Informes y realidades Juan Poom Medina* A septiembre también se le conoce como el mes de los informes de gobierno. Eventos que sin duda son actividades importantes porque en ellos se redacta y se presenta a los ciudadanos el estado que guardan los asuntos públicos después de un año de labores y gestiones. Sin embargo, desde hace ya un buen tiempo la actividad de informar a los ciudadanos se ha convertido sólo en un acto protocolario que no dice mucho sobre el estado real de cosas que guardan los municipios, los distritos, las entidades o el país. Me parece que otros propósitos han superado lo que antes se entendía por informe de gobierno: En lugar de que a los ciudadanos les vaya bien con los datos y cifras que se presentan, a quienes les va mucho mejor es a los representantes que les gusta lucir bien durante ese acto político, y si tiene la habilidad de hablar con buena dicción les va mucho mejor. Este asunto no es menor y nada de culpa tienen los alcaldes, los diputados, y gobernadores. El protocolo es así y para llevar a cabo los trabajos no se duda en utilizar los recursos posibles para que las cosas salgan bien, para ello los equipos de trabajo se esmeran tanto que cuidan los detalles al máximo para que ese ejercicio de “rendición de cuentas” se convierta en el monumento anual a la eficiencia o la carta que enlista las soluciones que se han dado a los distintos problemas públicos. Primero, el punto es que me parece que la forma en que se estructuran los informes de gobierno en nada contribuye a la vida democrática y a la rendición de cuentas. Por asuntos de mi trabajo me ha tocado revisar informes de gobierno (municipal y del gobernador) de varias entidades: Baja California, Aguascalientes, Chihuahua, Jalisco y Sonora. En nada difieren. Son informes escuetos, muy generales y a veces ambiguos que nada dicen, insisto, sobre el estado de cosas que guardan los asuntos públicos. Alguna vez un profesor universitario me decía lo siguiente: “Hoy tuvimos una reunión en la Secretaría de Gobierno porque presentamos los resultados de un análisis comparativo que hicimos de los informes de gobierno de todos los municipios”. Debo reconocer que desde el momento en que me decía eso me pareció muy ingenuo y una pérdida de tiempo el trabajo que, de ser cierto, se presentó en esa oficina. Dedicar tiempo a comparar informes de gobierno no conlleva a ningún hallazgo relevante porque metodológicamente hay sesgos que fácilmente escapan de nuestro control. Por ejemplo, un primer asunto importante es que los informes se redactan en función de logros o metas alcanzadas, algunas de ellos infladas. Así, querer comparar los informes entre un municipio urbano y otro rural, o de un estado fronterizo con uno del centro, pues no dice mucho. Segundo, otra crítica al evento de los informes de gobierno es que los hechos reales (sociales, políticos o económicos) siempre superan a las líneas escritas que conforman, a veces, hasta dos o tres tomos enormes de información que el representante resume en el evento ex profeso para dirigirse a los ciudadanos. Siempre me he preguntado qué puede informar un alcalde de un municipio rural de tan sólo 250 habitantes, qué tanto puede presumir un alcalde fronterizo o serrano cuya gobernabilidad se encuentra tambaleante ante tanta inseguridad ciudadana a causa del crimen organizado. Pero el mejor ejemplo es lo que sucede en Hermosillo y otras ciudades importantes. Podemos estar de acuerdo en que algunos asuntos públicos pueden estar saliendo bien porque se han conjugado muchas cosas: la herencia de otros gobiernos de alternancia, porque se ha entendido bien que los problemas de Hermosillo, Ciudad Obregón, Guaymas, Nogales son una masa de oportunidades políticas, porque los representantes saben aprovechar bien la figura de gobierno unificado (PRI Estado-PRI Municipio) o viceversa; es decir, por todo lo que significa gobernar las principales ciudades de la entidad. Sin embargo, debido a que ya conocemos sus aspiraciones para saltar a otro puesto, entonces el informe de gobierno se diluye para convertirse en un escaparate propicio para seguir fortaleciendo sus futuras intenciones, muy legítimas por cierto. Sin embargo, el propósito de origen de informar se mezcla con el de las aspiraciones. Insisto, la culpa no es de los representantes, es de todo el conjunto de reglas de nuestro sistema político premoderno, primitivo, que sigue permitiendo que el ejercicio de informar sea sinónimo de oportunidades políticas. Incluso cuando sabemos que informar a los ciudadanos lo que un representante hizo con dinero público sea ahora tema de moda y muy recurrente en el contexto de democratización del país. Cuántas imperfecciones democráticas tenemos. *Profesor-investigador del Programa de Estudios Políticos y Gestión Pública de El Colegio de Sonora, jpoom@colson.edu.mx