ENTRE LA CONTENCIÓN Y LA NORMA: CREENCIAS IMPLÍCITAS EN EL RÉGIMEN ACADÉMICO PARA LA EDUCACIÓN SECUNDARIA DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES Perrupato, Sebastián UNMdP. CONICET sperrupato@gmail.com Resumen La Dirección General de Cultura y Educación promulga en 2011 la resolución 587/11, en la que se establece el Régimen Académico para la educación secundaria. Su implementación tuvo un impacto inmediato en las prácticas institucionales y en los actores pedagógicos de la escuela. En este sentido entendemos necesario un análisis del mismo que evidencie las concepciones epistemológicas que se esconden detrás de la presente resolución. Se trata de comprender las creencias que están incorporadas en el régimen académico de modo implícito, entendiendo que estas permiten una comprensión integral del documento. Comprender las creencias subyacentes, nos abre la posibilidad de plantearnos un universo de cuestiones que están detrás del texto pero que son indispensables para su análisis. Algunas de las preguntas que guiaran nuestro análisis serán: ¿Qué significa ser docente en este documento? ¿Cuál es su rol principal? ¿Qué actividades le son propias? ¿Qué es la escuela, funciones, responsabilidades? ¿Cómo se aprende, qué es ser alumno, cuáles son sus tareas y responsabilidades? Obviamente no pretendemos dar una respuesta acabada de cada una de estas preguntas, pero si ponerlas en discusión y tensión a fin de poder profundizar en el análisis del Régimen Académico para la educación secundaria. Palabras clave: Educación secundaria; Régimen académico; Creencias implícitas; Contención; Norma. Introducción Luego de promulgada la ley nacional 26.206 y la ley de educación provincial que implementa la secundaria obligatoria, eliminando lo que anteriormente se denominaba EGB, ESB y polimodal, se hace necesaria la articulación de un marco general que regule la vida institucional de los adolescentes en sus pasos por las aulas secundarias. En este contexto la Dirección General de Cultura y Educación promulga la resolución 587/11, en la que se establece el Régimen Académico para la educación secundaria. El mismo se destina a todas las escuelas secundarias, técnicas, agraria y de arte y se define como “Un instrumento de gestión que ordena, integra y articula las prácticas institucionales que regulan las trayectorias escolares continuas y completas de los estudiantes” (DGCyE, Res. 587/11). La implementación de este Régimen o a partir del ciclo lectivo de 2011 tuvo un impacto inmediato en las prácticas institucionales y en los actores pedagógicos de la escuela, principalmente en los docentes y alumnos. En este sentido entendemos necesario un análisis del mismo que evidencie las concepciones epistemológicas que se esconden detrás de la presente resolución. Se trata de comprender las creencias que están incorporadas en el régimen académico de modo implícito, entendiendo que estas permiten una comprensión integral del documento. Comprender las creencias subyacentes, nos abre la posibilidad de plantearnos un universo de cuestiones que están detrás del texto pero que son indispensables para su análisis. Evidentemente el universo de creencias implícitas puede ser muy amplio, por ello se realiza un recorte seleccionando aquellas que se refieran a formas de entender y representar el hecho educativo, esto es, la forma en que se conciben no solo las prácticas pedagógicas sino también sus actores, espacios, recursos, etc. Algunas de las preguntas que guiaran nuestro análisis serán: ¿Qué significa ser docente en este documento? ¿Cuál es su rol principal? ¿Qué actividades le son propias? ¿Qué es la escuela, funciones, responsabilidades? ¿Cómo se aprende, qué es ser alumno, cuáles son sus tareas y responsabilidades? Obviamente no pretendemos dar una respuesta acabada de cada una de estas preguntas, pero si ponerlas en discusión y tensión a fin de poder profundizar en el análisis del Régimen Académico para la educación secundaria. La escuela secundaria entre la contención y la norma El documento se hace eco de la ley de Educación Provincial en vistas al cumplimiento de las metas de “obligatoriedad, permanencia y egreso con calidad de la educación para la jurisdicción” (DGCyE, Res. 587/11). Estas banderas reivindicadas por la Ley 13.688 de la DGCyE son un significativo avance en relación a la educación que se impulsó durante la década del noventa. Como es por todos conocido el vaciamiento de las aulas secundarias que género la propuesta del polimodal llevó a la necesidad de garantizar la obligatoriedad en la enseñanza secundaria. La referencia a la permanencia y egreso, nos permiten pensar: ¿Bajo qué lineamientos se pretende la permanencia escolar? ¿Se trata de “contener” a los chicos en las aulas para que no estén en las calles? ¿Cuál es el costo del egreso si no se garantiza una formación de calidad? ¿Son incompatibles obligatoriedad y permanencia con calidad educativa? Evidentemente existe en la educación actual una creencia generalizada en que la escuela es un lugar de contención de los alumnos, esto se desprende no solo de la referencia antes citada, sino también de los discursos que año tras año se “bajan” a los docentes de nivel secundario desde la dirección según los cuales “hay que contener”. Este contener adquiere un sentido de sostener no de acompañar como se esperaría, la escuela se transforma así en una suerte de prisión o lugar donde los adolescentes se encuentran “controlados” y desde donde se evita que se aparten de la norma. Esto mismo parece interpretarse cuando el Régimen Académico establece que se debe garantizar “el derecho al ingreso y la permanencia con inclusión y aprendizaje de todos los estudiantes” (DGCyE, Res. 587/11). La escuela como institución se va alejando de una “escuela abierta” (Fernández, 1998) para controlar y sostener a los adolescentes la mayor parte del tiempo. En este sentido el término “calidad educativa”1, heredado del menemismo es incompatible con este tipo de escuela. Si la función principal, de la escuela es la de sostener, su función deja de ser la de educar y por lo tanto es poco factible bregar por una educación de calidad. Podemos discutir largamente sobre las implicancias que tiene esta pretendida calidad de la educación, pero sería entrarnos en un debate muy espinoso que excede los lineamientos del Régimen Académico. Simplemente nos llama la atención una cuestión: El régimen no habla de una educación de calidad, sino de la calidad de la educación. Sutil diferencia que nos deja pensando en si el objetivo es una educación de calidad o esta aparece como algo que le es propio a la definición de educación como si fuera de por sí una de sus características. Varia la interpretación porque en una se trata de un adjetivo y como todo adjetivo se puede potenciar, es decir, puede ser un potencial objetivo. En cambio, de otro modo, la cuestión aparece como algo que le es propio de la educación y que se da por sí misma, entonces no habría que alcanzarla porque ya viene incorporada a la educación. Sobre estas cuestiones nada resueltas, se edifica el Régimen Académico con dos ámbitos de significación “por una parte de carácter institucional y por otra de orden académico” (DGCyE, Res. 587/11) se trata de un conjunto de “normas que regulan formas, estrategias, criterios y momentos de la evaluación y la acreditación en el nivel mediante procesos que garanticen la participación de directivos, docentes y alumnos, y posibiliten la asunción de compromisos y responsabilidades compartidas por parte de los distintos actores implicados” (DGCyE, Res. 587/11). Desde esta perspectiva el régimen presenta la vida institucional y la académica como dos instancias diferenciadas entre las cuales se desenvuelven los actores educativos. El carácter institucional y el orden académico deben presentarse de un modo dinámico e interrelacionado, porque la función principal de institución escuela es académica. Se trata de una división en las esferas de influencia de la escuela: Por un lado educa y por el otro contiene. En este sentido debemos preguntarnos: ¿es acaso la función institucional contener a los alumnos? Esta idea, que parece primar en el Régimen, se torna evidente en el resto del documento, donde ambas esferas aparecen diferenciadas focalizando, la atención en diferentes aspectos, entre los cuales el académico queda muchas veces relegado. Por otro lado, tenemos que hacer especial hincapié en la idea del régimen académico como norma, el tema de la norma ha sido ampliamente discutido por la filosofía y los cientistas de la educación. Michael Foucault estableció que la norma tiene un funcionamiento político en el contexto de la sociedad disciplinaria. “El poder que disciplina funciona como un poder de normalización, lo que quiere decir que su funcionamiento tiene como condición de posibilidad que la norma y sus formas de coacción se activen en beneficio del despliegue de tales modalidades modernas de ejercicio de poder” (Hernández Delgado, 2013:p81). Se trata de una tensión dialéctica entre polarizaciones que pretenden ajustarse unas a otras, es decir, normalizarse. En este sentido el poder disciplinario es una modalidad de ejercicio político cuya máxima proliferación y efectividad se debe a la eficacia de la norma. Las tecnologías positivas del poder funcionan de manera normalizante. El poder que fabrica, que observa, que crea saberes, mecanismos, instituciones, individuos, etc. en su movimiento mismo, se inscribe exitosamente en el campo social en función de la capacidad superproliferante de la norma. La sociedad disciplinaria es entonces una sociedad normalizante. Foucault dice al respecto: De una manera aún más general, puede decirse que el elemento que va a circular de lo disciplinario a lo regularizador, que va a aplicarse del mismo modo al cuerpo y a la población, que permite controlar el orden disciplinario del cuerpo y los acontecimientos aleatorios de una multiplicidad biológica, el elemento que circula de una a la otra, es la norma. La norma es lo que puede aplicarse tanto a un cuerpo al que se quiere disciplinar como a una población a que se pretende regularizar (Foucault, 1975:228). La norma, entonces, lejos de rechazar o excluir, más bien tiene una vocación de intervención sobre las conductas y las prácticas. La norma, entendida por Foucault, será una positividad productiva –no represiva, ni excluyente-, una acción directa transformadora. La norma tiene en este sentido un carácter de contención, se trata de contener dentro de los límites de la normalidad, es decir, de los que se espera de un adolescente promedio. Se trata de contener en la escuela para que los jóvenes no transgredan o violen la norma. El Régimen realiza además otra asociación por demás llamativa el término normas aparece asociado al de evaluación y acreditación esta misma asociación aparecía en vigilar y castigar hace varios años. Foucault plantea que el examen es uno de los mecanismos privilegiados por medio del cual las disciplinas posibilitan la constitución de un saber racional sobre el hombre. El examen es el resultado de la combinación entre la vigilancia jerárquica y la sanción normalizadora. El examen aparece para Foucault como una instancia de vigilancia normalizadora “establece en los individuos una visibilidad a través de la cual se los diferencia y se los sanciona. A esto se debe que en todos los dispositivos disciplinarios el examen se halle ritualizado” (Foucault, 2008: 215). El examen hace entrar la individualidad dentro del campo de lo que se documenta, del registro, hace de cada uno un caso que retroalimenta a la ciencia pues por una parte asegura la transmisión de saberes y por la otra entrega un saber reservado exclusivamente para maestro a través del cual construye su pedagogía y su didáctica. El examen no se limita entonces a sancionar un aprendizaje, aparece como parte de un ritual de poder pero también como una forma de representación y de poder. El examen es parte del universo simbólico cultural que se vive en la escuela, de su ritual y su simbología. Quizás por ello el lugar destacado que adquiere en la resolución. La disposición de los espacios, la conformación del tribunal y la aplicabilidad de los métodos hacen al universo simbólico del examen, que evalúa mucho más que simplemente la transmisión de conocimiento. Se evalúa también la disposición a un orden, orden que responde a un orden social y representa a un orden social. En definitiva lo que se evalúa es la disposición de este individuo al orden social vigente (Perrupato, 2015). Esta idea de evaluación como sistema de distribución desigual de poder y mecanismo de control social ha sido replanteada y recientemente, esto no niega la instancia de poder y control en la que se transforma la evaluación, sino que comienza a planear la necesidad de la inclusión. Si se entiende que el poder puede ir circulando y que las decisiones pueden ser tomadas entre todos en cuanto a qué y cómo evaluar, se puede pensar la evaluación como instancia más de construcción del conocimiento y por lo tanto de inclusión de las diferencias de los tiempos, en definitiva se trata de pensar la evaluación desde una mirada curricular. Esto no quiere decir dejar en manos de los alumnos la acreditación de la cursada sino convertir en una alternativa democrática un proceso que en definitiva sigue siendo parte de la acción de aprender (Celman, 2009). La resolución se encuentra a caballo de ambas propuestas por momentos muy cercana a la primera y en otros a la segunda. El segundo aspecto a considerar de este posicionamiento del régimen académico es la cuestión de los actores institucionales, que asumen “compromisos y responsabilidades compartidas” sobre todo en lo concerniente a las pautas y organización de la vida institucional. Esta responsabilidad compartida entiende la educación como una construcción común pero evita que los directivos y docentes asuman el rol que les corresponde en el hecho educativo. Esta frase esconde un cómodo lugar docente en el cual “si los alumnos no aprenden es porque no quieren” cuando en realidad la educación es responsabilidad fundamental de los docentes, si el alumno no quiere aprender el docente debe convertirse en un motivador (Huerta, 1997) buscar la motivación de los estudiantes e intentar despertar en el deseo de aprender. Obviamente esto no implica que el alumno no tenga responsabilidades en el proceso de aprendizaje, pero sí entiende que este va de la mano del proceso de enseñanza en el que el docente cumple un rol fundamental. Por otro lado el rol de los directivos dentro de la institución también es fundamental, y el mismo aparece desdibujado en el Régimen académico. Sus funciones no son establecidas y se lo coloca en el mismo nivel que los docentes, cuando su responsabilidad, en tanto dirigentes de la institución, es mayor. Si tenemos en cuenta como escribe Foucault que el poder fluctúa y que por tanto la aplicación de la norma corresponde en diferentes momentos a distintos actores o grupos, el director aparece de manera subyacente con un poder de censor rígido de la conducta, tanto estudiantil como docente, se transforma en una suerte de poder de policía que persigue y regula las condiciones de enseñanza2. En este sentido el rol del alumno es esencial y el presente régimen regula todos sus derechos y deberes. El alumno es concebido como sujeto de derechos cuya responsabilidad descansa en lo padres o tutores hasta los 18 años de edad. En cualquier caso se debe garantizar la permanencia por medio de estrategias de enseñanza y de detección de factores de vulnerabilidad escolar. No queda muy en claro a qué se hace alusión con vulnerabilidad escolar, pero se entiende que se trata de alumnos en riesgo de dejar la escuela por diferentes motivos. Quizás por lo ante dicho este ítem se relaciona con el de la asistencia, debiendo ser la misma por materia no superior al “15 % de las clases efectivamente dictadas en el año lectivo” (DGCyE, Res. 587/11). Resulta cuanto menos curioso que se hable de “clases efectivamente dictadas” lo que deja entrever que existe un gran porcentaje de clases que no se dictan y que resulta legítimo que así lo sea. En este sentido se corre de los 180 días de clase obligatorios que establece la nación (Ley 25.864/04). Por otro lado, el cómputo por Materia de las inasistencias ponen en entre dicho la integración disciplinar dentro de la escuela y contribuye a un aprendizaje sectorizado, compartimentado, estancado. Camilloni ha señalado los riesgo que se corren en la aplicación de un curriculum por materias entendiendo que “la desintegración del conocimiento y el hecho de que es el alumno el que se va a hacer responsable de integrarlo, ya que los conocimientos sueltos y dispersos no se pueden usar en muchas ocasiones” (Camillioni, 2001: p 40). Mencionamos previamente la importancia que tiene para el régimen académico la evaluación, en este sentido hay una claro criterio eficientista de la educación que se transpola en la preocupación por las calificaciones, pero además en un docente o equipo a cargo de la materia 3 que adquiere un rol de gestor de los instrumentos de evaluación, es el docente el que aplica los dispositivos evaluativos propios. En esta dirección establece una serie de contenidos prescriptos siendo responsabilidad del docente la planificación anual: “Distintas formas de agrupamientos de los contenidos, como unidades didácticas, ejes o bloques (…) en ellas se deberá explicitarme la secuenciación y organización de los contenidos prescriptos y las referencias explicitadas a las estrategias de enseñanza, los recursos a utilizar, las actividades a proponer, los instrumentos y criterios de evaluación, así como la selección de la bibliografía para el profesor y el estudiante” (DGCyE, Res. 587/11). El régimen académico establece en su anexo 5 la organización pedagógica institucional de la enseñanza. Así, considera que la enseñanza tiene un carácter político pedagógico, esta idea permite suponer la supremacía de lo político por sobre lo pedagógico ya que establece lineamientos político- pedagógicos y no pedagógicos políticos. Se trata de entender a los actores institucionales como actores políticos capaces de tomar decisiones conducentes a la organización de la enseñanza. Esto parece contradecir el rol previamente desarrollado del docente como un gestor institucional. Es que verdaderamente en el régimen, el docente se encuentra tensionado entre ambos paradigmas: por un lado se lo presenta como un actor político, sujeto de derechos y responsable de la selección de los contenidos y las estrategias didácticas y por otro el docente aparece como un gestor que debe responder a un diseño que se presenta como prescriptivo y que además está supeditado a una serie de instancias de control establecida en el régimen académico “la planificación tendrá correspondencia con la planificación departamental o institucional y será responsabilidad del docente su presentación en tiempo y forma” (DGCyE, Res. 587/11). En síntesis, los actores institucionales (Docentes, alumnos y directivos) se encuentran tensionados en el Régimen académico entre un deber ser y un ser que se adapta muchas veces a las circunstancias institucionales y del contexto. Esta tensión también se torna evidente en el esfuerzo por articular viejas y nuevas teorías en educación, tratando de responder a la demanda social pero sin saber claramente cómo. Epilogo Evidentemente no hemos acabado el tema aquí, simplemente soslayamos algunas líneas de análisis que pueden ser profundizadas en investigaciones futuras. El Régimen académico es un documento materialmente denso que tiene una riqueza conceptual digna de ser considerada con mayor detenimiento. No obstante, lo trabajado hasta aquí nos permite subrayar que el mismo se encuentra claramente tensionado entre la contención y la norma. Entre la contención y la norma la presente resolución se entiende en los tres niveles. Alumnos, Docentes y Directivos. Los adolescentes como sujetos de derechos y por tanto de responsabilidades son considerados sujetos vulnerables y como tales deben ser contenidos por la escuela secundaria. Escuela que no está dispuesta a relegar el rol normalista por el cual los jóvenes deben adecuarse a la norma, se trata de establecer una suerte de control social que los aleja de la situación de vulnerabilidad. Por su parte los docentes aparecen con una tarea fundamental gestionar el conocimiento. Los profesores deben aplicar los contenidos prescriptos y adecuarse a un sistema que también los regula, controla y norma a ellos. Si no pueden adaptarse a la norma, si no pueden aceptar el control preestablecido, no sirven como docentes. Pero a su vez los docentes tienen un rol primordial en el seguimiento y la contención del alumno, rol regulado por la figura del Director que hace a las veces de poder de policía, controlando y verificando la adecuación del docente y de los alumnos a la norma. Referencias bibliográficas Camilloni, A. (2001) “Modalidades y proyectos de cambio curricular”. En: Aportes para un cambio curricular en Argentina 2001. Buenos Aires: UBA. Celman, S. (2009) Evaluando la evaluación. Educere, Vol. 13, Núm. 46, julio-septiembre, 2009, pp. 777-783 Fernández, L. (1998) El Análisis de lo institucional en la escuela. Buenos Aires: Paidós. Foucault, M. (1996) ¿Qué es la Ilustración? Madrid, Ediciones de la Piqueta. Foucault, M. (2008) Vigilar y Castigar. Buenos Aires: Siglo XXI. Foucault. M. (1975). Defender la sociedad. Argentina: FCE, 2008. Hernández Delgado, R. (2013) La positividad del poder: la normalización y la norma. Teoría y crítica de la psicología, núm. 3, pp. 81–102. Huertas, J. A. (1997), Motivación. Querer aprender. Buenos Aires, Aique. Perrupato, S. (2015) La evaluación en la escuela secundaria, Buenos Aires: Castro Fernández. Notas 1 Este término ha generado varias polémicas, sobre todo porque en la producción académica apareció asociado al término de equidad educativa. En este sentido la educación se pensaba como una formación para los sectores más acomodados y que por tanto podían acceder a esta calidad educativa. El menemismo tuvo con la educación un doble efecto: el vaciamiento y la pauperización de la enseñanza, en este sentido la pretendida calidad educativa fue un mero elemento discursivo. 2 “La policía (…) vigila todo lo que afecta a la felicidad de los hombres (…) La policía vigila todo lo que reglamenta la sociedad (…) La policía vigila lo viviente” (Foucault, 1996:58) 3 DGCyE, Resolución 587/11. No resulta claro por qué el Régimen habla de equipo a cargo de la materia cuando el sistema educativo provincial se fundamenta en las cátedras monotutelares.