“Sois mis testigos” Llamados Enviados Unidos Confiados Formados Inmersos Testigos Hermanos Alegres Misioneros Pedro Jaramillo (sacerdote de la diócesis de Ciudad Real) y Javier Prat Llamados PARA LA REFLEXIÓN OBJETIVOS 1. Afianzar la conciencia de estar trabajando en la pastoral de la Iglesia no por casualidad o sólo por propia iniciativa, sino por “vocación”, por una llamada de Dios que nos llega normalmente a través de medios humanos. 2. Descubrir que tratamos un misterio, que acogemos y nos sobrepasa. Con nuestro trabajo pastoral secundamos una iniciativa que viene de Dios, y que tiene en el Espíritu su fuerza principal. 3. Estimular una serie de actitudes resultantes: cultivo de la propia vida de fe, de la experiencia personal de Dios, la vida sacramental, la oración, la coherencia entre la fe y la vida, la gratitud y la fidelidad... 1. ¿Cómo se va fraguando la experiencia de Dios en mi vida personal? ¿Qué actitudes tengo ante su misterio? ¿En qué dimensiones de mi vida percibo con más claridad su llamada a ser evangelizador? 2. ¿Qué importancia doy en mi vivencia cristiana a la celebración de los sacramentos? ¿Los vivo como encuentros personales con el Señor Resucitado? ¿Cómo cultivo la fe? ¿Es una fe viva, agradecida, estimulante? ¿Qué tiempo dedico a la oración personal como acogida e interiorización del misterio de Dios, que se me ha manifestado en Jesucristo? 3. ¿Qué sentimientos produce en mí el sentirme llamado por Dios para el servicio del Evangelio? ¿Lo considero como una gracia o como un peso? ¿Lo sé agradecer a Dios, y le pido con frecuencia que sea Él quien actúe a través mío? ¿Valoro todas las llamadas, preocupándome y pidiendo al Señor por las que más faltan? 1. No eres evangelizador por tu propia cuenta. Un día, es verdad, te presentaste a tu parroquia y te ofreciste, o te enrolaste en un movimiento o en una asociación apostólica. Pero estabas respondiendo a una llamada. La misma llamada que hizo Jesús a sus apóstoles y discípulos para que fueran sus compañeros en el anuncio de la Buena Nueva a los hombres, especialmente a los más pobres. Aunque tú la hayas percibido por medios muy humanos, la llamada a ser evangelizador la has recibido de Dios. Dios te necesita. Dios nos necesita. La semilla de la fe que recibiste en tu bautismo ha dado su fruto. Te has sentido “consagrado” al Señor y “exigido” por Él para anunciar a los hombres las maravillas de su salvación. Tu llamada no es un título de honor; es una vocación de servicio. Vívela así en todo lo que haces por la causa del evangelio. 2. Dios pone en tus manos el misterio de la salvación: su Hijo Jesús, entregado por todos los hombres, para abrir a todos el camino hacia el Padre. En Jesucristo, esa Iglesia en la que tú trabajas (tu parroquia, tu movimiento, tu asociación apostólica, tu comunidad...) queda asumida en el misterio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. No trabajas en una organización puramente humana, en una especie de club o de asociación cultural de tu pueblo o ciudad, ni siquiera en una ONG (Organización No Gubernamental), que es maja y que hace muchas cosas por los más necesitados. Trabajando en la Iglesia llevas entre manos un misterio, que debes acoger, profundizar y vivir. Acostúmbrate a admirar y contemplar el misterio que proclamas. Como evangelizador estás llamado a ser contemplativo. Que tus tareas no te corten la vena de la admiración y la sorpresa. Si no eres capaz de asombrarte, caerás en la rutina. Si no adoras en lo más hondo la grandeza del misterio, te harás un buen propagandista. Pero lo sabes bien: evangelizar no es hacer propaganda. 3. No relaciones, sin embargo, el misterio del Reino de Dios y de la Iglesia, que lo anuncia y lo realiza, con ninguna especie de artes mágicas y ocultas. “Misterio” significa que el origen y la meta de lo que somos y de lo que hacemos en la Iglesia es Dios. El misterio te abre a la iniciativa de Dios: Él ha enviado a su Hijo, para hacernos a todos hijos suyos y hermanos los unos de los otros. Mediante el Espíritu Santo. Dios hace que pueda ser verdad esta filiación y esta fraternidad también, hoy, para nosotros. Por eso decimos que el Espíritu Santo es el primer evangelizador. Sin su trabajo interior en la vida de la gente, toda tu tarea evangelizadora sería inútil. El Espíritu de Jesús es el que “mueve” y “convence” los corazones para que crean. Cuando tú llegas a alguien, el Espíritu ya ha llegado antes; cuando tú “convences” a alguien es porque el Espíritu ya lo ha convencido. En toda tu tarea de evangelizador eres instrumento del Espíritu Santo. 4. Tú mismo, como creyente y como evangelizador, eres una obra del Espíritu. Sin su fuerza, no se mantendría tu fe; sin su convicción, no serías capaz de manifestarte como creyente, sin respetos humanos, y como colaborador en su tarea. Si no fuera porque el Espíritu te da valentía, no te atreverías a tomar parte activa en los duros trabajos del Evangelio. Tú mismo eres testigo de que en tu vida se ha cumplido con frecuencia la promesa de Jesús: “el Espíritu os sugerirá lo que tenéis que decir”. Más allá del trabajo pastoral de cada día, acostúmbrate a contemplarte a ti mismo como “obra del Espíritu en favor de los demás”. Un evangelizador sin la vida del Espíritu es una pura contradicción. “Vivir según el Espíritu” es proyecto de vida para hacer fecunda tu tarea evangelizadora. 5. Acostumbrarte al estilo del Espíritu forma parte de tu tarea de evangelizador. Necesitas interiorizar. Porque evangelizar no es un activismo descontrolado, donde colaborara más el que más cosas hace y más tareas desarrollara. Necesitas que el Espíritu vaya ahondando en ti el mismo ser y el mismo estilo evangelizador de Jesús. Lo que el Espíritu quiere hacer en ti es que un día puedas llegar a decir con verdad: “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. Entonces serás el mejor evangelizador. Los santos son los mejores evangelizadores, y tú estás llamado a la santidad en la tarea evangelizadora que realizas. Que no te parezca una meta inalcanzable. A medida que crezcas en sencillez, serás testigo de la fuerza transformadora del Espíritu de Jesús. Déjate guiar por Él y deja que vaya haciendo de “tu corazón de piedra un corazón de carne”. 6. A medida que progreses por ese camino, experimentarás una armonía interior, que te hará sentir profundamente alegre: hablarás de lo que vives; trabajarás desde tu propia experiencia de Dios; no separarás tu propia vida espiritual de tu trabajo pastoral, como si éste fuera un “desgaste” y no una fuente de espiritualidad para ti mismo como evangelizador. Casi sin pretenderlo, tu propia vida será el mejor testimonio de que crees lo que anuncias. Lo peor que te puede pasar como evangelizador es que te “desfondes”, que pierdas la hondura de tu vida y de tu actividad: Jesucristo mismo que va creciendo dentro de ti, con la fuerza del Espíritu, hasta llegar a tener dentro de ti la “estatura” adulta de la maduración de tu propia fe. Dentro de ti crece Jesús. No cortes su crecimiento con tu pereza y tu falta de respuesta. No puedes hacerte adulto y dejar que Jesús siga siendo el “niño” con quien te identificaste en la fe de tu infancia. “Ser como un niño” por tu sencillez y confianza no significa tener una fe infantil e ingenua, con la que no poder contar para iluminar tu camino de adulto. 7. Necesitas cultivar, alimentar y cuidar tu propia fe. Como evangelizador no eres funcionario de una organización cualquiera, a la que prestas tu colaboración activista; ni un voluntario de una institución altruista, con cuyos fines humanitarios te identificas. La raíz de tu tarea es tu real incorporación a Jesucristo por el bautismo, la confirmación de tu fe por el Espíritu y la participación real en la misma entrega del Señor por la Eucaristía. En los sacramentos vas forjando la entereza de tu fidelidad interior, porque ellos te comunican la fuerza de Dios que se realiza en la debilidad. Tu misma debilidad la conviertes en fuerza, cuando la haces “debilidad perdonada” en el sacramento de la reconciliación con Dios y con lo hermanos, de quienes tus debilidades te separan. Tu vida sacramental te abre al misterio de Dios. En ella confiesas que es su gracia la que te sostiene y, desde ella, abres a los hombres un camino de salvación. No recurras a la excusa de que los sacramentos se pueden convertir en rutina. Todo lo puedes convertir en rutina cuando la gracia no toca lo más hondo de tu ser. 8. Para ser evangelizador, necesitas ser orante. A veces, puedes pensar que lo que necesitas, para convencer, es ser orador. Antes, necesitas ser orante para ser tú mismo convencido por quien te puede hablar palabras de vida eterna. Tú mismo necesitas la Palabra de Dios; necesitas que esa Palabra se convierta en tu corazón en manantial que salta hasta la vida eterna. Tu relación con la Palabra de Dios no puede ser sólo funcional, para aprender a transmitirla. Tú mismo la debes escuchar y acoger con sencillez y guardarla en tu corazón, para que te vaya haciendo testigo de su fuerza, de su capacidad de transformarte, haciéndote criatura nueva. Tu tarea evangelizadora será así mucho más fácil, porque “el hombre de hoy cree más a los testigos que a los maestros, y si cree a los maestros es porque son también testigos”. Sólo si tú mismo conoces el rostro de Dios, que se te muestra en la oración, podrás ser rostro de Dios para los demás. Es lógica tu preocupación por la metodología, por saber preparar una reunión, por aprender qué decir y cómo decirlo, pero no olvides nunca que “de la abundancia del corazón habla la boca”. 9. A veces, te sentirás cortado, porque no ves que haya coherencia entre tu fe y tu vida. Te parece que crees por un lado y vives por otro. Percibe en esa situación molesta no una tentación para abandonar, sino una llamada a personalizar y profundizar tu fe. Mientras exista esa separación es que tu fe no es suficientemente viva y personal. Cuando examines tu fe, no te quedes sólo sopesando el cumplimiento de sus exigencias, que podrías caer en un simple voluntarismo. Bucea más adentro, y encuentra en tu interior la viveza de tu apertura a Dios, experimenta cómo “sólo Él basta”, acógelo revelado en Jesucristo y pide al Espíritu que, con tu vida, confieses a Dios como Padre y a Jesús como Señor. Una fe así, no lo dudes, se verificará en el amor. 10. Llevas un gran tesoro en tu vaso de barro. Que la conciencia de tu arcilla no disminuya tu capacidad de sorpresa y de asombro: “jamás un pueblo ha tenido un Dios tan cercano a él”, así reflexionaba el pueblo de Israel, pensando en el camino salvador de Dios en su propia historia. Tan cercano, que es más íntimo a ti que tú mismo. En él vives, te mueves y existes. Él está en el origen de tu ser, en el inicio de tu fe y en el comienzo de tu compromiso evangelizador. A su llamada creadora debes tu existencia como hombre, como creyente y como evangelizador. Por tu mérito no puedes apuntarte tanto alguno, pero tu capacidad te viene de Dios. No te preguntes por qué te ha llamado. Si miras a tu alrededor encontrarás a gente mejor que tú, más preparada, con más gancho. Y, sin embargo, ahí estás tú. Dios te ha llamado y te da miedo. Hasta le puedes decir: “mira que no sé hablar”. Pero Él te responderá siempre: “venga, no temas, que yo estoy contigo”. Su llamada te fortalece y te da el ánimo que necesitas. Las llamadas son diferentes. No todos somos llamados para lo mismo. Pero todos tenemos la responsabilidad de que no falte la respuesta a ninguna de ellas. Ningún evangelizador debe ser indiferente a la falta de vocaciones sacerdotales y a la vida consagrada. No es una cuestión que recaiga solamente sobre los hombros del Obispo, al que todos reclamamos después sacerdotes para nuestras comunidades. La responsabilidad es de todos. ORACIÓN eñor Jesús, que, al igual que a tus apóstoles, nos llamas a participar en los trabajos de tu Evangelio, haznos abiertos al misterio que anunciamos, dóciles al Espíritu que nos envías, acogedores de tu gracia en nuestro encuentro sacramental contigo, disponibles a la escucha y contemplación de tu Palabra, creyentes sencillos en la totalidad de nuestra vida, y alegres, en la seguridad de haber puesto en ti nuestra confianza. Te lo pedimos a ti, que, en el Jordán, fuiste ungido por el Espíritu, para realizar tu misión salvadora. AMEN. Enviados PARA LA REFLEXIÓN OBJETIVOS 1. Estimular en los evangelizadores la conciencia de misión y ayudarles a vencer el miedo que siempre infunde el “dar la cara” en el propio pueblo o ambiente. El envío lo hace Dios, a través de la Iglesia, en cuyo nombre, y no por cuenta propia, trabaja el evangelizador. 2. Promover una conciencia de envío al mundo, evitando quedarse limitados a los confines de la propia parroquia o del propio grupo o movimiento. Salir hacia fuera sin miedos ni nostalgias. 3. Ayudar a reconocer la insuficiencia del trabajo pastoral dentro de los límites de la propia parroquia, estimulando el aprecio, la acogida y el acompañamiento de movimientos y grupos eclesiales específicamente misioneros. 1. ¿Me influye mucho lo que piense de mí la gente, cuando me ve trabajando en las “cosas de la Iglesia”? ¿Me da corte? ¿Cómo lo supero? ¿Me remito con frecuencia a la llamada de Dios, a través de su Iglesia, para no trabajar por mi cuenta y riesgo? 2. ¿Me voy convenciendo cada vez más de la validez de lo que anuncio, tanto para mi propia vida como para la vida de los demás? ¿Voy descubriendo en la “vida según el evangelio” un estilo de ser y de obrar que merece la pena? ¿Me da confianza este descubrimiento, a la hora de proponerlo a los demás? 3. ¿Siento que hago las cosas por rutina? ¿Me siento con ánimos para pensar y proyectar caminos que nos lleven a todos a llegar a las personas que no se acercan o que lo hacen de tarde en tarde? ¿Tengo alguna experiencia de anuncio del evangelio a personas más alejadas? ¿Cuáles me parece que son las causas del miedo a salir de lo “trillado” de cada día, en mi propia tarea? 11. “El Espíritu del Señor está sobre mí... Él me ha ungido y me ha enviado”. Como evangelizador, compartes esta misma conciencia de Jesús. El mismo Espíritu que ungió y envió a Jesús te ha ungido también a ti y te ha enviado. No te quedes sólo saboreando la unción, atrévete también a responder al envío. Cuando escuchas que el Señor te dice: “ve y diles...” te ocurre lo que a todos los enviados: tienes miedo; y también se te ocurre pensar: “pero, ¿quién soy yo...?” Y más aún ahí en tu pueblo, en tu parroquia, donde la gente te conoce... y te agarra por dentro eso que llamamos el “respeto humano”, el “¿qué dirán?”. Es verdad, muchos van a decir: “pero, ¿quién es éste?”, “¿qué se ha creído?”. También lo dijeron de Jesús sus paisanos, y hasta “se escandalizaron de él”. Si Jesús hubiera hecho caso al “qué dirán” no hubiera pasado de ser un buen carpintero de Nazaret. 12. Date cuenta de que llevas dentro de ti el mismo Espíritu que lanzó a Jesús a cumplir su misión, por encima de todas las coartadas. La mayor coartada no es lo que piense y diga la gente. Llega un momento en que de eso “pasas”. La mayor coartada la sientes dentro de ti mismo. Es la duda de la validez y utilidad de lo que vives y anuncias. Son las tentaciones del evangelizador. Como las tentaciones de Jesús: ¿no será mejor un mesianismo político?; ¿no será más eficaz hacerse con el poder, convencer desde la influencia?, ¿no ganaríamos más con que Dios hiciera de una vez un milagro espectacular? El mayor miedo ante el envío procede de la “pobreza” del anuncio y de la “pobreza” de los destinatarios. Frente a la “fuerza arrolladora” de los anuncios salvadores de hoy y de sus “potentes” destinatarios, no te extrañe que te de cierto corte presentarte con la debilidad de la cruz camino de entrega y de amor- y dirigirte a los “pobres” como destinatarios preferentes de tu envío. Chocas con la lógica de este mundo. Y tienes la tentación de acomodarte a ella, para hacerte “presentable”. Porque la posibilidad del rechazo te da miedo y el fracaso te asusta: “voy a ir a ellos, y no me escucharán...”. 13. “No les tengas miedo, que yo estoy contigo...”. Sólo esa seguridad hizo posible que hubiera profetas en Israel. “No como yo quiero, sino como tú quieres”. Sólo esa “obediencia” hizo posible la salvación por la cruz. “Hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres”. Sólo esa valentía hizo posible el nacimiento de la comunidad de Jesús. Saberte enviado supone que miras a quien te envía, que te fías de él, y te sabes su mensajero. No hablas por tu cuenta. No eres tú el que salvas. Eres enviado a proclamar lo que Dios ha hecho en ti; lo que ha hecho en la historia de tantos hombres y mujeres salvados; lo que ha hecho resucitando a Jesús; lo que Dios quiere hacer con el mundo y los hombres de tu tiempo, a quienes continúa amando con amor entrañable de Padre. El miedo es una gran coartada para el evangelizador. Y una gran excusa. Tienes miedo al ridículo, a no saber, a no acertar con la palabra oportuna, a que sea rechazado el mensaje que anuncias. Tienes miedo a no convencer a nadie, porque hoy no se llevan los valores que propones. El miedo lo vences cuando eres capaz de hablar desde tu experiencia. 14. Como tu envío lo realizas en una acción concreta, necesariamente pequeña, puedes tener el peligro de no ver mucho más allá de lo que tú mismo haces. También entre los evangelizadores puede ser verdad que “los árboles nos impidan ver el bosque”. El destino del envío no es sólo tu pequeña parcela, o tu parroquia, o tu movimiento o asociación, ni siquiera preferentemente los que ya están convertidos. El destino de tu envío es el mundo; aquel mundo “al que Dios amó tanto, que le envió a su único Hijo para que lo salvara”. Eso quiere decir que tú no eres enviado solo. Que formas parte del envío de toda la Iglesia, continuadora de la misión de Jesús; y que, con toda la Iglesia, debes sentir la pasión por el envío al mundo, a todos los hombres, más allá del trabajo necesariamente sencillo y pequeño que tú realizas cada día. 15. Sentirás muchas veces la tentación de no salir de la rutina de lo que ya estás haciendo desde hace tiempo. O el miedo a dar razón de tu fe y de tu esperanza más allá de las fronteras de la comunidad donde trabajas. Puedes llegar, incluso, a pensar que tu tarea como evangelizador se reduce a lo que haces dentro de la comunidad. Es verdad, con tu colaboración tienes que ayudar a que tu comunidad sea más viva, más evangelizada, con más talante evangélico, más fiel a lo que el Señor quiere de ella; pero nunca puedes olvidar que esa comunidad tuya tiene como destino el mundo y su salvación; y que toda su vida íntima (la oración, los sacramentos...) tiene como fin prepararla mejor y con más garantía para realizar la oferta del Evangelio a todos los hombres. No te conviertas nunca en obstáculo para la salida misionera de tu comunidad. No acapares para ti lo que está destinado para todos. Siente especial “debilidad” por todas las propuestas y actividades que tienen a los más alejados como destinatarios de la acción. Si tú mismo no las puedes realizar, alégrate de que haya gente contigo que sienta pasión por sacar el evangelio de los estrechos límites de “los de siempre”. 16. Tienes que preocuparte por sentir tú mismo y por hacer sentir a toda tu comunidad esta preocupación misionera. Y alegrarte de que, junto a tantas personas que se dedican a sostener y profundizar la vida cristiana de quienes ya están dentro de la Iglesia, haya creyentes y grupos que se plantean cómo llegar y qué hacer para que el Evangelio del Señor sea anunciado en ambientes y a personas que viven alejados de Dios y de la Iglesia y que, en general, son más difíciles de evangelizar. Los evangelizadores que se dedican preferentemente a esta tarea, individualmente o en grupos, no pueden sentirse solos o rodeados de recelos, como si su tarea no fuera esencial a la misión de la Iglesia. Son precisamente las personas y los ambientes más alejados los destinatarios preferentes de la misión de tu parroquia, movimiento o asociación. Si no lo sientes así, aunque tú mismo personalmente no puedas dedicarte a ellos, no estás en línea con lo que la nueva evangelización pide de tu condición de evangelizador. 17. Cuando escuches “misión” o “evangelización” referidas a tu propia parroquia, movimiento o asociación no pienses sólo en lo que estáis haciendo, y debéis seguir haciendo, a favor de “las misiones” y de los misioneros. Además de eso, piensa también en lo que tu parroquia hace o debe hacer para anunciar el Evangelio de Jesús a todas aquellas personas a las que no llegáis con el trabajo pastoral de cada día. También a ellos debéis anunciar el Reino de Dios. No hacerlo supondría una infidelidad grave a las exigencias del envío y no puede dejar tranquilos a los evangelizadores. El cuidado de los de dentro, aunque os exija mucha dedicación y esfuerzo, aunque no fuerais bastantes para atenderlo, no os puede privar de la pasión misionera y evangelizadora, para anunciar a los de fuera “lo que el Señor ha hecho con vosotros”. Son muchos más a los que no llegamos con nuestra acción pastoral que a los que llegamos. También a ellos somos enviados. El Señor nos ha puesto en camino. No te detengas, pensando que ya has llegado al final. Mira más a lo que falta por recorrer que a las etapas ya logradas. Es “el amor de Cristo el que te urge”. 18. Esa preocupación misionera la debes imprimir en tu tarea pastoral diaria. Todo lo debes hacer pensando no sólo en aquellas personas que ya están allí, para las que preparas una celebración, o a las que das catequesis, o por las que te preocupas desde Cáritas... Si piensas también en tantos otros, cuyos rostros quizás ni conoces, estarás dando a tu trabajo pastoral una fuerza de salida hacia afuera, que hará de ti y de todos aquellos a quienes llegas con tu trabajo pastoral auténticos misioneros. Poco a poco te irás dando cuenta de una cosa: el territorio en el que está enclavada tu parroquia, tu movimiento o comunidad es también “país de misión” aunque la mayoría estén bautizados. El bautismo que no se desarrolla es, en efecto, como la siembra que no crece en años de sequía. 19. Puedes llegar a percibir que lo que hacéis en la parroquia, movimiento o asociación, y bien hecho, es insuficiente para llegar, no sólo de vez en cuando, sino de manera más habitual, a los ambientes, sectores y personas más alejadas; a las que también nos debemos como evangelizadores. A medida que crece esa preocupación, el evangelizador se despabila para buscar métodos, movimientos y asociaciones eclesiales que se han especializado en la evangelización de estos ambientes y personas. Los acoge en la parroquia como expresión de su preocupación misionera, los acompaña y estimula; no los considera extraños, porque ellos no son ajenos a la misma parroquia, aunque su lugar de trabajo sea más de frontera. En todo tu trabajo pastoral, siente la preocupación de preparar a hombres y mujeres que sepan dar razón de su fe en los ambientes donde viven y transformar la realidad cotidiana a la luz del evangelio. No des por supuesto que eso ya se hará; porque, a veces, nos convertimos sólo parcialmente. Que tu anuncio de la conversión abarque la realidad completa de la vida. 20. Al sentirte enviado, no tengas nostalgias de tiempos pasados, ni recurras fácilmente a comparar lo sencillas que eran las cosas antes con las dificultades que tenemos ahora para hacerlas medianamente bien. Ni quieras responder a las situaciones de hoy con “respuestas hechas” de tiempos pasados. Descubre, más bien, en las dificultades presentes un desafío a tu propio envío. Se te exige realizarlo con mayor madurez, con más seriedad y entrega. Con toda la humildad del mundo, debes considerar una dicha el que te haya tocado anunciar la Buena Noticia a gente que no se conforma con respuestas infantiles. Es gente que, a veces, aún sin saberlo o decirlo, busca una auténtica experiencia de fe, en primer lugar en ti, que te presentas como evangelizador. No seas fácil a “refugiarte del temporal”, dedicándote a cosas “pequeñas”, no por humildad, sino por miedo. Hoy, más que nunca, el envío te pide confianza: “no tengáis miedo, yo he vencido al mundo”. ORACIÓN eñor Jesús, enviado por el Padre a anunciar el evangelio del Reino a todos los hombres, que seamos obedientes al envío que nos haces, por encima de nuestros respetos humanos, de nuestras rutinas o de nuestras nostalgias de tiempos pasados. Fortalece nuestro corazón, para que no caigamos en la tentación de dudar del mensaje que pones nuestras manos y en nuestros labios; da anchura a nuestro horizonte y amplitud a nuestras miras; que sintamos las urgencias salvadoras que nuestro mundo nos plantea; haz que percibamos nuestra tierra como lugar de entrega y compromiso. AMEN. Unidos PARA LA REFLEXIÓN 1. ¿Descubro en la comunión de unos con otros un regalo, o la veo como una “imposición jurídica”? ¿Percibo y vivo las diferencias en tareas y trabajos como complementarias o como excluyentes? ¿Tengo tendencia a pensar que sólo lo que yo hago tiene importancia? OBJETIVOS 1. Percibir la comunión eclesial como un don que nos urge en la tarea diaria. La comunión es gracia y tarea, y tiene como efecto la corresponsabilidad y la coordinación cordial de todos nuestros trabajos en torno a los criterios evangelizadores de nuestra Iglesia. 2. Tomar conciencia de la totalidad de la misión que tiene que realizar la parroquia, evitando los grupos cerrados y enquistados. 3. Promover un “afecto colegial” en todos los evangelizadores, que se manifieste en la disponibilidad para un trabajo conjuntado. Crear conciencia de que, entre todos, llevamos la responsabilidad de una misión común, por encima de la necesaria “parcelación del trabajo”. 2. ¿Percibo la raíz de nuestra unidad en el hecho de que todos participamos del mismo Espíritu de Jesús? ¿Soy sensible y me muestro disponible a reconocer y ayudar el trabajo de los otros? ¿Tengo una visión del conjunto de todo lo que hay que hacer como Iglesia, o me reduzco a lo que yo hago? ¿Descalifico el trabajo de los demás, porque no lo hago yo? ¿Colaboro en la puesta en práctica de los planes pastorales parroquiales, arciprestales y diocesanos? 3. ¿Me siento unido a la Iglesia universal? ¿Cómo concreto mi preocupación universal? ¿Qué sentido de universalidad doy a la celebración de la Eucaristía; o busco su celebración con egoísmo personal o de grupo? ¿Me doy cuenta de la importancia que tiene para la tarea evangelizadora vivir la comunión eclesial? ¿Cómo promuevo en la práctica esa comunión: uno, enfrento, recelo, sospecho, critico...? 21. La unidad que estás llamado a mantener en tu trabajo pastoral y la comunión desde la que debes trabajar no son una simple estrategia, para ser más eficaz o para que te rinda más lo que haces. Antes que la unidad que tú consigues con tu esfuerzo y con tu colaboración está la comunión que Dios regala. Esa comunión, regalada por Dios, es tu Iglesia, tu comunidad. Fíjate: nada menos que una participación en la unión-comunión del mismo Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¡Casi nada!: tu comunidad es una especie de imagen de la comunión de la misma Trinidad. Por eso, trabajando por la comunión y la unidad, estás trabajando por la existencia misma de tu comunidad cristiana. Estás haciendo que se manifieste en la vida lo que ya somos por gracia del Señor. 22. Pero ser una comunidad unida no significa ser una comunidad “uniformada”. La uniformidad es algo externo (la misma forma=uniforme); la unidad es interior. La unidad que promueves se parece a la unidad del cuerpo: son muchos y diferentes los miembros que forman un solo cuerpo. Todos ellos necesarios y complementarlos. Pero no todos tienen la misma función, aunque todos tienen alguna. No tener función alguna es no responsabilizarse de nada en la marcha de la comunidad. Ese es el mayor pecado de omisión en contra de la unidad. Si todos tomáramos esa actitud, ¿qué miembros habría para formar un solo cuerpo? Siéntete necesario y complementario en el conjunto del trabajo de tu parroquia, movimiento, comunidad o asociación apostólica. No pongas excusas, intentando convencerte de que es poco lo que puedes aportar. Tu aportación no se mide por la cantidad. Lo que cuenta es tu espíritu de entrega y la ilusión, el esfuerzo y la calidad que intentas poner en tu trabajo. 23. Y piensa que antes que la unión en una misma tarea está la unión en una misma vida. Por las venas de cada uno de los creyentes es como si circulara la misma sangre: el Espíritu del Señor, derramado en cada uno de nosotros para formar un solo cuerpo. Los lazos de unión, comprensión, amistad, perdón y ayuda mutua que de ahí se derivan son muy fuertes; a veces, más fuertes que los mismos lazos familiares. Realiza esa experiencia de fraternidad en el Señor y gustarás la alegría de vivir los hermanos unidos. La vida de los creyentes se ha podido comparar a la vida de una familia. Con tu tarea evangelizadora colaboras a la “unión de la familia de los hijos de Dios”. No regatees esfuerzos. Pide constantemente al Señor un corazón disponible para la fraternidad y apasionado por la unidad. 24. No podrás colaborar bien a la unidad del cuerpo, si tienes en tu cabeza la idea de un “cuerpo mutilado”. Dicho sin imágenes: difícilmente colaborarás a la unidad de tu propia comunidad, si no tienes una idea clara de todo lo que ella es y de cual es la totalidad de su misión y de todo lo que se necesita para llevarla a cabo. Si pensaras que lo que tiene que hacer tu parroquia o tu comunidad cristiana es sólo celebrar el culto y prestar dignamente los servicios religiosos; añadiendo sólo la catequesis de los niños para que puedan hacer la primera comunión; o, a lo sumo, piensas que también es necesaria Cáritas para atender los casos de mayor necesidad... estás achicando su misión, y, por eso, no te cuadra que haya otro tipo de preocupaciones y de actividades. Celebrar la fe, transmitir la fe y vivir la fe, transformando con su fuerza la vida personal y social, abre un abanico inmenso de necesidades y tareas, todas ellas necesarias para ser fieles a la encomienda del Señor. Ten una visión amplia de la misión de la Iglesia y tendrás el ámbito justo para trabajar por la unidad, sin estrechez de miras y sin descalificaciones precipitadas de personas y grupos. 25. Lo que no quiere decir que tú lo tengas que hacer todo. Pero sí debes tener una clara visión del conjunto, de la totalidad de la misión de tu parroquia o de tu comunidad cristiana, incluso para saber descubrir lo que aún falta por hacer, o lo que se hace mal. Pero en la tarea diaria, cada uno concretamos nuestro cometido, teniendo en cuenta nuestras posibilidades, nuestras habilidades y aquello para lo que el Señor nos ha dado una inclinación preferente. Eso sí, ¡atento a pensar en tus posibilidades y en tu disponibilidad en función de las necesidades, y no al revés!; ¡atento a no descalificar otras opciones distintas a la tuya, a no perder nunca la visión global de la acción de tu parroquia, movimiento, comunidad o asociación apostólica! Un buen evangelizador siente como propia la tarea del resto de los evangelizadores; está disponible al encuentro, al diálogo, a ver la realidad del mundo y la respuesta de la parroquia o de la comunidad cristiana desde otros puntos de vista y desde otras preocupaciones eclesiales complementarlas con las propias. Promueve y participa en encuentros y reuniones para programar juntos la acción pastoral del conjunto; da vida, con tu participación activa y estimulante, a los canales de comunión y participación de la propia parroquia (Consejos de Pastoral, Foros de comunicación y diálogo...), haciendo todo lo posible para que no queden reducidos a instituciones simplemente de nombre. 26. Estimulado por el espíritu de comunión tienes que salir del ámbito, siempre reducido, de tu propia asociación o movimiento, y del ámbito de tu propia parroquia. Las parroquias no son instituciones sociales para competir unas con otras; son todas ellas comunidades cristianas en las que, por necesidades geográficas (la diseminación en el mundo rural) o de densidad de población (en los núcleos urbanos mayores), se hace presente la comunidad eclesial matriz, que es la diócesis o Iglesia particular. Presidida por el Obispo, sucesor de los Apóstoles, ella es la Iglesia de Jesucristo en nuestro territorio. La unidad que estamos llamados a promover dentro de nuestra Iglesia diocesana no es puramente administrativa. Forma parte de lo que somos como Iglesia. Antes que feligreses de tal o cual parroquia, antes que miembros de tal o cual movimiento o asociación, somos parte viva de nuestra Iglesia diocesana y tenemos en el Obispo nuestro genuino Pastor. El conjunto de sacerdotes que forman nuestro presbiterio diocesano son como su prolongación para el cuidado pastoral de toda nuestra Iglesia. No son “sacerdotes de nuestra parroquia”; son “sacerdotes de nuestra Iglesia diocesana” al servicio de nuestra parroquia, de nuestra asociación o movimiento. Cuando el evangelizador no vive con esta amplitud de miras, tiende a apropiárselo todo en beneficio de su propia parcela, despreocupándose de las necesidades de otras comunidades. 27. En la responsabilidad pastoral que tiene el Obispo sobre toda la Iglesia diocesana está el origen y fundamento de su preocupación porque todos avancemos conjuntamente en la respuesta evangelizadora que tenemos que dar al momento presente. Las líneas pastorales diocesanas, los proyectos diocesanos comunes deben ser “tus líneas pastorales” y “tus propios proyectos”. Como buen evangelizador, no puedes “pasar” de ellos, haciendo tu propia batalla. La necesidad de concretarlos, de darles realismo, de adaptarlos a las condiciones específicas de la situación o del sector en los que trabajas no significa que trabajes pastoralmente por tu cuenta, como un francotirador valeroso, pero solitario. En la pastoral no hay “trabajadores autónomos”, todos somos “trabajadores por cuenta ajena”. Armonizar tu propio trabajo no sólo en la parroquia, sino en el arciprestazgo, significa buscar en él un ámbito más amplio que el estrictamente parroquial, o de tu propio movimiento o asociación eclesial, y es ya un paso importante de comunión y apertura a la realidad de la Iglesia diocesana. Trabajar arciprestalmente unidos es respetar las características de la zona pastoral y responder a ellas con coherencia y con comunión de criterios. 28. A través de tu Obispo, que es también obispo de la Iglesia universal junto a todos los obispos del mundo, presididos por el Papa, obispo de Roma, formas parte de la comunión universal de la Iglesia, una, santa católica y apostólica. En un evangelizador, esa comunión no es sólo afectiva, sino efectiva. Se traduce en una atención perseverante a no romperla nunca, desde “estrecheces provincianas” doctrinales o prácticas. Sentirte solidario con todas las Iglesias, el servicio misionero, compartir con las Iglesias más necesitadas, conocer y apoyar a las Iglesias que tienen que hacer frente a problemas sociales y humanos de especial envergadura... todo ello va haciendo universal tu corazón de evangelizador e imprime en toda tu actividad pastoral un talante de apertura, capaz de contagiar un amor sin fronteras. 29. La fuente viva de la comunión en la Iglesia es la eucaristía. Por ella nace y crece la Iglesia. Participando del mismo pan, todos nosotros formamos un solo cuerpo. Los distintos trabajos, servicios y ministerios que realizamos en nuestra tarea pastoral reciben de la eucaristía la fuerza de cohesión necesaria para ser realmente “trabajos por el evangelio”. La eucaristía es, además, una fuerte exigencia de salida hacia el mundo. La muerte y la resurrección de Jesús, realmente presentes en el pan y el vino compartidos, son un regalo de vida entregada para la salvación de todos. La celebración de la eucaristía dominical debe ser, en tu parroquia, una expresión gozosa de acogida y de compromiso. Como evangelizador, debes encontrar en ella la fuerza de tu comunión y entrega “para la vida del mundo”. En la eucaristía no son comunes sólo los dones del pan y el vino, son también comunes todos los ministerios, carismas y servicios que en ellos se alimentan y se traban en comunión fraterna. 30. La comunión de unos con otros es por sí misma evangelizadora. Jesús pidió al Padre que los apóstoles y nosotros fuéramos “uno”, para que el mundo crea. No llevamos entre manos una comunión cerrada; no pretendemos construir con ella un “lugar cálido” donde refugiarnos de la inclemencia de la intemperie. La comunión en la misma confesión del Señor, en la misma vida del Espíritu, en los mismos sacramentos, en la misma tarea evangelizadora... es para ofrecer al mundo un mismo mensaje esperanzador: en Jesús el hombre puede salvarse. Cuando los evangelizadores nos dividimos o dividimos a nuestras comunidades, cuando vivimos una comunión fría, más jurídica que personal, cuando no rezumamos el gozo de la fraternidad, es muy difícil que nuestro anuncio contagie. La comunión es un don de la misión y para la misión. Sólo cuando produce admiración (“mirad cómo se aman”) tiene fuerza misionera. ORACIÓN eñor Jesús, que dejaste en la unidad de tus discípulos un signo visible de la verdad de tu mensaje, haz que, superando nuestras divisiones y enfrentamientos, demos el testimonio de hermanos que se quieren, se perdonan y se ayudan; que no actuemos llevados por nuestros intereses personales o de grupo, que sepamos construir la comunión, superando nuestras visiones parciales, y sintiendo pasión por la comunión en tu Iglesia. Quita de nuestro corazón los prejuicios que nos cierran, haznos abiertos al trabajo de los demás, y disponibles a la tarea común que nos encomiendas. AMEN. Confiados PARA LA REFLEXIÓN 1. ¿Recurro a Dios con sencillez y confianza, cuando siento las dificultades de mi tarea? ¿Busco en Él el punto de mi apoyo (fe), fundamental para todo el trabajo que hago? ¿Me fío de sus caminos, aunque, a veces, no los entienda? OBJETIVOS 1. Inspirar en el evangelizador una actitud confiada, teniendo en cuenta precisamente las dificultades especiales de la tarea, hoy. 2. Provocar una confianza en todas las direcciones: confianza en Dios, en el Evangelio como oferta salvadora, en los hombres y mujeres de nuestro tiempo como destinatarios, en el mismo evangelizador, en la comunidad a la que pertenece... 3. Conseguir un evangelizador abierto, capaz de reconocer lo bueno y noble que hay en el corazón y en los proyectos humanos como verdadera “preparación del evangelio”. 2. Mi oferta es el Evangelio: ¿Lo conozco? ¿Lo valoro? ¿Confío en su estilo y su talante, aunque, a veces, “vaya contracorriente”? ¿Trato de responder desde el Evangelio a mis preguntas personales y a las preguntas de la gente acerca del sentido de la vida, del trabajo, del dolor, de la familia, del amor, del compromiso...? ¿O no “manejo” un “evangelio vivo”? 3. ¿Tengo confianza en la gente? ¿Descubro y promuevo sus valores? ¿Estimo lo bueno de la gente, para apoyarlo? ¿Presento el Evangelio teniendo en cuenta la situación y los problemas de la gente, las dificultades que todos tenemos hoy para creer? ¿Estoy convencido de que la oferta que hago vale la pena? ¿Lo he comprobado en mi propia vida? ¿Suscito las preguntas fundamentales que tienen que ver con la inquietud religiosa? ¿La oriento hacia “la respuesta de Dios”? 31. La tarea evangelizadora te exige hoy, y con urgencia, tener confianza. Porque tienes más dificultades, porque te asaltan más dudas y te sientes tentado a no complicarte más la existencia... pero, sobre todo, porque sientes a tu alrededor mucha más indiferencia, cuando no hostilidad, al mensaje que intentas transmitir. Cuando se te pide que no te quedes encerrado en el templo, que salgas al mundo, a la vida, a los ambientes donde vives, sufres, esperas, amas y luchas con los hombres y mujeres de tu pueblo... sientes dentro de ti una especie de inseguridad: “voy a ir, pero no me van a escuchar”. Y experimentas la tentación de colaborar sólo con aquello que no te pide la salida hacia fuera. Pero el Señor sigue preguntando, hoy: “¿a quién enviaré?”, “¿quién irá por mí?”. Y es que no hay vuelta de hoja: para anunciar el evangelio hay que salir al mundo, que es su destinatario. 32. Necesitas confianza en Dios. Sin esa confianza tienes el peligro de hacerte un evangelizador prepotente, impositivo, intolerante, agresivo... porque crees que estás defendiendo tus propios “intereses”, y, al verlos rechazados, te enfadas y reaccionas atacando. Quien pone su confianza en Dios lo hace desde su propia experiencia de ser pobre, pecador, perdonado, necesitado. Cuando te sientes así en tu vida, experimentas la necesidad de apoyarte en Dios, de hacer de Él tu roca, tu alcázar, tu refugio, tu baluarte... Descubres que creer es fiarte de Dios para construir tu vida desde Él; y te llegas a convencer de que Él actúa, aunque las apariencias engañen. Tu confianza en Dios te dará paciencia en tu trabajo pastoral. La necesitas. No para fomentar la pereza; sí, para no ponerte nervioso cuando ves que las cosas no van como tú mismo las habías diseñado. El diseño no es tuyo; es de Dios. Y, a veces, te puede desconcertar. 33. Tienes que confiar sin límites en el Evangelio, no sólo como una doctrina, sino como un estilo de vida. Si dudas de la fuerza salvadora del Evangelio, estás al cabo de la calle. Realizarás tu tarea sin convencimiento. Tu confianza en el Evangelio crece a medida que tú mismo vas haciendo la experiencia de que, tomado como norma de tu propia existencia, funciona, porque te sientes como una criatura nueva. No se trata sólo de que “cumplas” los mandamientos (de que “no robes ni mates” como dicen muchos de nuestros paisanos); tu confianza en el Evangelio tiene que darte un talante, una manera espontánea de vivir desde valores que pongan en movimiento todo lo bueno que llevas en tu propio corazón. Llegarás a percibir que en el Evangelio de Jesús has encontrado un tesoro por el que merece la pena venderlo todo. Si no tienes esa persuasión, toda tu vida, incluida tu tarea pastoral, irá a remolque, y todo lo que hagas lo harás a regañadientes. 34. A medida que vas haciendo esa experiencia de vida evangélica, aumentará también la confianza en la oferta que haces a los demás, cuando les propones el Evangelio como posibilidad de salvación de su existencia. Tu contacto con la gente te muestra que, de una manera u otra, los hombres queremos salvar cosas en la vida (las que nos dan gozo y alegría) y salvarnos a nosotros mismos (contra todo lo que nos hace sufrir, nos limita y nos suprime). Que todos los caminos que tomamos son intentos de salvación, incluso aquellos que nos pueden parecer más raros y extravagantes, incluso errados y desviados (la droga, el alcohol, el “pasotismo”, la posesión de cosas y de personas...). La oferta del Evangelio de Jesús como “camino, verdad y vida” no la haces al margen de todos estos tanteos salvadores que el hombre realiza afanosamente. No predicas una especie de “añadido” a la vida del hombre; le ofreces una salida al sentido mismo de su existencia. Fíjate: incluso aquellos que no crean, deben percibir en tu oferta una fuerza humanizadora, capaz de provocar un primer acercamiento, lleno de respeto y esperanza. Pero debes estar convencido de que tu oferta tiene que ver con la vida concreta de la gente. 35. Un buen evangelizador confía plenamente en los hombres y mujeres, destinatarios de su anuncio. Se nos está diciendo hasta la saciedad que el hombre de hoy es duro para creer, que está muy pagado de sí mismo y que ha arrinconado a Dios en el baúl de los recuerdos. Y, sobre todo, que no echa de menos a Dios para organizar su vida personal y social. Es uno de los desafíos más grandes para tu tarea de evangelizador, hoy. Podrías simplemente darte por vencido, persuadido de que no hay remedio; podrías reducirte a dar a este hombre secularizado las respuestas que te pide para continuar dando a ciertos momentos de su vida un barniz religioso (nacimiento, matrimonio, muerte). Pero, a pesar de todo, puedes seguir confiando en que el hombre de hoy no ha perdido la capacidad de preguntarse por las cuestiones fundamentales de su existencia, que lo abren a la respuesta del Evangelio. Sólo que debes tener la osadía de hurgar para que afloren. 36. Tu tarea de evangelizador tiene, pues, mucho que ver, hoy, con tu capacidad para suscitar en la gente las preguntas fundamentales de su vida. La desazón que experimentan muchos evangelizadores procede de estar dando respuestas a preguntas que nadie se hace. Tú mismo puedes tener la sensación personal de que, cuando te has aprendido la respuesta, te has olvidado de la pregunta. No te sientes a gusto con una evangelización de “respuestas hechas” frías, desencarnadas, sin vida. Percibe ahí una llamada a la “evangelización de la pregunta”. Hay que meterse en ese nivel y, si las preguntas están dormidas, emplearse a fondo en un “ministerio de la inquietud”. Una cosa sería imprescindible: que los evangelizadores no hayamos dado por canceladas nuestras propias preguntas, instalándonos en la rutina y en el mero aprendizaje. Sin miedos, hay que hacer que el hombre se pregunte, despabilando las preguntas que ya lleva dentro de sí mismo y haciéndole caer en la cuenta de las preguntas nuevas a las que le abre el Evangelio, hasta llegar a percibirlas como propias. Si no vamos por aquí, la evangelización no llegará a la entraña misma del corazón humano. 37. El hombre no se preocupa sólo de sí mismo; con más o menos intensidad y compromiso, se ha preocupado también de los demás, y también se preocupa hoy, a pesar del individualismo cultural, que tiende a aislarlo de todo proyecto común. Si no se descubren motivos fuertes para ser solidarios, la lucha entre egoísmo y solidaridad caerá siempre del lado del egoísmo. En los esfuerzos por hacer una sociedad más justa e igualitaria, más democrática y participativa, más abierta a los pueblos y países pobres... descubre el evangelizador un motivo de confianza en la orientación fundamentalmente solidaria de muchos proyectos políticos y sociales y, sobre todo, de muchos movimientos populares que expresan lo más noble del corazón humano. Lejos de estar ajeno a todo lo bueno y noble que expresa el sentido de solidaridad humana, el evangelizador descubre la fuerza solidaria del Evangelio que proclama, y la conversión al hermano que exige; y no deja de aportar lo que es específico de su fe evangélica: el arraigo de la fraternidad en la entraña misma de la revelación de Jesús: que Dios es Padre de todos, y la fraternidad universal, no un simple deseo, sino la expresión necesaria de la filiación acogida y vivida. 38. Vive así la oferta del Evangelio; no como confrontación, sino como iluminación y fecundación de todo lo bueno, lo noble y lo bello que descubres a tu alrededor. Cuando, desde tu condición de evangelizador, tengas que denunciar situaciones y comportamientos contrarios al Evangelio, hazlo siempre con esta actitud estimulante del crecimiento y del progreso del hombre en todas sus dimensiones. El Evangelio no es nunca “anti-humano”, aunque sí choca con concepciones que reducen al hombre y su vocación desde miras puramente materiales y egoístas. No olvides que una determinada concepción del hombre, de su vocación y de su destino es imprescindible para que germine la siembra del Evangelio. Esa concepción de hombre es una gran aportación que haces como evangelizador, incluso a quienes no acojan el Evangelio desde la fe. Ten confianza en el modelo de hombre que promueves desde tu tarea evangelizadora. 39. Confía también en la comunidad cristiana desde la que evangelizas. Es posible que no sea la comunidad ideal. Puestos a sacarle defectos, le encontrarás muchos. Pero es tu propia comunidad, en la que recibiste y desarrollas tu fe. Soñar en la comunidad ideal para poder evangelizar, equivaldría a no evangelizar nunca. El Evangelio es más grande que las comunidades que intentamos encarnarlo. No se trata de una invitación al conformismo. Tu propia comunidad es la primera que tiene que abrir el corazón al Evangelio para convertirse y ser ella misma evangelizada. Ayuda en esta tarea. Inquieta y estimula la conversión constante de quienes formáis la misma comunidad. Animaos unos a otros a crecer en fidelidad al Señor y a su Evangelio. Revisad vuestra propia vida a la luz de sus valores y exigencias. Pero, no la desprecies nunca porque aún no haya llegado a su meta. Confía en que, entre todos, podéis manteneros en marcha, aunque os duelan los parones y retrocesos. 40. Nunca vacíes tu vida de evangelizador de la confianza en el Espíritu Santo. Lo más grande que te ha podido pasar es ser instrumento de su acción, muchas veces, imperceptible. El Espíritu hace que tengas confianza en ti mismo, incluso cuando percibes que la tarea te supera. El Espíritu trabaja en el corazón de los hombres, incluso antes de que tú llegues. El Espíritu allana dificultades, incluso sin que tú mismo te des cuenta. El Espíritu te llama y te reclama desde los dones que ya ha repartido en aquellos a quienes te diriges. Acoge y aprende. El Espíritu hace de tu trabajo una auténtica tarea apostólica. Cuando hay un buen entendimiento entre el evangelizador y el Espíritu, la misión cobra una hondura que necesariamente deja huella en ti y en los demás. Sin ese buen entendimiento, puedes caer en un activismo estéril o en una propaganda inútil. Confía en el Espíritu Santo y ponte en sus manos como instrumento de su gracia. ORACIÓN eñor Jesús, que nos enseñaste a poner la confianza total en el Padre, haz que Él sea el apoyo de nuestra vida y de nuestra misión. Abre nuestro corazón al Evangelio, y haz que, encontrándote en él como camino, verdad y vida, lo propongamos con confianza, y lo ofrezcamos con seguridad a todos los hombres y mujeres, con quienes compartimos los anhelos y dificultades de la vida. Que tu Espíritu nos haga confiados, para que, “como niños en brazos de su madre”, no temamos el momento y la tarea que nos encomiendas. AMEN. Formados PARA LA REFLEXIÓN 1. ¿Estoy seriamente preocupado por mi formación permanente, como creyente y como evangelizador? ¿Leo algún libro, revista o artículo? ¿Estoy inquieto por saber dar razón de lo que creo y espero? ¿Aprendo a saber leer la Sagrada Escritura? OBJETIVOS 1. Hacer caer en la cuenta a todos los evangelizadores de la necesidad de formación permanente, actualizada y abierta. 2. Adquirir un sentido gozoso, respetuoso y acogedor de la tradición eclesial, como punto de partida para la actualización 3. Estimular la acogida de los medios de formación que el evangelizador va a ir encontrando en el sector desde el que trabaja. 2. ¿Procuro formarme en diálogo y en comunión con otros evangelizadores? ¿Me doy cuenta de la responsabilidad de caridad y justicia que tengo hacia los demás, en el sentido de formarme para exponer la verdad del modo más convincente? ¿Siento que la formación me da seguridad a la hora de hacer la propuesta de la fe? 3. ¿Cómo acojo los medios de formación que me ofrece el sector pastoral donde trabajo? ¿Tengo siempre excusas para no asistir a las reuniones formativas? ¿Veo la formación sólo como un medio para hacer mejor las cosas, o percibo también la necesidad que tengo de ella para aclarar y vivir mi propia vida desde la fe? 41. Para ser un buen evangelizador necesitas formarte. Quizás alguna vez pensaste que te bastaba con la buena voluntad y te lanzaste, pero pronto te diste cuenta de que, hicieras lo que hicieras, te sentías inseguro. Y es que no puede ser de otra manera, porque un evangelizador no nace, se hace. La fe que anuncias necesita ser entendida, porque no crees en un absurdo. Tu capacidad de pensar la tienes que poner también al servicio de la verdad sobre Dios, sobre el hombre y sobre el mundo que transmites en la evangelización. Tu propia capacidad de entender y la capacidad de los destinatarios de tu tarea... debe quedar “tocada” por el mensaje que llevas entre manos. La fe se aloja más a gusto en una mente abierta, capaz de pensar, de razonar y de preguntar que en una mente cerrada por la ignorancia. Son muchas más las dudas de fe que proceden de la ignorancia que las que proceden de una mente abierta, ávida de entender. 42. La verdad que anuncias no te la inventas tú ni se la inventa la Iglesia de tu tiempo. Tú y todos los evangelizadores somos un eslabón de la transmisión de la verdad contenida en la Palabra de Dios. No somos ni el primer eslabón ni el último. Nos ha llegado a nuestras manos una verdad recibida, que ha pasado de mano en mano, de boca en boca, de corazón a corazón en una larga transmisión (tradición), que dura ya 2.000 años. Debes engancharte en esa larga tradición, para transmitir la verdad con fidelidad. En la fidelidad a la verdad revelada nos jugamos la eficacia de la evangelización. Debes, por eso, cultivar un amor intenso a la Sagrada Escritura y aprender a leerla “como Dios manda”. Consciente de que la Palabra de Dios la recibes en lenguaje humano, debes ejercitarte para llegar a ella y recibir su mensaje con sencillez madura. Aprende a manejar la Biblia, no sólo materialmente, para saber encontrar los textos, sino, sobre todo, aprendiendo, al menos lo imprescindible, para saber captar su mensaje. No te encandiles con quien se la sabe de memoria y la recita como un papagayo, que no es la letra la que salva, sino el Espíritu que da vida. 43. La verdad que Dios ha querido comunicarnos para nuestra salvación se contiene en la Sagrada Escritura, en el Antiguo y Nuevo Testamento, pero es una verdad viva. Recoge vida y transmite vida. No es un texto guardado en un cofre, para que sea intocable. Se parece más a una simiente que, plantada en la tierra, desarrolla todo lo que lleva dentro hasta que se va convirtiendo en un árbol, que da los frutos ya contenidos en la semilla. Por eso, fíjate: no es más fiel quien guarda la simiente por miedo a sembrarla. Es más fiel quien la siembra y se deja impresionar por su progresivo desarrollo. La fidelidad consiste en que los frutos no sean de otra especie que la simiente. Si la simiente era de peras no esperes que te dé naranjas; y si te las diera es que no ha habido “fidelidad en el desarrollo”. Eso pasa con la verdad de la Sagrada Escritura: es una verdad sembrada en la tierra de la Iglesia, que se ha ido desarrollando y dando frutos. Por eso no puedes quedarte con un conocimiento profundo de la simiente; debes conocer también cuál ha sido su fructificación a lo largo de la historia de la Iglesia y cuál está siendo esa fructificación en el tiempo en que te ha tocado vivir. Debes conocer la verdad no sólo en su inicio, sino en todo su desarrollo. El Espíritu Santo es el garante de la fidelidad del desarrollo y el que hace que tu acogida de la verdad sea, hoy, viva y actual. 44. La verdad de la fe la acoges y la vives en la comunidad eclesial. No transmites “tu” verdad, sino la verdad de la que es depositaria la Iglesia, con quien estás en comunión. No te extrañe que la Iglesia sea tan celosa en la fidelidad a la verdad. Sabe ella muy bien que tampoco es una verdad suya; que también ella la ha recibido y que es su deber mantenerla íntegra y anunciarla en su totalidad. Cuando la pone en tus manos de evangelizador es porque se fía de ti. No sólo de tu buena disposición, sino de tu capacidad de conocerla, de vivirla y de transmitirla fielmente. No quiere la Iglesia que la verdad te haga intransigente e impositivo; tampoco que seas orgulloso y fundamentalista. Sólo quiere que conozcas bien la verdad que llevas entre manos, para que estés seguro de la oferta que haces para la salvación de los hombres, tus hermanos. 45. Mira desde ahí la insistencia con que se te reclama tu formación permanente como evangelizador. Formarse de manera continua y perseverante exige un esfuerzo. Normalmente nos gusta más ser convocados para hacer cosas que para prepararnos. Pero una buena preparación es la mejor garantía para hacer cosas con una cierta envergadura. Como creyente necesitas formar tu fe. Es imposible que te arregles durante toda tu vida con lo que aprendiste para hacer tu primera comunión. Tu crecimiento como persona te exige tu crecimiento como creyente. Como evangelizador, debes entender tu formación como un “acto de justicia” con relación a las personas a las que te diriges. Una fe no formada produce rechazo y desconcierto y es, con frecuencia, causa de desinterés y de ironía. La sospecha de infantilismo y de desfase que mucha gente tiene respecto a la verdad de la fe procede, a veces, de una mala presentación por parte de los evangelizadores. No es para asustarte, sino para que ahondes el deseo sincero de ser un evangelizador con una fe permanentemente formada. 46. Con frecuencia se da una gran indiferencia en los evangelizadores respecto a los medios de formación. No puedes tener la sensación de haber nacido ya formado y de que te las sabes todas, de una vez para siempre. La humildad del discípulo te debe acompañar durante toda tu vida de evangelizador. La lectura, el estudio, la reflexión compartida y enriquecida con las aportaciones de los demás, las reuniones específicas de formación... son para el evangelizador momentos importantes, para dar envergadura y calado a su tarea. Te debería inquietar si percibes que, habitualmente, das de lado a los medios de formación, como si no fueran contigo. Porque, a veces, ocurre algo curioso: no hay evaluación en la que no se pida más formación para los evangelizadores; y no hay indiferencia mayor que la que rodea a los medios concretos ofrecidos para la formación. Se echa en falta, se desea, pero no existe el esfuerzo necesario para llevarla a cabo. Además de una buena oferta de formación (que falta en ocasiones), se precisa también de tu decisión firme de formarte permanentemente. 47. La verdad de la fe no es un simple aprendizaje; ni su transmisión, un indoctrinamiento. Es una verdad de vida que pide ser respondida por quienes la recibimos. Tu respuesta como creyente es fundamental. Si ésta no existiera, tú mismo te sentirías incómodo. Además de “teólogo” (que no te asuste la palabra), un evangelizador es también un “testigo”. La formación te ayuda a afianzar tu testimonio; tú mismo necesitas “razones para creer”. Que la fe sea un don de Dios no significa que tú mismo no debas poner mucho de tu parte para establecer un diálogo constante entre ella y tu propia razón. De lo contrario, tienes el peligro de mantener durante toda tu vida una fe infantil, con la posibilidad, incluso, de caer en la superstición. ¿Te has preguntado alguna vez por la responsabilidad que tenemos los evangelizadores cuando, por nuestra falta de formación, pretendemos que la gente “comulgue con ruedas de molino”? No es para desanimarte; más bien, para que, dándote cuenta de tu responsabilidad, tengas una verdadera pasión por tu formación, como un gran servicio que prestas a todos aquellos a quienes eres enviado. 48. La formación da envergadura y calado a tu acción evangelizadora y, personalmente, a ti te da seguridad. Muchas personas no se deciden a colaborar como evangelizadores, porque se sienten inseguras. Intuyen cosas, tendrían ganas, pero no dan el paso. Y es que la falta de formación es una de las razones que más retraen a la hora de participar, o inclina a la participación en actividades que no exigen confrontarse con el pensamiento y la cultura de nuestro tiempo. La falta de formación “recluye en la sacristía”. Si queremos salir al mundo, necesitamos evangelizadores formados para poder dialogar en “igualdad de condiciones”: tu formación es un gran servicio a la fe. Recuérdalo cuando percibas que te exige dedicación y sacrificio. No sólo evangelizas cuando “haces cosas”; lo haces también cuando te preparas para “dar razón de tu esperanza”. 49. No pongas como pretexto que, para que lo que haces, no necesitas mucho más de lo que ya sabes. Porque no te formas sólo para “hacer cosas”. Cuando lo piensas así, sólo te interesa aprender a llevar una reunión, o a dar una sesión de catequesis. Pero tú mismo te das cuenta de que “llevas las cosas con alfileres” y de que, cuando te sacan de tu “librillo” te sientes perdido. Eso te está diciendo que la formación en la fe la necesitas, en primer lugar, para tener tú mismo una síntesis que te ayude a darte una envergadura creyente. Descubrirás que tu propia vida se ilumina con una luz nueva. Y que esa luz la irradias en todo lo que haces. Se te irán los miedos de que alguien te coja en algún “renuncio”. Es verdad que tu fe no es racional, como dos y dos son cuatro, pero tu fe es “razonable” y no temerás “sacarla a relucir” para ofrecer sentido a los problemas de tu vida y de la vida de los demás. El miedo al ridículo lo sientes cuando tienes una fe infantil, aquella que algunos llaman la “fe del carbonero” (¡como si el carbonero no pudiera tener una fe madura!) un tipo de fe no formada, que siempre ha sido impresentable y que, hoy, se percibe, a todas luces, como insuficiente. 50. Tu formación en la fe ha de ser una formación integral. No se trata sólo de que sepas mucho. Cuando la formación es integral, te lleva a lo que la Sagrada Escritura llama la sabiduría, que no tiene que ver sólo con tu entendimiento, sino con tu madurez personal. Los “saberes de la fe” te agarran en todas las dimensiones de tu vida, a las que dan una nueva orientación fundamental. Tu formación te hace ahondar en esa “sabiduría” que Dios te regala para orientar la totalidad de tu existencia. Para que, desde Dios, te encuentres en la vida “como pez en el agua”. Un evangelizador formado no es un evangelizador “sabiondo”; es el que aprende a “gustar” la vida desde el sabor que viene de la fe. La invitación a la formación permanente integral nos la hace la misma Sagrada Escritura: “gustad y ved qué bueno es el Señor; dichoso el que se acoge a Él”. ORACIÓN eñor Jesús, que nos envías el Espíritu de sabiduría, para conocer al Padre, a ti, que eres su Enviado, al hombre y al mundo en el que vivimos, estimula en nosotros el deseo de una formación permanente, actualizada y abierta a las necesidades de nuestros hermanos, para que, siendo fieles a la verdad que acogemos con amor y agradecimiento, sepamos proponerla con sencillez y hondura, dando razón de nuestra esperanza, y ayudando a que nazca en el corazón de todos la escucha y la respuesta a tu Palabra. AMEN. Inmersos PARA LA REFLEXIÓN OBJETIVOS 1. Ayudar la implicación interior del evangelizador, haciendo que se sienta dentro del misterio de Dios, de Jesucristo, y entre la gente con la que vive y a la que es enviado. Que comprenda lo que decía Pablo VI: “el mundo no puede ser salvado desde fuera”. 2. Desde la inmersión en el misterio de Dios y de Jesucristo, hacer un buen planteamiento de la vida y experiencia de los sacramentos. 3. Desde la inmersión en el mundo, destacar la calidad de signo. La inmersión no es “disolución” en el espíritu del mundo, sino ayuda a descubrir, desde dentro, lo bueno y positivo que hay que apoyar, y lo malo y negativo contra lo que hay que luchar. Pero siempre desde una profunda solidaridad y “simpatía” con la realidad. 1. ¿Entro con facilidad en el misterio de Dios? (la puerta la tienes abierta). ¿Me dejo sorprender por su presencia? ¿Soy fácil para la contemplación? ¿Cómo vivo la experiencia sacramental: rutina, encuentro, costumbre social...? 2. ¿He pensado alguna vez que, viéndome a mí, la gente se acerca o se aleja de Dios? ¿Me doy cuenta de lo que eso significa en mí vida de evangelizador? ¿Conozco bien el “estilo de Dios” que se manifestó en la historia de Jesús? ¿Cuáles son los rasgos de ese estilo que creo más necesarios para mi vida personal y para mi tarea de evangelizador? 3. ¿Estoy entre la gente o huyo de la gente? ¿Me intereso por los problemas de los demás? ¿Me afecta personalmente la vida de la gente, o “paso” de sus situaciones personales, familiares y sociales? ¿Qué imagen de Dios transmito en mi trato con la gente? ¿Estoy en el mundo, valorando lo bueno, pero no dejándome influenciar por los criterios antievangélicos: poder, dinero, prestigio, consumismo...? 51. Todo lo que haces como evangelizador te pide que lo sientas por dentro. No puedes quedarte sólo en lo externo, ni cuando eres un creyente que acoge la salvación, ni cuando la transmites como evangelizador. Necesitas inmersión: sumergirte, ante todo, en el misterio de Dios, que te trasciende y te sobrepasa. Sólo quien se sumerge queda empapado, para poder comunicar sin esfuerzo lo que vive. Sólo si estás inmerso en el misterio de Dios, tendrás ojos dispuestos para descubrir su presencia en ti mismo y en los demás, en los acontecimientos de la vida, en la naturaleza... Él es más íntimo a ti que tú mismo. Sólo si te sientes “poseído” por Dios, podrás transmitirlo como vida para el hombre. La experiencia profunda de Dios es tu mejor garantía de buen evangelizador. También aquí se cumple el refrán de “que nadie da lo que no tiene”. Vívete en Dios y desde Dios, y toda tu existencia cobrará una luz nueva en medio de tantas oscuridades. 52. Sumérgete también en el misterio de Jesucristo. Tú participas en su vida de una manera real. No te relacionas con él como con un buen amigo muerto hace ya 2.000 años, al que recuerdas con entusiasmo y cuyas grandes cualidades intentas imitar. Jesús no es el “superman” de tus sueños. Cuando tú confiesas: “Jesús es el Señor”, estás afirmando una relación viva con él, una relación presente, actual y salvadora. Confiesas a Jesús Resucitado, el viviente, el que te está reclamando aquí y ahora con la misma cercanía con que reclamó el seguimiento de sus discípulos. No sigues la memoria de un muerto. Sigues al que vive, al Señor, que va delante de todos nosotros como “el primero entre muchos hermanos”. Acostúmbrate a esta relación personal e íntima con el Señor. Todo lo que él es, lo es para ti. El Espíritu te incorpora realmente a él que, resucitado, te sale al encuentro para que “por él, con él y en él”, tú mismo puedas ser para Dios y para los hermanos. 53. Momento privilegiado de tu inmersión en el misterio de Jesucristo es tu vida sacramental. Los sacramentos son encuentros vivos y reales con el Señor Resucitado. Como evangelizador, te dan “identidad” y “familiaridad” con Aquel cuya Buena Noticia transmites. Es bueno que, como evangelizador, te ponga mal cuerpo la rutina, la falta de seriedad, la poca o nula motivación que percibes en el conjunto de la vida sacramental. Es un signo de tu real aprecio de lo que significan los sacramentos. Pero sería desastroso, si una mala o regular práctica sacramental en tu entorno, te llevara a apreciar poco o incluso a abandonar la vida sacramental. Estarías cortando el camino de tu inmersión en el misterio de Cristo. Tu vida de fe, como adhesión personal al Señor, tiene en los sacramentos un momento privilegiado de acogida de la gracia. Ni como creyente ni como evangelizador puedes permitirte el lujo de no acoger estas “mediaciones humanas” en las que el Señor te sale realmente al encuentro. Si tu vida sacramental es floja, ten por seguro que se resentirá en lo más hondo tu vida cristiana y tu tarea de evangelizador. 54. Cuando te sumerges en el misterio de Jesucristo, haces de tu propia vida un sacramento. De alguna manera eres “Jesucristo para los demás”. Éste es el motivo más hondo de la necesidad de que imites a Jesucristo, de ser como él, de tener sus mismos sentimientos. No se trata de imitarlo solamente en lo externo y en los gestos. De lo que se trata es de que Jesús, por estar resucitado, se hace contemporáneo de los hombres y mujeres de todos los tiempos; y se hace, de muchas maneras. Una de las formas de hacerse Jesús contemporáneo a todos los hombres es a través de la vida de los evangelizadores. Como evangelizador tienes que conocer e identificarte con la vida histórica de Jesús. Aprende de él a relacionarte con el Padre y con los hombres, a tener entrañas de misericordia, a hacer de los pobres y marginados los destinatarios privilegiados de tu tarea, a entender tu propia existencia como “vida para los demás”, a vivir tú mismo en una actitud de confianza en Dios que te lleve por el camino de la pobreza y austeridad, a ir haciendo tuyos todos los sentimientos de Cristo Jesús, que “no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos”. 55. Para ser un buen evangelizador necesitas también inmersión en la vida de la gente, especialmente de la gente pobre, sencilla y necesitada. En medio de la vida dura de mucha gente, tu tarea de evangelizador no puede caer como si no tuviera nada que ver con sus realidades concretas. Ni tú, como evangelizador, puedes presentarte como si vinieras de las nubes, por encima del bien y del mal, como quien trae remedios para enfermedades que nadie siente. Debes estar entre la gente, porque tú mismo eres gente. El compromiso por la evangelización no te arranca de entre la gente; te mete aún más dentro. Una inmersión continuada que tiene en la encarnación de Jesucristo el mayor estímulo de presencia y cercanía. Un compromiso que te debe llevar hasta la identificación... De lo contrario, tu palabra será extraña; tu vida, misteriosa y ajena; tu experiencia, inasequible y tu lenguaje incomprensible. El Señor no pidió para ti que salieras del mundo, sino que, en medio del mundo, no te mezclaras con el mal. La tentación de “huir del mundo” la tienes que vencer desde tu propia realidad de hombre o de mujer que forma parte de este mundo, con sus miserias y grandezas. 56. Que estés entre la gente no es el punto de llegada; se trata de un punto de partida. Pero si no estás dentro, no podrás entender tu tarea como acompañamiento. Imagínate que ya has llegado a la meta; y te instalas en ella, pidiendo a la gente que se anime. ¿Sabes lo que pasa? Que no te has hecho compañero de camino. Desde luego que debes tener claras las metas; de lo contrario, ¿cómo podrías ser guía de caminantes? Si no hay meta, tampoco hay camino. Pero buen guía es no sólo quien conoce las metas, sino el que es también experto en los caminos. No es buen guía aquel a quien le importan sólo los que llegan y no se siente solidario con quienes, a duras penas, tienen fuerza para caminar. Sé acompañante de la búsqueda de todos, con la sencillez del caminante. La seguridad de la meta no resta realismo a tu propio caminar. Jesús es el camino. Pero no será tu camino ni el camino de los demás si no aciertas a descubrir la meta y a proponerla a los demás como posible y deseable. Conocer la meta es imprescindible para no andar en tinieblas, incluso cuando el camino se hace duro. 57. Nada significaría el que estés en medio de la gente, si no tienes algo nuevo que comunicar a los demás. Meterse en la vida de la gente no es sólo ser campechano, tratable, buena persona. Ese modo de ser te abre puertas y te da acceso a la gente. Cultívalo con sencillez y cercanía. Pero piensa que tu inmersión es mucho más. Es hacer vida el evangelio en medio de la gente. No sólo como una doctrina que enseñas, sino como talante y estilo de vida que se nota en tu manera de pensar, en los criterios con los que actúas, en los derroteros que cobran tus intereses más íntimos, en las motivaciones que le echas a la vida... Cuando te metes entre la gente de esa manera nueva, entonces sí que tu inmersión significa algo y comienza a plantear preguntas: por qué piensas, actúas, reaccionas, vives así... a pesar de que suponga muchas veces ir contra corriente. Cuando eso se dé, piensa que has empezado a meter evangelio en la entraña misma de la vida que compartes con los demás. Si lo haces con sencillez y naturalidad, es que tu inmersión es obra del Espíritu. 58. A medida que estés más cerca de la gente, te resultará más fácil dejarte afectar por su historia personal, familiar y social. Como evangelizador debes ser apasionado: lo que le ocurre a la gente nunca te puede dejar indiferente. Sobre todo, cuando es fruto del mal, del pecado o de la injusticia. Tendrás muchas veces que denunciar situaciones que causan dolor, que hacen sufrir y que dejan mal a la gente... Si denuncias “desde fuera” de los problemas, podrás llegar a ser un buen analista; si lo haces “desde dentro” te darás cuenta de que tú mismo estás en juego. Si te metes en medio de la gente, no caerás en la rutina... irás “cargando” tu vida con los fardos de los otros, y percibirás que así el camino se hace más ligero para todos. En el camino con los demás, vete también dispuesto a aprender. El Señor te enseña de muchas maneras. No desaproveches la enseñanza que te envía a través de otros caminantes. 59. Si te sumerges en la vida de la gente, serás compasivo y misericordioso. Aprende el estilo de Dios y manifiéstalo en tu propia vida y en tu tarea de evangelizador. Recuerda que eres mensajero de un Dios, cuyas “delicias es estar en medio de los hombres”; de un Dios que, en los momentos más difíciles del envío, siempre transmitió el ánimo desde la seguridad de su presencia: “Yo estoy contigo”; de un Dios que se llamó Dios-con-nosotros, como si no pudiera definirse a sí mismo sin contar con los hombres. En Jesús, que se llamó “Enmanuel” (Dios-con-nosotros) formamos parte de la definición de Dios. La gente tiene derecho a esperar que, en tu tarea de evangelizador, Dios siga recorriendo los caminos de la misericordia y el perdón. Dios no estará con los hombres, si los evangelizadores nos acurrucamos en nuestros nidos por miedo a la intemperie. Preséntale a él tus miedos, y volverás a escuchar: “no temas, Yo estoy contigo”. Verás cómo todo cambia. La intransigencia y la intolerancia no forman parte del equipamiento del evangelizador. Ábrete a un diálogo sincero, que no es renuncia a la verdad, sino propuesta de la misma con una sencillez que convence. 60. No puedes separar nunca tu inmersión en Dios y en su misterio de tu inmersión en el mundo y con la gente. Son dos caras de una misma moneda: tu propia fe, vivida con hondura, y asimilada y madurada desde el modelo que tienes en Jesucristo. Ni la inmersión en Dios te puede hacer extraño a la gente; ni la inmersión en la gente te puede separar de Dios. Te podrá resultar difícil encontrar el equilibrio, pero es imprescindible para que evites una pastoral espiritualista y desencarnada, que no tiene en cuenta la espesura de lo humano; o una pastoral tan encarnada que no sea capaz de abrir el proyecto que llevas entre manos más allá de las medidas y cálculos humanos. Te cerrarías a la “sorpresa” de la gracia. Tu mirada creyente a Jesucristo es la mejor escuela para aprender a “meterte hasta el cuello” sin dejar de “hacer pie” en el misterio de Dios. El “Dios-Hombre” nos ha enseñado para siempre a no separar lo que Dios ha unido. Que tu mirada a Dios no te distraiga de tu mirada al hombre; y que tu mirada al hombre no sea tan chata que no te abra al misterio de Dios. ORACIÓN eñor Jesús, que nos haces posible adentrarnos en el misterio de Dios, para descubrirlo y vivirlo como Padre. Tú mismo te nos ofreces, para que podamos compartir tu vida de Hijo, otorgándonos, en el Espíritu, el don de tu filiación. En los sacramentos, sales a nuestro encuentro, para que podamos gozar de tu misma vida, como misterio de gracia y misericordia. Hechos semejantes a ti, nos quieres inmersos en el mundo, y entre la gente a la que tanto quieres, para ser testigos de la novedad de tu gracia y del proyecto de salvación que a todos propones por nuestro medio. Ayúdanos, para que no nos cansemos de hacer el camino con nuestros hermanos, mostrándoles cómo el Padre los ama, los acoge y los llama. AMEN Testigos PARA LA REFLEXIÓN OBJETIVOS 1. Que se perciba la necesidad del testimonio por parte del evangelizador. Testimonio que brota espontáneo del estilo de vida evangélica, y no es buscado por estrategia. El evangelizador no está “obsesionado” de que su testimonio siempre sea percibido y acogido como tal. 2. Preparar al evangelizador para dar testimonio en tiempos difíciles. La situación cultural en que vive lo empuja a la “privatización de la fe”. 3. Ayudar a vencer los respetos humanos y el “qué dirán” tan frecuentes en muchos evangelizadores. La mejor manera es meter muy dentro de la propia vida el mensaje que se ofrece. 1. ¿Voy consiguiendo que el testimonio de vida cristiana me salga de manera espontánea? ¿Experimento la alegría del amor que mi Padre-Dios me tiene y procuro parecerme a Él, para que, viéndome a mí, la gente se dé cuenta de cómo es Él? ¿Qué diferencias veo entre “hacer” de testigo y “ser” testigo? ¿Por donde va mi propia experiencia personal en este sentido? 2. ¿Qué dificultades más importantes encuentro, hoy, para dar un testimonio sencillo, pero coherente de mi fe? ¿Tiendo a “esconder” mi fe, como si fuera un asunto privado, que sólo me vale para mi intimidad personal? ¿Me enfada la gente que reclama mi testimonio personal? ¿Hay mucha gente que esperaría otra cosa de mí? 3. ¿Abarca mi testimonio toda mi vida, o lo reduzco a los momentos en que me encuentro ejerciendo la tarea? ¿Conozco bien a Jesús, para saber a quién me tengo que parecer? ¿Me parezco a Él en la inclinación preferente por los pobres? 61. Ser testigo es una gracia para todo creyente. Testigo del amor de Dios, de Jesucristo y de la fuerza transformadora del Espíritu. Tu testimonio a favor de Jesús supone que el Dios de Jesucristo te ha transformado, haciéndote una criatura nueva. Se lo debes, por tanto, a él, pero estás llamado a experimentarlo en tu vida. A medida que tu vida va siendo transformada por la fe, sientes que algo nuevo germina dentro de ti mismo. Tu testimonio no es un simple comportamiento externo, que tú consigues echándole coraje a la vida. No es el simple compromiso esforzado con una causa que te ha convencido. Eso ya llegará. Tu testimonio es, ante todo, la expresión sencilla de un encuentro personal: el que ha acontecido entre Dios y tú. El Dios que Jesús te ha dado a conocer, y que tú manifiestas casi sin darte cuenta; así: “como si nada”, “como que no quiere la cosa” con la misma espontaneidad con que vives. Ya sabes: “de la abundancia del corazón, habla la boca”. Por eso tu testimonio no es palabrería. Cuenta con la palabra, pero con aquella que ha madurado en tu corazón a base de experiencia. Nosotros hablamos de lo que hemos visto, y anunciamos aquello que hemos palpado del Verbo de la Vida. 62. Fíjate qué amor tan grande el de Dios para llamarte hijo suyo, pues lo eres. Ésa ha sido la gran obra de Jesús en ti: te ha hecho hijo como él. Gracias a su Espíritu, tu corazón y tus labios pueden llamar a Dios “padre”; más aún, “papá” (abbá). Deja tus miedos y tus desconfianzas. Eres hijo de Dios, no su esclavo. Ahí está él: más cercano y más íntimo a ti mismo que lo puedas estar tú. “Como niño en brazos de su madre”. Toda tu vida queda transformada por esa realidad personal que te envuelve, abrazándote. Vive como hijo. Gózate en el amor de tu Padre-Dios. No recaigas en el temor. Sus brazos están siempre abiertos. Si tu historia con Dios está sembrada de perdón, lo amarás mucho más. Más grandes aún serán las maravillas que está haciendo contigo y por ti. “¿Quién podrá separarte del amor de Dios?” Nada ni nadie, porque él te ha encontrado y tú te has dejado encontrar. Déjate sorprender: no eres sólo su criatura, eres su hijo. Tu testimonio lo es siempre de esta realidad que ha transformado tu vida, dándole un sentido que nunca hubieras sospechado. Vives una vida nueva: la vida de Dios, y la transmites desde la alegría de verte envuelto en una “vida en abundancia”. 63. Tu testimonio es el parecido que tienes con tu PadreDios. “Ser como Dios” es tu tentación de criatura; pero, “ser como Dios” es también tu vocación de hijo. Tienes a quien parecerte. Si fueras huérfano, te faltarían referencias. Pero como tienes Padre, se te abre un camino insospechado de imitación. En tu vida tienes que reflejar la imagen de Dios. “Que por mi causa no queden defraudados los que esperan en ti, Dios mío”. Tu falta de testimonio defrauda. No porque tú quedes mejor o peor ante la gente, sino porque no manifiestas tu parecido con el Padre. En definitiva, es él quien queda mejor o peor parado. En tu testimonio está en juego la imagen de Dios y la acogida y acercamiento de mucha gente. Con tu vida proclamas quién y cómo es el Dios en quien crees y al que anuncias en tu tarea de evangelizador. En tu vida, habrás dicho algunas veces, queriendo justificarte: “no me miréis a mí; mirad al Dios a quien predico”. ¡Que te miren a ti, para que “viendo tus buenas obras, glorifiquen al Padre que está en los cielos”! Si eres hijo, no es una osadía que te atrevas a decir desde tu unión con Jesús: “quien me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Fue un testigo quien dijo: “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. Desde esa transformación en Cristo, Pablo fue apóstol y evangelizador. 64. No “haces” de testigo; “eres” testigo. Tu testimonio no es función o estrategia. Es una manera nueva de ser hombre o mujer. No se reduce a unos actos de tu vida. No tiene que ver sólo con los momentos en los que “ejerces” de evangelizador. El testimonio no es como un gorro que te pones o quitas a discreción. Es más, el testigo no busca serlo; lo es sin darse cuenta (¡tanto ha asimilado su nueva condición de hijo!). Cuando el testimonio es sólo externo, te cansa. Son esos momentos en los que te entran ganas de tirar la toalla. Cuando el testimonio te sale de dentro, no puedes dejar de darlo. Allí donde estés, y hagas lo que hagas, serás testigo. En la medida en que des unidad a tu vida, tú mismo te sentirás más feliz y contagiarás a los demás. El testimonio interior lo recibes del Espíritu, que, en lo más íntimo de ti mismo, te da las razones más hondas para creer, esperar y amar, haciendo de tu vida un don para los demás. Porque tú mismo recibes del Espíritu el testimonio a favor de Jesús, puedes ser testigo de él ante los demás. Y el mismo Espíritu da testimonio a favor de Jesús para los demás a través de tu testimonio sencillo y constante. También en el testimonio eres obra del Espíritu. No lo das por tu propia cuenta. Es Él quien lo da a través de ti. 65. Es verdad que te ha tocado ser testigo en tiempos difíciles. Tu testimonio va contra corriente de muchos comportamientos de la gente. Los valores del Evangelio no están hoy al alza. Es más, a veces, hasta puedes pensar que eres un bicho raro y que, viviendo conforme al evangelio, “haces el primo”. Puedes llegar, incluso, a pensar que en un mundo tan competitivo como el nuestro, necesitas vivir como “cualquier hijo de vecino”, si quieres “levantar cabeza”. Y, así, te haces a la idea de que tu fe no tiene por qué meterse en tu vida; que es algo perteneciente a tu intimidad y no tienes por qué manifestarla públicamente, ni tienes por qué aplicarla a las “cuestiones de la vida”: familia, educación, trabajo, política... Es lo que se llama la privatización de la fe, que está tan en boga en nuestros días. Si piensas y actúas así, tu tarea evangelizadora se quedará a medio camino y estarás preparando cristianos que jamás darán testimonio de su fe en la construcción de una sociedad más cercana al plan de Dios, en la línea de la filiación y la fraternidad. Meterás a Dios en la intimidad de las conciencias, y no harás de su acogida y confesión una fuerza de transformación del pequeño o grande mundo en el que vives y trabajas. 66. La fuerza de tu testimonio debe ayudarte a superar cualquier respeto humano; el “qué dirán” que tantas energías resta a tu vida de apóstol. El testimonio es fruto de la valentía apostólica que necesitas para “anunciar el evangelio con ocasión y sin ella”. Quien ha sido “agarrado por el Evangelio” en la totalidad de su vida, respira evangelio en todo lo que dice y lo que hace. No queda rincón en su vida sin iluminar por su estrecha unión con el Señor. Incluso en momentos difíciles, percibirás que “tienes que obedecer a Dios antes que a los hombres”. El respeto que toda persona te merece hará que no seas impositivo e intolerante, que tu testimonio no sea arrogante, pero nunca te debe retraer de ofertar a los demás “lo que has visto y oído, lo que tus propias manos han tocado del Verbo de la Vida”. Piensa que tu propia experiencia de Dios y de su salvación es un medio privilegiado por el que el Señor quiere llegar a los demás. No tengas miedo a compartirla. Estás diciendo con sencillez y alegría “lo que el Señor ha hecho contigo”. Sentirás que “la palabra se ha vuelto en ti como un fuego devorador; intentarás sofocarla, pero no podrás” incluso en los momentos en los que, desanimado, hayas llegado a decirte a ti mismo: “no pensaré más en Él; no hablaré más en su nombre”. 67. No te extrañe que la gente reclame tu testimonio. Te puede poner nervioso que te exijan más que a los demás. Pensarás que mucha gente lo hace para justificar su falta de compromiso, transfiriendo a ti las exigencias que ellos no son capaces de asumir. Aunque esta estratagema procediera de mala voluntad, agradécelo, porque es una buena manera de recordarte tu fidelidad. Como evangelizador te debes a la gente. Y ya sabes: “el mundo de hoy cree más a los testigos que a los maestros; y si cree a los maestros es porque son también testigos”. El testimonio es el primer paso en una buena evangelización. Cuando suscites la pregunta: “¿por qué esta persona es así?” estarás sembrando la primera semilla de tu anuncio del Reino. Si por el contrario, tu falta de testimonio da pie a pensar que no será tan importante lo que anuncias, cuando tú no lo cumples, estarás cerrando el corazón de mucha gente a la acogida del evangelio. No te canses hasta que puedas decir: “sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo”. Esa es la mayor fuerza de tu testimonio. No lo podrás decir de la noche a la mañana. Pero lo podrás decir algún día, si no cierras tu corazón a la gracia. 68. El testimonio abarca toda tu vida. No puedes hacer en ella compartimentos, viviendo el evangelio a trozos. Si lo haces así, ni tú mismo te sentirás a gusto. Tendrás muchas veces la sensación de que no eres sincero, y eso mismo quitará fuerza de convicción a tu tarea. No quiere esto decir que tengas que esperar a ser santo para ser evangelizador; pero sí, que los santos son los que mejor evangelizan. Es verdad que el evangelio nos supera a todos y que, muchas veces, el Espíritu actúa “a pesar nuestro”. Pero lo normal es que actúe a través de sus testigos. Tu propia tarea es una llamada a tu fidelidad: ser fiel no sólo en los momentos y en los aspectos en los que “haces” de evangelizador. “Eres” evangelizador desde tu vida, transformada por el Señor. No vale que te reserves parcelas de tu vida para ti mismo, viviéndolas de espaldas a Jesús y su evangelio. Aquí tienes una tarea personal de respuesta y conversión, que forma parte de tu propio itinerario de vida interior. Tus “trabajos por el evangelio” no pueden mermar la necesidad de “velar por ti mismo” en un permanente camino de fidelidad y de entrega. 69. En Jesús de Nazaret tienes el modelo de tu testimonio. Él es el “testigo fiel”. Te sentirás feliz, cuando tú mismo puedas decir: “sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo”. Él te da la posibilidad de hacer tuyos su vida y sus sentimientos. Tienes que conocer la vida de Jesús. Pero el conocimiento no basta. No conoces ni admiras a un personaje del pasado, al que imitaras sólo por fuera. Vives la misma vida de Jesús, que el Espíritu te comunica a través de los sacramentos, especialmente de la eucaristía. Por eso, tu testimonio no es algo distinto de tu vida sacramental. Sacramentos y vida no son como dos raíles paralelos. Los sacramentos alimentan tu testimonio; y tu testimonio da credibilidad a los sacramentos. Cuando no vives esta armonía, celebrarás los sacramentos como meros ritos externos, y tu testimonio no pasará de ser un esfuerzo ético, digno de alabanza, pero desgajado de la raíz que lo alimenta y lo hace “testimonio cristiano”. Une vida y sacramentos y proclamarás con tu testimonio la fuerza que viene de Dios y que se realiza en tu propia debilidad. No te asuste llevar tesoro tan grande en tu vasija de barro. 70. El testimonio llevó a Jesús hasta la muerte: “siendo hijo, aprendió lo que significa obedecer”. La voluntad del Padre es la pasión del testigo. Como hizo con Jesús, el Padre te quiere para entregarte a los demás. Tu vida es un regalo que Dios hace a los hombres, porque los continúa queriendo apasionadamente. Especialmente a quienes, a través de toda la historia, fueron los destinatarios privilegiados de su amor: los pobres. Jesús fue enviado de manera preferente a los pobres y pecadores, a los que estaban lejanos y excluidos. El testimonio de su predilección por ellos causó el escándalo que le acarreó la muerte. No podrás dar testimonio de Jesús, si no colocas en el centro de tu corazón de evangelizador los rostros e historias concretos de los más pobres y marginados, de los excluidos de la sociedad. El mensaje que llevas entre manos les pertenece de manera privilegiada. Con tu estilo evangelizador se lo debes devolver. Tú mismo sabes que sólo en la medida en que experimentas y vives tu propia pobreza eres acogedor sencillo y transmisor fiel de la salvación. Que no te asuste tu pobreza. Alégrate de no saber otra cosa que Cristo crucificado. Tendrás entonces la sabiduría de Dios que tantas veces desconcierta. ORACIÓN eñor Jesús, Tú eres el Testigo fiel, que nos has mostrado el rostro de Dios, metiéndolo en nuestra propia vida como rostro de Padre. Haz que nos parezcamos a Dios, para que, desde la novedad de nuestra vida, vayamos diciendo lo hermoso que es ser hijos de tal Padre. Que no nos asusten las dificultades, ni nos hagan meter debajo del celemín la luz que tú has encendido en nuestro corazón. Danos valentía para proclamar con sencillez y audacia lo que tú has realizado en nuestras vidas, y, así, podamos dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos la pida. Haz que, teniéndote por modelo de nuestro testimonio, nos entreguemos con preferencia a los más pobres y marginados. Ellos son los que más urgentemente reclaman nuestra vida y nuestra entrega. AMEN. Hermanos PARA LA REFLEXIÓN 1. ¿Ejerzo mi tarea de evangelizador como dominante o como servidor? ¿Me las sé todas, o me considero siempre discípulo que tiene que aprender también de los otros? ¿Recibo de buen grado la corrección fraterna y la hago con sencillez a los demás? OBJETIVOS 1. Acoger la tarea evangelizadora como un servicio fraterno, manteniendo siempre la sencillez del discípulo, mostrándose siempre abierto a la corrección fraterna. 2. Mostrar la fraternidad en la apertura de corazón a todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo, en la disponibilidad para la ayuda y en la atención preferente a los más pobres. 3. Descubrir la raíz de la fraternidad en la filiación común respecto al Padre. No formamos una “fraternidad huérfana” sin Padre. Alimentar la fraternidad en la eucaristía. 2. ¿Estoy abierto a la gente con quien convivo? ¿Me doy cuenta del don que ofrezco, cuando entrego el evangelio? ¿Cómo ando de disponibilidad? ¿Me reservo mucho para mí, por el miedo a compartir mi vida? 3. ¿Me siento preferentemente hermano, cercano de los más pobres y sencillos? ¿Los escucho, los atiendo, les ayudo...? ¿Cómo muestro mi cercanía a ellos? Mi vivencia de la fraternidad, ¿llega a tocar el sentido mismo de mi vida, o se me queda en unas cuantas cosas que hago por los otros? ¿Descubro la raíz de mi fraternidad en la filiación de todos con relación a Dios? ¿La alimento en la eucaristía? ¿Me siento fraternalmente unido a los demás evangelizadores? 71. Ser evangelizador no te coloca por encima de nadie en la comunidad o en el pueblo. No se te ha confiado un poder, sino un servicio a favor de quienes son tus hermanos. No mires a nadie por encima del hombro. No busques el reconocimiento social de la gente. “Marcha, humilde, junto a tu Dios”. Dios, que “te pidió permiso” para entrar en tu historia personal, pide también permiso a los demás a través de tu cercanía de hermano. Desarrolla la sensibilidad fraterna. Te sentirás acompañado y acompañante en “el camino, junto a Dios”. Acompañado por una multitud de hermanos: tu parroquia, tu comunidad, tu grupo, tu equipo. No estás solo. Siente el acompañamiento de los tuyos. Busca ser acompañado, para mantener tú mismo la fidelidad, para saber descubrir lo que Dios te pide en cada momento, para avivar la esperanza y estar atento al paso del Señor. Cuando te dejas acompañar, reconoces que no eres tú mismo el autor de tu camino; que recorres un sendero abierto por el Señor y recorrido por una multitud de hermanos. Aprende de quienes ya recorrieron el camino y de quienes lo están recorriendo a tu lado. 72. Para dejarte acompañar, necesitas la sencillez del discípulo. ¡Enseñas tantas cosas que puedes tener la impresión de no necesitar ser enseñado! No sólo en las verdades de la fe, sino en la sabiduría que conduce a la salvación. “Sabérselas todas” es malo para el evangelizador. Le priva de estar constantemente aprendiendo con actitud receptiva y acogedora. Aprendiendo de todos, pero especialmente de los sencillos. Todos te pueden enseñar; mira a todos como a posibles “maestros”. En cada vida y en cada historia puedes encontrar indicaciones para el camino. Aprende a leerlas a la luz del evangelio y te sorprenderás de ver cómo “el Señor te enseña sus caminos”. Entrénate en el reconocimiento de las semillas que Dios esparce de tantas maneras en el corazón de los hombres. Sin esta actitud te será difícil la tarea de evangelizador: descubrirás “enemigos” donde Dios te pone “hermanos” para recorrer el camino. Ten la humildad de saber preguntar. No sólo en lo que se refiere a tu trabajo pastoral, también en las cuestiones de tu propia vida de creyente. Las “señales de Dios” te vendrán muchas veces a través de los hermanos. 73. Con corazón de hermano, abre tu corazón a todos los hombres y mujeres de tu tiempo. Tu condición de evangelizador te abre a los demás con un título nuevo: el evangelio, destinado a todos los hombres. Jamás el evangelio puede cerrarte. Su mensaje lleva preguntas y respuestas que están en la entraña del corazón humano. Son las mismas que tú compartes con todos los hombres, tus hermanos. Cuando vives y anuncias el evangelio no lo haces como un extraño. Incluso cuando a tu alrededor descubras indiferencia y hasta hostilidad, piensa que estás haciendo una sementera que algún día fructificará. También para quien no cree, el evangelio que anuncias lleva una carga humanizadora, que crea fraternidad. Para muchos puede ser la entrada a la fe. La fuerza del evangelio para hermanar a todos es una gracia universal. Desde esa oferta, hazte sensible a todas las corrientes de solidaridad fraterna que atraviesan el corazón y el comportamiento de los hombres. Refuérzalas, motívalas, ahóndalas, pero no te quedes fuera de ellas. 74. Que la gente te pueda percibir como a un hermano. Muéstrate disponible. “A quien te pida la túnica, dale también el manto; y a quien te pida recorrer una milla, acompáñale dos”. Da siempre con abundancia; date siempre con generosidad. Acompaña siempre con el respeto de quien llega a la vida de los otros como “de puntillas”, pero con la seguridad de que siempre está ahí cuando se le necesita. En tu tarea evangelizadora crea profundas relaciones humanas. ¡Que no es una empresa donde trabajas! Es una familia llamada a construirse dando y recibiendo de los demás y para los demás. Aprende a estimular, a crear esperanza, a contagiar alegría. Sé cercano a los demás “en las duras y en las maduras”. No dejes a nadie solo en situaciones difíciles, y haz tuya la alegría de los hermanos. Tu tarea evangelizadora llena tu corazón de nombres: los de todas las personas con quien entras en contacto y los de aquellas otras que, de una manera u otra, te esperan. No dejes los nombres de la gente en la frialdad de las listas o en la complejidad de las estadísticas. Mételos en tu propia historia, haciendo con todos ellos el camino de una vida compartida. 75. Tu acogida de hermano te inclina con preferencia a los más pobres y débiles. Ellos son los que más te necesitan. A ellos te acercas no para sentirte mejor, o más santo, o más fiel. Lo haces para mantener viva su esperanza, dándoles motivos reales de superación y de lucha. No los amas “por” Dios; los amas “con” Dios, con aquel amor de Dios “que ha sido derramado en tu corazón con el Espíritu Santo que se te ha dado”. Y el amor de Dios es creador, fortalecedor, apasionado. Ábreles caminos nuevos y ayuda a crear las condiciones para que puedan vivir con dignidad de personas. Con los pobres y débiles no seas paternalista, porque uno solo es el padre, Dios. Sé maduro para no crear dependencias que infantilizan y entorpecen el desarrollo personal. Echa todas las manos que sean necesarias, pero piensa que es preciso que ellos crezcan y tú disminuyas. No te hagas protagonista a costa de los otros. Haz protagonistas a los demás, con la sencillez de quien acompaña sin ser percibido. Entra en la vida de los otros no arrollando, hazlo acompañando. Con discreción y madurez, con sencillez y esperanza, haciendo de todos caminantes y no simples espectadores del camino de unos pocos. 76. Como hermano, comparte tus bienes y tus dones, lo que tienes y lo que eres. Recibiste una vida que la mereces dándola, y la salvas en la medida en que la entregas. No pongas tu tarea evangelizadora al margen de esta corriente de entrega: entrega personal y entrega social. Arranca de tu corazón el egoísmo que te cierra a los demás y que tiende a hacerte el centro de todos y de todo. Y ayuda a arrancar el egoísmo social, que organiza la vida en beneficio de unos pocos, dejando a mucha gente en la cuneta. Como evangelizador, aviva tu interés y colaboración en la construcción de una sociedad más justa y fraterna. Ten espíritu crítico para descubrir y denunciar los atentados anti-fraternos en la organización de la sociedad. No “comulgues con ruedas de molino”, aceptando, sin más, lo que en la organización política, económica y social atenta contra muchos y favorece a unos pocos. La pasión de hermano no la vives sólo creando espacios cálidos de convivencia en una sociedad injusta y antifraterna; la vives también, y sobre todo, cuando te implicas con valentía en hacer de toda la sociedad un único y amplio espacio de fraternidad. Y cuando pienses en la sociedad, no te reduzcas al pequeño mundo en el que vives, abre tu corazón al mundo entero y duélete con todos los pobres de la tierra. También ellos son tus hermanos; y de su vida y de su muerte eres también co-responsable. 77. Porque eres hijo, eres hermano. A veces, te gustaría ser hijo único. Todo sería para ti. Pero tu Padre tiene tantos hijos como habitantes ha tenido, tiene y tendrá el mundo. A decir verdad, nuestro Padre tiene un Hijo único: Jesús. Pero, en Jesús, todos estamos llamados a ser hijos del mismo Padre. Fíjate, la verdad más sencilla de tu fe es la llamada más fuerte a la fraternidad. No tienes que buscar motivaciones prestadas para vivir como hermano. Invoca a Dios como Padre y habrá cambiado de raíz tu relación con todos los hombres. Esa es la Buena Noticia que anuncias cuando predicas el evangelio. La cuestión es el nivel en el que vives la filiación y la fraternidad. Si las vives como un añadido a tu ser hombre o mujer, “harás” de hijo y hermano en algunas ocasiones de tu vida, pero no “serás” hijo y hermano. El gran don que te ofrece el Señor es el de “ser” no simplemente el de “hacer”. “Ser en Cristo Jesús” (eso es la vida cristiana) significa para ti “ser hijo de Dios-Padre” y “ser hermano de todos los hombres”. Así de sencillo y así de extraordinario. Por eso, todo lo que tienes que hacer es “amar a Dios con todas tus fuerzas y al prójimo como a ti mismo”. 78. ¿Recuerdas la parábola del hijo pródigo? No te vayas a identificar con el hermano mayor. Aquel muchacho habría sido un mal evangelizador. Estaba tan a gusto en la casa de su padre, que no se acordaba del hermano que se había alejado. Mientras al padre se le partía el corazón por el hijo perdido, a él se le endurecían las entrañas, temiendo su vuelta. Con tu estilo evangelizador tienes que ayudar la salida del padre a buscar a quienes se fueron o nunca estuvieron en la casa paterna. Tu identificación con el corazón del Padre te hace “sentir debilidad” por los hermanos que lo dejaron. Pregúntate también por tu manera de estar en la casa; pudiera ser que tú mismo la estés haciendo inhabitable para otros. Pregúntate si la lejanía de muchos no se debe también a que tu cercanía no es acogedora, o no manifiesta gozo y alegría con los hermanos que llegan. Ni la casa es tuya, ni el corazón del Padre te pertenece en exclusiva. La casa y el Padre son de todos. Y a la mesa servida están llamados los de cerca y los de lejos. Un solo Padre, una sola casa y una sola mesa. Anuncia por todas partes que “la mesa está servida, caliente el pan y envejecido el vino”. Alégrate de que tu Padre sea así y, anunciándolo, abre las puertas de par en par, para gozarte con la multitud de tus hermanos. 79. Vive también la fraternidad con los demás evangelizadores. No sois simples compañeros de trabajo o colegas de una misma empresa. Vuestras relaciones no son laborales; son relaciones de hermanos. Vívelas como una gracia. No midas la tarea común por honores, puestos o competencias. Reconócete en lo que hacen los demás y abre a los otros lo que tú haces y el campo donde trabajas. Acostúmbrate a compartir con sencillez y alegría. Vuestra propia fraternidad es ya un signo de la familia que queréis construir. Unidos en Cristo, tenéis en común “los trabajos por el evangelio”. Ayuda a los demás con tu entusiasmo y tu disponibilidad. Anima a quien esté en baja forma; y déjate ayudar cuando lo estés pasando mal. Entre los evangelizadores, debes experimentar la amistad que crea el seguimiento de Jesús. Recuerda al grupo de sus discípulos y gózate en la comunión que crea su presencia. Lo que tú haces es importante, pero también es lo que hacen los demás. No vayas a confundir tu carisma con tus “manías”; el carisma edifica siempre la comunión fraterna; las manías” dividen y confrontan. 80. No hay fraternidad sin eucaristía. Un solo pan y un solo cuerpo. Comunión con el cuerpo de Cristo y comunión de dones, de servicios y de carismas, para formar una misma y única iglesia. En la eucaristía, la diversidad queda trabada en unidad. Lo mismo que las espigas en el pan y las uvas en el vino. Celebra la eucaristía, apasionado por la comunión. En ella la recibes y la expresas. De ella recibes la fuerza para construirla. Desde la eucaristía sales al mundo con el compromiso de hacer una comunidad de hermanos. Descubre la fuerza de unión de la eucaristía. Celébrala con sentido de familia. Participa activamente en ella, porque es la gran fiesta de la comunidad en la que trabajas. Haz de ella un encuentro de hermanos que escuchan la Palabra del Padre y se unen a la entrega del Hijo. Que se note que allí está aconteciendo la presencia de Jesucristo entre nosotros. La misma presencia con la que quieres inundar tu vida y la vida de los demás. Anuncias una presencia, no un recuerdo. La misma presencia que experimentas sacramentalmente cuando, con tus hermanos, acoges para ti y para el mundo a Cristo resucitado. Como los de Emaús, acostúmbrate a reconocerlo en el “partir el pan”. Implícate en la eucaristía de la comunidad y no andes buscando como privilegio una eucaristía “particular” para ti o para tu grupo. La eucaristía es la mesa común de la familia. En ella se realiza y se expresa la fraternidad. ORACIÓN eñor Jesús, nuestro hermano mayor, danos sensibilidad fraterna, para que no miremos a nadie por encima del hombro en nuestra tarea evangelizadora. Haz que nos sintamos discípulos sencillos, que necesitamos siempre aprender, para abrir así nuestro corazón y ofrecer lo que llevamos en él; para estar disponibles para todos, especialmente para los más pobres y marginados. Que ellos encuentren en nuestra oferta y entrega la realidad de tu presencia cercana y amiga. Que ayudemos a que todos los hombres se acerquen al Padre tuyo y Padre nuestro, y así pueda Él hacer de todos una gran familia de hermanos. Que los evangelizadores sintamos nuestra condición de hermanos, y que alimentemos siempre en tu “cuerpo entregado” y en tu “sangre derramada” la gozosa experiencia de nuestra propia entrega. AMEN. Alegres PARA LA REFLEXIÓN OBJETIVOS 1. Hacer consciente al evangelizador de que lleva entre manos una alegre y buena noticia, desde la que puede responder a las más hondas aspiraciones del corazón humano. 2. Que el evangelizador no confunda alegría con ingenuidad. La respuesta al sentido de la vida no es fácil, y supone un conocimiento hondo de las aspiraciones del corazón humano. 3. Situar la alegría del evangelizador en su correcto lugar: en la madurez creyente, en la esperanza y salvación anunciadas, en la salida misionera a los ambientes más alejados y difíciles. 1. Personalmente, ¿me resulta nueva, sorprendente y alegre la salvación que comunico en mi tarea evangelizadora? ¿Encuentro en el Evangelio vivido una respuesta a mis más profundas inquietudes? ¿Me nace mi alegría de dentro del corazón o presento una alegría “postiza”? 2. La madurez de mi alegría: ¿soy alegre porque soy ingenuo? o ¿soy alegre porque soy esperanzado? ¿Me encierro en círculos muy pequeños para encontrar una “alegría cálida”? ¿Me da miedo la intemperie? ¿Anuncio el misterio de Dios con la alegría de quien está ayudando a responder a cuestiones importantes de la vida de la gente? 3. La esperanza es motivo de honda alegría, ¿pero me saca del mundo en que vivo? ¿Tiendo a no preocuparme de los problemas de la gente, porque me complican demasiado mi vida? ¿Mantengo la alegría incluso cuando resulta más difícil evangelizar? 81. El mensaje que vives y anuncias se llama evangelio, que significa buena noticia, noticia alegre. Es una noticia buena y alegre, porque abre horizontes y señala metas a tu vida y a la de los demás. ¿No te ocurre, a veces, que no encuentras sentido a tu vida? ¿No tienes momentos en los que te parece que todo es oscuro dentro de ti mismo y a tu alrededor? Te sientes grande y pequeño al mismo tiempo; descubres tus momentos de gloria y de miseria. Puedes llegar a pensar que eres una pura contradicción. Te preocupa el sentido de tu ser, de tu trabajo, de tu amor, de tu familia, de la sociedad en la que vives... Un qué y un para qué muchas veces claro, pero en ocasiones, ¡un tormento! Es que, pensándolo bien, cada hombre y cada mujer somos un misterio. A lo largo de tu existencia, encontrarás a mucha gente que prefieren “aparcarlo” para arrancarle a la vida las pequeñas felicidades que les permitan “ir tirando”. Pero, dentro, queda un corazón inquieto e insatisfecho. La alegría del evangelio arraiga en la hondura de la vida. Es la “alegría seria” que no pasa por encima de las dificultades y limitaciones. Las asume y las transforma. 82. Puedes ahogar la inquietud e insatisfacción; pasar de ellas. Muchas veces tendrás esa tentación. Pero, desde ellas, puedes mantenerte en una constante actitud de búsqueda. Un gran hombre y gran santo, Agustín de Hipona, expresó sus más íntimos anhelos con una descripción memorable: “nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón anda inquieto hasta que descanse en ti”. La inquietud del corazón es llamada fuerte a la felicidad. Nos reclama, haciendo que no tengamos hartura. Siempre buscamos ser felices, incluso cuando erramos el camino. El ansia de felicidad se resiste a darse por vencida. La compartes con todos los hombres y mujeres a quienes encuentras en tu tarea evangelizadora. Reclamo del corazón que es puerta abierta al evangelio. El corazón es la vida entera que se resiste a ser encerrada en el sinsentido y el absurdo. La respuesta que tú vives y ofreces no es ajena a la pregunta que constantemente aflora en el corazón humano, a veces de forma violenta. Cuando evangelizas no superpones respuestas a un corazón sin preguntas. No te vaya a pasar lo que a aquel mono distraído y aburrido a quien el autor del póster que lo representaba le hacía decir en el escrito: “ahora que me sé la respuesta, se me olvidó la pregunta”. 83. Tu alegría más profunda nace de tu propio corazón. En Jesús te has encontrado con el Padre y experimentas que “su gracia vale más que la vida”. La comunión con Dios es tu bien más preciado. Tu alegría procede de la confianza y la vives en la esperanza. Es el momento de tu confesión gozosa al Señor: “ningún bien tengo sin ti”. Y haces una jerarquía de valores: te entusiasma haber encontrado un tesoro escondido y una perla preciosa. Empiezas a dar importancia a lo que merece la pena y a quitársela a “lo que hoy es y mañana no aparece”. Descubres que la vida hay que mirarla en su conjunto y no en los momentos de pena o de gloria, a los que sientes la tentación de agarrarte como tu única tabla de salvación. Jesús te ofrece salvar tu vida desde el sentido de Dios. Es el que buscas, aunque, muchas veces, lo hagas a tientas. Cuando acoges a Jesús como “camino, verdad y vida” experimentas que no eres un buscador a ciegas. Te sentirás, a veces, desconcertado, darás tropezones, tu experiencia podrá ser tu propio aguijón, pero podrás confesar con San Pablo: “sé de quien me he fiado y estoy seguro”. Tu confianza se hace alegría serena. 84. Pero no confundas la alegría con la ingenuidad. Como evangelizador no puedes ser ingenuo. Ni tu tarea consiste nunca en dar recetas, como si la alegría la distribuyeras con fórmulas mágicas. Y, ¡cuidado! que también del evangelio puedes hacer un recetario. En el evangelio no encontrarás fórmulas mágicas, ni una respuesta hecha para cada pregunta formulada. Jesús y el evangelio son la respuesta a la gran pregunta de la vida, pero no ponen en tus manos las respuestas hechas para cada una de las cuestiones que la vida nos plantea hoy. Continúas siendo un buscador; confiado, pero buscador. Por eso, no confundas tu alegría con un optimismo ingenuo frente a los problemas personales y sociales. Nunca intentes ser alegre a base de repetirte: “ojos que no ven, corazón que no siente”. Tu alegría sería la de los ingenuos. Y la evangelización te pide sencillez, no ingenuidad. Descubre un desafío en las ofertas de felicidad que encuentras a tu alrededor. Ellas te están indicando la pasta de la que está hecho el corazón humano y te estimulan a buscar en el evangelio “el agua que salta hasta la vida eterna”. 85. No encontrarás la alegría construyendo en tu vida “rincones cálidos” en los que sentirte a gusto y a los que recurrir como refugio. Como evangelizador puedes sentir la tentación de encerrarte en la calidez de tu grupo, porque te hace sentirte seguro y contento, al margen de la dureza de la vida. “Qué bien se está aquí, hagamos tres tiendas...”, pero Jesús los bajó del monte para seguir el camino por las aldeas y ciudades, anunciando el evangelio del Reino. El Señor te quiere alegre no sólo cuando estás a solas con Él, gustando en la oración “qué bueno es el Señor”, ni sólo cuando estás con el reducido grupo de tus amigos e incondicionales. Te quiere alegre en la intemperie de la vida, allí donde te envía a anunciar la buena nueva del Reino. La alegría con que presentas y ofreces la buena nueva de la salvación es una primera llamada a la esperanza. Sentirás que se produce el contagio, porque todos tenemos el corazón hecho de la misma masa. 86. Habrás descubierto ya en tu experiencia creyente que Dios no es competidor ni celoso de todo lo grande, noble y hermoso que habita dentro de ti. No anuncies nunca el misterio de Dios y de su salvación en competencia con las nobles aspiraciones del corazón del hombre. Cuando Dios lo creó, hombre y mujer, “vio que era muy bueno”. Y cuando lo re-crea, en Cristo Jesús, quiere que aflore de nuevo, multiplicada, aquella bondad y belleza original. Los caminos de Dios nos llevan a Él, haciendo que nos encontremos definitivamente con nosotros mismos. Son las dos laderas de un mismo y único camino. Coger otros atajos (eso es el pecado) significa no sólo desviarse del camino hacia Dios, sino errar de camino para alcanzar nuestra meta de hombres y mujeres. Cuando vives y presentas las exigencias del Reino y del seguimiento de Jesús no ofreces los mandatos de un Dios “caprichoso” que estuviera ahí para fastidiar y entristecer al hombre con sus prohibiciones. Anuncias la voluntad de un Dios, cuyas delicias es estar con los hijos de los hombres “para que tengan vida y la tengan en abundancia”. No te vaya a pasar lo que a aquel que se quejaba de que Dios quisiera salvar a todos, incluso a los pecadores, porque no eran maneras de recompensar el “fastidio” que a él le había supuesto el esfuerzo por mantenerse fiel a sus mandatos. 87. Tu alegría de evangelizador es fruto de tu madurez creyente. Te sientes agarrado por Dios en la totalidad de tu existencia. Y anuncias a un Dios que quiere para todos los hombres una salvación integral. No dejas ningún aspecto de tu propia vida, de la vida de los demás y de la vida de la sociedad en que vives al margen de la luz penetrante de la salvación que anuncias. Tocas así uno de los más profundos anhelos del corazón humano. Y lo anuncias con tal plenitud que ni la misma muerte, a la que tanto tememos, oscurece una esperanza asegurada por “el Dios de vivos y no de muertos”. Con la mirada puesta en Cristo Resucitado puedes encararte con el final, y hacerlo con la misma audacia de Pablo: “¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?”. La resurrección de Cristo es garantía de tu vida total y de la totalidad de vida que ofreces con su anuncio. Cuando aprendas a dar razón de tu esperanza habrás encontrado la fuente más íntima de tu alegría personal y la fuerza más grande para proclamar la buena noticia: que Dios llama al hombre a la vida, cumpliendo y desbordando anhelos, porque “ni el ojo vio ni el oído oyó lo que Dios tiene reservado a los que lo aman”. Toda tu tarea de evangelizador queda marcada por esta alegría de la esperanza confiada. 88. La alegría serena de tu mirada al final, habitúa a tus ojos a mirar al presente de una manera nueva. El Resucitado no sólo te espera, te acompaña. Con tu tarea de evangelizador no sólo apuntas hacia el “todavía no” de la plenitud por llegar, te comprometes a realizar un “ya” que se vaya acercando progresiva y dinámicamente a la plenitud esperada. La esperanza que te alegra no es un achaque para despreocuparte de la historia que te duele. En ella tienes una nueva fuerza de compromiso de salvación. El evangelizador no es un cantor de promesas ajenas a la historia en la que vive. Educado en la “historia de la salvación” descubre que la promesa del Dios en quien cree trabaja la historia desde dentro. Y, como creyente, se sabe instrumento de realizaciones históricas personales, sociales, políticas, económicas, laborales...- en las que la promesa comienza ya a cumplirse. Y tiene también la fuerza para oponerse a todos los frenazos y retrocesos con que los hombres sembramos la marcha de la historia hacia delante. La pobreza, la marginación, la injusticia, la violencia, las guerras... le duelen al evangelizador en lo más hondo de su esperanza. La fuerza para la lucha te viene de “la esperanza que no defrauda” y la alegría que te sostiene la aprendes de los que “esperaron contra toda esperanza”, porque tenían en Dios su confianza. 89. Tu alegría debe también modelar tu estilo. ¿Recuerdas aquel dicho: “un santo triste es un triste santo”? Aplícatelo y no seas un triste evangelizador. ¡Que no puedes llevar una buena noticia así, como si nada! No eres un pregonero a sueldo, encargado de soltar una retahíla, aprendida de memoria. Te has jugado la vida y la has ganado. ¿Dónde está el entusiasmo? ¿No te debe salir la alegría por los cuatro costados? Además, has ganado tu vida, dándola, y “hay más alegría en dar que en recibir”. En el evangelio encuentras un programa de “dicha”. El Señor las llamó “bienaventuranzas”; y son eso: las “dichas” del creyente. Extrañas dichas, es verdad; pero su revelación a los sencillos llenaron de alegría el corazón de Cristo. Tu estilo de evangelizador debe proclamar que “quien busca la vida la pierde y quien la pierde la encuentra en plenitud”. No te busques a ti mismo. No te llenes de cosas. No vayas por la vida hambreando que la gente te recompense. Como evangelizador no eres un “buscador de recompensas”. Dios no ha puesto un precio a la conversión de nadie, para recompensar tu esfuerzo o tu pericia. Lo que cuenta es sólo la alegría del Padre por un pecador que se convierte. La alegría del Padre es la tuya. Por eso sabes que tu lugar de evangelización está allí donde hay más lejanía y olvido de Dios. Comparte la alegría del Padre por el hijo que vuelve, y, con tu trabajo en los ambientes más difíciles y lejanos, ayuda su vuelta. Si lo haces con sencillez, tu alegría de evangelizador se verá colmada. El amor y la alegría del Padre son la fuerza más grande para tu salida misionera. 90. Vive y anuncia la alegría de la salvación. Jesús te da la seguridad de que es posible. Él lo ha hecho posible para ti y para todos. Él está contigo y con todos, siempre. Él nos conduce y nos lleva. No es un recuerdo del pasado. Está vivo y presente. Sin Él no podemos hacer nada. Su presencia nos sostiene. En ti, Él continúa evangelizando. Como evangelizador, no lo imitas; lo prolongas, haciéndolo presente. Él te ha llamado, porque quiere que lo hagas contemporáneo a los hombres y mujeres de nuestra tierra y de nuestra época. Si Él está contigo, ¿quién estará contra ti? Así se lo preguntaba San Pablo y sentía que nada ni nadie lo podrían apartar del amor de Dios. Esa fuerza interior irresistible le hizo vencer todas las dificultades de la evangelización. Cuenta tú también con ellas. No todo te va a resultar de color de rosa. Te llegarán momentos en que creas que no merece la pena complicarse, que bastante tienes con lo tuyo para preocuparte también de los demás. Escucha esta confesión de un gran profeta, Jeremías: “La palabra del Señor se ha convertido para mí en constante motivo de burla e irrisión. Yo me decía: 'no pensaré más en él, no hablaré más en su nombre'. Pero era dentro de mí como un fuego devorador encerrado en mis huesos; me esforzaba en contenerlo, pero no podía” (20,8-9). Ya ves, no eres el primero en sentir que la gente se ríe y se burla de ti, cuando tú estás poniendo tu mejor buena voluntad. Pero tampoco eres el primero en encontrar el motivo más hondo para seguir evangelizando: “tus palabras son mi delicia y la alegría de mi corazón, porque he sido consagrado a tu nombre, Señor, Dios todopoderoso” (15,16). ORACIÓN eñor Jesús, que experimentaste la alegría de revelar el misterio de la salvación a los sencillos y pequeños, abre nuestro corazón a la alegre noticia de tu evangelio: que encontremos en él respuesta a las inquietudes más hondas de nuestra vida. Mantén nuestra alegría confiada en una búsqueda permanente: que no cerremos horizontes y preguntas, aunque muchas veces no tengamos respuestas hechas para todo. Haznos buscadores de la respuesta a la gran pregunta de la vida con la inquietud y el interés que compartimos con los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Que la esperanza que nos sostiene y nos alegra no nos saque del mundo en que vivimos: que, en medio de sus dificultades, experimentemos la “alegría de tu salvación”. AMEN. Misioneros OBJETIVOS 1. Crear en el evangelizador actitudes y estilo que le hagan pensar y realizar la misión más allá del ámbito de su propia parroquia, grupo o movimiento. Por el hecho de ser evangelizador se es misionero. 2. Responsabilizarlo de la misión de toda la Iglesia, abriéndolo a la preocupación por la predicación del evangelio en los países de misión, y a los más alejados en el propio ambiente. 3. Que sienta la necesidad de un “equipamiento” personal y pastoral actualizado y abierto, para no hacer de la misión una “superposición” extraña a la vida de la gente y sin conexión con sus problemas y posibilidades, dando una impronta misionera al conjunto de la acción que se realiza. PARA LA REFLEXIÓN 1. ¿Caigo con frecuencia en la rutina? ¿Me sé ya las cosas y las repito como un papagayo? ¿Tengo la sensibilidad necesaria para estar constantemente pensando en las necesidades de los destinatarios? ¿Estoy encerrado en mi parroquia, asociación o movimiento, sin importarme lo que ocurra fuera? ¿Confundo mi propia fidelidad con la cerrazón hacia los de- más? ¿Voy aprendiendo a distinguir lo que es fundamental de lo que es accesorio, tanto en mi vivencia personal como en la presentación de la fe? 2. ¿Introduzco en mi tarea una preocupación seria por las misiones y los misioneros? ¿Considero esta preocupación de todos como parte de mi propia tarea? ¿Propongo la opción misionera como posibilidad de servicio eclesial? ¿Estimulo el conocimiento y el compromiso con los problemas específicos de las Iglesias del Tercer Mundo? 3. El espíritu misionero me hace profundamente atento al corazón del hombre y a sus necesidades, ¿valoro lo bueno que toda persona tiene, y lo considero como “semilla de Dios”, plantada en el interior de las personas? ¿Tengo en cuenta la totalidad de la persona humana, cuando anuncio el evangelio? ¿Me ayudan las dificultades del momento para crecer en envergadura personal y para darle a mi propuesta pastoral la hondura y seriedad correspondientes a las exigencias del momento? ¿Cómo me ayuda mi devoción seria y sencilla a la Virgen en mi tarea evangelizadora? 91. No te dejes vencer por la rutina. A base de repetir cosas puedes perder pasión y entrega. La rutina te lleva a la pereza y al escepticismo de quien siempre está “de vuelta”. Tu tarea de evangelizador te pide empezar siempre de nuevo, mirando al futuro con realismo. Lo tienes en tus manos y el Espíritu te impulsa a hacerlo realidad. Él “te lleva al conocimiento pleno de la verdad” y hace que no te “acostumbres a evangelizar”. Lo sabes bien: tu tarea no es sólo conservar lo logrado. Tienes que abrir horizontes y buscar nuevas metas. El momento que vives te lo está pidiendo a gritos. No es posible tanta indiferencia a tu alrededor, cuando el evangelio está destinado también a quienes “pasan de él”. ¿No será que los evangelizadores estamos atrapados en la rutina? Es claro que debemos mirar al pasado. Él ha hecho posible nuestro presente. Pero la mirada al pasado no puede ser nostálgica. Somos responsables de nuestro presente y del futuro que puede nacer de él. El Señor ha puesto en nuestras manos su mensaje y depende mucho de nosotros que logremos hacerlo creíble a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. El Espíritu es quien trabaja, pero nos toca a nosotros “facilitar” su tarea y no entorpecerla con nuestras rutinas y perezas. La verdad es que, a veces, parecemos más repetidores cansinos que anunciadores entusiastas y valientes del Señor que nos ha encontrado en nuestra vida, transformándola. 92. La rutina reduce también el ámbito de tu misión. A fuerza de estar siempre con las mismas personas, puedes pensar que no hay más gente a quien llegar, y que a ti no se te puede pedir más. Jesús tuvo también el dilema entre las noventa y nueve ovejas del redil y aquella que se le había perdido. Y se decidió por buscarla. Nuestro caso es, incluso, más grave: por cada oveja que tenemos en el redil, hemos perdido la pista de las noventa y nueve restantes. Pero nos justificamos con todo el cuidado que necesita la que ya tenemos. Nuestra salida misionera tiene que dar vida a la parábola de Jesús. En ella aprendemos el estilo de nuestra tarea pastoral. Las necesidades de dentro no nos pueden impedir mirar hacia fuera. ¿Sólo las necesidades de dentro, o hay también comodidad, miedo, falta de convicción, desinterés...? Es todo el grupo de evangelizadores de una parroquia, no sólo el sacerdote, el que tiene que mirar hacia fuera. Si no es así, el conjunto de la pastoral estará orientado a conservar lo que ya se tiene y habrá una actitud general de espera pasiva por si alguno llega; no de salida apasionada para abrir las puertas a muchos. 93. Otro entorpecimiento de la salida misionera de la parroquia: el recelo de “los de siempre”. Se va creando una especie de “monopolio cerrado” donde es muy difícil que “quien llega” se sienta acogido, considerado y estimulado. Como evangelizador no puedes caer en la trampa de cerrar tu parroquia. Camina por la vida con un estilo abierto. Si no eres capaz de dialogar, de comprender, de respetar ritmos, de encontrar los puntos de coincidencia, de “no apagar el pábilo vacilante ni quebrar la caña cascada”... tenderás a defenderte, cerrándote tú y cerrando el mensaje del que eres portador. No intentes descubrir en él un arma de contraste, de juicio, de confrontación e, incluso, de hostilidad. No apeles fácilmente a que no puede ser de otra manera, porque al mismo Jesús lo crucificaron. Es verdad que tienes que cuidar la identidad de lo que vives y anuncias, sin “concesiones a la galería”. Pero debes ser muy maduro a la hora de conocer, vivir y transmitir esa identidad. Durante veinte siglos de historia también se nos ha pegado mucho polvo del camino. Y conoces bien la dificultad de hacer cualquier tipo de limpieza. Mucha de nuestra gente da más importancia al polvo del camino que a los pies que lo recorrieron, y se hacen duros a cualquier tipo de renovación, llegando a decir que “se les quiere quitar su fe”. Es difícil, pero necesaria, la “conversión pastoral”. Creciendo en fidelidad evangélica y eclesial, como evangelizador, tienes la responsabilidad de distinguir entre lo fundamental y lo accesorio, no sea que, por confundirlos, estés haciendo el camino de la fe más difícil de lo que es. La dificultad no se debería entonces a la identidad, sino a nuestra torpeza, o a nuestra pereza testimonial e intelectual. 94. Tu tarea de evangelizador te pide mirar el campo de tu misión más allá del campanario de tu propia iglesia. Aunque tú no salgas del ámbito de la “vida organizada” de tu comunidad, el reclamo de los que no participan, o lo hacen escasamente, lo debes sentir como propio. Todo lo que haces hacia dentro (vida sacramental y de oración, catequesis, liturgia, Cáritas, grupos de formación, catecumenados...) es para que, creciendo tu comunidad en fidelidad al evangelio, se haga más creíble en el anuncio y ofrecimiento del mensaje de Jesús “hacia fuera” hacia todos aquellos que nunca creyeron, a los que abandonaron la fe, o la tienen tan débil que no influye para nada en la orientación de su vida. Debes acoger y promover en tu comunidad evangelizadores que tengan como preocupación fundamental el anuncio del evangelio en los ambientes donde se ha instalado más la increencia, la indiferencia e, incluso, la hostilidad. Normalmente estos evangelizadores pertenecen a movimientos eclesiales que han nacido para dar respuesta a una realidad que no puedes ignorar, aunque tengas mucha actividad en la parroquia: la descristianización de nuestra sociedad, tan grande, que a nuestros países tradicionalmente cristianos se les puede llamar, hoy, “países de misión”. Una situación nueva, a la que no podemos responder solamente con una buena “organización parroquial”. Es preciso que avives la conciencia de tu envío a todos, especialmente a aquellos a quienes el evangelio les pueda sonar a nuevo. Son indispensables evangelizadores dispuestos y preparados para esta “misión de frontera”. Tú mismo puedes ser uno de ellos. Y si no lo eres, preocúpate de que existan, alégrate de que los haya y considéralos siempre como compañeros imprescindibles en la tarea de “anunciar el evangelio a todas las gentes”. 95. Junto a esta tarea misionera dentro de nuestra propia tierra, hay otra dimensión de la misión de la Iglesia a la que, como evangelizador, no puedes ser indiferente: el anuncio del evangelio en lugares del mundo donde aún no ha sido predicado, o la ayuda pastoral a Iglesias con especiales dificultades para desarrollar su misión. Los misioneros y misioneras (sacerdotes, religiosos/as y seglares) son la expresión de la preocupación universal de nuestra Iglesia diocesana. Ni ellos están allí como “francotiradores”, ni nosotros somos extraños a su envío. Ellos y nosotros intentamos ser fieles al mandato de Jesús de anunciar el evangelio por toda la tierra. La falta de conciencia misionera significaría un fallo fundamental de nuestra propia evangelización. Y nuestra poca disponibilidad a compartir los bienes de la salvación (personales y materiales) con las Iglesias hermanas del Tercer Mundo sería un egoísmo personal y comunitario, empobrecedor de la misma vida cristiana de nuestras comunidades. La admiración por la tarea de los misioneros/as es una fuente de esperanza. Su entrega, hasta dar la propia vida por la salvación de los hermanos, es testimonio de la fuerza salvadora del evangelio, estímulo de seguimiento e impulso a una evangelización más abierta, decidida y explícita. Tanto ellos como nosotros anunciamos al mismo Jesús, “el único nombre en el que el hombre puede salvarse”. Una misma fuerza interior y una misma llamada al testimonio y al martirio. Importa poco que las dificultades sean diferentes. Lo que importa es compartir el mismo entusiasmo en la entrega. 96. No hay misión sin Pasión por el hombre. La salvación que ofreces es también fruto de la pasión de un Dios que “tanto amó al mundo que le envió a su Hijo único para salvarlo”. El amor al mundo y al hombre forma parte de la identidad del evangelizador. Sólo intentarás salvar lo que amas: los rostros concretos en los que mundo y hombre te reclaman en el día a día de tu trabajo. Recuerda que “Dios no odia nada de lo que ha creado”, y que no hay personas ni situaciones perdidas para siempre. Aprende a partir de lo bueno que toda persona tiene. Sé acogedor de todas las realizaciones positivas, aunque no las hayas hecho tú. Trabaja codo a codo con toda persona e institución que defienda y promueva una causa noble. En el mundo y en los hombres hay “semillas de la Palabra”, que germinan donde menos te lo esperas. No te duela que “también otros expulsen demonios”. Reconoce la bondad fundamental del corazón humano, y no perderás el lugar donde tu anuncio del evangelio está llamado a tener resonancias. Respeta los ritmos del crecimiento humano y creyente; comparte con madurez las dificultades del hombre para creer; no descalifiques a quien aún no ha abierto su corazón al don de la fe. Planta, siembra y riega, pero no dejes nunca de orar para que Dios dé el crecimiento a la semilla. Conoce la tierra de tu sementera, para que puedas acertar en el contenido y los modos de tu cultivo. Nuestros labradores lo saben hacer con sus plantaciones y sembrados. Aprende de ellos a conocer la tierra que trabajas. Es una tarea a la que se llama inculturación de la fe. Y te pide conocer y amar a los hombres y mujeres a quienes se la propones, para que labrador, semilla y tierra se puedan aunar en la espera de una cosecha abundante. 97. El mensaje que anuncias va dirigido a la vida entera de quien lo acepta. Toda ella se va transformando, y se crea una comunidad de discípulos. Te encontrarás, sin embargo, con mucha gente que entiende su pertenencia a la Iglesia sólo como posibilidad de tener a su disposición unos “servicios religiosos” a la par de otros servicios que la sociedad moderna nos ofrece para satisfacer nuestras diferentes necesidades. Para muchos, la parroquia es sólo eso: una “agencia de servicios religiosos” a la que recurren en determinados momentos de su vida, más por razones sociales que para compartir, celebrar y profundizar en su fe. Ahí tienes a los primeros destinatarios de tu tarea de evangelizador. Acoger y acompañar: ayudar a descubrir y vivir el sentido de lo que se celebra, integrando el culto en la vivencia cristiana. Mucha de tu tarea la desarrollas en torno a la celebración de los sacramentos. Ayudas a prepararlos para dar la mínima coherencia a las celebraciones de la fe. Tu meta es que se ensamble la fe con la vida. Con paciencia, con actitud de propuesta y no de imposición, partiendo de tu propio testimonio. Tienes ahí un amplio campo de actividad misionera. Llevas razón al quejarte del trato puramente social que sufren algunos sacramentos. Pon ahí un esfuerzo auténticamente misionero. Estimúlate, para no caer tú mismo en la rutina de su preparación. Descubre ahí una ocasión para anunciar el mensaje de Jesús, la alegría de su seguimiento y el gozo de vivir toda la vida como él la vivió. Tu tarea pastoral te pone en contacto con mucha gente; todos deben percibir la importancia de lo que llevas en tus manos y en tu corazón. El mejor testimonio será que tú mismo crezcas en tu compromiso cristiano y que no desfigures la realidad de los sacramentos cuando eres tú quien los recibe como alimento permanente de tu vida de fe. 98. Reconoce sin nostalgias las dificultades que nuestro mundo presenta a la transmisión y acogida de la fe, sobre todo, en las generaciones jóvenes. Muchos y muy grandes son los cambios ocurridos, que afectan también a la vida cristiana. Tu propuesta de fe no es para que la historia marche hacia atrás. Al contrario, ofreces sentido para un progreso y desarrollo profundamente humanos. Tu envergadura personal es imprescindible en este momento de evangelización. Transmites un mensaje profundamente humanizador. Como hombre y mujer estás empeñado en la construcción de una sociedad nueva, y no evangelizas al margen de ese empeño. El evangelio te ayudará a descubrir, apoyar y defender la grandeza de las aspiraciones humanas. Y, desde el evangelio, tendrás también la lucidez para detectar todo aquello que se opone a un crecimiento humano integral. El evangelio te hará sensible a las contradicciones que le nacen al crecimiento, cuando se intenta borrar de él la pregunta por el sentido; cuando desaparecen los valores que lo ponen al servicio de todo el hombre y de todos los hombres. La marcha de nuestra sociedad sin un “norte” que dirija su camino empieza a preocupar a mucha gente, también no creyente. La injusticia, las desigualdades de todo tipo, las bolsas de pobreza en el primer mundo, la insolidaridad entre personas y pueblos, la brecha creciente entre el Norte y el Sur... es tan grave, que no puede dejar de preocupar a toda mirada humana sobre la realidad. En la búsqueda de valores éticos imprescindibles, para que esta sociedad nuestra no se nos vaya al traste, haces tu propuesta del Dios revelado en Jesucristo. Y la haces no para competir con nadie, sino desde el convencimiento de que en Jesús se nos ha abierto no sólo el misterio de Dios, sino el misterio del hombre y del mundo. Con la evangelización estás ayudando a que el hombre y el mundo descubran el sentido de su futuro. 99. Que toda la gente pueda percibir la envergadura de tu propuesta. Incluso quienes no la acepten, podrán reconocer tu aportación al diseño de un futuro mejor para todos. No tengas miedo. Es verdad que “llevarnos un gran tesoro en vasijas de barro”. Lo importante es que conozcas y ames el tesoro del que eres portador. Tu amor profundo y sincero a Dios es la mejor garantía de nueva evangelización, de nuevos métodos y del nuevo ardor con que acertarás a hacer la propuesta a los demás. Ya ves que es una propuesta de vida personal y social. Te das cuenta de todo lo que hay en juego. Percibes que no se trata simplemente de restaurar expresiones culturales o populares de la fe como se vivieron en otros tiempos. Aciertas a comprender que todas esas expresiones externas, si no calan en la vida, sirven muy poco. Comprendes que la religiosidad popular alimenta la fe sencilla de mucha gente y, por eso, te empeñas en purificarla de adherencias poco evangélicas y en no hacer de ella una simple manifestación cultural o, incluso, sólo folclórica, al margen de la fe que la inspira. Pero entiendes también mejor que la evangelización de la cultura consiste en la penetración del evangelio en el corazón mismo del hombre, en sus centros de interés, en el ámbito de sus decisiones y comportamientos, en aquel nivel del que proceden los estilos de vida personales y sociales, que configuran todas las manifestaciones de su vida. Tu tarea de evangelizador no consiste en barnizar por fuera una cultura que se va haciendo pagana; estás llamado, más bien, a introducir en los dinamismos que la generan la fuerza siempre nueva del evangelio. Has sido enviado para que los hombres tengan vida, y la tengan en abundancia. 100. En tu tarea de evangelizador no estás solo. Muchos te precedieron y muchos te acompañan. Dirige una mirada especial a quien se nos presenta como evangelio vivo: María, la Virgen-Madre. Tu tarea evangelizadora te acerca sorprendentemente al misterio de su maternidad. Concebir, engendrar y dar a luz a Jesús es tarea de madre; por eso, tu misión tiene un carácter materno. Concibes la Palabra en la escucha obediente, acogiendo en tu seno la semilla de Dios. La engendras en un prolongado misterio de crecimiento interior, en el que vas adquiriendo “la forma de Cristo”. La das a luz con el testimonio sencillo de tu vida y con la proclamación gozosa de “lo que el Poderoso ha hecho por ti”. Que tu devoción a la Virgen no sea sólo recuerdo, sino estilo. Aprende de ella a saborear el plan salvador de Dios. Proclama con ella la grandeza del Señor y alégrate en Dios tu Salvador. Con ella eres testigo de las obras grandes realizadas a favor de los pobres y sencillos y sientes con gozo que Dios realiza así su promesa. Imprime a toda tu tarea el estilo cercano y comprensivo de la madre. De tus manos brotará el vino abundante y generoso de la salvación que alegra. Y podrás estar, en pie, junto a la cruz de los que más necesitan ser salvados, metiendo en su historia resurrección y vida. Aprende de María a conservar en tu corazón la Palabra de salvación, pronunciada definitivamente por el Dios que “quiere que todos los hombres se salven”. ORACIÓN S eñor Jesús, que nos enviaste a predicar el Evangelio a todos los hombres, concédenos un corazón abierto y universal: que no se nos haga rutinario, que no se nos quede parado, o latiendo al ritmo de tiempos que ya pasaron. Enséñanos a abrir las puertas de nuestras vidas y de nuestras instituciones, para que pueda acercarse, sin miedo, todo el que se sienta llamado. Danos amplitud de horizontes en nuestra tarea y en nuestra disponibilidad: que no quedemos atrapados por nuestras estrecheces y por nuestra cortedad de miras. Que en las dificultades para la misión que nos plantea nuestro momento histórico, descubramos desafíos para nuestra fidelidad y nuestra entrega. AMEN. SIGNO Publicaciones de la ACG Alfonso XI, 4 5º Madrid 28014 signo@accioncatolicaes.org Acción Católica General Alfonso XI, 4 5º Madrid 28014 acg@accioncatolicageneral.es www.accioncatolicageneral.es