieron comunes, tanto dentro como fuera de la Compañía de Jesús. Además, la decisión de Suárez de no incluir la psicología racional en la metafísica, y tratarla por sí misma, considerándola como la parte más elevada de la "filosofía natural", influyó en escritores posteriores, como Arriaga y Oviedo, que asignaron la teoría del alma a la "física "- y no a la metafísica. Una característica de las Disputationes metaphysicae de Suárez a la que debe hacerse referencia es la de que la obra no hace separación alguna entre metafísica general y metafísica especial. La distinción posterior entre ontología o metafísica general, por una parte, y disciplinas metafísicas especiales, como la cosmología, la psicología y la teología natural, por la otra, ha sido atribuida comúnmente a la influencia de Christian Wolff (16791754), el discípulo de Leibniz, que escribió tratados separados 30 sobre ontología, cosmología, psicología, teología natural, etc. Pero ulteriores investigaciones en la historia del escolasticismo de la segunda mitad del siglo XVII hall puesto de manifiesto que la distinción entre metafísica general y especial y la utilización de la palabra" ontología" para describir la primera, son anteriores a los escritos de Wolff. Jean-Baptiste Duhamel (1624-1706) empleó la palabra "ontología" para designar la metafísica general en su Philosophia vetus el nova, o Philosophia universalis, o Philosophia burgundica (1678). Eso no es decir, sin embargo, que la división wolfiana de las disciplinas filosóficas no tuviese una gran influencia, ni que no deba atribuirse primariamente a Wolff el empleo continuado de la palabra "ontología" para designar la metafísica general. 3. La metafísica como ciencia del ser. La metafísica, dice Suárez, tiene como su obiectum adequatum el ser en tanto que ser real. Pero decir que el metafísico se interesa por el ser en tanto que ser no es lo mismo que decir que se interesa por el ser en tanto que ser en completa abstracción de los modos en que el ser se realiza concretamente, es decir, en completa abstracción de las especies más generales de ser, o inferiora entis. Después de todo, el metafísico se interesa por el ser real, por el ser en tanto que incluye de algún modo los inferiora entis secundum proprias rationes. El metafísico se interesa, pues, no solamente por el concepto de ser como tal, sino también por los atributos trascendentales del ser, por el ser increado y creado, infinito y finito, por la sustancia y el accidente y por los tipos de causas. Pero no se interesa por el ser material como tal: solamente se interesa por las cosas materiales en la medida en que el conocimiento de éstas es necesario para conocer las divisiones generales y categorías del ser. El hecho es que el concepto de ser es análogo y, en consecuencia, no puede ser adecuadamente conocido a menos que sean claramente distinguidas las diferentes clases de ser. Por ejemplo, el metafísico se interesa primariamente por la substancia inmaterial, no por la material, pero tiene también que considerar la substancia material en la medida en que el conocimiento de ésta es necesario para distinguirla de la substancia inmaterial y para conocer los predicados metafísicos que le corresponden precisamente como substancia material. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit En Suárez, pues, como los mismos suarecianos mantienen, persiste la misma actitud metafísica fundamental del tomismo. La idea aristotélica de "filosofía primera" como el estudio o ciencia del ser en tanto que ser, se mantiene. Pero Suárez subraya el hecho de que por" ser" entiende el ser real; el metafísico no se ocupa simplemente de conceptos. Por otra parte, aunque se ocupa primariamente de la realidad inmaterial, no lo hace de un modo tan exclusivo que no tenga nada que decir de la realidad material. Pero considera la realidad material solamente desde el punto de vista metafísico, no desde el punto de vista del físico o desde el del matemático; Suárez aceptaba la doctrina aristotélica de los grados de abstracción. Conviene advertir también que Suárez subraya el carácter analógico del concepto de ser: no puede admitirse que ese concepto sea unívoco. Finalmente, por lo que hace al propósito de la metafísica, Suárez estaba convencido de que éste es la pura contemplación de la verdad; Suárez se mantiene en la atmósfera serena de la Metafísica aristotélica y de santo Tomás, y no es afectado por la nueva actitud hacia el conocimiento que se manifestaba en un Francis Bacon. 4. El concepto de ser. En la segunda disputación, Suárez trata del concepto de ser, y declara que "el concepto formal propio y adecuado de ser como tal, es uno" y que "es diferente de los conceptos formales de otras cosas" Como procede a decir que ésa es la opinión común, Y reconoce entre sus defensores a "Escoto y sus discípulos", puede parecer que hace al concepto de ser unívoco y no analógico. Es necesario, pues, decir algo acerca de la posición de Suárez en esa materia. En primer lugar, el concepto formal de ser es uno, en el sentido de que no significa inmediatamente ninguna naturaleza o clase de cosas particular: no significa una pluralidad de seres según las diferencias que hay entre éstos, sino "en cuanto convienen entre sí o son semejantes unos a otros". El concepto de ser es realmente distinto del concepto de substancia o del concepto de accidente: abstrae de lo que es propio de cada uno de éstos, y no basta decir que hay una unidad de la palabra solamente, porque el concepto precede a la palabra y a su empleo. Además, "al concepto formal de ser corresponde un concepto objetivo adecuado e inmediato que no significa expresamente 31 substancia o accidente, Dios o criatura; significa todo ello, en cuanto que todo es de algún modo semejante y conviene en ser". ¿Quiere eso decir que en una substancia creada, por ejemplo, hay una forma: de ser que es actualmente distinta de la forma o formas que la hacen una substancia creada en particular? No, la abstracción no requiere necesariamente una distinción de cosas o formas que la preceda actualmente: basta con que la mente considere los objetos no como cada uno de ellos existe en sí mismo, sino según su semejanza a otras cosas. En el concepto de ser como talla mente considera solamente la semejanza de las cosas, no sus mutuas diferencias. Es cierto que un ser real es tal por su propio ser, que es inseparable de él mismo, es decir, es cierto que el ser de una cosa es intrínseco a ésta; pero eso significa simplemente que el concepto de ser como tal no incluye a sus inferiores". Suárez admite, pues, que puede formarse un concepto de ser que es estrictamente uno; Y en esa materia se alinea junto a Escoto contra Cayetano. Pero subraya el hecho de que ese concepto es obra de la mente y "tal como existe en la cosa misma, no es algo actualmente distinto de los inferiores en los que existe. Esa es la opinión común de toda la escuela de santo Tomás" ¿Por qué insiste, entonces, en que el concepto de ser representa realidad? Si representa realidad, ¿en qué consiste e! ser como tal, y cómo pertenece a sus inferiores? ¿No parece que, si el concepto de ser como tal representa realidad, debe representar algo en los inferiores, es decir, en los seres existentes, algo que sea distinto de aquella intrínseca entidad o cualidad de ser que es peculiar a cada uno? Y, si no es así, ¿no se sigue que el concepto de ser como tal no representa realidad? Suárez distingue "ser" (ente) entendido como participio, es decir, como significando el acto de existir, y "ser" entendido como nombre, es decir, como significando lo que tiene una esencia real, exista o no actualmente. Una esencia "real" es una esencia que no implica contradicción y que no es una mera construcción de la mente. Ahora bien, el "ser", entendido como participio da origen a un concepto "común a todos los seres actualmente existentes, puesto que 'éstos son semejantes entre sí y convienen en la Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit existencia actual", y eso vale tanto para el concepto formal como para el concepto objetivo. Podemos también tener un concepto de ser entendido como nombre, siempre que el concepto abstraiga simplemente de la existencia actual, sin excluirla. No me parece que la repetición de esa afirmación de nuestra capacidad para formar un concepto de ser proporcione una respuesta muy adecuada a las dificultades que pueden suscitarse; pero lo que ahora quiero es indicar por qué Suárez dice que ese concepto no es un concepto unívoco. Para que un concepto sea unívoco no es suficiente que sea aplicable en el mismo sentido a una pluralidad de inferiores diferentes que tengan una relación igual entre sí. Suárez exigía, pues, para que un concepto fuera unívoco, algo más que que fuese un solo y mismo concepto; exigía que pudiese aplicarse a sus inferiores de la misma manera. Podemos formar, ciertamente, un concepto formal de ser que sea uno y el mismo, y que nada diga a propósito de las diferencias de sus inferiores; pero ningún inferior está, por así decirlo, fuera del ser. Cuando el concepto de ser es estrechado o contraído (contrahitur) a conceptos de las diferentes modalidades de ser, lo qué se hace es que una cosa se concibe de un modo más expreso, según su propio modo de existencia, que cuando es concebida por medio del concepto de ser. Pero eso no significa que algo sea añadido al concepto de ser como desde fuera. Al contrario, el concepto de ser se hace más expreso o determinado. Para que los inferiores sean concebidos propiamente como seres de una cierta clase, el concepto de ser tiene que ser contraído; pero eso significa hacer más determinado lo que ya estaba contenido en el concepto. Éste no puede, pues, ser unívoco. 5. Los atributos del ser. En la tercera disputación Suárez pasa a discutir las passiones entis in communi, los atributos del ser como tal. Hay solamente tres atributos de esa naturaleza, a saber, la unidad, la verdad y la bondad. Pero esos atributos no añaden nada positivo al ser. La unidad significa el ser en cuanto indiviso; y ese carácter indiviso añade al ser simplemente una negación de división, y no nada positivo. La verdad del conocimiento (veritas cognitionis) no añade nada real al acto mismo, sino que connota el objeto 32 existente del modo en que es representado por el juicio como existente. Pero la verdad del conocimiento se encuentra en el juicio o acto mental, y no es lo mismo que la veritas transcendentalis, que significa el ser de una cosa con connotación del conocimiento o concepto del entendimiento que representa, o puede representar, la cosa tal como es. Esa conformidad de la cosa a la mente ha de entenderse primariamente como una relación a la mente divina, y, sólo secundariamente, como conformidad a la mente humana. En cuanto a la bondad, significa la perfección de una cosa, aunque también connota en otra cosa una inclinación hacia dicha perfección, o una capacidad para tenerla. Ahora bien, esa connotación no añade a la cosa buena nada que sea absoluto, ni tampoco es, propiamente hablando, una relación. Ninguno de los tres atributos trascendentales del ser añade, pues, nada positivo al ser. 6. La individuación. En la quinta disputación Suárez considera el problema de la individuación. Todas las cosas actualmente existentes -todas las cosas que pueden existir "de modo inmediato"- son singulares e individuales. Se dice "de modo inmediato" para excluir los atributos comunes del ser, que no pueden existir de modo inmediato, es decir, que solamente pueden existir en seres singulares, individuales. Suárez coincide con Escoto en que la individualidad añade algo real a la naturaleza común; pero rechaza la doctrina escotista de la haecceitas "formalmente" distinta de la naturaleza específica. ¿Qué es, pues, lo que la individualidad añade a la naturaleza común? "La individualidad añade a la naturaleza común algo que es mentalmente distinto de esa naturaleza, que pertenece a la misma categoría, y que (junto con la naturaleza) constituye al individuo metafísicamente, como una differentia individual que contrae la especie y constituye al individuo. Suárez observa que decir que lo que se añade es algo mentalmente distinto de la naturaleza específica no es lo mismo que decir que es un ens rationis; ya ha concedido a Escota que es aliquid regie. Así pues, en respuesta a la pregunta de si una substancia es individuada por sí misma, Suárez replica que si las palabras "por sí misma" hacen referencia a la naturaleza específica como tal, la respuesta es negativa, pero que si las palabras ".por sí misma" significan "por su propio ser o entidad", la respuesta es afirmativa. Pero hay que añadir que el ser o entidad de la cosa incluye no solamente la ratio Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit specifica, sino también la differentia individua lis, y que éstas se distinguen entre sí por una distinción mental. Suárez subraya que está hablando de cosas creadas, no de la substancia divina; pero, entre las cosas creadas, aplica la misma doctrina tanto a las substancias inmaterial es como a las materiales. De ahí se sigue que rechaza la doctrina tomista de la materia signata como único principio de individuación. En el caso de una substancia compuesta, es decir, compuesta de materia y forma, "el principio de individuación adecuado es esa materia y esa forma en unión, y, de ellas, la forma es el principio más importante y suficiente para que el compuesto, como una cosa individual de una cierta especie, sea considerado numéricamente uno. Esa conclusión... coincide con la opinión de Durando y de Toledo; y Escoto, Enrique de Gante y los nominalistas no disienten en nada substancial (in re non dissentiunt)". Es perfectamente cierto que, a causa de que nuestro conocimiento se basa en la experiencia de cosas sensibles, distinguimos con frecuencia a los individuos según sus distintas "materias", o según los accidentes, como la cantidad, que siguen a la posesión de la materia; pero si consideramos una substancia material en sí misma, y no simplemente en relación a nuestro modo de conocer, su individualidad tiene que ser atribuida primariamente a su elemento constitutivo principal, a saber, la forma. 7. La analogía. Después de tratar extensamente de la doctrina de las causas, Suárez pasa en la disputación 28 a la división del ser en ser infinito y ser finito. Esa división es fundamental; pero puede hacerse "bajo diferentes nombres y conceptos". Por ejemplo, el ser puede dividirse en ens a se y ens ab alio, en ser necesario y ser contingente, o en ser por esencia y ser por participación. Pero esas divisiones y otras semejantes son equivalentes, en el sentido de que todas ellas son divisiones del ser en Dios y criaturas, y agotan el ámbito del ser. Se presenta entonces la cuestión de si el ser se predica de Dios y de las criaturas equívoca, unívoca o analógicamente. Suárez observa que se atribuye erróneamente a Pedro Aureoli una doctrina de la equivocidad. La doctrina escotista de que" ser significa inmediatamente un solo concepto que es común a Dios y 33 a las criaturas y que, en consecuencia, es predicado de ellos unívocamente, y no analógicamente", es rechazada por Suárez. Pero si el ser se predica analógicamente de Dios y de las criaturas, la analogía en cuestión ¿es sólo la analogía de proporcionalidad, como enseñaba Cayetano, o la analogía de proporcionalidad junto con la analogía de atribución, según consideraba, por ejemplo, Fonseca? Para Suárez, la analogía en cuestión no puede ser la analogía de proporcionalidad, porque" toda verdadera analogía de proporcionalidad incluye un elemento de metáfora", mientras que" en esta analogía del ser no hay metáfora". Tiene que ser, pues, analogía de atribución, y, más exactamente, de atribución intrínseca. "Toda criatura es ser en virtud de una relación a Dios, puesto que participa en, o imita de algún modo el ser (esse) de Dios, y, en cuanto tiene ser, depende esencialmente de Dios, mucho más de lo que un accidente depende de una substancia". 8. La existencia de Dios. En la siguiente disputación (número 29) Suárez considera la cuestión de si la existencia de Dios puede ser conocida por la razón, aparte de la revelación. En primer lugar examina el "argumento físico", que es el argumento que parte del movimiento, según se encuentra en Aristóteles. La conclusión de Suárez es que ese argumento es ineficaz para demostrar la existencia de Dios. El principio sobre el que se basa el argumento, a saber, "todo lo que se mueve es movido por otro" (omne quod movetur ab alío movetur), le parece inseguro. Algunas cosas parecen moverse a sí mismas, y podría ser verdad que el movimiento del cielo se debiese a su propia forma o a algún poder innato. "¿Cómo puede, pues, obtenerse una verdadera demostración que pruebe la existencia de Dios, con ayuda de principios inseguros?". Si el principio se entiende rectamente, es más probable (probabilius) que su opuesto, pero, en todo caso, "¿por qué argumento necesario o evidente puede probarse a partir de ese principio que hay una substancia inmaterial?" Aun cuando pueda mostrarse que se necesita algún motor, no se sigue que no haya una pluralidad de motores, y aún menos que el motor único sea acto puro universal. La tesis de Suárez es que, con argumentos tomados de la física, no se puede probar la existencia de Dios como substancia inmaterial increada y acto puro. Para probar que Dios existe es necesario recurrir a argumentos metafísicos. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Ante todo es necesario sustituir el principio omne quod movetur ab alio movetur por el principio metafísico omne quod fit, ab alío fit. La verdad de este principio se sigue de la verdad evidente de que nada puede producirse a sí mismo. Sobre .la base de ese principio metafísico, se puede argumentar del modo siguiente. "Todo ser es o hecho o no hecho (increado). Pero no todos los seres del universo pueden ser hechos. Así pues, hay necesariamente algún ser que no es hecho, sino que es increado". La verdad de la premisa mayor puede hacerse evidente de este modo: un ser hecho o producido es producido por" alguna otra cosa". Esa" alguna otra cosa" es a su vez o hecha o no hecha. Si es esto último, entonces ya tenemos un ser increado. Si es lo primero, entonces aquello de lo que la "alguna otra cosa" depende para existir, es a su vez hecho o no hecho. Para evitar un regreso infinito o "en circulo" (que seria el caso si se dijera que A fue hecho por B, B por C, y C por A), es necesario postular un ser increado. En su discusión de la imposibilidad de un regreso infinito, Suárez distingue las causa per se subordinatae y las causae per accidens subordinatae; pero deja claro que él considera imposible el regreso infinito incluso en el caso de estas últimas. Adopta, pues, una opinión diferente a la de santo Tomás. Pero observa que, aunque se acepte la posibilidad de un regreso infinito en la serie de las causae per accidens subordinatae, eso no afecta a la línea principal de argumentación, porque la serie infinita dependería eternamente de una causa extrínseca más alta. De no ser así, no habría en absoluto causalidad o producción. No obstante, ese argumento no manifiesta de modo inmediato que exista Dios. Todavía tiene que mostrarse que hay solamente un ser increado. Suárez argumenta ante todo que "aunque los efectos individuales, tomados y considerados separadamente, no muestran que el hacedor de todas las cosas sea uno y el mismo, la belleza del universo entero y de todas las cosas que hay en él, su maravillosa conexión y orden, muestran que hay solamente un ser primero, por el que todas las cosas están gobernadas y del que derivan su origen". Contra la objeción de que podría haber varios gobernadores del universo, Suárez arguye que puede mostrarse que todo el mundo sensible procede de una sola causa eficiente. La causa o causas del universo han de ser inteligentes; pero varias causas inteligentes no se combinarían para producir y gobernar un efecto sistemático unido, a menos que estuviesen subordinadas a una causa más elevada que las utilizase como órganos o instrumentos. Pero aún queda otra 34 objeción posible. ¿No podría haber otro universo, hecho por otra causa increada? Suárez admite que la creación de otro universo no sería imposible, pero observa que no hay razón para suponer que exista otro universo. Así y todo, concedida la posibilidad, el argumento que procede del universo a la unicidad de Dios, sólo vale para aquellas cosas que pueden ser conocidas por la experiencia y el razonamiento humano. Suárez concluye, pues, que hay que dar una prueba a priori de la unicidad del ser increado. Tal prueba a priori no es, observa Suárez, a priori en sentido estricto. Es imposible deducir .la existencia de Dios de su causa, puesto que no tiene cansa. "Y, aunque la tuviera, Dios no es conocido por nosotros tan exacta y perfectamente que podamos aprehenderle por medio de sus principios propios, por así decirlo". No obstante, si ya ha sido probado a posteriori algo acerca de Dios, podemos estar en posición de argumentar a priori de un atributo a otro. "Cuando ha sido probado a posteriori que Dios es ser necesario, existente por si mismo (ens a se), puede probarse a priori a partir de ese atributo que no puede haber otro ser necesario existente por si mismo, y, en consecuencia, puede probarse que Dios existe". En otras palabras, el argumento de Suárez consiste en que puede probarse que tiene que haber algún ser necesario, y puede luego mostrarse de un modo concluyente que no puede haber más de un ser necesario. ¿Cómo demuestra Suárez que solamente puede haber un ser necesario? Él argumenta que, para que pueda haber una pluralidad de seres que tengan una naturaleza común, es necesario que la individualidad de cada uno esté de algún modo (aliquo modo) fuera de la esencia de dicha naturaleza. Porque, si la individualidad fuese esencial a la naturaleza en cuestión, ésta no sería multiplicable. Pero en el caso del ser increado es imposible que su individualidad sea en modo alguno distinta de su naturaleza, ya que su naturaleza es la existencia misma, y la existencia es siempre individual. El argumento precedente es el cuarto de los considerados por Suárez. Más adelante observa que "aunque algunos de los argumentos que han sido considerados, si se toman separadamente, acaso no convencen al entendimiento de tal modo que un hombre díscolo o mal dispuesto no pueda encontrar medios de escapar a ellos, no por ello dejan de ser todos los argumentos de lo más eficaces, y, especialmente si se toman juntos, prueban abundantemente aquella verdad". Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 9. La naturaleza divina. Suárez procede a considerar la naturaleza de Dios. Observa al comienzo de la disputación 30 que la cuestión de la existencia de Dios y la cuestión de la naturaleza de Dios no pueden separarse enteramente. Repite también su observación de que, aunque nuestro conocimiento de Dios es a posteriori, podemos en algunos casos argumentar a priori de un atributo a otro. Después de esas observaciones preliminares, procede a argumentar que Dios es ser perfecto, que posee en Sí mismo, como Creador, todas las perfecciones que puede comunicar. Pero no las posee todas del mismo modo. Aquellas perfecciones que no contienen por sí mismas limitación o imperfección alguna, Dios las posee "formalmente" (formaliter). Una perfección como la sabiduría, por ejemplo, aunque en los seres humanos exista de una manera finita e imperfecta, no incluye en su concepto formal limitación o imperfección alguna, y puede ser predicada formalmente de Dios, salva analogía, quae Inter. Deum et creaturas semper intercedit. Las perfecciones de esa clase existen "eminentemente" (eminenter) en Dios, porque la sabiduría propia de las criaturas, como tal, no puede ser predicada de Dios; pero no por ello deja de haber un concepto formal análogo de sabiduría, que puede ser predicado formalmente, aunque analógicamente, de Dios. En cambio, en el caso de perfecciones que suponen la inclusión del ser que las posee en una cierta categoría, solamente puede decirse que estén presentes en Dios modo eminenti, y no formalmente. En sucesivas secciones Suárez argumenta que Dios es infinito,52 acto puro y sin composición alguna,53 omnipresente,54 inmutable y eterno, pero a la vez libre,55 uno, 56 invisible, 57 incomprehensible,58 inefable,59 viviente, substancia inteligente y autosuficiente.60 Luego considera el conocimiento divino 61 y la voluntad divina,62 y el poder divino.63 En la sección sobre el conocimiento divino Suárez muestra que Dios conoce las criaturas posibles y las cosas existentes, y luego observa que la cuestión del conocimiento por Dios de los acontecimientos condicionales futuros contingentes no puede ser adecuadamente tratada sin referencia a fuentes teológicas, aun cuando sea una cuestión metafísica, "y por eso la omito enteramente" .64 Pero se permite la observación de que si enunciados como "si Pedro hubiera estado aquí, habría pecado" tienen una verdad determinada, esa verdad no puede dejar de ser conocida por Dios. Que tengan una verdad 35 determinada es "mucho más probable" (multo probabilius) que no la tengan, en el sentido de que, en el ejemplo dado, Pedro o habría pecado o no habría pecado, y, aunque nosotros no podamos saber lo que habría sucedido, Dios puede saberlo. No obstante, como Suárez omite un mayor tratamiento de esa materia en sus disputaciones metafísicas, yo lo omito también. 10. Esencia y existencia. Pasando al tema del ser finito, Suárez trata en primer lugar de la esencia del ser finito como tal, de su existencia, y de la distinción entre esencia y existencia en el ser finito. Compendia primero los argumentos de los que sostienen la opinión de que existencia (esse) y esencia son realmente distintas en las criaturas. "Esa se cree que es la opinión de santo Tomás, y, entendida en ese sentido, ha sido seguida por casi todos los antiguos tomista". La segunda opinión mencionada por Suárez es la de que la existencia de la criatura se distingue "formalmente" de su naturaleza, como un modo de esa naturaleza. "Esa opinión es atribuida a Escoto". La tercera opinión es la de que esencia y existencia en la criatura se distinguen sólo mentalmente (tantum ratione). Esa opinión, dice Suárez, fue sostenida por Alejandro de Hales y otros, incluidos los nominalistas. Se trata de la opinión que él mismo defiende, siempre que" existencia" se entienda en el sentido de existencia actual, y "esencia" en el sentido de esencia actualmente existente. ..y creo que esa opinión, si se explica de ese modo, es enteramente verdadera". Es imposible, afirma Suárez, que algo sea constituido intrínseca y formalmente como un ser real y actual por algo distinto de aquello mismo. De ahí se sigue que la existencia no puede distinguirse de la esencia como un modo que fuera distinto de la esencia o naturaleza ex natura rei. El modo de ver acertado es el siguiente. Si los términos "existencia" y "esencia" se entienden como haciendo referencia respectivamente al ser actual (ens in actu) y al ser potencial o posible (ens in potentia), entonces hay, desde luego, una distinción real; pero esa distinción es simplemente la que hay entre el ser y el no-ser, puesto que un posible no es un ser, y su potencialidad para existir es simplemente potencialidad lógica, es decir, que su idea no implica contradicción. Pero si "esencia" y "existencia" se entienden, como deben entenderse en esta controversia, en el sentido de esencia actual y existencia actual, la distinción entre éstas es una distinción mental con fundamento objetivo (distinctio rationis cum Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit fundamento in re). Podemos pensar las naturalezas o esencias de las cosas en abstracción de sus existencias, y el fundamento objetivo para que podamos hacerla así es el hecho de que ninguna criatura existe necesariamente. Pero el hecho de que ninguna criatura exista necesariamente no significa que, cuando existe, su existencia y su esencia sean realmente distintas. Si se aparta la existencia, por así decirlo, se cancela completamente la cosa. Por otra parte, dice Suárez, la negación de la distinción real entre esencia y existencia no lleva a la conclusión de que la criatura existe necesariamente. La existencia y la esencia juntas forman un ens per se unum; pero esa composición es "composición" en un sentido analógico. Porque son solamente los elementos realmente distintos los que pueden formar una composición real. La unión de esencia y existencia para formar un ens per se unum se llama "composición" solamente en un sentido análogo al sentido en que se llama compasión la unión de la materia y la forma, dos elementos realmente distintos. Además, la unión de esencia y existencia difiere de la de materia y forma también en este punto, que la primera se da en todas las criaturas mientras que la segunda se da solamente en los cuerpos. La composición de materia y forma es una composición física, y constituye la base del cambio físico, mientras que la composición de esencia y existencia es una composición metafísica. Pertenece al ser de la criatura, sea ésta espiritual o material. La afirmación de que es una compositio rationis no contradice a la afirmación de que pertenece al ser de la criatura, porque la razón por la que pertenece al ser de la criatura no es el carácter mental de la distinción entre esencia y existencia, sino el fundamento objetivo de esa distinción mental, a saber, el hecho de que la criatura no existe necesariamente o por sí misma (a se). Suárez considera la objeción de que de su opinión se sigue o parece seguirse que la existencia de la criatura no es recibida en un elemento potencial y mutante, y que, en consecuencia, es existencia perfecta e infinita. Si la existencia, se dice, no es un acto que sea recibido en un elemento potencial, es irrecepta, y en consecuencia, es existencia subsistente. Pero, dice Suárez, la existencia de una criatura es limitada por sí misma, por su entidad, y no necesita de nada distinto de ella misma para que la limite. Intrínsecamente, es limitada por sí misma; extrínsecamente, o effective es limitada por Dios. 36 Se pueden distinguir dos clases de limitación o contracción, a saber, la metafísica y la física. "La limitación (contractio) metafísica no requiere una distinción real actual entre los factores limitado y limitante, sino que es suficiente una distinción de concepto con algún fundamento objetivo; y, así, podemos admitir (si deseamos utilizar el lenguaje de muchos) que la esencia es hecha finita y limitada en vista a la existencia y, a la inversa, que la existencia se hace finita y limitada por ser el acto de una esencia particular". En cuanto a .las limitaciones físicas, un ángel no necesita un principio intrínseco de limitación distinto de su substancia simple, mientras que una substancia completa es .limitada por sus principios o factores componentes intrínsecos. Eso equivale a decir que una substancia compuesta es también limitada por sí misma, puesto que no es algo distinto de los factores componentes intrínsecos tomados juntamente en su actualidad. La opinión de Suárez es, pues, la siguiente. "Como la existencia no es otra cosa que la esencia constituida en acto, se sigue que, lo mismo que la esencia actual es formalmente limitada por sí misma, o por sus propios principios intrínsecos, así también la existencia creada tiene su limitación de la esencia, no porque la esencia sea una potencialidad en la que sea recibida la existencia, sino porque la existencia no es en realidad otra cosa que la misma esencia actual". Es mucho lo que se ha escrito en círculos escolásticos a propósito de la disputa entre Suárez y sus adversarios tomistas sobre el tema de la distinción entre esencia y existencia; pero, sea cual sea el lado del que esté la razón, debe estar al menos claro que Suárez no tuvo la menor intención de poner en peligro, por así decido, el carácter contingente de las criaturas. La criatura es creada y contingente, pero lo que es creado es una esencia actual, es decir, una esencia existente, y la distinción entre la esencia y su existencia es solamente mental, aunque esa distinción mental se fundamente en el carácter contingente de la criatura y sea hecha posible por ese carácter contingente. Pero tomistas y suarecianos convienen, indudablemente, en el carácter contingente de la criatura. En lo que difieren es en el análisis de lo que quiere decir ser contingente. Cuando los tomistas dicen que hay una distinción real entre esencia y existencia en la criatura, no quieren decir que ambos factores sean separables en el sentido de que uno de ellos, o los dos, pudiesen conservar actualidad por separado; y cuando los Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit suarecianos dicen que la distinción es una distinctio rationis cum fundamento in re, no quieren decir que la criatura exista necesariamente, en el sentido de que no pueda no existir. Por lo demás, no me propongo tomar partido en la controversia, ni voy a introducir reflexiones que, en el contexto de la filosofía contemporánea de la Gran Bretaña, podían sugerirse a sí mismas. 37 independiente de todo "soporte" (es decir, lo que hace a una cosa substancia), no puede, en cuanto que es algo añadido a una naturaleza o esencia actual, ser lo mismo que la existencia. ¿Añade algo la subsistencia a una naturaleza la esencia real? Y, en tal caso, ¿qué es lo que añade? La existencia como tal significa simplemente que se tiene ser actual, pero el que un ser exista no determina, por sí mismo, que exista como una substancia o como un accidente. 11. Sustancia y accidente. Pasando al tema de la substancia y el accidente, Suárez observa que la opinión de que la división entre substancia y accidente es una división próxima suficiente del ser creado es "tan común que ha sido recibida por todo como si fuera evidente por sí misma, Así pues, necesita una explicación más bien que una prueba. Que entre las criaturas algunas cosas son substancias y otras son accidentes, está claro por el constante cambio y alteración de las cosas". Pero el ser no se predica unívocamente de la substancia y del accidente: se predica analógicamente. Ahora bien, Cayetano, y otros muchos, creen que la analogía en cuestión es solamente la analogía de proporcionalidad; "pero yo pienso que en este contexto debe decirse lo mismo que ha sido dicho a propósito del ser como común a Dios y a las criaturas, a saber, que aquí no hay analogía de proporcionalidad propiamente dicha, sino solamente analogía de atribución". "Pero la subsistencia denota un determinado modo de existir", a saber, existir como una substancia, no inherir en una substancia como inhiere en una substancia un accidente. Así pues, la subsistencia añade algo. Pero lo que añade es un modo de existir, no la existencia: determina el modo de existencia y completa a la substancia in ratione existendi, al nivel de la existencia. El tener subsistencia o ser un suppositum añade, pues, a una naturaleza o esencia actual, un modo (modus), y la subsistencia difiere modalmente (modaliter) de aquello de lo que es subsistencia, como un modo de una cosa difiere de la cosa misma. La composición entre ellas. es, pues, la composición de un modo con la cosa modificada. La subsistencia creada es, pues, "un modo substancial, finalmente terminante de la naturaleza substancial, y que constituye a la cosa como per se subsistente e incomunicable". 12. Los modos. En las criaturas, la substancia primera (es decir, la substancia existente, a diferencia de la substantia secunda o universal) es lo mismo que un suppositum; y un suppositum de naturaleza racional es una persona. Pero Suárez discute la cuestión de si la "subsistencia" (subsistentia) que hace de una naturaleza o esencia un suppositum creado, es algo positivo, distinto de la naturaleza. Según una opinión, existencia y subsistencia son lo mismo; y aquello que el ser un suppositum añade a una naturaleza es, en consecuencia, la existencia, "Esa opinión se encuentra ahora frecuentemente entre los teólogos modernos". Pero Suárez no puede estar de acuerdo con esa teoría, puesto que él no cree que la existencia sea realmente distinta de la esencia o naturaleza actual. "La esencia actual y su existencia no son realmente distintas. Así pues, en .la medida en que la subsistencia es distinta de la esencia actual, tiene que ser distinta de la existencia de esa esencia". Así pues, el ser un suppositum o tener subsistencia, lo que hace a una cosa Encontramos aquí la idea suareciana de los "modos", de la que él hace abundante uso. Por ejemplo, dice que probablemente "el alma racional, incluso cuando está unida al cuerpo, tiene un modo positivo de subsistencia, y, cuando está separada (del cuerpo), no adquiere un nuevo modo positivo de existencia, sino que es simplemente privada del modo positivo de unión con el cuerpo". En el hombre, pues, no hay solamente un "modo" por el que el alma y el cuerpo están unidos, sino que el alma, aun cuando está en el cuerpo, tiene también su propio modo de subsistencia parcial; y lo que ocurre al morir es que el modo de unión desaparece, aunque el alma conserva su propio modo de subsistencia. En las substancias puramente materiales, tanto la forma como la materia tienen sus propios modos, además del modo de unión; pero es el "modo parcial" (modus partialis) de la materia sola lo que se conserva después de la separación de forma y materia. La forma de una substancia puramente material, a Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit diferencia del alma humana, que es la forma del cuerpo, no conserva modo de subsistencia alguno después de la corrupción de la substancia. Una forma material no ha conseguido su propio modo de existencia o subsistencia parcial, pero la materia sí. De ahí se sigue que Dios podría conservar la materia sin forma alguna. 13. La cantidad. En su detallado tratamiento de los diferentes tipos de accidentes Suárez concede una gran atención al tema de la cantidad. En primer lugar, hay que aceptar la opinión de que la cantidad es realmente distinta de la substancia material. "Porque aunque no sea posible demostrar suficientemente su verdad por la razón natural, los principios de la teología muestran, no obstante, que es verdadera, especialmente por lo que se refiere al misterio de la eucaristía. En realidad, la razón natural, iluminada por ese misterio, entiende que esa verdad es más conveniente y conforme (que la opuesta) con las naturalezas mismas de las cosas. Así pues, la primera razón en favor de dicha opinión es que en el misterio de la eucaristía Dios separa la cantidad de las substancias de pan y vino..." Esa distinción ha de ser una distinción real, porque, si la distinción fuera solamente modal, la cantidad no podría existir en separación de aquello de lo que sería un modo. Consideraciones tomadas de la teología de la eucaristía aparecen también cuando Suárez trata del efecto formal de la cantidad (effectus formalis cuantitatis) que él encuentra en la extensión cuantitativa de partes apta para ocupar espacio. "En el cuerpo de Cristo en la eucaristía, además de la distinción substancial de partes de materia hay también una extensión cuantitativa de partes. Porque, aunque las partes de ese cuerpo no están actualmente extendidas en el espacio, no están por ello menos extendidas y ordenadas mutuamente, de tal modo que, si no se vieran sobrenaturalmente impedidas, tendrían que poseer extensión actual en el espacio. Esa (primera) extensión la reciben de la cantidad, y es imposible que estén sin ella si no están sin cantidad". 14. Las relaciones. 38 En cuanto a las relaciones, Suárez mantiene que hay en las criaturas relaciones reales que constituyen una categoría especial. Pero una relación real, aunque signifique una forma real, no es algo actualmente distinto de la forma absoluta; en realidad, está identificada con una forma absoluta que está relacionada a alguna otra cosa. Consideremos un ejemplo. En el caso de dos cosas blancas, una cosa tiene una relación real de semejanza a la otra. Pero esa relación real no es algo realmente distinto de la blancura de la cosa; es la blancura misma (considerada como una "forma absoluta"), en tanto que similar a la blancura de la otra cosa. Esa negación de la distinción real entre la relación y su sujeto no contradice, dice Suárez, la aserción de que las relaciones reales pertenecen a una categoría propia, porque "la distinción entre categorías es a veces solamente una distinctio rationis cum aliquo fundamento in re, como más tarde diremos a propósito de la acción, la pasión, y otras categorías". Son solamente las relaciones reales las que pueden pertenecer a la categoría de relación; porque las relaciones mentales (relationes rationis) no son seres reales, y, en consecuencia, no puede pertenecer a la categoría ad aliquid. Pero de ahí no se sigue que todas 'las relaciones reales pertenezcan a la categoría de relación. Si hay dos cosas blancas, la una es realmente semejante a la otra; pero si una de ellas es destruida o deja de ser blanca, la relación real de semejanza desaparece también. Pero hay, dice Suárez, algunas relaciones reales que son inseparables de la esencia de sus sujetos. Por ejemplo, pertenece a la esencia de una criatura existente el depender de Dios Creador; esa esencia "no parece que pueda ser concebida ni existir sin una relación trascendental a aquello de lo que depende. Es en esa relación en lo que parecen consistir especialmente la potencialidad y la imperfección de un ser creado". Igualmente, "materia y forma tienen una mutua relación verdadera y real esencialmente incluida en su propio ser; y, así, la una se define por su relación a la otra". Esas relaciones, llamadas por Suárez relaciones transcendentales no son relaciones mentales; son reales; pero no pueden desaparecer mientras su sujeto permanece, como las relaciones predicamentales (es decir, las pertenecientes a la categoría de relación) pueden desaparecer. Una relación predicamental es un accidente adquirido por una cosa que está ya constituida en su ser esencial; pero una relación trascendental es como (quasi) una differentia que constituye y completa la esencia de aquella cosa de la que se afirma que es una relación. La definición de una relación Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit predicamental es "un accidente cuyo ser es ad aliud esse, seu ad aliud se habere, seu aliud respicere". Puede parecer que esa definición valga también para las relaciones trascendentales; pero "yo pienso que las relaciones trascendentales quedan excluidas por la frase 'cuius totum esse est esse ad aliud', si se entiende en el sentido estricto explicado al final de la sección precedente. Porque aquellos seres que incluyen una relación trascendental no están de tal modo relacionados el uno al otro que todo su ser consista simplemente en una relación a aquella otra cosa". Suárez procede a argumentar que una relación predicamental requiere un sujeto, un fundamento (por ejemplo, la blancura de una cosa blanca), y un término de la relación. Pero una relación trascendental no requiere esas tres condiciones. Por ejemplo, "la relación trascendental de materia a forma no tiene fundamento, sino que está íntimamente incluida en la materia misma". Los dos ejemplos de relación trascendental dados anteriormente, a saber, la relación de la criatura al Creador y la relación mutua de materia y forma, no deben llevar a la suposición de que, para Suárez, hubiera una relación "mutua" entre la criatura y el Creador. Hay una relación real al Creador de parte de la criatura, pero la relación del Creador a la criatura es una relatio rationis. Los nominalistas sostenían que Dios adquiere en el tiempo relaciones reales, no en el sentido de que adquiera nuevas perfecciones, sino en el sentido, por ejemplo, de que Dios es realmente Creador y, como la creación tiene lugar en el tiempo, Dios se relaciona con las criaturas en el tiempo. Pero Suárez rechaza esa opinión. Si la relación fuera real, Dios adquiriría un accidente en el tiempo, lo cual es una idea absurda; y no valdría decir relationem assistere Deo, y no inesse Deo (una distinción atribuida a Gilberto de la Porrée), porque la relación tiene que ser en un sujeto, y, si no es en la criatura, ha de ser en Dios. 15. Entia rationis. La última disputación de Suárez (la 54) está dedicada al tema de los entia rationis. Suárez nos dice que, aunque ha dicho en la primera disputación que los entia rationis no están incluidos en el objeto propio de la metafísica, él piensa que deben ser considerados los principios generales referentes a ese tema. Es un tema que no puede ser tratado adecuadamente más que por el 39 metafísico, aun cuando no pertenezca al objeto propio de éste sino quasi ex obliquo et concomitanter. Después de distinguir varios significados posibles del término ens rationis, Suárez dice que, propiamente hablando, significa "aquello que tiene ser objetivamente sólo en la mente", o "aquello que es pensando como un ser por la mente, aunque no tiene ser en sí mismo".107 La ceguera, por ejemplo, no tiene un ser positivo propio, .aunque "se piensa" como si fuera un ser. Cuando decimos que un hombre es ciego no debe entenderse que haya algo positivo en el hombre al que se atribuye la "ceguera"; 10 que queremos decir es que ese hombre está privado de la visión. Pero pensamos esa privación, dice Suárez, como si tuviera ser. Otro ejemplo de ens rationis es la relación puramente mental. También lo es una quimera o una construcción puramente imaginativa que no puede tener ser aparte de la mente. Su ser consiste en ser pensado o imaginado. Pueden asignarse tres razones por las que formamos entia rationis. En primer lugar, el entendimiento humano trata de conocer negaciones y privaciones. Estas son en sí mismas nada; pero la mente, que tiene como su objeto el ser, no puede conocer aquello que es en sí mismo nada, a no ser ad modum entis, es decir, como si fuera un ser. En segundo lugar, nuestro entendimiento, que es imperfecto, en su empeño por conocer algo que no puede conocer tal como existe en sí mismo, tiene a veces que introducir relaciones que no son relaciones reales, comparándolo con alguna otra cosa. La tercera razón es el poder que la mente tiene de construir ideas compuestas que no pueden tener contrapartida objetiva fuera de la mente, aunque las ideas de sus partes correspondan a algo extramental. Por ejemplo, podemos construir la idea de un cuerpo de caballo con una cabeza de hombre. No puede haber un concepto de ser común a los seres reales y a los entis rationis, porque estos últimos no pueden participar intrínsecamente en la existencia (esse). "Existir" sólo en la mente no es existir (esse), sino ser pensado o construido mentalmente. En consecuencia, no puede decirse que los entia rationis posean esencia. Eso les distingue de los accidentes. N o obstante, un ens rationis es llamado ens en virtud de "alguna analogía" al ser, puesto que de algún modo se fundamenta en el ser. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Los entia rationis son causados por el entendimiento que concibe aquello que no tiene verdadero acto de ser como si fuera un ser. Los sentidos, el apetito y la voluntad no son causas de entia rationis, aunque la imaginación puede serlo; y, en ese aspecto, "la imaginación humana comparte de algún modo el poder de la razón", y quizá no los forma nunca sin la cooperación de la razón. Hay tres tipos de entia rationis: negaciones; privaciones; y relaciones puramente mentales. Una negación difiere primordialmente de una privación en que, mientras que una privación significa la falta de una forma en un sujeto naturalmente apto para poseerla, una negación significa la falta de una forma sin que haya aptitud natural alguna para poseerla. Por ejemplo, la ceguera es una privación, pero la falta de alas en un hombre es una negación. Según Suárez, el espacio imaginario y el tiempo imaginario, concebidos sin un "sujeto", son negaciones. Las relaciones lógicas de, por ejemplo, género y especie, sujeto y predicado, antecedente y consecuente, que son "segundas intenciones", son puramente mentales, y, por lo tanto, entia rationis, aun cuando no son gratuitamente formadas, sino que tienen algún fundamento objetivo. 16. Observaciones generales. En las numerosísimas páginas de las Disputationes Metaphysicae Suárez persigue los problemas considerados a lo largo de sus diversas ramificaciones, y tiene buen. cuidado de distinguir los diferentes significados de los términos empleados. Da muestras de ser un pensador analítico, en el sentido de que no se contenta con amplias generalizaciones, impresiones precipitadas o conclusiones universales basadas en un estudio insuficiente de los diferentes aspectos del problema en discusión, Es completamente, esmeradamente, exhaustivo. Desde luego que no puede esperarse encontrar en su obra un análisis que satisfaga todas las demandas de los analistas modernos; los términos e ideas con los que pensó eran en su mayor parte tradicionales en las escuelas, y se daban por supuestos. Se podría, sin duda, sacar de los escritos de Suárez varios puntos y expresarlos en los términos más a la moda de hoy. Por ejemplo, sus observaciones de que "existir" solamente en la mente no es en realidad existir, sino ser pensado o construido mentalmente, podrían traducirse en una distinción entre diferentes tipos de enunciados analizados con referencia 'a su significado 40 lógico, en cuanto distinto a tomar a los pensadores del vemos a Suárez a la luz pertenecía, no puede haber analítico en grado eminente. su forma gramatical. Pero hay que pasado en su marco histórico, y, si de la tradición filosófica a la que duda alguna de que poseyó talento Creo que sería difícil negar que Suárez poseyera una mente analítica. Pero se ha mantenido que careció de capacidad de síntesis. Se sumió en una sucesión de problemas, se dice a veces, y consideró tan cuidadosamente los múltiples modos en que esos problemas habían sido tratados y resueltos en la historia, que los árboles no le dejaron ver el bosque. Además, su gran erudición le inclinó al eclecticismo. Tomó un modo de ver de aquí y una opinión de allá, y el resultado fue una chapuza más bien que un sistema. No creo que sus críticos llegaran a sugerir que fuese un ecléctico superficial, puesto que no se necesita una gran familiaridad con sus escritos para ver que estaba muy lejos de ser superficial; pero sugieren que fue un ecléctico en un sentido que es incompatible con la posesión del don de síntesis. La acusación de que un determinado filósofo no fuese un constructor de sistemas no puede esperar un gran éxito en los círculos filosóficos contemporáneos. Con tal de que esa acusación no se base en el hecho de que el filósofo en cuestión expusiese tesis mutuamente incompatibles, muchos filósofos modernos comentarían: "tanto mejor". No obstante, dejando fuera de cuenta ese aspecto de la cuestión, podemos preguntamos si la acusación está en realidad justificada. Y, en primer lugar, podemos preguntamos en qué sentido fue Suárez ecléctico. Me parece innegable que Suárez fue ecléctico en algunos sentidos. Tenía un conocimiento extraordinariamente extenso de anteriores filosofías, aunque, como no podía por menos de ser, a veces se equivocó en sus aserciones o interpretaciones. Y difícilmente podía poseer todos esos conocimientos sin ser influido por las opiniones de los filósofos que estudiaba. Pero eso no significa que aceptase las opiniones de otros de una manera acrítica. Si aceptó, por ejemplo, la opinión de Escoto y Ockham, de que hay una intuición intelectual confusa de la cosa individual, que precede lógicamente a la abstracción, lo hizo porque pensaba que tal opinión era verdadera. Y si puso en duda la aplicabilidad universal del principio quidquid movetur ab alio movetur no lo hizo porque él fuese escotista ni ockhamista (no era ni una cosa ni otra), Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit sino porque consideró que el principio, considerado como un principio universal, era realmente cuestionable. Además, si Suárez fue ecléctico, también lo fue santo Tomás de Aquino. Éste no aceptó simplemente el aristotelismo en su integridad; de haberlo hecho así, habría ocupado una posición mucho menos importante en el desarrollo de la filosofía medieval y se habría mostrado desprovisto de todo espíritu de crítica filosófica. Santo Tomás tomó a préstamo de san Agustín y de otros pensadores, y no solamente de Aristóteles. Y no hay razón alguna que obligase a Suárez a no haber seguido su ejemplo utilizando lo que consideraba valioso en filósofos que vivieron en tiempo posterior al del aquinatense. Desde luego que, si la acusación de eclecticismo significa simplemente que Suárez se apartó en numerosos puntos de las enseñanzas de santo Tomás, Suárez era ciertamente un ecléctico. Pero la cuestión filosófica que interesa no es tanto la de si Suárez se apartó de la enseñanza de santo Tomás como la de si tenía una justificación objetiva al hacerla. Podemos presumir que todos admitirían que también santo Tomás fue en algún sentido un ecléctico. ¿Qué filósofo no es ecléctico en algún sentido? Pero, aun así, algunos mantendrían que entre la filosofía de santo Tomás y la de Suárez hay esta gran diferencia. El primero re-pensó todas las posiciones que adoptó de otros y las desarrolló, fundiendo esos desarrollos, junto con sus propias contribuciones originales, en una poderosa síntesis, con ayuda de ciertos principios metafísicos fundamentales. Suárez, por el contrarío, se limitó a yuxtaponer diversas posiciones, y no creó una síntesis. Sin embargo, la verdad de esa acusación es extremadamente dudosa. En el Prefacio (Ad lectorem) a las Disputationes metaphysicae, Suárez dice que se propone desempeñar el papel de filósofo de tal modo que tenga siempre ante los ojos la verdad de que "nuestra filosofía debe ser cristiana, y servidora de la teología divina" (divinae Theologiae ministram). Y, si se contemplan a esa luz sus ideas filosóficas, se puede ver una síntesis que se eleva claramente sobre la masa de sus páginas. Para Aristóteles, al menos en la Metafísica, Dios era simplemente el primer motor inmóvil: su existencia era afirmada para explicar el movimiento. Los filósofos cristianos, como san Agustín, introdujeron la idea de creación, y santo Tomás trató de fundir el aristotelismo y el creacionismo. Por debajo de la distinción aristotélica de materia y forma, santo Tomás discernió la distinción 41 más fundamental de esencia y existencia, que se da en todos los seres finitos. El acto es limitado por la potencia, y la existencia, que se encuentra con la esencia en la relación del acto a la potencia, es limitada por la esencia. Eso explica la finitud de las criaturas. Suárez, en cambio, estaba convencido de que la completa dependencia que precede lógicamente a toda distinción de esencia y existencia, es en sí misma la razón última de la finitud. Hay un ser absoluto, Dios, y hay ser participado. Participación significa, en ese sentido, dependencia total del Creador. Esa dependencia total, o contingencia, es la razón de que la criatura sea limitada, o finita. Suárez no explicaba la finitud y la contingencia en términos de la distinción entre existencia y esencia; explicaba esa distinción, es decir, en el sentido en que él la aceptaba, en términos de una finitud necesariamente vinculada a la contingencia. Se dice a veces que el suarecianismo es una filosofía "esencialista", o una filosofía de la esencia, más bien que una filosofía de la existencia, como el tomismo. Pero sería difícil encontrar una situación más" existencial" que la situación de entera dependencia en la que Suárez ve la característica última de todo ser distinto de Dios. Además, al negarse a admitir una distinción" real" entre la esencia y la existencia de la criatura, Suárez evitó el peligro de convertir la existencia en una especie de esencia. Si se cancela la existencia de una criatura, su esencia es también cancelada. Un tomista diría lo mismo, desde luego; pero ese hecho puede sugerir que no hay una diferencia tan grande entre la distinción" real" tomista y la distinción conceptual suareciana con fundamento objetivo. Quizá la diferencia está más bien en el hecho de que el tomista apela al principio metafísico de la limitación del acto por la potencialidad, lo cual sugiere un modo de ver la existencia que parece extraño a muchas mentes, mientras que Suárez encuentra su distinción simplemente en la creación. Es en todo caso defendible la opinión de que Suárez llevó aún más adelante la "purificación" de la filosofía griega, al poner más en el centro del cuadro el concepto de creación y de la correspondiente completa dependencia. 'De modo parecido, mientras santo Tomás hizo hincapié en el argumento aristotélico basado en el movimiento para probar la existencia de Dios, Suárez, como Escoto, prefirió una línea de pensamiento más metafísica y menos" física", precisamente porque la existencia de las criaturas es más fundamental que su movimiento, y porque la creación de los seres finitos por Dios es más fundamental que su concurso en la actividad de aquéllos. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Hay, además, otras muchas ideas en la filosofía de Suárez que se siguen de algún modo de su idea fundamental de la dependencia o "participación”, o que están relacionadas con ésta. El ser dependiente es necesariamente finito, y como finito es capaz de adquirir una mayor perfección. Si es un ser espiritual, puede hacerla libremente. Pero, como dependiente, necesita del concurso divino, incluso en el ejercicio de su libertad. Y, como enteramente dependiente de Dios, está sometido a la ley moral divina, y ordenado necesariamente a Dios. Igualmente, como ser finito perfectible, la criatura libre es capaz no solamente de adquirir perfección mediante su actividad propia, con el concurso divino, sino también de recibir una perfección que la eleve por encima de su vida natural; como ser espiritual dependiente es, por decirlo así, maleable por Dios, y posee una potentia obedientialis para la recepción de la gracia. Además, el ser finito es multiplicable en diversas especies, y en una pluralidad de individuos dentro de una especie. Y para explicar la multiplicabilidad de individuos en una especie no es necesario introducir la idea de la materia como principio de individuación, con todos los remanentes de platonismo "impurificado" añadidos a esa idea aristotélica. No ha sido mi intención en esta última sección del presente capítulo dar a conocer mis propias opiniones sobre las materias discutidas, y no deseo ser interpretado en ese sentido. Mi intención ha sido más bien la de mostrar que hay una síntesis suareciana, que la clave de ésta es la idea de "participación" o dependencia en el ser, y que esa idea era,' más que otra cualquiera, la que, según la convicción de Suárez, tenía que ser la señal distintiva de una filosofía cristiana. Por supuesto que decir tal cosa no es sugerir, en modo alguno, que aquella idea esté ausente del tomismo. Suárez se consideraba a sí mismo un seguidor de santo Tomás; y los suaristas no ponen a Suárez contra santo Tomás. Lo que creen es que Suárez llevó adelante y desarrolló la obra de santo Tomás al edificar un sistema metafísico en profunda armonía con la religión cristiana. Apenas es preciso decir que las Disputationes Metaphysicae ejercieron una amplia influencia en la escolástica post-renacentista. Pero penetraron también en las universidades protestantes de Alemania, donde fueron estudiadas por los que preferían la actitud de Melanchton hacia la filosofía a la de Lutero. Las Disputationes Metaphysicae sirvieron como libro de texto de 42 filosofía en gran número de universidades alemanas durante el siglo XVII y parte del XVIII. Por lo que respecta a los filósofos postrenacentistas más destacados, Descartes menciona la obra en su réplica a la cuarta serie de objeciones, aunque al parecer no la conocía del todo bien. Pero Leibniz nos dice que él mismo leyó la obra como si fuera una novela cuando era joven y Vico estudió a Suárez durante todo un año. La idea suareciana de analogía es mencionada por Berkeley en su Alciphron. En nuestros días, las Disputationes metaphysicae son una fuerza activa principalmente en España, donde Suárez es considerado uno de los mayores, si no el mayor, de los filósofos nacionales. Para el mundo moderno en general, Suárez es conocido más bien por su De legibus, del que voy a ocuparme en el capítulo siguiente. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 43 FRANCISCO SUÁREZ. II consciencia respecto de la ley civil. Y Suárez apela, en primer lugar, al ejemplo de santo Tomás. 1. Filosofía de la ley y teología. La filosofía de la ley de Suárez está basada en la de santo Tomás de Aquino; pero no por eso merece menos que se la juzgue como un desarrollo creativo original, habida cuenta de su amplitud, minuciosidad y profundidad. En este campo Suárez fue el mediador entre la concepción medieval de la ley, tal como la representaba el tomismo, y las condiciones dominantes en la época en que él escribía. A la luz de aquellas condiciones, elaboró una filosofía jurídica, y, en conexión con ésta, una teoría política que, por su alcance y por su carácter de totalidad, fue más allá de todo lo elaborado en la Edad Media, y que ejerció una influencia profunda. No puede haber duda alguna de que Grocio debió mucho a Suárez, aunque no reconociese con claridad esa deuda. Que no lo hiciese es fácilmente comprensible si se tiene en cuenta, por una parte, la doctrina suareciana de la autoridad política y del derecho a la resistencia, y, por otra, la dependencia del rey de Francia en que se encontraba Grocio cuando escribía su De iure belli ac pacis. En su prefacio al De legibus ac Deo legislatore (1612) Suárez observa que nadie debe sorprenderse de encontrar a un teólogo profesional embarcándose en una discusión sobre la ley. El teólogo contempla a Dios no solamente como Dios es en Sí mismo, sino también como fin último del hombre. Eso significa que el teólogo se interesa por el camino de salvación. Ahora bien, la salvación se consigue mediante los actos libres y la rectitud moral: y la rectitud moral depende en gran medida de la ley, considerada como norma de los actos humanos. La teología, pues, debe comprender el estudio de la ley; y, puesto que es teología, se interesará necesariamente por Dios como legislador. Puede objetarse que el teólogo, aun atendiendo legítimamente a la ley divina, debería abstenerse de ocuparse de la ley humana. Pero toda ley deriva su autoridad últimamente de Dios; y está justificado que el teólogo trate de todos los tipos de ley, si bien lo hace desde un punto de vista más elevado que el del filósofo moral. Por ejemplo, el teólogo considera la ley natural en su relación de subordinación al orden sobrenatural, y considera la ley civil o ley humana positiva con la intención de determinar su rectitud a la luz de principios más altos, o de poner en claro las obligaciones de 2. La definición de ley. Suárez comienza por presentar una definición de ley (tez) tomada de santo Tomás. "La leyes una cierta norma y medida, según la cual uno es inducido a obrar o a abstenerse de obrar". Pero él procede a observar que esa definición es demasiado amplia. Por ejemplo, como no hace mención alguna de la obligación, no distingue entre ley y consejo. Sólo después de una discusión de las diversas condiciones requeridas por la ley, da finalmente Suárez su definición de la misma como" un precepto común, justo y estable, que ha sido suficientemente promulgado". La ley, según existe en el legislador, es el acto de una voluntad justa y recta que obliga a un inferior a la realización de un determinado acto; y ha de estar formulada para una comunidad. La ley natural se refiere a la comunidad de la humanidad; pero las leyes humanas solamente pueden ser decretadas por una comunidad" perfecta". Es también inherente a la naturaleza de la ley el ser. promulgada para el bien común, aunque eso tiene que entenderse en relación al contenido de la ley, no en relación a las intenciones subjetivas del legislador, que son un factor personal. Además, es esencial a la ley que prescriba lo que es justo, es decir, que prescriba actos que puedan ser justamente ejecutados por aquellos a quienes la ley afecta. De ahí se sigue que una ley que es injusta no es, propiamente hablando, una ley, y carece de fuerza obligatoria. En realidad, una ley injusta no puede ser obedecida lícitamente, aunque en casos de duda acerca de la justicia de la ley, la presunción debe ser en favor de ésta. Suárez observa que para que una ley sea justa han de cumplirse tres condiciones. En primer lugar, tiene que ser promulgada, como ya se ha dicho, para el bien común, no para ventaja privada. En segundo lugar, tiene que ser promulgada para aquellos sobre los cuales tiene el legislador autoridad para legislar, es decir, para quienes son súbditos suyos. En tercer lugar, la ley debe no distribuir las cargas desigualmente, sino de una manera equitativa. Las tres fases de la justicia que han de caracterizar la ley en cuanto a su forma son la justicia legal, la justicia conmutativa y la justicia distributiva. La ley debe también, desde luego, ser Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit practicable, en el sentido de que debe ser practicable el acto por ella dispuesto. 3. Ley (Iex) y derecho (ius). ¿Cuál es la relación entre la ley ([ex) y el derecho (ius)? Estrictamente hablando, "ius" denota "un cierto poder moral que todo hombre tiene o bien sobre su propiedad, o bien con respecto a lo que le es debido". Así, el propietario de una cosa tiene un ius in re con respecto a la cosa actualmente poseída, y un trabajador, por ejemplo, tiene derecho a percibir su salario, ius ad stipendium. En esa acepción, la palabra ius es, pues, distinta de la lex. Pero el término ius, dice Suárez, se usa muchas veces en el sentido de lex, "ley". 4. La necesidad de la ley. ¿Son necesarias las leyes? La ley no es necesaria si por "necesidad" se entiende necesidad absoluta. Solamente Dios es un ser necesario en sentido absoluto, y Dios no puede estar sometido a ley. Pero, dada la creación de criaturas racionales, hay que decir que la leyes necesaria para que la criatura racional pueda vivir de manera apropiada a su naturaleza. Una criatura racional tiene la posibilidad de escoger bien o mal, recta o torcidamente; y es susceptible de gobierno moral. En realidad, el gobierno moral, efectuado mediante mandatos, es connatural a la criatura racional. Dadas, pues, las criaturas racionales, la ley es necesaria. Es improcedente, dice Suárez, argüir que una criatura puede recibir la gracia de impecabilidad; porque la gracia en cuestión no supone que la criatura sea separada de su estado de sujeción a la ley, sino que hace que la criatura obedezca sin falta a la ley. 5. La ley eterna. El tratamiento por Suárez de la ley eterna está contenido en el libro segundo de su De legibus. La ley eterna no ha de entenderse como una regla de conducta impuesta por Dios a Sí mismo; es una ley de acción referente a las cosas gobernadas. ¿A todas las cosas gobernadas, tanto a la irracionales como a las racionales? La respuesta depende del grado de exactitud con que 44 se entienda la palabra "ley". Es cierto que todas las criaturas irracionales están sometidas a Dios y son gobernadas por Él; pero su sumisión a Dios solamente puede ser llamada "obediencia" en un sentido metafórico, y la ley por la cual Dios las gobierna es llamada "ley" o "precepto" sólo metafóricamente. En sentido estricto, pues, "ley eterna" se refiere únicamente a las criaturas racionales. Son los actos humanos o morales de las criaturas racionales lo que constituye el objeto propio de la ley eterna, "sea que ésta ordene su ejecución, o prescriba un modo particular de obrar, o prohíba algún otro modo". La ley eterna es "un libre decreto de la voluntad de Dios, que establece el orden que ha de observarse; o bien en general, por las distintas partes del universo para el bien común... o bien específicamente, por las criaturas intelectuales en sus acciones libres". De ahí se sigue que la ley eterna, como ley libremente establecida que es, no es absolutamente necesaria. Eso sería inconsecuente con la eternidad de la ley sólo en el caso de que nada que fuera libre pudiese ser eterno. La ley eterna es eterna e inmutable; pero no por ello es menos libre. Por otra parte, se puede distinguir la ley en tanto que existe en la mente y en la voluntad del legislador y la ley en tanto que exteriormente establecida y promulgada para los súbditos. En la primera fase, la ley eterna es verdaderamente eterna; pero en la segunda fase no existe desde la eternidad, puesto que los súbditos no existen desde la eternidad y siendo así, hay que concluir que la promulgación a los súbditos no es la esencia de la ley eterna. Para que la ley eterna pueda ser llamada "ley" es suficiente con que el legislador haya hecho que se convirtiera en efectiva a su debido tiempo. En ese aspecto, la ley eterna difiere de las demás leyes, que no son leyes completas hasta que han sido promulgadas. Como quiera que toda recta razón creada participa en "la luz divina que ha sido derramada sobre nosotros" y que todo poder humano procede últimamente de Dios, cualquier otra leyes una participación en la ley eterna y un efecto de ésta. De ahí no se sigue, sin embargo, que sea divina la fuerza obligatoria de la ley humana. La ley humana recibe su fuerza y eficacia directamente de la voluntad de un legislador humano. Es cierto que la ley eterna no obliga realmente a menos que esté actualmente promulgada; y es cierto que sólo está actualmente promulgada por medio de alguna otra ley, divina o humana; pero, en el caso de la ley humana, la obligación de observarla es causada próximamente por esa ley Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 45 humana en tanto que decretada y promulgada por una autoridad humana legítima, aunque fundamental y mediatamente proceda de la ley eterna. la segunda opinión, que se adscribe a Guillermo de Ockham, la voluntad de Dios constituye toda la base del bien o el mal. Las acciones son buenas o malas simple y exclusivamente por estar ordenadas o prohibidas por Dios. 6. La ley natural. Suárez no encuentra aceptables ninguna de esas dos opiniones. "Sostengo que debe tomarse una vía media, y que esa vía media es, a mi juicio, la opinión mantenida por santo Tomás y común a los teólogos". En primer lugar, la ley natural es una ley preceptiva y no meramente mostrativa; porque no se limita a indicar lo que es bueno o malo, sino que también manda o prohíbe. Pero de ahí no se sigue que la volición divina sea la causa total del bien o del mal implicado en la observancia o violación de la ley natural. Al contrario, la volición divina presupone el carácter moral intrínseco de ciertos actos. Repugna a la razón decir, por ejemplo, que el odio a Dios es malo simple y únicamente porque está prohibido por Dios. La volición divina presupone un dictado de la razón divina concerniente al carácter intrínseco de los actos humanos. Dios es, verdaderamente, el autor de la ley natural, puesto que es creador y quiere que los hombres observen los dictados de la recta razón. Pero Dios no es el autor arbitrario de la ley natural, puesto que Él manda algunos actos porque son intrínsecamente buenos, y prohíbe otros porque son intrínsecamente malos. Suárez no pretende implicar, desde luego, que Dios esté gobernado, por así decido, por una ley externa a su naturaleza. Lo que quiere decir es que Dios (para expresado en términos antropomórficos) no puede sino ver que ciertos actos están en armonía con la naturaleza racional y que ciertos actos son moralmente incompatibles con la naturaleza racional, y que Dios, viendo eso, no puede sino ordenar la ejecución de los primeros y prohibir la realización de los últimos. Es verdad que la ley natural, tomada simplemente en sí misma, revela lo que es intrínsecamente bueno o malo sin referencia explícita alguna a Dios; pero la luz natural de la razón hace conocer al hombre el hecho de que las acciones contrarias a la ley natural desagraden necesariamente al autor y gobernador de la naturaleza. En cuanto a la promulgación de la ley natural, "la luz natural es por sí misma una promulgación suficiente". Volviéndose hacia el tema de la ley natural, Suárez critica la opinión de otro jesuita, el padre Vázquez, según el cual naturaleza racional y ley natural son la misma cosa. Suárez observa que, aunque la naturaleza racional es ciertamente el fundamento de la bondad objetiva de los actos morales de los seres humanos, de ahí no se sigue que deba ser llamada "ley". La naturaleza racional puede ser llamada una" norma"; pero el término" norma" es de extensión más amplía que el término "ley". Pero hay una segunda opinión, según la cual la naturaleza racional, considerada como la base de la conformidad o noconformidad de los actos humanos con la misma, es la base de la rectitud moral, mientras que la razón natural, o poder de la naturaleza racional para discriminar entre los actos en armonía con la misma y los actos no en armonía con la misma, es la ley de la naturaleza. En la medida en que esa opinión tiene el sentido de que los dictados de la recta razón, considerados como regla intrínseca e inmediata de los actos humanos, son la ley natural, puede ser aceptada. En el sentido más estricto, sin embargo, la ley natural consiste en el juicio actual de la mente; pero la razón natural o la luz natural de la razón puede también ser llamada ley natural; porque pensamos que los hombres conservan permanentemente esa ley en sus mentes, aun cuando no estén comprometidos en un acto específico de juicio moral. En otras palabras, la cuestión de cómo deba definirse la ley natural es en parte una cuestión terminológica. En cuanto a la relación de la .ley natural a Dios, hay dos posiciones extremas, opuestas entre sí. Según la primera opinión, atribuida a Gregorio de Rímini, la ley natural no es una ley preceptiva en sentido propio; porque no indica la voluntad de un superior, sino que simplemente pone en claro lo que debería hacerse, por ser intrínsecamente bueno, y lo que debería evitarse, por ser intrínsecamente malo. La ley natural es, pues, una ley mostrativa más bien que una ley preceptiva, y no deriva de Dios como legislador. Es, por decido así, independiente de Dios, esto es, de Dios, considerado como legislador moral. En cambio, según 7. Los preceptos de la ley natural. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit En la discusión de esa materia en el De legibus hay, según creo, una cierta prolijidad, e incluso una cierta falta de claridad y exactitud. Está sin duda claro que Suárez rechazaba la teoría ética autoritarista de Guillermo de Ockham, y que, fundamentalmente, su propia teoría sigue a la de santo Tomás. Pero no me parece que se deje tan claro como uno desearía cuál es el sentido preciso en que se utiliza el término "bueno". N o obstante, Suárez pone alguna luz en ese punto cuando discute la cuestión de cuál es el objeto propio del que trata la ley natural. Suárez distingue varios tipos 'de preceptos que pertenecen a la ley natural. Ante todo, hay principios de moralidad generales y primarios, tales como "tiene que hacerse el bien y evitarse el mal". En segundo lugar, hay principios que son más definidos y específicos, como "debe darse culto a Dios", y "hay que vivir templadamente". Ambos tipos de proposiciones éticas son, según Suárez, evidentes por sí mismos. En tercer lugar, hay preceptos morales que no son inmediatamente evidentes por sí mismos, pero que se deducen de proposiciones evidentes por sí mismas y llegan a ser conocidos mediante la reflexión racional. En el caso de algunos de esos preceptos, como "el adulterio es malo", su verdad se reconoce fácilmente; pero en el caso de otros, como "la usura es injusta" o "el mentir nunca puede estar justificado", se necesita mayor reflexión para ver su verdad. No obstante todos esos tipos de proposiciones éticas pertenecen a la ley natural. Pero si la ley natural ordena que se haga lo que es bueno, y si todos los actos justos y lícitos son actos buenos, ¿no parece seguirse que la ley natural ordena la realización de todos los actos que son justos y lícitos? Ahora bien, el acto de contraer matrimonio es un acto bueno. ¿Está, pues, ordenado por la ley natural? Por otra parte, es bueno vivir de acuerdo con los consejos de perfección. Por ejemplo, es bueno abrazar la castidad perfecta. ¿Está esto ordenado, entonces, por la ley natural? Ciertamente que no; un consejo no es un precepto. Pero ¿por qué no? Suárez, desarrollando una distinción hecha por santo Tomás, explica que, si los actos virtuosos se consideran individualmente, no todos ellos caen bajo un precepto natural. Él menciona los consejos y el contraer matrimonio. Puede decirse también que todo acto virtuoso, en cuanto a la manera en que debe ser ejecutado, cae bajo la ley natural, pero en cuanto a su ejecución actual, no todos están absolutamente prescritos por la ley natural. Pero parece que habría sido más sencillo decir que la ley natural ordena no 46 simplemente que se haga lo que es bueno, sino que se haga lo bueno y se evite lo malo, en el sentido de que lo que se prescribe absolutamente es que se haga algo bueno cuando su omisión, o el hacer otra cosa, sea algo malo. Pero los términos "bueno" y "malo" necesitarían aún un mayor análisis clarificador. Algo de la aparente confusión en el tratamiento de la ley natural por Suárez parece debido al uso que éste hace del término "ley natural", tanto en un sentido más limitado, para significar la ley basada en la naturaleza humana en tanto que tal, como en un sentido más amplio. que incluye "la ley de gracia". La propensión esencial y las exigencias de la naturaleza humana no hacen ciertamente obligatorio el abrazar los consejos evangélicos; pero la vida de los consejos se propone al individuo para un fin sobrenatural, y solamente se convertiría en objeto de obligación si Dios mandase absolutamente abrazarla a un individuo, y si éste no pudiese alcanzar su fin último más que abrazándola. Tal vez nuestras siguientes observaciones puedan dejar un poco más clara la posición de Suárez. Un acto es bueno si está de acuerdo con la recta razón; y un acto es malo si no está de acuerdo con la recta razón. Si el hacer un determinado acto aparta a un hombre de su fin último, ese acto es malo, y no está de acuerdo con la recta razón, que ordena que se tomen los medios necesarios para el logro del fin último. Ahora bien, todo acto humano concreto, es decir, todo concreto acto libre deliberado, está en el orden moral y es bueno o malo: o está de acuerdo, o no está de acuerdo con la recta razón. La ley natural ordena, pues, que todo acto humano concreto sea bueno y no malo. Pero decir eso no es lo mismo que decir que sea hecho todo posible acto bueno. Eso apenas sería posible; y, en todo caso, dejar de hacer un acto bueno no supone necesariamente que se haga un acto malo. Consideremos un ejemplo bastante trivial. Si hacer algún ejercicio es indispensable para mi salud y para el adecuado cumplimiento de mi trabajo, está de acuerdo con la recta razón que yo haga algún ejercicio. Pero de ahí no se sigue que yo tenga que salir de paseo; porque también puedo jugar al golf, o nadar, o hacer ejercicios gimnásticos. Igualmente, puede ser una cosa buena que un hombre se haga fraile; pero de ahí no se sigue que sea malo que no se haga fraile. Podría casarse, por ejemplo; y casarse es hacer un acto bueno, aunque, al menos hablando abstractamente, sea mejor hacerse fraile. Lo que la ley moral ordena es que se haga lo bueno y no se haga lo malo: no siempre ordena que el acto bueno sea realizado. La ley natural prohíbe Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit todos los actos malos, puesto que el evitar el mal es necesario para la moralidad; pero no ordena todos los actos buenos, porque no siempre es necesario hacer un acto bueno particular. De la obligación de nunca pecar se sigue la obligación positiva de obrar bien; pero esa obligación positiva es condicional (" si ha de hacerse un acto libre "), no simplemente absoluta. "Hay una obligación general de hacer el bien, cuando un acto ha de hacerse; y esa obligación puede ser cumplida por actos que no están absolutamente ordenados. Así pues, no todos los actos buenos caen, por virtud de la ley natural, bajo un precepto". 8. La ignorancia de la ley natural. En cuanto a la posible ignorancia de la ley natural, Suárez mantiene que nadie puede ignorar los principios primarios o más generales de la ley natural. Es, en cambio, posible ignorar preceptos particulares, incluso aquellos que son evidentes por si mismos o fácilmente deducible s de preceptos evidentes por si mismos. Pero de ahí no se sigue que esa ignorancia pueda ser noculpable, o, al menos no durante un largo período de tiempo. Los preceptos del Decálogo son de ese carácter. Su fuerza obligatoria es tan fácilmente reconocible que nadie puede permanecer ignorante de ella durante mucho tiempo sin culpabilidad. Es posible, en cambio, la ignorancia invencible cuando se trata de aquellos preceptos cuyo conocimiento requiere mayor reflexión. 9. Inmutabilidad de la ley natural. ¿Son inmutables los preceptos de la ley natural? Antes de que pueda ser provechoso discutir esa cuestión, es necesario hacer una distinción. Es posible que una ley se convierta en intrínsecamente deficiente si pasa a ser nociva en vez de útil, o irracional en vez de racional. También es posible que una ley sea cambiada por un superior. Por otra parte, tanto el cambio intrínseco como el extrínseco pueden afectar o a la ley misma o a algún 'caso o aplicación particular. Por ejemplo, un superior podría abolir la ley como tal, o relajarla, o dispensar de ella en algún caso particular. Suárez considera en primer lugar el cambio intrínseco; y mantiene que, propiamente, hablando, la ley natural no puede sufrir cambio alguno, tanto en lo que concierne a su totalidad como en lo que concierne a preceptos particulares, mientras permanezca la 47 naturaleza humana, dotada de razón y voluntad libre. Si la naturaleza racional fuera abolida, la ley natural sería también abolida en cuanto a su existencia concreta, puesto que existe en el hombre o resulta de la naturaleza humana. Como la ley natural dimana, por así decirlo, de la naturaleza humana, no puede convertirse en nociva con el transcurso del tiempo; ni puede convertirse en irracional si está basada en principios evidentes por sí mismos. Ejemplos aparentes de cambio intrínseco en casos particulares son debidos simplemente al hecho de que los términos generales en que se acostumbra enunciar un precepto natural, no expresan adecuadamente el precepto natural en sí mismo. Por ejemplo, si un hombre me ha prestado un cuchillo' y me pide que se lo devuelva, yo debo devolverle lo que es propiedad suya; pero si aquel hombre se ha convertido en un maníaco homicida, y yo sé que quiere utilizar el cuchillo para asesinar a alguien, no debo devolvérselo. Ahora bien, eso no significa que el precepto de que los depósitos reclamados deben devolverse haya sufrido en ese caso un cambio intrínseco; significa simplemente que el precepto así enunciado es una enunciación inadecuada de lo que está contenido o supuesto en el precepto mismo. Del mismo modo, el precepto del Decálogo, "no matarás", incluye realmente muchas condiciones que no se mencionan explícitamente: por ejemplo, "no matarás por tu propia autoridad y como agresor". La ley natural ¿puede ser cambiada por la autoridad? Suárez mantiene que "ningún poder humano, aunque fuera el poder papal, puede derogar un precepto propio de la ley natural" (esto es, ningún precepto propiamente perteneciente a la ley natural), "ni restringirlo verdadera y esencialmente, ni dispensar de él". Puede parecer que se presenta una dificultad a propósito de la propiedad. Según Suárez, la naturaleza ha conferido, a los hombres en común, dominio sobre las cosas, y, consecuentemente, todo hombre tiene la capacidad de servirse de aquellas cosas que han sido dadas en común. Puede parecer, pues, que la institución de la propiedad privada y de leyes contra el robo constituyan una violación de la ley natural, o bien indiquen que la ley natural, al menos en algunos casos, está sometida al poder humano. Suárez responde que la ley de la naturaleza no prohibía positivamente la división de la propiedad común y su apropiación por individuos; la institución del dominio común era "negativa", no positiva. Positivamente considerada, la ley natural Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit ordena que no se impida a nadie hacer el uso necesario de la propiedad común mientras ésta sea común, y que, después de la división de la propiedad, el robo es malo. Tenemos que distinguir entre leyes preceptivas y la ley referente al dominio. No hay ley de la naturaleza preceptiva de que las cosas se posean siempre en común; pero hay leyes preceptivas que se refieren a condiciones que están en cierta medida sometidas al poder humano. La naturaleza no dividió los bienes entre individuos privados; pero la apropiación privada de bienes no estaba prohibida por la ley natural. La propiedad privada puede, pues, ser instituida por decisión humana. Pero hay leyes de la naturaleza preceptivas acerca de la propiedad común y de la propiedad privada; y esas leyes preceptivas no están sometidas a decisión humana. El poder del Estado para confiscar la propiedad cuando hay una causa justa (como en ciertos casos criminales) debe entenderse como contenida en las leyes de la naturaleza preceptivas. En otras palabras, Suárez no está dispuesto a admitir que la ley natural esté sometida al poder humano. Al mismo tiempo, mantiene que la Naturaleza dio las cosas de la tierra a todos los hombres en común. Pero de ahí no se sigue, nos dice, ni que la institución de la propiedad privada sea contra la ley natural, ni que constituya un cambio en la ley natural. ¿Por qué no? Algo puede caer bajo la ley natural en un sentido negativo o en un sentido positivo (por la prescripción positiva de una acción). Ahora bien, la propiedad común era una parte de la ley natural sólo en un sentido negativo, es decir, en el sentido de que por virtud de la ley natural toda propiedad había de ser poseída en común a menos que los hombres introdujesen una provisión diferente. La introducción de la propiedad privada no fue, pues, contra la ley natural ni constituyó un cambio en un precepto positivo de la ley natural. Pero, aunque los hombres no puedan cambiar la ley natural ni dispensar de ella, ¿no tiene Dios el poder de hacerla? En primer lugar, si Dios puede dispensar de alguno de los preceptos del Decálogo, se sigue que puede derogar toda la ley y ordenar aquellos actos que son prohibidos por la ley natural. La dispensa de la ley que prohíbe un acto convertiría a este acto en permisible; pero si Dios puede convertir en permisible un acto en otro caso prohibido, ¿por qué no podría ordenarlo? "Esa fue la opinión defendida por Ockham, al que siguieron Pierre d'Ailly y Andreas de Navocastro". Pero tal opinión ha de ser rechazada y condenada. Los mandamientos y prohibiciones de Dios en relación con la ley 48 natural presuponen la bondad intrínseca de los actos ordenados y la unidad intrínseca de los actos prohibidos. La idea de que Dios pudiese ordenar al hombre odiarle es absurda. O bien Dios ordenaría al hombre odiar un objeto digno de amor, o bien tendría que hacerse a Sí mismo digno de odio; una y otra suposición son absurdas. ¿Qué decir, pues, de la opinión de Escoto, según el cual debe hacerse una distinción entre los preceptos de la Primera Tabla del Decálogo y los de la Segunda Tabla, y Dios puede dispensar en lo concerniente a estos últimos? Suárez observa que, en cierto sentido, es inexacto decir que, según Escoto, Dios puede dispensar en el caso de ciertos preceptos de la ley natural, puesto que Escota no admitía que todos los preceptos del Decálogo pertenezcan, al menos en el sentido más estricto, a la ley natural. Pero Suárez rechaza la opinión de que los preceptos de la Segunda Tabla no pertenezcan estrictamente a la ley natural. "Los argumentos de Escoto no son, en verdad, convincentes". Suárez mantiene, pues, que Dios no puede dispensar de ninguno de los Mandamientos. Suárez apela a santo Tomás, a Cayetano, a Soto y a otros. Todos los Mandamientos suponen un intrínseco principio de justicia y obligación. Los casos aparentes de dispensa que leemos en el Antiguo Testamento no fueron realmente casos de dispensa. Por ejemplo, cuando Dios dijo a los hebreos que despojasen a los egipcios no actuó como un legislador que les diese dispensa para el robo. Actuó como señor supremo y transfirió el dominio sobre los bienes en cuestión de los egipcios a los hebreos, o bien actuó como juez supremo y recompensó a los hebreos con estipendios apropiados a su trabajo, estipendios que habían sido retenidos por los egipcios. 10. La ley de naciones. Suárez pasa a distinguir la ley natural de la "ley de naciones" (ius gentium). El ius gentium, en opinión de Suárez, no prescribe actos como necesarios en sí mismos para la recta conducta, ni prohíbe nada como en sí mismo e intrínsecamente malo; tales prescripciones y prohibiciones pertenecen a la ley natural, y no al ius gentium. Así pues, se trata de dos leyes, y no de una sola. El ius gentium "no es solamente indicativo de lo que es malo, sino también constitutivo de lo malo". Suárez quiere decir Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit que la ley natural prohíbe lo que es intrínsecamente malo, mientras que el ius gentium, considerado precisamente como tal, no prohíbe actos intrínsecamente malos (puesto que éstos están ya prohibidos por la ley natural) sino que prohíbe ciertos actos por una razón justa y suficiente, y, al prohibirlos, convierte en mala su ejecución. De ahí se sigue que el ius gentium no puede poseer el mismo grado de inmutabilidad que posee la ley natural. Las leyes del ius gentium son, pues, leyes positivas (no naturales) y humanas (no divinas). Pero, en tal caso, ¿difieren de la ley civil? No basta decir meramente que la ley civil es la ley de un solo Estado, mientras que el ius gentium es común a todos los pueblos; porque una mera diferencia entre más y menos no constituye una diferencia específica. La opinión de Suárez es que "los preceptos del ius gentium difieren de los de la ley civil en que no están establecidos en forma escrita "; están establecidos por las costumbres de todas o casi todas las naciones. El ius gentium es, pues, una ley no-escrita, y está constituida por costumbres que pertenecen a todas, o prácticamente a todas, las naciones. Ahora bien, eso puede entenderse de dos maneras. Una materia particular puede pertenecer al ius gentil/m o bien porque sea una ley que los diversos pueblos y naciones deban observar en sus relaciones mutuas, o bien porque sea una serie de leyes que los Estados particulares observan dentro de sus propias fronteras y que son similares y, por lo tanto, comúnmente aceptadas. "La primera interpretación parece, en mi opinión, corresponder más propiamente al ius gentium en tanto que distinto de la ley civil". Suárez presenta varios ejemplos del ius gentium entendido en ese sentido. Por ejemplo, por lo que concierne a la razón natural, no es indispensable que el poder de vengar una injuria con la guerra pertenezca al Estado, porque los hombres podrían haber establecido otros medios de vengar las injurias. Pero el método de guerra, que es "más fácil y más conforme con la naturaleza" ha sido adoptado por la costumbre, y es justo. "En la misma clase sitúo a la esclavitud". La institución de la esclavitud (como un castigo para los culpables) no era necesaria desde el punto de vista de la razón natural; pero, dada la costumbre, los culpables han de someterse a ella, y los vencedores no tienen derecho a infligir un castigo más severo sin alguna razón especial. Del mismo modo, aunque la obligación de observar los tratados una vez que han sido hechos deriva de la ley natural, el que las ofertas de tratados, cuando se hacen debidamente y por una causa 49 razonable, deban ser aceptadas, es algo que pertenece al ius gentium. Obrar de ese modo está, sin duda, en armonía con la razón natural; pero ha sido más firmemente establecido por la costumbre y el ius gentium, con lo que adquiere una especial fuerza obligatoria. La base racional de ese tipo de ius gentium es el hecho de que la raza humana, por dividida que pueda estar en naciones y Estados diferentes, conserva una cierta unidad, que no consiste simplemente en la común pertenencia a la especie humana, sino que es también una unidad moral y política, por así decirlo (unitatem quasi políticam et moralem). Un índice de ello es el precepto natural de amor y compasión mutuos, que se extiende a todos, "incluso a los extranjeros". Un Estado determinado puede constituir una comunidad perfecta, pero, tomado simplemente en sí mismo, no es auto-suficiente, sino que requiere ayuda mediante la asociación y relaciones con otros Estados. En cierto sentido, pues, los diferentes Estados son miembros de una sociedad universal; y necesitaban algún sistema legal para regular sus mutuas relaciones. La razón natural no satisfacía suficientemente esa necesidad: pero la conducta habitual de las naciones ha introducido ciertas leyes que están de acuerdo con la naturaleza, aunque no sean estrictamente deducibles de la ley natural. Santo Tomás afirmó en la Summa Theologica que los preceptos del ius gentium son conclusiones deducidas de principios de la ley natural, y que difieren de los preceptos de la ley civil, que son determinaciones de la ley natural, no conclusiones generales a partir de la misma. Suárez interpreta esa afirmación tomista del modo siguiente: los preceptos del ius gentium son conclusiones generales de la ley natural "no en un sentido absoluto y mediante inferencias necesarias, sino en comparación con la determinación específica del derecho civil y privado". 11. Sociedad política, soberanía y gobierno. En el libro tercero del De legibus Suárez atiende al tema de la ley humana positiva. Pregunta ante todo si el hombre posee el poder de hacer leyes, o si la institución de leyes par el hombre significa, tiranía; y su tratamiento de esa cuestión comprende una consideración del Estado y de la autoridad política. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit El hombre es un animal social, como dijo Aristóteles, y tiene un deseo natural de vivir en comunidad. La sociedad natural más fundamental es la familia; pera la familia, aunque sea una comunidad perfecta para fines de gobierno doméstico a "económico", no es auto-suficiente. El hombre sigue necesitado de una mayor comunidad política, formada por una coalición de familias. Esa comunidad política es necesaria, tanta para la conservación de la paz entre las distintas familias cama para el desarrollo de la civilización y la cultura. En segundo lugar, en una comunidad perfecta (Suárez habla aquí de la comunidad política), tiene que haber un poder gobernante. La verdad de ese principio parece evidente par sí misma, pero está confirmada por analogía con otras formas de sociedad humana, como la familia. Además, como indica santo Tomás, ningún cuerpo puede durar a menos que pasea algún principio cuya función sea proveer al bien común. La institución de la magistratura civil es, pues, necesaria. En tercer lugar, una magistratura humana, si es suprema en su propia esfera, tiene el poder de decretar leyes en su propia esfera, es decir, leyes civiles a humanas. Una magistratura civil es una necesidad en un Estado; y el establecimiento de leyes es uno de los actos más necesarios de una magistratura civil, para que ésta cumpla su función de regulación y gobierno en la vida del Estado. Esa facultad de hacer leyes corresponde a la magistratura que posee la suprema jurisdicción en el Estado; es un factor esencial de la soberanía política. El Estado y la soberanía política son, pues, instituciones naturales en el sentido de que la naturaleza exige su establecimiento. Puede ser cierto que imperios y reinos hayan sido frecuentemente establecidas por medio de la tiranía y la fuerza; pero hechas históricos de esa clase son ejemplos de abusos humanos del poder y la fuerza, no de la naturaleza esencial de la soberanía política. En cuanto a la opinión de san Agustín, de que el dominio de un hombre sobre otro se debe al estado de cosas producido por el pecado, ha de entenderse, dice Suárez, de aquella forma de dominio que se cumple con la servidumbre y el ejercicio del gobierno por la fuerza. Sin el pecado no habría coacción ni esclavitud; pero no por ello dejaría de haber gobierno; al menos, "por lo que concierne al poder directiva, parece probable que éste habría existido entre los hombres incluso en el estado de 50 inocencia". En esa materia Suárez sigue a santo Tomás. En el De opere sex dierum, Suárez dice que puesto que la sociedad humana no. es un resultado de la corrupción humana, y sí de la naturaleza humana misma, parece que los hambres habrían estado unidos en una comunidad política incluso en el estado de inocencia, si tal estado hubiera continuado existiendo. La pregunta de si habría habido una sola comunidad o más de una no tiene respuesta posible. Todo lo que puede decirse es que si todos los hombres hubieran seguida viviendo en el paraíso, habría podido haber una sala comunidad política. Suárez procede a decir que en el estado de inocencia no habría habido esclavitud, pero habría habido gobierno, que es necesario para el bien común. Pero el hecho de que la magistratura civil y el gobierno sean necesarias y de que la suprema magistratura en un Estado tenga la facultad de hacer leyes, no significa que el poder de hacer leyes sea conferido directa e inmediatamente a un individuo o a un grupo de individuos. Al contrario, "ese poder, considerado solamente según la naturaleza de las cosas, reside no en un hombre individual, sino en el cuerpo entero de la humanidad". Todos los hombres han nacido libres; y la naturaleza no ha concedido inmediatamente jurisdicción política alguna a un hombre sobre otro. Pero cuando se dice que el poder de hacer leyes fue conferido por la Naturaleza inmediatamente a la humanidad (a "la multitud de la humanidad"), eso no debe entenderse en el sentido de que el poder fuese conferido a los hombres considerados simplemente como un agregado, sin unión moral alguna. Debemos entender "humanidad" en el sentido de hombres reunidos por el común consentimiento "en un cuerpo político, mediante un vínculo de camaradería, y con el fin de ayudarse unos a otros en el logro de una misma finalidad política". Si se les ve de ese modo, los hombres forman "un solo cuerpo místico", que necesita una sola cabeza. Hay que añadir que el poder en cuestión no reside en la humanidad de tal moda que sea un poder residente en todos los hombres existentes, con la consecuencia de que todos formaran una sala comunidad política. "Al contrario, eso apenas sería posible, y mucho menos conveniente". Parece, pues, que el poder de hacer leyes, si existió en todo el conjunto de la humanidad, duró así muy poco tiempo; la humanidad empezó a dividirse en Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit comunidades políticas distintas "muy poco después de la creación del mundo". Una vez que esa división había comenzado a tener lugar, el poder de hacer leyes residió en las diversas comunidades políticas. Ese poder procede de Dios como su fuente primaria. Pero ¿cómo lo confiere Dios? En primer lugar, Dios lo da "como una propiedad característica que resulta de la naturaleza". En otras palabras, Dios no confiere el poder por un acto especial distinto del acto de la creación. "Que resulta de la naturaleza" significa que la razón natural manifiesta que el ejercicio del poder es necesario para la conservación y gobierno adecuado de la comunidad política, que es una sociedad natural. En segundo lugar, el poder no se manifiesta hasta que los hombres han formado una comunidad política. Así pues, el poder no es conferido por Dios sin intervención de la voluntad y consentimiento de los hombres, es decir, de aquellos hombres que, por consentimiento, se reúnen en una sociedad perfecta o Estado. No obstante, desde que forman la comunidad, el poder reside en ésta. Es, pues, correcto decir que ha sido inmediatamente conferido por Dios. Suárez añade que el poder no reside en una comunidad política determinada de tal modo que no pueda ser enajenado por el consentimiento de esa comunidad, o perdido por vía de justo castigo. 51 Algo muy parecido ha de decirse a propósito de su teoría de la soberanía, o, para limitarnos al punto actualmente discutido, del poder de hacer leyes que pertenece a dicha soberanía. La naturaleza no ha especificado una forma particular de gobierno, dice Suárez; la determinación de la forma de gobierno depende de la elección humana. Sería extraordinariamente difícil que toda la comunidad como tal legislase directamente, y consideraciones prácticas; apuntan a la monarquía como la mejor forma de gobierno, aunque por regla general es conveniente, dado el carácter del hombre, "añadir algún elemento de gobierno común". Cuál deba ser ese elemento de gobierno común, depende de la elección y la prudencia humana. En todo caso, quien quiera que detente el poder civil, ese poder deriva directa o indirectamente, del pueblo como comunidad. En caso contrario, no sería justamente detentado. Para que la soberanía pueda radicar justamente en un individuo determinado, "tiene que ser asignada a éste por el consentimiento de la comunidad". En ciertos casos Dios ha conferido el poder directamente, como a Saúl; pero tales casos son extraordinarios, y, por lo que respecta al modo de conceder el poder, sobrenaturales. En el caso de la monarquía hereditaria, quien detenta el poder lo deriva de la comunidad. En cuanto al poder regio obtenido por fuerza injusta, el rey no posee en ese caso verdadero poder legislativo, aunque puede ser que con el transcurso del tiempo el pueblo llegue a dar su consentimiento y a conformarse con la soberanía, convirtiéndola así en legítima. 12. La teoría del contrato en Suárez. Está claro que Suárez veía el origen de la sociedad política, esencialmente, en el consenso. Que un número mayor o menor de Estados puedan haberse originado de hecho de otras maneras, es un accidente histórico que no afecta a la esencia del Estado. Pero si, en ese sentido, puede decirse que Suárez propuso una teoría del" contrato social", eso no significa que él considerase la sociedad política como una sociedad puramente artificial, como una; creación del egoísmo ilustrado. Al contrario, como hemos visto. Suárez encontraba el origen último de la sociedad política en la naturaleza humana, es decir, en el carácter y las necesidades sociales del ser humano. La formación de la sociedad política es una expresión necesaria de la naturaleza humana, aunque haya que decir que la formación de una comunidad política determinada se basa esencialmente en el consentimiento, ya que la naturaleza no ha especificado qué comunidades particulares han de formarse. Así, lo mismo que afirma que la formación de una comunidad política determinada depende del consentimiento humano, Suárez afirma también que el establecimiento de un determinado gobierno depende del consentimiento de la comunidad política que confiere la soberanía. Puede, pues, decirse que, en cierto sentido, mantiene la teoría del doble contrato. Pero, lo mismo que sostiene que la formación de comunidades políticas es una exigencia de la naturaleza, sostiene también que el establecimiento de algún gobierno es exigido por la naturaleza. Es posible que tienda a acentuar más la idea de consentimiento; es indudable que habla explícitamente de un "pacto o convenio" entre el rey y el reino; pero, a pesar de ello, la autoridad política y la soberanía son necesarias para la adecuada conservación y gobierno de la humanidad. La autoridad política deriva en última instancia de Dios, del que depende todo dominio; pero el hecho de que sea conferida a un individuo determinado deriva de una concesión de parte del mismo Estado: "el principado deriva de los Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit hombres". En otras palabras, la soberanía política no es en sí misma simple materia de convención o convenio, puesto que es necesaria para la vida humana; pero que la soberanía sea conferida a determinados individuos, depende del convenio. Podemos notar, de paso, que Suárez pensaba en términos del Estado monárquico de su tiempo. La idea medieval del poder imperial juega poco en su teoría política. En su Defensa de la fe católica y apostólica, Suárez niega explícitamente que el emperador tenga jurisdicción temporal universal sobre todos los cristianos. Es probable, dice, que el emperador no poseyera nunca tal poder; pero, si alguna vez lo poseyó, lo ha perdido. "Suponemos que hay, además del emperador, cierto número de reyes temporales, como los reyes de España, Francia e Inglaterra, que son enteramente independientes de la jurisdicción del emperador". Por otra parte, es evidente que Suárez no creía que un Estado mundial o un gobierno mundial fuesen posibilidades prácticas. La historia muestra que nunca ha habido un gobierno verdaderamente mundial. No existe, nunca existió, y nunca pudo existir. so Suárez mantenía, como hemos visto, que la existencia de una única comunidad política para todos los hombres es moralmente imposible, y que, aunque fuera posible, sería muy inconvenientes. Si Aristóteles tuvo razón, como la tuvo, al decir que es difícil gobernar adecuadamente una ciudad muy grande, mucho más difícil sería gobernar un Estado mundial. 13. La deposición de los tiranos. ¿Qué consecuencias saca Suárez de su doctrina del pacto entre el monarca y el reino? ¿Afirmó en particular que los ciudadanos tienen derecho a deponer a un monarca tiránico, que traicione su confianza? Según Suárez, la transferencia de la soberanía del Estado al príncipe no es una delegación, sino una transferencia o donación ilimitada de todo el poder que residía en la comunidad. El príncipe puede, pues, delegar el poder, si así lo decide: le ha sido concedido absolutamente para ser ejercido por él en persona, o mediante agentes, como le parezca oportuno. Además, una vez que el poder ha sido transferido al monarca, éste es el vicario de Dios; y la obediencia al mismo es obligatoria, de acuerdo con la ley natural. En realidad, la transferencia del poder al monarca hace a 52 éste incluso superior al Estado que le otorgó el poder, puesto que el Estado se ha sometido al monarca al hacer la transferencia. El monarca no puede, pues, ser privado de su soberanía, ya que ha adquirido en propiedad ese poder. Pero Suárez añade inmediatamente la cualificación "a menos que acaso caiga en la tiranía, lo que es fundamento para que el reino haga una guerra justa contra él". Hay dos clases de tiranos. El tirano que ha usurpado el trono por la fuerza e injustamente, y el príncipe legítimo que gobierna tiránicamente por el uso que hace del poder. Por lo que respecta al tirano de la primera clase, todo el Estado o una parte cualquiera de éste tiene derecho a rebelarse contra él, puesto que es un agresor. Rebelarse es' simplemente ejercitar el derecho de defensa propia. En cuanto al tirano del segundo tipo, a saber, el príncipe legítimo que gobierna tiránicamente, el Estado como un todo puede levantarse contra él, puesto que ha de suponerse que el Estado le concedió el poder a condición de que gobernase para el bien común y que pudiese ser depuesto si caía en la tiranía. Pero es una condición necesaria para la legitimidad de tal rebelión que el gobierno del rey sea manifiestamente tiránico, y que se observen las normas que corresponden el una guerra justa. Suárez hace referencia a santo Tomás en esa materia. Pero es solamente el Estado entero quien tiene derecho a alzarse contra un monarca legítimo que actúa tiránicamente; porque éste no puede, normalmente, ser un agresor contra todos los ciudadanos individuales del modo en que es un agresor el usurpador injusto. Ahora bien, eso no es decir que un individuo que s a objeto de una agresión tiránica actual por parte del monarca legítimo no pueda defenderse a sí mismo. Pero hay que hacer una distinción entre la defensa de sí y la defensa del Estado. En su Defensa de la fe católica y apostólica Suárez considera la cuestión particular del tiranicidio. Un monarca legítimo no puede ser ejecutado por decisión privada sobre la base de que gobierna tiránicamente. Esa es la doctrina de santo Tomás, Cayetano y otros. Un individuo privado que mata por su propia autoridad a un monarca legítimo que actúa tiránicamente, es un asesino. Él no posee la jurisdicción necesaria. En cuanto a la defensa propia, un individuo privado no puede matar a un monarca legítimo simplemente para defender sus posesiones privadas; pero si el monarca amenaza tiránicamente la vida del ciudadano, éste puede defenderse, aunque resulte la muerte del monarca, si bien la consideración del bienestar común podría, en ciertas Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit circunstancias, hacer que se abstuviera de matarle, aun a costa de su propia vida. En cambio, en el caso del usurpador tiránico es lícito que un individuo privado le mate, siempre que no pueda recurrir a una autoridad superior, y siempre que sean manifiestas la tiranía y la injusticia del gobierno del usurpador. Otras condiciones añadidas por Suárez son que el tiranicidio sea un medio necesario para la liberación del reino; que no se haya emprendido libremente algún acuerdo entre el usurpador y el pueblo; que el tiranicidio no deje al Estado afectado por los mismos o peores males que los de antes; y que el Estado no se oponga explícitamente al tiranicidio privado. Suárez afirma así el derecho a la resistencia, que es una consecuencia lógica de su doctrina del origen y transferencia de la soberanía. Es indudable que no alentó en modo alguno revueltas innecesarias; pero es fácilmente comprensible que su obra sobre la fe católica pareciese ofensiva a Jacobo I de Inglaterra, que creía en el derecho divino de los reyes y en el principio de legitimidad. 14. Leyes penales. En el libro cuarto del De legibus (De lege positiva canónica), Suárez considera el derecho canónico; y en el libro quinto trata de varietate legum humanarum et praesertim de poenalibus et odiosis. En conexión con las leyes penales suscita la cuestión de su fuerza obligatoria en conciencia. En primer lugar, es posible que el legislador humano haga leyes que obligan en conciencia, aun cuando se añada a éstas una penalidad temporal por su trasgresión. Pero ¿obligan en conciencia esas leyes cuando el legislador no ha enunciado explícitamente su intención de obligar en conciencia a sus súbditos? En opinión de Suárez, una ley que contiene un precepto obliga en conciencia, a menos que el legislador haya expresado o dejado en claro su intención de no obligar en conciencia. (Que la ley obligue bajo pena de pecado mortal o venial depende de la materia de la ley y de otras circunstancias.) Suárez saca la conclusión lógica de que las leyes fiscales justas obligan en conciencia, "como la ley española que pone impuestos sobre el precio del trigo". Es posible, sin embargo, que haya leyes penales que no obliguen en conciencia en cuanto al acto a ejecutar. El que una ley sea de esa especie, es decir, meramente penal, depende de la intención del legislador. Esa 53 intención no necesita ser expresada en muchas palabras, porque puede estar clara por la tradición y las costumbres. Cuando una ley penal no manda o prohíbe realmente un acto, sino que solamente enuncia, por ejemplo, que si alguien exporta trigo será multado, puede presumir se que es meramente penal, a menos que esté claro por alguna otra consideración que pretende a obligar en conciencia. Una ley penal humana puede obligar en conciencia a los súbditos a sufrir la pena, incluso antes de la sentencia judicial; pero solamente si la pena es tal que el súbdito pueda lícitamente infligírsela a sí mismo, y siempre que no sea tan severa o repugnante a la naturaleza humana que su ejecución voluntaria no pueda ser razonablemente pedida. Pero de ahí no se sigue que todas las leyes penales obliguen realmente de ese modo. Si una ley penal se limita a amenazar con una pena, no obliga al trasgresor a sufrir la pena antes de la sentencia, cualquiera que sea la pena; la intención del legislador de obligar al trasgresor a sufrir la pena por propia iniciativa ha de ser puesta en claro. En cuanto a la obligación de sufrir la pena impuesta por sentencia judicial, Suárez sostiene que si para la ejecución de la pena es necesaria alguna acción o cooperación de parte del culpado, éste está obligado en conciencia a realizar la acción u ofrecer la cooperación, siempre que la ley que .hubiera quebrantado fuera una ley justa y que la pena en cuestión no sea inmoderada. Por lo demás, en esa materia hay que servirse del sentido común. Por ejemplo, nadie está obligado a ejecutarse a sí mismo. Como ya se ha dicho, Suárez consideraba que las leyes de impuestos, si son justas, obligan en conciencia. Él mantenía que "las leyes por las que se ordena que se paguen tales impuestos no pueden llamarse puramente penales". Obligan, pues, en conciencia; y los impuestos justos deben pagarse íntegramente, aun cuando no sean exigidos, por un inspector, por ejemplo, a menos que esté claro que el legislador busca simplemente una tasa puramente penal. Consideradas en sí mismas, las leyes fiscales son verdaderas leyes morales que obligan en conciencia. En cuanto a los impuestos injustos, nunca obligan en conciencia, ni antes ni después de que se exija su pago. 15. La suspensión de las leyes humanas. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit El libro sexto del De legibus se ocupa de la interpretación, suspensión y cambio de las leyes humanas. No siempre es necesario que una ley sea derogada por el soberano antes de que pueda ser desobedecida lícitamente. Aparte del hecho de que una ley que manda algo malo, algo de imposible cumplimiento o algo desprovisto de toda utilidad, es injusta y nula desde el principio, una ley puede dejar de ser válida y de obligar porque el fin adecuado, tanto intrínseco como extrínseco, de la ley haya dejado de existir. Por ejemplo, si se promulga una ley que impone un impuesto solamente para obtener dinero destinado a un fin especifico, la ley pierde su fuerza obligatoria cuando el propósito ha sido conseguido, aunque la ley no haya sido derogada. Pero si el fin de la ley no es puramente extrínseco, sino también intrínseco (por ejemplo, si un acto bueno es ordenado de hecho con vistas a algún fin específico, pero de tal modo que el legislador ordenaría aquel acto independientemente del fin especifico), está claro que no puede darse por supuesto que la ley quede en suspenso simplemente porque se haya conseguido el fin especifico. 16. La costumbre. Suárez habla extensamente de la ley no-escrita, o costumbre, un tema al que consagra el libro séptimo (De lege non scripta. quae consuetudo apellatur). La costumbre, considerada como un factor jurídico, es introducida en defecto de .la ley: es una ley no-escrita. Pero es solamente la costumbre común o pública la que puede establecer ley, no la costumbre privada, que es la costumbre de una persona o de una comunidad imperfecta. Además, una costumbre, para establecer ley, tiene que ser moralmente buena: una costumbre que es intrínsecamente mala no establece ley alguna. Pero la distinción entre costumbres moralmente buenas y malas no es la misma que la distinción entre costumbres razonables e irrazonables; es posible que una costumbre sea buena en sí misma, es decir, considerada simplemente como una costumbre, y al mismo tiempo irrazonable o imprudente si se considera jurídicamente, esto es, como origen de una ley. Para el establecimiento de una costumbre se requiere una comunidad perfecta; pero no es necesario que sea observada literalmente por toda la comunidad; basta con que la mayor parte de la comunidad la observe, ¿Cómo se establece la costumbre? 54 Por una repetición por el pueblo de ciertos actos públicos. Esos actos han de ser, desde luego, actos voluntarios. La razón de ello es que los actos que establecen una costumbre solamente tienen ese efecto en la medida en que manifiestan el consentimiento del pueblo. Tienen, pues, que ser voluntarios. No puede establecerse válidamente una costumbre mediante actos realizados a la fuerza, o por un miedo grave e injusto. Pero de ahí no se sigue que el consentimiento del príncipe no sea necesario para el establecimiento válido de una costumbre o ley consuetudinaria. Ahora bien, ese consentimiento puede darse de modos diferentes; o por consentimiento expreso, o por permitir antecedentemente la introducción de una costumbre, o por confirmación contemporánea o subsiguiente, o porque nada haga el príncipe por oponerse a la costumbre cuando ha adquirido conocimiento de la misma. Puede ser suficiente, pues, el consentimiento tácito de parte del soberano. La costumbre legítima puede tener varios efectos diferentes. Puede establecer una ley; puede servir para interpretar una ley existente; o puede derogar una ley. En cuanto al primero de esos efectos, diez años son necesarios y suficientes para establecer una costumbre legal. En cuanto a la anulación de la ley por la costumbre, se necesita una doble voluntad, la voluntad del pueblo y la del príncipe, aunque puede bastar un consentimiento tácito de parte del príncipe. La costumbre puede establecer incluso una ley penal. Para la derogación de una ley civil se necesita una costumbre vigente durante diez años; pero en el caso de la ley canónica, para que una costumbre prevalezca sobre una ley se requiere un período de cuarenta años. En el libro octavo del De legibus (De lege humana favorabili) Suárez trata del privilegio, y en los libros noveno y décimo, de la ley divina positiva. Pasando por alto esos temas, me propongo decir algo sobre la relación Iglesia-Estado según Suárez. 17. Iglesia y Estado. En su Defensa de la fe católica y apostólica, Suárez discute y rechaza la opinión de que el papa posee no solamente supremo poder espiritual sino también supremo poder civil, con la consecuencia de que ningún soberano puramente temporal posee poder supremo en asuntos temporales. Suárez apela a declaraciones de papas, y luego procede a argumentar que no Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit puede descubrirse justo título alguno por el que el papa posea jurisdicción directa sobre todos los Estados cristianos en los asuntos temporales. Y, sin un justo título, no puede poseer tal jurisdicción. No hay pruebas de que ni la ley divina ni la humana se la hayan conferido. Suárez reconocía, desde luego, la jurisdicción temporal del papa como gobernante temporal sobre los Estados Pontificios; pero se negaba a considerar a los otros soberanos temporales como meros vicarios de la Santa Sede. En otras palabras, Iglesia y Estado son sociedades distintas e independientes, aun cuando el fin por el que existe la Iglesia sea más alto que el fin por el que existe el Estado. Pero, aunque el papa no posee jurisdicción civil directa o primaria sobre los soberanos temporales, posee un poder directivo sobre éstos, no meramente como individuos, sino también como soberanos. En virtud de su jurisdicción espiritual, el papa posee el poder de dirigir a los príncipes temporales con vistas al fin espiritual. "Por poder directivo no entendemos simplemente el poder de aconsejar, advertir o solicitar; porque esos poderes no son peculiares de la autoridad superior; entendemos un poder estricto de obligar". Los monarcas temporales son súbditos espirituales del papa; y la autoridad espiritual del papa incluye el poder de dirigir al monarca en el uso de su autoridad temporal" si en alguna materia se desvía de la recta razón, o de la fe, justicia o caridad". Eso supone un poder indirecto del papa en los asuntos temporales. Puede haber un conflicto entre el bien espiritual y la conveniencia o utilidad temporal; y en tales ocasiones el soberano temporal ha de estar sometido al espiritual. El papa no debe tratar de usurpar la jurisdicción temporal directa; pero, en los casos en que sea necesario para el bien espiritual, puede interferir, en virtud de su poder indirecto. Suárez mantuvo, pues, la doctrina de la jurisdicción indirecta, aunque no directa, del papa en la esfera temporal. También mantuvo que el papa posee "poder coercitivo sobre príncipes temporales que sean incorregiblemente perversos, y especialmente sobre los cismáticos y herejes obstinados". Porque el poder directivo sin el poder coercitivo es ineficaz. Este poder se extiende no sólo a la imposición de castigos espirituales como la excomunión, sino también a la de castigos temporales, como, en casos de necesidad, a la deposición del trono. En cuanto a los monarcas paganos, aunque el papa no posea el poder de castigarles, tiene el poder de liberar a sus súbditos cristianos de la 55 fidelidad a aquéllos, si los cristianos están en peligro de destrucción moral. 18. La guerra. Finalmente debe decirse algo sobre la doctrina suareciana relativa a la guerra. La guerra no es intrínsecamente mala: puede haber una guerra justa. La guerra defensiva está permitida, y, a veces, es incluso materia de obligación. Pero han de observarse ciertas condiciones para que una guerra sea justa. En primer lugar, la guerra tiene que ser hecha por un poder legítimo; y éste es el soberano supremo. Pero el papa tiene derecho a insistir en que se apele a él en las disputas entre soberanos cristianos, aunque los soberanos no están obligados a asegurarse la autorización del papa antes de hacer la guerra, a menos que el papa haya dicho explícitamente que han de hacerlo. La segunda condición para una guerra justa es que su causa sea justa. Por ejemplo, el haber padecido una grave injusticia que no puede ser reparada o vengada de otro modo. Puede intentar se una guerra defensiva; pero, antes de comenzar una guerra ofensiva, el soberano ha de estimar sus posibilidades de victoria, y no empezar la guerra si es más probable perder la que ganarla. La razón de ello es que, en caso contrario, el príncipe correría grave riesgo de causar grandes daños a su Estado. (Por" guerra ofensiva" Suárez no entiende una "guerra de agresión", sino una guerra justa libremente emprendida. Es legítimo declarar la guerra libremente para reparar injusticias sufridas o para defender al inocente.) La tercera condición para una guerra justa es que la guerra sea debidamente llevada, y que se observe la debida proporción tanto durante su transcurso como en la victoria. Antes de comenzar una guerra el príncipe está obligado a llamar la atención del soberano del otro Estado sobre la existencia de una justa causa de guerra, y a pedir satisfacción inmediata. Si el otro ofrece reparación adecuada por la injuria hecha, el príncipe está obligado a aceptarla; si, a pesar de ello, ataca, la guerra será injusta. En el curso de la guerra es legítimo causar al enemigo todas las pérdidas necesarias para el logro de la victoria, siempre que esas pérdidas no Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit supongan daño intrínseco a personas inocentes. Finalmente, después de lograr la victoria el príncipe puede infligir al enemigo vencido las penas que sean suficientes para un justo castigo; y puede pedir compensación por todas las pérdidas que haya sufrido su Estado, incluidas las sufridas durante la guerra. Después de la guerra, "ciertos individuos culpables del bando enemigo pueden ser justamente condenados a muerte". En cuanto a los "inocentes", "está implícito en la ley natural que incluyen a los niños, las mujeres y todos los incapaces de llevar armas", mientras que, según el ius gentium, incluyen a los embajadores, y, entre los cristianos, por ley positiva, a los religiosos y sacerdotes. "Todas las demás personas son consideradas culpables: porque el juicio humano considera a los capaces de tomar las armas como si realmente lo hubieran hecho". Nunca debe matarse a las personas inocentes como tales, pues matarlas es intrínsecamente malo; pero si la victoria no puede lograrse sin matar "incidentalmente" a inocentes, es legítimo matarles. Suárez quiere decir que es legítimo, por ejemplo, volar un puente o tomar por asalto una ciudad, si tales actos son necesarios para la victoria, aun cuando el atacante tenga razón para pensar que supondrán la muerte" incidental" de algunas personas inocentes. No sería, en cambio, legítimo hacer tales actos con el propósito de matar a personas inocentes. Una cuestión discutida por Suárez en conexión con la guerra es la de hasta qué punto los soldados que toman parte en la misma están moralmente obligados a asegurarse de si es una guerra justa o injusta. Su respuesta, brevemente enunciada. es esta. Los soldados regulares que son súbditos de un príncipe no están obligados a hacer una cuidadosa investigación antes de obedecer la orden de guerra: pueden suponer que la guerra es justa, a menos que sea evidente lo contrario. Si tienen simplemente dudas especulativas acerca de la justicia de la guerra, deben pasar por alto esas dudas; pero si los soldados tienen razones prácticas y convincentes para pensar que la justicia de la guerra es extremadamente dudosa, deben llevar adelante su investigación. En cuanto a los mercenarios que no son súbditos del príncipe que se propone hacer la guerra. Suárez dice que, aunque según la opinión común parece ser que están obligados a investigar la justicia de la guerra antes de alistarse, él no encuentra una diferencia real entre súbditos y no súbditos. Los principios generales son (a) que si la duda surgida sobre la justicia de la 56 guerra es puramente negativa, es probable que los soldados puedan alistarse sin mayores investigaciones; y (b) que si la duda es positiva, y si ambos lados presentan argumentos plausibles, los que van a alistarse deben investigar la verdad. Si no pueden descubrirla, ayuden al que probablemente tenga la razón. En la práctica, "investigar" significa, para un soldado ordinario, consultar a "hombres prudentes y concienzudos", pero. si los soldados forman un cuerpo organizado pueden dejar la investigación y la decisión a su comandante. En cuanto al soberano que quiere hacer la guerra, está, por supuesto, obligado a inquirir diligentemente en la justicia de su causa; y no tiene derecho a ir a la guerra si el otro bando parece tener mayor razón, para no hablar ya del caso de que sea moralmente cierto que la justicia está de la otra parte. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 57 LA ILUSTRACIÓN FRANCESA Giovanni Reale – Dario Antisieri LA ILUSTRACIÓN LA RAZÓN EN LA CULTURA DE LA ILUSTRACIÓN 1. EL LEMA DE LA ILUSTRACIÓN: «¡TEN LA VALENTÍA DE UTILIZAR TU PROPIA INTELIGENCIA!» Immanuel Kant, en su Respuesta a la pregunta: ¿qué es la ilustración? (1784), escribe lo siguiente: «La ilustración es el abandono por el hombre del estado de minoría de edad que debe atribuirse a sí mismo. La minoría de edad es la incapacidad de valerse del propio intelecto sin la guía de otro. Esta minoría es imputable a sí mismo, cuando su causa no consiste en la falta de inteligencia, sino en la ausencia de decisión y de valentía para servirse del propio intelecto sin la guía de otro. Sapere aude! ¡Ten la valentía de utilizar tu propia inteligencia! Este es el lema de la ilustración.» Para los ilustrados -como dirá Kant más tardenuestras mentes sólo pueden liberarse de la servidumbre espiritual si se incrementa nuestro conocimiento. Tal servidumbre es una «servidumbre de los prejuicios, de los ídolos y de los errores evitables» (K.R. Popper). Una decidida -aunque no ingenuaconfianza en la razón humana, un uso crítico y desprejuiciado de ésta con el propósito de liberarse de los dogmas metafísicos, de los prejuicios morales, de las supersticiones religiosas, de las relaciones deshumanizadas entre los hombres, de las tiranías políticas: éste es el rasgo fundamental de la ilustración. Y aunque hoy -afirman Max Horkeimer y Theodor W. Adorno en Dialéctica de la ilustración (1947)- «la tierra completamente iluminada resplandece con el símbolo de una desventura triunfante», «la ilustración, en su sentido más amplio de pensamiento en continuo progreso, persiguió desde siempre el objetivo de quitarles el miedo a los hombres y convertidos en amos [...]. El programa de la Ilustración consistía en liberar el mundo de la magia. Se proponía eliminar los mitos y sustituir la imaginación por la ciencia». Christian Thomasius (1655-1728) fue quien distinguió -en sus Lectiones de praeiudiciis (1689-1690)- entre prejuicios debidos a la autoridad y prejuicios debidos a la precipitación. Los ilustrados se constituyen como un ejército en lucha contra todos los prejuicios: la verdad no tiene otra fuente que no sea la razón humana. Convierten «a la tradición en objeto de crítica, lo mismo que [hace] la ciencia de la naturaleza con respecto a la apariencia sensible (...]. La razón, y no la tradición, es la fuente última de la autoridad» H.G. Gadamer). Aunque no constituye el único movimiento cultural de la época, la ilustración es la filosofía hegemónica en la Europa del siglo XVIII. Consiste en un articulado movimiento filosófico, pedagógico y político, que va seduciendo de manera gradual a las clases cultas y a la activa burguesía en ascenso en los diversos países europeos, desde Inglaterra hasta Francia desde Alemania hasta Italia, en parte también en Rusia y hasta en Portugal Insertándose sobre tradiciones distintas, la ilustración no se configura como un sistema compacto de doctrinas, sino como un movimiento en cuya base se encuentra la confianza en la razón humana, cuyo desarrollo implica el progreso de la humanidad, al liberarse de las cadenas ciegas y absurdas de la tradición, y del cepo de la ignorancia, la superstición, el mito y la opresión. La razón de los ilustrados se presenta como defensa del conocimiento científico y de la técnica como instrumentos de la transformación del mundo y del progresivo mejoramiento de las condiciones espirituales y materiales de la humanidad; como tolerancia ética y religiosa; como defensa de los inalienables derechos naturales del hombre y del ciudadano; como rechazo de los dogmáticos sistemas metafísicos incontrolables desde el punto de vista fáctico; como crítica de aquellas supersticiones en las que consistirían las religiones positivas, y como defensa del deísmo (pero también el materialismo); como lucha contra los privilegios y la tiranía. Éstos son los rasgos o parecidos de familia que, dentro de las variantes constituidas por las distintas ilustraciones (tomaremos en consideración la francesa, la inglesa y la alemana), nos permiten hablar de ilustración en general. 2. LA RAZÓN DE LOS ILUSTRADOS La ilustración es una filosofía optimista. Es la filosofía de la burguesía en ascenso: es una filosofía que se esfuerza y trabaja por el progreso. «Algún día todo irá mejor, ésta es nuestra esperanza», dice Voltaire. y tal esperanza podría no llevarse a Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit cabo si no aportamos nuestro esfuerzo; el desarrollo de la humanidad podría estancarse y todo se perdería. Sin embargo, ha habido y hay progreso; incluso aunque no exista -como llegan a pensar algunos positivistas- una ineluctable ley del progreso. En la base de este progreso espiritual, material y político, que no es lineal y que se ha dado y se puede obtener a pesar de los obstáculos, los ilustrados colocan el uso crítico y constructivo de la razón. No obstante -y aquí nos enfrentamos con el problema central e ineludible- ¿de qué razón se trata? Cassirer escribe al respecto: «Para los grandes sistemas metafísicos del siglo XVII, para Descartes y Malebranche, para Spinoza y Leibniz, la razón es el territorio propio de las verdades eternas, de aquellas verdades que son comunes al espíritu humano y al divino. Lo que conocemos e intuimos gracias a la razón, lo intuimos directamente en Dios: cada acto de la razón nos confirma nuestra participación en la esencia divina, nos abre el reino de lo inteligible, de lo suprasensible.» Empero, prosigue Cassirer, «el siglo XVIII otorga a la razón un significado diferente, más modesto. Ya no es un conjunto de ideas innatas que se hayan dado antes de cualquier experiencia, en las que se nos manifiesta la esencia absoluta de las cosas. La razón no es una posesión, sino más una cierta forma de adquisición. No es el erario ni el tesoro del espíritu, en el que se halle bien custodiada la verdad, como una moneda acabada de acuñar; por el contrario, es la fuerza originaria del espíritu, que conduce al descubrimiento de la verdad y a su determinación. Este acto determinante constituye el germen y la premisa indispensable de cualquier auténtica seguridad». Todo el siglo XVIII concede a la razón este significado. «No la considera como un contenido fijo de conocimientos, principios o verdades, sino como una facultad, como una fuerza que sólo se puede comprender plenamente ejerciéndola y explicándola [...]. Su función más importante consiste en su capacidad de atar y desatar. Analiza todos los simples datos de hecho, todo aquello que se había creído con base en el testimonio de la revelación, de la tradición o de la autoridad; no descansa hasta haberlo reducido todo a sus componentes más sencillos y hasta llegar a los últimos motivos de la fe y de la creencia. Sin embargo, después de esta labor de disolución, comienza de nuevo el esfuerzo de construir. La razón no puede quedarse en los disjecta membra; debe hacer surgir un nuevo edificio [...]. Sólo a través de este doble movimiento espiritual puede definirse en su integridad la noción de razón: no es ya la noción de un ser, sino de un hacer.» Lessing fue quien dijo 58 que lo típicamente humano no era la posesión de la verdad, sino el tender hacia la verdad. Montesquieu, por su parte, sostendrá que el alma humana jamás podrá detenerse en su anhelo de saber: las cosas son una cadena, y no se puede conocer la causa de algo o una idea cualquier sin verse poseído por el deseo de conocer la cosa o la idea que viene después. Diderot estaba convencido de que entre otras cosas la Enciclopedia tenía el propósito «de cambiar el modo corriente de pensar». En resumen: los ilustrados tienen confianza en la razón, en lo cual son herederos de Descartes, Spinoza o Leibniz. Sin embargo, a diferencia de las concepciones de éstos, la razón de los ilustrados es la del empirista Locke, que analiza las ideas y las reduce todas a la experiencia. Se trata, pues, de una razón limitada: limitada a la experiencia, controlada por la experiencia. La razón de los ilustrados es la razón que encuentra su paradigma en la física de Newton: ésta no se enfrenta con las esencias, no se pregunta cuál es, por ejemplo, la causa o la esencia de la gravedad, no formula hipótesis ni se pierde en conjeturas sobre la naturaleza última de las cosas. Por el contrario, partiendo de la experiencia y en continuo contacto con ésta, busca las leyes de su funcionamiento y las comprueba. El uso de la razón ilustrada es un uso público. Kant señala: «El uso público de la razón debe ser libre en todo momento, y sólo él puede poner en práctica la ilustración entre los hombres [...]. Entiendo por uso público de la propia razón el uso que uno hace de ella en cuanto estudioso ante todo el público de lectores.» En el Tratado de Metafísica, Voltaire escribe: «Nunca debemos apoyamos en meras hipótesis; nunca debemos comenzar inventando principios, con los que más tarde nos pongamos a explicar todas las cosas. En cambio, debemos empezar por una exacta descomposición de los fenómenos que nos son conocidos. Si no recurrimos a la brújula de la matemática y a la antorcha de la experiencia, no podremos avanzar ni un solo paso.» En opinión de los ilustrados, el verdadero método de la fIlosofía «coincide en el fondo con el que había introducido Newton -con resultados tan fecundos- para el conocimiento de la naturaleza». Voltaire también dice que «el hombre, cuando pretende entrar en la esencia interior de las cosas y conocerlas en sí mismas, cae muy pronto en la cuenta de los límites que se alzan ante sus facultades: se halla en las mismas circunstancias que un ciego al que se le pide un juicio sobre la esencia del color. El Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit análisis, empero, es el bastón que la benévola naturaleza colocó en las manos del ciego. Con la ayuda de dicho bastón puede avanzar a tientas en el mundo de los fenómenos, puede captar su sucesión comprobar el orden en que se presentan, y esto es todo lo que le hace falta para su orientación espiritual, para la formación de su vida y de la ciencia» (E. Cassirer). 3. LA RAZÓN ILUSTRADA CONTRA LOS SISTEMAS METAFÍSICOS Por lo tanto, la, razón de los ilustrados es la razón de Locke y de Newton: es una razón independiente de las verdades de la revelación religiosa y que no reconoce las verdades innatas de las filosofías racionalistas. Se trata de una razón limitada a la experiencia y controlada por ésta. Limitada en sus poderes y gradual en su desarrollo, la razón de los ilustrados no se halla reducida sin embargo -como sucedía en Newton- a los hechos de la naturaleza. La razón de los ilustrados no tiene vedado ningún campo de investigación: la razón hace referencia a la naturaleza y al mismo tiempo al hombre. En su Ensayo sobre los elementos de la filosofía (1759), d'Alembert escribe que el renacimiento es típico del siglo xv; la reforma es el acontecimiento más significativo del siglo XVI; la filosofía cartesiana modifica la visión del mundo en el siglo XVII. Y en el siglo XVIII, el «siglo de la filosofía», d' Alembert ve otro grandioso movimiento análogo. «Apenas se considera atentamente el siglo, mediado el cual nos encontramos, apenas se tienen en cuenta los sucesos que se desarrollan ante nosotros, las costumbres con las que vivimos, las obras que producimos y hasta las conversaciones que tenemos, se advierte sin dificultad que ha ocurrido un notable cambio en todas nuestras ideas: un cambio que por rapidez hace prever que en el porvenir se dé una revolución aún mayor. Sólo con el tiempo será posible determinar con exactitud el objeto de esta revolución e indicar su naturaleza y sus límites... y quienes vengan después estarán en condiciones de conocer mejor que nosotros sus defectos y sus méritos.» A nuestra época -prosigue d' Alembert- le gusta llamarse «época de la filosofía»: «Cuando se estudia sin prejuicios el estado presente de nuestro conocimiento, no puede negarse que la filosofía ha hecho notables progresos entre nosotros. La ciencia de la naturaleza 59 adquiere todos los días nuevas riquezas; la geometría ensancha su territorio y ya ha penetrado en aquellos terrenos de la física que estaban más próximos a ella; el verdadero sistema del universo, finalmente, ha sido conocido, desarrollado y perfeccionado. Desde la Tierra hasta Saturno, desde la historia de los cielos hasta la de los insectos, la ciencia natural ha cambiado de cara. Y junto con ella, todas las demás ciencias han tomado una nueva forma [...]. Este fermento, que ha actuado en todas direcciones, ha aferrado todo aquello que se le presentaba, con violencia, como un torrente que rompe los diques. Desde los principios de la ciencia hasta los fundamentos de la ciencia revelada, desde los problemas de la metafísica a los del gusto, desde la música hasta la moral, de las controversias teológicas a los temas de economía y de comercio, desde la política hasta el derecho de los pueblos y la jurisprudencia civil, todo fue discutido, analizado, sacudido. Una nueva luz que se extendió sobre muchos temas, nuevas oscuridades que fueron apareciendo: tal fue el fruto de ese generalizado fermento de los espíritus, al igual que el efecto de la marea alta y la marea baja consiste en llevar a la orilla muchas cosas nuevas, y en llevarse de allí otras.» El hombre no se reduce a razón, pero todo lo que se refiere a él puede ser investigado a través de la razón: los principios del conocimiento, las conductas éticas, las estructuras y las instituciones políticas, los sistemas filosóficos y las fes religiosas. La razón ilustrada es crítica en la medida en que es empírica, en la medida en que se halla ligada a la experiencia. Y precisamente porque es experimental e inductivo, el racionalismo ilustrado «comienza, en Inglaterra y en Francia, con un quebrantamiento de la anterior forma de conocimiento filosófico, la forma de los sistemas metafísicos. Ya no cree en los derechos ni en las ventajas del "espíritu del sistema"; en éste no encuentra una fuerza, sino un límite y un obstáculo para la razón filosófica [...]. En lugar de encerrar la filosofía dentro de las fronteras de un determinado edificio doctrinal, en lugar de encadenada a determinados axiomas -establecidos de una vez para siempre- y a las deducciones que se pueden extraer de ellos, la filosofía debe desarrollarse en libertad y desvelar en este proceso inmanente a ella la forma fundamental de la realidad, la forma de todo el ser, tanto natural como espiritual» (E. Cassirer). De este modo prosigue Cassirer en La filosofía de la Ilustración (1932)- la filosofía no es un bloque de conocimientos que se coloque por encima o Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit más allá de los demás conocimientos: la filosofía «ya no se separa de la ciencia natural, de la historia, de la ciencia del derecho, de la política, sino que en relación con todas ellas constituye su aliento vivificador, su atmósfera, la única en la que pueden subsistir y actuar. Ya no es la substancia del espíritu como un todo en su pura función, en el modo específico de sus investigaciones y de sus postulados, de su método y de su puro método cognoscitivo». En conjunto, la ilustración no resulta demasiado original en lo que se refiere a sus contenidos; a menudo, éstos provienen del siglo anterior. La originalidad filosófica del pensamiento ilustrado reside en el examen crítico de estos contenidos y en el uso que se propone darles, en vista de un mejoramiento del mundo y del hombre que habita en este mundo. Para la ilustración, la filosofía no es «la propia época aprehendida con el pensamiento»; la filosofía ilustrada no es una manera de acompañar la vida y reflejada a través de la reflexión. La ilustración asigna al pensamiento «no [...] sólo méritos secundarios e imitativos, sino la fuerza y la tarea de plasmar la vida. No sólo debe elegir y ordenar, sino promover y llevar a cabo el orden que considera necesario, demostrando precisamente con este acto de realización la propia realidad y verdad» (E. Cassirer). La filosofía de la ilustración aparece con claridad no en las doctrinas individuales o en un conjunto de axiomas, «sino donde aún se está configurando, donde duda y busca, donde demuele y construye». La auténtica filosofía de la ilustración no se identifica con las teorías de los ilustrados; «no consiste [...] tanto en determinadas tesis, cuanto en la forma y en el modo de la disquisición conceptual. Sólo en el acto y en el constante avance de esta disquisición se pueden aprehender las fuerzas espirituales básicas que aquí predominan y sólo aquí es posible sentir el latido de la íntima vida del pensamiento en la época ilustrada» (E. Cassirer). 4. EL ATAQUE CONTRA LAS SUPERSTICIONES DE LAS RELIGIONES POSITIVAS Ligado con la experiencia y contrario a los sistemas metafísicos el racionalismo ilustrado es un movimiento laico en lo que concierne a los mitos y las supersticiones de las religiones positivas que los ilustrados a menudo ridiculizaron con un despreciativo sarcasmo. La actitud escéptica -y con más frecuencia aun, irreverente- es un rasgo característico y esencial de la ilustración, filosofía que puede considerarse sin lugar a dudas 60 como un gran proceso de secularización del pensamiento. La ilustración inglesa y la alemana fueron menos irreverentes con respecto a la religión y aunque en el seno de la ilustración francesa se haya desarrollado una corriente materialista y atea, la filosofía ilustrada es una filosofía del deísmo. El deísmo, a su vez, es parte integrante de la ilustración: el deísmo es la religión racional y natural, es todo aquello y sólo aquello que la razón humana (entendida a la manera de Locke) puede admitir. La razón de los deístas admite: 1) la existencia de Dios; 2) la creación y el gobierno del mundo que parte de Dios (los deístas ingleses -Toland, Tindal, Collins, Shaftesbury- atribuyen a Dios el gobierno del mundo físico y también el del mundo moral, mientras que Voltaire afirma que la divinidad muestra la mayor de las indiferencias por las vicisitudes humanas); 3) la vida futura en la que recibirán su merecido el bien y mal. Voltaire dirá: «Es evidente, para mí, que existe un Ser necesario, eterno, supremo, inteligente; y ésta [...] no es una verdad de fe sino de razón.» Como resulta obvio, si éstas son las únicas verdades religiosas que puede alcanzar, comprobar y aceptar la razón, entonces los contenidos, los ritos, las historias sagradas y las instituciones de las religiones no son más que supersticiones, fruto del miedo y de la ignorancia. Es tarea de la razón el aclarar las tinieblas de las religiones positivas, mostrando la variedad de estas religiones, analizando sus orígenes históricos y sus usos sociales, y poniendo en evidencia su absurda deshumanización. Ecrasez l'infáme: éste fue el grito de combate de Voltaire, no contra la creencia en Dios, sino -como él decía- contra la superstición, la intolerancia y los absurdos de las religiones positivas. Después de Voltaire, empero, su distinción entre creencia en Dios por una parte, y religiones positivas e iglesias -por la otra-, no siempre se puso de manifiesto. A menudo se combaten a la vez la creencia en Dios y la religión, como obstáculos al progreso del conocimiento, como instrumentos de opresión y generadores de intolerancia, como causa de principios éticos erróneos y deshumanizados, y como base de pésimos ordenamientos sociales. En su Política natural (1773) d'Holbach acusará a la religión de que, al educar al hombre para que tema a tiranos invisibles, lo educa en realidad para el servilismo y la cobardía ante los tiranos visibles, eliminando en él su capacidad de independencia y aquella fuerza que lo haría moverse por sí mismo. En el Tratado sobre la tolerancia Diderot señala que el deísta ha Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit cortado una docena de cabezas a la hidra de la religión, pero le ha dejado una, aquella de la cual renacerán las demás. Por consiguiente la naturaleza -en opinión de Diderot- es la que debe sustituir a la divinidad: hay que tener la valentía de liberarse de las cadenas de la religión, renunciar a todos los dioses y reconocer los derechos de la naturaleza. Ésta le dice al hombre: «Renuncia a los dioses que se han atribuido mis prerrogativas y vuelve a mis leyes. Dirígete nuevamente hacia la naturaleza, de la que huiste; ella te consolará y expulsará de tu corazón todas aquellas ansias que te oprimen y toda la inquietud que te atormenta. Abandónate a la naturaleza, a la humanidad, a ti mismo: y hallarás flores a lo largo de todo el sendero de tu vida.» Existe, pues, una tendencia atea y materialista en el seno de la ilustración. Sin embargo, esto no debe hacernos olvidar que la ilustración está substancialmente impregnada de deísmo, es decir, de una religiosidad racional, natural y laica, a la que se une una moralidad laica: «Los deberes a los que todos estamos obligados con respecto a nuestros semejantes -afirma d' Alembertpertenecen esencial y exclusivamente al ámbito de la razón y por lo tanto son uniformes en todos los pueblos.» Voltaire añade: «Por religión natural hay que entender aquellos principios morales que son comunes a todo el género humano». Vemos aquí dos elementos: el deísmo, es decir, creencias racionales; y los deberes naturales -por ejemplo la tolerancia o la libertad- que son también racionales, laicos e independientes de la revelación. Basándose en esta constatación, E. Cassirer está en condiciones de decir que en la ilustración «reina un sentimiento fundamental auténticamente creativo: domina una esperanza incondicional en la formación y la renovación del mundo. Esta renovación se exige y se espera de la religión misma. […] Cuanto más se siente la insuficiencia de las respuestas que hasta ahora ha dado la religión a los principales temas del conocimiento y de la moralidad, tanto más intenso y apasionado será el planteamiento de dichas cuestiones. La batalla ya no se entabla alrededor de los dogmas individuales y de sus interpretaciones, sino acerca del modo de la certeza religiosa: ésta no sólo se refiere a las cosas creídas, sino a la manera y al enfoque, a la función de la fe como tal. Se aspira, sobre todo en el ámbito de la filosofía ilustrada alemana, no a una disolución de la religión, sino a su motivación trascendental y a su trascendental profundización. Esta aspiración explica el carácter específico de la religiosidad en la época 61 ilustrada, se explican sus tendencias negativa y positiva, su fe y su incredulidad. Sólo cuando se reunen estos dos elementos, cuando se reconozca su dependencia recíproca, se puede entender de veras, en su unidad real, la evolución histórica de la filosofía religiosa en el siglo XVIII». 5. RAZÓN Y DERECHO NATURAL Contrario a los sistemas metafísicos, defensor de una religiosidad y una moralidad racionales y laicas, el racionalismo ilustrado coloca la razón como fundamento de las normas jurídicas y de las concepciones del Estado. Si se habla de religión natural y de moral natural, se habla también de derecho natural. Natural significa racional o, mejor aún, no sobrenatural. El espíritu crítico de los ilustrados, con el que se criban todas las ideas, opiniones y creencias del pasado penetra en todas partes y «también se encuentra en las obras de los escritores de filosofía política y jurídica, que se esfuerzan por replantear y transformar los principios de la vida social y la manera en que esta estaba organizada. El ideal iusnaturalista de un derecho conforme a Ia razón se define en el siglo XVIII de un modo cada vez más radical e inspira proyectos de reforma; a veces éstas son efectuadas por los soberanos mismos, muchos de los cuales gustan de ser llamados "ilustrados" aunque continúen siendo absolutos, y en otras ocasiones en cambio, se propugnan y se realizan en contra de ellos. En Francia la Ilustración Jurídico-política desembocará en la revolución, uno de cuyos primeros actos será la declaración típicamente lusnaturalista- de los derechos del hombre y del ciudadano. En efecto, es propio de la ilustración el encauzar la investigación cognoscitiva hacia fines prácticos, con el objetivo de mejorar -de hacer mas conforme a la razón, que se consideraba como modo de hacerla más feliz- la condición humana» (G. Fasso). En El espíritu de las leyes Montesquieu afirma: «Las leyes, en su significado más amplio, son las relaciones necesarias que se derivan de la naturaleza de las cosas.» Aunque nos hayamos liberado de las cadenas de la religión, debemos estar sujetos -dice también Montesquieu en sus Cartas persas- al dominio de la justicia: las leyes del derecho son objetivas y no modificables, al igual que las de la matemática. Por su parte Voltaire, aunque constata la gran diversidad de las costumbres y aunque ve que «lo que en una región se llama virtud es justamente lo que en otra se Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit llama vicio», era sin embargo de la opinión de que «existen ciertas leyes naturales, sobre las cuales los hombres de todas las partes del mundo tienen que estar de acuerdo [...]. Al igual que [Dios] les dio a las abejas un fuerte instinto, en virtud del cual trabajan en común y al mismo tiempo hallan su alimento, también le dio al hombre ciertos sentimientos, de los que jamás puede renegar: éstos son los vínculos eternos y las primeras leyes de la sociedad humana». La fe en una naturaleza inmutable del hombre -hecha de inclinaciones, instintos y .necesidades sensibles- también la encontramos en Diderot, que logró reafirmada contra las tesis de Helvetius, según las cuales los instintos morales no serían otra cosa que un disfraz del egoísmo. Según Diderot existen vínculos naturales entre los hombres, vínculos que las morales religiosas pretenden romper. Mario A. Cattaneo -filósofo contemporáneo del derechoescribió que las características generales de la doctrina ilustrada son: 1) «una actitud racionalista con respecto al derecho natural»; 2) «una actitud voluntarista en relación con el derecho positivo». La racionalidad y la universalidad de la ley, la traducción que hace el legislador de las reglas eternas e inmutables del derecho natural transformándolas en derecho positivo, y la certidumbre del derecho serían las instancias más importantes de la doctrina ilustrada, la cual-siempre en opinión de Cattaneo- se configura como una lucha por la elaboración y la puesta en práctica de valores jurídicos esenciales. Tal concepción, en un primer momento, se mueve dentro de los límites del despotismo ilustrado, para abandonado más tarde a través de propuestas políticas teóricas y prácticas de naturaleza liberal, y acabar desembocando en la revolución o en reformas institucionales que subvierten el orden del ancien régime y que resultan decisivas para la construcción del moderno Estado de derecho. La conclusión que extrae Cattaneo es «la afirmación del carácter esencialmente liberal y democrático de la filosofía jurídica ilustrada, de manera que la adhesión a dicha concepción significa una toma de posición a favor de la libertad política y de la democracia». La ilustración jurídica influyó sobre los soberanos ilustrados, sobre todo en Alemania y Austria, y sobre aquella burguesía en ascenso muy especialmente en Francia se rebelará contra los monarcas. Por consiguiente como ha afirmado hace poco otro filósofo del derecho, G. Tarello-la Ilustración jurídica del área germánica es «la ideología operativa de los soberanos y de los 62 funcionarios, [...]. la ideología de quienes poseen el poder político»; en cambio, la Ilustración Jurídica francesa e incluso la Italiana estarían constituidas por «una serie de Ideologías radicalizadas y de oposición, que por principio no compartían los soberanos ni, durante mucho tiempo, tampoco sus funcionarios». Estas ideologías, agrega Tarello, no eran por sí mismas revolucionarias, pero llegaron a serlo cuando -bajo la presión de los acontecimientos históricos- la burguesía las transformó en «una compleja máquina Ideológica, capaz de destruir la cultura y las instituciones jurídico-políticas existentes». Parece útil, sin ninguna duda, distinguir entre una ilustración jurídica reformista y una ilustración jurídica revolucionaria, por lo menos en primera instancia, «para describir la configuración y los resultados que obtuvieron determinadas doctrinas jurídicas en Francia y en el área germánica durante el siglo XVIII» (P. Comanducci). Basándose en las ideas iusnaturalistas de los ilustrados se elaboró la doctrina de los derechos del hombre y del ciudadano, que halla su realización más elocuente en la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, mediante la cual la Asamblea constituyente francesa quiso especificar en 1789 aquellos principios que servirían como documento programático de la revolución. Los derechos del hombre y del ciudadano, que la Asamblea constituyente considera naturales, son los siguientes: la libertad, la igualdad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión. La ley es igual para todos y señala límites precisos al poder ejecutivo, con objeto de proteger la libertad personal y la libertad de opinión, de religión y de palabra. La leyes manifestación de la voluntad general y se elabora con el concurso directo de todos los ciudadanos o a través de sus representantes. Se afirma que la propiedad es un derecho sagrado e inviolable. De clara inspiración individualista, la Declaración francesa de 1789 se remite a la americana de 1776, es decir, a la «declaración de derechos formulada por los representantes del buen pueblo de Virginia, reunido en una convención libre y plena», en cuyo artículo 1º leemos que «todos los hombres son, por naturaleza, igualmente libres e independientes y poseen determinados derechos innatos, de los cuales -cuando entran en el estado de sociedad- no pueden mediante ningún pacto privar o despojar a sus descendientes: el disfrute de la vida y la posesión de la propiedad, y la búsqueda y el logro de la felicidad y de la seguridad». Esto se declara en el artículo 1º, mientras que en el artículo 2º se dice que «todo el poder reside en el pueblo y, por consiguiente, de él procede». El Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit artículo 3º continúa: «el gobierno es, o debe ser, instituido para la utilidad pública, la protección y la seguridad del pueblo»; artículo 4º: «ningún hombre o grupo de, hombres tiene derecho a remuneraciones o privilegios particulares»; artículo 5º: «los poderes legislativo y ejecutivo del Estado deben estar separados y distinguirse del poder judicial.» En este mismo tono prosigue la enunciación de lo que más adelante serán considerados como principios básicos del Estado liberal-democrático o Estado de derecho. Criticados desde la derecha y desde la izquierda, los principios establecidos en la doctrina de los derechos del hombre y del ciudadano sirven de base a los ordenamientos constitucionales de los Estados democráticos de tipo occidental. Y a pesar de sus limitaciones tantas veces denunciadas, la ilustración jurídica aún perdura en la teoría y en la práctica del Estado de derecho en nuestros días. En lo que respecta más específicamente al siglo XVIII, actuó de manera muy fecunda «apartando los residuos de doctrinas y de instituciones efectivamente superadas, y [...] estimulando la racionalización de la legislación y la afirmación de los principios iusnaturalistas de libertad y tolerancia» (G. Fasso). Por lo que concierne a la racionalización de la legislación, téngase en cuenta, por ejemplo, que en Francia «la unificación del sujeto de derechos no consistía en otra cosa [...] que en la eliminación de los múltiples estados jurídicos (noble, eclesiástico, comerciante, católico, protestante, judío, hombre, mujer, primogénito, etc.), que poseían relevancia procesal y sustancial, y que correspondían a la estratificación social del ancien régime» (P. Comanducci). Aunque las ideas iusnaturalistas de libertad e igualdad del individuo son consideradas por los intérpretes marxistas como la sistematización supraestructural de un proceso económico estructural, el filósofo del derecho Gioele Solari escribía en 1911 que «la codificación resume los seculares esfuerzos de los príncipes, los jurisconsultos y los filósofos por reducir la legislación civil a una unidad material y formal [...]; la invocada uniformidad de las leyes civiles implicaba la abolición de todas las desigualdades jurídicas derivadas del nacimiento, la clase social, la profesión, la riqueza o el domicilio». Y si los principios éticos y jurídicos son naturales, también lo serán aquellos principios que los economistas como François Quesnay (1694-1774), Mercier de la Riviere, Du Pont de Nemours y otros, resumirán en el pensamiento fisiocrático, cuyo núcleo esencial está en la fórmula liberal: Laissez faire, laissez passer. La propiedad privada y la libre competencia son naturales, mientras que es contraria al «orden natural» cualquier intervención estatal que tienda a bloquear o a obstaculizar estas leyes naturales. La función 63 del Estado o del soberano es esencialmente negativa: debe limitarse a quitar los obstáculos que impiden el normal desarrollo del orden natural. 6. ILUSTRACIÓN Y BURGUESÍA La evolución de la ilustración está entrelazada con el desarrollo desigual de la burguesía en los distintos países europeos. «El avance de la burguesía, que ya había caracterizado el desarrollo de una parte notable de los países más civilizados de Europa durante el siglo precedente, asumió en el siglo XVIII un nuevo ímpetu y una nueva fuerza de choque. Tuvieron lugar importantes desplazamientos de riqueza, se iniciaron nuevas empresas económicas, aumentó el comercio, se reorganizó y consolidó la explotación de los pueblos colonizados. Ya no se toleraron los obstáculos a las nuevas iniciativas, que entraron en un conflicto abierto con las fuerzas que habían detentado el monopolio del poder durante las épocas anteriores [...]. El avance de la burguesía y el incremento de la producción, la confianza en las iniciativas humanas y la laicización de la cultura son fenómenos que caracterizan de manera global el grandioso y complejo desarrollo de la civilización europea durante el siglo XVIII» (L. Geymonat). En el marco de esta evolución, diferenciado en cada una de las naciones -como nos enseñan los textos de historia- el interés de los intelectuales se dirige hacia la clase burguesa, sujeto d l progreso. Aunque la propiedad de la tierra sea en el siglo XVIII una importante fuente de riqueza, el artesanado se va transformando de manera decidida en industria, y la ciencia y la tecnología parecen poner en práctica el sueño de Bacon, referente a la transformación del mundo en servicio del hombre. Junto con la industria, el comercio se incrementa de un modo impensable con anterioridad. En la décima de sus Cartas inglesas, Voltaire escribe lo siguiente, a propósito del significado del comercio británico: «El comercio que en Inglaterra ha enriquecido a los ciudadanos, contribuyó a hacerlos libres, y esta libertad a su vez extendió el comercio, de donde procede la grandeza del Estado. El comercio es el que ha ido creando poco a poco aquellas fuerzas navales que convierten a los ingleses en dueños de los mares.» Una notable estabilidad interna y una expansión hacia el exterior facilitada por la política del equilibrio, permitió a la burguesía inglesa un desarrollo sin los obstáculos que en cambio encontró ante sí la francesa. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit En Francia la política absolutista de Luis XIV había ido ensanchando cada vez más el abismo existente entre la clase política y las fuerzas activas y en ascenso dentro de la nación. Las consecuencias del fracaso de la política exterior de Luis XIV fueron graves, y las guerras prolongadas habían debilitado de manera muy onerosa las finanzas del Estado. Sin duda, al revocar el edicto de Nantes (1685), el monarca consolida la unidad política del país, pero esto hace que Francia tenga que pagar el alto precio de la pérdida de energías muy valiosas. Además, el tercer estado -al que estaban vinculados los hugonotes- separa mayoritariamente su propio destino del que corresponde al poder absoluto y de manera paulatina va enfrentándose con éste, hasta llegar a la revolución. En este combate contra un poder incapaz de interpretarla y de dejarla hacer, contra los privilegios feudales de la nobleza y del clero, la burguesía utilizará como armas poderosas las ideas defendidas por los ilustrados, quienes a su vez habían visto en ella el sujeto del progreso, y en sus iniciativas, efectivos pasos hacia delante en el camino de la realización de tal progreso. Como testimonio de lo que acabamos de decir, veamos lo que escribe Diderot en la Enciclopedia con respecto a los grandes talleres: «Se presta atención a la bondad de los materiales, mientras que la prontitud y la perfección del trabajo sólo están en función de la cantidad de operarios que se emplean. Cuando una fábrica tiene numerosos operarios, cada fase de la elaboración ocupa a un hombre distinto. Un operario lleva a cabo, y llevará a cabo durante toda su vida, una sola y única operación; otro, otra; por eso, cada una, se realiza correcta y rápidamente, y la mejor ejecución coincide con el mínimo costo. Además, el buen gusto y la destreza se perfeccionan sin duda gracias a la elevada cantidad de operarios, porque es difícil que no haya algunos capaces de reflexionar, combinar y descubrir por último aquel modo que les permita superar a sus compañeros: cómo ahorrar material, ganar tiempo o hacer que progrese la industria, ya sea con una nueva máquina, o con una manipulación más cómoda.» El entusiasmo de Diderot por aquella revolución industrial que en pocas décadas conmocionará la vida de la mayor parte de los países europeos -y no sólo de los europeos- es algo sincero, pero contemplado con una perspectiva actual, cabe decir por lo menos que resulta ingenuo. «Los problemas sociales de la clase trabajadora aún no suscitan un interés demasiado grande durante el siglo XVIII, ni siquiera entre los pensadores más progresistas; por el momento, la preocupación fundamental 64 consiste en otra cosa: facilitar la iniciativa de los nuevos empresarios (echando a tierra los obstáculos que ésta encuentra en las viejas legislaciones de origen feudal) y permitirles asumir lo más pronto posible el peso político que corresponde a su creciente fuerza económica» (L. Geymonat). 7. CÓMO DIFUNDIERON LAS «LUCES» LOS ILUSTRADOS Por las razones antes descritas, las ideas ilustradas no penetraron en las masas populares de la Europa del siglo XVIII. En líneas generales, las clases populares permanecieron ajenas al movimiento ilustrado, mientras los ilustrados se dedicaban a propagar las nuevas ideas en las clases intelectuales y en la burguesía avanzada de toda Europa, interesando cultural y políticamente a naciones muy diferentes entre sí: desde Inglaterra hasta Italia, desde Portugal hasta Prusia, desde Francia hasta Rusia. La capacidad divulgador a de los ilustrados constituye un acontecimiento sorprendente y ejemplar dentro de la historia cultural europea. En realidad, los philosophes (como eran llamados comúnmente los exponentes de las «luces») no tuvieron ideas filosóficas demasiado originales y tampoco crearon grandes sistemas teóricos. En cambio, fueron considerados por todos como maestros de sabiduría, consejeros natos de los monarcas y guías naturales de la clase media emergente. Se comprende, pues, que hayan insistido en la divulgación de sus propias opiniones, para convertirlas en eficaces. Los medios utilizados para acelerar la circulación de las ideas iluministas fueron las academias, la masonería, los salones, la Enciclopedia, las cartas y los ensayos. Las academias, nacidas en el siglo XVI y extendidas durante el XVII, se multiplicaron en el siglo XVIII. Los ilustrados asumieron una postura crítica ante las academias que con demasiada frecuencia se dedicaban a ejercicios abstractamente literarios. De este modo lograron que se otorgase en ellas una mayor atención a las ciencias naturales, físicas y matemáticas, a los estudios agrarios, etc. En Italia fue modélica la Accademia dei Pugni, fundada en 1762 por un grupo de milaneses bajo la dirección de Pietro Verri. Los miembros de dicha academia eran jóvenes que estaban decididos a criticar la cultura y las costumbres de sus padres, y dispuestos a configurarse como representantes de las Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit luces y de la cultura empírica. Los jóvenes milaneses entablaron discusiones tan vivas que en broma calificaron a su grupo como «Academia de los Puños». Tan singulares académicos milaneses llegaron a publicar una revista, «Il Caffè», entre 1764 y 1766, donde se trataba de todo, desde la física galileana hasta el contagio de la viruela, desde temas astronómicos hasta cuestiones historiográficas, lingüísticas Y políticas. La masonería fue otro vehículo eficaz para la ilustración. Surgida en Londres en 1717, muy pronto se puso de moda en Europa. Fueron masones Goethe y Mozart, Voltaire y Diderot, Franklin y... Casanova. La primera masonería londinense respondía a las exigencias de paz y de tolerancia de una Inglaterra que acababa de salir de profundos enfrentamientos políticos y religiosos; en cambio, la masonería del mundo latino fue más agresiva y anticlerical. De todas maneras, también ésta se desarrolló sobre la base de principios profundamente ilustrados, como por ejemplo la fe no dogmática en un único Dios (fueron precisamente los ilustrados quienes difundieron el rechazo ante el término «dogma»), la educación de la humanidad, la amistad tolerante entre hombres de culturas diversas. Las primeras Constituciones de la masonería, publicadas por James Anderson en 1723, declaraban que «un masón tiene la obligación, en virtud de su título, de obedecer a la ley moral; y si comprende bien al arte, jamás será un necio ateo ni un libertino sin religión». Empero, se añade: «En los tiempos antiguos, los masones (es decir los albañiles medievales pertenecientes a la corporación de su oficio) estaban obligados en cada país a profesar la religión de su patria o nación, cualquiera que ésta fuese; hoy en día, sin embargo, permitiendo a cada uno de ellos sus opiniones particulares, se considera más apropiado obligarlos únicamente a seguir la religión en torno a la cual están de acuerdo todos los hombres: consiste en ser buenos, sinceros, modestos y personas de honor, cualquiera que sea el credo que posean.» La Iglesia condenó muy pronto la masonería (1738), debido a que ésta rechazaba las proposiciones dogmáticas (las verdades de fe) que resultaban imprescindibles para el cristianismo; no obstante, la condena pontificia tuvo un éxito limitado. Los salones constituyeron otro instrumento de la cultura ilustrada. «La vida cultural del siglo halla su expresión mundana en los salones. Lugar de encuentro y de reunión para literatos y 65 estudiosos, ansiado cenáculo para los extranjeros de prestigio, constituyen un activo, variado y dúctil vehículo de relaciones e intercambios intelectuales. París suministra el modelo adecuado, el París que representa en aquel siglo el espejo en el que se refleja todo el mundo intelectual europeo» (F. Valsecchi). Fueron justamente los salones los que permitieron que las mujeres se integrasen activamente en la cultura propia del siglo, discutiendo acerca de filosofía e interesándose por los descubrimientos científicos. La Enciclopedia francesa, de la que hablaremos con más extensión dentro de poco, resumía el saber ilustrado en 17 volúmenes, y logró un resonante éxito editorial. Las ganancias obtenidas por los editores fueron el 500 %: nunca se había visto un beneficio tan elevado, en ningún otro tipo de comercio, señaló Voltaire. De este modo, la Enciclopedia se convirtió en una herramienta formidable para el pensamiento ilustrado. El epistolario fue otro canal ilustrado para difundir, de manera personal e Inmediata, el aprecio por las luces de la razón. La Europa de la segunda mitad del siglo XVIII pudo disfrutar de un largo período de paz, lo cual permitió una intensa correspondencia, que convirtió a los ilustrados en una clase que se comunicaba por encima de las fronteras nacionales. A través de las cartas se comunicaban sobre todo las experiencias de viajes (en el siglo XVIII se viajó mucho más que en el XVII) e informaciones científicas (de ello se beneficiaron las ciencias naturales y asimismo, en gran medida, la historia). Los ensayos fueron un poderoso instrumento propagador de la ilustración. Voltaire, en representación de todos los demás autores, manifestó su disgusto y su desacuerdo ante los escritos palaciegos y altisonantes. Los ilustrados preferían en general el ensayo, un escrito breve, jugoso, vivaz e ingenioso -si era posibley, de buena gana, polémico. El ensayo se transformaba con facilidad en libelo irónico y burlón, en panfleto. Los franceses fueron maestros en el género ensayístico. Y en Italia apareció un ensayo que conoció un éxito estruendoso, Sobre los delitos y las penas, de Cesare Beccaria. El estilo de los ensayos también se manifestó a través de los periódicos y las revistas. Estas publicaciones ya existían en el siglo Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit XVII, pero en el XVIII se volvieron más ágiles y numerosas, y se convirtieron en poderosa arma de difusión ideológica. «En 1782 en Londres se publicaban 18 periódicos; diez años después se editaban 42», señala asombrado el historiador Anderson. Las revistas y los periódicos en general se dedicaban a formular juicios, con un estilo accesible e inmediato, sobre los hechos políticos y culturales. Estaba de moda el declarar que tales juicios eran ilustrados. Sin embargo, a pesar de su gran capacidad divulgadora, la ilustración «fue más una actitud mental que una orientación científica y filosófica. Pocos seguían de cerca las discusiones intelectuales que se desarrollaban entre unos cuantos hombres en Londres y, sobre todo, en París, y menos todavía eran los que aceptaban todas las conclusiones formuladas por los pensadores más revolucionarios. No obstante, a pesar de las variantes locales y de las contradicciones individuales, los nuevos valores se iban difundiendo lentamente a través de Europa» (N. Hampson). 8. ILUSTRACIÓN Y NEOCLASICISMO La ilustración también influyó sobre el arte neoclásico y en especial, sobre la arquitectura. Por consiguiente, la comprensión del neoclasicismo ayuda a interpretar la ilustración, y viceversa. El binomio ilustración-neoclasicismo tuvo en Italia una interesante y precoz manifestación, a través de la llamada «arquitectura en función». Sobre ella escribió en 1756 F. Algarotti, en su Ensayo sobre la arquitectura: «Un hombre valiente y docto (alude al franciscano CarIo Francesco Lodoli), por amor a la arquitectura, ha emprendido en nuestros días una empresa semejante a la que antes emprendió Sócrates por amor a la filosofía... queriendo sin excepción ninguna que no se represente nada que no esté realmente en función, y que se califique apropiadamente de abuso todo aquello que se aparte de este principio.» Según Lodoli y Algarotti, la arquitectura debe ser funcional, tiene que obedecer de manera racional a la finalidad por la cual se construye. Algarotti también señala que Lodoli se reafirmó en otro principio suyo, según el cual «la correcta arquitectura debe formar, adornar y mostrar, y en ella deben ser una misma cosa la función y la representación». Esto implica la condena del barroco y del rococó; la razón evita todo adorno superfluo y trata de armonizar belleza y utilidad. Sin embargo, el binomio ilustración-neoclasicismo no benefició al arte neoclásico, que tuvo una historia crítica bastante 66 ajetreada. A menudo se ha juzgado que el arte neo clásico era un arte menor y frío, con muy escasas excepciones, producidas en momentos afortunados. En realidad, toda infravaloración de la ilustración ha comportado una subestimación del neoclasicismo. Sólo en época reciente se ha logrado con verosimilitud una comprensión ecuánime del arte neoclásico, gracias a la obra de E. Kaufmann La arquitectura en la Edad de la Razón (1955) y, sobre todo, gracias a la exposición londinense «La época del neoclasicismo», promovida en 1972 por el Consejo de Europa. El caso del arqUItecto neoclásico Giuseppe Piermarini (1734-1808) resulta paradigmático. Sin duda alguna, se trataba del arquitecto más valioso de la época neoclásica en Italia. Dan testimonio de su genio el teatro de la Scala y el palacio real de Milán, y la villa real en Monza. A lo largo de casi dos siglos de crítica artística, a Piermarini se le ha calificado de maneras radicalmente contradictorias, como vanvitelliano, palladino o, incluso, barroco. Sólo en los últimos años se ha llegado a comprender que «la actitud científica o racional de Piermarini está encaminada a una funcional distribución de los ambientes y a la correspondencia de las formas de conjunto con el destino propio del edificio. En la decoración [...] su gusto le lleva hacia formas sencillas, definidas con nitidez, austeras y con perfiles destacados, distribuidas sobre los planos de la superficie en movimiento y reducidas a una escala directamente proporcionada a la humana [...]; todos los demás valores se sacrifican, o por lo menos se subordinan, a la adecuación -a su fidelidad al fin práctico- o a la sencillez» (G. Mezzanotte). La ilustración de Piermarini se expresó mediante líneas simples y humanas, agradables y al mismo tiempo funcionales. El teatro de la Scala da testimonio de esta arquitectura de inspiración ilustrada, en la que está ausente la línea curva barroca, predomina la línea recta lógica y funcional, el pórtico utilizable por los carruajes, la perfecta acústica de la sala, etc. Piermarini, en suma, manifestó a través de sus diseños la escuela ilustrada más importante de Italia, la de Beccaria, los hermanos Verri, Parini y Frisi. El arte de Piermarini representómediante espacios urbanísticos y soluciones arquitectónicas la época de las reformas de María Teresa de Austria, con las que el milanés pretendía racionalizar las escuelas y el catastro, las finanzas, la agricultura y la burocracia en su conjunto. Debido a su característico sentido de la medida y a su equilibrio, Piermarini constituye un destacado exponente del espíritu ilustrado neoclásico. Dominó amplios sectores de la Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit matemática y poseía grandes conocimientos mecánicos, por lo que se dedicó a realizar invenciones útiles para el trabajo, enseñando a los artesanos valiosos secretos del oficio. En resumen, no separó el arte de la ciencia y de la técnica. Como buen ilustrado, se preocupó por la educación de los artesanos, para conseguir el progreso: «Experimentaba un gran placer cuando, por la noche, reunía alrededor suyo a los mejores artesanos, para interrogarles sobre los trabajos que estaban realizando, ilustrarles sobre los progresos conseguidos en todas las ramas de la mecánica y del arte, encauzarlos en la ejecución de determinadas obras, que él les confiaba. [...El mismo] torneaba piezas de todas clases y se entretenía puliéndolas en todas sus partes [...]. Fabricaba arados mecánicos, construía bombas para jardines y también esculpía chimeneas para salas de recepción.» Esto escribe E. Filippini, el más importante biógrafo del arquitecto; informaciones análogas podemos encontrar en las biografías de otros grandes artistas neoclásicos, como los arquitectos franceses Ledoux y Boullée, el arquitecto inglés R. Adam o el pintor David. Un historiador del arte extrae la siguiente conclusión: «La revalorización del arte de la época neoclásica es un hecho consumado dentro de la cultura contemporánea [...]. Se ha otorgado el valor que le corresponde a los aspectos estéticos y éticos del movimiento, basándose sobre todo en la categoría del rigor, pero no se ha insistido lo suficiente sobre el dato quizá más importante del movimiento en cuestión: la inevitable implicación pragmático-funcional. Esta, mediante la eliminación -a veces, consciente- de los accesorios antiguos [...] se proponía sacar a la luz el elemento central de las estructuras buscadas y valoradas, restaurando así una seriedad artesanal, que se comprende muy bien desde dentro del aparato doctrinal» Esta seriedad artesanal resume durante el período neoclásico-ilustrado «los ideales de ética civil y económica que se propuso el siglo de las luces en toda su extensión», y compendia «los principios mediante los cuales los pensadores del siglo XVIII reivindicaron la legitimidad teórica de las artes aplicadas y las técnicas artísticas» (F. Bologna). 9. ILUSTRACIÓN, HISTORIA Y TRADICIÓN Una actitud hipercrítica y a menudo de rechazo con respecto a la tradición filosófica, religiosa y política; la defensa de una razón que, una vez establecida, se erige en calidad de tribunal ahistórico 67 de todos los acontecimientos históricos; así como las ideas de naturaleza humana, estado de naturaleza o derechos naturales, hicieron que el siglo XVIII fuese acusado sobre todo por los románticos de ser un siglo típicamente antihistórico. En suma, la ilustración sería la filosofía de una razón abstracta; de una razón (naturaleza, ley, etc.) sin historia; de una razón cuyos valores éticos, teorías filosóficas, principios teológicos o normas jurídicas carecerían de dimensión histórica. Si los románticos consideraron abstracto el pensamiento ilustrado, Hegel -que en las Lecciones sobre historia de la filosofía hablará con admiración de la crítica ilustrada contra la vieja sociedad- enjuició en la Fenomenología del Espíritu a la ilustración como un planteamiento superficial, aburrido, abstracto y que «no puede otorgar la noción de nada». Para el Marx de la Ideología alemana, la ilustración «es especulativa, en todo y por todo». En el fondo, para el marxismo «la ilustración es [...] un movimiento de progreso y de emancipación humana sobre el plano ideológico, en la medida en que la burguesía es una fuerza social revolucionaria, pero es un movimiento de compromiso ideológico y de conservación en la medida en que la burguesía establece compromisos de hecho con los grupos feudales de poder (como en Alemania) o en la medida en que con una gran coherencia se limita a realizar sus propios intereses privilegiados, exclusivamente clasistas» (N. Merker). Abstracto para los románticos, superficial e incapaz de captar el verdadero sentido de la historia -según un juicio de Hegel- el ilustrado reino de la razón es considerado por el marxista G. Lukacs como el reino de la burguesía. Con respecto a la ilustración, los tradicionalistas como De Bonald y De Maistre se mostraron notablemente críticos, al igual que los neoidealistas. En Italia, el filósofo Giovanni Gentile mantuvo una polémica constante con el siglo de la revolución. Hub que esperar a los años treinta del presente siglo, en opinión de W. Matun, para que apareciesen las primeras señales de un retorno más adecuado a la realIdad del XVIII. L. Salvatorelh (El pensamiento político italiano desde 1700 hasta 1870, 1935), N. Valeri (Pietra Verri, 1937) y F. Venturi (La jeunesse de Diderot, 1939) fueron los máximos exponentes de la nueva historiografía. En 1936 se tradujo al italiano y en 1945 al castellano, la .obra fundamental de Cassirer, La filosofía de la ilustración, que hemos citado en numerosas ocasiones. El historiador austriaco A. Wandruszka considera que la decisiva revalorización de la ilustración se produjo en Europa como consecuencia de la segunda guerra mundial: el soldado norteamericano «en su mochila volvía a traer a Europa -aunque transformada- una parte de la herencia Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit espiritual de la Europa dieciochesca, de la edad de la razón, que se halla en las raíces de la historia y de la civilización norteamericanas». Sin ninguna duda, la revolución norteamericana se inspiró en las ideas ilustradas europeas. Según Wandruszka, la victoria de los aliados sobre los estados totalitarios -y la consiguiente revalorización del sistema de libertades- hicieron que volviese a atravesar el Atlántico la antigua cultura ilustrada. Después de la última posguerra, se ha ido consolidando la revalorización de la ilustración, hasta convertirse en algo bastante unánime. A ello han contribuido motivos diversos: la neoilustración, la búsqueda de una nueva racionalidad después de la caída de los grandes mitos, el cosmopolitismo y las renovadas irrupciones de la tecnología. Como es natural, no sería satisfactoria una comprensión de la cultura dieciochesca que estuviese centrada en la categoría del prerromanticismo; la consecuencia sería que el siglo XVIII únicamente tiene sentido como anticipación del XIX. Por eso, se entiende la rebelión de G. Giarrizzo, para quien la fórmula germánica del prerromanticismo constituiría un intento de «emascular el siglo XVIII para eliminarlo de la historia de la cultura». Sin ninguna duda, la historiografía reciente sobre el siglo XVIII y sobre la ilustración aparece por completo desvinculada de una exagerada vinculación con el romanticismo. Sin embargo, el juicio que formularon los románticos acerca de la ilustración, como pensamiento abstracto y carente del sentido de la historia -incluso antihistórico- es una opinión que aún no ha desaparecido. Tal opinión, escribe Cassirer, «no es a su vez una concepción históricamente motivada motivable: se trata, al contrario, de un grito de combate y una frase acunada por el romanticismo para luchar bajo esta enseña contra la filosofía de la ilustración». Fue justamente la filosofía ilustrada la que conquistó el mundo histórico del que se vanagloriará -y con justa razón- el romanticismo. Esta es la tesis que aparece en obras tan famosas como El siglo XVIII y el mundo histórico de W. Dilthey (1901), La filosofía de la ilustración de E. Cassirer (1932) y Los orígenes del historicismo de F. Meinecke (1936). Dilthey escribe que, gracias a la ilustración, «por primera vez la historia universal llegó a una conexión que nacía de su consideración empírica misma; era algo racional, en virtud de la concatenación de todos los acontecimientos según el principio de causa y efecto, y se mostraba críticamente superior en virtud del rechazo de toda superación de la realidad dada, a través de representaciones que la trascendiesen. Los fundamentos de esta construcción consistían en un empleo por completo desprejuiciado de la crítica histórica -que no se detenía ni siquiera 68 ante las más sagradas reliquias del pasado- y en un método comparativo que se extendía a todos los estadios de la humanidad». Por su parte, Cassirer sostiene que la ilustración se encuentra con la ciencia ante sí, como un dato de hecho, pero debe llevar la historia dentro de la razón empírica, debe conquistar el mundo histórico: «Fue el siglo XVIII el que formuló, también en este terreno, el interrogante filosófico auténticamente fundamental. Este inquiere sobre cuáles son las condiciones de posibilidad de la historia, del mismo modo que inquiere cuáles son las condiciones de posibilidad del conocimiento natural. Y trata de establecer [...] tales condiciones: se esfuerza por hallar el significado de los hechos históricos, buscando a este respecto un concepto claro y distinto, y proponiéndose establecer la relación que existe entre lo universal y lo particular, entre la idea y la realidad, entre las leyes y los hechos, y señalar fronteras seguras entre unos y otros.» En opinión de Cassirer, lo cierto es que «resulta una curiosa ironía el hecho de que el romanticismo, al acusar a la ilustración en nombre de la historia, cae precisamente en el mismo error que echa en cara a su adversario». 10. PlERRE BAYLE Y EL DESCUBRIMIENTO DEL ERROR COMO TAREA DEL HISTORIADOR La filosofía del siglo XVIII coloca en el mismo plano los problemas de la historia y los de la naturaleza. Para analizar las cuestiones históricas en el mundo de la razón, resulta fundamental la obra de Pierre Bayle (1647-1706). En 1682 Bayle publica los Pensamientos sobre el cometa y en 1697 aparece su Diccionario histórico-crítico. Bayle utiliza la aparición de un cometa en 1681 como ocasión para criticar la generalizada creencia según la cual los cometas presagian desgracias y amenazan el mundo con una infinidad de percances. Bayle sostiene que no puede admitir que «un doctor cuya función no consiste en ejercer dotes de persuasión sobre el pueblo y cuyo alimento espiritual debería ser únicamente la pura razón, considere con respeto ideas tan poco fundadas y se contente con seguir la tradición y los pasajes extraídos de los poetas y de los historiadores». El ataque de Bayle contra la pretendida autoridad de la tradición es tajante: «Sería mera ilusión pretender que una opinión que se transmite de siglo en siglo y de Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit generación en generación no pueda ser nunca del todo falsa. Un examen, por superficial que sea, de las causas que se hallan en la base de ciertas opiniones y de los motivos que las perpetúan de padres a hijos, nos revelará que una pretensión semejante no encuentra ningún respaldo en la razón.» Bayle no sólo critica la idea del influjo de los cometas sobre los acontecimientos humanos, sino que discute los milagros, no acepta la identificación del ateísmo con la inmoralidad, admite que pueda existir una sociedad formada por ateos, sostiene que la convención social está en la base de muchas costumbres, y así sucesivamente. Aún más radical se muestra Bayle en su Diccionario histórico-crítico, cuyas 2038 densísimas voces aspiraban a constituir un registro de errores. No teme que le acusen de ser un minutissimarum rerum minutissimus scrutator ni se deja seducir por el espejismo del sistema. En la historia no se aprecia, en opinión de Bayle, un plan preestablecido y sabiamente ordenado. En ella comprobamos, más bien, una serie de delitos y de desdichas. La función del historiador consiste precisamente en construir y establecer el hecho histórico, mediante el descubrimiento Y la progresiva eliminación del error. Por consiguiente, lo que confiere al diccionario histórico-crítico de Bayle «un valor inmortal es la circunstancia de que el concibió el puro concepto de "hecho" en su problematicidad más profunda. Bayle ya no considera que los hechos aislados son como piedras bien definidas con los que el historiador debe levantar su edificio; lo que le atrae y le fascina es el trabajo intelectual que lleva a la conquista de este material de construcción» (E. Cassirer). Bayle centra su interés en las condiciones de las cuales depende un juicio de hecho. Es así como se erige en calidad de lógico de la historia: «Para él, el hecho ya no es el comienzo del conocimiento histórico sino en cierto modo su fin, su terminus ad quem, no su terminus a quo. No parte del hecho, sino que tiende hacia él; quiere allanar el camino que conduce a una verdad de hechos. [...] Antes (de Bayle) jamás se había realizado una crítica de la tradición con una exactitud tan minuciosa y con un rigor tan inexorable. Bayle es incansable en la búsqueda de lagunas, de puntos oscuros, de contradicciones. Sólo aquí es donde se revela su auténtico genio de historiador. Este consiste, aunque pueda parecer paradójico, no ya en el descubrimiento de lo verdadero, sino en el hallazgo de lo falso» (E. Cassirer). 69 Bayle se nos muestra así como el fundador de la precisión histórica. No es un filósofo o un teólogo de la historia, como Bossuet. Es un lógico de la historia. Precisamente por ello, «adquirió con respecto a la historia unos méritos que quizás no sean inferiores a los de Galileo con relación al conocimiento de la naturaleza». Este es su designio: «El que conozca las leyes de la naturaleza estará de acuerdo conmigo en que un historiógrafo fiel a su cometido debe desembarazarse del espíritu de adulación y de maledicencia. En la medida de lo posible debe ponerse en la situación de un historiador al que no le perturba ninguna pasión. Insensible a todas las demás cosas, sólo debe atender a los intereses de la verdad, y por amor a ésta debe sacrificar su sentimiento por un perjuicio que se le haya causado o el recuerdo de un beneficio recibido y hasta el amor a la patria. Debe olvidar que pertenece a un país determinado, que fue educado en una fe específica, que debe reconocimiento a esto o a aquello, que éstos o aquéllos son sus padres o sus amigos. En cuanto tal, un historiador es como Melquisedec, sin padre, sin madre y sin descendientes. Si se le pregunta de dónde viene, ha de responder: No soy ni francés, ni alemán, ni inglés ni español; soy cosmopolita; no estoy al servicio del emperador ni al servicio del rey de Francia, sino exclusivamente al servicio de la verdad; ésta es mi única reina, a la que he prestado juramento de obediencia.» Basándose en estas ideas y en el imperativo ético que contienen -afirma Cassirer- Bayle se convirtió en el jefe espiritual de la ilustración. No hemos de olvidar que entre la primera y la segunda obra de Bayle, en 1688, había aparecido la Comparación entre los antiguos y los modernos de Charles Perrault, donde los antiguos ya no son considerados como los gigantes en cuyos hombros se colocarían los enanos que son los modernos, y donde se sostiene que la verdadera antigüedad hay que hallarla en los modernos, que han encontrado la manera de acumular más conocimientos y realizar más experiencias. Bayle tuvo el mérito, con relación a la posteridad, de haber enseñado a encontrar y a construir los hechos. Después de él -a quien Voltaire llamará «el inmortal Bayle, honor del género humano»- aunque se apliquen audaces esquemas teóricos para interpretar los hechos históricos y otorgarles un sentido, la precisión histórica y el análisis de los acontecimientos singulares serán considerados como elementos de los que ya no se puede prescindir. Tendremos ocasión de comprobarlo cuando hablemos de la historia (de las ideas, de las costumbres y, en definitiva, de la civilización) en Voltaire o incluso en Montesquieu; asimismo, dan testimonio de ello los trabajos del Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit inglés Edward Gibbon (1737-1794), autor de la Historia de la decadencia y caída del imperio romano (1776-1787), y la obra del escocés William Robertson (1721-1793), autor de una Historia de Escocia (1759), la Historia del reinado de Carlos V (1769) Y una Historia de América (1777). 70 Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 71 LA ILUSTRACIÓN EN FRANCIA 1. LA ENCICLOPEDIA 1.1. Origen, estructura y colaboradores de la Enciclopedia La empresa más representativa de la cultura y del espíritu de la ilustración francesa está constituida por aquella obra colectiva que es la Enciclopedia o diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios. La obra tuvo su origen en la idea del librero parisiense Le Breton, que proyectó traducir al francés el Diccionario universal de las artes y de las ciencias del inglés Ephraim Chambers. Por diversos desacuerdos, dicho proyecto no se llevó a cabo. Entonces, Denis Diderot cambió el plan de la obra y en unión de lean d'Alembert se encaminó hacia metas mucho más ambiciosas. En noviembre de 1750 fue distribuido el Prospectus de la Enciclopedia y comenzaron a reunirse subscripciones, muy numerosas desde el primer momento. El volumen inicial apareció a finales de junio de 1751. Las reacciones no tardaron en producirse. Fue especialmente duro el ataque del jesuita P. Berthier. Este, a comienzos del mes de octubre, publicó numerosos artículos en el «Journal de Trévoux» con los que se proponía desacreditar la obra de los philosophes. Berthier analizó con detalle y precisión el Discurso preliminar (escrito por d' Alembert) así como muchas voces del primer volumen. Berthier era lo bastante inteligente como para darse cuenta de la importancia de la Enciclopedia y de su poder disolvente con respecto a la tradición. «El instrumento del que se sirvió en su combate poseía una notable eficacia: consistía en reiteradas acusaciones de plagio, que demostraba de manera minuciosa y detallada, dando a entender con claridad sin embargo que la auténtica finalidad de su combate no era más que la defensa de la religión y de las instituciones en que ésta se basaba. Ponía de manifiesto la especial peligrosidad de, entre otros, el artículo Autorité politique y el artículo Aius Locutius, en el que se reivindicaba -al menos para los philosophes- la libertad de expresión, destacando además la irreverencia hacia la religión y la autoridad política que se traslucía mediante la peculiar elección de los artículos y el relieve concedido a unos más que a otros» (Gianni Micheli). Es interesante señalar que los jansenistas rivalizaron con los jesuitas en los polémicos ataques contra los enciclopedistas. En 1752 apareció el segundo volumen de la Enciclopedia. El eclesiástico F. Boyer, que había sido obispo de Mirepoix y que en ese momento era preceptor del Delfín, intervino ante el rey y el 7 de enero de 1752 se promulgó un decreto de supresión de los dos primeros volúmenes. No obstante, gracias al apoyo de altos personajes, fueron superadas estas dificultades; en 1753 se publicó el tercer volumen. Luego, al ritmo de uno por año, fueron apareciendo los demás, hasta que en 1757 se publicó el séptimo volumen, A esta altura -debido al clima que siguió al atentado que se perpetró contra el rey en 1757, y al decreto regio por el cual se establecían medidas de control más severas sobre la prensa opositora arreciaron los ataques contra la Enciclopedia. Una bien orquestada campaña de acusaciones tuvo como resultado la decisión de d' Alembert de retirarse de la empresa. De nada sirvieron los intentos de Voltaire y de Diderot de que d' Alembert rectificase su decisión. Así Diderot se convirtió en director de la obra, asumiendo la responsabilidad y el inmenso trabajo que exigía la continuación de la empresa, mientras la Enciclopedia se veía afectada por la crisis más grave de su historia. Esta no se debía únicamente a que la retirada de d' Alembert implicaba también la marcha de otros valiosos colaboradores, sino en particular al hecho de que, después de la publicación del libro de Helvetius Del espíritu, el parlamento decretó (el 6 de febrero de 1759) la condena del trabajo de Helvetius y de la Enciclopedia. Sin embargo, la obra no se suspendió y, a través de la mediación del directeur de la librairie, Malesherbes -que siempre se mostró favorable a los philosophes-, se concedió autorización para imprimir las tablas (cuya publicación se vio acompañada por una activa polémica en torno a la acusación según la cual habrían sido copiadas varias de las tablas y en especial las de las artes y los oficios). Se aplazó la publicación de los demás volúmenes, y no fue hasta 1772 que pudo imprimirse el último de los diez volúmenes de texto que aún faltaban. «Por la atracción que ejerció sobre las fuerzas más activas de la Francia de entonces, por el equilibrio que supo otorgar a complejas y diversas formas culturales y por el objetivo común hacia el que supo encauzarlas, la Enciclopedia es una gran obra política y social» (F. Venturi). Fue un poderoso instrumento de difusión de una cultura renovada y crítica; de una cultura que pretendía romper con el ideal del saber erudito y retórico, y que «se abre generosamente a la historia, a la sociedad, al saber técnicocientífico» (S. Moravia). Entre los colaboradores más destacados de la Enciclopedia encontramos -además de Diderot y d'Alembert- Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit a Voltaire, Jacourt, d'Holbach, Quesnay, Turgot, Montesquieu, Rousseau, Grimm, Helvetius.'.. Hay que señalar, empero, que la colaboración de Montesquieu se limita a la voz Gusto; la de Turgot se reduce a las voces Etimología y Existencia (en esta última voz, Turgot -siguiendo las huellas de Locke- habla de la existencia del «yo», del mundo exterior y de Dios); y la aportación de Rousseau se refiere esencialmente a temas de música. Esto constituye sólo uno de los elementos que sirven para demostrar que «la Enciclopedia no fue en su totalidad aquella clarinada de combate contra la tradición que se acostumbra a creer; contiene numerosos artículos que podían confortar a las almas piadosas y servir de coartada a sus colaboradores» (N. Abbagnano). Ocurre tal cosa en algunas de las voces políticas y económicas más importantes, en las que se trasluce una línea moderada y reformista. También sucede esto en las voces teológicas -confiadas a religiosos como Mollet, de Prades o Morellet- que se proponían conciliar las nuevas ideas con la ortodoxia más escrupulosa. En cambio, resultan más polémicas las voces filosóficas que redactadas por Diderot, acentuaban los temas antirreligiosos, En la Enciclopedia, por lo demás, se concede un gran relieve -tanto en las voces históricas como en los artículos referentes a la investigación histórica- a los principios de la critica histórica. Son muy notables las voces matemáticas, de física matemática y de mecánica redactadas por d'Alembert. No obstante, la parte más original es la que concierne a las artes y los oficios, Siguiendo las huellas del pensamiento de Bacon, que se proponía superar la verborrea estéril de la vieja filosofía y realizar con este fin una unión entre teoría y práctica que fuese fecunda en resultados útiles para la humanidad, la Enciclopedia llevó a cabo aquel rescate de las artes mecánicas que había sido uno de los rasgos fundamentales de la revolución científica. Diderot quiso llevar a cabo estos propósitos y para ello fue a informarse a los talleres de los artesanos, En el Prospectus encontramos algunas expresiones suyas que constituyen un auténtico monumento a la técnica, a las habilidades operativas y a la manualidad inteligente: «Nos hemos dirigido a los más hábiles artesanos de París y del reino. Nos hemos tomado la molestia de ir a sus talleres, interrogarles, escribir lo que nos han dictado, desarrollar sus pensamientos, hallar términos adecuados a sus oficios, elaborar y definir las tablas correspondientes, hablar con aquellos que nos habían enviado informes escritos y (precaución casi indispensable) rectificar mediante prolongados y repetidos coloquios con unos, lo que otros habían explicado de manera insuficiente, oscura, o a veces poco fidedigna.» Diderot además se 72 procuró algunas máquinas y llevó a cabo algunos trabajos; en ocasiones, construyó las máquinas más fáciles y llevó a cabo pésimos trabajos para ayudar a otros a hacerlos bien. Descubrió, según propia confesión, que no podía describir en absoluto en la Enciclopedia determinadas tareas y ciertas labores si no había manejado la máquina con sus propias manos, si no había visto formarse la obra con sus propios ojos. Confesó además su ignorancia acerca de la mayoría de los objetos que nos sirven en esta vida y la necesidad de salir de esta ignorancia. Reconoció que no sabía el nombre de muchísimos aparatos y mecanismos, que antes tenía la ilusión de poseer un vocabulario rico, y que no obstante tuvo que aprender de los artesanos una infinidad de términos. Sin embargo, se ha señalado con razón que en la Enciclopedia se describe el mecanismo técnico que se aplicaba en la máquina de hacer tela para las medias, pero que -a juicio de Diderot- la verdadera técnica era la constituida por los «oficios tradicionales poco mecanizados, los de los artesanos» (B. Gille), tanto es así que no se le presta demasiada atención a la máquina a vapor, que poco después adquiriría una importancia social realmente notable. En cualquier caso con la Enciclopedia «por primera vez, dejando a un lado los vínculos corporativos que tendían a no divulgar en exceso los procedimientos técnicos de fabricación, se pone al alcance del gran público, de una forma programática y efectiva, una detallada y escrupulosa descripción de las artes y oficios. Al convertirse de hecho en adquisición social -gracias a la Enciclopedia- la conciencia de la relevancia cultural de las técnicas, ésta asumió una dimensión por completo nueva» (G. Micheli). 1.2. Finalidades y principios inspiradores de la Enciclopedia Nos hemos referido ya a la historia, a los colaboradores y -de forma resumida- a los contenidos de la Enciclopedia. Examinemos ahora cuáles eran los principios filosóficos que inspiraron esta gran obra y los objetivos que se proponía lograr. Hablando de la finalidad de la Enciclopedia, d' Alembert escribió en su Discurso preliminar: «El orden enciclopédico de nuestros conocimientos consiste en reunidos en el menor espacio posible y en hacer que el filósofo asuma -por así decido- un punto de vista bastante por encima de este laberinto, de manera que pueda abarcar en su conjunto las ciencias y las artes principales, contemplar con una sola mirada los objetos de las especulaciones y las operaciones Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit que puede realizar sobre dichos objetos, distinguir las ramas generales de los conocimientos humanos, sus puntos de contacto y de separación, e incluso llegar a vislumbrar los caminos ocultos que las enlazan.» En la voz «enciclopedia» de la misma Enciclopedia, podemos leer: «El objetivo de una enciclopedia es unificar los conocimientos dispersos sobre la faz de la tierra; exponer el sistema y transmitido a los que vendrán después que nosotros; para que la obra de los siglos pasados no haya sido inútil para los siglos siguientes, para que nuestros descendientes, al ser más instruidos, puedan al mismo tiempo ser más virtuosos y más felices, y para que nosotros no desaparezcamos sin haber sido merecedores del género humano [...]. Nos dimos cuenta de que sólo podía intentarse la enciclopedia en un siglo filosófico y de que este siglo había llegado.» Si en esto consiste el objetivo principal de la Enciclopedia, el principio que la inspira se formula así: hay que atenerse a los hechos. También en el Discurso preliminar se sostiene: «No hay nada más indiscutible que la existencia de nuestras sensaciones; para demostrar que son el principio de todos nuestros conocimientos, es suficiente con demostrar que pueden seda. En efecto, en buena filosofía toda deducción que parta de los hechos o de verdades bien conocidas es preferible a un discurso que se base en meras hipótesis, aunque sean geniales.» A partir de este principio, los enciclopedistas revalorizaron las artes mecánicas, hasta el punto de que «la sociedad, al igual que respeta adecuadamente a los grandes genios que la iluminan, no debe rebajar las manos que la sirven. El descubrimiento de la brújula es tan útil para el género humano como la explicación de las propiedades de la aguja magnética lo sería para la física». Los once volúmenes de las tablas de las artes y los oficios constituyeron entre otras cosas un homenaje a la sagacidad, la paciencia y el ingenio de los artesanos. La opinión pública, observaron los enciclopedistas, es más propensa a admirar a los grandes personajes de las artes liberales y del saber humanístico; pero ha llegado el momento de levantar un monumento a los inventores de máquinas útiles, a los descubridores de la brújula, a los constructores de relojes, y así sucesivamente. El desprecio por el trabajo manual está ligado a la necesidad que obliga a practicado; pero la gran utilidad de las artes mecánicas es motivo suficiente para que los científicos las practiquen y la sociedad las honre. En la voz «arte» de la Enciclopedia Diderot escribe que la distinción y la separación entre artes liberales y artes mecánicas reforzó un prejuicio nefasto: aquél según el cual «el dedicarse a los 73 objetos sensibles y materiales» constituye «una abdicación de la dignidad del espíritu humano». Este prejuicio, añade Diderot, «ha llenado las ciudades de orgullosos razonadores y de contempladores inútiles de los campos, de pequeños tiranos ignorantes, o ilusos y desdeñosos». Es Interesante advertir que los enciclopedistas también se sintieron deudores a este respecto del renacimiento Italiano: «Sería injusto por nuestra parte, una vez que hemos entrado en los detalles mencionados, no reconocer nuestra deuda para con Italia: ésta nos cedió las ciencias, que a continuación han fructificado con tanta abundancia en toda Europa. A Italia le debemos sobre todo las bellas artes y el buen gusto, e innumerables modelos de perfección inigualable.» La idea de saber que rige la Enciclopedia es la de Newton y Locke. Es un saber que se erige contra «el sistema de las ideas innatas, que aún conserva -después de haber dominado durante largo tiempo- algunos defensores»; es un saber que se opone al sistema de las ideas innatas porque su fundamento reside en el ámbito de las sensaciones. Escribe asimismo d' Alembert: «La primera cosa que nos revelan las sensaciones es nuestra existencia, porque nuestras primeras ideas reflejas se refieren a nosotros mismos, al principio pensante que constituye nuestra naturaleza y que no difiere de nosotros; el segundo conocimiento que debemos a las sensaciones es la existencia de los objetos externos, entre los cuales también se cuenta nuestro cuerpo.» Siguiendo la sugerencia de Bacon, d'Alembert distingue «tres maneras diferentes en las que el alma opera sobre los objetos de nuestros pensamientos», tres maneras .diversas que se relacionan con la memoria, la razón y la imaginación. O' Alembert escribe: «Estas tres facultades forman las tres distinciones generales de nuestro sistema, los tres objetos generales de los conocimientos humanos, la historia que se refiere a la memoria, la filosofía que es fruto de la razón, y las bellas artes que surgen de la imaginación.» Por lo tanto, la imaginación genera el arte; la razón, las ciencias; y la memoria, la historia, la cual, «al unimos a los siglos pasados mediante el espectáculo de sus vicios y sus virtudes, de sus conocimientos y sus errores, transmite los nuestros a los siglos futuros». Por otro lado, a juicio de d' Alembert, los frutos mejores de la razón los encontramos en los resultados de las ciencias, y «los sueños de los filósofos con respecto a las cuestiones metafísicas no merecen ningún sitio en el conjunto de conocimientos reales obtenidos por el espíritu humano». Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 2. D'ALEMBERT y LA FILOSOFÍA COMO CIENCIA DE LOS HECHOS 2.1. El siglo filosófico es el siglo de la experimentación y del análisis Jean Baptiste Le Rond d'Alembert nació en París en 1717. Hijo de un oficial del ejército y de una aristócrata, fue abandonado en la iglesia de Saint-Jean-le-Rond, de la cual tomó su nombre. Criado por una mujer del pueblo, recibió una pensión de su padre y así pudo dar comienzo a sus estudios. Primero se interesó por el derecho y la medicina; a continuación, empero, se dedicó sólo a las matemáticas. Ingresó jovencísimo en la Academia de Ciencias y publicó en 1743 el Tratado de dinámica, mientras que al año siguiente veía la luz el Tratado del equilibrio y del movimiento de los fluidos. Las Investigaciones sobre las cuerdas vibrantes -que le valieron la admisión en la Academia de Berlín- son de 1746; a 1749 pertenecen las Investigaciones sobre la precesión de los equinoccios y sobre la mutación del eje terrestre. A continuación, el trabajo en la Enciclopedia le absorbió durante unos cuantos años. En 1758 se separó de la Enciclopedia y de Diderot. Poco después también rompió con Rousseau. Los elementos de filosofía, donde d' Alembert exalta «el siglo filosófico» y expone su propia doctrina del progres(), aparecen en 1759. Las Reflexiones sobre la poesía son de 1761; la Historia de la destrucción de los jesuitas es de 1765; en 1754 se habían publicado las Reflexiones sobre diversos aspectos importantes del sistema del mundo. A petición de Federico II, d'Alembert escribió las Aclaraciones, que se añaden a los Elementos de filosofía y que se publicarán en 1767. En 1772 d'Alembert fue nombrado secretario perpetuo de la Academia de Francia. Murió en París en 1783. Al hablar de la Enciclopedia ya hemos mencionado algunas ideas de d'Alembert. Lo que ahora es preciso reiterar constituye el criterio de fondo que sirve de guía a la teoría del conocimiento de d'Alembert: la razón no debe abandonar nunca su contacto con los hechos. En el Discurso preliminar de la Enciclopedia, d'Alembert escribe: «La física únicamente se limita a las observaciones y a los cálculos; la medicina, a la evolución del cuerpo humano, de sus enfermedades y de sus remedios; la historia natural, a la descripción detallada de los vegetales, los animales y los 74 minerales; la química, a la composición y a la descomposición experimental de los cuerpos; en una palabra, todas las ciencias ciñéndose a los hechos en el mayor grado posible y a las consecuencias que de ellos se puedan deducir- no conceden nada a la opinión, a menos que se vean obligadas a ello.» D'Alembert prosigue: «Todos nuestros conocimientos pueden dividirse en directos y reflejos. Son directos los que recibimos inmediatamente, sin ninguna intervención de nuestra voluntad [...]. Los conocimientos reflejos son aquellos que adquiere el espíritu cuando actúa sobre los directos, uniéndolos y combinándolos. Todos los conocimientos directos se reducen a los que recibimos de los sentidos; de esto se deduce que debemos todas nuestras ideas a las sensaciones.» A juicio de d' Alembert, no se puede discutir la existencia de las sensaciones. La afirmación de que «las ideas son el principio de nuestros conocimientos y a su vez tienen como principio las sensaciones» es una «verdad de experiencia». Los verdaderos principios de todas las ciencias hay que encontrarlos precisamente en aquellos «hechos simples y conocidos» atestiguados por la sensación, en aquellos «hechos que no presuponen otros y que por eso no se pueden explicar ni poner en tela de juicio». Como manifiesta d'Alembert en los Elementos de filosofía, esa clase de hechos son «en física, los fenómenos que la observación ofrece cada día a nuestros ojos; en geometría, las propiedades sensibles de la extensión; en mecánica, la impenetrabilidad de los cuerpos, origen de su acción recíproca; en metafísica, el resultado de nuestras sensaciones; en moral, los efectos elementales, comunes a todos los hombres. La filosofía no debe extraviarse tras las propiedades generales del ser y de la naturaleza o en cuestiones inútiles sobre nociones abstractas, en distinciones arbitrarias y en nomenclaturas eternas; es la ciencia de los hechos o bien la de las quimeras». Por lo tanto, la filosofía tiene que ser la ciencia de los hechos. En consecuencia, debe dar la espalda a los sistemas: la filosofía, aunque se esfuerce por complacer, no puede olvidar que su principal objetivo consiste en instruir; «precisamente por esta razón, el gusto por los sistemas -más adecuado para halagar la imaginación que para iluminar a la razón- ha desaparecido hoy por completo de nuestras obras más valiosas. El abate de CondilIac, uno de nuestros mejores filósofos, le ha inferido un golpe de gracia. El espíritu de hipótesis de conjetura pudo ser útil una vez e incluso necesario para el renacimiento de la filosofía, porque entonces se trataba de aprender a pensar por sí mismos y no de pensar Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit correctamente. Los tiempos han cambiado, empero, y quien hoy se dedicase a elogiar los sistemas llegaría con retraso, sin ninguna duda. Las ventajas que hoy podrían ofrecer son demasiado escasas, en comparación con los inconvenientes que provocan». D'Alembert señala con agudeza que el espíritu filosófico, «hoy tan de moda» en nuestro siglo «proclive a la experimentación y al análisis», va más allá de sus fronteras y «parece querer introducir también en las cosas del sentimiento discusiones áridas y didácticas». No se puede negar, comenta d'Alembert, que esto daña sin duda el avance de las letras, porque «también las pasiones y el gusto poseen su lógica, pero ésta depende de principios muy diferentes a los de la lógica ordinaria». Sin embargo, insiste d' Alembert, «hay que [...] admitir que este espíritu de discusión contribuyó a liberar a nuestra literatura de la ciega admiración por los antiguos; nos enseñó a apreciar en ellos las mismas bellezas que estamos obligados a apreciar en los modernos también». «El siglo de la filosofía» es el siglo de la crítica y del análisis, y la filosofía es ciencia de hechos, hasta el punto de que no debe extraviarse en aquellas vagas e inútiles conjeturas de las viejas metafísicas, donde en el sitio «de un profundo examen sobre la naturaleza y un gran estudio sobre el hombre» hallamos «mil frívolas cuestiones en torno a seres abstractos y metafísicos». La filosofía tampoco habrá de confundirse con aquella escolástica que constituyó «toda la pseudo-ciencia de los siglos oscuros». La filosofía nueva y verdadera es la de Bacon, Locke y Newton, aunque tampoco haya que olvidar algunos méritos propios de Descartes y de Leibniz. En todo caso, afirma d'Alembert, «la filosofía -que constituye la pasión dominante de nuestro siglo-parece querer recuperar, con los progresos hechos entre nosotros, el tiempo perdido antes y vengarse de aquella, especie de menosprecio que nuestros padres habían profesado en relación con ella». 2.2. Deísmo y moral natural En lo que concierne la religión, d' Alembert en alguna ocasión parece atribuir un cierto valor a la revelación, la cual -como leemos en el Discurso preliminar- «tendría la finalidad de integrar el conocimiento natural de todo lo que nos es indispensable conocer: el resto nos está vedado y al parecer siempre lo estará. Algunas 75 verdades en las que hay que creer, unos pocos preceptos que practicar: a esto se reduce la religión natural». Sin embargo, a pesar de esto, d'Alembert es claramente un deísta. Dios es el autor del orden del universo, y media te la razón llegamos a comprender su existencia, partiendo de las leyes inmutables que vemos cómo dominan en la naturaleza. Este Dios ordenador del universo, a juicio de d'Alembert, es ajeno a las vicisitudes humanas. La religión, en definitiva, ni fundamenta la moral ni hay que vincularla con ella; la moral es algo natural, esto es, racional. En los Elementos de filosofía, d'Alembert escribe: «Lo que pertenece esencial y únicamente a la razón, y por lo tanto es uniforme en todos los pueblos, son los deberes que nos obligan para con nuestros semejantes [...]. La moral es una consecuencia necesaria de la fundación de la sociedad, ya que tiene por objeto aquello que debemos a los demás hombres [...]. La religión no interviene para nada en la primera formación de las sociedades humanas y, aunque esté destinada a estrechar los lazos entre ellas, cabe decir que fue principalmente para el hombre considerado en sí mismo.» En efecto, «el principio y fundamento de la unión [entre los hombres] es la comunicación de las ideas, que exige necesariamente la invención de los signos: éste es el origen de las sociedades, que se formaron junto con las lenguas». Las ideas, sin embargo, están ligadas a las sensaciones. Y también las ideas morales remiten a las sensaciones de d'Alembert: «Por lo tanto, es evidente que las nociones puramente intelectuales de virtud y vicio, el principio y la necesidad de las leyes, la existencia de Dios y nuestros deberes hacia él, en una palabra, las verdades de las que tenemos una necesidad más inmediata e indispensable, son fruto de las primeras ideas reflejas ocasionadas por nuestras sensaciones.» De lo que se ha dicho hasta ahora se deduce con claridad que d'Alembert posee una gran confianza en la razón: en la razón controlada por la experiencia. Sin embargo, en su opinión existen cuestiones -y cuestiones de primera importancia- ante las cuales nuestra razón permanece impotente y cuya solución está «por encima de nuestras luces». Por ejemplo, ¿cómo producen las sensaciones las ideas? ¿Cuál es la naturaleza del alma? Más aún: «¿En qué consiste la unión del cuerpo y del alma, y su influencia recíproca? ¿Los hábitos son algo propio del cuerpo y del alma, o sólo de esta última? ¿En qué consiste la desigualdad de los espíritus? ¿Es algo inherente al alma, o depende únicamente de la Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit disposición corporal, la educación, las circunstancias o la sociedad? ¿Cómo pueden estos distintos factores influir de modo tan diverso sobre las almas, que por lo demás serían todas iguales, o acaso en cuanto substancias simples podrían ser desiguales por su propia naturaleza? ¿Por qué los animales, que poseen órganos similares a los nuestros, sensaciones semejantes y a menudo más fuertes, no superan el plano de la sensibilidad, sin ser capaces de lucubrar como nosotros gran número de ideas abstractas y reflejas, conceptos metafísicos, lenguajes, leyes, ciencias y artes? Finalmente, ¿hasta dónde puede conducir la reflexión a los animales, y por qué no puede llevarlos más allá? Las ideas innatas son una quimera refutada por la experiencia; pero el modo en que adquirimos las sensaciones y las ideas reflejas, aunque esté fundado en la experiencia misma, no es por eso menos incomprensible.» Ante estos interrogantes y ante cuestiones de esta clase, d' Alembert confiesa que «la inteligencia suprema colocó ante nuestra débil mirada un velo que resulta imposible apartar. Es un triste destino para nuestra curiosidad y para nuestro amor propio; pero tal es el destino de la humanidad. Hemos de concluir, más bien, que los sistemas -o mejor aún, los sueños de los filósofos acerca de la mayor parte de las cuestiones metafísicas- no merecen el más mínimo lugar en una obra que pretenda resumir los conocimientos reales adquiridos por el espíritu humano». 3. DENIS DIDEROT: DEL DEÍSMO A LA HIPÓTESIS MATERIALISTA 3.1. El deísmo, en contra del ateísmo y de la religión positiva Denis Diderot (1713-1784), hijo de artesanos acomodados, fue educado por los jesuitas e inició la carrera eclesiástica. Sin embargo, en 1728 abandonó dichos estudios y se trasladó a París, donde obtuvo en la Sorbona el título de Magister artium (1732). En París entró en contacto con el ambiente de los philosophes, y conoció a Rousseau, a d' Alembert y a Condillac. Se ganó la vida como traductor: tradujo la Historia de Grecia de Stanyam, el Diccionario universal de medicina de James y el Ensayo sobre el mérito y la virtud de Shaftesbury. Bajo el influjo de Shaftesbury, Diderot escribió y publicó en 1746 los Pensamientos filosóficos. Ese mismo año comenzó a trabajar en la Enciclopedia. En 1748 publicó la Carta sobre los ciegos y en 1753, la famosa 76 Interpretación de la naturaleza. En 1759 empezó a frecuentar el círculo de d'Holbach, donde se encontró con Grimm, SaintLambert, Raynal y el italiano Galiani. Al período 1769-1770 se remontan las Conversaciones entre d'Alembert y Diderot, El sueño de d'Alembert y los Principios filosóficos sobre la materia y el movimiento. La Refutación de Helvetius es de 1773. En 1785 Catalina II de Rusia adquirió la biblioteca de Diderot, asignándole a cambio una pensión. Diderot residió en San Petersburgo entre 1773 y 1774, dedicándose a elaborar proyectos de reforma. Antes, se había trasladado a Holanda, donde escribió la Refutación de Helvetius. Durante los últimos años de su vida colaboró en la obra de Raynal, Historia de las dos Indias, donde se considera que el comercio es el factor básico del progreso y de la civilización. Los Pensamientos filosóficos se presentan «en apariencia como una polémica contra los planteamientos y las confusiones del ateísmo, pero de hecho, [Diderot] polemiza al mismo tiempo contra el ateísmo y contra la religión supersticiosa, que en ambos casos deben ceder su lugar a una religión natural fundada sobre la fe en la naturaleza» (Paolo Rossi). A continuación Diderot asumirá posturas mucho más radicales, pero en los Pensamientos filosóficos manifiesta una concepción claramente deísta, y por lo tanto opuesta tanto al ateísmo como a la religión positiva. Diderot escribe: «No fueron los metafísicos quienes infligieron los grandes golpes que han herido al ateísmo. Para conmocionar al materialismo, las sublimes meditaciones de Malebranche y de Descartes no valían lo que una sola observación de Malpighi. Si hoy se tambalea la peligrosa hipótesis materialista, el honor le corresponde a la física experimental. Sólo en las obras de Newton, de Musschenbroek, de Hartsoeker y de Nieuwentyt se encuentran pruebas satisfactorias de la existencia de un ser con perfecta inteligencia. Gracias a la labor de estos grandes hombres, el mundo ya no es un dios: es una máquina con sus ruedas, sus cuerdas, sus poleas, sus resortes y sus pesos.» Esta máquina sólo puede haber sido creada por una Inteligencia superior y perfecta, esto es, por Dios. El orden del mundo descubierto por la física y por las ciencias de la naturaleza, es el que conduce a Dios y no las presuntas pruebas de la ontología. «Las sutilezas de la ontología, en el mejor de los casos, han creado escépticos; únicamente al conocimiento de la naturaleza le estaba reservado el crear verdaderos deístas.» Por lo tanto, en los Pensamientos filosóficos Diderot se muestra deísta convencido. Asimismo, posee el mismo grado de convicción en la batalla que libra contra la superstición de Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit las religiones positivas y del cristianismo en especial. Escribe: «Probar el Evangelio con un milagro equivale a probar un absurdo con una cosa contra natura.» Más aún: «¿Por qué los milagros de Jesús son auténticos, mientras que los de Esculapio, Apolonio de Tiana y Mahoma son falsos?» «Creería sin dificultad a un único hombre honrado que me anunciase: "Su Majestad acaba de obtener una completa victoria sobre los aliados"; pero aunque todo París me asegurase que hace poco resucitó un muerto en Passy, no lo creería. No es en absoluto sorprendente que se engañe un historiador o que se engañe todo un pueblo.» Diderot no sólo pone en duda los milagros, sino también la inspiración divina de las Escrituras: ¿quién es el que establece la divinidad de la Escritura? La Iglesia. ¿Pero dónde se fundamenta la Iglesia? En las Escrituras. Empero, comenta Diderot, «no puedo aceptar la infalibilidad de la Iglesia si antes no se me ha demostrado la divinidad de las Escrituras. En consecuencia, me veo llevado a un inevitable escepticismo». En el fondo, a juicio de Diderot, la mitología romana (con Rómulo que asciende al Cielo) y la cristiana no son muy diferentes. Contrapone Juliano el Apóstata, emperador tolerante en materia religiosa, a Gregario Magno, personaje intolerante. Diderot también revaloriza las pasiones humanas: «Atacamos sin tregua a las pasiones [...]. Sin embargo, sólo las pasiones, y las grandes pasiones, pueden elevar el espíritu a grandes cosas. Sin ellas, ya no existe lo sublime, ni en las costumbres ni en las obras; las artes retroceden a su infancia y la virtud se convierte en pedante. Las pasiones moderadas producen hombres comunes [...]. Las pasiones reprimidas degradan a los hombres excepcionales [...]. El colmo de la locura sería proponerse suprimir las pasiones. Tal es el proyecto del devoto, que se atormenta como un desatinado para no desear, no amar, no sentir nada, y que se transformaría en un auténtico monstruo si se llevasen a cabo sus propósitos.» Todo esto demuestra a las claras la impiedad del libro de Diderot. Es cierto que se proclama fiel a la Iglesia de Roma, que sostiene que el cristianismo es mejor que las otras religiones positivas y que es un bien la adecuada educación religiosa. Sin embargo, todo ello no es suficiente para disfrazar la naturaleza del trabajo de Diderot: «¿Qué graves delitos -se pregunta- han cometido todos estos infelices? Algunos se golpean con piedras el pecho; otros desgarran su cuerpo con uñas de hierro; todos tienen en sus ojos el remordimiento, el dolor y la muerte. ¿Quién los ha condenado a semejantes tormentos? ... El Dios al que han 77 ofendido... Pero ¿quién es este Dios? Un Dios lleno de bondad... ¿Acaso un Dios lleno de bondad podría encontrar placer en bañarse en sus lágrimas? ¿No serían quizás sus terrores los que deberían ofender la clemencia de Dios? ¿Qué otra cosa harían los asesinos para aplacar los furores de un tirano?» En realidad, «se viviría con bastante tranquilidad en este mundo si se estuviese verdaderamente seguro de que no hay nada que temer en el otro: el pensamiento de la no existencia de Dios nunca espantó a nadie, pero en cambio horroriza pensar que existe uno como el que me han descrito». En el Añadido a los pensamientos filosóficos, Diderot escribe: «Dijo Pascal: "Si vuestra religión es falsa, nada arriesgáis creyéndola verdadera; y si es verdadera, lo arriesgáis todo si la creéis falsa." Un imán puede decir lo mismo que Pascal.» El 7 de julio de 1746 el parlamento de París condenó el libro a la hoguera porque, «escandaloso y contrario a la religión y la moral [...] ofrece el veneno de las más criminales y absurdas opiniones de que sea capaz la depravación de la razón humana [...] coloca todas las religiones en el mismo plano y acaba por no aceptar ninguna». 3.2. Todo es materia en movimiento En los Pensamientos filosóficos (y también en otra obra de Diderot, El paseo de un escéptico) se pone en evidencia la teología natural deísta, de cuño newtoniano. A continuación de estos escritos, Diderot cambia el derrotero de su pensamiento y, a partir de la Carta sobre los cuerpos, hasta la Interpretación de la naturaleza, la Conversación entre d'Alembert y Diderot y el Sueño de d'Alembert, «contrapone ahora a la naturaleza estática y creada de los newtonianos y de Voltaire, la imagen de una realidad física en continuo movimiento y desarrollo, que extrae de sí misma su propio origen, y en la cual la presencia de un orden no autoriza a efectuar ninguna afirmación con respecto a la presencia de causas finales o la existencia de un Ordenador supremo» (Paolo Rossi). Diderot sustituye el deísmo por un neospinozismo materialista, en el que resulta válido el siguiente postulado: Deus sive natura sive materia. El mundo es materia en movimiento. En la Carta sobre los ciegos se dice: «¿Qué es este mundo? Un compuesto sometido a revoluciones [...] una rápida sucesión de seres que se siguen, se empujan unos a otros y desaparecen, una simetría efímera, un orden contingente.» No es lícito afirmar la existencia de nada que esté más allá de la materia en movimiento: «La hipótesis de un ser Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit cualquiera, que esté fuera del universo material, resulta imposible. Nunca se deben hacer hipótesis de este género, porque nunca se puede inferir nada.» Diderot escribe esto en los Principios filosóficos sobre la materia y el movimiento: en la Interpretación de la naturaleza afirma: «Cuántas ideas absurdas, cuántas suposiciones falsas, cuántas nociones quiméricas se hallan en los himnos que algunos defensores temerarios de las causas finales han osado componer en nombre del Creador.» No hay un Dios ordenador, por lo tanto, y tampoco existe ningún finalismo. Lo único que existe es materia en movimiento: «Veo que todo se halla en una relación de acción y reacción, todo se destruye de una forma y se recompone de otra; veo sublimaciones, disoluciones, combinaciones de todas las especies, fenómenos incompatibles con la homogeneidad de la materia; de ello extraigo la conclusión de que la materia es heterogénea, de que en la naturaleza existe una infinidad de elementos diferentes, cada uno de los cuales posee en su diversidad su propia fuerza, particular, innata, inmutable, eterna, indestructible, Y de que estas fuerzas tienen una explicación; de esto se deriva el movimiento, es decir, aquel fermento general que subsiste en el universo.» De esto también se deriva la vida: «¿Veis este huevo? Gracias a este huevo quedan confundidas todas las escuelas de teología y todos los templos de la tierra. ¿Qué es este huevo? Una masa insensible antes de que el germen se haya introducido en él; y después que en él se haya introducido el germen, ¿que es? Sigue siendo una masa insensible, porque el germen no es otra cosa que un fluido inerte y basto. ¿De qué modo esta masa llegará hasta otra organización, hasta la sensibilidad, hasta la vida? Mediante el calor. ¿Quién producirá el calor? El movimiento.» Las formás orgánicas, según Diderot, están sujetas a transformaciones graduales. Como puede verse, estamos ante una imagen total del universo, construida a partir de los datos de las ciencias existentes y que se propone fecundar otros campos de experiencia. Nos enfrentamos con un intento de interpretación global que ha provocado que algunos intérpretes de Diderot hablen de su metafísica materialista. Sin embargo, si se tiene en cuenta la obra de Diderot en su totalidad, más que una dogmática metafísica materialista sobre el universo, quizás tendríamos que ver en Diderot intentos o hipótesis conscientes, de orden general y de naturaleza materialista, que hacen referencia al universo en su conjunto: intentos e hipótesis en armonía con la investigación científica en aquella época. Si entendemos de esta forma su materialismo neospinozista, 78 podremos entonces refutar también (junto con Paolo Casini) la hipótesis de aquellos intérpretes que han visto en Diderot un pensador en continua contradicción consigo mismo, en la medida en que la Refutación de Helvetius no sería un retorno de Diderot al deísmo y un rechazo del materialismo, sino que expresaría el control metodológico de un filósofo muy sagaz, acerca de ideas que pretenden poseer el carácter absoluto de un sistema metafísico, en lugar de presentarse en calidad de hipótesis. Diderot escribe: «El dice: La educación lo hace todo. Decid: La educación hace mucho... Él dice: Nuestras penas y nuestros placeres siempre se reduce a penas y placeres de los sentidos. Decid: Con bastante frecuencia... El dice: La instrucción es la única fuente de diferencias entre los espíritus. Decid: Es una de las principales... El dice: El carácter depende por completo de las circunstancias. Decid: Creo que las circunstancias lo modifican.» Por lo tanto, en relación con Helvetius en Diderot se da una mayor conciencia metodológica. Empero, señala Paolo Rossi, tras el desacuerdo con Helvetius también había profundas divergencias políticas: «Cuando se opone a la tesis de que los hombres pueden vivir felices "bajo el gobierno arbitrario de soberanos justos, humanos y virtuosos", Diderot no sólo se opone al despotismo hipócrita de la corte francesa, sino que pone en claro todos los equívocos que implica el ideal y la práctica del absolutismo ilustrado, se remite a un concepto de virtud que está cargado de consecuencias y de energías revolucionarias.» Diderot se pregunta: « Qué es lo que caracteriza a un tirano? ¿La bondad o la maldad, quizás?» Y contesta: «En absoluto. Estas dos nociones no entran para nada en la definición de tirano. Éste se arroga una implicación de autoridad que no le corresponde, y no simplemente un uso específico de ésta. Dos o tres reinados con un poder justo, suave e ilustrado, pero arbitrario, constituirían una de las mayores desgracias que podrían acaecerle a una nación: los pueblos se verían conducidos desde la felicidad hasta el completo olvido de sus derechos, hasta la más perfecta de las esclavitudes». Éste es el humanismo de Diderot, un filósofo que cree en la razón «Si renuncio a la razón, ya no tengo ninguna guía», pero no en la omnipotencia de la razón, y que por consiguiente exalta la duda y elogia al verdadero escéptico: «Es un filósofo que dudó acerca de todo lo que creía y que creyó en aquello que le había demostrado como verdadero un uso legítimo de su razón.» En realidad, «lo que nunca se haya puesto en tela de juicio, no se ha comprobado jamás. Lo que no se haya examinado sin prejuicios, Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit jamás se ha examinado adecuadamente. El escepticismo, por lo tanto, es el primer paso hacia la verdad». 4. CONDILLAC Y LA GNOSEOLOGÍA DEL SENSISMO 4.1. Su vida y el significado de su obra «En el ámbito de la ilustración francesa, Condillac llevó a cabo el intento más riguroso de desarrollo en sentido auténticamente filosófico del empirismo de Locke. La mayor parte de los philosophes, siguiendo el ejemplo de Voltaire, se contentaron con asumir la polémica anticartesiana y los temás más conocidos del filósofo inglés. En cambio, el autor del Tratado de las sensaciones [Condillac] fue más allá de las enseñanzas del maestro inglés, proponiéndose demostrar que únicamente de la sensación, mediante transformaciones y desarrollos, nace toda la vida cognoscitiva y psíquica del hombre» (M. Ghio). La teoría gnoseológica, en cierto modo, es -y como tal se impuso en la tradición historiográfica- la gnoseología de la ilustración, en la que el empirismo de Locke queda reducido a una forma clara de sensismo, dominado por el único principio que representa la sensación. En realidad, «Condillac estuvo inspirado por dos autores de una manera especial: Locke y Newton. De Locke tomó el método analítico y las tesis fundamentales de su gnoseología. De Newton tomó la exigencia de reducir a una unidad el mundo espiritual del hombre, así como Newton había reducido a unidad el mundo de la naturaleza física, mediante la ley de la gravitación» (N. Abbagnano). Etienne Bonnot, que más tarde fue abate de Condillac, nació en Grenoble en 1714, en el seno de una familia acomodada. Después del fallecimiento de su padre, Condillac fue llevado a Lyón, donde estudió en el colegio de los jesuitas. Más adelante pudo trasladarse a París, donde ingresó en el seminario de SaintSulpice y prosiguió sus estudios teológicos en la Sorbona. Ordenado sacerdote en 1740, se distanció progresivamente de los estudios de teología, para interesarse de modo exclusivo en la filosofía. Profundizó en las teorías de Locke y de Newton. Leyó a Lamettrie, Voltaire y Bacon, y entró en contacto -a través de su protectora Mme. de Tencin- con los hombres más representativos de la cultura de la época: Diderot, Fontenelle, Marivaux, d'Alembert y Rousseau. 79 La primera obra filosófica de Condillac fue una Disertación sobre la existencia de Dios, que envió a la Academia de Berlín, presidida en aquel momento por Maupertuis. En tal Disertación Condillac llega a la existencia de Dios tomando como punto de partida el orden del universo y el finalismo que se manifiesta en éste. No obstante, el primer libro relevante de Condillac fue el Ensayo sobre el origen de los conocimientos humanos, publicado en 1746. Con dicha obra intentó conseguir el siguiente objetivo: «Nuestra primera finalidad, que jamás debemos perder de vista, es el estudio del espíritu humano, no para descubrir su naturaleza, sino para conocer sus actividades, estudiar de qué modo se llevan a cabo y cómo debemos realizadas con el propósito de adquirir todo el conocimiento del que seamos capaces. Hay que remontarse al origen de nuestras ideas, conocer su génesis, seguidas hasta el límite que les ha Impuesto la naturaleza, llegando así a fijar la extensión ylas fronteras de nuestros conocimientos, y a reformar radicalmente la doctrina del intelecto humano. Tales investigaciones sólo pueden tener éxito si se llevan a cabo con base en observaciones.» El intento de fondo que estructura la obra es reducir «a un solo principio todo lo que concierne al intelecto». En 1749 apareció el Tratado de los sistemas. Aquí, desarrollando las consideraciones metodológicas del Ensayo, Condillac quiso desenmascarar «el engaño de los sistemas», engaño consistente en «la ilusión de adquirir conocimientos verdaderos gracias a ellos, mientras que nuestros pensamientos versan sobre palabras que en la mayoría de los casos carecen de sentido riguroso». Los sistemas correctos, a juicio de Condillac, son sólo aquellos que se fundamentan en hechos perfectamente constatados. Basándose en este principio, critica los errores de filósofos como Descartes, Malebranche, Leibniz o Spinoza, que colocan como fundamento de sus sistemas determinados principios abstractos y carente s de contacto con la experiencia sensible fáctica. Como consecuencia de tales investigaciones Condillac fue admitido como miembro de la Academia de Berlín. Después de que se hubiesen efectuado las primeras operaciones de cataratas, y a continuación de los debates -por ejemplo, de Berkeley y de Diderot- sobre la percepción, la visión y la realidad del mundo exterior, Condillac entregó a la imprenta en 1754 su obra más sistemática: el Tratado de las sensaciones. En él se vuelve a plantear los temas del Ensayo, pero ampliados y profundizados con Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit aquella aguda finura que tanto éxito le dio a Condillac. Justamente en este Tratado fue donde Condillac expuso el famoso ejemplo de la estatua (del cual hablaremos enseguida), por el que fue acusado de plagio en relación con Diderot y Buffon, mientras que los teólogos -el padre La Roche y el abate de Lignac- le acusaban de materialismo. Condillac contestó a Buffon al año siguiente, en 1755, con el Tratado de los animales, en el que introdujo adrede su Disertación sobre la existencia de Dios, «para mostrar que su sistema conducía a la religión natural y, por lo tanto, exigía recurrir a la verdad revelada» (M. Ghio). En 1758, Condillac se trasladó a Parma como preceptor de Fernando de Borbón, hijo del duque de Parma y nieto de Luis xv. Esta permanencia suya en Parma ejerció una considerable influencia sobre numerosos intelectuales italianos. Residió en Parma hasta 1767. Allí escribió -aunque fue publicado en 1775- su Curso de estudios, que abarcaba la Gramática, el Arte de hablar, el Arte de pensar, el Arte de escribir, una Historia antigua y una Historia moderna. De regreso en París, fue nombrado en 1768 miembro de la Academia. En 1772, después de haberse negado a ser preceptor de los tres hijos del Delfín, se retiró al castillo de Flux (Loira), junto a su sobrina, y se dedicó a revisar sus obras, interesándose asimismo en grado sumo por los temas agrícolas y económicos. En 1776 publicó su trabajo Sobre el comercio y el gobierno considerados en su mutua relación. Esta obra fue acremente criticada por los fisiócratas. A solicitud del conde Potocki, que se proponía utilizarla en las escuelas de Polonia, escribió una Lógica. Esta se publicó en 1780, año en que murió Condillac. La Lengua de los cálculos apareció en 1798, con carácter póstumo. 4.2. La sensación como fundamento del conocimiento En el Ensayo Condillac afirma que el alma es distinta del cuerpo; los conocimientos se originan en la experiencia; el cuerpo, por lo tanto, es la causa ocasional de lo que se produce en el alma, y hay que distinguir entre sensación y reflexión. Sin embargo, esta última distinción -que Condillac toma de Locke- fue abandonada en el Tratado de las sensaciones, en el que se considera que la sensación es el único principio que determina todos los conocimientos y al mismo tiempo la evolución de las facultades humanas. De este modo Condillac pretende llegar más allá de 80 Locke, para hallar una base más sólida a su empirismo filosófico. Escribe lo siguiente: «Locke se contenta con reconocer que el alma percibe, piensa, duda, cree, razona, conoce, quiere, reflexiona, y que nosotros estamos convencidos de la existencia de dichas operaciones porque las encontramos en nosotros mismos y contribuyen al progreso de nuestros conocimientos; sin embargo, no sintió la necesidad de descubrir el principio y el origen de todas estas operaciones.» Es evidente, continúa Condillac, que a Locke «se le escapó la mayor parte de los juicios que se unen a todas nuestras sensaciones; [...] ignoró la necesidad que tenemos de aprender a tocar, a ver, a oír, etc.; [...] todas las facultades del alma le parecieron cualidades innatas y ni siquiera supuso que podían originarse en la sensación misma». Locke, además, «distingue dos fuentes de nuestras ideas, los sentidos y la reflexión. Sería más exacto admitir sólo una, ya sea porque en su origen la reflexión se identifica con la sensación, o porque no es tanto un origen de las ideas como un canal a través del cual fluyen desde los sentidos». Locke «contribuyó mucho a ilustramos», pero su pensamiento también debe ser corregido en algunos aspectos y profundizado en otros. En efecto, «remontarse a la sensación [...] no era suficiente. Para descubrir los avances de todos nuestros conocimientos y facultades, era cosa de extrema importancia distinguir lo que debemos a cada sentido, investigación que todavía no ha sido emprendida». Además, es preciso establecer y demostrar que «de las sensaciones nace todo el sistema del hombre [...]. El juicio, la reflexión, las pasiones, todas las operaciones del alma, en una palabra, no son otra cosa que la sensación transformada de diversas maneras». En esta verdad está centrado el Tratado de las sensaciones, «única obra en la que el hombre ha sido despojado de todas sus costumbres. Al estudiar el sentimiento en su origen, se demuestra cómo adquirimos el uso de nuestras facultades». Veamos la forma en que Condillac presenta su pensamiento. Cuando sobre nuestros sentidos se ejerce una impresión, nos encontramos entonces con una sensación en sentido estricto. En cambio, cuando una «sensación, que no se produzca en este momento, se nos ofrece en cuanto sensación ya registrada», entonces se le llama «memoria»: «la memoria no es más que una sensación transformada.» Por otra parte, si «el espíritu se encuentra ocupado más específicamente por la sensación que conserva toda su vivacidad», entonces dicha sensación se convierte en atención. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Pero si la atención se fija sobre una sensación en acto y sobre una sensación registrada en la memoria, entonces puede instituirse entre tales sensaciones una comparación. «Ahora bien, no se las puede comparar sin percibir en ellas alguna diferencia semejanza: percibir tal elación significa juzgar.» Por lo tanto, «las acciones de comparar y de Juzgar no son más que la atención misma: la sensación se transforma sucesivamente en atención, comparación y juicio». Al juzgar los diversos aspectos de nuestras sensaciones, «la atención [...] es como una luz que se refleja desde un cuerpo hasta otro, para iluminarlos a ambos, y yo la llamo reflexión. Después de haber sido atención, comparación y juicio, la sensación se identifica con la reflexión». En el fundamento de nuestro conocimiento, se halla la sensación. El conocimiento sólo es sensación transformada. Ahora bien, ¿qué es lo que permite que el alma no naufrague en un océano de sensaciones indiferentes, cada una de las cuales vale tanto como todas las demás? ¿Qué es, en definitiva, lo que produce la atención? Condillac responde: «es el placer o el dolor que, al interesar a nuestra capacidad de sentir, producen la atención de la que emergen la memoria y el juicio.» Comparamos estados presentes y pasados para comprobar si estamos mejor o peor. Juzgamos el disfrute de un bien que nos es necesario. La memoria, la atención, la reflexión y la imaginación están guiadas por el placer y el dolor: «El deseo [...] es la acción de las facultades que se atribuyen al intelecto, acción que -al dirigirse hacia un objeto, debido a la inquietud que causa su privación- también dirige hacia allí la acción de las facultades del cuerpo. [Y...] del deseo nacen las pasiones, el amor, el odio, la esperanza, el temor, la voluntad... Todo esto, una vez más, no es otra cosa que la sensación transformada.» El placer y el dolor son así «el único principio del desarrollo de nuestras facultades» y «nuestros conocimientos y nuestras pasiones son consecuencias del placer y del dolor que acompañan las impresiones de los sentidos. Más se reflexionará y más nos persuadiremos de que éste es el único origen de nuestra inteligencia y de nuestros instrumentos». 4.3. Una estatua organizada internamente como nosotros y la construcción de las funciones humanas Con objeto de poner en claro la idea de que todos los conocimientos proceden de las sensaciones y de que todas las 81 facultades del alma deben a éstas su desarrollo, Condillac imagina «una estatua organizada internamente como nosotros, y animada por un espíritu que, por lo demás, carece de cualquier clase de ideas». Supone, asimismo, que la superficie de la estatua es de mármol, de modo que no permite «el uso de ningún sentido» y. se reserva «la libertad de abrirlos [los sentidos] a su arbitrio, ante las diferentes impresiones a las que son susceptibles». Empieza por conceder a la estatua el sentido del olfato y le da a oler el aroma de una rosa. De inmediato, en la estatua aparece la atención: «apenas comienza el aroma, la capacidad de oler de nuestra estatua se dirige completamente hacia la impresión que se produce en su órgano»; la estatua «comienza a gozar y a sufrir: si la capacidad de oler se dirige hacia un aroma agradable, hay placer; si se dirige hacia un aroma desagradable, hay dolor». No sólo nace la atención, empero; también surge la memoria, ya que a la estatua «no se le escapa del todo el aroma que siente cuando el cuerpo oloroso deja de actuar sobre su órgano». La estatua, por lo tanto, experimentará otros aromas y los comparará, formulando juicios; también podrá imaginar. Mediante la utilización de un solo sentido (y de un sentido que «entre todos ellos es el que parece contribuir menos a los conocimientos del espíritu humano») la estatua «ha contraído diversas costumbres». Condillac piensa que, con el análisis de un solo sentido, ha demostrado que «la sensación implica todas las facultades del alma». En otras palabras, las operaciones del intelecto y de la voluntad (el juicio, la reflexión, los deseos, las pasiones, etc.) sólo son sensaciones que se transforman. Después del análisis del olfato, Condillac lleva a cabo consideraciones análogas con respecto al oído, el gusto y la vista, y señala que con las sensaciones percibid as a través de estos sentidos la estatua «aumenta la cantidad de modos de ser», «la cadena de sus ideas se vuelve más amplia y variada», y se multiplican sus deseos y sus gozos. Sin embargo, aunque los sentidos del olfato, el gusto, el oído y la vista aumentan las ideas y potencian la vida de la estatua, ésta aún no posee la idea de una realidad exterior distinta a las sensaciones que percibe. Esta noción, la ideal del mundo exterior, le llega a través del tacto. Condillac atribuye al tacto una importancia particular. Al tacto se debe el sentimiento de la recíproca acción entre las partes del cuerpo, sentimiento que Condillac califica de «fundamental». Luego, cuando la estatua extiende sus manos sobre un cuerpo extraño a ella, esta sensación le permite descubrir el mundo exterior al que se atribuye la causa de nuestras separaciones. De este modo, Condillac soluciona la cuestión de la objetividad de Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit nuestros conocimientos. Sin embargo, con esto no se resuelven todos los problemas, como por ejemplo la existencia o no de cualidades secundarias en la realidad. La estatua se preguntará: «¿Existen realmente, en los objetos, sonidos, sabores, olores, colores?» No obstante, en opinión de Condillac, «la estatua no tiene necesidad de una certeza mayor de la que posee: es suficiente con la apariencia de las cualidades sensibles para que en ella nazcan deseos, se ilumine su conducta y se forme su felicidad o infelicidad. Por otra parte, la dependencia en que se halla la estatua con respecto a los objetos, a los que debe referir sus sensaciones forzosamente, no le permite dudar que no existan otros seres fuera de ella. Empero, ¿cuál es la naturaleza de estos pensamientos? Ella lo ignora, y nosotros sabemos lo mismo que ella: todo lo que sabemos es que los llamamos "cosas"». Formulando una opinión acerca de estas teorías de Condillac, Mario Dal Pra escribe: «Ninguno de los pensadores que antes de Condillac se habían remitido al valor de la experiencia, había llegado a concebida como algo capaz de integrar la naturaleza y producir las facultades del alma; con la nueva doctrina no sólo se construye el conjunto de los conocimientos -que dejan de ser innatos- sino que el conjunto de las funciones humanas se produce en dependencia de la mera sensación, en vez de darse de manera acabada desde el comienzo». 4.4. La perjudicial jerga metafísica y la ciencia como lengua bien estructurada En opinión de Condillac esta concepción del conocimiento no entra en conflicto con una más amplia visión espiritualista del hombre, de la vida y del mundo. En el fondo, dentro de la estatua hay un alma, la estatua está «organizada internamente como nosotros». El alma existe y es algo distinto del cuerpo. Según Condillac, también puede probarse que el espíritu es inmortal Y que Dios existe. Aunque no se muestra contrario a una concepción espiritualista de la vida, Condillac :-basándose en sus supuestos gnoseológicos- se opone sin embargo a los sistemas metafísicos. En el Tratado de los sistemas distingue tres clases de sistemas: los que se fundamentan en principios que no son más que máximas muy generales y abstractas; los que asumen por principio hipótesis que también son abstractas y que han sido concebidas para dar razón de hechos no explicables de otro modo; y por último están 82 los sistemas que fundan sus raíces en hechos adecuadamente establecidos. Las metafísicas de Descartes, Malebranche, Spinoza, Leibniz, y por supuesto, también las anteriores a éstas, se hallan construidas sobre principios abstractos y enormemente generales, sin ningún contacto con la realidad. Condillac formula una aguda crítica con respecto a los sistemas, convencido de que «los principios abstractos son inútiles y peligrosos». Lo lamentable es que «la educación ha acostumbrado con tal tenacidad a los hombres a contentarse con nociones vagas, que son muy pocos los hombres capaces de decidirse a abandonar por completo el uso de tales principios [...]. Así, los tristes efectos de un método de esta clase a menudo se convierten en irremediables». La crítica a los sistemas metafísicos se reduce, pues, a una crítica a aquellas nociones vagas y abstractas que llevan el disfraz del conocimiento. Condillac sostiene: «Los filósofos fueron quienes condujeron las cosas hasta este grado de desorden. Cuanto más han querido hablar de todo, han hablado con tanta mayor impropiedad [...]. Sutiles, originales, visionarios, ininteligibles, a menudo han dado la sensación de temer no haber sido lo bastante oscuros y de querer cubrir con un velo sus conocimientos verdaderos o pretendidamente tales. Así, a lo largo de muchos siglos, la lengua de la filosofía no ha sido más que una jerga.» Ha quedado establecida la máxima deplorable según la cual no es preciso poner en discusión los principios. De este modo, ya que no deben discutirse los principios y dado que éstos son vagos, incontrolado s e incontrolables, no hay error en el que no se pueda caer. Quien se proponga construir un sistema metafísico actúa de la manera siguiente: «Partiendo de una idea preconcebida, con frecuencia sin ahondar demasiado en ella, comienza por reunir todas las palabras que a su juicio tengan alguna relación con ésta. Por ejemplo, quien desee trabajar en torno a la metafísica se adueña de los siguientes términos: ser, substancia, esencia, naturaleza, atributo, propiedad, modo, causa, efecto, libertad, eternidad, etc. Luego, con el pretexto de que somos libres de atribuir a un término las ideas que queramos, los definirá según su capricho; la única precaución que tomará consistirá en escoger las definiciones más cómodas para el objetivo que se propone. Por extrañas que resulten dichas definiciones, entre ellas siempre habrá determinadas relaciones; en consecuencia, se tiene el derecho de extraer conclusiones y de acumular inacabables razonamientos [...]. Concluirá, pues, que las definiciones de palabras se han transformado en definiciones de cosas, y quedará Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit lleno de admiración ante la profundidad de los descubrimientos que creerá haber realizado.» No obstante, no se trata en absoluto de descubrimientos, sino únicamente de un lenguaje erróneo, carente de contacto con la realidad. Se entiende, entonces, por qué Condillac presta una atención tan considerable a los signos, es decir, al lenguaje. Los sistemas metafísicos abstractos no hacen otra cosa que «acumular errores incontables, y el espíritu debe contentarse con nociones vagas y palabras sin sentido»; en cambio, con una filosofía atenta a analizar las nociones abstractas y a convertidas en sensaciones simples, y preocupada por los correctos mecanismos que establecen las relaciones entre las ideas, «se adquiere una cantidad más limitada de conocimientos, pero se evita el error, el espíritu avanza con rectitud y elabora en todos los casos ideas rigurosas». Este es el camino de la ciencia: «una ciencia bien configurada no es más que una lengua correctamente estructurada.» «El análisis no nos enseñará [...] a razonar si no en la medida en que, enseñándonos a determinar las ideas abstractas y generales, nos ayude a construir correctamente nuestra lengua: todo el arte del razonamiento se reduce al arte de hablar bien.» En La lengua de los cálculos Condillac sigue diciendo: «Las matemáticas son una ciencia bien configurada, cuyo lenguaje es el álgebra.» El rigor conceptual, la corrección argumentativa y la proximidad a la experiencia son los ideales que no manifiesta aquella metafísica «ambiciosa, [que] quiere penetrar todos los misterios, la naturaleza y la esencia de los seres, las causas más ocultas», sino aquella filosofía «más modesta, [que] adecua sus propias pretensiones investigadoras a la debilidad del espíritu humano y se preocupa muy poco de lo que jamás podrá lograr, mientras que se halla ávida de aquello que sí puede aprehenden». 4.5. Tradición y educación A pesar de las críticas que formula con respecto a él y de las correcciones que va realizando a sus ideas, Locke fue el máximo inspirador de Condillac, en el sentido de que le llevó a obedecer únicamente la experiencia, en lugar de confiarse a principios metafísicos indemostrados. El filósofo francés, sin embargo, investigó en la vida psíquica con mayor rigor que Locke, eliminando algunas timideces del filósofo inglés. Condillac ofreció a la cultura europea «una teoría orgánica del yo, que ni Descartes ni Locke 83 habían brindado, ni habían querido dar» (C. A. Viano). Resumiendo el Tratado de las sensaciones, afirma lo siguiente: «De las sensaciones nace todo el sistema del hombre: sistema completo, cuyas partes están todas ellas unidas entre sí y se sostienen recíprocamente.» Si las sensaciones se limitasen a la necesidad de alimentarse, entonces las capacidades del hombre quedarían entorpecidas y se repetiría «la situación de un niño de alrededor de diez años, que vivía entre osos, y que fue hallado en 1694 en los bosques que separan Lituania de Rusia. No mostraba ningún signo de razón, caminaba a cuatro patas, no poseía lenguaje de ninguna clase y emitía sonidos que en nada se parecían a los propios de un ser humano. Pasó mucho tiempo antes de que pudiese proferir algunas palabras e incluso entonces lo hizo de modo muy rudo». Por lo tanto, es preciso educar los sentidos del hombre, suministrándoles la experiencia que la humanidad ha recogido a lo largo de su extenso caminar; de esta manera, la mente llegará a las ciencias y a las artes, porque éste es el punto de llegada de toda la historia humana. Al final de la obra educativa, el hombre habrá de extraer la misma conclusión que la estatua mencionada en el Tratado de las sensaciones: «A veces tomo precauciones que me parecen necesarias para mi felicidad, a veces invito a los objetos a que contribuyan a ello y creo estar rodeada únicamente de seres amigos y enemigos. Instruida por la experiencia, examino, decido antes de actuar [...]. Me comparo con base en mis convicciones, soy. libre y, hago un mejor uso de mi libertad, en la medida en que he adquirido más conocimientomiento [...] poco me importa saber con certeza si estas cosas [que me rodean] existen o no existen. Tengo sensaciones agradables o desagradables, y llegan hasta mí como si expresasen las cualidades mismas de los objetos con los que me veo llevada a relacionadas, y con esto es suficiente para velar por mi conservación». El pensamiento de Condillac, tan sencillo en apariencia, ha dado lugar a interpretaciones diversas y sigue dando pie a juicios radicalmente opuestos. «Condenado como materialista y sensista, como alma superficial y perversa de la ilustración, reivindicado como espiritualista oculto -es decir, como un traidor al espíritu de la ilustración- o considerado como padre de los epígonos de la ilustración, el destino historiográfico de Condillac en cualquier caso parece un destino difícil» (C.A. Viano). La obra de Condillac también se utilizó en los seminarios, porque a pesar de su sensismo el philosophe, que era abate, profirió una plena adhesión a las verdades de la religión. ¿Fue algo ilusorio el tratar de conciliar Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 84 el sensismo con la fe católica? Hay quien contesta que se trató «de una singular incongruencia teórica» acompañada por una «semejante oportunidad práctica» (F. Amerio). Dejando de lado el hecho de que, según Condillac, «a menudo un filósofo declara estar del lado de la verdad sin conocer cuál es ésta» debemos repetir una vez más que en nuestra opinión el sensismo de Condillac no ponía en peligro el espiritualismo: dentro de la estatua de mármol hay un alma, un alma cuya inmortalidad puede demostrarse y que puede demostrar la existencia de Dios. 5. EL MATERIALISMO HELVETIUS, D'HOLBACH ILUSTRADO: LA METTRIE, 5.1. «El hombre máquina» de La Mettrie Condillac no se desliza en absoluto desde el sensismo hasta el materialismo; y tampoco pensadores como Voltaire, d'Alembert o incluso Maupertuis -con la cautela que les impone el ideal de una razón que describe y se ciñe a los hechos, sin perderse en incontrolables teorías metafísicas- defienden para nada el materialismo, en el sentido de que no admiten la noción según la cual la actividad mental (o el alma, o el espíritu) depende de la materia de una manera causal. Sin embargo, si en Diderot el materialismo no es más que un programa de investigación, con La Mettrie, Helvetius y d'Holbach se presenta como una teoría que pretende ser verdadera, en la medida en que se halla fuertemente corroborada por los resultados de la ciencia y en particular por los de la medicina. De este modo, pierde su autonomía la res cogitans de Descartes y queda reducida a la res extensa, con la consecuencia de que el mecanicismo de Descartes se transforma en materialismo metafísico. Julien Offroy de La Mettrie (o Lamettrie) nació en Saint-Malo en 1709. Estudió en Caen y luego en París, licenciándose en medicina. A continuación, se trasladó a Holanda, a Leiden, donde fue alumno en 1733-1734 del célebre médico Hermann Boerhaave (1668-1738), conocido ateo y partidario de Spinoza, y que sostenía que los procesos vitales pueden reducirse a términos químicos y expresarse mediante éstos. En 1745 La Mettrie publicó su Historia natural del alma. Aquí, en su Discurso preliminar, La Mettrie afirma que «todo lo que no pertenezca al seno mismo de la naturaleza, todo lo que no sea fenómeno, causa, efecto, en una palabra, esencia de las cosas, no se refiere para nada a la filosofía y procede de una fuente ajena a ésta». Por consiguiente, «escribir como filósofo significará […] enseñar el materialismo». Se dice, prosigue La Mettrie, que el materialismo es un gran mal. Empero, se pregunta, «¿y si el materialismo está fundamentado, si es el resultado evidente de todas las observaciones de los más grandes filósofos y médicos, si dicho sistema no ha sido enunciado hasta después de haber estudiado atentamente la naturaleza, siguiéndola paso a paso en toda la extensión del reino animal, y después de haber estudiado profundamente al hombre, en todas sus edades y todos sus estados? [.oo]. Ante la verdad misma, ¿no querríamos hacer el esfuerzo -por así decirlo- de inclinamos a recogerla?» En cualquier caso, a pesar de estas premisas La Mettrie -de manera ilustrada- no lleva demasiado lejos en la obra mencionada las pretensiones de la razón: «Ni Aristóteles, ni Platón, ni Descartes, ni Malebranche podrán enseñarnos qué es el alma. En vano os atormentaréis por conocer su naturaleza; para vergüenza de vuestra vanidad y de vuestra impaciencia, tendréis que someteros a la ignorancia y a la fe. La naturaleza del alma, del hombre y de los animales, es y será siempre tan ignorada como la naturaleza de la materia y de los cuerpos. Más aún: el alma separada del cuerpo por la abstracción se asemeja a la materia cuando se la considera prescindiendo de toda forma; no se la puede concebir.» De estos supuestos se deducen, a juicio de La Mettrie, consecuencias éticas de naturaleza claramente antiestoica: «¡Cuán antiestoicos nos sentimos! Cuanto más rigoristas, tristes y duros sean los estoicos, más alegres, suaves y complacientes queremos ser nosotros. Todo almas, ellos hacen abstracción de los cuerpos; todo cuerpos, nosotros haremos abstracción del alma.» En 1746 La Mettrie fue expulsado de Francia y se refugió en Holanda. También allí, sin embargo, las cosas le rodaron mal: en 1748 publicó en Leiden su obra más famosa, El hombre máquina, la cual por orden de los jueces fue condenada a la hoguera. Expulsado de Holanda, halló asilo gracias a Federico II de Prusia, que le concedió una pensión y el ingreso en la Academia de ciencias de Berlín. Las siguientes obras pertenecen al período berlinés: El hombre planta (1748): El anti-Séneca o discurso sobre la felicidad (1750); Reflexiones filosóficas sobre el origen de los animales (1750); El arte de gozar (1751); Venus física o ensayo sobre el origen del alma humana (1751). La Mettrie murió en 1751. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Como ya se mencionó, su obra más famosa es El hombre máquina. La Mettrie escribe: «El hombre es una máquina tan compleja, que resulta imposible hacer en la primera vista una imagen clara de él, y por consiguiente, poderlo definir. Por eso, todas las investigaciones realizadas por los más grandes filósofos a priori -esto es, tratando de servirse, por así decirlo, de las alas del ingenio- han sido vanas. Sólo a posteriori, es decir, tratando de desembrollar y descubrir el alma a través de los órganos del cuerpo, se hace posible, no digo descubrir hasta la evidencia la naturaleza misma del hombre, sino lograr el mayor grado de probabilidad que sea alcanzable al respecto.» De esto enseguida se deduce que hay que armarse «con el bastón de la experiencia» y abandonar «las vacuas habladurías de los filósofos». Ser ciego prosigue La Mettrie- y creer que no puede no apoyarse en dicho bastón constituye el colmo de la obcecación. Se pueden admirar «las investigaciones perfectamente inútiles de tantos grandes gemas Descartes, Malebranche, Leibniz, Wolff, etc.», pero La Mettrie se pregunta: «¿Qué fruto se obtiene, decidme, de sus profundas meditaciones y de todas sus obras en conjunto?» En cambio, hemos de partir desde los hechos empíricos. Si nos colocamos en este terreno, de inmediato veremos que «en las enfermedades, el alma a veces queda como eclipsada y ya no se revela mediante ninguna señal; en otras ocasiones, se diría que está desdoblada, al verse dominada por un inmenso furor; en otros casos, desaparece su debilidad, y después de la convalecencia de un necio, surge un hombre de ingenio. Al revés, puede suceder que el genio más grande, al imbecilizarse, se transforme en irreconocible». Más aún: «El alma y el cuerpo se adormecen al mismo tiempo [...]. El cuerpo es una máquina que recarga por sí solo los mecanismos que la mueven [...]. Los alimentos reconstruyen lo que la fiebre consume [...]. ¡Cuánta potencia hay en una buena comida! [...]. Pensamos y hasta actuamos moralmente, en la medida en que somos alegres y valerosos; todo depende del modo en que se halle dispuesta nuestra máquina [...]. Los ojos son suficientes para constatar la influencia inevitable de los años sobre la razón. El alma refleja los progresos del cuerpo tanto como los de la educación [...]. Es tan grande [...] la influencia del clima, que un hombre que pase de uno a otro acusa la diferencia, aunque no quiera. Es como una planta ambulante, que se trasplanta por sí misma.» El hombre no es más que una máquina: «Los diversos estados del alma son [...] siempre correlativos a los del cuerpo [...]. Sin embargo, puesto que todas 85 las facultades del alma dependen tanto de la peculiar organización del cerebro y de todo el cuerpo, al identificarse evidentemente con tal organización, se trata de una máquina muy inteligente». En realidad, sentencia La Mettrie, «el alma es [...] una palabra vacía a la que no corresponde ninguna idea, y de la cual un hombre razonable sólo debería servirse para designar la parte pensante que hay en nosotros. Una vez aceptado el más mínimo principio de movimiento, los cuerpos animados poseen todo lo que les hace falta para moverse, sentir, pensar, arrepentirse y, en una palabra, comportarse, tanto en la vida física como en la moral, que depende de aquélla». La Mettrie concluye, por lo tanto, que «el hombre es una máquina y que en todo el universo sólo existe una sustancia, con diversas modificaciones». La Mettrie no considera que dicha hipótesis haya sido «formulada a fuerza de elucubraciones y suposiciones»; «no es en absoluto el resultado de prejuicios y ni siquiera obra exclusiva de mi razón; habría despreciado una guía que considero muy poco segura, si mis sentidos -llevando la antorcha, por así decido- no me hubiesen inducido a seguida, iluminándola. La experiencia me habló por medio de la razón; así, las he tenido en cuenta a ambas». En contra de esta construcción teórica, en contra de «un roble tan robusto y sólido», ¿qué podrán hacer «las débiles cañas de la teología, de la metafísica y de las escuelas»? Sin duda, la organización y la instrucción son los méritos fundamentales del hombre, pero «a pesar de todas las prerrogativas del hombre, superiores a las de los animales, colocado en la misma clase que éstos significa hacerle honor». La Mettrie afirma lo siguiente: «No es que yo ponga en duda la existencia de un ser supremo; al contrario, creo que a su favor existe un alto grado de probabilidad.» La existencia de Dios, de todos modos, «no demuestra la necesidad de un culto determinado más bien que de otro, se trata de una verdad teórica que no es de mucha utilidad en la práctica». Tampoco vale la pena atormentamos por cuestiones de naturaleza teológica: Un amigo mío, tan pirroniano como yo y hombre de muchos méritos [...] decía: es cierto que el alma de un filósofo no debe verse turbada por los pros y los contras, ya que aquél se da cuenta de que ninguno de los dos casos ha sido demostrado con la claridad suficiente como para obligar al asentimiento; sin embargo, el universo nunca será feliz hasta que no se convierta en ateo [...]. Si el ateísmo se hubiese difundido de forma generalizada, todas las Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit confesiones religiosas se habrían destruido y habrían sido cortadas de raíz. No habría ya guerras teológicas ni combatientes por la religión, combatientes terribles. La naturaleza, liberada de ese veneno tremendo, recobraría sus derechos y su pureza [...]. Todo el que en su corazón erija altares a la superstición, es conocido por adorar a ídolos y no por venerar la virtud. 5.2. Helvetius: la sensación es el principio de la inteligencia y el interés es el principio de la moral Si el sensista Condillac es decididamente espiritualista, el sensista Claude-Adrien Helvetius (1715-1771) es claramente materialista. Nacido en París, en el seno de una familia originaria del Palatinado, Helvetius estudió en los jesuitas y -antes incluso de haber ingresado a la universidad- había leído el Ensayo de Locke, que influyó notablemente sobre él. Al finalizar sus estudios de derecho, trabajó como concesionario general de las finanzas estatales. En 1737 se publicó su primer libro, titulado Epístola sobre el amor al estudio, que más tarde, junto con otros ensayos, pasó a integrar La felicidad, obra editada con carácter póstumo en Londres, en 1772. Ese mismo año apareció también Sobre el hombre, sus facultades intelectuales y su educación, donde se defiende aquello que podría llamarse la omnipotencia de la instrucción. En cualquier caso, la obra más famosa de Helvetius fue Del espíritu que, publicada en 1758, provocó aquella oleada de protestas que logró interrumpir el trabajo de la Enciclopedia. ¿Cuáles son las tesis que Helvetius propuso y defendió en Del espíritu? Ante todo, Helvetius trata de descubrir qué es la inteligencia y afirma que, a tal efecto, «es preciso conocer cuáles son las causas productoras de nuestras ideas». El es de la opinión de que «la sensibilidad física y la memoria, o -para hablar con más exactitud- la sensibilidad por sí sola es la que produce todas nuestras ideas. En efecto, la memoria no es más que uno de los órganos de la sensibilidad física; el principio que siente en nosotros tiene que ser, necesariamente, también el principio de la memoria, porque recordar [...] no es en sentido estricto otra cosa que un sentir» . La sensación, por lo tanto, es el cimiento de toda la vid mental, por otro lado, el interés es el principio de la vida moral y social. Helvetius escribe: «Sostengo que la inteligencia es el conjunto más o menos numeroso no sólo de ideas nuevas, sino 86 también de ideas interesantes para el público; y que la reputación de un hombre inteligente depende no tanto de la cantidad y de la finura de sus Ideas, sino de su acertada elección.» Si una idea no es útil, ni agradable, ni instructiva para la gente, entonces no tiene ningún interés tomarla en consideración: por lo tanto, «el interés preside todos nuestros juicios». Por lo demás, «¿sobre qué otra balanza [...] podría pesar el valor de nuestras ideas?» Las ideas son infinitas y el criterio de selección con respecto a su valor es según Helvetius- un criterio pragmático: «Sería muy notable descubrir que el interés general estableció el valor de las distintas acciones de los hombres; que les dio el calificativo de virtuosas, de viciosas o de permitidas, según fuesen útiles, nocivas o indiferentes para la gente, y que este mismo interés fue el único dispensador del aprecio o del desprecio otorgado a nuestras ideas». Basándose en estas premisas, Helvetius reagrupa las ideas, al igual que las acciones, en tres géneros distintos: a) ideas útiles: «entiendo con tal noción todas las ideas capaces de instruimos o divertimos»; b) ideas nocivas: «aquellas que producen en nosotros una impresión contraria»; c) ideas indiferentes: «todas las que, siendo poco agradables en sí mismas o poco frecuentes, ya no producen casi ninguna impresión en nosotros.» «En todos los tiempos y todos los lugares, tanto en el terreno ético como en el especulativo, el interés personal es el que determina el juicio de cada uno y el interés general es el que determina el de las naciones; [...] siempre, tanto en los individuos como en la gente en general, existe el amor o el reconocimiento que alaba y el odio o la venganza que menosprecia.» El universo físico, en consecuencia, está sometido a las leyes del movimiento y. el moral, a las leyes del interés o del amor propio: «sobre la tierra, el interés es un poderoso encantador que cambia a los ojos de todas las criaturas la forma de todos los objetos.» El hombre individual llama buenas a las acciones de los demás que le son útiles; y para la sociedad son virtuosas aquellas acciones que le resultan útiles. Las naciones más prósperas y fuertes son aquellas en que los sabios legisladores han logrado combinar el interés del individuo con lo útil para la sociedad: «Las sociedades deben la mayor parte de las ventajas de que disfrutan al conocimiento del principio del amor de sí mismo: tal conocimiento, aunque sea todavía imperfecto, hizo comprender a los pueblos la necesidad de armar con poder la mano de los Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit jueces; hizo comprender al legislador, aunque sea de forma confusa, la necesidad de fundamentar sobre el interés personal los principios de la probidad. En efecto, ¿sobre qué otra base se podrían fundar? Unir el interés privado con la virtud pública: en esto reside la sabiduría. Así sucedía en Esparta, donde la virtud militar se veía premiada con el amor de las mujeres más bellas. No se trata de destruir o de extirpar, como pretenden los moralistas hipócritas, las pasiones del hombre. Lo que hay que hacer es convertir la pasión del individuo en algo conforme con el interés más amplio de la sociedad. En realidad, «destruid en un hombre la pasión que lo anima, y en ese mismo instante le habréis privado de todas sus luces; desde esta perspectiva, la cabellera de Sansón era el símbolo de las pasiones; si se la cortan, Sansón se convierte en un hombre corriente [...]. Si pudiese darse una ausencia total de pasiones, esto produciría en nosotros un completo embrutecimiento [...]. Las pasiones son el fuego celestial que vivifica el mundo moral; las ciencias y las artes les deben a ellas sus descubrimientos, y el alma, su elevación. Si bien es cierto que la humanidad también les debe sus vicios y la mayoría de sus desventuras, éstas no conceden para nada a los moralistas el derecho a condenar las pasiones y a consideradas como una pura locura. La sublime virtud y la sabiduría ilustrada son dos resultados muy hermosos de tal locura, y capaces por tanto de convertida en algo respetable ante los ojos de ellos». 5.3. D'Holbach: «el hombre es obra de la naturaleza» Paul Heinrich Dietrich, barón de Holbach, nació en Heidesheim, en el Palatinado, en 1725. Heredero de enormes riquezas, muy pronto se estableció en París, donde llevó a cabo sus estudios y pasó toda su vida. Muy instruido en ciencias naturales y tecnología, colaboró en la Enciclopedia con voces pertenecientes a la física, la química, la metalurgia y la mineralogía. Amigo de los philosophes, d'Holbach les invitaba a comer en su casa dos veces por semana, los jueves y los domingos. Diderot ocupaba el centro de estas reuniones, sin ninguna duda. También Rousseau, hasta 1753, participó en tales encuentros, a los que asistían Lagrange (preceptor en casa de d'Holbach), Morellet, La Condamine, Helvetius, F.M. Grimm, Raynal, el abate Galiani y otros. Además, todos los extranjeros ilustres que pasaban por 87 París eran invitados al palacio de d'Holbach. Éste murió en 1789. Sus escritos más notables son: El sistema de la naturaleza (1770); La política natural (1773); El sistema social (1773); La moral universal (1776). Son escritos típicamente antirreligiosos: Sobre la crueldad religiosa (1766); La impostura sacerdotal (1767); Los sacerdotes desenmascarados o las iniquidades del clero cristiano (1768); Examen crítico de la vida y de las obras de san Pablo (1770); Historia crítica de Jesucristo (1770); El buen sentido, o ideas naturales opuestas a las ideas sobrenaturales (1772). (Al parecer, no son auténticas todas sus obras menores.) «El Systeme de la nature, que ha sido llamado el código o la Biblia del materialismo ateo, es una síntesis de todos los argumentos antiguos y modernos en favor de una explicación materialista y atea de la realidad (de un modo particular, se hace sentir en él la eficacia de La Mettrie); no posee, pues, ninguna originalidad filosófica; sin embargo, tiene una gran importancia histórica como poderoso explosivo en contra del oscurantismo y a favor de la ilustración, y en contra del orden constituido y a favor de la revolución. También podría calificarse de himno filosófico a la naturaleza, entendido únicamente en su sentido físico» (C. Capan e Braga). Veamos cuáles son las ideas fundamentales que d'Holbach pone de manifiesto en su Sistema de la naturaleza. Allí se lee: El hombre es obra de la naturaleza, existe en la naturaleza, está sometido a sus leyes y no puede liberarse de ellas, y ni siquiera con el pensamiento puede abandonadas; su inteligencia intenta vanamente superar los límites del mundo visible, siempre se ve obligada a volver a éste. Para un ser formado por la naturaleza y circunscrito por ella, no existe nada que esté más allá del gran todo del cual forma parte, y cuya influencia padece; los seres que se suponen como existentes por encima de la naturaleza, o en cualquier caso diferentes de ella, siempre serán quimeras, de las cuales nunca podremos tener conocimientos exactos, así como de los espacios que ocupan y de su modo de actuar. No hay y no puede haber nada que esté por fuera de los límites que encierran a todos los seres. La distinción entre hombre físico y hombre espiritual provoca confusión. Ello se debe a que «el hombre es un ser puramente físico; el ser espiritual no es más que este mismo ser físico Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit considerado desde un punto de vista particular, en relación con uno de sus modos de actuar, debidos a su particular organización. Empero, ¿acaso esta organización misma no es también obra de la naturaleza? ¿Acaso los movimientos o la capacidad de actuar de ésta no son también físicos? Sus acciones visibles, al igual que los movimientos invisibles que se producen en su interior, provenientes de la voluntad o del pensamiento, son igualmente efectos naturales, necesarias consecuencias de su mecanismo específico y de los impulsos que recibe de los seres que le rodean». En resumen, «el hombre físico es el hombre que actúa bajo el impulso de causas cognoscibles mediante los sentidos; el hombre espiritual es el hombre que actúa por causas físicas que nuestros prejuicios nos impiden conocer». Por lo tanto, el hombre, «para todas sus exigencias», siempre debe recurrir «a la física y a la experiencia». Esto también vale para la religión, la moral y la política. El hombre debe y puede entender estas cosas a través de la experiencia. En efecto, dice d'Holbach, el hombre «a causa de su ignorancia acerca de la naturaleza se creó dioses, que se convirtieron en los únicos objetos de sus esperanzas y sus temores. Los hombres no se dieron cuenta para nada de que la naturaleza, carente tanto de bondad como de maldad, se limita a obedecer a leyes necesarias e inmutables». Los conceptos teológicos «no tienen ninguna realidad, no son más que palabras vacías de sentido, fantasmas creados por la ignorancia y modificados por una imaginación enfermiza». No obstante, las cosas no se quedan aquí, puesto que las nociones teológicas, además de ilusorias, son y han sido ideas perjudiciales para la humanidad: «La teología y sus concepciones, muy lejos de ser útiles al género humano, son la auténtica fuente de los males que afligen la tierra, de los errores que la ciegan, de los prejuicios que la paralizan, y de la ignorancia y de los vicios que la atormentan, de los gobiernos que la oprimen [...]. Las ideas sobrenaturales y divinas que se nos enseñan desde la infancia son las verdaderas causas de nuestra frecuente incapacidad para razonar, de las disputas religiosas, las guerras de religión y las persecuciones más inhumanas. Reconozcamos, por último, que estas funestas Ideas han oscurecido la moral, corrompido la política, retrasado los progresos de las ciencias, destruido la felicidad y la paz en el corazón mismo del hombre.» Si el hombre quiere abandonar la jaula en que le han encerrado estas ideas ilusorias y cargadas de dolor, tiene que dejar de dirigir sus ojos al cielo y no implorar nada a los dioses: las desgracias por las que eleva sus ojos bañados de lágrimas hacia el cielo «se deben a los vanos fantasmas que su imaginación colocó allí». Por todo ello, 88 d'Holbach da al hombre los consejos siguientes: «Busque en la naturaleza y en sus propias fuerzas aquellos recursos que Jamás podrán procurarle las sordas divinidades. Escuche los deseos de su corazón, sabrá qué es lo que debe a sí mismo y a los demás; examine la naturaleza y el objetivo de la sociedad, y ya nunca será esclavo; consulte la experiencia, hallará la verdad y reconocerá que el error nunca podrá hacerle feliz.» El hombre, pues, se halla por completo en el interior de la naturaleza; y «en la naturaleza sólo pueden existir causas y efectos naturales». Por consiguiente, carece de sentido hablar de un alma separada del cuerpo. Tampoco tiene sentido hablar de la libertad del hombre: «Las acciones de los hombres nunca son libres; siempre son consecuencias necesarias de su temperamento, de sus ideas adquiridas, de las nociones verdaderas o falsas que poseen acerca de la felicidad, en suma, de sus opiniones reforzadas por el ejemplo, la educación y la experiencia de cada día [...]. El hombre, pues, no es libre en todos los instantes de su vida, se ve necesariamente guiado a cada paso por los beneficios reales o ficticios que atribuye a los objetos que excitan sus pasiones.» A este propósito, d'Holbach se pregunta: «¿Acaso soy yo dueño de no desear un objeto que me parece deseable? [...]. ¿Acaso soy capaz de impedir que se hallen en un objeto las cualidades que lo convierten en deseable para mí?» Todo hombre, por naturaleza, tiende hacia la felicidad y «todas las sociedades se proponen el mismo objetivo; en efecto, el hombre para ser feliz vive en sociedad». La sociedad es «un conjunto de individuos, reunidos por sus necesidades, con la meta de colaborar en la conservación y en la felicidad comunes». Esta es la razón por la cual cada ciudadano, en vista de su propia felicidad, «se obliga a someterse y a depender de aquellos que ha convertido en depositarios de sus derechos e intérpretes de sus voluntades». En este sentido las leyes naturales, que ninguna sociedad puede abrogar o dejar en suspenso, son justamente aquellas «que están fundamentadas sobre la naturaleza de un ser que siente, busca el bien y huye del mal, piensa, razona y desea incesantemente la felicidad». Las leyes civiles, por lo tanto, no son más que «las leyes naturales aplicadas a las necesidades, las circunstancias y las opiniones de una sociedad específica o de una nación. Dichas leyes no pueden contradecir las de la naturaleza, porque en todos los países el hombre es siempre el mismo y posee Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit los mismos deseos: sólo pueden cambiar los medios para satisfacerlos». El hombre debe comprender lo siguiente: se halla íntegramente dentro de la naturaleza y, comprendiendo sus leyes y actuando bajo condiciones específicas, puede ser él mismo y satisfacer sus exigencias más auténticas. Y «si el error y la ignorancia sirvieron para forjar las cadenas de los pueblos, si los prejuicios las consolidaron, la ciencia, la razón y la verdad podrán romperlas un día. El espíritu humano -que durante una larga serie de siglos había estado oprimido por la superstición y la credulidadfinalmente se ha despertado. Incluso las naciones más frívolas comienzan a pensar; su atención se fija en los objetos útiles, las calamidades públicas obligan finalmente a los hombres a meditar, a renunciar a los que podríamos llamar juguetes de su niñez. Incluso los príncipes, cansados de sus delirios, buscan a veces en la razón un remedio contra los males que ellos mismos se procuraron». 6. VOLTAIRE y LA GRAN BATALLA POR LA TOLERANCIA 6.1. El significado de la obra y de la vid de Voltaire «Voltaire fue el último de los grandes poetas dramáticos que adecuó a la medida griega su alma multiforme: nacida, para las mayores tempestades trágicas. Podía lograr lo que ningún alemán había conseguido todavía, porque la naturaleza del francés es mucho más afín a la griega que la naturaleza del alemán; fue el último gran escritor que, al manejar el lenguaje de la prosa, tuvo el oído de un griego, la conciencia artística de un griego, la sencillez y la gracia de un griego.» Este juicio sobre Voltaire pertenece a Friederich Nietzsche. Por su parte, Wolfgang Goethe afirmó: «Voltaire fue quien suscitó personalidades como Diderot, d'Alembert, Beaumarchais y otros más, ya que para poder ser simplemente algo ante él, era preciso ser mucho.» En realidad, con su prosa sarcástica, cortante y elegante, con su pasión por la justicia y su ilimitado amor por la tolerancia, con sus risas y sus furias, Voltaire es el signo más representativo de la cultura ilustrada. François-Marie Arouet (conocido por el pseudónimo de Voltaire) nació en París, el último de los cinco hijos de un rico 89 notario, en 1694. Después de haber sido educado en su propio hogar por el abate de Chateneuf, padrino suyo, ingresó en 1704 como alumno del colegio Louis-le-Grand, regido por los jesuitas. Allí da pruebas de una vivaz precocidad; después de recibir una herencia, abandona el colegio, frecuenta el círculo de los jóvenes librepensadores y comienza sus estudios de derecho. En 1713 acompaña a Holanda, en calidad de secretario, al marqués de Chateneuf (hermano de su padrino), embajador de Francia. Una aventura amorosa con una joven protestante hace que la familia, alarmada, llame a Voltaire de regreso a París. Pone en circulación dos irreverentes composiciones en contra del regente, y se ve obligado a un breve exilio en Sully-sur-Loire. A su retorno a París, es arrestado y permanece encarcelado en la Bastilla durante más de once meses (desde mayo de 1717 hasta abril de 171 ). En noviembre de 1718 se pone en escena su tragedia Oedipe, que obtiene un éxito enorme. Su poema épico La ligue fue escrito en 1723, en honor de Enrique IV. Este poema se vuelve a publicar en 1728 con el título de Henriade. Un gentilhombre, el caballero de Rohan, ofendido por el sarcasmo de Voltaire, le hace apalear brutalmente por sus siervos. Este acontecimiento tiene lugar en 1726. Voltaire reta a duelo al caballero de Rohn. Éste, por toda respuesta, logra que se le vuelva a encerrar en la Bastilla. Al salir de la prisión, parte exiliado hacia Inglaterra, donde reside durante tres años y donde publica la Henriade. En Inglaterra lord Bohngbroke le introduce en los círculos de la alta cultura inglesa. Entra en contacto con Berkeley, Swift, Pope y otros sabios ingleses. Estudia las instituciones políticas inglesas; profundiza en el pensamiento de Locke y en el de Newton. «La lectura de Locke le proporciona una filosofía, la de Swift, un modelo, y la de Newton, una doctrina científica. La Bastilla le había inspirado el deseo de una sociedad renovada; Inglaterra le había mostrado lo que podía ser tal sociedad» (A. Maurois). El gran resultado de su estadía en Inglaterra son las Cartas inglesas, que en 1733 se publicaron en inglés por primera vez y luego en francés en 1734 (se imprimieron en Holanda y se hicieron circular por Francia de manera clandestina). En estas Cartas Voltaire contrapone las libertades inglesas al absolutismo político francés, expone los principios de la filosofía empirista de Bacon, Locke y Newton, y contrapone la ciencia de Newton a la de Descartes. Sin duda, Voltaire no niega los méritos matemáticos de Descartes, pero sostiene que éste «hizo una filosofía de la misma forma que se hace una buena novela: todo parecía verosímil pero nada era verdadero». Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Descartes, escribe Voltaire, «se engañó: siguió, empero, un método riguroso y consecuente, destruyó las quimeras absurdas que confundían a la juventud desde hacía dos mil años; enseñó a los hombres de su tiempo a razonar; más aún, a servirse en contra de él mismo de las armas que él les había prestado. Aunque en definitiva no pagó con buena moneda, ya hizo de hecho bastante con poner en guardia en contra de la moneda falsa». Newton sí había pagado con moneda correcta. La filosofía de Descartes es un esbozo, la de Newton, «una obra maestra». «Los hallazgos del caballero Newton, que le valieron una fama tan universal, conciernen el sistema del mundo, la luz, el infinito en geometría, y por último la cronología a la que se dedicó como a una diversión relajante [...]. La senda que abrió, después de él se convirtió en infinita.» Por su parte, Bacon es «el padre de la filosofía experimental». El lord canciller «aún no había conocido la naturaleza; pero intuyó y mostró el camino que conducía a ella. Comenzó muy pronto a despreciar lo que las universidades llamaban filosofía; e hizo todo lo posible para que estas instituciones, creadas para el perfeccionamiento de la razón humana, no siguiesen confundiéndola con sus quiddidades, su horror al vacío, sus formas substanciales y todas las demás palabras vacuas, que la ignorancia convertía en respetables o casi sagradas, en virtud de una ridícula mezcla con la religión». «Quizás nunca haya existido un espíritu más profundo y metódico, un lógico más exacto que Locke [...]. Locke, después de haber destruido la noción de idea innata [...] estableció que todas nuestras ideas nos llegan de los sentidos, estudió las ideas simples y las complejas, siguió al espíritu del hombre en todas sus operaciones, mostró lo imperfectos que eran los lenguajes que hablan los hombres, y cómo abusan éstos continuamente de los términos que emplean». Voltaire regresa a Francia, desde Inglaterra, en 1729. El 15 de marzo de 1730 muere la actriz Adrienne Lecouvreur, a cuyo ataúd -por ser ella actriz- se le niega sepultura en sagrado. Voltaire escribe La mort de Mlle. Lecouvreur, donde pone de manifiesto la gran diferencia existente entre esta odiosa inhumación con la sepultura que los ingleses, en cambio, dieron en Westminster a la actriz Anne Oldfield. La tragedia Brutus es de 1730; La Historie de Charles XII es de 1731; al año siguiente Voltaire conoce un éxito apoteósico con la tragedia Zaïre. En 1734 se publican, como se dijo antes, las Cartas inglesas. El parlamento le condena y el libro es quemado en el tribunal de la curia parlamentaria. Voltaire huye de París y se refugia en el castillo de Cirey, en casa de su amiga y 90 admiradora, la marquesa de Châttelet. Así dio comienzo una unión que estaba destinada a durar una quincena de años. En Cirey se constituye un grupo intelectual en el que participan Maupertuis, Algarotti y Bernouilli, entre otros. Para Voltaire, el período de Cirey es una época feliz y fecunda. Escribe La mort de César (1735), Alzire (1736), los Eléments de la philosophie de Newton (1737), la Metaphysique de Newton. (1740); y otras dos tragedias: Mahomet (1741) y Merope (1745). ReconcIlIado con la corte, gracias al favor de Mme. Pompadour, el rey nombró a Voltaire historiógrafo de Francia, y el 15 de abrIl de 1746 fue elegido miembro de la Academia. Las narraciones filosóficas Babuc, Memnon y Zadig se publican respectivamente en 1746, 1747 y 1748. Mientras tanto, sin embargo, «otra pequeña corte, la de Lunéville, donde el ex rey de Polonia, Estanislao Leczinski, reinaba sobre una amante y un confesor, contempló la gran tragedia de la vida de Voltaire. Mme. de Chatelet se dejó seducir allí por el joven Saint-Lambert, que era hermoso y sensible. VoltaIre la sorprendió y se enfureció con ella, pero luego -como buen filósofo- la perdonó. Sin embargo, la dama tuvo un hijo y murió de parto: el dolor de Voltaire fue sincero» (A. Maurois). Mme. de Chátelet murió en 1749. Voltaire partió hacia Berlín, donde Federico de Prusia le había ofrecido un puesto de chambelán. Recibido con grandes honores, tres años después Voltaire termina con una detención su período prusiano. A dicho período se remonta la primera edición de Le siecle de Louis XIV (1751). En 1755 adquiere la finca «Les Délices», cerca de Ginebra. Aquí le llega la noticia del terrible terremoto de Lisboa y en 1756 publica el Poeme du désastre de Lisbonne. Al mismo tiempo, colabora en la Encyclopédie. Aparece en siete volúmenes su Essai sur l'histoire générale et sur les moeurs et l'esprit des nations, obra conocida como Essai sur les moeurs. Mientras que Bossuet -en su Discurso sobre la historia universal- había intentado demostrar que la historia es la realización del plan de la Providencia, Voltaire excluye de la historia el mito y la superstición religiosa, y hace historia de los hombres, de sus instituciones y de sus culturas. Los acontecimientos humanos no dependen para nada de la Providencia, sino del entrelazarse de los acontecimientos, de las acciones de los hombres. Los hombres ilustrados e inteligentes quizás puedan cambiar para mejor el destino de la humanidad. Voltaire, en su historia universal, incluye la historia de los pueblos de la India, el Japón y la China. Se propone eliminar lo sobrenatural de los acontecimientos humanos y sostiene que la Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit historia judeocristiana posee un papel modesto dentro de la historia universal de la humanidad. Sin embargo, quizá lo más importante de todo sea que Voltaire reemplaza la historia de los reyes, de las dinastías y de las batallas, por una historia de las civilizaciones, una historia de las costumbres, una historia de las instituciones de las mentalidades y de las tradiciones culturales. El Poema sobre el desastre de Lisboa anticipa el tema que Voltaire vuelve a exponer en Candide, ou l'optimisme, que aparece en 1759. En 1762 fue ejecutado injustamente el comerciante protestante Jean Calas, acusado junto con su familia de haber asesinado a un hijo que quería convertirse al catolicismo. Voltaire escribe el Traité sur la tolérance en el que denuncia la manera implacable y con una nobilísima pasión humana los errores Judiciales, el fanatismo, el dogmatismo y la intolerancia religiosa. Mientras tanto, en 1758 había adquirido Ferney, donde se establece definitivamente en 1760. El Dictionnaire philosophique se remonta a 1764; la Philosophie de l'histoire, de 1765, se publica en Holanda; en 1766 aparecen Le philosophe ignorant y el Commentaire sur le livre des délits et des peines de Beccaria (cuyo ensayo había aparecido dos años antes, en 1764). En 1766 el caballero de la Barre fue acusado de impiedad y condenado a muerte; sobre su cuerpo se quemó un ejemplar del Dictionnaire philosophique. A propósito de dicho suplicio, Voltaire escribe lo siguiente: «Cuando el caballero de la Barre, sobrino de un teniente general del ejército, joven de gran inteligencia y que daba fundadas esperanzas, pero dominado por el aturdimiento de una juventud rebelde, fue convicto de haber cantado canciones impías e incluso de haber pasado ante una procesión de capuchinos sin quitarse el sombrero, los jueces de Abbeville -gente comparable con los senadores romanos- ordenaron no sólo que se le desgarrase la lengua, se le cortase la mano y se le quemase el cuerpo a fuego lento, sino que también le aplicaron tortura para saber con precisión cuántas canciones de aquéllas había cantado y cuántas procesiones había visto pasar conservando el sombrero en la cabeza. Y esta hermosa historia no acaeció en los siglos XIII o XIV, sino a mediados del siglo XVIII.» Aunque ya de edad avanzada, la actividad de Voltaire no tiene pausa: en 1767 aparecen las Questions de Zapola, el Examen important de milord Bolingbroke, la Défense de mon ancle y L'ingénu. A 1770-1772 pertenecen los volúmenes de las Questions sur l' Encyclopédie. La Bible en fin expliquée aparece en 91 1776. El 10 de febrero de 1778, después de 28 años de ausencia, Voltaire vuelve a París para la representación de frene, su última comedia. Durante su viaje le aclaman inmensas multitudes al grito de «¡viva Voltaire!» «¡viva el defensor de Calas!» Voltaire murió, unas semanas más tarde, el 30 de mayo de 1778. «Porque sufrió la intolerancia, las órdenes y la insolencia de los poderosos, y también porque posee corazón e imaginación, será un tenaz adversario de todo fanatismo y de todo despotismo. Porque es un burgués y un excelente hombre de negocios, admirará la constitución que en Inglaterra se había dado una "nación de tenderos". Porque su ingenio, su habilidad y su talento le permitieron ganarse una gran fortuna, este reformador nunca será un revolucionario. Finalmente, porque es al mismo tiempo extraordinariamente inteligente, siente curiosidad por todas las ciencias -desde la teología hasta la política, desde la astronomía hasta la historia- y es capaz de exponer con evidente claridad las cuestiones más oscuras, ejercerá sobre los hombres de su tiempo y también sobre los de los siglos venideros, un influjo mayor que el de cualquier otro escritor» (A. Maurois). 6.2. La defensa del deísmo contra el ateísmo y el teísmo Existen Diccionarios en los que el término volterianismo se define como «la actitud de incredulidad burlona con respecto a las religiones». Empero, para Voltaire, ¿existe o no Dios? En opinión de Voltaire no hay la menor duda sobre el hecho de que Dios existe. Para él, como para Newton, Dios es el gran ingeniero o maquinista que ideó, creó y reguló el sistema del mundo. El reloj es una prueba inapelable de que existe el relojero. Y Dios, a juicio de Voltaire, existe porque existe un orden en el mundo. La existencia de Dios, en suma, se ve atestiguada por las «sencillas y sublimes leyes en virtud de las cuales los mundos celestiales se desplazan en el abismo de los espacios». En el Tratado de metafísica, Voltaire escribe que «después de habernos arrastrado así de duda en duda, de conclusión en conclusión [...] podemos considerar esta proposición: Dios existe, como la cosa más verosímil que los hombres puedan pensar [...] y la proposición contraria como una de las más absurdas». El orden del universo no puede proceder del Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit azar, «antes que nada porque en el universo hay seres inteligentes, y vos no podríais probar que el solo movimiento produzca la inteligencia, y por último, porque -según vuestra confesión misma- puede apostarse uno contra el infinito que una causa inteligente es la que anima el universo. Cuando se está por completo solo ante el infinito, nos sentimos muy pobres. Cuando vemos una máquina hermosa, decimos que existe un maquinista y que tal maquinista debe tener una inteligencia excepcional. Ahora bien, sin duda el mundo es una máquina admirable: por lo tanto, existe una inteligencia admirable, dondequiera que esté. Un argumento de esta clase, concluye Voltaire, es viejo, pero no por eso carece de valor». Dios existe. Pero también existe el mal. ¿Cómo conciliar la generalizada presencia del mal con la existencia de Dios? La respuesta de Voltaire es que Dios creó el orden del universo físico, pero la historia es asunto de los hombres. Tal es el núcleo doctrinal del deísmo. El deísta es alguien que sabe que Dios existe; pero, escribe Voltaire en el Diccionario filosófico, «el deísta ignora de qué forma Dios castiga, favorece y perdona; porque no es tan temerario como para caer en la ilusión de conocer cómo actúa Dios». El deísta, además, «se abstiene [...] de adherirse a una secta en particular, todas ellas íntimamente contradictorias. Su religión es la más antigua y la más difundida; porque la simple adoración a un Dios ha precedido a todos los sistemas de este mundo. Habla una lengua que pueden entender todos los pueblos, aunque en lo demás no se entiendan para nada entre sí. Sus hermanos están dispersos por el mundo, desde Pekín hasta Cayena, todos los sabios son hermanos suyos. Considera que la religión no consiste en las doctrinas de una metafísica ininteligible, ni en vanas construcciones, sino en la adoración y en la justicia. Hacer el bien, ése es su culto; estar sometido a Dios, tal es su doctrina [...]. Socorre al indigente y defiende al oprimido». Voltaire, por lo tanto, es un deísta. En nombre del deísmo, rechaza el ateísmo: «Algunos geómetras no filósofos han rechazado las causas finales; pero los verdaderos filósofos las admiten y, utilizando la frase de un conocido escritor, mientras el catequista anuncia a Dios a los niños, Newton lo demuestra a los sabios.» Además, señala Voltaire, «el ateísmo es un monstruo muy peligroso en aquellos que gobiernan; también lo es en las personas dedicadas al estudio, aunque su vida sea inocente, porque mediante sus estudios puede llegar hasta aquellos que viven en las 92 plazas; y si no resulta tan funesto como el fatalismo, casi siempre resulta fatal para la virtud. Recordemos añadir, empero, que hoy se dan menos ateos que ninguna otra época: porque los filósofos han reconocido que no existe ningún ser vegetal sin una semilla, ninguna semilla sin un objetivo, etc., y que el trigo no nace de la putrefacción». Voltaire, pues, se muestra contrario al ateísmo. Y es contrario al ateísmo porque es deísta. Para el deísta, la existencia de Dios no es un artículo de fe, sino un resultado al que se llega mediante la razón. En el Diccionario filosófico, Voltaire afirma: «Para mí es evidente que existe un Ser necesario, eterno, supremo, inteligente; y esto no es una verdad de fe, sino de razón [...]. La fe consiste en creer no aquello que parece verdadero, sino lo que parece falso a nuestro intelecto [...y] existe la fe en cosas admirables, y la fe en cosas contradictorias e imposibles.» La existencia de Dios, por lo tanto, es un hecho de razón. En cambio, la fe sólo es superstición: «Casi todo lo que va más allá de la adoración a un Ser supremo y la sumisión del corazón a sus mandatos eternos, es superstición.» Por eso, las religiones positivas -con sus creencias, sus rituales y liturgias- son en su casi totalidad un cúmulo de supersticiones. «El supersticioso es a un bribón lo mismo que el esclavo es para el tirano. Más todavía: el supersticioso está gobernado por el fanático y se convierte en tal. La superstición, nacida en el paganismo, adoptada por el judaísmo, inficionó la Iglesia cristiana desde los primeros tiempos [...]. Hoy en día la mitad de Europa está convencida de que la otra mitad ha sido supersticiosa durante siglos, y lo continúa siendo en la actualidad. Los protestantes consideran las reliquias, las indulgencias, las penitencias corporales, las oraciones por los muertos, el agua bendita y casi todos los rituales de la Iglesia romana como una demencia supersticiosa. Según ellos, la superstición consiste en asumir prácticas inútiles como si fuesen prácticas indispensables.» No hay que asombrarse de que una secta considere supersticiosa a otra secta, y a todas las demás religiones: «Los musulmanes, en efecto, acusan de superstición a todas las sociedades cristianas, y a su vez, son acusados de lo mismo. ¿Quién juzgará este gran pleito? ¿La razón, quizás? Todas las sectas, sin embargo, pretenden tener la razón de su parte. Para decidirlo habrá que apelar a la fuerza, esperando el momento en que la razón penetre en un número de cabezas lo suficientemente grande como para que logre desarmar a la fuerza.» Voltaire formula extensas enumeraciones de supersticiones, y concluye: «menos supersticiones, menos fanatismo; menos fanatismo, menos desventuras.» Es completamente inútil que Francia se jacte Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 93 de ser menos supersticiosa que otros países: «¿Cuántas sacristías existen en las que podéis encontrar todavía trozos del vestido de la Virgen María, coágulos de su leche o caspa de sus cabellos? ¿Y no existe aún, en la iglesia de Puy-en-Velay, la punta del prepucio de su hijo, religiosamente conservada? ...] Podría citaros otros veinte ejemplos...» Añade también: «Españoles, que ya no se oigan entre vosotros los nombres de la Inquisición y de la Santa Hermandad. ¡Turcos que habéis sojuzgado a Grecia, monjes que la habéis embrutecido, desapareced de la faz de la tierra!» los Pensamientos con la intención de mostrar al hombre a una luz odiosa. Se empeña en pintamos a todos como malvados e infelices. Escribe contra la naturaleza humana aproximadamente con el mismo tono con que escribía contra los jesuitas.» Aquí reside su primer error fundamental, ya que «atribuye a la esencia de nuestra naturaleza lo que sólo pertenece a algunos hombres. Injuria de modo elocuente a todo el género humano. Por eso, me atrevo a tomar la defensa de la humanidad contra este sublime misántropo; me atrevo a afirmar que no somos tan malvados ni tan infelices como él dice». 6.3. La defensa de la humanidad contra Pascal, sublime misántropo En opinión de Voltaire, el pesimismo de Pascal está fuera de lugar y si la concepción que Pascal tiene acerca del hombre está equivocada, Voltaire piensa que también es erróneo el camino que indica para salir de ese supuesto estado de miseria del hombre. Para Pascal, consiste en la verdadera religión, el cristianismo, que da razón de las contradicciones inherentes al ser humano, de su miseria y de su grandeza. Sin embargo, replica Voltaire, también existen otras concepciones (el mito de Prometeo, el de Pandora, los dogmas de los siameses, etc.) que permitirían explicar estas contradicciones. Además, «la religión cristiana seguiría siendo igualmente verdadera, aunque no se esforzase por elaborar estos razonamientos especiosos [...]. El cristianismo enseña la simplicidad, la humanidad, la caridad; pretender traducirlo a metafísica significa convertirlo en una fuente de errores». Pascal sostiene también que, sin el más incomprensible de los misterios, nosotros resultaríamos incomprensibles para nosotros mismos. Voltaire objeta: «El hombre es inconcebible sin este misterio inconcebible: ¿qué clase de razonamiento es éste?» En realidad, «el hombre no es en absoluto un enigma, como gustáis pensar para tener el placer de resolverlo. El hombre ocupa su lugar en la naturaleza, superior al de los animales a los que se parece en sus órganos, inferior a otros seres a los que quizás se parece en el pensamiento. Como todo lo que vemos, es una mezcla de mal y de bien, de placer y de dolor. Está dotado de pasiones para actuar, y de razón para dirigir las propias acciones. Si el hombre fuese perfecto, sería Dios, y estos pretendidos contrastes -que vosotros llamáis contradicciones- son los ingredientes necesarios que constituyen aquel compuesto que es el hombre, el cual es lo que debe ser». En lo que concierne a la cuestión de la famosa apuesta pascaliana sobre la existencia de Dios (según la cual, dado que es preciso apostar, y puesto que si se vence se gana todo, y si se pierde, no se pierde nada, es razonable apostar que Dios existe), Las Cartas filosóficas I-VII versan sobre el pluralismo de las confesiones en Inglaterra y ponen el acento sobre la concordia religiosa y la tolerancia de la sociedad inglesa. Las cartas VIlI-X tienen por objeto el régimen de libertad del pueblo inglés, tan diferente al sistema político de Francia. Las cartas XII-XVII se refieren a la filosofía inglesa y tratan de Bacon, Locke, Newton y la filosofía experimental, tan alejada de la metafísica escolástica y de la filosofía cartesiana que se practican en Francia. Las cartas XVIIIXXIV versan sobre literatura y centran su atención sobre la libertad y la influencia que ejercen los intelectuales sobre el resto de la sociedad. Las Cartas filosóficas son una obra de gran relevancia y fueron muy influyentes. Dieron a conocer en Francia, de una manera sistemática, el pensamiento político y filosófico inglés. Sin embargo, la carta que en aquellos años suscitó una auténtica estupefacción -si .no un escándalo en sentido estricto- fue la vigésimo quinta, titulada Remarques sur Pascal. Para Voltaire el cristianismo, como todas las demás religiones positivas, es superstición. No obstante, el cristianismo había encontrado en Francia un apologista de una gran talla: Pascal. Por consiguiente, atacar a Pascal significaba minar el punto mas sólido de la tradición cristiana francesa. Y Voltaire se propone justamente esto: atacar a Pascal. Voltaire sostiene: «Respeto el genio y la elocuencIa de Pascal. [...] y precisamente porque admiro su genio, combato alguna de sus ideas.» ¿Qué ideas de Pascal hay que rechazar, o por lo menos, corregir? «En general, tengo la impresión de que Pascal escribió Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Voltaire señala que «una proposición semejante me parece más bien irrelevante y pueril: estas ideas de juego, de pérdidas y ganancias no se condicen con la gravedad de la argumentación». Pero aún hay más, porque «el interés que puedo tener en creer una cosa no constituye en lo más mínimo una prueba de su existencia». Finalmente, para Pascal la búsqueda de diversiones y de ocupaciones externas es señal evidente de la miseria humana. Voltaire disiente de dicha opinión: «Este secreto instinto [de diversión], al ser el principio primero y el fundamento necesario de la sociedad, resulta más bien un don de la bondad de Dios y el instrumento de nuestra felicidad, que no el resultado de nuestra miseria.» Voltaire expone otros argumentos contra Pascal y afirma que omite otros comentarios que podrían formularse sobre los Pensamientos de Pascal. Termina sus consideraciones con la siguiente advertencia: «Me basta con la presunción de haber vislumbrado alguna distracción en este gran genio; para un espíritu limitado como el mío, es de gran consuelo el estar convencido que incluso los más grandes hombres se equivocan, igual que los hombres más corrientes.» 6.4. Contra Leibniz y su «mejor de los mundos posibles» Si Voltaire está convencido de que incluso el gran genio de Pascal se equivoca en alguna ocasión, se halla aún más convencido de la falsedad y del carácter ilusorio del optimismo de Leibniz, «el metafísico más profundo de Alemania», para el cual este mundo no puede ser más que «el mejor de los mundos posibles». Voltaire, a diferencia de Pascal, no piensa que todo esté mal: «¿Por qué habríamos de experimentar horror ante nuestro ser? Nuestra existencia no es tan infeliz como se nos quiere hacer creer. Considerar que el universo es una cárcel y que todos los hombres son criminales en espera de ser ajusticiados es una idea de fanático.» Sin embargo, aunque se esté en desacuerdo con el profundo pesimismo de Pascal, Voltaire no se muestra ciego o insensible ante el mal que hay en el mundo. El mal existe: los horrores de la maldad humana y las penas de las catástrofes naturales no son una invención de los poetas. Son hechos comprobables, que entran en colisión con el optimismo de los filósofos, contra la idea del «mejor de los mundos posibles». Ya en el Poema sobre el desastre de Lisboa, Voltaire se preguntaba el por qué del sufrimiento inocente, la razón del «desorden eterno» y del «caos de desventuras» que nos toca contemplar en este 94 «mejor de los mundos posibles»; allí decía que si es cierto que «todo, un día, estará bien» es nuestra esperanza, es una ilusión el afirmar que «hoy en día, todo está bien». No obstante, Cándido o el optimismo -auténtica obra maestra de la literatura y de la filosofía ilustrada- es la obra en la que Voltaire se propone reducir a su verdadera dimensión aquella filosofía optimista que quiere justificarlo todo, prohibiéndose así el entender algo. Cándido es una obra maestra: «El espíritu de Cándido inspiró a Renan, Anatole France e incluso a escritores de derechas como Charles Maurras y Jacques Bainville, por lo que el estilo de Voltaire -brillante, rápido, simple y claro- se convierte en ideal de todo un linaje de escritores franceses; aquellos que no habían adoptado al maestro de la escuela rival, Chateaubriand. Incluso en el extranjero, escritores como por ejemplo Byron deben mucho a la ironía volteriana» (A. Maurois). El Cándido es una narración tragicómica. La tragedia esta en el mal, en las guerras, en los abusos, en las enfermedades, en las violencias, en la intolerancia, en la superstición ciega, en la estupidez, n los robos y en las catástrofes naturales (como el terremoto de Lisboa) en que Cándido y su maestro Pangloss (símbolo de Leibniz) se debaten. La comedia reside en las insensatas justificaciones que Pangloss, y también su alumno Cándido, tratan de dar a las desdichas humanas. ¿Qué clase de maestro es Pangloss? «Pangloss enseñaba la metafísica-teólogo-cosmoloidiotología. Demostraba admirablemente que no hay efectos sin causa y que en este mejor de los mundos posibles, el castillo de Monseñor el barón es el más bello de los castillos, y Madama, la mejor baronesa posible. "Está probado -decía- que las cosas no pueden ser de otra manera: en efecto, porque todo está hecho para un fin, todo es necesariamente para el mejor fin. Advertir que las narices fueron hechas para que en ellas cabalguen los anteojos, y en efecto, tenemos anteojos; evidentemente, las piernas han sido hechas para que les pongamos las calzas, y tenemos calzas. Las piedras fueron creadas para ser talladas y para hacer castillos, y Monseñor posee, en efecto, un castillo hermosísimo; el barón más poderoso de la provincia debe ser el que esté mejor alojado, y dado que los cerdos fueron hechos para ser comidos, comemos cerdo todo el año. Por consiguiente, aquellos que han afirmado que todo va bien han dicho una tontería: es preciso decir que todo va del mejor modo"». Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Cándido, expulsado del castillo del barón Thunder-tentronckle porque fue sorprendido en amorosa actitud con la señorita Cunegunda, es obligado a enrolarse en el ejército de los búlgaros (los prusianos) que están en guerra con los abaros (los franceses), y le dan una paliza horrorosa. «No hay efecto sin causa, pensaba Cándido. Todo se encuentra necesariamente ligado y ordenado en vista de lo mejor. Era necesario que yo fuese .expulsado de la presencia de Cunegunda, que fuese azotado y que mendigue el pan hasta que pueda ganármelo. Todo esto no podía ir de otra manera.» Cándido pensaba esto cuando se vio obligado a pedir limosna, después de haber huido de una sangrienta batalla: «En el mundo no hay nada más hermoso, ágil, brillante y bien ordenado que los dos ejércitos. Las trompetas, los pífanos, los oboes, los tambores y los cañones creaban una armonía como no podría oírse ni siquiera en el infierno. Los cañones dieron la señal de partida, despedazando a unos seis mil hombres por cada bando; luego, la mosquetería se llevó del mejor de los mundos posibles a aproximadamente nueve o diez mil tunantes que inficionaban su superficie. La bayoneta se convirtió en razón suficiente de la muerte de algunos millares de hombres. El todo se evaluó en unas treinta mil almas. Cándido, que temblaba como un filósofo, se escondió lo mejor que pudo durante esa carnicería heroica. Finalmente, mientras los dos reyes, cada uno en su propio campo, hacían entonar un Te Deum, decidió marchar a otro sitio para discutir sobre los efectos y las causas.» Después de diversas peripecias y de muchos dolores, Cándido vuelve a encontrar a Pangloss, completamente desfigurado, que le cuenta que Cunegunda «fue despanzurrada por los soldados búlgaros, después de haber sido violada lo mejor posible; rompieron la cabeza del barón, que quería defenderla; la baronesa fue despedazada [...] y, en cuanto al castillo no quedó piedra sobre piedra». Ante tales noticias, Cándido se desespera pregunta dónde está el mejor de los mundos y se desvanece. Cuando vuelve en sí, oye que Pangloss le dice: «Pero hemos sido vengados, porque los abaros hicieron lo mismo en una baroma cercana, que pertenecía a un señor búlgaro.» Cándido entonces pregunta a Plangoss por qué está tan desfigurado. Pangloss le contesta que a causa del amor. «¿Cómo es posible -le replica Cándido- que una causa tan hermosa haya producido en vos un efecto tan horrible?» Pangloss le responde: «Apreciado Cándido, ¿tenéis presente a Pascuina, la graciosa camarera de nuestra augusta baronesa? Gusté entre sus brazos las delicias del paraíso, 95 que ha producido estos tormentos del infierno, por los cuales me veis destruido. Ella estaba contagiada, y creo que debe haber muerto de ello. Pascuina recibió este regalo de un franciscano verdaderamente sabio que había querido remontarse a las fuentes: en efecto, la tomó de una vieja condesa que la había recibido de un capitán de caballería, quien la debía a una marquesa que era deudora a su vez de un paje, al cual le había llegado por medio de un jesuita que, siendo aún novicio, la había recibido por vía directa a través de uno de los compañeros de Cristóbal Colón. Por lo que a mí respecta, no la pasaré a nadie, ya que estoy a punto de morir.» Ante tal descripción de la sórdida historia, Cándido le pregunta a Plangoss si es el diablo el iniciador de tal genealogía. Empero, aquel «gran hombre» de Pangloss responde: «En absoluto, era una cosa indispensable, un ingrediente necesario en el mejor de los mundos. Hasta tal punto, que si Colón no hubiese recogido en una isla de América esta desventura que envenena la fuente de la generación, que a menudo impide la generación misma y es de manera evidente justamente lo contrario a la frontera de la naturaleza, no tendríamos ni el chocolate ni la cochinilla. Conviene señalar también que, hasta la fecha, en nuestro continente esta enfermedad es -como la controversiaexclusivamente nuestra. Los turcos y los indios, los persas y los chinos, los siameses y los japoneses aún no la conocen: pero existe una razón suficiente para que a su vez la conozcan dentro de pocos siglos. Mientras tanto, entre nosotros ha realizado progresos maravillosos, especialmente en estos grandes ejércitos formados por honrados mercenarios bien educados, gracias a los cuales se decide la suerte de los Estados; puede garantizarse que, cuando treinta mil hombres entablan una batalla contra un contingente similar de tropas, en cada bando hay veinte mil sifilíticos.» Al llegar al puerto de Lisboa, un anabaptista generoso y bueno -que había socorrido a Pangloss y a Cándido- muere ahogado al tratar de ayudar a un marinero que le había maltratado y que había caído al mar. «Cándido se acerca, ve a su bienhechor que sale un instante a la superficie y luego es engullido para siempre: quisiera arrojarse al mar tras él; el filósofo Pangloss se lo impide, demostrándole que la bahía de Lisboa había sido creada precisamente para que este anabaptista se ahogase allí.» Al entrar en la ciudad, de inmediato caen en la cuenta de que la tierra comienza a temblar, el mar se levanta hirviendo en el puerto y arranca las naves a la sujeción del anda; remolinos de llamas y Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 96 cenizas cubren las plazas y las casas se derrumban. Treinta mil habitantes se ven aprisionados por los escombros. «Este terremoto no es cosa nueva, dice Pangloss; la ciudad de Lima pasó por lo mismo en América, el año pasado: idénticas causas, idénticos efectos. Sin duda alguna, debe haber un filón subterráneo de azufre, que va desde Lima hasta Lisboa.» «Nada más probable responde Cándido-, pero por favor ¡un poco de aceite y de vino!» «¿Cómo probable? -replicó Pangloss-; sostengo que se trata de cosa demostrada.» Para que este mundo fuese más civilizado y nuestra vida, más soportable, Voltaire combatió a lo largo de toda su existencia una gran batalla en favor de la tolerancia. La tolerancia, para Voltaire, tiene su fundamento teórico en el hecho de que, tal como demostraron «hombres como Gassendi y Locke, con nuestras propias fuerzas nada podemos saber acerca de los secretos del Creador». No sabemos quién es Dios, no sabemos qué es el alma, y muchas cosas más. Sin embargo, hay quien se arroga el derecho divino a la omnisciencia y de aquí surge la intolerancia. Las vicisitudes de ambos no acaban aquí. De lo dicho hasta ahora, se comprende qué es Cándido y qué quiso manifestar Voltaire a través de esta: obra. Después de otras turbulentas aventuras, los dos protagonistas llegan a Constantinopla (en realidad, Cunegunda no había muerto, pero se había vuelto extremadamente fea). Allí, Cándido, Pangloss y otro filósofo, Martín, se encuentran con un viejo sabio musulmán que no se interesa por la política ni discute sobre la armonía preestablecida, ni se inmiscuye en los asuntos de los demás. «Sólo poseo veinte yugadas, dice el sabio turco, que cultivo junto con mis hijos; el trabajo aparta de nosotros tres grandes males: el aburrimiento, el vicio y la necesidad.» La sabiduría del viejo turco contagia en cierto modo a los tres filósofos. «Las grandezas -dice Pangloss- son muy peligrosas.» «También sé -afirma Cándido- que es preciso cultivar nuestro huerto.» Y Martín sostiene: «Trabajemos sin discutir; es la única manera de que la vida se vuelva soportable.» En la voz «tolerancia» del Diccionario filosófico podemos leer: «¿Qué es la tolerancia? Es la solución de la humanidad. Todos nos hallamos repletos de debilidades y errores: perdonémonos nuestras estupideces recíprocamente, es la primera ley de la naturaleza. En la Bolsa de Amsterdam, de Londres, de Surat o de Basora, el seguidor de Zaratustra, el baniano, el judío, el mahometano, el deísta chino, el brahmán, el cristiano griego, el cristiano romano, el cristiano protestante, el cristiano cuáquero trafican unidos durante todo el día: nadie alzará jamás el puñal en contra de otro, con objeto de ganar un alma para su propia religión. ¿Por qué, entonces, nos estamos degollando casi sin interrupción, a partir del primer concilio de Nicea?» Nuestro conocimiento es limitado y todos estamos sujetos al error: ésta es la razón de nuestra tolerancia recíproca. «En todas las demás ciencias estamos sujetos a error. ¿Qué teólogo tomista o escotista osaría defender seriamente que se encuentra del todo seguro de sus afirmaciones?» Las religiones, empero, están en guerra las unas contra las otras, y en el interior de cada religión las diversas sectas se combaten terriblemente entre sí. Es evidente, dice Voltaire, que «debemos tolerarnos mutuamente, porque todos somos débiles, incoherentes, sujetos a la inconstancia y al error. ¿Un junco que el viento hunda en el fango acaso puede decirle al junco que esté aliado suyo, hundido en diferente dirección: "Arrástrate como me arrastro yo, miserable, o te denunciaré para que te arranquen y te quemen"?» La intolerancia va unida a la tiranía y «el tirano es aquel soberano que no conoce más ley que su capricho, que se apropia de los bienes de sus súbditos y luego los alista en la milicia para ir a apropiarse de los bienes de los vecinos». «Es preciso cultivar nuestro huerto»: no se trata de una huida ante las exigencias de la vida, sino del modo más adecuado para vivirla y para cambiar, en lo que nos sea posible, dicha realidad. No todo es mal y tampoco todo es bien. El mundo está lleno de problemas. La tarea de cada uno de nosotros consiste en no eludir nuestros propios problemas, sino afrontarlos, haciendo lo que esté a nuestro alcance para resolverlos. Nuestro mundo no es el peor de los mundos posibles, pero tampoco es el mejor. «Es preciso cultivar nuestro huerto», hay que afrontar nuestros problemas, para que este mundo pueda mejorar paulatinamente o, al menos, no empeorar. 6.5. Los fundamentos de la tolerancia Volviendo a la intolerancia estrictamente religiosa, Voltaire sostiene que la Iglesia cristiana se ha visto casi siempre desgarrada por las sectas: «A menudo el mártir era considerado como un apóstata por sus hermanos, y el cristiano carpocraciano Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit expiraba bajo el hacha del verdugo romano, excomulgado por su compañero ebionita, el cual a su vez era anatemizado por el sabeliano.» Según Voltaire, «una discordia tan terrible, que dura desde hace tantos siglos, es una lección muy clara de que debemos perdonamos mutuamente los errores: la discordia es la gran plaga del género humano y su único remedio es la tolerancia». Esta verdad es una verdad que todos aceptan, cuando piensan en ello y meditan a solas. «¿Por qué, entonces, estos mismos hombres que en privado admiten la indulgencia, la benevolencia y la justicia, se alzan públicamente con tanto furor en contra de estas virtudes? ¿Por qué? Porque su interés es su dios y todo lo sacrifican a este monstruo que adoran.» 6.6. El caso Calas y el «Tratado sobre la tolerancia» Voltaire, a través de su Tratado sobre la tolerancia, llevó a cabo un ataque a dicho «monstruo», un ataque que hizo época y que aún hoy provoca debates. Hacia finales de marzo de 1762, un viajero que procedía del Languedoc se detuvo en Femey y relató a Voltaire un hecho que había conmocionado a la ciudad de Toulouse. Allí, hacía poco tiempo, el comerciante calvinista Jean Calas había sido sometido a torturas, colgado y quemado por orden del parlamento de la ciudad. Jean Calas -que había muerto perdonando a sus torturadores- había sido acusado de asesinar a su hijo Marc-Antoine, con objeto de impedirle el hacerse católico. En realidad, únicamente se trató de un caso de bárbara y cruel intolerancia religiosa. Una salvaje multitud de católicos fanáticos y jueces también fanatizados condenaron a un inocente. Bajo la emoción de estos hechos Voltaire escribió el Tratado sobre la tolerancia. Como se lee en una carta fechada el 24 de enero de 1763, escrita a un amigo, redacta su obra con el siguiente objetivo: «Ya no se puede evitar que lean Calas sea sometido al suplicio; pero es posible convertir en execrables a sus jueces, que es lo que yo me propongo. Así, me he empeñado en poner por escrito todas las razones que podrían justificar a dichos jueces; me he devanado los sesos para hallar el modo de excusarlos y no he encontrado otra cosa que motivos para diezmarlos». En el Tratado sobre la tolerancia Voltaire se expresa en los siguientes términos con respecto al proceso contra la familia Calas. 97 Todos los días se reunieron trece jueces para llevar a cabo el proceso. No había, no podía haber ninguna prueba contra la familia; pero la religión traicionada ocupaba el lugar de las pruebas. Seis jueces insistieron durante mucho tiempo pidiendo la condena de Jean Calas, de su hijo y de Lavaisse [un amigo de la familia Calas] al potro de tortura, y de la mujer de Jean Calas a la hoguera. Los otros siete, más moderados, querían por lo menos que la cuestión se sometiese a examen. Los debates fueron extensos y reiterados. Uno de los jueces, convencido de la inocencia de los acusados y de la imposibilidad del delito, habló con energía en favor de éstos; opuso el celo de la humanidad al celo de la severidad; se convirtió en defensor público de los Calas en todas las casas de Toulouse, donde el clamor incesante de la religión traicionada pedía la sangre de aquellos desgraciados. Otro de los jueces, famoso por su violencia, hablaba en la ciudad con tanta ira en contra de los Calas como entusiasmo ponía el primero en defenderles. El escándalo llegó a un grado tal que ambos fueron obligados a declarar su abstención del juicio, y se retiraron al campo. Empero, por una extraña desventura, el juez favorable a los Calas fue tan delicado como para persistir en su abstención, mientras que el otro volvió a dar su voto contra aquellos a quienes no debía juzgar. Este voto fue decisivo para la condena al potro, porque no hubo más que ocho votos contra cinco, pues uno de los jueces contrarios acabó por pasar -después de muchas discusiones- al bando de los más severos. Al parecer cuando se trata de un parricidio y de condenar a un padre de familia a la más atroz de las torturas, el juicio tendría que ser unánime, porque las pruebas de un crimen tan inaudito habrían de ser claramente evidentes para todos: la más mínima duda en un caso semejante serviría para que un juez echase a temblar antes de firmar una condena a la muerte. Cada día se nos hace sentir la debilidad de nuestra razón y la insuficiencia de nuestras leyes; pero su miseria se vuelve más evidente que nunca cuando la mayoría de un solo voto condena al potro a un ciudadano. En Atenas se requerían cincuenta votos más que la mitad para pronunciar una condena de muerte. ¿Qué cabe deducir de ello? Que los griegos eran más sabios y más humanos que nosotros, cosa que sabemos inútilmente. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Al hablar del caso Calas, Voltaire enumera una larga serie de horrores causados por el fanatismo y la intolerancia. ¿Cuál será el remedio contra esta dolencia tan salvaje? Esta es la respuesta sagaz y apasionada del sabio ilustrado: «El medio mejor para disminuir el número de los maníacos, si es que sigue habiéndolos, consiste en confiar esta enfermedad del espíritu al régimen de la razón, que de manera lenta pero infalible ilumina a los hombres. Esta razón más suave, es humana; inspira indulgencia; sofoca la discordia, consolida la virtud, vuelve agradable la obediencia a las leyes, asegurando su cumplimiento mejor que la fuerza. ¿Y no se tendrá en cuenta para nada el ridículo universal que hoy rodea al fanatismo? Este ridículo es una barrera poderosa contra los excesos de todos los sectores.» Contra los excesos, por ejemplo, de aquellos teólogos que están henchidos de fanatismo y de odio. Afortunadamente, «la controversia teológica es una enfermedad epidémica que se está acabando; esta plaga, de la que ya estamos curados, sólo exige un régimen de mansedumbre». Como es evidente, Voltaire se mostraba aquí muy optimista: la disputa teológica puede cambiar de ropaje y convertirse en disputa ideológica, siendo tan feroz como aquélla o incluso más. Esto fue lo que sucedió a continuación. En todo caso, para Voltaire «el derecho natural es aquel que la naturaleza impone a todos los hombres. Habéis criado a vuestro hijo, él os debe respeto porque sois su padre, y reconocimiento porque sois su bienhechor. Tenéis derecho a los productos de la tierra que habéis cultivado Con vuestras manos. Habéis dado y recibido una promesa y hay que cumplirla». El derecho humano, afirma Voltaire, «no puede fundarse en otra cosa que no sea este derecho natural; el gran principio, el principio universal de unos y otros, sobre toda la tierra, es: "No hagas lo que no quieras que te hagan a ti." Ahora bien, si se obedece este precepto, ningún hombre tendría que decirle a otro: "Cree lo que yo creo y lo que tú no puedes creer, o morirás." Esto es lo que se dice en Portugal, en España, en Goa. En otros países, algunos se contentan con decir: "Cree, o te aborrezco; cree, o te haré todo el mal que esté a mi alcance; monstruo, no tienes mi religión, y por lo tanto, no tienes ninguna religión: ¡es preciso que tus vecinos, tu ciudad, tu provincia sientan horror ante ti!"» Si esta conducta fuese conforme al derecho humano, sería preciso -señala Voltaire- «que el japonés execrase al chino, el cual execraría a su vez al siamés; éste perseguiría a los 98 habitantes de las tierras del Ganges, quienes a su vez se echarían sobre los que viven en el Indostán; un mongol le arrancaría el corazón al primer malabar que se encontrase; el malabar destrozaría al persa, quien se dedicaría a masacrar al turco; y todos juntos se precipitarían sobre los cristianos, que durante tanto tiempo se han devorado entre sí. Por lo tanto, el derecho a la intolerancia es algo absurdo y bárbaro: es el derecho de los tigres; es aún más horrendo, porque los tigres sólo se despedazan para comer, y nosotros nos exterminamos por simples párrafos». J. Benda sostuvo que las ideas de Voltaire inspiraron la legislación de la revolución francesa, las de la Tercera República, y se encuentran en la base de la teoría democrática. En realidad, «los grandes principios del Estado laico, de la soberanía popular, de la igualdad de derechos y de deberes, del respeto a las prerrogativas naturales de los individuos y de los pueblos, de la necesidad de una convivencia pacífica entre las diferentes opiniones en el seno de la vida social, de los imprescriptibles derechos a la libertad de pensamiento y de las ventajas de la libre crítica; la generosa y optimista noción de una lucha incesante contra los prejuicios y la ignorancia, y de una confiada propaganda difusora de la cultura, como instrumentos esenciales para el progreso de nuestra civilización: todas estas cuestiones -que habían sido tratadas con mayor o menor intensidad por muchos escritores del siglo XVIII y a veces incluso del XVII o del XVIfueron replanteadas por Voltaire, quien las renovó y defendió con una agudeza analítica tan clara y convincente, con una riqueza de referencia., históricas y de polémicas menciones a la realidad contemporánea, con un vigor sintético, una coherencia moral y una valentía tan notables, que su eficacia quedó multiplicada de golpe; cabe decir que sólo con él empezaron a fortalecerse y a pesar de un modo realmente decIsivo» (M. Bonfantini). 7. MONTESQUlEU: LAS CONDICIONES DE LA LIBERTAD Y EL ESTADO DE DERECHO 7.1. Su vida y el significado de su obra «Después de haber leído el Espíritu de las leyes, el naturalista Charles Bonnet escribió al autor: "Newton descubrió las leyes del mundo natural: vos, señor, habéis descubierto las del mundo intelectual." Sin llegar a tanto, Montesquieu -erudito, Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit moralista, jurista, político, viajero, cosmopolita- en su obra maestra se había propuesto aplicar el método experimental al estudio de la sociedad humana; formular algunos principios universales para organizar con criterio lógico la infinita multiplicidad de los usos, las normas jurídicas, las creencias religiosas y las formas políticas; establecer, por último, las leyes objetivas de acuerdo con las cuales se articula de manera permanente -bajo la apariencia del azar- el variado comportamiento de los hombres. No rechazó la concepción maquiavélica de la política como fuerza, sino que la integró, a través de una pormenorizada consideración, junto con las otras infinitas causas -históricas, políticas, físicas, geográficas, morales- que actúan sobre los acontecimientos humanos. Trasladando al estudio de la sociedad los criterios propios del método experimental, fue uno de los padres de la sociología; sin embargo, en cuanto filósofo ilustrado, compartió la fe ilustrada en la perfectibilidad del hombre y de la sociedad. Renunció a la búsqueda de la mejor forma de Estado, tan frecuente en la literatura utópica, y trató de establecer en concreto cuáles son las condiciones que garantizan en los diversos regímenes políticos el optimum de la convivencia civil: la libertad. Su realismo y su relativismo se consolidan a través de otro intento normativo, con una invitación a la racionalización de las leyes y de las instituciones» (P. Casini). Charles Louis de Secondat, barón de Montesquieu, nació en el castillo de La Brede, cerca de Burdeos, en 1689. Llevó a cabo sus estudios de derecho, primero en Burdeos y luego en París, y fue consejero (1714) y más tarde (1716) presidente de sección en el parlamento de Burdeos (antes de la revolución, los parlamentos franceses eran órganos judiciales). Montesquieu ocupó el cargo de presidente del parlamento hasta 1728, fecha en que -como entonces se solía hacer- vendió su cargo. Emprendió entonces diversos viajes por Italia, Suiza, Alemania, Holanda e Inglaterra. En este último país residió durante más de un año (1729-1731), y al estudiar la vida política inglesa, concibió aquella elevada opinión sobre sus instituciones políticas, que podremos comprobar en su obra principal: El espíritu de las leyes. Regresó a Francia en 1731, estableciéndose en el castillo de La Brede, donde -aparte de algunos breves períodos en París, ya que en 1727 había sido elegido miembro de la Academia- vivió trabajando en sus distintas obras, hasta su fallecimiento ocurrido en 1755. 99 Montesquieu escribió sobre temas diversos, tanto literarios como científicos, si bien su interés predominante -la ciencia política- ya se había manifestado en algunas de sus Lettres persanes, publicadas con carácter anónimo en 1721. En 1733 publicó las Considérations sur les causes de la grandeur des Romains et de leur décadence y las Réflexions sur la Monarchie universelle. En 1748, después de veinte años de trabajo, publicó De l'esprit des loix (o como se escribe en francés contemporáneo, loís). A esta obra le siguieron en 1750 una Défense y los Eclaircíssements. Se ha perdido el Traité des devoirs (1725), del que sólo nos quedan unos cuantos fragmentos y un resumen. También poseen una cierta relevancia para la comprensión de sus ideas las Pensées que Montesquieu dejó en manuscrito. 7.2. Las razones de la excelencia de la ciencia En Montesquieu se pone de manifiesto la confianza ilustrada en la ciencia. En sus Discursos y memorias podemos leer: «La diferencia entre las grandes naciones y los pueblos salvajes se reduce al hecho de que aquéllas se han aplicado a las artes y a las ciencias, mientras que éstos las han descuidado por completo.» Las ciencias «resultan extremadamente útiles en la medida en que liberan a los pueblos de perniciosos prejuicios». Sin embargo, las razones que militan en favor del estudio de las ciencias no se reducen a esto: a) «la primera es la satisfacción interior que se experimenta al crecer la dignidad de la propia naturaleza, aumentando la inteligencia de un ser inteligente»; b) «la segunda es una cierta curiosidad que poseen todos los hombres y que jamás estuvo tan justificada como en nuestro siglo. Todos los días nos llegan noticias de nuevas ampliaciones en las fronteras de nuestro saber, los científicos se maravillan ante la vastedad de sus conocimientos, y la grandiosidad misma de sus éxitos les lleva en ocasiones a dudar de que sean reales»; c) «una tercera razón que nos debe animar a la investigación científica es la fundada esperanza de conseguir resultados positivos. El carácter extraordinario de las conquistas de nuestro siglo reside en el hecho de que ya no se trata de descubrir simples verdades, sino de cuáles son los métodos necesarios para probarlas; no se trata de una simple piedra, sino de los instrumentos y máquinas necesarios para construir el edificio completo. Un hombre se jacta de poseer oro; otro, de saberlo fabricar: resulta obvio que el verdadero rico es el segundo»; d) «una cuarta razón es nuestra propia felicidad. El Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit amor a los estudios es la única de nuestras pasiones que, por así decirlo, es eterna; todas las demás nos abandonan a medida que la frágil máquina de la que surgen se acerca a su fin [...]. Por lo tanto, es necesario construirse una felicidad que nos acompañe en todas las edades: la vida es tan breve que no podemos conceder la más mínima importancia a una felicidad que, por lo menos, no dure lo mismo que nosotros». Más aún: e) «otra razón que nos debe alentar a aplicamos a los estudios es la utilidad que de ello puede extraer la sociedad de la que formamos parte; podremos añadir nuevas comodidades a las muchas de las que ya gozamos. El comercio, la navegación, la astronomía, la geografía, la medicina, la física han recibido un impulso muy vigoroso gracias al trabajo de quienes nos precedieron: ¿qué otro fin puede ser más noble, por lo tanto, que el trabajar para que los hombres que vengan después de nosotros sean todavía más felices que lo que nosotros hemos sido?» 7.3. Las «Cartas persas» La confianza que Montesquieu demuestra por las ciencias naturales es muy sólida. Su intención de investigar los acontecimientos históricos y sociales con el método característico de las ciencias naturales ya se puede constatar en las Cartas persas, donde aparecen también otros ingredientes de la mentalidad ilustrada. En realidad, «la tendencia a aplicar el método experimental a los fenómenos históricos sociales, la herencia escéptica y racionalista de los mécreants eruditos, la utilización de la ironía con funciones críticas y pragmáticas, se combinan de manera muy original en las Cartas persas [...], que bajo la apariencia de exotismo y con la función literaria acostumbrada en la novela epistolar, constituyeron en sentido estricto un manifiesto de la ilustración» (P. Casini). La ficción literaria consiste en que Usbek, joven persa ingenuo en apariencia pero en realidad agudo y despiadado, escribe cartas referentes al viaje de instrucción que realiza por Europa. En dichas epístolas fustiga los vicios de las clases dirigentes, ridiculiza al clero, muestra el carácter despreciable de las discusiones teológicas, pone de manifiesto la corrupción de la corte y lo absurdo de las costumbres imperantes, denuncia el despotismo, se interesa por la condición de las mujeres, del derecho penal, de las finanzas, de las formas de gobierno y de los problemas demográficos. 100 Posee gran interés la carta LXXXIII, en la que se plantea una concepción racionalista y naturalista de la justicia, típica de la filosofía ilustrada. Montesquieu escribe: «La justicia es una relación de conveniencia que existe realmente entre dos cosas: tal relación es la misma siempre, sea quien fuere el que la considera, sea Dios, sea un ángel o sea el hombre.» La justicia, en la vida social de los hombres, surge de la virtud y no de las leyes coercitivas del Estado. En este contexto resultan significativas las cartas XI-XIV, en las que se expone el apólogo de los trogloditas. Feroz, invencible y enemigo de cualquier norma de convivencia, el pueblo troglodita llega hasta el extremo de la destrucción general. Sin embargo, vuelve a resurgir y prospera gracias a la obra de dos hombres justos, cuyo ejemplo permite que nazca un pueblo nuevo, educado en la virtud de la justicia. Se admite de forma unánime que esto constituye una crítica a la tesis de Hobbes según la cual sólo puede obtenerse la paz de un pueblo mediante la fuerza del Estado que aplaca la furia de las pasiones egoístas. A continuación veremos una serie de observaciones que dan a entender el tono de la obra. Con respecto a las disputas teológicas, hallamos escrito: «Existe [...] una infinita cantidad de doctores, ocupados continuamente en plantear nuevas cuestiones acerca de la religión [...]. Te puedo asegurar que jamás ha existido un reino tan desgarrado por las guerras civiles como el de Cristo. Aquellos que ponen en circulación proposiciones nuevas son calificados de herejes [...], pero he oído decir que en España y en Portugal hay ciertos derviches que no entienden de razones y que hacen quemar a un hombre como si fuese un puñado de zarzas [...]. Veo aquí a mucha gente que está ocupada en disputas inacabables en torno a la religión; tengo la impresión, no obstante, de que rivalizan en observarla lo menos posible.» Con respecto a la intolerancia, se afirma: «Admito que las historias están llenas de guerras de religión. Pero si se observa con atención, no es la multiplicidad de religiones lo que produjo tales guerras, es el espíritu de intolerancia característico de la secta que se consideraba dominante; es aquel espíritu proselitista que los judíos aprendieron de los egipcios y que más tarde se difundió -como una enfermedad epidémica- entre mahometanos y cristianos; en suma, se trata de aquella embriaguez del espíritu, cuyos avances acaban por provocar un Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit eclipse total de la razón humana.» Por lo que se refiere a la mayor diferencia que existe entre la política asiática y la de algunos Estados europeos, Usbek sostiene: «Una de las cosas que más excitaron mi curiosidad al llegar a Europa fue la historia y el origen de las repúblicas. Tú sabes que la mayoría de los asiáticos ni siquiera posee la noción de un gobierno de esta clase ni tiene la imaginación suficiente como para llegar a pensar que puede existir, sobre la faz de la tierra, un gobierno que no sea el despótico.» Sobre los ingleses leemos: «No todos los pueblos de Europa están igualmente sujetos a sus príncipes; el impaciente humor de los ingleses, por ejemplo, no le permite a su rey hacer sentir demasiado su propia autoridad; las virtudes que menos aprecian son la sumisión y la obediencia. A este propósito, sostienen cosas realmente extraordinarias. Según ellos, sólo existe un vínculo que pueda unir de veras a los hombres: la gratitud [...]. Pero si un príncipe, en lugar de hacer que sus súbditos vivan felices, pretende ahogarlos y oprimirlos, desaparece todo motivo para obedecerle: ya no hay nada que los ate a él y los súbditos recobran su libertad natural. Sostienen, en efecto, que ningún poder ilimitado puede ser considerado como legítimo, precisamente porque su origen no puede haber sido legítimo. Dicen que no se puede atribuir a otro un poder mayor que el que tengamos nosotros sobre nosotros mismos. Ahora bien, no poseemos un poder ilimitado sobre nosotros: por ejemplo, no podemos quitamos la vida. Nadie, por lo tanto, tiene tal poder sobre la tierra, concluyen ellos.» A estos sentimientos de admiración hacia los ingleses, les corresponde una sarcástica ironía hacia el rey de Francia y hacia el papa. «El rey de Francia es el príncipe más poderoso de Europa. Aunque no posee minas de oro, como su vecino el rey de España, es más rico que éste porque sabe extraer oro de la vanidad de sus súbditos, que es más inagotable que una mina. Se le ha visto emprender y sostener largas guerras sin más recursos que la venta de títulos nobiliarios y, por un milagro del orgullo humano, sus tropas eran pagadas con regularidad, las fortalezas recibían suministros y las flotas estaban equipadas. Por lo demás, este reyes un gran mago: ejerce su poder sobre el espíritu de sus súbditos; les hace pensar lo que él quiere [...]. Llega incluso a hacerles creer que es capaz de curarlos de toda clase de males por el mero hecho de tocarles, tan grande es la fuerza y el poder que tiene sobre los espíritus.» Sin embargo, aunque el rey de Francia es un gran mago, en opinión de Montesquieu hay otro mago todavía más notable que él. «Este mago es el papa. Logra hacer creer que tres y uno son la misma 101 cosa, que el pan que se come no es pan, o que el vino que se bebe no es vino, y otras mil cosas de este tipo [...]. El papa es el jefe de los cristianos. Se trata de un viejo ídolo, al que se incensa por costumbre. Hubo un tiempo en que los príncipes le temían […] pero ahora ya no causa temor a nadie. Pretende ser el sucesor de uno de los primeros cristianos, que se llamaba san Pedro; se trata, sin duda, de una rica herencia: posee inmensos tesoros y es dueño de un gran país.» Acerca del cristianismo hallamos observaciones como las siguientes: «Sabrás [...] que la religión cristiana está sobrecargada de una infinidad de prácticas cuyo cumplimiento es muy difícil; por lo tanto, se ha pensado que resultaba más fácil obtener una dispensa de los obispos, que no poner en práctica todos esos preceptos, lo cual se ha hecho en aras de la utilidad pública. De modo que si se quiere evitar el cumplimiento del Ramadán, substraerse a las formalidades del matrimonio, renunciar a un voto, desposarse en contra de las prohibiciones de la ley, o incluso faltar a los propios juramentos, se acude al obispo o al papa, que enseguida conceden la dispensa.» 7.4. El «Espíritu de las leyes» El análisis empírico de los hechos sociales -que se pone de manifiesto en las Cartas persas, está presente en las Consideraciones sobre las causas de la grandeza de los romanos y de su decadencia- también es un elemento característico del Espíritu de las leyes. En efecto, esta obra «responde a la exigencia, que cada vez madura más en el pensamiento de Montesquieu, de estudiar las leyes de la vida social y política mediante la observación directa y empírica, y no con el método apriorístico y abstracto de los ilustrados. Dichas leyes ya no se entienden como principios racionales e ideales, sino como relaciones constantes entre fenómenos históricos» (G. Fassó). Montesquieu escribe: «Muchas son las cosas que gobiernan a los hombres: los climas, las religiones, las leyes, las máximas de gobierno, los ejemplos de las cosas pasadas, las costumbres, los usos... y de todo esto surge un espíritu general.» Por «espíritu de las leyes» hay que entender las relaciones que caracterizan a un conjunto de leyes positivas e históricas que regulan los intercambios humanos en las diversas sociedades. La ley en general es la razón humana, en la medida en que gobierna a todos los pueblos de la tierra; las leyes políticas y civiles Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit de cada nación son aquellos casos particulares en los que se aplica dicha razón humana. Estas deben adaptarse tan perfectamente al pueblo para el que han sido elaboradas que, sólo en casos muy infrecuentes, las de una nación pueden convenirle a otra [...]. Deben hacer [...] referencia a la geografía física del país; al clima, glacial, tórrido o templado; a la calidad, situación y tamaño del país, al género de vida de sus pueblos, campesinos, cazadores o pastores; deben estar relacionadas con el grado de libertad que la constitución puede tolerar; con la religión de los habitantes, con sus inclinaciones, sus riquezas, su cantidad, su comercio, sus costumbres y sus usos. En fin, están en relación entre sí y con sus orígenes; con los propósitos del legislador, con el orden de las cosas sobre las cuales se fundamentan. En consecuencia, es necesario estudiarlas bajo todos estos diferentes aspectos. Esta es la empresa que intenté en mi obra. Examinaré todas estas relaciones: su conjunto constituye lo que denomino el espíritu de las leyes. Por lo tanto las leyes son diversas en cada pueblo, dependen del clima, las tareas básicas, la religión, y así sucesivamente. Montesquieu no se enfrenta con un esquema apriorístico -abstracto y absoluto- a la masa Inmensa de hechos empíricos que conciernen las leyes de los diferentes pueblos. Sin embargo, impone un orden a la ilimitada serie de observaciones empíricas apelando a principios concretos que, no sólo sirven para ordenar las mencionadas observaciones empíricas, sino que también reciben de éstas un fuerte respaldo empírico. Estos son los esquemas ordenadores de Montesquieu: «Existen tres géneros de gobierno: el republicano, el monárquico y el despótico [...]. El gobierno republicano es aquel en el cual el pueblo en su totalidad o una parte de él- posee el poder soberano el monárquico es aquel en el que gobierna uno solo, pero basándose e leyes fijas e inmutables; mientras que en el despótico también gobierna uno solo, pero sin leyes ni reglas, decidiendo todas las cosas fundándose en su voluntad y en su capricho.» Estas tres formas de gobierno poseen unos principios éticos correspondientes: la virtud, para la forma republicana; el honor, para la monárquica, y el temor, para la despótica. La forma o naturaleza del gobierno «es aquello que lo hace ser tal, el principio que le lleva a actuar. Una cosa es su estructura peculiar, y otra, las pasiones humanas que lo mueven». Es obvio, dice Montesquieu, que las leyes deben estar relacionadas con el principio del gobierno y con su naturaleza. Para que se vea con más claridad, «no hace falta demasiada probidad 102 para que un gobierno monárquico o despótico puedan mantenerse y defenderse. La fuerza de las leyes en aquél, y el brazo amenazador del príncipe en éste, regulan y gobiernan todas las cosas. En un Estado popular, empero, hace falta otro resorte, la virtud. Esta aserción es conforme a la naturaleza de las cosas y además se ve confirmada por toda la historia universal. En efecto, es evidente que en una monarquía, donde quien manda cumplir las leyes se considera por encima de éstas, se necesita menos virtud que en un gobierno popular, donde quien manda cumplir las leyes es consciente de que también él está sometido a ellas y sabe que debe soportar su peso [...]. Cuando dicha virtud desaparece, la ambición entra en los corazones más proclive s a ella y la avaricia se adueña de todos. Las aspiraciones se dirigen hacia otras finalidades: lo que antes se amaba, ahora se menosprecia; antes se era libre bajo las leyes, ahora se quiere ser libre contra las leyes». Por lo tanto, tenemos tres formas de gobierno inspiradas por tres principios. Estas tres formas de gobierno pueden corromperse, y «la corrupción de un gobierno comienza casi siempre por la corrupción de su principio». Por ejemplo, «el principio de la democracia no sólo se corrompe cuando se pierde el espíritu de igualdad, sino también cuando se propaga un espíritu de extremada igualdad y todos pretenden ser iguales a aquellos que eligió para mandar». Montesquieu aclara en los siguientes términos este importante pensamiento: «Tan lejos como el cielo de la tierra, el verdadero espíritu de igualdad está alejado del espíritu de extremada igualdad. El primero no consiste en absoluto en que todos manden, o que nadie sea mandado, sino en obedecer y mandar a iguales. No pretende en absoluto carecer de amos, sino en tener a iguales por amos [...]. El lugar natural de la virtud se halla aliado de la libertad, pero no puede sobrevivir junto a la libertad excesiva, al igual que no puede sobrevivir en la esclavitud.» Por lo que, en segundo lugar, hace referencia al principio monárquico, éste «se corrompe cuando las máximas dignidades se convierten en símbolo de la máxima esclavitud, cuando los grandes se ven privados del respeto popular y se transforman en viles instrumentos de un poder arbitrario. Se corrompe aún más cuando se contrapone el honor a los honores, y se puede estar al mismo tiempo cubierto de cargos y de infamia». Por último, «el principio del gobierno despótico se corrompe de manera incesante, porque se halla corrompido por su propia naturaleza». Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 7.5. La división de poderes: el poder que frena el poder La principal obra de Montesquieu no es únicamente un análisis descriptivo y una teoría política explicativa: También se halla dominada por la gran pasión de la libertad. Montesquieu elabora el valor de la libertad política buscando en la historia y estableciendo mediante la teoría cuáles son las condiciones efectivas que permiten disfrutar de libertad. Montesquieu explicita este interés predominante en el capítulo que dedica a la monarquía inglesa y en el que se desconoce el Estado de derecho que se había configurado después de la revolución de 1688. Más en particular Montesquieu analiza y expone la noción de división de los Poderes, factor clave para la teoría del Estado de derecho y para la práctica de la vida democrática. Montesquieu afirma: «La libertad política no consiste en absoluto en hacer lo que se quiere. En un Estado, en una sociedad en la que hay leyes, la libertad no puede consistir en otra cosa que en poder hacer aquello que se debe querer y en no estar obligados a hacer aquello que no se debe querer […]. La libertad es el derecho de hacer todo lo que permiten las leyes.» En este sentido, propio de Locke, no se trata de que las leyes limiten la libertad, sino que la garantizan a todos los ciudadanos: éste «es el principio del constitucionalismo moderno y del Estado de derecho. En efecto, Montesquieu se remite a Locke ya la experiencia constitucionalista de Inglaterra, cuya forma de gobierno considera óptima, gracias a la división de los tres poderes del Estado legislativo, ejecutivo y judicial- que en ella se aprecia y que considera como condición política y jurídica para que exista libertad» (G. Fasso). Dicha división es una condición para la libertad porque «para que no se pueda abusar del poder es preciso que, por medio de la disposición de las cosas, el poder frene al poder. » En todo Estado, dice Montesquieu, existen tres clases de poderes: el poder legislativo, el poder ejecutivo y el poder judicial. «En virtud del primero, el príncipe o el gobernante hace leyes, que tienen una duración limitada o ilimitada, y rectifica o abroga las hechas anteriormente. En virtud del segundo, hace la paz o la guerra, envía o recibe embajadores, garantiza la seguridad, previene las invasiones. En virtud del tercero, castiga los delitos o 103 juzga los litigios entre particulares.» Una vez que ha establecido estas definiciones, Montesquieu afirma que «la libertad política en un ciudadano es aquella tranquilidad de espíritu que procede de la convicción que tiene cada uno sobre su propia seguridad; para que se goce de dicha libertad, es preciso que el gobierno esté en condiciones de liberar a cada ciudadano del temor a los demás». Ahora bien, si el objetivo consiste justamente en la libertad, «cuando en una misma persona o en el mismo cuerpo de gobernantes se une el poder legislativo con el poder ejecutivo, deja de haber libertad; porque aparece la legítima sospecha de que el monarca o el parlamento promulguen las leyes tiránicas, para luego exigir su cumplimiento de un modo tiránico». Tampoco tendremos libertad «si el poder de juzgar no está separado del poder legislativo y del ejecutivo. En efecto, si estuviese unido al poder legislativo, existiría una potestad arbitraria sobre la libertad de los ciudadanos, en la medida en que el juez sería al mismo tiempo legislador. Y si estuviese unido al poder ejecutivo, el juez tendría la fuerza de un opresor». Finalmente, «todo se habría [...] perdido, si un mismo hombre o un mismo cuerpo de gobernantes, de nobles o del pueblo ejerciese al mismo tiempo los tres poderes: el de hacer leyes, el de exigir el cumplimiento de los mandatos públicos y el de juzgar los delitos o los litigios entre particulares». Montesquieu reconoce que, mientras que en los turcos (donde los tres poderes se reúnen en el sultán) se da «un despotismo espantoso», en la mayoría de los reinos europeos, en cambio, «el gobierno es moderado porque el príncipe -que detenta los dos primeros poderes- permite a sus súbditos el ejercicio del tercero». Y añade: «No me corresponde a mí el juzgar si los ingleses gozan o no en la actualidad de esta libertad. Me basta con afirmar que se halla sancionada por sus leyes y no me preocupo de otras cosas.» Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 104 LA ILUSTRACIÓN FRANCESA I Frederick Copleston 1. Observaciones introductorias Parece haber una tendencia natural en muchos a concebir la Ilustración Francesa primordialmente como una crítica destructiva y una abierta hostilidad contra el Cristianismo, o por lo menos, contra la Iglesia Católica. Aparte de Rousseau, el nombre que más suena cuando se habla de los filósofos franceses del siglo XVIII es probablemente el de Voltaire. Y este nombre suscita en el espíritu la imagen de un literato brillante y agudo, incansable en su denuncia de la Iglesia como enemiga de la razón y propugnadora de la intolerancia. Además, cuando uno ha leído algo acerca del materialismo de autores como La Mettrie y d'Holbach, puede perfectamente inclinarse a entender la Ilustración Francesa como un movimiento antirreligioso que pasó del deísmo de Voltaire y Diderot, en su primera fase, al ateísmo de d'Holbach y a la cruda visión materialista de un Cabanis. Dada esta interpretación de la Ilustración, la estimación en que uno la tenga dependerá considerablemente de las propias convicciones religiosas, o de la ausencia de ellas. El uno considerará la filosofía francesa del siglo XVIII como un movimiento que siguió adentrándose en la impiedad hasta dar sus últimos frutos en la profanación de la catedral de Notre Dame durante la Revolución; y el otro lo considerará como la progresiva liberación espiritual respecto de la superstición religiosa y la tiranía eclesiástica. Tampoco es infrecuente la idea de que los filósofos franceses del siglo XVIII fueron todos enemigos del sistema político existente y prepararon el camino a la Revolución. Y dada esta interpretación política son también obviamente posibles diferentes estimaciones de la obra de esos filósofos. Uno puede considerarlos como irresponsables fomentadores de la revolución, cuyos escritos tuvieron efectos prácticos en el terror jacobino. Y otro puede considerarlos como representantes de un determinado estadio de un desarrollo sociopolítico inevitable, como escritores que contribuyeron a iniciar el estadio de la democracia burguesa, destinada a su vez a ser sustituida por el régimen del proletariado. Ambas interpretaciones de la Ilustración Francesa -la que la contempla desde el punto de vista de su actitud respecto de las instituciones religiosas y de la religión misma y la que la interpreta en base a su actitud respecto de los sistemas políticos Y los desarrollos políticos y sociales- tienen sin ninguna duda fundamento factual. Es posible que sus fundamentos no sean de la misma solidez. Aunque varios filósofos discrepaban sin duda del ancien régime, sería un gran error creer que todos los filósofos típicos de la Ilustración fomentaron conscientemente la Revolución. Voltaire, por ejemplo, aunque deseaba ciertas reformas, no se interesaba propiamente por la promoción de la democracia. Le interesaba la libertad de expresión para sí mismo y para sus amigos, pero es imposible calificarle de demócrata. Más que un gobierno popular habría gustado de un despotismo ilustrado y benévolo, especialmente si la benevolencia beneficiaba a los philosophes. En cualquier caso, no tenía la menor intención de promover una revolución de lo que para él era "la canalla". Es verdad, por otra parte, que todos los filósofos considerados como representantes típicos de la Ilustración Francesa se oponían, en diversos grados, al dominio de la Iglesia. Muchos de ellos se oponían también al cristianismo, y algunos fueron ateos dogmáticos, resueltamente opuestos a toda religión, producto, para ellos, de la ignorancia y el temor, enemiga del progreso intelectual y obstáculo a la moralidad verdadera. Pero aunque tanto la interpretación como actitud respecto de la religión cuanto la interpretación sobre la base de convicciones políticas (aunque ésta en menor medida) tienen fundamento en los hechos, el describir la filosofía francesa del siglo XVIII como un prolongado ataque al trono y al altar sería dar una imagen muy inadecuada de ella. Desde luego que se atacó en nombre de la razón a la Iglesia Católica, la religión revelada y, en ciertos casos, toda forma de religión. Pero el ejercicio de la razón era para los filósofos de la Ilustración Francesa mucho más que la simple crítica destructiva practicada en la esfera religiosa. La crítica destructiva era, por así decirlo, el lado negativo de la Ilustración. El aspecto positivo consistía en el intento de entender el mundo y, Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit especialmente, el hombre mismo en su vida psíquica, moral y social. Al decir eso no pretendo minimizar la importancia de las opiniones de los filósofos acerca de asuntos religiosos, ni eliminarlas como irrelevantes. En verdad que nadie que comparta las convicciones religiosas del autor puede contemplar con indiferencia la actitud de los filósofos ilustrados franceses. Pero incluso completamente aparte de las creencias de cada cual, la actitud de los philosophes respecto de la religión tuvo sin duda importancia y significación cultural. Expresaba, en efecto, un resuelto cambio respecto del punto de vista de la cultura medieval, y representaba realmente un estadio cultural nuevo y distinto. Tenemos que recordar al mismo tiempo que en esa época somos testigos del crecimiento y de la extensión del punto de vista científico. Los filósofos franceses del siglo XVIII creyeron firmemente en el progreso, esto es, en la extensión del punto de vista científico desde la física hasta la psicología, la moralidad y la vida social del hombre. Si tendían a recusar la religión revelada, y a veces incluso cualquier religión, ello se debía en parte a su convicción de que la religión, revelada y particular o religión en general, es un enemigo del progreso intelectual y del uso claro y libre de la razón. Por supuesto que no pienso que llevaran razón. Para mí no hay una incompatibilidad intrínseca entre la religión y la ciencia. Pero mi tesis es que si nos detenemos demasiado exclusivamente ante su crítica destructiva en la esfera religiosa, iremos perdiendo de vista los objetivos positivos de los philosophes. Y entonces tendremos una visión unilateral del cuadro. Los filósofos franceses del siglo XVIII estuvieron considerablemente influidos por el pensamiento inglés, particularmente por Locke y Newton. Hablando en general, puede decirse que estaban de acuerdo con el empirismo del primero. El ejercicio de la razón en filosofía no significaba para ellos la construcción de grandes sistemas deducidos a partir de ideas innatas o de principios primeros autoevidentes. En este sentido recusaron la metafísica especulativa- del siglo anterior. Eso no quiere decir que no se interesaran por las síntesis ni que fueran pensadores puramente analíticos que sólo prestaran atención a los varios problemas y a las varias cuestiones particulares sin intentar nunca sintetizar sus varias conclusiones. Pero el hecho es que estaban convencidos de que la vía adecuada es la que lleva a los 105 fenómenos mismos y permite aprender por observación sus leyes y sus causas. Luego podemos proceder. a la síntesis, a formar principios universales y a examinar los hechos particulares a la luz de las verdades universales. Dicho de otro modo, ellos entendieron que es un error suponer la existencia de un método ideal, el método deductivo de la matemática, aplicable a todas las ramas del estudio. Buffon, por ejemplo, lo vio claramente, y sus ideas influyeron algo en Diderot. Este planteamiento empirista del conocimiento llevó en algunos casos, como el de d'Alembert, a una posición que puede llamarse positivista. La metafísica, si por tal se entiende el estudio de la realidad transfenoménica, es la esfera de lo incognoscible. No podemos tener conocimiento cierto en ese campo, y es una pérdida de tiempo dedicarse a él. El único modo de tener una metafísica racional consiste en sintetizar los resultados de las ciencias empíricas y en la ciencia empírica misma no nos ocupamos de "esencias" sino de fenómenos. Es verdad que en cierto sentido hablamos también de esencias, pero se trata simplemente de las que Locke llamó esencias" nominales". La palabra no se usa entonces en sentido metafísico. Pero sería un grave error creer que todos los filósofos de la Ilustración Francesa fueron "positivistas". Voltaire, por ejemplo, creía que la existencia de Dios es demostrable y también lo creyó Maupertuis. Pero lo que sí es cierto es que podemos descubrir una clara aproximación al positivismo en ciertos pensadores del período. Por lo cual podemos decir que la filosofía del siglo XVIII contribuyó a preparar el camino al positivismo del siglo siguiente. Pero, al mismo tiempo, toda esa interpretación de la Ilustración Francesa es unilateral, porque resulta demasiado filosófica en cierto sentido. Tomaré el ejemplo de Condillac para ilustrar lo que quiero decir. Este filósofo estaba muy influido por Locke y se dispuso a aplicar el empirismo de Locke, tal como él lo entendía, a las facultades y las operaciones psíquicas del hombre, intentando mostrar cómo es posible explicarlas todas a base de "sensaciones trasformadas". Condillac mismo no era precisamente lo que llamaríamos hoy positivista. Pero es indudablemente posible interpretar su Tratado de las sensaciones como un paso hacia el positivismo o un estadio del desarrollo de éste. Por supuesto que también es posible interpretar simplemente el libro como un estadio Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit del desarrollo de la psicología, y la psicología considerada en sí misma no está necesariamente vinculada al positivismo filosófico. Numerosos filósofos de la Ilustración Francesa reflexionaron acerca de las conexiones entre la vida psíquica del hombre y sus condiciones fisiológicas. y en ciertos casos, como el de Cabanis, esto redundó en formulaciones de rotundo materialismo. Por lo tanto, uno puede tender a interpretar toda la investigación de esos pensadores sobre la base de dicho resultado. Pero no menos posible es considerar el materialismo dogmático de ciertos filósofos como una aberración transitoria en el curso del desarrollo de una valiosa línea de estudio. Dicho de otro modo: si se consideran los estudios psicológicos de los filósofos del siglo XVIII como experimentos e intentos en los primeros estadios del desarrollo de esa línea de investigación, la psicología, entonces puede darse menos importancia a las exageraciones y crudezas dichas que si uno restringe su horizonte mental a la Ilustración Francesa considerada en sí misma. Es verdad que cuando se estudia, como ocurre en estos capítulos, el pensamiento de un período determinado y de un grupo de hombres no menos determinado, hay que prestar atención a las exageraciones y a las crudezas. Pero también es bueno tener presente una imagen más general, y recordar que esos rasgos pertenecen a un determinado estadio de una línea de desarrollo que se alarga hacia el futuro y es capaz de suministrar ella misma más adelante la crítica y la corrección de sus aberraciones tempranas. Por lo tanto, podemos considerar en general la filosofía de la Ilustración Francesa como un intento de desarrollar lo que Hume había llamado "the science of man", la ciencia del hombre. Es verdad que esa descripción no recoge todos los datos. Así tenemos, por ejemplo, entre ellos teorías cosmológicas. Pero sí que nos solicita la atención sobre el interés que tuvieron los filósofos del siglo XVIII por hacer con la vida psíquica y social lo que Newton había hecho con el universo físico. Al intentar realizar esa tarea decidieron un planteamiento más inspirado por el empirismo de Locke que por los sistemas especulativos del siglo anterior. También vale la pena observar que los filósofos de la Ilustración Francesa, igual que cierto número de moralistas ingleses, aspiraban a separar la ética de la metafísica y de la teología. Es verdad que sus ideas morales diferían 106 considerablemente, pues iban, por ejemplo, desde el idealismo ético de Diderot hasta el trivial utilitarismo de La Mettrie. Pero estaban más o menos de acuerdo en intentar poner la moralidad sobre sus propios pies, por así decirlo. Ésta es realmente la significación de la afirmación de Boyle según la cual es perfectamente posible un estado de ateos, así como del añadido de La Mettrie según el cual eso no es sólo posible, sino también deseable. Sería, de todos modos, incorrecto, decir que todos les philosophes compartieran ese punto de vista. En opinión de Voltaire, por ejemplo, si Dios no existiera habría que inventarlo precisamente en bien de la armonía moral de la sociedad. Pero, en general, la filosofía de la Ilustración contenía la tesis de una separación de la ética respecto de consideraciones metafísicas y teológicas. Cosa, por supuesto, abierta a la discusión es la de si tal separación es sostenible o no. Hemos de recordar, por último, que la filosofía del siglo XVIII en Francia igual que en Inglaterra, fue principalmente obra de hombres que no eran profesores de filosofía en las universidades y que frecuentemente tuvieron intereses extrafilosóficos. Hume, por ejemplo, no ha sido menos historiador que filósofo. Voltaire ha escrito dramas. Maupertuis realizó una expedición al Ártico con la intención de determinar la forma de la Tierra en los polos mediante la medición exacta de un grado de latitud. D'Alembert fue un matemático eminente. Montesquieu y Voltaire tuvieron cierta importancia en el desarrollo de la historiografía. La Mettrie era médico. En el siglo XVIII nos encontramos aÚn en tiempos en los cuales algún conocimiento de ideas filosóficas se consideraba como exigencia cultural básica, y la filosofía no se había convertido en un reservado académico. Seguía habiendo, además, una conexión clara entre la filosofía y las ciencias, conexión que ha sido incluso una característica muy general del pensamiento filosófico francés. 2. El escepticismo de Boyle Entre los escritores franceses que prepararon el camino a la Ilustración en Francia el más influyente fue tal vez Pierre Boyle (1647-1706), autor del famoso Dictionnaire historique et critique (1695-1697). Educado como protestante, Boyle se hizo católico y luego volvió al protestantismo. Pero pese a su definitiva adhesión a la Iglesia Reformada, siempre estuvo convencido de que los Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit católicos no tenían el monopolio de la intolerancia. Y durante su estancia en Rotterdam, donde vivió a partir de 1680, defendió la tolerancia y atacó al teólogo calvinista Jurieu por su actitud intolerante. En opinión de Boyle las controversias teológicas de la época eran confusas y carecían de interés. Tómese, por ejemplo, la controversia acerca de las relaciones entre la gracia y el libre albedrío. Tomistas, jansenistas y calvinistas se unen todos en este punto contra el molinismo. Y no hay realmente diferencia fundamental entre ellos. Pero los tomistas claman que no son jansenistas, los jansenistas repudian a los calvinistas, y éstos condenan a unos y otros. Por lo que hace a los molinistas, recurren a argumentos sofísticos en su deseo de mostrar que la doctrina de san Agustín es distinta de la de los jansenistas. En general, los seres humanos se enorgullecen demasiado de pensar que tienen diferencias cuando no las tienen, y tienden demasiado a ver conexiones indisolubles entre posiciones diferentes que no las tienen. Muchas controversias deben su vida y su vigor al prejuicio y a la falta de juicio claro. Pero más importante que las opiniones de Boyle acerca de las controversias en el campo de la teología dogmática es lo que opina acerca de la metafísica y la teología natural o filosófica. Piensa que la razón humana está más capacitada para descubrir errores que para hallar verdad positiva, y que esto puede decirse particularmente cuando se trata de metafísica. Se reconoce comúnmente, por ejemplo, que todo filósofo tiene derecho a criticar cualquier prueba de la existencia de Dios, siempre que no niegue que la existencia de Dios puede probarse de un modo u otro. Pero, en realidad, todas las pruebas conocidas de la existencia de Dios han sido sometidas a una crítica que las ha destruido. Tampoco ha resuelto nadie el problema del mal. Y nada de eso es sorprendente. Pues no es posible conseguir una reconciliación de la existencia del mal en el mundo con la afirmación de un Dios infinito, omnisciente y omnipotente. Los maniqueos daban con su filosofía dualista una explicación del mal muy superior a cualquier explicación propuesta por la ortodoxia. Pero, al mismo tiempo, la hipótesis metafísica de los maniqueos era absurda. Por lo que hace a la inmortalidad del alma, no se ha dispuesto nunca de prueba evidente. 107 Boyle no afirmaba que las doctrinas de la existencia de Dios y la inmortalidad del alma fueran falsas Lo que hacía era situar la fe fuera del ámbito de la razón. Pero esta afirmación requiere ciertas precisiones. Pues Boyle no sostenía simplemente que las verdades religiosas sean insusceptibles de prueba racional, aun no contradiciendo a la razón, sino que pensaba más bien que dichas verdades contienen mucha cosa que repugna a la razón. Por eso añadía, sinceramente o no, que tiene mucho más mérito el aceptar la revelación. En cualquier caso, si las verdades de la religión pertenecen a la esfera de lo no-racional, entonces no tiene el menor interés dedicarse a la argumentación y la controversia teológicas. La tolerancia debe sustituir a la controversia. Hay que observar que Boyle no separaba sólo la religión de la razón, sino también la religión de la moralidad. Esto es, Boyle insistía en que es un gran error suponer que las convicciones y las motivaciones religiosas son necesarias para llevar una vida moral. Motivos no-religiosos pueden ser tan eficaces o más que los religiosos. Y sería perfectamente posible disponer de una sociedad moral compuesta por gentes que no creyeran en la inmortalidad, ni siquiera en Dios. Después de todo, dice Boyle en su artículo sobre los saduceos en el Dictionnaire, los saduceos, que no creían en la resurrección, eran mejores que los fariseos, los cuales sí creían. La experiencia de la vida no indica que haya una conexión indisoluble entre la creencia y la práctica. Así llegamos al concepto del ser humano moral y autónomo que no necesita creencia religiosa para tener una vida virtuosa. Otros escritores de la Ilustración Francesa, como Diderot, han utilizado ampliamente el Dictionnaire de Boyle, que también tuvo su influencia en la Ilustración Alemana, la Aufklärung. En 1767, Federico el Grande escribía a Voltaire que Boyle había comenzado la batalla, que le habían seguido algunos filósofos ingleses y que Voltaire estaba destinado a terminada. 3. Fontenenelle Bernard Le Bovier de Fontenelle (1657-1757) es sobre todo conocido como divulgador de ideas científicas. Empezó su carrera literaria con una pieza teatral que no tuvo éxito y otras producciones literarias. Pronto se dio cuenta de que la sociedad de la época aceptaría gustosamente exposiciones claras e inteligibles Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit de la nueva física. Su intento de satisfacer esta necesidad tuvo tal éxito que Fontenelle se convirtió en secretario de la Académie des Sciences. En general Fontenelle defiende la física carte'siana, y en sus Entretiens sur la pluralité des mondes (1686) popularizó las teorías astronómicas de Descartes. Pero no ignoró la importancia de Newton, y en 1727 publicó un Elogio de Newton. De todos modos, defendió la teoría cartesiana de los torbellinos en su Théorie des tourbillons cartésiens (1752) y atacó el principio newtoniano de gravitación, que le parecía contener la postulación de una entidad oculta. Las notas manuscritas que se encontraron en su estudio a su muerte ponen en claro que durante la última parte de su vida se iba orientando resueltamente hacia el empirismo. Todas nuestras ideas se reducen en última instancia a los datos de la experiencia sensible. Además de ayudar a difundir el conocimiento de las ideas científicas en la Francia del siglo XVIII, Fontenelle contribuyó también indirectamente al crecimiento del escepticismo respecto de las verdades religiosas. Publicó, por ejemplo, opúsculos acerca de El origen de las Fábulas y la. Historia de los Oráculos. En el primero rechazaba la idea de que los mitos o fábulas se deban a la facultad imaginativa y no a la inteligencia. Los mitos griegos, por ejemplo, nacieron del deseo de explicar los fenómenos, fueron el producto de la inteligencia, aunque la imaginación tuviera su papel en su elaboración. La inteligencia del hombre no era en épocas antiguas esencialmente distinta de la inteligencia del hombre moderno. Igual el hombre primitivo que el moderno intentan explicar los fenómenos, reducir lo desconocido a lo conocido. La diferencia entre uno y otro consiste en esto: en los tiempos antiguos el conocimiento positivo era escaso, y el espíritu se veía obligado a recurrir a explicaciones mitológicas. En cambio, en el mundo moderno el conocimiento positivo se ha acumulado en tal medida que la explicación científica va ocupando el lugar de la mitológica. Es obvio lo que implica esa tesis, aunque Fontenelle no lo formule explícitamente. En su escrito acerca de los oráculos Fontenelle mantiene que no hay razón de peso para afirmar que los oráculos paganos se debieran a la actividad de demonios o que quedaran reducidos al silencio por la venida de Cristo. El argumento en favor del poder y la divinidad de. Cristo que consiste en decir que los oráculos paganos se redujeron al silencio 108 carece, por tanto, de todo fundamento histórico. El punto en discusión no tiene, ciertamente, gran importancia; pero parece dicho implícitamente que los apologetas cristianos recurren habitualmente a argumentos sin valor. De todos modos, Fontenelle no era ateo. Su idea era que Dios se manifiesta a sí mismo en el sistema de la naturaleza, gobernado por leyes, y no en la historia, en la cual reinan la pasión humana y el capricho. Dicho de otro modo: para Fontenelle Dios no es el Dios de ninguna religión histórica, el que se revela en la historia y da origen a los sistemas dogmáticos, sino el Dios de la naturaleza, revelado en la concepción científica del mundo. Sin duda hubo ateos entre los filósofos franceses del siglo XVIII; pero fue mucho más común el deísmo, o teísmo, como lo llamó Voltaire, aunque el ateísmo se diera más frecuentemente entre los franceses que entre sus contemporáneos ingleses. 4. Montesquieu y su estudio de las leyes Se ha observado ya que los filósofos de la Ilustración Francesa aspiraban a entender la vida social y política del hombre. Una de las obras más importantes en este terreno es el tratado de Montesquieu sobre la ley. Charles de Sécondat (1689-1755), barón de la Brede et de Montesquieu, era entusiasta de la libertad y enemigo del despotismo. En 1721 publicó sus Lettres persones, sátira de las condiciones políticas y eclesiásticas de Francia. De 1728 a 1729 estuvo en Inglaterra, donde concibió gran admiración por ciertos rasgos del sistema político inglés. En 1734 publicó sus Considérations surr les causes de la grandeur et de la décadence des Romains. En 1748, por último, apareció su obra sobre la ley, De l esprit des lois, fruto de unos diecisiete años de trabajo. En esta Última obra emprende Montesquieu un estudio comparativo de la sociedad, el derecho y el gobierno. Su conocimiento factual no era lo suficientemente amplio y preciso como para permitirle realizar una empresa concebida tan ampliamente; pero la empresa misma, ese estudio sociológico comparado era de importancia. Es verdad que Montesquieu había tenido algunos predecesores. Aristóteles sobre todo, que había iniciado la recopilación de estudios acerca de un gran número de constituciones griegas. Pero el proyecto de Montesquieu tiene que entenderse a la luz de la filosofía contemporánea. Montesquieu Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit aplicaba al campo de la política y el derecho el método empírico e inductivo que otros filósofos estaban aplicando a otros campos. La intención de Montesquieu no estribaba, empero, en describir simplemente los fenómenos sociales, políticos y jurídicos, o en registrar y describir grandes números de hechos particulares. Deseaba comprender los hechos, usar el estudio comparativo de los fenómenos como base para un estudio sistemático de los principios del desarrollo histórico. "Ante todo examiné a los hombres, y llegué a la convicción de que en esta infinita diversidad de leyes y costumbres no están exclusivamente guiados por sus caprichos. Enuncié principios y vi que los casos particulares encajaban con ellos como por sí mismos, que las historias de todas las naciones no son sino las consecuencias (de esos principios) y que toda ley particular está ligada a otra o depende de otra más general." Así pues, Montesquieu se planteaba su tema no con el espíritu del simple sociólogo positivista, sino más bien como un filósofo de la historia. Considerada según uno de sus aspectos, la teoría de la sociedad, el gobierno y la ley propuesta por Montesquieu son una serie de generalizaciones, a menudo muy apresuradas, de datos históricos. Los diferentes sistemas de leyes positivas que se dan en diferentes sociedades políticas son relativos a una variedad de factores, como el carácter del pueblo, la naturaleza y los principios de las formas de gobierno, el clima, las condiciones económicas, etc. La totalidad de esas relaciones constituye" el espíritu de las leyes". Y lo que :Montesquieu quiere examinar es ese espíritu. Montesquieu habla primero de la relación de las leyes con el gobierno. Divide el gobierno en tres clases, "republicano, monárquico y despótico". Una república puede ser una democracia, si es el pueblo el que posee el poder supremo, o una aristocracia, si sólo una parte del pueblo posee el poder supremo. En una monarquía el príncipe gobierna de acuerdo con ciertas leyes fundamentales y hay en general "poderes intermedios". En un estado despótico no hay leyes fundamentales ni "depositarios) de ellas. "Por eso suele tener en esos países tanta influencia la religión, porque constituye una especie de depositario permanente, y si eso no puede decirse de la religión, será verdadero de las costumbres que se respetan como si fueran leyes." El principio del gobierno republicano es la virtud ciudadana; el del monárquico es el honor; el del despotismo es el temor. Dadas esas formas de 109 gobierno y sus principios, prevalecerán probablemente ciertos tipos de sistema jurídico. "Entre la naturaleza y la forma de gobierno hay esta diferencia, a saber, que su naturaleza es aquello por lo cual se constituye, y su principio aquello por lo cual obra. La una es su estructura particular, y el otro es las pasiones humanas que lo ponen en movimiento. Y las leyes han de tener en cuenta tanto el principio cuanto la naturaleza de cada gobierno." He descrito la teoría de Montesquieu como si no pretendiera ser más que una generalización empírica. Y una de las objeciones obvias contra ella, cuando se la interpreta así, es que su clasificación es tradicional y artificial, muy inadecuada como descripción de los datos históricos. Pero es importante observar que Montesquieu está hablando de tipos de gobierno ideales. Así, por ejemplo, detrás de todo despotismo existente podemos discernir un tipo ideal de gobierno despótico. De lo cual no se sigue en modo alguno que todo despotismo dado vaya a encarnar fielmente ese tipo ideal o puro en su estructura o en su "principio". La teoría tipológica no nos autoriza a inferir que en cualquier república dada el principio operativo vaya a ser la virtud ciudadana, o que en cualquier despotismo el principio operativo de la conducta sea el temor. Pero en la medida en que una forma de gobierno no encarna su tipo ideal se dice que es imperfecta. "Tales son los principios de los tres gobiernos, lo cual no quiere decir que en talo cual república los hombres sean virtuosos, sino que deberían serio. Ni prueba que en una determinada monarquía la gente tenga el sentido del honor, ni que en un determinado estado despótico la gente tenga una sensación de miedo, sino que así debería ser. Pues sin esas cualidades el gobierno será imperfecto." Montesquieu puede decir, por lo tanto, que bajo una .forma dada de gobierno habría que encontrar cierto sistema de leyes y no el que efectivamente se encuentra. El legislador ilustrado velará porque las leyes correspondan al tipo de sociedad política; pero la correspondencia no será un dato necesario. Afirmaciones análogas pueden hacerse acerca de la relación entre las leyes y las condiciones climáticas y económicas. El clima, por ejemplo, ayuda a formar el carácter y las pasiones de un pueblo. El carácter de los ingleses difiere del de los sicilianos. Y las leyes" deberían adaptarse al pueblo para el cual se promulgan, de tal modo que las de una nación resultaran muy improbablemente apropiadas para otra". Montesquieu no dice que el clima y las condiciones económicas determinan sistemas de leyes de tal modo Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit que no sea posible un control inteligente de los mismos. Sino que ejercen una influencia poderosa sobre las formas de gobierno y los sistemas jurídicos; esa influencia no es como la de un hado determinante. El legislador prudente adaptará la ley a las condiciones climáticas y económicas. Pero eso quiere decir, por ejemplo, que en ciertas circunstancias tendrá que reaccionar conscientemente contra los efectos adversos del clima sobre el carácter y la conducta. El hombre no es simple juguete de condiciones y factores infrahumanos. Tal vez sea correcto distinguir dos ideas importantes en el marco de la teoría de Montesquieu. En primer lugar, la idea de los sistemas jurídicos como resultado de complejos factores empíricos. Aquí tenemos una generalización a partir de datos históricos, la cual se puede usar como hipótesis para una ulterior interpretación de la vida social y política del hombre. En segundo lugar, la idea de ideales operativo s en las sociedades humanas. La tipología de Montesquieu, pese a su originaria estrechez, puede, por lo tanto, entenderse en el sentido de la tesis de que toda sociedad política es la encarnación imperfecta de un ideal que ha sido un factor formativo implícito en su desarrollo y hacia el cual tiende, o del cual se está separando. La tarea del legislador prudente consistirá en discernir la naturaleza de ese ideal operativo y en adaptar la legislación a su realización progresiva. Si se interpreta de este modo, la tipología de Montesquieu se presenta como algo más que un resto de las clasificaciones griegas de constituciones. Se puede decir que Montesquieu está intentando expresar una genuina visión histórica con la ayuda de algunas categorías anticuadas. Pero si exponemos de este modo la teoría de Montesquieu, estaremos admitiendo que el autor se interesaba sólo por la comprensión de los datos históricos y que se satisfacía con un relativismo en cuanto al asunto político-jurídico mismo. Los sistemas jurídicos son resultado de diferentes complejos de factores empíricos. En cada sistema podemos ver un ideal operativo en acción. Pero no hay ningún criterio absoluto por referencia al cual el filósofo pueda comparar y estimar diferentes sistemas políticos y jurídicos. Mas esta interpretación sería equívoca en dos aspectos. En primer lugar, Montesquieu admite leyes de justicia inmutables. Dios, el creador y conservador del mundo, ha establecido leyes o derechos que gobiernan el mundo físico. Y "el hombre en cuanto 110 ser físico está gobernado por leyes invariables como los demás cuerpos". Pero en cuanto ser inteligente o racional, está sometido a leyes que es capaz de violar. Algunas de estas leyes son obra suya; pero otras no dependen de él. "Por lo tanto, tenemos que reconocer relaciones de justicia que son anteriores a la ley positiva que las promulga." "Decir que no hay nada justo o injusto sino lo mandado y prohibido por las leyes positivas es lo mismo que decir que antes de describir un círculo no todos los radios eran iguales." Suponiendo la idea de un estado de naturaleza, Montesquieu observa que antes de todas las leyes positivas se encuentran "aquellas leyes de naturaleza, así llamadas porque toman enteramente su fuerza de nuestro ser" y para conocer esas leyes hemos de considerar el hombre tal como era antes del establecimiento de la sociedad. "Las leyes admitidas en un estado así serían las leyes de naturaleza." Es discutible si esta idea armoniza bien con los demás aspectos de la teoría de Montesquieu. Pero no hay duda de que éste sostuvo la existencia de una ley moral natural anterior a todas las leyes positivas establecidas por la sociedad política. Podemos, pues, decir que su tratado acerca de la ley apunta a un tratamiento puramente empírico e inductivo de las instituciones políticas y legales, mientras que su teoría de la ley o el derecho natural es un resto de anteriores filosofías del derecho. Pero eso no quita que dicho resto sea un elemento real del pensamiento de Montesquieu. En segundo lugar, Montesquieu era un entusiasta de la libertad, y no un observador distanciado de los fenómenos históricos. Y así, en los libros XI y XII De l'esprit des lois se pone a analizar las condiciones de la libertad política, con el presupuesto de que la mejor constitución es la liberal. Su análisis puede consistir formalmente en dar significación a la palabra libertad según su uso en contextos políticos y en examinar luego las condiciones en las cuales se la puede conseguir y mantener. En teoría esto puede ser, por supuesto, también obra de un filósofo político que no tenga afición alguna a la libertad política o que sea indiferente al problema. Pero Montesquieu tiene presente durante su análisis la constitución inglesa, que él admiraba, y el sistema político francés, que le disgustaba. De modo que su análisis de la libertad política no es sólo un análisis abstracto, al menos por lo que hace a su espíritu y a su motivo. Pues lo que se pregunta es cómo ha de corregirse el sistema francés para que pueda albergar y mantener la libertad. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 111 La libertad política, piensa Montesquieu, no consiste en una falta total de vínculos, sino" sólo en poder hacer lo que deberíamos querer hacer y en no estar obligados a hacer lo que no deberíamos querer hacer". "La libertad es el derecho a hacer todo lo que las leyes permiten." En una sociedad libre ningún ciudadano se ve impedido de obrar de un modo permitido por la ley, y ninguno es obligado a obrar de un modo determinado si la ley le permite seguir su propia inclinación. Es posible que esa descripción de la libertad no resulte muy iluminadora; pero Montesquieu precisa luego que la libertad implica la separación de poderes. Esto es: los poderes legislativo, ejecutivo y judicial no deben encarnarse en la misma persona o en el mismo grupo de personas. Tienen que estar separados o ser independientes cada uno de los demás, de modo que puedan obrar como contrapesos los unos de los otros y constituir una protección contra el despotismo y el abuso tiránico del poder. que los jueces no constituían un "poder" en el sentido en que lo constituía el legislativo; pero, por otra parte, no estaban sometidos en el ejercicio de sus funciones al control caprichoso del monarca o de sus ministros. Puede decirse con razón que lo que Montesquieu admiraba en la constitución inglesa era el resultado de un largo proceso de desarrollo, y no de la aplicación de una teoría abstracta acerca de la "separación de poderes". Pero tampoco estaba tan hipnotizado por su fórmula como para exigir, una vez interpretada la constitución inglesa como separación de poderes, que fuera servil mente copiada en su país. "¿Cómo voy a tener ese propósito, yo que pienso que el exceso de razón no es siempre deseable, y que los hombres se adaptan casi siempre mejor a los términos medios que a los extremos?" Montesquieu deseaba una reforma del sistema político francés, y la observación de la constitución inglesa le sugirió modos para practicar esa reforma sin una revolución drástica y violenta. Montesquieu dice explícitamente que ha llegado a esa definición de las condiciones de la libertad política a través de un examen de la constitución inglesa. En estados diferentes ha habido y hay otros ideales operativos. El ideal, la meta de Roma era el aumento del dominio; el del estado judío era la preservación e intensificación de la religión; el del estado chino era el orden público. Pero hay una nación, Inglaterra, que tiene como objetivo directo de su constitución la libertad política. "No hace falta mucho esfuerzo para descubrir la libertad política en una constitución. y puesto que podemos ver dónde existe, ¿ por qué habríamos de seguir su búsqueda?" Las ideas de Montesquieu acerca del equilibrio de poderes tuvieron influencia en América y en Francia, como se ve por la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1791. Pero posteriormente se ha dado más importancia a su inaugural obra en el terreno del estudio empírico comparativo de las sociedades políticas y de las relaciones entre las formas de gobierno, los sistemas jurídicos y otros factores condicionantes. Algunos críticos han dicho que Montesquieu ve la constitución inglesa con los ojos de teóricos políticos tales como Harrington y Locke, y que cuando hablaba de la separación de poderes como rasgo distintivo de la constitución inglesa ignoraba o no entendía que la Revolución de 1688 había impuesto definitivamente la supremacía del Parlamento. Dicho de otro modo: un hombre que se hubiera basado exclusivamente en la observación de la constitución inglesa no habría dicho que la llamada separación de poderes fuera su característica principal. Pero aunque Montesquieu viera e interpretara la constitución inglesa a la luz de una teoría acerca de ella, y aunque la frase "separación de poderes" no fuera una descripción adecuada de la situación concreta, parece claro que esas palabras llamaban al menos la atención acerca de rasgos reales de aquélla. Es verdad 5. Maupertuis En la sección dedicada a Fontenelle se atendió a su defensa de las teorías físicas de Descartes. La sustitución de Descartes por Newton se puede ilustrar con la actividad de Pierre Louis Moreau de Maupertuis (1698-1759), el cual atacó la teoría cartesiana de los torbellinos y defendió la newtoniana de la gravitación. Su defensa de las teorías de Newton contribuyó a su elección de fellow de la Royal Society. En 1736 dirigió una expedición a Laponia emprendida, por deseo de Luis XV, para realizar mediciones exactas del grado de latitud con objeto de determinar la forma de la Tierra. Los resultados de esas observaciones, publicados en 1783, confirmaron la teoría newtoniana segÚn la cual la Tierra tenía que ser algo achatada por los polos. En algunos respectos las ideas filosóficas de Maupertuis fueron empiristas y hasta positivistas. En 1750, actuando de Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit presidente de la Academia Prusiana de Berlín por invitación de Federico'el Grande, publicó un Ensayo de Cosmología. En esta obra habla, por ejemplo, del concepto de fuerza que nace en nuestra experiencia de la resistencia que nos oponen los obstáculos físicos. "La palabra fuerza expresa en su sentido propio una cierta sensación que experimentamos cuando queremos mover un cuerpo que estaba en reposo, o cambiar o detener el movimiento de un cuerpo que estaba en movimiento. La percepción que entonces tenemos está tan constantemente acompañada por un cambio en el reposo o el movimiento del cuerpo, que no podemos evitar creer que es la causa de este cambio. Por eso cuando vemos algún cambio en el estado de reposo o movimiento de un cuerpo pensamos indefectiblemente que ese cambio es el efecto de alguna fuerza. Y si no tenemos sensación alguna de esfuerzo hecho por nosotros para producir ese cambio y vemos otros cuerpos a los que atribuir el fenómeno, situamos la fuerza en ellos, como si a ellos perteneciera." En su origen, la idea de fuerza no es más que "un sentimiento del alma" y, como tal, no puede pertenecer a los cuerpos a los cuales la atribuimos. Pero no es peligroso hablar de una fuerza motriz presente en los cuerpos, siempre que recordemos que se trata sólo de "una palabra inventada para cubrir nuestro (defecto de) conocimiento, y que sólo significa un resultado de fenómenos". Dicho de otro modo: no debemos permitir una confusión debida al uso de la palabra fuerza, dando en pensar que exista una entidad oculta nombrada por ella. La fuerza se mide" sólo por sus efectos aparentes". En la ciencia física no salimos nunca del reino de los fenómenos. Y los conceptos fundamentales de la mecánica se pueden interpretar a base de las sensaciones. Maupertuis ha creído efectivamente que la impresión de conexión necesaria dada por los principios matemáticos y mecánicos se puede explicar de modo empirista, sobre la base, por ejemplo, de la asociación de ideas y la costumbre. Pero al mismo tiempo Maupertuis proponía una concepción teleológica de las leyes de la naturaleza. El principio fundamental de la mecánica es el de "la menor cantidad de acción" o "acción mínima". Este principio dice que "cuando algo cambia de lugar en la naturaleza, la cantidad de acción utilizada para ese cambio es siempre la menor posible. De este principio deducimos las leyes del movimiento". Dicho de otro modo: la naturaleza utiliza siempre la menor cantidad posible de la fuerza o energía necesaria para conseguir su finalidad. Esta ley de la acción mínima había sido ya 112 utilizada por el matemático Fermat en su estudio de la óptica; pero Maupertuis le dio una aplicación universal. Samuel Konig, un discípulo de Leibniz, sostuvo que éste se había adelantado a Maupertuis en la formulación de esa ley, y el filósofo francés intentó refutar esa afirmación. Pero la cuestión de la prioridad no tiene por qué interesamos aquí. La cuestión es que Maupertuis se consideraba autorizado a sostener que el sistema teleológico de la naturaleza muestra que ésta es obra de un creador omnisciente. El principio cartesiano de la conservación de la energía parece separar el mundo del gobierno de la Divinidad. "Pero nuestro principio, más conforme con las ideas que debemos tener de las cosas, deja al mundo constantemente necesitado del poder del Creador, y es una consecuencia necesaria del muy sabio uso de ese poder." En la edición de 1756 de sus Obras incluyó Maupertuis un Systeme de la Nature, una versión latina del cual había publicado ya bajo el seudónimo de Baumann con fecha 1751. En este ensayo negaba el filósofo la tajante distinción cartesiana entre el pensamiento y la extensión. En el fondo, dice Maupertuis, la repugnancia que se siente a atribuir inteligencia a la materia se debe simplemente al hecho de que siempre suponemos que la inteligencia tiene que ser como la nuestra. Pero, en realidad, hay una infinidad de grados de inteligencia, desde la vaga sensación hasta los procesos intelectuales claros. y cada entidad posee su grado de inteligencia. Maupertuis proponía, pues, cierta forma de hilozoísmo segÚn la cual hasta las cosas materiales más bajas poseen alguna vida y sensibilidad. A causa de esas doctrinas Maupertuis ha sido a veces clasificado entre los materialistas más crasos de la Ilustración Francesa, que se mencionarán después. Pero el filósofo se opuso a la interpretación de su doctrina por Diderot, que la entendió como un materialismo destructivo de toda base argumentativa en favor de la existencia de Dios. En su Respuesta a las Objeciones del señor Diderot, que añadió en apéndice a la edición del Systeme de la Nature de 1756, Maupertuis observa que cuando Diderot desea sustituir la atribución de percepciones elementales a las cosas materiales por la de sensaciones análogas a las del tacto no hace sino jugar con las palabras, pues la sensación es una forma de percepción, y las percepciones elementales no son lo mismo que las percepciones claras y distintas de las que nosotros disfrutamos. No hay diferencia real entre lo que dice "Baumann" y lo que Diderot Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit quiere que diga. Es obvio que esas observaciones no resuelven la cuestión de si Maupertuis es un materialista o no. Pero la cuestión es difícil. El filósofo ha sostenido que los grados superiores de la "percepción" se deben a combinación de átomos o partículas que gozan de percepción elemental, pero son puntos físicos, no puntos metafísicos como las mónadas de Leibniz. No hay duda de que ésa es una tesis materialista. Pero al mismo tiempo hay que tener presente que para Maupertuis son fenómenos, representaciones psíquicas no sólo las cualidades, sino incluso la extensión. Y Brunet ha podido sostener que en algunos aspectos la filosofía de Maupertuis se parece al inmaterialismo de Berkeley. El hecho es que mientras los escritos de Maupertuis contribuyeron sin duda al desarrollo del materialismo, su actitud personal fue demasiado equívoca para permitimos clasificarlo sin más entre los filósofos materialistas de la Ilustración Francesa. Por lo que hace a la interpretación de Diderot, es evidente que Maupertuis sospechó que el crítico fingía al hablar de las "terribles" consecuencias de la hipótesis de "Baumann", y que lo que de verdad deseaba era difundir dichas consecuencias rechazándolas verbalmente. 6. Voltaire y el deísmo Hemos visto que Fontenelle y Montesquieu creían que el sistema cósmico manifiesta la existencia de Dios. También Montesquieu creía en Dios. Lo mismo ocurre en el caso de Voltaire. Su nombre está muy vinculado con sus violentos y sarcásticos ataques no sólo a la Iglesia Católica como institución y a los defectos de los eclesiásticos, sino también a las doctrinas cristianas. Pero esto no altera el hecho de que Voltaire no fue un ateo. François Marie Arouet (1694-1778), que luego cambió de nombre y se firmó M. de Voltaíre, estudió en el colegio de los jesuitas de Louis-le-Grand en París. Después de dos visitas a la Bastilla llegó a Inglaterra en 1726 y vivió allí hasta 1739. Durante su estancia en Inglaterra se familiarizó con los escritos de Locke y Newton y desarrolló la admiración por la relativa libertad de la vida inglesa que se manifiesta en sus Cartas filosóficas. En otro lugar observa VoItaire que Newton, Locke y Clarke habrían sido perseguidos en Francia, encarcelados en Roma y quemados en Lisboa. Pero su celo por la tolerancia no le impidió expresar su viva 113 satisfacción al oír en 1761 que el gobierno anticlerical de Lisboa había quemado a tres curas. En 1734, Voltaire se retiró a Cirey y escribió allí el Tratado de Metafísica, que consideró más prudente no publicar. Su Filosofía de Newton apareció en 1738. Voltaire ha recibido la mayoría de sus ideas filosóficas de pensadores como Boyle, Locke y Newton, y tuvo sin ninguna duda mucho éxito al presentarlas en escritos lúcidos y agudos, haciéndolas comprensibles para la sociedad francesa. Pero no fue un filósofo profundo. Aunque influido por Locke, no era un filósofo de la misma categoría, y aunque escribió sobre Newton no era él mismo un físico matemático. En 1750, Voltaire pasó a Berlín, invitado por Federico el Grande, y en 1752 compuso su sátira de Maupertuis, Doctor Akakia. La sátira disgustó a Federico, y al enrarecerse así las relaciones entre el filósofo y su real mecenas, Voltaire dejó Berlín en 1753 y se trasladó a Ginebra. Su importante Essai Sur les moerss apareció en 1756. Voltaire adquirió una finca en Ferney en 1758. Candide apareció en 1759, el Tratado de la tolerancia en 1763, el Diccionario filosófico en 1764, El filósofo ignorante en 1766, un libro sobre Bolingbroke en 1767, la Profesión de fe teísta en 1768. En 1778 acudió a París para el estreno de su obra frene. Se le acogió con una ovación tremenda y murió poco después en la misma ciudad. En la edición Beuchot de 1829-1834, las obras completas de Voltaire componen unos setenta volúmenes, Fue filósofo, dramaturgo, poeta, historiador y novelista. Como hombre tenía sin ninguna duda dotes sobresalientes. Una imponente dosis de sentido común, Y su llamamiento en favor de una reforma de la administración de la justicia, junto con su esfuerzos por revelar desórdenes de la justicia -aunque su inspiración no fuera siempre clara- muestran alguna sensibilidad humana. Pero en general su carácter no fue muy admirable. Era vanidoso, vengativo, cínico y sin escrúpulos intelectuales. Sus ataques a Maupertuis, Rousseau y otros no contribuyen a su prestigio, Pero nada de lo que podamos decir acerca de los defectos de su carácter puede anular el hecho de que Voltaire resume brillantemente en sus escritos el espíritu de la Ilustración Francesa. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit En su obra acerca de los elementos de la filosofía newtoniana Vo]taire sostiene que el cartesianismo conduce derechamente al spinozismo. "Conozco mucha gente a ]a cual el cartesianismo ha movido a no admitir más Dios que la inmensidad de las cosas, mientras que, por el contrario, no he visto newtoniano alguno que no fuera teísta en el más estricto sentido." "Toda la filosofía de Newton lleva necesariamente al conocimiento de un Ser Supremo que ha creado todas las cosas y lo ha dispuesto libremente todo." Si existe el vacío, la materia tiene que ser finita. Y si es finita, es contingente y dependiente. Además, la atracción y el movimiento no son cualidades esenciales de la materia. Por tanto, tienen que haber sido implantadas en ella por Dios. En su Tratado de Metafísica Voltaire ofrece dos líneas de argumentación en favor de la existencia de Dios. La primera es una argumentación a partir de la causalidad final. El mundo se compara con un reloj, y Voltaire sostiene que igual que al mirar un reloj cuyas manecillas señalan la hora uno concluye que ha sido fabricado por alguien con la finalidad de contar el tiempo, así también hay que inferir de la observación de la Naturaleza que ésta ha sido hecha por un Creador inteligente. El segundo argumento parte de la contingencia según las líneas trazadas por Locke y Clarke. Pero más adelante Voltaire prescindió de este segundo argumento y se contentó con el primero. Al final del artículo sobre ateísmo de su Diccionario filosófico observa que "los geómetras que no son filósofos han rechazado las causas finales, pero los verdaderos filósofos las admiten. Y, como ha dicho un autor conocido, el catecismo anuncia a Dios a los niños, mientras que Newton lo demuestra para el sabio". Y en el artículo "naturaleza" sostiene que ningún ensamblamiento casual puede dar razón de la universal armonía, o sistema. "Me llaman naturaleza, pero soy arte." Pero aunque Voltaire mantuvo hasta el final de su vida su creencia en la existencia de Dios, hubo un cambio en su opinión acerca de las relaciones entre el mundo y Dios. Al principio había compartido el optimismo más o menos cósmico de Leibniz y Pope. Así habla, en su obra sobre Newton, del ateo que niega a Dios por causa del mal que hay en el mundo, y luego observa que los términos bien y bienestar son equívocos. "Lo malo respecto de ti es bueno en el sistema general." ¿Y hemos de abandonar nuestra conclusión acerca de la existencia de Dios, conclusión a la cual la 114 razón nos lleva, sólo porque los lobos devoran a los corderos y las arañas cazan a las moscas? "¿No ves, por el contrario, que esas continuas generaciones constantemente devoradas y constantemente reproducidas entran en el plan del universo?" Pero el desastroso terremoto de Lisboa de 1755 impuso vivamente el problema del mal a la atención de Voltaire. Y éste expresó su reacción a la catástrofe en su poema sobre el desastre de Lisboa y en el Candide. En el poema reafirma la libertad divina, pero en sus escritos posteriores la hace necesaria. Dios es la causa primera o suprema, que existe eternamente. Pero la noción de causa sin efecto es absurda; por lo tanto, el mundo tiene que proceder eternamente de Dios. No es una parte de Dios, y es contingente en el sentido de que depende de Él en su existencia. Pero la creación es eterna y necesaria. y del mismo modo, como el mal es inseparable del mundo, es también necesario. Por lo tanto, depende de Dios; pero Dios no eligió el producirlo. Sólo si la creación fuera libre podríamos tomar a Dios por responsable del mal. Atendamos al hombre. En la Philosophie de Newton Voltaire cuenta que varias personas que habían conocido a Locke le contaron que Newton había dicho, en conversación con aquél, que nuestro conocimiento de la naturaleza no es lo bastante extenso para permitimos afirmar la imposibilidad de que Dios conceda el don de pensar a una cosa extensa. Parece claro que Voltaire consideraba que la teoría del alma como ser sustancial inmaterial es una hipótesis .innecesaria. En el artículo "alma" del Diccionario filosófico sostiene que términos como "alma espiritual" son meras palabras para encubrir nuestra ignorancia. Los griegos distinguían entre alma sensitiva y alma intelectual. Es evidente que la primera no existe, "no es sino la moción de nuestros órganos". Y la razón no puede hallar pruebas mejores en favor de la existencia del alma superior que las halladas a propósito de la del alma inferior. "Sólo por la fe se la puede conocer." En este lugar Voltaire no escribe con todas las letras que no existe un alma espiritual e inmortal, pero su opinión queda" suficientemente clara en otros. Por lo que hace a la libertad humana en sentido psicológico Voltaire ha variado de opinión. En su Tratado de Metafísica defendía la realidad de la libertad apelando al testimonio inmediato de la consciencia, que se resiste a todas las objeciones teóricas. En la Philosophie de Newton procede, en cambio, a una distinción. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit En ciertos asuntos triviales, en los que no hay motivo que me incline a obrar de un modo y no de otro, se puede decir que tengo libertad de indiferencia. Por ejemplo, puedo elegir entre girar a la derecha o a la izquierda, y si no tengo especial inclinación en un sentido ni especial aversión a la otra posibilidad, la elección será resultado de mi propia volición. Como es obvio, libertad de "indiferencia" se toma aquí en un sentido muy literal. En todos los demás casos, cuando somos libres tenemos la libertad que se llama espontaneidad, "o sea, que cuando tenemos motivos, nuestra voluntad está determinada por ellos. Y esos motivos son siempre el resultado final de la comprensión o del instinto". En este caso la libertad se admite nominalmente, pero tras haber trazado esa distinción Voltaire pasa a decir que "todo tiene su causa, por lo tanto, tu voluntad la tiene. Y por lo tanto no se puede querer sino como consecuencia de la última idea que uno ha recibido... Por eso el prudente Locke no se aventura a pronunciar la palabra libertad; una voluntad libre le parece una quimera. No conoce más libertad que el poder hacer lo que uno quiere". En resolución, "tenemos que admitir que es imposible contestar a las objeciones contra la libertad como no sea mediante una vaga elocuencia; es un triste asunto acerca del cual el sabio teme incluso pensar. Sólo una reflexión puede consolamos, a saber, que cualquiera que sea el sistema que uno adopte, cualquiera que sea el fatalismo por el cual se consideren determinadas nuestras acciones, uno obrará siempre como si fuera libre". Y en el capítulo siguiente Voltaire propone una serie de objeciones contra la libertad de indiferencia. En su artículo "Libertad" del Diccionario filosófico Voltaire dice redondamente que libertad de indiferencia es "una frase sin sentido inventada por gente que tenía muy poco". Lo que uno quiere está determinado por motivos, pero uno es libre de obrar o no obrar en el sentido de que se puede o no tener el poder de realizar la acción que se desea realizar. "La voluntad no es libre, pero lo son los actos; se es libre de obrar cuando se tiene el poder de obrar. En el Filósofo ignorante, Voltaire sostiene que la idea de voluntad libre es absurda, porque una voluntad libre sería una voluntad sin razón suficiente que caería fuera del curso de la naturaleza. Sería muy curioso que "un pequeño animal de cinco pies de estatura" fuera una excepción al reino universal de la ley. Obraría por azar: pero el azar no existe. "Hemos inventado esa palabra para expresar el efecto conocido de una causa desconocida. 115 Por lo que hace a la consciencia o sentimiento de la libertad, es perfectamente compatible con la determinación de nuestra voluntad. Lo único que muestra es que uno puede hacer lo que le plazca cuando tiene el poder de realizar la acción que deseaba. Esta afirmación de determinismo no significa que Voltaire descarte la idea de ley moral. Ha expresado su acuerdo con Locke acerca de la ausencia de principios morales innatos. Pero estamos conformados por Dios dé tal manera que en el curso del tiempo acabamos por ver la necesidad de la justicia. Sin duda solía Voltaire llamar la atención acerca de la variabilidad de las convicciones morales. Así por ejemplo, en el Tratado de Metafísica observa que lo que en una región se llama virtud se llama vicio en otra, y que las reglas morales son tan variables como las lenguas y las modas. Pero al mismo tiempo "hay leyes naturales respecto de las cuales tienen que concordar todos los seres humanos en todas las partes del mundo". Dios ha facilitado al hombre ciertos sentimientos inalienables que son vínculos eternos y dan origen. a las leyes fundamentales de la sociedad humana. El contenido de la ley fundamental parece muy restringido, y consiste principalmente en no ofender a los demás y en buscar lo que es agradable para uno mismo, siempre que esto no implique injuria a los semejantes. Del mismo modo que siempre mantuvo una posición deísta (o teísta, como él decía), así también Voltaire evitó las ú timas consecuencias relativistas en moral. Es verdad que no era una característica de Voltaire el profundo sentimiento religioso que puede encontrarse en Pascal; ni tampoco el exaltado idealismo moral. Pero rechazaba el relativismo ético extremo igual que el ateísmo. Hemos dicho que Voltaire adoptó una posición determinista por lo que hace a la libertad humana en sentido psicológico. Al mismo tiempo era un resuelto defensor de la libertad política. Al igual que Locke, creía en una doctrina de los derechos humanos que debía ser respetada por el estado; y, al igual que Montesquieu, admiraba las condiciones de libertad existentes en Inglaterra. Pero es necesario saber qué entendía por libertad política. En primer lugar y por encima de todo pensaba en la libertad de pensamiento y de expresión. Dicho de otro modo, lo que más le preocupaba era la libertad para los philosophes, por lo menos para los que coincidieran con Voltaire. No era un demócrata, en el sentido de que deseara promover el poder popular. Es verdad que sostenía la tolerancia, considerada necesaria para el progreso científico y Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 116 económico, y que le repugnaba el despotismo tiránico. Pero se reía de las ideas de Rousseau acerca de la igualdad, y su ideal es una monarquía benévola ilustrada por la influencia de los filósofos. Desconfiaba de los soñadores y de los idealistas; y su correspondencia muestra que en su opinión la canalla, como gustaba de llamar al pueblo, seguiría siendo siempre una canalla. Era perfectamente posible asegurar bajo la monarquía francesa mejores condiciones de libertad y tolerancia y un criterio mejor para el procedimiento judicial, siempre que se quebrantara el poder de la Iglesia y que el dogma y la superstición del Cristianismo se sustituyeran por la ilustración filosófica. Nunca pensó Voltaire que la salvación pudiera venir del pueblo ni de una insurrección violenta. Así pues, aunque sus escritos contribuyeran a preparar el terreno para la Revolución, sería un gran error pintar a Voltaire como un hombre que prevé la Revolución o la promueve conscientemente en la forma que realmente tomó. El enemigo de Voltaire no era el monarca, sino el clero. No le interesaba liberalizar la constitución en el sentido propuesto por la "separación" o "división de poderes" de Montesquieu. Hasta se puede decir que Voltaire prefería un aumento del poder de la monarquía para liberarla de influencia clerical. figuras de la Ilustración, el que dijo que la razón es y ha de ser esclava de las pasiones, y el que identificó en el sentimiento la base de la vida moral. Y en Francia Voltaire, al que generalmente se retrata como encarnación verdadera de la inteligencia crítica y un tanto superficial, declaraba que sin las pasiones no habría progreso humano. Pues las pasiones son una fuerza motivad ora del hombre; son los engranajes que ponen las máquinas en marcha. Análoga mente nos dice Vauvenargues que "nuestras pasiones no se distinguen de nosotros mismos; algunas de ellas son el entero fundamento y la entera sustancia de nuestra alma". La verdadera naturaleza del hombre se encuentra en las pasiones, no en la razón. Esas observaciones no deben entenderse en el sentido de que Voltaire fuera un enemigo del progreso. Por el contrario, ha sido uno de los divulgadores más influyentes de esa idea. Pero el término significaba para él el reino de la razón, progreso intelectual, científico y económico más que progreso político, si es que por éste se entiende la transición a la democracia, al poder del pueblo. Pues en opinión de Voltaire el monarca ilustrado es el que más probablemente promoverá el progreso en la ciencia, la literatura y la tolerancia de las ideas. El primer libro de la obra de Vauvenargues está dedicado al espíritu (esprit). "El objeto de este primer libro es dar a conocer por definiciones y reflexiones fundadas en experiencia las varias cualidades de los hombres que se comprenden bajo el nombre de espíritu. Los que estudian las causas físicas de dichas cualidades podrán acaso hablar de ellas con menos incertidumbre si se consigue en este libro desarrollar los efectos cuyos principios ellos estudian." Vauvenargues no estaba de acuerdo con los que tendían a subrayar la igualdad de todos los espíritus. En su obra discute brevemente cierto número de cualidades que en el caso normal son recíprocamente excluyentes y originan diversos tipos de espíritu. También acentúa el concepto de genio, en el que ve una combinación de cualidades normalmente independientes. "Creo que no hay genio sin actividad. Creo que el genio depende en gran parte de nuestras pasiones. Creo que nace del encuentro de .muchas cualidades diferentes y de las secretas armonías de nuestras inclinaciones con nuestras luces. Cuando falta una de esas condiciones necesarias no hay genio, o lo hay sólo imperfecto... La necesidad de ese encuentro de cualidades mutuamente independientes es aparentemente la causa de que el genio sea siempre tan escaso." Pese a que las teorías de Montesquieu se han estudiado en este capítulo, me propongo, en cambio, reservar las opiniones de Voltaire acerca de la historia para el capítulo dedicado al nacimiento de la filosofía de la historia. 7. Vauvenargues Al pensar en el período conocido por Ilustración o Edad de la Razón uno tiende naturalmente a imaginar una exaltación de la inteligencia crítica y fría. Pero fue Hume una de las más grandes Luc de Clapiers, marqués de Vauvenargues, nació en 1715. Desde 1733 era oficial en los ejércitos del rey; intervino en varias campañas hasta que perdió la salud. Pasó los dos últimos años de su vida en París, amigo de Voltaire. Murió en la-ciudad en 1747. El año antes de morir había publicado su Introducción al conocimiento del espíritu humano, seguida por las Reflexiones críticas acerca de algunos poetas. A posteriores ediciones (póstumas) se añadieron máximas y otros escritos. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit En el segundo libro trata Vauvenargues de las pasiones que, "como dice el señor Locke", se fundan todas en el placer y el dolor. Éstos tienen que referirse respectivamente a la perfección y la imperfección. O sea, el hombre es naturalmente aficionado a su ser, y si su ser no fuera imperfecto, sino que se desarrollara siempre sin obstáculo ni imperfección, no sentiría nunca sino placer. Pero, tal como las cosas son, experimentamos placer o dolor, y "de la experiencia de esos dos contrarios derivamos la idea de bien y mal". Las pasiones (por lo menos las que llegan" por el órgano de la reflexión" y no son meras impresiones inmediatas de los sentidos) se fundan en "el amor del ser o de la perfección del ser, o en el sentimiento de nuestra imperfección". Hay, por ejemplo, personas en las cuales el sentimiento de su imperfección es más vivo que el de la perfección, capacidad o poder. Hay pasiones como la ansiedad, la melancolía, etc. Grandes pasiones nacen de la unión de los dos sentimientos, el de nuestra potencia y el de nuestra imperfección o debilidad. Pues" el sentimiento de nuestras miserias nos mueve a salir de nosotros mismos, y el sentimiento de nuestros recursos nos anima a actuar y nos pone en esperanza". En el tercer libro Vauvenargues trata del bien y el mal morales. Hemos visto que la idea de bien y mal se funda en experiencias de placer y dolor. Pero gentes diferentes hallarán placer y dolor en cosas también diferentes. Diferirán, por lo tanto, sus ideas de bien y mal. "Para que la sociedad entera tome algo por bueno, esto ha de tender al beneficio de toda la sociedad. Y para que algo sea tenido por malo ha de tender a la ruina de la sociedad. Ésta es la gran característica del bien y el mal morales." Puesto que los hombres son imperfectos y no auto suficientes, necesitan la sociedad. Y la vida social acarrea la fusión del interés particular de cada cual con el interés general. “Éste es el fundamento de toda moralidad." Pero la búsqueda del bien común implica sacrificio, y no todo el mundo está espontáneamente dispuesto a realizar esos sacrificios. De aquí la necesidad de la ley. Por lo que hace a la virtud y el vicio, "la única definición que es digna de la virtud y que fija su idea es la preferencia por el interés general respecto del personal. Y a la inversa, el sacrificio egoísta de la felicidad pública por el interés propio es la señal eterna del vicio". Mandeville puede sostener que los vicios privados son beneficios públicos y que el comercio no florecería sin avaricia 117 y vanidad. Pero aunque eso sea verdad en cierto sentido, tiene que admitirse también que el bien producido por el vicio va siempre mezclado con grandes males. Y si se consigue contrapesar éstos y tenerlos subordinados al bien público, ello se debe a la razón y a la virtud. Vauvenargues propone consiguientemente una interpretación utilitarista de la moralidad. Pero al igual que en su primer libro dedica mucha atención al concepto de genio, así también atiende en el tercero, con una discusión especial, al concepto de la grandeza de alma. "La grandeza de alma es un instinto sublime que mueve a los hombres hacia lo que es grande, de cualquier naturaleza que ello sea, pero les dirige hacia el bien o hacia el mal según sus pasiones, sus luces, su educación, su fortuna, etc." La grandeza de alma es pues en sí misma moralmente indiferente. Cuando va unida con el vicio es peligrosa para la sociedad (Vauvenargues menciona a Catilina), pero sigue siendo grandeza de alma. "Cuando hay grandeza la notamos pese a nosotros mismos. Siempre se ha atacado la gloria del conquistador; la gente ha sufrido siempre por su culpa, pero siempre le ha respetado." No es sorprendente que Nietzsche, con su concepción del superhombre que se encuentra "más allá del bien y del mal", sintiera simpatía por Vauvenargues. Pero éste; por supuesto, no estaba negando lo que había dicho acerca del carácter social de la moralidad. Estaba atendiendo simplemente a la complejidad de la naturaleza y el carácter humanos. "Hay vicios que no excluyen grandes cualidades y, consiguientemente, hay grandes cualidades que no se relacionan con la virtud. Reconozco esta verdad con tristeza... (Pero) los que pretenden que el hombre sea completamente bueno o completamente malo no conocen la naturaleza. En el hombre está todo mezclado y todo limitado, y ha ta el vicio tiene en él sus límites." Entre las Máximas de Vauvenargues se encuentran bastantes recuerdos obvios de Pascal. "La razón no conoce los intereses del corazón." "Los grandes pensamientos vienen del corazón." Y también encontramos en ellas la insistencia en el papel fundamental de las pasiones sobre el cual hemos llamado ya la atención. "Tal vez debamos a las pasiones las mayores excelencias del espíritu." "Las pasiones han enseñado al hombre la razón. En la infancia de todos los pueblos, igual que en la de los individuos, el sentimiento ha precedido siempre a la reflexión y ha sido su primer maestro." Tal vez valga la pena recordar este punto, Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit puesto que fácilmente se tiende a entender la Edad de la Razón como una época en la cual el sentimiento y la pasión fueron despreciados en favor de la fría razón analítica. No sería completamente correcto decir que Vauvenargues no fue un escritor sistemático meramente por el hecho de que su obra consta más de aforismos que de discusiones desarrolladas. En su obra acerca del espíritu humano hay una ordenación más o menos sistemática de su pensamiento. En el discurso preliminar indicaba que las circunstancias no le habían permitido realizar su plan primero. En cualquier caso, Vauvenargues se interesaba más por la distinción y la descripción de las diferentes cualidades del espíritu y de las diferentes pasiones que por la investigación de las causas de los fenómenos psíquicos, como él decía. Hemos de dirigimos a Condillac para encontrar un estudio del modo como las operaciones y funciones mentales se derivan de un fundamento primitivo. 8. Condillac y el espíritu humano Étienne Bonnot de Condillac (1715-1780) empezó la carrera del sacerdocio en el seminario de Saint-Sulpice. Pero dejó el seminario en 1740 para dedicarse a la filosofía. De 1758 a 1767 fue tutor del hijo del duque de Parma. La primera publicación de Condillac fue el Essai sur l' origine des connaissances humaines (Ensayo sobre el origen de los conocimientos humanos, 1746) que lleva claramente la huella del empirismo de Locke. Eso no significa que Condillac se haya limitado a reproducir la doctrina del filósofo inglés. Pero sí que estaba de acuerdo con los principios generales de éste, según los cuales hay que reducir las ideas complejas a ideas simples y atribuir a éstas un origen empírico. Al discurrir el desarrollo de nuestra vida mental Condillac da gran importancia a la función desempeñada por el lenguaje. Las ideas no se fijan, por así decirlo, más que por su asociación con un signo o una palabra. Por ejemplo, cuando contemplo la hierba tengo una sensación de verde, los sentidos me transmiten una simple idea de verde. Pero esa experiencia aislada -que, por supuesto, se puede repetir indefinidamente- no se convierte en objeto de reflexión ni puede entrar en combinación con otras ideas 118 más que por su vinculación con un signo o símbolo, que es la palabra verde. El material básico del conocimiento es, pues, la asociación de una idea con un signo; y en virtud precisamente de esa asociación somos capaces de desarrollar una compleja vida intelectual de acuerdo con nuestra creciente experiencia del mundo y con nuestras necesidades e intenciones. Es verdad que el lenguaje ordinario es defectuoso, porque no encontramos en él la correspondencia perfecta entre el signo y lo significado que tenemos en el lenguaje matemático. Pero, a pesar de eso, si somos seres inteligentes, capaces de reflexión, es porque poseemos el don del lenguaje. En su Traité des systemes (Tratado de los sistemas, 1749) Condillac somete a crítica el "espíritu de sistema" manifiesto en la filosofía de pensadores como Descartes, Malebranche, Spinoza y Leibniz. Los grandes filósofos racionalistas intentaron construir sistemas procediendo a partir de los primeros principios y las definiciones. Esto se aplica particularmente a Spinoza. Pero el sistema llamado geométrico es inútil para desarrollar un conocimiento real del mundo. Un filósofo puede imaginar que sus definiciones expresan una aprehensión de las esencias, pero en realidad son arbitrarias. Propiamente, son arbitrarias a menos que se conciban como mera formulación de los sentidos en que de hecho se usan determinadas palabras. Si son más que definiciones de diccionario, por así decirlo, no pueden cumplir la función que se les asigna en los sistemas filosóficos. Eso no significa, desde luego, que Condillac condene todos los esfuerzos por sistematizar el conocimiento. Criticar el espíritu de sistema, el intento de desarrollar una filosofía a partir de la mera razón, y de un modo apriórico, nll es condenar la síntesis. Un sistema, en el sentido aceptable de la palabra, es una disposición ordenada de las partes de una ciencia, de tal modo que se manifiesten claramente las relaciones entre ellas. Sin duda habrá principios. Pero principios significará sólo, en este caso, fenómenos conocidos. De este modo Newton construyó un sistema mediante el uso de los conocidos fenómenos de la gravitación, tomados como principio, a la luz del cual explicar fenómenos como el movimiento de los planetas y las mareas. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Ideas análogas encontramos en la Lógica de Condillac, que apareció póstumamente en 1780. Los grandes metafísicos del siglo XVII siguieron un método sintético tomado de la geometría, con su proceder deductivo a partir de definiciones. Y, como hemos visto, ese método no puede damos un conocimiento real de la naturaleza. Pero el método analítico no sale nunca de la esfera de lo dado. Podemos partir de un dato confuso y analizarlo en sus distintas partes; podemos recomponer el todo de una forma sistemática. Éste es el método natural, el método que sigue el espíritu humano para desarrollar naturalmente su conocimiento. ¿Cómo llegamos, por ejemplo, a conocer un paisaje o una región? Primero tenemos una impresion confusa de ella, luego procedemos gradualmente a un conocimiento distinto de sus varios rasgos componentes y así llegamos a ver cómo esos rasgos juntos componen el todo. Al desarrollar una teoría del método no se trata de elaborar una noción a priori de método ideal; lo que tenemos que estudiar es cómo trabaja realmente el espíritu cuando desarrolla su conocimiento. En ese estudio se ver que no hay un método único ideal y fijo. El orden según el cual hemos de estudiar las cosas depende de nuestras necesidades y de nuestras intenciones. Y si deseamos estudiar la naturaleza, adquirir un conocimiento real de las cosas, hemos de permanecer dentro de la esfera de lo dado, dentro del orden fenoménico que nos es dado, en última instancia, en la experiencia sensible. Condillac es sobre todo conocido por su Traité des sensations (Tratado de las sensaciones, 1754). Locke ha distinguido entre ideas de la sensación e ideas de la reflexión, admitiendo así dps fuentes de las ideas: la sensación y la reflexión o introspección. En su primera obra acerca del origen de los conocimientos humanos, Condillachabía adoptado más o menos exactamente la tesis de Locke. Pero en el Tratado de las sensaciones rompe claramente con la teoría de Locke acerca del origen dual de las ideas. No hay más que un origen de las ideas, a saber, la sensación. En opinión de Condillac, Locke ha tratado inadecuadamente las ideas de la reflexión, esto es, los fenómenos psíquicos. Ha analizado las ideas complejas, Como las de sustancia, en ideas simples; pero admitiendo sin más las operaciones mentales del comparar, el juzgar, el querer, etc. Por eso es posible ir más allá de Locke. Hay que mostrar cómo esas operaciones mentales y esas funciones mentales son ellas mismas reducibles a la larga a 119 sensaciones. Es verdad que no se las puede llamar a todas ellas sensaciones; pero son "sensaciones trasformadas". Esto es: el entero edificio de la vida psíquica consta de sensaciones. Mostrar eso es la tarea que Condillac se propone en su Tratado de las sensaciones. Para argumentar su tesis Condillac propone al lector que se imagine una estatua que va siendo gradualmente dotada de sentidos, empezando por el del olfato. E intenta mostrar cómo puede explicarse toda la vida mental del hombre en base a la hipótesis de que esa vida nace de las sensaciones. La analogía de la estatua es un tanto artificial. Pero lo que Condillac desea es que su lector se imagine completamente desprovisto de conocimiento y que reconstruya con él sus operaciones mentales sobre la base de sensaciones elementales. Su planteamiento del problema del origen de nuestras ideas fue estimulado por los datos suministrados por la experiencia de ciegos de nacimiento felizmente operados de cataratas por Cheselden, el cirujano de Londres, así como por el estudio de la psicología de los sordomudos por Diderot. En el Tratado de las sensaciones Condillac habla con cierta extensión de los datos suministrados por una de las operaciones de Cheselden. Uno de los rasgos principales del tratado es el modo como Condillac intenta mostrar que cada sentido, tomado separadamente, puede engendrar todas las facultades. Tomemos, por ejemplo, un hombre (representado por una estatua) cuyo ámbito de conocimiento se limite al sentido del olfato. "Si damos a la estatua una rosa para que la huela, para nosotros se trata de una estatua oliendo una rosa, pero para ella misma no hay más que olor de rosa." O sea, el hombre no tendrá idea ni de la materia, ni de cosas externas, ni de su propio cuerpo. Para su propia consciencia él mismo no será más que una sensación de olor. Supongamos que el hombre no tiene más que esa sensación, el olor de una rosa. Esto es 'atención'. Cuando se retira la rosa queda una impresión, más o menos fuerte según la mayor o menor intensidad de la atención. Aquí tenemos el nacimiento de la memoria. La atención a la sensación pasada es la memoria, un mero modo de sentir, pues. Supongamos luego que el hombre, tras haber olido repetidamente los perfumes de rosas y claveles, huele una rosa. Su atención pasiva queda dividida entre los recuerdos de los perfumes de rosas y claveles. Entonces tenemos una comparación, que consiste en prestar atención a dos ideas al Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit mismo tiempo. Y "donde hay comparación hay juicio. Un juicio no es sino la percepción de una relación entre dos ideas que se comparan". Y si el hombre, al tener presente una sensación desagradable de olor, recuerda una pasada sensación agradable, tenemos la imaginación. Pues la memoria y la imaginación no difieren en cualidad. Además, el hombre puede formar ideas, particulares y abstractas. Algunos olores son agradables, otros son desagradables. Si el hombre adquiere la costumbre de separar las ideas de satisfacción e insatisfacción de sus varias modificaciones particulares, poseerá ideas abstractas. Análogamente puede formar ideas de números al recordar varias sensaciones sucesivas distintas. Ahora bien, toda sensación de olor es agradable o desagradable. Y si el hombre que ahora experimenta una sensación desagradable recuerda una pasada sensación agradable siente la necesidad de volver a alcanzar el anterior estado, más feliz. Esto suscita el deseo. Pues" el deseo no es sino la acción de esas facultades cuando se dirigen a las cosas cuya necesidad sentimos". Y un deseo que expulse a los demás o llegue a ser, al menos, dominante es una pasión. Así llegamos a las pasiones de amor y odio. "La estatua ama un olor agradable que tiene o desea tener. Y odia el olor desagradable que le molesta." Además, si la estatua recuerda que el deseo que ahora experimenta ha sido seguido en otras ocasiones por satisfacción, pensará que puede satisfacer su deseo. Y en este caso se dice que quiere, que ejerce la voluntad. "Pues por voluntad entendemos un deseo absoluto, o sea, como pensando que la cosa deseada está en nuestro poder." Así intenta mostrar Condillac que todas las operaciones mentales pueden derivarse de la sensación de olor. Está claro que si consideramos nuestras facultades y nuestras operaciones como meras sensaciones de olor transformadas, su campo será muy limitado. Y lo mismo podemos decir de la autoconciencia de un hombre limitado al sentido del olfato. "Su Yo (el de la estatua) no es sino la colección de las sensaciones que experimenta y de las que la memoria le recuerda." Sin embargo, "aunque con un solo sentido, el entendimiento tiene tantas facultades como con los cinco juntos". ("Entendimiento" es aquí, simplemente, el nombre aplicado a las facultades cognoscitivas en su conjunto.) 120 Luego considera el oído, el tacto y la vista. Condillac sostiene que aunque la combinación del olfato, el oído, el tacto y la vista multiplica los objetos de la atención humana, los deseos y los placeres, no produce, en cambio, un juicio de exterioridad. La estatua" seguirá sin ver más que sí misma... No sospechará que debe su modificación a causas externas... Ni siquiera sabe que tiene un cuerpo". Dicho de otro modo: el sentido del tacto es el responsable verdadero del juicio de exterioridad. Las ideas de Condillac han variado algo en este punto. En la primera edición del Tratado de las sensaciones consideraba que el conocimiento de la exterioridad es independiente del movimiento. Pero en la segunda edición admitía que la noción de exterioridad no nace con independencia del movimiento. De todos modos, el tacto sigue siendo la causa primaria de la noción. Cuando un niño se pasa la mano por el cuerpo" se siente a sí mismo en todas las partes del cuerpo". "Pero al tocar un cuerpo ajeno el Yo que se siente modificado en la mano no se siente modificado en el cuerpo ajeno. El yo no recibe del cuerpo ajeno la respuesta que recibe de la mano. Por lo tanto, la estatua juzga que estos modos están todos fuera de ella." Cuando el tacto se une gradualmente a los demás sentidos, el hombre va descubriendo sus propios órganos de los sentidos y juzga que las sensaciones de olor, sonido, etc., son causadas por objetos externos. Por ejemplo, tocando una rosa y acercándola o alejándola de la cara, un hombre puede llegar a formar juicios acerca del órgano del olfato y acerca de la causa externa de sus sensaciones de olor. Análogamente, sólo mediante combinación con el tacto puede aprender la vista a ver la distancia, el tamaño y el movimiento. Nos hemos acostumbrado de tal modo a estimar el tamaño, la forma, la distancia y la situación por medio de la vista que nos inclinamos naturalmente a creer que esos juicios se deben simplemente a la visión. Pero no es así. Tal vez valga la pena notar de paso un cambio de opinión de Condillac entre la publicación de su Ensayo sobre el origen de los conocimientos humanos y su Tratado de las sensaciones. En la primera obra parece mantener que el vínculo entre la idea y el signo o símbolo es necesario para la comprensión. En la segunda obra se ha modificado el punto de vista. Al tratar, por ejemplo, el hombre limitado al sentido del olfato Condillac admite que ese hombre puede tener alguna idea de número. Puede tener las ideas de uno y uno y uno. Pero según Condillac "la memoria no capta con distinción cuatro unidades a la vez. Más allá de tres no presenta sino una muchedumbre indeterminada... Lo que nos ha Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 121 enseñado a ampliar nuestro punto de vista es el arte del cifrado". De este modo en el Tratado Condillac sostiene que la comprensión y el uso de ideas son anteriores al lenguaje, aunque el lenguaje es necesario para el desarrollo de nuestra vida mental más allá de un estadio rudimentario. Traité des animaux Condillac precisa que en su opinión el orden de nuestras ideas depende en última instancia de la necesidad o el interés. Se trata, sin duda de una teoría fecunda. Daría sus frutos más tarde en la interpretación voluntarista de la vida intelectual del hombre que se encuentra, por ejemplo, en Schopenhauer. El resultado del Tratado es que "en el orden natural todo conocimiento surge de sensaciones". Todas las operaciones mentales del hombre, incluso las que generalmente se consideran superiores, se pueden explicar como" sensaciones transformadas". De este modo pensaba Condillac haber dado un preciso paso más allá de Locke. Este último había pensado que las facultades del alma son cualidades innatas; no había sospechado que pudieran originarse en la sensación misma. Acaso pueda objetarse que la formulación de Condillac no es suficientemente exacta, pues Locke había insinuado que nunca se ha mostrado que sea imposible para Dios el conceder a la materia la facultad de pensar. Pero en la práctica Locke se había dedicado a analizar y reducir a sus fundamentos empíricos las ideas a las cuales se aplican nuestras facultades; y no hizo lo mismo con las facultades o funciones psíquicas. La teoría de Condillac, la tesis de que las operaciones mentales son sensaciones trasformadas, parece indicar a primera vista una posición materialista. Y esta impresión aumenta por su costumbre de hablar de las "facultades" del alma como de funciones derivadas de la sensación, lo cual puede entenderse en el sentido de que el alma humana es ella misma material. ¿No añade, además, que el hombre no es sino la suma de sus adquisiciones? "Al darle (a la estatua) nuevos modos de ser y nuevas sensaciones hemos visto que formaba deseos, que aprendía por la experiencia a regularlos y satisfacerlos, y que pasaba de necesidades a necesidades, de conocimientos a conocimientos, de placeres a placeres. Por lo tanto, la estatua no es sino la suma de todo lo que ha adquirido. ¿No puede ocurrir lo mismo con el hombre?" El hombre puede ser la suma de sus adquisiciones; y éstas son sensaciones trasformadas. Ahora bien: en su Essay concerning Human Understanding Locke había sostenido que la voluntad está determinada por "un malestar del espíritu debido a la necesidad de algún bien ausente". Malestar o agitación es lo que "determina la voluntad de las sucesivas acciones voluntarias de las que se compone la mayor parte de nuestras vidas y por las que llegamos a fines diferentes por vías diferentes". Condillac desarrolló y amplió el campo de esta idea. Así en el Extrait raisonné que añadió a posteriores ediciones del Tratado de las sensaciones sostuvo que la "inquietud (inquiétude) es el primer principio que nos da los hábitos del tacto, la vista, el oído, el sentir, el gusto, la comparación, el juicio, la reflexión, el deseo, el amor, el temor, la esperanza, y que, en una palabra, la inquietud da nacimiento a todos los hábitos del espíritu y del cuerpo". Por lo tanto, todos los fenómenos psíquicos dependen de la inquietud, la cual no es tanto anticipación de un bien cuanto malestar o falta de calma en ciertas condiciones. Por todo eso puede tal vez decirse que Condillac da un fundamento "voluntarista" al entero proceso por el cual se desarrolla la vida mental. La atención tiene que explicarse por relación a la necesidad sentida; y la memoria está dirigida por el apetito y el deseo, más que por mera asociación mecánica de ideas. En su Me parece difícil negar que la teoría de Condillac haya contribuido a promover una visión materialista, pues tuvo su influencia sobre los autores materialistas. Pero Condillac mismo no fue un materialista. No lo era, por de pronto, en el sentido del que sostiene que sólo existen los cuerpos y sus modificaciones. Pues no sólo afirmó la existencia de Dios como causa suprema, sino que también mantuvo la teoría de un alma inmaterial, espiritual. No pretendió reducir el alma a un haz de sensaciones. Más bien presupuso el alma como simple centro de unidad, e intentó sobre esa base reconstruir su actividad según la hipótesis de que todos los fenómenos psíquicos son en última instancia derivables de sensaciones. Es, sin duda, discutible que su análisis reductivo y su aceptación de un alma humana espiritual se compadezcan bien. Pero, en cualquier caso, es inexacto describir a Condillac como materialista. En segundo lugar, el mismo Condillac dejó como cuestión irresuelta la de si existen o no cosas extensas. Como hemos visto, decía al principio que el tacto nos garantiza la exterioridad. Pero pronto se dio cuenta de que explicar el modo como surge la idea de exterioridad no es lo mismo que probar que existen cosas Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit externas. Si queremos decir que los sonidos, los olores, los tactos y los colores no existen en los objetos mismos, también tenemos que decir que la extensión no existe en ellos. Tal vez sean los objetos extensos, sonoros, táctiles, olorosos y coloreados; pero tal vez no lo sean. "No sostengo ninguna de las dos opiniones, y espero que alguien pruebe que los objetos son lo que nos parecen ser o que son otra cosa." Puede objetarse que si no hay extensión, entonces no hay objetos; pero esa objeción es falsa. "Todo lo que razonablemente podríamos inferir sería que los objetos son existencias que ocasionan sensaciones en nosotros, y que tienen propiedades acerca de las cuales carecemos de conocimiento cierto." Lejos, pues, de ser un materialista dogmático, Condillac deja incluso la puerta abierta a una hipótesis inmaterialista, aunque tampoco la afirme. Puede añadirse que Condillac no admitió que su explicación de la vida mental del hombre implicara un determinismo estricto. Añadió en apéndice a su Tratado de las sensaciones una disertación acerca de la libertad en la cual discute esta cuestión. 9. Helvecio y la concepción del hombre. El intento por Condillac de mostrar que todos los fenómenos psíquicos son sensaciones transformadas fue proseguido por Claude Adrien Helvétius (1715-1771) en su obra De l'esprit (Del espíritu, 1758). Helvecio descendía de una familia de médicos cuyo nombre originario, Schweizer [Suizo], se había latinizado. Durante algún tiempo ocupó el cargo de fermier général, pero la oposición desencadenada por su libro sobre el espíritu le imposibilitó el seguir en el servicio del rey. Y así vivió en general tranquilamente en su finca, aparte de visitar Inglaterra y Berlín. Su libro acerca del hombre (De l'homme, de ses facultés et de son éducation) se publicó póstumamente en 1772. Helvecio reduce a sensación o percepción sensible todas las potencias del entendimiento humano. Se ha sostenido comúnmente que el hombre posee facultades que trascienden el nivel. de los sentidos. Mas esa teoría es falsa. Tómese el juicio, por ejemplo. Juzgar es percibir semejanzas y desemejanzas entre ideas particulares. Si juzgo que el rojo es diferente del amarillo, lo que hago en realidad es percibir que al color llamado 'rojo' me afecta los ojos de forma diferente que el color llamado 'amarillo'. Por lo tanto, juzgar es simplemente percibir. 122 Este proceso de análisis reductivo se aplica también a la vida ética del hombre. El amor propio es la base universal de la conducta humana, y se orienta a la adquisición de placer. "Los hombres se aman a sí mismos; todos ellos desean ser felices y piensan que su felicidad sería completa si tuvieran el poder suficiente para procurarse toda suerte de placer. Así el amor del poder nace del amor del placer." Los fenómenos del tipo del amor del poder son secundarios, son simples transformaciones del fundamental amor del placer. "El único motivo del hombre es la sensibilidad corpórea." Hasta virtudes como las de liberalidad y benevolencia se pueden reducir al amor propio, o sea, al amor del placer. "¿Qué es un hombre benévolo? Es un hombre en el cual un espectáculo de miseria produce una sensación dolorosa." A la larga el hombre benévolo aspira a suprimir o paliar la miseria y la desgracia humanas simplemente porque le producen sensaciones desagradables. Sobre la base de esa cruda psicología reductiva levanta Helvecio una teoría utilitarista de la moralidad. Los hombres de sociedades diferentes sostienen opiniones morales diferentes y atribuyen significaciones diversas a palabras tales como bien y virtud. Y éste es el hecho que introduce tanta confusión en las discusiones. Antes de entrar en discusiones de ética deberíamos empezar por fijar las significaciones de las palabras. Y "una vez definidas las palabras las cuestiones se resuelven casi nada más plantearlas". Mas ¿no serán esas definiciones arbitrarias? No, dice Helvecio, si son hombres libres los que las hacen. "Inglaterra es tal vez el único país de. Europa del cual el universo puede esperar y recibir ese beneficio." Presupuesta la libertad de pensamiento, el sentido común de la humanidad hallará expresión en un acuerdo acerca de- las significaciones propias de los términos éticos. "La verdadera virtud se tiene por tal en todas las edades y en todos los países. Debería darse el nombre de virtud a las acciones que son útiles al público y concordes con el general interés." Por lo tanto, aunque el propio interés es el movimiento fundamental y universal de la conducta, el interés público, la utilidad pública, es la norma de la moralidad. y Helvecio intenta mostrar cómo es psicológicamente posible el servicio al interés común. Por ejemplo, si se enseña a un niño a ponerse en el lugar del pobre y desgraciado, sentirá impresiones dolorosas, y el amor de sí mismo le estimulará a desear que se Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit mitigue la miseria. En el curso del tiempo la fuerza de la asociación formará un hábito de impulsos y conducta benevolentes. Así pues, aunque el amor propio sea la base de toda la conducta, el altruismo es psicológicamente posible. Esas consideraciones sugieren que la educación es de la mayor importancia para formar los hábitos de conducta. Helvecio es, efectivamente, uno de los adelantados y promotores de la teoría moral utilitarista, pero una especial característica de sus escritos es la insistencia en la fuerza de la educación. "La educación puede hacerlo todo" y "la educación nos hace ser lo que somos". Pero la institución de un buen sistema educativo tropieza con serios obstáculos. En primer lugar el clero, y, en segundo lugar, el hecho de que la mayoría de los gobiernos son imperfectos o malos. No podemos tener un buen sistema de educación mientras no se quebrante el poder del clero y no se realice un buen sistema de gobierno, con su buena legislación correspondiente. El primer y único principio de la moralidad es: "el bien público es la ley suprema". Pocos gobiernos se comportan de acuerdo con esa ley. Pero "toda reforma importante de la parte moral de la educación supone una reforma de las leyes y la forma de gobierno". A la luz de esas ideas lanza Helvecio su poderoso ataque contra el despotismo político. En el prólogo al Del Hombre habla del despotismo que ha sometido a Francia y dice que "es característico del poder despótico el extinguir el genio y la virtud". Al hablar de la muy desigual distribución de la riqueza nacional observa que "es una locura hacerse la ilusión de una distribución igual entre hombres sometidos a un poder arbitrario". Sólo en un país libre puede conseguirse una redistribución gradual y más equitativa de la riqueza nacional. Podemos por lo tanto decir que Helvecio fue mucho más reformador político que Voltaire; se interesaba mucho más que éste por el derrocamiento del despotismo y el bienestar del pueblo. Por esta razón puede ser citado por los escritores izquierdistas como un verdadero precursor. Helvecio es incansable en sus ataques no sólo al clero, particularmente al católico, sino también a la religión" de misterios" o revelada, que considera dañina para los intereses de la sociedad. Es verdad que cuando se le acusó de impiedad replicó que no había negado un solo dogma del cristianismo. Pero sus escritos permiten ver con toda evidencia que no estaba seriamente 123 dispuesto a aceptar más que alguna forma de religión natural, o deísmo. Y el contenido de esa religión se interpreta en función de la moralidad más que en función de creencia teológica alguna. "La voluntad de Dios, justo y bueno, es que los hijos de la Tierra sean felices y gocen de todo placer compatible con el bien público. Ésta es. la verdadera religión, la que la filosofía debía revelar al mundo." O "la moralidad fundada en verdaderos principios es la única religión natural verdadera". Difícilmente podrá decirse que Helvecio fue un filósofo profundo. Su reducción de todas las funciones psíquicas a la sensación es grosera, y en ética no ha dado ningún análisis detallado en defensa de sus ideas. Esas deficiencias eran evidentes para otros pensadores de la Ilustración Francesa. Diderot, por ejemplo, se oponía a la tendencia niveladora de Helvecio y a su explicación de todos los impulsos morales como egoísmo velado. Pero a pesar de ello el análisis reductivo de Helvecio, su insistencia en la ilustración intelectual y el poder de la educación y sus ataques a la Iglesia y al Estado hacen de él un representante de algunos importantes aspectos de la filosofía francesa del siglo XVIII, aunque sea una exageración presentarle como el pensador más típico del período. LA ILUSTRACIÓN FRANCESA I Frederick Copleston 1. La Enciclopedia: Diderot y d' Alembert El gran depósito literario de las ideas' y los ideales de la Ilustración Francesa fue la Encyclopédie, ou Dictionnaire raisonné des arts et des métiers. La Enciclopedia, sugerida por una traducción francesa de la Cyclopaedia o Dictionary de Chambers, fue dirigida por Diderot y d'Alembert. El primer volumen apareció en 1751, y el segundo al año siguiente. El gobierno intentó entonces detener la obra por perjudicial a la autoridad real y a la religión. Pero en 1757 habían aparecido ya siete volúmenes. En 1758 d'Alembert se retiró de la dirección y el gobierno francés intensificó su oposición a la obra. Pero Diderot consiguió autorización para seguir adelante con la condición de no publicar ningún volumen más hasta que estuviera completa toda la obra. En Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 1765 aparecieron los diez volúmenes finales (8-17), junto con el cuarto volumen de grabados, el primero de los cuales se había publicado en 1762. Aparecieron más tarde otros volúmenes de grabados, y en Amsterdam se imprimió un suplemento en cinco volúmenes más dos de índices. La primera edición completa de la Enciclopedia (1751-1780) constaba de treinta y cinco volúmenes. Hubo varias ediciones extranjeras. Aparte de toda discusión acerca de las opiniones expresadas en los artículos, la Enciclopedia, como libremente reconocen sus directores, dejaba mucho que desear. Los artículos varían mucho en calidad y criterios, y no hay supervisión ni coordinación editoriales. Dicho de otro modo, no podemos esperar hallar en esa obra la concisión, la concentración en torno a información factual precisa y clara, la coordinación sistemática y la ordenación que se encuentran en las enciclopedias modernas. Pero a pesar de todos sus defectos la Enciclopedia era una obra de suma importancia. Pues su objetivo no consistía sólo en suministrar información factual a los lectores y servir de útil instrumento de referencia, sino también en guiar y dar forma a la opinión. Ésta es precisamente la causa por la cual su publicación tropezó con tantos obstáculos. Y es que la Enciclopedia era enemiga a la vez de la Iglesia y del sistema político existente. Es verdad que la redacción de los artículos procedió con prudencia, pero la actitud general de los colaboradores quedaba perfectamente clara. La Enciclopedia era un gigantesco manifiesto escrito por librepensadores y racionalistas, y su importancia radicaba en su aspecto ideológico, más que en algún valor permanente como enciclopedia en el sentido moderno del término. Diderot y d'Alembert se rodearon de colaboradores que coincidían cuando se trataba, por ejemplo, de atacar a la Iglesia y la religión revelada, pero que diferían considerablemente ante otras cuestiones. Así, por ejemplo, algunos artículos eran de Voltaire el deísta, pese a que éste, cuando pensaba que la prudencia se lo aconsejaba, solía negar con toda falsedad sus relaciones con la Enciclopedia. Otro colaborador fue el declarado materialista d'Holbach, y la asociación de Helvecio no debió tampoco de recomendar la obra a los ojos de las autoridades eclesiásticas. También se contaban entre los colaboradores Montesquieu y el economista Turgot. 124 D'Holbach se estudiará en la sección dedicada al materialismo, mientras que las ideas de Turgot se discutirán al final de este capítulo. En la presente sección me limito a Diderot y d' Alembert. a) Denis Diderot (1713-1784) era, como Voltaire, alumno del colegio jesuítico de Louis-le-Grand. Y también, como Voltaire, se vio influido por el pensamiento inglés y tradujo al francés algunos libros ingleses. Estaba entre ellos el Essai sur le mérite et la vertu (1745), traducción de Inquiry concerning Virtue and Merit de Shaftesbury, con notas del propio Diderot. Como ya hemos visto, la/idea de la Enciclopedia, que es la obra de su vida, le fue sugerida por la Cyclopaedia de Chambers. En 1746 publicó en La Haya las Pensées philosoplziques y en 1749, en Londres, la Lettre sur les aveugles a l'usage de ceux qui voient. Las opiniones que expresa le valieron unos meses de cárcel en Vincennes, tras lo cual se dedicó a la dirección de la Enciclopedia. En 1754 aparecieron en Londres sus Pensées sur l'interprétation de la nature. Unos cuantos ensayos, entre ellos el Entretien entre d'Alembert et Diderot y Le reve de d' Alembert, no se publicaron durante su vida. Diderot no era nada rico, y en alguna ocasión se encontró en situación económica muy difícil. La emperatriz Catalina de Rusia acudió en su ayuda, y en 1773 Diderot se trasladó a San Petersburgo, donde pasó algunos meses, con frecuentes discusiones filosóficas con su benefactora. Diderot era un conversador celebrado. Diderot no tuvo un sistema fijo de filosofía. Su pensamiento no se detuvo nunca. No podemos decir, por ejemplo, que fuera deísta, ateo ni panteísta, pues su posición cambió al respecto. Cuando escribía las Pensées philosophiques era un deísta; y al año siguiente escribió (1747) un ensayo acerca de la suficiencia de la religión natural, el cual no se publicó hasta 1770. Las religiones históricas, como el judaísmo y el cristianismo, son recíprocamente excluyentes e intolerantes. Son productos de la superstición. Empezaron en determinados períodos de la historia y todas ellas perecerán. Pero todas las religiones históricas presuponen la religión natural, única que ha existido siempre, que une a los hombres en vez de separarlos y que se basa en el testimonio que Dios ha impreso en nosotros, no en el testimonio de seres humanos supersticiosos. Pero en un ulterior estadio de su desarrollo Diderot abandonó el deísmo para adoptar el ateísmo, y exhortó a los hombres a liberarse del yugo de la religión. El deísmo Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit había cortado doce cabezas a la hidra de la religión; pero todas las demás volverían a crecer partiendo de la que había quedado. El único remedio posible consiste en eliminar totalmente toda superstición. Más tarde, sin embargo, Diderot propuso una forma de panteísmo naturalista. Todas las partes de la naturaleza forman en última instancia un individuo, el Todo. Análogamente, la fluidez de su pensamiento impide afirmar o negar tajantemente que Diderot fuera un materialista. En su artículo de la Enciclopedia acerca de Locke se refiere a la indicación del filósofo inglés según la cual no sería imposible para Dios conferir a la materia la capacidad de pensar, y considera evidentemente que ese pensamiento se desarrollaría a partir de la sensibilidad. En el Entretien entre d' Alembert et Diderot, escrito en 1769, ha dado expresión más clara a una interpretación materialista del hombre. Los hombres y los animales son en realidad de la misma naturaleza, aunque sus organizaciones son diferentes. Las diferencias en cuanto a capacidad cognoscitiva e inteligencia son simples resultados de la diferente organización física. Análogas ideas aparecen en Le reve de d' Alembert, donde se supone que todos los fenómenos psíquicos son reducibles a bases fisiológicas, y que el sentimiento de la libertad es ilusorio. Diderot estaba sin duda influido por la teoría de Condillac acerca de la importancia de la sensación en la vida psíquica del hombre; pero criticó el sensismo de Condillac basándose en que el análisis de este último era insuficiente. Tenemos que considerar, más allá de la sensación, su base fisiológica. Y es interesante saber que Diderot ayudó a d'Holbach en la composición del Systeme de la nature (1770), abierta exposición de materialismo, aunque no hay que exagerar la influencia de este autor en el pensamiento de Diderot. Al mismo tiempo podemos encontrar en Diderot una tendencia al panpsiquismo. Siente mucha admiración por Leibniz, al que elogia en la Enciclopedia. Y más tarde atribuye percepción a los átomos, cosa que corresponde a las mónadas de Leibniz. En ciertas combinaciones esos átomos constituyen organismos animales en los cuales surge la consciencia sobre la base del continuo formado por los átomos. El fluido carácter de la interpretación de la naturaleza y el hombre por Diderot está relacionado con su insistencia en el método experimental para la ciencia y la filosofía. En su obra De la interpretación de la naturaleza declaraba -equivocándose, por supuesto- que la ciencia matemática se detendría pronto y que en 125 menos de un siglo no quedarían en Europa ni tres grandes geómetras. Su convicción era que la matemática está limitada por sus conceptos, producidos por ella misma, y es incapaz de damos trato directo con realidad concreta. Esa familiaridad no puede obtenerse más que mediante el uso del método experimental, por el nuevo planteamiento científico que es un rival triunfante no sólo de la metafísica, sino también de la matemática. Una vez nos ponemos a estudiar la naturaleza misma, descubrimos que es cambiante y elástica, rica en posibilidades nuevas, caracterizada por la diversidad y la heterogeneidad. ¿Quién conoce todas las especies que han precedido a las nuestras? ¿Quién conoce las especies que seguirán a las nuestras? Todo cambia; no hay dos átomos ni dos moléculas que sean perfectamente iguales; sólo el todo infinito es permanente. El orden de la naturaleza no es estático, sino que perpetuamente nace de nuevo. Por lo tanto, no podemos dar una interpretación permanente de la naturaleza sobre la base de nuestros esquemas conceptuales y nuestras clasificaciones. Y una de las primeras necesidades del pensamiento consiste en mantenerse abierto a nuevos puntos de vista y a nuevos aspectos de la realidad empírica. Algunos historiadores han subrayado la discrepancia entre los elementos materialistas del pensamiento de Diderot y su idealismo ético. Por una parte, su materialismo elimina la libertad y parece considerar inútiles y absurdos el arrepentimiento y el remordimiento. Por otra parte, se reprochaba el haber escrito su temprana novela erótica Bijoux indiscrets y sostenía los ideales de autosacrificio, benevolencia y humanidad. No tenía simpatías por los materialistas que unían la profesión de materialismo y ateísmo con bajos ideales morales; y se oponía al intento de Helvecio de explicar todos los impulsos e ideales morales por un egoísmo disimulado. Él afirmaba por su parte la existencia de leyes inmutables de moralidad natural. Y como crítico de arte proclamaba la libre actividad creadora del artista. Pero aunque podemos estar de acuerdo con Rosenkranz cuando éste dice, en su obra sobre Diderot, que hay una incoherencia entre el materialismo del filósofo y su ética, Diderot mismo no vio en ello incoherencia alguna. En su opinión no hay ninguna relación esencial entre los ideales éticos y la creencia en un alma espiritual. El que el pensamiento s derive de actividades psíquicas más rudimentarias no implica la negación de elevados ideales morales. En su artículo sobre Locke en la Enciclopedia, al Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit que ya hemos aludido, Diderot se pregunta qué diferencia hay entre que la naturaleza piense y que no piense. "¿Cómo podría eso afectar a la idea de justicia o injusticia?" No se sigue ninguna mala consecuencia moral de la teoría de que el pensamiento surge a partir de la sensibilidad. Pues el hombre sigue siendo lo que es y se le juzga según las intenciones buenas o malas a las que dedica su capacidad, no según que su pensamiento sea una creación origina] o algo que nace de la sensibilidad. Dicho con lenguaje moderno: Diderot, que anticipó la teoría evolucionista de Lamarck, afirma que la hipótesis de la evolución no afecta a la validez de los ideales morales del hombre. Diderot se ha formado en parte sus ideas éticas bajo la influencia de los escritos de Shaftesbury. Pero esas ideas no estaban rígidamente fijadas, salvo en el sentido de que siempre contaron con los ideales de benevolencia y humanidad. Sostuvo la idea "racionalista" de leyes morales inmutables. Pero veía la base de esas leyes en la naturaleza del hombre, o sea, en la unidad orgánica de los impulsos, las pasiones y los apetitos del hombre, no en órdenes a priori de la razón. Y era hostil al ideal ascético, por considerarlo contrario a naturaleza. Dicho de otro modo: aunque Diderot siguió sosteniendo la idea de ley natural, acentuó la base empírica y la eficacia pragmática de esa idea para promover el bien común si se la compara con la ética teológica. b) Jean le Rond d'Alembert (1717-1783) era un hijo natural abandonado por sus padres. Debía su nombre, Jean le Rond o Lerond, al hecho de haber sido encontrado cerca de la iglesia de Saint Jean le Rond de París. Él mismo se añadió el apellido. Lo crió la mujer de un vidriero llamado Rousseau; pero su verdadero padre, un cierto Chevalier Destouches, pagaba una renta anual que le permitió estudiar. En 1738 d'Alembert entró en el orden de los abogados, pero no ejerció la profesión. Se dedicó a la medicina; pero al poco tiempo renunció también a esa profesión y decidió dedicarse enteramente a la matemática. Presentó varios trabajos a la Academia de Ciencias, entre ellos su Mémoire sur le calcul intégral (1739), y en 1741 ingresó como miembro en dicha academia. Su obra matemática y científica es de importancia considerable. En 1741 publicó su Mémoire sur la réfraction des corps solides, y en 1743 su Traitéde dynamique. En este tratado desarrolla lo que todavía hoy se conoce con el nombre de "principio de d'Alembert"; 126 en 1744 aplicó ese principio en su Traité de l' équilibre et du mouvement des fluides. Luego descubrió el cálculo de diferencias parciales y lo aplicó en sus Réflexions sur la cause générale des vents (1747), coronadas por la Academia Prusiana. Hemos de citar aún, de entre otros escritos, el Essai d'une nouvelle théorie sur la résistance des fluides (1752) y las Recherches sur différents points importants du systeme du 'monde (1754-1756). Como hemos visto, d'Alembert colaboró con Diderot en la edición de la Enciclopedia, de cuyo Discours préliminaire es autor. Escribió cierto número de artículos para la obra, principalmente sobre temas matemáticos, pero no sólo sobre ellos. En 1758 dejó de colaborar, irritado por las dificultades y la oposición oficial. En 1752 había publicado los Mélanges de littérature, d'histoire et de philosophie, y en 1759 había aparecido su Essai sur les éléments de phitosophie. En 1763 visitó Berlín, pero rehusó la oferta de Federico el Grande de que presidiera la Academia, igual que el año anterior había rechazado la invitación de Catalina de Rusia que le proponía ser tutor de sU hijo, sobre una base económica muy generosa. D' Alembert era amigo de David Hume, que le tenía en alta estima por su carácter moral y su capacidad, y le dejó a su muerte un legado de 200 libras. Matemático y científico antes que nada, d' Alembert estuvo menos expuesto que los demás enciclopedistas a las sospechas y los ataques; en 1755 había sido nombrado miembro del instituto de Bolonia a propuesta del papa Benedicto XIV. En su discurso preliminar a la Enciclopedia d'Alembert declara que Locke es el creador de la filosofía científica y ocupa una posición correspondiente a la de Newton en física. Y en los Elementos de filosofía afirma que el siglo XVIII es el siglo de la filosofía en un sentido particular. La filosofía de la naturaleza ha experimentado una revolución y casi todos los demás campos del conocimiento han hecho progresos y tomado formas nuevas. "Desde los principios de las ciencias seculares hasta los fundamentos de la revelación religiosa, desde la metafísica hasta las cuestiones de gusto, desde la música hasta la moral, desde las disputas escolásticas de los teólogos hasta: los asuntos mercantiles, desde las leyes de los príncipes hasta las de los pueblos, desde la ley natural hasta las arbitrarias leyes de 'las naciones... todo se ha discutido y analizado, o mencionado al menos. El fruto o la consecuencia de esa general efervescencia de los espíritus ha consistido en arrojar nueva luz sobre ciertas cosas, Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit y nuevas sombras sobre otras, del mismo modo que el efecto de la marea consiste en dejar algunas cosas en la playa y arrastrar consigo otras." Eso no significa que para d' Alembert el progreso intelectual consista simplemente, ni siquiera primariamente, en la mera acumulación de hechos nuevos. D' Alembert mantiene, de un modo que recuerda, a Descartes, que todas las ciencias juntas son el despliegue de la inteligencia humana. Y subraya la función de la unificación. Supone que el sistema de los fenómenos es homogéneo y uniforme, y que el objetivo del conocimiento científico consiste en mostrar la unidad y la coherencia de ese sistema a la luz de los principios que ejemplifica. Pero hay que entender adecuadamente este punto. D'Alembert no se interesa por principios metafísicos. Ni se dedica a averiguar las esencias de las cosas en un sentido metafísico. Las teorías y las especulaciones metafísicas nos conducen a antinomias y acaban en el escepticismo; no son una fuente de conocimiento. No podemos saber el por qué y el para qué de las cosas. Ni siquiera podemos saber que hay un mundo externo; pero éste es un asunto de instinto, más que de conocimiento teorético. Y no es en absoluto necesario resolverlo teoréticamente para los fines de la filosofía científica; lo mismo ocurre con los demás problemas de esta clase. No hay diferencia alguna para nosotros, por ejemplo, entre que podamos penetrar en las esencias de los cuerpos y que no lo podamos, "siempre que, suponiendo la materia tal como la concebimos, podamos deducir de propiedades consideradas primitivas otras propiedades secundarias que percibimos en la materia, y siempre que el sistema general de los fenómenos, uniforme y continuo, no nos manifieste en ningún lugar una contradicción". Deducir fenómenos de principios no es deducir datos empíricos de principios metafísicos o esencias metafísicas; es deducir propiedades secundarias observadas de otras propiedades observadas que se consideran más primitivas. La tarea de la filosofía científica consiste en describir y correlatar fenómenos de un modo sistemático más que en explicarlos en sentido metafísico. Cuando intentamos hacer esto último, nos salimos de los límites de lo que propiamente se puede llamar conocimiento. Por lo tanto, podemos decir que d'Alembert ha sido un precursor del positivismo. La ciencia no necesita cualidades o 127 sustancias ocultas, ni teorías o explicaciones metafísicas. La filosofía, al igual que la ciencia, se ocupa sólo de fenómenos, aunque considere un campo de fenómenos más amplíe que el estudiado por el especialista de alguna rama de la ciencia. Eso no significa, desde luego, que el filósofo de la naturaleza no tenga que ocuparse de explicar nada en ningún sentido. Sobre la base de la experiencia sensible ha de formar definiciones claras y podrá deducir conclusiones verificables. Pero no puede ir más allá del ámbito de los fenómenos o de lo empíricamente verificable, salvo que desee entrar en una esfera en la que no se puede conseguir conocimiento seguro. La metafísica tiene que convertirse en una ciencia de hechos o seguir siendo el terreno de las ilusiones. El estudio de la historia de las opiniones muestra cómo los hombres han desarrollado teorías meramente probables y cómo en algunos casos la probabilidad se ha convertido, por así decirlo, en verdad, una vez verificada mediante paciente investigación. De este modo el estudio de la historia de las ciencias sugiere puntos de vista para la ulterior investigación y para teorías que hay que contrastar empíricamente. Podemos ver en la teoría moral de d'Alembert el mismo interés por separar la ética de la teología y la metafísica que se da comúnmente en todos los filósofos del período. La moralidad es la consciencia de nuestro deber respecto del semejante nuestro. Todos los principios de la moralidad convergen hacia el mismo fin, a saber, mostramos la íntima conexión que hay entre nuestro verdadero interés y la realización de nuestro deber social. La tarea del filósofo moral consiste en poner en claro al hombre su lugar en la sociedad y su deber en utilizar su capacidad al servicio del bien y la felicidad comunes. No podemos legítimamente llamar materialista a d'Alembert. Él se abstuvo de pronunciarse acerca de la naturaleza última de las cosas y desconfió de los materialistas y mecanicistas dogmáticos. Aparte de su importancia como matemático, el rasgo más saliente del pensamiento de d'Alembert es probablemente la insistencia en la metodología positivista. Al igual que Diderot, pensaba que el progreso podía considerarse prácticamente garantizado, en el sentido de que la ilustración intelectual acarrearía sin más el progreso social y moral. Pero estaba profundamente influido por Newton y el método experimental en su concepción del desarrollo intelectual y científico. Su pensamiento se movía en el terreno abierto por el avance científico de la época, más que en el marco Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit de la controversia acerca de la naturaleza en última instancia espiritual o material de la realidad. 2. El materialismo: La Mettrie, d’Holbach y Cabanis Hubo, sin embargo, explícitos materialistas en el período de la Ilustración Francesa; en esta sección se dirá algo acerca de La Mettrie, d'Holbach y Cabanis. a) Julien Offray de La Mettrie (1709-1751) era un médico al que la observación en su propia persona de los efectos de la fiebre sobre el espíritu y el pensamiento movió a estudiar las relaciones entre los factores fisiológicos y las operaciones psíquicas. Su Histoire naturelle de l'ame apareció en 1745, y al año siguiente La Mettrie fue desterrado de Francia. En 1748 publicó en Leyden L'homme machine, y el mismo año fue desterrado de Holanda; buscó entonces refugio en la corte de Federico el Grande. l'homme plante apareció en Potsdam en 1748. En su Historia natural del alma (más tarde citada con el título Tratado del alma), La Mettrie sostiene que la vida psíquica del hombre, intelectual y volitiva, nace de las sensaciones y se desarrolla por la educación. Donde no hay sentidos no hay ideas; cuantos menos sentidos, menos ideas; y cuando hay poca educación o instrucción, hay pobreza de ideas. El alma o el espíritu depende esencialmente de una organización física, y su historia natural se tiene que estudiar mediante la observación exacta de los procesos fisiológicos. Los sentidos, dice La Mettrie, son sus filósofos. La teoría de un alma espiritual intrínsecamente independiente del cuerpo es una hipótesis innecesaria. En el Hombre máquina La Mettrie apela a la descripción cartesiana del cuerpo vivo como máquina. Pero en su opinión Descartes no tenía fundamento para afirmar el dualismo, o sea, para considerar al hombre como un compuesto de sustancia pensante, inmaterial y libre, y sustancia extensa, el cuerpo. Debería haber aplicado su interpretación del organismo físico al hombre entero. Al mismo tiempo, La Mettrie difiere considerablemente de Descartes en su idea de la materia. Para La Mettrie la materia no es mera extensión, sino que posee también capacidad de movimiento y de sensación. Al menos la materia organizada posee un principio de movimiento que la diferencia de 128 la materia inorgánica y la sensación nace del movimiento. Podemos ser incapaces de explicar o de entender detalladamente esa procedencia, pero es que tampoco podemos entender detalladamente la materia misma ni sus propiedades básicas. Es suficiente con que la observación nos garantice que el movimiento, el principio de la materia organizada, nace efectivamente. Dado el principio del movimiento pueden surgir no sólo la sensación, sino también todas las demás formas de vida psíquica. O sea: todas las formas de la vida dependen en última instancia de formas diferentes de organización física. Desde luego que la analogía de la máquina no es plenamente adecuada para describir al hombre. También podemos usar la analogía de la planta (por eso escribió L'homme plante). Pero eso no significa que haya en la naturaleza niveles diferentes. Hay diferencias de grado, no de clase. En cuestiones de religión La Mettrie profesaba un agnosticismo completo. Pero se le consideraba ateo. Intentó radicalizar aún más la tesis de Boyle según la cual un estado compuesto de ateos es perfectamente posible, añadiendo que es además deseable. La religión, dicho de otro modo, no sólo es completamente independiente de la moralidad, sino también hostil a ella. Por lo que hace a las ideas éticas de La Mettrie, su naturaleza queda suficientemente indicada por el título de su obra El arte de gozar, o la escuela de la voluptuosidad. No poseía el idealismo moral de Diderot. Dicho sea de paso, esa obra fue uno de los muchos tratados publicados durante el siglo XVIII y que representaban las opiniones del círculo de los llamados "libertinos", aunque las tesis expresadas iban desde la acentuación del placer sensorial, que es característica de La Mettrie, hasta programas de goce mucho más refinados e intelectualizados. b) Los escritos de La Mettrie influyeron mucho, pero la principal formulación de una posición materialista fue el Systeme de la nature ou des lois du monde physique et du monde moral (1770) del barón Paul von Holbach (1723-1789). Nacido en Alemania, vivía en París, por lo que generalmente se le conoce como d'Holbach. Su casa de París era centro de reunión de los philosophes; allí les acogían con pródiga hospitalidad el barón y su esposa, la cual, dicho sea de paso, no simpatizaba con la filosofía de su marido. Cuando estaba en París, Hume participaba en aquellas reuniones, aunque no se interesaba por el dogmático ateísmo de d'Holbach. Expresó varias veces su afecto por el barón, pero de entre los miembros del círculo prefería a d'Alembert. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Horace Walpole, en cambio, que no tenía ningún amor a los filósofos, observa en sus cartas que había dejado de ir a las comidas de d'Holbach y que "absurdo por absurdo, prefiero los jesuitas a los filósofos". Según d'Holbach Descartes erraba en considerar que la materia es por sí misma inerte y que el movimiento tiene que añadírsele desde fuera, por así decirlo. El movimiento se sigue necesariamente de la esencia de la materia, esto es, de la naturaleza de los átomos que componen en última instancia las cosas. También erraba Descartes al pensar que la materia es toda de la misma clase. El principio leibniziano de los indiscernibles contiene mucha más verdad que la noción cartesiana de la homogeneidad de la materia. Y hay diferentes clases de movimiento, y cada cosa tiene sus propias leyes del mismo, inevitablemente observadas. Las cosas, tal como empíricamente las conocemos, constan de diferentes organizaciones de átomos, y sus comportamientos difieren de acuerdo con sus diversas estructuras. Por todas partes hallamos los fenómenos de atracción y repulsión, pero en la esfera humana estos fenómenos toman la forma del amor y el odio. Además, cada cosa aspira a mantenerse en el ser. Y también el hombre está movido por el amor propio o interés propio. Pero eso no excluye el interés por el bienestar de la sociedad. D'Holbach era radicalmente materialista y determinista, pero no proponía una vida egoísta. Se le conocía un carácter humano y benévolo, y entre las obras anónimas que se le atribuyen se encuentra el Systeme social ou principes naturels de la morale et de la politique (Londres 1773) y La morale universelle (Amsterdam 1776). La teoría de un determinado sistema de la naturaleza en el cual el movimiento no es un elemento extraño, sino una propiedad esencial de las cosas, le parecía a d'Holbach suficiente para excluir toda necesidad de postular a Dios o seres supramundanos cualesquiera. El orden o sistema del mundo no es resultado de un plan divino, sino efecto de la naturaleza de las cosas y de sus leyes inmanentes. Pero d'Holbach no estaba en modo alguno satisfecho con profesar el agnosticismo y decir que la hipótesis religiosa, como la llamaba Hume, es innecesaria. En su opinión la religión es enemiga de la felicidad y el progreso humanos. En un célebre pasaje del segundo libro del Sistema de la naturaleza declara que la ignorancia y el miedo crearon los dioses, que la imaginación, el 129 entusiasmo o el engaño han adornado o desfigurado sus imágenes, que la debilidad los adora, la credulidad los conserva y la tiranía sostiene la fe en ellos porque sirve a sus propios fines. La fe en Dios, lejos de hacer a los hombres felices, aumenta su ansiedad y su miedo. Por lo tanto, si fuera posible derribar ese poderoso instrumento de la tiranía política que es la religión, sería mucho más fácil asegurar el desarrollo de un sistema social racional en lugar del sistema responsable de tanto sufrimiento y tanta miseria. D'Holbach fue en sus escritos por regla general más abierto en la denuncia del ancien régime que sus colegas. Pero rechazaba la revolución como solución de los problemas políticos, y en su Sistema social declaraba que la revolución es peor que la enfermedad que se supone cura. Se ha dicho alguna vez que en su Sistema de la naturaleza d'Holbach combinó y llevó hasta el extremo las diferentes tendencias de los ilustrados franceses. La tesis es verdad hasta cierto punto. Pero las ideas de d'Holbach resultaban demasiado radicales para muchos de sus colegas filosóficos. Voltaire, por ejemplo, denunció la obra por atea. Y en Alemania, Federico el Grande llamó la .atención acerca de algo que él consideraba como una contradicción manifiesta. Según d'Holbach, los seres humanos están tan sometidos al determinismo como las demás cosas. Y, sin embargo, no vacila en denunciar a los sacerdotes y los gobiernos con apasionadas palabras, ni en reclamar un nuevo orden social, formas de hablar que no tienen sentido más que si los hombres son libres y es posible elogiarlos o denunciados razonablemente por sus acciones. Hay, por último, una valoración muchas veces citada de la obra de d'Holbach desde un punto de vista muy diferente. En Wahrheit und Dchtung (libro XI) Goethe habla de sus estudios en Estrasburgo y observa que por mera curiosidad él y sus amigos echaron un vistazo al Sistema de la naturaleza. "No pudimos entender que se consideraba peligroso un libro así. A nosotros nos pareció tan gris, tan nebuloso y cadavérico que nos era difícil soportar su presencia y nos producía escalofríos como un espectro." Para Goethe el libro de d'Holbach arranca a la naturaleza y a la vida todo lo que tienen de precioso. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit c) Una expresión particularmente cruda del materialismo se puede encontrar en los escritos de Pierre Jean Georges Cabanis (1757-1808) médico autor de los Rapports du physique et du moral de l'homme. Cabanis resumió sus tesis en la frase les nerfs, voild tout l'homme, y declaró que el cerebro segrega pensamiento igual que el hígado segrega bilis.. Podía objetarse que en este caso no habría más que diferentes clases de secreción, y que resultaría difícil decidir cuál de ellas posee mejor valor veritativo. Pero sería erróneo suponer que toda la Ilustración Francesa ha de estimarse a la luz de las groseras afirmaciones de materialistas como Cabanis. Hasta perderemos de vista la significación de la misma corriente materialista si sólo atendemos a esas formulaciones. Pues su importancia se encuentra en su aspecto programático más que en el dogmatismo contra el cual protestaron d' Alembert y otros. Su importancia a largo plazo reside en su aspecto de programa para estudiar las conexiones entre los fenómenos fisiológicos y los psicológicos, no en su reducción dogmática de los últimos a los primeros. Cabanis sostenía que su concentración sobre las bases fisiológicas de la vida psíquica no implicaba un materialismo metafísico. Por lo que hace a las causas últimas profesaba, en efecto, el agnosticismo. Pero en su opinión la moralidad ha de separarse drásticamente de presupuestos metafísicos y teológicos y conseguir una base firme en el estudio científico del hombre. Una de sus aportaciones a ese estudio es su insistencia en la unidad de la vida del hombre. Así, por ejemplo, le parece impropio hablar, con CondilIac, de atribuir talo cual sentido a una estatua. Los sentidos son interdependientes y están además íntimamente relacionados con otras funciones orgánicas. 3. La historia natural: Buffon, Robinet y Bonnet Diderot ha dicho alguna vez que en ciertas circunstancias no hay despilfarro mayor que la preocupación por el método. Eso vale especialmente, según él, de la historia natural en general y de la botánica en particular. Diderot no pretendía, desde luego, que sea posible estudiar provechosamente una ciencia de un modo puramente casual. Pero sí que no hacemos más que perder el tiempo cuando intentamos descubrir algún método universal que sea aplicable a todas las ciencias. Es absurdo, por ejemplo, suponer que el método aplicable en matemática es aplicable 130 también en botánica. La forma del método y de la sistematización que es adecuada en el estudio de la botánica tiene que derivarse del especial carácter del tema de esta ciencia. Al afirmar ese punto de vista Diderot estaba más o menos influido por los primeros volúmenes de la Histoire naturelle générale et particuliere (1749-1788) de Buffon. a) En sus consideraciones introductorias a la obra recién mencionada, Georges-Louis Leclerc de Buffon (1707-1788) sostiene que es un gran error hacerse un ideal de método científico e intentar luego violentar todas las ramas de la investigación científica para que entren en el marco de ese método. Por ejemplo, en matemática fijamos con claridad la significación de nuestros símbolos y podemos proceder deductivamente, desplegando las implicaciones de nuestro punto de partida; pero no podemos hacer eso cuando nos ocupamos de la naturaleza existente y no, como en matemática, de nuestros conceptos o de la significación de símbolos, determinada por nosotros mismos. La verdad es diferente en matemáticas de lo que es en las ciencias naturales. En estas últimas tenemos que partir de la observación de los fenómenos, y sólo sobre la base de la observación podemos llegar a conclusiones generales con la ayuda de analogías. Al final podemos ver cómo los hechos particulares se relacionan unos con otros y cómo las verdades universales se ejemplifican en esos hechos particulares. Pero no podemos utilizar el método deductivo de la matemática. Buffon estaba encargado del Jardín del Rey, y es claro que lo que dice se aplica con particular fuerza en el campo de la botánica. La recusación por Buffon de toda concepción rígida de un método científico ideal de aplicación universal se acompaña, con el rechazo también de la idea de que los organismos se puedan clasificar en especies separadas unas de otras por rígidos límites. Hasta Linneo se había equivocado en este punto durante sus estudios de botánica, pues había seleccionado arbitrariamente ciertas características de las plantas como claves clasificatorias, y el hecho es que no podemos entender la naturaleza de ese modo. En la naturaleza hay continuidad, transiciones graduales, no tipos rígidamente fijados. Dicho de otro modo: Buffon sustituye la idea de una jerarquía de clases claramente delimitadas por el concepto de una serie o cadena de clases en cada una de las cuales los miembros se reúnen según el parentesco observado. No Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit rechazaba completamente la noción de clase o especie, pero la especie debía entenderse simplemente como un grupo de individuos más parecidos entre ellos, en virtud de las características observadas, que parecidos a otras cosas. Es erróneo suponer que nuestra clasificación exprese la aprehensión de esencias fijas. Podemos decir, si así lo deseamos, que Buffon entendía la clasificación al modo de lo que Locke había llamado "esencia nominal". Pero su tema capital es que hemos de obedecer a la naturaleza observada y mantener elásticos nuestros conceptos clasificatorios, en vez de construir un fijo esquema conceptual y forzar la naturaleza para que encaje en él. Si sólo tuviéramos que ocupamos de nuestras ideas o definiciones y de sus consecuencias, ese procedimiento violento sería adecuado. Pero en botánica, por ejemplo, hemos de atender al conocimiento de la realidad no a un sistema ideal semejante al de la matemática. Es probablemente correcto decir que las opiniones de Buffon han ayudado algo a preparar el camino a la teoría de la evolución. Pero, de todos modos, no es lícito inferir de su idea de la serie o cadena de las especies que Buffon fuera ya un evolucionista. Lo que él pensaba es que hay numerosos tipos de organismos que nacen en una serie continua en la medida en que las condiciones externas posibilitan su supervivencia. Pero no ha afirmado nunca que una especie atraviese un proceso de trasformación hasta dar en otra. Más bien pensaba en una especie de arquetipo ideal de la cosa viva, el cual representaría la unidad del plan divino y podría tomar un indeterminado número de formas concretas posibles. Y aunque esos tipos concretos no sean fijos ni rígidos, la creación de cada uno de ellos es un acto especial. b) La idea de serie aparece también en los escritos de Jean Baptiste Robinet (1735-1820). Para él la naturaleza se encuentra con el problema de realizar de la manera más perfecta posible las tres funciones vitales de la alimentación, el crecimiento y la reproducción, las cuales se dan en cierto sentido en toda materia. La solución de la naturaleza a ese problema se encuentra en el hombre, el cual es, por lo tanto, la culminación de la serie en el mundo material. Pero podemos también imaginar una gradual liberación de actividad -nota esencial de la sustancia- respecto de la materia y de cualquiera dependencia de órganos materiales. Y esta concepción nos lleva a la idea de inteligencia pura. 131 c) Pero la teoría de una serie puramente lineal presenta considerables dificultades. Charles Bonnet (1720-1793) sugirió que la naturaleza puede producir líneas principales en las series, y éstas a su vez líneas subordinadas. El naturalista y viajero alemán Peter Simon PaIlas (1741-1811) llega ya a la analogía del árbol con sus diversas ramas. Pero en Buffon mismo se encuentra la analogía de la red. 4. El dinamismo de Boscovich El jesuita Roger Joseph Boscovich (1711-1787) no se puede considerar, desde luego, como un filósofo de la Ilustración, si por Ilustración se entiende un movimiento opuesto a la religión sobrenatural. Pero el término no se debe usar en ese restringido sentido. Es verdad que estamos estudiando la Ilustración Francesa, y Boscovich, que había nacido en Ragusa, no era francés. Pero durante diez años (1773-1783) trabajó como director de óptica de la marina, en París; y en cualquier caso éste es el lugar más adecuado en este libro para hacer unas pocas observaciones a su respecto. En. 1740 Boscovich fue nombrado profesor de matemática en el Colegio Romano (la actual Universidad Gregoriana), y mientras desempeñaba ese cargo publicó ensayos acerca de varios temas matemáticos y astronómicos. En 1758 publicó en Viena su Philosophiae naturalis theoria, redacta ad unicam legem virium in natura existentium. Durante una estancia en Inglaterra fue nombrado fellow de la Royal Society, y en 1769 ésta le invitó a emprender un viaje a California para observar el paso de Venus; Boscovich no pudo aceptar a causa de que el gobierno español había expulsado a los jesuitas de todos sus territorios. En 1785, tras volver de París a Italia, publicó las Opera pertinentia ad opticam et astronomiam, en cinco volúmenes. Entre otras obras podemos mencionar sus Elementa universae matheseos (1754). En opinión de Boscovich no hay contacto real entre dos cuerpos. La teoría newtoniana de la gravitación ha mostrado que acción es acción a distancia. Por lo tanto, no podemos seguir pensando que el movimiento o la energía se comuniquen por contacto inmediato. Lo que tenemos que postular es átomos que se atraen y repelen los unos a los otros, sin tocarse realmente nunca. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Cada átomo tiene una posición en el espacio y posee una fuerza potencial, en el sentido de que dos átomos cualesquiera se atraen o se repelen entre ellos. Para cualquier distancia superior a una dada, esta fuerza es una atracción que varía en razón inversa del cuadrado de la distancia. En el caso de distancias menores la fuerza es atracción en un caso y repulsión en otro. En esta zona las leyes que regulan la atracción y la repulsión no se han descubierto todavía, aunque según Boscovich al disminuir la distancia más allá de todo límite la fuerza de repulsión aumenta ilimitadamente. Por lo tanto, dos átomos no pueden nunca estar en contacto inmediato. Sin duda hay sistemas de átomos, pero ningún sistema puede ocupar el mismo espacio que otro, pues cuando un sistema se aproxima a otro hay un punto en el cual la repulsión entre los átomos de los dos sistemas crece hasta tal punto que no puede ser vencida. No es necesario decir que Boscovich no sostenía que los átomos fueran la única realidad. Estaba hablando sólo de los cuerpos y quería mostrar la aplicación de su teoría del atomismo dinámico a los problemas de mecánica y física. 5. Los fisiócratas: Quesnay y Turgot 132 su libertad natural en la medida en que el ejercicio de ésta es incompatible con los derechos de otros individuos. y el gobierno debe limitarse a garantizar el cumplimiento de ese Contrato. Si intenta interferirse en el campo de la economía, restringiendo, por ejemplo, la concurrencia, o manteniendo privilegios y monopolios, interferirá en realidad con la operación de la "ley natural". Y ningún bien puede derivarse de esa interferencia: la naturaleza es más sabia. Eso no significa que los fisiócratas fueran demócratas entusiastas, en el sentido de promotores celosos de la idea de gobierno popular. Por el contrario, tendían a considerar que el despotismo ilustrado era el mejor instrumento para realizar su política. Las doctrinas de no interferencia y laissez-faire se prestaban, sin embargo, a servir en sentido revolucionario como parte de una reivindicación general de libertad; y así fueron usadas efectivamente. Pero ni Quesnay ni Turgot, por ejemplo, pueden considerarse abogados de la revolución ni de la sustitución del gobierno monárquico por un poder popular. a) François Quesnay (1694-1774) estudió medicina y cirugía y fue médico de Luis XV. Pero en la corte se dedicó al estudio de la economía, de modo que el grupo de los fisiócratas se centró en torno suyo y de Jean de Gournay (1712-1759). Quesnay escribió algunos artículos de tema económico para la Enciclopedia. Publicó también, entre otros escritos, unas Maximes générales de gouvernement économique d'un royaume agricole (1758); y aquel mismo año el Tableau économique avec son explication, ou extrait des économies royales de Sully. Los enciclopedistas estaban animados por la idea del progreso manifiesto en el crecimiento de las ciencias y en la correspondiente liberación respecto de la superstición. La ilustración del espíritu iría acompañada por un aumento de la tolerancia y por la reforma política y social. La idea de progreso aparece también en las teorías del grupo de economistas franceses del siglo XVIII conocidos por "fisiócratas". El nombre fue inventado por Dupont de Nemours (1739-1817), que pertenecía al grupo. Los fisiócratas se llamaron inicialmente economistas, pero ese nombre especial (compuesto con las palabras griegas physis, naturaleza y hatein, gobernar, dominar) es adecuado porque llama la atención acerca de su tesis principal. Ésta dice que hay leyes económicas naturales, y que el progreso económico depende de que permitamos que esas leyes funcionen sin restricción. La riqueza nacional depende, según Quesnay, de la productividad agrícola. Los únicos trabajos realmente productivos son los que aumentan la cantidad de materias primas. Y la riqueza nacional es el exceso de esos productos respecto de su coste de producción. La manufactura y el comercio se limitan a dar nuevas formas a la riqueza ya producida (pues entre las materias primas se encuentran, por ejemplo, los metales) y a transferir la riqueza de unas manos a otras. Son, por lo tanto, "estériles", no "productivos", aunque eso no quiere decir que no sean útiles. Se sigue de esa posición que el gobierno tiene que intervenir lo menos posible en los asuntos económicos. La sociedad se basa en un contrato por el cual el individuo se somete a la limitación de Por lo tanto coincide el interés del propietario de la tierra con el interés de la sociedad. Cuanto mayor la producción agrícola, tanto mayor la riqueza nacional. O, como decía Quesnay: a Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit campesinos pobres reino pobre, y a reino pobre rey pobre. Por lo tanto, el aumento del "producto neto" ha de ser el objetivo del economista práctico. El comercio distribuye la riqueza, pero las clases comerciantes y manufactureras ganan a costa de la nación, y el bien común requiere que esos costes se reduzcan lo más posible. Las rentas del estado dependen del producto neto de la agricultura, y han de proceder de un impuesto sobre la tierra. No todos los fisiócratas compartían esa acentuación de la producción agrícola frente a la industria y al comercio; pero la tesis era característica de algunos miembros destacados del grupo. Adam Smith, que conoció a Quesnay durante su visita a París en 1764-1766, le tenía en alta consideración, pero, aunque en alguna medida le influyeron los fisiócratas, no estaba de acuerdo con la descripción de la industria y el comercio como actividades "estériles". b) Anne Robert Jacques Turgot, barón de Laune (1727-1781) empezó estudios religiosos, pero los abandonó antes de ordenarse; luego ocupó varios cargos del parlamento y la administración. Era amigo de Voltaire y conoció también a Quesnay, Gourn y, Dupont de Nemours y otros economistas de la escuela fisiocrática. Además de interesarse por las reformas económicas escribió varios ensayos y artículos, algunos de ellos para la Enciclopedia. En 1770 escribió sus Lettres sur la liberté du commerce des grains y en 1776 publicó en un volumen sus Réflexions sur la formation et la distribution des richesses, que habían aparecido ya en 1769-1770 en un periódico. En 1774 fue nombrado ministro de marina, y poco después intendente general. En este último cargo, equivalente al de ministro de hacienda, consiguió aumentar el crédito nacional. Contó primero con el apoyo del rey, pero sus planes de abolir los privilegios, someter todas las clases a los impuestos y proclamar el libre comercio del trigo le acarrearon muchos enemigos, al mismo tiempo que sus proyectos de sistema educativo y de ayuda a los pobres resultaron ya demasiado para el mismo rey. En 1776 se vio obligado a dimitir. Durante el resto de su vida se dedicó al estudio. 133 interpretación positivista. Lo dado es una multiplicidad de fenómenos, las relaciones mutuas entre los cuales cambian constantemente. Pero en algunos grupos hay relaciones de coordinación relativamente persistentes. Uno de esos grupos es lo que llamamos el yo o mismidad, un grupo particular de percepciones relacionadas con percepciones o sentimientos de placer o dolor. Afirmar la existencia del mundo externo es afirmar que otros grupos de fenómenos, inmediatamente dados o postulados, se encuentran en relaciones espaciales o causales con el yo. Por lo tanto, existencia significa para nosotros existencia como sujeto o para un sujeto en el sistema de relaciones espaciales y causales. La cuestión de qué es la existencia en sí misma o la de qué cosas existentes hay fuera del sistema de relaciones espacio-temporales y causales no es una cuestión que podamos resolver. Dicho de otro modo: no podemos resolver problemas metafísicos. La ciencia se ocupa de la descripción de los fenómenos, no de "cuestiones últimas". Turgot tiene importancia en el desarrollo de la interpretación positivista de la historia. A diferencia de lo que ocurre en la historia animal, en la historia humana hay progreso, en el sentido de que los logros intelectuales de una generación son recogidos, ampliados y rebasados por la siguiente. En cada período cultural podemos hallar cierto esquema recurrente. Pero, en general, el avance intelectual de la especie humana pasa por tres fases principales, la religiosa, la filosófica o metafísica y la científica. En esta tercera fase las ciencias matemáticas y naturales triunfan sobre la metafísica especulativa y ponen los fundamentos de un posterior avance científico y de nuevas formas de vida social y económica. De este modo anticipa Turgot la interpretación de la historia que expondría Auguste Comte durante el siglo siguiente. y aunque desde el punto de vista de la economía hay que clasificar a Turgot junto con Quesnay y los demás fisiócratas, desde el punto de vista filosófico, que es más amplio, es posible clasificarle junto con los directores de la Enciclopedia, d'Alembert y Diderot. 6. Observaciones finales. Como economista Turgot comparte las ideas de Quesnay acerca de la tierra como única fuente de riqueza y acerca de la necesidad de una libertad completa en la industria y el comercio. Pero no era meramente un economista. En su artículo sobre existencia para la Enciclopedia, por ejemplo, desarrolla toda una La Ilustración Francesa se identifica casi a menudo con el rotundo materialismo y las polémicas antirreligiosas de hombres como Helvecio, La Mettrie y d'Holbach. La tendencia a hacerlo así tiene causas comprensibles, y sin duda es ése, en efecto, un Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit aspecto real de la filosofía francesa del siglo XVIII. Pero el espíritu del movimiento queda probablemente mejor representado globalmente por hombres como d'Alembert, Diderot y Turgot, los cuales tendían más bien a abstenerse de pronunciamientos dogmáticos acerca de la realidad última, y esperaban que el progreso científico y el incremento de la tolerancia aportaran formas nuevas y más racionales de vida social y política. No hay duda de que la filosofía francesa del siglo XVIII ha ayudado a preparar el camino a la Revolución; pero los filósofos mismos no aspiraban a una revolución sangrienta, sino más bien a la difusión del conocimiento, y, por medio de ella, a la reforma social. No estoy diciendo con esto que los puntos de vista doctrinales de les philosophes fueran buenos, ni que yo coincida con su punto de vista antimetafísico. Pero sí que es un error contemplarlos simplemente a la luz del materialismo dogmático de algunos de entre ellos. Como ya se ha indicado, hacerla así es pasar por alto e ignorar el aspecto programático de su obra, el programa que se proponía ampliar todo lo que fuera posible la esfera del conocimiento empíricamente verificado. Dejando aparte las formulaciones crudas y groseras, los filósofos ilustrados se interesan en realidad, y por ejemplo, por el desarrollo de la psicología y la biología empíricas, por el de los estudios sociológicos y por el de la economía política. En el siglo siguiente los idealistas sintieron la necesidad de reconciliar y sintetizar las visiones religiosa, metafísica y científica. Pero ese ideal presuponía, como es obvio, la presencia del punto de vista científico y positivista; los filósofos del siglo XVIII han tenido mucha importancia en la producción de ese punto de vista. Como lo comprendieron los idealistas del siglo XIX, el punto de vista científico no había de negarse, sino que se trataba de modificarlo mediante su incorporación en una síntesis más amplia. Eso aparte de la cuestión de si han tenido éxito o no en la construcción de tal síntesis. 134 Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 135 LOS TRADICIONALISTAS HISTORIA DE LA FILOSOFÍA TOMO IX Frederick Copleston LA REACCIÓN TRADICIONALISTA A LA REVOLUCIÓN 1. Observaciones introductorias Para nosotros la Revolución francesa es un acontecimiento histórico cuyo desarrollo, efectos y causas pueden ser investigados desapasionadamente. En la época en que ocurrió los juicios acerca de ella iban, sin duda, acompañados y a menudo afectados de fuertes sentimientos. A mucha gente le parecía obvio que la Revolución era no sólo una liberación nacional y un impulso regenerador de la sociedad francesa, sino también un movimiento destinado a llevar igualmente la luz y la libertad a otras naciones. Por descontado que el Terror podía deplorarse, o quizás excusarse; pero los ideales revolucionarios se aprobaban y ensalzaban como una afirmación de la libertad humana y, en ocasiones, como una muy esperada extensión de la Reforma a las esferas política y social. Hubo, sin embargo, otras gentes a las que les pareció no menos obvio que la Revolución fue un evento desastroso que puso en peligro de quiebra las bases de la sociedad, cambió la estabilidad social por un anárquico individualismo, dio alocadamente al traste con las tradiciones de Francia y expresó el rechazo de los principios religiosos de la moral, de la educación y de la cohesión social. Evidentemente la hostilidad a la Revolución podía estar alentada en gran parte por motivos egoístas; pero también podía estado el apoyo a ella. Y del mismo modo que al idealismo se le podía enrolar del lado de la Revolución, no menos posible era que se diese una oposición al espíritu revolucionario sinceramente convencida de que tal espíritu era destructivo e impío. Una oposición acérrima a la Revolución fue expresada en el plano filosófico por los llamados "tradicionalistas". Tanto los fautores como los oponentes de la Revolución tendían a ver en ella el fruto de la Ilustración, aunque las evaluaciones de ésta y las actitudes al respecto diferían mucho, naturalmente, en unos y otros. Es fácil, desde luego, despachar a los tradicionalistas como a reaccionarios llenos de nostalgia del pasado y ciegos para con el movimiento de la historial Pero, por muy miopes que fuesen en ciertos aspectos, fueron también escritores destacados e influyentes y no se les puede pasar simplemente por alto en una exposición del pensamiento francés de las primeras décadas del siglo XIX. 2. De Maistre El primer escritor del que debe hacerse mención es el famoso monárquico y ultramontano conde Joseph de Maistre (175 3-1821). Nacido en Chambéry, en la Saboya, estudió leyes en Turín y llegó a ser senador de su patria. Invadida ésta por Francia, de Maistre se refugió primero en Aosta y después en Lausanne, donde escribió sus Considérations sur la France (Consideraciones sobre Francia, 1796). Había sentido en tiempos alguna simpatía por los liberales; pero en esta obra se mostró claramente opuesto a la Revolución y deseoso de que se restaurara la monarquía francesa. En 1802 de Maistre fue nombrado ministro plenipotenciario del rey de Cerdeña ante la corte del zar en San Petersburgo. Permaneció en Rusia catorce años y escribió allí su Essai sur le príncipe générateur des constitutions politiques (Ensayo sobre el principio generador de las constituciones políticas, 1814). Trabajó también en la redacción de su obra Du Pape (Del Papa), que terminaría en Turín y salió al público en 1819, y en la de las Soirées de Saint-Pétersbourg (Veladas de San Petersburgo), que apareció en 1821. Su Exame de la philosophie de Bacon fue publicado póstumo en 1836. En su juventud había estado de Maistre asociado a un círculo masónico de Lyón que se inspiraba algo en las ideas de LouisClaude de Saint-Martin (1743-1803), a quien le habían estimulado a su vez los escritos de Jakob Boehme. Aquel círculo era opuesto a la filosofía de la Ilustración e inclinado a doctrinas metafísicas y místicas que representaban una fusión de creencias cristianas y neoplatónicas. Y Saint-Martin veía en la historia el despliegue de la divina Providencia. La historia era para él un proceso continuo enteramente vinculado a Dios, al Uno. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Quizá no sea tan absurdo el querer percibir a toda costa ecos de tales ideas en las Consideraciones sobre Francia de De Maistre. Le horrorizan ahí la Revolución, el regicidio, los ataques contra la Iglesia, el Terror; pero al mismo tiempo su concepción de la historia se mantiene en la línea de una evaluación exclusivamente negativa de la Revolución. Tiene por bellacos y criminales a Robespierre y a los demás dirigentes, pero los ve también como inconscientes instrumentos de la divina Providencia. Los hombres" actúan a la vez voluntaria y necesariamente". Obran como quieren obrar, pero al hacerlo así secundan los designios de la Providencia. Los cabecillas de la Revolución estaban convencidos de que la controlaban; pero no eran sino instrumentos que se utilizan y después se desechan, pues la Revolución misma fue el instrumento de que Dios se sirvió para castigar el pecado: "Jamás se había manifestado tan a las claras la divinidad en un suceso humano. Si emplea los más viles instrumentos, es porque se trata de castigar con miras a regenerar". Si las facciones implicadas en la Revolución pretendían destruir la Cristiandad y la monarquía, "se sigue que todos sus esfuerzos sólo darán por resultado la exaltación de la Cristiandad y de la monarquía". Pues hay una "fuerza secreta" que actúa en la historia. La idea de De Maistre de que la historia patentiza el obrar de la divina Providencia, cuyos instrumentos son los individuos, no era en sí una novedad, aunque él la aplicó a un acontecimiento o a una serie de acontecimientos muy recientes. La idea es obviamente objetable. Aparte lo difícil que resulta conciliar la libertad humana con la infalible realización del plan divino, el concebir las revoluciones y las guerras como castigos divinos da lugar a la reflexión de que en modo alguno son solamente los culpables (o quienes a los ojos humanos parezcan serlo) los que padecen esos terribles cataclismos. Pero de Maistre procura salir al paso a tales objeciones mediante una teoría de la solidaridad de la nación, y en definitiva de toda la raza humana, como constituyendo una unidad orgánica. Y esta teoría es lo que él opone a lo que considera él erróneo y pernicioso individualismo de la Ilustración. La sociedad política -insiste de Maistre- no es ciertamente un conjunto de individuos unidos mediante un pacto o contrato social. Ni la razón humana puede concebir a priori ninguna constitución viable prescindiendo de las tradiciones nacionales y de las instituciones que se han ido desarrollando a lo largo de los siglos. "Uno de los grandes errores de un siglo que profesó todos los 136 yerros fue el de creer que una constitución política podía crearse y redactarse a priori, siendo así que la razón y la experiencia muestran de consuno que una constitución es obra divina y que precisamente lo más fundamental y esencialmente constitucional en las leyes de una nación es algo que no podría ponerse por escrito." Si nos fijamos en la constitución inglesa veremos que es la resultante de un gran número de factores y circunstancias convergentes que han servido de instrumentos de la Providencia. Una constitución así, que ciertamente no fue construida de un modo a priori, está siempre aliada con la religión y adopta una forma monárquica. No es, por lo tanto, sorprendente que los revolucionarios, que quieren establecer una constitución por decreto, ataquen a la religión y a la monarquía. En términos generales de Maistre se opone violentamente al racionalismo dieciochesco, por verle ocuparse de abstracciones y menospreciar las tradiciones que, en su opinión, manifiestan la obra de la divina Providencia. El abstracto ser humano de les philosophes, que no es en esencia ni francés, ni inglés, ni miembro de ninguna otra unidad orgánica, es sólo una ficción. Y lo es también el Estado cuando se le interpreta como el producto de un contrato, pacto o convención. Siempre que de Maistre hace alguna observación complementaria sobre un pensador de la Ilustración es porque le parece que trasciende la estrecha mentalidad del racionalismo apriórico. Por ejemplo, Hume es elogiado por su ataque contra la artificiosidad de la teoría del contrato social. Si de Maistre se remonta a antes de la Ilustración y ataca a Francis Bacon es porque, en su sentir, "la filosofía moderna es toda ella hija de Bacon". Otra ficción racionalista, según de Maistre, es la de la religión natural, si por este término se ha de entender una religión puramente filosófica, construcción deliberada de la razón del hombre. En realidad la creencia en Dios se viene transmitiendo a partir de una revelación primitiva que se le hizo a la humanidad, siendo el cristianismo otra nueva revelación más completa. Es decir, que sólo hay una religión revelada; y tan imposible le es al hombre construir una religión a priori como construir una constitución a priori. "La filosofía del siglo pasado, que aparecerá a los ojos de la posteridad como una de las épocas más oprobiosas del espíritu humano […] no fue de hecho otra cosa que un auténtico sistema de ateísmo práctico." Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Según de Maistre, la filosofía del siglo XVIII ha hallado su expresión en la teoría de la soberanía del pueblo y en la democracia: Pero aquella teoría carece en absoluto de fundamento, y los frutos de la democracia son el desorden y la anarquía. Para remediar estos males hay que volver al reconocimiento de la autoridad históricamente fundada y providencialmente constituida. Esto en la esfera política significa la restauración de la monarquía cristiana, y en la esfera religiosa la aceptación de la suprema y única soberanía del Papa infalible. Los seres humanos son tales que es necesario que haya gobierno, y el poder absoluto es la única alternativa verdadera para evitar la anarquía. "Nunca he dicho yo que el poder absoluto, sea cual fuere la forma de su existencia en el mundo, no entrañe grandes inconvenientes. Antes al contrario, he reconocido expresamente el hecho, y no tengo el propósito de atenuar esos inconvenientes. Decía tan sólo que nos hallamos entre dos abismos." En la práctica, el ejercicio del poder absoluto es restringido inevitablemente por diversos factores y en cualquier caso los soberanos políticos están, o deberían estar, sometidos a la jurisdicción del Papa, en el sentido de que éste tiene derecho a juzgar las acciones de aquéllos desde los puntos de vista religioso y moral. A de Maistre se le conoce sobre todo por su ultramontanismo y porque insistió mucho en la infalibilidad del Papa bastante tiempo antes de que esta doctrina fuese definida por el Concilio Vaticano I. Pero tal insistencia no les pareció muy aceptable a todos los que compartían la hostilidad de De Maistre a la Revolución y simpatizaban con su deseo de ver restaurada la monarquía. Algunas de sus reflexiones acerca de las constituciones políticas y los valores de la tradición eran similares a las de Edmund Burke (1729-1797). Pero como más se le recuerda es principalmente como autor de la obra Du Pape. 3. De Bonald Figura más notable desde el punto de vista filosófico fue la de Louis Gabriel Ambroise, vizconde de Bonald (1754-1840). Antiguo oficial de la guardia real, fue miembro de la Asamblea Constituyente en 1790; pero en 1791 hubo de emigrar y vivió en la pobreza. En 1796 publicó en Constanza su Théorie du pouvoir 137 politique et religieux dans la société civile (Teoria del poder politico y religioso en la sociedad civil). Vuelto a Francia fue partidario de Napoleón, en el que veía el instrumento para la unificación política y religiosa de Europa. Pero con la Restauración se declaró en favor de la monarquía. En 1800 publicó un Essai analytique sur les lois naturelles de l' ordre social (Ensayo analítico sobre las leyes naturales del orden social). A esta obra le siguió en 1802 La législation primitive (La legislación primitiva). Entre sus restantes escritos se incluyen Recherches philosophiques sur les premiers objets des connaissances morales (Investigaciones filosóficas acerca de los primeros objetos de los conocimientos morales, 1818) Y una Démonstration philosophique du príncipe constitutif de la société (Demostración filosófica del principio constitutivo de la sociedad, 1827). Se ha dicho a veces que de Bonald rechaza toda filosofía. Pero esto no es exacto. Cierto que recalca la necesidad de que la sociedad se asiente sobre una base religiosa, y que contrasta esta necesidad con la insuficiencia de la filosofía como fundamento social. A su parecer, una unión de la sociedad religiosa con la sociedad política es "tan necesaria para constituir el cuerpo civil o social como necesaria es la simultaneidad de la voluntad y la acción para constituir el ego humano", mientras que a la filosofía le falta autoridad para dictar leyes e imponer sanciones. También es verdad que tras haber examinado la sucesión de los sistemas conflictivos concluye que "Europa […] está esperando aún una filosofía". Al mismo tiempo muestra de Bonald evidente admiración a algunos filósofos. Habla, por ejemplo, de Leibniz como del "genio tal vez más capaz (vaste) de cuantos han aparecido entre los hombres". Por otra parte, distingue entre los hombres de ideas o conceptos, que de Platón en adelante "han esclarecido el mundo",y los hombres "de imaginación", tales como Bayle, Voltaire, Diderot, Condillac, Helvétius y Rousseau, que han desorientado a la gente. El describir a escritores del tipo de Bayle y Diderot como hombres de imaginación puede parecer chocante; pero es que de Bonald no se está refiriendo a pensadores de inclinación poética, sino en principio a aquellos que derivan todas las ideas de la experiencia sensible. Cuando, por ejemplo, Condillac habla de "sensaciones transformadas", la frase quizás aluda a la imaginación, que puede fingir a su capricho transformaciones y cambios. "Pero esta transformación, cuando se aplica a las operaciones de la mente, no es más que una palabra carente de significado, y Condillac mismo Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit se habría visto en gran aprieto si hubiese tenido que darle una aplicación satisfactoria." Por lo general los hombres "de imaginación", según entiende de Bonald el término, son sensistas, empiristas y materialistas. Los hombres de ideas O conceptos son en principio los que creen que hay ideas innatas y las atribuyen a su última fuente. Así Platón "proclamó las ideas innatas o ideas universales, impresas en nuestras mentes por la suprema Inteligencia", mientras que Aristóteles, por el contrario, "humilló a la inteligencia humana rechazando las ideas innatas y representando las ideas como si vinieran a la mente sólo por medio de los sentidos". "El reformador de la filosofía en Francia fue Descartes." Es verdad, sin duda, que de Bonald habla de la ausencia de filosofía entre los judíos de los tiempos del Antiguo Testamento y en otras naciones vigorosas, tales como los primeros romanos y los espartanos, y que concluye de la historia de la filosofía que los filósofos han sido incapaces de encontrar una base firme y segura para sus especulaciones. Sin embargo, rehúsa el admitir que debamos por eso desesperar de la filosofía y rechazarla en bloque. Al contrario, lo que debemos hacer es buscar "un dato absolutamente primitivo" que pueda servirnos de seguro punto de partida. Ni que decir tiene que no fue de Bonald el primer hombre que se puso a buscar una base segura para la filosofía. Ni tampoco fue el último. Pero es interesante leer que encuentra su dato o "hecho primitivo" en el lenguaje. Filosofía en general es "la ciencia de Dios, del hombre y de la sociedad". El dato primitivo que se está buscando deberá, pues, hallarse en la base del hombre y de la sociedad y es el lenguaje. Quizá parezca que el lenguaje no puede ser un hecho primitivo. Pero, según de Bonald, el hombre no podría haberlo inventado para expresar sus pensamientos, pues el pensamiento mismo, implicando como implica conceptos generales, presupone alguna especie de lenguaje. Dicho de otro modo, para expresar sus pensamientos el hombre ha de ser ya utilizador de lenguaje. El lenguaje es necesario para que el hombre sea hombre. Y la sociedad humana presupone también el lenguaje y no podría existir sin él. Al considerar de Bonald la expresión simbólica como una característica esencial del hombre no está diciendo nada que vaya 138 a causar asombro hoy día, si bien son varias las cuestiones embarazosas que se pueden formular. Pero él pasa adelante arguyendo que el hombre recibió el don del lenguaje a la vez que el de la existencia, y que, por lo tanto, "necesariamente hubo de existir, con anterioridad a la especie humana, una causa primera de este maravilloso efecto (es decir, del lenguaje), un ser superior en inteligencia al hombre, superior a todo cuanto somos capaces de conocer y aun imaginar, del que el hombre indiscutiblemente ha recibido el don del pensamiento, el don de la palabra [...]". Vale decir, que si, según lo hizo notar Rousseau, el hombre necesita el habla para aprender a pensar, pero no podría haber construido el habla si no hubiese sido capaz de pensar, no pudo ser .él el inventor del lenguaje; y este dato sirve de base para una prueba de la existencia de Dios. No hay por qué reprocharle naturalmente a de Bonald que no se detenga ante la multiplicidad de lenguas, ni ante el hecho de que los hombres podemos inventar e inventamos expresiones lingüísticas. Lo que él sostiene es que razonablemente no se puede figurar uno al hombre como si primero desarrollase éste el pensamiento y después se pusiera: por así decirlo, a inventar el lenguaje para expresar ese pensamiento. Porque el genuino pensar implica ya la expresión simbólica, aunque no se pronuncien palabras. Ciertamente de Bonald se marca un buen punto rehusando separar de manera tajante el pensamiento y el lenguaje. Otra cuestión es que su forma de explicar la relación entre ambos pueda servir de base para una prueba de la existencia de Dios. Da él por supuesto que mientras nuestras ideas de los objetos particulares del mundo dependen de la experiencia sensorial, hay ciertos conceptos básicos (por ejemplo, el de Dios) y ciertos principios fundamentales o verdades primeras que representan una revelación primitiva hecha por Dios al hombre. Como esta revelación no podría ser captada o apropiada inicialmente sin el lenguaje, éste hubo de ser un don primitivo que le hizo Dios al hombre al crearle. Es obvio que de Bonald piensa que el hombre fue creado directamente por Dios, quien le habría creado como a "ser-utilizador-de-Ienguaje", mientras que lo más probable es que nosotros pensemos en términos de evolucionismo. La filosofía social de De Bonald es triádica, en el sentido de que, según él, "en toda sociedad hay tres personas": en la sociedad religiosa, Dios, sus ministros y el pueblo, cuya salvación Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit es el fin al que apunta la relación entre Dios y sus ministros; en la sociedad doméstica o familia tenemos al padre, la madre y el hijo o los hijos; en la sociedad política están la cabeza del Estado (que representa el poder), sus oficiales de varias clases y el pueblo o cuerpo de los ciudadanos. Ahora bien, si preguntamos si en la familia el poder le pertenece al padre a resultas de un acuerdo o pacto, la respuesta, para de Bonald, debe ser negativa. El poder le pertenece al padre naturalmente, y deriva o proviene, en última instancia, de Dios. Similarmente, en la sociedad política la soberanía le pertenece al monarca, no al pueblo, y le pertenece a aquél por naturaleza. "El establecimiento del poder público no fue ni voluntario ni forzado: fue necesario, es decir, conforme a la naturaleza de los seres en sociedad. y sus causas y orígenes fueron todos naturales." Esta idea es aplicable incluso al caso de Napoleón. La Revolución fue a la vez culminación de una larga enfermedad y un esfuerzo realizado por la sociedad para volver al orden. Era necesario,- y por lo mismo natural, que asumiera el poder alguien capaz de convertir la anarquía en orden. NapoIeón fue ese alguien. Como de Maistre, insiste de Bonald en la unidad del poder o soberanía. La soberanía debe ser una, independiente y definitiva o absoluta. También debe ser duradera, y de esta premisa deduce de Bonald la necesidad de la monarquía hereditaria. Pero la característica peculiar de su pensamiento es su teoría sobre el origen del lenguaje y de la transmisión, por su medio, de una primitiva revelación divina que está en la base de la creencia religiosa, de la moral y de la sociedad. No acaba de verse del todo claro cómo cuadra esta teoría de la transmisión de una revelación primitiva con el entusiasmo que siente de Bonald por la teoría .de las ideas innatas. Pero presumiblemente piensa que para poder hacerse cargo de la revelación se requería el innatismo de las ideas. 4. Chateaubriand Tanto de Maistre como de Bonald fueron palmariamente tradicionalistas en el sentido de que defendieron las viejas tradiciones políticas y religiosas de Francia contra el espíritu 139 revolucionario. Precisando más, de Bonald en particular fue un tradicionalista en el sentido técnico de que propugnó la idea de tradición, o transmisión en el género humano, de una revelación primitiva. Ambos combatieron la filosofía de la Ilustración, aunque de los dos fue de Maestre el más drástico e indiscriminante al condenarla. En uno de los sentidos de la palabra "racionalismo", ambos fueron antirracionalistas. Pero de ninguno de los dos puede decirse con propiedad que represente simplemente al irracionalismo, pues ambos ofrecieron razonadas defensas de sus posiciones y apelaron a la razón en sus ataques contra el pensamiento del siglo XVIII. En cambio, en Francois-René, vizconde de Chateaubriand (1768-1848) hallamos un tono bastante diferente. Educado en la filosofía de los Enciclopedistas, Chateaubriand marchó al exilio durante la Revolución y, viviendo con penuria en Londres, compuso su Essai historique, politique et moral sur les revolutions (Ensayo histórico, político y moral sobre las revoluciones, 1797), obra en la que aceptó como válidas las objeciones de los filósofos dieciochescos contra el cristianismo, en especial contra sus doctrinas de la Providencia y de la inmortalidad, y llegó a sostener una teoría cíclica de la historia: en los ciclos históricos se repiten en sustancia los mismos eventos, aunque difieran las circunstancias y los seres humanos implicados en ellas. Por tanto, carece de fundamento sólido el considerar la Revolución francesa como un comienzo totalmente nuevo y que reportará continuas ventajas. En el fondo, repite las revoluciones de los tiempos pasados. El dogma del progreso es una ilusión. Posteriormente habría de decir Chateaubriand, sin duda con razón, que, a pesar de su anterior rechazo al cristianismo, seguía conservando todavía un natural religioso. En todo caso, se sentía atraído hacia la religión cristiana, y en 1802 publicó su famosa obra La Génie du Christianisme (El genio del cristianismo). El subtítulo, Beautés de la religion chrétienne (Bellezas de la religión cristiana), expresa bien el espíritu de la obra, en la que el autor apela sobre todo a las cualidades estéticas del cristianismo. "Todas las demás venas apologéticas están agotadas, y acaso hasta serían inútiles hoy. ¿Quién leería actualmente una obra teológica? Unas cuantas personas piadosas y algunos cristianos auténticos que ya están persuadidos." En lugar de ciertas apologías al viejo estilo, habría que tratar de hacer ver que "la religión cristiana es la más poética, Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit la más humana, la más favorable a la libertad, a las artes y a las letras, de entre todas las religiones que hayan existido nunca". No parece sino que Chateaubriand pretendiese argüir que la religión cristiana tiene que ser verdadera porque es bella, porque sus creencias son consoladoras y porque algunos de los más grandes artistas y poetas han sido cristianos y aparte de que, de hecho, pueda haber quienes no estén de acuerdo en cuanto a la belleza del cristianismo, tal punto de vista ofrece un blanco a la objeción de que las cualidades estéticas y consoladoras del cristianismo no prueban que sea verdadero. El que Dante y Miguel Ángel fuesen cristianos, ¿qué es lo que prueba excepto algo concerniente a sus personas? Si las doctrinas de la resurrección y de la salvación celestial sirven de consuelo a mucha gente, ¿se seguirá de ello que sean verdaderas? Se comprende que a Chateaubriand se le haya acusado de irracionalismo o de sustituir la argumentación racional por apelaciones a la satisfacción estética. Es innegable que en Chateaubrland los argumentos filosóficos tradicionales para probar la credibilidad de la religión cristiana quedan relegados a un puesto completamente subordinado, y que se recurre principalmente a consideraciones estéticas, al sentimiento y a las razones del corazón. Pero hemos de tener presente también que él está pensando en unos enemigos del cristianismo que arguyen que la doctrina cristiana es repulsiva, que la religión cristiana impide el desarrollo de la conciencia moral, que es contraria a la libertad humana y a la cultura, y que, en general, su efecto sobre el espíritu humano es paralizador y agostador. Chateaubriand pone bien en claro que no escribe para "sofistas" que "nunca buscan de buena fe la verdad", sino para quienes, seducidos por esos sofistas, han dado en el disparate de creer, por ejemplo, que el cristianismo es enemigo del arte y de la literatura, y que es una religión bárbara y cruel, destructora de la felicidad humana. Su obra se puede considerar como un argumentum ad hominem que trata de mostrar que el cristianismo no es lo que esas gentes se piensan que es. 5. Lamennais Figura más interesante resulta la de Félicité Robert de Lamennais (1782-1854). Natural de Sto Malo, siguió Lamennais en 140 su juventud las doctrinas de Rousseau, aunque retornó pronto a la fe cristiana. Al aparecer, en 1802, la Legislación primitiva de De Bonald, a Lamennais le produjo una impresión muy profunda. En 1809 publicó unas Reflexiones sobre el estado de la Iglesia en Francia durante el siglo XVIII y sobre su situación actual en las que hizo algunas sugerencias para la renovación de la Iglesia. Ordenado sacerdote en Vannes en 1816, publicó al año siguiente el primer volumen de su Essai sur l'indifférence en matiere de religion (Ensayo sobre la indiferencia en materia de religión, 18171823), obra que le dio fama inmediata como apologista de la religión cristiana. En el primer volumen insiste Lamennais en que, tratándose de religión, de moral y de política, ninguna doctrina es materia de indiferencia. "La indiferencia, considerada como estado permanente del alma, es opuesta a la naturaleza del hombre y destructora de su ser." Tal tesis se basa en las premisas de que el hombre no puede desarrollarse como hombre sin la religión y de que ésta es necesaria para la sociedad, por lo mismo y en la medida en que es el fundamento de la moral, sin la cual la sociedad degenerará hasta ser mera agrupación de personas atentas sólo a sus propios intereses particulares. En otras palabras, Lamennais insiste en la necesidad social de la religión y rechaza la opinión, muy difundida en el siglo XVIII, de que la ética pueda sostenerse por sí misma, aparte de la religión, y de que podría existir una sociedad humana satisfactoria sin religión. Con este enfoque, Lamennais arguye que la indiferencia respecto a la religión es desastrosa para el hombre. Cabría mantener, desde luego, que aun cuando la indiferencia en general es indeseable, no se sigue necesariamente que todos los artículos de la fe religiosa tradicional tengan importancia y repercusión social. Pero, según Lamennais, la herejía prepara el camino al deísmo, éste se lo prepara al ateísmo, y el ateísmo da paso a la indiferencia completa. Es, pues, en el fondo un caso de o todo o nada. Tal vez parezca que Lamennais atribuye a la religión un valor exclusivamente pragmático, como si la única justificación de la creencia religiosa fuese su utilidad social. Sin embargo, esta interpretación de su actitud no es adecuada. Rechaza él explícitamente el sentir de quienes viendo la religión tan sólo como institución social y políticamente útil concluyen que es necesaria Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit para el común del pueblo. Las doctrinas cristianas, en opinión de Lamennais, no son sólo útiles, sino verdaderas. Más exactamente, si son útiles es porque son verdaderas. Ésta es la razón por la que, para él, no es justificable el andar probando y eligiendo, es decir, no hay justificación posible para la herejía. La dificultad está en ver cómo se propone Lamennais mostrar que las doctrinas cristianas son verdaderas, en un sentido de "verdaderas" que vaya más allá de la comprensión puramente pragmatista del término Pues en su opinión nuestro razonamiento está tan sometido a diversas influencias, las cuales pueden afectarle aun "sin que lo sepamos", que es incapaz de adquirir ninguna certeza. Por más que nos halaguemos creyéndonos capaces de sacar conclusiones a partir de unos axiomas evidentes por sí mismos o unos principios básicos, el hecho es que lo que a un hombre le parece verdad de suyo evidente puede no parecérselo así a otro hombre. En tal caso, es muy comprensible que rechace Lamennais cualquier intento de reducir la religión a la religión "natural" o filosófica. Pero la cuestión sigue siendo cómo se propone él hacer ver que es verdadera la religión revelada. Sostiene Lamennais que el remedio contra el escepticismo consiste en confiar, no ya en el propio discurrir privado, sino en el común consenso de la humanidad. Pues este común sentir o sentiment commun es lo que constituye la base de la certeza, El ateísmo es el fruto de la falsa filosofía y el resultado de atenerse cada uno a su propio juicio privado. Si miramos la historia de la humanidad, hallaremos una creencia espontánea en Dios, común a todos los pueblos. Pasando por alto la cuestión de si los hechos históricos son tales como asegura Lamennais, advirtamos que incurriría en incoherencia si pretendiese que la mayoría de los seres humanos, discurriendo cada uno por su cuenta, concluye que hay Dios. O sea, si el supuesto consentimiento común equivaliese a una suma de todas las conclusiones a que hubieran llegado los individuos, podría desafiarse a Lamennais a que probara que ese consentimiento poseía mayor grado de certeza que el que se atribuye al resultado del proceso individual de inferencia. Pero Lamennais recurre, de hecho, a una teoría tradicionalista. Por ejemplo, conocemos el significado de la palabra "Dios" porque pertenece al lenguaje que hemos aprendido; y este lenguaje es, en definitiva, de origen divino. 141 "Debe ser, por lo tanto, que el primer hombre que nos los ha transmitido (a saber, ciertos conceptos o palabras), los recibió él mismo de la boca del Creador. Así encontramos en la infalible palabra de Dios el origen de la religión y de la tradición que la preserva." Decir esto equivale a decir, efectivamente, que es por autoridad como conocemos la verdad de la creencia religiosa, y que en realidad sólo hay religión revelada. Lo que se ha llamado religión natural es realmente religión revelada, y ha sido comúnmente aceptada porque los seres humanos, cuando no se les expolia ni descarría mediante falsos razonamientos, comprenden que "el hombre está siempre obligado a prestar obediencia a la más grande autoridad que le es posible conocer". El común sentir de la humanidad acerca de la existencia de Dios expresa la aceptación de una revelación primitiva; y el creer lo que enseña la Iglesia Católica expresa la aceptación de la ulterior revelación de Dios en Cristo y a través de Cristo. Esta teoría origina numerosas cuestiones muy embarazosas, de las que aquí no nos podemos ocupar. Pasemos, más bien, a examinar la actitud política de Lamennais: Dado lo que insiste en la autoridad en la esfera religiosa, podría esperarse que ensalzara el papel de la monarquía, a la manera de De Maistre y de Bonald. Pero no es esto lo que hace. Lamennais es todavía un monárquico, pero se muestra muy en contacto con la realidad de su tiempo. Así, en su obra De la religion considérée dans ses rapports avec l' ordre politique et civil (1825-1826) observa que la restaurada monarquía es "un venerable recuerdo del pasado", mientras que Francia es en realidad una democracia. Cierto que "la democracia de nuestros tiempos […] se basa en el dogma ateo de la primitiva y absoluta soberanía del pueblo". Pero las reflexiones que iba haciendo sobre este estado de cosas le llevaban hacia el ultramontanismo dentro de la Iglesia y no hacia un añorar la monarquía absoluta. En la Francia contemporánea suya la Iglesia es tolerada y hasta apoyada financieramente; mas este patronazgo estatal constituye un grave peligro para la Iglesia, por cuanto que tiende a hacer de ella un departamento del Estado y pone estorbos a la libertad que necesita para penetrar en toda la vida de la nación y cristianizada. Sólo recalcando mucho la suprema autoridad del Papa se logrará evitar la subordinación de la Iglesia al Estado y poner en claro que la Iglesia tiene una misión universal. Respecto a la monarquía, Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Lamennais siente aprensiones y desconfianza. En su obra Du progres de la révolution et de la guerre contre I'Église (1829), hace observar que "hacia el final de la monarquía el poder humano había llegado a ser, gracias al galicanismo, objeto de una auténtica idolatría". Lamennais piensa todavía que la Revolución fue un disolvente del orden social y que es enemiga del cristianismo, pero ha pasado ya a creer que el mal para la sociedad comenzó al implantarse la monarquía absoluta. Fue Luis XIV quien "hizo del despotismo la ley fundamental del Estado". La monarquía francesa debilitó la vida de la Iglesia al subordinar ésta al Estado. Y sería desastroso que, en su deseo de la aparente seguridad que procuran el patronazgo y la protección del Estado, el clero se resignase a vivir en parecida subordinación al Estado posrevolucionario y posnapoleónico. Como salvaguardia contra esto se requiere un claro reconocimiento de la autoridad del Papa en la Iglesia. A pesar de sus continuos ataques al liberalismo y al individualismo político, Lamennais había llegado a creer que el liberalismo contenía un elemento valioso: "el invencible afán de libertad inherente a las naciones cristianas, que no pueden soportar un poder arbitrario o puramente humano". Y la revolución de 1830 le convenció de que no se podía confiar en los monarcas para regenerar la sociedad. Se hacía necesario aceptar el Estado democrático tal como era, asegurar una separación completa de la Iglesia y el Estado, y, dentro de la Iglesia, insistir en la suprema autoridad del Papa infalible. En otras palabras, Lamennais combinaba la aceptación de la idea de un Estado democrático y religiosamente no afiliado con la insistencia en el ultramontanismo dentro de la Iglesia. Esperaba, por descontado, que la Iglesia conseguiría cristianizar la sociedad; pero había llegado a creer que este fin no se alcanzaría en tanto la Iglesia no renunciase del todo al patronazgo del Estado y a su estatuto de privilegios. 142 en 1832 una encíclica (Mirari vos) en la que censuraba el indiferentismo, la libertad de conciencia y la doctrina según la cual la Iglesia y el Estado deberían estar separados, No se nombraba en la encíclica a Lamennais. Sin embargo, aunque la condena papal del indiferentismo podía entenderse como una alabanza del Essai sur l' indifférence de Lamennais, al editor de L' Avenir le afectó notoriamente la encíclica. En 1834 publicó Lamennais la obra Paroles d'un croyant (Palabras de un creyente) en la que defendía a todos los pueblos y grupos oprimidos y sufrientes y abogaba por una completa libertad de conciencia para todo el mundo. De hecho recomendaba los ideales de la Revolución -libertad, igualdad y fraternidad- interpretándolos en un contexto religioso. El libro fue censurado por el papa Gregorio XVI en junio de 1834, en una carta dirigida al episcopado francés; mas para entonces Lamennais estaba ya bastante distanciado de la Iglesia y dos años después, en el escrito Affaires de Rome (Asuntos de Roma), rechazó la idea de que se pudiese lograr el orden social contando con los monarcas o con el Papa. Había pasado a creer en la soberanía del pueblo. En escritos posteriores arguyó Lamennais que el cristianismo, en sus formas organizadas, había sobrevivido a su utilidad; pero siguió manteniendo la validez de la religión, considerada como el desarrollo de un elemento divino que hay en el hombre y une a éste con Dios y con sus semejantes. En 1840 publicó un panfleto dirigido contra el gobierno y contra la policía, a consecuencia del cual hubo de sufrir un año de cárcel. Tras la revolución de 1848, fue elegido diputado por el departamento del Sena. Pero cuando Napoleón asumió el poder, Lamennais se retiró de la política. Murió en 1854, sin haberse reconciliado formalmente con la Iglesia. 6. El tradicionalismo y la Iglesia. En 1830 fundó Lamennais el periódico L'Avenir, que propugnó la autoridad y la infalibilidad del Papa, la aceptación del sistema político francés de aquel entonces y la separación de la Iglesia y el Estado. Contó esta publicación con el apoyo de algunos hombres eminentes, tales como el conde de Montalembert (18101870) y el célebre predicador dominico Henri-Dominique Lacordaire (1802-1861); pero las opiniones que proponía no eran aceptables, ni mucho menos, para todos los católicos. Lamennais trató de conseguir la aprobación del papa Gregorio XVI, mas éste publicó En un sentido muy general o amplio del término, podemos describir como tradicionalistas a todos aquellos que vieron en la Revolución francesa un desastroso ataque a las valiosas tradiciones políticas, sociales y religiosas de su patria y abogaron por una vuelta a las mismas. Pero en el sentido técnico del término, es decir, en el sentido en que se usa al exponer la historia de las ideas vigentes a lo largo de las décadas que siguieron a la Revolución, se entiende por tradicionalismo la teoría según la cual Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit ciertas creencias básicas, necesarias para el desarrollo espiritual y cultural y para el bienestar del hombre, no son mero resultado del humano razonar sino que se derivan de una revelación primitiva hecha por Dios y se han venido transmitiendo de generación en generación por medio del lenguaje. Es obvio que el tradicionalismo en el sentido amplio no excluye el tradicionalismo en el sentido más estricto. Pero tampoco lo incluye. Huelga decir que un francés podía muy bien desear la restauración de la monarquía sin tener que admitir la teoría de una primitiva revelación y sin poner restricciones al alcance de la prueba filosófica. También era posible adoptar teorías tradicionalistas en el sentido técnico y, sin embargo, no pedir que se restaurara l'ancien régime. Las dos cosas podían darse juntas; pero no eran inseparables. Quizá parezca, a primera vista, que el tradicionalismo en el sentido técnico, con su hostilidad a la filosofía de la Ilustración, su insistencia en una revelación divina y su tendencia al ultramontanismo, sería sumamente aceptable para la autoridad eclesiástica. Sin embargo, aunque las tendencias ultramontanas eran naturalmente gratas a Roma, la filosofía tradicionalista concitó contra sí las censuras eclesiásticas. Refutar algunas tesis filosóficas del siglo XVIII evidenciando que se basaban en premisas gratuitas o que sus argumentos eran poco sólidos estaba muy bien: era una actividad recomendable. Pero combatir el pensamiento de la Ilustración partiendo de la base de que la razón humana es incapaz de alcanzar verdades ciertas, esto era ya algo muy distinto. Si la existencia de Dios sólo pudo conocerse por autoridad, ¿cómo se supo, a su vez, que la autoridad era digna de crédito? Y en lo que a esto atañe ¿cómo supo el primer hombre que lo que él tomaba por revelación era en verdad revelación? Y si la razón humana fuese tan impotente como los tradicionalistas más extremados llegaban a hacerla, ¿de qué modo se podría demostrar que la voz de Cristo era la voz de Dios? Se comprende que la autoridad eclesiástica, por mucho que simpatizara con los ataques a la Ilustración y a la Revolución, no se entusiasmase en favor de unas teorías que enunciaban sus demandas sin ningún apoyo racional, salvo discutibles apelaciones al común sentir de la humanidad. Pongamos un ejemplo: el segundo volumen del Essai sur l'indifférence de Lamennais ejerció considerable influencia en Augustin Bonnetty (17981879), el fundador de los Annales de philosophie chrétienne. En un artículo de esta revista escribió 143 Bonnetty que la gente estaba empezando a entender que la religión se fundamenta toda en la tradición y no en el raciocinio. Su tesis general era que la revelación era la única fuente de la verdad religiosa, y de ahí sacaba él la conclusión de que el escolasticismo que prevalecía en los seminarios era expresión de un racionalismo pagano que había corrompido la mente de la Iglesia y había fructificado eventualmente en la destructiva filosofía de la Ilustración. En 1855 la Sagrada Congregación del Índice exigió a Bonnetty que suscribiera una serie de tesis, tales como la de que la razón humana puede probar con certeza la existencia de Dios, la espiritualidad del alma y la libertad humana, la de que el discurso racional lleva a la fe, y la de que el método empleado por Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura y los escolásticos no conduce al racionalismo. Otras proposiciones similares habían sido ya suscritas en 1840 por Louis-Eugene-Marie Bautain (1796-1867). Acaso se le ocurra al lector que el hecho de que la autoridad eclesiástica imponga la admisión de las tesis de que la existencia de Dios puede ser probada filosóficamente y otras de este tenor contribuye poco a hacer ver cómo se prueban tales cosas. Pero lo que está claro es que la Iglesia se puso del lado de lo que Bonnetty consideraba racionalismo. Y en esta materia se hicieron declaraciones definitivas en el Concilio Vaticano I, en 1870, concilio que señaló también el triunfo del ultramontanismo. En cuanto a la idea general de que Francia sólo podría regenerarse mediante un retorno a la monarquía en alianza con la Iglesia, esta idea recibió un nuevo impulso con el movimiento de la Action francaise, fundado por Charles Maurras (1868-1952). Sólo que Maurras mismo era, como algunos de sus más inmediatos colaboradores, ateo y no un creyente como lo fueron de Maistre o de Bonald. Por tanto, no puede sorprender el que su cínico intento de servirse del catolicismo para fines políticos acabara siendo condenado por el papa Pío XI. Recordemos, de pasada, que Lamennais, en su Ensayo sobre la indiferencia, había incluido entre los "sistemas de indiferencia" el que consiste en ver la religión tan sólo como un instrumento social y políticamente útil. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 144 LA FILOSOFÍA SOCIAL EN FRANCIA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA TOMO IX Frederick Copleston 1. Observaciones generales Los tradicionalistas, como hemos visto, se preocuparon por lo que consideraban el hundimiento del orden social manifestado en la Revolución y subsiguiente a ella, y atribuyeron la Revolución misma en gran medida al pensamiento y a la influencia de los filósofos del siglo XVIII. Pintar a los tradicionalistas como si fuesen tan reaccionarios que desearan la restauración del régimen prerevolucionario junto con todos los abusos que habían hecho inevitable su ruina equivaldría a cometer con ellos una injusticia. Pero lo que sí creían ciertamente era que, para reconstruir la sociedad sobre una base firme, habían de reafirmarse los principios tradicionales de la religión y del gobierno monárquico. En este sentido miraban preferentemente hacia atrás, aunque un escritor como de Maistre, según lo hemos ya notado, fuese decidido defensor del ultramontanismo y nada amigo de la tradición galicana. Los ideólogos, considerados por Napoleón como pestilentes "metafísicos", no fueron muy dados a los pronunciamientos políticos. Pero sus métodos tenían implicaciones en el campo social. Insistieron, por ejemplo, en analizar cuidadosamente los fenómenos empíricos y en educar por medio de la discusión. El emperador pensaba, sin duda, que los ideólogos se ocupaban de trivialidades y de investigaciones inútiles o poco aprovechables; pero, en realidad, la cuestión era que se oponían a la idea de moldear a la juventud conforme a un patrón y no querían admitir el sistema educativo según lo concebía Napoleón, ni tampoco la restauración por éste de la religión católica en Francia. Los eclécticos propugnaban la monarquía constitucional y un régimen de compromiso aceptable para la burguesía. Tomaron ellos mismos parte activa en a vida política, y puede decirse que representaban a una clase que, habiendo mejorado de posición gracias a la Revolución, no deseaba ulteriores experimentos drásticos, ya fuesen conquistas imperialistas o programas de cambios socialistas. Era, sin embargo, lo más natural que hubiese también otros pensadores que estuvieran convencidos de que la Revolución debía ser llevada adelante, no en el sentido de nuevos derramamientos de sangre, sino en el de que los ideales revolucionarios tenían que hacerse realidad en una reforma de la estructura social. Con la Revolución podría haberse logrado la libertad, pero la igualdad y la fraternidad no eran, ni mucho menos, tan evidentes. Estos presuntos reformadores sociales, convencidos de que la obra de la Revolución debía ser ampliada, eran unos idealistas, y sus proposiciones positivas han sido calificadas a menudo de utópicas, en especial por Marx y sus seguidores. En algunos casos, desde luego, tal calificación tiene obvio fundamento en los hechos. Si los tradicionalistas eran soñadores, también lo eran sus contrarios. Pero admitir esta realidad tan evidente no obliga, sin embargo, a sacar la conclusión de que el marxismo sea científico en cuanto opuesto al socialismo utópico. En cualquier caso, una distinción demasiado marcada tiende a ocultar el hecho de que las ideas de los reformadores sociales franceses de la primera mitad del siglo XIX contribuyeron al desarrollo de la teoría política en sentido socialista. 2. El utopismo de Fourier Hay que admitir que no era injustificada la opinión de Karl Marx según la cual Francois Marie Charles Fourier (1772-1837) fue un bien intencionado socialista utópico creador de mitos. Pues aunque ciertamente Fourier llamó la atención sobre un problema real, la solución que propuso contenía elementos que a menudo frisaban en lo fantástico. Sus opiniones eran frecuentemente excéntricas, y algunas de sus profecías, como las que hizo sobre las funciones que podrían llegar a desempeñar los animales, venían a ser una especie de ciencia-ficción altamente imaginativa. Pero, como persona, Fourier era encantador y estaba inspirado por un auténtico deseo de regenerar la sociedad. Natural de Besançon, donde fue alumno de los jesuitas, Fourier era hijo de un comerciante y se ganó la vida trabajando en el comercio. Aparte de esta ocupación, se dedicó a propagar sus ideas acerca de la sociedad humana. Sus escritos incluyen una Théorie des quatre mouvements et des destinées générales (Teoria de los cuatro movimientos y de los destinos generales, 1808), una Théorie de l'unité universelle (Teoria de la unidad Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit universal, 1822) y una obra titulada Le nouveau monde industriel et sociétaire (El nuevo mundo industrial y societario, 1829). Exceptuada la enseñanza secundaria, que recibió en Besançon, fue en todo lo demás un autodidacta dotado de poderosa inteligencia, viva imaginación y multitud de conocimientos superficiales sobre muy diversos temas. Fourier fue un crítico sincero e imparcial de la sociedad establecida que conoció. Más precisamente, siguió a Rousseau en el achacar a la civilización los males de la humanidad. Allí donde haya sociedad civilizada encontraremos, según Fourier, egoísmos y mezquinos intereses disfrazados de servicios a la humanidad. Por ejemplo, los médicos se enriquecen a base de que entre sus conciudadanos se extiendan las enfermedades, las indisposiciones; los clérigos desean la muerte de sus parroquianos más ricos para obtener mayores ingresos de los funerales. Más aún, la sociedad civilizada es afligida por bordas de parásitos. Así, las mujeres y los niños son parásitos domésticos, y los soldados y los comerciantes son parásitos sociales. Claro que ni siquiera la excentricidad de Fourier llega a tanto como a sugerir que se elimine a las mujeres y a los niños. Lo que él quiere decir es que en la sociedad civilizada las mujeres y los niños viven de manera improductiva. En su opinión, las mujeres deberían emanciparse y liberarse para tomar parte en el trabajo productivo, en tanto que a los niños, que gustan de jugar en el arroyo, sugiere graciosamente que bien se les podría emplear en la limpieza de las calles. Tal como están las cosas, sólo un sector comparativamente pequeño de la población se dedica al trabajo productivo. Los ejércitos no producen sino que destruyen: en tiempo de paz son parásitos de la sociedad. En cuanto a los mercaderes y traficantes, "el comercio es el enemigo natural del productor". De ello no se sigue de ningún modo que los productores sean felices o estén libres del prevaleciente egoísmo. Sus condiciones de vida son, con frecuencia, deplorables, y "cada trabajador está en guerra con la masa y abriga mala voluntad respecto a ella en virtud de su interés personal". En fin, que a la sociedad civilizada se la halla por doquier corrompida, llena de egoísmos, discordias y desarmonías. ¿Cuál es el origen de los males de la sociedad civilizada? Según Fourier, la represión de las pasiones, de la que es responsable la civilización. El mundo fue creado por un Dios bueno que implantó en el hombre ciertas pasiones, las cuales, por lo tanto, deben de ser buenas en sí mismas. Entre las trece pasiones 145 implantadas por Dios incluye Fourier, por ejemplo, los cinco sentidos, pasiones sociales tales como el amor y los sentimientos familiares, pasiones distributivas tales como el afán de variar (la pasión "mariposa"), y la cimera pasión por la armonía, que une o sintetiza las otras. La civilización ha reprimido estas pasiones de tal modo que ha hecho imposible la armonía. Lo que se necesita es, pues, una reorganización de la sociedad que asegure la libre suelta de las pasiones y, por consiguiente, tanto el desarrollo de los individuos como el logro de la concordia o armonía entre ellos. La organización social en que cifraba Fourier sus esperanzas era lo que llamó una "falange", grupo de hombres, mujeres y niños que sumarían en total entre millar y medio o dos millares de individuos. Los miembros de una falange serían personas de diferentes temperamentos, capacidades y gustos. Se agruparían según su ocupación o tipo de trabajo; pero a ningún miembro se le daría un trabajo para el que no fuese idóneo o que le repugnase. Si sus gustos cambiaran o sintiera la necesidad de otro trabajo, podría satisfacer la pasión "mariposa". De este modo cada miembro de una falange tendría plena oportunidad de desarrollar sus talentos y pasiones al máximo, y entendería el significado de su trabajo particular en el plan general. Habría competencia entre subgrupos, pero reinaría en el conjunto la armonía. A buen seguro que sólo con que una falange se estableciera con éxito, la evidente armonía, felicidad y prosperidad de sus miembros estimularía inevitablemente a la imitación. Las relaciones entre las distintas falanges serían elásticas, aunque se procuraría que hubiese algunos grupos de trabajadores dispuestos a realizar temporalmente diversos trabajos especiales en diferentes falanges. Por descontado que no habría guerra ninguna. En vez de guerras se celebrarían concursos gastronómicos. A la mayoría de los lectores algunas de las ideas de Fourier no podrán menos de parecerles estrambóticas o extravagantes. Creía él, en efecto, que la regeneración de la sociedad humana repercutiría notoriamente no sólo en el reino animal sino hasta en los cuerpos celestes. Pero lo extravagante de algunas de sus ideas no altera el hecho de que vio con penetración un problema real que hoy día está siendo ya muy grave, a saber, el de la necesidad de humanizar la sociedad y el trabajo industriales y superar lo que se describe como alienación. La solución propuesta por Fourier adolece obviamente de los defectos del utopismo, tales como el de concebir que sólo hay una forma ideal de organización social. Al Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit mismo tiempo, tenía sus detalles certeros. Era hasta cierto punto una solución socialista; pero no preconizaba la abolición de la propiedad privada, pues Fourier la creía necesaria para el desarrollo de la personalidad humana. Lo que sugería era que se hiciese el experimento de una sociedad cooperativa cuyos miembros se repartieran los beneficios en proporción al trabajo, al capital aportado y al talento de cada cual, - y en la que percibiesen el más alto interés aquellos que obtuvieran así menor suma de bienes. Fourier mismo nunca consiguió realizar su proyecto. Pero después de su muerte un discípulo suyo llamado Godin fundó un "falansterio" en Francia, y otro discípulo, Victor Considérant, experimentó en Texas siguiendo las directrices fourieristas. Las doctrinas de Fourier se atrajeron gran número de adictos tanto en Francia como en América, pero se comprende que su influjo fuese limitado y pasajero. Fourier se tenía a sí mismo por el Newton del pensamiento social, el descubridor de las leyes del desarrollo social y, en particular, del tránsito de la "civilización" a la sociedad armónica y perfecta que vendría a realizar el plan divino. Esta valoración suya de sus propios méritos no ha sido aceptada, Pero aunque es comprensible que sus ideas se consideren en gran parte como mera curiosidad histórica, él no careció en modo alguno de perspicacia. Evidentemente problemas como los que plantea la organización de las estructuras sociales e industriales al servicio del hombre y los del armonizar las necesidades individuales o las colectivas nos siguen acuciando todavía hoy. 3. Saint-Simon y el desarrollo de la sociedad Precursor más influyente del socialismo lo fue Claude-Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon (1760-1825). Vástago de una familia noble algo venida a menos, fue educado Saint-Simon por preceptores privados, uno de los cuales fue el filósofo y científico d'Alembert. Seguramente sería d'Alembert quien inculcó en SaintSimon la fe en la ciencia como fuente de ilustración, A la edad de 17 años ejercía Saint-Simon en el ejército como oficial y tomó parte en la guerra de la independencia de Norteamérica. Al estallar la Revolución, la apoyó hasta cierto punto, aunque su colaboración parece haber consistido principalmente en adquirir a poco precio propiedades confiscadas. En 1793 fue detenido, con el nombre que había adoptado para sus empresas lucrativas, pero en seguida se 146 le dejó en libertad. Estuvo activo políticamente bajo el Directorio, pero después se dedicó por completo al desarrollo y a la publicación de sus ideas sociales, viviendo a veces en situación de grave penuria económica. En 1807-1808 publicó su Introduction aux travaux scientifiques du XIXe siecle (Introducción a los trabajos científicos del siglo XIX), y en 1813 su Mémoire sur la science de l' homme y Travail sur la gravitation universelle (Memoria sobre la ciencia del hombre y Trabajo sobre la gravitación universal). De 1814 a 1817 colaboró con Augustin Thierry; y la obra intitulada Réorganisation de la société européenne (Reorganización de la sociedad europea, 1814) apareció a nombre de los dos. Desde 1818 Auguste Comte actuó de secretario y colaborador suyo, hasta que los dos riñeron en 1824, el año anterior al de la muerte de Saint-Simon. Comte le era deudor en muchas cosas a Saint-Simon y así lo reconocería en algunas ocasiones; pero, en general, prefirió no hacerlo. Saint-Simon calificó la filosofía del siglo XVIII de crítica y revolucionaria, en tanto que la filosofía del siglo XIX estaría destinada a ser inventiva y organizadora. "Los filósofos del siglo XVIII hicieron una Enciclopedia para derribar el sistema teológico y feudal. Los filósofos del siglo XIX habrán de hacer también una Enciclopedia para dar ser al sistema industrial y científico." Es decir, los pensadores del siglo XVIII sometieron el antiguo régimen y las creencias en que se fundaba a una crítica destructiva. En opinión de Saint-Simon, si los últimos reyes de Francia hubieran tenido el buen sentido de aliarse con la ascendente clase industrial en vez de con la nobleza, habría sido posible la transición pacífica a un nuevo sistema. Pero, de hecho, el antiguo régimen fue barrido por una revolución violenta. Claro que un sistema político no puede desaparecer del todo, a no ser que en el trasfondo haya, por así decido, aguardando un nuevo sistema capaz de ocupar su puesto. En el caso de la Revolución francesa, el nuevo sistema destinado a ocupar el puesto del antiguo no estaba a punto. Nada tiene pues de sorprendente que, al cabo de algún tiempo, se restaurase la monarquía. Sin embargo, el siglo XIX estaba destinado a ser un período de nueva construcción y organización social. Y en el cumplimiento de esta tarea iban a tener un papel importante aquellos pensadores que, como el mismo Saint-Simon, pudieran señalar las líneas a seguir por el proceso de organización constructiva. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Pero aunque Saint-Simon recalcó los aspectos críticos y destructivos de la dieciochesca filosofía de la Ilustración, había otro aspecto de ésta que él consideró que proporcionaba la base para la construcción ulterior: la exaltación del espíritu racional y científico. En opinión de Saint-Simon, era la ciencia lo que había socavado la autoridad de la Iglesia y la credibilidad de los dogmas teológicos. Al mismo tiempo, la aplicación del enfoque científico de la física y la astronomía al hombre proporcionó la base para reorganizar la sociedad. "El conocimiento del hombre es lo único que puede conducir a que se descubran los modos de conciliar los intereses de las gentes." Y el conocimiento del hombre sólo puede lograrse tratando al hombre como una parte de la naturaleza y desarrollando la idea, preparada ya por algunos escritores de la Ilustración y por Cabanis, de que la psicología es un apartado de la fisiología, Claro que la psicología debe incluir también el estudio del organismo social, En otras palabras, se necesita una nueva ciencia, descrita por Saint-Simon como fisiología social. La sociedad y la política o, más en general, el hombre en sociedad, pueden, pues, estudiarse no menos científicamente que los movimientos de los cuerpos celestes. La aplicación, en fin, de la ciencia newtoniana al hombre mismo, a su psicología, a su conducta moral y a su política, es base indispensable para solucionar los problemas sociales de Europa. Ciencias como la astronomía, la física y la química están ya bien establecidas sobre una "base positiva", es decir, sobre la observación y el experimento. Ahora ha llegado el tiempo de poner la ciencia del hombre sobre una base similar. Esto traerá la unificación de las ciencias y la consecución del ideal que inspiró la Enciclopedia, Verdad es que un conocimiento científico completamente unificado y definitivo acerca del mundo sigue siendo un ideal al que la mente humana puede aproximarse pero que nunca alcanzará del todo, mientras que el avance en el conocimiento científico es siempre posible. A la vez, Saint-Simon piensa en una extensión del enfoque y del método de la física clásica, considerada como definitiva en sus líneas principales, al estudio del hombre, Y cree que esta extensión completará el tránsito del estadio del pensamiento humano en que la teología y la metafísica pasaban por ser conocimiento al estadio del verdadero conocimiento positivo o científico. Algunos escritores han visto una discrepancia entre el ideal de Saint-Simon de unificar las ciencias y su posterior insistencia en 147 la superior dignidad de la ciencia que se ocupa del hombre. Esto es, se ha argüido que el ideal en cuestión implica que todas las ciencias están al mismo nivel, mientras que adscribir una dignidad superior a la ciencia del hombre es dar por supuesto que hay una diferencia cualitativa entre el hombre y los demás seres y recaer en la concepción medieval de que la dignidad de una ciencia depende del enfoque de su estudio u "objeto formal". Pudiera ser así. Pero no parece necesario postular ningún cambio radical en la posición de Saint-Simon. El, a fin de cuentas, vino a sostener que la fisiología social tiene una materia de estudio específica, a saber, el organismo social, que es más que una colección de individuos; pero pide que la sociedad sea estudiada mediante el mismo tipo de método que se emplea en otras ciencias. y si añade un juicio de valor, esto no le fuerza necesariamente a ningún cambio radical de posición, por lo menos si le interpretamos como que se refiere a la importancia de la ciencia del hombre y no como si supusiera que el hombre difiere cualitativamente de los demás seres hasta el punto de que resulte imposible el estudio científico de la sociedad humana. Obviamente esta implicación no era la que él pretendía. Desde luego, Saint-Simon no trata la sociedad de un modo puramente abstracto. Las instituciones sociales y políticas se desarrollan y cambian; y Saint-Simon supone que ha de haber una ley que gobierne tales cambios, Estudiar científicamente la sociedad humana implica, pues, el descubrimiento de la ley o las leyes de la evolución social. Y si admitimos que tal ley sólo puede descubrirse inductivamente, investigando los fenómenos históricos. y reflexionando sobre ellos, no cabe duda de que lo deseable es que el campo de observación sea lo más amplio posible. O, si el establecimiento preliminar de la ley del cambio social se basa en la investigación de un campo limitado, habrá que investigar también otros campos para ver si la hipótesis se confirma o hay que desechada. Pero aunque Saint-Simon hace bastantes observaciones generales sobre los estadios históricos del proceso de la evolución social, lo que en realidad interesa es cómo entiende el paso de la civilización medieval a la moderna, aparte de lo que se le ofrece decir acerca del futuro. En sus visiones generales del paso de las creencias teológicas y de la especulación metafísica a la era del saber positivo o científico, de la necesidad de una ciencia de la sociedad humana y de los cambios históricos como regidos por una ley, es palmario que Saint-Simon se anticipa al positivismo de Auguste Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Comte. Los discípulos de este último tendieron a minimizar la influencia de aquél; y algunos hasta intentaron hacer creer que fue Saint-Simon el influido por Comte y no precisamente al revés. Pero semejante pretensión no puede ser defendida con éxito. Lo cierto es que ambos tuvieron precursores en el siglo XVIII, autores, por ejemplo, como Turgot y Condorcet y durante su período de colaboración Saint-Simon recibiría, sin duda, estímulos de Comte. Pero es indudable que Saint-Simon concibió sus ideas básicas bastante antes del período de su asociación con Comte. y por mucho que hayan podido decir algunos de sus discípulos, Comte mismo llegó en ocasiones a reconocer, aunque sólo en su correspondencia, la deuda que tenía para con Saint-Simon. También es indiscutible que Comte elaboró sus ideas a su propio modo. Pero cabe preguntarse hasta qué punto recibió estímulos de Saint-Simon y fue influido por él en aspectos importantes, aunque no se apropiara servilmente de sus ideas. Dada la reputación de Comte como fundador del positivismo clásico, no viene mal llamar la atención sobre el importante papel que en ello le cupo a SaintSimon. Al explicar los cambios sociales insiste mucho Saint-Simon en la importancia fundamental de las ideas. Las creencias y los ideales de la Edad Media ejercieron un influjo determinante en las instituciones sociales y políticas de aquellos tiempos, mientras que el desarrollo de las ciencias y la transición al estadio del saber positivo requiere y conduce a la creación de nuevas estructuras sociales y políticas. En este recalcar el papel básico que desempeñan las ideas, Saint-Simon tiene más conexiones con Comte que con Marx. Pone también de realce Saint-Simon la importancia de la vida económica del hombre con lo que se le ocurre decir sobre el ascenso de la clase de los mercaderes y de los artesanos. En su opinión, la sociedad feudal de la Edad Media alcanzó su punto culminante en el siglo XI. Después emergieron ya dentro de ella dos factores que vendrían a ser los remotos presagios de su disolución. Fue uno la introducción de las ideas científicas provenientes del mundo islámico, y el otro, el surgimiento de los municipios, que representaban a una clase de productores en un sentido que ni la Iglesia ni la nobleza feudal lo fueron. Dentro de la misma época medieval, ningún factor llegó a ser lo bastante fuerte como para construir una auténtica amenaza contra la autoridad existente. Sin embargo, en el siglo XVI el poder de la Iglesia fue debilitado por el desafío de los reforma dores, por lo que el clero decidió aliarse con la monarquía o subordinarse a 148 ella en vez de ser, como en la Edad Media, un rival de los poderes temporales. El saber científico iba en aumento y suponía una amenaza para las creencias teológicas, pues a menudo inducía a los intelectuales a cuestionar cualquier autoridad o doctrina establecida. Añádase que, como los monarcas franceses se asociaron insensatamente con la nobleza en cuanto la tuvieron reducida a sometimiento, más bien que con los intereses de la ascendente clase de los productores, la revolución violenta llegó a ser, al fin, inevitable. La Revolución francesa fue tan sólo el resultado de un proceso que se había ido desarrollando "durante más de seis siglos". Puso en libertad a la clase ascendente y posibilitó el tránsito a la sociedad industrial. Para Saint-Simon, la sociedad contemporánea suya se hallaba en una fase intermedia entre el antiguo régimen y el establecimiento de una sociedad nueva basada en el conocimiento científico y en la industria. Las condiciones para una nueva sociedad se estaban dando ya. Importaría poco que Francia se quedase sin monarquía, sin obispos y sin terratenientes; pero lo que sí sería ciertamente grave es que perdiese la única clase útil en realidad, la de los productores o trabajadores. (Los científicos deben ser incluidos también, naturalmente, entre los elementos indispensables de la sociedad.) Pero de aquí no se sigue de ningún modo que Saint-Simon postulara el desarrollo de la democracia social o se interesara por la ampliación de la libertad a todos los ciudadanos o por su participación en el gobierno. Lo que él contempla y propugna es el gobierno de los científicos y de los dirigentes de la industria. En L' Organisation (1819) propuso que hubiese tres cámaras de expertos. La primera, o cámara de la invención, estaría formada por ingenieros y artistas, que trazarían planes o proyectos, los cuales habrían de ser examinados después por la segunda cámara, formada por matemáticos, físicos y fisiólogos. La tercera cámara sería responsable de que se ejecutaran los proyectos propuestos por la primera cámara y examinados y aprobados por la segunda. Saint-Simon llamó a este tercer cuerpo "cámara de los diputados". Constaría de representantes selectos de la agricultura y la industria; pero el electorado lo formarían sólo los productores. No hay que dar demasiada importancia a estas propuestas. En su obra Du systeme industriel (Del sistema industrial, 18211822) Saint-Simon se contentaba más o menos con pedir que las finanzas fueran puestas en manos de una cámara de industria y Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit que el Instituto de Francia asumiera respecto a la educación el papel que en tiempos había desempeñado la Iglesia. En todo caso, las propuestas concretas son expresión de unos cuantos presupuestos generales. Por ejemplo, se presupone que los científicos han llegado a ser la élite intelectual y que puede confiárseles la elaboración y aprobación de planes beneficiosos para la sociedad. Se presupone también que en la sociedad contemporánea los intereses que vinculan a los hombres entre sí y les llaman a deliberar y a actuar en común no son ya teológicos o militares, sino económicos. El gobierno, cuando no se le entiende como coercitivo y en conexión con aventuras militares, anda en vías de transformarse en una gerencia administrativa dedicada a promover los intereses reales de la sociedad. La sociedad industrial, según Saint-Simon, sería una sociedad pacífica, por lo menos cuando se hubiese desarrollado plenamente y tuviese la forma apropiada de gobierno o administración. Lo que llama él la clase industrial incluye no sólo a los dirigentes de la industria, sino también a los obreros. Y SaintSimon supone que sus intereses coinciden o armonizan unos con otros. Más todavía, la clase industrial, digamos, en Francia, tiene muchas más cosas en común con la clase paralela a ella en Inglaterra que no con la nobleza francesa. El ascenso de la clase industrial proporciona, pues, la base para la solidaridad humana y para la superación de las enemistades entre las naciones. Cierto que los gobiernos, tal como existen en la actualidad, representan una prolongación del antiguo régimen, un lastre, por así decirlo, derivado de una estructura social obsoleta. Sin embargo, el paso a una forma de administración apropiada a la nueva sociedad industrial y dedicada a sus intereses justificará la confianza en que se logre la paz internacional. Esta meta no puede alcanzarse por medio de alianzas o conferencias entre unos gobiernos que no representan propiamente los intereses de la clase productiva, que es la clase naturalmente pacífica. Se requiere primero un desarrollo más pleno de la sociedad industrial. Karl Marx mostró considerable respeto por Saint-Simon. Pero obviamente no estaba de acuerdo con la suposición de éste según la cual los intereses reales o verdaderos de los dirigentes de la industria coincidían con los de los obreros. Desde el punto de vista de Marx, Saint-Simon, aun comprendiendo la importancia que tiene para el hombre la vida económica, no había llegado a comprender que hay un hiato entre los intereses de la burguesía y los del 149 proletariado ni que se da una conexión entre la sociedad burguesa y la guerra. Resumiendo, Saint-Simon fue un utopista. Puede que tendamos a pensar que también Marx fue a su modo un utopista, y que quien tiene el tejado de vidrio haría bien en no ponerse a tirar piedras a nadie. Pero apenas cabe negar que Saint-Simon era exageradamente optimista respecto a la naturaleza pacífica de la sociedad industrial. Sin embargo, para hacerle justicia, reconozcamos que supo ver que la ignorancia no es la única barrera que obstaculiza el progreso, y que la difusión del conocimiento científico y el gobierno por expertos no bastarían para asegurar la realización del ideal de la fraternité humana. Había que contar con el egoísmo y las mezquindades del hombre. No es que recomendase el retorno al sistema de dogmas cristiano, que, en su opinión, había sido suplantado ventajosamente por el positivo conocimiento científico del mundo. Pero estaba convencido de que el ideal cristiano del amor fraterno, que había sido oscurecido por la estructura del poder eclesial y por la política de intolerancia y persecuciones religiosas, poseía un valor y una importancia permanentes. El sistema católico estaba pasado de moda, y el luteranismo había puesto demasiado énfasis en una interioridad divorciada de la vida política. Lo que ahora se necesitaba era hacer realidad el mensaje del evangelio cristiano en la esfera sociopolítica. Como Saint-Simon expresó su insistencia en la motivación ético-religiosa en una obra que apareció el año anterior al de su muerte, se ha pensado a veces que tal insistencia representaba un cambio radical de su pensamiento y casi una retractación del positivismo. Pero este juicio es inexacto. Saint-Simon no parece que fuera nunca completamente positivista, si entendemos que tal término implica el rechazo de toda creencia en Dios. Creía, al parecer, en una Deidad inmanente e impersonal, concebida al modo panteísta, y pensaba que esta creencia era perfectamente compatible con su positivismo. Además, siempre consideró al cristianismo con respeto. Cierto que no aceptaba los dogmas cristianos, pero estimaba que el enfoque teológico de la Edad Media no fue lamentable superstición, sino necesidad histórica. Y aunque, en su opinión, el estadio teológico del pensamiento había sido sustituido por el estadio científico, no pensaba que esta transición supusiera el abandono de todos los valores morales cristianos. En realidad, llegó a estar convencido de que la nueva sociedad necesitaba una nueva religión, para superar tanto el Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit egoísmo individual como el nacional y para recrear en una forma nueva la sociedad "orgánica" de la Edad Media. Pero la nueva religión era para él la religión antigua, es decir, en cuanto a lo que él consideraba ser el elemento esencial y permanentemente válido de la antigua religión. Quizá pueda decirse que Saint-Simon preconizó un cristianismo "secularizado". El "nuevo cristianismo" era el cristianismo en cuanto aplicable y apropiado a la edad de la sociedad industrial y de la ciencia positiva. Saint-Simon no era un pensador sistemático. Avanzaba por numerosas líneas de pensamiento pero tendía a dejarlas cuando sólo estaban desarrolladas en parte, y no hacía ningún esfuerzo prolongado por combinarlas sistemáticamente. Pero sus ideas suscitaron amplio interés, y después de su muerte algunos de sus discípulos fundaron para propagadas el periódico Le producteur. En 1830 una publicación periódica intitulada Le globe se convirtió también en el órgano del sansimonismo. Saint-Amand Bazard (1791-1832), uno de los pnnClpales discípulos de Saint-Simon, trató de presentar la doctrina de su maestro en forma sistemática, prestando especial atención a sus aspectos religiosos. Sus conferencias sobre Saint-Simon suscitaron bastante interés. Pero poco antes de morir riñó con otro de los padres fundadores, Barthélemy Prosper Enfantin (1796-1864), quien poco faltó para que transformase el sansimonismo en una secta religiosa, y no precisamente austera, pues Enfantin tenía ideas muy amplias respecto al amor entre hombres y mujeres. Bazard había sido un pensador mucho más lógico; Enfantin era un publicista apasionado y tendía a trazar incesantemente nuevos proyectos Y a encargarse de nuevas causas. Sin embargo, pese a toda su actividad, la escuela sansimoniana empezó a declinar después del rompimiento entre él y Bazard. La influencia de Saint-Simon no se limitó al círculo de los que pueden clasificarse como sus discípulos. Fuera de sus mas, los dos pensadores más importantes que fueron estimulados por su pensamiento son, sin duda, Auguste Comte y Karl Marx. Tanto Marx como Engels admiraron a Saint-Simon. Verdad es que Marx le criticó, como ya hemos dicho, de no haber sabido entender el antagonismo de clases entre los capitalistas y los obreros y de haberse concentrado, así lo opinaba Marx, en glorificar a la sociedad burguesa por su contraste con el feudalismo. Al mismo tiempo pensaba Marx que, en El Nuevo Cristianismo, Saint-Simon había hablado en pro de la emancipación del proletariado. 150 Sabemos, por Engels, que Marx acostumbraba a expresar generalmente su aprecio por Saint-Simon, mientras que tenía a Comte por reaccionario y le consideraba un pensador de poca valía. 4. Proudhon: anarquismo y sindicalismo Fourier y Saint-Simon creían, a una con, los tradicionalistas, que tras el derrocamiento del antiguo régimen por la Revolución era necesaria una reorganización de la sociedad. Claro está que los dos grupos tenían ideas diferentes sobre la forma en que debería hacerse tal reorganización. Los tradicionalistas miraban hacia atrás, en el sentido de que insistían en la permanente solidez y en el valor de ciertas creencias e instituciones tradicionales, mientras que Fourier y Saint-Simon miraban hacia adelante propugnando la creación de aquellas nuevas formas de organización social que creían ser exigidas por la marcha de la historia. Pero ambos grupos recalcaban la necesidad de una reorganización social. Podría parecer, pues, que Proudhon, como anarquista declarado, diferiría mucho de los tradicionalistas y de los socialistas, ya que el término mismo de anarquía sugiere una ausencia o, más bien, un rechazo de toda organización social. Sin embargo, aunque Proudhon aceptó la calificación de "anarquista" en 1840, no entendía por anarquismo un caos social generalizado, o sea la anarquía en el sentido popular del término, sino más bien la falta de un gobierno autoritario y centralizado. Lo que él deseaba era una organización social sin gobierno. Dicho en terminología marxista, preconizaba la eliminación del Estado. Hasta cierto punto, por consiguiente, había una afinidad entre Proudhon y Saint-Simon, puesto que este último proponía la transformación del "gobierno" en "administración". Y, a la vez, Proudhon iba más allá que Saint-Simon, pues esperaba que la forma de; organización social que consideraba deseable haría innecesaria la administración centralizada. Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865) nació en Besançon. Tras un breve período de educación escolar, pasó a ser aprendiz en la imprenta diocesana de su ciudad natal y después entró a formar parte de una sociedad de impresores. Pero aunque tuvo que dejar la escuela para ganarse la vida, siguió formándose por su cuenta, y en 1838 ganó una beca que le permitió ir a París. En 1840 publicó su ensayo Qu'est-ce que la proprietè? ¿Que es la propiedad?) en el que hizo su famoso aserto de que la propiedad Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit es un robo. A este ensayo le siguieron otros dos sobre el mismo tema (1841 Y 1842), el segundo de los cuales fue considerado como propaganda incendiaria por las autoridades civiles. En 1843 publicó Proudhon una obra titulada De la criation de l'ordre dans l' humanitéi (Sobre la creación del orden en la humanidad). Mantenía en ella que la mente humana progresa pasando por los estadios sucesivos de la religión y la filosofía al estadio científico. En este tercer estadio se le hace posible al hombre descubrir la serie de leyes que operan en el mundo, tanto en el infrahumano como en el humano. A la ciencia que muestra cómo debe aplicar el hombre el conocimiento de estas leyes en la sociedad la llama Proudhon "dialéctica serial". Al mantener que en el desarrollo social nos rigen unas leyes que pueden descubrirse mediante el estudio, Proudhon está obviamente de acuerdo con Saint-Simon y también, en este punto, con Montesquieu. Durante algún tiempo Proudhon se mantuvo trabajando en Lyon, desde donde hacía visitas a París. En Lyon frecuentó a los socialistas, y en París conoció a Marx, a Bakunin y a Herzen. Introducido en las ideas de Hegel, emprendió la tarea de aplicar la dialéctica hegeliana a la esfera de la economía. El resultado de ello fue su Systeme des contradictions economiques ou Philosophie de la misere (Sistema de las contradicciones económicas o filosofía de la miseria, 1846). La contradicción o antítesis entre el sistema de la propiedad destructora de la igualdad, por una parte, y el socialismo (comunismo) destructor de la independencia, por otra, se resuelve en el "mutualismo" (o "la anarquía"), sociedad de productores unidos mediante contratos libres. Marx, que había dado buena acogida al primer ensayo de Proudhon sobre la pobreza, como si representara el "socialismo científico", se apresuró a impugnar esta nueva obra en su escrito Misere de la philosophie (Miseria de la filosofía, 1847). El rompimiento entre los dos hombres no tiene por qué sorprender, pues Proudhon nunca fue comunista, y a los ojos de Marx expresaba los intereses de la pequeña burguesía. Al ser derribada la monarquía, en febrero de 1848, Proudhon solamente prestó a la revolución un apoyo muy matizado. No obstante, se mostró activo de diversos modos, haciendo una campaña en favor del establecimiento de un Banco del Pueblo, pronunciando discursos populares y fundando el periódico anarquista Le représentant du peuple (El representante del pueblo). En junio de 1848 fue elegido miembro de la Asamblea 151 Nacional. Pero un ataque en su periódico contra Luis Napoleón, a la sazón Presidente, fue causa de que le condenaran a prisión por tres años. En 1849 escribió Les confessions d' un révolutionnaire (Confesiones de un revolucionario), y en 1851 publicó su Idée générale de la révolution au XIXe s;ecle (Idea general de la revolución en el siglo XIX), escrito en el que exponía su concepción de la sociedad libre ideal. A finales de 1851 Luis Napoleón se proclamó emperador, y cuando Proudhon salió de la cárcel en 1852, estuvo sometido a control policial. En 1853 publicó su Philosophie du progres (Piloso/la del progreso) en la que negaba la existencia de todo absoluto y de toda permanencia y sostenía una teoría del movimiento o cambio universal lo mismo a gran escala para el universo entero que en dominios particulares como los de la moral, la política y la religión. Pero cuando publicó De la justice dans la révolution et dans l'église (De la justicia en la revolución y en la iglesia, 1858), se vio en un aprieto. No, por cierto, porque rechazase ahora la idea de la resolución de la tesis y la antítesis en una síntesis y la sustituyera por una expresión de su creencia en continuas antinomias que producen un equilibrio dinámico aunque inestable entre las fuerzas o los factores, sino porque se le acusó de atacar a la religión, la moral y la ley. Para escapar de otro encarcelamiento, huyó a Bélgica, donde permaneció hasta que consiguió ser perdonado, en 1860. Estando en Bruselas escribió varias obras, por ejemplo La guerre et la paix (La guerra y la pen). De retorno en París, en 1862, publicó Proudhon su obra Du principe fédératif (Del principio federativo, 1863) y también la Théorie de la propriété (Teoría de la propiedad), que era una revisión de sus pensamientos sobre el tema. Este escrito fue publicado póstumo, como también el titulado De la capacité politique des classes ouvrieres (De la capacidad polltica de las clases obreras, 1865). Proudhon descendía de una familia de campesinos y siempre estuvo del lado del pequeño productor, ya fuese rústico o artesano. Al decir que la propiedad era un robo, no quería sugerir que el labrador que poseyera y trabajara una porción de tierra y viviera del fruto de su trabajo, o el hombre que viviendo de hacer y vender sillas tuviera por suyos los instrumentos de su quehacer fuesen ladrones. Por "propiedad" entendía Proudhon realmente lo que él Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit consideraba como un abuso, lo que él llamó el derecho a la ganga o aubana. Por ejemplo, el terrateniente que sin trabajar él mismo la tierra no por ello dejaba de percibir los beneficios producidos por los labradores era un ladrón. En el lenguaje de Proudhon podía haber un derecho a la "posesión", al uso exclusivo; pero no un derecho de "propiedad", ya que equivaldría a un derecho a explotar a otro. "Posesión" significa derecho a usar un objeto, sea éste tierra, sean utensilios. Y como "propiedad" significa mal uso o abuso de objetos (como significa explotación), no puede haber derecho a ella: implica robo. Es importante comprender que cuando Proudhon denunciaba la propiedad no estaba denunciando simplemente la explotación por terratenientes y capitalistas individuales. Creía él que, para el mantenimiento de la independencia y la dignidad humanas, los campesinos y los artesanos deberían "poseer" la tierra que trabajasen y los utensilios que empleasen, y deberían percibir el fruto de sus trabajos. De ahí que se opusiese a cualquier sistema de propiedad colectiva, que significaría que el Estado ocupaba el puesto del propietario, del terrateniente o capitalista no productivo. Refiriéndose posteriormente a su rechazo de la propiedad, en el ensayo de 1840, insiste en que "la rechacé tanto para el grupo como para el individuo, para la nación y para el ciudadano, y así, no estoy abogando ni por el comunismo ni por la propiedad estatal". Si tenemos esto en cuenta, resulta más fácil entender cómo pudo Proudhon seguir sosteniendo, en su Sistema de las contradicciones económicas, la idea de la propiedad como robo y, al mismo tiempo, ofrecer una nueva definición de ella como libertad. Constantemente hay la posibilidad de abuso, de explotación, que es a lo que él llama robo. Pero, a la vez, la propiedad es una creación espontánea de la sociedad y una defensa contra la siempre amenazante invasión del poder estatal. Proudhon acabó dudando si su distinción previa entre propiedad y posesión sería tan útil como lo había creído en tiempos. Llegó a la conclusión de que "la propiedad es el único poder que puede actuar como un contrapeso del Estado". Es comprensible que Marx, que en su análisis del capitalismo utilizó la idea proudhoniana del robo, combatiera después al escritor francés como a un mantenedor de los intereses de la pequeña burguesía. Sin embargo, aunque Proudhon cambiase su terminología, estuvo 152 siempre del lado del pequeño productor y fue constantemente enemigo de las teorías comunistas. La revolución, producto del conflicto entre fuerzas o factores opuestos, tiene evidentemente aspectos negativos, en el sentido de que niega, destruye o derriba algo. Pero ésta es sólo una de sus caras: si la revolución niega, también ha de afirmar. La Revolución francesa afirmó los ideales de libertad, fraternidad e igualdad, pero en el lado positivo fue incompleta, fue en parte un fracaso: produjo cierta medida de libertad e igualdad política, pero no pudo producir libertad e igualdad en el plano económico. "La sociedad debería haber sido organizada después en términos de trabajo y no en los de política y guerra", pero fue esto segundo lo que ocurrió. La tarea de la Revolución, el establecimiento de "un régimen industrial igualitario", no fue cumplida. Y el teorizar social y económico de Proudhon se propone contribuir a este cumplimiento. Ni que decir tiene que para Marx es Proudhon un utopista. Y ya sabemos por qué lo dice Marx. Pero vale la pena advertir que Proudhon no cree que haya soluciones permanentes para los problemas sociales. La democracia industrial, tal como él la entiende, debe suceder al feudalismo industrial. Pero ningún planeamiento de la organización de la sociedad puede ser absoluta y definitivamente verdadero. Porque en el seno de toda sociedad humana late siempre algún tipo de oposiciones, y la emergencia de éstas implica ulteriores cambios. La propiedad (o la "posesión") debidamente distribuida salvaguarda la independencia y la igualdad. Pero es obvio que ninguna sociedad humana puede existir sin una o varias formas de organización. Tal organización puede ser impuesta desde arriba, por la autoridad del Estado en cuanto representada por el gobierno. Pero lo que Proudhon preconiza es el paso de la organización política a la económica cuando la organización o las formas de asociación económica no sean dadas desde arriba sino producidas por convenios o contratos libremente hechos por los productores. A esto es a lo que llama él "anarquía". Confía en que el gobierno estatal centralizado llegará a eliminarse, y que su puesto lo ocupará un orden social 'resultante de asociaciones libremente formadas por motivos económicos, tales como las demandas de producción, las necesidades del consumo y la seguridad de los productores. "La noción de anarquía en política es tan racional y positiva como cualquier otra. Significa que, una vez hayan relevado las funciones industriales a las políticas, sólo las transacciones Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit comerciales y los negocios producirán el orden social." En uno de sus últimos escritos declara Proudhon que él siempre ha tenido "particular horror a la regimentación". En su sentir, la libertad sólo puede florecer cuando las asociaciones y federaciones se basan en contratos libres, siendo la del contrato "la idea dominante de la política". Como él lo indica, la justicia conmutativa o regulación mediante contrato debe sustituir a los viejos sistemas de justicia distributiva, asociados a la regulación de la ley y al régimen de gobierno centralizado. En la medida en que Proudhon contempla la existencia del automantenimiento de una sociedad industrial coherente y estable en la forma de un sistema elásticamente trabado de asociaciones de productores, con contratos en vez de leyes y compañías industriales en vez de ejércitos, puede calificársele con toda razón de utópico. Porque se figura a todos los ciudadanos cooperando armoniosamente, como si fuesen unos mismos los intereses privados y los colectivos, y comportándose del modo que él considera racional. Recuérdese, empero, que el lema preferido de Proudhon es el progreso, el cambio continuo. No pretende que haya forma alguna de organización social que esté libre de cualesquiera antinomias o tensiones y que pueda considerarse como la meta última, que será alcanzada por completo y que, una vez alcanzada, representará la perfección. Está muy dispuesto a admitir que "lo que llamamos anarquía y otros llaman fraternidad" es, más o menos, un símbolo mítico, un acicate para estimular a los hombres a realizar el ideal revolucionario de la fraternidad, que en opinión de Proudhon sólo puede lograrse mediante la transformación del régimen intermedio subsiguiente a la revolución en una sociedad industrial del tipo de la que él contempla. Desea, sí, una sociedad más justa; pero precisamente porque la autoridad misma cambia y evoluciona, también el ideal de justicia es "siempre cambiante". "Nos es imposible ver más allá de la antítesis que nos está sugiriendo el presente." El utopismo de Proudhon y su idea de las leyes del cambio social están contrarrestados por su convencimiento de que no existen absolutos y no podemos hacer juicios infalibles sobre el futuro. Piénsese lo que se quiera sobre la viabilidad del tipo de sociedad industrial contemplada por Proudhon, lo cierto es que algunas de sus concepciones son bastante atinadas. Por ejemplo, sus propuestas acerca de la educación de los obreros, para superar la profunda división entre las clases cultas y las incultas y 153 facilitar el uso provechoso del ocio, así como las relativas a que a los aprendices se les enseñen diversos oficios para aminorar la monotonía de la servil repetición de una tarea determinada. Y, a decir verdad, no eran menos certeras sus ideas sobre un sistema crediticio y un Banco del Pueblo. En cuanto a influencia, durante sus últimos años en París tuvo muchos seguidores entre los obreros; y en 1871 gran parte de la Comuna de París constaba de proudhonianos. A continuación pasó al primer plano el comunismo marxista; pero las ideas de Proudhon, por lo menos algunas de ellas, siguieron ejerciendo influencia en las mentes de muchos socialistas y sindicalistas franceses. Además, puede decirse que Proudhon ha influido en el movimiento anarquista a través de Michael Bakunin (1814-1876). 5. Marx y los socialistas franceses. Es obvio que, si tomáramos en sí mismos los planes de Proudhon para un Banco del Pueblo y las propuestas de Fourier para el establecimiento de falanges, no se justificaría nuestra presentación de estos dos pensadores como filósofos. Pero los dos tuvieron también sus teorías generales acerca de la historia y del progreso histórico; aunque en esto las ideas de Proudhon eran más vagas que las de Fourier. Quizá puedan considerarse las proposiciones concretas de Fourier sin hacer referencia a su teoría de los estadios por los que ha de ir pasando la autoridad. Pero la teoría está ahí, y, si interpretamos la palabra "filosofía" en un sentido amplio, puede decirse que Fourier ha esbozado una antropología filosófica y una filosofía de la historia. En cuanto a Proudhon, su negarse a admitir absolutos equivale, presumiblemente, a una teoría filosófica. Sin duda, uno y otro se salen de los patrones de precisión y argumentación estrictos que cabría esperar que aspiraran los filósofos. Pero la cuestión es que clasificarles simplemente como sociólogos, o como científicos de la política o como economistas, sería un tanto inadecuado. Dicho en otros términos, no parece del todo gratuito el hacer mención de ellos en una historia de la filosofía, por lo menos si estamos dispuestos a contar entre las partes de la filosofía la teoría de la política y la teoría de la sociedad. Hay que admitir, empero, que la teoría sansimoniana del cambio histórico y social es más notable que la de Fourier, para no hablar de la de Proudhon. Además, según lo han notado los Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit críticos del socialismo francés de los comienzos, su manera de concebir el modo en que debe cambiar la sociedad está en conexión con su idea de que el movimiento de la historia lo rige una ley. En otras palabras, de los tres escritores es Saint-Simon el que da una visión más coherente y en general más desarrollada del modelo de cambio histórico y social. No tenemos que esforzamos para pensar en él como en un predecesor de Auguste Comte y de Karl Marx. Nos hemos referido ya más de una vez a que Marx y Engels califican a los primeros socialistas franceses de utópicos. El término "utópico" -o "utopista"- sugiere naturalmente la idea de un reformador irreal o nada práctico, alguien que propone para solucionar los problemas sociales y políticos algún estado de cosas ideal que parece impracticable y tal vez fantástico. En este sentido, el término puede muy bien aplicárseles a Fourier y a Proudhon, pero es obvio que podría aplicársele también al mismo Marx, aun cuando éste fuera mucho menos dado que Fourier a describir en detalle la futura utopía. Sin embargo, aunque esta significación formase parte de la que daban al término Marx y Engels, no fue en tal elemento en el que ellos pusieron mayor énfasis. Al calificar de utópicos a los socialistas franceses, en lo que pensaban ante todo Marx y Engels era en la incomprensión por aquellos de la naturaleza del antagonismo entre las clases y de lo irreconciliable de sus intereses. Aunque los primeros socialistas creían, sin duda, que los ideales que habían hallado expresión en la Revolución francesa sólo parcial y muy imperfectamente se habían hecho realidad y era necesaria una transformación ulterior de la sociedad, tendían también a pensar que esta transformación podría llevarse a cabo de un modo pacífico, a medida que los hombres fueran comprendiendo los problemas y necesidades de la sociedad y las maneras más apropiadas de resolver esos problemas y satisfacer esas necesidades. En cambio, Marx y Engels estaban convencidos de que la deseada transformación de la sociedad sólo podría conseguirse mediante la revolución, es decir, mediante una guerra entre las clases en la que el proletariado, conducido por los intelectuales, se alzara con el poder. En su opinión, no pasaba de ser una expresión de "utopismo" el que alguien pensara que los intereses de la clase o las clases dirigentes y los de las explotadas podrían reconciliarse de un modo pacífico con sólo que se difundieran los conocimientos y la comprensión, Porque a la clase dominante lo que le interesaba 154 era precisamente conservar en vigor el actual estado de cosas, mientras que a la clase explotada le interesaba, por el contrario, que el actual estado de cosas cambiase radicalmente. Pedir una transformación de la sociedad sin ver que sólo podría lograrse mediante una revolución proletaria era irreal y utópico. Para que la revolución proletaria propugnada por Marx y Engels tuviese lugar era un prerrequisito necesario que hubiera hombres que, comprendiendo el movimiento de la historia, pudiesen transformar a la clase explotada en un todo unido consciente de sí, en una clase no sólo "en sí” sino también "para sí”. Tenían, pues, bastante respeto a Saint-Simon, no sólo porque éste concibió la historia como un movimiento regido por una ley (también Fourier la había concebido así sino además porque, en su caso, había una conexión mucho mayor que en el de Fourier entre su teoría de la historia y su idea de la deseable transformación de la sociedad. Más aún, Saint-Simon, con su noción de la fisiología social, podía decirse que había expuesto una interpretación "materialista" del hombre. Al mismo tiempo, si tenemos en cuenta el papel que atribuye Saint-Simon a los dirigentes de la industria en la transformación de la sociedad, está claro que sería también culpable de utopismo a los ojos de Marx y Engels. Pues aunque los dirigentes de la industria pudiesen aceptar cambios dentro de la trama social existente, no les interesaría contribuir a la radical transformación que se requería. Dada la gran importancia histórica del marxismo, es bastante natural enjuiciar a los primeros socialistas franceses en términos de sus relaciones con Marx y Engels. Pero aunque este enfoque sea fácilmente comprensible, no deja de ser un tanto unilateral si se insiste en considerarlos simplemente como predecesores de Marx. En cualquier caso, ellos hicieron ver con bastante claridad que, aunque la revolución había destruido el antiguo régimen, no había traído la paz y la armonía entre los individuos, los grupos y las naciones. Así lo comprendieron también, desde luego, los tradicionalistas. Pero mientras que éstos adoptaron una actitud negativa hacia la Ilustración y la Revolución, los socialistas trataron de ampliar y de aplicar más satisfactoriamente los ideales que inspiraron aquellos movimientos. Evidentemente, si suponemos con Saint-Simon que el curso de la historia está regido por leyes, en un sentido al menos que haga el progreso histórico inevitable y los cambios sociales en principio predecibles, aunque de hecho sólo muy difusas o vagas predicciones se puedan hacer, se plantea Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit entonces el problema de cómo armonizar esta visión de la historia con la importancia que sería de esperar se diera en los escritos de todo reformador social al papel de la iniciativa y la acción humanas. Pero éste es un problema que se plantea también en el caso de Marx y Engels. Si consideramos sólo las ideas de los socialistas franceses acerca de los cambios deseables, salta a la vista que no les agradaba la idea de un Estado burocrático centralizado. Verdad es que Saint-Simon comprendió la necesidad de la planificación económica; pero preconizaba la transformación del "gobierno" en una "administración" por gerentes, y en este sentido, puede decirse que se anticipó a la doctrina de la eliminación del Estado. En cuanto a Fourier y Proudhon, está claro que ambos veían con desagrado y desconfianza el creciente poder del Estado, la autoridad política centralizada. De hecho, es innegable que el control ejercido por la burocracia estatal ha aumentado mucho en la sociedad moderna. Pero resulta irónico que haya de ser éste uno de los rasgos más visibles del comunismo soviético. A pesar de las ideas más bien fantásticas de Fourier y Proudhon, hallamos en los socialistas franceses un respeto al individuo y una notoria desaprobación de la violencia. Desde luego que Marx pensó que eran exageradamente optimistas por su convicción de que podrían producirse cambios radicales sin violencias revolucionarias. Pero éste es un optimismo con el que mucha gente simpatizaría, sin importarles las propuestas concretas que hicieran aquellos escritores franceses. 155 Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 156 POSITIVISMO Historia del Pensamiento Científico y Filosófico Giovanni Reale y Dario Antisieri 1. LAS LÍNEAS MAESTRAS DEL POSITIVISMO El positivismo es una corriente compleja de pensamiento que dominó gran parte de la cultura europea en sus manifestaciones filosóficas, políticas, pedagógicas, historiográficas y literarias (entre estas últimas se cuentan, por ejemplo, el verismo y el naturalismo), en un período que cubre aproximadamente desde 1840 hasta llegar casi al inicio de la primera guerra mundial. Una vez superada la tempestad de 1848 -si exceptuamos el enfrentamiento de Crimea en 1854 y la guerra franco-prusiana de 1870- la época positivista fue una era básicamente pacífica en Europa. Al mismo tiempo, constituyó la época de la expansión colonial europea en África y en Asia. En el seno de este marco político culmina en Europa la transformación industrial, lo cual posee enormes consecuencias para la vida social: la utilización de los descubrimientos científicos transforma todo el sistema de producción; se multiplican las grandes ciudades; crece de modo impresionante la red de intercambios comerciales; se rompe el antiguo equilibrio entre ciudades y zonas rurales; aumentan la producción y la riqueza; la medicina vence las enfermedades infecciosas, antiguo y angustioso flagelo de la humanidad. En pocas palabras, la revolución industrial cambia radicalmente la forma de vivir. La idea de un progreso humano y social imposible de detener galvaniza el entusiasmo general: de ahora en adelante dispondríamos de los instrumentos capaces de solucionar todos los problemas. Estos instrumentos consistían -en opinión de muchossobre todo en la ciencia y en sus aplicaciones a la industria, y luego en el mercado libre y en la educación. Además, en lo que concierne la ciencia, durante el período que transcurre entre 1830 y 1890, mantiene con frecuencia unos vínculos muy estrechos con el desarrollo de la industria, vinculación que posee un carácter bilateral, lo cual permite avances muy significativos en sus sectores más Importantes. En matemáticas se dan las aportaciones de Cauchy, Weier-strass, Dedekind y Cantor, entre otros. En geometría, las de Riemann, Bolyai, Lobachevski y Klein. La física se enorgullece de los resultados de las investigaciones de Faraday sobre la electricidad y de Maxwell y Hertz sobre el electromagnetismo; también en la ciencia física se producen los trabajos fundamentales de Mayer, Helmholtz, loule, Clausius y Thomson sobre termodinámica. Berzelius, Mendeléiev, von Liebig, entre otro hacen que crezca el saber químico. Koch, Pasteur y sus discípulos desarrollan la microbiología y obtienen éxitos resonantes. Bernard edifica la fisiología y la medicina experimental. Es la época de la teoría evolucionista de Darwin, la torre Eiffel de París y la apertura del canal de Suez simbolizan los adelantos tecnológicos. Una estabilidad política básica, el proceso de industrialización y los avances de la ciencia y de la tecnología constituyen los pilares del medio ambiente sociocultural que el positivismo interpreta, exalta y favorece. Sin ninguna duda, no tardarán en hacerse sentir los grandes males de la sociedad industrial (los desequilibrios sociales, las luchas por la conquista de los mercados, la condición miserable del proletariado, la explotación laboral de los menores de edad, etc.). El marxismo diagnostica estos males de un modo distinto a como lo hacen los positivistas. Éstos no ignoran dichos males, pero pensaban que pronto desaparecerían, como fenómenos transitorios que serían eliminados por el aumento del saber, de la instrucción popular y de la riqueza. Los representantes más significativos del positivismo son Auguste Comte (1798-1857) en Francia; John Stuart MilI (18061873) Y Herbert Spencer (1820-1903) en Inglaterra; Jakob Moleschott (1822-1893) y Ernst Haeckel (1834-1919) en Alemania; Roberto Ardigó (1828-1920) en Italia. Por lo tanto, el positivismo se integra en tradiciones culturales diferentes: en Francia se inserta en el interior del racionalismo que va desde Descartes hasta la ilustración; en Inglaterra, se desarrolla sobre la tradición empirista y utilitaria, y se relaciona a continuación con la teoría darvinista de la evolución; en Alemania asume la forma de un rígido cientificismo y de un monismo materialista; en Italia, con Ardigó, sus raíces se remontan al naturalismo Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit renacentista, aunque sus frutos más notables -debido a la situación social de la nación ya unificada- los brinda en el ámbito de la pedagogía y de la antropología criminal. En cualquier caso, a pesar de tal diversidad, en el positivismo existen unos rasgos fundamentales de carácter común, que permiten calificado como corriente unitaria de pensamiento: 1) A diferencia del idealismo, en el positivismo se reivindica el primado de la ciencia: sólo conocemos aquello que nos permite conocer las ciencias, y el único método de conocimiento es el propio de las ciencias naturales. 2) El método de las ciencias naturales (descubrimiento de las leyes causales y el control que éstas ejercen sobre los hechos) no sólo se aplica al estudio de la naturaleza sino también al estudio de la sociedad. 3) Por esto la sociología -entendida como la ciencia de aquellos «hechos naturales» constituidos por las relaciones humanas y sociales- es un resultado característico del programa filosófico positivista. 4) En el positivismo no sólo se da la afirmación de la unidad del método científico y de la primacía de dicho método como instrumento cognoscitivo, sino que se exalta la ciencia en cuanto único medio en condiciones de solucionar en el transcurso del tiempo todos los problemas humanos y sociales que hasta entonces habían atormentado a la humanidad. 5) Por consiguiente, la época del positivismo se caracteriza por un optimismo general, .que surge de la certidumbre en un progreso imparable (concebido en ocasiones como resultado del ingenio y del trabajo humano y en otros casos como algo necesario y automático) que avanza hacia condiciones de bienestar generalizado, en una sociedad pacífica y penetrada de solidaridad entre los hombres. 6) El hecho de que la ciencia sea propuesta por los positivistas como único fundamento sólido de la vida de los individuos y de la vida en común; el que se la considere como garantía absoluta del destino de progreso de la humanidad; el que el positivismo se pronuncie a favor de la divinidad del hecho: todo esto indujo a algunos especialistas a interpretar el positivismo como parte integrante de la mentalidad romántica. En el caso del positivismo, sin embargo, sería la ciencia la que resultaría elevada a la categoría de infinito. El positivismo de Comte, por ejemplo -afirma Kolakowski-, «implica una construcción de filosofía de la historia omnicomprensiva, que culmina en una visión mesiánica». 157 7) Tal interpretación no ha impedido sin embargo que otros exegetas (por ejemplo, Geymonat) descubran en el positivismo determinados temas fundamentales que proceden de la tradición ilustrada, como es el caso de la tendencia a considerar que los hechos empíricos son la única base del verdadero conocimiento, la fe en la racionalidad científica como solucionadora de los problemas de la humanidad, o incluso la concepción laica de la cultura, entendida como construcción puramente humana, sin ninguna dependencia de teorías y supuestos teológicos. 8) Siempre en líneas generales el positivismo (John Stuart MilI constituye una excepción en este aspecto) se caracteriza por una confianza acrítica y a menudo expeditiva y superficial en la estabilidad y en el crecimiento sin obstáculos de la ciencia. Dicha confianza acrítica se transformó en un fenómeno consuetudinario. 9) La positividad de la ciencia lleva a que la mentalidad positivista combata las concepciones idealistas y espiritualistas de la realidad, concepciones que los positivistas acusaban de metafísicas, aunque ellos cayesen también en posturas metafísicas tan dogmáticas como aquellas que criticaban. 10) La confianza en la ciencia y en la racionalidad humana, en definitiva, los rasgos ilustrados del positivismo, indujeron a algunos marxistas a considerar que la acostumbrada interpretación marxista -según la cual el positivismo no es más que la ideología de la burguesía en la segunda mitad del siglo XIX- es insuficiente y, en cualquier caso, posee un carácter reductivo. 2. AUGUSTE COMTE y EL POSITIVISMO EN FRANCIA 2.1. La ley de los tres estadios Auguste Comte (1798-1857) fue el iniciador del positivismo francés, el padre oficial de la sociología y, desde ciertos puntos de vista, el representante más cualificado del pensamiento positivista. Nació en Montpellier en una familia modesta, eminentemente católica y monárquica. Fue discípulo y secretario (y luego, antagonista declarado) de Saint-Simon. Estudió en la famosa École Polytechnique (y aquí .no podemos olvidar la función de modelo que ejercía la Ecole Polytechnique: esta nació como fábrica de armas para el ejército de la revolución y luego se transformó con el objeto de preparar a los ingenieros y a los técnicos especializados que necesitaba cada vez más la industria francesa en desarrollo). Estaba versado en matemática, y durante los años de su formación Comte leyó a los empiristas ingleses, a Diderot, d' Alembert, Turgot Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit y Condorcet si bien más adelante «por higiene mental» leerá lo menos posible. «Después de cumplir los catorce años, experimenté la necesidad fundamental de una regeneración universal, política y filosófica al mismo tiempo bajo el impulso activo de la saludable crisis revolucionaria cuya fase principal había precedido a mi nacimiento. La luminosa influencia de una iniciación matemática que tuvo lugar en familia, felizmente desarrollada en la Ecole Polytechnique, me hizo presentir instintivamente la única vía intelectual que podía conducir en realidad a dicha gran renovación.» Comte escribe el párrafo anterior para referirse a su itinerario intelectual y moral. Y añade que fue en 1822 cuando puso en claro su programa filosófico «bajo la inspiración constante de mi gran ley relativa al conjunto de la evolución humana, individual y colectiva»: la ley de los tres estadios. La lectura de este pasaje demuestra lo acertado de la observación formulada por Leszek Kolakowski, según la cual «toda la doctrina de Comte y, en especial, su doctrina científica únicamente resultan comprensibles como parte de sus proyectos de reforma universal, que no sólo abarcan la ciencia sino los demás sectores de la vida humana». De manera muy justificada, Comte menciona en el texto que se acaba de citar su gran ley. Se trata de la ley de los tres estadios, según la cual la humanidad, al igual que el alma de los individuos humanos, atraviesa tres estadios: el teológico, el metafísico y el positivo. Estudiando el desarrollo de la inteligencia humana [...] desde sus primeras manifestaciones hasta hoy -dice Comte en su Curso de filosofía positiva (1830-1842)- creo haber descubierto una gran ley básica, a la que se halla sometida la inteligencia con una necesidad imposible de variar, y que me parece que se puede establecer con solidez, gracias a las pruebas racionales que nos suministra el conocimiento de nosotros mismos y a la verificación histórica que se puede llevar a cabo mediante un atento examen del pasado. Esta ley consiste en lo siguiente: cada una de nuestras principales concepciones, cada rama de nuestros conocimientos pasa necesariamente por tres estados teóricos diferentes: el estado teológico, o ficticio; el estado metafísico, o abstracto; el estado científico, o positivo [...]. De aquí proceden tres tipos de filosofías, o de sistemas conceptuales generales, acerca del conjunto de los fenómenos, que se excluyen recíprocamente. El 158 primero es un punto de partida necesario para la inteligencia humana; el tercero es su estado fijo y definitivo; el segundo se halla destinado únicamente a servir como etapa de transición. En el estadio teológico los fenómenos son vistos como «productos de la acción directa y continua de agentes sobrenaturales, más o menos numerosos»; en el estadio metafísico, las esencias, las ideas o las fuerzas abstractas, son las que explican los fenómenos (los cuerpos se unirían gracias a la simpatía; las plantas crecerían con motivo de la presencia del alma vegetativa; el opio -como ironizaba Moliere- adormece porque posee la virtud «dormidera»). Únicamente «en el estadio positivo, el espíritu humano, admitiendo la imposibilidad de conseguir conocimientos absolutos renuncia a interrogarse sobre cuál es el origen y el destino del universo cuáles son las causas íntimas de los fenómenos, Y sólo busca descubrir, mediante el uso bien concertado del razonamiento y de la observación, sus leyes efectivas, es decir, sus invariables relaciones de sucesión y semejanza». Ésta es la ley de los tres estadios, concepto clave de la filosofía de Comte. Dicha ley hallaría su confirmación en la evolución vital de los individuos (todos los hombres son teólogos en su infancia, metafísicos en su juventud y físicos n su edad adulta) y en la historia de la humanidad. Aun sin conocer a Vico o a Hegel, Comte elabora con su ley de los tres estadios una grandiosa filosofía de la historia, que se nos presenta como una imagen gráfica de toda evolución de la humanidad. 2.2. La doctrina de la ciencia En la actualidad nos encontramos, por lo tanto, en el estadio positivo. Nadie emplea ya los métodos teológicos y metafísicos, excepto –observa amargamente Comte en el Curso de filosofía positiva- en el terreno de los fenómenos sociales, «aunque todos los espíritus un poco evolucionados hayan experimentado plenamente su insuficiencia al respecto». Comte pone de relieve que esto constituye «la gran -y única;- laguna que hay que llenar para que se configure la filosofía positiva». Esta debe someter la sociedad a una indagación científica rigurosa, ya que únicamente una sociología científica podrá «ser considerada como base sólida para la reorganización social, que debe acabar con el estado de Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit crisis que aqueja desde hace largo tiempo a las naciones más civilizadas». Las crisis sociales y políticas no se pueden resolver sin un conocimiento adecuado de los hechos sociales y políticos. Por tal razón, Comte piensa que el desarrollo de una física social-esto es, de la sociología científica- es una tarea extremadamente urgente. Antes que nada, ¿en qué consiste la ciencia para Comte? En su opinión, el objetivo de la ciencia reside en la búsqueda de leyes, porque «sólo el conocimiento de las leyes de los fenómenos -cuyo resultado constante nos permite preverlos- puede evidentemente conducirnos en la vida activa a modificarlos en beneficio nuestro». La ley es necesaria para efectuar previsiones, y a su vez éstas son necesarias para la acción del hombre sobre la naturaleza. «En definitiva, afirma Comte, ciencia, y por lo tanto previsión; previsión, y por lo tanto acción: tal es la fórmula que expresa con exactitud la relación general que existe entre ciencia y arte, tomando estos dos términos en su acepción más amplia.» Siguiendo las huellas de Bacon y de Descartes, Comte piensa que la ciencia es la que suministrará al hombre un dominio sobre la naturaleza. Sin embargo, no comparte en absoluto la opinión según la cual la ciencia estaría, esencialmente y por su propia naturaleza, dirigida a los problemas prácticos. Comte se muestra muy claro acerca de la naturaleza teórica de los conocimientos científicos, que hay que distinguir con toda nitidez de los que son técnicoprácticos. A este propósito, Comte cita una consideración de Condorcet: «El marinero que no naufraga gracias a una exacta medición de la longitud le debe la vida a una teoría concebida hace dos mil años, por hombres geniales que se proponía unas sencillas especulaciones geométricas.» Comte tampoco es un empirista de viejo cuño, que sólo se preocupe por los datos de hecho y que excluya las teorías: «Hemos reconocido que la verdadera ciencia [...] consta esencialmente de leyes; no de hechos, aunque éstos resulten indispensables para establecerlas y promulgarlas.» La mera erudición consiste en hechos sin leyes; en cambio la verdadera ciencia está constituida por leyes controladas que se refiere a los hechos. Dicho control a través de hechos sirve para excluir de la ciencia toda investigación relativa a las esencias y a las últimas causas metafísicas. 159 Las ideas de Comte sobre la doctrina de la ciencia han ejercido influencia sobre el pensamiento posterior debido a su claridad y a su validez. Sin embargo, en algunos pasajes del Curso de filosofía positiva, y sobre todo después en el Sistema de política positiva (1851-1854), Comte propone una imagen muy rígida, casi absolutizada, de la ciencia: condena las investigaciones especializadas e incluso las de carácter experimental, el uso excesivo del cálculo, y condena también toda investigación científica cuya utilidad no sea evidente. Por esto, en su opinión, no hay que confiar la ciencia a los científicos, sino a los «verdaderos filósofos», esto es, a aquellos que se encuentran «dignamente llamados al sacerdocio de la humanidad». El posterior desarrollo de la ciencia sirvió para desmentir estas nociones de Comte. Entre otras cosas, un conocimiento que hoy parezca inútil puede convertirse mañana en necesario. Sin embargo, dentro del sistema de Comte, un saber estable y congelado sirve para que exista un orden social estabilizado. 2.3. La sociología como física social Para llegar hasta el orden social, saliendo de una sociedad en crisis, es necesario saber. El conocimiento está constituido por leyes contrastadas mediante hechos. En consecuencia, si queremos solucionar la crisis de la sociedad, es preciso descubrir sus leyes. «Al abandonar también la filosofía política la razón de las metafísicas ideales para internarse en el ámbito de las realidades observables, a través de una subordinación sistemática, directa y continua, de la imaginación a la observación, obligadamente las concepciones políticas dejan de ser absolutas para convertirse en algo relativo al estado de la civilización humana, de manera que las teorías, que se encuentran en condiciones de seguir el curso natural de los hechos, permiten preverlos [...]. El espíritu fundamental de la política positiva puede resumirse en la previsibilidad racional del futuro desarrollo de la convivencia social.» A través del razonamiento y la observación la sociología puede establecer las leyes de los fenómenos sociales, al igual que para la física. es posible establecer las leyes que rigen los fenómenos físicos. Comte divide la sociología, o física social, en estática social y dinámica social. La estática social estudia las condiciones de Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit existencia que son comunes a todas las sociedades en todas las épocas. Tales condiciones son la sociabilidad fundamental del hombre, el núcleo familiar y la división del trabajo que se hace compatible con la cooperación entre los esfuerzos. La ley fundamental de la estática social es la conexión que existe entre los diversos aspectos de la vida social: por ejemplo, una constitución política no es independiente de los factores económicos o culturales. Por su parte, la dinámica social consiste en el estudio de las leyes de desarrollo de la sociedad. Su ley fundamental es la de los tres estadios, y el progreso social se ajusta a dicha ley. Al estadio teológico corresponde una supremacía del poder militar (tal es el caso del feudalismo); al estadio metafísico corresponde la revolución (que comienza por la reforma protestante y acaba con la revolución francesa); al estadio positivo corresponde la sociedad industrial. No podemos transcribir aquí las vívidas e interesantes consideraciones de Comte sobre la «ilimitada libertad de conciencia», la esclavitud (la esclavitud que horroriza es «la de nuestras colonias, que constituye una auténtica monstruosidad política por su propia naturaleza, y la esclavitud organizada» en el interior de la industria de aquella época), la edad media, el catolicismo, la reforma, la educación, la mujer (el sexo femenino está «en una especie de continuo estado de infancia», aunque afirma que «quien se cansa de actuar y hasta de pensar, jamás se cansa de amar»), el divorcio (una «aberración»), la revolución francesa «esta crisis decisiva era indispensable»), etc. De todas maneras, hay que subrayar algunos elementos decisivos de la sociología de Comte: 1) la estática social indaga acerca de las condiciones del orden; la dinámica estudia las leyes del progreso; 2) «el progreso humano, en su conjunto, siempre se ha llevado a cabo de acuerdo con etapas obligadas porque son necesarias desde un punto de vista natural; la historia de la humanidad es un desplegarse de la naturaleza humana»; 3) la evolución de la humanidad va desde el estadio teológico hasta el positivo, pero Comte no quita valor al pasado y a la tradición en nombre de una exaltación del porvenir. El pasado se halla grávido del futuro y «la humanidad está más compuesta de muertos que de vivos»; «los muertos gobiernan siempre a los vivos»; 4) la física social es el supuesto necesario de una política racional. Comte afirma que es desastroso que la política esté en manos de abogados y de literatos que no conocen para nada la manera de funcionar de la sociedad. Los fenómenos sociales, al igual que los naturales, sólo pueden modificarse con la condición de que 160 conozcamos sus leyes. Comte, al Igual que Bacon, sostiene: Natura non nisi parendo vincitur. ¿Por qué caminos podrán conocerse las leyes de la sociedad? En opinión de Comte, las vías para lograr el conocimiento sociológico son la observación, el experimento y el método comparativo. La observación de los hechos sociales es una observación directa y enmarcada en la teoría de los tres estadios. En sociología los experimentos no resultan tan simples como en física o en química, ya que no se pueden cambiar a capricho las sociedades. No obstante, tanto en biología como en sociología, los casos patológicos, que alteran la normal conexión de los acontecimientos, sustituyen en cierta forma al experimento. El método comparativo estudia las analogías y las diferencias entre las diversas sociedades en sus respectivas fases de desarrollo. Y el método histórico según Comte constituye «la única base fundamental sobre la que puede fundamentarse realmente el sistema de la lógica política». 2.5. La religión de la humanidad En la última gran obra de Comte, el Sistema de política positiva (1851-1854), el propósito comtiano de regenerar la sociedad basándose en el conocimiento de las leyes sociales asume la forma de una religión en la que se substituye el amor a Dios por el amor a la humanidad. La humanidad es un ser que trasciende a los individuos. Está compuesta por todos los individuos vivientes, por los fallecidos y por los que aún no han nacido. En su interior los individuos se reemplazan como las células de un organismo. Son el producto de la humanidad, a la que hay que venerar como en otros tiempos se veneraba a los dioses paganos. Fascinado por el catolicismo, debido a su universalismo y a su capacidad de integrar la existencia humana en su totalidad, Comte sostiene que la religión de la humanidad debe constituir una copia exacta del sistema eclesiástico. Ya están dispuestos los dogmas de la nueva fe: la filosofía positiva y las leyes científicas. Para la difusión de estos nuevos dogmas es preciso que haya ritos, sacramentos, un calendario y un sacerdocio. Habrá un bautismo laico, una confirmación laica y una extremaunción laica. El ángel de la guarda positivo será la mujer (no debemos olvidar que Comte idealiza a la mujer amada: Clotilde de Vaux). Los meses recibirán nombres simbólicos -por ejemplo Prometeo- de la religión positiva, y los días de la semana estarán consagrados a cada una de las Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit siete ciencias. Se edificarán templos laicos (institutos científicos). Habrá un papa positivo que ejercerá su autoridad sobre las autoridades positivas que se ocuparán del desarrollo de las industrias y de la utilización práctica de los descubrimientos. En la sociedad positiva los jóvenes estarán sometidos a los ancianos y estará prohibido el divorcio. La mujer se convierte en guardiana y fuente de la vida sentimental de la humanidad. La humanidad es el gran ser; el espacio, el gran medio ambiente, y la tierra, el gran ídolo: tal es la trinidad de la religión positiva. La sociología, cuya construcción es tarea urgente de la filosofía política, está en el vértice de la jerarquía de las ciencias. Partiendo desde su base matemática, las ciencias positivas están jerarquizadas según su grado de generalidad decreciente y complejidad creciente: astronomía física química, biología y sociología. Este esquema no abarca la teología, la metafísica y la moral. Las dos primeras no son ciencias positivas; la tercera queda integrada en la sociología. La psicología también se encuentra excluida de la lista y Comte la reduce en parte a la biología y en parte a la sociología. Tampoco figura la matemática, pero el primer volumen del Curso de filosofía positiva está dedicado en su totalidad a la matemática que «a partir de Descartes y de Newton, constituye la verdadera base fundamental de toda la filosofía natural», de todas las ciencias, en el sentido de que es «una ampliación inmensa y admirable de la lógica natural con respecto a determinado orden de deducciones». Comte aspira a que el ordenamiento de las ciencias propuesto por él sea al mismo tiempo un orden lógico, histórico y pedagógico. El orden lógico corresponde al criterio de la simplicidad del objeto: en primer lugar están las ciencias que en su opinión poseen un objeto más simple; a continuación, se avanza hasta la sociología, que es la que tiene el objeto más complicado. El orden histórico se pone de manifiesto en el paso de las ciencias particulares hasta el estado positivo: con Copérnico, Kepler y Galileo, la astronomía abandonó la metafísica; la física llegó al estado positivo gracias a la obra de Huygens, Pascal, Papin y Newton; la química dejó su limbo metafísico debido a Lavoisier, y la biología, con Bichat y Blainville. Queda la sociología, la cual, en cuanto a la ciencia positiva, aún se encuentra en estado de proyecto, que Comte se esforzó por llevar a la práctica. El orden pedagógico se justifica porque habría que enseñar las ciencias en el mismo orden en que se ha producido su génesis histórica. 161 De acuerdo con la jerarquía de Comte las ciencias más complejas presuponen las menos complejas: la sociología presupone la biología, la cual presupone la química, y ésta, la física. Sin embargo, esto no significa que las ciencias superiores puedan reducirse a las inferiores. Cada una posee su propia autonomía, sus propias leyes autónomas. Por lo tanto, la sociología no puede quedar reducida a la biología o a la psicología. La sociedad tiene una realidad natural y originaria: los hombres viven en sociedad porque esto forma parte de su naturaleza social. Son sociales desde el comienzo, y no hay ninguna necesidad de un contrato social para que se asocien, como sugería Rousseau. Otro punto importante: Comte no menciona la filosofía en su clasificación de las ciencias. ¿Qué lugar ocupa la filosofía en el pensamiento de Comte? Para él, la filosofía no es el conjunto de todas las ciencias. La tarea de la filosofía consiste en «determinar con exactitud el espíritu de cada una de las ciencias, descubrir sus relaciones y conexiones, y resumir, si es posible, todos sus principios específicos en una cantidad mínima de principios comunes, siguiendo el método positivo». La filosofía se reduce así a la metodología de las ciencias; «es el único medio auténticamente racional de poner en evidencia las leyes lógicas del espíritu humano», sostiene Comte. 2.6. Las razones de Comte Las críticas al pensamiento de Comte no tardaron en ponerse de manifiesto. No impidieron, sin embargo, que dicho pensamiento adquiriese una amplia difusión. Sus principales difusores, por ejemplo Littré, eliminaron desde un principio toda alusión a la religión positiva. Por lo demás, no todo el pensamiento de Comte, sino únicamente algunas de sus partes influyeron de modo duradero sobre el pensamiento posterior. La noción de la importancia de la ciencia para el progreso de la humanidad, la crítica al pensamiento metafísico no comprobado, la idea de sociología como ciencia autónoma que no puede reducirse a las demás ciencias, la insistencia sobre la importancia de la tradición, el reconocimiento de la historicidad de los hechos humanos y de la misma ciencia, la toma de posición con respecto a la unicidad del método científico y al valor cognoscitivo (y no sólo práctico) de la ciencia: éstos son algunos de los temas comtianos que han Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit ejercido un influjo duradero y positivo a lo largo de la historia del pensamiento. Sin ninguna duda, la ley de los tres estadios es una metafísica de la historia que contradice de manera absoluta el método positivo. La clasificación de las ciencias, por su parte, suscita una inmediata perplejidad: las ideas de simplicidad y complejidad del objeto son algo que se relaciona con los criterios adoptados y no un atributo absoluto de dicho objeto. A menudo resultan falsas las Ideas de Comte acerca de cómo han evolucionado las ciencias: la biología, por ejemplo, no esperó al siglo XIX para nacer, porque los griegos ya la practicaban. En la actualidad son completamente anacrónicas la dogmatización de las teorías científicas y ciertas prescripciones comtianas sobre lo que deben hacer o no los científicos. Los especialistas en el pensamiento de Comte han considerado que era ridículo el mimetismo manifestado por la religión de la humanidad Con respecto al catolicismo. No obstante, algunos especialistas han otorgado un cierto valor a esta parte de su filosofía. Tal es el caso de Raymond Aron, para quien «el gran ser que Auguste Comte nos invita a amar es aquello que los hombres han realizado con más perfección [...]. Si hay que amar algo en la humanidad, salvo unas personas determinadas, lo mejor sin duda es amar la humanidad esencial, cuya expresión y cuyo símbolo son los grandes hombres, y no dedicarse a amar con pasión un orden económico y social hasta el punto de querer la muerte de quienes no crean en esta doctrina de salvación [...]. Lo que Auguste Comte quiere que amemos no es la sociedad francesa de hoy, ni la sociedad rusa de mañana, ni la sociedad norteamericana de pasado mañana, sino la excelencia de que han sido capaces algunos hombres y hacia la cual deben elevarse otros hombres». 3. JOHN STUART MILL Y EL POSITIVISMO UTILITARISTA INGLÉS 3.1. Los problemas de Malthus El utilitarismo de la primera mitad del siglo XIX es el movimiento filosófico que hereda las tesis y la actitud de los ilustrados, y que en el interior de la tradición filosófica empirista constituye la primera manifestación del positivismo social en Inglaterra. Los representantes más importantes del utilitarismo son Jeremiah 162 Bentham, James Mill y su hijo John Stuart Mill. Bertrand Russell afirma: «La filosofía de Bentham y de su escuela procede en sus líneas principales de Locke, Hartley y Helvetius; su Importancia es más política que filosófica, como jefes del radicalismo inglés y como hombres que sin proponérselo prepararon el camino a las doctrinas socialistas.» Entre los representantes del utilitarismo se suele citar también a dos grandes teóricos de la economía clásica: A. Smith y D. Ricardo. Al trazar el cuadro de las ideas económicas y sociales de la Inglaterra de la primera mitad del siglo XIX, tampoco podemos omitir el nombre de Robert Owen, y en especial el de Malthus. Thomas Robert Malthus (1766-1834) publicó anónimamente en 1798 su célebre Ensayo sobre la población. Malthus parte de dos postulados innegables: «1) el alimento es necesario para la vida del hombre; 2) la atracción entre los dos sexos es indispensable y se mantendrá siempre aproximadamente tal como es en la actualidad. Con base en estos dos postulados afirma que «el poder de crecimiento de la población es infinitamente más elevado que el poder de la tierra para producir los medios de subsistencia necesarios para el hombre: en efecto, si no se frena la población, ésta aumenta en progresión geométrica, mientras que los recursos aumentan en progresión aritmética». Si hubiesen encontrado suficiente alimento y espacio para expandirse, las especies animales y vegetales ya habrían llenado completamente la tierra. Sin embargo, la escasez (necessity) -«esta imperiosa ley de la naturaleza que domina todo lo creado»- las restringe dentro de límites muy definidos. Los animales y las plantas se ven empujados dentro de tales límites por obra de la dispersión de las semillas, las enfermedades, la muerte precoz; los hombres, a su vez, por la miseria y el vicio «amargos ingredientes que se hallan en el cáliz de la vida humana». Para Malthus, el control represivo que la miseria y el vicio ejercen sobre la población, debe ser reemplazado por un control preventivo que impida un excesivo aumento de la población mediante el «freno moral»: «la abstención del matrimonio por motivos de prudencia y con una conducta estrictamente moral durante el período de dicha abstinencia.» Hoy en día la solución propuesta por Malthus no es la más apreciada ni la más válida. Sin embargo, es cierto que los problemas de las relaciones entre población, recursos naturales y ambiente centran la atención mundial, y quizá se han agudizado debido a la ausencia de una fuente de energía limpia, suficiente y barata. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 3.2. La economía clásica: Adam Smith y David Ricardo David Ricardo (1772-1823) fue autor de la obra Principios de economía política y de tributación (1817). Ricardo junto con Adam Smith (1723-1790) fue el representante más prestigioso de la economía política clásica. Smith en la Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones (1776) había sostenido que: 1) únicamente el trabajo manual es productivo, ya que crea bienes materiales que poseen un valor objetivo intercambiable; 2) los científicos, los políticos, los gobernantes, los profesores, en definitiva, todos los productores de bienes inmateriales, quae tangere non possumus, sólo colaboran indirectamente en la formación de la riqueza nacional, por lo cual la riqueza de una nación será tanto más grande cuanto menor sea el mundo de los ociosos; 3) se alcanza la cumbre de la sabiduría cuando el Estado, dejando libre a cada individuo para que consiga el máximo bienestar personal, asegure automáticamente el máximo bienestar a todos los individuos. Ésta es la esencia del libre cambio de Smith: «El estudio de su beneficio personal conduce a que cada individuo prefiera también la ocupación que resulta más provechosa para la colectividad. Su intención no es contribuir al interés general; él sólo mira su propio interés y, en este caso, al igual que en muchos otros, se ve conducido por una mano invisible hacia la realización de un objetivo ajeno a sus intenciones.» En resumen, existe un armonía natural, un orden natural, en el sentido de que la consecuencia no intencionada del egoísmo de cada uno es el bienestar de todos; en efecto, cuando existe una posibilidad de lucro, los hombres de empresa se apresuran a sacarle provecho, produciendo los bienes que pide el mercado. Sólo unos pocos ganarán mucho, pero los demás se apresurarán a producir los mismos bienes, y al aumentar así la oferta, los precios se igualarán con los costos. La perspectiva de Ricardo es menos optimista que la de Smith. También él sostiene que el valor de un bien es igual al trabajo que se utiliza para producirlo, aunque haya que tener en cuenta en la determinación del valor del producto el costo de los instrumentos utilizados. Las mercancías tienen el valor del trabajo necesario para producidas, mientras que el valor del trabajo es la suma del valor de los bienes necesarios para producirlo y reproducido. Teorizador del librecambio en el interior de las naciones y entre nación y nación, Ricardo admitía que el mejor precio de las mercancías era el que se establecía en un mercado libre, mediante 163 el juego de la oferta y de la demanda, pero se niega a considerar que el mejor salario es el que se determina mediante la misma técnica. El valor de una mercancía se fija a través del trabajo necesario para producida. Sin embargo Ricardo señala que la ecuación V = T no se aplica en el caso del trabajador, que no siempre queda en posesión del valor de lo que produce. Llegamos así al problema de la renta inmobiliaria (la renta que percibe el propietario por el mero hecho de ser propietario de un terreno). La renta inmobiliaria sería nula si existiese una infinita disponibilidad de terreno. Sin embargo, el aumento de la población obliga a hacer que se cultiven no sólo los mejores terrenos, sino también aquellos menos prósperos y más alejados del mercado. Esto obliga a que, para obtener frutos de estos terrenos menos aptos para la agricultura, haya que trabajar más. Por consiguiente, esto aumentará en el mercado el precio de los productos agrícolas en conjunto, ya que los precios de los terrenos fértiles se elevarán hasta el de los productos procedentes del terreno menos fértil. Así aumentarán los beneficios obtenidos en los terrenos fértiles y próximos al mercado, e irán a parar en forma de renta a los bolsillos del propietario del terreno fértil. Por eso quien trabaja no percibe el valor de su trabajo, el que no trabaja percibe cada vez más y los precios aumentan. Por todas estas causas la renta es antisocial, en opinión de Ricardo. Sin embargo, no por esto aumentarán los precios de las mercancías manufacturadas, «para cuya producción no se requiere ninguna cantidad adicional de trabajo», como escribe Ricardo en los Principios. Él está convencido de que «si aumentan los salarios [...], entonces el lucro tendrá necesariamente que disminuir». Esto constituye otra grieta en el imponente edificio del orden natural mencionado por Adam Smith. La crítica actual contempla con mucho respeto la obra científica de Ricardo. Marx habrá de enfrentarse con muchos de los temas y problemas planteados y debatidos por Ricardo. 3.3. Robert Owen: desde el utilitarismo al socialismo utópico Roberto Owen (1771-1858), ingeniero, industrial y filántropo, fue en un principio partidario del malthusianismo, para acabar más tarde en una forma de socialismo utópico. Ejemplo de «hombre hecho a sí mismo», Owen fiel a la cultura progresista inglesa de la época, confiaba en la posibilidad de cambiar a los hombres a través de un cambio que mejorase las condiciones de vida y mediante la educación. Cuando aún no había cumplido los treinta años, ya era copropietario y director de una industria textil en Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Escocia. Trevelyan, en su Historia de Inglaterra durante el siglo XIX, narra lo siguiente: «En quince años, entre 1800 y.1815, convirtió su hilatura en un modelo de previsión humana e inteligente, para las mentes y para los cuerpos, con un horario moderado, buenos salarios, condiciones de salubridad tanto en la fábrica como en la población aneja, y adecuada atención escolar, que incluía el primer asilo infantil de la isla; como resultado, los obreros estaban llenos de entusiasmo.» Owen estaba convencido de que al haber cambiado el medio ambiente, había cambiado el carácter de sus obreros. Y que al mismo tiempo había logrado también la fortuna de su fábrica. Trató de persuadir a otros empresarios para que hiciesen lo mismo, pero fracasó. Entonces intentó convencer al Parlamento para que promulgase medidas en favor de los obreros, por ejemplo, la abolición del trabajo de los menores de edad, la reducción de la jornada de trabajo a diez horas y media, etc. También fracasó en esto. Dedicó la segunda mitad de su vida a promover el movimiento cooperativo. También impulsó las uniones de trabajadores. En sus últimos años propugnó un socialismo que en el utopismo de sus formas se asemeja al de Saint-Simon, Fourier y Proudhon. Persuadido de que la aparición de la «maquinaria muerta» perjudicaba a la «maquinaria viva» al entrar en competencia con ésta, creó cooperativas en la que los terrenos se cultivaban con pico y pala y en las que estaba vigente la comunidad de bienes. Tales formas de socialismo no convencieron a los economistas ni a los filósofos, y mucho menos aún a los empresarios, pero a pesar de ello el pensamiento de Owen tuvo una amplia difusión. Los utilitaristas estuvieron mucho más de acuerdo con Owen en lo que se refiere a su noción de «inmoralidad», que había que curar como si fuese una enfermedad, mediante una modificación de las circunstancias. Vinculada con esta última noción se halla también la idea de que todas las religiones son perjudiciales para el género humano. 3.4. El utilitarismo de leremiah Bentham Jeremiah Bentham (1748-1832) fue el fundador del utilitarismo, cuyo principio fundamental (presente en la ilustración y que Hutcheson y Beccaria ya habían formulado) afirma: «la máxima felicidad posible para el mayor número posible de personas». Filántropo y político, Bentham defendió, siguiendo las huellas del empirismo inglés, la asociación entre las ideas y el lenguaje, y 164 entre ideas e ideas. Su máximo interés recayó en la jurisprudencia, y en dicho campo reconocía a Helvetius y a Beccaria como sus principales predecesores. Más tarde, sus intereses pasaron desde la teoría jurídica hacia otros más elevadamente éticos Y políticos. Una importante idea de Bentham es que las leyes no se promulgan de una vez para siempre sino que son modificables y perfectibles. Por consiguiente, es preciso esforzarse de manera continuada por conseguir una legislación que promueva «la máxima felicidad para la mayor cantidad posible de personas». Bentham sostenía que en el ámbito de la moral los únicos hechos realmente importantes son el placer y el dolor. Conseguir placer y evitar el dolor: éstos son los únicos motivos de la acción. En la Introducción a los principios de la moral y de la legislación Bentham escribe: «La naturaleza humana colocó al hombre bajo el imperio del placer y del dolor; placer y dolor son las fuentes de nuestras ideas, el origen de nuestros juicios y de nuestras determinaciones.» Valorar, es decir, manifestar aprobación o desaprobación ante un acto, significa pronunciarse sobre su capacidad para generar dolor o placer. El juicio moral se convierte en un juicio acerca de la felicidad: el placer (la felicidad) es bueno, y el dolor es malo. Tal es la moral utilitarista. Todos los individuos persiguen siempre lo que consideran como su felicidad, aquel estado de cosas en el que se da la mayor felicidad y el mínimo dolor. La moral se reduce así a una especie de hedonismo calculado, que valora con atención las características del placer: duración, intensidad, certeza, proximidad, capacidad de producir otros placeres y ausencia de consecuencias dolorosas. Es sabio el que sabe renunciar a un placer inmediato para obtener un bien futuro cuyo balance sea más favorable. Por otra parte, es de veras importante que no se cometan errores en la valoración de las consecuencias placenteras o perjudiciales de una acción. Es preciso lograr una especie de aritmética moral que nos permita llevar a cabo los cálculos adecuados. Cada uno de los hombres busca su propia felicidad. El legislador tiene la función de armonizar los intereses privados con los intereses públicos. Que yo no robe es algo que favorece el interés público, aunque robar pueda constituir un interés mío particular, a condición de que Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit no exista una ley penal segura y eficaz. La ley penal, por lo tanto, es un método que sirve para hacer coincidir los intereses del individuo con los intereses de la comunidad. Esto es lo que la justifica. La ley penal castiga para prevenir el delito y no porque odiemos al criminal. Bentham afirmó que era más importante la seguridad del castigo, que no su severidad. Luchó por la abolición de la pena de muerte, excepto para delitos muy graves; y al final de su vida tuvo la satisfacción de ver cómo se mitigaba la ley penal inglesa. En cambio, por lo que respecta a la ley civil, Bentham piensa que debería tener cuatro objetivos: la subsistencia, la abundancia, la seguridad y la igualdad. (En esta lista falta la libertad.) Su amor por la igualdad le llevó a defender la división de la propiedad en partes iguales y por esto se opuso a la libertad de testar. También se reveló contrario a la monarquía y a la aristocracia hereditaria, propugnando una sociedad democrática en la que las mujeres tuviesen derecho al voto. Negándose a aceptar ninguna creencia que no tuviese bases racionales, rechazó la religión. Enemigo del Imperialismo, juzgó que las colonias eran una auténtica locura. Bentham escribió mucho (aunque nunca se preocupó de publicar sus obras). Entre sus escritos cabe recordar Introducción a los principios de la moral y de la legislación (1789); Tabla de los móviles de la acción (1817); Deontología o ciencia de la moralidad (publicada en 1834, con carácter póstumo). Difusor y apóstol de las ideas utilitaristas, Bentham tuvo la satisfacción de ver en sus últimos años de existencia un órgano al servicio de la propagación de las concepciones utilitaristas: la «Westminster Review». Utilitarista y hedonista en el terreno moral, Bentham es en política un librecambista reformador, que se opone al conservadurismo como a los furores de la revolución francesa. Mostró un gran desprecio por los llamados derechos naturales y por los derechos del ciudadano. Los derechos del hombre -decíaconstituyen evidentes necedades; los imprescriptibles derechos del hombre son necedades y simples trampas. Afirma: «Estos derechos naturales, inalterables y sagrados, jamás han existido: más que regir al poder ejecutivo, tienden a desorientarlo, y los ciudadanos, al reivindicarlos, no hacen sino reivindicar la anarquía.» Bertrand Russell nos dice que, cuando los revolucionarios franceses elaboraron su Déclaration des droits de l'homme, Bentham la calificó de «obra metafísica, el non plus ultra 165 de la metafísica». Según Bentham, sus artículos podían dividirse en tres clases: 1) los ininteligibles, 2) los falsos y 3) los que son a la vez ininteligibles y falsos. En conclusión, Bentham defendía un reformismo laico radical. Es innecesario decir que las concepciones de Bentham provocaron muchas discusiones. Tampoco se ha de olvidar que Alessandro Manzoni (1785-1873) escribió (como un apéndice a las Observaciones sobre la moral católica) un ensayo titulado Del sistema que fundamenta la moral sobre la utilidad, en el que se sostiene contra los utilitaristas que los hombres no fundamentan sobre lo útil, ni de derecho ni de hecho, el juicio acerca del valor moral de sus acciones. 3.5. El utilitarismo de James Mill El pensamiento de James MilI (1773-1836) se halla vinculado con el utilitarismo de Bentham. Autor de un Análisis de los fenómenos de la mente humana (1829), de algunas de las voces más importantes 'de la Encyclopedia Britannica (por ejemplo: gobierno, jurisprudencia, leyes, prisiones), de una Historia de las Indias británicas (1818) y de un tratado de economía política, Elementos de economía política (1820), James MilI -padre de John Stuart MilI- fue muy amigo de Ricardo y se contó entre los colaboradores de Bentham. Desempeñó un alto cargo en la Compañía de las Indias, colaboró en la «Westminster Review»; muy comprometido en política, desarrolló una función de primer orden en la difusión del liberalismo en Inglaterra. Fue sobre todo mérito suyo el que el positivismo no asumiese en Inglaterra los rasgos de una concepción autoritaria. John Stuart MilI escribe en su Autobiografía: «Mi padre fue el primer inglés de gran valor que comprendió a la perfección y adoptó en su conjunto las concepciones generales de Bentham acerca de la ética, el Estado y la legislación [...]. En su concepción de la vida el carácter estoico se combinaba con el epicúreo y el cínico, no en el sentido moderno del término sino en el antiguo. El estoicismo predominaba en sus cualidades personales. Su modelo de moral era epicúreo, tanto por su utilitarismo como por haber asumido en calidad de criterio exclusivo de lo justo y de lo injusto la tendencia de las acciones a producir placer o dolor [...]. Consideraba que la vida humana era algo muy pobre, una vez perdida la frescura de la juventud y de la curiosidad insatisfecha [...]. En su escala de valores colocaba a gran altura el placer suscitado por los sentimientos de benevolencia [...]. Nunca modificó su juicio acerca de la superioridad de los gozos Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 166 espirituales, en comparación con todos los demás, aunque sólo los consideró como placeres, con independencia de sus ventajas adicionales.» este propósito: «Por lo que, respecta a mi educación, no sé con exactitud si su severidad me produce más inconvenientes que ventajas, pero lo cierto es que no me impidió una infancia feliz.» James Mill defendió una teoría asociacionista de la mente y pretendió fundar una ciencia del espíritu que, de manera análoga a la ciencia de la naturaleza, poseyese un sólido fundamento en los hechos. y para James Mill, los hechos de la mente consisten en las sensaciones, de las que las ideas son una copia. La ley de la contigüidad en el espacio Y en el tiempo es la que regula la vida de las sensaciones y de las ideas: si dos cosas han sido percibidas juntas, no es posible pensar una de ellas sin pensar al mismo tiempo la otra. La ley de la asociación también se aplica en el terreno de la moral. James MilI escribe: «La idea de un placer excitará la idea de la acción que es causa de él; y cuando la idea existe, la acción debe venir a continuación.» El análisis de las ideas morales muestra que el paso desde una conducta egoísta hasta otra altruista se explica a través de la asociación. El altruismo surge por motivos egoístas, pero no impide que el altruismo posea un valor en sí mismo. La generosidad sigue siendo generosidad, la gratitud continúa siendo gratitud, y el altruismo, altruismo, aunque se lleguen a descubrir su móviles últimos, de carácter egoísta. 3.6. John Stuart Mill: la crisis de los veinte años Los radicales ingleses -y sobre todo, Ricardo y Benthamfrecuentaban la casa de James Mill. En su Autobiografía John Stuart Mill cuenta «Yo escuchaba con interés y atención sus [de su padre] conversaciones con aquellas personas. El hecho de hallarme habitualmente presente en el gabinete de trabajo de mi padre me permitió conocer a su amigo más querido, David Ricardo, quien ejercía una fuerte atracción sobre los jóvenes, debido a su aspecto benévolo y a sus maneras corteses [...]. Veía con mucha más frecuencia a Bentham, dada la estrecha intimidad que existía entre él y mi padre.» Educado por su propio padre (resulta impresionante lo mucho que James hizo trabajar a su hijo), dentro de la atmósfera cultural inglesa del liberalismo, amigo del economista francés Jean-Baptiste Say (al que visitó en Francia), Influido por los escritos de Saint-Simon y de sus secuaces, más tarde lector y corresponsal de Comte (cuyas despóticas y autoritarias ideas rechazaba), John Stuart Mill (1806-1873) cuando en su juventud leyó a Bentham por primera vez en 1821, creyó estar en posesión de lo que suele llamarse la finalidad de la vida: «ser un reformador del mundo». Empero, «en determinado momento me desperté de este estado, como si fuese de un sueño. Ocurrió en el otoño de 1826. Me hallaba en un estado de depresión nerviosa, como a cualquiera puede acontecerle en alguna ocasión, y no experimentaba el menor interés por la alegría o por las excitaciones del placer: un estado de ánimo en el que parece insípido e indiferente [...] aquello que en otros momentos se había mostrado agradable. En una condición espiritual de esta clase sucedió que me planteé directamente este interrogante: "Supón que se realizasen todos los objetivos de tu vida y que precisamente en este instante pudiesen efectuarse todos los cambios en las instituciones y en las opiniones que son propugnados por ti: ¿sería esto una gran alegría y felicidad para ti?" Y la voz irrefrenable de mi auto conciencia respondió de modo inequívoco: "¡No!" En ese momento creí que se me paraba el corazón. Se hundía todo el fundamento sobre el cual había edificado mi vida». La crisis espiritual de Mill no duró demasiado tiempo y salió de ella convencido de que «sólo son felices [...] aquellos que se marcan objetivos distintos de su felicidad personal: por ejemplo, la felicidad de los demás, el progreso de la humanidad, o incluso un arte o una Sucede lo mismo que con un rayo de luz -señala James MilIque continúa siendo blanco para nosotros, aun después de que Newton lo haya descompuesto en los colores del arco iris. «¿Acaso -se pregunta- un móvil complejo deja de ser móvil, cuando se descubre que es complejo?» El influjo de los valores sociales y desinteresados hasta el sacrificio es un móvil real de las acciones; «es lo que es, Y no cambia por el hecho de que sea simple o compuesto». Esta es la manera en que James MilI trata de fundamentar el utilitarismo de Bentham, mediante un análisis de los fenómenos de la mente humana. Siempre mostró su convicción de que la política podía ser dominada a través de la razón, y su hijo nos narra que «profesaba el máximo desprecio por todo género de emociones pasionales y por todo aquello que se haya escrito o dicho con el propósito de exaltarlas. Las consideraba como una forma de locura. Para él lo intenso era una expresión habitual de desaprobación con menosprecio». Convencido de que la razón se hallaba en condiciones de dominar la política, James MilI, al igual que todos los radicales de aquella época, también estaba persuadido de la omnipotencia de la educación. Puso en práctica sus teorías a lo largo de la educación de su hijo, quien recuerda a Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit ocupación que se pongan en práctica como fines ideales en sí mismos y no como medios. Aspirando de esta manera a otra cosa distinta, encuentran la felicidad a lo largo del camino. Los goces de la vida [...] son suficientes para convertirla a ésta en algo agradable cuando se les disfruta en passant, sin considerados como el principal objetivo». Durante el resto de su vida -unido a Harriet Taylor por un delicado y profundo amor- Mill, dentro de la tradición empirista, asociacionista y utilitarista, trabajó con mucha intensidad para configurar un conjunto de teorías lógicas y ético-políticas, que marcaron con su propia impronta la segunda mitad del siglo XIX inglés y que aún constituyen un punto de referencia y una obligada etapa para el estudio de la lógica de la ciencia y para la reflexión en el ámbito ético y político. En efecto, el ensayo Sobre la libertad (1859), escrito en colaboración con su esposa, es un clásico de la defensa de los derechos de la persona, mientras que su Sistema de lógica raciocinadora e inductiva (1843) sigue siendo un clásico de la lógica inductiva. 3.7. Crítica a la teoría del silogismo La lógica es la ciencia de la prueba, afirma MilI, y por lo tanto de la correcta inferencia de proposiciones, partiendo de otras proposiciones. Por ello el primer libro de la Lógica versa sobre los nombres y sobre las proposiciones: «Todas las respuestas a cualquier cuestión que se formule deben manifestarse a través de una proposición o aserción. Todo lo que pueda ser objeto de asentimiento, o también de disentimiento, debe asumir la forma de una proposición, si se expresa mediante palabras: Todas las verdades y todos los errores residen en las proposiciones.» Sin embargo, las argumentaciones son cadenas de proposiciones que deberían llevar a conclusiones verdaderas, si es que las premisas son verdaderas. Se ha considerado que el silogismo constituye una clase de argumentación válida. No obstante, en el capítulo 3 del libro 11 de la Lógica, MilI se pregunta cuál será el valor del silogismo. Examinemos el siguiente silogismo: «Todos los hombres son mortales; el duque de Wellington es hombre; por lo tanto, el duque de Wellington es mortal.» Aquí deducimos que «el duque de Wellington (que en época de MilI vivía con toda salud) es mortal», de la proposición «todos los hombres son mortales». ¿Cómo sabemos que todos los hombres son mortales? Lo sabemos porque hemos visto morir a Pablo, a Francisco, a María y a muchos otros, y porque otros nos han relatado la muerte de otras personas. 167 En consecuencia, la verdad de la proposición «todos los hombres son mortales» la obtenemos gracias a la experiencia. Y ésta sólo nos permite observar casos individuales. Por ello la tesis fundamental de MilI sostiene que «toda inferencia pasa desde algo particular hasta otra cosa particular», en la medida en que la única justificación del «esto será» es el «esto fue». La proposición general es un expediente que sirve para conservar en el recuerdo muchos hechos particulares. Para Mill todos nuestros conocimientos, todas las verdades, son de naturaleza empírica, incluyendo también las proposiciones de las ciencias deductivas, por ejemplo, la geometría. En efecto, «puesto que ni en la naturaleza ni en la mente humana existen objetos que se correspondan exactamente con las definiciones de la geometría [...] no podemos hacer otra cosa que considerar la geometría como una ciencia que se ocupa de las líneas, los ángulos y las figuras que existen realmente». Las proposiciones geométricas también son verdades experimentales, generalizaciones de la observación. Más en general: «las ciencias deductivas o demostrativas, en todos los casos, sin ninguna excepción, son ciencias inductivas y su evidencia es la de la experiencia». En opinión de Mill, el silogismo es estéril, ya que no aumenta nuestro conocimiento: que el duque de Wellington sea mortal es una verdad que ya estaba incluida en la premisa según la cual todos los hombres son mortales. Sin embargo, aquí se complican las cosas. Si es cierto que todos nuestros conocimientos se obtienen mediante la observación y la experiencia, y si es verdad que la experiencia y la observación sobre la que debemos basamos nos ofrecen siempre un limitado número de casos, ¿en qué condiciones podemos formular legítimamente proposiciones generales del tipo: todos los hombres son mortales, o las leyes universales de la ciencia? ¿Cómo cabe deducir que todos los hombres son mortales, del hecho de que hayan muerto Pedro, José o Tomás? Este es, en realidad, el difícil problema de la inducción. En el libro III de la Lógica, MilI afirma: «La inducción es aquella operación de la mente con la que inferimos que lo que sabemos que es verdad en uno o varios casos individuales, será verdad en todos los casos que se asemejen a los primeros, en ciertos aspectos determinables. En otras palabras, la inducción es el proceso mediante el cual concluimos que lo que es verdadero de ciertos individuos de una clase, también lo es de toda la clase, o que lo que es verdadero en determinados momentos, será verdadero, en circunstancias similares, en todo momento.» La Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit inducción, continúa Mill, puede definirse de forma sumaria «como una generalización de la experiencia. Consiste en inferir, a partir de algunos casos individuales en los que se observa que se verifica determinado fenómeno, que éste se lleva a cabo en todos los casos de una clase determinada, es decir, en todos aquellos que se asemejan a los precedentes, en lo que se toma como circunstancias esenciales». 3.8. El principio de inducción: la uniformidad de la naturaleza Para distinguir las circunstancias esenciales de las no esenciales –es decir, con el fin «de elegir entre las circunstancias que preceden o que siguen a un fenómeno, aquellas con las que éste se halla en conexión a través de una ley invariable»- en el capítulo 8 del mismo libro III de la Lógica Mill propone lo que él califica como los cuatro métodos de la inducción: método de la concordancia, método de la diferencia, método de las variaciones concomitantes y método de los residuos. Sin embargo, la cuestión más acuciante es la del fundamento de las inferencias inductivas o inducción: ¿cuál es, en pocas palabras, la garantía que poseen todas nuestras inferencias a partir de la experiencia? En opinión de Mill, dicha garantía se halla en el principio según el cual «el curso de la naturaleza es uniforme»: éste es «el principio fundamental o axioma general de la inducción». Ha sido enunciado mediante fórmulas diversas: el universo está gobernado por leyes, el futuro se asemejará al pasado. Sin embargo, lo cierto es que «no inferimos el futuro de lo pasado en cuanto pasado y futuro, sino que inferimos lo desconocido de lo conocido, los hechos no observados de los hechos observados, y lo que no pertenece a nuestra experiencia lo inferimos de aquello que hemos percibido o de lo que somos directamente conscientes. En tal afirmación se encuentra toda la región del futuro, pero también la parte más considerable, y con mucha diferencia, del presente y del pasado». Por lo tanto, el principio de inducción (uniformidad de la naturaleza, o principio de causalidad) constituye el axioma general de las inferencias inductivas: es la premisa mayor última de todas las inducciones. ¿Cuál es, empero, el valor de tal principio? ¿Se trata de algo evidente a priori? No, responde Mill: «Lo cierto es que esta gran generalización se halla fundamentada en generalizaciones previas. Por su intermedio se descubrieron las leyes más obscuras de la naturaleza, pero las más obvias fueron probablemente entendidas y aceptadas como verdades generales antes de que nunca se hubiese oído hablar de aquélla.» En otras 168 palabras, las generalidades más obvias que se descubrieron en un principio (el fuego quema, el agua moja, etc.) sugieren el principio de la uniformidad de la naturaleza. Dicho principio, una vez formulado, es colocado como fundamento de las generalizaciones inductivas; cuando se las descubre, éstas dan testimonio del principio de uniformidad, para el cual «es ley que todos los acontecimientos dependan de una ley»; «en todos los acontecimientos existe una combinación de objetos o de acontecimientos [...] cuyo acaecer se ve seguido siempre de dicho fenómeno». Éstos son per summa capita algunos de los rasgos pe fondo de la lógica inductiva de MilI. Sin ninguna duda suscita perplejidad. Algunos la han acusado de circularidad: el principio de inducción justifica las inducciones particulares, y a su vez éstas fundamentarían el principio de inducción. MilI creyó solucionar tal objeción afirmando que sólo sería correcta en el caso de aplicar la doctrina tradicional del silogismo. Sin embargo, ésta no es válida: «Todos los hombres son mortales» no es la prueba de que sea verdad la proposición «el duque de Wellington es mortal», sino que nuestra previa experiencia de la mortalidad nos autoriza a inferir a la vez la verdad general y el hecho particular, con el mismo grado de seguridad en ambos casos. El criterio de la experiencia consiste según MilI en la experiencia: «Hay que consultar a la experiencia para aprender de ella en qué circunstancias son válidos los argumentos deducidos de la experiencia.» En su época, de todas maneras, MilI tuvo que enfrentarse con William Whewell, un teórico de la ciencia, quien -rechazando las concepciones inductivistas de Mill- pensaba que las leyes y las teorías científicas no eran más que hipótesis inventadas por mentes humanas creativas, hipótesis que había que someter después a la prueba de los hechos. 3.9. Las ciencias morales, la economía y la política El libro VI del Sistema de lógica se refiere a la lógica de las ciencias morales. MilI reafirma aquí la libertad del querer humano. Si conociésemos a fondo a una persona y si conociésemos todos los móviles que actúan sobre ella, dice MilI, podríamos predecir sus comportamientos con la misma certeza con la que prevemos cualquier comportamiento físico. Esta necesidad filosófica, empero, no se identifica con la fatalidad. La fatalidad es una coacción misteriosa, imposible de modificar. En cambio, la necesidad Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit filosófica no prohíbe que, una vez la hayamos conocido, podamos actuar sobre la causa de la acción misma, al igual que actuamos sobre las causas de los procesos naturales. MilI escribe: «Sabemos que en el caso de nuestras voliciones no existe esa misteriosa coacción. Sabemos que no nos vemos empujados, como por un mágico encantamiento, a obedecer a un motivo particular. Si deseamos dar prueba de que tenemos la fuerza suficiente para resistir a dicho motivo, sentimos que podemos logrado (tal deseo, resulta casi innecesario el mencionado, es un nuevo antecedente); y sería humillante para nuestro orgullo y, aún más importante, paralizaría nuestro deseo de perfección el pensar de otro modo.» Por eso entre la libertad del individuo y las ciencias de la naturaleza humana no existe ningún desacuerdo, y entre estas ciencias de la naturaleza humana MilI coloca en primer lugar la psicología, que «tiene por objeto las uniformidades de sucesión [...] según las cuales a cada estado mental le sucede otro distinto». A una ciencia particular «aún por crear», la etología (de ήθος carácter)Mill asigna la tarea de estudiar la formación del carácter, con base en las leyes generales de la mente y el influjo de las circunstancias sobre el carácter. La etología es compleja, pero aún lo es más la ciencia social que estudia «al hombre en sociedad: las acciones de las masas colectivas de hombres y de los diversos fenómenos que constituyen la vida social». En 1848 aparecen Los principios de economía política, en los que MIlI representa los resultados que dicha ciencia había conseguido gracias a la obra de Smith, Malthus y Ricardo. Sin embargo, por lo que respecta a la distribución de la riqueza, considera que las leyes de la distribución dependen de la voluntad humana, y por lo tanto del derecho y de la costumbre. La distribución es «obra exclusiva del hombre» que «puede ponerla a disposición de quien quiera y en las condiciones que más le convenga». Por otro lado, en la política que hay que seguir para mejorar las condiciones de los trabajadores, Mill rechaza la teoría que llama «de la dependencia y de la protección», según la cual «el destino de los pobres y todo lo que les concierne como clase, debería hallarse regulado en su propio interés, pero no por ellos mismos». Mill se muestra opuesto a dicha teoría por la razón de que «todas las clases privilegiadas y poderosas siempre se han servido de su poder en beneficio exclusivo de su propio egoísmo». Mili defiende la «teoría de la independencia», según la cual «el bienestar del pueblo debe provenir de la justicia y del autogobierno». No son las clases privilegiadas sino los 169 trabajadores mismos quienes deben tomar las medidas necesarias para la mejora de su propia situación, mejora que hay que conseguir no a través de vías revolucionarias sino por medios pacíficos (por ejemplo, con la cooperación). La preocupación fundamental de Mill es conciliar la justicia social con la libertad del individuo. Esto es lo que impide que Mill se adhiera al socialismo: en su opinión, éste pone en peligro la libertad individual. En pocas palabras, para Mill los métodos de las reformas sociales y de los actos de gobierno hallan «en la existencia humana una plaza fuerte sagrada, en la que no debe entrometerse ninguna autoridad». Las Consideraciones sobre el gobierno representativo se publican en 1861. Mill suscita en esta obra un problema muy interesante. Consiste en impedir que la clase que posee la mayoría «esté en condiciones de obligar a las demás clases a vivir al margen de la vida política, y de controlar el camino de la legislación y de la administración en interés exclusiva de ella». En realidad, no se excluye en absoluto el que una mayoría pueda gobernar de manera tiránica. El problema de fondo de la democracia representativa es el de «evitar este abuso sin sacrificar las ventajas características .del gobierno popular». Mill, a este propósito, defiende «una democracia, representativa, en la que todos estén representados y no sólo la mayoría; en la que los intereses, las opiniones y las aspiraciones de la minoría siempre se vean escuchados y en la que tengan la posibilidad de obtener, gracias al peso de su reputación y a la solidez de sus principios, una influencia superior a su fuerza numérica; una democracia en la que se combinen la igualdad, la imparcialidad y el gobierno de todos para todos». El Utilitarismo es del mismo año 1861. La idea central de esta obra de MilI es la misma que la de Bentham: «De acuerdo con el principio de la máxima felicidad, el fin último de todas las cosas y la razón por la cual todas las demás son deseables es una existencia exenta de dolores en el mayor grado posible y lo más rica en goces que sea posible.» Dicho de otra manera: «El credo que acepta como fundamento de la moral la utilidad o el principio de la máxima felicidad sostiene que las acciones son justas en la medida en que tienden a promover la felicidad, e injustas en cuanto tienden a producir lo contrario de la felicidad. Por felicidad se entiende placer y ausencia de pena.» Hasta aquí MilI está de acuerdo con Bentham. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Sin embargo, a diferencia de este último, afirma que no sólo se debe tener en cuenta la cantidad de placer, sino también su cualidad: «es preferible ser un Sócrates enfermo que un cerdo satisfecho.» Para saber «cuál es el más agudo de dos dolores o el más intenso de dos placeres, hemos de confiamos al criterio general de cuantos tienen práctica en unos y en otros». En opinión de MilI, tampoco puede trazarse una línea divisoria entre la mayor felicidad del individuo y la felicidad en conjunto: la vida social misma es la que nos educa y arraiga sentimientos en nosotros. Son de gran interés los ensayos póstumos de MilI Sobre la religión (1874). El orden del mundo da testimonio de la existencia de una inteligencia ordenadora. Sin embargo, esto no nos autoriza a decir que Dios haya creado la materia o que sea omnipotente u omnisciente. Como ocurre más tarde en WilIiam James, Dios no es el Todo absoluto; el hombre, además, es un colaborador de Dios en la tarea de otorgar un orden al mundo y de producir armonía y justicia. La fe, según MilI, es una esperanza que supera los límites de la experiencia. «¿Por qué no dejarnos guiar por la imaginación hacia una esperanza, aunque de su realización nunca se logre producir una razón probable?», se pregunta MilI. 3.10. La defensa de la libertad del individuo El ensayo Sobre la libertad (1859) está dedicado a la libertad individual y es fruto de la colaboración del filósofo con su esposa. Este libro constituye, incluso en nuestros días, la defensa más lúcida y más rica en argumentos de la autonomía del individuo. MilI se hallaba plenamente convencido del libro, cuando escribía en su Autobiografía que dicha obra sobreviviría durante mucho más tiempo que cualquier otro de sus escritos (con la posible excepción de la Lógica). El núcleo teórico del libro consiste en reafirmar «la importancia que tiene, para el hombre y para la sociedad, una amplia variedad de caracteres y una completa libertad de la naturaleza humana para expandirse en direcciones innumerables y contrastantes». En opinión de MilI, no es suficiente con proteger la libertad ante el despotismo del gobierno, sino que es preciso protegerla también contra «la tiranía de la opinión y del sentimiento predominantes; contra la tendencia de la sociedad a imponer, por medios distintos a las penas civiles, sus propias ideas y costumbres como reglas de conducta a quienes disientan de ellas [...]. Existe un límite a la interferencia legítima de la opinión colectiva en la independencia individual». 170 MilI defiende el derecho del individuo a vivir como le plazca: «Cada uno es un guardián total de su propia salud, tanto corporal como mental y espiritual.» Ello se debe a un motivo fundamental: el desarrollo social es una consecuencia del desarrollo de las más variadas iniciativas individuales. «Para que la naturaleza humana pueda manifestarse con fecundidad, es necesario que los diversos individuos estén en condiciones de desarrollar sus diferentes modos de vida.» La libertad de cada uno, Sin duda, halla un límite en la libertad de los demás. El individuo está obligado a «no lesionar los intereses de otro o aquel determinado grupo de intereses que, por expresa disposición de la ley o por un consenso tácito, deben considerarse como derechos», y está obligado asimismo a «asumir su parte de responsabilidad y de sacrificios necesarios para la defensa de la sociedad y de sus miembros, contra todo daño o molestia». La libertad civil implica: a) libertad de pensamiento, de religión y de expresión; b) libertad de gustos, libertad de proyectar nuestra vida según nuestro carácter; c) libertad de asociación. En consecuencia, la concepción de MilI pretende que cada uno tenga el máximo posible de libertad, para que se dé el bienestar en todos. MilI concluye así su escrito: «El Estado, que pretende debilitar el valor de los individuos para convertirlos en instrumentos dóciles de sus proyectos (aunque se proponga fines buenos), caerá muy pronto en la cuenta de que no se pueden realizar grandes cosas con hombres pequeños y de que la perfección del mecanismo, a la cual sacrificó todo, acabará por no servirle para nada, precisamente por carecer de aquel espíritu vital que se dedicó a envilecer, con objeto de facilitar los movimientos del mecanismo en sí mismo.» Como es natural, dichas ideas llevaron a MilI muy lejos de Comte: éste, en opinión de MilI, había propugnado un absolutismo despótico que resultaba aterrador. En el pequeño volumen Augusto Comte y el positivismo (1865) MilI separa «de lo malo lo que hay de bueno en las especulaciones de Comte». Con el mismo espíritu que caracterizó a su libro sobre la libertad, MilI escribió en 1869 el ensayo Sobre la servidumbre de las mujeres. Se trata de una obra con elevada sensibilidad moral y una gran agudeza en el análisis de la sociedad. Desde hace siglos se considera que la mujer es inferior por naturaleza. Sin embargo, señala MilI, la naturaleza femenina es un hecho artificial, es un hecho histórico. Las mujeres quedan relegadas en exclusivo beneficio de los hombres o permanecen a cargo de la familia o incluso, como ocurría entonces en Inglaterra, en los talleres, y se Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit dice no obstante más tarde que no poseen dotes que las hagan sobresalir en la ciencia o en las artes. Según MilI, el problema hay que solucionarlo a través de medidas políticas: hay que crear unas condiciones sociales de paridad entre hombre y mujer. Las ideas de MilI sobre la emancipación femenina hallaron muchos seguidores en Inglaterra, a finales de siglo, entre los miembros del movimiento feminista de las sufragistas. En 1919 se aprobó en Inglaterra el derecho al voto de las mujeres. 4. EL POSITIVISMO EVOLUCIONISTA DE HERBERT SPENCER. 4.1. La religión y la ciencia son correlativas En 1859 Charles Darwin publica el Origen de las especies. Antes sin embargo, en 1852, Herbert Spencer (1820-1903) había publicado La hipótesis del desarrollo, en la que se adelanta una concepción evolucionista: en 1855 verán la luz Los principios de psicología en los que se desarrolla con amplitud la teoría evolucionista. En 1860 Spencer anuncia un proyecto de Sistema de Filosofía, que debía abarcar todo lo que pudiese saberse. De tal sistema fijó Los primeros principios en un volumen que apareció en 1862. La teoría de la evolución se presenta ahí como una grandiosa metafísica del universo y da lugar a una concepción optimista del devenir, considerado como un progreso imparable. Los primeros principios, ya en su primer capítulo, afrontan la compleja y delicada cuestión de las relaciones entre religión y ciencia. Spencer muestra su acuerdo con WiIliam Hamilton (1788-1856), filósofo que había dado a conocer en Inglaterra la filosofía alemana del romanticismo y que tuvo como alumno e intérprete a Thomas Longueville Mansel (1820-1871). De conformidad con Hamilton, Spencer sostiene que la realidad última es incognoscible y que el universo es un misterio. Tanto la religión como la ciencia lo atestiguan, afirma Spencer. Toda teoría religiosa «es una teoría a priori del universo», y todas las religiones, prescindiendo de sus dogmas específicos, reconocen que «el mundo, con todo lo que contiene y todo lo que lo circunda, es un misterio que requiere explicación, y que la potencia de la cual el universo constituye una manifestación es por completo impenetrable». Por otro lado, en la investigación científica «por grande que sea el progreso realizado en la conexión de los hechos y la formulación de generalizaciones cada vez más amplias, por mucho que se haya adelantado en el proceso de 171 reducir las verdades limitadas y derivadas a verdades más amplias y más profundas, la verdad fundamental continúa siendo más inaccesible que nunca. La explicación de lo explicable únicamente muestra con la mayor claridad la inexplicabilidad de lo que permanece. Tanto en el mundo exterior como en el íntimo, el científico se ve rodeado por perpetuos cambios, cuyo fin y cuyo principio resultan imposibles de descubrir [...]. Mejor que nadie, el científico sabe con seguridad que nada puede conocerse en su última esencia». Los hechos se explican; y a su vez, se explican las explicaciones; pero siempre habrá una explicación que explicar: por esto, la realidad última es incognoscible y siempre lo continuará siendo. Por lo tanto, las religiones atestiguan «el misterio que siempre exige una interpretación», y las ciencias remiten a un absoluto que nunca aprehenderán, ya que constituyen conocimientos relativos. Sin embargo, existe lo absoluto, o no podríamos hablar de conocimientos relativos: y por otro lado «podemos estar seguros de que las religiones -aunque ninguna sea verdadera- son todas ellas pálidas imágenes de una verdad». Por consiguiente, religión y ciencia son conciliables: ambas reconocen lo absoluto y lo incondicionado. La tarea de la religión consiste en .mantener alerta el sentido del misterio, mientras que la función de la ciencia es extender cada vez más el conocimiento de lo relativo, sin llegar jamás a aprehender lo absoluto. Y si la religión se equivoca presentándose como conocimiento positivo de lo incognoscible, la ciencia yerra cuando pretende incluir lo incognoscible en el interior del conocimiento positivo. No obstante, dice Spencer, dichos contrastes están destinados a irse atenuando cada vez más con el paso del tiempo, y «cuando la ciencia quede convencida de que sus explicaciones sólo son aproximadas y relativas, y la religión se convenza de que el misterio que contempla es algo absoluto, entre ambas reinará una paz permanente». En definitiva, para Spencer religión y ciencia son correlativas. Son «como el polo positivo y el polo negativo del pensamiento: no puede crecer en intensidad uno de ellos, sin que aumente la intensidad del otro». y si bien la religión tuvo «el gran mérito de haber vislumbrado desde el principio la verdad última y de no haber dejado jamás de insistir sobre ella», también es cierto -observa Spencer con agudeza- que fue la ciencia quien ayudó o forzó a la religión a purificarse de sus elementos irreligiosos, por ejemplo, los de carácter animista o mágico. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 4.2. La evolución del universo: de lo homogéneo a lo heterogéneo Hemos visto hasta ahora la noción que Spencer defiende acerca de la religión, de la ciencia y de la conciliabilidad entre ambas. ¿Cuál es el lugar y la función de la filosofía dentro del sistema de pensamiento spenceriano? En Los primeros principios se define la filosofía como «el conocimiento con el grado más elevado de generalidad». Las verdades científicas -dice Spencerdesarrollan, amplían y perfeccionan los conocimientos del sentido común. Sin embargo, las verdades científicas existen por separado, incluso cuando mediante un proceso continuado de unificación se reagrupan y se organizan lógicamente a partir de algún principio fundamental de la mecánica, la física molecular, etc. Pues bien, «las verdades de la filosofía poseen [...] con las más elevadas verdades de la ciencia la misma relación que cada una de éstas mantiene con las verdades científicas más humildes. Al igual que todas las amplias generalizaciones de la ciencia abarcan y consolidan las generalizaciones más restringidas de su propio sector, del mismo modo las generalizaciones de la filosofía abarcan y consolidan las amplias generalizaciones de la ciencia». La filosofía, por lo tanto, es la ciencia de los primeros principios, donde se lleva hasta su último extremo el proceso de unificación del conocimiento. La filosofía «es un producto final de tal proceso, que comienza con una mera conexión de observaciones en bruto, continúa a través de la elaboración de proposiciones cada vez más amplias y separadas de los hechos particulares, y concluye con proposiciones universales. Para brindar una definición lo más sencilla y clara que sea posible, diremos: el conocimiento de grado ínfimo no está unificado; la ciencia es un conocimiento parcialmente unificado; la filosofía es un conocimiento completamente unificado». Para lograr dicho objetivo, la filosofía ha de tomar como punto de partida los principios más vastos y más generales a los que haya llegado la ciencia. Según Spencer, tales principios son: la indestructibilidad de la materia, la continuidad del movimiento y la persistencia de la fuerza. Los principios de esta clase no son algo exclusivo de una sola ciencia, puesto que interesan a todas. Por otra parte, se unifican a través de un principio más general que en opinión de Spencer es el «de la redistribución continuada de la materia y del movimiento». En realidad, escribe, «no existe el reposo absoluto o la permanencia absoluta, y todos los objetos, así como el conjunto de todos los objetos, están sometidos en cada 172 momento a alguna mutación de su estado». La ley de la evolución es la ley de este cambio perpetuo y generalizado. Spencer introdujo por primera vez en 1857, en un artículo sobre el progreso, el término «evolución» dentro del lenguaje filosóficocientífico. Dos años después Darwin hizo famoso dicho término a través de su libro sobre la evolución de las especies mediante la selección natural. Darwin se limitará a la evolución de los seres vivientes, mientras que Spencer habla de la evolución del universo. La primera característica de la evolución es que ésta consiste en un paso desde una forma menos coherente hasta una forma más coherente (por ejemplo: el sistema solar, surgido de una nebulosa). Su segunda y fundamental característica es que se trata de un paso desde lo homogéneo hasta lo heterogéneo. Este hecho -que los fenómenos biológicos sugieren a Spencer, ya que las plantas y los animales se desarrollan a través de una diferenciación entre tejidos y órganos diversos- se aplica al desarrollo de todos los ámbitos de la realidad, tanto en el lenguaje, por ejemplo, como en el arte. La tercera característica de la evolución es que constituye un paso desde lo indefinido hasta lo definido, como sucede en el avance desde ser una tribu salvaje hasta llegar a convertirse en un pueblo civilizado, con tareas y funciones claramente especificadas. Una vez determinados los rasgos propios de la evolución, Spencer brinda la siguiente definición recapituladora: «La evolución consiste en una integración de materia, acompañada por una dispersión de movimiento; en ella la materia pasa desde una homogeneidad indefinida e incoherente, hasta una heterogeneidad definida y coherente, mientras que el movimiento retenido está sometido a una transformación paralela.» 4.3. Biología, ética y sociedad La evolución del universo constituye un proceso necesario. La homogeneidad -estado inestable- es el punto de partida de la evolución. Y «en todos los casos hallamos un avance hacia el equilibrio». Por lo que se refiere al hombre, «la evolución puede acabar [...] únicamente con el establecimiento de la perfección más grande y de la felicidad más completa». Es cierto que las condiciones de equilibrio pueden durar muy poco, desaparecer y destruirse; sin embargo, la condición de caos y disolución no puede ser definitiva, ya que sirve de comienzo a un nuevo proceso de evolución. Por lo tanto el universo progresa y lo hace en dirección a un mejoramiento. En esto reside el optimismo característico del positivismo evolucionista de Spencer. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Spencer ofrece una visión metafísica del evolucionismo. No obstante, quiso también especificar su teoría en relación con distintos ámbitos concretos. Con respecto a la biología, Spencer sostiene que la vida consiste en la adaptación de los organismos al medio ambiente, que de forma continua a través de sus cambios les lanza un desafío. Los organismos responden a dicho desafío mediante una diferenciación de sus órganos. Spencer admite así el principio de Lamarck según el cual la función -es decir, el ejercicio prolongado de una reacción específica del ser vivo- antecede a la determinación de los órganos y la produce paulatinamente. Una vez que el ambiente ha actuado sobre el viviente, produciendo estructuras y órganos diferenciados, la selección natural -sobre la cual Spencer coincide con Darwin- favorece la supervivencia del más apto». A propósito de los más aptos, Spencer insiste sobre la transmisión y la acumulación hereditarias de los cambios orgánicos individuales. Con respecto a la cuestión de la procedencia de la vida orgánica desde la vida inorgánica, Spencer se muestra inclinado a considerar que la vida orgánica se inicia desde una masa indiferenciada que posee no obstante la capacidad de organizarse. A diferencia de Comte, Spencer piensa que es posible la psicología, en cuanto ciencia autónoma. Su objetivo consiste en examinar las manifestaciones psíquicas desde los niveles más bajos (por ejemplo, los movimientos reflejos), para llegar después a sus formas más evolucionadas en la creación de obras de arte o el trabajo investigador de los grandes científicos. Además, Spencer descubre en la conciencia humana ciertos elementos a priori, en el sentido de que son independientes de la experiencia individual y transitoria del sujeto humano. En este sentido, pues, Leibniz y Kant tenían razón. Sin embargo -y se trata de una cuestión de gran interés- Spencer señala que lo que es a priori para el individuo, es a posteriori para la especie, en el sentido de que determinados comportamientos intelectuales -uniformes y constantes- son producto de la experiencia acumulada por la especie a lo largo de su desarrollo y transmitida por herencia a través de la estructura orgánica del sistema nervioso. A diferencia de Kant, a priori en este caso no significa «válido»: no se excluye que puedan estar equivocados y que puedan cambiar las experiencias y los esquemas fijados y heredados. También a diferencia de Comte, Spencer concibe una sociología 173 orientada hacia la defensa del individuo. Tanto en El hombre contra el Estado (1884) como en Estática social (1850, reelaborada en 1892) y en los Principios de sociología (1876-1896), Spencer sostiene que la sociedad existe para los individuos y no a la inversa, y que el desarrollo de la sociedad se halla determinado por la realización de los sujetos particulares. Por consiguiente, Spencer mira con desconfianza la intervención del Estado, y en El hombre contra el Estado critica «el gran prejuicio de la época actual» que consiste en su opinión en el derecho divino del parlamento: Según Spencer, una auténtica concepción liberal debería negar la autoridad ilimitada del parlamento, al igual que el antiguo liberalismo negó el poder ilimitado del monarca. Por lo tanto, Spencer también es liberal. Sin embargo, a diferencia de los utilitaristas y de John Stuart Mill, se opone a quienes piensan cambiar el mundo o acelerar el curso de la historia apelando a la voluntad y a las reformas. Ni siquiera la educación posee el poder suficiente para lograrlo. «Del mismo modo que no se puede abreviar la vida que transcurre entre la infancia y la madurez, evitando el aburrido proceso de crecimiento y desarrollo que se lleva a cabo de manera insensible mediante reducidos incrementos, tampoco es posible que las formas sociales más bajas se conviertan en más elevadas, sin pasar por pequeñas modificaciones sucesivas.» En consecuencia, Spencer manifiesta una actitud conservadora. Descubre en la sociedad un desarrollo gradual, que la ha llevado desde el régimen militar (en el que el poder del Estado domina a los individuos) hasta el régimen industrial (que se caracteriza por la actividad independiente de los individuos). Con respecto a la industrialización, Spencer considera que sus limitaciones consisten en el principio de lucro egoísta y en la poca importancia que atribuye a las actividades libres. La ética de Spencer posee un carácter naturalista y biológico, que no siempre coincide con la ética utilitarista de Bentham y los dos Mill. Los principios éticos, las normas y las obligaciones morales son instrumentos que permiten una adaptación cada vez más adecuada del hombre a sus condiciones de vida. La evolución, al acumular y transmitir por herencia experiencias y esquemas de comportamiento, suministra al individuo a priori morales, que son a priori para el individuo, pero a posteriori para la especie. Al igual que algunos comportamientos esenciales para la supervivencia de la especie (proteger a la propia esposa, criar a los hijos, etc.) ya no tienen el carácter de obligación, lo mismo sucederá con los demás Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit deberes morales, al ir avanzando la evolución: «Las acciones más elevadas, exigidas por el armónico desarrollo de la vida, serán hechos tan comunes como lo son actualmente aquellas acciones inferiores a las que nos empuja el mero deseo.» 174 Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 175 COMTE HISTORIA DE LA FILOSOFÍA TOMO IX Frederick Copleston 1. Vida y escritos El impacto del desarrollo de la ciencia natural en la filosofía se dejó sentir durante el siglo XVII y se fue acentuando más en el XVIII. Como vimos ya, en el siglo XVIII comenzó la demanda, hecha en Inglaterra por Hume y en Francia por otros varios filósofos , de una aplicación extensiva del método "experimental" al estudio del hombre, de su conducta y de su vida social, y en las últimas décadas del siglo mantuvo Kant que la reflexión sobre el contraste entre los seguros y cada vez más numerosos conocimientos logrados en el área científica por un lado y los conflictivos sistemas metafísicos por otro llevaba inevitablemente a cuestionar a fondo aquella pretensión de la metafísica tradicional de proporcionar algo que pudiera llamarse propiamente conocimiento de la realidad. A la ciencia le había sido posible hasta entonces coexistir con las creencias teológicas y con la especulación metafísica, según fue el caso en la mente de Newton. Pero al ir cobrando fuerza el sentido del desarrollo histórico resultó bastante natural que se concibiese la idea de unos estadios sucesivos del pensamiento humano, es decir, la idea de un progresivo desarrollo en el que a las creencias teológicas y a la especulación metafísica vendrían a sustituirlos la explicación científica y el conocimiento positivo. Una idea así había sido propuesta por Turgot y por Condorcet en el siglo XVIII, y en el capítulo anterior nos ocupamos ya de la teoría de Saint-Simon sobre los estadios o épocas de la historia. Pero es el nombre de Auguste Comte (1798-1857), el más destacado expositor y representante del positivismo clásico, el que se ha dado en asociar tradicionalmente con la teoría del desarrollo de la mente humana desde una fase teológica, pasando por otra metafísica, hasta llegar a la del conocimiento científico positivo. Nacido en Montpellier, Comte fue educado como católico y monárquico, pero a la edad de catorce años declaró que ya no quería ser católico y parece que, por la misma época, se hizo republicano. De 1814 a 1816 estudió en la Escuela Politécnica bajo la dirección de eminentes científicos. Fue sin duda durante este período cuando adquirió el convencimiento de que la sociedad debería ser organizada por una élite de científicos. En 1816 fue expulsado Comte de la Escuela Politécnica, en la que se hizo una depuración monárquica. Pero se quedó en París y prosiguió sus estudios, que incluían el pensamiento de los ideólogos, por ejemplo el de Destutt de Tracy y el de Cabanis, y las obras de economistas políticos e historiadores como Hume y Condorcet. Además, en el verano de 1817 empezó a ser secretario de Saint-Simon. La asociación entre los dos se prolongó durante siete años, y mientras cabe discutir en qué proporción sea Comte deudor de Saint-Simon, no hay duda de que la colaboración con éste desempeñó un papel importante en la formación y en el desarrollo del pensamiento de Comte. Es cosa averiguada que Saint-Simon fue el primero que propuso algunas de las ideas que reaparecen en la filosofía de Comte. También es innegable que Comte desarrolló estas ideas a su propio modo. Por ejemplo, mientras Saint-Simon tendía a pensar en términos de un método científico universal y de la aplicación de este método al desarrollo de una nueva ciencia del hombre, Comte consideraba que cada ciencia desarrolla su propio método en el proceso histórico de su emergencia y de su avance. Pero uno y otro buscaban la manera de reorganizar la sociedad valiéndose de la ayuda de una nueva ciencia del comportamiento humano y de las relaciones sociales del hombre. Se produjo entre los dos una enojosa disputa, que acabaría por separarles, cuando Comte llegó a la conclusión de que tenía motivos para creer que Saint-Simon estaba tratando de publicar un trabajo de Comte como si fuese la parte conclusiva de un trabajo suyo, sin ni siquiera reconocer en la portada al verdadero autor. En 1826 empezó Comte a dar lecciones sobre su filosofía positivista a un auditorio privado. El curso de estas lecciones hubo de interrumpirlo porque el exceso de trabajo y el agotamiento consiguiente a los disgustos de un desafortunado matrimonio le quebrantaron la salud. Tuvo hasta un intento frustrado de suicidio. En. 1829 pudo reanudar aquellas lecciones, que fueron la base de Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit su Cours de philosophie positive (Curso de filosofía positiva, 6 volúmenes, 1830-1842). El programa estaba ya trazado en un Plan des travaux scientifiques nécessaires pour reorganiser la société que había escrito en 1822. El título de este bosquejo o esquema de la filosofía positiva expresa con claridad que el interés de Comte era fundamentalmente social. En el Discours sur l'esprit positif (Discurso sobre el espíritu positivo, 1844) y en el Discours sur l' ensemble du positivisme (Discurso sobre el positivismo en conjunto, 1848) hace su aparición la idea de Comte de una religión de la humanidad. Algunos biógrafos ven en este desarrollo la influencia de la educación religiosa que había recibido Comte, con la diferencia de que Dios es sustituido, como objeto de devoción, por la Humanidad. Sin embargo, otros lo han visto, quizás un tanto fantasiosamente, como una extensión del afecto que sentía el filósofo por Madame Clothilde de Vaux, mujer cuyo marido había desaparecido para evitar el encarcelamiento por desfalco y de la que Comte se enamoró rendidamente en 1844. Comte no ocupó nunca una cátedra universitaria, y durante algún tiempo, para mantenerse, tuvo que dar lecciones particulares a los alumnos de la Escuela Politécnica. En 1851-1854 publicó su obra, en 4 volúmenes, Systeme de politique positive (Sistema de política positiva) y en 1852 el Catéchisme positiviste (Catecismo positivista). Por esta época estaba tratando de unificar los aspectos científicos y religiosos de su pensamiento. En 1856 dio a luz el primer volumen de una Synthese subjective ou systeme universel des conceptions propres a l'état normal de l'humanité (Síntesis subjetiva o sistema universal de las concepciones propias del estado normal de la humanidad). Pero este intento de realizar una síntesis de todas las ciencias en términos de sus relaciones con las necesidades humanas normales fue interrumpido por la muerte de Comte, en 1857. Sus medios de vida habían venido consistiendo principalmente en subvenciones que le proporcionaban sus fervientes seguidores. 2. Los tres estadios del desarrollo de la humanidad En un prefacio a su Curso de filosofía positiva hace notar Comte que la expresión "filosofía positiva" es empleada siempre en sus lecciones "en un sentido rigurosamente invariable" y que, por 176 ello, sería superfluo dar otra definición que la que se contiene en este uso uniforme del término. No obstante, pasa a explicar que por "filosofía" entiende él lo que entendían los antiguos, y en particular Aristóteles, por esta palabra, a saber: "el sistema general de los conceptos humanos"; Y por "positiva" entiende la idea de que las teorías tienen por finalidad "coordinar los hechos observados". Sin embargo, esta afirmación de Comte, tomada en sí misma, es algo equívoca. Pues en su opinión las ciencias que subsumen los fenómenos o hechos observados bajo leyes generales son descriptivas y no o explicativas, en tanto que la filosofía examina la naturaleza de los métodos científicos y hace una síntesis sistemática de las diversas ciencias particulares. Pero su tesis es aceptable si la tomamos en el sentido de que la filosofía coordina indirectamente los hechos observados, ya que aspira a una síntesis general de las coordinaciones parcialmente logradas por las ciencias. Para Comte, conocimiento positivo lo es sólo el conocimiento de los hechos o fenómenos observados y el de las leyes que coordinan y describen los fenómenos. El uso por Comte de la palabra "fenómenos" expresa su convencimiento de que únicamente conocemos la realidad tal como nos aparece, pero no debe suponerse que implique que, para él, la mente humana conoce tan sólo impresiones subjetivas. En ocasiones se refiere a Hume con respeto; mas el escepticismo humeano es realmente ajeno a la mentalidad de Comte, excepto en lo que respecta a las creencias teológicas y a las pretensiones de la metafísica de proporcionarnos conocimiento sobre lo que trascienda el nivel fenoménico. Comte está más cerca de sus predecesores franceses del siglo XVIII que del empirismo de Hume. Es decir, insiste en que la genuina filosofía adopta la forma de una extensión sistemática del uso de lo que d'Holbach llamaba "buen sentido" o "ideas naturales". Y para él esto significa que sólo cuenta como conocimiento lo que puede someterse a la prueba empírica. La formulación de leyes generales nos capacita para predecir, y, por lo tanto, para comprobar. Que éste sea el modo de adquirir auténtico conocimiento es para Comte algo de sentido común o "buen sentido popular". Buen sentido que desecha "las absurdas dudas metafísicas" sobre, por ejemplo, la existencia de objetos físicos exteriores a la mente. Comte tiene poca paciencia con las especulaciones de tal cariz. Su "filosofía positiva" no es una filosofía escéptica en el sentido de que sugiera que nuestro conocimiento se limita a los datos sensibles. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit El espíritu o enfoque positivo presupone, naturalmente, que existen y están ya avanzadas las ciencias naturales, y es el resultado de un desenvolvimiento histórico de la mente humana. En opinión de Comte, este proceso depende de la naturaleza del hombre, y es, por lo mismo, necesario. En su desarrollo histórico a través de los siglos, la mente humana va pasando por tres fases o estadios principales: el teológico, el metafísico y el positivo. Estos tres estadios del desenvolvimiento intelectual de la humanidad tienen, empero, sus análogos en la vida del individuo humano, que va pasando de la infancia a la adolescencia y a la madurez. "Cuando contempla su propia historia ¿no repasa cada uno de nosotros lo que ha ido siendo sucesivamente: teólogo en su infancia, metafísico en su juventud y físico en su madurez?" Si no muere prematuramente, el individuo normal pasa de la infancia a la madurez a través de la adolescencia. Y estas tres fases se reflejan en el desenvolvimiento intelectual de la humanidad toda entera. Si la raza sigue existiendo, las fases o estadios del desarrollo mental se suceden una a otra en un orden determinado, pues el hombre es lo que es. En este sentido, es necesario que así suceda; hipotéticamente necesario, podríamos decir. Desde luego que es bastante obvio que, a no ser que el individuo muera o que intervenga algún factor que impida el curso natural de su desarrollo, irá pasando de la infancia a la adolescencia y a la adultez. Pero aunque Comte pueda haberse visto a sí mismo como teólogo en su infancia y como metafísico en su adolescencia, no por eso tendrá que interpretar todo el mundo su propio desarrollo mental de igual manera. La teoría de los estadios de Comte se hace mucho más admisible cuando se la aplica al desarrollo intelectual de la humanidad en general. Es evidente que la principal influencia que ha llevado a Comte a formular su teoría es la de la reflexión sobre la historia humana, por más que él quiera conectada también con las fases de la vida de .cada individuo y pretenda ver estas fases escritas con gruesos trazos en la historia, En cualquier caso, examinar cómo explica Comte los tres estadios principales de la historia de la humanidad, no deja de ser un buen modo de abordar su filosofía positivista. El primer estadio, el teológico, lo entiende Comte como aquella fase del desarrollo mental del hombre en la que éste busca las causas últimas de los sucesos y las halla en las voluntades de unos seres personales sobrehumanos o en la voluntad de un solo 177 ser de esas características, Se trata, en general, de la edad de los dioses o del Dios. Claro que se requiere una subdivisión. En la infancia de la raza, el hombre trataba de explicarse instintivamente los fenómenos, cuyas causas le eran desconocidas, atribuyéndolos a objetos, a pasiones y afectos análogos a los de los seres humanos. Dicho con otras palabras, el hombre dotaba a los objetos físicos de vida, pasiones y voluntad, de una manera vaga. Esta mentalidad animista representó lo que Comte describe como el estadio del fetichismo. Con el transcurso del tiempo, las fuerzas que animaban inmanentemente los objetos fueron proyectadas al exterior en la forma de los dioses y diosas del politeísmo. Más adelante, las divinidades de la religión politeísta fueron fusionadas en el contexto del Dios único del monoteísmo. Estos tres subestadios sucesivos del fetichismo, el politeísmo y el monoteísmo, constituyen juntos el estadio teológico. Al segundo estadio general lo llama Comte el estadio metafísico. Pero esta calificación se presta a equívocos. Pues lo que Comte tiene en su mente es la transformación de las deidades personales o del Dios único en abstracciones metafísicas, y no, por ejemplo, las metafísicas teístas de los pensadores medievales como Tomás de Aquino o, posteriormente, la del obispo Berkeley. Es decir, que en el estadio metafísico, en vez de explicar los fenómenos en términos de la actividad de una voluntad divina, la mente recurre a ideas ficticias tales como las del éter, los principios vitales, y así sucesivamente. El paso del estadio teológico al metafísico se produce cuando el concepto de una deidad sobrenatural y personal es sustituido por el concepto de la omniabarcadora naturaleza y cuando las explicaciones se hacen ya en términos de entidades abstractas de uno u otro tipo, tales como fuerza, atracción y repulsión. El tercer estadio es el positivo, o sea, el del enfoque maduro o mentalidad científica. Aquí no se intenta ya encontrar últimas causas explicativas ni discutir la "real" pero inobservable esencia íntima de los seres. La mente se interesa por los fenómenos o hechos observados, subsumiéndolos bajo leyes generales descriptivas, tales como la ley de la gravedad. Estas leyes coordinantes y descriptivas posibilitan las predicciones. Lo que connota al conocimiento real y positivo es, precisamente, la capacidad de predecir y, así, dentro de unos límites, la de controlar. El conocimiento positivo es real, cierto y útil. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Pero aunque Comte califica de cierto al conocimiento positivo, insiste también en que, en un sentido, es relativo. Porque no conocemos el universo cabal o totalmente, sino sólo tal como nos aparece. El conocimiento positivo es conocimiento de nuestro mundo, y la extensión de nuestro mundo, el mundo tal como nos aparece, no es algo fijo y determinado de una vez por todas. El conocimiento positivo es también relativo en el sentido de que se ha abandonado ya la búsqueda de absolutos. Aun suponiendo que haya causas últimas, nosotros no podemos conocerlas. Lo que conocemos son los fenómenos. Por eso, la mente que aprecie la naturaleza y la función del conocimiento positivo no perderá el tiempo en inútiles especulaciones teológicas y metafísicas. Según acabamos de resumida, quizá parezca que la teoría de los tres estadios tiene poco que ver con un interés por la reorganización de la sociedad. Sin embargo, de hecho, cada estadio es asociado por Comte a una forma distinta de organización social. Al estadio teológico lo asocia con la creencia en la autoridad absoluta y en el derecho divino de los reyes y con un orden social militarista. Es decir, que el orden social se mantiene mediante la imposición de la autoridad desde arriba, y la clase de los guerreros tiene la preeminencia. En el estadio metafísico el régimen anterior es sometido a una crítica radical; pasa al primer plano de la creencia en derechos abstractos y en la soberanía popular, y es sustituida la autoridad de los reyes y de los sacerdotes por el imperio de la ley. Finalmente, el estadio positivo es asociado con el desarrollo de la sociedad industrial. Ahora pasa a ser el centro de la atención la vida económica del hombre y surge una élite de científicos que tienen por vocación organizar y regular la sociedad industrial de un modo racional. Este tipo de sociedad es considerado por Comte, lo mismo que por algunos de sus contemporáneos, como naturalmente pacífico. Pero para su debido desarrollo se requiere una nueva ciencia: la sociología. Las ciencias naturales permiten al hombre controlar, dentro de unos límites, su entorno físico. La ciencia del hombre le permitirá organizar en paz la sociedad industrial. La emergencia del espíritu o mentalidad positiva irá, así, acompañada de una reorganización de la sociedad. Para Comte, el mundo antiguo y la Edad Media representaron la visión o mentalidad teológica, y la Ilustración representó el estadio metafísico. En el mundo de su tiempo veía el comienzo del estadio positivo. Además, del mismo modo que consideraba la 178 adolescencia como un período de transición entre la infancia y la madurez, estimaba también que el estadio metafísico era un período de transición en el que las creencias y las instituciones del estadio teológico se sometían a críticas y se iba preparando el camino para el desarrollo de la mentalidad positiva. Si nos contentamos con las impresiones de conjunto, la teoría de los tres estadios de Comte es obvio que puede parecer plausible. Vale decir, si consideramos tan sólo la posición dominante que tuvo la teología entre los temas de estudio durante la Edad Media, o atendemos a ciertos aspectos del pensamiento de la Ilustración dieciochesca y al subsiguiente desarrollo de la convicción de que la ciencia es el único modo viable de aumentar nuestros saberes acerca del mundo, podrá entonces parecer perfectamente razonable el dividir la historia europea en los estadios teológico, metafísico y positivo. Pero en cuanto nos ponemos a considerar la historia europea con mayor detenimiento, en seguida se hace claro que si las divisiones de Comte se toman en sentido estricto no se las puede adaptar a los hechos. Vemos, por ejemplo, que la filosofía floreció ya en la antigua Grecia, donde también alcanzaron gran desarrollo las matemáticas. Asimismo, la ciencia natural había hecho sorprendentes progresos mucho antes de que terminara lo que Comte describe como el período metafísico. Ni que decir tiene que Comte es muy consciente de ello. Y hace cuanto puede para encajar esos datos entre las líneas generales de su esquema. Reconoce, por ejemplo, que en la Edad Media la teología iba acompañada de metafísica, pero piensa que tal metafísica estaba forjada a la medida de la mentalidad teológica y formaba, en realidad, parte de la teología. Tampoco pretende Comte que la ciencia comenzase solamente con el estadio positivo. Sabe muy bien que los griegos cultivaron las matemáticas. Pero mantiene que en el desarrollo de la ciencia hubo un progreso desde la ciencia más abstracta, la matemática, a la más concreta, la sociología, que es la contribución peculiar del estadio positivo. En cuanto a la física, ciertamente empezó a desarrollarse mucho antes del estadio positivo, pero durante un tiempo expresó la mentalidad metafísica, al postular como causas explicativas entidades abstractas. Sólo al iniciarse el estadio positivo se llegó a entender la naturaleza real de la ciencia física y la de sus conceptos y leyes. Asimismo, Comte está perfectamente dispuesto a reconocer algunos encabalgamientos entre los distintos estadios. "De este Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit modo, tendremos que considerar, por ejemplo, que la época teológica todavía sigue existiendo en la medida en que las ideas morales y políticas hayan conservado un carácter esencialmente teológico, a pesar de la transición de las demás categorías intelectuales al estadio puramente metafísico, y aun cuando haya comenzado ya el estadio auténticamente positivo respecto a las mas simples de tales categorías. Parecidamente, será necesario prolongar la época metafísica, hablando con propiedad, dentro de la fase inicial del positivismo. Procediendo de esta manera, el aspecto esencial de cada época se seguirá destacando tanto como sea posible, mientras se prepara, de suyo, la clara aparición de la época siguiente." En el caso de un individuo concreto, los rasgos psicológicos pertenecientes a una fase anterior de su desarrollo pueden persistir en el hombre adulto coexistiendo con otros rasgos característicos de la madurez. Análogamente, las expresiones de la mentalidad de una época histórica previa pueden distinguirse en un estadio posterior. "Aun en nuestros días ¿qué es en realidad, para una mente positiva, este nebuloso panteísmo del que se enorgullecen tantos profundos metafísicos, especialmente en Alemania, sino un fetichismo generalizado y sistematizado?" Algunas de las observaciones de Comte, tomadas en sí mismas, resultan bastante certeras. Pero, en general, produce la impresión de quien intenta a toda costa hacer que los hechos encajen en un esquema interpretativo basado en cierta visión de la historia europea. Naturalmente Comte está en todo su derecho al abordar la historia de Europa provisto de un plan general de interpretación y mirar si encajan en él los hechos. Pero cuantos más ajustes se ve obligado a hacer, tanto más elástica se va haciendo la división en estadios o épocas. Y si se sobreentiende que la sucesión de los estadios representa un progreso en las esferas intelectual y social, es innegable que se ha presupuesto un juicio de valor o toda una serie de juicios de valor. En otras palabras, Comte lee la historia de Europa desde el punto de vista de un positivista convencido. Lo cual no es, por cierto, ningún crimen; pero el resultado no es simplemente una descripción neutral, sino más bien una reconstrucción hecha desde un determinado punto de vista. En otras palabras, la verdad del positivismo parece ser un presupuesto de la interpretación comtiana de la historia. Comte no estaba preparado para considerar la posibilidad de un estadio post-positivista del desarrollo intelectual. Es indudable que trató de apoyar su teoría de los estadios históricos en una explicación psicológica del 179 despliegue de la vida mental del hombre dentro del proceso de su crecimiento hacia la madurez. Pero parece estar bastante claro que esta explicación presupone también la verdad del positivismo, en el sentido de que depende de la suposición de que la mente madura y la mentalidad científica, tal como las entiende Comte, son una misma cosa. Antes de ocuparnos de la clasificación de las ciencias por Comte, quisiera hacer notar dos puntos. El primero atañe a la creencia religiosa. El modo corriente de entender a Comte es interpretarle como si sostuviese que, así como el hombre deja de creer en duendes y en hadas en cuanto comprende que no hay ninguna buena razón para pensar que existan tales seres, así abandona progresivamente la creencia en un Dios trascendente, no porque se haya demostrado la no-existencia de Dios, sino porque no hay ninguna razón positiva para creer que exista un Dios trascendente. Dicho de otro modo, la difusión del ateísmo es uno de los rasgos del avance de la inteligencia humana hacia la madurez, no el resultado de una prueba filosófica de la inexistencia de Dios. Pero aunque éste es un modo natural de interpretar la teoría de Comte de los tres estadios, en lo que él realmente insiste es en presentar como cada vez más relegado a la cuneta en el camino del progreso el recurrir a Dios como a una hipótesis para explicar los fenómenos. Es decir, que cuanto más viene el hombre a buscar "explicaciones" científicas de los hechos, menos se contenta con explicados sobrenaturalmente y cuando la mente madura ignora la explicación científica de un hecho, espera que haya alguna e investiga para encontrada, en vez de recurrir a Dios para tapar el agujero de su ignorancia. Pero, a la vez, Comte no hace profesión de ateísmo. En su sentir, el teísmo y el ateísmo se interesan por problemas que no se pueden resolver. Porque ahí no es posible ninguna comprobación empírica. Quizás haya una o muchas causas últimas. Pero, sea de ello lo que fuere, ni lo sabemos ni podremos saberlo nunca. El segundo punto se refiere al modo de correlacionar Comte tres tipos principales de organización social con los tres estadios principales del desarrollo intelectual del hombre. Está perfectamente dispuesto a admitir que el avance intelectual del hombre puede adelantarse a su progreso social, y que el espíritu positivista, por ejemplo, puede hacer su aparición antes de que se haya desarrollado la forma correspondiente de organización social. Aparte toda otra consideración, la insistencia de Comte en la necesidad de Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit planificación social a cargo de una élite de científicos le fuerza a reconocer el hecho de que el avance mental puede ir por delante del progreso social. Al mismo tiempo, desea mantener la idea de la correlación entre los dos aspectos, el cognoscitivo y el social, de un movimiento histórico. Por eso insiste en que, aun cuando el progreso intelectual del hombre rebase su progreso social, podremos distinguir igualmente los estadios preparatorios de la aparición de una nueva forma de organización social. Más aún, una vez haya tenido lugar la transición a una sociedad industrial debidamente organizada, esto reforzará y consolidará la visión positivista. 3. Clasificación y metodología de las ciencias Progresar es, para Comte, progresar en el conocimiento científico. Pero la ciencia adopta la forma de ciencias particulares. Todas ellas procuran coordinar los fenómenos, pero tratan, o bien de diferentes clases de fenómenos, o de distintos aspectos de las cosas, teniendo, como dirían los escolásticos, diferentes "objetos formales". Además siguen sus "procedimientos característicos" o métodos. Se da, pues, una cierta fragmentación de la ciencia, Y entre las tareas del filósofo una de las principales es conseguir la síntesis, sin borrar las diferencias, por medio de una clasificación sistemática. Si ha de hacerse tal clasificación, el primer requisito es averiguar cuáles son las ciencias básicas o fundamentales. Para ello, debemos considerar "sólo las teorías científicas y en modo alguno su aplicación". Es decir, no habrá que tener en cuenta el uso que de la teoría científica se haga en el campo tecnológico. Por ejemplo, las leyes generales de la física pertenecen a la física abstracta, mientras que el estudio de la tierra en particular es una ciencia concreta e implica la consideración de factores distintos de las leyes abstractas de la física. Semejantemente, pertenece a la ciencia abstracta formular las leyes generales de la vida, mientras que una ciencia como la botánica se ocupa de un tipo o nivel particular de vida. En su Curso de filosofía positiva describe Comte seis ciencias básicas, a saber: las matemáticas, la astronomía, la física, la química, la fisiología y biología, y la física social o sociología. Nótese que en la lista no aparece la psicología. Esto se explica, por 180 una parte, porque Comte rechaza la psicología introspectiva, y por otra, porque cuando escribe todavía no ha cobrado auge la psicología empírica. La psicología, tal como él la entiende, se divide, pues, entre la fisiología y la sociología. Asignando a la fisiología, o biología, el estudio del hombre como individuo, Comte está siguiendo las huellas de Condillac y de Cabanis. El estudio de la naturaleza y de la conducta humanas como fenómenos sociales se lo asigna a la fisiología social, como Saint-Simon la llamó, o sociología. En escritos posteriores halló Comte espacio para la ética como ciencia adicional. Sin embargo la ética significaba, para él, no una ciencia normativa que se ocupase de determinar valores y reglas morales, sino más bien psicología social, un estudio del comportamiento del hombre en la sociedad, con miras a formular las leyes que nos capaciten para predecir y planificar la marcha de la sociedad. En lo que respecta a la clasificación sistemática, insiste Comte en que deberemos empezar por lo más simple y más general o abstracto y pasar de ahí, siguiendo el orden lógico de dependencias, a lo más complejo y menos general. Las matemáticas, por ejemplo, son más abstractas que la astronomía, y ésta depende de las matemáticas en el sentido de que las presupone. De parecido modo, la fisiología o biología, que trata de las leyes generales de la vida, es más abstracta que la sociología, la cual se ocupa específicamente del hombre en sociedad. Ateniéndonos a estas directrices, vamos a parar a la arriba mentada jerarquía de las ciencias básicas, dispuestas en un orden en el que la mente empieza por lo que es más abstracto y está más apartado de los fenómenos humanos concretos, vale decir, por las matemáticas, y termina en la sociología, que se ocupa de tales fenómenos en mayor grado que cualquiera de las demás ciencias. Ya hemos mencionado el hecho de que, en tanto que SaintSimon tendía a pensar en los términos de un método científico general, Comte consideraba que cada ciencia desenvuelve su propio método. Pero esta afirmación hay que matizarla. Si nos fijamos en el uso que hace Comte de la palabra "método", él reconoce sólo un método científico. "Pues toda ciencia consiste en coordinar hechos; si las diferentes observaciones estuviesen enteramente aisladas, no habría ciencia." Si, pues, por método entendemos el observar hechos o fenómenos y el coordinarlos Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit mediante la formulación de leyes, hay un método común a todas las ciencias. En cambio, si nos fijamos en lo que Comte llama "procedimientos", será verdad decir, como él piensa, que en el proceso de su desarrollo cada ciencia perfecciona su propio procedimiento o técnica, su propio modo de habérselas con los datos, Hay, sin duda, procedimientos que no son exclusivamente propios de ninguna ciencia particular. Así, el empleo de hipótesis, la deducción y la comprobación son casos de éstos. Pero al mismo tiempo el experimento desempeña un papel, digamos, en la química que no puede desempeñar en la astronomía, mientras que en sociología se ha hecho uso de un enfoque histórico. La afirmación de que Comte reconoce una pluralidad de métodos requiere ulterior matización. Al clasificar las ciencias básicas, insiste Comte en que está siguiendo un orden lógico, pues cada una de las sucesivas ciencias presupone lógicamente a su predecesora en la jerarquía. Al mismo tiempo, está convencido de que "una ciencia no se conoce por completo mientras no se conoce su historia", es decir, que la verdadera o real naturaleza de una ciencia se revela, más que en sus orígenes, en la proporción en que está desarrollada, por el grado de perfección que ha alcanzado. Por ejemplo, las matemáticas tienen como datos originales los fenómenos considerados en sus aspectos cuantitativos, y pasan de ahí a determinar las relaciones entre cantidades dadas. Pero en su desarrollo las matemáticas se van haciendo cada vez más abstractas, hasta ser "completamente independientes de la naturaleza de los objetos examinados y atender tan sólo a las relaciones numéricas que esos objetos presentan". Según se van haciendo "puramente lógicas, racionales", y van consistiendo en "una serie más o menos larga de deducciones racionales", se transforman en lo que denomina Comte la ciencia del cálculo. Y de este modo constituyen "la verdadera base racional de todo el sistema de nuestro conocimiento positivo". En esta forma puramente abstracta, las matemáticas nos capacitan para coordinar fenómenos en otras ciencias, de un modo que sería, si no, imposible. Es cierto, claro está, que no podemos convertir, por ejemplo, la biología en puras matemáticas. Pero la biología llega a ser una ciencia real en tanto en cuanto las relaciones entre los fenómenos biológicos se determinan matemáticamente. Más todavía, en su estado desarrollado o perfecto las matemáticas son una ciencia puramente deductiva y Comte las 181 considera como el modelo del método científico. La física, por ejemplo, va aumentando en perfección a medida que prepondera en ella el método deductivo. Si, por consiguiente, miramos las ciencias desde este punto de vista particular, podremos decir que hay un método científico modélico, ejemplificado en su mayor pureza por las matemáticas. Sin embargo, Comte no pretende que toda ciencia básica pueda transformarse en una ciencia puramente deductiva. Cuanto más nos alejamos de las matemáticas puras en la jerarquía de las ciencias, menos posible se hace tal transformación. Porque los fenómenos se van haciendo cada vez más complejos. En la práctica, pues, cada ciencia, a medida que avanza, desarrolla su propio "procedimiento", aunque haga uso, siempre que se pueda, de las matemáticas para obtener mayor precisión. La psicología no puede convertirse simplemente en matemáticas. Ni tampoco puede proceder de un modo puramente deductivo. Pero hará uso de las matemáticas siempre que pueda. 4. Tareas del filósofo en la era positiva Hemos notado que, para Comte, una de las principales funciones de la filosofía es la de conseguir la unificación o síntesis de las ciencias. Parte de esta tarea se cumple en la clasificación sistemática de las ciencias de que acabamos de tratar en la última sección. Pero Comte habla también de una síntesis doctrinal o de una unificación del conocimiento científico. Y aquí surge la cuestión de cómo haya de entenderse esta síntesis doctrinal. La meta de la ciencia es coordinar fenómenos de un determinado tipo mediante la formulación de leyes descriptivas, tales como la ley de la gravedad en la física newtoniana. A primera vista, pues, puede parecer que, por lo tanto, la meta de la filosofía en el estadio positivo de su desarrollo habrá de ser coordinar todos los fenómenos en términos de una única ley. Es decir, quizá parezca seguirse que la filosofía positiva debiera aspirar a hacer ver que las leyes más generales de las ciencias particulares pueden derivarse de una ley omnicomprensiva, o que la presuponen. Sin embargo, Comte rechaza explícitamente esta manera de concebir la función de la filosofía. "De acuerdo con mi profunda convicción personal, considero estos intentos de lograr la explicación universal de todos los fenómenos por medio de una única ley evidentemente quiméricos, aun cuando tales intentos los hagan las inteligencias Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit más competentes. Creo que los medios de que dispone el entendimiento humano son demasiado débiles y el universo es demasiado complejo como para que semejante perfección científica podamos alcanzada nunca [...]." Podemos unificar las ciencias en el sentido de que podemos hallar un método que esté en la base de sus diferentes procedimientos; pero no podemos lograr una unificación doctrinal en el sentido arriba mencionado. Esto quiere decir, de hecho, que una síntesis doctrinal no podemos lograrla siguiendo un método "objetivo", ampliando el proceso de coordinar fenómenos que es común a todas las ciencias, hasta el punto de reducir todas las leyes a una ley. Pero sí que podemos lograr una síntesis doctrinal siguiendo un método "subjetivo", es decir, viendo las ciencias en sus relaciones con la humanidad, con las necesidades del hombre como ser social. Lo cual significa que el principio sintetizador hay que buscado en la sociología. Una vez que ha surgido la ciencia del hombre, si miramos hacia atrás veremos el desarrollo de la ciencia como un progreso desde la consideración de los fenómenos no humanos a la consideración de los fenómenos humanos, como un movimiento desde el mundo externo hasta el hombre mismo. Podemos, pues, unificar las ciencias desde el punto de vista del sujeto, cuando el sujeto es ya la humanidad en general y no el sujeto individual de la epistemología. Claro que Comte no sugiere con esto que la sociología pueda ni deba absorber a todas las demás ciencias. Lo que sugiere es que la sociología, teniendo como tiene por materia de su estudio al hombre en sociedad, ofrece el principio organizativo para la unificación del conocimiento científico, a saber, la idea de la humanidad y de sus necesidades. Desde el punto de vista histórico, la sociología ha sido la última ciencia que ha aparecido en escena. Pero una vez que la teoría sociológica se ha liberado de las creencias teológicas y de las suposiciones éticas y ha alcanzado el estadio positivo de su desarrollo, tenemos derecho, por así decirlo, a invertir el orden histórico y a dar la supremacía al punto de vista humano o "subjetivo". Si se trataba de obtener conocimiento científico, objetivo, el punto de vista subjetivo había de ser despreciado. Pero cuando las ciencias básicas, incluida la sociología, se han establecido firmemente como disciplinas científicas, cabe seguir la política de unificadas en términos de sus diversas relaciones con las necesidades humanas in que disminuya por ello su objetividad científica, mientras que en una 182 etapa anterior esta política habría sido perjudicial para el avance de las ciencias. Ahora bien, la filosofía positiva no aspira simplemente a realizar una unificación teórica de las ciencias. Tiene también una meta práctica. Comte se refiere a "la inmensa revolución social en medio de la cual estamos viviendo y respecto a la cual todas las revoluciones precedentes no han sido otra cosa que un preliminar necesario". Se requiere una reorganización de la sociedad. Pero esta tarea no puede llevarse a cabo sin un conocimiento de las leyes de la sociedad tales como las formula la sociología. Sin el conocimiento de las leyes que coordinan los fenómenos de la naturaleza, el hombre no puede controlar ni moldear con eficacia su entorno natural. Semejantemente, sin el conocimiento de las leyes relativas al hombre en sociedad, no podemos promover ni conseguir una eficaz renovación progresiva de la sociedad. Esta reorganización social es la meta práctica de la síntesis "subjetiva" de las ciencias, de su unificación concebida en términos de sus relaciones con la humanidad y las necesidades de ésta. 5. La ciencia del hombre: estática y dinámica sociales La sociología o física social presupone, según Comte, las demás ciencias básicas, y es la culminación y el desarrollo de la ciencia y la especial contribución del estadio positivo al avance intelectual del hombre. Se divide en estática social y dinámica social. La estática social estudia las leyes generales 'de la existencia común a las sociedades humanas, es decir, las condiciones esenciales de la solidaridad social. La dinámica social estudia las leyes del movimiento o desarrollo de las sociedades, las leyes del progreso social. En opinión de Comte, la estática social "constituye el nexo directo entre la ciencia definitiva y la totalidad de las ciencias preliminares, sobre todas ellas la biología, de la que parece ser aquélla inseparable". La estática social es presupuesta por y tiende hacia la dinámica social, cuyas leyes se nos dice que se aplican ante todo a la política, mientras que las de la estática social "pertenecen más bien a la moral". La sociología en su conjunto, es decir, comprendiendo la estática social y la dinámica social, concibe "el progreso como el desarrollo gradual del orden", y también "representa el orden como manifestado por el progreso". Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit La estática social halla la base de la sociedad en la naturaleza del hombre como ser social y pone de manifiesto que en toda sociedad ha de haber división del trabajo y coordinación de los esfuerzos humanos con miras a realizar un propósito común. Evidencia asimismo la necesidad y la naturaleza fundamental del gobierno. Por lo tanto, la estática social versa primordialmente sobre el elemento del orden que es esencial a toda sociedad; y en este campo Aristóteles hizo una notable contribución al pensamiento. Pero, si bien el orden es esencial a toda sociedad, el resultado de canonizar una forma dada de organización social es la petrificación. El grave defecto de los utopistas como Platón consistió en representar una forma posible de organización social como la única forma ideal del orden. Ciertamente, aun "la más poderosa inteligencia de toda la antigüedad, el gran Aristóteles, estuvo tan dominada por su siglo que fue incapaz de concebir una sociedad que no estuviera necesariamente basada en la esclavitud [...]". La idea de orden es, pues, insuficiente. Se requiere también la idea de progreso. Y ésta se estudia en la dinámica social. Sin embargo, Comte insiste en la íntima conexión que se da entre la estática social y la dinámica social. El orden sin progreso o desarrollo acaba en petrificación o en decadencia; pero el cambio sin orden suele equivaler a anarquía. Hemos de ver en el progreso la actualización de la tendencia dinámica inherente al orden social. "El progreso sigue siendo siempre el simple desarrollo del orden", y esto significa que el orden social asume diferentes formas sucesivas. El progreso es "oscilante" en el sentido de que incluye casos de retardamiento y hasta de retroceso como momentos del movimiento general de avance. Ya hemos hecho notar que Comte alaba la contribución de Aristóteles a la estática social. En el campo de la dinámica social rinde tributo a Montesquieu. "Es a Montesquieu a quien debemos atribuir el primer gran esfuerzo directo por tratar la política como una ciencia de hechos y no de dogmas." Pero, lo mismo que Aristóteles, también Montesquieu tuvo fallas: no consiguió liberar su pensamiento de la metafísica; ni entendió propiamente la necesaria sucesión de diferentes organizaciones políticas, y atribuyó exagerada importancia a las formas de gobierno. Para encontrar un avance auténtico debemos parar mientes en Condorcet, que fue el primero que vio con claridad que "la civilización se halla sometida a un avance progresivo, cuyos 183 estadios están rigurosamente eslabonados entre sí por leyes naturales que puede revelar la observación filosófica del pasado [...]". Sin embargo, ni siquiera Condorcet entendió bien la naturaleza de los sucesivos estadios o épocas. Fue Comte mismo quien aportó esta comprensión. Según Comte, "la característica fundamental de la filosofía positiva es considerar que todos los fenómenos están sometidos a invariables leyes naturales". La expresión "todos los fenómenos" incluye naturalmente los fenómenos humanos. No pretende Comte que la coordinación de los fenómenos humanos mediante la formulación de leyes haya alcanzado igual grado de desarrollo en la sociología que el que ha alcanzado en algunas otras ciencias. Pero, así y todo, sostiene que el filósofo deberá considerar los fenómenos humanos como capaces de ser subsumidos bajo leyes. Esto quiere decir, de hecho, que las sucesivas formas de organización político-social deben correlacionarse con los sucesivos estadios del desarrollo intelectual del hombre. Según hemos visto, Comte opina que en la época teológica la sociedad era necesariamente una sociedad militar, organizada para la lucha y la conquista, y la industria no era más que lo que se requería para el mero mantenimiento de la vida humana. En la fase metafísica, que fue un período de transición, la sociedad se hallaba también .en un estado de transición "no ya francamente militar, ni todavía francamente industrial”. En el estadio positivo la sociedad está organizada con miras a la producción, y es por naturaleza una sociedad pacífica, orientada al bien común. En fin, estos tres modos sucesivos de actividad humana, "la conquista, la defensa y el trabajo", "corresponden exactamente a los tres estadios de la inteligencia: ficción, abstracción y demostración. De esta correlación básica se deriva ante todo la explicación general de las tres edades naturales de la humanidad". Pero el hombre no es simplemente un ser intelectual y activo. Está caracterizado también por el sentimiento. "En toda existencia normal domina-constantemente el afecto sobre la especulación y la acción, aunque la intervención de éstas es indispensable para que tal existencia sea capaz de sufrir y modificar las impresiones externas." El hombre tiene, por ejemplo, un instinto o sentimiento social. En la antigüedad, este instinto estuvo dirigido hacia la ciudad (la polis), y en la Edad Media halló expresión en varios tipos de corporaciones. En la época positiva o industrial, el instinto social, bajo la influencia de los unificantes factores que son la Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit ciencia y la industria, tiende a adoptar la forma de amor a la humanidad en general. Esta idea le proporciona a Comte una base para asegurar que la tercera forma fundamental de la organización social es intrínsecamente pacífica. Apenas hay que decir que así como Comte trata de conciliar su teoría de los tres estadios del desarrollo intelectual del hombre con hechos que parecen contrarios a la teoría, así también intenta conciliar con su explicación de las formas correlativas de organización social aquellos hechos históricos que podrían citarse como pruebas contra la verdad de su explicación. Por ejemplo, si se apela a la evidencia para mostrar que hasta las naciones más industrializadas pueden incurrir en acciones militares agresivas, Comte replica que es porque el proceso de industrialización comienza y se desarrolla cuando todavía siguen influyendo los modos de pensar y sentir característicos de épocas anteriores. El no pretende que una sociedad en la que se esté desarrollando la industrialización, nunca manifieste un espíritu agresivo o nunca se lance a la guerra. Lo que él afirma es que, a medida que la sociedad industrial vaya llegando a la madurez, la unificación de la humanidad, promovida por el común conocimiento científico y por la industrialización, dará como resultado, bajo la guía de una élite científica, una sociedad pacífica en la que las diferencias serán dirimidas mediante discusión racional. No se le puede, naturalmente, reprochar a Comte que trate de encajar los hechos en el entramado de una hipótesis, siempre y cuando se muestre dispuesto a revisar e incluso abandonar la hipótesis si se prueba su incompatibilidad con los hechos. Pero no está nada claro por qué un aumento de conocimiento científico haya de llevar a un aumento moral en la humanidad, ni por qué una sociedad industrial haya de ser más pacífica que una sociedad no industrializada. Después de todo, Comte no se limita a decir lo que, en su opinión, debería suceder, desde un punto de vista ético; está diciendo lo que sucederá, en virtud de la ley o leyes que rigen el desarrollo del hombre. Y cuesta evitar la impresión de que la ley de los tres estadios tiende a llegar a ser, para Comte, más que una hipótesis falsable, la expresión de una fe o de una filosofía teleológica de la historia, a cuya luz haya que interpretar los datos históricos. 184 Si el proceso histórico es regido por una ley y el futuro es, por lo menos en principio, predecible, surge la pregunta de si queda algún espacio para la planificación social. ¿Qué puede hacer, por ejemplo, una élite científica para influir en la sociedad y en el curso de la historia? Desde un punto de vista, quizá no haya aquí ningún problema particular. Como dijimos, Comte insiste en que, si bien todas las ciencias coordinan fenómenos subsumiéndolos bajo leyes, estas leyes son .puramente descriptivas. Si halláramos que el hombre pudiera producir en el mundo físico efectos que fuesen incompatibles con las leyes físicas aceptadas hasta aquí, revisaríamos obviamente las leyes en cuestión. Las leyes, como generalizaciones descriptivas, son en principio revisables. De parecido modo, en cuanto atañe a la teoría por él profesada sobre las leyes científicas, Comte podría mantener perfectamente bien que las leyes de la sociología son susceptibles de falsación y, por lo tanto, revisables en principio. Una ley podría ser falsada por la acción humana. Sin embargo, cuando se trata de la ley de los tres estadios, Comte tiende a hablar como si fuese inviolable y como si la sociedad hubiese de desarrollarse de la forma indicada por esta ley haga el hombre lo que haga. Surge, pues, inevitablemente la pregunta de si tiene así algún sentido pedir una planificación social a cargo de una élite de científicos. Comte es plenamente consciente de la necesidad de responder a esta pregunta. Y arguye que no hay ninguna incompatibilidad entre la idea de que todos los fenómenos se rigen por leyes y la idea de la planificación y el control por el hombre. Al contrario, el poder del hombre de modificar toda suerte de fenómenos sólo puede ejercerse si hay "un real conocimiento de sus respectivas leyes naturales". Pongamos un ejemplo del mundo moderno: el conocimiento de las leyes físicas relevantes es una condición esencial para explorar con éxito el espacio. Asimismo, el conocimiento de las leyes de la conducta humana es condición esencial para una planificación social inteligente y eficaz. Según Comte, los fenómenos sociales son más complejos que los fenómenos físicos, y esto significa que las leyes formuladas en sociología son menos precisas que las leyes físicas, menos susceptibles que éstas de formulación matemática. No obstante, la formulación de leyes en sociología permite la predicción. Pues los fenómenos sociales son "tan predecibles como todos los demás tipos de fenómenos, dentro de los límites de precisión compatibles con su mayor complejidad". Y así, lejos de ser incompatible con la Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit planificación social, la predictibilidad es condición esencial para ella. Esto parecerá, sin duda, bastante sensato. Pero, de hecho, no responde del todo a la pregunta de en qué medida puede afectar la acción humana al curso de la historia. A tal pregunta responde Comte haciendo una distinción: El hombre no puede alterar el orden de los sucesivos estadios del desarrollo histórico; pero la acción o la inacción humana sí que puede acelerar o retardar este desarrollo. La emergencia del estadio positivo del pensamiento y de la correspondiente forma de sociedad es necesaria, siendo el hombre lo que es; pero el desarrollo de la sociedad industrial puede ser acelerado mediante una planificación inteligente. Porque los fenómenos sociales son, "por su naturaleza, al mismo tiempo los más modificables de todos y los que tienen mayor necesidad de ser modificados útilmente según las indicaciones racionales de la ciencia". Esta modificabilidad de los fenómenos sociales permite la planificación efectiva; pero lo que en realidad puede lograrse es limitado por lo que, evidentemente, se considera el funcionamiento de una ley inalterable. El desarrollo social es modificable "en su rapidez, dentro de ciertos límites, por un número de causas físicas y morales [...]. Las combinaciones políticas pertenecen al mundo de esas causas. Éste es el único sentido en que le es dado al hombre influir en la marcha de su propia organización" y Ciertamente Comte desea dar cabida a la iniciativa y a la acción humanas. Pero el espacio que les deja es limitado, dada su interpretación de la historia humana como regida por una ley que el hombre no puede alterar mucho más que lo poco que puede alterar las leyes físicas. Y Comte está completamente seguro de conocer la ley que rige el desarrollo de la historia humana. 6. El Gran Ser y la religión de la humanidad. Era firme convicción de Comte que la sociedad debería ser organizada por quienes poseyeran auténtico conocimiento. En esta materia estaba de acuerdo con Platón. Comte hacía escaso uso de la democracia, si se entiende que ésta implica que la voluntad del pueblo, sea cual fuere, ha de prevalecer. Se inclinaba en favor del gobierno paternalista que atiende a procurar el bien común. 185 Así como en la Edad Media se esperaba que los individuos aceptas en la enseñanza de la Iglesia tanto si entendían como si no sus doctrinas y las razones en que se basaban, así también era de esperar que los ciudadanos de la "política positiva" aceptarían los principios sentados por la élite positivista, es decir, por los científicos y los filósofos positivistas. En la sociedad comtiana del futuro, esta élite controlaría la educación y formaría la opinión pública. Sería, de hecho, el equivalente moderno del poder espiritual del Medievo, y el gobierno, extraído de las clases de técnicos dirigentes, sería el equivalente moderno del medieval poder temporal. En el ejercicio de sus funciones el gobierno consultaría (o, por mejor decir, "consultará" dada la ley de los tres estadios) a la élite positivista, a los sumos sacerdotes de la ciencia. Aunque Comte pensaba que el período medieval había sido sustituido por las eras primero metafísica y después positivista, no fue ni mucho menos un despreciador de la Edad Media. Los científicos y los filósofos positivistas ocuparían los puestos del Papa y de los obispos, y los miembros de la clase gestora ejercerían las funciones de los monarcas y de los nobles medievales. Comte comprendió, por supuesto, que la Revolución francesa había venido a acabar con un régimen anticuado que había sido totalmente incapaz de satisfacer las necesidades de la naciente sociedad. Pero simpatizaba poco con la insistencia liberal en los presuntos derechos naturales de los individuos. La noción de que los individuos tuviesen unos derechos naturales independientemente de la sociedad y hasta en contra de ella resultaba extraña a su mentalidad. En su opinión, semejante noción sólo podía provenir de una incomprensión del hecho de que la realidad fundamental es la humanidad y no el individuo. El hombre como individuo es una abstracción. Y la regeneración de la sociedad "consiste sobre todo en sustituir los derechos por deberes, a fin de subordinar mejor la personalidad a la sociabilidad". "A la palabra derecho debería hacérsela desaparecer del verdadero lenguaje de la política tanto como a la palabra causa del verdadero lenguaje de la filosofía. Dicho de otro modo; nadie posee otro derecho que el de cumplir siempre su deber. Sólo así podrá finalmente subordinarse la política a la moral, conforme al admirable programa de la Edad Media." En la época positiva la sociedad garantizará, sin duda, ciertos" derechos" al individuo, pues esto se requiere para el bien común. Pero tales derechos no existen independientemente de la sociedad. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Comte no quiere dar a entender, naturalmente, que la sociedad positiva vaya a caracterizarse por la opresión de los individuos por el gobierno. Lo que quiere decir es que, a medida que se desarrolle la nueva sociedad, la idea del cumplimiento de los propios deberes para con la sociedad y de que hay que velar ante todo por los intereses de la humanidad, prevalecerá sobre la concepción según la cual la sociedad existe para servir a los intereses de los individuos. En otras palabras, confía en que el desarrollo de la sociedad industrial, cuando se organice propiamente, irá acompañado de una regeneración moral que implicará la sustitución de los intereses particulares de los individuos por el exclusivo interés en el bienestar de la humanidad. Bien podemos pensar que hay aquí algo de exagerado optimismo. Pero éste consiste, no en que Comte espere la regeneración moral, sino más bien en su confianza en que tal regeneración irá inevitablemente acompañada del desarrollo de una sociedad que se basará en la ciencia y en la industria. Cuando lo cierto es que no se ve nada claro por qué tengan que suceder así las cosas. Sea de ello lo que fuere, es indudable que, para Comte, la forma más alta de la vida moral la constituyen el amor y el servicio a la humanidad. En la fase positiva del pensamiento, la humanidad pasa a ocupar el puesto que le correspondía a Dios en el pensamiento teológico; y el objeto del culto positivista es "el Gran Ser" (le Grand Etre), la Humanidad. Ciertamente, la humanidad no posee todos los atributos que en tiempos se predicaron de Dios. Por ejemplo, mientras que al mundo se le concebía como creación de Dios y como dependiendo de él, la humanidad está "siempre sujeta a la totalidad del orden natural, del que constituye sólo el elemento más noble".Sin embargo, la "necesaria dependencia" del Gran Ser no afecta a su relativa superioridad. Y Comte elabora un sistema religioso basado, en el fondo, en el catolicismo en que él se había criado. Así, el positivismo tendrá sus santos (los grandes bienhechores de la humanidad), sus templos, sus imágenes, su conminación de los principales enemigos de la humanidad, su conmemoración de los difuntos, sus sacramentos sociales, y así sucesivamente. John Stuart Mill, que simpatizaba con la actitud positivista general de Comte, criticó con agudeza el modo en que el pensador francés aspiraba a someter a la gente a los rigores de una religión dogmática expuesta por los filósofos positivistas. Objetaba también 186 Mili que la religión positivista de Comte no tenía ninguna conexión orgánica con su pensamiento genuinamente filosófico, sino que era un añadido superfluo y, a decir verdad, repugnante. Estos dos puntos críticos se pueden, desde luego, separar. Vale decir, podemos muy bien considerar repugnante lo que refiriéndose al de Comte describiría T. H. Huxley como un catolicismo sin cristianismo, y no por ello suscribir necesariamente la opinión de Mili según la cual la religión comtiana no tenía conexión orgánica con el positivismo. De hecho), esta opinión se ha discutido. Pero, pese a lo que digan los críticos de Mili, hay un sentido importante en el que su acusación parece plenamente justificada. Pues la idea de que a la teología y a la metafísica les ha sucedido la ciencia, y que sólo ésta nos da conocimiento auténtico y útil, no contiene la elevación de la humanidad a objeto de culto religioso ni tampoco el establecimiento de un elaborado culto religioso. La religión positivista de Comte, que influyó en bastantes de sus discípulos y llegó al establecimiento de una Iglesia positivista, no es consecuencia lógica de una teoría positivista del conocimiento. Al mismo tiempo, puede ciertamente argüirse que hay una conexión psicológica entre la filosofía positivista de Comte y su religión de la humanidad. Parece acertado decir que Comte coincidía con los tradicionalistas en creer que hacía falta una regeneración moral y religiosa de la sociedad. Pero, como creía también que Dios era una ficción, tenía que buscar en alguna otra parte un objeto de devoción. Y pensando, como pensaba, que la realidad social básica era la humanidad más bien que los distintos individuos por separado, y que éstos solamente podían trascender el egoísmo dedicándose al servicio de la humanidad, se comprende que en su Gran Ser encontrara un sustituto de lo que fue en la Edad Media el centro de la devoción y del culto. Poner de realce el servicio a la humanidad no implica, por cierto, que se establezca. ningún culto religioso. Pero, evidentemente, Comte pensaba que en la sociedad moderna la función unificante y elevadora desempeñada en otros tiempos por la creencia en Dios sólo podía cumplirla una devoción religiosa a la humanidad. Siendo así, pues, que Mili tiene sin duda razón al asegurar que una teoría positivista del conocimiento no implica la religión de la humanidad, vale la pena que recordemos que a Comte no sólo le interesaba una teoría del conocimiento, sino también la regeneración social, y que su religión positivista, por muy extravagante que parezca, era para él uno de los factores de tal regeneración. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Viene aquí, empero, al caso preguntar si cuando habla del Gran Ser no está recayendo Comte en el estadio del pensamiento metafísico tal como él lo concebía. Seguramente estaría dispuesto a admitir que el Gran Ser sólo actúa a través de los individuos. Pero parece claro que, para que se la pueda considerar como objeto propio de culto por los individuos, la humanidad tiene que ser hipostasiada, concebida como una totalidad que sea algo más que la sucesión de los seres humanos individuales. Comte habla de "un ser inmenso y eterno, la Humanidad". Quizá no haya que tomar demasiado en serio tales frases. Podría entenderse que expresan una esperanza de que la humanidad no será, de hecho, destruida por las "fatalidades cosmológicas" que amenazan con extinguirla. Pero, a la vez, está claro que la humanidad, como objeto de culto común, llega a ser una abstracción hipostasiada y, con ello, un ejemplo del estadio metafísico del pensamiento tal como lo describió Comte. Este aspecto de la cuestión es ilustrado por lo que Comte dice acerca de la inmortalidad. En algunos pasajes habla de la existencia continuada "en el corazón y en la mente de los demás"; pero cuando habla de que nuestra naturaleza necesita "ser purificada por la muerte". Y de que el hombre se convierte en "órgano de la humanidad" en la segunda vida, parece que esté contemplando a la humanidad como una entidad persistente irreducible a la sucesión de los seres humanos que viven en este mundo. La cuestión puede plantearse así: En el positivismo clásico de Comte, en cuanto distinto del positivismo lógico de nuestro siglo XX, no desempeña una función destacada la noción de carencia de sentido. Según hemos visto, Comte queda defender al positivismo de la acusación de ateísmo. Él no sostuvo dogmáticamente que no hubiese Dios. La tesis que en general adoptó fue la de que la idea de Dios se ha ido convirtiendo cada vez más en mera hipótesis no verificada, a medida que el hombre ha ido sustituyendo las explicaciones teológicas de los fenómenos por explicaciones científicas. Pero también se podría inferir, partiendo de algunas de las cosas que dice, que una hipótesis inverificable carecería en absoluto de significación clara. Hay ocasiones en las que esta opinión la sostiene de un modo explícito. Por ejemplo, asegura que "ninguna proposición que no sea reducible en definitiva a la simple enunciación de un hecho, ya sea particular o general, puede ofrecer sentido alguno realmente inteligible". Pues bien, de hacer hincapié en asertos como éste, resultaría difícil mantener que la tesis del Gran Ser (la Humanidad) objeto de culto y de devoción 187 religiosa tuviese algún sentido o significación real y claramente inteligible. Pues si el Gran Ser es reducible a los fenómenos y a las relaciones entre éstos, la religión de la humanidad se convierte en algo sumamente extraño. La religión positivista de Comte requiere que al Gran Ser se le considere como una realidad irreducible a una mera colección de hombres y mujeres individuales. De ahí que, al proponer su religión, parezca deslizarse otra vez Comte hacia la mentalidad del estadio metafísico, si no, inclusive, hacia la del teológico. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 188 SPENCER HISTORIA DE LA FILOSOFÍA TOMO VIII Frederick Copleston 1. Vida y obras En 1858, el año anterior a la publicación de El origen de las especies de Darwin, Herbert Spencer esbozaba el proyecto de un sistema que iba a tener por base la ley de la evolución o, como él la llamó, la ley del progreso. Spencer es uno de los pocos pensadores ingleses que deliberadamente se propusieron construir un sistema exhaustivo de filosofía, y también uno de los pocos que alcanzaron en vida una reputación mundial. Spencer supo recoger una idea que flotaba en el aire y a la cual Darwin dio una base empírica en un terreno limitado, y convertida en la idea clave de una visión sinóptica del mundo y de la vida y la conducta humanas, visión optimista que parecía querer justificar la fe del siglo XX en el progreso humano y que convirtió a Spencer en uno de los mayores profetas de su época. Si bien Spencer sigue siendo una de las grandes figuras de la época victoriana, hoy da la impresión de ser uno de los filósofos más anticuados. Al contrario de Mill, cuyos escritos siguen siendo objeto de estudio, se esté de acuerdo o no con las ideas en ellos expresadas, Spencer es poco leído en nuestra época. No sólo porque la idea de la evolución se ha convertido en moneda corriente y ya no despierta gran interés, sino más bien porque después de los tremendos desastres del siglo XX se hace difícil comprender que la hipótesis científica de la evolución, por sí misma, pueda suministrar una base adecuada para esa fe optimista en el progreso humano que fue, en general, un elemento característico del pensamiento de Spencer. Por una parte, el positivismo ha cambiado su carácter y evita las nociones del mundo explícitas y exhaustivas. Por otra parte, los filósofos que creen que el curso de la evolución es, en un sentido real, favorable al hombre, generalmente recurren a teorías metafísicas ajenas al pensamiento de Spencer. Más aún, en tanto Mill no sólo se interesó por muchos problemas que todavía merecen la atención de los filósofos ingleses, sino que incluso los trató; en una forma que aún hoy se considera relevante, Spencer se destacó más por su: investigación a gran escala de una idea central que por análisis detallados. Pero aunque el pensamiento de Spencer esté tan íntimamente unido a la época victoriana que difícilmente pueda hablarse de él como de una influencia viviente hoy en día, no cabe duda de que fue uno de los principales representantes del siglo XIX. No se le puede, pues, pasar en silencio. Herbert Spencer nació en Derby el 27 de abril de 1820. Si Mill empezó a estudiar griego a los tres años, Spencer reconoce que sus conocimientos de latín y griego a los trece no eran extraordinarios. No obstante, a los dieciséis tenía ya ciertos conocimientos de matemáticas; y después de algunos meses de maestro en Derby, entró como ingeniero civil en la Birmingham Gloucester Railway. Al completarse la línea en 1841, Spencer fue despedido. "Recibí el despido con mucha alegría", dice en su diario. Pero aunque en 1843 se trasladó a Londres para empezar una carrera literaria, volvió por poco tiempo al servicio de los ferrocarriles e incluso probó fortuna como inventor. En 1848 Spencer fue nombrado subdirector del Economist y trabó amistad con G. H. Lewes, Huxley, Tyndall y George Eliot. Con Lewes en particular discutió la teoría de la evolución; entre los artículos anónimos que escribió para: el Leader de Lewes, se halla uno sobre "The Development Hypothesis" ("hipótesis del desarrollo"), donde se exponía, en líneas lamarckianas, la idea de la evolución. En 1851 publicó Social Statics (Estática social) y en 1855, y a su cargo, The Principies of Psychology (Los principios de la psicología). Por esta época empezó a preocuparle seriamente su estado de salud, y realizó varios viajes a Francia, donde conoció a Auguste Comte. Sin embargo, pudo todavía publicar una colección de ensayos en 1857. A principios de 1858, Spencer redactó un esquema de A System of Synthetic Philosophy (Sistema de filosofía sintética) cuyos prospectos, distribuidos en 1860, auguraban diez volúmenes. First Principies (Primeros principios) apareció en un volumen en 1862, y The Principies of Biology (Los principios de la biología) en dos volúmenes en 1864-1867. Los principios de la Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit psicología, publicados primero en un volumen en 1855, aparecieron en dos volúmenes en 1870-1872, en tanto, los tres volúmenes de The Principies of Sociology (Los principios de la sociología) se publicaron en 1876-1896. The Data of Ethics (Los datos de la ética, 1879) se incluyeron más tarde, junto con otras dos partes, en el primer volumen de The Principies of Ethics (Los principios de la ética, 1892); el segundo volumen de este trabajo (1893) lo formó Justice (La justicia, 1891). Spencer publicó también nuevas ediciones de varios volúmenes del Sistema. Por ejemplo, la sexta edición de Primeros principios apareció en 1900, mientras una edición corregida y aumentada de Los principios de la biología se publicó en 1898-1899. El Sistema de filosofía sintética de Spencer constituyó una hazaña notable llevada a cabo a pesar de su deficiente salud y de problemas económicos serios, al menos al principio. Intelectualmente fue un autodidacta, y la elaboración de su gran obra le significó tener que escribir sobre una serie de temas que de hecho nunca había estudiado. Tuvo que recoger datos de distintas fuentes, e interpretarlos luego a la luz de la idea de la evolución. En cuanto a la historia de la filosofía, casi todo su conocimiento se reducía a fuentes de segunda mano. De hecho, más de una vez intentó leer la primera Crítica de Kant; pero al llegar a la doctrina de la subjetividad del espacio y el tiempo, abandonaba el libro. Nunca supo apreciar o comprender demasiado puntos de vista que no fueran los suyos. Sin embargo, si no hubiera practicado lo que podríamos llamar una severa economía del pensamiento, es probable que no hubiera completado nunca la tarea que él mismo se impuso. De las restantes publicaciones de Spencer podemos citar: Education (La educación, 1861), libro de pequeñas dimensiones, pero que tuvo gran éxito; The Man Versus the State (El hombre frente al Estado, 1884), polémica vigorosa contra lo que el autor consideraba la amenaza de la esclavitud; y la Autobiography (Autobiografía, 1904), póstuma. En 1885 Spencer publicó en América The Nature and Reality of Religion (Naturaleza y realidad de la religión), que comprendía una controversia entre el propio Spencer y el positivista Frederic Harrison. Pero la obra fue retirada debido a que Harrison protestó por la reedición de sus artículos sin su permiso, especialmente porque en el volumen se había incluido 189 una introducción de un tal profesor Yeomans, apoyando la posición de Spencer. A excepción del título de miembro del Athenaeum Club (1868), Spencer rechazó sistemáticamente todo tipo de honores. Cuando se le invitó a ocupar la cátedra de filosofía mental y lógica en el University College de Londres, la rechazó; y rechazó también el ingreso en la Royal Society. Parecía querer dar a entender que cuando realmente había necesitado tales ofertas, nadie se las había hecho y que cuando se las hacían ya no le hacían falta, puesto que ya contaba con una reputación. En cuanto a los honores que el gobierno le ofrecía, su oposición a distinciones sociales de este tipo le impedía aceptarlas, sin contar con su enfado por la tardanza de los ofrecimientos. Spencer murió el 8 de diciembre de 1903. Por esa época era totalmente impopular en su propio país, especialmente por su oposición a la "Boer War" (1899-1902), que consideró expresión del espíritu militarista que tanto aborrecía. En el extranjero, sin embargo, se criticó considerablemente la indiferencia inglesa ante la muerte de una de sus principales figuras. Y en Italia el Parlamento suspendió la sesión al recibir la noticia de la muerte de Spencer. 2. La naturaleza de la filosofía y sus conceptos y principios básicos Las reflexiones generales de Spencer sobre la relación entre filosofía y ciencia guardan una gran similitud con las de los positivistas clásicos, como Auguste Comte. Ciencia y filosofía tratan de los fenómenos, es decir, de lo finito, condicionado y clasificable. Es cierto que según Spencer los fenómenos son manifestaciones en la conciencia del Ser infinito, incondicionado. Pero puesto que el conocimiento significa relación y clasificación, en tanto el Ser infinito, incondicional, es por su misma naturaleza único e inclasificable, decir que un Ser tal trasciende la esfera de los fenómenos es decir que trasciende la esfera de lo cognoscible. Así, pues, el filósofo no puede estudiarlo mejor que el científico. Las causas metafenoménicas o "últimas" se encuentran fuera del alcance de la filosofía y de la ciencia. No obstante, si queremos distinguir entre filosofía y ciencia, no podemos hacerlo refiriéndonos sólo a sus objetos, porque ambas Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit actividades se ocupan de los fenómenos. Es preciso recurrir a la idea de los distintos grados de generalización. "Ciencia" es el nombre dado a la familia de las ciencias particulares. y aunque toda ciencia implica generalización (y esto la distingue del saber desordenado de hechos particulares), incluso sus generalizaciones más amplias Son parciales en comparación con las verdades universales de la filosofía, que sirven para unificar las ciencias. "Las verdades de la filosofía, así, guardan, con respecto a las verdades científicas superiores, la misma relación que cada una de éstas guarda con las verdades científicas inferiores. El saber de tipo inferior es un saber no unificado; la ciencia es un saber parcialmente unificado; la filosofía es un saber completamente unificado." Las verdades universales o máximas generalizaciones propias de la filosofía pueden considerarse bien en sí mismas como "productos de la investigación", constituyendo entonces la filosofía general, o bien pueden considerarse según el papel activo que juegan en tanto "instrumentos de investigación", es decir, en tanto verdades a cuya luz investigamos las distintas áreas específicas de los fenómenos, tales como los datos de la ética y de la sociología. Nos referimos en tal caso a la filosofía especial. Los Primeros principios de Spencer están dedicados a la filosofía general, en tanto los siguientes volúmenes del Sistema tratan de las distintas partes de la filosofía especial. Por sí solo, el estudio de Spencer sobre la relación entre ciencia y filosofía, basado en la idea de grados de unificación, parece indicar que, en su opinión, los conceptos básicos de la filosofía derivan, por generalización, de las ciencias particulares. Pero no es ésta la cuestión. Porque Spencer insiste en que hay conceptos e hipótesis fundamentales implicados en cualquier pensamiento. Supongamos que un filósofo decide tomar un dato especial como punto de partida de sus reflexiones, y que imagina que actuando en tal sentido no está presuponiendo ninguna hipótesis. De hecho, la elección de un dato especial implica la existencia de otros datos que el filósofo podía haber escogido. Lo que implica a su vez el concepto de una existencia distinta de la existencia realmente afirmada. Además, no se puede conocer ninguna cosa individual sino en cuanto se parece a otras cosas, en cuanto es clasificable en virtud de un atributo común y se diferencia o es distinta de otras cosas. En resumen, la elección de un dato especial implica una variedad de "postulados desconocidos", que 190 en conjunto constituyen el esbozo de una teoría de la filosofía general. "La inteligencia desarrollada se forma sobre la base de ciertas teorías organizadas y concepciones consolidadas, de las cuales no puede despojarse y sin las cuales no podría dar un paso adelante, al igual que el cuerpo no podría moverse sin la ayuda de sus miembros." No puede decirse que Spencer deje completamente clara su posición. Porque habla de "hipótesis tácitas", "datos no manifiestos” "postulados desconocidos", "ciertas concepciones organizadas y consolidadas" e "intuiciones fundamentales", como si el significado de tales frases no necesitara posterior aclaración y fuera el mismo para todas ellas. Lo que está claro es que no pretende afirmar una teoría kantiana del a priori. Los conceptos e hipótesis fundamentales tienen una base empírica. Y a veces Spencer parece poner en duda la experiencia individual o conciencia. Dice, por ejemplo, que "no podemos menos de aceptar como verdadero el veredicto de la conciencia que nos dice que ciertas manifestaciones son iguales a otras y algunas son distintas de otras". La situación se complica, sin embargo, por el hecho de que Spencer acepta la idea de un a priori relativo, es decir, de unos conceptos e hipótesis que, desde el punto de vista genético, son producto de la experiencia acumulada de la raza, pero que son a priori en relación con un entendimiento individual determinado, en el sentido de que han llegado a él con fuerza de "intuiciones". Las hipótesis básicas del proceso del pensar deben ser tomadas provisionalmente como indiscutibles. Sólo pueden justificarse o adquirir validez por sus resultados, es decir, mostrando su conformidad o congruencia entre la experiencia que lógicamente cabía esperar de tales hipótesis y la experiencia que tenemos en realidad. En efecto, "la afirmación completa de la congruencia viene a ser lo mismo que la unificación total del saber, meta de la filosofía". Así, pues, la filosofía general hace explícitos los conceptos e hipótesis básicos, en tanto la filosofía especial muestra su conformidad con los fenómenos reales en los distintos campos o áreas de la experiencia. Ahora bien, según Spencer "conocer es clasificar, o tomar lo igual y separar lo diferente". Y puesto que la igualdad y la desigualdad son relaciones, podemos decir que todo pensamiento es relacional, que "la relación es la forma universal del pensar". Podemos distinguir, sin embargo, entre dos tipos de relaciones: de Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit sucesión y de coexistencia y cada una de ellas da lugar a una idea abstracta. "El abstracto de todas las sucesiones es el Tiempo. El abstracto de todas las coexistencias es el Espacio." Tiempo y espacio son en realidad formas originales de conciencia en un sentido absoluto. Pero puesto que la generación de tales ideas se produce por una organización de experiencias que se da a lo largo de toda la evolución del entendimiento o de la inteligencia, pueden tener un carácter de a priori relativo, en lo que se refiere a un entendimiento individual determinado. Nuestro concepto de Espacio es fundamentalmente el de una serie de posiciones coexistentes que no ofrecen resistencia alguna. y se deduce por abstracción del concepto de Materia, que en su forma más amplia se entiende como una serie de posiciones coexistentes que ofrecen resistencia. En cambio, el concepto de Materia se deduce de la experiencia de fuerza. Porque" ciertas correlaciones de fuerzas forman el contenido total de nuestra idea de Materia". De igual modo, aunque los conceptos desarrollados de Movimiento encierran las ideas de Espacio, Tiempo y Materia, la conciencia rudimentaria de Movimiento es tan sólo la de "una serie de impresiones de fuerza". Spencer sostiene, sin embargo, que el análisis psicológico de los conceptos de Tiempo, Espacio, Materia y Movimiento muestra que todos ellos se basan en experiencias de Fuerza. y la conclusión es que "llegamos por fin a la Fuerza como a lo último de lo último". El principio de conservación de la materia es en realidad el de conservación de la fuerza. De igual modo, todas las pruebas del principio de continuidad del movimiento "implican el postulado de que la cantidad de Energía es constante", si se entiende por energía la fuerza poseída por la materia en movimiento. y llegamos finalmente al principio de la persistencia de la Fuerza, "que, puesto que es la base de la ciencia, no puede ser formulado por ella", sino que trasciende toda demostración; principio que tiene su corolario en el de la constancia de la ley: la persistencia de ciertas relaciones entre las fuerzas. Puede objetarse que tales principios, como el de conservación de la materia, pertenecen más a la ciencia que a la filosofía. Pero Spencer contesta que son "verdades que unifican fenómenos concretos pertenecientes a todos los dominios de la Naturaleza, y como tal deben formar parte de esa concepción exhaustiva de las cosas que busca la filosofía". Además, si bien la palabra Fuerza 191 corrientemente significa "conciencia de tensión muscular", el sentimiento de esfuerzo que experimentamos cuando ponemos algo en movimiento o nos oponemos a una determinada presión, es un símbolo de la "fuerza absoluta". Y cuando hablamos de la persistencia de la Fuerza, "entendemos en realidad la persistencia de una Causa que trasciende nuestro conocimiento y nuestra concepción". Y cómo se pueda predicar de forma comprensible la persistencia de una realidad incognoscible, tal vez no sea inmediatamente obvio. Pero si la afirmación de la persistencia de la Fuerza significa realmente lo que Spencer dice, se convierte claramente en un principio filosófico, prescindiendo incluso del hecho de que su carácter de verdad universal le permitiría, en cualquier caso, ser contado entre las verdades filosóficas, según el examen spenceriano de la relación entre filosofía y ciencia. 3. La naturaleza de la filosofía y sus conceptos y principios básicos Dichos principios generales, tales la conservación de la materia, la continuidad del movimiento y la persistencia de la fuerza, son componentes de la síntesis que la filosofía quiere alcanzar, mas, sin embargo, no constituyen tal síntesis, aun tomados en conjunto. Porque se requiere una fórmula o una ley que especifique el curso de las transformaciones sufridas por la materia y el movimiento y que sirva así para unificar todos los procesos de cambio examinados por las distintas ciencias particulares. Es decir, si partimos del hecho de que no existen un reposo o una movilidad absolutos, sino que todo objeto está sufriendo un cambio constante, bien porque recibe o pierde movimiento, bien porque cambia el modo de estar relacionadas sus partes, tenemos que afirmar la ley general de la redistribución continua de materia y movimiento. Spencer encuentra lo que busca en lo que él llama indistintamente "fórmula", "ley" o "definición" de la evolución. "La evolución es una integración de materia y una dispersión concomitante de movimiento, durante las cuales la materia pasa de una homogeneidad relativamente indefinida e incoherente a una heterogeneidad relativamente definida y coherente, y durante las cuales el movimiento retenido sufre una transformación paralela." Esta ley puede establecerse deductivamente, por deducción de la persistencia de la fuerza. Puede también establecerse o confirmarse inductivamente. Porque si consideramos el desarrollo Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit de los sistemas solares a partir de la nebulosa, o el de los cuerpos vivos de organización y complexión superior a partir de los organismos primitivos, o el de la vida psicológica del hombre, o el del desarrollo del lenguaje, o la evolución de la organización social, en todas partes encontramos un paso de lo relativamente indefinido a lo relativamente definido, de la incoherencia a la coherencia, junto con un movimiento de diferenciación progresiva, un movimiento de la homogeneidad relativa a la heterogeneidad relativa. por ejemplo, en la evolución del cuerpo vivo vemos una progresiva diferenciación estructural y funcional. Pero esto no es más que una parte de la explicación. Porque la integración de la materia va acompañada de una dispersión de movimiento. y el proceso evolutivo tiende a un estado de equilibrio, a un balance de fuerzas que se logra por disolución o por desintegración. por ejemplo, el cuerpo humano dispersa y pierde energía, muere Y se desintegra; toda sociedad pierde su vigor y decae; y el calor del sol se disipa gradualmente. Spencer se guarda bien de decir que podamos extender legítimamente lo que es cierto de un sistema relativamente cerrado a la totalidad de las cosas, al universo como conjunto. N o podemos, por ejemplo, deducir con certeza del desgaste (por decirlo así) de nuestro sistema solar, el desgaste del universo. y, por lo que sabemos, parece posible que cuando se haya extinguido la vida de nuestro planeta por dispersión del calor solar, se esté desarrollando la vida en alguna otra parte del universo. En resumen, no podemos decir que lo que ocurre en una parte debe ocurrir en el todo. Al propio tiempo, si hay una alternación de evolución y disolución en la totalidad de las cosas, debemos "mantener la idea de que ciertas Evoluciones han llenado un pasado inconmensurable y que otras Evoluciones llenarán un futuro inconmensurable". Y si ésta es la opinión personal de Spencer, podemos decir que ofrece una versión actualizada de ciertas cosmologías griegas primitivas, con sus ideas de un proceso cíclico. En cualquier caso, se da un ritmo de evolución y disolución en las partes, aun cuando no noS sea posible hacer afirmaciones dogmáticas sobre el todo. Y aunque al principio Spencer habla de la ley de la evolución como la ley del progreso, su convicción de que se da una alternación de evolución y disolución sin duda pone un límite a su optimismo. 192 4. La ley general de la evolución: la alternancia de evolución y disolución El ideal de Spencer de una síntesis filosófica completa exige un estudio sistemático del mundo inorgánico a la luz de la idea de la evolución. E indica Spencer que si tal tema hubiera sido tratado en el Sistema de filosofía, "habría llenado dos volúmenes, uno dedicado a la Astrogenia y otro a la Geogenia". De hecho, sin embargo. Spencer se limita, en la filosofía especial, a la biología, la psicología, la sociología y la ética. Alude, por supuesto, a algunos temas de astronomía, física y química, pero el Sistema no ofrece un tratamiento sistemático de la evolución en el mundo inorgánico. Puesto que limitaciones de espacio nos impiden hacer una recapitulación de todas las partes del sistema de Spencer, me he propuesto prescindir de la biología y la psicología y ofrecer en este apartado algunas notas sobre sus ideas sociológicas y políticas, dedicando el apartado próximo a la ética. El sociólogo estudia el crecimiento, la estructura, las funciones y los productos de las sociedades humanas. La posibilidad de una ciencia sociológica está dada por el hecho de que los fenómenos sociales presentan una relación ordenada de causa a efecto, que permite la predicción; lo cual no queda anulado por el hecho de que las leyes sociales sean estadísticas y las predicciones, en este campo, aproximadas. "Sólo una mitad de la ciencia es ciencia exacta." Lo que se requiere es la posibilidad de generalización, no la exactitud cuantitativa. En cuanto a la utilidad de la sociología, Spencer sostiene, de un modo un tanto vago, que si es posible percibir un orden en los cambios estructurales y funcionales por los que pasa la sociedad, "el conocimiento de tal orden difícilmente dejará de influir en nuestros juicios sobre lo que es progresivo y retrógrado, lo que es deseable, lo que es factible, lo que es utópico". Al considerar la lucha por la existencia en el proceso evolutivo general, encontramos analogías evidentes entre las esferas inorgánica, orgánica y superorgánica (social). El comportamiento de un objeto inanimado depende de las relaciones entre sus propias fuerzas y las fuerzas externas a las que se encuentra expuesto. De igual modo, el comportamiento de un cuerpo orgánico es el resultado de las influencias combinadas de su naturaleza intrínseca y su ambiente, sea éste inorgánico u Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit orgánico. Además, toda sociedad humana "manifiesta una serie de fenómenos atribuibles al carácter de sus individuos y a las condiciones en las que éstos existen". Sin duda es cierto que ambos grupos de factores, intrínsecos y extrínsecos, no permanecen estáticos. Por ejemplo, el poder humano -físico, emotivo e intelectual- se ha desarrollado a lo largo de la historia, mientras la sociedad en desarrollo ha producido cambios notables en su ambiente orgánico e inorgánico. Además, los productos de la sociedad en desarrollo -sus instituciones y creaciones culturales- son causa de nuevas influencias. Más aún: cuanto más se desarrollen las sociedades humanas, tanto más reaccionarán la una frente a la otra, es decir, el factor superorgánico tendrá aún mayor importancia. Pero, a pesar de la complejidad creciente de la situación, en las tres esferas es discernible análoga influencia recíproca de fuerzas intrínsecas y extrínsecas. Aunque hay una continuidad entre las esferas inorgánicas, orgánicas y superorgánicas, se da también una discontinuidad. Si se da una similitud, se da también una desigualdad. Consideremos, por ejemplo, la idea de la sociedad como organismo. Como en el caso del cuerpo orgánico en el sentido propio del término, el crecimiento de la sociedad va acompañado de una progresiva diferenciación de estructuras, que desembocan en una progresiva diferenciación de funciones. Pero este punto de semejanza entre el cuerpo orgánico y la sociedad humana constituye también un punto de discrepancia entre ambos y el cuerpo inorgánico. Porque, según Spencer, las acciones de las distintas partes de un objeto inorgánico no pueden considerarse propiamente funciones. Además, hay una diferencia importante entre el proceso de diferenciación en un cuerpo orgánico y el mismo proceso en el organismo social. Porque en el último no encontramos ese tipo de diferenciación que en el primero da lugar a la conversión de una sola parte en el órgano de la inteligencia, Y de otras partes en órganos sensoriales, mientras que otras no se convierten. En el cuerpo orgánico "la conciencia se concentra en una pequeña parte del total", en tanto en el organismo social "está difundida por todo el conjunto: todas las unidades son capaces de felicidad y miseria, si no en igual grado, por lo menos en grados aproximados". 193 Un defensor entusiasta de la interpretación de la sociedad política como organismo podría, por supuesto, tratar de encontrar analogías específicas entre la diferenciación de funciones en el cuerpo orgánico y en la sociedad. Pero esto le llevaría a decir, por ejemplo, que el gobierno es análogo al cerebro y que las demás partes de la sociedad deberían dejar al gobierno la función de pensar y limitarse a obedecer sus decisiones. y éste es precisamente el tipo de conclusión que Spencer quiere evitar. Insiste, pues, en la relativa independencia de los miembros individuales de la sociedad política y niega el argumento de que la sociedad sea un organismo en el sentido de que sea algo más que la suma de sus miembros y posea un fin distinto de los fines de sus miembros. "Y así, puesto que no existe un sensorio social, no debe buscarse el bienestar del conjunto, considerado aparte del de sus miembros. La sociedad existe para el bien de sus miembros; no los miembros para el bien de la sociedad." En otras palabras, podemos decir que las piernas y los brazos existen para el bien de todo el cuerpo, pero en el caso de la sociedad hay que decir que el todo existe para las partes. La conclusión de Spencer, en cualquier caso, es clara. Y aun cuando sus argumentos a veces son oscuros y complicados, queda claro que en su opinión la analogía de un organismo, aplicada a la sociedad política, no sólo lleva a conclusiones falsas, sino que es peligrosa. La situación es, de hecho, la siguiente: la decisión de Spencer de aplicar la idea de la evolución a todos los tipos de fenómenos le lleva a hablar de la sociedad política del Estado como de un superorganismo. Pero puesto que es un decidido defensor de la libertad individual contra las exigencias y los abusos del Estado intenta extirparle a tal analogía su aguijón, indicando las diferencias esenciales entre el cuerpo orgánico y el cuerpo político. Y lo hace sosteniendo que si bien el desarrollo político es un proceso de integración, en el sentido de que los grupos sociales crecen y las voluntades individuales se funden entre sí, es también un paso de la homogeneidad a la heterogeneidad, de forma que la diferenciación tiende a aumentar. Por ejemplo, con el progreso de la civilización hacia el moderno Estado industrializado, las diferencias de clases de las sociedades más primitivas tienden -así lo cree Spencer- a convertirse en menos rígidas e incluso a desaparecer. Y ésta es una seña de progreso. La posición de Spencer depende en parte de su tesis de que" el estado de homogeneidad es un estado inestable; y donde hay ya Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit cierta heterogeneidad, se tiende a una heterogeneidad mayor". Atendida esta idea del movimiento evolutivo, evidentemente se sigue que la sociedad cuya diferenciación sea relativamente mayor, estará más desarrollada que aquella en la cual se dé una diferenciación relativamente menor. Al propio tiempo está claro que el punto de vista de Spencer depende también de un juicio de valor, a saber, que la sociedad en la cual la libertad individual esté muy desarrollada es más digna de admiración y de aprecio intrínsecamente que la sociedad en la que haya menos libertad individual. En efecto, Spencer cree que la sociedad que encarne el principio de libertad individual es más digna de sobrevivir que las sociedades que no encarnen tal principio. Y esto puede entenderse como un juicio meramente empírico. Pero, en cualquier caso, yo creo que Spencer considera que el primer tipo de sociedad es más digno de sobrevivir porque su valor intrínseco es mayor. Dejando aparte los estudios de Spencer sobre las sociedades primitivas y su desarrollo, puede decirse que concentra su atención principalmente en la transición del tipo de sociedad militarista o militante al tipo de sociedad industrial. La sociedad militante es básicamente "aquella en la cual el ejército es la nación movilizada en tanto la nación es el ejército en estado no activo, y en la cual, por lo tanto, el ejército y la nación tienen una estructura común".No cabe duda de que tal tipo de sociedad puede experimentar un cierto desarrollo. Por ejemplo, el líder militar llega a ser la cabeza civil o política, como en el caso del emperador romano; ya la larga, el ejército se convierte en una rama profesional especializada de la comunidad, en lugar de coincidir con la población masculina adulta. Pero en la sociedad militante en general la integración y la cohesión son elementos dominantes. El fin primordial es la protección de la sociedad, en tanto la protección de los miembros individuales importa sólo en cuanto es un medio para alcanzar el fin primario. Además, en este tipo de sociedad se exige "una disciplina constante y "la individualidad de cada miembro queda tan subordinada en lo que se refiere a la vida, la libertad y la propiedad, que en gran parte o totalmente es propiedad del Estado". Más aún, puesto que la sociedad de tipo militante tiende a la autosuficiencia, "la autonomía política pretende ir acompañada de la autonomía económica". La Alemania del Nacional Socialismo sin duda hubiera sido, para Spencer, un buen ejemplo del renacimiento de la sociedad de tipo militante en la nueva era industrial. 194 Spencer no niega que la sociedad de tipo militante tenía un papel esencial a jugar en el proceso de evolución considerado como una lucha por la existencia en la cual sobrevive el más apto. Pero sostiene que aunque el conflicto intersocial fue necesario para la formación y crecimiento de las sociedades, el desarrollo de la civilización hace la guerra cada vez más inútil. La sociedad de tipo militante se convierte, así, en un anacronismo, y es necesaria la transición a lo que Spencer llama sociedad de tipo industrial. Lo que no significa que cese la lucha por la existencia, sino que cambia de forma convirtiéndose en "la lucha industrial por la existencia", en la cual tiene más probabilidades de sobrevivir aquella sociedad que produzca "la mayor cantidad de individuos mejores, individuos mejor adaptados a la vida del estado industrial". De este modo Spencer trata de evitar la acusación de que llegado al concepto de sociedad industrial, abandona la idea de lucha por la existencia y de la supervivencia del más apto. Sería un grave error suponer que por sociedad de tipo industrial Spencer entienda simplemente una sociedad en la cual los ciudadanos se ocupen, exclusiva y principalmente, de la vida económica de la producción y la distribución. Porque la sociedad industrial entendida en este estrecho sentido sería compatible con una regulación total del trabajo por el Estado. Y es precisamente este elemento de coacción el que Spencer trata de excluir. En el nivel económico, Spencer se refiere a una sociedad dominada por el principio del laissez faire. Así, desde su punto de vista, los Estados comunista y socialista estarían muy lejos de ejemplificar la esencia de la sociedad de tipo industrial. La función del Estado consiste en mantener la libertad y los derechos individuales y, en caso necesario, juzgar entre derechos antagónicos. No es función del Estado interferir positivamente en las vidas y conducta de los ciudadanos, excepto cuando tal interferencia se requiera para la conservación de la paz interior. Con otras palabras, en la sociedad de tipo industrial ideal, según la interpretación que Spencer da del término, adquieren más importancia los miembros considerados como individuos que la totalidad, la sociedad como conjunto. "Bajo el régimen industrial la individualidad del ciudadano, en lugar de quedar sacrificada a la sociedad, debe ser defendida por ella. La defensa de tal individualidad viene a ser el deber esencial de la sociedad." Es decir, la función cardinal del Estado viene a ser la de juzgar equitativamente los derechos antagónicos de los ciudadanos en Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit tanto individuos y la de impedir la violación de la libertad de un hombre por otro. La tesis de Spencer de la aplicabilidad universal de la ley de evolución evidentemente le obliga a sostener que el movimiento evolutivo tiende al desarrollo del Estado de tipo industrial, considerado por Spencer -de un modo un tanto optimista- como una sociedad esencialmente pacífica. Pero las tendencias del Estado a intervenir y a imponer reglas, manifestadas en las últimas décadas de la vida de Spencer, le indujeron a expresar su temor por lo que él llamó "la próxima esclavitud" y a atacar violentamente cualquier tendencia del Estado o de alguno de sus órganos a considerarse absoluto. "La gran superstición política del pasado fue el derecho divino de los reyes. La gran superstición política del presente es el derecho divino de los parlamentos." Además, "la función del 'liberalismo' en el pasado consistió en limitar los poderes de los reyes. La función del verdadero 'liberalismo' en el futuro será la de limitar los poderes de los 'parlamentos' ". 195 defensa, llevada hasta el extremo, de la política del laissez-faire, puede parecernos excéntrica o, cuando menos, residuo de una perspectiva caduca. Spencer parece no haber entendido, como lo entendió Mill, por lo menos en parte, y como lo entendió más plenamente un idealista como T. H. Green, que la legislación social y la llamada interferencia del Estado pueden muy bien ser requeridas para salvaguardar los legítimos reclamos de todo ciudadano individual a llevar una vida humana decente. Evidentemente, en este decidido ataque a "la próxima esclavitud" Spencer no podía referirse simplemente a la labor automática de cualquier ley de evolución. Sus palabras están claramente inspiradas por una apasionada convicción del valor de la libertad y de la iniciativa individuales, convicción que es reflejo del carácter y temperamento de un hombre que jamás y en ninguna época de su vida se inclinó ante la autoridad constituida por el simple hecho de serlo. Y es un hecho digno de mención que Spencer extendió su ataque a lo que él consideraba abusos del Estado con respecto a la libertad privada, hasta el punto de condenar la legislación de las fábricas, la inspiración sanitaria de los oficiales del gobierno, la administración estatal de Correos, la ayuda estatal al pobre y la educación estatal. No es preciso decir que no condenaba la reforma como tal, ni la caridad ni la existencia de hospitales y escuelas. Pero insistió siempre en que tales proyectos debían organizarse voluntariamente, oponiéndose a la acción, la administración y el control del Estado. Con pocas palabras, su ideal era una sociedad en la cual, como él decía, el individuo lo fuera todo y el Estado nada, en oposición a la sociedad de tipo militante en la 'cual el Estado lo es todo y el individuo nada. Al propio tiempo, la aversión de Spencer por la legislación social (la cual hoy en día se da por asegurada por la vasta mayoría de ciudadanos en Gran Bretaña), no debe oscurecernos el hecho de que Spencer, al igual que Mill, vio los peligros de la burocracia y de cualquier exaltación del poder y las funciones del Estado que tendiera a extinguir la libertad y la iniciativa individuales. En cualquier caso, creo que la preocupación por el bien común lleva a una aprobación de la actividad estatal hasta un grado muy superior al que Spencer estaba dispuesto a aceptar. Pero no debería olvidarse nunca que el bien común no es algo totalmente distinto del bien individual. Y Spencer sin duda tenía toda la razón al pensar que es por el bien de los individuos y de la sociedad en general que los ciudadanos deberían poder desarrollarse libremente y manifestar su iniciativa. Podemos pensar que es función del Estado crear y mantener las condiciones que permitan a los individuos desarrollarse, y que esto implica, por ejemplo, que el Estado tiene el deber de proporcionar todos los medios de educación que estén de acuerdo con la capacidad de los individuos para aprovecharlo. Pero en cuanto aceptamos el principio de que el Estado debe preocuparse por crear y mantener positivamente las condiciones aptas para que cada individuo lleve una vida humana decente de acuerdo con sus capacidades, nos exponemos al peligro consecuente de olvidar que el bien común no es una entidad abstracta a la cual deban sacrificarse despiadadamente los intereses de los individuos. Y la actitud de Spencer, a pesar de sus exageraciones excéntricas, puede servirnos para recordar que el Estado existe para el hombre y no el hombre para el Estado. Además, el Estado no es más que una forma de organización social: no es la única forma legítima de sociedad. Y Spencer ciertamente lo entendió así. La identificación que hace Spencer de la sociedad de tipo industrial en una sociedad pacífica y antimilitarista puede parecer rara a menos que afirmemos su verdad por definición. y su Como se ha indicado ya, las opiniones políticas de Spencer eran en parte la expresión de juicios empíricos relacionados con su interpretación del movimiento evolutivo en general y en parte Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit expresión de juicios de valor. Por ejemplo, su afirmación de que la que él llama sociedad de tipo industrial es más digna de sobrevivir que otros tipos de sociedad, equivalía en parte a la predicción de que tal sociedad de hecho sobreviviría en virtud del proceso evolutivo. Pero era también parcialmente un juicio que el tipo industrial de sociedad merecía sobrevivir a causa de su valor intrínseco, era sólo en parte un juicio. En efecto, está bastante claro que en Spencer una valoración positiva de la libertad personal era el factor realmente decisivo para su idea de la sociedad moderna. Está también claro que si un hombre está decidido a que, en lo que de él dependa, sobreviva el tipo de sociedad que respeta la libertad y la iniciativa individuales, tal decisión se base principalmente en un juicio de valor más que en cualquier teoría sobre el cumplimiento automático de la ley de evolución. 5. La sociología y la política Spencer concibió su teoría ética como la culminación de su sistema. En el prefacio a Los datos de la ética indica que su primer ensayo sobre The Proper Sphere of Government (El ámbito propio del Gobierno, 1842) insinuaba vagamente ciertos principios generales sobre lo bueno y lo malo en el comportamiento político. Y añade que" durante todo este tiempo mi última intención, la que está más allá de todos los fines inmediatos, ha sido la de encontrar una base científica para los principios del bien y del mal en el comportamiento en generaI". La idea de una autoridad sobrenatural como base de la ética se ha debilitado. Lo más urgente ahora es, pues, dar a la moral una base científica independiente de las creencias religiosas. y para Spencer esto significa fundamentar la ética en la teoría de la evolución. El comportamiento en general, incluido el de los animales, consiste en una serie de actos dirigidos a determinados fines y cuanto más alto ascendamos en la escala de la evolución, encontraremos pruebas más claras de la existencia de acciones intencionales dirigidas al bien del individuo y de la especie. Pero vemos también que la actividad teleológica de este tipo forma parte de la lucha por la existencia entre distintos individuos de la misma especie y entre especies distintas. Es decir, cada criatura intenta conservarse a sí misma a expensas de otra, y cada especie se mantiene a sí misma a Costa de otra. 196 Este tipo de comportamiento intencional en el que sale perdiendo el más débil, es para Spencer un comportamiento imperfectamente desarrollado. En un comportamiento perfecto -el comportamiento ético propiamente dicho- los antagonismos entre grupos rivales y entre miembros individuales de un mismo grupo quedarán sustituidos por la cooperación y la ayuda mutua. El comportamiento perfecto, sin embargo, sólo se logra en la medida en que las sociedades militantes den paso a las sociedades permanentemente pacíficas. En otras palabras, no puede lograrse de un modo estable más que en la sociedad totalmente desarrollada, la única capaz de vencer y superar las tensiones entre el egoísmo y el altruismo. Esta distinción entre comportamiento perfecto e imperfecto sirve de base para distinguir entre ética relativa y absoluta. La ética absoluta es "un código ideal de conducta que formula el modo de comportarse de un hombre completamente adaptado a una sociedad completamente desarrollada", en tanto la ética relativa trata del tipo de conducta que en nuestras circunstancias actuales (es decir, en sociedades más o menos imperfectas) se acerca más a este ideal. Según Spencer, es sencillamente falso que, en cualquier conjunto de circunstancias que exijan de nosotros una acción intencional, nos encontremos siempre ante un dilema entre una acción absolutamente buena y una acción absolutamente mala. Por ejemplo, puedo encontrarme en unas circunstancias tales que, actúe como actúe, haga daño a otra persona. Y una acción que hace daño a otro no puede ser absolutamente buena. En tales circunstancias, por lo tanto, tengo que procurar ver cuál de las acciones posibles es relativamente buena, es decir, cuál de ellas causará probablemente la mayor medida de bien y la menor medida de mal. No puedo pretender que mi juicio sea infalible. Sólo puedo obrar según lo que me parezca mejor, después de haberle dedicado a la cuestión toda la reflexión que parezca exigir la importancia relativa del asunto. Es cierto que puedo tener en cuenta el código de conducta ideal de la ética absoluta, peno no puede dar por supuesto honradamente que tal norma me servirá como premisa para deducir infaliblemente qué será lo relativamente mejor en las circunstancias en que me encuentro. Spencer acepta la ética utilitarista en el sentido de que concibe la felicidad como el último fin de la vida y mide la bondad o maldad de las acciones en relación a este fin. En su opinión, el "desarrollo Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit gradual de una ética utilitarista ha sido, en realidad, inevitable". En efecto, hubo desde el principio un utilitarismo naciente, en el sentido de que siempre se han tenido algunas acciones como buenas y otras como perjudiciales para el hombre y la sociedad. Pero en las sociedades antiguas los códigos éticos iban asociados a una autoridad de un tipo u otro, o a la idea de la autoridad divina y de las sanciones impuestas por apelación a la divinidad, mientras que a lo largo del tiempo la ética ha ido independizándose de creencias no éticas, y ha ido surgiendo una perspectiva moral basada simplemente en las consecuencias naturales y discernibles de las acciones. Con otras palabras, el proceso evolutivo en el campo de la moral ha favorecido el desarrollo del utilitarismo. Debe añadirse, sin embargo, que hay que entender el utilitarismo en forma que dé cabida a la distinción entre ética absoluta y relativa. En efecto, la misma idea de la evolución indica un proceso hacia un límite ideal. Y en tal progreso el mejoramiento en la virtud no puede ir separado del mejoramiento social. "Es imposible la coexistencia de un hombre perfecto y una sociedad imperfecta." Puesto que para Spencer el utilitarismo es una ética con base científica, es comprensible que desee demostrar que no es simplemente uno entre muchos sistemas mutuamente excluyentes, sino que concede sitio a todas las verdades contenidas en otros sistemas. Así sostiene, por ejemplo, que el utilitarismo bien entendido acepta el punto de vista que insiste en los conceptos del bien, el mal y el deber, más que en el logro de la felicidad. Bentham pudo creer que hay que tender a la felicidad directamente, aplicando el cálculo hedonístico. Pero se equivocaba. En realidad, habría estado en lo cierto si el logro de la felicidad no hubiera dependido del cumplimiento de una serie de condiciones. Pero en tal caso, sería moral cualquier acción, con tal que produjera un placer y esta noción no es compatible con la conciencia moral. De hecho, el logro de la felicidad depende del cumplimiento de ciertas condiciones, es decir, de la observancia de ciertos preceptos o reglas morales y a lo que debemos tender directamente es al cumplimiento de tales condiciones. Bentham creyó que todo el mundo sabe lo que es la felicidad, y que ésta es más inteligible que, por ejemplo, los principios de la justicia. Pero esta Idea es contraria a la verdad. Los principios de la justicia son fácilmente inteligibles, en tanto no es nada fácil decir lo que sea la felicidad. Spencer defiende, por lo tanto, lo que él llama un utilitarismo "racional", un utilitarismo que "tiene por objeto 197 inmediato la conformidad con ciertos principios que, por la naturaleza de las cosas, son causa determinante del bienestar". Es más, la tesis de que pueden establecerse inductivamente las reglas morales observando las consecuencias naturales de las acciones, no lleva a la conclusión de que la teoría del intuicionismo moral sea falsa. Porque existen en realidad las llamadas intuiciones morales, si bien no consisten en algo misterioso e inexplicable, sino en "los efectos lentamente organizados de experiencias recibidas por la raza". Lo que originariamente fue una inducción de la experiencia puede, en generaciones posteriores, llegar a tener ;:>ara el individuo la fuerza de una intuición. El individuo puede ver o sentir instintivamente que una determinada acción es buena o mala; aunque esta reacción instintiva sea el producto de la experiencia acumulada de la raza. De igual modo, el utilitarismo puede muy bien reconocer cierta verdad en el argumento de que el fin al cual debemos tender es la perfección de nuestra naturaleza. Porque el proceso evolutivo tiende a hacer brotar la forma de vida superior. y aunque la felicidad sea el fin supremo, "lo que toda teoría sobre la conducta moral busca clara o vagamente es el concomitante de esa vida superior". En cuanto a la tesis de que la virtud es el fin del comportamiento humano, no es más que una forma de expresar la doctrina de que nuestro fin inmediato debe ser el cumplimiento de las condiciones necesarias para alcanzar la forma de vida superior a la cual tiende el proceso evolutivo. De haber alcanzado tal forma de vida, su efecto sería la felicidad. No es preciso decir que Spencer no podía pretender que su teoría ética se fundamentara en la teoría de la evolución sin. reconocer una cierta continuidad entre la evolución biológica y la evolución moral. Y sostiene, por ejemplo, que "la justicia humana debe ser un desarrollo de la justicia sub-humana". Al mismo tiempo, en un prefacio, suprimido más tarde, a las partes quinta y sexta de Los principios de ética, reconoce que la teoría de la evolución no ha servido de guía en la medida deseada. Parece, sin embargo, no haber entendido jamás que el proceso evolutivo, en tanto hecho histórico, no podía establecer por sí mismo los juicios de valor que él dedujo de su interpretación. Por ejemplo, aun cuando aseguremos que la evolución se mueve hacia la Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 198 emergencia de un cierto tipo de vida humana en sociedad y que dicho tipo se muestra, por tanto, como el más apto para sobrevivir, no se sigue necesariamente de allí que moralmente sea el tipo más perfecto. Como T. H. Huxley vio, la aptitud empírica para sobrevivir en la lucha por la existencia y la perfección moral no son necesariamente una misma cosa. hecho de que la creación del espacio es inconcebible, porque su no existencia no se puede pensar, la idea de un Creador que existe por sí mismo es tan impensable como la de un universo que existe por sí mismo. La misma idea de la "existencia por sí" es inconcebible. "No se trata de una cuestión de probabilidad o de credibilidad, sino de concebibilidad." Por supuesto, si partimos de la hipótesis de que la evolución es un proceso teleológico dirigido a la institución progresiva del orden moral, la situación cambia. Pero aunque una hipótesis de este tipo tal vez esté implícita en la perspectiva de Spencer, éste no pretendió aventurar tales hipótesis metafísicas. Es cierto, admite Spencer, que si nos preguntamos por la última causa o causas de los efectos producidos en nuestros sentidos, nos sentimos llevados inevitablemente a la formulación de la hipótesis de una causa primera. Y tendremos que definirla como infinita y absoluta. Pero Mansel ha demostrado que si bien la idea de una Causa Primera finita y subordinada encierra contradicciones manifiestas, la idea de una Causa Primera infinita y absoluta no queda tampoco libre de contradicciones, aun cuando éstas no sean tan inmediatamente evidentes. No podemos, por tanto, decir nada inteligible sobre la naturaleza de la Causa Primera. Y en último término nos quedamos sólo con la idea de un Poder inescrutable. 6. Ética relativa y ética absoluta El elemento metafísico explícito en el pensamiento de Spencer es, de un modo un tanto paradójico, su filosofía de lo Incognoscible. Introduce tal tema a propósito de un estudio sobre el supuesto antagonismo entre religión y ciencia. "De todos los antagonismos en torno a la fe, el más viejo, el más extendido, el más profundo y el más importante es el antagonismo entre religión y ciencia." Por supuesto, si se entiende la religión simplemente como una experiencia subjetiva, difícilmente se plantea el problema del conflicto entre ella y la ciencia. Pero si tenemos en cuenta las distintas creencias religiosas, el caso es distinto. En lo que a los hechos particulares se refiere, las explicaciones sobrenaturales han sido reemplazadas por explicaciones naturales o científicas y la religión ha tenido que limitarse más o menos a ofrecer una explicación de la existencia del universo como totalidad. Pero sus argumentos son inaceptables para cualquiera que posea una perspectiva científica. En este sentido, por lo tanto, existe un conflicto entre las mentalidades religiosa y científica y sólo puede resolverse, según Spencer, por la filosofía de lo Incognoscible. Si partimos de la creencia religiosa, podemos ver que tanto el panteísmo como el teísmo son insostenibles. Por panteísmo entiende Spencer la teoría de un universo que se desarrolla desde la existencia potencial a la actual. Y afirma que tal idea es inconcebible. En realidad no sabemos lo que significa. Así, pues, difícilmente se plantea la cuestión de su verdad o falsedad. En cuanto al teísmo, entendido como la teoría de que el mundo fue creado por un agente externo, es también insostenible. Aparte del No obstante, si partimos de la ciencia de nuevo nos vemos enfrentados con lo Incognoscible. Porque la ciencia no puede resolver el misterio del universo. Por una parte, no puede demostrar que el universo exista por sí, porque la idea de la existencia por sí es, como hemos visto, inconcebible e ininteligible. Por otra parte, las nociones últimas de la ciencia "son todas representativas de realidades que no pueden ser comprendidas". Por ejemplo, no podemos comprender qué es la fuerza "en sí misma". Y en último término "las ideas religiosas últimas y las ideas científicas últimas se convierten a la vez en simples símbolos de lo real, no en conocimientos de ello". Tal punto de vista se apoya en un análisis del pensamiento humano. Todo pensamiento, como hemos visto, es relacional. Y lo que no puede determinarse por sus relaciones de similitud y disimilitud con otras cosas, no es un objeto posible de conocimiento. Así, pues, no es posible conocer lo incondicionado y lo absoluto y esto se aplica no sólo al Absoluto de la religión, sino también a las últimas ideas científicas en tanto representaciones de entidades metafenoménicas o de "cosas en sí". Al propio tiempo, afirmar que todo conocimiento es "relativo es afirmar implícitamente que existe una realidad no relativa. "A no ser que se postule un No-relativo o Absoluto real, lo Relativo se convierte en Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit absoluto, y convierte el argumento en una contradicción." De hecho, no podemos eliminar de nuestra conciencia la idea de un Absoluto más allá de las apariencias. Así, tanto si nos acercamos al tema a través de un examen crítico de las creencias religiosas como a través de una reflexión sobre nuestras ideas científicas últimas o a través de un análisis de la naturaleza del pensamiento y del conocimiento, llegamos al fin a la idea de una realidad incognoscible. Y se logrará un estado de paz permanente entre religión y ciencia" cuando la ciencia se convenza plenamente de que sus explicaciones son próximas y relativas y la religión a su vez se convenza plenamente de que el misterio' que contempla es último y absoluto". Ahora bien, la doctrina de lo Incognoscible forma la primera parte de los Primeros principios y se coloca así al comienzo del sistema filosófico de Spencer en su ordenación formal. Tal hecho puede inducir al lector incauto a dar a la teoría una importancia fundamental. No obstante, cuando descubra que el Absoluto inescrutable o el Poder de la religión se equipara prácticamente con la Fuerza en tanto tal, tal vez llegue a la conclusión de que la teoría no es mucho más, si algo es, que un soborno ofrecido cortésmente al hombre religioso por otro hombre que no creía en Dios y que fue enterrado, o más bien, inclinado, sin ningún tipo de ceremonia religiosa. Es fácil entender, así, que algunos escritores hayan desechado la primera parte de los Primeros principios calificándola de excrecencia infeliz. Spencer trata lo Incognoscible con una extensión considerable. Pero el resultado final no es extraordinario desde el punto de vista metafísico, puesto que los argumentos no se han considerado detenidamente; en tanto el científico es probable que se oponga a la noción de que sus ideas básicas escapan a toda comprensión. Spencer, sin embargo, ve un cierto misterio en el universo. Sus pruebas de la existencia de lo Incognoscible son, en efecto, algo confusas. En ocasiones da la impresión de aceptar un fenomenismo a lo Hume aduciendo que las modificaciones producidas en nuestros sentidos deben ser causadas por algo que trascienda nuestro conocimiento. Otras veces, su pensamiento parece estar respaldado por una forma de razonar más o menos kantiana, derivada de Hamilton y Mansel. Las cosas externas son fenómenos en el sentido de que sólo pueden ser conocidas en la medida en que se conforman a la naturaleza del pensamiento 199 humano. Las "cosas en sí" o noumenos no pueden ser conocidos; pero puesto que la idea del noumeno es correlativa a la de fenómeno, no podemos dejar de postularla. Spencer, sin embargo, cuenta también con lo que él llama un hecho decisivo: que además de la conciencia "definida" "hay también una conciencia indefinida que no puede formularse". Por ejemplo, no podemos tener una conciencia definida de lo finito sin una conciencia indefinida concomitante de lo infinito. Y tal razonamiento lleva a la afirmación del Absoluto infinito como una posible realidad de la cual tengamos una conciencia indefinida o vaga. No podemos saber qué es el Absoluto. Pero aun cuando neguemos toda interpretación sucesiva y definida o toda descripción del Absoluto que se muestra a sí mismo, "queda siempre detrás de ello un elemento que adopta formas nuevas". Parece que Spencer se esforzó seriamente por mantener tal razonamiento. y si bien podría parecer más conveniente convertir a Spencer en un positivista total, desechando la doctrina de lo Incognoscible por tacharla de concesión para con la gente religiosa, no parece poder justificarse tal rechazo simplista. Cuando el positivista Frederic Harrison exhortó a Spencer a transformar la filosofía de lo Incognoscible en la religión comtista de la humanidad, Spencer no quiso escucharle. Es fácil burlarse de él porque escribe "lo Incognoscible" con mayúscula, como si -según se ha dicho- esperara que alguien se descubriera ante ello. Pero parece haber estado realmente convencido de que el mundo de la ciencia es la manifestación de una realidad que trasciende el conocimiento humano. La doctrina de lo Incognoscible es probable que no satisfaga a mucha gente religiosa. Pero éste es otro problema. En lo que a Spencer se refiere, parece haber creído sinceramente que la conciencia vaga de un Absoluto o Incondicionado era un elemento ineliminable del pensamiento humano y, por decirlo así, el centro de la religión, el elemento permanente que sobrevive a la sucesión de los distintos credos y sistemas metafísicos. 7. Lo Incognoscible en la religión y en la ciencia No es preciso decir que en la filosofía de Spencer hay una buena medida de metafísica. En realidad, es difícil pensar en una filosofía que prescinda de ella. ¿No es el fenomenismo una forma Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit de metafísica? y cuando Spencer dice, por ejemplo, que "por realidad entendemos la persistencia de la conciencia", puede decirse que ésta es una afirmación metafísica. Podríamos sin duda tratar de interpretarla como una simple definición o una afirmación sobre el uso ordinario del lenguaje. Pero cuando se dice que "la persistencia es nuestra última confirmación de lo real, sea existiendo bajo su forma desconocida o bajo una forma conocida por nosotros", es razonable calificar tal afirmación de metafísica. Evidentemente, Spencer no puede ser definido como metafísico, si por tal se entiende al filósofo que se propone descubrir la naturaleza de la realidad última, porque en su opinión dicha realidad no puede descubrirse, y si bien es metafísico hasta el extremo de afirmar la existencia de lo Incognoscible, se dedica luego a elaborar una interpretación unificada y completa de lo cognoscible, es decir, de los fenómenos. Pero si nos gusta llamar a esta interpretación general metafísica descriptiva", somos -por supuesto- libres de hacerlo. En el desarrollo de tal interpretación, Spencer se adhiere a la tradición empirista. Es cierto que desea reconciliar opiniones antagónicas. Pero cuando se esfuerza por demostrar que su propia filosofía puede reconocer una cierta verdad en las teorías no empíricas, su forma de proceder consiste en dar una explicación empírica de los datos en los cuales se basan las teorías. Como se ha indicado ya, no le importa admitir que existan las llamadas intuiciones morales. Porque un individuo puede sentir perfectamente una aprobación o desaprobación casi instintiva de ciertas acciones y puede "ver", intuitivamente y sin ningún proceso discursivo, que tales acciones son buenas o malas. Pero según la opinión de Spencer, las intuiciones morales en este sentido son "resultado de la acumulación de experiencias de 'utilidad', organizadas y heredadas gradualmente. Podría discutirse la existencia de cosas tales como las experiencias de utilidad heredadas. Pero en cualquier caso queda suficientemente claro que la forma en que Spencer demuestra la verdad del intuicionismo moral consiste en dar una explicación empirista de los datos empíricos a que se refiere tal teoría. De igual modo, Spencer no duda en reconocer que hay algo que puede llamarse intuición del espacio, en el sentido de que en lo que al individuo se refiere es prácticamente una forma independiente de la experiencia. Pero esto en ningún modo 200 significa que Spencer esté tratando de incorporar a su propia filosofía la doctrina kantiana del a priori. Lo que hace es afirmar que tal teoría se basa en un hecho real, pero que tal hecho puede explicarse a la luz de las "experiencias, organizadas y consolidadas, de todos los individuos anteriores que le dejaron a él (individuo posterior determinado) sus estructuras nerviosas poco desarrolladas". Aunque de la preocupación de Spencer por reconciliar puntos de vista antagónicos no podemos deducir que eche por la borda al empirismo, sí podemos decir que es un empirista con una diferencia. Porque no sólo trata problemas individuales separadamente, como muchos empiristas lo pueden hacer. En su autobiografía él habla de su instinto arquitectónico, de su amor por la construcción de un sistema. Y de hecho su filosofía fue proyectada como un sistema: no sólo llegó a ser un sistema en el sentido de que las distintas líneas de investigación y reflexión fueron a converger en la formación de un cuadro completo. El principio general de interpretación de Spencer, la llamada ley de la evolución, se concibió en un primer momento y se usó luego como instrumento de unificación de las ciencias. No puede decirse fácilmente que el instinto arquitectónico de Spencer, su propensión a la síntesis, fuera acompañado de una habilidad sobresaliente para el análisis esmerado o para el establecimiento exacto de su significado. Pero su poca salud y los obstáculos con que tuvo que enfrentarse en el cumplimiento de la misión que él mismo se impuso, no le dejaron tiempo o energía para mucho más de lo que de hecho podía llevar a cabo. Y aunque es probable que muchos lectores encuentren sus escritos exageradamente oscuros, su ambición e intento pertinaz de unificar nuestros conocimientos del mundo y del hombre, como también nuestra conciencia moral y nuestra vida social, a la luz de una idea que lo invadía todo, exige el tributo de nuestra admiración. Reincidió, por decido así, en la era victoriana; y como ya se ha indicado, con respecto a la influencia viva, no hay comparación entre Spencer y J. S. Mill. Pero aunque es probable que la filosofía de Spencer esté ya cubierta de polvo, merece algo mejor que la actitud desdeñosa adoptada por Nietzsche, quien la consideraba expresión típica de la mentalidad dócil y limitada de la clase media inglesa. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 201 BENTHAM HISTORIA DE LA FILOSOFÍA TOMO VIII Frederick Copleston 1. Nota preliminar La filosofía de David Hume, que representó la culminación del empirismo inglés clásico, provocó una viva reacción por parte de Thomas Reid y sus sucesores. En realidad, en lo que a las universidades se refiere, la llamada Escuela Escocesa fue durante las primeras décadas del siglo XIX el único movimiento vivo y fuerte del pensar. Más aún: a pesar de que en el intertanto había recibido algunos golpes de importancia y perdido su fuerza primitiva, en las universidades fue reemplazada, en última instancia, más por el idealismo que por el empirismo. Sin embargo, sería un grave error suponer que el ataque de Reid a Hume redujo el empirismo a la agonía y que tal situación se prolongó hasta que J. S. Mill le dio de alta. La filosofía no se limita a las universidades. El mismo Hume no ocupó jamás una cátedra, aunque no le faltaran méritos para ello. Y el empirismo siguió viviendo a pesar del ataque de Reid y sus seguidores, aunque sus principales representantes no fueran catedráticos ni profesores universitarios. La primera fase del empirismo del siglo XIX, conocida como movimiento utilitarista, puede considerarse iniciada por Bentham. Bentham nació en 1748, veintiocho años antes de la muerte de Hume, y algunas de sus obras se publicaron en las tres últimas décadas del siglo XVIII, aunque instintivamente tendemos a situado entre los filósofos de principios del siglo XIX, ya que entonces se hizo sentir su influencia. No es de extrañar, por lo tanto, que podamos descubrir un claro factor de continuidad entre el empirismo del siglo XVIII y el del XIX. Por ejemplo, el método del análisis reductivo, es decir, la reducción del todo a las partes, de lo compuesto a los elementos primarios o simples, que Hume practicó, fue continuado por Bentham. Esto implicó, como puede verse en la filosofía de James Mill, un análisis fenoménico del yo (self). Y en la reconstrucción de la vida mental a partir de sus supuestos elementos simples se recurrió a la psicología asociacionista, desarrollada en el siglo XVIII por David Hartley, por ejemplo; eso por no hablar del uso hecho por Hume de los principios de asociación de las ideas. Además, en el primer capítulo de su Fragment on Government (Fragmento sobre el gobierno), Bentham manifestó explícitamente su deuda para con Hume por la iluminación que significó para él leer en el Treatise of Human Nature (Tratado de la naturaleza humana) cómo Hume había destruido el mito de un contrato o acuerdo social y había mostrado que toda virtud se basa en la utilidad. Hay que decir, sin embargo, que Bentham estuvo influido también por la Ilustración francesa, en particular por Helvétius. Pero esto no altera el hecho de que, tanto con respecto al método como a la teoría, hubo un notable vínculo de continuidad entre los movimientos empiristas de los siglos XVIII y XIX en Inglaterra. Pero una vez señalada tal continuidad, hay que reparar en la considerable diferencia de matiz a propósito de diversas cuestiones. Según se lo suele presentar tradicionalmente, el empirismo inglés clásico se había preocupado predominantemente de la naturaleza, extensión y límites del conocimiento humano, mientras que el movimiento utilitarista parecía esencialmente práctico, orientado hacia la reforma legal, penal y política. Es cierto que existe el riesgo de exagerar el papel desempeñado por la teoría del conocimiento en el empirismo clásico. Hume, por ejemplo, se ocupó del desarrollo de una ciencia de la naturaleza humana. y puede argüirse, y en realidad así se ha hecho, que Hume fue en principio un filósofo moral. Pero el objetivo de Hume fue principalmente entender la vida moral y el juicio moral, mientras que Bentham aspiró principalmente a fijar criterios para juzgar -con vistas a una reforma- las ideas morales y las instituciones legales y políticas comúnmente admitidas. Tal vez sea posible aplicar aquella famosa afirmación de Marx y decir que el interés primario de Hume fue comprender el mundo, mientras que el de Bentham fue cambiarlo. Sin duda, y con gran diferencia, Hume fue el mayor filósofo de los dos. Pero Bentham tuvo el don de captar ciertas ideas ajenas, desarrollándolas y amalgamándolas para obtener un arma o instrumento de reforma social. El benthamismo en un sentido limitado, y el utilitarismo en general, expresaron la actitud de los Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit elementos liberales y radicales de la clase media frente a la tradición y los intereses creados de lo que ahora suele llamarse" el sistema establecido" (Establishment). Los excesos de la Revolución Francesa produjeron en Inglaterra una fuerte reacción que encontró una expresión notable en las reflexiones de Edmund Burke (1729-1797), quien puso el acento sobre la estabilidad social y la tradición. Pero, en todo caso, después de las guerras napoleónicas, el movimiento de reforma radical pudo hacer sentir su influencia con mayor facilidad. y en este movimiento el utilitarismo tiene una importancia histórica innegable. Como filosofía moral es demasiado simplista y pasa apenas, sin rozarlas, sobre cuestiones peligrosas y difíciles. Pero su carácter demasiado simplista, junto con su claridad al menos aparente, facilitaba sin duda su uso como instrumento para conseguir las reformas prácticas en los campos social y político. Durante el siglo XIX, la filosofía social en Inglaterra pasó por varias fases sucesivas. En primer lugar, el radicalismo filosófico asociado al nombre de Bentham y expresado ya por él en las últimas décadas del siglo XVIII. En segundo lugar, el benthamismo modificado, ampliado y desarrollado por J. S. Mill y en tercer lugar, la filosofía idealista política que apareció en el último período del siglo XIX. El término "utilitarismo" abarca las dos primeras fases, pero no, por supuesto, la tercera. El utilitarismo era en apariencia individualista, aunque tendía a lograr el bienestar de la sociedad, mientras que en la teoría política idealista la idea del Estado como totalidad orgánica pasó a primer término por influencia del pensamiento griego y alemán. 2. Vida y obra de Bentham Jeremy Bentham nació el15 de febrero de 1748. Niño precoz, a los cuatro años estudiaba gramática latina. Después de pasar por la Westminster School y por la Universidad de Oxford, instituciones que no le agradaron especialmente, su padre lo destinó a seguir la carrera del foro; pero él prefirió la vida de meditación al ejercicio de la abogacía, y encontró en la ley, en el código penal y en las instituciones políticas de su época bastantes temas de reflexión. Por decido con sencillez, se planteó cuestiones de este tipo: ¿cuál es el fin de tal ley o de tal institución? ¿Es dicho fin deseable? Si lo es, ¿la ley o la institución llevan realmente a su cumplimiento? En pocas palabras: ¿cómo deben juzgarse la ley o la institución desde 202 el punto de vista de la utilidad? La medida de la utilidad, en su aplicación a la legislación y a las instituciones políticas, era para Bentham el grado en que éstas conducían a la mayor felicidad del mayor número posible de seres humanos o de miembros de la sociedad. El mismo Bentham observa que el principio de utilidad, interpretado como tal, se le ocurrió cuando leía el Essay on Government (Ensayo sobre el gobierno) de Joseph Priestley (1733-1804), quien afirmó taxativamente que la felicidad del mayor número de miembros de cualquier Estado era la medida por la que debían juzgarse todos los asuntos del Estado. Pero Hutcheson, en el campo de la ética, había afirmado ya que la mejor acción es la que conduce a la mayor felicidad de la mayoría. A su vez, en el prólogo a su conocido tratado sobre los crímenes y los castigos (Dei delitti e delle pene, 1764), Cesare Beccaria (17381794) había hablado de la mayor felicidad repartida entre el mayor número posible de individuos. Existían elementos utilitaristas en la filosofía de Hume, quien declaró, por ejemplo, que la "utilidad pública es el único origen de la justicia". Y Helvétius -que, como ya se ha dicho, tuvo una gran influencia sobre Bentham- fue un auténtico pionero en la teoría moral utilitarista y en la aplicación de ésta a la reforma de la sociedad. Dicho de otro modo, Bentham no inventó el principio de utilidad: lo que hizo fue interpretado y aplicado explícita y universalmente como principio básico de la moral y la legislación. En principio, Bentham se interesó fundamentalmente por la reforma legal y penal. En sus planes primitivos no entraban cambios radicales de la constitución británica. Y nunca fue un entusiasta de la democracia como tal. Es decir, no creyó más en el sagrado derecho del pueblo al gobierno que en la teoría de los derechos naturales en general, que consideraba falta de sentido. Pero aunque parezca que al principio pensó que los gobernadores y legisladores buscaban realmente el bien común -por más confusos y equivocados que pudieran estar con respecto a los medios para conseguir tal fin-, con el tiempo sin embargo, se convenció de que la clase gobernante estaba dominada por el interés propio. La oposición y la indiferencia hacia sus planes de reforma legal, penal y económica, sin duda le empujaron a esta conclusión. Así, pues, llegó a defender la reforma política como requisito previo para otros cambios. Y, en último extremo, llegó a proponer la abolición de la monarquía y de la Cámara de los Lores, la desinstitucionalización de la Iglesia de Inglaterra, la introducción Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit del sufragio universal y la renovación anual del Parlamento. Su indiferencia por la tradición como tal favoreció su radicalismo político. Lejos de compartir la opinión de Burke sobre la constitución británica, su actitud tuvo una afinidad mucho mayor con la de los philosophes franceses, con la intolerancia de éstos frente a la tradición y su creencia en que todo iría mejor si reinara únicamente la razón. Pero su requisitoria constante se centró en el principio de utilidad y no en la creencia de que la democracia tiene por sí misma un especial carácter sagrado. Tampoco movieron a Bentham en principio las consideraciones humanitarias. En el movimiento de reforma social en Inglaterra a lo largo del siglo XIX, el humanitarismo, basado a veces en creencias cristianas y otras sin referencia explícita al cristianismo, jugó indudablemente un papel muy importante. Pero aunque, por ejemplo, en su campaña contra la cruel severidad del código penal de la época y contra el penoso estado de las prisiones, Bentham exigió a menudo cambios que un simple sentimiento humanitario de hecho ya hubiera sugerido, lo que provocó en principio su indignación fue lo que él consideraba -sin duda exactamente- la irracionalidad del sistema penal, la incapacidad de éste para alcanzar su fin y para servir al bien común. Esto no significa, por supuesto, que Bentham fuera lo que normalmente se diría inhumano, sino que en principio no le movió tanto la compasión para con las víctimas del sistema penal como la "inutilidad" de tal sistema. Era un hombre de razón y entendimiento, antes que de corazón o sentimiento. En 1776 Bentham publicó en forma anónima su Fragmento sobre el gobierno, en el que atacaba al famoso jurista Sir William Blackstone ( 1 72 3-1 780) por su recurso al mito de un acuerdo o contrato social. La obra no tuvo éxito inmediato, pero en 1781 le consiguió a Bentham la amistad de Lord Shelburne, futuro marqués de Lansdowne, y Primer Ministro desde julio de 1782 a febrero de 1783. Y a través de Shelburne, el filósofo conoció a otros personajes importantes. También fue amigo de Étienne Dumont, preceptor del hijo de Shelburne, que le iba a prestar luego una ayuda inapreciable en la publicación de muchos de sus escritos, Con frecuencia, Bentham dejaba un original sin acabar y se dedicaba a otro tema; y muchos de sus escritos se publicaron gracias a la mediación de amigos y discípulos. En algún caso, aparecieron primero en francés. Por ejemplo, un capítulo de su Manual of Political Economy (Manual de economía política), escrito 203 en 1793, apareció en la Bibliotheque britannique en 1798; y Dumont utilizó la obra en su Théorie des peines et des récompenses ( 1811). La obra de Bentham se publicó en inglés por vez primera en la edición de Obras (1838-1843) preparada por John Bowring. La Defence of Usury (Defensa de la usura) de Bentham apareció en 1787 y su importante Introduction to the Principies of Morals and Legislation (Introducción a los principios de la moral y la legislación), en 1789. La Introducción quería ser el anticipo y esquema de un gran número de tratados posteriores. Así, el Essay on Polítical Tactics (Ensayo sobre las tácticas políticas) de Bentham correspondía a una parte de este esquema. Pero aunque una parte de este ensayo fue enviada al abate Morellet en 1789, la obra fue publicada por vez primera por Dumont en 1816, junto con las Anarchical Fallacies (Falacias anárquicas), escrita alrededor de 1791. En 1791 Bentham publicó su proyecto de una prisión modelo, el llamado Panópticon. Y entró en relación con la Asamblea Nacional Francesa en vistas al establecimiento de tal institución, bajo sus auspicios, ofreciendo sus servicios gratuitos como supervisor. Pero aunque Bentham fue uno de los extranjeros a quienes la Asamblea confirió el título de ciudadano al año siguiente, su oferta no fue atendida. Otros esfuerzos parecidos para inducir al gobierno inglés a llevar a cabo el proyecto de una cárcel modelo prometieron éxito al principio; pero se frustraron después, en parte -por lo menos Bentham así quiso creerlo- por las maquinaciones del rey Jorge III. Sin embargo, en 1813 el Parlamento otorgó al filósofo una fuerte suma de dinero en compensación por sus gastos en el proyecto del Panópticon. En 1802 Dumont publicó una obra titulada Traités de législation de M. Jérémie Bentham. La obra estaba formada, en parte, por escritos del propio Bentham (algunos de los cuales se habían compuesto originariamente en francés), y en parte por un compendio de las ideas del filósofo, escrito por Dumont, La obra contribuyó mucho a consolidar la fama de Bentham. Al principio, ésta era más palpable en el extranjero que en Inglaterra. Pero con el tiempo, la estrella del filósofo empezó a brillar incluso en su propio país. Desde 1808, James Mill se convirtió en su discípulo y en difusor de sus doctrinas. Y Bentham se convirtió en lo que puede llamarse el líder o inspirador fundamental de un grupo de Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit radicales seguidores de los principios del benthamismo. En 1812 James Mill publicó una Introductory View of the Rationale of Evidence (Examen introductorio de la racionalización de las pruebas), versión de algunos escritos de Bentham. Una versión francesa de los mismos escritos fue publicada por Dumont en 1823 con el título de Traité des preuves judiciaires; y en 1825 apareció una traducción inglesa de esta obra. En 1827, con el título Rationale of Judicial Evidence (Racionalización de las pruebas judiciales), J. S. Mill publicó una edición en cinco volúmenes de los escritos de Bentham sobre jurisprudencia, edición mucho más completa que la de James Mill. Bentham también se sintió atraído por los problemas de la reforma constitucional y el tema de la codificación de la ley. En especial, le impacientaba la que juzgaba condición caótica de la ley inglesa. A pesar de haber sido escrito en 1809, su Catecbism of Parliamentary Reform (Catecismo de la reforma parlamentaria) apareció en 1817. El mismo año vieron la luz pública los Papers upon Codification and Public Instruction (Escritos sobre codificación e instrucción pública). En 1819 publicó un escrito titulado Radical Reform Bill, with Explanations (Programa de reforma radical, con explicaciones), y en 1823, Leading Principies of Constitutional Code (Principios directivos del código constitucional). El primer volumen de su Código constitucional, junto con el primer capítulo del segundo volumen, apareció en 1830. La obra completa se publicó póstumamente en 1841 editada por R. Doane. No es posible citar aquí todas las publicaciones de Bentham, pero cabe mencionar aún dos o tres títulos más. Así la Chrestomathia, una serie de escritos sobre la educación, publicados en 1816, en tanto James Mill publicaba, al año siguiente, su edición de la Table of the springs of Action (Tabla de los móviles de la acción) de Bentham, a propósito del análisis de los dolores y placeres como móviles de la acción. La Deontology or Science of Morality (Deontología o Ciencia de la moral) fue publicada póstumamente por Bowring en 1834, en dos volúmenes, el segundo de ellos de notas. Se ha aludido también a la edición de Bowring de las Obras de Bentham. La edición completa y crítica de los escritos del filósofo está aún por hacer. Bentham murió el 6 de junio de 1832, dejando dispuesto que su cuerpo fuera diseccionado para bien de la ciencia. Se conserva 204 en el University College de Londres, fundado en 1828, en gran parte como resultado de la presión ejercida por un grupo al que pertenecía el propio Bentham y cuyo fin era el de extender los beneficios de la educación superior a quienes quedaban al margen de las dos universidades existentes; y que además excluía los exámenes de religión, por entonces en uso todavía en Oxford y Cambridge. 3. Los principios del benthamismo; algunos comentarios críticos El benthamismo se. basaba en el hedonismo psicológico, esto es, la teoría de que todo ser humano busca por naturaleza el placer y evita el dolor. Por supuesto, no era ésta una doctrina nueva. En el mundo antiguo la había postulado especialmente Epicuro, mientras en el siglo XVIII la defendieron, por ejemplo, Helvétius en Francia, y Hartley y Tucker en Inglaterra. Pero aunque Bentham no descubrió la teoría, le dio una memorable formulación. "La naturaleza ha colocado a la humanidad bajo el gobierno de dos señores soberanos, el dolor y el placer... Ambos nos gobiernan en todo lo que hacemos, en todo lo que decimos, en todo lo que pensamos: cualquier esfuerzo que hagamos para librarnos de nuestra sujeción a ellos, no hará sino demostrarla y confirmarla. De palabra, el hombre puede pretender que abjura de su imperio; en realidad, permanecerá siempre sujeto a él." Por otro lado, a Bentham le cuesta aclarar lo que significan para él "placer" y "dolor". No intenta restringir el ámbito significativo de ambos términos mediante definiciones arbitrarias o "metafísicas". Bentham entiende por ellos lo que significan en la opinión común, en el lenguaje común, ni más ni menos. "En este punto no queremos ni refinamientos ni metafísicas. No hace falta consultar ni a Platón ni a Aristóteles. Dolor y placer son lo que todo el mundo siente como tales." El término "placer" abarca, por ejemplo, los placeres de comer y beber; pero abarca también los de leer un libro interesante, oír música o realizar una buena acción. Pero Bentham no pretende sólo expresar lo que él entiende como verdad psicológica, es decir, que todo hombre se ve empujado a la acción por la atracción del placer o la repulsión del dolor. Aspira también a establecer un criterio objetivo de moralidad del carácter moral de las acciones humanas. Así, tras la frase antes citada, en la que afirma que la Naturaleza ha colocado a la Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit humanidad bajo el gobierno del dolor y el placer, Bentham añade que "al hombre solo corresponde el señalar lo que debe hacer, al igual que el determinar lo que hará. En su trono se enlazan, por una parte, los criterios del bien y del mal; por otra, la cadena de causas y efectos". Si, a pesar de todo, admitimos que "placer", "felicidad" y "bien" son sinónimos y que" dolor", "infelicidad" y "mal" son también sinónimos, inmediatamente se plantea la pregunta de si tiene algún sentido decir que debemos tender al bien y evitar el mal, si, como hecho psicológico, siempre intentamos lo uno y tratamos de evitar lo otro. Para poder contestar afirmativamente a esta pregunta, hay que presuponer dos cosas. Primero, cuando se dice que el hombre busca el placer, se entiende que busca su mayor placer o la mayor cantidad de él. Segundo, el hombre no lleva a cabo necesariamente aquellas acciones que de hecho conducen a este fin. Si presuponemos esto y superamos las dificultades inherentes a toda ética hedonista, podremos decir entonces que acciones buenas son aquellas que tienden a aumentar la medida total de placer, mientras que son acciones malas las que tienden a disminuirla, y que debemos hacer el bien y no el mal. Llegamos así al principio de utilidad, llamado también principio de máxima felicidad. Establece éste que "la mayor felicidad de todos aquellos cuyo interés está en cuestión consiste en lo bueno y lo justo (proper), y sólo lo bueno y justo y universalmente deseable, fin de la actividad humana". Las partes cuyo interés está en cuestión pueden variar, por supuesto. Si consideramos al agente individual como tal, nos referimos a su mayor felicidad. Si consideramos a la comunidad, nos referimos a la mayor felicidad del mayor número posible de miembros de la comunidad. Si pensamos en todos los seres sensitivos, debemos tener en cuenta también el mayor placer de los animales. Bentham se refiere principalmente a la mayor felicidad de la comunidad humana, al bien común o bienestar, en el sentido del bien común de cualquier sociedad política humana. Pero, en cualquier caso, el principio es el mismo, es decir, que la mayor felicidad de la parte en cuestión es el único fin deseable de la acción humana. Si por prueba entendemos la deducción desde un principio o principios más remotos, el principio de utilidad no puede probarse, porque no existe un principio ético más remoto. Al mismo tiempo, Bentham intenta mostrar que cualquier otra teoría moral supone a 205 la larga una apelación por lo menos tácita al principio de utilidad. Sean las que sean las razones por las que uno actúa o piensa que actúa, si alguna vez nos preguntamos por qué debemos llevar a cabo una determinada acción, no tendremos más remedio que responder a base del principio de utilidad. Las otras teorías morales posibles en que Bentham piensa son principalmente teorías intuicionistas o teorías que apelan a un sentido moral, Según su opinión, tales teorías, tomadas por sí mismas, no pueden responder a la pregunta de por qué debemos realizar tal acción y no tal otra. Si los defensores de semejantes teorías intentan contestar alguna vez a estas preguntas, en último término tendrán que aceptar que la acción que debe llevarse a cabo es la que conduce a la mayor felicidad o placer de aquella parte, sea cual sea, cuyo interés está en cuestión. En otras palabras, sólo el utilitarismo puede suministrar un criterio objetivo del bien y del mal y mostrar que esto es así, es dar la única prueba que se requiere del principio de utilidad. Podemos notar de paso que aunque el hedonismo no representó sino un elemento en la teoría ética de Locke. Éste decía explícitamente que "las cosas son buenas o malas sólo por relación al placer o al dolor. Que llamamos bueno a lo que puede causar o aumentar el placer o disminuir el dolor en nosotros... Y, por el contrario, llamamos malo a lo que puede aumentar cualquier dolor o disminuir cualquier placer en nosotros..." La propiedad que Locke llama aquí “bueno", la describe Bentham como "utilidad", Porque "la utilidad es cualquier propiedad de cualquier objeto por la cual éste tiende a producir provecho, ventaja, placer, bien o felicidad, o... a evitar que se produzca daño, dolor, malo infelicidad a aquella parte cuyo interés se considera". Ahora bien, si las acciones son buenas en la medida en que tienden a aumentar el total de placer o a disminuir el total de dolor de aquella parte cuyo interés está en cuestión, como sienta Bentham, el agente moral, al decidir si una acción dada es buena o mala, deberá estimar la medida de placer y la medida de dolor que la acción parece capaz de producir, y deberá contrastar una y otra. Y a este propósito Bentham da un cálculo hedonístico o "felicífico" (felicific). Supongamos que quiero calcular la medida de un placer (o de un dolor) personal. En tal caso, debo tener en cuenta cuatro factores o dimensiones de valor: intensidad, duración, certeza o incertidumbre, proximidad o lejanía. Por ejemplo, un placer puede ser muy intenso pero de escasa duración, en tanto que otro puede Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit ser menos intenso pero tan duradero, que sería cuantitativamente mayor que el primero. Además, al considerar acciones que tienden a producir placer o dolor, debo tener en cuenta otros dos factores: fecundidad y pureza. Si de dos tipos de acción -cada uno de los cuales tiende a producir sensaciones placenteras-, uno tiende a engendrar otras sensaciones placenteras, mientras al otro no le ocurre lo mismo o le ocurre en menor grado, decimos que el primero es más fecundo o fructífero que el segundo. En cuanto a la pureza, significa libertad para engendrar sensaciones de una clase opuesta. Por ejemplo, el cultivo del gusto musical deja abierto un ámbito de placer duradero que no produce esas resacas resultantes de la acción de tomar ciertas drogas que crean hábito. Hasta aquí el cálculo de Bentham sigue las mismas líneas que el de Epicuro. Pero Bentham, en la aplicación de su teoría ética, se refiere especialmente al bien común. y añade que cuando un número de personas o una comunidad es la parte cuyo interés está en cuestión, hay que tener en cuenta un séptimo factor, además de los seis ya mencionados. El séptimo factor es la extensión, es decir, el número de personas afectadas por el placer o dolor en cuestión. Se ha dicho a veces que el cálculo de Bentham no es útil, pero que uno puede descartarlo tranquilamente al mismo tiempo que retiene su teoría moral general. Creo, sin embargo, que hay que establecer algunas distinciones. Si uno opta por no ver esta teoría más que como un análisis del significado de ciertos términos éticos, sin duda será posible sostener que el análisis es correcto y dejar de lado al mismo tiempo el cálculo hedonístico. Pero si uno ve la teoría moral de Bentham como él mismo la vio, es decir, no sólo como un análisis sino también como una guía para la acción, el caso es algo distinto. Podríamos realmente sostener, y con razón, que no puede hacerse un cálculo matemático exacto de dolores y placeres. Es bastante obvio, por ejemplo, que en muchos casos un hombre no puede hacer un cálculo matemático exacto de las respectivas cantidades de placer que resultarían de otras tantas posibles acciones. Y si lo que está en cuestión es el interés de la comunidad, ¿cómo podremos calcular la suma total probable de placer, cuando es notorio que en muchos casos lo agradable para uno no lo es para otro? Al mismo tiempo, si admitimos, como admitió Bentham, sólo diferencias cuantitativas entre los placeres, y si vemos a la ética hedonística como portadora de una regla práctica de conducta, se requerirá algún tipo de cálculo, aunque 206 éste no pueda ser exacto. Y de hecho en ocasiones uno hace tales cálculos arriesgados. Así un hombre puede muy bien preguntarse si realmente vale la pena embarcarse en una cierta acción placentera que probablemente implicará ciertas consecuencias dolorosas. Y si considera esta cuestión seriamente, está usando una de las reglas del cálculo de Bentham. En qué relación está este tipo de razonamiento con la moral, es otra cuestión. Y es irrelevante en el contexto presente. Porque la hipótesis es que se acepta la doctrina moral general de Bentham. Ahora bien, la esfera de la actividad humana es obviamente mucho más amplia que la legislación y la gestión de gobierno. Y en algunos casos es el interés del agente individual como tal lo que está en cuestión. Así pues, yo puedo tener deberes para conmigo mismo. Pero si la esfera de la moralidad tiene el mismo fin que la esfera de la acción humana, la legislación y la gestión de gobierno caen dentro de la esfera moral. Por lo tanto, el principio de utilidad debe aplicarse a ellos. Pero aquí la parte cuyo interés está en cuestión es la comunidad: Por lo tanto, como dice Bentham, aunque haya muchas acciones, que de hecho son útiles a la comunidad pero cuya regulación por la ley no caería dentro del interés público, la legislación debe servir tal interés, debe dirigirse al bienestar o a la felicidad común. Así, pues, decimos que una gestión de legislación o de gobierno está de acuerdo con el principio de utilidad o está dictada por él cuando "su tendencia a aumentar la felicidad de la comunidad es mayor que su posible tendencia a disminuirla". La comunidad, sin embargo, es "un cuerpo ficticio compuesto por individuos que la constituyen en tanto miembros". Y el interés de la comunidad es "la suma de los intereses de los distintos miembros que la componen". Por lo tanto, decir que la legislación y el gobierno debieran tener como fin el bien común, es decir que debieran tender a la máxima felicidad del mayor número posible de los individuos que son miembros de la sociedad en cuestión. Evidentemente, si aceptamos que el interés común es simplemente la suma total de los intereses privados de los miembros individuales de la comunidad, podemos concluir que el bien común se fomenta inevitablemente si cada individuo busca e incrementa su propia felicidad personal. Pero no hay garantía de que los individuos busquen su propia felicidad de una forma racional o clara y de forma que no disminuyan la felicidad de otros Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit individuos, disminuyendo así la suma total de felicidad en la comunidad. Y de hecho está claro que se producen conflictos entre los intereses. Por lo tanto, se requiere una armonización de los Intereses con vistas a la consecución del bien común. Y ésta es la función de la legislación y del gobierno. Se ha dicho a veces que una armonización tal de intereses presupone la posibilidad de trabajar altruistamente en pro del bien común, y que Bentham, así, pasa de un modo brusco e injustificado del buscador de placer egoísta o autosuficiente al altruista patriótico. Pero hay que hacer algunas distinciones. En primer lugar, Bentham no da por supuesto que todo hombre sea por naturaleza necesariamente egoísta o autosuficiente en el sentido en que se entenderían corrientemente estos términos, puesto que reconoce los afectos sociales tanto como sus contrarios. Así, en su tabla de placeres, incluye entre los llamados placeres simples los placeres de benevolencia, que define como "los placeres resultantes de contemplar cualquier género de placer poseído -por lo menos en principio- por los seres que pueden ser objetos de benevolencia, a saber, todos los seres sensitivos que conocemos". En segundo lugar, aunque el benthamismo sin duda supone que el hombre que se recrea contemplando el placer de otro obra así intuitivamente porque le agrada a él mismo, por otro lado se apoya en los principios de la psicología asociacionista para explicar cómo un hombre puede llegar a buscar el bien de los otros sin atender al suyo propio. Al mismo tiempo, claro es que no hay ninguna garantía de que aquellos cuyo trabajo consiste en armonizar los intereses privados estén notablemente dotados de benevolencia, o que hayan aprendido de hecho a buscar el bien común con un espíritu desinteresado. En realidad, Bentham no tarda en llegar a la conclusión de que los gobernantes están muy lejos de constituir excepciones con respecto al proceder general de los hombres, quienes, abandonados a sí mismos, persiguen sus propios intereses, aunque muchos de ellos sean perfectamente capaces de ser felices con el placer ajeno. Y fue tal conclusión la que contribuyó principalmente a su adopción de las ideas democráticas. El monarca déspota o absoluto busca en general su propio interés, y otro tanto hace la aristocracia dominante. El único camino, por lo tanto, de asegurar que la mayor felicidad del mayor número posible se toma como criterio en el gobierno y la legislación es poner al gobierno, en la medida de lo posible, en manos de todos. De ahí 207 las propuestas de Bentham en pro de la abolición de la monarquía y de la Cámara de los Lores y la introducción del sufragio universal y la renovación anual del Parlamento. Si el interés común es simplemente la suma total de los intereses privados, todo el mundo puede participar, por decirlo así, del bien común. Y la educación puede ayudar al individuo a entender que al actuar por el bien común está también actuando por su propio bien. Para evitar falsas interpretaciones hay que añadir que la armonización de intereses gracias a la ley, como Bentham propugnaba, consistía primariamente en la eliminación de los obstáculos opuestos al aumento de la felicidad del mayor número posible de ciudadanos, más bien que en lo que en general se supondría positiva interferencia en la libertad del individuo. Ésta es una de las razones por las que Bentham presta tanta atención al tema de lo penal, es decir, la imposición de sanciones por disminuir la felicidad o el bien general infringiendo las leyes existentes que son o, en cualquier caso, deben ser aceptadas con vistas a prevenir determinadas acciones incompatibles con la felicidad de los miembros de la sociedad en general. Según Bentham el fin primario del castigo es prevenir y no reformar. La reforma de los transgresores es sólo un fin subsidiario. Las observaciones de Bentham sobre algunos puntos concretos son a menudo harto agudas. Valga como ejemplo su actitud general hacia las sanciones penales. Como ya se ha dicho, el fin primario del castigo es prevenir. Pero el castigo implica la inflicción de daño, de una disminución de placer en un sentido u otro. Y puesto que todo dolor es un mal, de ello se deduce que "todo castigo es en sí mismo un mal". Y la conclusión que se ha de deducir es que el legislador no debe asignar a la transgresión de la ley una sanción penal que exceda a lo estrictamente requerido para obtener el efecto deseado. Ciertamente puede objetarse que si el fin primero del castigo es prevenir, las penas más duras serán las más eficaces. Pero si el castigo es en sí mismo un mal, aun cuando en las circunstancias concretas de la vida del hombre dentro de la sociedad sea un mal necesario, la cuestión relevante es ésta: ¿cuál es la menor medida de castigo con efectos preventivos? Además, el legislador debe tener en cuenta la opinión pública, aunque en realidad sea éste un factor variable. Porque cuanto más excesiva o inapropiada se considere una determinada sanción penal, tanto más tenderá a negar su cooperación a la ejecución de la ley. Y en tal caso se atenúa el esperado efecto Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit preventivo de la ley. Además, si una pena muy dura, como la pena de muerte, se aplica por una serie de transgresiones que difieren mucho en gravedad, es decir, en la medida de daño que producen a otros o a la comunidad en general, tal pena tiene malos resultados educativos y no contribuye al bien común. En cuanto al fin subsidiario del castigo, es decir, el contribuir a la reforma de los transgresores, ¿cómo puede cumplirse este fin, cuando las cárceles son notoriamente viveros de vicio? Por supuesto, caben opiniones distintas sobre el fin primario del castigo. Pero habría que ser un excéntrico para estar hoy en desacuerdo con la conclusión de Bentham de que el sistema penal de su época necesitaba una reforma. Y aun en el caso de que sostengamos una opinión distinta sobre la función del castigo, no podemos menos de reconocer que sus argumentos en favor de una reforma son, hablando en general, inteligibles y persuasivos. Pero al volver de semejantes consideraciones sobre la necesidad de reforma a la filosofía general de Bentham, la situación es muy distinta. Por ejemplo, J. S. Mill objetaba el que la idea de Bentham acerca de la naturaleza humana revelase estrechez de miras. Y en tanto Bentham tiende a reducir al hombre a un sistema de atracciones y repulsiones como respuesta al placer y al dolor, en el que cabe computar casi matemáticamente los más de placeres y los menos de dolores, en este punto muchos estarán plenamente de acuerdo con Mill. Al mismo tiempo J. S. Mill califica altamente a Bentham por emplear un método científico en moral y política. Éste consiste ante todo en "el método del detalle, de tratar conjuntos separándolos en sus partes, abstracciones resolviéndolas en cosas, clases y generalidades distinguiéndolas de entre los individuos que las componen; y desmenuzando cada cuestión antes de intentar resolverla". En otras palabras, Mill elogia a Bentham por su uso total del análisis reductivo, y por esta razón le considera un reformador de la filosofía. En cuanto al problema en cuestión, Mill, por supuesto, lleva bastante razón. Hemos visto, por ejemplo, cómo Bentham aplicó un tipo de análisis cuantitativo a la ética. Y lo hizo porque pensaba que era el único método científico adecuado. Era el único método 208 que nos permitiría dar significados claros a términos tales como "bueno" y "malo". Además, para Bentham, términos como "comunidad" e "interés común" eran abstracciones que necesitaban ser analizadas si debía dárseles algún valor efectivo. Imaginar que significaban entidades peculiares fuera de los elementos en los que podía analizárselas, era dejarse llevar falsamente por el lenguaje a la postulación de entidades ficticias. Pero aunque evidentemente no puede haber una objeción válida a priori contra la experimentación por el método del análisis reductivo, está también claro que Bentham resbala suavemente sobre las dificultades y trata lo complejo como si fuera simple. Por ejemplo, todo el mundo admite la dificultad de dar una explicación clara de lo que es el bien común, si no es reductible a los bienes privados de los miembros individuales de la comunidad. Pero también es difícil suponer que una afirmación verdadera sobre el bien común sea reductible siempre a afirmaciones verdaderas sobre los bienes privados de los individuos. No podemos legítimamente dar por supuesto que tal reducción o traducción sea posible. Su posibilidad debe establecerse con ejemplos de hecho. Como dicen los escolásticos, ab esse ad posse valet illatio. Pero Bentham tiende a dar por supuesta la posibilidad y concluir sin más que quienes piensan de otra forma han caído en lo que Wittgenstein llamaría más tarde el hechizo del lenguaje. En otras palabras, aunque Bentham tuviera razón en su aplicación del análisis reductivo, no atendió suficientemente a lo que podía decirse desde otra posición. Mill, en efecto, llama la atención sobre "el desprecio de Bentham por todas las demás escuelas de pensadores". Según Mill, Bentham "no fue un gran filósofo, sino un gran reformador de la filosofía". Y si somos partidarios del análisis reductivo, probablemente estamos de acuerdo con la afirmación. De otra forma, tal vez tendamos a omitir las tres últimas palabras. La costumbre de Bentham de simplificar en exceso y pasar por encima de las dificultades, unida a esa peculiar estrechez de la visión moral a la que alude Mill adecuadamente, lo descalifica para el título de gran filósofo. Pero su lugar en el movimiento de reforma social está asegurado. Sus premisas son a menudo cuestionables, pero ciertamente Bentham tiene el don de deducir de ellas conclusiones que a menudo son inteligentes y reveladoras. Y, como ya se ha notado, la naturaleza harto simplificada de su filosofía moral facilitó su uso como instrumento o arma prácticos. Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit JOHN STUART MILL HISTORIA DE LA FILOSOFÍA TOMO VIII Frederick Copleston 1. Notas preliminares Durante el siglo XVIII se había descuidado un tanto el estudio de la lógica. y en la introducción a su Sistema de lógica, Mill se refiere a Richard Whateley (1787 -1863), arzobispo de Dublín, como" el autor que ha trabajado más que nadie para restituir tal estudio al rango del que había caído en la apreciación de la clase culta de nuestro país". Pero no se sigue de ahí, por supuesto, que Mill esté totalmente de acuerdo con la idea de Whateley sobre la naturaleza y el alcance de la lógica. Whateley definió la lógica como la ciencia y el arte de razonar. Pero tal definición, sostiene Mill, es en cualquier caso demasiado estrecha para abarcar todas las operaciones lógicas y lo que es más importante, Whateley veía la deducción silogística como la norma y el tipo de toda inferencia científica, y se negaba a reconocer que la lógica de la inducción pudiera adoptar una forma científica análoga a la teoría del silogismo. No quería decir con esto, explicaba, que no pudieran establecerse reglas para la investigación inductiva. Pero en su opinión tales reglas siempre serían relativamente vagas y no podrían ser sintetizadas en una adecuada teoría científica de la lógica inductiva. El designio inicial de Mill, en cambio, consiste en mostrar que lo cierto es lo contrario. Tiene cuidado en notar que no desdeña el silogismo. Y en su Sistema de lógica trata de la inferencia silogística. Pero acentúa la naturaleza de la lógica como "la ciencia que trata de las operaciones del entendimiento humano en la búsqueda de la verdad". Es decir, da mayor relieve a la función de la lógica como generalizadora y sintetizadora de reglas para la apreciación de las pruebas, y como el paso de verdades conocidas a verdades desconocidas, que a su función de proveedora de reglas para la consistencia formal del razonar. Así, pues, lo que primariamente se requiere para el desarrollo de la lógica es precisamente el cumplimiento de la tarea que según Whateley no puede cumplirse, o por lo menos no puede cumplirse en un grado de exactitud científica; a saber, generalizar "los modos de investigación de la verdad y de apreciación de las pruebas, gracias a los cuales tantas importantes y recónditas leyes de la naturaleza se han añadido, en las diversas ciencias, al conjunto del conocimiento humano". 209 Pero a Mill no le interesa simplemente desarrollar una teoría sistemática de la lógica inductiva según se utiliza en la ciencia natural, sino también construir una lógica de lo que él llama "las ciencias morales", que incluyen la psicología y la sociología. Es cierto que en realidad pensó en tal tema antes de sentirse capaz de llevar a término una exposición satisfactoria de la lógica inductiva, como la dada en el tercer libro del Sistema de lógica. Pero esto no impide a Mill presentar el sexto libro, que trata de la lógica de las ciencias morales, como una aplicación a ellas del método experimental de las ciencias físicas. Así, hace suyo el programa concebido por David Hume, a saber, el empleo del método experimental en el desarrollo de una ciencia de la naturaleza humana. Si se nos pregunta si el punto de vista de Mill es el de un empirista, la respuesta en gran parte depende, claro está, del significado que reciba tal término. Según lo usa el propio Mill, él no es, o en cualquier caso no quiere ser, un empirista. Así, en el Sistema de lógica habla de "la mala generalización a posteriori, o empirismo propiamente dicho", como cuando la causalidad se infiere de la conexión causal. Además, Mill se refiere a la inducción por enumeración simple como a "ese modo basto y chapucero de generalización", modo de generalización exigido por Francis Bacon y que confunde las leyes meramente empíricas con las leyes causales. Un ejemplo fácil se nos ofrece en la forma en que muchos generalizan, a partir de la gente de su propio país, sobre las gentes de otros países, "como si los seres humanos sintieran, juzgaran y actuaran igual en todas partes". Además, en la obra de Mill sobre Comte se nos dice que "la inducción directa no suele ser mejor que el empirismo", tomando evidentemente "empirismo" en un sentido despectivo. Y en todas partes se encuentran indicaciones parecidas. Pero aunque Mill ciertamente rechaza el empirismo en el sentido que para él tiene el término, es decir, en el sentido de una generalización mala y chapucera, de un procedimiento que guarda poca relación con el método o los métodos científicos, es también cierto que se arrima a Locke para sostener que la materia de todo nuestro conocimiento nos la proporciona la experiencia. Y si por empirismo se entiende eso, Mill es sin duda un empirista. A decir verdad, reconoce a la intuición como fuente del conocimiento. De hecho, "las verdades conocidas por intuición son las premisas originales de las cuales se infieren todas las demás". Pero por intuición entiende Mill "conciencia", "percepción inmediata" de Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit nuestras sensaciones y sentimientos: si por intuición se entiende "el conocimiento directo que supuestamente tenemos de las cosas externas a nuestro entendimiento", Mill no está dispuesto a reconocer que exista nada semejante. En realidad, el Sistema de lógica "proporciona lo que se había reclamado tanto, un libro de texto de la doctrina contraria: la que deriva todo conocimiento de la experiencia y todas las cualidades morales e intelectuales principalmente de la orientación dada a las asociaciones". La negación por Mill de lo que él llama la noción alemana o a priori del conocimiento humano -que se encuentra en la filosofía de Coleridge y hasta cierto punto en la de Whewell-, se complica con el hecho de que tal noción se le antoja fuente de consecuencias indeseables para las teorías moral y política, e incluso abocada a sostener actitudes y convicciones morales indeseables. "La noción de que las verdades externas al entendimiento pueden conocerse por intuición o conciencia, independientemente de la observación y de la experiencia, es actualmente, estoy seguro, el gran apoyo intelectual de las falsas doctrinas y los malos sistemas. Jamás se ideó un instrumento tal para consagrar todos los prejuicios firmemente arraigados." Así, pues, cuando el Sistema de lógica intenta explicar el conocimiento matemático, plaza fuerte de los intuicionistas, sin recurrir a la idea del conocimiento intuitivo o a priori, está llevando a cabo un valioso servicio social al tiempo que intenta solventar un problema puramente teórico. Puede objetarse que estas observaciones son, en realidad, totalmente inadecuadas para solventar la cuestión de si Mill debe o no ser definido como empirista. Por una parte, si el empirismo se identifica con la generalización mala y chapucera, es ciertamente obvio que ni Mill ni ningún otro pensador serio desearía ser llamado empirista. Porque el término se convierte en expresión de abuso, o por lo menos de menosprecio. Por otra parte, la convicción de que el material de nuestro conocimiento es suministrado por la experiencia no es por sí misma garantía suficiente para llamar empirista a un filósofo. Así, pues, la observación de que Mill ataca el empirismo en un cierto sentido del término, mientras que al mismo tiempo sostiene que todo nuestro conocimiento se basa en la experiencia, no hace más que limitar la pregunta hasta un cierto punto: no la contesta. No nos dice, por ejemplo, si Mill acepta los principios metafísicos que, aunque lleguemos a conocer sobre la base de la experiencia y o a priori, van más allá de cualquier experiencia real, en el sentido de que se aplican a toda experiencia 210 posible. Una objeción en esta índole es perfectamente razonable. Pero es difícil dar una respuesta simple a la pregunta antes planteada. Por una parte, Mill ciertamente adopta una posición empirista cuando afirma explícitamente que no podemos alcanzar la verdad absoluta y que toda generalización es en principio corregible. Por otra parte, cuando distingue entre inducción científica adecuada y generalización chapucera, parece querer implicar que las verdades desconocidas hasta ahora pueden inferirse con certeza de verdades conocidas y, por consiguiente, que la Naturaleza posee una estructura estable, por decido así, que podría expresarse en afirmaciones que podrían ser la verdad de cualquier posible experiencia. Con vistas a la posición general de Mill en la historia de la filosofía inglesa, y con vistas a la influencia que su pensamiento ejerció, es perfectamente lógico que demos más importancia al primer aspecto de su pensamiento y le llamemos empirista. Pero no hay que olvidar también que a veces adopta posiciones que implican un punto de vista diferente. En cualquier caso, los distintos aspectos de su pensamiento sólo pueden apreciarse si consideramos lo que dice sobre cada tema en particular. 2. Nombres y proposiciones reales y nominales La lógica, sostiene Mill, estudia las inferencias de las verdades previamente conocidas; no, por supuesto, en el sentido de que el lógico amplíe nuestro conocimiento del mundo aportando de hecho un cierto número de inferencias sustanciales, sino en el sentido de que proporciona las pruebas o criterios para determinar el valor de la inferencia o de la demostración, y por lo tanto de la creencia, en cuanto ésta pretende estar fundamentada en una demostración. Pero la inferencia es "una operación que normalmente se realiza por medio de palabras, y en casos complejos no puede producirse de otra forma". Así, pues, es conveniente iniciar un estudio sistemático de la lógica con una reflexión sobre el lenguaje. Tal vez era de esperar que Mill empezara por el estudio de las proposiciones. Porque lo que se infiere son proposiciones. Pero puesto que según él la proposición siempre afirma o niega un predicado de un sujeto -un nombre, dice, de otro nombre- de hecho Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit empieza tratando de los nombres y del proceso de la nominación. No es necesario mencionar aquí todas las distinciones que Mill establece entre los distintos tipos de nombres, pero pueden señalarse los siguientes puntos. Según Mill, desde que el nombre dado a los objetos tiene, en el sentido propio, un significado, tal significado consiste en la connotación del nombre, no en su denotación. Todos los nombres universales concretos son de este tipo. Por ejemplo, la palabra "hombre" puede denotar o referirse a un número indefinido de cosas individuales, el conjunto de las cuales se dice que forma una clase; pero su significado está en lo que connota, a saber, los atributos que se predican cuando la palabra "hombre" se aplica a ciertos seres. De ahí se sigue, por tanto, que los nombres propios, como por ejemplo "Juan", que pueden aplicarse a más de un individuo, pero que no tienen connotación, no tengan, hablando estrictamente, significado. No se deduce de ahí, sin embargo, que la palabra "Dios" no tenga significado. Porque tal término no es, según Mill, un nombre propio. Sin duda, tal como lo emplea el monoteísta, tal término es aplicable a un solo ser. Pero esto ocurre porque, en su uso corriente, el término "Dios" connota un conjunto determinado de atributos que, de hecho, limitan su ámbito de aplicación. Es, así, un término connotativo, no un nombre propio, como "Juan" o "María". En realidad, Mill distingue entre palabras que nombran cosas o atributos, y palabras que entran en el "proceso de nominación". Por ejemplo, en "la mujer de Sócrates", la palabra "de" no es por sí misma un nombre. Pero algunos lógicos posteriores le han reprochado a Mill haber prescindido de voces como "o" y "si", a las que ciertamente no cabe llamar partes de los nombres. Volviendo a las proposiciones, vemos que, como ya se ha indicado, el relieve que Mill da a los nombres y a la nominación le lleva a considerar todas las proposiciones como afirmaciones o negaciones de un nombre u otro. Las palabras que son comúnmente, aunque no necesariamente, usadas para expresar la predicación afirmativa o negativa son "es" o "no es", "son" o "no son". Así, Mill toma como forma normativa, aunque no invariable, la forma "sujeto-cópula-predicado". Y advierte a sus lectores de la ambigüedad del término "es". Por ejemplo, si confundimos el uso existencial del verbo "ser" y su uso como cópula, es fácil que caigamos en absurdos tales como suponer que los unicornios deben poseer alguna forma de existencia, ya que es posible decir 211 que el unicornio es un animal con un cuerno, o incluso porque se puede decir que es una bestia imaginaria. A lo largo de su estudio sobre el sentido o significado de las proposiciones, Mill distingue entre proposiciones reales y nominales. En una proposición real afirmamos o negamos un atributo de un sujeto: un atributo no connotado ya por el nombre del sujeto, o un hecho no comprendido ya en el significado del nombre del sujeto. Con otras palabras, una proposición real lleva consigo una información empírica nueva, verdadera o falsa, según el caso; información nueva, en el sentido de que no puede obtenerse simplemente por análisis del significado del término que funciona como sujeto. Puesto que los nombres propios no son términos connotativos y, hablando estrictamente, no tienen "significado", toda proposición de la forma "Juan está casado", que tenga como sujeto un nombre propio, debe pertenecer necesariamente a esta clase. Las proposiciones nominales, en cambio, se refieren únicamente a los significados de los nombres: el predicado puede obtenerse por análisis de la connotación o significado del término que hace las veces de sujeto. Por ejemplo, en "el hombre es un ser corpóreo": el predicado está comprendido ya en la connotación o significado del término "hombre"; porque no llamaríamos "hombre" a nada que no tuviera un ser corpóreo. Así, pues, la proposición dice algo sobre el significado de un nombre, sobre su empleo: no proporciona una información fáctica en el sentido en que la dan las proposiciones "Juan está casado" o "la distancia media entre la luna y la tierra es de 238.860 millas". La clase más importante de proposiciones nominales la constituyen las definiciones; y una definición es "una proposición declaratoria del significado de una palabra: a saber, del significado que tiene según la aceptación corriente, o del significado que quien está hablando o escribiendo quiere asignarle a los fines especiales de su disertación". Así, Mill no excluye el uso de palabras con sentidos nuevos para fines especiales. Pero insiste en la necesidad de examinar el uso ordinario cuidadosamente, antes de emprender la reforma del lenguaje. Porque el examen de los distintos matices del significado que tiene una palabra en su uso corriente -o de los cambios que se dan en su uso- puede esclarecer diferencias y otros factores relevantes que el posible reformador del lenguaje debe tener en cuenta. Evidentemente, cuando Mill dice que las definiciones son Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit proposiciones nominales no pretende implicar que sean por naturaleza puramente arbitrarias, o que la investigación de los hechos de experiencia no tenga importancia en la formación de las definiciones. Sería absurdo, por ejemplo, definir al hombre sin tener en cuenta para nada los atributos que aquellos seres a los que llamamos hombres tienen en común. La idea de Mill es que aunque la connotación del término “hombre" se base en la experiencia de los hombres, y aunque la investigación de los hechos de experiencia pueda hacer dicha connotación menos vaga y más clara, lo que la definición como tal hace es simplemente explicitar la connotación, el significado, en su totalidad o en parte, es decir, por medio de atributos distintivos escogidos. Es cierto que podemos sentirnos tentados a suponer que la definición no es puramente nominal. Pero tal tentación puede explicarse fácilmente por la ambigüedad de la cópula. Un término connotativo general como "hombre" denota un número indefinido de cosas y connota ciertos atributos que tales cosas tienen en común. Cuando se dice, por lo tanto, que "el hombre es...", tal vez tendamos a pensar que la definición afirma que hay hombres. En tal caso, sin embargo, tácitamente presuponemos la presencia de dos proposiciones, correspondientes a dos posibles usos del verbo "ser": por una parte, la definición, que simplemente explicita el significado del término "hombre", y por otra parte, una proposición existencial que afirma que hay seres que poseen los atributos mencionados en la definición. Si omitimos la proposición existencial que subrepticiamente hemos introducido, podemos ver que la definición es puramente nominal, se refiere únicamente al significado de un nombre. Volvamos por un momento a las proposiciones reales y consideremos una proposición universal, tal como "todos los hombres son mortales". Desde un cierto punto de vista, como parte de una verdad especulativa, tal como dice Mill, esa proposición significa que los atributos del hombre van siempre acompañados del atributo de ser mortal. Y, bien analizado, esto quiere decir que ciertos fenómenos van regularmente asociados a otros fenómenos. Pero también podemos ver la proposición bajo el aspecto de un memorándum para el uso práctico. Y entonces significa que "los atributos del hombre son prueba de, son señal de mortalidad". En otras palabras, nos dice lo que debemos esperar. Según Mill, estos significados distintos son, en último término, equivalentes. Pero en la inferencia científica es el aspecto práctico del significado, su aspecto predictivo, lo que importa especialmente. 212 Observamos, no obstante, una diferencia entre las proposiciones nominales, en las que el predicado se identifica con el término que hace de sujeto o es una parte de él, y las proposiciones reales, en las que el predicado no está contenido en la connotación del sujeto. y Mill señala que "tal distinción corresponde a la llevada a cabo por Kant y otros metafísicos entre lo que ellos llaman 'juicios analíticos' y 'sintéticos'; donde los primeros son los que pueden deducirse del significado de los términos utilizados". Podemos añadir que la distinción de Mill corresponde también, más o menos, a la que Hume advierte entre las proposiciones que establecen relaciones entre las ideas y las proposiciones que establecen hechos de experiencia. Si entendemos por "verdad" la adecuación entre una proposición y el hecho extralingüístico a que se refiere, es evidente que ninguna proposición puramente nominal podrá ser llamada verdadera. Una definición puede ser adecuada o inadecuada, puede adaptarse o no al uso lingüístico; pero por sí misma no afirma nada sobre los hechos extralingüísticos. No obstante, se plantea la pregunta de si para Mill existen proposiciones reales necesariamente verdaderas. ¿Está de acuerdo con Hume en que ninguna proposición real pude ser necesariamente verdadera? O, para usar la terminología kantiana, ¿admite la existencia de proposiciones sintéticas a priori? Es un hecho notorio que Mill tiende a hablar en distintos sentidos, porque influye en su forma de hablar su reacción ante el tipo de teoría que en cada caso esté desarrollando. Así, pues, es difícil decir cuál es la opinión personal de Mill. Con todo, sin duda se opone a la idea de la existencia de un conocimiento a priori de la realidad. Y esta le inclina evidentemente a rechazar las proposiciones sintéticas a priori. Pero Mill no está sin duda dispuesto a suscribir que cuando la negación de una proposición dada se nos aparezca como increíble, tal proposición deba ser simplemente verbal. Porque sin duda hay proposiciones reales que reflejan tal uniformidad o regularidad de la experiencia que su negación nos parece increíble. Y, a fines prácticos, queda justificado que las usemos como si fueran necesariamente verdaderas. En realidad, no podemos obrar de otra forma, porque ex hypothesi no hemos tenido experiencia alguna que nos haya llevado a poner en duda su aplicabilidad universal. Y es que una Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit proposición real puede ser necesariamente verdadera en el sentido psicológico de que encontremos increíble su opuesto, sin que tenga que ser necesariamente verdadera en el sentido lógico de que debe ser verdadera en toda posible experiencia, en todo fenómeno no observado o. no experimentado. Ésta parece ser, más o menos, la posición característica de Mill. Pero para apreciar la complejidad de la situación es aconsejable considerar lo que tiene que decir sobre las proposiciones matemáticas, la gran ciudadela de los intuicionistas y defensores de un conocimiento a priori. 3. La naturaleza de las matemáticas No es preciso decir que Mill reconoce características peculiares en las matemáticas. Señala, por ejemplo, que "las proposiciones de la geometría son independientes de la sucesión de los hechos". Es más, las verdades matemáticas "no tienen ninguna relación con las leyes de causalidad... Así, cuando dos líneas rectas se cruzan entre sí, los ángulos opuestos son iguales; y esto es cierto de tales líneas y ángulos, producidos por cualquier causa". Además, el razonamiento matemático "no nos permite la introducción, en ninguna de sus coyunturas, de una hipótesis que no hayamos encontrado ya en forma de axioma, postulado o definición. Es ésta una cualidad que tiene en común con la lógica formal". Sin embargo, cuando empezamos a examinar la teoría general de Mill sobre las matemáticas surgen las complicaciones. Dugald Stewart sostenía que las proposiciones matemáticas no expresaban hechos reales, sino únicamente las relaciones existentes entre los presupuestos o hipótesis y ciertas consecuencias. Sostenía además que los primeros principios de la geometría eran las definiciones de Euclides, no los postulados y axiomas. Y puesto que consideraba arbitrarias las definiciones, le resultaba difícil explicar cómo podía aplicarse la matemática pura. Que las matemáticas pudieran adaptarse a la realidad, por decido así, y pudieran aplicarse con éxito a la física, era para él pura coincidencia. A Mill, sin embargo, no le satisfizo tal posición. Deseaba poder decir que las proposiciones matemáticas eran verdaderas. No podía reconocer, por tanto, que los teoremas de Euclides fueran deducibles de ciertas definiciones. Porque Mill 213 sostenía, como hemos visto, que las definiciones no son ni verdaderas ni falsas. En consecuencia, tuvo que mantener que los teoremas de Euclides se deducen de ciertos postulados, que pueden ser verdaderos o falsos. Y llegó a la conclusión de que cualquier definición euclidiana es una definición sólo en parte, porque encierra también un postulado. En otras palabras, cualquier definición euclidiana puede ser descompuesta, por análisis, en dos proposiciones, una de las cuales es un postulado o hipótesis relacionado con un hecho real, mientras la otra es una verdadera definición, Así, la definición del círculo puede descomponerse en las dos proposiciones siguientes: "puede existir una figura cuyos puntos formen una línea que equidiste de un único punto situado en su centro", [y] "cualquier figura que posea tal propiedad se llama 'círculo' " La primera proposición es un postulado; y tales postulados -no las definiciones puras- constituyen las premisas de la deducción en los teoremas de Euclides, Se llena así el hueco que Stewart había abierto entre las matemáticas puras y las aplicadas, Porque las proposiciones geométricas, por ejemplo, no se deducen de definiciones arbitrarias, sino de postulados o hipótesis relacionados con afirmaciones factual es. Podemos decir, sin embargo, que en geometría "nuestros razonamientos se fundamentan en datos factuales postulados por unas definiciones y no en las definiciones mismas", y "tal conclusión", señala Mill, "la comparto con el Dr. Whewell". Pero aunque Mill pueda sentirse de acuerdo con Whewell cuando se trata de atacar la idea de Stewart de que los teoremas de la geometría euclidiana se deducen de las definiciones, el acuerdo cesa inmediatamente cuando se trata de precisar cómo conocemos los primeros principios de las matemáticas. Según Whewell dichos primeros principios son evidentes por sí mismos, no derivados de la experiencia, y se conocen por intuición. Son ejemplos del conocimiento a priori, Y Mill no quiere aceptar tal posición. En lugar de ello sostiene que en matemáticas "dichas premisas originales, de las que se deducen las restantes verdades de la ciencia, son, a pesar de que parezcan lo contrario, resultado de observaciones y experiencias fundamentadas, en suma, en la evidencia de los sentidos". Jamás nos hemos tropezado con un caso que refutara un axioma matemático; y el funcionamiento de las leyes de asociación puede explicar satisfactoriamente nuestra creencia en la necesidad de tales axiomas. Dentro de la clase general de "premisas originales", Mill Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit 214 distingue entre axiomas y postulados incluidos en definiciones. Los axiomas son siempre verdaderos. "Que dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí es tan verdad para las líneas y figuras de la naturaleza como lo sería para las líneas imaginarias supuestas en las definiciones”'. Pero los postulados o hipótesis encerrados en las definiciones de la geometría euclidiana están tan lejos de ser necesarios que ni siquiera son verdaderos; intencionadamente se alejan, en mayor o menor grado, de la verdad". Por ejemplo, no es verdad que una línea tal como la define el geómetra pueda existir. Pero de ahí no se sigue que el geómetra intuya una entidad matemática especial. Cuando define la línea como algo que tiene longitud y no anchura, está decidiendo, para sus propios fines, ignorar el elemento de anchura, prescindir de él y considerar sólo la longitud. Así, pues, los axiomas y los postulados se derivan de la experiencia. que no son literalmente verdaderos. Además, cuanto de verdad haya en las hipótesis en cuestión "no será hipotético, sino cierto". Las hipótesis, sin embargo, parece que tienen dos aspectos, uno de ellos conocido como no verdadero en el sentido usual de la palabra; el otro, verdadero, y así, es difícil ver cómo pueda justificarse siquiera el hablar de "hipótesis". y la situación no mejora cuando Mill dice que llamar a las conclusiones de la geometría "verdades necesarias" significa en realidad que se deducen correctamente de presupuestos que "ni siquiera son verdaderos". Lo que quiere decir, por supuesto, es que la necesidad de las conclusiones está en el hecho de que se siguen necesariamente de las premisas. Pero si fuéramos a tomarnos literalmente la insinuación de que las verdades necesarias lo son porque se deducen de presuposiciones falsas, tendríamos que alegar que Mill decía cosas sin sentido. Y no sería justo entenderlo así. Es evidente que cuando Mill define los principios de la matemática como generalizaciones de la experiencia no está insinuando que nuestro conocimiento de todas las proposiciones matemáticas sea, de hecho, el resultado de la generalización inductiva. Lo que dice en realidad es que las premisas últimas de la demostración matemática son hipótesis empíricas, Aquí, pues, se encuentra de acuerdo con Dugald Stewart y en oposición a Whewell. Como hemos visto, no suscribe la afirmación de Stewart de que la geometría euclidiana derive de las simples definiciones; pero tal desacuerdo desaparece cuando se trata de marcar la conformidad sustancial de ambos sobre la naturaleza de las matemáticas, "La opinión de Dugald Stewart sobre los fundamentos de la geometría es, creo yo, sustancialmente correcta: que ella está construida sobre hipótesis," Todo lo que Whewell puede demostrar, arguyendo contra esta opinión, es que las hipótesis no son arbitrarias, Pero "los que dicen que las premisas de la geometría son hipótesis, no están obligados a sostener que sean hipótesis que no guarden ninguna relación con la realidad". En su Autobiografía, Mill aclara que la interpretación de las matemáticas que hace suya es la explicación de las llamadas "verdades necesarias" a base de "la experiencia y la asociación". Así, pues, iría demasiado lejos quien indicara que, después de publicar el Sistema de lógica, Mill elaboró aún una nueva interpretación de las matemáticas. Incluso sería inadecuado sugerir que Mill abrigara conscientemente segundas ideas sobre la interpretación, o las interpretaciones, dadas en la Lógica. Pero difícilmente puede negarse que hizo algunas observaciones que implicaban una concepción distinta de las matemáticas. Por ejemplo, en su Examen de la filosofía de Sir William Hamilton, Mill advierte a sus lectores que las leyes del número fundamentan las leyes de la extensión, que ambas están en la base de las leyes de la fuerza, y que las leyes de la fuerza "fundamentan todas las demás leyes del universo material". De igual modo, en el "discurso" que escribió en 1866 para la Universidad de Sto Andrews, Mill da a entender que las matemáticas nos dan la llave de la Naturaleza y que no se puede decir tanto que los primeros principios matemáticos se forman por generalización inductiva de la observación de los fenómenos (que podrían ser distintos de lo que son) como que esos fenómenos son lo que son a causa de ciertas leyes matemáticas. Evidentemente, esto no afectaría necesariamente a la tesis de que llegamos a conocer las verdades matemáticas sobre bases de experiencia y no a priori. Pero sí afectaría a la tesis de que la necesidad de las matemáticas es puramente hipotética. Dicho esto, Mill va a colocarse en una posición imposible. Por "hipótesis", señala, se suele entender el postulado o supuesto que no se conoce como verdadero, sino que se supone verdadero, porque si fuera verdadero daría cuenta de Ciertos hechos. Pero las hipótesis de las cuales está hablando no tienen nada que ver con las de este tipo. Porque, como hemos visto, los postulados encerrados en las definiciones de la geometría euclidiana se sabe Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit Tal vez la situación pueda resumirse así: según Mill, para el desarrollo de la ciencia del número o aritmética se requieren sólo dos axiomas fundamentales, a saber, "dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí" y "la adición de iguales a iguales da sumas iguales", "junto con las definiciones de los distintos números". Difícilmente podrán definirse tales axiomas como hipótesis empíricas, a no ser que uno decididamente confunda la cuestión psicológica de cómo llegamos a reconocerlos con la cuestión de su status lógico. y aunque Mill habla de ellos como verdades inductivas, habla también de su "verdad infalible", reconocida "desde el amanecer de la especulación". Así, sería muy posible ver tales axiomas como necesariamente verdaderos, en virtud de los significados de los símbolos nominales usados, y desarrollar una interpretación formalista de las matemáticas. Pero Mill no estaba dispuesto a reconocer que los axiomas fundamentales de las matemáticas fueran proposiciones nominales. Así, si decidió, como lo hizo, minar la ciudadela de los intuicionistas, tuvo que interpretar aquellos axiomas como generalizaciones inductivas, como hipótesis empíricas. Y la necesidad de las proposiciones matemáticas tuvo que ser interpretada simplemente como necesidad de una conexión lógica entre las premisas y las conclusiones derivadas de ellas. Al propio tiempo, Mill vio perspicazmente el éxito de la matemática aplicada en cuanto ampliación de nuestros conocimientos del mundo; y llegó a hacer observaciones que nos recuerdan a Galileo, por no mencionar a Platón. Pensó, sin duda, que la idea de que las leyes del número estaban en la base del mundo fenoménico era totalmente consecuente con su interpretación de los principios básicos de las matemáticas. Pero aunque era consecuente con la afirmación psicológica de que nuestro conocimiento de las verdades matemáticas presupone realmente una experiencia de las cosas, difícilmente podía conformarse con la afirmación lógica de que los axiomas matemáticos son hipótesis empíricas. Y hemos visto que Mill se vio en una posición difícil cuando intentó explicar en qué sentido eran hipótesis. In fine, podemos decir una o dos cosas. Podemos decir que Mill tuvo una idea empirista de las matemáticas, pero que hizo afirmaciones inconsecuentes con tal idea, y ésta es la forma tradicional de describir la situación. O bien decir, con algunos autores, que aunque Mill parece haber pensado que estaba exponiendo una interpretación unitaria de las matemáticas, de hecho podemos distinguir varias interpretaciones posibles en sus 215 escritos, interpretaciones entre las que siguió dudando en la práctica, si no en la teoría. 4. El racionamiento silogístico Muchas de las proposiciones que creemos, hace notar Mill, las creemos no por evidencia inmediata de su verdad, sino porque se deducen de otras proposiciones cuya verdad hemos dado ya por supuesta, justificadamente o no. Dicho brevemente: muchas de las proposiciones que creemos se infieren de otras proposiciones. Pero la inferencia puede ser principalmente de dos clases. Por una parte, podemos inferir proposiciones de otras iguales o más generales. Por otra parte, podemos inferir proposiciones de otras que son menos generales que las proposiciones inferidas de ellas. En el primer caso tenemos lo que se suele llamar inferencia deductiva o raciocinio, mientras en el segundo caso tenemos una inferencia inductiva. Ahora bien, según Mill hay inferencia "real" sólo cuando se infiere una verdad nueva, es decir, una verdad que no está ya contenida en las premisas. Y en tal caso sólo la inducción puede considerarse inferencia real, puesto que "la conclusión o la inducción abarca más de lo contenido en las premisas". Cuando la conclusión está precontenida en las premisas, la inferencia no representa progreso alguno en el conocimiento y esto es cierto de la inferencia silogística. Porque" es universalmente consentido que un silogismo es vicioso si en su conclusión hay algo más de lo presupuesto en las premisas. Lo cual equivale a decir, en los hechos, que jamás se ha probado ni puede probarse nada que no sea o se suponga previamente conocido". Si en esto consistiera todo lo que Mill tuviese que decir sobre el tema, sería natural concluir que para él hay dos tipos distintos de lógica. Por una parte, la inferencia deductiva en la cual de proposiciones más generales inferimos proposiciones menos generales. Y puesto que la inferencia no es válida si la conclusión no está precontenida en las premisas, por este camino no podría descubrirse ninguna verdad nueva. El razonamiento silogístico sirve para asegurar la coherencia lógica del pensamiento. Por ejemplo, si alguien habla de tal manera para mostrar que está Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit afirmando en realidad a la vez que todos los X son Y, y que un X particular no es Y, podemos usar las formas del razonamiento silogístico para mostrarle la incoherencia lógica de su pensamiento. Pero por este camino no se descubre ni puede descubrirse ninguna verdad nueva. Porque decir que todos los X son y es decir que cada X es Y. Por otra parte, tenemos la inferencia inductiva, la inferencia usada en la ciencia física, por la cual el entendimiento va de lo conocido a una verdad desconocida antes de que el proceso de inferencia la estableciera. Brevemente: por una parte tenemos una lógica de la coherencia; por otra, una lógica del descubrimiento." En realidad, sin embargo, la situación es mucho más compleja de lo que sugiere esta reflexión preliminar. Consideremos uno de los razonamientos que Mill menciona: "Todos los hombres son mortales; el duque de Wellington es un hombre; luego, el duque de Wellington es mortal". Es sin duda obvio que consentir de las premisas mayor y menor y denegar la conclusión envolvería una inconsistencia lógica. Pero Mill a veces parece querer decir que al dar por supuesta la verdad de la premisa mayor se da por supuesta la verdad de la conclusión, de tal forma que conociendo la verdad de la mayor se conoce ya la verdad de la conclusión y esto parece cuestionable en cualquiera de sus interpretaciones de la premisa mayor. Hemos visto ya que, según Mill, la proposición "todos los hombres son mortales", considerada como lo que él llama "una parte de verdad especulativa", significa que "los atributos del hombre van siempre acompañados del atributo de mortalidad". Mill se fija aquí en la connotación de la palabra "hombre" y si la proposición "todos los hombres son mortales" se interpreta a base de la connotación de la palabra "hombre", es natural decir que la proposición se refiere a universales y no a particulares. Más aún, si interpretáramos "siempre" con el significado de "necesariamente", no habría ningún fundamento convincente para decir que el hombre que afirma que los atributos encerrados en la connotación de la palabra "hombre" van siempre acompañados del atributo de mortalidad debe saber ya por ello que el duque de Wellington es mortal. En verdad, puede decirse que el aserto en cuestión implica que si hay un ser a quien puede representarse adecuadamente como "el duque de Wellington" y que además posea los atributos que lleva consigo la connotación de la palabra "hombre", tal ser posee también el atributo de la mortalidad. Pero queda en pie el 216 hecho de que la afirmación no presupone necesariamente ningún tipo de conocimiento cerca del duque de Wellington. Puede objetarse que Mill no interpreta "siempre" como "necesariamente". Si tal hiciera, convertiría la proposición "todos los hombres son mortales" en una proposición esencial o nominal. Porque la mortalidad sería entonces uno de los atributos que lleva consigo la connotación de la palabra "hombre". De hecho, Mill ve la proposición "todos los hombres son mortales" como una proposición real. Así, pues, siempre no significa "necesariamente", sino" dentro de los límites de la observación". Más aún: aunque Mill a veces parece implicar o sugerir una teoría realista de los universales, hay que notar que en sus reflexiones sobre el silogismo sostiene una teoría nominalista. O sea, "todos los hombres" debe entenderse como denotación. Significa "todos los hombres particulares". Y si sabemos que todos los hombres particulares son mortales, sabemos que cualquier hombre particular lo es. Las premisas de tal razonamiento son correctas. Es decir, para Mill "todos los hombres son mortales" es una proposición real y no nominal, y así mantiene una posición nominalista en su consideración del silogismo. Pero la conclusión del raciocinio no se sigue de las premisas. Porque, según la teoría nominalista de Mill, "todos los hombres son mortales" es fruto de la experiencia de hechos particulares, es decir, de hechos como que Sócrates y Julio César murieron. Y si el duque de Wellington vive, su muerte evidentemente no está incluida entre estos hechos particulares. No. puede decirse, pues, lógicamente, que el conocimiento de que todos los hombres son mortales presuponga o incluya el conocimiento de la mortalidad del duque de Wellington. La conclusión de que el duque de Wellington es mortal no está precontenida en la proposición "todos los hombres son mortales". Y parece resultar que la inferencia desde "todos los hombres son mortales" a "el duque de Wellington es mortal" no es válida. Para dar validez a la inferencia habría que decir que "todos los hombres son mortales" no es simplemente fruto de la experiencia de que la gente muere, sino también una inferencia inductiva que va más allá de la evidencia empírica y funciona como una predicción al decirnos lo que debemos esperar. Después de observar en el pasado que los atributos implicados por la connotación del término "hombre" se han visto, de hecho, Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit acompañados por la mortalidad, inferimos que lo mismo debe esperarse que ocurra en el futuro. Dicho de otro modo: "todos los hombres son mortales" viene a ser no tanto una premisa de la cual se deduzca la mortalidad de los hombres que viven y vivirán, cuanto una fórmula para hacer inferencias futuras, es decir, inferencias desde la posesión de otros atributos al atributo de la mortalidad. Y esto es precisamente lo que dice Mill: "Las proposiciones generales son simples registros de tales inferencias ya realizadas, y breves fórmulas para construir otras. La premisa mayor de un silogismo, por tanto, es una fórmula de éstas, y la conclusión no es una inferencia deducida desde la fórmula, sino una inferencia deducida según la fórmula" y las reglas de las inferencias silogísticas son reglas para interpretar correctamente la fórmula. Como tales, son útiles. y Mill puede introducir "una protesta tan fuerte como la del propio arzobispo Whateley contra la teoría que dice que el arte silogístico no sirve para los fines del razonamiento". Pero si la premisa mayor no es una proposición desde la cual se deduce la conclusión, sino una fórmula según la cual se saca la conclusión, entonces lo que constituye el antecedente lógico real son los hechos particulares observados. Con otras palabras, "toda inferencia va de lo particular a lo particular". En el pasado se ha observado una multiplicidad de relaciones empíricas particulares entre ser hombre y ser mortal. Puesto que no podemos conservarlas todas en la memoria, las grabamos en un compendioso memorándum. Pero la memoria no es una simple nota histórica. Va más allá de la evidencia empírica observada en el pasado y predice el futuro sirviendo de guía o de fórmula para elaborar inferencias. Y aunque no necesitamos moldear nuestro razonamiento, según la fórmula, en términos silogísticos, sin embargo, podemos hacerla. Las reglas de la inferencia silogística son una serie de reglas o precauciones para asegurar la corrección y consistencia de nuestra interpretación de la fórmula, midiéndose la corrección por nuestra intención de demostrar la fórmula, es decir, simplificar la construcción de futuras inferencias según nuestras inferencias pasadas. El razonamiento silogístico llega a ser así la segunda mitad del proceso total, como dice Mill, que va de la premisa a las conclusiones, es decir, de lo particular a lo particular. Con otras palabras, ha disminuido la distancia entre inferencia deductiva e inferencia inductiva. Pero hay todavía más. Mill reconoce que en ocasiones el 217 razonamiento silogístico constituye el proceso total de razonamiento desde las premisas a la conclusión. Se dan estos casos, por ejemplo, en teología y en derecho, cuando la premisa mayor se deduce de la autoridad adecuada y no por inferencia inductiva de casos particulares. Así, un abogado puede recibir del legislador su premisa mayor bajo la forma de una ley general, y ver después si encaja o no en algún caso particular o en una serie de circunstancias. Pero Mill añade que el proceso de razonamiento del abogado "no es un proceso de inferencia, sino un proceso de interpretación". Hemos visto ya, sin embargo, que cuando la inferencia silogística constituye la segunda mitad de un proceso total de razonamiento desde las premisas a la conclusión, es de hecho el proceso de interpretación de una fórmula, es decir, de la premisa mayor. Y en tal caso desaparece la profunda distinción entre dos clases de lógica. El razonamiento silogístico es simplemente un proceso de interpretación. Puede sostenerse por sí mismo, por decirlo así, como puede ocurrir cuando un teólogo toma su premisa mayor de la autoridad de las Escrituras o de la Iglesia. O puede constituir una fase en un proceso total de inferencia de particulares a particulares. Pero en ningún caso es, por sí mismo, un ejemplo de inferencia. Y las reglas del silogismo son reglas para la buena interpretación de una proposición general, no reglas de inferencia, por lo menos en el sentido propio del término. 5. La inducción y el principio de la constancia de la Naturaleza Habida cuenta de que Mill describe el razonamiento silogístico como proceso de interpretación de una proposición universal, resultado de la inducción, no es de extrañar que defina la inferencia inductiva como "la operación de descubrir y probar proposiciones universales". A primera vista la proposición puede, en realidad, parecer un poco extraña. Porque, como hemos visto, se dice que toda inferencia va de lo particular a lo particular. Sin embargo, "los universales no son más que conjuntos de particulares, definidos en cuanto a su naturaleza pero indefinidos en número". Esto equivale a decir que probar una proposición universal es demostrar que algo es cierto de toda una clase de particulares. Así, puede definirse la inducción como "la operación del entendimiento Para uso de los estudiantes de la Universidad Autónoma de Nayarit por la cual inferimos que lo que tenemos por verdadero en uno ó varios casos particulares, será verdadero en todos los casos que se parezcan al primero en ciertos aspectos determinados". Evidentemente, Mill no está pensando en la llamada "inducción perfecta", en la cual la proposición universal recoge simplemente lo que ya se ha observado como verdadero en cada uno de los miembros individuales de una clase. Porque la inducción en tal sentido no representa ningún progreso del conocimiento. Mill está pensando en la inferencia que va más allá de los datos reales de experiencia y, por ejemplo, de la verdad conocida de que algunos X son Y deduce la conclusión de que cualquier cosa que en cualquier momento posea el atributo en virtud del cual todo X es considerado como miembro de una clase, tendrá también el atributo Y. La hipótesis básica implicada en este proceso que, yendo más allá de los datos empíricos reales enuncia una proposición universal, es, según Mill, el principio de la constancia de la Naturaleza, de que todos los fenómenos ocurren según leyes universales. La proposición de que el proceder de la Naturaleza es constante es el principio fundamental o axioma universal de la inducción. Y sigue diciendo que si la inferencia inductiva de lo particular a lo particular tuviera que expresarse en forma silogística aportando una premisa mayor, el mismo principio constituiría la última premisa mayor. Ahora bien, si se define el principio de la constancia de la Naturaleza como el principio, axioma o postulado fundamental de la inducción, tal definición parece sugerir que el principio se concibe y se postula explícitamente antes de que se haga ninguna inferencia científica particular. Pero en modo alguno es ésta la opinión de Mill. Mill entiende más bien que la constancia de la Naturaleza es la condición necesaria para la validez de la inferencia científica, y que al embarcarnos en una inferencia particular implícitamente lo presuponemos así, aunque no nos demos perfecta cuenta de ello. Por lo tanto, cuando dice que si hubiera que poner en forma .silogística una inferencia inductiva el principio de la constancia de la Naturaleza se constituiría en la última premisa mayor, entiende que dicho principio es la premisa "suprimida" de la inducción. Y, siguiendo su doctrina general del razonamiento silogístico, entiende que es una tácita fórmula o axioma según el cual se realizan las inferencias; no una proposición desde la cual se deduzca la conclusión de la 218 inferencia. Es cierto que la referencia al silogismo es bastante confusa. Porque, según hemos visto, Mill ve el razonamiento silogístico como la interpretación de una fórmula; lo que significa la interpretación cuidadosa de una fórmula conscientemente concebida y enunciada. Pero aunque es evidente que el principio de la constancia de la Naturaleza debe enunciarse explícitamente si en realidad queremos dar forma silogística a la inferencia aportando la premisa mayor suprimida, en ningún modo esto significa que toda inferencia científica encierre plena conciencia del principio o axioma según el cual obra. Mill, por tanto, no pretende sugerir que el principio de la constancia de la Naturaleza sea una verdad evidente por sí misma, conocida con anterioridad al descubrimiento de las regularidades o constancias particulares. Al contrario, "esta gran generalización se funda a su vez en generalizaciones anteriores". Y lejos de ser una de las primeras inducciones que se 'han de hacer, es una de las últimas. Esto a primera vista puede parecer incompatible con la idea de Mill de que la constancia de la Naturaleza es la hipótesis b