Un juego de metras Un despertar que se reconcilia consigo mismo evoca en síntesis todo el discurso pronunciado: “Cosa que me toca resolver: Un juego de metras...” La vida es un juego de metras. No sé en qué momento estas dejaron de tener importancia para mí, pero en estos días me encontré una, y pensé que la felicidad consiste en disfrutar cada momento vivido y, después, en evocarlos de uno en uno. Hay objetos que nos remiten a un pasado lleno de alegrías, tristezas, triunfos y fracasos. Hoy, he encontrado una metra y se abren episodios, abanicos muy sentidos que alumbran un sentimiento que hoy expreso. Recuerdo mi primera bolsita de metras. Examinaba una a una con una lupa. Eran extraños cristales con asteriscos en el centro, cada uno de un color diferente. Me costaba creer que algo tan bonito tuviese que rodar por el polvo, pero esa perplejidad se me quitaba una vez que estaba metido en el juego. ¿Quién hará las metras? Dios, como todas las cosas bellas que existen en este mundo, y una lata llena de ellas es la mayor felicidad que un niño puede tener. Para jugar bien, la “juga”. Esta juga es una metra que en apariencia es igual a las demás, pero, y quiero que me entiendan bien, tiene cualidades sobrenaturales, ya que de alguna manera cuando ella es utilizada, la gente tiene más puntería. Al disputarse un turno, una persona con una juga puede quedar en los primeros puestos, siempre y cuando se realicen algo así como una especie de rituales: besarla funciona, frotarla, o hablarle secreteado para que nadie más oiga lo que un jugador le requiere. Eran muy pocas las personas que tenían una. Recuerdo que un niño cambió una juga por cuarenta metras. En realidad, nunca vi al nuevo dueño incrementar su desempeño de juego en algo verdaderamente excelente, pero él se sentía feliz y poderoso con su nueva posesión. Un “culí” es otra cosa. Imaginen un vidrio de un sólo color. Yo los he visto blancos, negros y, en una ocasión, uno rojo que le partieron a un amigo mío. Los culíes eran usados por los niños que tenían más puntería. Era un símbolo de reputación dentro del juego. Yo me preocupaba mucho cuando veía un culí en los dedos de algún contrario. Estos no creían en jugas y se podía ver a los muchachos frotando y frotando, hablándoles al puño cerrado con mucha insistencia antes de la partida de metras, solo porque Rafael y Antonio estaban allí con sus culíes. Yo nunca llegué a tener uno como elemento de destreza superior, sin embargo, en una oportunidad, Rafael comenzó a regalarme las metras que él ganaba y yo llené mi lata; y un día terminó por darme un culí. Aunque jamás lo usé en el juego, yo sabía que tenía algo muy valioso. Pienso en las razones que tuvo Rafael para darme sus objetos logrados, y creo que él llegó a tener tantas, que compartir era lo justo y necesario. Y así, todos llegamos a tener muchas metras, y nos concentramos en mejorar nuestra puntería. El tiro define al jugador. Yo comencé mis primeras partidas tirando las metras al estilo “pujinche”. Llegué a concentrar muchas miradas cuando me tocaba el turno, ya que con mi pujinche ruché a más de uno. Nadie podía creer que se tuviera puntería jugando con una técnica tan precaria. Para lanzar la metra como yo lo hacía, se colocaba la metra entre el dedo índice y pulgar, entonces se impulsaba la metra con éste último dedo mencionado. Es que yo no sabía, primero, que esa técnica era despreciada y, segundo, que causara tanto aspaviento. La burla y la insistencia de los veteranos me obligó a cambiar de estilo: retorcer el índice junto con el dedo medio y apoyar la metra para que la tensión del pulgar le diera potencia. Ese cambio me hizo perder muchas metras. Quizás, para avanzar es necesario ir desprendiéndose de cosas a las que estamos aferrados por comodidad. Creo que uno debe lanzarse a la vida así, desnudo, irse luego arropando, y de nuevo, aligerar la carga para trascender. Es difícil tener puntería si no se practica. Todos los días nos reuníamos para jugar. Había que apostar algunas metras, y estas se ponían en un “rayo”. El rayo es una figura triangular que se dibuja en la tierra con el dedo, o también con el canto de un palito de helados. También se traza el rayo con un pedazo de rama de algún árbol. El secreto del instrumento para dibujar el rayo en la tierra era que dejara un surco profundo para que las metras no salieran fácilmente al chocarlas, o tal vez, alguna metra jugada contra el rayo se quedara atrapada en uno de esos tres surcos, lo cual hacía perder a ese jugador. Una vez decididos los turnos, la gente se aculaba alrededor del rayo. No se le podía pegar a una metra contraria sin antes sacar una metra del rayo. ¡Ah! La forma más perfecta de trazar un rayo era cuando caía una llovizna, la tierra estaba aplacada, muy compacta y, además, las metras rodaban muchísimo mejor. El juego, como ven, tiene reglas y técnicas que todos deben cumplir para que sea “juego”. ¡Cómo sería la vida, si cada cual respetara los principios fundamentales de su propia existencia y la de todos los demás que están aquí, animados o inanimados! Posiblemente no sería mundo; bueno, a lo mejor sería llamado Paraíso, el Silencio, o de seguro, Cielo. Cuando enfrentas a los demás en un juego de metras, te das cuenta de tus propias limitaciones como ser humano. Siempre hay alguien que tiene más puntería que tú, o que el turno del contrario no te conviene, porque le va a dar a la metra que está en una puntica del rayo. Pepa y Palmo, por ejemplo, es un juego para gente de cuartas largas; y eso da mucha ventaja a la puntería, porque una vez que llegas al hueco, la cuarta te acerca más al contrario para pegarle. Yo tenía la mano chiquitica y, a la hora de mi turno, tenía que apuntar bien. Hay recursos para vencer las limitaciones: está el tiro “escopeta”, especial para pegarle a los que se aculaban detrás de las piedras. Se ponía la mano izquierda en la tierra, en el sitio donde estaba la metra y, entonces, con la mano derecha, se apunta a la metra del contrario subiendo por el brazo izquierdo como si fuera una escalera; más bien, como si uno se acomodara para disparar con una escopeta. Eso no le daba oportunidad a nadie para esconderse detrás de nada. También teníamos la contra para evitar que la gente se acomodara en sitios donde era casi imposible atinarles, entonces alguien decía: “Vita tu acule”, y ¡listo! Ya ese jugador no podía moverse de allí, y estaba próximo a ser “carne de cañón” para el que tenía el turno. “Vita todo” era que no se podía utilizar ningún recurso, solo la destreza pura quedaba en juego. Uno depende siempre del intento fallido del contrario para no ser eliminado. Yo llamaba a eso suerte. Se corre un riesgo, y así es la vida. Se toman riesgos todos los días. Se gana, se pierde, se vuelve a empezar. Fe hasta para creer que podemos levantarnos de la cama. Y parece que al final, somos más felices cuando enfrentamos nuestros riesgos y nos damos cuenta de que estamos vivos. Nunca supe para qué se usaban las “bolondronas”. Algunos decían que era para tener más puntería, pero luego eran blanco fácil de los que realmente tenían el don natural para atinar a cualquier distancia. Los que no teníamos tanta puntería podíamos aprovechar ese pedazo de vidrio tan grande para ganar unas cuantas metras. Cada cual dirige su vida de acuerdo a sus percepciones de la realidad, y quizás, esa sea la razón por la cual a determinadas personas les va muy bien, a otros de mal en peor, y a un sinfín de paisanos ya no se les cuenta entre los vivientes. Un despertar que se reconcilia consigo mismo, y al hacerlo, evoca en síntesis todo el discurso pronunciado: Cosa que me toca resolver: un juego de metras. Todas en familia y en una lata, apareciendo y desapareciendo en un rayo de tierra que un dedo dibujó. Me las chocan y pierdo, las choco y gano; esa parece ser la ley de la vida. Salta un intruso y hace un “coleo”; es la costumbre del más fuerte de querer ser parásito. Pero, todos los débiles al final se imponen. Llega la lluvia y termina la jornada. Veo la lata con todas mis metras, y sus luces me hacen feliz. Hoy, he encontrado una metra, y un sonido singular me hace recordar a “ese que era yo”.