Sois mis testigos - Acción Católica General

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“Sois mis testigos”
Llamados
Enviados
Unidos
Confiados
Formados
Inmersos
Testigos
Hermanos
Alegres
Misioneros
Pedro Jaramillo (sacerdote de la diócesis de Ciudad Real)
y Javier Prat
Llamados
PARA LA REFLEXIÓN
OBJETIVOS
1. Afianzar la conciencia de estar trabajando en la pastoral de
la Iglesia no por casualidad o sólo por propia iniciativa, sino
por “vocación”, por una llamada de Dios que nos llega normalmente a través de medios humanos.
2. Descubrir que tratamos un misterio, que acogemos y nos
sobrepasa. Con nuestro trabajo pastoral secundamos una iniciativa que viene de Dios, y que tiene en el Espíritu su fuerza
principal.
3. Estimular una serie de actitudes resultantes: cultivo de la
propia vida de fe, de la experiencia personal de Dios, la vida
sacramental, la oración, la coherencia entre la fe y la vida, la
gratitud y la fidelidad...
1. ¿Cómo se va fraguando la experiencia de Dios en mi vida
personal? ¿Qué actitudes tengo ante su misterio? ¿En qué
dimensiones de mi vida percibo con más claridad su llamada
a ser evangelizador?
2. ¿Qué importancia doy en mi vivencia cristiana a la celebración de los sacramentos? ¿Los vivo como encuentros personales con el Señor Resucitado? ¿Cómo cultivo la fe? ¿Es una
fe viva, agradecida, estimulante? ¿Qué tiempo dedico a la
oración personal como acogida e interiorización del misterio
de Dios, que se me ha manifestado en Jesucristo?
3. ¿Qué sentimientos produce en mí el sentirme llamado por
Dios para el servicio del Evangelio? ¿Lo considero como una
gracia o como un peso? ¿Lo sé agradecer a Dios, y le pido
con frecuencia que sea Él quien actúe a través mío? ¿Valoro
todas las llamadas, preocupándome y pidiendo al Señor por
las que más faltan?
1. No eres evangelizador por tu propia cuenta. Un día, es
verdad, te presentaste a tu parroquia y te ofreciste, o te enrolaste en un movimiento o en una asociación apostólica. Pero
estabas respondiendo a una llamada. La misma llamada que
hizo Jesús a sus apóstoles y discípulos para que fueran sus
compañeros en el anuncio de la Buena Nueva a los hombres,
especialmente a los más pobres. Aunque tú la hayas percibido por medios muy humanos, la llamada a ser evangelizador
la has recibido de Dios. Dios te necesita. Dios nos necesita.
La semilla de la fe que recibiste en tu bautismo ha dado su
fruto. Te has sentido “consagrado” al Señor y “exigido” por
Él para anunciar a los hombres las maravillas de su salvación.
Tu llamada no es un título de honor; es una vocación de servicio. Vívela así en todo lo que haces por la causa del evangelio.
2. Dios pone en tus manos el misterio de la salvación: su
Hijo Jesús, entregado por todos los hombres, para abrir a todos el camino hacia el Padre. En Jesucristo, esa Iglesia en la
que tú trabajas (tu parroquia, tu movimiento, tu asociación
apostólica, tu comunidad...) queda asumida en el misterio de
Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. No trabajas en una organización puramente humana, en una especie de club o de asociación cultural de tu pueblo o ciudad, ni siquiera en una
ONG (Organización No Gubernamental), que es maja y que
hace muchas cosas por los más necesitados. Trabajando en
la Iglesia llevas entre manos un misterio, que debes acoger,
profundizar y vivir. Acostúmbrate a admirar y contemplar el
misterio que proclamas. Como evangelizador estás llamado
a ser contemplativo. Que tus tareas no te corten la vena de la
admiración y la sorpresa. Si no eres capaz de asombrarte,
caerás en la rutina. Si no adoras en lo más hondo la grandeza
del misterio, te harás un buen propagandista. Pero lo sabes
bien: evangelizar no es hacer propaganda.
3. No relaciones, sin embargo, el misterio del Reino de Dios
y de la Iglesia, que lo anuncia y lo realiza, con ninguna especie de artes mágicas y ocultas. “Misterio” significa que el origen y la meta de lo que somos y de lo que hacemos en la
Iglesia es Dios. El misterio te abre a la iniciativa de Dios: Él ha
enviado a su Hijo, para hacernos a todos hijos suyos y hermanos los unos de los otros. Mediante el Espíritu Santo. Dios
hace que pueda ser verdad esta filiación y esta fraternidad
también, hoy, para nosotros. Por eso decimos que el Espíritu
Santo es el primer evangelizador. Sin su trabajo interior en la
vida de la gente, toda tu tarea evangelizadora sería inútil. El
Espíritu de Jesús es el que “mueve” y “convence” los corazones para que crean. Cuando tú llegas a alguien, el Espíritu ya
ha llegado antes; cuando tú “convences” a alguien es porque el Espíritu ya lo ha convencido. En toda tu tarea de evangelizador eres instrumento del Espíritu Santo.
4.
Tú mismo, como creyente y como evangelizador, eres
una obra del Espíritu. Sin su fuerza, no se mantendría tu fe;
sin su convicción, no serías capaz de manifestarte como creyente, sin respetos humanos, y como colaborador en su tarea. Si no fuera porque el Espíritu te da valentía, no te atreverías a tomar parte activa en los duros trabajos del Evangelio.
Tú mismo eres testigo de que en tu vida se ha cumplido con
frecuencia la promesa de Jesús: “el Espíritu os sugerirá lo que
tenéis que decir”. Más allá del trabajo pastoral de cada día,
acostúmbrate a contemplarte a ti mismo como “obra del Espíritu en favor de los demás”. Un evangelizador sin la vida
del Espíritu es una pura contradicción. “Vivir según el Espíritu” es proyecto de vida para hacer fecunda tu tarea evangelizadora.
5. Acostumbrarte al estilo del Espíritu forma parte de tu tarea de evangelizador. Necesitas interiorizar. Porque evangelizar no es un activismo descontrolado, donde colaborara
más el que más cosas hace y más tareas desarrollara. Necesitas que el Espíritu vaya ahondando en ti el mismo ser y el
mismo estilo evangelizador de Jesús. Lo que el Espíritu quiere hacer en ti es que un día puedas llegar a decir con verdad:
“vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. Entonces serás el mejor evangelizador. Los santos son los mejores
evangelizadores, y tú estás llamado a la santidad en la tarea
evangelizadora que realizas. Que no te parezca una meta inalcanzable. A medida que crezcas en sencillez, serás testigo
de la fuerza transformadora del Espíritu de Jesús. Déjate
guiar por Él y deja que vaya haciendo de “tu corazón de piedra un corazón de carne”.
6. A medida que progreses por ese camino, experimentarás
una armonía interior, que te hará sentir profundamente alegre: hablarás de lo que vives; trabajarás desde tu propia experiencia de Dios; no separarás tu propia vida espiritual de
tu trabajo pastoral, como si éste fuera un “desgaste” y no
una fuente de espiritualidad para ti mismo como evangelizador. Casi sin pretenderlo, tu propia vida será el mejor testimonio de que crees lo que anuncias. Lo peor que te puede
pasar como evangelizador es que te “desfondes”, que pierdas la hondura de tu vida y de tu actividad: Jesucristo mismo
que va creciendo dentro de ti, con la fuerza del Espíritu, hasta llegar a tener dentro de ti la “estatura” adulta de la maduración de tu propia fe. Dentro de ti crece Jesús. No cortes su
crecimiento con tu pereza y tu falta de respuesta. No puedes
hacerte adulto y dejar que Jesús siga siendo el “niño” con
quien te identificaste en la fe de tu infancia. “Ser como un
niño” por tu sencillez y confianza no significa tener una fe
infantil e ingenua, con la que no poder contar para iluminar
tu camino de adulto.
7. Necesitas cultivar, alimentar y cuidar tu propia fe. Como
evangelizador no eres funcionario de una organización cualquiera, a la que prestas tu colaboración activista; ni un voluntario de una institución altruista, con cuyos fines humanitarios te identificas. La raíz de tu tarea es tu real incorporación
a Jesucristo por el bautismo, la confirmación de tu fe por el
Espíritu y la participación real en la misma entrega del Señor
por la Eucaristía. En los sacramentos vas forjando la entereza
de tu fidelidad interior, porque ellos te comunican la fuerza
de Dios que se realiza en la debilidad. Tu misma debilidad la
conviertes en fuerza, cuando la haces “debilidad perdonada”
en el sacramento de la reconciliación con Dios y con lo hermanos, de quienes tus debilidades te separan. Tu vida sacramental te abre al misterio de Dios. En ella confiesas que es
su gracia la que te sostiene y, desde ella, abres a los hombres
un camino de salvación. No recurras a la excusa de que los
sacramentos se pueden convertir en rutina. Todo lo puedes
convertir en rutina cuando la gracia no toca lo más hondo de
tu ser.
8.
Para ser evangelizador, necesitas ser orante. A veces,
puedes pensar que lo que necesitas, para convencer, es ser
orador. Antes, necesitas ser orante para ser tú mismo convencido por quien te puede hablar palabras de vida eterna.
Tú mismo necesitas la Palabra de Dios; necesitas que esa Palabra se convierta en tu corazón en manantial que salta hasta
la vida eterna. Tu relación con la Palabra de Dios no puede
ser sólo funcional, para aprender a transmitirla. Tú mismo la
debes escuchar y acoger con sencillez y guardarla en tu corazón, para que te vaya haciendo testigo de su fuerza, de su
capacidad de transformarte, haciéndote criatura nueva. Tu
tarea evangelizadora será así mucho más fácil, porque “el
hombre de hoy cree más a los testigos que a los maestros, y
si cree a los maestros es porque son también testigos”. Sólo
si tú mismo conoces el rostro de Dios, que se te muestra en
la oración, podrás ser rostro de Dios para los demás. Es lógica tu preocupación por la metodología, por saber preparar
una reunión, por aprender qué decir y cómo decirlo, pero
no olvides nunca que “de la abundancia del corazón habla la
boca”.
9. A veces, te sentirás cortado, porque no ves que haya coherencia entre tu fe y tu vida. Te parece que crees por un lado y vives por otro. Percibe en esa situación molesta no una
tentación para abandonar, sino una llamada a personalizar y
profundizar tu fe. Mientras exista esa separación es que tu fe
no es suficientemente viva y personal. Cuando examines tu
fe, no te quedes sólo sopesando el cumplimiento de sus exigencias, que podrías caer en un simple voluntarismo. Bucea
más adentro, y encuentra en tu interior la viveza de tu apertura a Dios, experimenta cómo “sólo Él basta”, acógelo revelado en Jesucristo y pide al Espíritu que, con tu vida, confieses a Dios como Padre y a Jesús como Señor. Una fe así, no
lo dudes, se verificará en el amor.
10. Llevas un gran tesoro en tu vaso de barro. Que la conciencia de tu arcilla no disminuya tu capacidad de sorpresa y
de asombro: “jamás un pueblo ha tenido un Dios tan cercano a él”, así reflexionaba el pueblo de Israel, pensando en el
camino salvador de Dios en su propia historia. Tan cercano,
que es más íntimo a ti que tú mismo. En él vives, te mueves y
existes. Él está en el origen de tu ser, en el inicio de tu fe y en
el comienzo de tu compromiso evangelizador. A su llamada
creadora debes tu existencia como hombre, como creyente
y como evangelizador. Por tu mérito no puedes apuntarte
tanto alguno, pero tu capacidad te viene de Dios. No te preguntes por qué te ha llamado. Si miras a tu alrededor encontrarás a gente mejor que tú, más preparada, con más gancho.
Y, sin embargo, ahí estás tú. Dios te ha llamado y te da miedo. Hasta le puedes decir: “mira que no sé hablar”. Pero Él te
responderá siempre: “venga, no temas, que yo estoy contigo”. Su llamada te fortalece y te da el ánimo que necesitas.
Las llamadas son diferentes. No todos somos llamados para
lo mismo. Pero todos tenemos la responsabilidad de que no
falte la respuesta a ninguna de ellas. Ningún evangelizador
debe ser indiferente a la falta de vocaciones sacerdotales y a
la vida consagrada. No es una cuestión que recaiga solamente sobre los hombros del Obispo, al que todos reclamamos
después sacerdotes para nuestras comunidades. La responsabilidad es de todos.
ORACIÓN
eñor Jesús, que, al igual que a tus apóstoles, nos llamas a participar en
los trabajos de tu Evangelio, haznos abiertos al misterio que anunciamos, dóciles al Espíritu que nos envías, acogedores de tu gracia en
nuestro encuentro sacramental contigo, disponibles a la escucha y
contemplación de tu Palabra, creyentes sencillos en la totalidad de nuestra vida, y alegres, en la seguridad de haber puesto en ti nuestra confianza. Te lo pedimos a ti, que, en el Jordán, fuiste ungido por el Espíritu, para realizar tu misión salvadora. AMEN.
Enviados
PARA LA REFLEXIÓN
OBJETIVOS
1. Estimular en los evangelizadores la conciencia de misión y
ayudarles a vencer el miedo que siempre infunde el “dar la
cara” en el propio pueblo o ambiente. El envío lo hace Dios,
a través de la Iglesia, en cuyo nombre, y no por cuenta propia, trabaja el evangelizador.
2. Promover una conciencia de envío al mundo, evitando
quedarse limitados a los confines de la propia parroquia o
del propio grupo o movimiento. Salir hacia fuera sin miedos
ni nostalgias.
3. Ayudar a reconocer la insuficiencia del trabajo pastoral dentro de los límites de la propia parroquia, estimulando el
aprecio, la acogida y el acompañamiento de movimientos y
grupos eclesiales específicamente misioneros.
1. ¿Me influye mucho lo que piense de mí la gente, cuando
me ve trabajando en las “cosas de la Iglesia”? ¿Me da corte?
¿Cómo lo supero? ¿Me remito con frecuencia a la llamada de
Dios, a través de su Iglesia, para no trabajar por mi cuenta y
riesgo?
2. ¿Me voy convenciendo cada vez más de la validez de lo
que anuncio, tanto para mi propia vida como para la vida de
los demás? ¿Voy descubriendo en la “vida según el evangelio” un estilo de ser y de obrar que merece la pena? ¿Me da
confianza este descubrimiento, a la hora de proponerlo a los
demás?
3. ¿Siento que hago las cosas por rutina? ¿Me siento con ánimos para pensar y proyectar caminos que nos lleven a todos
a llegar a las personas que no se acercan o que lo hacen de
tarde en tarde? ¿Tengo alguna experiencia de anuncio del
evangelio a personas más alejadas? ¿Cuáles me parece que
son las causas del miedo a salir de lo “trillado” de cada día,
en mi propia tarea?
11.
“El Espíritu del Señor está sobre mí... Él me ha ungido y
me ha enviado”. Como evangelizador, compartes esta misma
conciencia de Jesús. El mismo Espíritu que ungió y envió a
Jesús te ha ungido también a ti y te ha enviado. No te quedes
sólo saboreando la unción, atrévete también a responder al
envío. Cuando escuchas que el Señor te dice: “ve y diles...”
te ocurre lo que a todos los enviados: tienes miedo; y también se te ocurre pensar: “pero, ¿quién soy yo...?” Y más aún
ahí en tu pueblo, en tu parroquia, donde la gente te conoce... y te agarra por dentro eso que llamamos el “respeto
humano”, el “¿qué dirán?”. Es verdad, muchos van a decir:
“pero, ¿quién es éste?”, “¿qué se ha creído?”. También lo dijeron de Jesús sus paisanos, y hasta “se escandalizaron de
él”. Si Jesús hubiera hecho caso al “qué dirán” no hubiera
pasado de ser un buen carpintero de Nazaret.
12. Date cuenta de que llevas dentro de ti el mismo Espíritu
que lanzó a Jesús a cumplir su misión, por encima de todas
las coartadas. La mayor coartada no es lo que piense y diga la
gente. Llega un momento en que de eso “pasas”. La mayor
coartada la sientes dentro de ti mismo. Es la duda de la validez y utilidad de lo que vives y anuncias. Son las tentaciones
del evangelizador. Como las tentaciones de Jesús: ¿no será
mejor un mesianismo político?; ¿no será más eficaz hacerse
con el poder, convencer desde la influencia?, ¿no ganaríamos más con que Dios hiciera de una vez un milagro espectacular? El mayor miedo ante el envío procede de la
“pobreza” del anuncio y de la “pobreza” de los destinatarios.
Frente a la “fuerza arrolladora” de los anuncios salvadores de
hoy y de sus “potentes” destinatarios, no te extrañe que te
de cierto corte presentarte con la debilidad de la cruz camino de entrega y de amor- y dirigirte a los “pobres” como destinatarios preferentes de tu envío. Chocas con la lógica de este mundo. Y tienes la tentación de acomodarte a ella,
para hacerte “presentable”. Porque la posibilidad del rechazo te da miedo y el fracaso te asusta: “voy a ir a ellos, y no me
escucharán...”.
13.
“No les tengas miedo, que yo estoy contigo...”. Sólo esa
seguridad hizo posible que hubiera profetas en Israel. “No
como yo quiero, sino como tú quieres”. Sólo esa
“obediencia” hizo posible la salvación por la cruz. “Hemos
de obedecer a Dios antes que a los hombres”. Sólo esa valentía hizo posible el nacimiento de la comunidad de Jesús.
Saberte enviado supone que miras a quien te envía, que te
fías de él, y te sabes su mensajero. No hablas por tu cuenta.
No eres tú el que salvas. Eres enviado a proclamar lo que
Dios ha hecho en ti; lo que ha hecho en la historia de tantos
hombres y mujeres salvados; lo que ha hecho resucitando a
Jesús; lo que Dios quiere hacer con el mundo y los hombres
de tu tiempo, a quienes continúa amando con amor entrañable de Padre. El miedo es una gran coartada para el evangelizador. Y una gran excusa. Tienes miedo al ridículo, a no saber, a no acertar con la palabra oportuna, a que sea rechazado el mensaje que anuncias. Tienes miedo a no convencer a
nadie, porque hoy no se llevan los valores que propones. El
miedo lo vences cuando eres capaz de hablar desde tu experiencia.
14. Como tu envío lo realizas en una acción concreta, necesariamente pequeña, puedes tener el peligro de no ver mucho más allá de lo que tú mismo haces. También entre los
evangelizadores puede ser verdad que “los árboles nos impidan ver el bosque”. El destino del envío no es sólo tu pequeña parcela, o tu parroquia, o tu movimiento o asociación, ni
siquiera preferentemente los que ya están convertidos. El
destino de tu envío es el mundo; aquel mundo “al que Dios
amó tanto, que le envió a su único Hijo para que lo salvara”.
Eso quiere decir que tú no eres enviado solo. Que formas
parte del envío de toda la Iglesia, continuadora de la misión
de Jesús; y que, con toda la Iglesia, debes sentir la pasión por
el envío al mundo, a todos los hombres, más allá del trabajo
necesariamente sencillo y pequeño que tú realizas cada día.
15. Sentirás muchas veces la tentación de no salir de la rutina de lo que ya estás haciendo desde hace tiempo. O el miedo a dar razón de tu fe y de tu esperanza más allá de las fronteras de la comunidad donde trabajas. Puedes llegar, incluso,
a pensar que tu tarea como evangelizador se reduce a lo que
haces dentro de la comunidad. Es verdad, con tu colaboración tienes que ayudar a que tu comunidad sea más viva,
más evangelizada, con más talante evangélico, más fiel a lo
que el Señor quiere de ella; pero nunca puedes olvidar que
esa comunidad tuya tiene como destino el mundo y su salvación; y que toda su vida íntima (la oración, los sacramentos...)
tiene como fin prepararla mejor y con más garantía para realizar la oferta del Evangelio a todos los hombres. No te conviertas nunca en obstáculo para la salida misionera de tu comunidad. No acapares para ti lo que está destinado para todos. Siente especial “debilidad” por todas las propuestas y
actividades que tienen a los más alejados como destinatarios
de la acción. Si tú mismo no las puedes realizar, alégrate de
que haya gente contigo que sienta pasión por sacar el evangelio de los estrechos límites de “los de siempre”.
16. Tienes que preocuparte por sentir tú mismo y por hacer
sentir a toda tu comunidad esta preocupación misionera. Y
alegrarte de que, junto a tantas personas que se dedican a
sostener y profundizar la vida cristiana de quienes ya están
dentro de la Iglesia, haya creyentes y grupos que se plantean
cómo llegar y qué hacer para que el Evangelio del Señor sea
anunciado en ambientes y a personas que viven alejados de
Dios y de la Iglesia y que, en general, son más difíciles de
evangelizar. Los evangelizadores que se dedican preferentemente a esta tarea, individualmente o en grupos, no pueden
sentirse solos o rodeados de recelos, como si su tarea no
fuera esencial a la misión de la Iglesia. Son precisamente las
personas y los ambientes más alejados los destinatarios preferentes de la misión de tu parroquia, movimiento o asociación. Si no lo sientes así, aunque tú mismo personalmente
no puedas dedicarte a ellos, no estás en línea con lo que la
nueva evangelización pide de tu condición de evangelizador.
17. Cuando escuches “misión” o “evangelización” referidas a tu propia parroquia, movimiento o asociación no pienses sólo en lo que estáis haciendo, y debéis seguir haciendo,
a favor de “las misiones” y de los misioneros. Además de
eso, piensa también en lo que tu parroquia hace o debe
hacer para anunciar el Evangelio de Jesús a todas aquellas
personas a las que no llegáis con el trabajo pastoral de cada
día. También a ellos debéis anunciar el Reino de Dios. No
hacerlo supondría una infidelidad grave a las exigencias del
envío y no puede dejar tranquilos a los evangelizadores. El
cuidado de los de dentro, aunque os exija mucha dedicación
y esfuerzo, aunque no fuerais bastantes para atenderlo, no
os puede privar de la pasión misionera y evangelizadora, para anunciar a los de fuera “lo que el Señor ha hecho con vosotros”. Son muchos más a los que no llegamos con nuestra
acción pastoral que a los que llegamos. También a ellos somos enviados. El Señor nos ha puesto en camino. No te detengas, pensando que ya has llegado al final. Mira más a lo
que falta por recorrer que a las etapas ya logradas. Es “el
amor de Cristo el que te urge”.
18. Esa preocupación misionera la debes imprimir en tu tarea pastoral diaria. Todo lo debes hacer pensando no sólo en
aquellas personas que ya están allí, para las que preparas una
celebración, o a las que das catequesis, o por las que te preocupas desde Cáritas... Si piensas también en tantos otros,
cuyos rostros quizás ni conoces, estarás dando a tu trabajo
pastoral una fuerza de salida hacia afuera, que hará de ti y de
todos aquellos a quienes llegas con tu trabajo pastoral auténticos misioneros. Poco a poco te irás dando cuenta de
una cosa: el territorio en el que está enclavada tu parroquia,
tu movimiento o comunidad es también “país de misión”
aunque la mayoría estén bautizados. El bautismo que no se
desarrolla es, en efecto, como la siembra que no crece en
años de sequía.
19. Puedes llegar a percibir que lo que hacéis en la parroquia, movimiento o asociación, y bien hecho, es insuficiente
para llegar, no sólo de vez en cuando, sino de manera más
habitual, a los ambientes, sectores y personas más alejadas; a
las que también nos debemos como evangelizadores. A medida que crece esa preocupación, el evangelizador se despabila para buscar métodos, movimientos y asociaciones eclesiales que se han especializado en la evangelización de estos
ambientes y personas. Los acoge en la parroquia como expresión de su preocupación misionera, los acompaña y estimula; no los considera extraños, porque ellos no son ajenos
a la misma parroquia, aunque su lugar de trabajo sea más de
frontera. En todo tu trabajo pastoral, siente la preocupación
de preparar a hombres y mujeres que sepan dar razón de su
fe en los ambientes donde viven y transformar la realidad cotidiana a la luz del evangelio. No des por supuesto que eso
ya se hará; porque, a veces, nos convertimos sólo parcialmente. Que tu anuncio de la conversión abarque la realidad
completa de la vida.
20. Al sentirte enviado, no tengas nostalgias de tiempos pasados, ni recurras fácilmente a comparar lo sencillas que
eran las cosas antes con las dificultades que tenemos ahora
para hacerlas medianamente bien. Ni quieras responder a las
situaciones de hoy con “respuestas hechas” de tiempos pasados. Descubre, más bien, en las dificultades presentes un
desafío a tu propio envío. Se te exige realizarlo con mayor
madurez, con más seriedad y entrega. Con toda la humildad
del mundo, debes considerar una dicha el que te haya tocado anunciar la Buena Noticia a gente que no se conforma
con respuestas infantiles. Es gente que, a veces, aún sin saberlo o decirlo, busca una auténtica experiencia de fe, en
primer lugar en ti, que te presentas como evangelizador. No
seas fácil a “refugiarte del temporal”, dedicándote a cosas
“pequeñas”, no por humildad, sino por miedo. Hoy, más que
nunca, el envío te pide confianza: “no tengáis miedo, yo he
vencido al mundo”.
ORACIÓN
eñor Jesús, enviado por el Padre a anunciar el evangelio del Reino a todos los hombres, que seamos obedientes al envío que nos haces, por
encima de nuestros respetos humanos, de nuestras rutinas o de nuestras nostalgias de tiempos pasados. Fortalece nuestro corazón, para
que no caigamos en la tentación de dudar del mensaje que pones nuestras
manos y en nuestros labios; da anchura a nuestro horizonte y amplitud a nuestras miras; que sintamos las urgencias salvadoras que nuestro mundo nos
plantea; haz que percibamos nuestra tierra como lugar de entrega y compromiso. AMEN.
Unidos
PARA LA REFLEXIÓN
1. ¿Descubro en la comunión de unos con otros un regalo, o
la veo como una “imposición jurídica”? ¿Percibo y vivo las
diferencias en tareas y trabajos como complementarias o como excluyentes? ¿Tengo tendencia a pensar que sólo lo que
yo hago tiene importancia?
OBJETIVOS
1. Percibir la comunión eclesial como un don que nos urge
en la tarea diaria. La comunión es gracia y tarea, y tiene como
efecto la corresponsabilidad y la coordinación cordial de todos nuestros trabajos en torno a los criterios evangelizadores de nuestra Iglesia.
2. Tomar conciencia de la totalidad de la misión que tiene
que realizar la parroquia, evitando los grupos cerrados y enquistados.
3. Promover un “afecto colegial” en todos los evangelizadores, que se manifieste en la disponibilidad para un trabajo
conjuntado. Crear conciencia de que, entre todos, llevamos
la responsabilidad de una misión común, por encima de la
necesaria “parcelación del trabajo”.
2. ¿Percibo la raíz de nuestra unidad en el hecho de que todos participamos del mismo Espíritu de Jesús? ¿Soy sensible
y me muestro disponible a reconocer y ayudar el trabajo de
los otros? ¿Tengo una visión del conjunto de todo lo que hay
que hacer como Iglesia, o me reduzco a lo que yo hago?
¿Descalifico el trabajo de los demás, porque no lo hago yo?
¿Colaboro en la puesta en práctica de los planes pastorales
parroquiales, arciprestales y diocesanos?
3. ¿Me siento unido a la Iglesia universal? ¿Cómo concreto
mi preocupación universal? ¿Qué sentido de universalidad
doy a la celebración de la Eucaristía; o busco su celebración
con egoísmo personal o de grupo? ¿Me doy cuenta de la importancia que tiene para la tarea evangelizadora vivir la comunión eclesial? ¿Cómo promuevo en la práctica esa comunión: uno, enfrento, recelo, sospecho, critico...?
21. La unidad que estás llamado a mantener en tu trabajo
pastoral y la comunión desde la que debes trabajar no son
una simple estrategia, para ser más eficaz o para que te rinda
más lo que haces. Antes que la unidad que tú consigues con
tu esfuerzo y con tu colaboración está la comunión que Dios
regala. Esa comunión, regalada por Dios, es tu Iglesia, tu comunidad. Fíjate: nada menos que una participación en la
unión-comunión del mismo Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¡Casi nada!: tu comunidad es una especie de imagen de la comunión de la misma Trinidad. Por eso, trabajando por la comunión y la unidad, estás trabajando por la existencia misma de tu comunidad cristiana. Estás haciendo que
se manifieste en la vida lo que ya somos por gracia del Señor.
22. Pero ser una comunidad unida no significa ser una comunidad “uniformada”. La uniformidad es algo externo (la
misma forma=uniforme); la unidad es interior. La unidad que
promueves se parece a la unidad del cuerpo: son muchos y
diferentes los miembros que forman un solo cuerpo. Todos
ellos necesarios y complementarlos. Pero no todos tienen la
misma función, aunque todos tienen alguna. No tener función alguna es no responsabilizarse de nada en la marcha de
la comunidad. Ese es el mayor pecado de omisión en contra
de la unidad. Si todos tomáramos esa actitud, ¿qué miembros habría para formar un solo cuerpo? Siéntete necesario y
complementario en el conjunto del trabajo de tu parroquia,
movimiento, comunidad o asociación apostólica. No pongas
excusas, intentando convencerte de que es poco lo que puedes aportar. Tu aportación no se mide por la cantidad. Lo
que cuenta es tu espíritu de entrega y la ilusión, el esfuerzo y
la calidad que intentas poner en tu trabajo.
23. Y piensa que antes que la unión en una misma tarea está la unión en una misma vida. Por las venas de cada uno de
los creyentes es como si circulara la misma sangre: el Espíritu
del Señor, derramado en cada uno de nosotros para formar
un solo cuerpo. Los lazos de unión, comprensión, amistad,
perdón y ayuda mutua que de ahí se derivan son muy fuertes; a veces, más fuertes que los mismos lazos familiares.
Realiza esa experiencia de fraternidad en el Señor y gustarás
la alegría de vivir los hermanos unidos. La vida de los creyentes se ha podido comparar a la vida de una familia. Con tu
tarea evangelizadora colaboras a la “unión de la familia de
los hijos de Dios”. No regatees esfuerzos. Pide constantemente al Señor un corazón disponible para la fraternidad y
apasionado por la unidad.
24. No podrás colaborar bien a la unidad del cuerpo, si tienes en tu cabeza la idea de un “cuerpo mutilado”. Dicho sin
imágenes: difícilmente colaborarás a la unidad de tu propia
comunidad, si no tienes una idea clara de todo lo que ella es
y de cual es la totalidad de su misión y de todo lo que se necesita para llevarla a cabo. Si pensaras que lo que tiene que
hacer tu parroquia o tu comunidad cristiana es sólo celebrar
el culto y prestar dignamente los servicios religiosos; añadiendo sólo la catequesis de los niños para que puedan
hacer la primera comunión; o, a lo sumo, piensas que también es necesaria Cáritas para atender los casos de mayor
necesidad... estás achicando su misión, y, por eso, no te cuadra que haya otro tipo de preocupaciones y de actividades.
Celebrar la fe, transmitir la fe y vivir la fe, transformando con
su fuerza la vida personal y social, abre un abanico inmenso
de necesidades y tareas, todas ellas necesarias para ser fieles
a la encomienda del Señor. Ten una visión amplia de la misión de la Iglesia y tendrás el ámbito justo para trabajar por
la unidad, sin estrechez de miras y sin descalificaciones precipitadas de personas y grupos.
25. Lo que no quiere decir que tú lo tengas que hacer todo.
Pero sí debes tener una clara visión del conjunto, de la totalidad de la misión de tu parroquia o de tu comunidad cristiana, incluso para saber descubrir lo que aún falta por hacer, o
lo que se hace mal. Pero en la tarea diaria, cada uno concretamos nuestro cometido, teniendo en cuenta nuestras posibilidades, nuestras habilidades y aquello para lo que el Señor nos ha dado una inclinación preferente. Eso sí, ¡atento a
pensar en tus posibilidades y en tu disponibilidad en función
de las necesidades, y no al revés!; ¡atento a no descalificar
otras opciones distintas a la tuya, a no perder nunca la visión
global de la acción de tu parroquia, movimiento, comunidad
o asociación apostólica! Un buen evangelizador siente como
propia la tarea del resto de los evangelizadores; está disponible al encuentro, al diálogo, a ver la realidad del mundo y la
respuesta de la parroquia o de la comunidad cristiana desde
otros puntos de vista y desde otras preocupaciones eclesiales complementarlas con las propias. Promueve y participa
en encuentros y reuniones para programar juntos la acción
pastoral del conjunto; da vida, con tu participación activa y
estimulante, a los canales de comunión y participación de la
propia parroquia (Consejos de Pastoral, Foros de comunicación y diálogo...), haciendo todo lo posible para que no queden reducidos a instituciones simplemente de nombre.
26. Estimulado por el espíritu de comunión tienes que salir
del ámbito, siempre reducido, de tu propia asociación o movimiento, y del ámbito de tu propia parroquia. Las parroquias
no son instituciones sociales para competir unas con otras;
son todas ellas comunidades cristianas en las que, por necesidades geográficas (la diseminación en el mundo rural) o de
densidad de población (en los núcleos urbanos mayores), se
hace presente la comunidad eclesial matriz, que es la diócesis o Iglesia particular. Presidida por el Obispo, sucesor de
los Apóstoles, ella es la Iglesia de Jesucristo en nuestro territorio. La unidad que estamos llamados a promover dentro de
nuestra Iglesia diocesana no es puramente administrativa.
Forma parte de lo que somos como Iglesia. Antes que feligreses de tal o cual parroquia, antes que miembros de tal o
cual movimiento o asociación, somos parte viva de nuestra
Iglesia diocesana y tenemos en el Obispo nuestro genuino
Pastor. El conjunto de sacerdotes que forman nuestro presbiterio diocesano son como su prolongación para el cuidado
pastoral de toda nuestra Iglesia. No son “sacerdotes de nuestra parroquia”; son “sacerdotes de nuestra Iglesia diocesana”
al servicio de nuestra parroquia, de nuestra asociación o movimiento. Cuando el evangelizador no vive con esta amplitud
de miras, tiende a apropiárselo todo en beneficio de su propia parcela, despreocupándose de las necesidades de otras
comunidades.
27. En la responsabilidad pastoral que tiene el Obispo sobre toda la Iglesia diocesana está el origen y fundamento de
su preocupación porque todos avancemos conjuntamente
en la respuesta evangelizadora que tenemos que dar al momento presente. Las líneas pastorales diocesanas, los proyectos diocesanos comunes deben ser “tus líneas pastorales” y
“tus propios proyectos”. Como buen evangelizador, no puedes “pasar” de ellos, haciendo tu propia batalla. La necesidad
de concretarlos, de darles realismo, de adaptarlos a las condiciones específicas de la situación o del sector en los que
trabajas no significa que trabajes pastoralmente por tu cuenta, como un francotirador valeroso, pero solitario. En la pastoral no hay “trabajadores autónomos”, todos somos
“trabajadores por cuenta ajena”. Armonizar tu propio trabajo
no sólo en la parroquia, sino en el arciprestazgo, significa
buscar en él un ámbito más amplio que el estrictamente parroquial, o de tu propio movimiento o asociación eclesial, y
es ya un paso importante de comunión y apertura a la realidad de la Iglesia diocesana. Trabajar arciprestalmente unidos
es respetar las características de la zona pastoral y responder
a ellas con coherencia y con comunión de criterios.
28. A través de tu Obispo, que es también obispo de la Iglesia universal junto a todos los obispos del mundo, presididos por el Papa, obispo de Roma, formas parte de la comunión universal de la Iglesia, una, santa católica y apostólica.
En un evangelizador, esa comunión no es sólo afectiva, sino
efectiva. Se traduce en una atención perseverante a no romperla nunca, desde “estrecheces provincianas” doctrinales o
prácticas. Sentirte solidario con todas las Iglesias, el servicio
misionero, compartir con las Iglesias más necesitadas, conocer y apoyar a las Iglesias que tienen que hacer frente a problemas sociales y humanos de especial envergadura... todo
ello va haciendo universal tu corazón de evangelizador e imprime en toda tu actividad pastoral un talante de apertura,
capaz de contagiar un amor sin fronteras.
29. La fuente viva de la comunión en la Iglesia es la eucaristía. Por ella nace y crece la Iglesia. Participando del mismo
pan, todos nosotros formamos un solo cuerpo. Los distintos
trabajos, servicios y ministerios que realizamos en nuestra
tarea pastoral reciben de la eucaristía la fuerza de cohesión
necesaria para ser realmente “trabajos por el evangelio”. La
eucaristía es, además, una fuerte exigencia de salida hacia el
mundo. La muerte y la resurrección de Jesús, realmente presentes en el pan y el vino compartidos, son un regalo de vida
entregada para la salvación de todos. La celebración de la eucaristía dominical debe ser, en tu parroquia, una expresión
gozosa de acogida y de compromiso. Como evangelizador,
debes encontrar en ella la fuerza de tu comunión y entrega
“para la vida del mundo”. En la eucaristía no son comunes
sólo los dones del pan y el vino, son también comunes todos
los ministerios, carismas y servicios que en ellos se alimentan y se traban en comunión fraterna.
30. La comunión de unos con otros es por sí misma evangelizadora. Jesús pidió al Padre que los apóstoles y nosotros
fuéramos “uno”, para que el mundo crea. No llevamos entre
manos una comunión cerrada; no pretendemos construir
con ella un “lugar cálido” donde refugiarnos de la inclemencia de la intemperie. La comunión en la misma confesión del
Señor, en la misma vida del Espíritu, en los mismos sacramentos, en la misma tarea evangelizadora... es para ofrecer
al mundo un mismo mensaje esperanzador: en Jesús el hombre puede salvarse. Cuando los evangelizadores nos dividimos o dividimos a nuestras comunidades, cuando vivimos
una comunión fría, más jurídica que personal, cuando no rezumamos el gozo de la fraternidad, es muy difícil que nuestro anuncio contagie. La comunión es un don de la misión y
para la misión. Sólo cuando produce admiración (“mirad cómo se aman”) tiene fuerza misionera.
ORACIÓN
eñor Jesús, que dejaste en la unidad de tus discípulos un signo visible
de la verdad de tu mensaje, haz que, superando nuestras divisiones y
enfrentamientos, demos el testimonio de hermanos que se quieren, se
perdonan y se ayudan; que no actuemos llevados por nuestros intereses personales o de grupo, que sepamos construir la comunión, superando
nuestras visiones parciales, y sintiendo pasión por la comunión en tu Iglesia.
Quita de nuestro corazón los prejuicios que nos cierran, haznos abiertos al
trabajo de los demás, y disponibles a la tarea común que nos encomiendas.
AMEN.
Confiados
PARA LA REFLEXIÓN
1. ¿Recurro a Dios con sencillez y confianza, cuando siento
las dificultades de mi tarea? ¿Busco en Él el punto de mi apoyo (fe), fundamental para todo el trabajo que hago? ¿Me fío
de sus caminos, aunque, a veces, no los entienda?
OBJETIVOS
1. Inspirar en el evangelizador una actitud confiada, teniendo
en cuenta precisamente las dificultades especiales de la tarea, hoy.
2. Provocar una confianza en todas las direcciones: confianza
en Dios, en el Evangelio como oferta salvadora, en los hombres y mujeres de nuestro tiempo como destinatarios, en el
mismo evangelizador, en la comunidad a la que pertenece...
3. Conseguir un evangelizador abierto, capaz de reconocer
lo bueno y noble que hay en el corazón y en los proyectos
humanos como verdadera “preparación del evangelio”.
2. Mi oferta es el Evangelio: ¿Lo conozco? ¿Lo valoro?
¿Confío en su estilo y su talante, aunque, a veces, “vaya contracorriente”? ¿Trato de responder desde el Evangelio a mis
preguntas personales y a las preguntas de la gente acerca del
sentido de la vida, del trabajo, del dolor, de la familia, del
amor, del compromiso...? ¿O no “manejo” un “evangelio vivo”?
3. ¿Tengo confianza en la gente? ¿Descubro y promuevo sus
valores? ¿Estimo lo bueno de la gente, para apoyarlo?
¿Presento el Evangelio teniendo en cuenta la situación y los
problemas de la gente, las dificultades que todos tenemos
hoy para creer? ¿Estoy convencido de que la oferta que hago
vale la pena? ¿Lo he comprobado en mi propia vida? ¿Suscito
las preguntas fundamentales que tienen que ver con la inquietud religiosa? ¿La oriento hacia “la respuesta de Dios”?
31. La tarea evangelizadora te exige hoy, y con urgencia, tener confianza. Porque tienes más dificultades, porque te
asaltan más dudas y te sientes tentado a no complicarte más
la existencia... pero, sobre todo, porque sientes a tu alrededor mucha más indiferencia, cuando no hostilidad, al mensaje que intentas transmitir. Cuando se te pide que no te quedes encerrado en el templo, que salgas al mundo, a la vida, a
los ambientes donde vives, sufres, esperas, amas y luchas
con los hombres y mujeres de tu pueblo... sientes dentro de
ti una especie de inseguridad: “voy a ir, pero no me van a escuchar”. Y experimentas la tentación de colaborar sólo con
aquello que no te pide la salida hacia fuera. Pero el Señor sigue preguntando, hoy: “¿a quién enviaré?”, “¿quién irá por
mí?”. Y es que no hay vuelta de hoja: para anunciar el evangelio hay que salir al mundo, que es su destinatario.
32. Necesitas confianza en Dios. Sin esa confianza tienes el
peligro de hacerte un evangelizador prepotente, impositivo,
intolerante, agresivo... porque crees que estás defendiendo
tus propios “intereses”, y, al verlos rechazados, te enfadas y
reaccionas atacando. Quien pone su confianza en Dios lo
hace desde su propia experiencia de ser pobre, pecador,
perdonado, necesitado. Cuando te sientes así en tu vida, experimentas la necesidad de apoyarte en Dios, de hacer de Él
tu roca, tu alcázar, tu refugio, tu baluarte... Descubres que
creer es fiarte de Dios para construir tu vida desde Él; y te llegas a convencer de que Él actúa, aunque las apariencias engañen. Tu confianza en Dios te dará paciencia en tu trabajo
pastoral. La necesitas. No para fomentar la pereza; sí, para no
ponerte nervioso cuando ves que las cosas no van como tú
mismo las habías diseñado. El diseño no es tuyo; es de Dios.
Y, a veces, te puede desconcertar.
33. Tienes que confiar sin límites en el Evangelio, no sólo
como una doctrina, sino como un estilo de vida. Si dudas de
la fuerza salvadora del Evangelio, estás al cabo de la calle.
Realizarás tu tarea sin convencimiento. Tu confianza en el
Evangelio crece a medida que tú mismo vas haciendo la experiencia de que, tomado como norma de tu propia existencia, funciona, porque te sientes como una criatura nueva. No
se trata sólo de que “cumplas” los mandamientos (de que
“no robes ni mates” como dicen muchos de nuestros paisanos); tu confianza en el Evangelio tiene que darte un talante,
una manera espontánea de vivir desde valores que pongan
en movimiento todo lo bueno que llevas en tu propio corazón. Llegarás a percibir que en el Evangelio de Jesús has encontrado un tesoro por el que merece la pena venderlo todo. Si no tienes esa persuasión, toda tu vida, incluida tu tarea
pastoral, irá a remolque, y todo lo que hagas lo harás a regañadientes.
34.
A medida que vas haciendo esa experiencia de vida
evangélica, aumentará también la confianza en la oferta que
haces a los demás, cuando les propones el Evangelio como
posibilidad de salvación de su existencia. Tu contacto con la
gente te muestra que, de una manera u otra, los hombres
queremos salvar cosas en la vida (las que nos dan gozo y alegría) y salvarnos a nosotros mismos (contra todo lo que nos
hace sufrir, nos limita y nos suprime). Que todos los caminos
que tomamos son intentos de salvación, incluso aquellos
que nos pueden parecer más raros y extravagantes, incluso
errados y desviados (la droga, el alcohol, el “pasotismo”, la
posesión de cosas y de personas...). La oferta del Evangelio
de Jesús como “camino, verdad y vida” no la haces al margen
de todos estos tanteos salvadores que el hombre realiza afanosamente. No predicas una especie de “añadido” a la vida
del hombre; le ofreces una salida al sentido mismo de su
existencia. Fíjate: incluso aquellos que no crean, deben percibir en tu oferta una fuerza humanizadora, capaz de provocar un primer acercamiento, lleno de respeto y esperanza.
Pero debes estar convencido de que tu oferta tiene que ver
con la vida concreta de la gente.
35. Un buen evangelizador confía plenamente en los hombres y mujeres, destinatarios de su anuncio. Se nos está diciendo hasta la saciedad que el hombre de hoy es duro para
creer, que está muy pagado de sí mismo y que ha arrinconado a Dios en el baúl de los recuerdos. Y, sobre todo, que no
echa de menos a Dios para organizar su vida personal y social. Es uno de los desafíos más grandes para tu tarea de
evangelizador, hoy. Podrías simplemente darte por vencido,
persuadido de que no hay remedio; podrías reducirte a dar a
este hombre secularizado las respuestas que te pide para
continuar dando a ciertos momentos de su vida un barniz
religioso (nacimiento, matrimonio, muerte). Pero, a pesar de
todo, puedes seguir confiando en que el hombre de hoy no
ha perdido la capacidad de preguntarse por las cuestiones
fundamentales de su existencia, que lo abren a la respuesta
del Evangelio. Sólo que debes tener la osadía de hurgar para
que afloren.
36. Tu tarea de evangelizador tiene, pues, mucho que ver,
hoy, con tu capacidad para suscitar en la gente las preguntas
fundamentales de su vida. La desazón que experimentan
muchos evangelizadores procede de estar dando respuestas
a preguntas que nadie se hace. Tú mismo puedes tener la
sensación personal de que, cuando te has aprendido la respuesta, te has olvidado de la pregunta. No te sientes a gusto
con una evangelización de “respuestas hechas” frías, desencarnadas, sin vida. Percibe ahí una llamada a la
“evangelización de la pregunta”. Hay que meterse en ese nivel y, si las preguntas están dormidas, emplearse a fondo en
un “ministerio de la inquietud”. Una cosa sería imprescindible: que los evangelizadores no hayamos dado por canceladas nuestras propias preguntas, instalándonos en la rutina y
en el mero aprendizaje. Sin miedos, hay que hacer que el
hombre se pregunte, despabilando las preguntas que ya lleva dentro de sí mismo y haciéndole caer en la cuenta de las
preguntas nuevas a las que le abre el Evangelio, hasta llegar a
percibirlas como propias. Si no vamos por aquí, la evangelización no llegará a la entraña misma del corazón humano.
37. El hombre no se preocupa sólo de sí mismo; con más o
menos intensidad y compromiso, se ha preocupado también
de los demás, y también se preocupa hoy, a pesar del individualismo cultural, que tiende a aislarlo de todo proyecto común. Si no se descubren motivos fuertes para ser solidarios,
la lucha entre egoísmo y solidaridad caerá siempre del lado
del egoísmo. En los esfuerzos por hacer una sociedad más
justa e igualitaria, más democrática y participativa, más abierta a los pueblos y países pobres... descubre el evangelizador
un motivo de confianza en la orientación fundamentalmente
solidaria de muchos proyectos políticos y sociales y, sobre
todo, de muchos movimientos populares que expresan lo
más noble del corazón humano. Lejos de estar ajeno a todo
lo bueno y noble que expresa el sentido de solidaridad
humana, el evangelizador descubre la fuerza solidaria del
Evangelio que proclama, y la conversión al hermano que exige; y no deja de aportar lo que es específico de su fe evangélica: el arraigo de la fraternidad en la entraña misma de la revelación de Jesús: que Dios es Padre de todos, y la fraternidad universal, no un simple deseo, sino la expresión necesaria de la filiación acogida y vivida.
38. Vive así la oferta del Evangelio; no como confrontación,
sino como iluminación y fecundación de todo lo bueno, lo
noble y lo bello que descubres a tu alrededor. Cuando, desde tu condición de evangelizador, tengas que denunciar situaciones y comportamientos contrarios al Evangelio, hazlo
siempre con esta actitud estimulante del crecimiento y del
progreso del hombre en todas sus dimensiones. El Evangelio
no es nunca “anti-humano”, aunque sí choca con concepciones que reducen al hombre y su vocación desde miras puramente materiales y egoístas. No olvides que una determinada concepción del hombre, de su vocación y de su destino
es imprescindible para que germine la siembra del Evangelio. Esa concepción de hombre es una gran aportación que
haces como evangelizador, incluso a quienes no acojan el
Evangelio desde la fe. Ten confianza en el modelo de hombre que promueves desde tu tarea evangelizadora.
39. Confía también en la comunidad cristiana desde la que
evangelizas. Es posible que no sea la comunidad ideal. Puestos a sacarle defectos, le encontrarás muchos. Pero es tu propia comunidad, en la que recibiste y desarrollas tu fe. Soñar
en la comunidad ideal para poder evangelizar, equivaldría a
no evangelizar nunca. El Evangelio es más grande que las comunidades que intentamos encarnarlo. No se trata de una
invitación al conformismo. Tu propia comunidad es la primera que tiene que abrir el corazón al Evangelio para convertirse y ser ella misma evangelizada. Ayuda en esta tarea. Inquieta y estimula la conversión constante de quienes formáis la
misma comunidad. Animaos unos a otros a crecer en fidelidad al Señor y a su Evangelio. Revisad vuestra propia vida a la
luz de sus valores y exigencias. Pero, no la desprecies nunca
porque aún no haya llegado a su meta. Confía en que, entre
todos, podéis manteneros en marcha, aunque os duelan los
parones y retrocesos.
40. Nunca vacíes tu vida de evangelizador de la confianza
en el Espíritu Santo. Lo más grande que te ha podido pasar
es ser instrumento de su acción, muchas veces, imperceptible. El Espíritu hace que tengas confianza en ti mismo, incluso cuando percibes que la tarea te supera. El Espíritu trabaja
en el corazón de los hombres, incluso antes de que tú llegues. El Espíritu allana dificultades, incluso sin que tú mismo
te des cuenta. El Espíritu te llama y te reclama desde los dones que ya ha repartido en aquellos a quienes te diriges.
Acoge y aprende. El Espíritu hace de tu trabajo una auténtica
tarea apostólica. Cuando hay un buen entendimiento entre
el evangelizador y el Espíritu, la misión cobra una hondura
que necesariamente deja huella en ti y en los demás. Sin ese
buen entendimiento, puedes caer en un activismo estéril o
en una propaganda inútil. Confía en el Espíritu Santo y ponte
en sus manos como instrumento de su gracia.
ORACIÓN
eñor Jesús, que nos enseñaste a poner la confianza total en el Padre,
haz que Él sea el apoyo de nuestra vida y de nuestra misión. Abre nuestro corazón al Evangelio, y haz que, encontrándote en él como camino,
verdad y vida, lo propongamos con confianza, y lo ofrezcamos con seguridad a todos los hombres y mujeres, con quienes compartimos los anhelos
y dificultades de la vida. Que tu Espíritu nos haga confiados, para que, “como
niños en brazos de su madre”, no temamos el momento y la tarea que nos encomiendas. AMEN.
Formados
PARA LA REFLEXIÓN
1. ¿Estoy seriamente preocupado por mi formación permanente, como creyente y como evangelizador? ¿Leo algún libro, revista o artículo? ¿Estoy inquieto por saber dar razón de
lo que creo y espero? ¿Aprendo a saber leer la Sagrada Escritura?
OBJETIVOS
1. Hacer caer en la cuenta a todos los evangelizadores de la
necesidad de formación permanente, actualizada y abierta.
2. Adquirir un sentido gozoso, respetuoso y acogedor de la
tradición eclesial, como punto de partida para la actualización
3. Estimular la acogida de los medios de formación que el
evangelizador va a ir encontrando en el sector desde el que
trabaja.
2. ¿Procuro formarme en diálogo y en comunión con otros
evangelizadores? ¿Me doy cuenta de la responsabilidad de
caridad y justicia que tengo hacia los demás, en el sentido de
formarme para exponer la verdad del modo más convincente? ¿Siento que la formación me da seguridad a la hora de
hacer la propuesta de la fe?
3. ¿Cómo acojo los medios de formación que me ofrece el
sector pastoral donde trabajo? ¿Tengo siempre excusas para
no asistir a las reuniones formativas? ¿Veo la formación sólo
como un medio para hacer mejor las cosas, o percibo también la necesidad que tengo de ella para aclarar y vivir mi
propia vida desde la fe?
41.
Para ser un buen evangelizador necesitas formarte.
Quizás alguna vez pensaste que te bastaba con la buena voluntad y te lanzaste, pero pronto te diste cuenta de que,
hicieras lo que hicieras, te sentías inseguro. Y es que no puede ser de otra manera, porque un evangelizador no nace, se
hace. La fe que anuncias necesita ser entendida, porque no
crees en un absurdo. Tu capacidad de pensar la tienes que
poner también al servicio de la verdad sobre Dios, sobre el
hombre y sobre el mundo que transmites en la evangelización. Tu propia capacidad de entender y la capacidad de los
destinatarios de tu tarea... debe quedar “tocada” por el mensaje que llevas entre manos. La fe se aloja más a gusto en una
mente abierta, capaz de pensar, de razonar y de preguntar
que en una mente cerrada por la ignorancia. Son muchas
más las dudas de fe que proceden de la ignorancia que las
que proceden de una mente abierta, ávida de entender.
42. La verdad que anuncias no te la inventas tú ni se la inventa la Iglesia de tu tiempo. Tú y todos los evangelizadores
somos un eslabón de la transmisión de la verdad contenida
en la Palabra de Dios. No somos ni el primer eslabón ni el
último. Nos ha llegado a nuestras manos una verdad recibida, que ha pasado de mano en mano, de boca en boca, de
corazón a corazón en una larga transmisión (tradición), que
dura ya 2.000 años. Debes engancharte en esa larga tradición,
para transmitir la verdad con fidelidad. En la fidelidad a la
verdad revelada nos jugamos la eficacia de la evangelización.
Debes, por eso, cultivar un amor intenso a la Sagrada Escritura y aprender a leerla “como Dios manda”. Consciente de
que la Palabra de Dios la recibes en lenguaje humano, debes
ejercitarte para llegar a ella y recibir su mensaje con sencillez
madura. Aprende a manejar la Biblia, no sólo materialmente,
para saber encontrar los textos, sino, sobre todo, aprendiendo, al menos lo imprescindible, para saber captar su mensaje. No te encandiles con quien se la sabe de memoria y la recita como un papagayo, que no es la letra la que salva, sino el
Espíritu que da vida.
43.
La verdad que Dios ha querido comunicarnos para
nuestra salvación se contiene en la Sagrada Escritura, en el
Antiguo y Nuevo Testamento, pero es una verdad viva. Recoge vida y transmite vida. No es un texto guardado en un cofre, para que sea intocable. Se parece más a una simiente
que, plantada en la tierra, desarrolla todo lo que lleva dentro
hasta que se va convirtiendo en un árbol, que da los frutos
ya contenidos en la semilla. Por eso, fíjate: no es más fiel
quien guarda la simiente por miedo a sembrarla. Es más fiel
quien la siembra y se deja impresionar por su progresivo desarrollo. La fidelidad consiste en que los frutos no sean de
otra especie que la simiente. Si la simiente era de peras no
esperes que te dé naranjas; y si te las diera es que no ha
habido “fidelidad en el desarrollo”. Eso pasa con la verdad
de la Sagrada Escritura: es una verdad sembrada en la tierra
de la Iglesia, que se ha ido desarrollando y dando frutos. Por
eso no puedes quedarte con un conocimiento profundo de
la simiente; debes conocer también cuál ha sido su fructificación a lo largo de la historia de la Iglesia y cuál está siendo
esa fructificación en el tiempo en que te ha tocado vivir. Debes conocer la verdad no sólo en su inicio, sino en todo su
desarrollo. El Espíritu Santo es el garante de la fidelidad del
desarrollo y el que hace que tu acogida de la verdad sea,
hoy, viva y actual.
44. La verdad de la fe la acoges y la vives en la comunidad
eclesial. No transmites “tu” verdad, sino la verdad de la que
es depositaria la Iglesia, con quien estás en comunión. No te
extrañe que la Iglesia sea tan celosa en la fidelidad a la verdad. Sabe ella muy bien que tampoco es una verdad suya;
que también ella la ha recibido y que es su deber mantenerla
íntegra y anunciarla en su totalidad. Cuando la pone en tus
manos de evangelizador es porque se fía de ti. No sólo de tu
buena disposición, sino de tu capacidad de conocerla, de vivirla y de transmitirla fielmente. No quiere la Iglesia que la
verdad te haga intransigente e impositivo; tampoco que seas
orgulloso y fundamentalista. Sólo quiere que conozcas bien
la verdad que llevas entre manos, para que estés seguro de
la oferta que haces para la salvación de los hombres, tus hermanos.
45. Mira desde ahí la insistencia con que se te reclama tu
formación permanente como evangelizador. Formarse de
manera continua y perseverante exige un esfuerzo. Normalmente nos gusta más ser convocados para hacer cosas que
para prepararnos. Pero una buena preparación es la mejor
garantía para hacer cosas con una cierta envergadura. Como
creyente necesitas formar tu fe. Es imposible que te arregles
durante toda tu vida con lo que aprendiste para hacer tu primera comunión. Tu crecimiento como persona te exige tu
crecimiento como creyente. Como evangelizador, debes entender tu formación como un “acto de justicia” con relación
a las personas a las que te diriges. Una fe no formada produce rechazo y desconcierto y es, con frecuencia, causa de desinterés y de ironía. La sospecha de infantilismo y de desfase
que mucha gente tiene respecto a la verdad de la fe procede,
a veces, de una mala presentación por parte de los evangelizadores. No es para asustarte, sino para que ahondes el deseo sincero de ser un evangelizador con una fe permanentemente formada.
46. Con frecuencia se da una gran indiferencia en los evangelizadores respecto a los medios de formación. No puedes
tener la sensación de haber nacido ya formado y de que te
las sabes todas, de una vez para siempre. La humildad del
discípulo te debe acompañar durante toda tu vida de evangelizador. La lectura, el estudio, la reflexión compartida y enriquecida con las aportaciones de los demás, las reuniones
específicas de formación... son para el evangelizador momentos importantes, para dar envergadura y calado a su tarea. Te debería inquietar si percibes que, habitualmente, das
de lado a los medios de formación, como si no fueran contigo. Porque, a veces, ocurre algo curioso: no hay evaluación
en la que no se pida más formación para los evangelizadores; y no hay indiferencia mayor que la que rodea a los medios concretos ofrecidos para la formación. Se echa en falta,
se desea, pero no existe el esfuerzo necesario para llevarla a
cabo. Además de una buena oferta de formación (que falta
en ocasiones), se precisa también de tu decisión firme de
formarte permanentemente.
47. La verdad de la fe no es un simple aprendizaje; ni su
transmisión, un indoctrinamiento. Es una verdad de vida que
pide ser respondida por quienes la recibimos. Tu respuesta
como creyente es fundamental. Si ésta no existiera, tú mismo
te sentirías incómodo. Además de “teólogo” (que no te asuste la palabra), un evangelizador es también un “testigo”. La
formación te ayuda a afianzar tu testimonio; tú mismo necesitas “razones para creer”. Que la fe sea un don de Dios no
significa que tú mismo no debas poner mucho de tu parte
para establecer un diálogo constante entre ella y tu propia
razón. De lo contrario, tienes el peligro de mantener durante
toda tu vida una fe infantil, con la posibilidad, incluso, de
caer en la superstición. ¿Te has preguntado alguna vez por la
responsabilidad que tenemos los evangelizadores cuando,
por nuestra falta de formación, pretendemos que la gente
“comulgue con ruedas de molino”? No es para desanimarte;
más bien, para que, dándote cuenta de tu responsabilidad,
tengas una verdadera pasión por tu formación, como un
gran servicio que prestas a todos aquellos a quienes eres enviado.
48. La formación da envergadura y calado a tu acción evangelizadora y, personalmente, a ti te da seguridad. Muchas
personas no se deciden a colaborar como evangelizadores,
porque se sienten inseguras. Intuyen cosas, tendrían ganas,
pero no dan el paso. Y es que la falta de formación es una de
las razones que más retraen a la hora de participar, o inclina
a la participación en actividades que no exigen confrontarse
con el pensamiento y la cultura de nuestro tiempo. La falta
de formación “recluye en la sacristía”. Si queremos salir al
mundo, necesitamos evangelizadores formados para poder
dialogar en “igualdad de condiciones”: tu formación es un
gran servicio a la fe. Recuérdalo cuando percibas que te exige dedicación y sacrificio. No sólo evangelizas cuando
“haces cosas”; lo haces también cuando te preparas para
“dar razón de tu esperanza”.
49. No pongas como pretexto que, para que lo que haces,
no necesitas mucho más de lo que ya sabes. Porque no te
formas sólo para “hacer cosas”. Cuando lo piensas así, sólo
te interesa aprender a llevar una reunión, o a dar una sesión
de catequesis. Pero tú mismo te das cuenta de que “llevas las
cosas con alfileres” y de que, cuando te sacan de tu “librillo”
te sientes perdido. Eso te está diciendo que la formación en
la fe la necesitas, en primer lugar, para tener tú mismo una
síntesis que te ayude a darte una envergadura creyente. Descubrirás que tu propia vida se ilumina con una luz nueva. Y
que esa luz la irradias en todo lo que haces. Se te irán los
miedos de que alguien te coja en algún “renuncio”. Es verdad que tu fe no es racional, como dos y dos son cuatro, pero tu fe es “razonable” y no temerás “sacarla a relucir” para
ofrecer sentido a los problemas de tu vida y de la vida de los
demás. El miedo al ridículo lo sientes cuando tienes una fe
infantil, aquella que algunos llaman la “fe del carbonero” (¡como si el carbonero no pudiera tener una fe madura!)
un tipo de fe no formada, que siempre ha sido impresentable y que, hoy, se percibe, a todas luces, como insuficiente.
50. Tu formación en la fe ha de ser una formación integral.
No se trata sólo de que sepas mucho. Cuando la formación
es integral, te lleva a lo que la Sagrada Escritura llama la sabiduría, que no tiene que ver sólo con tu entendimiento, sino
con tu madurez personal. Los “saberes de la fe” te agarran
en todas las dimensiones de tu vida, a las que dan una nueva
orientación fundamental. Tu formación te hace ahondar en
esa “sabiduría” que Dios te regala para orientar la totalidad
de tu existencia. Para que, desde Dios, te encuentres en la
vida “como pez en el agua”. Un evangelizador formado no
es un evangelizador “sabiondo”; es el que aprende a
“gustar” la vida desde el sabor que viene de la fe. La invitación a la formación permanente integral nos la hace la misma Sagrada Escritura: “gustad y ved qué bueno es el Señor;
dichoso el que se acoge a Él”.
ORACIÓN
eñor Jesús, que nos envías el Espíritu de sabiduría, para conocer al Padre, a ti, que eres su Enviado, al hombre y al mundo en el que vivimos,
estimula en nosotros el deseo de una formación permanente, actualizada y abierta a las necesidades de nuestros hermanos, para que, siendo fieles a la verdad que acogemos con amor y agradecimiento, sepamos proponerla con sencillez y hondura, dando razón de nuestra esperanza, y ayudando a que nazca en el corazón de todos la escucha y la respuesta a tu Palabra.
AMEN.
Inmersos
PARA LA REFLEXIÓN
OBJETIVOS
1. Ayudar la implicación interior del evangelizador, haciendo
que se sienta dentro del misterio de Dios, de Jesucristo, y entre la gente con la que vive y a la que es enviado. Que comprenda lo que decía Pablo VI: “el mundo no puede ser salvado desde fuera”.
2. Desde la inmersión en el misterio de Dios y de Jesucristo,
hacer un buen planteamiento de la vida y experiencia de los
sacramentos.
3. Desde la inmersión en el mundo, destacar la calidad de
signo. La inmersión no es “disolución” en el espíritu del
mundo, sino ayuda a descubrir, desde dentro, lo bueno y positivo que hay que apoyar, y lo malo y negativo contra lo que
hay que luchar. Pero siempre desde una profunda solidaridad y “simpatía” con la realidad.
1. ¿Entro con facilidad en el misterio de Dios? (la puerta la
tienes abierta). ¿Me dejo sorprender por su presencia? ¿Soy
fácil para la contemplación? ¿Cómo vivo la experiencia sacramental: rutina, encuentro, costumbre social...?
2. ¿He pensado alguna vez que, viéndome a mí, la gente se
acerca o se aleja de Dios? ¿Me doy cuenta de lo que eso significa en mí vida de evangelizador? ¿Conozco bien el “estilo
de Dios” que se manifestó en la historia de Jesús? ¿Cuáles
son los rasgos de ese estilo que creo más necesarios para mi
vida personal y para mi tarea de evangelizador?
3. ¿Estoy entre la gente o huyo de la gente? ¿Me intereso por
los problemas de los demás? ¿Me afecta personalmente la
vida de la gente, o “paso” de sus situaciones personales, familiares y sociales? ¿Qué imagen de Dios transmito en mi
trato con la gente? ¿Estoy en el mundo, valorando lo bueno,
pero no dejándome influenciar por los criterios antievangélicos: poder, dinero, prestigio, consumismo...?
51. Todo lo que haces como evangelizador te pide que lo
sientas por dentro. No puedes quedarte sólo en lo externo,
ni cuando eres un creyente que acoge la salvación, ni cuando la transmites como evangelizador. Necesitas inmersión:
sumergirte, ante todo, en el misterio de Dios, que te trasciende y te sobrepasa. Sólo quien se sumerge queda empapado, para poder comunicar sin esfuerzo lo que vive. Sólo si
estás inmerso en el misterio de Dios, tendrás ojos dispuestos
para descubrir su presencia en ti mismo y en los demás, en
los acontecimientos de la vida, en la naturaleza... Él es más
íntimo a ti que tú mismo. Sólo si te sientes “poseído” por
Dios, podrás transmitirlo como vida para el hombre. La experiencia profunda de Dios es tu mejor garantía de buen evangelizador. También aquí se cumple el refrán de “que nadie
da lo que no tiene”. Vívete en Dios y desde Dios, y toda tu
existencia cobrará una luz nueva en medio de tantas oscuridades.
52. Sumérgete también en el misterio de Jesucristo. Tú participas en su vida de una manera real. No te relacionas con él
como con un buen amigo muerto hace ya 2.000 años, al que
recuerdas con entusiasmo y cuyas grandes cualidades intentas imitar. Jesús no es el “superman” de tus sueños. Cuando
tú confiesas: “Jesús es el Señor”, estás afirmando una relación viva con él, una relación presente, actual y salvadora.
Confiesas a Jesús Resucitado, el viviente, el que te está reclamando aquí y ahora con la misma cercanía con que reclamó
el seguimiento de sus discípulos. No sigues la memoria de
un muerto. Sigues al que vive, al Señor, que va delante de
todos nosotros como “el primero entre muchos hermanos”.
Acostúmbrate a esta relación personal e íntima con el Señor.
Todo lo que él es, lo es para ti. El Espíritu te incorpora realmente a él que, resucitado, te sale al encuentro para que
“por él, con él y en él”, tú mismo puedas ser para Dios y para
los hermanos.
53. Momento privilegiado de tu inmersión en el misterio
de Jesucristo es tu vida sacramental. Los sacramentos son
encuentros vivos y reales con el Señor Resucitado. Como
evangelizador, te dan “identidad” y “familiaridad” con Aquel
cuya Buena Noticia transmites. Es bueno que, como evangelizador, te ponga mal cuerpo la rutina, la falta de seriedad, la
poca o nula motivación que percibes en el conjunto de la vida sacramental. Es un signo de tu real aprecio de lo que significan los sacramentos. Pero sería desastroso, si una mala o
regular práctica sacramental en tu entorno, te llevara a apreciar poco o incluso a abandonar la vida sacramental. Estarías
cortando el camino de tu inmersión en el misterio de Cristo.
Tu vida de fe, como adhesión personal al Señor, tiene en los
sacramentos un momento privilegiado de acogida de la gracia. Ni como creyente ni como evangelizador puedes permitirte el lujo de no acoger estas “mediaciones humanas” en
las que el Señor te sale realmente al encuentro. Si tu vida sacramental es floja, ten por seguro que se resentirá en lo más
hondo tu vida cristiana y tu tarea de evangelizador.
54. Cuando te sumerges en el misterio de Jesucristo, haces
de tu propia vida un sacramento. De alguna manera eres
“Jesucristo para los demás”. Éste es el motivo más hondo de
la necesidad de que imites a Jesucristo, de ser como él, de
tener sus mismos sentimientos. No se trata de imitarlo solamente en lo externo y en los gestos. De lo que se trata es de
que Jesús, por estar resucitado, se hace contemporáneo de
los hombres y mujeres de todos los tiempos; y se hace, de
muchas maneras. Una de las formas de hacerse Jesús contemporáneo a todos los hombres es a través de la vida de los
evangelizadores. Como evangelizador tienes que conocer e
identificarte con la vida histórica de Jesús. Aprende de él a
relacionarte con el Padre y con los hombres, a tener entrañas de misericordia, a hacer de los pobres y marginados los
destinatarios privilegiados de tu tarea, a entender tu propia
existencia como “vida para los demás”, a vivir tú mismo en
una actitud de confianza en Dios que te lleve por el camino
de la pobreza y austeridad, a ir haciendo tuyos todos los sentimientos de Cristo Jesús, que “no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la
condición de esclavo, pasando por uno de tantos”.
55. Para ser un buen evangelizador necesitas también inmersión en la vida de la gente, especialmente de la gente pobre, sencilla y necesitada. En medio de la vida dura de mucha
gente, tu tarea de evangelizador no puede caer como si no
tuviera nada que ver con sus realidades concretas. Ni tú, como evangelizador, puedes presentarte como si vinieras de
las nubes, por encima del bien y del mal, como quien trae
remedios para enfermedades que nadie siente. Debes estar
entre la gente, porque tú mismo eres gente. El compromiso
por la evangelización no te arranca de entre la gente; te mete
aún más dentro. Una inmersión continuada que tiene en la
encarnación de Jesucristo el mayor estímulo de presencia y
cercanía. Un compromiso que te debe llevar hasta la identificación... De lo contrario, tu palabra será extraña; tu vida, misteriosa y ajena; tu experiencia, inasequible y tu lenguaje incomprensible. El Señor no pidió para ti que salieras del mundo, sino que, en medio del mundo, no te mezclaras con el
mal. La tentación de “huir del mundo” la tienes que vencer
desde tu propia realidad de hombre o de mujer que forma
parte de este mundo, con sus miserias y grandezas.
56. Que estés entre la gente no es el punto de llegada; se
trata de un punto de partida. Pero si no estás dentro, no podrás entender tu tarea como acompañamiento. Imagínate
que ya has llegado a la meta; y te instalas en ella, pidiendo a
la gente que se anime. ¿Sabes lo que pasa? Que no te has
hecho compañero de camino. Desde luego que debes tener
claras las metas; de lo contrario, ¿cómo podrías ser guía de
caminantes? Si no hay meta, tampoco hay camino. Pero buen
guía es no sólo quien conoce las metas, sino el que es también experto en los caminos. No es buen guía aquel a quien
le importan sólo los que llegan y no se siente solidario con
quienes, a duras penas, tienen fuerza para caminar. Sé acompañante de la búsqueda de todos, con la sencillez del caminante. La seguridad de la meta no resta realismo a tu propio
caminar. Jesús es el camino. Pero no será tu camino ni el camino de los demás si no aciertas a descubrir la meta y a proponerla a los demás como posible y deseable. Conocer la
meta es imprescindible para no andar en tinieblas, incluso
cuando el camino se hace duro.
57. Nada significaría el que estés en medio de la gente, si
no tienes algo nuevo que comunicar a los demás. Meterse
en la vida de la gente no es sólo ser campechano, tratable,
buena persona. Ese modo de ser te abre puertas y te da acceso a la gente. Cultívalo con sencillez y cercanía. Pero piensa
que tu inmersión es mucho más. Es hacer vida el evangelio
en medio de la gente. No sólo como una doctrina que enseñas, sino como talante y estilo de vida que se nota en tu manera de pensar, en los criterios con los que actúas, en los derroteros que cobran tus intereses más íntimos, en las motivaciones que le echas a la vida... Cuando te metes entre la gente de esa manera nueva, entonces sí que tu inmersión significa algo y comienza a plantear preguntas: por qué piensas,
actúas, reaccionas, vives así... a pesar de que suponga muchas veces ir contra corriente. Cuando eso se dé, piensa que
has empezado a meter evangelio en la entraña misma de la
vida que compartes con los demás. Si lo haces con sencillez
y naturalidad, es que tu inmersión es obra del Espíritu.
58. A medida que estés más cerca de la gente, te resultará
más fácil dejarte afectar por su historia personal, familiar y
social. Como evangelizador debes ser apasionado: lo que le
ocurre a la gente nunca te puede dejar indiferente. Sobre todo, cuando es fruto del mal, del pecado o de la injusticia.
Tendrás muchas veces que denunciar situaciones que causan dolor, que hacen sufrir y que dejan mal a la gente... Si
denuncias “desde fuera” de los problemas, podrás llegar a
ser un buen analista; si lo haces “desde dentro” te darás
cuenta de que tú mismo estás en juego. Si te metes en medio de la gente, no caerás en la rutina... irás “cargando” tu
vida con los fardos de los otros, y percibirás que así el camino se hace más ligero para todos. En el camino con los demás, vete también dispuesto a aprender. El Señor te enseña
de muchas maneras. No desaproveches la enseñanza que te
envía a través de otros caminantes.
59. Si te sumerges en la vida de la gente, serás compasivo y
misericordioso. Aprende el estilo de Dios y manifiéstalo en
tu propia vida y en tu tarea de evangelizador. Recuerda que
eres mensajero de un Dios, cuyas “delicias es estar en medio
de los hombres”; de un Dios que, en los momentos más difíciles del envío, siempre transmitió el ánimo desde la seguridad de su presencia: “Yo estoy contigo”; de un Dios que se
llamó Dios-con-nosotros, como si no pudiera definirse a sí
mismo sin contar con los hombres. En Jesús, que se llamó
“Enmanuel” (Dios-con-nosotros) formamos parte de la definición de Dios. La gente tiene derecho a esperar que, en tu
tarea de evangelizador, Dios siga recorriendo los caminos de
la misericordia y el perdón. Dios no estará con los hombres,
si los evangelizadores nos acurrucamos en nuestros nidos
por miedo a la intemperie. Preséntale a él tus miedos, y volverás a escuchar: “no temas, Yo estoy contigo”. Verás cómo
todo cambia. La intransigencia y la intolerancia no forman
parte del equipamiento del evangelizador. Ábrete a un diálogo sincero, que no es renuncia a la verdad, sino propuesta
de la misma con una sencillez que convence.
60. No puedes separar nunca tu inmersión en Dios y en su
misterio de tu inmersión en el mundo y con la gente. Son
dos caras de una misma moneda: tu propia fe, vivida con
hondura, y asimilada y madurada desde el modelo que tienes en Jesucristo. Ni la inmersión en Dios te puede hacer extraño a la gente; ni la inmersión en la gente te puede separar
de Dios. Te podrá resultar difícil encontrar el equilibrio, pero
es imprescindible para que evites una pastoral espiritualista
y desencarnada, que no tiene en cuenta la espesura de lo
humano; o una pastoral tan encarnada que no sea capaz de
abrir el proyecto que llevas entre manos más allá de las medidas y cálculos humanos. Te cerrarías a la “sorpresa” de la
gracia. Tu mirada creyente a Jesucristo es la mejor escuela
para aprender a “meterte hasta el cuello” sin dejar de “hacer
pie” en el misterio de Dios. El “Dios-Hombre” nos ha enseñado para siempre a no separar lo que Dios ha unido. Que
tu mirada a Dios no te distraiga de tu mirada al hombre; y
que tu mirada al hombre no sea tan chata que no te abra al
misterio de Dios.
ORACIÓN
eñor Jesús, que nos haces posible adentrarnos en el misterio de Dios,
para descubrirlo y vivirlo como Padre. Tú mismo te nos ofreces, para
que podamos compartir tu vida de Hijo, otorgándonos, en el Espíritu,
el don de tu filiación. En los sacramentos, sales a nuestro encuentro,
para que podamos gozar de tu misma vida, como misterio de gracia y misericordia. Hechos semejantes a ti, nos quieres inmersos en el mundo, y entre la
gente a la que tanto quieres, para ser testigos de la novedad de tu gracia y del
proyecto de salvación que a todos propones por nuestro medio. Ayúdanos, para que no nos cansemos de hacer el camino con nuestros hermanos, mostrándoles cómo el Padre los ama, los acoge y los llama. AMEN
Testigos
PARA LA REFLEXIÓN
OBJETIVOS
1. Que se perciba la necesidad del testimonio por parte del
evangelizador. Testimonio que brota espontáneo del estilo
de vida evangélica, y no es buscado por estrategia. El evangelizador no está “obsesionado” de que su testimonio siempre
sea percibido y acogido como tal.
2. Preparar al evangelizador para dar testimonio en tiempos
difíciles. La situación cultural en que vive lo empuja a la
“privatización de la fe”.
3. Ayudar a vencer los respetos humanos y el “qué dirán” tan
frecuentes en muchos evangelizadores. La mejor manera es
meter muy dentro de la propia vida el mensaje que se ofrece.
1. ¿Voy consiguiendo que el testimonio de vida cristiana me
salga de manera espontánea? ¿Experimento la alegría del
amor que mi Padre-Dios me tiene y procuro parecerme a Él,
para que, viéndome a mí, la gente se dé cuenta de cómo es
Él? ¿Qué diferencias veo entre “hacer” de testigo y “ser” testigo? ¿Por donde va mi propia experiencia personal en este
sentido?
2. ¿Qué dificultades más importantes encuentro, hoy, para
dar un testimonio sencillo, pero coherente de mi fe? ¿Tiendo
a “esconder” mi fe, como si fuera un asunto privado, que sólo me vale para mi intimidad personal? ¿Me enfada la gente
que reclama mi testimonio personal? ¿Hay mucha gente que
esperaría otra cosa de mí?
3. ¿Abarca mi testimonio toda mi vida, o lo reduzco a los momentos en que me encuentro ejerciendo la tarea? ¿Conozco
bien a Jesús, para saber a quién me tengo que parecer? ¿Me
parezco a Él en la inclinación preferente por los pobres?
61. Ser testigo es una gracia para todo creyente. Testigo del
amor de Dios, de Jesucristo y de la fuerza transformadora del
Espíritu. Tu testimonio a favor de Jesús supone que el Dios
de Jesucristo te ha transformado, haciéndote una criatura
nueva. Se lo debes, por tanto, a él, pero estás llamado a experimentarlo en tu vida. A medida que tu vida va siendo
transformada por la fe, sientes que algo nuevo germina dentro de ti mismo. Tu testimonio no es un simple comportamiento externo, que tú consigues echándole coraje a la vida.
No es el simple compromiso esforzado con una causa que te
ha convencido. Eso ya llegará. Tu testimonio es, ante todo, la
expresión sencilla de un encuentro personal: el que ha acontecido entre Dios y tú. El Dios que Jesús te ha dado a conocer, y que tú manifiestas casi sin darte cuenta; así: “como si
nada”, “como que no quiere la cosa” con la misma espontaneidad con que vives. Ya sabes: “de la abundancia del corazón, habla la boca”. Por eso tu testimonio no es palabrería.
Cuenta con la palabra, pero con aquella que ha madurado en
tu corazón a base de experiencia. Nosotros hablamos de lo
que hemos visto, y anunciamos aquello que hemos palpado
del Verbo de la Vida.
62. Fíjate qué amor tan grande el de Dios para llamarte hijo
suyo, pues lo eres. Ésa ha sido la gran obra de Jesús en ti: te
ha hecho hijo como él. Gracias a su Espíritu, tu corazón y tus
labios pueden llamar a Dios “padre”; más aún,
“papá” (abbá). Deja tus miedos y tus desconfianzas. Eres hijo
de Dios, no su esclavo. Ahí está él: más cercano y más íntimo
a ti mismo que lo puedas estar tú. “Como niño en brazos de
su madre”. Toda tu vida queda transformada por esa realidad
personal que te envuelve, abrazándote. Vive como hijo. Gózate en el amor de tu Padre-Dios. No recaigas en el temor.
Sus brazos están siempre abiertos. Si tu historia con Dios está sembrada de perdón, lo amarás mucho más. Más grandes
aún serán las maravillas que está haciendo contigo y por ti.
“¿Quién podrá separarte del amor de Dios?” Nada ni nadie,
porque él te ha encontrado y tú te has dejado encontrar. Déjate sorprender: no eres sólo su criatura, eres su hijo. Tu testimonio lo es siempre de esta realidad que ha transformado
tu vida, dándole un sentido que nunca hubieras sospechado.
Vives una vida nueva: la vida de Dios, y la transmites desde la
alegría de verte envuelto en una “vida en abundancia”.
63. Tu testimonio es el parecido que tienes con tu PadreDios. “Ser como Dios” es tu tentación de criatura; pero, “ser
como Dios” es también tu vocación de hijo. Tienes a quien
parecerte. Si fueras huérfano, te faltarían referencias. Pero
como tienes Padre, se te abre un camino insospechado de
imitación. En tu vida tienes que reflejar la imagen de Dios.
“Que por mi causa no queden defraudados los que esperan
en ti, Dios mío”. Tu falta de testimonio defrauda. No porque
tú quedes mejor o peor ante la gente, sino porque no manifiestas tu parecido con el Padre. En definitiva, es él quien
queda mejor o peor parado. En tu testimonio está en juego
la imagen de Dios y la acogida y acercamiento de mucha
gente. Con tu vida proclamas quién y cómo es el Dios en
quien crees y al que anuncias en tu tarea de evangelizador.
En tu vida, habrás dicho algunas veces, queriendo justificarte: “no me miréis a mí; mirad al Dios a quien predico”. ¡Que
te miren a ti, para que “viendo tus buenas obras, glorifiquen
al Padre que está en los cielos”! Si eres hijo, no es una osadía que te atrevas a decir desde tu unión con Jesús: “quien
me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Fue un testigo quien dijo:
“vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. Desde
esa transformación en Cristo, Pablo fue apóstol y evangelizador.
64. No “haces” de testigo; “eres” testigo. Tu testimonio no
es función o estrategia. Es una manera nueva de ser hombre
o mujer. No se reduce a unos actos de tu vida. No tiene que
ver sólo con los momentos en los que “ejerces” de evangelizador. El testimonio no es como un gorro que te pones o
quitas a discreción. Es más, el testigo no busca serlo; lo es sin
darse cuenta (¡tanto ha asimilado su nueva condición de
hijo!). Cuando el testimonio es sólo externo, te cansa. Son
esos momentos en los que te entran ganas de tirar la toalla.
Cuando el testimonio te sale de dentro, no puedes dejar de
darlo. Allí donde estés, y hagas lo que hagas, serás testigo. En
la medida en que des unidad a tu vida, tú mismo te sentirás
más feliz y contagiarás a los demás. El testimonio interior lo
recibes del Espíritu, que, en lo más íntimo de ti mismo, te da
las razones más hondas para creer, esperar y amar, haciendo
de tu vida un don para los demás. Porque tú mismo recibes
del Espíritu el testimonio a favor de Jesús, puedes ser testigo
de él ante los demás. Y el mismo Espíritu da testimonio a favor de Jesús para los demás a través de tu testimonio sencillo
y constante. También en el testimonio eres obra del Espíritu.
No lo das por tu propia cuenta. Es Él quien lo da a través de
ti.
65. Es verdad que te ha tocado ser testigo en tiempos difíciles. Tu testimonio va contra corriente de muchos comportamientos de la gente. Los valores del Evangelio no están hoy
al alza. Es más, a veces, hasta puedes pensar que eres un bicho raro y que, viviendo conforme al evangelio, “haces el
primo”. Puedes llegar, incluso, a pensar que en un mundo
tan competitivo como el nuestro, necesitas vivir como
“cualquier hijo de vecino”, si quieres “levantar cabeza”. Y,
así, te haces a la idea de que tu fe no tiene por qué meterse
en tu vida; que es algo perteneciente a tu intimidad y no tienes por qué manifestarla públicamente, ni tienes por qué
aplicarla a las “cuestiones de la vida”: familia, educación, trabajo, política... Es lo que se llama la privatización de la fe, que
está tan en boga en nuestros días. Si piensas y actúas así, tu
tarea evangelizadora se quedará a medio camino y estarás
preparando cristianos que jamás darán testimonio de su fe
en la construcción de una sociedad más cercana al plan de
Dios, en la línea de la filiación y la fraternidad. Meterás a
Dios en la intimidad de las conciencias, y no harás de su acogida y confesión una fuerza de transformación del pequeño
o grande mundo en el que vives y trabajas.
66.
La fuerza de tu testimonio debe ayudarte a superar
cualquier respeto humano; el “qué dirán” que tantas energías resta a tu vida de apóstol. El testimonio es fruto de la valentía apostólica que necesitas para “anunciar el evangelio
con ocasión y sin ella”. Quien ha sido “agarrado por el Evangelio” en la totalidad de su vida, respira evangelio en todo lo
que dice y lo que hace. No queda rincón en su vida sin iluminar por su estrecha unión con el Señor. Incluso en momentos difíciles, percibirás que “tienes que obedecer a Dios antes que a los hombres”. El respeto que toda persona te merece hará que no seas impositivo e intolerante, que tu testimonio no sea arrogante, pero nunca te debe retraer de ofertar a
los demás “lo que has visto y oído, lo que tus propias manos
han tocado del Verbo de la Vida”. Piensa que tu propia experiencia de Dios y de su salvación es un medio privilegiado
por el que el Señor quiere llegar a los demás. No tengas miedo a compartirla. Estás diciendo con sencillez y alegría “lo
que el Señor ha hecho contigo”. Sentirás que “la palabra se
ha vuelto en ti como un fuego devorador; intentarás sofocarla, pero no podrás” incluso en los momentos en los que, desanimado, hayas llegado a decirte a ti mismo: “no pensaré
más en Él; no hablaré más en su nombre”.
67. No te extrañe que la gente reclame tu testimonio. Te
puede poner nervioso que te exijan más que a los demás.
Pensarás que mucha gente lo hace para justificar su falta de
compromiso, transfiriendo a ti las exigencias que ellos no
son capaces de asumir. Aunque esta estratagema procediera
de mala voluntad, agradécelo, porque es una buena manera
de recordarte tu fidelidad. Como evangelizador te debes a la
gente. Y ya sabes: “el mundo de hoy cree más a los testigos
que a los maestros; y si cree a los maestros es porque son
también testigos”. El testimonio es el primer paso en una
buena evangelización. Cuando suscites la pregunta: “¿por
qué esta persona es así?” estarás sembrando la primera semilla de tu anuncio del Reino. Si por el contrario, tu falta de testimonio da pie a pensar que no será tan importante lo que
anuncias, cuando tú no lo cumples, estarás cerrando el corazón de mucha gente a la acogida del evangelio. No te canses
hasta que puedas decir: “sed imitadores míos como yo lo soy
de Cristo”. Esa es la mayor fuerza de tu testimonio. No lo podrás decir de la noche a la mañana. Pero lo podrás decir algún día, si no cierras tu corazón a la gracia.
68. El testimonio abarca toda tu vida. No puedes hacer en
ella compartimentos, viviendo el evangelio a trozos. Si lo
haces así, ni tú mismo te sentirás a gusto. Tendrás muchas
veces la sensación de que no eres sincero, y eso mismo quitará fuerza de convicción a tu tarea. No quiere esto decir que
tengas que esperar a ser santo para ser evangelizador; pero
sí, que los santos son los que mejor evangelizan. Es verdad
que el evangelio nos supera a todos y que, muchas veces, el
Espíritu actúa “a pesar nuestro”. Pero lo normal es que actúe
a través de sus testigos. Tu propia tarea es una llamada a tu
fidelidad: ser fiel no sólo en los momentos y en los aspectos
en los que “haces” de evangelizador. “Eres” evangelizador
desde tu vida, transformada por el Señor. No vale que te reserves parcelas de tu vida para ti mismo, viviéndolas de espaldas a Jesús y su evangelio. Aquí tienes una tarea personal
de respuesta y conversión, que forma parte de tu propio itinerario de vida interior. Tus “trabajos por el evangelio” no
pueden mermar la necesidad de “velar por ti mismo” en un
permanente camino de fidelidad y de entrega.
69. En Jesús de Nazaret tienes el modelo de tu testimonio.
Él es el “testigo fiel”. Te sentirás feliz, cuando tú mismo puedas decir: “sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo”. Él
te da la posibilidad de hacer tuyos su vida y sus sentimientos. Tienes que conocer la vida de Jesús. Pero el conocimiento no basta. No conoces ni admiras a un personaje del pasado, al que imitaras sólo por fuera. Vives la misma vida de Jesús, que el Espíritu te comunica a través de los sacramentos,
especialmente de la eucaristía. Por eso, tu testimonio no es
algo distinto de tu vida sacramental. Sacramentos y vida no
son como dos raíles paralelos. Los sacramentos alimentan tu
testimonio; y tu testimonio da credibilidad a los sacramentos. Cuando no vives esta armonía, celebrarás los sacramentos como meros ritos externos, y tu testimonio no pasará de
ser un esfuerzo ético, digno de alabanza, pero desgajado de
la raíz que lo alimenta y lo hace “testimonio cristiano”. Une
vida y sacramentos y proclamarás con tu testimonio la fuerza
que viene de Dios y que se realiza en tu propia debilidad. No
te asuste llevar tesoro tan grande en tu vasija de barro.
70. El testimonio llevó a Jesús hasta la muerte: “siendo hijo,
aprendió lo que significa obedecer”. La voluntad del Padre
es la pasión del testigo. Como hizo con Jesús, el Padre te
quiere para entregarte a los demás. Tu vida es un regalo que
Dios hace a los hombres, porque los continúa queriendo
apasionadamente. Especialmente a quienes, a través de toda
la historia, fueron los destinatarios privilegiados de su amor:
los pobres. Jesús fue enviado de manera preferente a los pobres y pecadores, a los que estaban lejanos y excluidos. El
testimonio de su predilección por ellos causó el escándalo
que le acarreó la muerte. No podrás dar testimonio de Jesús,
si no colocas en el centro de tu corazón de evangelizador los
rostros e historias concretos de los más pobres y marginados, de los excluidos de la sociedad. El mensaje que llevas
entre manos les pertenece de manera privilegiada. Con tu
estilo evangelizador se lo debes devolver. Tú mismo sabes
que sólo en la medida en que experimentas y vives tu propia
pobreza eres acogedor sencillo y transmisor fiel de la salvación. Que no te asuste tu pobreza. Alégrate de no saber otra
cosa que Cristo crucificado. Tendrás entonces la sabiduría
de Dios que tantas veces desconcierta.
ORACIÓN
eñor Jesús, Tú eres el Testigo fiel, que nos has mostrado el rostro de
Dios, metiéndolo en nuestra propia vida como rostro de Padre. Haz
que nos parezcamos a Dios, para que, desde la novedad de nuestra vida, vayamos diciendo lo hermoso que es ser hijos de tal Padre. Que no
nos asusten las dificultades, ni nos hagan meter debajo del celemín la luz que
tú has encendido en nuestro corazón. Danos valentía para proclamar con sencillez y audacia lo que tú has realizado en nuestras vidas, y, así, podamos dar
razón de nuestra esperanza a todo el que nos la pida. Haz que, teniéndote por
modelo de nuestro testimonio, nos entreguemos con preferencia a los más
pobres y marginados. Ellos son los que más urgentemente reclaman nuestra vida y nuestra entrega. AMEN.
Hermanos
PARA LA REFLEXIÓN
1. ¿Ejerzo mi tarea de evangelizador como dominante o como servidor? ¿Me las sé todas, o me considero siempre discípulo que tiene que aprender también de los otros? ¿Recibo
de buen grado la corrección fraterna y la hago con sencillez a
los demás?
OBJETIVOS
1. Acoger la tarea evangelizadora como un servicio fraterno,
manteniendo siempre la sencillez del discípulo, mostrándose
siempre abierto a la corrección fraterna.
2. Mostrar la fraternidad en la apertura de corazón a todos
los hombres y mujeres de nuestro tiempo, en la disponibilidad para la ayuda y en la atención preferente a los más pobres.
3. Descubrir la raíz de la fraternidad en la filiación común
respecto al Padre. No formamos una “fraternidad huérfana”
sin Padre. Alimentar la fraternidad en la eucaristía.
2. ¿Estoy abierto a la gente con quien convivo? ¿Me doy
cuenta del don que ofrezco, cuando entrego el evangelio?
¿Cómo ando de disponibilidad? ¿Me reservo mucho para mí,
por el miedo a compartir mi vida?
3. ¿Me siento preferentemente hermano, cercano de los más
pobres y sencillos? ¿Los escucho, los atiendo, les ayudo...?
¿Cómo muestro mi cercanía a ellos? Mi vivencia de la fraternidad, ¿llega a tocar el sentido mismo de mi vida, o se me
queda en unas cuantas cosas que hago por los otros?
¿Descubro la raíz de mi fraternidad en la filiación de todos
con relación a Dios? ¿La alimento en la eucaristía? ¿Me siento
fraternalmente unido a los demás evangelizadores?
71. Ser evangelizador no te coloca por encima de nadie en
la comunidad o en el pueblo. No se te ha confiado un poder,
sino un servicio a favor de quienes son tus hermanos. No mires a nadie por encima del hombro. No busques el reconocimiento social de la gente. “Marcha, humilde, junto a tu
Dios”. Dios, que “te pidió permiso” para entrar en tu historia
personal, pide también permiso a los demás a través de tu
cercanía de hermano. Desarrolla la sensibilidad fraterna. Te
sentirás acompañado y acompañante en “el camino, junto a
Dios”. Acompañado por una multitud de hermanos: tu parroquia, tu comunidad, tu grupo, tu equipo. No estás solo.
Siente el acompañamiento de los tuyos. Busca ser acompañado, para mantener tú mismo la fidelidad, para saber descubrir lo que Dios te pide en cada momento, para avivar la esperanza y estar atento al paso del Señor. Cuando te dejas
acompañar, reconoces que no eres tú mismo el autor de tu
camino; que recorres un sendero abierto por el Señor y recorrido por una multitud de hermanos. Aprende de quienes
ya recorrieron el camino y de quienes lo están recorriendo a
tu lado.
72. Para dejarte acompañar, necesitas la sencillez del discípulo. ¡Enseñas tantas cosas que puedes tener la impresión
de no necesitar ser enseñado! No sólo en las verdades de la
fe, sino en la sabiduría que conduce a la salvación.
“Sabérselas todas” es malo para el evangelizador. Le priva de
estar constantemente aprendiendo con actitud receptiva y
acogedora. Aprendiendo de todos, pero especialmente de
los sencillos. Todos te pueden enseñar; mira a todos como a
posibles “maestros”. En cada vida y en cada historia puedes
encontrar indicaciones para el camino. Aprende a leerlas a la
luz del evangelio y te sorprenderás de ver cómo “el Señor te
enseña sus caminos”. Entrénate en el reconocimiento de las
semillas que Dios esparce de tantas maneras en el corazón
de los hombres. Sin esta actitud te será difícil la tarea de
evangelizador: descubrirás “enemigos” donde Dios te pone
“hermanos” para recorrer el camino. Ten la humildad de saber preguntar. No sólo en lo que se refiere a tu trabajo pastoral, también en las cuestiones de tu propia vida de creyente.
Las “señales de Dios” te vendrán muchas veces a través de
los hermanos.
73. Con corazón de hermano, abre tu corazón a todos los
hombres y mujeres de tu tiempo. Tu condición de evangelizador te abre a los demás con un título nuevo: el evangelio,
destinado a todos los hombres. Jamás el evangelio puede cerrarte. Su mensaje lleva preguntas y respuestas que están en
la entraña del corazón humano. Son las mismas que tú compartes con todos los hombres, tus hermanos. Cuando vives y
anuncias el evangelio no lo haces como un extraño. Incluso
cuando a tu alrededor descubras indiferencia y hasta hostilidad, piensa que estás haciendo una sementera que algún día
fructificará. También para quien no cree, el evangelio que
anuncias lleva una carga humanizadora, que crea fraternidad. Para muchos puede ser la entrada a la fe. La fuerza del
evangelio para hermanar a todos es una gracia universal.
Desde esa oferta, hazte sensible a todas las corrientes de solidaridad fraterna que atraviesan el corazón y el comportamiento de los hombres. Refuérzalas, motívalas, ahóndalas,
pero no te quedes fuera de ellas.
74. Que la gente te pueda percibir como a un hermano.
Muéstrate disponible. “A quien te pida la túnica, dale también el manto; y a quien te pida recorrer una milla, acompáñale dos”. Da siempre con abundancia; date siempre con generosidad. Acompaña siempre con el respeto de quien llega
a la vida de los otros como “de puntillas”, pero con la seguridad de que siempre está ahí cuando se le necesita. En tu tarea evangelizadora crea profundas relaciones humanas.
¡Que no es una empresa donde trabajas! Es una familia llamada a construirse dando y recibiendo de los demás y para
los demás. Aprende a estimular, a crear esperanza, a contagiar alegría. Sé cercano a los demás “en las duras y en las maduras”. No dejes a nadie solo en situaciones difíciles, y haz
tuya la alegría de los hermanos. Tu tarea evangelizadora llena tu corazón de nombres: los de todas las personas con
quien entras en contacto y los de aquellas otras que, de una
manera u otra, te esperan. No dejes los nombres de la gente
en la frialdad de las listas o en la complejidad de las estadísticas. Mételos en tu propia historia, haciendo con todos ellos
el camino de una vida compartida.
75. Tu acogida de hermano te inclina con preferencia a los
más pobres y débiles. Ellos son los que más te necesitan. A
ellos te acercas no para sentirte mejor, o más santo, o más
fiel. Lo haces para mantener viva su esperanza, dándoles motivos reales de superación y de lucha. No los amas “por”
Dios; los amas “con” Dios, con aquel amor de Dios “que ha
sido derramado en tu corazón con el Espíritu Santo que se te
ha dado”. Y el amor de Dios es creador, fortalecedor, apasionado. Ábreles caminos nuevos y ayuda a crear las condiciones para que puedan vivir con dignidad de personas. Con los
pobres y débiles no seas paternalista, porque uno solo es el
padre, Dios. Sé maduro para no crear dependencias que infantilizan y entorpecen el desarrollo personal. Echa todas las
manos que sean necesarias, pero piensa que es preciso que
ellos crezcan y tú disminuyas. No te hagas protagonista a
costa de los otros. Haz protagonistas a los demás, con la sencillez de quien acompaña sin ser percibido. Entra en la vida
de los otros no arrollando, hazlo acompañando. Con discreción y madurez, con sencillez y esperanza, haciendo de todos caminantes y no simples espectadores del camino de
unos pocos.
76. Como hermano, comparte tus bienes y tus dones, lo
que tienes y lo que eres. Recibiste una vida que la mereces
dándola, y la salvas en la medida en que la entregas. No pongas tu tarea evangelizadora al margen de esta corriente de
entrega: entrega personal y entrega social. Arranca de tu corazón el egoísmo que te cierra a los demás y que tiende a
hacerte el centro de todos y de todo. Y ayuda a arrancar el
egoísmo social, que organiza la vida en beneficio de unos
pocos, dejando a mucha gente en la cuneta. Como evangelizador, aviva tu interés y colaboración en la construcción de
una sociedad más justa y fraterna. Ten espíritu crítico para
descubrir y denunciar los atentados anti-fraternos en la organización de la sociedad. No “comulgues con ruedas de molino”, aceptando, sin más, lo que en la organización política,
económica y social atenta contra muchos y favorece a unos
pocos. La pasión de hermano no la vives sólo creando espacios cálidos de convivencia en una sociedad injusta y antifraterna; la vives también, y sobre todo, cuando te implicas
con valentía en hacer de toda la sociedad un único y amplio
espacio de fraternidad. Y cuando pienses en la sociedad, no
te reduzcas al pequeño mundo en el que vives, abre tu corazón al mundo entero y duélete con todos los pobres de la
tierra. También ellos son tus hermanos; y de su vida y de su
muerte eres también co-responsable.
77. Porque eres hijo, eres hermano. A veces, te gustaría ser
hijo único. Todo sería para ti. Pero tu Padre tiene tantos hijos
como habitantes ha tenido, tiene y tendrá el mundo. A decir
verdad, nuestro Padre tiene un Hijo único: Jesús. Pero, en
Jesús, todos estamos llamados a ser hijos del mismo Padre.
Fíjate, la verdad más sencilla de tu fe es la llamada más fuerte
a la fraternidad. No tienes que buscar motivaciones prestadas para vivir como hermano. Invoca a Dios como Padre y
habrá cambiado de raíz tu relación con todos los hombres.
Esa es la Buena Noticia que anuncias cuando predicas el
evangelio. La cuestión es el nivel en el que vives la filiación y
la fraternidad. Si las vives como un añadido a tu ser hombre
o mujer, “harás” de hijo y hermano en algunas ocasiones de
tu vida, pero no “serás” hijo y hermano. El gran don que te
ofrece el Señor es el de “ser” no simplemente el de “hacer”.
“Ser en Cristo Jesús” (eso es la vida cristiana) significa para ti
“ser hijo de Dios-Padre” y “ser hermano de todos los hombres”. Así de sencillo y así de extraordinario. Por eso, todo lo
que tienes que hacer es “amar a Dios con todas tus fuerzas y
al prójimo como a ti mismo”.
78. ¿Recuerdas la parábola del hijo pródigo? No te vayas a
identificar con el hermano mayor. Aquel muchacho habría
sido un mal evangelizador. Estaba tan a gusto en la casa de
su padre, que no se acordaba del hermano que se había alejado. Mientras al padre se le partía el corazón por el hijo perdido, a él se le endurecían las entrañas, temiendo su vuelta.
Con tu estilo evangelizador tienes que ayudar la salida del
padre a buscar a quienes se fueron o nunca estuvieron en la
casa paterna. Tu identificación con el corazón del Padre te
hace “sentir debilidad” por los hermanos que lo dejaron.
Pregúntate también por tu manera de estar en la casa; pudiera ser que tú mismo la estés haciendo inhabitable para otros.
Pregúntate si la lejanía de muchos no se debe también a que
tu cercanía no es acogedora, o no manifiesta gozo y alegría
con los hermanos que llegan. Ni la casa es tuya, ni el corazón
del Padre te pertenece en exclusiva. La casa y el Padre son de
todos. Y a la mesa servida están llamados los de cerca y los
de lejos. Un solo Padre, una sola casa y una sola mesa. Anuncia por todas partes que “la mesa está servida, caliente el pan
y envejecido el vino”. Alégrate de que tu Padre sea así y,
anunciándolo, abre las puertas de par en par, para gozarte
con la multitud de tus hermanos.
79. Vive también la fraternidad con los demás evangelizadores. No sois simples compañeros de trabajo o colegas de
una misma empresa. Vuestras relaciones no son laborales;
son relaciones de hermanos. Vívelas como una gracia. No
midas la tarea común por honores, puestos o competencias.
Reconócete en lo que hacen los demás y abre a los otros lo
que tú haces y el campo donde trabajas. Acostúmbrate a
compartir con sencillez y alegría. Vuestra propia fraternidad
es ya un signo de la familia que queréis construir. Unidos en
Cristo, tenéis en común “los trabajos por el evangelio”. Ayuda a los demás con tu entusiasmo y tu disponibilidad. Anima
a quien esté en baja forma; y déjate ayudar cuando lo estés
pasando mal. Entre los evangelizadores, debes experimentar
la amistad que crea el seguimiento de Jesús. Recuerda al grupo de sus discípulos y gózate en la comunión que crea su
presencia. Lo que tú haces es importante, pero también es lo
que hacen los demás. No vayas a confundir tu carisma con
tus “manías”; el carisma edifica siempre la comunión fraterna; las manías” dividen y confrontan.
80. No hay fraternidad sin eucaristía. Un solo pan y un solo
cuerpo. Comunión con el cuerpo de Cristo y comunión de
dones, de servicios y de carismas, para formar una misma y
única iglesia. En la eucaristía, la diversidad queda trabada en
unidad. Lo mismo que las espigas en el pan y las uvas en el
vino. Celebra la eucaristía, apasionado por la comunión. En
ella la recibes y la expresas. De ella recibes la fuerza para
construirla. Desde la eucaristía sales al mundo con el compromiso de hacer una comunidad de hermanos. Descubre la
fuerza de unión de la eucaristía. Celébrala con sentido de familia. Participa activamente en ella, porque es la gran fiesta
de la comunidad en la que trabajas. Haz de ella un encuentro de hermanos que escuchan la Palabra del Padre y se
unen a la entrega del Hijo. Que se note que allí está aconteciendo la presencia de Jesucristo entre nosotros. La misma
presencia con la que quieres inundar tu vida y la vida de los
demás. Anuncias una presencia, no un recuerdo. La misma
presencia que experimentas sacramentalmente cuando, con
tus hermanos, acoges para ti y para el mundo a Cristo resucitado. Como los de Emaús, acostúmbrate a reconocerlo en el
“partir el pan”. Implícate en la eucaristía de la comunidad y
no andes buscando como privilegio una eucaristía
“particular” para ti o para tu grupo. La eucaristía es la mesa
común de la familia. En ella se realiza y se expresa la fraternidad.
ORACIÓN
eñor Jesús, nuestro hermano mayor, danos sensibilidad fraterna, para
que no miremos a nadie por encima del hombro en nuestra tarea evangelizadora. Haz que nos sintamos discípulos sencillos, que necesitamos siempre aprender, para abrir así nuestro corazón y ofrecer lo que
llevamos en él; para estar disponibles para todos, especialmente para los más
pobres y marginados. Que ellos encuentren en nuestra oferta y entrega la realidad de tu presencia cercana y amiga. Que ayudemos a que todos los hombres se acerquen al Padre tuyo y Padre nuestro, y así pueda Él hacer de todos
una gran familia de hermanos. Que los evangelizadores sintamos nuestra condición de hermanos, y que alimentemos siempre en tu “cuerpo entregado” y
en tu “sangre derramada” la gozosa experiencia de nuestra propia entrega.
AMEN.
Alegres
PARA LA REFLEXIÓN
OBJETIVOS
1. Hacer consciente al evangelizador de que lleva entre manos una alegre y buena noticia, desde la que puede responder a las más hondas aspiraciones del corazón humano.
2. Que el evangelizador no confunda alegría con ingenuidad.
La respuesta al sentido de la vida no es fácil, y supone un conocimiento hondo de las aspiraciones del corazón humano.
3. Situar la alegría del evangelizador en su correcto lugar: en
la madurez creyente, en la esperanza y salvación anunciadas,
en la salida misionera a los ambientes más alejados y difíciles.
1. Personalmente, ¿me resulta nueva, sorprendente y alegre
la salvación que comunico en mi tarea evangelizadora?
¿Encuentro en el Evangelio vivido una respuesta a mis más
profundas inquietudes? ¿Me nace mi alegría de dentro del
corazón o presento una alegría “postiza”?
2. La madurez de mi alegría: ¿soy alegre porque soy ingenuo?
o ¿soy alegre porque soy esperanzado? ¿Me encierro en círculos muy pequeños para encontrar una “alegría cálida”?
¿Me da miedo la intemperie? ¿Anuncio el misterio de Dios
con la alegría de quien está ayudando a responder a cuestiones importantes de la vida de la gente?
3. La esperanza es motivo de honda alegría, ¿pero me saca
del mundo en que vivo? ¿Tiendo a no preocuparme de los
problemas de la gente, porque me complican demasiado mi
vida? ¿Mantengo la alegría incluso cuando resulta más difícil
evangelizar?
81. El mensaje que vives y anuncias se llama evangelio, que
significa buena noticia, noticia alegre. Es una noticia buena y
alegre, porque abre horizontes y señala metas a tu vida y a la
de los demás. ¿No te ocurre, a veces, que no encuentras sentido a tu vida? ¿No tienes momentos en los que te parece
que todo es oscuro dentro de ti mismo y a tu alrededor? Te
sientes grande y pequeño al mismo tiempo; descubres tus
momentos de gloria y de miseria. Puedes llegar a pensar que
eres una pura contradicción. Te preocupa el sentido de tu
ser, de tu trabajo, de tu amor, de tu familia, de la sociedad en
la que vives... Un qué y un para qué muchas veces claro, pero en ocasiones, ¡un tormento! Es que, pensándolo bien, cada hombre y cada mujer somos un misterio. A lo largo de tu
existencia, encontrarás a mucha gente que prefieren
“aparcarlo” para arrancarle a la vida las pequeñas felicidades
que les permitan “ir tirando”. Pero, dentro, queda un corazón inquieto e insatisfecho. La alegría del evangelio arraiga
en la hondura de la vida. Es la “alegría seria” que no pasa por
encima de las dificultades y limitaciones. Las asume y las
transforma.
82. Puedes ahogar la inquietud e insatisfacción; pasar de
ellas. Muchas veces tendrás esa tentación. Pero, desde ellas,
puedes mantenerte en una constante actitud de búsqueda.
Un gran hombre y gran santo, Agustín de Hipona, expresó
sus más íntimos anhelos con una descripción memorable:
“nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón anda inquieto
hasta que descanse en ti”. La inquietud del corazón es llamada fuerte a la felicidad. Nos reclama, haciendo que no tengamos hartura. Siempre buscamos ser felices, incluso cuando
erramos el camino. El ansia de felicidad se resiste a darse por
vencida. La compartes con todos los hombres y mujeres a
quienes encuentras en tu tarea evangelizadora. Reclamo del
corazón que es puerta abierta al evangelio. El corazón es la
vida entera que se resiste a ser encerrada en el sinsentido y
el absurdo. La respuesta que tú vives y ofreces no es ajena a
la pregunta que constantemente aflora en el corazón humano, a veces de forma violenta. Cuando evangelizas no superpones respuestas a un corazón sin preguntas. No te vaya a
pasar lo que a aquel mono distraído y aburrido a quien el autor del póster que lo representaba le hacía decir en el escrito: “ahora que me sé la respuesta, se me olvidó la pregunta”.
83. Tu alegría más profunda nace de tu propio corazón. En
Jesús te has encontrado con el Padre y experimentas que “su
gracia vale más que la vida”. La comunión con Dios es tu
bien más preciado. Tu alegría procede de la confianza y la
vives en la esperanza. Es el momento de tu confesión gozosa
al Señor: “ningún bien tengo sin ti”. Y haces una jerarquía de
valores: te entusiasma haber encontrado un tesoro escondido y una perla preciosa. Empiezas a dar importancia a lo que
merece la pena y a quitársela a “lo que hoy es y mañana no
aparece”. Descubres que la vida hay que mirarla en su conjunto y no en los momentos de pena o de gloria, a los que
sientes la tentación de agarrarte como tu única tabla de salvación. Jesús te ofrece salvar tu vida desde el sentido de
Dios. Es el que buscas, aunque, muchas veces, lo hagas a
tientas. Cuando acoges a Jesús como “camino, verdad y vida” experimentas que no eres un buscador a ciegas. Te sentirás, a veces, desconcertado, darás tropezones, tu experiencia podrá ser tu propio aguijón, pero podrás confesar con
San Pablo: “sé de quien me he fiado y estoy seguro”. Tu confianza se hace alegría serena.
84. Pero no confundas la alegría con la ingenuidad. Como
evangelizador no puedes ser ingenuo. Ni tu tarea consiste
nunca en dar recetas, como si la alegría la distribuyeras con
fórmulas mágicas. Y, ¡cuidado! que también del evangelio
puedes hacer un recetario. En el evangelio no encontrarás
fórmulas mágicas, ni una respuesta hecha para cada pregunta formulada. Jesús y el evangelio son la respuesta a la gran
pregunta de la vida, pero no ponen en tus manos las respuestas hechas para cada una de las cuestiones que la vida
nos plantea hoy. Continúas siendo un buscador; confiado,
pero buscador. Por eso, no confundas tu alegría con un optimismo ingenuo frente a los problemas personales y sociales.
Nunca intentes ser alegre a base de repetirte: “ojos que no
ven, corazón que no siente”. Tu alegría sería la de los ingenuos. Y la evangelización te pide sencillez, no ingenuidad.
Descubre un desafío en las ofertas de felicidad que encuentras a tu alrededor. Ellas te están indicando la pasta de la que
está hecho el corazón humano y te estimulan a buscar en el
evangelio “el agua que salta hasta la vida eterna”.
85.
No encontrarás la alegría construyendo en tu vida
“rincones cálidos” en los que sentirte a gusto y a los que recurrir como refugio. Como evangelizador puedes sentir la
tentación de encerrarte en la calidez de tu grupo, porque te
hace sentirte seguro y contento, al margen de la dureza de la
vida. “Qué bien se está aquí, hagamos tres tiendas...”, pero
Jesús los bajó del monte para seguir el camino por las aldeas
y ciudades, anunciando el evangelio del Reino. El Señor te
quiere alegre no sólo cuando estás a solas con Él, gustando
en la oración “qué bueno es el Señor”, ni sólo cuando estás
con el reducido grupo de tus amigos e incondicionales. Te
quiere alegre en la intemperie de la vida, allí donde te envía
a anunciar la buena nueva del Reino. La alegría con que presentas y ofreces la buena nueva de la salvación es una primera llamada a la esperanza. Sentirás que se produce el contagio, porque todos tenemos el corazón hecho de la misma
masa.
86. Habrás descubierto ya en tu experiencia creyente que
Dios no es competidor ni celoso de todo lo grande, noble y
hermoso que habita dentro de ti. No anuncies nunca el misterio de Dios y de su salvación en competencia con las nobles aspiraciones del corazón del hombre. Cuando Dios lo
creó, hombre y mujer, “vio que era muy bueno”. Y cuando lo
re-crea, en Cristo Jesús, quiere que aflore de nuevo, multiplicada, aquella bondad y belleza original. Los caminos de Dios
nos llevan a Él, haciendo que nos encontremos definitivamente con nosotros mismos. Son las dos laderas de un mismo y único camino. Coger otros atajos (eso es el pecado)
significa no sólo desviarse del camino hacia Dios, sino errar
de camino para alcanzar nuestra meta de hombres y mujeres. Cuando vives y presentas las exigencias del Reino y del
seguimiento de Jesús no ofreces los mandatos de un Dios
“caprichoso” que estuviera ahí para fastidiar y entristecer al
hombre con sus prohibiciones. Anuncias la voluntad de un
Dios, cuyas delicias es estar con los hijos de los hombres
“para que tengan vida y la tengan en abundancia”. No te vaya a pasar lo que a aquel que se quejaba de que Dios quisiera salvar a todos, incluso a los pecadores, porque no eran
maneras de recompensar el “fastidio” que a él le había supuesto el esfuerzo por mantenerse fiel a sus mandatos.
87. Tu alegría de evangelizador es fruto de tu madurez creyente. Te sientes agarrado por Dios en la totalidad de tu existencia. Y anuncias a un Dios que quiere para todos los hombres una salvación integral. No dejas ningún aspecto de tu
propia vida, de la vida de los demás y de la vida de la sociedad en que vives al margen de la luz penetrante de la salvación que anuncias. Tocas así uno de los más profundos anhelos del corazón humano. Y lo anuncias con tal plenitud
que ni la misma muerte, a la que tanto tememos, oscurece
una esperanza asegurada por “el Dios de vivos y no de muertos”. Con la mirada puesta en Cristo Resucitado puedes encararte con el final, y hacerlo con la misma audacia de Pablo:
“¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu
aguijón?”. La resurrección de Cristo es garantía de tu vida total y de la totalidad de vida que ofreces con su anuncio.
Cuando aprendas a dar razón de tu esperanza habrás encontrado la fuente más íntima de tu alegría personal y la fuerza
más grande para proclamar la buena noticia: que Dios llama
al hombre a la vida, cumpliendo y desbordando anhelos,
porque “ni el ojo vio ni el oído oyó lo que Dios tiene reservado a los que lo aman”. Toda tu tarea de evangelizador queda
marcada por esta alegría de la esperanza confiada.
88. La alegría serena de tu mirada al final, habitúa a tus ojos
a mirar al presente de una manera nueva. El Resucitado no
sólo te espera, te acompaña. Con tu tarea de evangelizador
no sólo apuntas hacia el “todavía no” de la plenitud por llegar, te comprometes a realizar un “ya” que se vaya acercando progresiva y dinámicamente a la plenitud esperada. La esperanza que te alegra no es un achaque para despreocuparte de la historia que te duele. En ella tienes una nueva fuerza
de compromiso de salvación. El evangelizador no es un cantor de promesas ajenas a la historia en la que vive. Educado
en la “historia de la salvación” descubre que la promesa del
Dios en quien cree trabaja la historia desde dentro. Y, como
creyente, se sabe instrumento de realizaciones históricas personales, sociales, políticas, económicas, laborales...- en
las que la promesa comienza ya a cumplirse. Y tiene también
la fuerza para oponerse a todos los frenazos y retrocesos
con que los hombres sembramos la marcha de la historia
hacia delante. La pobreza, la marginación, la injusticia, la violencia, las guerras... le duelen al evangelizador en lo más
hondo de su esperanza. La fuerza para la lucha te viene de
“la esperanza que no defrauda” y la alegría que te sostiene la
aprendes de los que “esperaron contra toda esperanza”, porque tenían en Dios su confianza.
89. Tu alegría debe también modelar tu estilo. ¿Recuerdas
aquel dicho: “un santo triste es un triste santo”? Aplícatelo y
no seas un triste evangelizador. ¡Que no puedes llevar una
buena noticia así, como si nada! No eres un pregonero a
sueldo, encargado de soltar una retahíla, aprendida de memoria. Te has jugado la vida y la has ganado. ¿Dónde está el
entusiasmo? ¿No te debe salir la alegría por los cuatro costados? Además, has ganado tu vida, dándola, y “hay más alegría
en dar que en recibir”. En el evangelio encuentras un programa de “dicha”. El Señor las llamó “bienaventuranzas”; y son
eso: las “dichas” del creyente. Extrañas dichas, es verdad; pero su revelación a los sencillos llenaron de alegría el corazón
de Cristo. Tu estilo de evangelizador debe proclamar que
“quien busca la vida la pierde y quien la pierde la encuentra
en plenitud”. No te busques a ti mismo. No te llenes de cosas. No vayas por la vida hambreando que la gente te recompense. Como evangelizador no eres un “buscador de recompensas”. Dios no ha puesto un precio a la conversión de nadie, para recompensar tu esfuerzo o tu pericia. Lo que cuenta es sólo la alegría del Padre por un pecador que se convierte. La alegría del Padre es la tuya. Por eso sabes que tu lugar
de evangelización está allí donde hay más lejanía y olvido de
Dios. Comparte la alegría del Padre por el hijo que vuelve, y,
con tu trabajo en los ambientes más difíciles y lejanos, ayuda
su vuelta. Si lo haces con sencillez, tu alegría de evangelizador se verá colmada. El amor y la alegría del Padre son la
fuerza más grande para tu salida misionera.
90. Vive y anuncia la alegría de la salvación. Jesús te da la
seguridad de que es posible. Él lo ha hecho posible para ti y
para todos. Él está contigo y con todos, siempre. Él nos conduce y nos lleva. No es un recuerdo del pasado. Está vivo y
presente. Sin Él no podemos hacer nada. Su presencia nos
sostiene. En ti, Él continúa evangelizando. Como evangelizador, no lo imitas; lo prolongas, haciéndolo presente. Él te ha
llamado, porque quiere que lo hagas contemporáneo a los
hombres y mujeres de nuestra tierra y de nuestra época. Si Él
está contigo, ¿quién estará contra ti? Así se lo preguntaba
San Pablo y sentía que nada ni nadie lo podrían apartar del
amor de Dios. Esa fuerza interior irresistible le hizo vencer
todas las dificultades de la evangelización. Cuenta tú también con ellas. No todo te va a resultar de color de rosa. Te
llegarán momentos en que creas que no merece la pena
complicarse, que bastante tienes con lo tuyo para preocuparte también de los demás. Escucha esta confesión de un
gran profeta, Jeremías: “La palabra del Señor se ha convertido para mí en constante motivo de burla e irrisión. Yo me decía: 'no pensaré más en él, no hablaré más en su nombre'. Pero era dentro de mí como un fuego devorador encerrado en
mis huesos; me esforzaba en contenerlo, pero no podía” (20,8-9). Ya ves, no eres el primero en sentir que la gente
se ríe y se burla de ti, cuando tú estás poniendo tu mejor
buena voluntad. Pero tampoco eres el primero en encontrar
el motivo más hondo para seguir evangelizando: “tus palabras son mi delicia y la alegría de mi corazón, porque he sido
consagrado a tu nombre, Señor, Dios todopoderoso” (15,16).
ORACIÓN
eñor Jesús, que experimentaste la alegría de revelar el misterio de la
salvación a los sencillos y pequeños, abre nuestro corazón a la alegre
noticia de tu evangelio: que encontremos en él respuesta a las inquietudes más hondas de nuestra vida. Mantén nuestra alegría confiada en
una búsqueda permanente: que no cerremos horizontes y preguntas, aunque
muchas veces no tengamos respuestas hechas para todo. Haznos buscadores
de la respuesta a la gran pregunta de la vida con la inquietud y el interés que
compartimos con los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Que la esperanza
que nos sostiene y nos alegra no nos saque del mundo en que vivimos: que,
en medio de sus dificultades, experimentemos la “alegría de tu salvación”.
AMEN.
Misioneros
OBJETIVOS
1. Crear en el evangelizador actitudes y estilo que le hagan
pensar y realizar la misión más allá del ámbito de su propia
parroquia, grupo o movimiento. Por el hecho de ser evangelizador se es misionero.
2. Responsabilizarlo de la misión de toda la Iglesia, abriéndolo a la preocupación por la predicación del evangelio en los
países de misión, y a los más alejados en el propio ambiente.
3. Que sienta la necesidad de un “equipamiento” personal y
pastoral actualizado y abierto, para no hacer de la misión una
“superposición” extraña a la vida de la gente y sin conexión
con sus problemas y posibilidades, dando una impronta misionera al conjunto de la acción que se realiza.
PARA LA REFLEXIÓN
1. ¿Caigo con frecuencia en la rutina? ¿Me sé ya las cosas y
las repito como un papagayo? ¿Tengo la sensibilidad necesaria para estar constantemente pensando en las necesidades
de los destinatarios? ¿Estoy encerrado en mi parroquia, asociación o movimiento, sin importarme lo que ocurra fuera?
¿Confundo mi propia fidelidad con la cerrazón hacia los de-
más? ¿Voy aprendiendo a distinguir lo que es fundamental
de lo que es accesorio, tanto en mi vivencia personal como
en la presentación de la fe?
2. ¿Introduzco en mi tarea una preocupación seria por las misiones y los misioneros? ¿Considero esta preocupación de
todos como parte de mi propia tarea? ¿Propongo la opción
misionera como posibilidad de servicio eclesial? ¿Estimulo el
conocimiento y el compromiso con los problemas específicos de las Iglesias del Tercer Mundo?
3. El espíritu misionero me hace profundamente atento al corazón del hombre y a sus necesidades, ¿valoro lo bueno que
toda persona tiene, y lo considero como “semilla de Dios”,
plantada en el interior de las personas? ¿Tengo en cuenta la
totalidad de la persona humana, cuando anuncio el evangelio? ¿Me ayudan las dificultades del momento para crecer en
envergadura personal y para darle a mi propuesta pastoral la
hondura y seriedad correspondientes a las exigencias del
momento? ¿Cómo me ayuda mi devoción seria y sencilla a la
Virgen en mi tarea evangelizadora?
91. No te dejes vencer por la rutina. A base de repetir cosas
puedes perder pasión y entrega. La rutina te lleva a la pereza
y al escepticismo de quien siempre está “de vuelta”. Tu tarea
de evangelizador te pide empezar siempre de nuevo, mirando al futuro con realismo. Lo tienes en tus manos y el Espíritu te impulsa a hacerlo realidad. Él “te lleva al conocimiento
pleno de la verdad” y hace que no te “acostumbres a evangelizar”. Lo sabes bien: tu tarea no es sólo conservar lo logrado.
Tienes que abrir horizontes y buscar nuevas metas. El momento que vives te lo está pidiendo a gritos. No es posible
tanta indiferencia a tu alrededor, cuando el evangelio está
destinado también a quienes “pasan de él”. ¿No será que los
evangelizadores estamos atrapados en la rutina? Es claro que
debemos mirar al pasado. Él ha hecho posible nuestro presente. Pero la mirada al pasado no puede ser nostálgica. Somos responsables de nuestro presente y del futuro que puede nacer de él. El Señor ha puesto en nuestras manos su
mensaje y depende mucho de nosotros que logremos hacerlo creíble a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. El Espíritu es quien trabaja, pero nos toca a nosotros “facilitar” su
tarea y no entorpecerla con nuestras rutinas y perezas. La
verdad es que, a veces, parecemos más repetidores cansinos
que anunciadores entusiastas y valientes del Señor que nos
ha encontrado en nuestra vida, transformándola.
92. La rutina reduce también el ámbito de tu misión. A fuerza de estar siempre con las mismas personas, puedes pensar
que no hay más gente a quien llegar, y que a ti no se te puede pedir más. Jesús tuvo también el dilema entre las noventa
y nueve ovejas del redil y aquella que se le había perdido. Y
se decidió por buscarla. Nuestro caso es, incluso, más grave:
por cada oveja que tenemos en el redil, hemos perdido la
pista de las noventa y nueve restantes. Pero nos justificamos
con todo el cuidado que necesita la que ya tenemos. Nuestra
salida misionera tiene que dar vida a la parábola de Jesús. En
ella aprendemos el estilo de nuestra tarea pastoral. Las necesidades de dentro no nos pueden impedir mirar hacia fuera.
¿Sólo las necesidades de dentro, o hay también comodidad,
miedo, falta de convicción, desinterés...? Es todo el grupo de
evangelizadores de una parroquia, no sólo el sacerdote, el
que tiene que mirar hacia fuera. Si no es así, el conjunto de
la pastoral estará orientado a conservar lo que ya se tiene y
habrá una actitud general de espera pasiva por si alguno llega; no de salida apasionada para abrir las puertas a muchos.
93. Otro entorpecimiento de la salida misionera de la parroquia: el recelo de “los de siempre”. Se va creando una especie de “monopolio cerrado” donde es muy difícil que
“quien llega” se sienta acogido, considerado y estimulado.
Como evangelizador no puedes caer en la trampa de cerrar
tu parroquia. Camina por la vida con un estilo abierto. Si no
eres capaz de dialogar, de comprender, de respetar ritmos,
de encontrar los puntos de coincidencia, de “no apagar el
pábilo vacilante ni quebrar la caña cascada”... tenderás a defenderte, cerrándote tú y cerrando el mensaje del que eres
portador. No intentes descubrir en él un arma de contraste,
de juicio, de confrontación e, incluso, de hostilidad. No apeles fácilmente a que no puede ser de otra manera, porque al
mismo Jesús lo crucificaron. Es verdad que tienes que cuidar
la identidad de lo que vives y anuncias, sin “concesiones a la
galería”. Pero debes ser muy maduro a la hora de conocer,
vivir y transmitir esa identidad. Durante veinte siglos de historia también se nos ha pegado mucho polvo del camino. Y
conoces bien la dificultad de hacer cualquier tipo de limpieza. Mucha de nuestra gente da más importancia al polvo del
camino que a los pies que lo recorrieron, y se hacen duros a
cualquier tipo de renovación, llegando a decir que “se les
quiere quitar su fe”. Es difícil, pero necesaria, la “conversión
pastoral”. Creciendo en fidelidad evangélica y eclesial, como
evangelizador, tienes la responsabilidad de distinguir entre
lo fundamental y lo accesorio, no sea que, por confundirlos,
estés haciendo el camino de la fe más difícil de lo que es. La
dificultad no se debería entonces a la identidad, sino a nuestra torpeza, o a nuestra pereza testimonial e intelectual.
94. Tu tarea de evangelizador te pide mirar el campo de tu misión más allá del campanario de tu propia iglesia. Aunque tú no
salgas del ámbito de la “vida organizada” de tu comunidad, el
reclamo de los que no participan, o lo hacen escasamente, lo
debes sentir como propio. Todo lo que haces hacia dentro (vida
sacramental y de oración, catequesis, liturgia, Cáritas, grupos
de formación, catecumenados...) es para que, creciendo tu comunidad en fidelidad al evangelio, se haga más creíble en el
anuncio y ofrecimiento del mensaje de Jesús “hacia fuera”
hacia todos aquellos que nunca creyeron, a los que abandonaron la fe, o la tienen tan débil que no influye para nada en la
orientación de su vida. Debes acoger y promover en tu comunidad evangelizadores que tengan como preocupación fundamental el anuncio del evangelio en los ambientes donde se ha
instalado más la increencia, la indiferencia e, incluso, la hostilidad. Normalmente estos evangelizadores pertenecen a movimientos eclesiales que han nacido para dar respuesta a una realidad que no puedes ignorar, aunque tengas mucha actividad
en la parroquia: la descristianización de nuestra sociedad, tan
grande, que a nuestros países tradicionalmente cristianos se les
puede llamar, hoy, “países de misión”. Una situación nueva, a la
que no podemos responder solamente con una buena
“organización parroquial”. Es preciso que avives la conciencia
de tu envío a todos, especialmente a aquellos a quienes el
evangelio les pueda sonar a nuevo. Son indispensables evangelizadores dispuestos y preparados para esta “misión de frontera”. Tú mismo puedes ser uno de ellos. Y si no lo eres, preocúpate de que existan, alégrate de que los haya y considéralos
siempre como compañeros imprescindibles en la tarea de
“anunciar el evangelio a todas las gentes”.
95. Junto a esta tarea misionera dentro de nuestra propia
tierra, hay otra dimensión de la misión de la Iglesia a la que,
como evangelizador, no puedes ser indiferente: el anuncio
del evangelio en lugares del mundo donde aún no ha sido
predicado, o la ayuda pastoral a Iglesias con especiales dificultades para desarrollar su misión. Los misioneros y misioneras (sacerdotes, religiosos/as y seglares) son la expresión
de la preocupación universal de nuestra Iglesia diocesana. Ni
ellos están allí como “francotiradores”, ni nosotros somos
extraños a su envío. Ellos y nosotros intentamos ser fieles al
mandato de Jesús de anunciar el evangelio por toda la tierra.
La falta de conciencia misionera significaría un fallo fundamental de nuestra propia evangelización. Y nuestra poca disponibilidad a compartir los bienes de la salvación
(personales y materiales) con las Iglesias hermanas del Tercer Mundo sería un egoísmo personal y comunitario, empobrecedor de la misma vida cristiana de nuestras comunidades. La admiración por la tarea de los misioneros/as es una
fuente de esperanza. Su entrega, hasta dar la propia vida por
la salvación de los hermanos, es testimonio de la fuerza salvadora del evangelio, estímulo de seguimiento e impulso a
una evangelización más abierta, decidida y explícita. Tanto
ellos como nosotros anunciamos al mismo Jesús, “el único
nombre en el que el hombre puede salvarse”. Una misma
fuerza interior y una misma llamada al testimonio y al martirio. Importa poco que las dificultades sean diferentes. Lo
que importa es compartir el mismo entusiasmo en la entrega.
96. No hay misión sin Pasión por el hombre. La salvación
que ofreces es también fruto de la pasión de un Dios que
“tanto amó al mundo que le envió a su Hijo único para salvarlo”. El amor al mundo y al hombre forma parte de la identidad del evangelizador. Sólo intentarás salvar lo que amas:
los rostros concretos en los que mundo y hombre te reclaman en el día a día de tu trabajo. Recuerda que “Dios no
odia nada de lo que ha creado”, y que no hay personas ni situaciones perdidas para siempre. Aprende a partir de lo bueno que toda persona tiene. Sé acogedor de todas las realizaciones positivas, aunque no las hayas hecho tú. Trabaja codo
a codo con toda persona e institución que defienda y promueva una causa noble. En el mundo y en los hombres hay
“semillas de la Palabra”, que germinan donde menos te lo
esperas. No te duela que “también otros expulsen demonios”. Reconoce la bondad fundamental del corazón humano, y no perderás el lugar donde tu anuncio del evangelio
está llamado a tener resonancias. Respeta los ritmos del crecimiento humano y creyente; comparte con madurez las dificultades del hombre para creer; no descalifiques a quien aún
no ha abierto su corazón al don de la fe. Planta, siembra y
riega, pero no dejes nunca de orar para que Dios dé el crecimiento a la semilla. Conoce la tierra de tu sementera, para
que puedas acertar en el contenido y los modos de tu cultivo. Nuestros labradores lo saben hacer con sus plantaciones
y sembrados. Aprende de ellos a conocer la tierra que trabajas. Es una tarea a la que se llama inculturación de la fe. Y te
pide conocer y amar a los hombres y mujeres a quienes se la
propones, para que labrador, semilla y tierra se puedan aunar en la espera de una cosecha abundante.
97. El mensaje que anuncias va dirigido a la vida entera de
quien lo acepta. Toda ella se va transformando, y se crea una
comunidad de discípulos. Te encontrarás, sin embargo, con
mucha gente que entiende su pertenencia a la Iglesia sólo como posibilidad de tener a su disposición unos “servicios religiosos” a la par de otros servicios que la sociedad moderna nos
ofrece para satisfacer nuestras diferentes necesidades. Para
muchos, la parroquia es sólo eso: una “agencia de servicios religiosos” a la que recurren en determinados momentos de su
vida, más por razones sociales que para compartir, celebrar y
profundizar en su fe. Ahí tienes a los primeros destinatarios de
tu tarea de evangelizador. Acoger y acompañar: ayudar a descubrir y vivir el sentido de lo que se celebra, integrando el culto en la vivencia cristiana. Mucha de tu tarea la desarrollas en
torno a la celebración de los sacramentos. Ayudas a prepararlos para dar la mínima coherencia a las celebraciones de la fe.
Tu meta es que se ensamble la fe con la vida. Con paciencia,
con actitud de propuesta y no de imposición, partiendo de tu
propio testimonio. Tienes ahí un amplio campo de actividad
misionera. Llevas razón al quejarte del trato puramente social
que sufren algunos sacramentos. Pon ahí un esfuerzo auténticamente misionero. Estimúlate, para no caer tú mismo en la rutina de su preparación. Descubre ahí una ocasión para anunciar el mensaje de Jesús, la alegría de su seguimiento y el gozo
de vivir toda la vida como él la vivió. Tu tarea pastoral te pone
en contacto con mucha gente; todos deben percibir la importancia de lo que llevas en tus manos y en tu corazón. El mejor
testimonio será que tú mismo crezcas en tu compromiso cristiano y que no desfigures la realidad de los sacramentos cuando eres tú quien los recibe como alimento permanente de tu
vida de fe.
98. Reconoce sin nostalgias las dificultades que nuestro mundo
presenta a la transmisión y acogida de la fe, sobre todo, en las generaciones jóvenes. Muchos y muy grandes son los cambios ocurridos, que afectan también a la vida cristiana. Tu propuesta de fe
no es para que la historia marche hacia atrás. Al contrario, ofreces
sentido para un progreso y desarrollo profundamente humanos.
Tu envergadura personal es imprescindible en este momento de
evangelización. Transmites un mensaje profundamente humanizador. Como hombre y mujer estás empeñado en la construcción
de una sociedad nueva, y no evangelizas al margen de ese empeño. El evangelio te ayudará a descubrir, apoyar y defender la grandeza de las aspiraciones humanas. Y, desde el evangelio, tendrás
también la lucidez para detectar todo aquello que se opone a un
crecimiento humano integral. El evangelio te hará sensible a las
contradicciones que le nacen al crecimiento, cuando se intenta
borrar de él la pregunta por el sentido; cuando desaparecen los
valores que lo ponen al servicio de todo el hombre y de todos los
hombres. La marcha de nuestra sociedad sin un “norte” que dirija
su camino empieza a preocupar a mucha gente, también no creyente. La injusticia, las desigualdades de todo tipo, las bolsas de
pobreza en el primer mundo, la insolidaridad entre personas y
pueblos, la brecha creciente entre el Norte y el Sur... es tan grave,
que no puede dejar de preocupar a toda mirada humana sobre la
realidad. En la búsqueda de valores éticos imprescindibles, para
que esta sociedad nuestra no se nos vaya al traste, haces tu propuesta del Dios revelado en Jesucristo. Y la haces no para competir con nadie, sino desde el convencimiento de que en Jesús se
nos ha abierto no sólo el misterio de Dios, sino el misterio del
hombre y del mundo. Con la evangelización estás ayudando a
que el hombre y el mundo descubran el sentido de su futuro.
99. Que toda la gente pueda percibir la envergadura de tu
propuesta. Incluso quienes no la acepten, podrán reconocer
tu aportación al diseño de un futuro mejor para todos. No
tengas miedo. Es verdad que “llevarnos un gran tesoro en vasijas de barro”. Lo importante es que conozcas y ames el tesoro del que eres portador. Tu amor profundo y sincero a
Dios es la mejor garantía de nueva evangelización, de nuevos métodos y del nuevo ardor con que acertarás a hacer la
propuesta a los demás. Ya ves que es una propuesta de vida
personal y social. Te das cuenta de todo lo que hay en juego.
Percibes que no se trata simplemente de restaurar expresiones culturales o populares de la fe como se vivieron en otros
tiempos. Aciertas a comprender que todas esas expresiones
externas, si no calan en la vida, sirven muy poco. Comprendes que la religiosidad popular alimenta la fe sencilla de mucha gente y, por eso, te empeñas en purificarla de adherencias poco evangélicas y en no hacer de ella una simple manifestación cultural o, incluso, sólo folclórica, al margen de la
fe que la inspira. Pero entiendes también mejor que la evangelización de la cultura consiste en la penetración del evangelio en el corazón mismo del hombre, en sus centros de interés, en el ámbito de sus decisiones y comportamientos, en
aquel nivel del que proceden los estilos de vida personales y
sociales, que configuran todas las manifestaciones de su vida. Tu tarea de evangelizador no consiste en barnizar por
fuera una cultura que se va haciendo pagana; estás llamado,
más bien, a introducir en los dinamismos que la generan la
fuerza siempre nueva del evangelio. Has sido enviado para
que los hombres tengan vida, y la tengan en abundancia.
100. En tu tarea de evangelizador no estás solo. Muchos te
precedieron y muchos te acompañan. Dirige una mirada especial a quien se nos presenta como evangelio vivo: María, la
Virgen-Madre. Tu tarea evangelizadora te acerca sorprendentemente al misterio de su maternidad. Concebir, engendrar y dar a luz a Jesús es tarea de madre; por eso, tu misión
tiene un carácter materno. Concibes la Palabra en la escucha
obediente, acogiendo en tu seno la semilla de Dios. La engendras en un prolongado misterio de crecimiento interior,
en el que vas adquiriendo “la forma de Cristo”. La das a luz
con el testimonio sencillo de tu vida y con la proclamación
gozosa de “lo que el Poderoso ha hecho por ti”. Que tu devoción a la Virgen no sea sólo recuerdo, sino estilo. Aprende
de ella a saborear el plan salvador de Dios. Proclama con ella
la grandeza del Señor y alégrate en Dios tu Salvador. Con
ella eres testigo de las obras grandes realizadas a favor de los
pobres y sencillos y sientes con gozo que Dios realiza así su
promesa. Imprime a toda tu tarea el estilo cercano y comprensivo de la madre. De tus manos brotará el vino abundante y generoso de la salvación que alegra. Y podrás estar, en
pie, junto a la cruz de los que más necesitan ser salvados,
metiendo en su historia resurrección y vida. Aprende de María a conservar en tu corazón la Palabra de salvación, pronunciada definitivamente por el Dios que “quiere que todos
los hombres se salven”.
ORACIÓN
S
eñor Jesús, que nos enviaste a predicar el Evangelio a todos los hombres, concédenos un corazón abierto y universal: que no se nos haga
rutinario, que no se nos quede parado, o latiendo al ritmo de tiempos
que ya pasaron. Enséñanos a abrir las puertas de nuestras vidas y de
nuestras instituciones, para que pueda acercarse, sin miedo, todo el que se
sienta llamado. Danos amplitud de horizontes en nuestra tarea y en nuestra
disponibilidad: que no quedemos atrapados por nuestras estrecheces y por
nuestra cortedad de miras. Que en las dificultades para la misión que nos
plantea nuestro momento histórico, descubramos desafíos para nuestra fidelidad y nuestra entrega. AMEN.
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