Runa 28.p65 - Facultad de Filosofía y Letras - UBA

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ISSN 0325-1217
RUNA
28/ Año 2008
archivo para las ciencias del hombre
Universidad de Buenos Aires
Facultad de Filosofía y Letras
Instituto de Ciencias Antropológicas
Buenos Aires 2008
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RUNA archivo para las ciencias del hombre
Número 28 Año 2008
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Ciencias Antropológicas (ICA) de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos
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La Revista está destinada a especialistas y público académico en general.
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Andrews, Escocia), Gustavo Polittis y María Carlota Sempé (Universidad Nacional de
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de Pos – Graduacao em Antropologia Social, Universidade Federal do Santa Catarina,
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Guadarrama Olivera (Departamento de Sociología, Universidad Autónoma
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La Revista RUNA se encuentra indizada en:
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Anthropological Literature
Indice de Publicaciones de la Facultad de Filosofía y Letras - UBA.
SUMARIO DE RUNA 28 / AÑO 2008
ARTÍCULOS
Antropología Social
Educación y (des)igualdad: Un análisis del Programa Integral para la Igualdad
Educativa desde la investigación etnográfica.
Cerletti, Laura..........................................................................................................................
11
Dilemas de la práctica profesional: Cuando la ética y la moral devienen en
problemas antropológicos.
Gazzotti, Luciana...................................................................................................................
29
El agente penitenciario: La cárcel como ámbito laboral.
Kalinsky, Beatriz...................................................................................................................
43
La evaluación moral cotidiana de los candidatos al estatuto de refugiados en
Francia.
Kobelinsky, Carolina.............................................................................................................
59
Etnografía de la gestión colectiva de políticas estatales en organizaciones de
desocupados de La Matanza – Gran Buenos Aires.
Manzano, Virginia..................................................................................................................
77
Disciplina fabril y estrategias de dominación corporal en una corporación
automotriz transnacional.
Soich, Darío...............................................................................................................................
93
Acompañando a la gente en el último momento de su vida: Construcción
profesional de la Dignidad en un equipo de Cuidados Paliativos.
Wainer, Rafael.........................................................................................................................
111
Etnología
El sentido étnico de la política de drogas: Fundamentos interculturales y
consecuencias sociales de una discriminación médico – jurídica.
Lynch, Fernando.....................................................................................................................
141
RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS
Los manuscritos del Mar Muerto. Hershell Shanks
Por: Mariano Splendido......................................................................................................
171
La Fiesta del 30 de agosto entre los mocovíes de Santa Fe. Silvia Citro
Por: Yanina Mennelli.............................................................................................................
177
Instrucciones para los autores ............................................................................................
181
ARTÍCULOS
10
Runa 28, Año 2008. ISSN 0325-1217
11
EDUCACIÓN Y (DES) IGUALDAD:
UN ANÁLISIS DEL PROGRAMA INTEGRAL
PARA LA IGUALDAD EDUCATIVA
DESDE LA INVESTIGACIÓN ETNOGRÁFICA
Laura Cerletti*
*
Licenciada en Ciencias Antropológicas. Programa de Antropología y Educación, Instituto de Ciencias
Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.
Correo electrónico: laurabcerletti@yahoo.com.ar.
12
Laura Cerletti
RESUMEN
Este trabajo se enmarca dentro de los avances realizados en nuestra
investigación de doctorado, que enfocada en la relación entre familias y escuelas.
En este artículo analizamos una política educativa específica, el Programa Integral
para la Igualdad Educativa (PIIE), creado por el Ministerio de Educación de la Nación,
destinado a escuelas urbanas que atienden a niñas y niños “en mayor situación de
vulnerabilidad social”.
El análisis se realiza en dos niveles: a partir de la documentación producida
por el Ministerio sobre dicho Programa, por un lado; y de las prácticas cotidianas
relevadas etnográficamente en una escuela de la Ciudad de Buenos Aires,
comprendida dentro del mismo.
La articulación de ambos niveles permite indagar sobre los problemas
socioeducativos contemporáneos, las propuestas que se desarrollan desde el
gobierno para resolverlos, y las prácticas y resignificaciones construidas en la trama
cotidiana escolar por parte de los múltiples sujetos involucrados.
Palabras clave: Escuelas; Educación; Estado; Desigualdad; Responsabilidades.
ABSTRACT
This work is part of an investigation which focuses on the relationship between
schools and families. In this paper, we analyze a specific educational policy, the
Integral Program for Educational Equality, created by the Ministry of Education
(Argentina), aimed at urban schools that attend children in situation of “social
vulnerability”.
The analysis is developed in two levels: on the one hand, considering the
documents produced by the Ministry about this Program. On the other hand, in
view of local practices registered through ethnographic work in a school placed in
the City of Buenos Aires, which is included in the Program.
The articulation of both levels enlightens the knowledge about contemporary
socio-educational issues, the governmental attempts to work them out and the
practices and resignifications built in schools everyday life.
Key words: Schools; Education; State; Inequality; Responsibilities.
Runa 28, Año 2008. ISSN 0325-1217
13
INTRODUCCIÓN
El presente trabajo se enmarca dentro de la investigación de doctorado que
estamos desarrollando actualmente1. La misma aborda las relaciones entre familias
y escuelas en torno a los procesos de educación y escolarización infantil, desarrollada
desde un enfoque etnográfico.
En este trabajo desarrollamos un análisis de un Programa específico que
pertenece al Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación (de la
Argentina), el Programa Integral para la Igualdad Educativa (PIIE). Este último está
destinado a escuelas urbanas que atienden a “niños y niñas en situación de mayor
vulnerabilidad social”, y entró en vigencia a partir del año 2004. Este análisis permite
articular por un lado el estudio de las políticas educativas que se generan desde el
ámbito estatal actualmente, y por el otro, visualizar algunas de sus formas de
implementación concretas, ya que la escuela en la que desarrollamos nuestro trabajo
de campo está comprendida entre las que cubre el PIIE.
Según lo anterior, dedicamos la primer parte de este trabajo al análisis de los
documentos producidos por el Ministerio en relación a dicho programa,
centrándonos en aquellos ejes que consideramos más pertinentes en relación al
tema e hipótesis de nuestra investigación. En la segunda parte describimos la forma
en que dicho programa se implementa en esta escuela en particular. La articulación
entre ambos niveles nos permite llegar a consideraciones generales que aportan al
desarrollo de los ejes centrales de nuestra investigación.
1º PARTE: EL PIIE EN LOS DOCUMENTOS OFICIALES
En cuanto a los documentos elaborados por el Ministerio, las referencias o
citas explícitas que tomamos corresponden principalmente al Documento Base2,
en el que se establecen los lineamientos generales del Programa, y a partir del cual
se elaboran los siguientes documentos. Y si bien los otros documentos serán
1
2
Asimismo, esta investigación es parte de un proyecto Ubacyt, dirigido por la Lic. Ma. Rosa Neufeld
y co-dirigido por los Lics. Liliana Sinisi y J. Ariel Thisted.
Los documentos citados y/o consultados son: Documento base (mimeo). Ministerio de Educación,
Ciencia y Tecnología, Programa Integral para la Igualdad Educativa, 2004. Otros documentos
complementarios son: Apoyo a las Iniciativas Pedagógicas Escolares (ídem), El entorno educativo:
La escuela y su comunidad (ídem), Los equipos de asistentes jurisdiccionales del PIEE: Conformación
de los Equipos y Acciones a desarrollar (ídem).
14
Laura Cerletti
referenciados con menor centralidad, su análisis permitió una comprensión más
global del Programa, dando sustento a nuestras conclusiones, ya que se trata de
documentos que especifican aspectos más puntuales presentados en el Documento
Base.
Con respecto al Documento Base, se parte de la afirmación de que “la
prolongada crisis que viene afectando a nuestro país ha repercutido sobre la situación
de millones de argentinos”, y a partir de dicha “crisis” se identifica la problemática
de la desigualdad social que se propone combatir con este Programa. Al igual que
las políticas implementadas durante los ’90 –que marcaron claramente la
consolidación del modelo neoliberal en la Argentina, y que el gobierno actual
critica3-, se enuncia esta supuesta “crisis” como causa de la desigualdad social y
como motivo de las reformas y ajustes implementados. Según aparece en el PIIE,
esta “prolongada crisis (...) favorece las desigualdades en el plano cultural y en la
integración ciudadana” (ídem, PIIE). En este sentido, acordamos con Grassi, Hintze y
Neufeld (1994), quienes explican que los procesos referidos no serían ya una crisis,
sino la instauración de un nuevo modelo de acumulación-legitimación. Con respecto
al caso argentino puntualmente, plantean como tesis que:
“la crisis fue global (de un modelo social de acumulación) y los intentos de
resolución han derivado en transformaciones estructurales que dan lugar
a un modelo diferente, que incluye por definición la informalidad laboral,
el desempleo, la desprotección laboral y, consecuentemente, la pobreza.
(...) Esas condiciones críticas de reproducción de un amplio sector de la
población, ya no es la manifestación de un sistema que estaría “funcionando
mal” (en crisis), sino la contracara del funcionamiento correcto de un nuevo
modelo social de acumulación” (Grassi, Hintze y Neufeld, 1994: 6).
Estas transformaciones producidas en la Argentina en las últimas décadas, con sus
particularidades locales -este nuevo “modelo social de acumulación”-, no puede ser
disociado de los procesos mayores de transformación del capitalismo. El proceso
de reestructuración capitalista en el contexto de la globalización se trata más de “un
nuevo estadio de desarrollo del propio capital, que de su descarrilamiento histórico”
(Andrade Oliveira, 2000: 45, traducción nuestra), reforzando con esto la crítica a las
apelaciones a la “crisis” como justificación de las reformas de claro corte neoliberal
implementadas. Dicho en pocas palabras, identificar como causa de la desigualdad
a una “prolongada crisis” y no al modelo de acumulación, implica entonces
3
Y con respecto a lo cual supuestamente se diferencia.
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15
“actuar” políticamente sobre lo primero (diríamos corrigiendo los efectos de la“crisis”),
pero produciendo pocos cambios con respecto al modelo, que con relativas
diferencias sigue vigente. El reconocimiento que hacen de la desigualdad sólo en
relación a la “prolongada crisis” oculta las relaciones sociales constituyentes del actual
modelo. En otras palabras, “el proyecto neoliberal construye paradójicamente su
legitimidad sobre el develamiento de dicha desigualdad, pero ocultando las
condiciones sociales e históricas que la producen” (Montesinos, 2002: 38, en
referencia a Grassi, Hintze y Neufeld, 1994).
En el mismo Documento Base, luego de apelar a la crisis como “situación que
favorece las desigualdades en el plano cultural y en la integración ciudadana”, se
afirma que:
“el Estado debe intervenir fuertemente en la educación de las jóvenes
generaciones, garantizando la escolaridad básica, fomentando la
escolarización temprana y proveyendo oportunidades para la formación
integral y el desarrollo social y cultural para el conjunto de la ciudadanía.
En esta dirección, una política educativa nacional llevada a cabo en forma
concertada entre el Estado nacional y los Estados provinciales, implica
asumir conjuntamente la responsabilidad de atender las necesidades de
aquellos sectores sociales que se encuentran en situación de vulnerabilidad”
(ídem, PIIE).
Según lo que enuncia este párrafo, si bien dice que “el Estado debe intervenir
fuertemente en la educación básica”4, la responsabilidad que asumen el Estado
nacional y los Estados provinciales es de “atender las necesidades de aquellos
sectores sociales que se encuentran en situación de vulnerabilidad”. En este sentido,
consideramos que se trata de una continuidad fundamental con las políticas de
corte neoliberal, con la focalización como característica central de las políticas
sociales. Básicamente en las estrategias focalizadoras “se trata de identificar grupos
poblacionales con determinada problemática, circunscribirla y orientar programas
y proyectos a esa población y a la atención de la problemática específica que se ha
detectado” (Birgin, Dussel y Tiramonti, 1998). La focalización en las políticas sociales
4
Es importante remarcar que el planteo sigue siendo que el Estado garantice la “educación básica”, y
“fomente” y/o “provea oportunidades” para lo que vaya más allá, siguiendo en este sentido
claramente los lineamientos generales establecidos por organismos internacionales como UNESCO,
CEPAL (ver “Declaración Mundial sobre Educación para Todos y Marco de acción para satisfacer las
necesidades básicas de aprendizaje”, Jontiem, 1990, publicada por UNESCO).
16
Laura Cerletti
regionales no es algo nuevo, “lo que aparece como “nuevo” es su generalización a
las diversas áreas de acción estatales y estar dirigida a vastos conjuntos sociales que
deben “encarnar” ciertos indicadores de “carencia” para convertirse en “población
objetivo”. La delimitación de “destinatarios” produce/refuerza la configuración de
nuevos sujetos sociales en un contexto de agudización de las condiciones de
explotación social” (Montesinos, 2002: 207-8). Esta generalización de la focalización
como estrategia privilegiada de las políticas sociales neoliberales se sustenta en un
discurso que pone en el eje las críticas a las políticas universalistas desarrolladas por
el capitalismo en los últimos cuarenta años.
El PIIE muestra claras líneas de continuidad con lo desarrollado hasta acá.
Nos resulta altamente significativo que a través de la implementación de un
Programa que apunta a la “igualdad”, se dirige ,en realidad, solamente a los que se
encuentran en “mayor situación de vulnerabilidad”. Y más llamativo aún cuando unos
renglones antes hablaba del “conjunto de la ciudadanía” y de la educación en tanto
“derecho social”5, significantes –junto con el de “igualdad”, usado en el nombre del
programa- fuertemente asociados a un modelo de Estado y políticas sociales
diferente (anterior en nuestro contexto), pero implementado en prácticas que
apuntan netamente a la “equidad”, con estrategias claramente focalizadas.
En el mismo sentido que apuntan los autores citados más arriba, esto nos
lleva a preguntamos sobre lo que genera socialmente pre-definir sujetos carentes,
“más vulnerables”, y en tanto tales, objeto de las políticas sociales. En el caso del
PIIE, a partir de indicadores de pobreza (basados en el NBI)6 de los niños que viven
(o que concurren, no se especifica) en el entorno de determinadas escuelas, se
selecciona a esas instituciones como universo de implementación del Programa –
con la condición de que esas escuelas preseleccionadas presenten un proyecto (en
esto se profundizará más adelante). Nos preguntamos asimismo qué sucede con
todos aquellos que no entran en el recorte. Pensamos que ahí se produce uno de
los grandes vacíos que generan una profunda desprotección social7: todos aquellos
que no entran en la definición de “mayor vulnerabilidad”, y cuya situación objetiva –
y subjetiva- no necesariamente se diferencia de aquellos que sí son “beneficiados”
como destinatarios de la acción estatal. Más específicamente, en nuestro caso, vemos
que reforzar determinadas escuelas por las características de “mayor vulnerabilidad”
de los niños a los que atiende no contempla otros problemas muy importantes
registrados a través del trabajo etnográfico, como las dificultades de acceso de los
5
6
7
Y en los discursos políticos mediáticos se vuelve a escuchar hablar de “universalidad”.
Para una crítica sobre la construcción y uso de dichos indicadores, ver Grassi, 2003.
Agradecemos en este sentido los aportes de M. P. Montesinos (en comunicación personal).
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sectores “más vulnerables” a las mismas. Como ejemplo, encontramos: una práctica
frecuente en las escuelas de negar la vacante8 a niños con las características que
justamente los constituirían como “población objetivo” de las políticas focalizadas.
Nos parece importante también recalcar la carga individualizante que tiene el
concepto de “vulnerabilidad”, opacando las relaciones sociales que se encuentran
en la base de la desigualdad social, al poner en primer plano a los sujetos
“vulnerables”, aquellos que no pueden satisfacer sus necesidades básicas por sus
propios medios9.
Continuando con los lineamientos generales del mismo documento, se afirma
que:
“dentro de este concepto de promoción de la justicia social en el campo
educativo, plantearnos la distribución de bienes simbólicos (culturales,
sociales, pedagógicos) y el fortalecimiento de las condiciones materiales,
equivale a decir que la igualdad de oportunidades educativas es una
dimensión constitutiva de la igualdad social” (ídem).
A partir del mismo, queremos resaltar por un lado la asociación que se establece a)
entre la educación y la “igualdad social”, y b) la relación entre las “condiciones
materiales” y la igualdad educativa.
a) En cuanto a lo primero, vemos que a partir de la asociación que se establece
entre la “distribución de bienes simbólicos”, el “fortalecimiento de las condiciones
materiales”10 y la igualdad social, se genera un sentido en torno a la educación y las
oportunidades que brinda como parte constituyente de la igualdad social. Pensamos
que esto invierte la problemática de la desigualdad y las posibilidades de cambio.
Es decir, pareciera que la igualdad social se pudiera conseguir a través de la educación
y las oportunidades que brinda, ocultando –invisibilizando- las causas de base: al
poner a las desigualdades educativas del lado de las causas (de la desigualdad social
-o la igualdad, por contrapartida) y no de las consecuencias. El supuesto en que se
apoyaría esto sería que “la educación antecede en importancia y centralidad al papel
asignado a los antagonismos de clase” (Neufeld y Thisted, 2004: 88), como si no
fueran “las relaciones de producción y la asignación desigual de tareas, con
8
9
10
Nos referimos particularmente a los trabajos desarrollados por Liliana Sinisi, María Rosa Neufeld, y
equipo de investigación.
En relación a esto ver Grassi, 2003; Montesinos, 2002; entre otros.
Más adelante se analizarán las acciones específicas que el Programa impulsa en este sentido.
18
Laura Cerletti
retribuciones desiguales, y la realidad de las clases sociales en las sociedades
capitalistas, lo que dificulta o imposibilita el acceso a la educación” (Neufeld y Thisted,
ob. cit.).
Esto pone a la educación –entendida básicamente como escolarización- en
un lugar central con respecto a las posibilidades de transformación social. Así, se
individualizan las responsabilidades por áreas estratégicas de la vida social que
históricamente asumió el Estado. En este caso se transfiere la responsabilidad a los
docentes (según se desarrollará más adelante), que pasarían a ser los potenciales
modificadores de un modelo fuertemente instalado y fuertemente excluyente.
El mismo Documento Base del PIIE, luego de la referencia a la “prolongada
crisis”, dice que:
“muchos han visto deteriorarse sus condiciones de vida y muchos otros
han sido condenados a integrar la ancha franja de la pobreza. Esta situación
favorece las desigualdades en el plano cultural y en la integración ciudadana,
obstaculizando las perspectivas de cada persona y, con ello, del desarrollo
nacional y la posibilidad de imaginar juntos un mejor futuro para nuestro
pueblo” (ídem, PIIE).
La asociación de estas afirmaciones con los supuestos de las teorías del capital
humano y el lugar “transformativo” de la educación11 se ve reforzada por otros
aspectos de las políticas del Estado actualmente.
b) En relación al lugar dado en el PIIE a los recursos materiales, se establece
una asociación directa, a lo largo del Documento Base (así como de los otros, donde
se especifican más detalladamente las líneas de acción), entre la igualdad de
oportunidades educativas y el equipamiento material de las escuelas (que ya vimos
mencionado en la cita anterior). Pensamos que esto genera una autonomización de
los recursos. Es decir, como si los recursos autónomamente (y automáticamente)
implicaran una mejora de la calidad educativa. Consideramos que no necesariamente
el equipamiento material de una escuela garantiza el nivel educativo, y menos aún
las oportunidades educativas de la población que asiste12.
11
12
Nuestra crítica apunta a la imposibilidad de la escuela de revertir la profunda desigualdad social en
que vivimos, lo cual no le niega un lugar de central importancia en tanto derecho social y
posibilidades de resistencia, apropiación, impugnación.
Se ampliará este punto al desarrollar la forma en que se implementa el PIIE en la escuela donde
hacemos el trabajo de campo.
Runa 28, Año 2008. ISSN 0325-1217
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En este sentido, nos parece importante tomar las “líneas de acción” que se
plantean en el mismo documento, y que se amplían en los documentos más
específicos. Citamos los cinco puntos que sintetizan dichas líneas de acción según
figuran literalmente en el Documento Base:
1.
2.
3.
4.
5.
“Apoyar las iniciativas pedagógicas escolares: se propone que las escuelas
diagramen e implementen una iniciativa pedagógica, es decir, un conjunto de
acciones dirigidas al fortalecimiento de los procesos de enseñanza y aprendizaje.
Para su implementación el PIIE ofrece a las escuelas acompañamiento
pedagógico y otorga un subsidio para cada institución.
Apoyar el ejercicio de la profesión docente: se prevé para los docentes de las
escuelas actividades, encuentros y seminarios de formación y capacitación.
Asimismo se diseñarán y aprovecharán documentos pedagógicos y recursos
didácticos complementarios de esta acción.
Fortalecer el vínculo de la escuela con la comunidad: se impulsarán acciones
con diferentes organizaciones de la comunidad para ampliar el entorno
educativo y conformar comunidades de aprendizaje. Se impulsará asimismo el
trabajo en redes interinstitucionales e intersectoriales que fortalezcan a la
escuela y potencien las posibilidades de enseñanza y aprendizaje para todos
los niños, especialmente los que se encuentran fuera de ella.
Recursos materiales para las escuelas: cada escuela recibirá: una biblioteca de
500 libros. Equipamiento informático. Vestimenta escolar. Un subsidio para útiles
escolares.
Refuncionalizar la infraestructura escolar: se brindarán recursos económicos para
el mejoramiento de la infraestructura escolar básica, especialmente destinados
a la construcción, adecuación y mejoramiento de las salas de informática”.
(Fuente: Documento Base, op. cit.).
Creemos que hay un denominador común central en estos lineamientos: el
lugar de la responsabilidad concreta puesta en las escuelas. El “apoyo a las iniciativas
pedagógicas escolares” se traduce en el envío de subsidios ($5.000) y “asesoramiento
técnico”, especialmente en la construcción del proyecto y para evaluar el uso de los
subsidios. Con lo cual recae en cada institución la realización de un diagnóstico, la
elaboración del proyecto (condición necesaria para el otorgamiento del subsidio) y
la ejecución del mismo. Pensamos que brindar “formación y capacitación” a los
docentes es también un arma de doble filo, ya que refuerza el lugar de
responsabilidades individuales, poniendo el foco en las supuestas carencias del
trabajo docente (y no en los problemas sociales estructurales).
20
Laura Cerletti
Con respecto a los puntos 4 y 5, interesa insistir en el desplazamiento que se
produce hacia los recursos y la estructura material, como posibilidad de
mejoramiento del nivel educativo. Nos preguntamos por qué la adecuación de la
estructura edilicia y los recursos escolares (útiles, libros, etc.) se realizan a través de
un programa específico que cubre solamente una parte de las escuelas públicas
del país, y no una condición de base de todas las escuelas (que de suyo no
necesitaría ser enunciada).
Con respecto a la tercer línea de acción, retomamos los aportes de R. Mercado
en su crítica a la noción “escuela-comunidad”. La autora plantea que esto remite a
“una concepción parcelada de la sociedad donde la llamada “comunidad” y la
escuela se constituyen en entidades homogéneas y separadas entre sí, tan estáticas
como ahistóricas” (Mercado, 1986: 48). El concepto de “comunidad” supone “una
agrupación social con una identidad común que le permite un “funcionamiento”
colectivo ajeno a la división de clase” (ídem). Abordar la relación en estos términos
–a partir de estas categorías ahistorizadas- implica pensar de entrada en “dos
mundos preexistentes a las relaciones que se buscarán entre ellos. Dos mundos a
cuyo interior se comparten o deberían compartirse (supuesto implícito) intereses
comunes a cada uno; esos intereses o fines estarían definidos en un lugar más allá
de los sujetos” (Mercado, 1986: 53). Según desarrollamos en trabajos anteriores
(Cerletti, 2006), los planteos de acercar la “comunidad” a la escuela, o fortalecer la
relación –en sus diversas variantes-, no contempla la complejidad de las relaciones
que se dan cotidianamente entre sujetos (y no entre agrupaciones homogéneas),
con lo cual puede en diversas situaciones generar más conflictividad aún en vínculos
que no son nada fáciles.
Resumiendo lo dicho hasta acá, vemos que desde los primeros párrafos de
estos documentos aparecen palabras ‘fuertes’ que habían dejado de ser usadas,
prácticamente, en las administraciones anteriores (del presidente Menem, o del
presidente De La Rúa): se habla de “justicia social”, de “igualdad”, de
“responsabilidades públicas”, que remiten a otros modelos político-económicos (de
“derechos sociales”), pero los contenidos concretos y los significados específicos
que asumen en las formas de aplicación del programa, siguen siendo prácticas
que apuntan a la “equidad”, son focalizadas (con todo lo que ello implica), donde la
carga principal pasa por la escuela (por los maestros y directivos, según se retomará
más adelante), compartida con su supuesta “comunidad”. En pocas palabras, a partir
de una retórica de la igualdad y de reivindicación de derechos sociales –en particular
a la educación-, se generan prácticas que continúan fuertemente las políticas de
corte neoliberal.
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2º PARTE: EL PIIE EN UNA ESCUELA
En este apartado consideramos la forma en que este Programa se implementa
en una escuela específica –donde realizamos nuestro trabajo de campo-, situada en
la zona Sur de la Ciudad de Buenos Aires. Esta escuela está dentro de uno de los
distritos escolares que registra los más altos niveles en los indicadores de pobreza.
Casi todas las escuelas en este distrito están incluidas en el PIIE. En general es un
distrito cuyas escuelas tienen una matrícula muy alta; es decir, son pocas escuelas
para la cantidad de población, y no tiene vacantes para todos los chicos que viven
en la zona. Éste es un problema crónico de este distrito, que según el Supervisor del
mismo ha recrudecido últimamente, como se ve en el siguiente fragmento de una
entrevista que le realizamos, en el marco de la investigación del Ubacyt (ver nota 1):
Supervisor: Nosotros llegamos a tener 800 chicos sin vacante (con énfasis),
en todo el distrito. (...) Este año. 800, una locura (con énfasis).
M: claro, porque éste es uno de los temas crónicos, ¿no? Es decir...
S: pero este año recrudeció enormemente. Porque, 800 pibes significa prácticamente la décima parte de la población que tenemos. Estamos cerca de
los 8.000, y ahora ya llegamos a 9.000. Pero exportamos pibes a otros distritos, ésta es la locura nuestra. Bah, la única solución que dio el Gobierno.
L: ¿al x, al y...? [en referencia a números de distritos escolares cercanos]
S: al x, al y, al z, al n [ídem], y no vamos más allá porque los micros que contrata el gobierno de la ciudad les salen muy caros
L: ¿El gobierno les contrata micros para la gente que no tiene vacantes acá?
S: claro. En realidad hubo dos mecanismos. Los pibes más grandes van directamente con línea de colectivos, al x, al z y al n [ídem]. Los pibes grandes o
chicos, como ya tienen que ubicarse en distritos más lejanos, como son el a y
el b [ídem], ahí sí tienen que... el gobierno puso micros, y los micros salen de
determinadas esquinas.
Se está construyendo una sola escuela en este distrito, pero gran parte de las vacantes
que podría cubrir ya están comprometidas, dado que a principios de 2006 agregaron
primeros grados provisorios en escuelas ya existentes13. Así, este problema continúa
13
La escuela donde desarrollamos nuestro trabajo de campo es una de las dos escuelas de este distrito
donde se abrieron primeros grados provisorios. Esta forma provisoria ha acarreado múltiples
problemas (en cuya descripción no podemos extendernos en los límites de este trabajo).
22
Laura Cerletti
sin solucionarse.La escuela donde realizamos el trabajo de campo es de jornada
completa, con comedor donde se sirve el desayuno y el almuerzo (como todas las
escuelas de jornada completa de la ciudad). Tiene dos grados por sección, y un “grado
de recuperación”. Cuenta con sala de Computación, de Música, de Tecnología, una
sala para Educación Plástica, un laboratorio de Ciencias Naturales, biblioteca, y una
radio. Esto último será objeto de nuestra atención, por su relación con el PIIE.
A partir de nuestro trabajo de campo por fuera de esta escuela, a nivel barrial,
con adultos a cargo de niños en edad escolar, hemos dado con críticas diversas
hacia la misma (ver Cerletti, 2005), pero podemos decir en términos generales que
se la considera buena escuela. Sin embargo, la queja es que no se consigue vacante,
o es muy difícil. De hecho, los grados tienen más de 25 chicos, y los primeros grados
comienzan el año con más de treinta. Con lo cual, si bien se trata de una escuela
relativamente grande, y con grados con mucha matrícula, su capacidad, comparada
con la densidad de población de las inmediaciones, no puede cubrir de ninguna
manera la demanda de escuelas en la zona14.
Por las características de la población que atiende, al igual que la mayoría de
las escuelas de este distrito, es señalada desde el Ministerio de Educación (de Nación)
para formar parte del PIIE. A partir de ahí les avisan a los directivos de la escuela que
tienen que presentar un proyecto para recibir el subsidio (ya que había sido
preseleccionada por su enclave). De esta forma, pasa a ser responsabilidad de la
escuela el armado del proyecto y la realización. Desde el Ministerio les envían un
asistente que supuestamente los puede ayudar en el armado del proyecto y
asesorarlos, pero partimos de la base que en la Ciudad de Buenos Aires hay un
asistente cada diez escuelas. Esto, más los comentarios realizados por uno de los
principales docentes encargados de llevar el proyecto adelante, nos da indicios
del lugar secundario que tiene esta figura en el contexto específico. Más
concretamente, los comentarios de ese maestro sobre el asistente es que lo prefiere
“más lejos que cerca”, y que “principalmente controla en qué se gastó la plata”15.
La forma concreta de aplicación del PIIE en nuestro contexto de investigación,
da cuenta de la responsabilidad local que implica el desarrollo del Programa.
14
15
La escuela queda dentro de un “barrio” que es una ex “villa”, y se encuentra también a pocas cuadras
de otra “villa” de importantes dimensiones, ambos sitios con gran densidad poblacional (ver Cerletti,
2005).
Según este mismo docente también es difícil acordar con el asistente los criterios en los que se
gasta el dinero. Por ejemplo, el segundo se oponía a que se compraran ventiladores para la sala de
la radio, que según el primero era inutilizable sin alguna forma de refrigeración (por ser
completamente cerrada, recubierta con placas de un material aislante de los sonidos, etc.), y el
costo de los ventiladores no llegaban al 2,5 % del monto del subsidio. Finalmente se accedió a la
compra.
Runa 28, Año 2008. ISSN 0325-1217
23
Más allá de los principios generales y posicionamientos enunciados en los
documentos oficiales, la modalidad de acción concreta en la lucha por la igualdad
educativa depende del proyecto que la escuela elabore (con el apoyo de un
asistente –compartido entre 10 escuelas, en el caso de la Ciudad de Bs. As.), y de la
forma en que lo desarrolle. Según lo relevado en el trabajo de campo, el lugar del
Estado es enviar el subsidio –una vez que el proyecto sea aprobado16- y evaluar en
qué se lo utiliza.
Retomando lo expuesto en la primera parte de este trabajo, vemos que estos
lineamientos de la política educativa desplazan la consideración del sistema
educativo como totalidad a la institución escolar, redefiniendo a las instituciones
escolares como “ejecutoras” de la acción educativa, lo cual implicaría una “autonomía
regulada, en tanto se condiciona las modalidades de acción de los sujetos e
instituciones al tiempo que se les transfiere la responsabilidad por sus logros, en el
contexto de una descentralización-recentralización de los lineamientos políticoeducativos” (Montesinos, 2002: 48-49).
El proyecto 17 que presentó esta escuela concretamente retoma unas
experiencias de taller de radio que habían hecho entre los años ’93 y ’95 (primero
con un pequeño grupo de alumnos, luego con todo el 3º ciclo), que se emitían por
alguna FM barrial. A partir del entusiasmo generado por estas experiencias, hicieron
un pedido de un subsidio a un programa llamado “Estímulos a las Iniciativas
Institucionales”, que les fue otorgado. Con eso instalaron un estudio de radio FM y el
equipamiento necesario para que funcionara. La fundamentación del proyecto
presentado por la escuela al PIIE se basa en las dificultades de expresión oral que
tenían los alumnos, la posibilidad de integrar áreas, de mejorar la comunicación, de
“abrirse a la comunidad”, entre otras cosas. Recibieron entonces también los subsidios
correspondientes al PIIE, con lo cual mejoraron y completaron el equipamiento de
la radio (tienen una potencia de transmisión que puede alcanzar unas diez cuadras
a la redonda).
En nuestras primeras visitas a la escuela fue una sorpresa el tema de la radio,
por su originalidad, por las potencialidades que podía tener para el trabajo con los
16
17
Los documentos indican explícitamente que las escuelas no “compiten” por el subsidio, es decir, la
aprobación del proyecto es condición para recibir el dinero, pero es independiente de que lo reciban
las otras escuelas seleccionadas (siempre según las características de “mayor vulnerabilidad” de la
población a la que atienden, según se desarrolló).
Es importante reconocer la colaboración del maestro que está principalmente a cargo de esto, que
nos permitió observar la radio en funcionamiento con los chicos, nos facilitó los proyectos que
presentaron en el 2004 y 2005 al PIIE, y conversó en distintas ocasiones conmigo sobre el tema.
24
Laura Cerletti
chicos. Según lo que observamos, la radio funciona una vez por semana con un
programa realizado y emitido por los chicos (que trabajan principalmente con este
maestro, y con maestros de otras áreas que participan en algunos de los pasos de
preparación de los programas). Además, la tecnología con la que cuentan para la
radio les permite hacer grabaciones que utilizan para los actos escolares, musicalizan
la escuela, entre otros posibles usos.
Nos parece importante destacar el compromiso y la calidad pedagógica con
que se lleva adelante este proyecto en esta escuela, especialmente de la mano del
maestro mencionado. Creemos que por parte de las personas involucradas hay una
apuesta diaria al trabajo con los niños –que efectivamente viven en condiciones
sociales muy difíciles-, y a partir de lo cual logran instancias de aprendizaje
significativo, de participación activa por parte de los chicos, y de entablar ciertas
relaciones con el “afuera” de la escuela.
Interesa, al mismo tiempo, preguntarnos si esto genera “igualdad educativa”
en los términos que plantea el PIIE (según se expuso en la primer parte). De hecho,
nos resulta significativo que el proyecto presentado por la escuela en lugar de decir
“Programa Integral para la Igualdad Educativa”, dice “Programa por la Integración y
la Igualdad Educativa”; nos preguntamos si tal vez no sea más acorde a las prácticas
reales esta segunda versión. Asimismo, la escuela ya contaba con equipamiento
antes de ser incluida en el PIIE, que va a agregar equipamiento a lo que ya se venía
haciendo. No negamos las mejoras que esto pueda significar, pero a la luz de lo
desarrollado en la primera parte del trabajo, nos preguntamos sobre el alcance de
estos proyectos como forma de generar “igualdad educativa”, y más aún igualdad
social (como contrapartida de la igualdad educativa)18.
Por otra parte, más allá de lo positivo de la experiencia de la radio en la escuela
y sus potencialidades de aprendizaje y comunicación con “la comunidad”, vemos
que la modalidad de trabajo responde a lo que mencionamos más arriba como una
“autonomía regulada”, en la cual recae la responsabilidad sobre la escuela como
ejecutora del mismo proyecto que elabora y como responsable por los resultados
del mismo, sobrecargando de trabajo a sujetos particulares. Desde el Estado, se
“apoyan” esas iniciativas, se las subsidia y se las evalúa, sin mayor presencia en su
puesta en práctica cotidiana.
18
Durante el trabajo de campo tuvimos la posibilidad de conversar con el maestro mencionado, sobre
nuestras ideas principales en relación al PIIE, y leyó una versión preliminar de este artículo. Fue una
experiencia interesante en términos teórico-metodológicos. Él coincidía con nuestras apreciaciones,
y el intercambio con sus ideas nos permitió reforzar algunos de los ejes que desarrollamos acá.
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25
Ahora bien, la radio en esta escuela ya tiene todo el equipamiento necesario,
ya funciona con ciertas rutinas cotidianas, y no necesitan comprar nada más. Pero el
PIIE requiere que la escuela presente un proyecto para poder recibir los subsidios (y
los guardapolvos, algunos libros para la biblioteca, etc.). Entonces desde la dirección
de la escuela se le dice al maestro que ahora hay que ampliar el proyecto, presentar
“otra cosa nueva”. Pero este maestro –abocado de lleno a las tareas en relación a la
radio, entre muchas otras cosas19- responde “que lo haga otro”. Pero ¿quién lo hace?
¿Quién se hace cargo de armar otro proyecto y llevarlo adelante? Es más que
entendible que los maestros y directivos no quieran tomar esa responsabilidad, que
claramente implica una sobre-carga con respecto al trabajo docente. Nos
preguntamos por qué “fortalecer la tarea central de la escuela, es decir, la enseñanza”
(Doc. Base, op. cit.) recae desparejamente sobre los hombros y la buena voluntad
de los que están en las bases del sistema educativo, poniendo en juego en su accionar
cotidiano las (im)posibilidades igualadoras de la escuela, y con la “tarea” de construir
una sociedad más justa en la cual la brecha de la desigualdad social nunca disminuye.
No sólo se sobrecarga a la escuela con lo administrativo-burocrático que implican
las políticas focalizadas, sino que la recarga también con la construcción,
implementación y desarrollo de un proyecto –reiteramos- en el marco de un
Programa Integral para la Igualdad Educativa.
CONCLUSIONES
Los elementos tomados para el análisis que presentamos acá son un posible
recorte, orientado por los ejes centrales de nuestra investigación. Asimismo, la forma
concreta de aplicación y ejecución de este Programa se refiere específicamente a
nuestro contexto de trabajo de campo. En otras localidades la proporción de
asistentes por escuela es completamente distinta, y las formas en que se llevan
adelante pueden variar. Sin embargo, pensamos que tanto lo planteado en relación
a los documentos, como las preguntas que pueden surgir de nuestro contexto local
específico, permiten visibilizar procesos y problemas de profunda importancia.
Según desarrollamos, el Estado propone promover la igualdad educativa a
través de la implementación de programas específicos como lo es concretamente
19
El mismo maestro, o algún otro miembro de la escuela, debe ir a comprar los equipos, pedir
presupuestos, ocuparse de los traslados, todas tareas “extras” al trabajo docente de enseñanza, pero
que se incluyen en lo que implica llevar adelante el proyecto.
26
Laura Cerletti
el PIIE, que de por sí lleva en su título la intención de ser un “Programa Integral para
la Igualdad Educativa”. Las formas propuestas e impulsadas por el PIIE para generar
dicha igualdad consisten principalmente en enviar subsidios a determinadas escuelas
–para que mejoren el equipamiento o las instalaciones- y apoyar “iniciativas
pedagógicas” en términos de equipamiento y “asesoramiento”. Pero este tipo de
subsidios y “apoyos” no contemplan la cantidad de niños –considerando solamente
las zonas urbanas en las que se implementa el PIIE - que no tienen directamente
una vacante en ninguna escuela, como es el caso de muchos niños que viven en el
Distrito Escolar donde desarrollamos nuestro trabajo de campo. Nos preguntamos
cómo sería posible lograr mayor igualdad educativa mandando subsidios para
apoyar iniciativas pedagógicas a las escuelas que atienden “a niños/as en situación
de mayor vulnerabilidad social”, cuando una importante cantidad de niños no tiene
la posibilidad de concurrir a ninguna escuela. En el mismo sentido, nos preguntamos
cómo se puede generar dicha igualdad si se focaliza en sectores de la población
determinados a priori: ¿qué sucede con toda la población que no queda definida
como de “mayor vulnerabilidad”?
En los documentos citados se reconoce la desigualdad social como causa de
la desigualdad educativa, y según vimos, las soluciones apuntan básicamente a dar
más recursos económicos a ciertas escuelas. Pensamos entonces que el diagnóstico
que se enuncia y las soluciones que se propone van por carriles distintos. Dicho en
pocas palabras, esa solución no resuelve ese problema. Se plantea que la desigualdad
social genera desigualdad educativa (con lo cual acordamos), pero desde ahí se
produce una falacia, ya que proponen que generando una supuesta igualdad
educativa se lograría mayor igualdad social.
Retomando consideramos que la “solución” que propone el PIIE, sobrecarga
a la escuela (o a personas individuales dentro de ésta), y les transfiere la
responsabilidad de hacer el proyecto concreto. Se deposita en la escuela la
responsabilidad por la lucha contra la desigualdad social, lo cual excede
completamente sus posibilidades. Pensamos que esto visibiliza cómo el Estado
transfiere responsabilidades a planos individuales de acción por la concreción
cotidiana de lo que según el discurso oficial asume (y en base a lo cual construyen
“legitimidad”, diferenciándose de las administraciones anteriores). En este caso
concreto, autonomizan el recurso, como si fuera en sí lo que generaría una mejora
pedagógica, y como si las mejoras pedagógicas implicaran una mejora respecto de
la desigualdad social. También se relaciona con esto el énfasis puesto en la
participación de “la comunidad”, que planteado en esos términos, y a la luz de lo
que observamos en el trabajo de campo, queda desdibujada en cuanto a quiénes
se refiere y qué lugar tendrían, más allá de las enunciaciones ideales de colaboración
y participación.
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27
Agradecimientos
Para este trabajo en particular, agradezco los aportes de la Lic. Liliana Sinisi, las
fructíferas conversaciones con el Prof. Maximiliano Rúa, y las discusiones sostenidas
en el marco del grupo de investigación.
Fecha de entrega: 5/8/2007. Fecha de aprobación: 11/10/2007.
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29
DILEMAS DE LA PRÁCTICA PROFESIONAL:
CUANDO LA ÉTICA Y LA MORAL DEVIENEN
EN PROBLEMAS ANTROPOLÓGICOS
Luciana Gazzotti*
*
Licenciada en Ciencias Antropológicas. Becaria del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas
y Técnicas (CONICET). Integrante del Proyecto UBACyT F202.
Correo electrónico: lucianagazzotti@yahoo.com.ar
30
Luciana Gazzotti
RESUMEN
La reflexión sobre los dilemas éticos que se presentan en la práctica
profesional constituyen instancias de quiebre y redefinición de la práctica
etnográfica, no solamente en relación a la construcción del objeto, sino también en
relación con las estrategias y metodologías que orientan la investigación. Este trabajo
buscará analizar de qué modo la reflexión sistemática sobre los desafíos éticos puede
redundar en un enriquecimiento en la manera de realizar etnografía y los métodos
apropiados para llevarla a cabo. Intentaremos en primer lugar esclarecer algunas
dificultades conceptuales que se presentan a la hora de abordar esta temática para
posteriormente ahondar en la manera en que se está discutiendo sobre ética en la
comunidad antropológica contemporánea.
Palabras clave: Ética; Responsabilidad social; Dilemas de la práctica profesional;
Trabajo de campo.
ABSTRACT
The reflections on ethical dilemmas that arise in professional practice are
important moments of redefinitions of our ethnography practice. This paper reviews
how systematic and different reflection on ethical dilemmas may enrich the debate
about the way we make ethnography and the appropriate methods for carrying it
out. I also analyze the importance of giving some philosophical and anthropological
definitions about ethics and moral, to rethink the way social anthropologist are
thinking about the issue in contemporary context.
Key words: Ethics; Social responsibility; Practical dilemmas; Fieldwork.
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31
I. INTRODUCCIÓN
Con mayor asiduidad los antropólogos están incorporando la reflexión sobre
los dilemas éticos que se les presentan en el ejercicio de su práctica profesional
como un elemento constitutivo de sus trabajos etnográficos. Esta reflexión profunda
y pormenorizada sobre los dilemas éticos se debe principalmente, a que los mismos
constituyen instancias de quiebre y redefinición de la práctica etnográfica, no
solamente en relación a la construcción del objeto, sino también respecto de las
estrategias y metodologías que orientan la investigación.
Las discusiones acerca de la ética y las reflexiones sobre los compromisos y
responsabilidades de la antropología constituyen instancias centrales de
interpelación de la propia práctica científica. Dichas discusiones sirven no solamente
para indagar sobre el sentido de las prácticas –preguntando para qué y para quienes
es el trabajo etnográfico y cuál es el mejor modo de realizarlo-, sino también para
problematizar el tipo de relaciones que se establecen con las personas o grupos
que intervienen en el proceso de investigación.
Este trabajo pretende analizar los desafíos éticos que se le presentan al
antropólogo cuando realiza investigación y determinar en qué medida la reflexión
sistemática sobre los mismos puede redundar en un enriquecimiento en la manera
de realizar etnografía y de los métodos apropiados para llevarla a cabo.
II. ALGUNAS CONSIDERACIONES INICIALES
Para comenzar a reflexionar sobre ética y antropología intentaré en primer
lugar valerme de algunas definiciones que aporta la filosofía. Estas definiciones y
conceptos servirán de marco de referencia para vislumbrar la existencia de diversos
niveles de reflexión ética que coexisten y tienen especial relevancia para
comprender el fenómeno en el campo de la antropología.
Una de las principales dificultades que aparecen a la hora de convertir los
dilemas éticos en instancias plausibles de reflexión antropológica consiste en que
no siempre se contemplan los múltiples niveles de reflexión y se prioriza un sólo
aspecto en detrimento de una perspectiva más general de análisis. De este modo,
en numerosas ocasiones se ha discutido sobre ética solamente en términos
normativos, se la ha vinculado con un posicionamiento político o por el contrario
se la ha relacionado con una instancia dilemática de carácter individual que tiene
lugar en un momento particular del trabajo de campo.
32
Luciana Gazzotti
En este trabajo sostengo que la reflexión ética atraviesa todo el proceso de
producción de conocimiento planteando profundos interrogantes acerca de los
marcos de referencia de la propia práctica científica. Estas dimensiones articuladas
pueden vislumbrarse desde la construcción del objeto, ya que la reflexión ética nos
señala posibles núcleos problemáticos sobre los cuales producir conocimiento.
También cuando diseñamos las metodologías y técnicas de modo tal que nuestros
objetivos sean comprendidos y consentidos por las comunidades en las cuales
participamos.
Por último, la reflexión ética nos pone en alerta sobre las consecuencias que
puede tener que la información producida sea utilizada con otros fines respecto de
los cuales ha sido creada.
a) Aportes de la filosofía
A fin de abordar algunas dificultades que se manifiestan en el terreno de la
ética en antropología, nos valdremos de algunos conceptos y definiciones que nos
aporta la filosofía.
En primer lugar señalaremos una distinción entre ética y moral. Berbeglia
señala:
“... la moral es un cúmulo de normas y valores concretos por los que se rige la
conducta de un grupo social en un tiempo determinado y que establece,
además, la sanción o el encomio de las acciones realizadas por sus miembros.
La ética, en tanto, consiste en la reflexión segunda y derivada, efectuada por
las filosofías, que se basan en parte, al menos, en la materia prima de las
normas y valores aludidos, que le sirven como trampolín para sostener teorías
más universalizadoras y fundamentadas racionalmente” (Berbeglia, 1997).
1
Numerosos autores cuestionan si la solicitud del “consentimiento informado” puede ser incorporada
en la antropología en los mismos términos en los que se emplea en la biomedicina. A diferencia de
la anterior, que trabaja en seres humanos, la antropología trabaja con seres humanos, por lo tanto
la permanencia en el campo es siempre una situación negociada y los diálogos en este contexto
siempre son consentidos. A su vez señalan que en antropología es muy complejo obtener
consentimiento informado ya sea en poblaciones con problemas de escritura, o con distintos grados
de enfermedades mentales donde no es posible una real comprensión de los objetivos de la
investigación. Por último, argumentan que el objeto de investigación es permanentemente
reformulado, aún cuando cesa la interacción con los sujetos y el antropólogo abandona el campo.
(L. Cardoso de Oliveira, 2004; Heilborn, 2004).
Runa 28, Año 2008. ISSN 0325-1217
33
Podríamos decir entonces que, en términos filosóficos, la ética consiste en la
tematización del ethos, entendiendo por ethos “un conjunto de actitudes,
convicciones o creencias morales y formas de conducta de una persona o grupo
social” (Maliandi, 2004). Cada grupo social tiene su propio código de normas y
conductas que no son parámetros establecidos de una vez y para siempre, sino que
están en estricta relación con el contexto histórico social del que forman parte.
Ahora bien, algunos autores han señalado que existen distintos niveles de
reflexión ética que conviven generando diversas formas de conceptualizar y entender
un problema de naturaleza moral.
Maliandi ha establecido cuatro niveles de reflexión2. Al primero lo denomina
nivel de “reflexión moral”. Este tiene lugar cuando se cuestiona acerca de qué se
debe hacer, para luego actuar en consecuencia. Este nivel de reflexión no es
estrictamente filosófico sino es una reflexión espontánea, acrítica y asistemática que
guía nuestras decisiones cotidianas.
Al segundo nivel de reflexión lo denomina “ética normativa” y el mismo surge
con la pregunta de porqué debemos hacer lo que hacemos. Maliandi argumenta
que:
“cuando se advierte que no todos opinan unánimemente sobre lo que “se
debe hacer” surge la duda, la pregunta básica acerca de qué se debe hacer, y
–en caso que se obtenga para ello alguna respuesta- la de por qué se lo debe
hacer. Con este tipo de preguntas se inicia la ética filosófica, que representa
la continuación sistemática de la tematización espontánea: en ella se procura
explicitar (“reconstruir”) los principios que rigen la vida moral, es decir se
intenta fundamentar la norma” (op. cit, 2004).
Al tercer nivel de reflexión lo denomina “metaética”, y ocurre cuando se “examinan
la validez de los argumentos que se utilizan para la fundamentación que lleva a
cabo la ética normativa. Establece el significado de los términos y enunciados éticos”,
es decir cuando se demandan aclaraciones sobre los significados. (op. cit, 2004).
Al cuarto nivel lo denomina “ética descriptiva”. Es decir, es un intento que
proviene por fuera del ethos donde “se estudian costumbres, códigos normativos,
creencias de la facticidad normativa, de su estructura, su funcionamiento en cuanto
fenómeno general [...] La reflexión del nivel ético descriptivo son habituales en
2
Si bien el autor determina diferentes niveles de reflexión éticos parte de la noción de que todos los
hombres que viven en sociedad operan sobre un saber moral que tiene carácter pre-filosófico es
decir, operan sobre un “conjunto no tematizado ni cuestionado de creencias morales, códigos de
normas, costumbres” que rigen su comportamiento y acción en cada momento y espacio particular
(op. cit, 2004).
34
Luciana Gazzotti
antropología, sociología y psicología” (op. cit, 2004) Este nivel de reflexión no es
filosófico sino científico.
Esta compleja clasificación de niveles de reflexión ética, nos servirá de marco
de referencia para problematizar y sistematizar el modo en que los antropólogos
han abordado la temática, no sin divergencias y dificultades.
b) Aportes desde la antropología a la reflexión ética
Una de las mayores complejidades del campo de la ética y la antropología
consiste en que confluyen simultáneamente los diversos niveles de reflexión ética
dando lugar a poderosos cuestionamientos. Por un lado confluyen “reflexiones
morales” personales sobre qué es lo que debemos hacer como antropólogos cuando
llevamos a cabo trabajo etnográfico y cuales son las mejores maneras de realizarlo.
Por otro lado, confluyen reflexiones del “nivel ético descriptivo” cuando se buscan
estudiar y comprender normas o códigos de comportamiento ajenos a nuestros
sistemas de valores. En ese contexto surge la problemática del universalismo versus
relativismo y las posibilidades o imposibilidades de establecer sistemas universales
de derechos y valores. Por último, confluyen reflexiones de nivel “ético normativo”,
cuando se intenta establecer porqué debemos actuar del modo en que actuamos,
porqué es necesario solicitar consentimiento, preservar el anonimato, o tener en
cuenta las consecuencias posibles de nuestro trabajo y acción, entre otros.
b.1) El plano de la reflexión moral: la disyuntiva de “tomar partido”
Si bien cuando reflexionamos sobre qué es lo que debemos hacer como
antropólogos cuando llevamos a cabo trabajo etnográfico surgen gran variedad de
respuestas que son constitutivas de la práctica disciplinar, elegiremos para tratar en
este trabajo la problemática del “advocacy” o toma de partido por una causa.
La disyuntiva de tomar partido, es decir involucrarnos activamente con una
causa de las personas o grupos con los cuales trabajamos es una discusión central y
no acabada en la disciplina. Existen numerosas reflexiones contrapuestas y el debate
al respecto es muy interesante e enriquecedor.
La antropóloga Scheper-Hughes señala que:
“el no involucramiento es en sí mismo una posición ética y moral”. Para ella,
“la antropología debe insistir en una explícita posición ética hacia los otros” y
“lo mejor que podemos hacer es comprometernos y practicar una buena
etnografía que incluya mirar, escuchar, ponerse en contacto, registrar y sobre
todo reconocer a nuestros sujetos”. (Cit. en Caplan, 2003: 18)
Runa 28, Año 2008. ISSN 0325-1217
35
Hastrup y Elsass argumentan por el contrario, que la “toma de postura” o “advocacy”
nunca puede ser antropológica, ya que la antropología busca comprender en
contexto los intereses locales; en cambio la “toma de postura” implica la elección de
un interés en particular. “La racionalidad de “tomar postura” o “advocacy” nunca es
etnográfica, es esencialmente moral en el sentido amplio del término” (Hastrup and
Elsass, 1990). Sin embargo señalan que existen responsabilidades, y muchas veces
como sujetos morales podemos vernos obligados a actuar en nombre “de” o tomar
partido “por”.
La problemática es compleja y también introduce el problema de la
representatividad y el cuestionamiento acerca de: en nombre de quién estamos
hablando. Al tomar partido por una causa y “hablar en nombre de” muchas veces se
reduce la multiplicidad de voces de una cultura ocultando los conflictos de intereses
y contradictorias relaciones que existen entre los grupos y su contexto social.
Luis Cardoso de Olivera señala que esta dimensión ético política de la práctica
antropológica introduce problemáticas como la de convertirse en “portavoz” de los
grupos con los cuales trabajamos, presuponiendo que los sujetos no tienen o no
han desarrollado capacidades de acción ni de comprensión de los hechos que
podrían sucederles. También se manifiesta contrario a la concepción de una
antropología militante, en los términos en los que lo plantea Scheper-Hughes, en el
cual se selecciona un solo punto de vista nativo y donde la autoridad etnográfica se
sostiene en base a una representación del antropólogo como sujeto iluminado capaz
de resolver y resguardar al grupo que representa. El autor señala que es importante
establecer una distinción entre la noción de neutralidad e imparcialidad, donde la
imposibilidad de ser neutro no implique ni permita que el antropólogo sea parcial
(L. Cardoso de Olivera, 2004).
b.2) El plano de la ética descriptiva: universalismo versus relativismo
Si bien la posibilidad de pensar la existencia o inexistencia de universales
como problema científico nos remite nuevamente al terreno de la filosofía, la
problemática ha sido ampliamente tratada por la antropología desde los comienzos
de su conformación disciplinar.
Hidalgo argumenta que:
“el ser universalista o relativista depende en este caso de la plausibilidad
empírica de la postulación de la existencia de universales. El punto de partida
de ambos enfoques es la tesis fáctica que afirma la existencia de diversidad
cultural y lingüística humana; este hecho es considerado básico y alude a la
existencia de pluralidad de lenguajes, de variedad de formas (o instituciones)
36
Luciana Gazzotti
sociales y culturales. Si además de esta tesis se acepta que los lenguajes y las
instituciones humanas en general son comparables (supuesto de
comparabilidad), el relativismo con el que nos enfrentamos se limita a negar
que puedan realizarse generalizaciones acerca de las mismas, ya sean de
carácter empírico o teórico” (Hidalgo, 1994)
Si bien desde los inicios de la escritura etnográfica la antropología ha generado
enunciados universales basados en la postulación de rasgos comunes de las culturas,
también ha señalado que las diferencias existentes entre los sistemas de costumbres
y valores no pueden generalizarse sino deben ser comprendidas en relación con su
propio sistema cultural.
El relativismo cultural ha afirmado que cada cultura posee un sistema de
valores y prácticas que son inherentes a su propio contexto de desarrollo y que
éstos deben ser comprendidos en sí mismos y no en relación con otros sistemas.
Mientras para algunas personas o grupos algunas prácticas resultan inaceptables,
para otros no constituyen una cuestión a problematizar. En este contexto no sería
posible extrapolar juicios de valor ya que cada cultura tendría su propio sistema de
valores (ethos) regido por su sistema moral propio.
Ahora, si bien el relativismo ha posibilitado la convivencia con la diferencia
cultural, existen consensos respecto de que ciertos hechos no podrían ser explicados
a través de estos argumentos. El genocidio perpetuado sobre diversos grupos
étnicos, crímenes de lesa humanidad, casos de infanticidio, o circuncisión femenina,
han sido objeto de profundos cuestionamientos por parte de la antropología. Ante
estos hechos, la disciplina se ha debatido entre un academicismo que recomienda
la neutralidad científica apoyada en el relativismo cultural3 y una toma de postura
que denuncia y se pronuncia en defensa de la vida, la integridad de las personas, y
en la cual el respeto al culturalismo no redunde en actos de irresponsabilidad social.
Fluehr-Lobban señala que:
3
Son muy interesantes las experiencias y reflexiones de Fluehr-Lobban acerca de sus 25 años de
trabajo de campo en Sudán, donde la circuncisión femenina es una práctica corriente, donde una
mujer no circuncidada es considera persona no respetable y tiene riesgos de no contraer matrimonio
si no lo está. Señala los conflictos que se le presentaron en relación con su entrenamiento como
antropóloga donde, basada en una neutralidad promovida por el relativismo cultural y a partir del
conocimiento de primera mano de las sensibilidades respecto de esta práctica, aplazaba cualquier
juicio de valor al respecto. Manifiesta que el punto de quiebre de esta postura surgió a partir del
diálogo intercultural e interdisciplinario donde comenzaron a establecerse consensos acerca de
que la mutilación genital constituía un verdadero perjuicio hacia los derechos más básicos de la
mujer y de las niñas. (Fluehr-Lobban, 1998)
Runa 28, Año 2008. ISSN 0325-1217
37
“el terreno entre los derechos humanos y el relativismo cultural puede ser
extraño y difícil de negociar, pero el uso de la idea de evitar el daño puede
ayudar a los antropólogos y a otros a proyectar cursos de pensamiento y
acción [...] La comprensión de la diversidad cultural en contextos donde la
violencia o el daño se llevan a cabo es valioso e importante pero suspender o
negar un juicio por causa del relativismo cultural es intelectual y moralmente
irresponsable” (Fluehr-Lobban, 1998)
Castiñeira y Lozano argumentan a su vez que sería mejor hablar de valores
universalizables más que en término de valores universales, ya que los primeros,
implican la búsqueda de criterios de referencia que delimitan las situaciones
prácticas. Pero a su vez, señalan que lo más importante es:
“...aprender a plantearnos en nuestras prácticas y responsabilidades cotidianas
(personales y organizativas), si lo que hacemos instrumentaliza a las personas
o las trata como fines en sí mismas, si fomenta nuestra autonomía y la de los
demás, si tiene en cuenta unos mínimos de justicia, si reconoce a los afectados
como interlocutores válidos, si fomenta la comunicación y el diálogo”
(Castiñeira y Lozano, 2001).
Una visión superadora de esta compleja problemática consiste en complejizar la
dicotomía ofreciendo alternativas que redunden en un diálogo fecundo respecto a
los diversos posicionamientos que el antropólogo debe tomar cuando realiza
investigación. Al respecto, Hidalgo señala:
“el problema de la verdad o falsedad de tales enunciados es distinto del de la
adopción de posiciones universalistas o relativistas: se puede ser relativista y
aceptar que ninguna teoría es por el momento satisfactoria (o con otras
palabras verdadera), y se puede ser relativista aún cuando se admita que
algunos enunciados generales son verdaderos...” (Hidalgo, 1994).
b.3) El plano de la ética normativa: la dimensión práctica
La reflexión ética normativa se hace presente en la disciplina cuando se
cuestionan los cursos de acción, los tipos de relaciones que establecemos cuando
investigamos y los alcances que nuestra investigación e intervención pueden tener
sobre la vida de los grupos con los cuales trabajamos.
Gustavo Lins Ribeiro establece que en antropología “la ética implica la
búsqueda por parte de una colectividad de principios aceptables de
38
Luciana Gazzotti
comportamiento y acción” (Lins Ribeiro, 2004). Estos principios deben ser entendidos
dinámicamente, es decir se renuevan y resignifican con cada generación
convirtiéndose así en una reflexión que no deja de ser histórica y política, producto
intelectual de estándares de profesionalidad y moralidad en disputa en diversos
contextos de producción del conocimiento.
Como hemos visto, la dimensión ética atraviesa todo el proceso de producción
del conocimiento. La antropóloga Pat Caplan argumenta que no podemos seguir
privilegiando solo un aspecto ya que hoy día la ética en antropología ha trascendido
el plano de lo estrictamente normativo para posicionarse en el corazón mismo de la
disciplina: problematizando principalmente las premisas con las que opera, la
epistemología, la teoría y la praxis. (Caplan, 2003)
III. REPENSANDO LA ÉTICA HOY EN LA ANTROPOLOGÍA
Desde el 2000 en adelante, diversos autores han profundizando en el modo
en que los antropólogos han escrito sobre ética y reflexionado sobre qué
circunstancias pueden explicar diferentes posicionamientos en los cuales el
antropólogo es partícipe. Se ha establecido la necesidad de vincular a la ética no
con una normativa basada en la negatividad y el deber ser sino con una
responsabilidad activa y positiva para con las personas o grupos que intervienen en
la investigación (Fluehr-Lobban).
El antropólogo holandés Peter Pels manifiesta la necesidad de repensar la
ética en términos de negociación incorporando a su vez la discusión sobre las
prácticas de producción del conocimiento. Establece el concepto de “duplicidad”
de la figura del etnógrafo cuando realiza investigación, ya que por un lado debe
comprometerse con las personas con las cuales realiza la investigación pero a su
vez debe negociar nuevos valores y cuestionar la universalidad de sus propios
principios éticos (Pels, 2005).
Hoy día se está empezando a reconocer que la reflexión ética ya no puede
estar confinada a declaraciones surgidas a partir de casos concretos ni solamente al
establecimiento de normativas tendientes a proporcionar parámetros aceptables
para la acción.
Si bien la reflexión ética constituye una parte constitutiva de la práctica, en
las últimas décadas nos hemos acostumbrado a escuchar preguntas que solamente
la relacionan con el plano de los dilemas: si se debe preservar el anonimato; si hay
que explicitar los objetivos de la investigación; si se debe aceptar financiamiento de
agencias que tienen intereses sobre la región estudiada; si hay que preocuparse por
material producido cuando éste es utilizado en esferas de dominio público, etc.
Runa 28, Año 2008. ISSN 0325-1217
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Todas estas preguntas y respuestas se tornan vacías si no logran trascender
el plano de los dilemas que enfrenta el investigador aisladamente. La perspectiva
dilemática, generalmente planteada en términos individuales y descontextualizados,
es insuficiente si no toma en cuenta que la producción científica se desarrolla en
contextos políticamente polarizados. Estos dilemas cobran sentido si están
intrínsecamente relacionados con las asimetrías económicas, sociales, y científicas y
las relaciones desiguales de poder en las cuales los agentes están involucrados y la
investigación está siendo producida.
Ésta idea es tratada con detenimiento por Philippe Bourgois en su crítica a la
ética antropológica contemporánea:
“... [Los dilemas] son asuntos éticos vitales e importantes con los cuales
debemos confrontarnos durante el trabajo de campo. Pero ¿por qué la
preocupación antropológica acerca de la ética termina aquí? ¿Qué hay de la
más amplia dimensión moral y humana acerca de las estructuras políticas y
económicas que han dañado a muchos de los pueblos estudiados
históricamente por el antropólogo? Con algunas excepciones, la mayoría de
los antropólogos norteamericanos no han incluido en la discusión de la “ética
antropológica” a la política y a la dimensión de los derechos humanos relativa
a los pueblos que investigan. De hecho la tendencia dominante ha evitado
estos temas reemplazándolos por un enfoque teórico basado en el significado
de los símbolos fuera del contexto social. El problema con la ética
antropológica contemporánea no es solamente que los límites acerca de lo
que se define como ética están establecidos de manera demasiado estrecha,
lo más importante es que la ética así entendida está sujeta a rígidas
interpretaciones que, aún cuando estén moralmente justificadas, opacan
preocupaciones de mayor peso relativas a los derechos humanos”. (Bourgois,
1990: 45)
IV. CONSIDERACIONES FINALES
A lo largo de este trabajo, y habiéndonos enriquecido con algunos aportes
provenientes de la filosofía y la antropología, hemos intentado demostrar que la
discusión sobre ética y antropología deriva en profundas reflexiones sobre el modo
de realizar etnografía y los marcos de referencia de la propia práctica científica.
En primer lugar porque redunda en un proceso reflexivo sobre nuestro
quehacer disciplinar, ya que al cuestionar el sentido de las prácticas modela nuestra
metodología, nos interroga sobre la manera de conducir un trabajo etnográfico y
40
Luciana Gazzotti
nos advierte sobre las posibles dificultades que pueden manifestarse a lo largo del
trabajo de investigación, aún cuando la interacción cara a cara haya finalizado.
En segundo lugar porque interpela nuestro sentido de responsabilidad como
antropólogos. En este sentido, nos expulsa a un terreno que excede los límites de la
antropología y nos invita a posicionarnos como sujetos activos en diálogo con otras
disciplinas y otros actores portadores de agencia y compromiso social. La noción de
responsabilidad trae aparejada la problemática del compromiso ante retos sociales
donde estén en juego la vida, la dignidad, la justicia, la libertad. Es necesario volver
a centrarnos en la noción de autonomía como valor, que es una idea que debe
subyacer a toda acción emprendida en relación con el otro.
En tercer lugar, la reflexión sobre ética nos alerta sobre la práctica cotidiana
como investigadores. Tal como señala Castiñeira y Lozano “el discernimiento ético
es necesario antes de la actividad científica, durante la actividad científica y después
de la actividad científica” (Castiñeira y Lozano, 2001). A su vez, debemos reconocer
que nuestra responsabilidad científica no es solo teórica, sino también práctica y
está enmarcada en el devenir de una comunidad histórica y moral que modela
nuestro conocimiento y establece los parámetros de lo que se espera como un buen
ejercicio profesional.
Para concluir, consideramos que la discusión ética no debe quedar reducida
estrictamente a su aspecto normativo. Reconocer los diferentes planos de reflexión
ética y poder plantear para cada plano un estado de permanente discusión y debate
redunda en que no se resquebraje la permanente retroalimentación reflexiva que
debe provenir de la praxis y se cristalicen criterios que entren en contradicción con
las complejas realidades en las cuales el antropólogo interviene como investigador.
Fecha de entrega: 6/8/2007. Fecha de aprobación: 29/10/2007.
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EL AGENTE PENITENCIARIO:
LA CÁRCEL COMO ÁMBITO LABORAL
Beatriz Kalinsky*
*
Antropóloga. Doctora en Derecho Social. Instituto de Ciencias Antropológicas. Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Investigadora independiente del CONICET.
Correo electrónico: beka@arnet.com.ar
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Beatriz Kalinsky
RESUMEN
La cárcel es un ambiente laboral con especificidad propia. Se analizan las
condiciones laborales de los agentes penitenciarios y las relaciones internas con los
demás protagonistas con relación a la potencial o real peligrosidad que define este
ambiente de trabajo. Se analizan tres temas claves: las requisas, la arbitrariedad de
los reglamentos y la actitud frente a los conflictos internos. Se trata de aportar
conocimiento alrededor de un lugar vacío de conocimiento y de políticas públicas
relativas.
Palabras clave: Agente penitenciario; Cárcel; Condiciones de trabajo; Peligrosidad;
Estrés laboral.
ABSTRACT
The jail is a labor atmosphere which has his own specificity. The labor
conditions of the prison officers and the internal relations with the other protagonists
in relations to the potential or real danger are analyzed in order to define the
atmosphere of work. Three key subjects are analyzed: requisitioning, the abuse of
the regulations and the attitude around the internal conflicts. This paper intends to
contribute with some knowledge around an empty place of knowledge and relative
public policies.
Key words: Prison Officers; Labor Conditions; Jail; Danger; Labor Stress.
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INTRODUCCIÓN
El ámbito de trabajo del agente penitenciario es la cárcel (alcaidías, unidades
de detención). De por sí es un ámbito especial, un lugar social de un casi nulo prestigio
y a la vez blanco de mucha atención por parte de la opinión pública. Es objeto de
continuo escrutinio público en vista de las formas actuales de su funcionamiento
que dejan las puertas abiertas a desmanes, fugas y sobre todo, motines. Por otra
parte, el pensamiento mayoritario de la sociedad actual es que se deben construir
más cárceles, deben haber condenas más largas sin importar, demasiado, que no se
cumplan los derechos que tienen las personas privadas de su libertad mediante
sentencias originadas en los juzgados competentes. El interés público no se posa
sobre las condiciones de vida de los detenidos ni las condiciones laborales de los
agentes penitenciarios salvo que ocurran episodios que llamen la atención, sobre
todo en los medios de comunicación y que se consideran un atentado a la seguridad
pública, que ha sido denominado por algunos autores “pánico mediático sobre el
crimen” (Ferrel 1999). Es casi en este único sentido en que el trabajo penitenciario se
observa desde la opinión pública, también desde las políticas estatales e, incluso,
desde la investigación social (Liebling, Price y Elliot 1999) Solo cuando ocurren
episodios se revela su fracaso. En tanto no haya motivos de preocupación en cuanto
a la seguridad de la gente, considerando en forma errónea que teniendo preso por
más tiempo a quien ha quebrado la ley se disminuyen los riesgos de inseguridad
pública sin tener en cuenta que las sentencias generalmente se agotan y el miembro
de la sociedad indeseado vuelve a ella, el trabajo penitenciario pasa desapercibido
sin provocar interés por sus condiciones, posibilidades y exigencias. El agente
penitenciario se transforma para quienes están detenidos y condenados en el
fantasma de su condena.
El eje que define el trabajo penitenciario es -en un rasgo siempre presenteestar en un ámbito que ofrece algún peligro que puede estallar en cualquier
momento. Se sabe que hay una afiliación laboral que ofrece algún riesgo para la
propia seguridad, que está presente como parte constitutiva del ambiente de trabajo.
El trabajo penitenciario tiene escaso reconocimiento social; no da prestigio, es mal
remunerado con relación a la exigencia que presenta, fuertemente jerarquizado, y
quienes están en la convivencia diaria con los internos tienen escaso poder de
decisión frente a situaciones que se presentan repentinamente, debiéndose a la
cadena de mandos que puede tardar en dar una solución favorable al conflicto
repentino, aquel que no está protocolizado, y que depende, en el fondo, de relaciones
humanas en un entorno muy parecido al cautiverio, del cual se sabe poco acerca de
las reacciones que pueden surgir.
46
Beatriz Kalinsky
El mundo carcelario se define también por la relación entre el agente
penitenciario y los internos. Es a partir de esta relación de donde puede surgir el
peligro que define el ámbito laboral penitenciario; surge como producto de un
campo de confrontación entre unos y otros. Cada uno de los integrantes del escenario
carcelario –agentes penitenciarios y detenidos- se consideran “oponentes” entre sí.
Si bien la tarea de los agentes penitenciarios es la de mantener una organización
pre- establecida de las unidades penitenciarias, muchas veces se considera que es
la de “cuidar a los presos”. Esta última expresión no es del todo feliz en tanto da la
impresión de que el agente penitenciario cumple una función de pacificar un lugar
en donde el otro protagonista es a la vez su contrincante.
La situación carcelaria nacional y provincial no permite que se cumpla con la
función establecida y se convierte, entonces, en un real campo de batalla donde se
espera que cada uno muestre formas de poder para imponerse sobre el otro.
Si bien es cierto que no habría agentes penitenciarios sin internos, quien
define las reglas de convivencia son las leyes y reglamentos y todos deben ser
respetuosos de los mismos. Pero, en la situación actual, estas leyes están lejos de
cumplirse debido a las condiciones de internamiento de los detenidos que son ya
muy conocidas: sobre- población en las unidades penitenciarias, convivencia de
procesados y condenados (donde no se respeta, entonces, el principio constitucional
de inocencia previo a la condena), usos desmesurado de la prisión preventiva,
lentitud en los procesos penales, desinterés de los defensores en mantener
actualizados a los detenidos del estado de sus causas, factores todos éstos ajenos a
la actuación laboral del agente penitenciario pero que tienen consecuencias directas
en el nivel de conflicto que a diario se plantea en una unidad penitenciaria.
Por otro lado, está la llamada “cultura tumbera” que podría definirse como
estilos de vida que los internos van adoptando a lo largo de su estadía carcelaria, y
que está directamente relacionada con la generación de códigos propios y “secretos”
para poder comunicarse sin ser entendidos por aquellos a quienes consideran sus
“enemigos”. Además esta cultura puede ser considerada como una forma de construir
una identidad en el encierro, que a veces ya viene en ciernes y se consolida durante
el período de detención; y muchas veces subsiste en el período post- penitenciario.
Así no es solo una cuestión de enfrentamiento con el personal penitenciario, aunque
se quiera advertir de esta forma, sino también tiene que ver con modos de componer
una identidad que puede llegar a asumirse como “delictiva”, de la que se está
orgulloso y que constituye una marca que se ostenta como desafío a las reglas de
convivencia de la sociedad civil (del Olmo 2002).
Runa 28, Año 2008. ISSN 0325-1217
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EL ÁMBITO LABORAL DEL AGENTE PENITENCIARIO
Dadas estas condiciones, el ámbito laboral penitenciario es exigente y
desgastante debido a que se deben atender al mismo tiempo varios frentes de
potencial conflicto: la relación con cada uno de los internos, la relación de los
internos entre sí, la relación con la jerarquía superior, la relación con la familia, entre
otros.
El principal problema que enfrentan es la relación con los internos. Con
convivencias continuadas, sistemáticas y fluctuantes, el agente penitenciario debe
armar una estrategia para sostener con cada uno de ellos una relación cotidiana.
No puede usar patrones estándares porque cada circunstancia reviste diferentes
perfiles: el tipo de delito, la duración de la pena, la personalidad del interno, sus
posibilidades de aceptar y acomodarse a la situación del encierro, los apoyos
externos que puedan sostener una relación con el mundo exterior (sobre todo con
la familia), entre otros factores. Para cada interno, la cárcel significa algo distinto y
asumirá su período de encierro también con relación a los recursos emocionales
de que disponga. Si son escasos se van extinguiendo con el correr del tiempo o
bien lo hacen en forma rápida y contundente; de manera que se convierte en una
persona malhumorada, de escasa predisposición para una convivencia obligatoria
e involuntaria, encerrada en su propio sufrimiento, egoísta, generadora de rumores
y que finalmente se convierte en un factor de conflicto que puede desembocar en
la pelea, la huelga de hambre o la fuga y el motín, éstos últimos representando el
extremo del peligro en donde se juega la vida de todos, agentes penitenciarios e
internos, con una diferencia primordial: en tanto la vida y su sentido del interno
están entre paréntesis o dislocadas, el agente penitenciario cumple con un destino
laboral como un aspecto más, importante sin duda, pero que se integra a otros
aspectos de su vida que transcurren fuera del ámbito laboral: familia, amigos,
estudios, entretenimientos y el resto de los componentes de una vida cualquiera.
La situación de potencial peligro arremete en forma sistemática la totalidad
de la vida del agente penitenciario, ya que está expuesto todo el tiempo a las
vicisitudes de su inserción laboral. Se ve comprometida la salud física y emocional
de quien cumple su trabajo. Empiezan los pedidos de licencia, las dificultades para
cumplir con el trabajo o la necesidad de recurrir a la ayuda médica. Esta situación
no puede perdurar en forma indefinida. Se instalan patologías, se reniega del
empleo, se incumplen responsabilidades, se ven afectadas esferas de la vida
personal (cognitivas, emocionales, relacionales) con consecuencias que no son
todavía del todo conocidas (Garland 2004).
48
Beatriz Kalinsky
A esto aún hay que sumarle la siempre escasa disponibilidad de personal, la
forma de regulación de los horarios de trabajo, el cambio de turnos, y la aparición
de necesidades circunstanciales que requieren aún más exigencias y que no pueden
ser solventadas en forma que no perjudique la vida personal del agente penitenciario
– un ejemplo podría estar dado por internos que deben ser controlados en forma
permanente por cualquier razón de peso que sea. El trabajo del agente penitenciario
es abrumador; y la investigación social no se ha preocupado mucho por analizar las
condiciones en que debe desarrollarse y los efectos que estas condiciones pueden
acarrearle tanto en el aspecto emocional como familiar, entre otros.
Debe lidiar, no pocas veces, con situaciones para las cuales no ha sido
preparado: síndromes de abstinencia (alcohol o drogas), enfermedad mental,
enfermedades físicas (diabetes, HIV, desnutrición, tuberculosis), respuestas
emocionales y físicas ante la notificación de sentencias, distintos tipos de pedidos
que terminan con su denegación, hasta evaluar condiciones tales como abandono
repentino o progresivo de las familias, escasez de dinero, o la simple desesperación
de una situación extrema: el encierro liso y llano en el comportamiento del interno.
Hay algunos factores intrínsecos a la situación carcelaria que atentan contra
el ejercicio profesional de la función de agente penitenciario.
El primero es que la convivencia cercana, cotidiana y continua hace de la
cárcel un ámbito parecido al doméstico, donde los internos dependen de alguna
forma de los agentes penitenciarios para satisfacer sus demandas y necesidades.
Son los intermediarios con el exterior, especialmente en lo que se refiere a temas
como salud, educación y causas judiciales. Esta relación estrecha con los internos
puede ir convirtiéndose, y de hecho muchas veces lo hace, en una cuestión de
“tutoría”, alguien que se hace cargo de responder, de mejor o peor modo, a los
reclamos y demandas del interno. La situación de privación de la libertad genera
cierta involución en la psiquis y las formas de mantener vínculos, internos como
externos, y hace que la dependencia de alguien con más poder para actuar se vuelva
un núcleo central de la vida de estas personas.
El factor emocional, por su parte, que alimenta el vínculo cercano se encuentra
en un primer plano por más que se quiera mantener una distancia relacional con los
detenidos. No pareciera haber resguardo de las influencias de las emociones que
para unos y otros genera esta forma singular de convivencia. Ellas abarcan un amplio
espectro: desde cierta compasión por ver a estas personas volverse dependientes, y
a la vez exigentes (modelo cuidador / cuidado) hasta aquellas que se expresan en
actitudes despectivas, desaprensivas o abiertamente hostiles de parte del agente
penitenciario hacia el preso. Pareciera que, en ocasiones, se crea una paradoja entre
el “ser persona” del detenido y la inclinación por aminorar los efectos del
encarcelamiento y el “ser persona que ha quebrantado la ley”, posición que genera
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sentimientos de resentimiento e ira, ya que no se condice con lo que se hubiera
esperado en tanto integrante de una sociedad que resguarda el “bien común”, como
quiera que se defina. El agente penitenciario debe lidiar diariamente con los estados
de ánimo fluctuantes de los internos a la vez que con los suyos propios que están,
en parte, en relación con la calidad de servicio que pueda prestar. Cuando el prejuicio
por quien ha cometido un delito prevalece por sobre la profesionalización de la
tarea se atravesarán situaciones conflictivas en especial cuando se trata de dar cauce
a las emociones, a veces incontenibles, de los internos. Algunos agentes
penitenciarios creen poder controlar este aspecto de su trabajo pero lo cierto es
que esta habilidad puede ir cambiando con cada uno de ellos o en diferentes
momentos durante la jornada de trabajo o su carrera. No siempre se puede mantener
una actitud calma frente a las expresiones emocionales del interno y no siempre se
puede dejar de mostrar las emociones que ellas promueven en el propio agente
penitenciario.
Las emociones mutuas que generan la relación entre agente penitenciario e
internos es uno de los ejes por donde transcurre la vida dentro de las cárceles y que
puede ir en dos direcciones: la humanización del preso o, al contrario, su conversión
en un cuerpo que debe ser contado (Crawley 2004). Estas visiones mutuas que se
tienen hacen que se establezca un vínculo definido por la ansiedad: de parte del
detenido porque depende en casi todo del agente penitenciario y éste último porque
debe cumplir con su tarea de la manera más desapasionada posible, tratando de
ocultar el abanico de emociones que le causa el contacto con personas, que muchas
veces hubiera preferido no conocer y de la que abdica la mayoría de la gente, por
suponerlas degradadas e indignas; deben pasar buena parte de su tiempo con
personas a las que se considera de poco valor. Aún aquellos agentes penitenciarios
que logran trabajar en forma bastante positiva con tales presos hallan dificultades
para manejar los sentimientos de enojo y disgusto, y a la vez los sentimientos de
culpa cuando pueden llegar a sentir cierta empatía o compasión por la situación
que están atravesando. En otras palabras, las emociones en el ámbito carcelario
establecen trampas difíciles de sortear.
Una construcción artificial de la situación pero que, al menos, permite seguir
cumpliendo con las funciones específicas. Cuando un oficial se “descongela” es
precisamente porque la estrategia de distanciamiento / des- personalización falla y
el preso emerge como persona.
Las formas en que se expresa el poder en las prácticas cotidianas pueden
conducir a dos situaciones contrapuestas: si se aplica de acuerdo a lo que manda la
ley y los reglamentos o si se aplica en forma discrecional, de acuerdo a los intereses
coyunturales tanto de internos como de agentes penitenciarios. De la primera forma,
la percepción por parte de los detenidos será la de un poder coercitivo pero que
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Beatriz Kalinsky
alcanza a todos por igual de manera que se estaría aplicando con criterios de
razonabilidad. La segunda situación es la que establece diferencias entre los internos,
con un trato discrecional y que no puede preverse. El factor crítico acá es el
desconocimiento de cuáles son los criterios que se usan para mejorar la situación
de algunos, empeorando, comparativamente, la de otros. Aunque esta percepción
por parte del interno sea distorsionada, en el sentido que un mejor trato hacia uno
no se produce por un peor trato hacia otro, se instala la noción de “desigualdad”
como parte integrante de las formas de convivencia desconociéndose qué caminos
pueden tomarse para cambiar de lo que se percibe como una situación de
desigualdad a otra más igualitaria de la que parecen gozar algunos a expensas de
otros. En estos casos, que son frecuentes, está a la vista una aparente relación positiva
con ciertos internos a los que se les ayuda, se les dedica más tiempo, y sus acciones
se ven como más positivas. Esta situación puede establecerse con un detenido en
particular o con algún pabellón en el que se alojan personas que han violado la ley
de una forma más benigna, si se quiere, que otros.
Hay una jerga carcelaria completa para designar y clasificar los distintos tipos
de detenidos que se puede llegar a hacer, desde aquellos que son tolerados porque
serían ocasionales o porque las circunstancias lo fueron encaminando hacia la
producción de un delito hasta quienes se supone que han elegido un estilo de vida
delictivo del que no se es posible apartar. Un tercer tipo de delito inaceptable tiene
que ver con el de mujeres que ejercen violencia, letal o no letal, contra sus hijos. Si
hay una percepción acerca de la índole delictiva de una persona en comparación
con otra que se vio circunstancialmente llevada al la acción delictiva, el trato que se
le dispense a uno y a otra será diferente, aunque la normativa aprobada rija para
todos igual. Cabe señalar, entonces, que los agentes penitenciarios pueden hacer
un uso discrecional de su autoridad, tomando decisiones que afectan a todos de
diferente forma, beneficiándose algunos y perjudicándose otros. Se establece
entonces un doble carril por el que se ejerce autoridad: el control formal, regido por
la normativa establecida, que se supone conocida y a la que se debiera apegar la
función de los agentes penitenciarios; u otra, “informal” en tanto no está escrita, se
va generando en el transcurso de la vida diaria mediante la toma de decisiones que
no ofrecen claridad en el criterio que les otorga legitimidad. En consecuencia, la
acción y decisión de la administración penitenciaria puede variar ante la misma
circunstancia con lo que se hace imprevisible, y por ende un factor importante, en
la configuración del campo de conflicto que de por sí es una institución penitenciaria.
Estas decisiones así tomadas no constituyen un mero trámite administrativo sino
que afectan el sentido de respeto y dignidad que cada uno de nosotros espera para
sostener nuestras capacidades afectivas y cognoscitivas. El uso, el escrutinio y la
administración de la discrecionalidad de los agentes penitenciarios raramente han
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sido el foco de la atención en la investigación social (Liebling 2000). De esta forma,
a pesar de que se considera que el peligro inherente a las cárceles y al trabajo del
agente penitenciario es unidireccional, proveniente de los internos –porque han
transgredido la ley, o son personas indeseables para su funcionamiento en la
sociedad, o como dijimos sin valor por sí mismas-, se podría plantear que a la vez
una administración discrecional y faltante de criterios conocidos por todos del
ejercicio de la función penitenciaria hace que ese peligro pueda ser construido en y
dentro de las relaciones que se establecen entre los internos y los agentes
penitenciarios. (Morales, Morales y Morales, 1999)
LAS REQUISAS
Esta modalidad de supervisión sobre los elementos materiales que el
detenido puede tener o no, en las celdas se ha vuelto un método de control informal
caracterizado por la violencia y la falta de respeto hacia la intimidad de las personas.
La idea de conocer sobre el tipo de pertenencias que tiene cada uno de los detenidos
-para evitar el peligro de que se dañen entre ellos, organicen una fuga o motín,
perjudicando (y a veces seriamente) al personal penitenciario y al respeto a la
institución penitenciaria- no necesariamente debería conllevar formas violentas de
requisa. La violencia, en este caso, sustituye de una forma onerosa a la elaboración
de criterios estables y conocidos, sobre lo que puede considerarse peligroso o con
usos espurios para protagonizar algún desmán (fuga, motines, peleas, etc.) Hay
momentos ya previstos en donde se hace el recuento de la cantidad de gente que
hay en cada pabellón; pero también hay formas sorpresivas de hacer estas requisas,
que actúan mediante el factor sorpresa con el fin de buscar, y muchas veces
encontrar, elementos prohibidos. Este último tipo de requisas es el que es resistido
por los detenidos. Provoca mucho malestar y tensiones innecesarias entre el personal
penitenciario y ellos. Seguramente se puede pensar en modos más prolijos y
controlados de buscar elementos que no deben estar en las celdas, sin necesidad
de perjudicar los pocos bienes materiales que los presos pueden tener, del dolor
adicional que provoca que se toquen y miren elementos de la privacidad de cada
uno de ellos, factores ambos que constituyen un plus no legal de la condena sufrida.
Menos aún podrían legitimarse los modos de hacer la requisa durante la detención
preventiva, donde rige el principio de la inocencia. De hecho, no se cuenta con alguna
mínima tecnología que pudiera suplantar, en algunos aspectos, esta invasión a la
privacidad de las personas. Es uno de los temas que se prefiere dejar a la decisión de
la administración penitenciaria, entre otras razones, porque hace a la vida cotidiana
52
Beatriz Kalinsky
y las relaciones construidas entre los agentes penitenciarios y los detenidos. Sucede
que, en los hechos, está en manos del personal de guardia y como otros aspectos
de la cotidianeidad carcelaria, queda al arbitrio de quién es el jefe de guardia. Por
eso, la tarea impostergable de las personas detenidas es conocer bien y en detalle
la calidad de la relación que tienen con cada uno de los integrantes de las diferentes
guardias para pronosticar, con cierto grado de certeza, las condiciones en que día a
día, y turno por turno, se hará este procedimiento de revisación de sus celdas y de
ellos. Otro factor que genera violencia adicional e innecesaria para el control de las
actividades de las personas detenidas.
INCUMPLIMIENTO
DEL REGLAMENTO VIGENTE Y ARBITRARIEDAD EN LOS
CAMBIOS DE LA RUTINA
Aceptemos que las condiciones de vida en la prisión están en un estándar
que en su totalidad es inaceptable (da Rocha, 1997, Niño 1996, entre muchos otros).
Esta situación se debe a muchos factores: la falta de infraestructura edilicia, escasez
presupuestaria, desinterés político y cierto aval de la opinión pública que considera
que quien ha quebrado la ley “se merece” este castigo, que se adiciona al dado por
la sentencia, que aunque prohibido desde la Constitución Nacional, está avalado
por las condiciones reales de vida; sobre su propia existencia no se toman medidas
enérgicas mediante políticas criminológicas contundentes y respetuosas de las
leyes, tanto nacionales como internacionales.
A esta situación se agrega un factor que sí está al alcance de la administración
penitenciaria: la precariedad con que se respetan los reglamentos internos. Para
algunas guardias las cosas se hacen de una determinada manera pero para otras,
las mismas rutinas se cumplen de manera diferente, a veces improvisada y sin
control del personal jerárquico de la institución. No podemos arriesgar una hipótesis
sobre este comportamiento errático del incumplimiento de las normas vigentes, o
su distorsión pero puede pensarse que dependerá de las condiciones reinantes en
un momento dado, de la predisposición de quienes están al mando en ese momento
de cumplir o no con lo pre establecido o bien porque el personal penitenciario
también es parte de la opinión pública y comparte esta idea de que los castigos
adicionales son legítimos. El único castigo legal es el tiempo de privación de la
libertad que queda establecido en la sentencia condenatoria (Messuti 2001).
Lo mismo puede ocurrir con las personas que ingresan para dar clase, para
llevar la palabra de Dios o de voluntarios que donan su tiempo libre, en este tipo de
trabajo comunitario. La idea que parece prevalecer para mantener la efímera paz
Runa 28, Año 2008. ISSN 0325-1217
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que puede pretenderse de un establecimiento penitenciario es el de mantener el
establecimiento lo más vacío posible de personas. Muros invisibles, generados por
las formas de su administración, que desalientan cualquier intento de mantener
conexiones con el afuera, flujos de materiales e información que entren y salgan, o
bien que los detenidos aumenten su capacidad de reflexión y crítica no solo para
dar un sentido al acto erróneo que han cometido sino que puedan preguntarse por
las consecuencias de sus actos una vez agotada la sentencia y devueltos a la sociedad
libre. La ruptura provocada con el exterior es un obstáculo para la vuelta a la sociedad
en mejores condiciones con que se ha entrado o iniciado un camino que derivó en
una estadía, más o menos larga e involuntaria en un establecimiento penitenciario.
Sin embargo, se insiste en vaciar a las cárceles de presencias que podrían llegar a
cubrir el puente con una libertad ejercida con más responsabilidad y respeto por
los demás.
ACTITUD FRENTE A LOS REQUERIMIENTOS DE LOS INTERNOS
Con frecuencia no son los reglamentos los que guían los comportamientos
de los agentes penitenciarios frente a los requerimientos de los internos. Opera un
factor de agotamiento frente a las continuas quejas, pedidos y reclamos que los
detenidos hacen en forma insistente y no siempre de buen talante. Las quejas, los
insultos y ofensas son los componentes habituales de una modalidad que colma
cualquier paciencia. Un agente penitenciario tiene derecho a cansarse de recibir
insultos y amenazas diarias. Que el detenido no se escape, que no provoque
problemas, no se lastime ni lastime a otros, que se porte bien y que, finalmente, se
vaya es a lo que se aspira. Por ende, estos reclamos serán atendidos en el tiempo y
la forma en que se considere que merezcan. Las notas destinadas a defensores,
juzgados o lo que fuera no serán entregadas a tiempo, las dificultades de
convivencia entre los internos serán dejadas a la responsabilidad de ellos mismos,
la política de no intervenir primará sobre la de una posición mediadora y resolutiva
de los conflictos, no se cumplirán con los horarios de apertura de algunas puertas
que significa la salida al patio, único momento diario de tomar un aire que no tenga
el olor característico de la cárcel, o bien no se avisará la llegada de un profesor y la
clase se verá reducida a la mitad del tiempo, entre otros muchos ejemplos posibles.
Así, a las restricciones impuestas desde los juzgados en cuanto a la ejecución de la
pena se suman las generadas por situaciones de una mala convivencia con lo que
venimos señalando como un “plus de pena” establecido desde instancias
administrativas, carentes de toda legalidad pero generadores de los peores
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Beatriz Kalinsky
conflictos que pueden suscitarse en una institución carcelaria. Y por eso, se convierte
en el blanco de las “culpas”, todo lo que sale mal o no sale como se quería o pensaba,
deberá ser culpa del personal penitenciario. Así de simple, todo con extrema crudeza
y alejado de la realidad. A ellos se les puede dirigir una palabra sin disimular la
crudeza. Es a quien se tiene más a mano y nadie se detiene a ponderar el grado de
responsabilidad que le cupo en el fracaso de una situación específica, que no es
comparable con otras.
El personal penitenciario, como queda dicho, hace un uso extenso de la
discrecionalidad. (Liebling 2000) Necesitan dejar asentada su autoridad, lo que
algunas veces puede incluir la necesidad percibida de mantener el control, cuando
la seguridad del ambiente está amenazada, pero esto también puede querer decir
la demanda de “respeto” a la autoridad donde no se la ve bien visible. Ellos hacen
esfuerzos para proveer seguridad, estabilidad en prisión a través de la vigilancia y la
amenaza de las sanciones, muchas veces concretada.
El resultado es una suspicacia que se instala en los internos que aunque está
bien fundada, no es real en todos los casos. Si el defensor no llama o pide al interno
que vaya a su oficina es necesariamente porque la nota que iba dirigida a él no le ha
llegado, pues no ha salido de la cárcel. Si tal reclamo o tal turno médico no han
tenido resultados se debe a la misma razón. En tal sentido, al asentar la autoridad
por medios coercitivos se impide que haya un razonable margen de confianza, y
otra vez, nos encontramos con un factor generador de desinteligencias y potencial
violencia.
Tampoco existen las disculpas. Lo hecho no puede revertirse: tanto la tardanza
en el envío de una nota como el insulto dirigido a alguien que había cumplido con
sus obligaciones. ¿Qué significa el término “respeto” en el contexto de una prisión?
ACTITUD FRENTE A LOS CONFLICTOS ENTRE LOS INTERNOS
El personal penitenciario desea terminar su día de trabajo sano y salvo. Un
deseo que no siempre puede cumplirse, y que se renueva cada vez que ingresa a su
lugar de trabajo. Desea llevar una vida común y corriente, desligándose de los
problemas laborales en el ámbito de su vida privada. Sin embargo, no lo consigue.
Las repercusiones emocionales que se suscitan a lo largo de una mera jornada laboral
pueden llegar a desencadenar comportamientos no deseados en el seno de su
familia. Un padre que confunde el timbre de su casa con una señal de alarma en su
lugar de trabajo; una madre que recibe durante todo el día laboral insultos o
expresiones de malhumor no tendrá el mismo margen de tolerancia hacia la
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conducta habitual y normal de sus hijos en comparación con otra que trabaja en
lugares menos estresantes. Descenderá el número de motivos de alegría, diversión
o relajamiento, superando en gran medida aquellos que generan ansiedad,
depresión, desgano y hasta perturbaciones emocionales. Vienen, entonces, licencias
por enfermedad, motivos para faltar al trabajo, renuncias o intenciones de encontrar
un lugar dentro de las cárceles que permita estar menos tiempo en contacto con los
detenidos (Liebling 1999).
Pero hay motivos de grandes preocupaciones: las peleas entre internos
pueden llegar a ser más amenazantes que las que se producen entre internos y
agentes penitenciarios. Muchos son los motivos, pero no hay explicaciones
completas, todavía, de dos situaciones, como mínimo, que pueden sacar el sueño a
cualquiera: homicidios intra- carcelarios y motines.
De las experiencias habidas, el personal penitenciario suele inclinarse porque
las cosas sucedan antes de intervenir para luego evaluar los daños provocados. No
solo se debe a una mala fe en el cumplimiento de su función; lo que se espera que
se tenga a mano, en realidad no se lo tiene. Entonces ese desorden se impone a una
disciplina, actuación protocolizada, para solucionar con el menor daño posible el
complejo problema que suscita la pelea entre internos, por ejemplo.
En el caso de los motines, una acumulación de males antecede, durante largo
tiempo, la situación por la cual, la prisión, explota en una expresión de violencia
colectiva. Esto significa que la administración de la prisión tiene muchas
oportunidades para prevenir los motines antes que se produzcan (Boin y Rattray
2004).
CONCLUSIONES
El control penitenciario - administrativo es una variable multidimensional
que incluye tanto los controles formales e informales, como los castigos. Una de las
lecciones más sobresalientes de los estudios sociológicos sobre las cárceles
tradicionales es que el uso de la coerción formal e informal lleva a cuestionables
resultados positivos y puede ser incluso contraproducente cuando se usa en ausencia
de garantías (Reisig 2002).
Hay dos modelos sobre el trabajo de oficial en una cárcel: el que sigue las
reglas y es obediente al modelo, y un modelo de negociación que es desconocido
en la en la mayoría de las prisiones argentinas. En ambas aproximaciones hay riesgos.
Estos modelos tienen diferentes implicaciones acerca de nuestra visión sobre cómo
se trabaja en las prisiones, cómo se elige al personal, cómo se lo entrena y cómo se
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Beatriz Kalinsky
obtiene la legitimidad del orden y la seguridad. A la vez, se debería tener en cuenta
las limitaciones que ofrece un modelo que sólo incorpora el punto de vista del agente
penitenciario y la evaluación que realiza él mismo sobre la situación: mejora la calidad
de vida de la persona como preso pero no como ser humano. Se logra mejorar las
condiciones de su detención pero nada tiene que ver con el llamado “tratamiento
penitenciario”. Este último, si es que pudiera llevarse adelante, está a cargo de otras
instituciones del Estado. No es el sistema penitenciario quien define el tratamiento
de rehabilitación, aunque pudiera llegar a hacerlo en forma indirecta o solapada
cuando las instituciones destinadas a tal fin funcionan en forma parcial o deficitaria.
(Leibling 2000). Ayudaría la presencia sistemática de monitoreos independientes,
de los agentes públicos fiscales, y de decisores políticos a la hora de hacer prevalecer
tanto el derecho que asiste a los detenidos condenados como a los agentes
penitenciarios como lugar digno de trabajo.
Fecha de entrega: 31/7/2007. Fecha de aprobación: 6/3/2008.
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58
Beatriz Kalinsky
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LA EVALUACIÓN MORAL COTIDIANA DE LOS CANDIDATOS
AL ESTATUTO DE REFUGIADO EN FRANCIA
Carolina Kobelinsky*
*
Antropóloga, estudiante de doctorado, Ecole des hautes études en sciences sociales (EHESS), París.
Correo electrónico: carokobe@yahoo.com
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Carolina Kobelinsky
RESUMEN
En los Centros de recepción y asistencia para peticionantes de asilo en
Francia, la evaluación moral de los candidatos al estatuto de refugiado reviste un
doble aspecto: por un lado, sobrevuela una duda sobre la veracidad de la historia
del peticionante, que es sometido a una prueba de credibilidad; por otro, los
solicitantes son juzgados en razón de sus actitudes y comportamiento en el Centro.
En este artículo propongo explorar, a partir de un corpus etnográfico, las
representaciones construidas por los asistentes sociales y estudiar las figuras
antropológicas de peticionante de asilo que operan en la vida cotidiana.
Palabras clave: Centro de recepción y asistencia para peticionantes de asilo;
Evaluación moral; Sospecha; Desconfianza; Verdad.
ABSTRACT
In the Reception centers in France, the moral evaluation of asylum seekers is
two-fold: on the one hand, there is a doubt about the truth of the story founding
the asylum claim; on the other hand, asylum seekers are judged depending on
their everyday attitudes towards the institution and its members. Based on a longlasting ethnographic study, the aim of this paper is to explore the representations
constructed by social workers and the way they operate in everyday interactions.
Key words: Reception centers for asylum seekers; Moral evaluation; Suspicion;
Mistrust; Truth.
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INTRODUCCIÓN
La creación del Ministerio francés dedicado a la Inmigración1, más allá de la
aberración que significa y el objetivo que persigue, no hace más que objetivar lo
que ya nadie puede negar: los inmigrantes se han constituido en las últimas décadas
en un verdadero problema político. Desde que Francia decidió cerrar sus fronteras a
los extranjeros en 1974, la sospecha y la victimización entraron en escena como los
dos extremos de un sube y baja, cuyo peso va a uno y otro lado, en un dinámico
juego de tensiones. Si hasta no hace demasiado, refugiados e inmigrantes eran
percibidos como dos categorías distintas -la primera con derecho a un trato
preferencial- , actualmente los límites entre peticionantes de asilo e “inmigrantes
económicos” parecen evaporarse en los discursos y las políticas implementadas. El
asilo, que remite a la definición de refugiado de la Convención de Ginebra de 19512,
pasó a ser tratado como un vector de inmigración. Las personas que arriesgan su
vida en la migración, aquellas que escapan a la persecución, a la muerte, las que
huyen del hambre, todas, quedan atrapadas bajo el estigma de “clandestinos”. Los
políticos y la prensa hablan de “verdaderos” y “falsos” refugiados, retórica que sirve
justificar el minúsculo porcentaje de estatutos otorgados. La sospecha recae sobre
todo extranjero que pide asilo. Nuevas nociones jurídicas como la de petición
“manifiestamente infundada”, que permite deshacerse de una buena cantidad de
solicitudes incluso antes que puedan presentarse, o de “países seguros” que descarta
la petición de originarios de países que se encuentran en una lista constantemente
renovada, enfatizan la desconfianza imperante.
Pero la sospecha no sólo opera en el procedimiento administrativo-legal de
reconocimiento del estatuto de refugiado, en las nuevas reglamentaciones y en los
medios. Los centros de recepción y asistencia para peticionantes de asilo, financiados
por el estado francés y cuya gestión queda en manos de diferentes ONGs, donde
realicé trabajo de campo entre diciembre de 2003 y julio de 2006, constituyen
espacios donde se construyen y circulan cotidianamente juicios morales en torno a
1
2
Me refiero al Ministerio de la Inmigración, la Integración, la Identidad Nacional y el Co-desarrollo,
creado por el flamante presidente francés Nicolas Sarkozy.
De acuerdo con la definición, es refugiado toda persona que: “debido a fundados temores de ser
perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u
opiniones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos
temores, no quiera acogerse a la protección de tal país; o que, careciendo de nacionalidad y
hallándose, a consecuencia de tales acontecimientos, fuera del país donde antes tuviera su residencia
habitual, no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera regresar a él” (Convención de Ginebra,
Art. I. A.2.)
62
Carolina Kobelinsky
los solicitantes de asilo. Se trata de instituciones parcialmente cerradas de albergue
colectivo, que ofrecen un seguimiento sanitario, ayuda jurídica para la redacción de
la solicitud de asilo y un acompañamiento social. La estadía dura lo que tarde en
resolverse la petición (que puede variar entre seis meses y cuatro años). Durante
dicho período los solicitantes no pueden trabajar, su “actividad” es, en principio, la
espera.
El tratamiento institucional que se les brinda en los Centros difiere en función
de los juicios de valor de los trabajadores sociales3. La evaluación moral reviste un
doble aspecto: por un lado, sobrevuela una duda sobre la veracidad de la historia
del peticionante, que es sometido a una prueba de credibilidad; por otro, los
solicitantes son juzgados en razón de sus actitudes y comportamiento en el Centro.
En este artículo propongo explorar las representaciones construidas por los asistentes
sociales y estudiar las figuras antropológicas de peticionante de asilo que operan
en la vida cotidiana del Centro. La metodología utilizada consiste,
fundamentalmente, en el análisis del material obtenido durante el trabajo de campo,
a partir de 1) entrevistas semi-estructuradas con asistentes sociales, responsables
de las instituciones y con candidatos al estatuto de refugiado; 2) la observación
directa de interacciones entre trabajadores sociales y peticionantes de asilo, la
observación durante reuniones de equipo y reuniones con los solicitantes; y 3) la
observación participante de actividades institucionales (talleres de cocina, de
marionetas, salidas a museos, parques y fiestas). La perspectiva etnográfica adoptada
permite, pues, “observar”, pero al mismo tiempo, oír y escuchar. La inserción
prolongada en el campo permitió estrechar el vínculo con muchos de mis
interlocutores, posibilitando que los registros de comunicación varíen (cf. Schwartz,
1993). Aparecieron así numerosas ocasiones para conversar de manera informal, lo
que permitió des-ritualizar la relación investigador/informates y obtener, en
intercambios en apariencia anodinos, los datos más ricos e interesantes. A partir de
este material, el objetivo es escrutar las distintas elaboraciones de la experiencia
cotidiana que orientan la conducta de los trabajadores sociales y el tratamiento que
brindan a los peticionantes de asilo.
3
En este artículo utilizo indistintamente los términos “trabajadores sociales”, “asistentes sociales” y
“profesionales de lo social”. En los Centros donde realicé mi investigación, el personal es muy
heterogéneo. Está compuesto mayormente por diplomados en alguna de las múltiples carreras “de
lo social”, a saber: animación sociocultural, asistencia social, educación especial, economía social y
familiar. También hay empleados que no tienen formación terciaria o universitaria y otros que
estudiaron ciencias políticas, historia, derecho.
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63
EL HÉROE
[Uno de los directores dirigiéndose a los residentes:] “Los respeto como
adultos que han tomado decisiones importantes. Tienen valor, coraje, más
que yo. Los respeto porque decidieron irse de su país y es una elección
difícil” (notas de campo, 15/01/04).
Para algunos profesionales del Centro, los solicitantes de asilo son percibidos como
personas sufrientes que se han sacrificado para salvar su vida y la de sus seres
queridos. Por ello son respetados e incluso admirados. Porque son honestos y
honorables. Son “verdaderos” refugiados, aun si (todavía) no obtuvieron el estatuto.
Muchos asistentes sociales me han contado su gran admiración para “esta gente
que ha debido dejarlo todo y que tiene coraje para volver a empezar”. Distinguidos
por su coraje, su nobleza de espíritu, su devoción a una causa, estos seres dotados
de grandes valores morales que despiertan la admiración evocan una figura que se
asemeja al héroe. Según la definición del diccionario, éste es un ser que se distingue
por sus hazañas y su extraordinario arrojo. Gracias a su carácter, su devoción total a
una causa u obra, es digno de la estima pública4. Esta definición carece sin embargo
de un elemento central en las representaciones de los asistentes sociales: el
sufrimiento. Propongo pues, para completar esta figura del peticionante de asilo,
hablar de héroe trágico. Valga una aclaración, ya que no quisiera caer en una
concepción dolorista de la tragedia, que ve en el sufrimiento una fuente de
conocimiento y sabiduría, una especie de utilidad (moral) del dolor. Utilizo el adjetivo
en tanto la imagen evoca al hombre sufriente y los profesionales destacan el dolor
por sobre otros aspectos. Para el crítico literario Terry Eagleton (2003), cuando nos
interesamos por la tragedia, no podemos dejar de lado su dimensión universal. Cada
tragedia es singular pero todas comparten el lenguaje del sufrimiento. Durante una
conversación, un empleado del Centro ofrece una síntesis de todas las características
del héroe trágico que es para él un solicitante cubano:
“Hay que tener una convicción muy fuerte y un coraje increíble para decidir
tomar las armas y comprometerse con la defensa de los derechos humanos,
después de tanto sufrimiento… Hay que ser alguien especial me parece”
(conversación, educador especial, 21/02/06).
4
Dejo de lado la definición del héroe como personaje (semi-dios) de la antigüedad.
64
Carolina Kobelinsky
Todos estos valores morales poseen un significado positivo y un contenido emotivo
potente a los ojos de muchos profesionales. En su etnografía de un pueblo andaluz
Julian Pitt-Rivers (1971) insiste en la dimensión cognitiva de los valores, que
constituyen para él los parámetros para hacer inteligible el comportamiento. Pero
dichos parámetros están lejos de ser inmutables y las tres figures de peticionante
de asilo que aparecen en los Centros estudiados están construidas a partir de valores
que no son ni absolutos ni universales. Causas que se consideran “justas” hoy son la
lucha por la democracia (sobre todo si se trata de países con regímenes de izquierda)
o la libertad de expresión. Luchar por ellas, con un espíritu altruista y valor para
superar “pruebas difíciles” dotan la persona de cualidades como el honor. Al atribuir
tal valor a los residentes, los profesionales legitiman su pedido de asilo (los
solicitantes están en su derecho de obtener la protección del Estado francés). El
honor adquiere así una utilidad práctica por cuanto informa la idea del “bien fundado”
de la petición (y de la asistencia en el Centro). La figura heroica sintetiza los valores
morales deseables (a la vez que obligatorios) para quien aspira al estatuto de
refugiado:
Era la reunión de bienvenida con los nuevos residentes, la asistente social y
una intérprete. Teresa insiste sobre el hecho que los peticionantes de asilo
deben demostrar su honestidad: [dirigiéndose al Sr. Banov, quien recibió
varias multas por viajar en el subte sin pagar el boleto:] “pero igual usted no
va a hacer más fraude, tiene que demostrar que es honesto, si pide asilo tiene
que mostrar su honestidad” (notas de campo, 13/01/04).
La construcción del héroe pone de manifiesto la atribución de “pequeñas ayudas”
financieras de manera discrecional, ya que el honor implica no sólo que uno se
conduzca de cierto modo, sino también que a cambio se beneficie de un tratamiento
particular (Pitt-Rivers, 1983). Aunque existe un procedimiento formal y estandarizado
de atribución de ayudas en el Centro, es posible entregar, por ejemplo, algunos
boletos de transporte. De acuerdo a lo que pude observar, dicho tratamiento
particular consiste en “pequeñas ayudas” otorgadas generalmente por los
trabajadores sociales a los residentes de quienes se sienten más cercanos o cuyas
historias les han resultado particularmente emotivas:
Una mujer golpea la puerta entreabierta de la oficina de la asistente social.
Entra, [es Hamida, una iraní de origen kurdo que llegó a Francia con sus dos
hijas. La menor tiene un problema en las piernas que le impide caminar,
probablemente por culpa de los golpes que la madre recibió durante el
embarazo] saluda casi en un susurro y rompe en llanto… “usted sabe que mi
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65
hija está en el hospital… y que el hospital está muy lejos… ya no tengo más
dinero para comprar los boletos de metro y no puedo dejarla sola, tan
chiquita”. La mujer sigue llorando, Teresa la invita a sentarse. Continúa: “ya no
aguanto más, no sé pedir, pedir, pedir todo el tiempo”. Hace un gesto con sus
manos, como si mendigara… Teresa la tranquiliza y luego le aconseja ir a ver
al director del CADA para que le dé, excepcionalmente los boletos que
necesita. La mujer parte, más tranquila. Teresa no puede contener sus
lágrimas, me dice “… ya le di varios boletos la semana pasada, ahora no tengo”.
(notas de campo, 01/04/04)
Tiempo después de este episodio, Teresa movilizó todas sus redes para que
atribuyeran a esta familia un lugar en otro Centro, antes de obtener la respuesta del
pedido de asilo por parte de la OFPRA5. Así, si Hamida obtenía el estatuto, le
permitirían quedarse en el Centro y tendría más posibilidades de obtener un lugar
en un Centro para refugiados. Teresa tenía razón, no sólo obtuvo asilo sino también
un alojamiento provisorio para refugiados. Esta actitud ofrece una ilustración clara
de la forma en que opera en lo cotidiano la construcción del héroe trágico: su coraje
despierta admiración, su sufrimiento suscita la compasión y moviliza a la acción.
Ello da cuenta, además, de otro elemento de la tragedia, a saber, que provoca la
piedad para con el que sufre. Estudiando su rol en la revolución francesa y la
instauración de “políticas de la piedad” ancladas en el reconocimiento del sufrimiento
del pueblo, Hannah Arendt (1967) establece una oposición entre compasión y
piedad: la primera consiste en estar golpeado por el sufrimiento del otro como si
fuera contagioso; la segunda en cambio consiste en entristecerse sin estar tocado
por el sufrimiento. Dada su naturaleza, la compasión no puede ser inspirada por el
sufrimiento de una clase entera. Se trata de una emoción concreta frente a la
proximidad de un ser sufriente y posee un carácter práctico por cuanto es una
respuesta directa a la expresión del sufrimiento. La piedad, por el contrario,
generaliza, se siente a distancia del ser que sufre y es locuaz. El lenguaje de la
compasión, por el contrario, no se expresa con palabras sino con gestos y expresiones
del cuerpo. Por ello, podemos decir que la figura del héroe trágico evoca no la piedad
sino la compasión de los trabajadores sociales, que afectados por el dolor del
peticionante de asilo, buscan repararlo o, al menos, aliviar el sufrimiento.
5
En realidad, Hamida y sus hijas estaban en el Centro bajo un dispositivo particular de Tránsito que
funciona en el mismo establecimiento y que es el paso previo antes de obtener lugar en un Centro
para peticionantes de asilo.
66
Carolina Kobelinsky
EL IMPOSTOR
Subo a su oficina, [la trabajadora social, desde hace años en el Centro] me
invita a sentarme y nos ponemos a charlar sobre algunos residentes. No
disimula su malestar respecto de una pareja: “los Sibilliu deben volver de vez
en cuando a su país, a veces no lo veo a él, ahora es a ella a la que no veo
nunca (…) siempre están fuera, me pregunto si son verdaderos refugiados…”
(notas de campo, 22/03/05).
Es posible distinguir una segunda construcción que aparece como el espejo invertido
del héroe. La figura del impostor es sin embargo mucho menos clara, sus contornos
menos definidos. El peticionante de asilo aparece aquí como un ser perturbador,
amenazante, un “aprovechador” y un “fraudulento”. La equivalencia entre solicitante
de asilo y refugiado ya no funciona, no todos los residentes son refugiados. La
sospecha merodea el dispositivo de recepción y asistencia de manera más o menos
encubierta. Algunos comentarios de profesionales, a menudo off the record, pueden
ser analizadas a través de este prisma:
Justo después de la reunión del equipo, donde algunos profesionales
criticaron el trabajo del servicio médico del Centro, una trabajadora social
decía a sus colegas: “En el servicio médico tratan a la gente como perros… y
piensan siempre que los certificados son falsos”. Otra asistente agrega: “no es
posible, todas las familias se quejan de lo mismo” (notas de campo, 17/02/
04).
Este fragmento da cuenta de la denuncia de malos tratos cuando los profesionales
desconfían de los certificados médicos que algunos residentes les entregan para
adjuntar al pedido de asilo o para justificar un tratamiento preferencial (i.e. obtener
boletos extra), o una ausencia prolongada al curso de francés. La cita que sigue
precisa aun más la sospecha que suscitan algunos residentes que no se comportan
como “personas que sufren”:
“A veces me digo que no son verdaderos refugiados, que no sufrieron
persecuciones. Se van a pasear, piden un alojamiento, un departamento… y
la asistente social se tiene que ocupar de todo” (entrevista, asistente social,
14/02/05).
Vemos pues cómo se dibuja una imagen depositaria de todos los defectos posibles.
Para el antropólogo, ello recuerda el análisis ya clásico de Mary Douglas (2002), quien
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caracteriza la abominación como una condición impura, una anomalía que
representa el desorden y la suciedad, cuya eliminación constituye un esfuerzo
positivo por organizar el entorno. Michel Agier (2002: 59) va más lejos al enfatizar
que el mundo de los refugiados donde la sospecha reina, “produce la imagen de
una población doblemente contaminada: sucia físicamente y sospechada
moralmente”. En la misma lógica, desenmascarar a los impostores contribuye a su
desaparición. La duda aparece como una actitud de vigilancia: ¿la historia del
solicitante es verdadera? La sospecha constituye una práctica de selección. En
realidad, el impostor es quien inventó (o compró) la narración de su historia pasada,
es pues un “fraude”. Al mismo tiempo es un “aprovechador” porque beneficia de la
generosidad de la ayuda social. En una reunión de equipo alguien comenta la
ausencia de varios sellos institucionales: “Faltan cinco sellos. Se los llevaron a
propósito. Las puertas de las oficinas están siempre abiertas, si alguien quiera agarrar
un sello… escribir una carta…”. La desaparición aparece aquí como un robo. La cita
ilustra la forma en que opera esta representación a través de una actitud de sospecha
constante hacia los residentes que robarían los sellos para escribir cartas que los
asistentes sociales no querrían hacer, para pedir, por ejemplo, la exoneración del
pago de una salida de los chicos con la escuela.
El “fraudulento” y el “aprovechador” no son necesariamente figuras distintas,
el extracto de una conversación con una trabajadora social citado a comienzo de
este apartado permite ver cómo puede tratarse de una misma figura: la pareja que
está “siempre afuera” y que vuelve a su país “de vez en cuando” se comporta de
manera sospechosa porque ello no entra dentro del imaginario de acciones posibles
de los “verdaderos refugiados”. Esta gente aprovecha la asistencia en el Centro y
como pueden volver a su país, según esta asistente social, parecería que fraguaron
su historia, pues ello implica que no corren riesgo de persecución y su migración no
habría sido provocada por “problemas políticos” tal como intentan hacerlo creer.
La ambivalencia sentimental de los profesionales de lo social constituye un
rasgo de sus discursos y se desliza cotidianamente en sus prácticas. O bien el
peticionante de asilo es idealizado, o bien es concebido como un impostor. Ambas
figuras antagónicas aparecen entre empleados de muy diverso perfil: educadores
especiales, los “antiguos” de las asociaciones que no tienen formación en el trabajo
social, empleados que son o han sido ellos mismos refugiados y que “piensan que
los que llegan ahora no son como ellos”. Sin embargo, las dos figuras presentadas
no son una originalidad de los Centros. Aparecen en realidad como el reflejo de las
representaciones que se producen y reproducen en la escena mediática y política
francesa. Esta construcción se yuxtapone a la lógica binaria reinante que opone los
muchos “falsos” refugiados a los pocos “verdaderos”.
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ENTRE LA CONFIANZA Y LA SOSPECHA O CÓMO
Carolina Kobelinsky
PERFORMAR LA VERDAD
¿Sobre qué economía moral se fundan y se justifican estas construcciones?
¿Cuáles son los resortes morales sobre los que reposa el tratamiento diferencial en
los Centros? La noción de confianza me parece ofrecer una pista interesante para
desandar tales interrogantes. O más bien su antónimo. En Mistrusting refugees, los
antropólogos Valentine Daniel y John Knudsen (1995) postulan que en la vida de un
refugiado – pero también valdría para los peticionantes de asilo en tanto que etapa
inevitable del recorrido –, la confianza es superada por la desconfianza y sitiada por
la sospecha. La destrucción de la confianza está anclada en la ontología misma del
refugiado. Es la disyunción entre una forma de ser-en-el-mundo y una nueva realidad
sociopolítica, que obliga a ver/ vivir el mundo de una forma distinta, lo que
desencadena la “decisión” de ser refugiado. Se trata de una crisis personal y social
que se acompaña de la erosión de la confianza. Por definición, escribe en la misma
línea Marjorie Muecke (1995), los refugiados temen sus gobiernos y esta desconfianza
es subyacente a la definición de refugiado de la convención de Ginebra. Así, los
antropólogos agregan a la definición jurídica una interpretación cultural. Para
Muecke (1987), la experiencia de un refugiado es profundamente cultural por cuanto
los obliga, en tanto individuos y colectividad víctima, a resolver lo que Weber
identificaba como el problema del sentido, esto es, la necesidad de afirmar la
explicabilidad última de la experiencia. Cuando la experiencia es tan terrible que
desencadena el éxodo, cuando la destrucción, la tortura y las muertes de inocentes
son los únicos hechos cotidianos, la experiencia desafía las explicaciones de la
realidad preexistentes. La autoridad en la cual se confiaba no puede controlar el
caos. El orden cultural no funciona como debería, como lo hacía antes. El sufrimiento
de los refugiados, continua Muecke (1987), no se limita al dolor de la pérdida del
país y la familia, sino que se intensifica con la toma de consciencia que no se puede
confiar en las soluciones culturales de antes, en el modelo de acción e interpretación
del mundo aprendido desde la infancia. La dimensión cultural de la experiencia del
refugiado está enraizada en la confianza. Daniel y Knudsen (1995) definen esta noción
no como un estado de conciencia particular o simplemente un valor, sino como
algo más cercano al ser-en-el-mundo de Heidegger o el habitus de Bourdieu. En un
mundo ideal, suponen los autores, cuando el refugiado se reincorpora en la nueva
sociedad, la confianza se reconstruye. Claro que en el mundo real las cosas no son
tan sencillas, no sólo los refugiados desconfían sino que, en la nueva sociedad,
desconfían de ellos.
Me gustaría retomar aquí la noción de confianza, o mejor, la tensión confianza/
sospecha de un modo diferente. No pretendo abordar el proceso de erosión de la
confianza desde sus orígenes. De hecho, no se trata en estas páginas de explorar la
Runa 28, Año 2008. ISSN 0325-1217
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confianza desde el punto de vista del peticionante de asilo sino de interrogarse
sobre la tensión entre confianza y desconfianza subyacente al tratamiento
institucional tal como se pone en obra en la cotidianidad de los Centros. Mi intención
es, en este sentido, abordar la economía moral de la sospecha para con aquellos
que son asistidos.
Hay que decir que la antropología nunca se detuvo demasiado en la noción
de confianza. Tal como sostienen Boivin et. al. (2003), dicho término sólo ha sido
empleado para dar cuenta del conocimiento mutuo que sienta las bases de las
relaciones diádicas y clientelares. Este tipo de confianza está considerado
generalmente como el producto a la vez que el fundamento de series de
intercambios recíprocos. Desde la sociología, Georg Simmel (1991) se pregunta por
la forma en la que conocemos y entramos en relación con otro individuo en la vida
cotidiana. Las relaciones se desarrollan, escribe, sobre la base de un conocimiento
recíproco (que está basado en una relación real). Sin embargo, nuestro conocimiento
sobre el conjunto de la existencia tiene limitaciones porque el otro no puede jamás
ser conocido totalmente. Construimos una imagen del otro a partir de fragmentos,
de allí la necesidad de confiar. La confianza aparece para Simmel como una hipótesis
sobre la conducta del otro, constituye un estado intermedio entre el conocimiento
y el desconocimiento. El autor distingue dos tipos de confianza, que asocia a dos
etapas históricas diferentes: 1) la confianza basada en el conocimiento personal,
característico de la “vida del primitivo”, cuyo vector es la proximidad física y
psicológica y 2) la confianza basada en el conocimiento de ciertos datos exteriores,
sobre los cuales reposa la vida moderna de “nuestra civilización”. Más allá del espíritu
evolucionista de esta propuesta, en lo que respecta a la confianza que se instaura
entre los profesionales y los peticionantes de asilo, me parece que podemos
encontrar los dos tipos de confianza, de manera combinada. Las relaciones se
construyen sobre la base de “cualidades personales” y sobre ciertos signos visibles
de la condición (¿física? ¿Social?) de los residentes. A partir de la evaluación de las
actitudes y comportamientos cotidianos en el Centro, el profesional elabora una
hipótesis sobre el solicitante de asilo que tiene enfrente. La confianza es una relación
social construida en un contexto particular, en constante mutación. Las relaciones
entre profesionales y residentes oscilan entre la confianza y la sospecha. A diferencia
de lo que ocurre en otras sociedades (Muecke, 1995), en las occidentales la confianza
está íntimamente vinculada a la noción de “verdad”. Pero ¿de qué verdad se trata
cuando es cuestión de juzgar a los peticionantes de asilo? En principio, la verdad
que estaría inscrita en la convención de Ginebra y el Protocolo de 1967, una verdad
que aparece como absoluta y la única posible. Hete aquí que tal cosa no existe, se
trata de una ficción jurídica (Valluy, 2004). La definición no dice nada sobre la
objetivación del miedo, que es subjetivo, dejando una laguna respecto de la forma
70
Carolina Kobelinsky
en que los estados deben evaluar la legitimidad del temor de persecución. Ninguna
jurisprudencia nacional ha logrado llenar el vacío y la francesa no es la excepción.
La decisión de reconocer el estatuto descansa, en suma, en la “íntima convicción”
del burócrata (ya sea el representante de la oficina de protección de refugiados y
apátridas o los jueces de la comisión de apelación). Para convencerlo, el solicitante
debe hacer todo lo posible por materializar la razón de su temor en su narración,
debe hacer visible la “verdad”. La producción de lo oficial, escribe el historiador
Gérard Noiriel (1991: 192), se basa en el principio de que el individuo es un
solicitante, es él quien debe probar su “derecho” pero son los poderes públicos los
que establecen la naturaleza y la cantidad de pruebas que deben presentar. De
este modo se pone en marcha una política de la prueba, el peticionante debe
procurar un relato autobiográfico sobre su experiencia en el país de origen que
provocó la huida y el pedido de asilo. Se trataría pues de una historia pasada que
no aparece en el presente sólo como un pasado, sino que es incorporada al presente.
El pasado es actualizado para permitir acceder al estatuto. Pero este relato no es
nunca una narración simple y objetiva del pasado, sino más bien una elaboración
en el presente de la historia pasada, producida en la interacción con la burocracia
francesa. A todo esto, el peticionante debe poder agregar todos los documentos
que den cuenta de su narración (documentos de identidad, tarjetas del partido
político, fotos, etc.). Debería también tener algún certificado médico que confirme
la presencia de secuelas físicas y/o psíquicas de la violencia sufrida6. Estos tres tipos
de prueba apuntan a construir una figura legítima (“verdadera”) de peticionante
de asilo: la víctima que ha sufrido moral y/o físicamente, y que es capaz de mantener
las huellas de tal sufrimiento.
Analizando la dimensión emocional de la burocracia sueca, Mark Graham
(2003) estima que en las oficinas públicas se espera de los refugiados que actúen
de acuerdo con estereotipos del comportamiento apropiado del refugiado, es decir,
los empleados esperan de los refugiados que muestren signos de sufrimiento, que
se comporten como víctimas. Del mismo modo, podríamos sugerir que, dado que
son juzgados por los trabajadores sociales, en el Centro se espera de ellos que
performen su “verdad” en las interacciones cotidianas. La confianza se establecería,
en consecuencia, sobre la base de la verdad expuesta y teatralizada por los
residentes. La sospecha aparecería cuando las actitudes cotidianas de los
peticionantes de asilo se alejan de esta imagen de sufrimiento construida como
legítima.
6
Sobre los certificados médicos en las solicitudes de asilo, cf. Fassin & D’Halluin (2005).
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EL BUSCA
“Esa cosa de ‘se lo merece’, ‘no se lo merece’, era un poco, sí, [al principio]
ponía a la gente sobre un pedestal, los admiraba, los admiro todavía pero no
es la misma admiración, es más como el coraje, yo no me iría de mi país, en
fin, no sé …” (entrevista, animadora sociocultural, 26/12/05).
Propongo una tercera figura, dotada de coraje y una cierta dignidad pero, sobre
todo, capaz de luchar para “rebuscárselas”. Se trata pues del peticionante de asilo
que denomino busca. Esta imagen, como veremos, parece superadora de la
economía moral de la sospecha y el mérito. El busca aparece sobre todo en el discurso
de los profesionales de la generación más joven, con pocos años de experiencia en
el ámbito del asilo y que están más o menos comprometidos con la defensa de la
igualdad en el acceso a los derechos. Se trata, en general pero no exclusivamente,
de trabajadores sociales con una primera formación en ciencias sociales y
humanidades o en derecho y ciencias políticas. Estos profesionales adoptan a
menudo una postura crítica respecto de la asociación para la cual trabajan. El
sentimiento de admiración que les provoca el “valor” y el “coraje” de los exiliados no
se traduce en una visión heroica de los mismos. Concretamente, suponen que son
gente que ha sufrido y que sufre, poco importa si se trata de un “buen caso” de asilo
o no. Ello no significa que estas personas no sean refugiados, pues el estatuto poco
depende del “caso”. Para estos profesionales el reconocimiento de la condición de
refugiado es una construcción social y consideran que la obtención del estatuto
difiere del hecho de ser un refugiado. Existiría, en este sentido, una dimensión
ontológica del refugiado, que superaría los términos de la Convención: “Para mí,
todos son refugiados… refugiados porque no tuvieron elección, por razones políticas
o por razones económicas… para mí la noción de refugiado económico tiene
sentido” .
Si suscitan la hostilidad y la sospecha para quienes los consideran como
impostores, y si pueden despertar la emoción y la admiración para quienes los
consideran héroes, los solicitantes de asilo buscas pueden provocar la empatía de
los profesionales del Centro. Un animador comentaba: “Es toda gente que está en el
horno y hacen todo lo posible para arreglárselas, para darle de comer a sus chicos
(…) no sé si yo no haría lo mismo en su situación”.
En la construcción de esta figura, la confianza no parece estar a la orden del
día porque no existe ningún interés por elaborar una hipótesis sobre la conducta
del solicitante de asilo. Los profesionales no buscan descifrar el verdadero recorrido
del exiliado y el juicio en términos de confianza o sospecha queda sin efecto. Una
joven trabajadora social me explicaba en una conversación informal su forma de
72
Carolina Kobelinsky
trabajar sobre los relatos: “Tomás lo que te dicen como un dato, no importa si es
verdad, si es mentira… Yo busco lo que se adecua a la Convención y ya”. La pregunta
es pues qué es lo que permite a estos profesionales escapar al juicio, evitar la
confianza y la sospecha.¿Es consecuencia de un “a priori positivo” porque los
peticionantes de asilo son siempre gente “desprotegida”, como afirmaba un asistente
social? ¿Se trata más bien de un efecto de la banalización de las historias de exilio a
los ojos de los profesionales? O ¿es una actitud de “desapego moral” (Hugues, 1996)
para protegerse de la exposición continua al sufrimiento del otro? En realidad, nos
encontramos frente a una paradoja. Estos profesionales son, en su mayoría, los más
comprometidos con su trabajo y, más ampliamente, con la defensa del asilo. Tienen
sin embargo una actitud que pone distancia frente a los sufrimientos de los
residentes. De hecho, parecería que este desapego constituye una forma de
preservarse al tiempo que una forma de compromiso7. Les permite evitar en cierta
medida, nunca de manera absoluta y siempre como un esfuerzo, la evaluación moral
y la clasificación en términos verdadero/falso. Así, minimizan los obstáculos y
maximizan su know how técnico para constituir “un buen caso” susceptible de
obtener el estatuto. La obtención de la carta de refugiado aparece como el ejemplo
de un trabajo redituable porque el acceso al sistema jurídico quedó garantizado.
LAS FIGURAS COTIDIANAS DE LOS “INDESEABLES”
Las representaciones sociales son cambiantes y los profesionales de lo social
no están atados a una imagen fija del peticionante de asilo. Así, un asistente que
afirmaba no interrogarse sobre la verdad de los relatos, partiendo del principio que
todos los residentes son refugiados, me confió a propósito de una familia africana:
“es la única familia cuya historia no creemos”. Del mismo modo, aquel trabajador
social que declaraba más arriba ponerse en el lugar de los peticionantes de asilo y
comprender sus actitudes, me presentó uno de ellos diciéndome: “Carolina, te
presento al Señor… viene de Kosovo, siempre participa, juega el juego, es un
peticionante de asilo modelo, no trabaja, está siempre acá”.
La imagen del solicitante de asilo como un héroe trágico es construida por
aquellos profesionales que califican al peticionante en relación con su pasado. El
“combate” que llevó a cabo para vencer un pasado de injusticias lo convierte en una
víctima heroica y le otorga una dimensión “digna de admiración”. La lectura de su
7
Para un análisis sobre los “dos cuerpos” del burócrata, cƒ. Dubois (1999).
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presente a través de un pasado “romántico” evoca la compasión de los profesionales
que intentan procurarle un apoyo moral y material. El héroe, en suma, ganó la
confianza de los profesionales, confianza que aparece como una suerte de
investidura con cierta eficacia simbólica en la medida en que transforma a la persona
(a quien se otorga confianza) convirtiéndola en “merecedora” y digna (de admiración,
de compasión, de asistencia social y del estatuto de refugiado). La representación
antitética pero complementaria es la que denominé el peticionante de asilo impostor.
Genera dudas y produce interacciones marcadas por la desconfianza. Si el relato de
su pasado es descalificado como poco creíble, se trata de un personaje “fraudulento”.
Si sus actitudes cotidianas son concebidas como irrespetuosas o deshonestas, se
trata de un “aprovechador”. El acento está puesto en la indignidad del impostor, que
traiciona la confianza de las personas que lo rodean, y sobre todo, la confianza que
Francia le ha concedido generosamente. La economía moral del tratamiento
cotidiano en los Centros para solicitantes de asilo está anclada en valores atribuidos
a los residentes a partir de una hipótesis de confianza basada sobre el conocimiento
personal y el conocimiento de ciertas exterioridades, donde, al carácter moral, se
suman un aspecto cognitivo y una dimensión emocional importantes. Una tercera
figura ofrece un matiz a la visión dicotómica. El busca despierta la empatía de los
profesionales, que lo observan con una mirada benévola y comprensiva. Esta
construcción está arraigada en un presente de “laburante” y “corajudo” más que en
una historia pasada, de hechos desconocidos o ignorados. El busca constituye
además la representación que permite a los trabajadores sociales comprometerse
con su tarea al tiempo que mantenerse a distancia.
Explorar las representaciones, como he intentado hacerlo en este artículo,
implica abordar lo que se deja ver, pero también, hacer el esfuerzo por ir más allá de
la dicotomía verdadero/ falso. En estas páginas ha sido cuestión de dar cuenta de
las diferentes representaciones del peticionante de asilo en los Centros que los
albergan diferentes representaciones del peticionante de asilo en los Centros que
los albergan y asisten mientras esperan el resultado de su solicitud, en un contexto
nacional que los estigmatiza como “clandestinos” y los pone a prueba
constantemente. Estas elaboraciones de la experiencia cotidiana orientan la
conducta de los trabajadores sociales, que brindan un tratamiento diferencial según
el solicitante sea considerado un héroe, un impostor, o un busca. Dichas
construcciones se articulan y se descomponen una y mil veces en las prácticas, y
constituyen las diferentes calificaciones, descalificaciones y recalificaciones que
adquieren los “indeseables” (Marrus, 1985) de hoy en la cotidianidad de la asistencia
social francesa.
Fecha de entrega: 7/8/2007. Fecha de aprobación: 9/11/2007.
74
Carolina Kobelinsky
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76
Carolina Kobelinsky
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ETNOGRAFÍA DE LA GESTIÓN COLECTIVA DE POLÍTICAS
ESTATALES EN ORGANIZACIONES DE DESOCUPADOS DE
LA MATANZA-GRAN BUENOS AIRESVirginia Manzano *
*
Dra. de la Universidad de Buenos Aires (orientación antropología social). Becaria Posdoctoral del
CONICET. Miembro de los proyectos FI 041 -UBACyT- y PIP 5858 –CONICET-, y del programa de
estudios sobre protesta y resistencia social. Instituto de Ciencias Antropológicas, Sección de
Antropología Social, Facultad de Filosofía y Letras, UBA.
Correo electrónico: virginiamanzan@gmail.com
78
Virginia Manzano
RESUMEN
En este artículo presento resultados de un trabajo de campo antropológico
que desarrollé en el distrito de La Matanza, Gran Buenos Aires, entre abril de 2002 y
marzo de 2006. En ese marco, observé las actividades cotidianas de grupos barriales
vinculados con organizaciones de desocupados. En este sentido, el objetivo general
del trabajo es analizar las prácticas cotidianas que se entretejen en función de la
gestión colectiva de programas estatales. En particular, reconstruyo las actividades
de un grupo de personas pertenecientes a una de las organizaciones estudiadas,
quienes se encargaban de las tareas administrativas requeridas por las normativas
de los programas estatales de empleo. Muestro la complejidad del proceso de
especialización técnica y apropiación de saberes que torna sumamente difusa la
frontera teórica entre Estado y movimientos sociales.
Palabras Claves: Políticas estatales, Movimientos sociales; Organizaciones de
desocupados; Gestión colectiva; Etnografía.
ABSTRACT
In this article, I show some of the results of an anthropological fieldwork that
I carried out in La Matanza, Greater Buenos Aires Area, between April 2002 and March
2006. In that frame, I observed the everyday activities developed by neighbourhood
groups linked to unemployed people’s organizations. In that regard, this article aims
at analyzing the everyday practices that are entwined with the collective negotiation
of State-run programs. Particularly, this article reconstructs the activities of a group
of people belonging to one of organizations under study, who were in charge of the
administrative tasks required by the normative that framed the State-run
employment programs. The article contends that the complexity of that process of
technical specialization and knowledge appropriation turns the theoretical frontiers
between State and social movements extremely blurred.
Keywords: State policies; Social Movements; Unemployed People’s Organizations;
Collective Negotiation; Ethnography.
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INTRODUCCIÓN
En el año 2002, emprendí un trabajo de campo en el distrito de La Matanza 1Gran Buenos Aires- que se prolongó hasta marzo de 2006. En ese marco, visité
diversos grupos barriales que se habían incorporado a la Federación de Tierra
Vivienda y Hábitat (FTV) o a la Corriente Clasista y Combativa (CCC) 2. Observé
también las actividades cotidianas en las sedes centrales de ambas organizaciones
pero desarrollé un trabajo más intenso en el espacio de la CCC.
En el patio del edificio donde funcionaba la sede central de la CCC denominada Escuela Blanca- confluía un flujo incesante de personas, mercaderías
y planillas. Los sábados por la mañana se celebraban las asambleas de todo el distrito.
Una vez por semana se descargaban alimentos frescos para comedores comunitarios
y un día al mes estacionaba otro camión que transportaba alimentos secos (yerba
mate, fideos, arroz, lentejas, azúcar, tomate en conserva, aceite, y harinas de trigo y
de maíz). Los representantes de cada grupo barrial que se encargaban de los trámites
vinculados a políticas estatales, reconocidos en esa organización con la categoría
de técnicos, transitaban con carpetas y planillas entre sus manos.
Las observaciones sobre este movimiento rutinario que se repetía día a día,
semana a semana y mes a mes me condujeron a la pregunta por las prácticas y las
relaciones cotidianas que se entretejían en función de la gestión de programas
estatales.
La relación entre las organizaciones de desocupados y el Estado, mediada
por programas estatales de empleo, ha sido un tema que mereció la reflexión en la
mayoría de los trabajos académicos. Estos programas fueron vistos como respuestas
no represivas del Estado al reclamo de puestos de trabajo; es decir, como una
estrategia estatal tendiente a institucionalizar un movimiento social disruptivo a
partir de mecanismos de negociación en torno a la distribución de planes de empleo
y ayuda alimentaria (Delamata, 2004; Svampa y Pereyra, 2003).
1
2
La Matanza, con 1.249.958 habitantes, es el municipio más poblado del Gran Buenos Aires (Censo
de Población y Vivienda: INDEC, 2001). Según el mismo censo en el Gran Buenos Aires habitan
11.460.575 personas. Se encuentra ubicado en el límite oeste de la Ciudad de Buenos Aires.
La CCC es una corriente político-gremial vinculada a un partido político de orientación maoísta. En
un encuentro celebrado en La Matanza, en abril de 1998, se constituyó la vertiente de desocupados
dentro de la CCC, agrupando a diversas organizaciones barriales como juntas vecinales y sociedades
de fomento. Por su parte, la FTV también se formó en el año 1998 para articular a organizaciones
dedicadas al problema de la tierra y la vivienda. Su fundación formó parte de la estrategia de la
Central de Trabajadores Argentinos tendiente a la representación de los trabajadores tanto en el
espacio de la producción como en el barrial.
80
Virginia Manzano
Otros trabajos consideran que los recursos que dispensan programas
estatales representan una “presa” para antiguos trabajadores que, convertidos en
pobres, actúan con la “lógica del cazador” (Merklen, 2005). Es decir, el debilitamiento
del vínculo salarial habría obligado a las “clases populares” y a las organizaciones
colectivas que las representan a actuar según la “lógica del cazador”, persiguiendo
y capturando recursos que suministran ONGs o diversas instancias
gubernamentales.
Los trabajos etnográficos, por su parte, aportaron copiosos datos que
permiten complejizar las imágenes de los programas estatales como simples
estrategias gubernamentales tendientes a institucionalizar movimientos sociales
(Manzano, 2004, 2007 a y b; Quirós, 2006). Estas investigaciones analizan una trama
de relaciones sociales en la que las acciones estatales se transforman en prácticas,
expectativas y sentidos que configuran procesos de interacción social en espacios
familiares y barriales como también así entre organizaciones sociales y entre éstas
y los distintos niveles de gobierno. La reconstrucción etnográfica de múltiples
prácticas situadas en contexto y la adopción de un enfoque que acentúa los modos
más amplios de vida de los sujetos que participan de las organizaciones de
desocupados también contribuyó a la deconstrucción de aquellas interpretaciones
que afirman la existencia de una clase popular homogénea y abstracta que actúa
guiada por una “lógica racional” (cazadora), fuera de todo marco procesual.
En el encuadre de estos debates, en trabajos previos reconstruí la
configuración histórica de la relación entre el Estado y las organizaciones sociales
a partir de los programas de empleo (Manzano, 2007a) como también así las
obligaciones y los deberes implicados en la gestión de políticas estatales (Manzano,
2007b).
Continuando con esa línea de reflexión, el objetivo de este artículo es analizar
los efectos de programas estatales sobre las actividades diarias de las organizaciones
estudiadas, prestando especial atención a la dialéctica entre control y apropiación.
En primer lugar, describo las características de los principales programas de empleo
para comprender cómo sus componentes modelan rutinas cotidianas. En segundo
lugar, con el propósito de reconstruir modos de gestión colectiva de políticas
estatales, me concentro en un grupo de personas pertenecientes a la CCC que tienen
como principal tarea el seguimiento administrativo de los programas de empleo.
Finalmente, a partir de los datos presentados, procuro extraer conclusiones más
generales sobre la relación entre el Estado y los movimientos sociales.
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81
EL ESPACIO DE LAS POLÍTICAS ESTATALES
Anotarse en el plan, salir en el plan, cobrar el plan, trabajar con el plan: cada
una de estas frases me acercó a un lenguaje que comencé a comprender y a
compartir a lo largo de mi estadía en La Matanza. Con esta categoría, las personas
que conocí a lo largo de mi trabajo de campo aludían a diferentes programas
gubernamentales de la órbita provincial o nacional, que frente a otras modalidades
de intervención estatal (mercaderías o medicinas) se caracterizaban por un rasgo
común: otorgaban una “ayuda” monetaria a cambio de la contraprestación del
beneficiario en proyectos comunitarios o productivos (copas de leche, roperos
comunitarios, huertas, manualidades, infraestructura -limpieza de calles, arroyos o
zanjas-, etc.).
El Ministerio de Trabajo y Seguridad Social de la Nación empleaba otra
terminología para referirse a las acciones que requerían de la contraprestación del
beneficiario a cambio de una “ayuda económica no remunerativa”. Diferentes
programas se definían como políticas activas de empleo, y se distinguían de las
políticas pasivas, que no exigían contraprestación; tal es el caso del Sistema Integral
de Prestaciones por Desempleo o Seguro por Desempleo. Bajo la categorización de
políticas activas de empleo se desarrollaron los programas de ocupación transitoria,
como el Programa Trabajar, implementado desde 1995, y el Programa Jefes y Jefas
de Hogar Desocupados, que a partir de enero de 2002 unificó al conjunto de las
acciones previas en el marco de la declaración de “Emergencia en Materia Social,
Económica, Administrativa y Cambiaria” de la Argentina.
Más allá de la diferencia entre los diversos programas de ocupación transitoria
–tema que desarrollé de manera pormenorizada en otro trabajo (Manzano, 2007a)todos ellos comparten una serie de características comunes como la transitoriedad
de los beneficios y de los proyectos y el papel preponderante que se otorga a “los
organismos responsables” (ONGs o gobiernos municipales) en la elaboración y
ejecución de actividades y en la selección de beneficiarios. Finalmente, y esto es
fundamental, en los todos los casos se propicia la focalización del gasto social; es
decir, se motorizan estrategias para focalizar sobre el “desocupado pobre” y sobre
regiones marcadas por elevados índices de pobreza.
La categoría beneficiarios es sumamente relevante para comprender las
características de este tipo de políticas. El beneficiario se definía no sólo por su
condición de desocupado sino también por el hecho de ser jefe o jefa de un hogar
integrado por menores de dieciocho años, discapacitados o enfermos de cualquier
edad; y a cambio de una “ayuda económica”, se comprometía a “contraprestar” la
concurrencia escolar y los controles de salud de los menores que tuviera a cargo, así
82
Virginia Manzano
como su propia incorporación en el circuito de educación formal o en cursos de
capacitación para lograr una futura reinserción laboral. Además, quienes aspiraban
a encuadrarse dentro de estos programas debían acreditar su condición mediante
un cúmulo de documentación probatoria. En este sentido, en el artículo 10 del
Decreto del Poder Ejecutivo Nacional (165/02) mediante el cual se creó el Programa
Jefes y Jefas de Hogar Desocupados se indicaba:
“Acreditar la condición de jefe o jefa de hogar en situación de desocupado,
mediante simple declaración jurada. Acreditación de hijos a cargo mediante
la presentación de la correspondiente Partida de Nacimiento del o los
menores, o certificación del estado de gravidez, expedido por un centro de
salud municipal, provincial o nacional. Acreditación de escolaridad en
condición de alumno regular del o de los hijos a cargo, menores de
DIECIOCHO (18) años mediante certificación expedida por el establecimiento
educativo. Acreditación del control sanitario y cumplimiento de los planes
nacionales de vacunación del o de los hijos a cargo, menores de DIECIOCHO
(18) años, mediante libreta sanitaria o certificación expedida por un centro
de salud municipal, provincial o nacional. Acreditación de la condición de
discapacitado del o de los hijos a cargo, mediante certificación expedida por
un centro de salud municipal, provincial o nacional. En los casos de
ciudadanos extranjeros residentes en forma permanente en el país, dicha
residencia deberá ser acreditada mediante Documento Nacional de Identidad
argentino.”
En otra escala, estos programas se diseñaron de acuerdo con el asesoramiento
técnico y con los requisitos de las líneas de financiamiento de Organismos
Internacionales de Crédito. En este sentido, el Banco Mundial denomina workfare a
lo que en contextos cotidianos se conoce como planes y en el Estado argentino se
define como políticas activas de empleo. Los dictámenes de los técnicos del Banco
Mundial aconsejaban aplicar este tipo de programas en aquellas zonas donde crisis
macroeconómicas o desastres agroalimentarios habían convertido a una porción
significativa de pobres en desempleados (Jalan y Ravallion, 1999).
Desde otro ángulo, las estrategias de workfare, al menos en el caso argentino,
se insertaron en propuestas más amplias del Banco Mundial expresadas en políticas
de estabilización macroeconómica, reformas sectoriales de los servicios sociales y
redefiniciones del rol del Estado en el tratamiento de la pobreza. Con relación a
esto, en 1988 se conocieron los resultados de una misión de monitoreo sobre lo
que el propio Banco Mundial definió como “sector social” (vivienda, educación y
salud), en ese documento se propusieron una serie de reformas fundamentadas en
Runa 28, Año 2008. ISSN 0325-1217
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el diseño de políticas sociales, tales como la planificación descentralizada, la
reestructuración fiscal y administrativa de los servicios sociales, y la focalización del
gasto social para reducir la pobreza de manera más eficaz y a menor costo. A fin de
obtener el apoyo popular necesario para sostener esas reformas en el tiempo,
también se sugería la participación de los beneficiarios directos a partir de la
incorporación de organizaciones de base y comunitarias (The World Bank, 1988).
En suma, los programas de ocupación transitoria expresan propuestas de
Organismos Internacionales de Crédito frente a la pobreza y la desocupación, que
se impusieron de manera asimétrica en estas latitudes en un marco de correlación
de fuerzas sociales pautado por políticas de orientación neoliberal. Como mostraré
en lo que sigue, los mencionados programas introdujeron una serie de prácticas y
un vocabulario específico relacionado con sus componentes: beneficiarios,
proyectos, unidades ejecutoras y organismos responsables. Esas prácticas y ese
vocabulario modelaron la actividad cotidiana de movimientos sociales, pero, al
mismo tiempo, se convirtieron en una posibilidad para la apropiación de saberes y
para el logro de un mayor control colectivo sobre los dispositivos de funcionamiento
estatal.
LA ESPECIALIZACIÓN TÉCNICA: ENTRE COMPUTADORAS Y PLANILLAS
Rosa, Noelia y Cata, integrantes del Equipo Técnico de Nación de la CCC, me invitaron
al salón de la Escuela Blanca donde trabajaban para que conociera una nueva
máquina fotocopiadora. “Es usada, pero es digital; porque la que tenemos allá es
más viejita”, afirmó Rosa con entusiasmo mientras deslizaba una lona para cubrirla.
“Todos los barrios colaboraron y la pudimos comprar”, agregó. Además de las dos
fotocopiadoras, había cuatro computadoras, cinco escritorios, ficheros y estantes
con carpetas y cajas. De las paredes pendían anuncios, teléfonos y direcciones de
diversos ministerios nacionales, un extenso mapa de La Matanza y fotos que
retrataban el trabajo en distintos proyectos.
Las tres mujeres me explicaron la utilidad de la nueva fotocopiadora para la
vinculación de beneficiarios que estaban desarrollando por aquellos días. Rosa fue
hasta uno de los ficheros, extrajo una carpeta de cartulina color gris y la depositó en
mis manos; su intención era que comprendiera el alcance de esa tarea. Abrí la carpeta
y descubrí planillas y fotocopias prolijamente ordenadas y foliadas. Una carilla con
el escudo argentino encabezaba la documentación y funcionaba como carátula de
un “Proyecto de Serigrafía”. En las hojas siguientes se registraban las características
de ese proyecto: fecha de inicio y finalización, cantidad y nombre de los beneficiarios
84
Virginia Manzano
incorporados, lugar donde se llevarían a cabo las actividades, resultados esperados
y detalle de insumos, herramientas y materiales. Tras esa presentación, se adjuntaban
copias para atestiguar las características de cada uno de los beneficiarios: las dos
primeras hojas del documento nacional de identidad, constancia del Código Único
de Identificación Laboral (CUIL) y certificados relacionados con la “carga”, es decir,
con hijos menores de 18 años o discapacitados de cualquier edad, tales como
partidas de nacimiento, constancias de escolaridad y vacunación, y diagnósticos
médicos/psicológicos.
El conjunto de tareas asignadas al Equipo Técnico de Nación de la CCC se
relacionaba enteramente con tareas propias de la administración de programas de
empleo, entre las cuales se destacaban el ingreso de datos en sistemas informáticos,
la vinculación de cada beneficiario con actividades productivas o comunitarias, la
centralización de registros de asistencia de los diversos proyectos, la recepción de
la nómina mensual de la liquidación del beneficio de ciento cincuenta pesos remitida
por el ANSeS y el reclamo por solicitudes “rechazadas”.
El trabajo más arduo, desde el punto de vista de quienes integraban ese
equipo, se iniciaba tras la remesa mensual del ANSeS. La recepción de esos listados
intensificaba vínculos cotidianos con dependencias estatales con el objetivo de
identificar las causas de las solicitudes rechazadas. Además, como esos “rechazos”
implicaban la cancelación del beneficio mensual de ciento cincuenta pesos, las
acciones se dirigían a la reincorporación de beneficiarios.
La inadecuación de la documentación probatoria requerida por las normativas
estatales constituía una de las principales causas para el rechazo de solicitudes.
Algunos beneficios se cancelaban debido a problemas en la documentación
probatoria referida a la “carga familiar”. En otros casos, se interpretaba que los jefes
de hogar no se hallaban comprendidos en situaciones de desocupación.
Las solicitudes también podían ser rechazadas a causa de errores cometidos
durante el ingreso de datos en el sistema informático, a cargo de los miembros del
equipo técnico. Según los testimonios, la mayoría de los inconvenientes consistían
en problemas de ortografía y de tipeado, omisión o alteración de números de
documentos de identidad o claves laborales, y limitaciones para la operación de
programas computarizados.
Las actividades de este equipo estaban predefinidas por una modalidad de
política estatal cuyos rasgos he puntualizado en el apartado previo. De algún modo,
la propia denominación técnicos reconocía un lenguaje en uso en dependencias
del Estado:
“Yo creo que nació del Ministerio de Trabajo. A mí no me gusta el nombre
‘técnico’. A mí no me gusta la palabra; pero nació justamente de los Ministerios
Runa 28, Año 2008. ISSN 0325-1217
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de Trabajo y fue trasladada acá. A mí no me gusta esa palabra, la odio a esa
palabra, te juro. Por eso yo a ellos [señalando a dos jóvenes integrantes del
equipo] les digo ‘compañeros’: ‘los compañeros de nación’” (Adelina, 45 años,
integrante de la Mesa Ejecutiva de la CCC).
Me interesa profundizar sobre una serie de aspectos relacionados con las funciones
técnicas para precisar modos de relación con el Estado. Desde fines de la década del
90 se produjo una creciente especialización en el manejo administrativo de
programas de empleo que se expresó en la adecuación tanto de estructuras como
de tareas. El almacenamiento de documentación, así como también de mercaderías
provenientes de otras acciones estatales, ocupaba la mayor parte del espacio en los
locales donde funcionaban organizaciones de desocupados (fuera la CCC o la FTV).
El dinero recaudado del aporte mensual de beneficiarios de planes y de otras
actividades (rifas, bailes y ferias) se destinaba fundamentalmente a la mejora de
equipamientos. En este sentido, sobresalía la adquisición de fotocopiadoras,
computadoras, cartuchos para impresoras y papel. Los fondos reunidos también se
empleaban para cubrir los gastos de traslado a dependencias estatales, que incluían
boletos de autobuses, combustible de dos autos y estipendio para el almuerzo. En
otro orden, aquellas personas que cumplían tareas de autodefensa en piquetes o
manifestaciones públicas conformaron un sistema de guardias nocturnas y rotativas
para custodiar las instalaciones de la Escuela Blanca con el objetivo de proteger los
bienes y la documentación que se acopiaban en ese lugar.
Fuera de las sedes centrales, las tareas cotidianas de los referentes o dirigentes
barriales también se vinculaban con los programas de empleo; incluían, entre otras
cosas, anotar a pobladores en listados de espera de ingresos, completar planillas
con datos de beneficiarios o manejar información sobre días y sedes del cobro del
beneficio. Los espacios donde desarrollaban su tarea diaria (sus viviendas particulares
u otros) se asemejaban a oficinas atiborradas de biblioratos, planillas oficiales,
listados, rendiciones de cuenta, calculadoras y, en algunos casos, computadoras.
Sobre las paredes de algunas viviendas se exhibían, entre fotos familiares, carteles
que contenían información relativa a los planes.
Otro aspecto que se ha venido puntualizando en este apartado refiere a la
especialización en la función técnica. En este sentido, Rosa, quien se desempeñaba
como coordinadora del Equipo Técnico de Nación, sostenía:
“Empecé a ayudar en el armado de los proyectos por el tema de que tengo
buena letra, porque a pesar de tener nada más que la primaria, siempre tuve
la ansiedad de aprender. Bueno, como a mi vieja no le daba el presupuesto,
porque se quedó sola con nueve hijos, no pude seguir estudiando, pero me
86
Virginia Manzano
hubiera gustado seguir la carrera de contaduría... contadora. Bueno, ahí
comencé armando proyectos, así, de puño y letra; y después, sin querer me
fui metiendo, y al meterte mucho es como que vas adquiriendo más
conocimientos. Tenía ciertos amigotes en el Ministerio de Trabajo que me
enseñaron a realizar las cargas, porque yo cero en computación; no sabía
nada. Aprendí acá”.
La buena caligrafía representaba inicialmente una habilidad valorada para el manejo
administrativo de programas de empleo; sin embargo, nuevos requerimientos en
las normativas estatales exigieron de pericias ligadas a la operación informática.
Sobre el total de los quince integrantes de los equipos técnicos de la CCC, dos
contaban con estudios secundarios incompletos, uno tenía estudios primarios
inconclusos y los doce restantes, como era el caso de Rosa, habían completado la
instrucción primaria. En ese marco, se destacaba el aprendizaje de destrezas
específicas en la interacción cotidiana con agentes estatales:
“Es todo mucha burocracia. A veces nos llaman urgente por una hojita que
nos habíamos olvidado de firmar o porque faltaba completar cosas. Ya te
tenés que preparar, tomar el colectivo y salir para los ministerios. Decí que el
trato es muy cordial, muy buena onda con las chicas empleadas; te ayudan
en todo, te explican todo. Ellas también son medianamente explotadas
porque tienen contratos de tres meses, no gran cosa.” (Matilde, 42 años,
integrante del Equipo Técnico de Nación)
La valoración de los agentes estatales –considerados buenas personas, incluso
“amigotes”– sobresalía en la mayoría de los relatos de quienes ejercían funciones
técnicas. Eran ellos quienes habían incidido de manera directa en el aprendizaje de
nuevas habilidades.
Los integrantes del equipo técnico también eran beneficiarios de un plan
por el cual percibían ciento cincuenta pesos mensuales. A diferencia del resto de los
beneficiarios, su contraprestación superaba las cuatro horas diarias. Las motivaciones
que impulsaban a formar parte de esos equipos eran variadas y deben entenderse
en el marco de trayectorias de vida.
Rosa aportó su testimonio en diferentes asambleas de la CCC: “Compañeros,
ustedes saben que yo era adicta, y que gracias al movimiento yo soy otra persona.
Aprendí a compartir con los demás y aprendí a sufrir las necesidades de los demás”
(Registro de campo/ septiembre de 2004).
Rosa tenía 38 años, seis hijos, y la mayoría de los miembros de su familia se
habían incorporado a la CCC. Su hermana era dirigente del barrio El Futuro, su madre
Runa 28, Año 2008. ISSN 0325-1217
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colaboraba con la distribución de mercaderías y su hija mayor atendía al público
en un local donde funcionaba la administración de cooperativas de trabajo. Rosa
había formado pareja en el año 2003 con Mario, quien había sido promocionado a
la coordinación nacional del conjunto de las cooperativas de trabajo de la CCC y
había viajado a Venezuela para conocer experiencias similares. María, la madre de
Rosa, oriunda de la provincia de Tucumán, se había instalado en La Matanza a inicios
de la década del 70 y había trabajado durante veinte años como cocinera en el
comedor de una planta industrial. En una entrevista que mantuve con ella,
manifestó, entre lágrimas:
“La organización me dio de ver y sentir por el otro, no por mí misma. Después,
las satisfacciones más grandes me dio este movimiento, porque mi hija Rosa
tiene séptimo grado y ella aprendió acá el teclado de la computadora.
Primero todo era planillas, porque era todo a mano; pero hoy, verla a mi hija
que es la técnica de todo el país, que tiene una responsabilidad enorme, es
una cosa que a mí me llena de orgullo. Me llena de orgullo ver que ella pudo
salir adelante, porque con el estudio que tenía jamás pensé que mi hija iba
a llegar a estar con muchísima responsabilidad en su mochila”.
En el caso de Rosa, entonces, las tareas técnicas representaban un hito o, más
precisamente, una inflexión en su trayectoria de vida y en la de su familia. El cargo
despertaba orgullo y su entorno familiar colaboraba para que ella se desenvolviera
con éxito en él; por ejemplo, cuidaban de sus hijos pequeños cuando viajaba al
interior del país para brindar asesoramiento sobre las tareas de su especialidad.
En otros casos, sobresalía la rotación por la función técnica debido al peso
de apremios económicos. Cata tenía 31 años y vivía con sus cinco hijos y un nieto
de cuatro meses. Una de las últimas veces que visité el barrio me encontré con ella.
Iba vestida con ropa azul de gabardina y se dirigía a un predio donde la CCC estaba
construyendo viviendas como parte de un programa del Ministerio de Planificación
Federal. Al verme se detuvo para conversar:
“Cómo me gustaba el trabajo de técnica... pero tuve que dejar. Rosa me ayudó
para que entre en la cooperativa. Ahora me estaba yendo para allá. Acomodo
los ladrillos, ayudo a preparar la mezcla. Son buenos los compañeros que
me tocaron. En la cooperativa, aparte del plan, cobro trescientos o
cuatrocientos pesos más, eso según cómo vaya la obra. Pero ya son
cuatrocientos cincuenta pesos, más la mercadería. Ya con eso me voy
arreglando”.
88
Virginia Manzano
Consideradas en conjunto, es posible observar que las motivaciones para
desempeñar la función técnica estaban centradas en el prestigio que confería ese
cargo, los aprendizajes que reportaba y el gusto por una tarea diferente a las que se
ejercían en otros proyectos, como copas de leche, comedores comunitarios o
manualidades.
En términos más generales, desde los inicios de la década de los noventa,
pero sobre todo a partir de 1995, con el lanzamiento del Programa Trabajar, las
reglamentaciones de los programas de empleo reconocían como organismos
responsables para la presentación de proyectos y selección de beneficiarios tanto a
gobiernos municipales como a ONGs. En este sentido, la FTV gestionaba programas
de empleo en calidad de asociación civil mientras que la CCC, por tratarse de una
corriente político-gremial, operaba con avales de la Asociación Amas de Casa del
País3 para trámites vinculados con ministerios nacionales y de una junta vecinal
para aquellos de la órbita de la provincia de Buenos Aires.
Un punto a destacar, entonces, es el desarrollo de iniciativas dentro de los
marcos impuestos por las políticas estatales.
En ese espacio, se fueron apropiando de saberes técnicos con la intención de
ejercer un “control” sobre el trabajo de las dependencias estatales. En términos
conceptúales, la apropiación4 refiere tanto al carácter coactivo de los marcos dentro
de los que se toman decisiones como a la capacidad de acción e iniciativa de los
sujetos (Grimbeg, 1997; Rockwell, 2004).
En un contexto de intensa movilización social de Argentina, como el mes de
diciembre de 2001 y el verano de 2002, tanto la CCC como la FTV lograron mayor
control sobre las tareas técnicas a partir del lanzamiento del Programa Jefes y Jefas
de Hogar Desocupados. Esto se expresó en una creciente autonomía respecto de
los gobiernos municipales:
“Fuimos viendo que dentro del despelote que tenía el municipio, con lo que
ellos tenían y con lo de otras organizaciones, era mejor buscar nuestra propia
estructura - que sería la ONG- que nos represente. De esa manera, nosotros
3
4
Amas de Casa del País es una organización de mujeres con injerencia en distintas provincias de
Argentina.
Las definiciones del concepto de apropiación son variadas e indican la complejidad de ese proceso.
En el paradigma reproductivista indicaba concentración del capital económico y simbólico por parte
de los grupos dominantes. En otros esquemas se sugiere que la apropiación de recursos y prácticas
puede ocurrir en múltiples direcciones. De este modo, el sentido del concepto se desmarca de un
modelo de referencia inicial ligado a la apropiación unidireccional de la plusvalía que se da en la
producción capitalista (Rockwell, 2004).
Runa 28, Año 2008. ISSN 0325-1217
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podíamos hacer el reclamo más puntual, porque de la otra forma teníamos
que ir al municipio a reclamarle que menganito, fulanito y sultanito no salieron
para cobrar, que los papeles que faltaban eran éstos…y el municipio en el
medio de todo el kilombo que tiene, porque ellos tienen miles capaz, no
tomaban en cuenta el nuestro y el nuestro salía perjudicado. Entonces, con
nuestra estructura se iba a hacer más directo el trámite. De esa forma fuimos
fundamentando porque nos teníamos que independizar como organización,
porque igualmente dentro del municipio estábamos como organización, no
es que estábamos como municipio, pero la independencia era porque iba a
ser más directo y aparte también el intendente se sacaba un peso de encima,
porque algunos cachetazos iban a ir para él también” (Adelina, 45 años,
integrante de la Mesa Ejecutiva de la CCC).
Hasta el año 2002, ambas organizaciones desarrollaban actividades previstas en las
reglamentaciones oficiales para las ONG’s como la selección de beneficiarios y el
armado de proyectos. Con el lanzamiento del Programa Jefes y Jefas de Hogar
Desocupados, sumaron a esas tareas aquellas responsabilidades que las normativas
estatales preveían para gobiernos municipales y comunas, entre ellas:
“Coordinar la inscripción de los candidatos a beneficiarios a partir de la
administración de un Formulario Único de Inscripción proporcionado por el
Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social. Construir un legajo de cada
uno de los beneficiarios propuestos que debe contener: fotocopias del
Documento Único de Identidad y de la Clave Única de Identificación Laboral;
certificados de escolaridad y del plan de vacunación completo de cada uno
de los hijos menores de dieciocho años; constancias médicas que certifiquen
estados de gravidez de miembros del grupo familiar y, en caso que
corresponda, certificados de discapacidad-confeccionados de acuerdo con
normativas legales. Efectuar la carga informática de todos los datos y remitir
la información al Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social.Vincular a
cada uno de los beneficiarios propuestos a proyectos productivos y
comunitarios para el cumplimiento de la contraprestación horaria. Comunicar
a los beneficiarios si fueron incorporados y dados de alta en Registro Nacional
de Beneficiarios de Planes Sociales, a partir de lo cual comienza a regir el
beneficio económico estipulado en la suma mensual de 150 pesos.”
En suma, la CCC y la FTV ganaron control sobre la implementación de programas de
empleo tomando responsabilidades asignadas a los gobiernos municipales, esto se
expresó en una rutina diaria modelada por las tareas de especialización técnica.
90
Virginia Manzano
PALABRAS FINALES: ACERCA DEL ESTADO Y LOS MOVIMIENTOS SOCIALES
Sostuve que uno de los propósitos del presente trabajo era dar cuenta de la
gestión colectiva de programas estatales. Cando me refiero a gestión me baso en
los aportes de la antropología de las políticas, en particular en el concepto de policy
sistematizado por Shore and Wright (1997). Con esta categoría no se alude solamente
a las formas de gestión de un programa en particular sino a un proceso complejo de
administración de las poblaciones en el cual las políticas contribuyen imponiendo
condiciones, normas y regulaciones sobre la conducta de los sujetos. Desde este
enfoque, presenté una serie de datos de mi propio trabajo de campo con
organizaciones de desocupados de La Matanza –Gran Buenos Aires- que muestran
que para controlar la gestión de programas gubernamentales se especializaron tareas
y estructuras y, en poco tiempo, algunas personas se vieron a sí mismas operando
programas informáticos, completando planillas, formulando proyectos y
colaborando con empleados públicos.
A partir del análisis de la gestión colectiva de programas estatales, en
particular a través del estudio de la especialización técnica requerida para la
administración de programas de ocupación transitoria, un aspecto axial a resaltar
es que la distinción entre movimientos sociales y Estado se vuelve sumamente difusa
y lábil.
Por lo general, las teorías sobre los nuevos movimientos sociales y la acción
colectiva, especialmente en el caso de América Latina, desarrollaron desde la década
del 80 un fuerte contenido normativo acerca de lo que debería ser un movimiento
popular y sobre las capacidades de esa forma de movilización social para mantenerse
a salvo de las iniciativas estatales3. Estos postulados se expresaron en estudios sobre
el movimiento piquetero, a partir de la divulgación de una imagen homogénea que
acentuó la confrontación de las diversas organizaciones de desocupados con el
Estado, así como también los intentos gubernamentales por “cooptarlas” o
“institucionalizarlas”.
Los resultados alcanzados en mi investigación, parte de los cuales se
presentaron en este artículo, ponen de relieve una variedad de prácticas que
tensionan las reificaciones analíticas que hacen hincapié en la distinción normativa
entre los movimientos sociales y el Estado. Las acciones de los movimientos sociales
y las del Estado no pueden ser interpretadas por fuera de relaciones de poder
históricamente construidas. Más aún, la configuración de modalidades de gestión
colectiva de programas estatales constituye un indicador de un proceso de
5
Un análisis detallado sobre estas teorías se puede consultar en Manzano, 2007 a y c.
Runa 28, Año 2008. ISSN 0325-1217
91
producción conjunta de políticas y formas de acción de los grupos subalternos, en
el que operan mecanismos de control, apropiación y niveles de autonomía.
Fecha de entega: 7/8/2007. Fecha de aprobación: 16/10/2007.
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93
DISCIPLINA FABRIL Y ESTRATEGIAS
DE DOMINACIÓN CORPORAL EN UNA CORPORACIÓN
AUTOMOTRIZ TRANSNACIONAL
Darío Soich *
*
Licenciado en Ciencias Antropológicas. Becario Doctoral del CONICET. Sección de Etnología y
Etnografía, Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, UBA.
Correo electrónico: dsoich@dspickups.com.ar
94
Darío Soich
RESUMEN
La investigación etnográfica propone problematizar la relación entre
disciplina capitalista y resistencia obrera a través de la dimensión corporal. En los
talleres productivos de PSA Peugeot-Citroën Argentina, constatamos una miríada
de estrategias de dominación corporal sobre la experiencia de cada trabajador en
la plataforma de trabajo (reglamentos de conducta, normas y sanciones
disciplinarias), una frontal política de las coerciones sobre el cuerpo, un mecanismo
de poder que lo explota, lo desarticula y lo recompone provechosamente. Pero al
mismo tiempo en que la disciplina de fábrica inscribe en la corporalidad las marcas
de la dominación, es necesario analizar cómo los trabajadores resisten ser reducidos
a ella. Surgen las tácticas oposicionales de carácter circunstancial, disperso y
fragmentario. Tales experiencias prácticas cotidianas advierten una activa lucha
cultural dispuesta en las cambiantes relaciones de dominación, subordinación e
insubordinación dentro del proceso de trabajo automotriz.
Palabras clave: Disciplina capitalista; Procesos de trabajo; Control del cuerpo;
Creatividad cotidiana; Antidisciplina
ABSTRACT
This ethnographic research relates capitalist discipline and labour resistance
through body dimension. On the shopfloors of PSA Peugeot-Citröen Argentina,
we discover a variety of dominant strategies bodily situated which constrain the
experience of each worker (factory codes, rules, disciplinary suspensions), a direct
confrontation, a mechanism of power that exploit, dislocate and reconstruct the
body profitably. Even though the factory discipline inscribes forms of dominance
through the body, it is necessary to understand how workers resist being reduced
to them. Oppositional tactics appear, incidental ways of protest inside the
automotive labour process. Those practices of everyday life show an active cultural
struggle in contexts of domination, subordination and insubordination.
Key words: Capitalist discipline; Labor processes; Body control; Everyday creativity;
Antidiscipline
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INTRODUCCIÓN
“Todos piensan de que estas fábricas son algo lindo, hasta
que vienen a laburar y se dan cuenta de lo que es. Una cosa
es ver la fábrica desde fuera y otra muy distinta es estar aquí
dentro” (monitor del taller de chapistería)
El objetivo general de este trabajo es problematizar la relación entre disciplina
capitalista, resistencia obrera y corporalidad en una industria automotriz
transnacional ubicada en la localidad bonaerense de El Palomar, Partido de 3 de
Febrero, Provincia de Buenos Aires, Argentina. La corporación PSA Peugeot-Citroën
Argentina está situada en un municipio donde reside una clase obrera
estructuralmente desocupada fundamentalmente como consecuencia de políticas
de desindustrialización planificadas por sucesivos gobiernos (dictatoriales y
democráticos) entre 1976-2001. Es necesario aclarar que este trabajo se inscribe
dentro de una investigación más amplia en antropología social que aborda
cuestiones relacionadas con: a) procesos de transnacionalización de la producción
automotriz; b) disciplina capitalista y procesos de trabajo; y c) procedimientos obreros
que componen la red de la “antidisciplina” (Soich, 2003)
El trabajo de campo se llevó a cabo entre abril y diciembre de 2001,
registrándose durante el transcurso de las incursiones etnográficas, la cadencia del
proceso de producción entre los mil cuatrocientos trabajadores metalmecánicos
que allí trabajan. Es importante mencionar que PSA Peugeot-Citroën Argentina está
conformada por cuatro talleres de producción –estampado, chapistería, pintura y
montaje– situados en espacios planificados que abarcan unas dos hectáreas de
superficie. Específicamente y por cuestiones de extensión, aquí nos ocuparemos
únicamente de aspectos relacionados con la disciplina fabril y las estrategias de
dominación corporal dentro del taller de chapistería, soslayando algunas de las
implicancias político-culturales para los trabajadores aplicados al ensamblado de
las carrocerías metálicas. En ese contexto productivo, veremos cómo la organización
científica del trabajo impone no sólo crear unas relaciones mutuas entre los diversos
talleres de producción, sino también un estricto ordenamiento y criterios de sucesión
específicos que están reglamentados por la misma producción de automóviles. La
cadencia del trabajo hace necesario administrar los saberes obreros y tecnológicos
(cintas de montaje, robots, dispositivos de sujeción de piezas, autoelevadores, etc.)
capaces de vincular unos talleres con otros, unos puestos de trabajo con otros y, en
téminos de la capilaridad del poder, disciplinar la miríada de gestos corporales
constantes y acelerados de cientos de trabajadores aplicados a la producción de
96
Darío Soich
carrocerías. Es indudable que aquí aparecen criterios de adecuación específicos no
sólo a un tipo de racionalidad productiva, sino también a las modalidades de
admisión formales-administrativas de acceso al campo de estudio. Iniciar una
investigación antropológica dentro de una corporación automotriz transnacional,
hizo necesaria una modalidad de acceso al campo que transitó por requisitos y
solicitudes institucionales, compromisos asumidos por el investigador en términos
de prudencia y responsabilidad, la presentación de un proyecto de investigación
conciso-ordenado y varias cartas de recomendación selladas y firmadas por
autoridades universitarias competentes. Desde un comienzo, las entrevistas
consumadas con diversas autoridades de la filial automotriz generaron en el propio
cuerpo del investigador las prácticas de adecuación a la matriz disciplinante. Vestirse
de manera prolija e impecable, aparecía como una necesidad autoimpartida de llevar
en sí unos signos adecuados, la vigilancia impuesta que corrige y reprime cualquier
desviación respecto al cuerpo “ideal” del entrevistador. Era imperioso generar una
“positiva” percepción social del cuerpo (Bourdieu, 1986) al menos durante el
transcurso de la entrevista personalizada en las oficinas jerárquicas del área
administrativa, condición necesaria de acceso efectivo a la planta industrial.
Desde el punto de vista teórico, la disciplina fabril y el control social del cuerpo
político (Scheper-Hughes y Lock, 1987) han constituido instancias analíticas
indispensables para el abordaje de la corporalidad y sus implicancias en la vida social.
Asistimos a las estrategias de dominación corporal sobre las experiencias de cada
sujeto en la plataforma de trabajo, una frontal política de las coerciones sobre el
cuerpo, un mecanismo de poder que lo explota, lo desarticula y lo recompone
provechosamente. La creación de cuerpos dóciles (Foucault, 1989) se presenta como
un elemento esencial del control del trabajo (Harvey, 1998) expresado como lucha
contra la insubordinación y la indisciplina de los trabajadores, una economía política
de dominación del cuerpo en tanto objeto y blanco de poder disciplinado hacia un
tipo de acumulación. En ese sentido, la corporalidad ha sido conceptualizada no
sólo como potencia de movimientos físicos y posturas corporales impuestas para
desplegar unos gestos productivos rutinarios, sino como un cuerpo que media todas
las reflexiones y acciones sobre el mundo (Merleau-Ponty, 1975; Lock, 1993), un
cuerpo con significado social que deviene tanto un significante de pertenencia como
un activo forum para la expresión de disenso. En tanto categorías conceptuales,
sostenemos que la corporalidad y el embodiment (Csordas, 1994) constituyen el
terreno más próximo donde las certezas y las contradicciones sociales son jugadas
así como el espacio de dominación, resistencia, creatividad y lucha cultural (ScheperHughes y Lock, 1987). A partir de estas instancias analíticas, emerge inevitablemente
el juego de las prácticas cotidianas y la historicidad de los esquemas de acción obrera
(de Certeau, 1988: 23) y, como veremos más adelante, un conjunto de escenas
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político-culturales que son la contracara de las estructuras tecnocráticas instituidas
por el proceso de trabajo automotriz. En efecto, nos interesa rescatar la perspectiva
téorica de Michel de Certeau sobre el conjunto de tácticas no verbales (gestualidades,
corporalidades) que proliferan en los intersticios de los sistemas de dominación (de
Certeau, 1979; 1988). Esas experiencias cotidianas se manifiestan por medio de una
conciencia práctica que no necesita esperar un ordenamiento teórico sistemático o
ideológico para ejercer su influencia efectiva sobre la experiencia y acción cotidianas.
Veremos cómo esa conciencia práctica constituye tanto un locus de incorporación
de diversas modalidades de dominación capitalista, como un terreno permanente
de resistencia ante el orden fabril establecido. Pues los trabajadores descubren el
arte de la manipulación y la circunstancia oportunas a través del cálculo de las
relaciones de fuerza que marcan las posibilidades de juego, resistencia y
desplazamiento en el seno de un espacio controlado. Y más aún, estos procesos
operan en ausencia de un lugar “propio” desde el cual articular no sólo una política
de la resistencia sino una política de la transformación estructural. Es decir, la
inexistencia de un lugar representativo –sindicatos, partidos políticos, organizaciones
obreras, etc.– desde el cual iniciar el cálculo de las directas confrontaciones entre
trabajo y capital, produce la emergencia de maniobras singulares y simulaciones
creativas por parte de los asalariados, esto es, modos de interceptar el juego ajeno
dentro del espacio analítico instituido por “otros”. Aquí aparecen tácticas de “combate”
desplegadas dentro de una red disciplinaria preexistente, resistencias corporales
individuales o colectivas que, desde la perspectiva de un espacio subordinado, logran
imprimir las marcas del disenso y los deseos obreros incorporados (Ong, 1987)
El método etnográfico conducido en este trabajo ha sido entendido como el
proceso de documentar lo no documentado, es decir, “el avance del trabajo de campo
nos convenció cada vez más que las respuestas a muchas de las preguntas técnicas
sobre la etnografía no son técnicas. (…) Dependen, en parte, de lo que ponen los
otros sujetos con quienes se interactúa” (Rockwell, 1987: 7). De tal forma, siendo
que el problema de investigación y la mirada del investigador van de la teoría a los
hechos (Bourdieu y Wacquant, 1995), las técnicas de registro desplegadas en el lugar
de trabajo han sido conducidas no sólo en base a lo observado y lo dicho
verbalmente, sino también en relación a las sensaciones captadas por medio de
otros sentidos: el olor de las partículas de hierro quemado; el ruido de las soldadoras,
los dispositivos de ensamble, el traslado de las carrocerías, los robots automáticos,
etc. Cada uno de los registros de campo ha respetado las secuencias de los hechos
observados, preservando el orden de los acontecimientos tanto en términos
temporales como espaciales, haciendo la descripción de los múltiples gestos, los
movimientos corporales y las secuencias productivas lo más fiel posible a sus
contextos de producción.
98
Darío Soich
Fuera del perímetro del establecimiento fabril se han conducido entrevistas
a docenas de trabajadores metalmecánicos optando por las entrevistas semiestructuradas, siendo que ellas constituyen “una de las técnicas más apropiadas para
acceder al universo de significaciones de los actores” (Guber, 1991: 205) A partir de
esta estrategia de triangulación de entrevistas y observaciones etnográficas,
intentamos que los trabajadores nos introduzcan en su universo socio-cultural y
nos permitan acceder a prioridades temáticas que emanan de sus propios intereses.
Así, rescatando las voces y los gestos contenidos tanto en las prácticas de
disciplinamiento como de resistencia corporal, intentaremos a continuación mostrar
algunas de las escenas político-culturales que moldean los contornos de la
producción automotriz en PSA Peugeot-Citroën Argentina.
LA FÁBRICA POR DENTRO: DISCIPLINA Y DOMINACIÓN CORPORAL
Dentro del taller de chapistería, los operarios reciben una innumerable
cantidad de piezas metálicas que van soldando entre sí hasta formar la carrocería
del automóvil. El lugar de trabajo está formado por un complejo entramado de
soldadoras, transformadores, mangueras suspendidas, dispositivos de sujeción de
piezas, cadenas de traslado de carrocerías, robots programados y centenares de
hombres aplicados a la asignación de sus tareas de ejecución. El taller ya “no es
como antes”, suelen decir con resignación los trabajadores del sector ante el retroceso
del poder sindical y los despidos masivos de trabajadores. Adecuadamente vestido
con antelación al inicio de las tareas productivas, conducido eficazmente al puesto
de trabajo, fragmentado en innumerables gestos y prácticas corporales, limitado
para crear tiempos de descanso recelosamente custodiados por la organización
científica del trabajo, obligado a descansar y comer sólo durante horarios regulares
y fijos, forzado a abandonar el dispositivo de trabajo una vez finalizada la jornada
laboral, etc., cada trabajador es sumergido dentro de prácticas cotidianas impuestas
como naturales e inmutables. En el fondo, se trata de convertir la experiencia pasada
de los operarios en una modalidad de procedimiento que construye totalidades
formadas y limitadas antes que procesos formadores y formativos (Williams, 1980).
Así, los mecanisnos de construcción de un trabajador a-histórico desprovisto de
conexión con las experiencias pretéritas de organización y lucha sindical, constituyen
una tendencia actual de los procesos de acumulación flexible. De forma
complementaria, es notorio cómo los cambios introducidos en la disciplina del taller
son incorporados como necesidades instituidas al proceso mismo de trabajo por
medio de una conciencia práctica de lo que efectivamente se está viviendo y no
sólo de lo que se piensa que se vive. Es necesario aclarar que dicha conciencia práctica
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supone un sistema de potencias motrices y perceptivas cargadas de intencionadidad
–capacidad pre-objetiva o pre-reflexiva del cuerpo– que elude el pensamiento
conciente tantas veces como sea necesario (Merleau Ponty, 1975). En consecuencia,
esas experiencias corporales no necesitan esperar un efectivo ordenamiento teórico
–cursos de capacitación o instrucción de cualquier índole– para que los mecanismos
disciplinarios sean efectivos y productivos. Es dentro de ese locus de la dimensión
corporal, a su vez inscripto en la historicidad cotidiana de las prácticas (de Certeau,
1988), donde el conjunto de operarios, monitores y supervisores incorporan una
parte importante de los criterios y modalidades de la dominación de fábrica. Por
tanto, alrededor de la corporalidad como terreno existencial de la cultura, emerge
el control institucional sobre las experiencias de cada sujeto en la plataforma de
trabajo. Se trata de un entramado de estrategias corporativas tendientes al
mantenimiento de la hegemonía capitalista en el taller, unos mecanismos de control
que debilitan a un sujeto de querer o poder que ya no puede calcular con precisión
las relaciones de fuerza con su “exterior”. Así, las categorías laborales más
descalificadas dentro del taller como operarios y monitores, atraviesan la dificultad
de no contar con un lugar “propio” (de Certeau, 1979) desde el cual poder observar
en su totalidad la organización del proceso de producción y las estrategias de
acumulación como un todo, es decir, carecen de un tipo de poder que permita
“ponerlo en distancia”. En ese contexto, la corporación automotriz en connivencia
con los elevados cuadros sindicales y la comisión interna de fábrica, reduce
continuamente el horizonte de resistencia política de los trabajadores. El pasado de
las luchas y protestas obreras consistentes en el logro de relaciones contractuales
duraderas, una seguridad social respaldada por las luchas y compromisos gremiales,
aparecen actualmente para muchos operarios como inútiles, carentes de sentido y
hasta extrañas a su condición de asalariados. La precarización laboral genera
incertidumbre cotidiana por la potencial pérdida del empleo, abriendo el terreno
para una frontal política de las coerciones sobre el cuerpo, una manipulación
calculada de sus elementos, de sus gestos y de sus atributos. Y los cambios ya están
en marcha:
“ A las ocho que paramos suena la ‘chicharra’, ocho y diez suena la ‘chicharra’
que tenés que arrancar, a las doce suena la ‘chicharra’ que vas al comedor.... ¡Y
antes no! Antes vos entrabas a trabajar tranquilo, ¡arrancabas seis y cinco! Y
es la ‘psicosis’ del miedo de perder el puesto de trabajo, que es lo que
aprovecha la empresa” (operario calificado-múltiple del área de subgrupos)
Las estrategias disciplinarias para componer y desplegar una verdadera anatomía
productiva se constituyen no sólo en un “arte” de distribuir los cuerpos singulares
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Darío Soich
en el espacio y el tiempo analítico del taller, sino que además requiere de la
mediación de un preciso sistema de mando que encause eficazmente los cuerpos
dóciles. La disciplina laboral vino a instaurar un conjunto de reglamentos, normas
de conducta y sanciones punitivas en el seno mismo de los talleres automotrices. La
génesis de un código de disciplina de fábrica sobre la base de aplicación de unas
sanciones individualizantes más o menos estandarizadas, es un proceso histórico
complejo que no podemos abordar aquí con la debida profundidad. Sin embargo,
es necesario señalar el carácter progresivo y las continuidades de un ordenamiento
social desplegado con el objeto de controlar la fuerza de trabajo en beneficio del
capital. La disciplina fabril inscribe en la corporalidad de los operarios un reglamento
de conducta que codifica las normas de convivencia adecuadas, las prohibiciones a
ciertos hábitos “argentinizados”, los vicios que se interponen al desarrollo óptimo
del proceso de trabajo, la necesidad de limpieza y orden en cada espacio del taller,
las severas sanciones por robo, interrupciones del trabajo por rebeldías singulares o
agitaciones colectivas. Ingresamos en los procedimientos que construyen unos
cuerpos sumidos en la legitimidad del sistema de mando, procesos de
encauzamiento que dan reconocimiento activo a aquellos trabajadores que nunca
llegan tarde, son tranquilos y laboriosos, aceptan trabajar horas extras cualquiera
sea la circunstancia, no se quejan ante las tareas para las cuales son asignados, etc.
Y es más, los mecanismos disciplinarios prohíben –idealmente, sin nunca conseguirlo
por completo– ingresar bebidas alcohólicas, fumar, tomar mate, hacer asados en
hornos eléctricos construidos por los mismos operarios, abandonar el puesto de
trabajo sin la autorización del supervisor, conversar más de la cuenta retrasando la
cadencia laboral, entregarse a cualquier juego sea el que fuere, “fichar” la entrada al
taller sin la ropa de trabajo, registrar la salida antes de hora, ir al baño sin autorización
después de transcurrido el receso del almuerzo o demorar el inicio de las tareas
productivas cuando el tiempo de descanso se ha agotado (ni un minuto más, ni un
minuto menos). “El reglamento es algo que vos mismo lo vas llevando”, expresa un
operario mientras continúa reciclando electrodos en una pequeña sala próxima a la
línea robotizada. Y lo hace refiriéndose a unas sanciones disciplinarias que se
incorporan en la práctica cotidiana de los operarios a través de una jerarquía de
mando que las pone en funcionamiento:
“Porque tenemos una tecnología que nos dice ‘con tanto tiempo debemos
hacer tal producto’, y bueno, tenemos que cumplirla. Y si no la cumplimos,
habrá que exigir, exigir, lleva un tiempo para que los ‘muchachos’ tomen
conciencia. Y si no toman conciencia bueno, habrá sanciones disciplinarias”
(supervisor chapistería)
Runa 28, Año 2008. ISSN 0325-1217
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Es posible aquí advertir el ordenamiento de una disciplina de fábrica formalmente
cimentada sobre una serie de instancias punitivas de distinto grado y rango de acción.
La aplicación del tipo de sanción individualizante comprende desde la simple “carta
de reflexión” hasta el definitivo despido del trabajador. Cuando un operario abandona
el puesto de trabajo sin previa autorización del rango superior, “escurriéndose” de
los ritmos de producción e iniciando prácticas de vagabundeo que consumen el
tiempo pago de la empresa, el aparato disciplinario rápidamente alertará sobre su
desaparición. Hay que establecer las presencias y las ausencias en cada cuadrilla del
espacio, de forma de saber dónde encontrar a los operarios sin demora ni vacilación.
Es necesario que cada operario o grupo de operarios aplicados al trabajo, se
mantengan la mayor parte del tiempo dentro de los límites simbólicos del espacio
laboral. Siendo que la disciplina organiza un espacio analítico (Foucault, 1989), está
absolutamente prohibida la circulación aleatoria y sin autorización de operarios por
otros talleres que no sean el propio. Así, un operario de chapistería no puede caminar
huidizamente por las instalaciones del taller de montaje, aún cuando las
demarcaciones territoriales entre uno y otro espacio productivo no sean más que
las marcas de una calle interna o un conjunto apilado de cajones con autopartes.
Los límites de la disciplina fabril convertirán al operario transgresor en un fugitivo
circunstancial recorriendo una trayectoria vigilada que le está vedada.
También los mecanismos de dominación corporal se articulan en una estricta
burocracia singular-disciplinaria compuesta de legajos laborales para cada uno de
los operarios. Dichos legajos inscriben los antecedentes de cada trabajador, las
transgresiones al orden instituido, las deserciones anticipadas durante el desarrollo
de la jornada laboral, las inasistencias por enfermedad o problemas familiares, el
ausentismo sin previo aviso ni justificativo alguno:
“Cuando el operario va acumulando faltas, si vos no escribís los antecedentes,
no son antecedentes. (…) Puedo decir: ‘¡aquel siempre me rompe los huevos!’,
‘¡siempre se me va a bañar antes!’, ‘¡nunca me hace la producción!’. Si yo no lo
escribo, no son antecedentes ” (supervisor)
Se trata de fijar lo hecho y conducirlo a la oficina de personal, es decir, subsumir un
acontecimiento práctico y cotidiano en un documento de validez disciplinaria. Así,
el supervisor debe aclarar el horario, lugar, tipo de incumplimiento que se ha
cometido, quiénes intervinieron, cómo ocurrió y bajo qué secuencia cronológica.
Debe ser lo más exhaustivo posible en la descripción de los hechos, a fin de que la
oficina de personal elabore una sanción disciplinaria conforme a la información
disponible. Y dicha declaración tiene además efectos acumulativos, pues el
procedimiento de castigo incurre en sanciones más severas sobre aquellos
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Darío Soich
trabajadores que tienen antecedentes laborales desfavorables. A fin de año, la
performance productiva de cada operario será evaluada en relación a su desempeño
y comportamiento productivo. A partir de ese informe, la corporación podrá
apuntalar entre los rasgos “negativos” del operario una determinada cantidad de
horas improductivas no destinadas a la producción de valor. Así, en aquellas
condiciones de expulsión masiva de trabajadores, la corporación automotriz
procederá al despido de los trabajadores más rebeldes y problemáticos. El rigor de
la disciplina industrial ajustará cada uno de los cuerpos a unos imperativos
temporales de producción y accionará los mecanismos de un espacio analítico
controlado por la organización jerárquica del trabajo.
Estos imperativos temporales nos introducen en otro de los elementos
esenciales de la red disciplinaria en el taller de chapistería. Los tiempos fabriles
ajustados a los niveles de producción de carrocerías son unos instrumentos que
rigen los procedimientos para establecer la obligatoriedad de determinadas tareas
y la regulación de los ciclos gestuales. Pero en la asignación a unas tareas definidas,
el cuerpo es presa de un nuevo conjunto de coacciones que, a la manera de una
estela de efectos, prolonga la disciplina de fábrica más allá de los tiempos y
movimientos de la producción. Pues no sólo se trata de instituir unos mecanismos
de disciplinamiento en la práctica concreta del trabajo –imposición de ejercicios
corporales que garanticen la composición de fuerzas en cada puesto de trabajo–,
sino de prolongar dicho ejercicio del poder a los tiempos de descanso de los
operarios. Es precisamente en los intervalos de trabajo rígidamente instituidos por
la organización de la producción, que los trabajadores no consiguen apartarse
completamente del tiempo asignado a los gestos productivos. Así, una de las
prácticas cotidianas en momentos de ocio y distracción, consiste en consultar
asiduamente el reloj pulsera que indica el momento de retornar al puesto para
reanudar las tareas. Sea que el operario consuma el tiempo de descanso almorzando
en el comedor, sentado en las inmediaciones del taller o en algún lugar dentro de
las instalaciones productivas, siempre permanecerá atento al tiempo de retorno. Y
aún en momentos de gran diversión con sus compañeros de trabajo, no olvidará
que es condición de continuidad laboral asistir en tiempo y forma a sus tareas de
ejecución. El tiempo cotidiano de la conversación, los chismes, las noticias deportivas,
los juegos de azar y las bromas sexuales, va cediendo lugar al tiempo regido por el
fraccionamiento centesimal de los equilibrajes productivos.
Sin embargo, algunos operarios incurren en trayectorias singulares que los
desvían momentáneamente de la dirección establecida para conversar unos
segundos con aquellos compañeros que difícilmente vuelvan a ver hasta finalizada
la jornada laboral. Y más aun, los modos operatorios fijados en las planillas del ente
de métodos –oficina encargada de la planificación de tiempos y movimientos
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productivos– durante el trabajo pueden ser subvertidos momentáneamente en la
práctica cotidiana de los operarios a través de deslices premeditados en los
movimientos de traslación corporal y las modalidades de uso del herramental de
trabajo. El efecto producido por la intervención activa del trabajador es la alteración
parcial de las secuencias de trabajo concebidas por los técnicos de la corporación
que, sin embargo, no tienen intenciones explícitas de subvertir el orden productivo.
Ahora bien, dichas prácticas creativas y saberes obreros que trascienden la normativa
de los modos operatorios administrados por el ente de métodos –unas secuencias
de trabajo reglamentadas en códigos que fijan las disposiciones corporales del
operario–, necesitan ser transferidas y apropiadas a través de un refinado sistema
de apropiación institucional llamado “sistema de sugerencias”. El sistema prevee
incentivos y premios materiales para el taller tecnológico que aporte la mayor
cantidad de sugerencias en el transcurso de cada mes. Pero resulta llamativo cómo
dicha “sugerencia o colaboración” que aporta el trabajador no constituye un aporte
indiferenciado de origen colectivo, sino que posee una naturaleza singular (una
sugerencia = un trabajador) que actúa como fiel reflejo de la matriz disciplinaria
que desarticula y luego recompone las relaciones de poder en el lugar de trabajo.
Como puede apreciarse, no son admisibles las sugerencias colectivas que promuevan
aglomeraciones indivisibles sino que la disciplina fabril hace corresponder la
sugerencia propuesta a una autoría singular y su correspondiente número de legajo
y área de trabajo específica.
Otro elemento que compone centralmente la disciplina de fábrica es la
limpieza y el orden, instancias de dominación instituidas como una necesidad al
“bienestar” dentro del proceso de producción de carrocerías. Los supervisores
destinan una parte considerable de su tiempo a inscribir unos tipos de
comportamientos de orden, limpieza y bienestar deseados por la corporación. Por
ejemplo, cuando los operarios se olvidan implícita o explícitamente de depositar
los residuos dentro de los cestos apropiados, algunos supervisores se “hacen ver”
juntando ellos mismos los desperdicios y tirándolos donde corresponde. Aquí, los
supervisores hacen recaer la efectividad de su autoridad en un procedimiento que
señala con el cuerpo la ejemplariedad de sus movimientos disciplinarios. Dichos
gestos corporales, las expresiones faciales e insignias propias de la jerarquía,
constituyen unos productos sociales (Bourdieu, 1986) simultáneamente percibidos
como indicadores de la fisonomía moral de la autoridad en el seno del taller.
En lo que respecta a su relación con el exterior, la disciplina fabril necesita del
direccionamiento efectivo de las fuerzas productivas por medio de un itinerario que
conduzca a cada operario a su puesto de trabajo: aparece la senda planificada del
“control de acceso” y el “control de ausentismo”, dos modalidades de un mismo
procedimiento disciplinario que regula –descomponiéndola– la fuerza de trabajo
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Darío Soich
que diariamente concurre al establecimiento productivo. El conjunto de los operarios
y monitores del taller de chapistería ingresan por una única gran puerta ubicada en
la parte posterior del predio fabril y opuesta a la entrada gerencial-administrativa.
Cada trabajador inicia su recorrido habitual de acceso por un espacio diseñado para
administrar lo más ordenadamente posible el ingreso y egreso de los asalariados a
los talleres productivos. La regulación del flujo de trabajadores entre un “afuera” y
un “adentro” de las instalaciones productivas, se consuma en el control
individualizante de los cuerpos por unas mediaciones físicas y técnicas –
disciplinares– que se interponen entre el trabajador y su puesto de trabajo. De tal
manera, el operario se encuentra con unos pequeños pasamanos longitudinales
asociados a lectores magnéticos de tarjetas personales, los cuales impiden el
desplazamiento desordenado de los trabajadores. No obstante, estas tecnologías
del poder sólo constituyen una preliminar y rudimentaria advertencia para los cientos
de operarios que ingresan al taller, siendo que las oficinas de control de acceso
poseen computadoras conectadas a redes de comunicación, bases informáticas con
los datos de cada trabajador, relojes internos, teléfonos e intercomunicadores
manuales, etc. Cuando los operarios inserten su tarjeta de identificación personal y
atraviesen el pasillo en dirección a los vestuarios, todavía un segundo portón metálico
deberá ser abierto para permitir el acceso final a las instalaciones productivas. Para
los trabajadores del sector de chapistería, este recorrido de los cuerpos en el espacio
y el tiempo fabril no constituye más que un hábito cotidiano y normal. Para nosotros,
en cambio, es el descubrimiento del cuerpo como objeto y blanco de poder
disciplinado hacia un tipo de acumulación que explota hasta los gestos corporales
más simples.
A estos procedimientos de dominación diarios y cotidianos, le sucede un
control médico anual obligatorio que recae sobre cada uno de los trabajadores. El
saber médico elabora historias clínicas individuales que registran el deterioro de la
salud por lesiones, dolores crónicos en columna y vértebras cervicales, problemas
visuales asociados al uso de las soldadoras de argón, etc. Estos procedimientos
médicos están estrechamente ligados al control del ausentismo que se restringe
significativamente ante la elevada tasa de desempleo estructural, multiplicándose
los miedos, las angustias y la desesperanza en la fuerza de trabajo:
“Te puedo asegurar que el ausentismo hoy en día, hoy, a comparación de
diciembre del año pasado, ¡está en cero por ciento! Hoy entrás al ‘servicio
médico’, ¡no hay nadie! Cuando tiempo atrás: ‘¡ehhhhhh!, tengo que esperar
afuera porque el hall del servicio médico estaba lleno’. Hay miedo laboral,
por miedo laboral” (operario calificado-múltiple del área de subgrupos)
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También durante el receso del almuerzo o la cena, la fuerza productiva del conjunto
de los talleres es fraccionada, dividida y debilitada para su asistencia al comedor de
la planta. La disciplina del tiempo reglamenta dos turnos de comida cuya duración
es de treinta minutos cada uno y al que sólo pueden concurrir los trabajadores
permanentes –las categorías de contratados quedan excluidas–. Así, mientras que
para los operarios del taller de montaje el receso del mediodía transcurre entre las
11:00 y las 11:30hs, para los trabajadores de chapistería se desarrolla entre las 12:00
y las 12:30hs. Ya no sólo la disciplina de fábrica impide la sociabilidad entre los
trabajadores durante la jornada normal de trabajo –tal como hemos visto–, sino
que ahora viene a distribuir el tiempo de descanso en dos momentos disímiles que
impiden cualquier intento de vinculación entre los trabajadores de las distintas
tecnologías:
“Antiguamente iban todos mezclados. Ahora cambió esto. Antes había tres
horarios, pero siempre estaban algunos mezclados. (…) Por ejemplo, al
mediodía a las doce iban los de chapistería más montaje. Había más cantidad
de gente, todo. Era todo distinto (operario calificado-múltiple del área de
subgrupos)
De forma complentaria a las reglamentaciones mencionadas, la implementación
de los crecientes niveles de producción o saturación de las tareas, intensifican la
práctica corporal de los operarios en una escala sin precedentes. El aumento
progresivo de los volúmenes de carrocerías demanda de cada turno de trabajo
más gestos productivos y menos tiempo de descanso. Una verdadera estrategia
del miedo se apodera de los operarios, monitores y supervisores temerosos de ser
sancionados por no cumplimentar el número de carrocerías exigidas. “El jefe de
chapistería le dijo a nuestro supervisor que si no sale la producción, nos despiden”,
comenta un operario mientras trabaja atemorizado sin detenerse. El miedo forma
parte del engranaje fabril y, sus efectos disciplinarios, crean la sombra del supervisor
en las inmediaciones del puesto de trabajo en ausencia de su vigilancia efectiva.
Se trata de una aflicción muy sutil y profunda, un miedo motivado por la disciplina
de fábrica y consumado en sus efectos positivos–privativos. Precisamente, la
habituación paulatina del trabajador a las exigencias crecientes del proceso de
trabajo, el encauzamiento del comportamiento a través de los cursos de
capacitación normalizadores y la potencialidad de los despidos masivos, constituyen
unas estrategias de dominación que reconfiguran la composición de la fuerza de
trabajo y debilitan su cohesión cultural y política. Asistimos al progresivo
aniquilamiento no sólo de los tiempos “muertos” que surgen entre los intersticios
del trabajo planificado, sino también de un tiempo de organización, chistes, “jodas”
106
Darío Soich
y anécdotas socializadas y compartidas por los propios obreros. En el fondo, se
trata de una relación de dominación corporal que incrementa la eficacia de los
gestos productivos y la fragmentación de la fuerza de trabajo, y cuyo efecto primario
disocia el poder del cuerpo como herramienta de lucha política. El horizonte de las
directas confrontaciones entre trabajo y capital es distanciado progresivamente
de lo “posible”, “viable” o “realizable” en la práctica cotidiana de los trabajadores del
sector. Entre los elementos culturales y político-económicos que condicionan de
manera general el sistema de dominación de fábrica, el proceso de producción de
carrocerías instituye la resignación política como freno a la emergencia de posibles
estrategias obreras que puedan subvertir el orden impuesto. Así, ningún operario
desconoce la paulatina y constante intensificación de sus gestos corporales
destinados a la producción creciente de carrocerías. Sin embargo, las estrategias
de dominación del capital promueven la creación de unos cuerpos dóciles cuya
sumisión principal reside en el convencimiento político de la imposibilidad del
cambio en las relaciones del poder fabril. “Si nos dicen que el día de mañana
tenemos que hacer cien unidades, vamos a agachar la cabeza y hacerlas”, se
cuestiona un operario de chapistería. “El problema no es el cuerpo, porque siempre
se acostumbra a los aumentos de la producción”, dice otro trabajador recalcando
el carácter maleable del rendimiento corporal pero legitimando, al mismo tiempo,
los incrementos en los niveles de producción de carrocerías. En suma, la
multiplicidad de los procedimientos disciplinarios dentro del establecimiento
productivo –ampliados y perfeccionados por las presiones acuciantes del
desempleo estructural, la falta de representatividad sindical y la ausencia de políticas
estatales en favor de los trabajadores–, producen la fragmentación de la fuerza de
trabajo sobre bases muy sólidas y duraderas. Desde entonces, se construyen
totalidades formadas y cerradas en sí mismas que moldean la vida social de los
trabajadores y que limitan considerablemente el horizonte de lucha política en el
seno del taller.
ASPECTOS DE LA ANTIDISCIPLINA EN EL TALLER DE CHAPISTERÍA
Resulta aquí necesario al menos señalar algunas de las disrupciones y fuerzas
contradictorias dentro del proceso de producción automotriz que trasciendan
cualquier condicionamiento estructural o enfoque determinista. En ese sentido,
parece imprescindible problematizar la relación entre corporalidad y trabajo
capitalista a partir del conjunto de las experiencias cotidianas surgidas de la
dialéctica entre la dominación y la resistencia en el seno de la vida fabril. Pues al
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mismo tiempo en que la disciplina de fábrica inscribe en los cuerpos las marcas de
la dominación, también es necesario analizar cómo los trabajadores resisten ser
reducidos a ella. Asistimos a los procedimientos que componen la red de la
antidisciplina (Soich, 2004), la emergencia de creativas prácticas cotidianas de los
operarios como contrapartida y adecuación a las estructuras tecnocráticas
instituidas por el proceso de trabajo. Dichas actividades de resistencia sobre los
márgenes de un sistema articulado –aquí, una corporación automotriz
transnacional– que en sí mismo permanece indemne, organizan la multiplicidad
de situaciones que producen un cambio repentino, un desvío de los
comportamientos y las trayectorias corporales, aunque sin abandonar los elementos
esenciales del orden fabril. En el fondo, los operarios de chapistería crean el arte de
las prácticas cotidianas localizables entre las estrategias hegemónicas de
producción y unas adormecidas confrontaciones entre trabajo y capital. Mientras
las estrategias corporativas producen, tabulan e imponen un determinado espacio
analítico dentro de la fábrica, las tácticas de resistencia dependen de las
posibilidades ofrecidas por la circunstancia, desobedeciendo los códigos
disciplinarios del lugar de trabajo y creando un virtual espacio “propio” allí donde
no existe más que momentáneamente. Usando, bifurcando y bloqueando
circunstancialmente algunos de los componentes del proceso de trabajo, las
prácticas heterogéneas tales como fabricar bombas caseras, comer asados, tomar
alcohol o emborracharse durante el desarrollo de la jornada de trabajo, constituyen
un críptico y cuasi-invisible lenguaje de protesta caracterizado por una particular
naturaleza clandestina y una incorruptible actividad de resistencia. Otras tácticas
obreras de carácter creativo, incluyen armar guaridas extremadamente poco visibles
para compartir almuerzos o cenas con compañeros de trabajo, practicar juegos de
azar, dibujar imágenes corporales-sexuales sobre diversos dispositivos de
producción, baños y paredes, pegar fotos de mujeres desnudas sobre las puertas
de los armarios personales, escribir mensajes de protesta y alusiones irónicas contra
los crecientes niveles de producción, abandonar el puesto de trabajo sin
autorización expresa del supervisor, retrasar los ritmos de producción de carrocerías,
simular ante el servicio médico enfermedades que nunca han existido, provocar
autolesiones corporales en respuesta a las presiones del proceso de trabajo, iniciar
tácticas de bloqueo o disrupción funcional de ciertas máquinas que paralizan la
cadencia productiva, incurrir en errores “fortuitos” o destrozos intencionales de
piezas metálicas, engañar a los cronometradores como forma de resistencia contra
el uso metódico del tiempo dentro del taller, etc. Estas descripciones permiten
apreciar de qué manera las prácticas del subordinado pueden inaugurar acciones
individuales o colectivas defendiendo tangencialmente –a veces confrontando
directamente– valores culturales contrarios a los dictámenes de la producción
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Darío Soich
automotriz. Se trata de un tipo de resistencia político-cultural contenida en los
hábitos corporales y verbales que, sin embargo, no constituyen una inevitable
confrontación con las relaciones capitalistas de producción. Tales experiencias
prácticas advierten una activa lucha cultural (Williams, 1989) dispuesta en las
cambiantes relaciones de dominación, subordinación e insubordinación dentro del
proceso de trabajo automotriz. En última instancia se trata de un juego de relaciones
que, como veremos, marcan los estrechos límites de la lucha de clases en el taller
de chapistería.
CONSIDERACIONES FINALES
Hemos descripto algunas de las implicancias político-culturales de la
disciplina fabril y las estrategias de dominación corporal en PSA Peugeot-Citroën
Argentina, analizando instancias punitivas y jerárquicas, criterios de ordenamiento
de las tareas y parcialización del tiempo productivo, apropiación institucional de
los saberes obreros, normas de orden-limpieza como condición necesaria al proceso
de trabajo, modalidades de ingreso de los asalariados al predio fabril, etc. A partir
de esas modalidades de control social, descubrimos las resistencias obreras en sus
tácticas oposicionales, interpretaciones alternativas y acciones colectivas
indefinidas, en solución (Williams, 1980; Ong, 1987) Particularmente, el trabajo
etnográfico ha mostrado que las prácticas antidisciplinarias mencionadas no
necesariamente implican directas confrontaciones entre trabajo y capital. Al carecer
de un lugar “propio” desde el cual articular no sólo una política de la resistencia
sino una política de la transformación estructural, los operarios descubren el arte
de las maniobras singulares, las simulaciones creativas, los modos de interceptar el
juego “ajeno” desplegado dentro de la trama de las estrategias de dominación fabril.
En suma, puede decirse que aún cuando las diversas voces y prácticas de resistencia
del dominado introduzcan modificaciones circunstanciales en las actitudes de la
fuerza de trabajo logrando trascender los mecanismos disciplinarios, ello no
necesariamente supone criterios de confrontación directa con las relaciones de
producción capitalista. Por el contrario, nuestro trabajo de campo advierte cómo
los sujetos sociales pueden reproducir su propia dominación dentro de estructuras
disciplinarias al mismo tiempo definidas y cambiantes, duraderas y permeables.
Fecha de entrega: 3/8/2007. Fecha de aprobación: 14/11/2007.
Runa 28, Año 2008. ISSN 0325-1217
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111
“ACOMPAÑANDO A LA GENTE
EN EL ÚLTIMO MOMENTO DE SU VIDA”:
REFLEXIONES EN TORNO A LA CONSTRUCCIÓN PALIATIVISTA
DE LA DIGNIDAD EN EL FINAL DE LA VIDA
Rafael Wainer *
*
Lic. en Ciencias Antropológicas (UBA), Maestrando en Antropología (UBC) y Doctorando en
Antropología (UBA). Integrante del equipo de Cuidados Paliativos del Hospital de Niños “Ricardo
Gutiérrez”.
Correo electrónico: rafagua@gmail.com.
112
Rafael Wainer
RESUMEN
El objetivo del presente artículo es analizar la construcción profesional
paliativista alrededor de la Dignidad. El análisis antropológico de las nociones de y
sobre la Dignidad ha tenido un menor desarrollo que las investigaciones que la
piensan en abstracto o en general (sobre todo dentro de la filosofía y bioética). En
este trabajo el interés está situado en el proceso de creación colectiva de una serie
de prácticas, experiencias, emociones y sentidos que intentan dignificar la vida en
el proceso social del morir. Mi mirada se centra en el punto de vista de los integrantes
de un equipo de cuidados paliativos (CP) en un hospital de adultos especializado
en enfermedades oncológicas. De este modo hago hincapié en las
conceptualizaciones y las prácticas profesionales sobre la dignidad, como así
también, de forma indirecta, en las maneras en que estas concepciones son
decodificadas, negociadas y transformadas por las personas que experimentaron
las enfermedades y sus familias.
Palabras claves: Dignidad; Cuidados Paliativos; Terminalidad; Sufrimiento.
ABSTRACT
This article’s aim is to analyze the palliative professional construction regarding
Dignity. Anthropological analysis of notions of and about Dignity has had less
development than studies that it considers in an abstract or general manner (mainly
within Philosophy and Bioetics). In this work, the focus is situated in the collective
process of creation of performance, experience, emotion and meaning that try to
dignify life in the social process of dying. My view is centered in the palliative care
(PC) team members’ point of view within an adult cancer hospital. In this manner, I
pay special attention to the conceptualizations and professional performances about
dignity, and also in an undirect way, to the means in which these notions are
decodified, negotiated and transformed by people that experience illness and their
families.
Key words: Dignity; Palliative Care; Terminality; Suffering.
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INTRODUCCIÓN
Seguidamente me referí a las muchas oportunidades
existentes para darle un sentido a la vida. Hablé a mis
camaradas (que yacían inmóviles, si bien de vez en cuando
se oía algún suspiro) de que la vida humana no cesa nunca,
bajo ninguna circunstancia, y de que este infinito significado
de la vida comprende también el sufrimiento y la agonía,
las privaciones y la muerte.
VICTOR FRANKL, El hombre en busca de sentido. (1995)
Lo que hayamos hecho con nuestras vidas es lo que somos
cuando morimos. Y cuenta todo, absolutamente todo.
SOGYAL RIMPOCHÉ, Destellos de Sabiduría. Reflexiones
sobre la vida y la muerte. (1996)
El objetivo del presente artículo es analizar las construcciones profesionales
paliativistas alrededor de la Dignidad. El análisis antropológico de las nociones de y
sobre la Dignidad ha tenido un menor desarrollo que las investigaciones que la
piensan en abstracto o en general (sobre todo dentro de la filosofía y bioética).
Autores como Desimoni (1999) o Cecchetto (1999) piensan a la dignidad en el final
de la vida como un derecho o como un bien colectivo que debe ser repartido. En
este trabajo el interés está situado en el proceso de creación colectiva de una serie
de prácticas, experiencias, emociones y sentidos que intentan dignificar la vida en
el proceso social del morir. Mi mirada se centra en el punto de vista de los integrantes
de un equipo de cuidados paliativos (CP) en un hospital de adultos especializado
en enfermedades oncológicas. De este modo haré hincapié en las
conceptualizaciones y las prácticas profesionales sobre la dignidad,1 como así
también, de forma indirecta, prestaré atención a las maneras en que estas
concepciones son decodificadas, negociadas y transformadas por las personas que
experimentaron las enfermedades y sus familias.
El debate en torno a la dignidad está inserto dentro de la lucha histórica por
reconfigurar cierta parte de los mapas del conocimiento biomédico. Nuevos caminos
fueron abiertos en Europa en los 1960s a partir de la acción de algunos profesionales
1
En la Tesis de Licenciatura (Wainer 2003) consideraba que Dignidad/Esperanza debían ser juzgados
como partes de un mismo proceso social y terapéutico. A mi entender las concepciones y acciones
de los profesionales en torno a las construcciones sobre dignidad están estrechamente relacionadas
con las esperanzas de los pacientes, de sus entornos sociales inmediatos, y obviamente de los mismos
profesionales.
114
Rafael Wainer
de las ciencias de la salud y las ciencias sociales que, insatisfechos con la atención a
las personas cercanas a la muerte, comenzaron a cuestionar los tipos de tratamientos
que se les brindaba. 2En esta “pequeña revolución” existen dos figuras femeninas,
de cierta manera las dos “madres fundadoras” del movimiento de los Hospices y de
un nuevo acercamiento al morir en occidente. Ellas son Cicely Saunders en Inglaterra
y Elisabeth Kübler-Ross en EE UU. Ambas muy importantes en el desarrollo de lo
que luego se llamará “Cuidados Paliativos”. La influencia de estas dos mujeres en los
Cuidados Paliativos será fundamental. En 1967 y 1969 ocurren dos hechos
importantes en lo que luego se llamaría el “movimiento de los Hospices”. Por un
lado, con la primaria donación de un paciente más dinero que se recolectó en varios
años de trabajo, Cicely Saunders funda en 1967 el St. Christopher´s Hospice al sur
de Londres. Para muchos investigadores ese momento marca el inicio del
movimiento.3 Por otro lado, en 1969 se publica On Death and Dying, trabajo que
reflejaba la labor de Elisabeth Kübler-Ross a lo largo de dos años y medio
compartiendo diálogos con pacientes cercanos a la muerte.4
Para situarnos deberíamos reflexionar en la suerte de reacción que se generó
en Europa occidental y Estados Unidos en los 1960s a la excesiva tecnologización y
deshumanización del contexto en el cual un ser humano moría.5 Reacción que no
sólo se focalizaba en las ciencias biomédicas, sino también en otros campos de la
vida social como los aspectos jurídicos, económicos, religiosos y (hoy podríamos
llamarlos) bioéticos de la asistencia a los murientes y sus allegados.
Hasta ese momento se consideraba al muriente como un ser sin ningún valor,
al que no se podía ayudar “porque ya no había más nada por hacer” (desde la visión
hegemónica de la biomedicina centrada en la cura). Salteándolo en las rondas por
las salas. Continuando con la aplicación de tratamientos agresivos ya fútiles, o
2
3
4
5
Philippe Ariès mostraba en los años setenta como “Hoy, en los hospitales y en las clínicas particulares
ya no se comunican con el moribundo. No se lo escucha como un ser que razona, y se limitan a
mirarlo como un objeto clínico, en lo posible aislado como un mal ejemplo y tratado como un niño
irresponsable que carece de sentido y autoridad” (2000: 264; ed. orig. 1975).
Garcia Yanneo (1996), Du Boulay (1984), Thomas (1991), Bild et al. (1988).
En oposición a la visión general que mostraba Ariès con respecto a la sociedad en la nota 1, los
pacientes eran considerados como “maestros”: “Le hemos pedido que sea nuestro maestro para
que podamos aprender sobre las etapas finales de la vida, con todas sus angustias, temores y
esperanzas” (Kübler-Ross 1975: 12; ed. orig. 1969).
En variadísimos campos de la vida social surgieron voces críticas al modo en que las personas vivían
y morían en esos años, por citar a algunos cabe recordar al existencialismo de Sartre o de Camus a
escala filosófica-literaria, los movimientos sociales y políticos asociados al mayo francés de 1968 y
la primavera de Praga, o los movimientos de deshospitalización de la antipsiquiatría en diversos
países de Europa.
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directamente abandonándolo (dado que evidenciaba el propio fracaso del equipo
médico para curarlo). Progresivamante se lo considerará como el centro y el
protagonista principal de la atención. Para algunos un iniciador-iniciado y maestro
del pensamiento (Thomas 1991: 58) que al estar experimentando una etapa única,
podía tener mucho para enseñar a los demás, sean familiares y allegados como
profesionales también (Thomas 1991: 95).
Un debate que emergerá en estos años será la búsqueda institucional por
una “muerte digna”. En estos complejos y variados fenómenos estarán insertos
diferentes clases de movimientos sociales que lucharán para que el paciente recupere
el protagonismo y la toma de decisión con respecto al cómo, dónde, con quién/es
estar en relación con las etapas finales de su vida, frente a la omnipotencia y
omniabarcabilidad de la biomedicina. 6 En este sentido, se trataba de una
reivindicación del muriente y su libertad (según su punto de vista y el de su entorno
—nunca completamente fuera de la incumbencia médica—) para elegir una muerte
digna. De esta manera se crearán diversos “frentes de lucha”. En el ámbito legal y
jurídico, para frenar tanto el “ensañamiento terapéutico” como el abandono médico,
a través de un cierto avance en la creación y en la concientización sobre el
cumplimiento de los relegados derechos de los pacientes. Asociaciones como EXIT
en Inglaterra o ADMD en Francia durante esa época perseguían la libre decisión con
respecto a la propia muerte,7 y fueron algunos de los referentes (Thomas 1991). En
concordancia con lo anterior, surgieron movimientos pro-eutanásicos,8 los cuales
dieron lugar a una, aún hoy día, inacabada discusión sobre lo que verdaderamente
correspondería llamar como “eutanasia” (activa o pasiva [Dopaso 1994, Luna y Salles
1995]; voluntaria o involuntaria, muerte natural o asistida [Kübler-Ross 1998];
6
7
8
Los bioeticistas lo llamarán posteriormente la “toma de la pastilla” en alusión a la revolución francesa
y su toma de la Bastilla.
“Esto implica necesaria y simultáneamente una reforma del Código Penal (desincriminación de la
eutanasia) y del código de deontología médica, el rechazo al ensañamiento terapéutico y la
obligación de informar al paciente sobre su estado” (Thomas 1991: 96).
Cicely Saunders, en variados medios de prensa y revistas especializadas, argumentaba en esa época
contra ese tipo de opciones. Dos hechos fundamentaban su posición: (1) el dolor puede casi siempre
ser controlado, el cuerpo y la mente pueden estar confortables mientras el paciente se mantiene
alerta recibiendo un adecuado cuidado, por esto la eutanasia como escape al dolor físico no debería
ser legalizada; y (2) siendo el ser humano lo que es, cualquier ley que permitiera la eutanasia
voluntaria presionaría a los más vulnerables, haciéndoles creer que ya no sirven más (los ancianos),
o generando desconfianza en la relación médico-paciente (los pacientes con enfermedades
terminales podrían pensar que lo que le están dando de tratamiento los está matando). Con el
bagaje de conocimientos con relación al cuidado terminal esa opción simplemente se volvía
innecesaria sin hablar de anti-ética (Du Boulay 1984: 182).
116
Rafael Wainer
eutanasia o suicidio médicamente asistido [Emanuel 2001]).9 En ese debate el foco
estaba puesto aparentemente en qué es lo que cada uno entiende por “dignidad de
vida” (en la fase final de la vida) o meramente qué se entiende por “vida” (Dworkin
1993).
Según el filósofo Charles Taylor en el horizonte de las convenciones sociales
de “lo bueno” para uno y los demás surge lo digno.10 Entónces, ¿qué es la dignidad?
¿Cómo se concibe la dignidad y se accionan dispositivos profesionales para que
una persona con posibilidad cercana de muerte dignifique su morir? En este artículo
se reflexiona en torno a la acuciante pregunta ¿cómo ayudar a morir con dignidad?
Las distintas respuestas presentan vías de análisis a la problemática del morir desde
el posicionamiento profesional de los integrantes de un equipo de CP.
Es claro que el problema de la medicalización del morir, la falta de autonomía
y de control de los pacientes y sus familias de las etapas finales de la vida es imposible
de soslayar. Sin embargo, aquí me propongo pensar en el punto de vista profesional
como una forma de acceder a discursos, prácticas y experiencias profesionales
marginales dentro de la biomedicina y, por lo tanto, ricas en matices que ayudan a
pensar una parte de la complejidad del morir en sociedad. De esta manera, revisitaré
las notas de campo y las entrevistas realizadas para mi tesis de Licenciatura y a esto
le sumaré las reflexiones realizadas durante estos años en mis estudios de posgrado.11
El hospital donde se realizó la investigación del presente artículo es un instituto
dependiente de la facultad de Medicina de la universidad pública de la ciudad de
Buenos Aires. La mayor parte de las personas que se atienden diariamente son de
escasos recursos. Más del 50% de los pacientes no tienen ninguna cobertura médica
9
10
11
En general en la mayoría de los países anglosajones o de Europa continental existe una distinción
jurídica entre suspender todo tratamiento curativo ya sin sentido (eutanasia pasiva) y realizar un
acto mortal (eutanasia activa). En Francia la eutanasia activa se considera un crimen, que debe ser
juzgado por la justicia criminal; en cambio la eutanasia pasiva, es un delito simple que será juzgado
por el tribunal correccional (Thomas 1991: 97). En la Argentina, sólo existe la figura de eutanasia, la
cual puede ser caratulada como homicidio culposo o doloso, pero siempre bajo el Código Penal. El
debate sobre la eutanasia pasiva aparece en la Bioética o la Filosofía pero en el ámbito jurídico
(hasta ahora) el profesional está obligado a seguir brindando tratamientos, sea cual sea la situación
del paciente, so pena de incurrir en mala praxis.
Taylor, Charles (1989). Sources of the Self. The Making of the Modern Identry, Harvard University
Press, Cambridge, UK.
En este artículo todos los nombres de los profesionales, los pacientes y los familiares son ficticios.
En cuanto a la metodología realizada para esta investigación la misma se llevó a cabo durante un
trabajo de campo intensivo de 3 meses en el hospital oncológico. Las técnicas de campo utilizadas
fueron la observación participante, la observación no participante, el análisis de fuentes
documentales, y la realización a todos los integrantes del equipo de entrevistas abiertas en
profundidad con algunos ejes temáticos específicos.
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y no abonan dinero alguno o lo hacen con una suma simbólica. También más del
50% de la población que utiliza la institución proceden del segundo o tercer cordón
urbano de la provincia de Buenos Aires, en segundo lugar están los pacientes de la
ciudad de Buenos Aires y el tercer grupo de pacientes son del interior del país y de
países limítrofes.12
LA DINÁMICA DE LA DIGNIDAD
“el primer contacto que tenés en la carrera es anatomía /
donde te encontrás con un cacho de cuerpo / (...) yo me
acuerdo que empezamos con / sistema músculo-esquelético
/ y empezamos con el hombro / así que mi primer encuentro
con la medicina fue con un hombro / un cacho de hombro
(...) un cadáver / y no hay ninguna reflexión de que eso en
realidad pertenecía a alguien vivo / ¿no? (...) / me impactó
ver cuando algún cadáver / cuerpo entero / o semicuerpo /
había una especie de fascinación / curiosidad con (...) / ¿quién
sería? / ¿no? / ¿y por qué estaba allí / disecado / siendo
materia de estudio?”
Mario, jefe de CP
Desde las ciencias sociales existe una extensa literatura sobre la atención
profesional en el final de la vida y el impacto que genera en los profesionales el
morir de los otros (Black y Rubenstein 2005, Lawton 2000, Sudnow 1967, Slomka
1992, Saunders 1967, entre otros). Uno de los aspectos centrales del cuidado es la
construcción de dignidad como parte fundamental tanto del proceso de atención
profesional como de toma de decisiones por parte de los pacientes y las familias.13
Según Street y Kissane (2001) la dignidad, aunque central en la discusión sobre el
cuidado en el final de la vida, ha sido generalmente asumida de manera tácita en las
investigaciones y en los trabajos clínicos, a través de un significado consensuado, y
sin llegar a problematizarse conceptualmente el campo de sentidos asociados y su
uso particular en los espacios de cuidados paliativos. La expresión “morir con
12
13
Para resguardar el anonimato de los actores e “informantes” no citaré la fuente de las estadísticas,
como así tampoco el nombre de la Institución. La fuente de las estadísticas es el departamento de
administración de la institución y estan basadas en el año de la tesis de Licenciatura (datos que son
similares en la actualidad).
Ver Luna y Salles (1995); Barcha de Puyana (1996); Blanco (1997); Mainetti (1995); Olais Moguel (1998);
Kaufman (2000); Dopaso (1994); Cecchetto (1999).
118
Rafael Wainer
dignidad” es utilizada por un vasto rango de profesionales, legisladores, creadores
de políticas, pacientes, técnicos de organismos de salud internacional y nacional
(Kaufman 2000).14 Las motivaciones de su uso pueden ser desde bregar por una
mejora en el cuidado de los pacientes para una mayor autonomía de los mismos,
hasta apoyar el suicidio médicamente asistido como una manera de dignificar el
morir.15 Dentro de este amplio abanico - de posibilidades, opciones terapéuticas y
decisiones políticas - algo que poco se tiene en cuenta es “el silenciado discurso de
la dignidad como relacional y encarnada [embodied]” (Street y Kissane 2001: 94).
Para Street y Kissane la dignidad también es autonomía y autodeterminación, y por
lo tanto constituye una parte intrínseca de la personalidad. En un sentido similar,
trabajaré las construcciones sociales y profesionales de dignidad. Viendo cómo las
mismas se producen relacionalmente en la interacción con los otros (pacientesallegados), y cómo de cierta manera las propias experiencias de los pacientes
encarnan estas construcciones de dignidad (profesionales), a través de cómo ellos
vivencian la desintegración de sus cuerpos/mentes y el final de sus vidas. (Aspecto
que analizaré desde la mirada de los profesionales de CP.)
La dignidad humana ha sido juzgada como un derecho inalienable e inherente
a cada persona (y grupo humano). Pero fue sólo después de la segunda mitad del
siglo XX (luego de las guerras y los genocidios de la primera mitad), con la creación
de los organismos internacionales, que se comenzó a sistematizar dentro de los
llamados “Derechos Humanos” la necesidad de reconocer (al menos jurídicamente)
este substrato fundamental de la existencia como la base de donde derivan los
demás derechos básicos. Autores como Taylor (1989: 15) ligan a las concepciones
asociadas a dignidad el sentido de respeto por y la obligación hacia otros, y lo que
entendemos como una vida íntegra. Según esta visión, la agencia y el poder de
toma de decisión se tornan centrales en el análisis de la dignidad. Aunque ha sido
criticado por “subjetivista” y liberal, Charles Taylor marca la importancia de la
búsqueda de “lo bueno” como elemento esencial en la conformación de la
personalidad, la identidad y el sentido de la vida (1989: 63).
14
15
En el momento de re-escribir este artículo, a finales de Noviembre de 2007, la provincia de Río
Negro ha recientemente aprobado la primer Ley sobre muerte digna en el país. La Ley dice en su
texto que “toda persona que padezca una enfermedad irreversible en estado terminal tiene derecho
a manifestar su rechazo a los procedimientos quirúrgicos, de hidratación, de alimentación y de
reanimación artificial cuando éstos sean desproporcionados a las perspectivas de mejoría y
produzcan dolor y sufrimiento” (http://afp.google.com/article/ALeqM5h8HoXXDsFMJh6elJVgO5zfdxk7Q).
En países como Holanda, Suiza y recientemente Bélgica, y en algunos estados de EE.UU. y Australia,
se ha venido practicando la eutanasia (activa) o el suicido médicamente asistido desde hace cierto
tiempo con muy diferentes experiencias y resultados (Cecchetto 1999, Thomas 1991, Emanuel 2001).
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Desde un lugar y un ángulo distinto Richard Rorty (2000: 223) afirma apoyándose en el jurista y filósofo argentino Eduardo Rabossi - que “la cultura de
los derechos humanos” ha vuelto “irrelevante y desfasado el fundamentalismo de
los derechos humanos”. Según Rorty, este fundamentalismo, descansa en
concepciones sociales (provenientes desde épocas de Platón) que afirman que la
manera de crear comunidad moral es señalando lo que todos poseen en común: la
racionalidad. Los hechos históricos (por ejemplo, los genocidios de la primera mitad
de SXX) demuestran que la “racionalidad” (supuesto “fundamento” de la conducta
ética humana) no ha hecho “nuestra cultura - la cultura de los derechos humanos más autoconsciente y más poderosa” (2000: 224). La opinión de Rorty es que “el
respeto por la dignidad humana, el sentido que tenemos de que no debería importar
la diferencia entre serbio o musulmán, cristiano o infiel, homosexual o heterosexual,
varón o mujer” no presupone la existencia de una “racionalidad” común a todos los
seres humanos (2000: 224). El problema es que los grupos humanos diferencian a
los “verdaderos humanos” de los “cuasi humanos” (de allí que un grupo pueda
respetar los Derechos - de los que consideramos -Humanos). Por ello lo que propone
Rorty es buscar creativamente un camino que nos haga sentir los unos por los otros
de una manera más intensa, y: “hacerlo sería más eficaz porque nos permitiría
concentrar nuestras energías en la manipulación de los sentimientos, en la educación
sentimental” (2000: 230).
En este sentido el autor -pensando en Anette Baier - propone considerar al
flexible sentimentalismo como guía y motor de la conducta ética humana. Tal vez,
concibiendo a los derechos humanos de esta manera, la vida humana, “objeto” y
“sujeto” de los derechos humanos, pueda efectivamente ser dignificada, así como la
Dignidad (en abstracto) ser humanizada.
En lo que respecta a la dignidad de las personas en el final de la vida, en
palabras de Cecchetto (1999: 88), el objetivo del cuidado profesional consiste en
“asistir, aliviar y satisfacer dentro de lo posible necesidades vitales básicas
(alimentación, hidratación, aseo, control de síntomas molestos, etc.) de personas
que, por ser tales, resultan dignas de respeto más allá de su estado o condición
circunstancial”.16 Siguiendo a Cecchetto, vemos cómo la capacidad de agencia de
16
Esto cuando estamos hablando de murientes muy cercanos al morir; según Cecchetto los objetivos
de los Cuidados Paliativos en general son tres: alivio de todo tipo de síntomas (físicos, mentales,
espirituales, sociales) y control del dolor del paciente; mejoramiento de la comunicación entre
paciente y su círculo social (familiares, amigos y equipo médico); apoyo al entorno familiar/amistades
del paciente (inclusión del entorno en el tratamiento) (1999: 58-9). Los dos últimos objetivos el
autor los define como de acompañamiento (como los mismos profesionales lo marcaron durante
todo el trabajo de campo).
120
Rafael Wainer
los pacientes - en tanto protagonistas centrales de las series de eventos sociales
que conllevan el proceso de morir - está condicionada por el encadenamiento de
medidas terapéuticas que los profesionales ponen en funcionamiento. El equipo
de CP toma decisiones sobre las posibles vías terapéuticas considerando, primero,
el objetivo que se persigue y, segundo, anticipando el efecto que producirá en el
paciente, su entorno social y la sociedad en su conjunto. Según la medicina paliativa
el objetivo es el beneficio y el bienestar de los pacientes. Sin embargo, los
tratamientos que se aplican para tal fin no eximen del conocimiento de los efectos
no deseados que pudieran ocurrir. De esta manera, cuando el equipo médico realiza
una acción positiva proporcionando medicamentos para calmar los síntomas o el
dolor de un paciente/muriente para aliviar o evitar que sufra, esta misma búsqueda
podría estar generando un efecto secundario no deseado ni pretendido. (Esto es lo
que marca la sustancial diferencia con la eutanasia - según Cecchetto [1999: 91] donde ahí si se pretende terminar con la vida del paciente.) En este sentido en 1990,
en un reporte de un comité de expertos, la OMS afirmaba lo siguiente:
Cualquier medida que apresure el advenimiento de la muerte y que esté
relacionada con el tratamiento adecuado del dolor simplemente significa
que el paciente no pudo tolerar por más tiempo el tratamiento necesario
para seguir viviendo una vida digna.17
Continuando con el autor, cabría agregar que, a través de dos principios éticos –el
del doble bien y el de la beneficencia– la medicina paliativa supone un acercamiento
humano al problema del sufrimiento y de la dignidad en el final de la vida. A pesar
de la continua medicalización de experiencias y saberes es insoslayable el derecho
de cada persona (siempre que esté lúcido y en edad de decidir) por tomar las riendas
de su vida, implicando también el derecho a decidir (a la par de los profesionales y
allegados) cuáles caminos terapéuticos transitar y cuáles no. Precisamente con
respecto a las decisiones a tomar, los criterios últimos (o primeros) en que se basan
los profesionales suelen ser dos: inviolabilidad y sacralidad de la vida y/o calidad de
vida (yo considero más apropiado “dignidad de vida”) y provisión de confort.
En un curso sobre bioética al que concurrí, el Médico Paliativista Gustavo de
Simone ante la pregunta ¿qué sucede cuando se “pasan” con la cantidad de droga
para calmar los sufrimientos y por consecuencia el paciente muere?, respondía:
17
World Health Organization 1990 Cancer Pain Relief and Palliative Care. Report of a WHO Committe,
WHO, Ginebra, p58. En: Cecchetto, S (1999). Curar o Cuidar. Bioética en el confín de la vida, Editorial
Ad Hoc, Buenos Aires, Argentina, p91 (cursivas del autor, subrayado mío).
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“dependerá de la impericia/mala praxis o si era controlada la dosificación,
pero la realidad es que debido a la debilidad del enfermo, por el avance de
su enfermedad, no pudo metabolizar esa dosis de droga que se le dio para
calmar su sufrimiento; o sea, en estos casos el enfermo estaba por morir: la
muerte no es el problema, el problema es el sufrimiento”.
De esta manera lo que el disertante quería dejar claro era que todos los profesionales
luchan por esos dos principios: 1) defender la vida, 2) proveer confort; pero según
de Simone, “cuanto más cerca aparece la muerte, más importante se vuelve proveer
confort, dado que defender la vida se vuelve cada vez más fútil”. Es verdad que una
cosa es el deber ser y otra es lo que realmente ocurre en los equipos de CP. Sin
embargo, esta intención de los paliativistas de re-mapear los saberes en torno al
final de la vida permite pensar las formas jerarquizadas de curar y cuidar dentro de
la biomedicina. Como me comentó el jefe de CP en una entrevista: “la medicina va
resolver un montón de cosas / menos la muerte / entonces necesitamos / que eso
sea / lo menos sufrido”. En suma, cuando hablamos de personas murientes la
provisión de confort, según los paliativistas, debería ser el objetivo principal de todas
las acciones terapéuticas y asistenciales. La persona, el ser humano muriente íntegro,
está dejando la vida y defenderla a ultranza sería un acto irresponsable y anti-ético.18
Así como habría que tener presente no perder de vista la lucidez y conciencia del
paciente en aras del confort, tampoco se debería “dormirlo” para que no “moleste”
más con su sufrimiento. En una entrevista con el jefe de CP, éste contaba cómo antes
de la llegada de los Cuidados Paliativos a la institución, los médicos se veían
sobrepasados por el sufrimiento de los pacientes murientes y sus familias (esas zonas
grises que a veces se podrían confundir con prácticas eutanásicas encubiertas), y
cómo ahora:
...se hace mucho mejor / no sé si bien / pero mucho mejor / la parte de control
de los síntomas / ¿sí? / varios de ellos / es muy variable esto / pero hay mayor
/ contención / para los pacientes/ las personas que están en esta situación /
antes [cuando no había CP] los médicos vivían zozobrados / sin saber qué
18
Lo que se conoce como “encarnizamiento terapéutico”, que tiene su contrapartida en el “abandono
terapéutico”, cuando los profesionales “saltean” a los murientes por ser un “caño”, según la jerga
médica. Una residente del equipo de CP contaba cómo, en su hospital-escuela, “generalmente
cuando había recorridas de salas / y me iba recorriendo cama por cama / y veía una enfermedad
«incurable» entre comillas / y decían no no por esta cama no pasemos que que este es un caño /
que se va a morir ¿no? / no perdamos tiempo acá porque no hay nada más que hacer / bueno yo
justamente pensaba ¿por qué no detenerse justamente acá?”.
122
Rafael Wainer
hacer / y entonces la angustia llegaba a tal grado / por parte de la familia del
paciente y del médico / que lo que se hacía era desconectar al paciente /
¿no?
R: mmm ((asiento))
Mario: una sutil manera de anularlo a la vida
R: ¿de qué manera?
Mario: en cambio / en cambio ahora / nadie pone ya estos sueros con /
con drogas para dormirlo hasta que muera
R: ah:
Mario: ¿entendés? / hoy yo creo que eso es una cosa / pero fundamental
R: claro / antes se le quitaba la conciencia como manera de...
Mario: de sentirse {pasaje inaudible} tranquilos
R: no molestaban
Mario: si motivados por la impotencia y de no conocer estos tratamientos
/ ¿no? / que no es necesario anular una persona / sino que se le puede
dar una libertad hasta el último instante / de elegir sus cosas y su vida
como quiera
Es interesante pensar que en algún sentido los CP vienen a traer una mejora en el
cuidado de estas personas y sus familias o por lo menos esto es lo que los
paliativistas piensan sobre su labor. Como decía Mario, “ya no es necesario anular
una persona” ni “pone[r] estos sueros con drogas para dormirlo hasta que muera.”
Evidentemente, para los paliativistas, esto es una mejora sustancial. Sin embargo,
es importante reflexionar en cómo al interior de la biomedicina existen maneras
diferenciadas (hegemonizantes y subalternizadas) de asistir, cuidar, acompañar e
intervenir en el final de la vida de las personas y sus entornos sociales. Con relación
a esto, cito las palabras de Emanuel del equipo de CP. Ante la pregunta, “¿qué valores
rigen tu propia práctica médica?” La respuesta fue:
“la ética / de no dañar / la solidaridad / la comprensión / la humildad / el
hospital es muy fácil porque cuando algo no sabes / podes preguntar / y no
hay que tener vergüenza de preguntar / la idea es que el paciente no se
vaya / ni mal medicado ni submedicado / o que desconoce algo “.
Lo que Emanuel expresaba era algo que la antropología médica ha prestado mucha
atención. En esta línea existe una larga tradición en antropología de enfocar tanto
en nuestras sociedades occidentales y las maneras en que se ha medicalizado la
muerte, como en otras culturas en las cuales se ha comparado las funciones sociales,
Runa 28, Año 2008. ISSN 0325-1217
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esprituales y psicológicas que los sentidos, las prácticas y los rituales juegan tanto
para los murientes como los no murientes. Como Ariès (1977) ha mostrado, las
actitudes culturales (occidentales) frente a la muerte, el rechazo y/o reconocimiento
de la finitud humana (Glasser y Strauss 1967) están inseparablemente unidas a
prácticas sociales e institucionales. Por lo tanto, no debe sorprendernos que la
reflexión antropológica de estas problemáticas actualmente se centra en al menos
tres temas principales:
“Primero están las transformaciones en las prácticas culturales (producidas
por las políticas económicas globalizadas) y las emergentes relaciones entre
la ciencia, la clínica y el estado que condicionan el nacimiento, la muerte, la
vida, la constitución de la persona y las oportunidades para la vida y la salud.
Segundo están las técnicas biomédicas y las estructuras económicas que
legitiman lo anterior y hacen posible la extensión de la vida y la prolongación
del morir. En el proceso, las industrias tecnocientíficas y distintas prácticas
están creando nuevas formas de vida, liminalidad, conocimiento y
organizaciones sociales. Tercero es la creciente vulnerabilidad biopolítica
de diversas poblaciones a través de la comodificación global, pobreza,
invisibilidad social y violencia” (Kaufman and Morgan 2005: 332, traducción
propia).
De este modo, estas cuestiones fundamentales: las transformaciones de prácticas
culturales en relación a la muerte, la economía política y la organización de nuevas
formas de vida, las inequidades biopolíticas, la vulnerabilidad, están creando y
recreando las formas en que nos relacionamos con la vida, el morir y la muerte. La
medicalización de la muerte, al mismo tiempo que la medicalización de la vida, es
una fuente evidente de poder en nuestros mundos modernos. Como antropólogo,
lo que atrae mi atención son las experiencias de las personas en relación con sus
procesos de morir y muerte y las maneras profesionales de (des) o (re)medicalizar
dichos procesos. Precisamente lo que es interesante observar es este juego de desre/medicalización y cómo nuevos sentidos son adosados a prácticas profesionales
que consideraban de determinada manera el rango de acción médica en el morir
y, por lo tanto, las concepciones sobre lo que era o debía ser una vida digna (en el
final de la vida).
124
Rafael Wainer
DEFINIENDO
PALIATIVOS
LA
DIGNIDAD
SEGÚN LOS PROFESIONALES DE
CUIDADOS
“...nadie puede decidir por otro lo que significa una buena muerte, ni el cuerpo
médico podrá, llegado el momento, garantizar que conseguirá ese objetivo”.
SERGIO CECCHETTO, CURAR O CUIDAR. Bioética en el confín de la vida
humana, (1999).
Aunque la dignidad es construida socialmente a través de sistemas socioculturales
de experiencias-creencias-sentimientos, es percibida subjetivamente desde la propia
realidad (encarnada y relacional dirían Street y Kissane) de cada uno de los pacientes,
familiares y profesionales. Es por esto que es interesante observar las maneras
específicas de pensar/actuar médicamente sobre las concepciones de dignidad. Éstas
muchas veces pueden funcionar como el telón de fondo de las relaciones, aunque
difícilmente los profesionales paliativistas definan explícitamente, ante los pacientes
y familias, qué significa dignidad para él o ella.
En una oportunidad, durante el trabajo de campo, una mujer vino
desesperada al equipo de CP:
Mariana: mi madre está internada por un problema hepático, ya no la pueden
drenar más, y el cirujano me dijo que es terminal, que “no hay mas nada para
hacer, que vaya a CP para que le den morfina, pero que tenia 48hs de vida”.
Le pregunté al cirujano “¿qué es para usted calidad de vida?” y me respondió
“que no se le haga una infección generalizada”. Le dije “¿pero va tener dolor?”,
y me respondió “si, va estar con dolor siempre”. ¡No puede ser que me digan
eso, no puedo concebir que eso sea “calidad de vida” para un médico!
Claudia: el dolor que mejor se soporta es el dolor del otro... Hay que decirle a
ese doctor que si él tuviera ese dolor seguramente quisiera que se lo aliviaran.
Ya. Quédese tranquila que el dolor siempre se puede aliviar.
Mariana: le van a dar el alta mañana pero quería ver si le daban morfina. El
cirujano dijo que se le da a los terminales...
Claudia: se da cuando cierta medicación no alcanza para controlar el dolor
de cualquier clase de paciente
Mariana: déme algo para calmarla así puedo llevarla a su casa de La Pampa
para estar con ella este último tiempo, ni mamá ni papá saben la gravedad
de la situación.
Claudia: ella igualmente sabe.
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En este ejemplo, la hija de la paciente vinculó dignidad con calidad de vida. Explícitamente le preguntó al profesional (que no es del equipo de CP) qué significaba
para él calidad de vida (en la etapa final de la vida en que se encontraba su madre) y éste le dio una respuesta en términos de parámetros de normalidad clínica,
“que no se le haga una infección generalizada”. Aquí se observa cómo lo que
entra en juego en situaciones como éstas, siempre, es mucho más que una determinada lista de parámetros bio-fisiológicos. El marco de referencia, cuando una
persona está agonizando, difiere abismalmente de cuando una persona está atravesando una enfermedad en fase curativa. No sólo eso, las acciones terapéuticas
que los profesionales emprenden, deberían incluir la necesidad básica del paciente, su entorno y la sociedad, de considerar al paciente como un ser íntegro, poseedor de una dignidad de vida y un derecho a evitársele todo sufrimiento evitable.
Lo que las personas que experimentan el final de sus vidas y sus familias mostraban es que de alguna manera, la dignidad humana, no se “pierde” independientemente de la situación en que se encuentre la persona en cada momento. Por esto
la profesional de CP tranquilizó a la hija diciéndole “Quédese tranquila que el dolor siempre se puede aliviar.” Ese era el mantra que le recitaba el profesional
paliativista para que la hija pudiera entender que no todos los profesionales pensaban y actuaban igual.
DIGNIDAD ENCARNADA
“el cuerpo le estaba poniendo más límites y esto le generaba una sensación
de deterioro / en realidad era él / él decía que no era él / y dónde bueno / la
esencia era observar que en realidad / él no era porque era solamente /
solamente lo que hacía sino que era por lo que es / ¿no? / como símbolo /
como sentido / así que también a veces la gente pierde el sentido de la
vida y eso es un síntoma grave / el médico que hace cuidados paliativos se
interesa en / en infundir / que no es convencerlo de que tiene que vivir / de
que tiene que pensar en positivo / ¿entendés? / nada que ver / a lo mejor es
bueno decirle que tiene razón en deprimirse / que tiene razón en llorar / que
tiene razón en enojarse”
Mario, Jefe del equipo de CP
El cuerpo humano, con sus orificios y poros, es una entidad viva en constante proceso
de cambio y modificación, continuamente intercambiando elementos del interior
con el exterior y viceversa. Al igual que con “la vida”, aunque parezca algo obvio, con
el cuerpo no es tan fácil determinar sus límites. Aún hoy día existe un gran debate
126
Rafael Wainer
en torno al comienzo y al final de la vida.19 Científicamente (de acuerdo a la
concepción occidental de ciencia) no se ha probado el inicio exacto de la vida
consciente, ni el fin preciso en que un ser humano deja de existir. Con el cuerpo
sucede algo similar. Según Street y Kissane (2001: 97) “las fronteras de nuestro cuerpo
nunca están completamente dibujadas”; connotando de esta forma que somos
personas que nos experimentamos a nosotros mismos, y al mundo, a través de
relaciones, y de cierta manera nunca vivimos absolutamente separados y autónomos.
Aún más, lo que Kristeva (pensando en Mary Douglas) afirma es que constantemente
las fronteras de nuestros cuerpos son traspasadas por “fluidos de orina, lágrimas,
mierda, vómitos, sangre (especialmente sangre menstrual), transpiración y semen”,20
haciendo así borrosa toda delimitación de “eso” que está continuamente en
transformación.
Cuando consideramos el cuerpo de las personas con enfermedades
avanzadas, y con riesgo cercano de muerte, esto se hace mucho más patente. La
presencia de innumerable cantidad de malestares con relación al decaimiento y
destrucción del propio cuerpo,21 y la necesidad de otros (llámese profesionales,
familiares, amigos, vecinos o desconocidos) para mantener o alcanzar cierto piso
de dignidad en sus vidas, obligan a detener la mirada en el cuerpo de los pacientes
- como vía para analizar las concepciones sobre dignidad de los profesionales -. Así
Street y Kissane establecen, a través de Kristeva, la existencia de una relación entre
la dignidad y el “cuerpo abyecto” (definido como el estado ambiguo y reprimido
19
20
21
Actualmente existen una variedad de ámbitos donde se observa una búsqueda por reconceptualizar
o remapear las problemáticas del morir (Palgi & Abramovich 1984) y una de ellas es la misma
definición de “muerte”. Ésta se ha ido modificando a través del tiempo y el espacio por la
tecnologización, medicalización y occidentalización de la vida, la enfermedad y el propio morir. Los
signos que mostraban que un ser humano había dejado de existir, y por lo tanto, pasaba a
transformarse en un “cadáver”, fueron y siguen variando sociocultural e históricamente (Thomas
1989). Hoy parecería haber un acuerdo en que la detención de la respiración, de los latidos del
corazón y de la actividad cerebral definen el fin de la vida. Sin embargo, así como no hay un consenso
acabado entre los profesionales para definir el comienzo de la vida (consciente), tampoco lo hay
para distinguir el exacto final de la vida (S.S. Dalai Lama 1998).
Kristeva, Julia (1982). Powers of Horror: an Essay of Abjection, Columbia Univesity Press, New York,
USA (Poderes de la perversión, Catálogos editora, 1988). La cita es extraída de la versión castellana.
Amputaciones, operaciones, extirpaciones, extracciones, fístulas, escaras, úlceras, transfusiones y
detenciones parciales o totales de las diferentes funciones del organismo son algunos de los
ejemplos. Además de los efectos no deseados de los tratamientos curativos (por citar unos ejemplos:
la quimioterapia suele afectar negativamente al hígado, y en la radioterapia entre un 30 y 40 % de
los pacientes suelen experimentar micosis) que a veces se siguen aplicando hasta casi el final de la
vida del paciente. (Aunque hay que hacer notar que en algunos casos se suelen utilizar estos
tratamientos de manera paliativa.)
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entre limpieza y suciedad, orden y desorden, propio e impropio [2001: 97]).
Parafraseando a Kristeva, el horror que produce el cuerpo abyecto juega un papel
preponderante en personas con enfermedades avanzadas (y, obviamente, en
profesionales que asisten a estas personas). Pensando en la interpretación de Freud
sobre el relato de Edipo, Kristeva dice:
Este borde entre abyección y sagrado, entre deseo y saber, entre muerte y
sociedad, puede mirarse de frente, decirse sin falsa inocencia ni púdico
recogimiento, siempre y cuando se vea en él una incidencia de la
particularidad del hombre como mortal y hablante. «Lo abyecto existe» se
dice de ahora en más, «Yo soy abyecto, es decir mortal y hablante» (1988:
118, cursiva en original).
Reflexiono en esta “particularidad del hombre como mortal y hablante” y me
pregunto: ¿cómo hablar, acceder, interpretar y respetar esta dignidad encarnada en
personas con enfermedades terminales (casi siempre “mortales”)? En una entrevista
Mario me contó como un paciente:
“me llama un día porque decía que él así no puede seguir viviendo / y para
verse deteriorado prefería que lo maten / que yo le de alguna inyección o
algo / [el paciente le dijo] “podría aumentar la insulina y entonces morirme
de un coma hipoglusémico” / bueno estuvimos charlando con él / con la
familia / y quedó la / la charla trunca / habló con su psiquiatra / se sintió más
reconfortado / y cuando a los dos días lo voy a ver de vuelta / porque él pidió
que fuera / me dice “doctor logró convencerme” / ¿y de qué lo había
convencido? / en definitiva / bueno de que / no era necesario matarlo / de
que sí era importante/ urgente y necesario / calmar su angustia / sus
temores / sus preocupaciones / su físico / aliviarlo / y bueno y murió así /
progresó la enfermedad mucho / y después se empezó a deteriorar / se le
dio las primeras medicaciones y rápidamente / este...
R: soltó
Mario: entró / sí / sí / con insuficiencia hepática / bueno por su problema /
pero / empezó con un síntoma existencial / cuando uno tiene que vivir una
vida sufrida / ¡cómo si no hubiera sufrido en la vida antes!”
Es interesante hacer notar que este “entró” que dice Mario es algo que muchas veces
critican los paliativistas a los demás profesionales cuando le dicen“entró en paliativos”
como si fuera algo irreversible. De cualquier modo lo que era necesario para Mario
era “calmar su angustia/ sus temores/ sus preocupaciones/ su físico/ aliviarlo”, sacarle
128
Rafael Wainer
el peso del dolor y el sufrimiento encarnado. De esta manera, eso que no es
debidamente tenido en cuenta por los profesionales no paliativistas, aquí se ve como
central: su desatención implica un “síntoma existencial”.
Aparentemente la vergüenza de verse deteriorado, en este paciente, era
mucho más importante que cualquier otra cosa. Sin embargo, con el
acompañamiento y la ayuda profesional, pudo sentirse aliviado y morir, sufriendo
(el vivir y el morir implican una cuota insalvable de sufrimiento) pero enmarcando
ese sufrimiento en el ciclo vital de una persona: “¡como si no hubiera sufrido antes!”.
Calmando las preocupaciones y angustias, ya no era necesario aniquilar el cuerpo,
aparente fuente de todo sufrimiento, sino simplemente dejar que el propio proceso
del morir siguiera su curso.
De esta manera, lo que claramente se puede observar es que los cuidados
paliativos apuntan a dignificar esos cuerpos-mentes, brindando diversas estrategias
de cuidado “más allá de la cura”. “Siempre hay algo positivo para ofrecer,” es una de
las frases que suelen usar. Esto se lo puede ver claramente en el siguiente diálogo
entre una paciente y el jefe de CP:
María: ¿este tratamiento es para la vida o sólo para aliviar el dolor?
Mario: ¿cómo se imagina que sería su vida si no tuviera la medicación que
recibe de CP?
María: peor
Mario: lamentablemente la medicina tiene un límite en cuanto al tratamiento
para la cura del cáncer, pero sin embargo lo que se puede hacer para que
tenga una calidad de vida sin sufrimiento en lo que tenga que convivir con
su enfermedad es mucho y eso es aportar a la vida.
DIGNIDAD RELACIONAL
“morir en un entorno digno de un ser humano y propio de lo que podría ser
vivir su hora más hermosa / morir manteniendo con las personas cercanas
contactos humanos sencillos y enriquecedores / morir como un acto consciente / morir con los ojos abiertos dando la cara valientemente y aceptando
lo que llega / morir con el espíritu abierto aceptando que muchos
interrogantes que la vida ha abierto quedan sin respuestas / morir con el
corazón abierto, es decir, con la preocupación del bienestar de los que quedan en vida”
DR. GOMEZ SANCHO, Los últimos momentos del paciente oncológico (vídeo).
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129
DIGNIDAD Y AUTONOMÍA
Según lo observado durante el trabajo de campo y en las entrevistas, lo
primero que remarcan los profesionales es la importancia en toda la relación con
los pacientes y sus familias de apuntalar la autonomía de los mismos (que se apropien
de sus vidas y transformen en protagonistas de sus propios tratamientos curativos y
paliativos). El derecho a la información (impelen a pacientes y familias a preguntar y
repreguntar todo lo que necesiten), al respeto de su dignidad e integridad, y a que
decidan por ellos mismos, aparece como una constante en todos los integrantes
del equipo de CP. Según el Dr. de Simone, para que tenga sentido un tratamiento
paliativo no sólo se necesita “cubrir las necesidades”, sino cubrir las propias
necesidades del otro: (intentar) comprender lo que el otro verdaderamente
necesita.22 De esta manera, los cuidados paliativos se presentan como un alivio y
acompañamiento desde una perspectiva ética. Así, a través del respeto de la
autonomía y de las vivencias del otro, y desde la dimensión social, se estaría
respetando el principio de justicia con las necesidades del otro. En sintonía con lo
anterior, Cecchetto (1999: 58) considera que: “Los cuidados terminales se presentan
aquí como una opción filosófica-práctica interdisciplinaria empeñada en la búsqueda
de las mejores condiciones para que el paciente pueda vivir protagónicamente su
muerte propia.” Así, este acompañamiento, intenta no expropiar al muriente de su
propia muerte y, en algún sentido, pretende des-medicalizar ciertas prácticas para
volver a re-medicalizarlas con otro tono y con una intención de apertura y escucha
de las necesidades del “paciente” y su entorno social.
En una entrevista que realicé a una de las profesionales del equipo de CP
buscando indagar cómo se concretiza la autonomía de los pacientes, le pregunté:
¿qué derechos tiene el paciente / en estado terminal / con relación a su autonomía
y voluntad? Su respuesta fue:
“todos / todos / digamos uno, por eso te digo si el paciente puede entender
uno debe explicar qué es lo que está pasando / porque eso aparte baja
bastante el nivel de ansiedad / una de las situaciones de mayor ansiedad
es cuando al paciente le está pasando algo y no sabe por qué / entonces
si uno le explica por qué le está pasando y qué es lo que le puede ofrecer
para que esto / se suavice o se alivie / el paciente tiene hasta el último
22
Los profesionales del equipo de CP suelen comentarle a los pacientes y familias que ayudar es
“darle al otro lo que verdaderamente necesita”.
130
Rafael Wainer
momento / siempre todo el derecho y la autonomía de saber y decidir /
uno da lo mejor de sí / el paciente es el dueño de su cuerpo y el dueño de
su enfermedad / y nadie está dentro de su piel para saber lo que está
sintiendo
R: ¿y cuánto/ cuántos pacientes crees que entre ellos conocen que tienen
sus propios derechos en cuanto su autonomía?
Claudia: muy pocos / porque en general en el médico/ generalmente el
médico dice/ o no le explica o lo hace salir / y le dice espéreme afuera
que tengo que hablar con su familiar / se lo trata como a un idiota / se
piensa que la enfermedad atonta el cerebro / o si uno le explica y lo sabe /
lo va poner muy mal y eso va hacer que la enfermedad progrese más
rápido
R: claro
Claudia: ¿está claro esto?
R: si / ¿o sea que efectivamente se cumplen muy poco?
Claudia: muy poco [...] claro el paciente no lo dice verbalmente / pero
manifiesta que algo quiere saber o no / a veces el paciente se muere sin
saber / o pensando que no lo sabe pero en el fondo lo sabe / sin querer
hablar de lo que le está pasando / pero si uno tiene la obligación /
justamente porque tiene autonomía / porque es un paciente / un ser
humano / de decirle mirá / pase lo que pase / tengas lo que tengas / yo
estoy acá para que no sufras / y si necesitás hablar conmigo / decime
que yo voy a estar”.
AFECTO Y ESCUCHA
“El sufrimiento es el común denominador de toda la literatura mundial. Es el
lenguaje que comprende todo ser humano. Alguna gente que ha sufrido
mucho se vuelve más capaz de escuchar. Otra gente, menos. A veces, no
siempre, el dolor y el sufrimiento nos enseñan a escuchar”.
AMOS OZ, en: www.clarin.com/suplementos/cultura/2002/08/10/u-0211.htm
“Existe un efecto terapéutico de la escucha médica, además de la
farmacología, una parte importante del tratamiento es no medicamentoso...“
Adrián, residente del equipo de CP
El acompañamiento profesional que realizan los integrantes del equipo de CP es un
intento de estar ahí que considera la dignidad encarnada y relacional antes analiza-
Runa 28, Año 2008. ISSN 0325-1217
131
da. Por esto la necesidad de establecer conexiones conscientes y lúcidas con los
pacientes, a través del afecto y de la escucha, forma parte esencial en la relación de
confianza terapéutica. En una entrevista, Claudia, ante mi pregunta: “además de lo
que vos sabes médicamente / ¿qué otras cosas pones en juego cuando atendés a
personas y familiares con/ [enfermedades terminales]?”; lo primero que respondió
fue:
“el afecto / o sea el afecto a veces es más importante tomar de la mano a un
paciente / o no siempre están esperando una contestación / a veces el paciente / solamente necesita que uno / se calle y lo escuche”
O sea, dos elementos: afecto y escucha (estar ahí), que pueden resumirse en uno:
acompañar cálidamente. Así se ve que la dignidad también se va construyendo
relacionalmente en los tipos de interacciones que van estableciendo el padeciente,
la familia y los profesionales. En una entrevista, recordando una consulta que habíamos observado con una persona experimentando la enfermedad en estado avanzado, Miguel sintetizó cuál era el núcleo por donde pasaba la atención para esta
persona:
“para un tipo de paciente / prima lo técnico / para otros prima lo afectivo / y
lo técnico en segundo lugar / en éste me parece que primó lo afectivo”
De esta manera, lo que dejaba bien en claro era que, para las personas que
están experimentando el morir o el final de la vida, lo que urge atender es tratarlos
como seres humanos completos y dignos de respeto. En sus propias palabras:
“el paciente / suponéte una neumonía / vos al paciente / hablás poco y actúas
mucho / estos pacientes [avanzados] / actúas lo que te permite la situación
/ y hablar / y escuchar es mucho “
La cuestión del afecto es muy importante, en este contexto en particular, pero
también en general, en la creación de identidad social (en este caso de identidad
paliativista). Grossberg (1992: 80) al respecto opina que: “El afecto opera a través de
todos nuestros sentidos y experiencias, a través de los dominios de efectos que
construyen la vida cotidiana. El afecto es lo que da ‘color’, ‘tono’, ‘textura’ a lo vivido.”
De hecho el autor va más allá al decir que (1992: 84-85) “...el afecto es el plano o el
mecanismo de pertenencia [belonging] e identificación [...] El fortalecimiento
[empowerment] afectivo envuelve la generación de energía y pasión, la construcción
de posibilidad.”
132
Rafael Wainer
ACOMPAÑAMIENTO PROFESIONAL
Esta dignidad relacional, podría decirse, es puesta en marcha (en parte) a
través del acompañamiento que establecen los profesionales con los padecientes y
sus familias. Sin embargo, este proceso social estuvo históricamente desterrado de
la cultura médica occidental. Desde Hipócrates (1995) en adelante, los médicos en
general no tenían la obligación de estar presentes efectiva (ni afectivamente) en los
(extensos) procesos del morir, siendo más que nada otros los que acompañaban. Lo
que sucedió a partir de los años sesenta fue que se hizo visible que cuando los
médicos muchas veces decían “ya no hay más nada por hacer”, firmando el acta de
defunción en vida, en realidad estaban diciendo “no sé más qué hacer, se está
muriendo, y no sé qué hacer”. Aquí se observa el gran mérito de profesionales como
Cicely Saunders y Elisabeth Kübler-Ross, quienes supieron deconstruir discursos y
prácticas oficiales, y comenzaron a ofrecer nuevas elementos para pensar y hacer.23
En este sentido, el jefe de CP comentaba en una entrevista:
“ [pero] resultó que no era que uno hacía todo / había dejado un gran
pedazo afuera / que es precisamente, cuidado paliativo / que si algo lo
acompaña/ si algo lo define es acompañar / estamos acompañando a la
gente en el último momento de su vida / porque es un momento que
puede resignificar muchas cosas”.
Siguiendo con el acompañamiento profesional, podría decirse que éste es un intentar
estar ahí en el final de la vida (o en cualquier otro momento tensionante para
paciente-familia). Vuelvo a citar a la médica residente, quién resume esto al decir:
“al margen del tema puramente terapéutico de medicación / es el tema de la
escucha / la escucha y saber que el paciente sepa que tiene alguien en
quien apoyarse / una contención”
23
Según el Dr. de Simone, esto se dio a partir de las diferentes vertientes en el desarrollo de los cuidados
paliativos que pretendían lograr “una actitud humanista frente a la problemática del sufrimiento y
del enfermo muriente tanto como una aptitud científica para el control de los síntomas, el apoyo
psicoemocional del enfermo y su entorno familiar y la oferta de adecuados cuidados domiciliarios.”
Así sucedió que por “Primera vez en la historia de la medicina ésta intenta dar respuesta a las
necesidades globales del sufriente y moribundo, área antiguamente vedada a la figura del médico
y aislado del avance tecnocientífico.” (Litovska y Navegante 1992: 139).
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133
MORIR: “PERÍODO DE LA VIDA MUY PECULIAR DONDE NADIE ACOMPAÑA”
Para mí, cada moribundo es un maestro que concede a todos los que le ayudan la oportunidad de transformarse mediante el cultivo de la compasión.
SOGYAL RIMPOCHÉ, El libro tibetano de la vida y la muerte, (1994).
En una cita anterior el jefe de CP decía que el final de la vida es un momento en el
que “”se puede resignificar muchas cosas”; un período limitado en el que la búsqueda de algún sentido inmanente o trascendente a la vida misma suele manifestarse.
Sin embargo, en esta parte de la vida de un ser humano, muy pocos profesionales
(en el área de la biomedicina) son los que están preparados y capacitados para acompañar al muriente. 24
Ese período en el que se pueden “resignificar muchas cosas”, para el jefe de
CP va de la mano con la idea de “sentido” de la vida. En sus propias palabras:
“el concepto en la persona del legado / el sentido histórico / es muy fuerte /
quizá una persona necesite saber / que su transcurrir en la tierra [...] tiene un
sentido / que es la proyección en los demás / su impronta en los otros /
[risas] buena o mala / claro / es una impronta / la descendencia / etcétera
etcétera / ¿no? / tener hijos / qué sé yo / tener hijos / escribir un libro / y
plantar un árbol / decía / como símbolos de eternidad / ¿qué cosa más eterna que un árbol? / digamos / ¿no es cierto? / simbólicamente / entonces ése
es un período de la vida muy peculiar / muy íntimo / muy personal /
donde en realidad / como siempre digo vos podes acompañar al cine / y
podes más o menos disfrutar con un amigo / con una amiga / con tu
mujer / o lo que sea / una película / pero a morir nadie acompaña”
Parece claro que “a morir nadie acompaña”, salvo los profesionales de CP (lo cual es
relativamente cierto, por lo menos dentro el ámbito biomédico), los cuales han aprendido a estar ahí (sin rehuir) en esos momentos liminales en donde el paciente y la
familia experimentan la crisis desestructurante - según mi juicio - más importante
de la vida: el morir propio (y entre nosotros). Aquí se ve la importancia de sentirse
contenido por un profesional que dedica su capacidad y habilidad en ayudar a guiar
24
En palabras de Cecchetto (1999: 25) “La adopción de un enfoque antropológico y personalizado
permite considerar al sufrimiento, al dolor y a la muerte como experiencias vitales dignas de ser
vividas.”
134
Rafael Wainer
al paciente, y su familia, por el más conveniente camino posible. Es verdad que en
muchas ocasiones el profesional paliativista baja línea sobre como deberían ser las
cosas, aunque también es cierto, por lo que he observado, que en muchas oportunidades son los únicos que se ofrecen a escuchar a las personas murientes y sus
familias y que le ofrecen cuidado y acompañamiento.
¿DÓNDE “QUEDA” LA DIGNIDAD? RESPETO, PERSONA Y SUFRIMIENTO
El derecho a que se respete la dignidad en el final de la vida, como he
mostrado, está inseparablemente unido a la idea de persona que los profesionales
de CP manejan. Persona y sufrimiento son categorías sociales que deben
considerarse cuando se analiza una medicina abocada a la dignidad de vida en el
final de la vida. En una entrevista, la médica residente del equipo de CP comentaba
que dentro del hospital hay otros servicios que piensan diferente con relación a la
idea de persona:
“y que no ven al paciente como un todo [...] lo ven como una vesícula o
como una sonda gasogástrica que hay que ponerle y no como una
persona que esta preguntando ¿pero yo voy a sufrir? / por eso hay que
trabajar siempre con paciente y familia / saber que el paciente viene con
todo un bagaje de cosas atrás / no es un paciente aislado
R: sí sí / no es un órgano es una persona completa pero en su entorno
Claudia: exactamente / tiene un entorno y tiene una historia
Una “persona que está preguntando ¿pero yo voy a sufrir?” es desde el punto de
vista de esta profesional - y podría decir de todos los del equipo de CP - un ser
humano completo e íntegro que a su manera esta intentando procesar los
complejos y críticos momentos existenciales interiores/exteriores del final de la
vida. Para poder ayudar a estas personas murientes que hablan y preguntan (los
mortales y hablantes a que se refería Kristeva), según los profesionales de CP lo
primero que se necesita es respeto y paciencia para escuchar. El cuidado y la
protección se establecen en el terreno inasible e interior de la inexorable destrucción
del cuerpo y la persona, muchas veces acicateada por el sufrimiento físico y
existencial. Así según Miguel:
si vos le/ le sacas el dolor / el paciente está mejor / él como persona / si vos lo
tratas como persona y no le calmas el dolor / no lo {pasaje inaudible} / pero si
vos podes tener algo de técnica y mucho de escucha / yo creo que eso / yo
siempre pen/ visitaba a mi abuelo [murió de cáncer] / y escuchando cosas de
Runa 28, Año 2008. ISSN 0325-1217
135
otros pacientes / había otros pacientes que/ un tipo que se está por morir /
como en el caso que nos toca a nosotros / pasa que esa persona está
totalmente aislada diría / está acostada / y vos decís / parece que no / está en
otro mundo / y las cosas van pasando a mil [...] está rememorando su vida /
estará pensando / y te acordás cuando tipo los pacientes hablan aquí / pasa
lo mismo [...] la siguen {pasaje inaudible} en la cabeza / nadie se entera de
eso / entonces / a mí me importa mucho más el tema de la escucha / porque
/ es donde el paciente / ¿te acordás esa mujer nosotros fuimos a ver arriba /
esa mujer que dice / doctor me voy a morir? [...] Mario dijo dos o tres cosas /
y la tipa se / de una cosa extrema / decir si se va a morir / que cualquiera
puede ir levantarse y llorar / agarrar a la señora le dijo eso con palabras / la
señora se calmó”
PALABRAS FINALES
Finalizo este trabajo con la reflexión de que la dignidad en el final de la vida
está estrechamente relacionada con las concepciones sociales y profesionales sobre
la muerte. En este sentido, la muerte es en última instancia una construcción social
y un concepto con un agujero en su núcleo. El hecho fundamental, el estar muerto,
es algo que nunca podremos comprender. No existe ninguna “referencia empírica.”
Aún si queremos observar experiencias cercanas a la muerte, suicidio, homicidio,
duelo, luto, pena de muerte o creencias sobre la otra vida, solo podremos hallar
mediaciones y aproximaciones. Sólo podemos acercarnos a la muerte de manera
indirecta, nunca tendremos la oportunidad de mirarla de forma directa a los ojos.
Por este motivo, considero importante prestar atención a las experiencias de las
personas que viven el final de la vida, a los temores, dudas, alegrías que los atraviesan
y a las maneras sociales, institucionalizadas y profesionalizadas en que son cuidados
y acompañados. La intención de este trabajo ha sido, pues, observar a los que cuidan
a las personas murientes y analizar las maneras en que su cuidado profesional, sus
concepciones y acciones son puestas en marcha con el objetivo de dignificar el final
de la vida. No siempre la biomedicina intentó cuidar y acompañar de esta forma,
antes, y ahora mismo, en muchos espacios médicos, el morir y la muerte eran tratados
como algo a rechazar, negar y esquivar. Es por esto que consideré importante analizar
discursos, prácticas y creencias de estos profesionales paliativistas, aún sumamente
marginales dentro de la estructura hospitalaria y biomédica en general, pues
permiten iluminar muchas de las contradicciones que atraviesan en la actualidad a
la corporación médica. Una tensión central, en este sentido, es cómo combinar por
un lado las enormes expectativas puestas en un saber técnico y por otro lado los
136
Rafael Wainer
pedidos por una orientación humanista y ética en relación al cuidado profesional
en el final de la vida.
El filósofo tibetano Sogyal Rimpoché (op. cit.: 257; negritas propia) en el Libro
tibetano de la vida y la muerte dice en relación a los cuidados en el final de la vida:
A la hora de morir, ¿no tenemos todos derecho a que no sólo nuestro cuerpo
sea tratado con respeto, sino también, y acaso más importante aún, nuestro
espíritu? ¿No tendría que ser uno de los principales derechos de cualquier
sociedad civilizada, extensible a todos sus miembros, el de morir rodeado de
los mejores cuidados espirituales? ¿Podemos realmente llamarnos
«civilización» mientras eso no se convierta en una norma aceptada? ¿Qué
significa realmente poder enviar a alguien a la Luna si no sabemos ayudar a
otros seres humanos como nosotros a morir con dignidad y esperanza?
Por su parte el médico y filósofo argentino José Luis Mainetti habla de “humanitud”
como la cualidad esencial de un ser humano que experimenta el dolor, el sufrimiento,
la vejez y la finitud.25 Según el paliativista de Simone, hasta que los médicos
comenzaron en los 1960s a abrirse a los procesos del sufrimiento y del morir, en la
historia de la humanidad otros fueron los que consideraban y representaban esto.
Poetas, pintores, religiosos fueron los que se encargaron de la finitud y el
sufrimiento.26 En este sentido, a lo largo de este artículo ciertas ideas y acciones de
los profesionales paliativistas nos mostraron cómo se relacionan, articulan e
incorporan en un campo de tensiones y disputas en torno a lo que significa vivir con
dignidad el final de la vida. En este sentido considero que el sufrimiento, el final de
la vida y la dignidad, son procesos inseparables y que deben ser pensados al unísono.
En este trabajo intenté pensar las concepciones profesionales paliativistas como un
elemento importante a considerar dentro del complejo contexto de la
medicalización del morir y dignificación del final de la vida.
Fecha de entrega: 13/8/2007. Fecha de aprobación: 19/2/2007.
25
26
Escuchado de boca del Dr. de Simone, en un curso de bioética.
Sandra Bertman (1991) en Facing Death. Images, Insights and Interventions. A Handbook for
Educators, Healthcare Professionals and Counselours, realiza una investigación con estudiantes de
medicina y enfermería, trabajadores sociales y voluntarios utilizando el arte (pintura, poesía,
literatura, humor gráfico, etc.) como medio de reflexionar, intensa y ampliamente, sobre la
experiencia del morir. Para la autora (p. 167) las artes: “nos permiten probar la condición humana en
un lenguaje que es simbólico más que literal, sugestivo más que didáctico. De esta manera, ellas
son la mejor clase de maestro. A través de la metáfora las artes nos desafían, instruyen y soportan
en nuestro esfuerzo por sobrellevar [endure] el sufrimiento de los otros y entender el nuestro propio.”
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EL SUSTRATO ÉTNICO DE LA POLÍTICA DE DROGAS.
FUNDAMENTOS INTERCULTURALES Y CONSECUENCIAS
SOCIALES DE UNA DISCRIMINACIÓN MÉDICO/JURÍDICA
Fernando M. Lynch*
+
Licenciado en Antropología, Sección Etnología y Etnografía, Instituto de Ciencias Antropológicas,
Facultad de Filosofía y Letras, UBA.
Correo electrónico: fernlync@yahoo.com.ar.
142
Fernando Lynch
RESUMEN
Desde una perspectiva antropológica focalizada en la incidencia de la diversidad cultural respecto a la delimitación de las normas jurídicas del estado de derecho, se considera el hecho histórico según el cual la prohibición de drogas
psicoactivas se fundamenta en la adjudicación de la cualidad de viciosos a hábitos
propios de miembros de sociedades diferentes. Los fármacos cuya licitud se recusa
son precisamente los asociados en su momento de expansión en E.E.U.U. -centro de
irradiación de la política de rigor- con minorías extranjeras: el opio con los chinos, la
cocaína con los negros y la marihuana con los latinos -así como hongos y cactus con
los aborígenes-. Se observa en conclusión que, implementada a nivel internacional
como un vehículo de neocolonización, la política global sobre drogas justifica una
actitud represiva que, criminalizando una conducta considerada socialmente "desviada" -devenida "enfermedad" merced al dictamen de las autoridades médicas-,
perpetúa en última instancia una modalidad de discriminación étnica encubierta.
Palabras clave: Droga, Diversidad cultural, Política, Discriminación étnica.
ABSTRACT
From an anthropological perspective focused on the incidence of cultural
diversity in the definition of laws in modern states, we consider that the historical
fact of the prohibition of psychoactive drugs is based on the opinion that qualifies
as a vice certain habits belonging to members of different cultures. Drugs which are
considered unlawful are precisely the ones associated in its moment of spreading in
the U.S.A. -epicentre of the standard policy- with foreign minorities: the opium with
the chinese, the cocaine with the african-americans and the marihuana with the
hispanics -as well as mushrooms and cactus with the aborigines. As a conclusion we
observe that, carried out at an international level as an instrument for
neocolonization, the global policies on drugs justify a repressive attitude that,
criminalizing behaviour considered socially "deviated" -which turns into an "illness"
due to the judgment of medical authorities-, eventually perpetuates a way of
undercover ethnical discrimination.
Key words: Drug, Cultural diversity, Politic, Ethnic discrimination
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143
INTRODUCCIÓN
Quisiera en esta oportunidad plantear una interrogación crítica sobre aquellas motivaciones que, más allá de lo expresamente declarado al respecto, llevan a
la proscripción de determinadas substancias -psicoactivas- de nuestro diario vivir.
El interrogante antropológico del caso gira en torno a la polémica cuestión del criterio selectivo según el cual se determina médica y jurídicamente la ilicitud de los
fármacos en cuestión. De acuerdo a los lineamientos epistemológicos tomados como
marco de referencia, los propios del paradigma de una Ecología de la mente desarrollado por Gregory Bateson (1985), corresponde en primer lugar poner de relieve
la significación heurística de la noción de diferencia. Lo cual, proyectado a las disciplinas particulares pertinentes a nuestra problemática, nos conduce a una
reconsideración en clave cultural de las respectivas diferencias entre lo permitido y
lo prohibido de acuerdo a lo dictaminado en el plano jurídico del derecho, así como
entre lo saludable y lo patológico según la determinación del saber médico -incluyendo a la psiquiatría junto con la psicología en tanto saberes que velan por nuestra
salud mental-.
Desde una perspectiva antropológica desplegada a través de la enorme variabilidad de formas sociales de vida humana, lo que nos remite a la conflictiva cuestión de la distintividad étnica, viene al caso considerar el tipo de relación dada entre
las drogas que son objeto de interdicción por nuestro derecho y sus respectivos
contextos culturales de origen -o quizá mejor, de procedencia-. Lo que a su vez nos
lleva a prestar particular atención a la divergencia específicamente cultural de las
mismas concepciones sociales de lo saludable y lo enfermizo. Desde ya hacemos
notar que resulta cuando menos paradójico que gran parte de las drogas hoy consideradas netamente perjudiciales por la medicina occidental han sido para muchos pueblos antiguos y primitivos objeto de veneración justamente en razón de
las cualidades positivas que se les adjudicaban1.
La inquietud que motiva esta exposición es tratar de precisar qué puede aportar la ciencia de la antropología a una mejor disquisición relativa a la problemática
de las drogas en nuestra sociedad. Se pone de relieve en primer lugar la singular
complejidad de la temática en cuestión, que, de acuerdo a lo observado a lo largo
de la evolución histórica de su tratamiento, nos habla de la gravedad de una no
menos peculiar situación notablemente confusa en cuanto a los sucesivos intentos
1
Cuyos usos terapéuticos eran indisociables de su carácter sagrado, tal el caso de las llamadas plantas de los dioses según el designio de Schultes y Hofmann (1989).
144
Fernando Lynch
de alcanzar algún tipo de solución al respecto. Dentro de este intrincado panorama
sobresale justamente la categoría de diversidad cultural como instrumento de análisis pertinente. Nos enfrentamos pues a la polémica dimensión multicultural de la
sociabilidad actual, la que nos refiere a variados rasgos de raigambre étnica que es
dable asociar al problema que nos ocupa. En tal sentido nos interesa aquí considerar la incidencia que dichos rasgos han tenido en las motivaciones originarias de la
política prohibicionista aun vigente, así como poner de manifiesto las inequívocas
consecuencias de desigualdad social que semejante política arrastra consigo.
A lo largo de la historia de la humanidad, en razón del imputado peligro que los
efectos alterantes que determinadas substancias podían llegar a suscitar, diversas
formaciones sociales -en particular de orden estatal- han fomentado políticas
discriminatorias análogas. Empero sólo es en la era moderna, ya imbuida de los
principios democráticos propios del orden republicano, cuando se formula una política estricta que, en función de las exigencias propias de la expansión capitalista,
ha dado en ser difundida desde ciertos centros -"civilizatorios"- al resto de las poblaciones del globo. Desde este ángulo entendemos que si bien en última instancia
priman intereses del orden de lo económico -que hacen a la eficiencia productiva
del sistema-, no dejan de estar consubstanciados con determinadas inclinaciones del orden de lo político en lo social, de índole psicológica en sus proyecciones individuales- que arraigan en convicciones de naturaleza étnica respecto a los
preconceptos que sustentan el juicio de lo correcto y lo incorrecto, de lo normal y lo
desviado. Siendo una de sus consecuencias el cuestionable hecho de que la distinción entre lo que es justo y no lo es se vea teñida por confusas nociones acerca de lo
que es virtud o vicio.
De allí que la cuestión a debatir pasa no sólo por considerar si es estricta
justicia la penalización del vicio, sino en particular por delimitar cómo es ponderada
la diferencia de cualidad viciosa entre unas drogas y otras. Porque nadie negará que
una inclinación inmoderada a la bebida o al tabaco -como al juego o a lo que sea-,
en la medida que produzca consecuencias indeseadas al consumidor -o bien simplemente a algún tercero-, puede ser lícitamente calificada de viciosa. Pero no por
ello, por muy reglamentada y controlada que esté su distribución en el mercado,
tales productos son objeto de interdicción legal. En realidad cuando hablamos de
"droga" hablamos de un vicio muy especial, que se resiste a las categorías de análisis que son aplicables a las demás substancias generadoras de algún tipo de dependencia. Se trata en una palabra de la "epidemia" de la drogadicción, o bien toxicomanía, que, por su distintiva "tendencia compulsiva a la autodestrucción" -contraste con las adicciones socialmente aceptadas-, se ha convertido en objeto de una
singular estigmatización -en concordancia con el hecho de haber sido reconstituido
como un verdadero tabú-. Lo llamativo desde un punto de vista antropológico en
Runa 28, Año 2008. ISSN 0325-1217
145
este caso es precisamente la peculiar evaluación que han merecido estas drogas
psicoactivas, puesto que condensa en sí misma toda una serie de prejuicios -y su
correlativo falso conocimiento- que la sociedad occidental no ha dejado de mantener frente a los demás pueblos del mundo "descubiertos" y "colonizados" a lo largo
de la historia.
EVOLUCIÓN HISTÓRICA:
DE LA MAGIA A LA RELIGIÓN, DE LA RELIGIÓN A LA MEDICINA
Nos interrogamos entonces por qué substancias tan apreciadas en otras culturas han sido objeto de semejante evaluación negativa en nuestra sociedad. De
"plantas de los dioses" han pasado a convertirse en frutos del demonio. Consignemos que en el contexto religioso ceremonial de su uso indígena -contexto pues
"originario"-, en virtud de promover el contacto con sus espíritus auxiliares, el poder
conferido al shamán por la ingesta de una substancia psicoactiva era pasible de ser
orientado tanto en el sentido benéfico de curación como en el maligno de daño.
Asimismo, en la antigüedad griega, ya desligados de preceptos espirituales, en tanto meras substancias de la naturaleza los fármacos conllevaban la ambivalencia
análoga de poder ser tanto remedios como venenos. La cuestión clave al respecto
estaba en la medida de su administración, vale decir, en la justeza de la dosis. Sin
embargo viene al caso notar que ciertas experiencias de espiritualidad se volcaban
en los Misterios, como el de Eleusis por ejemplo, donde se concelebraban oficios en
los que se ingería una pócima, el kykeón, sobre el cual se ha postulado la hipótesis
de que sería portador del ergot del cornezuelo de centeno, cuyo efecto psicoactivo
daba lugares a experiencias de orden singularmente místicas.
Surgió empero en aquellas épocas en Medio Oriente una nueva concepción
religiosa, entre cuyas prácticas rituales estaba justamente la comunión con la divinidad a través del consumo del pan y el vino consagrados, el cuerpo y la sangre del
Hijo de Dios, el Cristo que vino por fin a redimir al género humano de la falta original: haber probado del fruto prohibido. Se han formulado polémicas hipótesis acerca de que algún componente psicoactivo fuera un ingrediente esencial del sacramento eucarístico. De donde en su origen la religión cristiana habría sido de orden
mistérica y practicado un ritual de participación, de comunión real con la divinidad
(Escohotado 1994b). De acuerdo al contexto social se habría vivenciando una experiencia de lo "sagrado de trasgresión". Pero su doctrina, en cuanto afirmaba el carácter sacrificial de la redención divina, la muerte violenta en la cruz del Salvador, no
dejaba de participar de una ritualidad expiatoria, con el consiguiente "sagrado de
146
Fernando Lynch
respeto", origen de la exclusión2. Una vez reconocido como la religión oficial del
imperio romano, el cristianismo se habría reafirmado en la autoridad absoluta de la
verdad revelada, impulsando una difusión universal de su credo y sus prácticas ceremoniales. El ritual se habría ido formalizando, y la primigenia experiencia de participación efectiva con la divinidad terminaría siendo reemplazada por la simple
creencia en dicha comunión. Quedando el objeto de consumo consagrado desposeído de su potencial psicoactivo, de allí en más produciría apenas un efecto placebo.
Sin embargo, con la conquista del Nuevo Mundo, a fines de la Edad Media varios
reinos europeos entablaron contacto con un creciente conjunto de poblaciones aborígenes del continente americano donde eran sumamente corrientes prácticas de
religiosidad visionaria. Desde un punto de vista religioso hegemónico, en tanto eran
reinvindicadas como auténticos "enteógenos", es decir generadores de una experiencia de la misma divinidad, tales plantas psicoactivas no podían ser otra cosa que
frutos diabólicos. En cuanto el efecto suscitado cuestionaba el dogma dominante
según el cual el único medio verdadero de comunión con la divinidad es la eucaristía consagrada por el sacerdote, dichas prácticas devinieron pues una amenaza para
las autoridades del culto oficial. En afán a su integración a la vida civilizada se impuso la conversión compulsiva a la Buena Nueva. Los más peligrosos enemigos de la
verdadera fe fueron considerados aquellos cuyas experiencias con drogas
psicoactivas eran promotoras de contactos con otras dimensiones espirituales -expresiones de Satán mismo en última instancia-. Tales drogas constituyeron la nueva
versión del fruto prohibido, y todos aquellos que las consumieran eran virtuales
aliados del ángel caído Lucifer.
De acuerdo a Jonathan Ott (1995), los inquisidores cristianos se vieron obligados a perseguir a quienes consumían productos psicoactivos debido a que las
experiencias visionarias así promovidas ponían en evidencia la falta de sacralidad
de la propia experiencia religiosa. En tal sentido, la eucaristía cristiana, si bien pudo
haber contenido en su origen algún componente psicoactivo -amanita muscaria,
como sostuviera Allegro (1985) en base a su peculiar exégesis de los Rollos del Muerto, o bien ergot del cornezuelo de centeno, según se ha postulado respecto a la
experiencia iniciática de los Misterios de Eleusis-, habría con el tiempo derivado en
una insípida e inocua hostia cuyo única propiedad llegó a ser la de producir un
efecto placebo. Tal pues el origen de lo que Ott ha dado en llamar la inquisición
farmacrática, antecedente de la actual política prohibicionista sancionada en base
al dictamen médico oficial.
2
Esta dimensión ritual de nuestra problemática la hemos tratado a la luz de la hipótesis de la víctima
sacrificial formulada por René Girard (Lynch 2002).
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Sin embargo, en aquellos tiempos se produjo, por un lado, una disensión
interna dentro de la religión oficial, instituyendo la Reforma protestante la libre interpretación de las Sagradas Escrituras, lo que posibilitó en consonancia establecer
contacto con la divinidad sin la necesaria intermediación de un representante suyo
en la tierra3. Por otro lado, bajo los impulsos del Renacimiento se fue llevando a
cabo un estudio progresivamente objetivo de las diversas propiedades de las drogas psicoactivas. Sobre la base del reconocimiento empírico obtenido experimentalmente se fueron determinando sus propiedades terapéuticas, las que se
efectivizaban de acuerdo a las correspondientes dosis administradas, surgiendo en
ese entonces la farmacopea científica. No obstante, si bien el saber medicinal progresó notablemente, también comenzaron a proliferar quienes ofrecían productos
dudosos sin las debidas garantías -los llamados "matasanos"-, lo que motivó la necesidad de establecer controles por parte de las autoridades.
De acuerdo a Escohotado (1997), a fines del Siglo XIX se producen los primeros movimientos sociales que impulsan un cambio político respecto a la normativa
jurídica de las drogas psicoactivas. Se caracterizan por ser cruzadas morales, cuya
principal preocupación es la difusión de determinados vicios que llevan a conductas consideradas indecentes. Una consecuencia secundaria -suerte de efecto colateral de la prédica sanitaria- fue la promulgación de la Ley Seca en EEUU a principios
del Siglo XX, derogada en aras al reconocimiento del mayor grado de perjuicio que
ocasionaba en relación a sus pretendidas ventajas. Por otro lado las drogas
psicoactivas habían sido el motivo de declaraciones de guerra, como la célebre guerra
del opio de Inglaterra con China. Finalmente, merced en especial a la prédica puritana apologética de la sobriedad diseminada desde Norteamérica, se ha llegado a
declarar una guerra mundial a las drogas psicoactivas mismas. Su centro difusor lo
ha constituido la presidencia de los EEUU, lográndose expandirla al resto de los
países del mundo. El objetivo político de derrotar al enemigo de turno se fundamenta en una -supuesta- corroboración médica del carácter eminentemente negativo del efecto de dichas plantas4.
3
4
Viene al caso lo observado por Mary Douglass (1978: 31-33) acerca de que la religión peyotera de la
Iglesia Nativa Americana constituye, en pequeña escala, un fascinante caso de Reforma, puesto
que sus partidarios recurren a la ingesta ritual de la Lophophora Willemsi para entablar un contacto directo con la divinidad.
Tal como por ejemplo sostiene, en base a sus estudios farmacológicos sobre la marihuana, uno de
los más fervientes cruzados del prohibicionismo, Gabriel Nahas (1990).
148
Fernando Lynch
UNA LECTURA ANTROPOLÓGICA:
LA ESPECIFICIDAD ÉTNICA DE LAS DROGAS
En sus respectivas investigaciones sobre la historia de las drogas y sobre el
panorama actual de la drogadicción, tanto Antonio Escohotado (1994a) como Guy
Sorman (1993) ponen de relieve el hecho histórico según el cual los motivos de la
prohibición de determinados fármacos son indisociables de una singular modalidad de discriminación étnica. En efecto, tanto en lo relativo a los orígenes de la
prohibición, promovida a principios del Siglo XX desde EEUU, como a las justificaciones de su mantenimiento a nivel mundial, la atribución de extranjeridad de las
substancias en cuestión ocupa un lugar determinante. Son pertinentes las asociaciones del opio con los chinos -con su efecto narcótico que imposibilitaría trabajar
con la eficiencia requerida por la civilización industrial-, la cocaína con los negros cuyo efecto estimulante llevaría a una sexualidad desenfrenada- y la marihuana
con los latinos -siendo su efecto relajante promotor de un resquebrajamiento de la
moral-5.
En su estudio conjunto sobre los inmigrantes y los drogadictos desplegada
en varios lugares del mundo, Sorman se plantea el interrogante crítico de hasta qué
punto existe una interrelación encubierta entre estas dos problemáticas. A lo largo
de su periplo por Estados Unidos, la (ex)Unión Soviética, China, Japón, Francia, Inglaterra, Holanda y Suiza, constata la regularidad de una predisposición a juzgar
nocivas determinadas drogas que tienen en común precisamente el ser de procedencia foránea. Comentando la sentencia del tribunal correccional de Lyon sobre
un joven de origen magebrino de dos años de prisión por traficar cannabis, ante la
gravedad de la pena, Sorman se pregunta si no tendrá acaso la sociedad un enemigo peor que la "hierba". Salvo que la condena tenga que ver con el color de la piel
del condenado. Se plantea al respecto:
"¿Qué relación se estableció en la mente del juez entre el origen étnico de
Slimane y la droga? En ambos casos, ¿puede verse amenazada la cultura occidental? ¿Por la inmigración de una cultura o por la ingestión de una sustancia extranjera? ¿O por ambas? Slimane y el cannabis provienen uno y otro
"de otra parte", ambos simbolizan el pensamiento mágico contra el pensa-
5
Antecedente de lo cual lo ha constituido la actitud inquisitorial de los evangelizadores cristianos
ante los cultos aborígenes con su consumo ritual de hongos, cactus, semillas varias y tantos otras
"plantas mágicas".
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miento racional, el desorden contra la sociedad burguesa, la barbarie contra
la modernidad" (Sorman 1993: 9).
Advierte Sorman que el drogado, al igual que el inmigrante, es alguien aparte, diferente, bárbaro: mediante el opio escapa de la sociedad burguesa, con la cocaína
rebasa sus normas, con los alucinógenos las niega. Pero al hacer notar que la toxicomanía es la ingestión de un cuerpo extraño, extranjero, que produce una experiencia de extrañamiento, no hay que pensar que la relación entre droga e inmigración
es sólo metafórica, puesto que los crímenes relacionados con drogas llenan la mitad de las prisiones occidentales, y prácticamente todos esos delincuentes son
inmigrantes clandestinos. Para confirmar que la droga es objeto de reprobación no
sólo porque es tóxica sino porque es extranjera, Sorman señala que en 1620 Luis XIII
prohibió la hierba de Nicot, más que por ser peligrosa y perturbar el orden público,
por provenir del exterior. Por su parte el gobierno de los EEUU prohibió el opio
recién cuando empezó a ser comercializado por traficantes chinos, así como la marihuana porque la introducían los mexicanos y la cocaína porque se suponía que
volvía agresivos a los negros. En 1930 el gobierno francés prohibió la heroína porque provenía de Alemania. El emperador de China desterró el opio a partir del momento en que los ingleses lo importaron, antes su producción y consumo era libre.
También el gobierno japonés prohibió el opio porque venía del exterior. Sin embargo, durante la guerra produjo y distribuyó una anfetamina made in Japan para estimular a sus soldados (Sorman 1993: 211-12).
El llamado en EEUU el "zar de la droga", Bob Martínez, dice a Sorman (1993:
216): "Al combatir la droga protegemos a los más débiles, a los pobres, a los negros,
a los hispanoamericanos, puesto que ellos son sus principales víctimas". Se trata
pues de una guerra de "protección", pero no sólo física sino moral, de defensa de la
ética del capitalismo, puesto que una de las mayores preocupaciones de las autoridades es la pérdida de producción que representarían los drogados para la economía estadounidense. Ante el panorama que observa en Rusia se pregunta Sorman
(1993: 230-35) si caído el comunismo las drogas no constituirían una nueva forma
de disidencia, convirtiéndose para los nomenklaturistas la guerra contra la droga
en un pretexto modernizado de su tradicional represión social. Gracias a ella la nueva KGB rusa se ha vuelto un interlocutor internacional de algún modo respetable y
válido. En suma, los pretextos de los norteamericanos de "extender el orden mundial" sirven aquí de coartada y chivos expiatorios para perpetuar el "orden interno".
En China en cambio, según el comisario entrevistado, los toxicómanos son en general "comerciantes independientes y dueños de cooperativas", es decir, empresarios
capitalistas que "quieren estar a la moda y caen víctimas de la heroína". Se trata de
una población especialmente expuesta por su tendencia "individualista". En cam-
150
Fernando Lynch
bio los trabajadores del sector estatal colaboran en la construcción del socialismo
por lo que están inmunes ante la tentación de la droga. En suma, la nueva guerra
contra el opio es una guerra ideológica en defensa del socialismo y contra las debilidades del individualismo. Curiosamente, la prohibición de la droga que hace un
siglo y medio había colocado a China al margen de las naciones, permite en la actualidad reintegrarla al concierto internacional. Sin embargo, la guerra contra la droga
es una vez más un pretexto para la represión: al tratar al opiómano como un inadaptado o un criminal condenado a trabajo forzado, el gobierno chino, lejos de curar la
toxicomanía, revela su rechazo de toda disidencia (Sorman 1993: 241-46).
En la década del '40 en Japón se inventó un poderoso estimulante, la
metaanfetamina Philopon, con una buena dosis de la cual se inyectaban los
kamikazes. Pronto se convirtió en una "pasión nacional" para miembros de distintos estratos sociales -incluidos varios escritores importantes-. Sin embargo, a raíz
de un asesinato en Tokio "bajo la influencia del Philopon", la droga fue prohibida
en 1953 - casualmente "año del resurgimiento nacional"-. Según las estadísticas
del Ministerio de Salud, mientras en 1990 fueron sometidos a desintoxicación voluntaria dos heroinómanos y quinientos ochenta y siete consumidores de Philopon,
en 1991 fueron encarcelados un centenar por consumir cocaína, mil quinientos
por consumo de hashís y quince mil por philopomanía. De donde Sorman (1993:
247-52) infiere que, fieles a su droga nacional, reticentes a las exóticas, los japoneses se muestran patrióticos y proteccionistas hasta en su toxicomanía.
En su propia tierra natal, Sorman (1993: 272) constata que si bien ningún
consumidor está preso -ya que el consumo de droga está despenalizado de hecho
por iniciativa de la Fiscalía y de los magistrados, dejándose pues de aplicar la ley-, la
mayoría de los consumidores son "otra cosa", como ser distribuidores, aunque más
no sea para procurarse medios para costear su propio consumo. De allí dos categorías de consumidores: los que tienen recursos y no son molestados, y los que no
poseen medios y son inculpados porque trafican. De hecho hay en la cárcel miles
de delincuentes apresados por traficar; lo que podría ser una justa distinción ya que
sanciona los delitos contra terceros pero tolera ese delito contra uno mismo que es
la intoxicación. Salvo que se ignore que es la misma prohibición, la que al hacer
subir los precios transforma al consumidor en traficante. En consecuencia, la diferencia de tratamiento judicial entre el consumidor y el traficante se debe menos a
su capacidad de perjudicar que a la distinción entre quienes disponen o no disponen de medios para comprar.
Es elocuente el testimonio del propio juez de instrucción: "En cuanto un toxicómano entra en mi despacho sé con quién tengo que vérmelas: burgués fumador
de hachís, pequeño distribuidor, gran traficante...". Siendo a su vez el distribuidor
"en casi todos los casos beur, magrebino, africano", Sorman precisa que semejante
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poder de "distinción" constituye también una preclara discriminación racial. La justicia francesa se ocupa principalmente de los intermediarios, revendedores que son
casi siempre inmigrantes y a menudo en situación irregular. Ahora bien, en tanto el
pequeño tráfico de droga es un medio de vivir en Francia para miles de personas
que carecen de papeles, y ello en cuanto la droga es cara y es cara porque está
prohibida, Sorman (1993: 273) enfatiza la siguiente paradoja: ¡la prohibición de la
droga es lo que fomentaría la inmigración ilegal!
Concluye en fin Sorman (1993: 309-10) sosteniendo que en realidad la guerra contra la droga más que un "remedio" para el toxicómano constituye una legitimación sustitutiva de gobiernos debilitados por su ineficacia social, llegando incluso a favorecer la recolonización del Tercer Mundo. ¿Pero quién es en verdad el enemigo en esta cruzada? Siendo la droga sólo hierba, la guerra no es tanto contra la
droga sino contra el extranjero: la toxicomanía viene de otra parte, sobre todo viene
de abajo, de los estratos inferiores. Así fue cómo en EEUU la guerra contra la cocaína
comenzó justamente cuando esta droga descendió de la elite de Manhattan a los
guetos del Bronx. Se observa además que el toxicómano es tanto más bárbaro por
cuanto ingiere drogas procedentes del Sur (marihuana, cocaína) en lugar de las del
Norte (alcohol, tabaco). Estas son un producto de cultura, aquellas son simplemente salvajes. En suma, la guerra contra la droga es en el fondo una guerra de razas y
culturas, del Norte contra el Sur, así como una guerra de clases, del partido del orden contra los desviados.
Desde una perspectiva específicamente antropológica, centrada en la política del estado brasilero respecto a la adopción de la marihuana por parte de la población aborigen Tenetehara de la región del Marañón, Anthony Henman llega por
su parte básicamente, a una constatación análoga. En función de su experiencia
etnográfica entre estos indígenas, y en paralelo a la denuncia del empleo de tortura
por parte de las fuerzas del orden involucradas6, Henman (1986: 92) pone de relieve
el oscurantismo que caracteriza el discurso oficial desarrollado con el fin de combatir el problema de la droga, así como sus efectos desorientadores e incluso contraproducentes. En tal sentido, por intermedio de la ridiculización e infantilización de
los consumidores, no sólo se distorsiona la realidad de los efectos de alteración
perceptiva de las drogas psicoactivas -de lo que no parece saberse gran cosa-, sino
6
Se trató del caso del nativo Celestino Guajajara, ocurrida durante la Operação Maconha emprendida por agentes de la Policía Federal en las áreas indígenas de Maranhão en 1977, y que tuviera
alguna difusión en la prensa un años después. Aclara Henman que si bien es el único que ha tenido
cierta resonancia pública, no es en absoluto un caso aislado, siendo revelador de una inequívoca
"metodología" de acción propia de este tipo de operaciones.
152
Fernando Lynch
que, en lo que hace a su adopción por parte de los aborígenes, no dejan de
proyectarse prejuicios etnocentristas, paternalistas y moralistas que ponen en evidencia su notable ignorancia sobre hecho de que el uso de estas sustancias está en
última instancia sujeto a controles de orden cultural.
Observa Henman (1986: 95) que las referencias a un empleo "ritual" y hasta
"místico" de la maconha, según es predicado por parte de los funcionarios del caso,
no hacen otra cosa que reafirmar los estereotipos arraigados en la población de un
"indio inocente", "cuasi infantil" -en contraposición a los violentos "viciosos" de las
grandes urbes-; en efecto, si bien aparentarían cierta "tolerancia" al respecto, no
muestran ningún respeto hacia el considerable entendimiento propio de los nativos de las propiedades de la marihuana. Los tenetehara declaran que para lo que
más suelen recurrir a ella es para las tareas que requieren el uso de la fuerza, ya que
fumarla les brinda mayor ánimo para trabajar. Destaca Henman (1986: 102-103) que
esta planta no es usada ni en el shamanismo ni en los principales ritos de iniciación
o pasaje propios de esta sociedad. Sí refiere su empleo en rondas nocturnas, advirtiendo que de "ceremonial" sólo tienen ciertas pautas de circulación de la sustancia7.
A fin de alertar a la opinión pública, Henman (1986: 92) pone de manifiesto
los "efectos frecuentemente infelices de las campañas contra el uso de drogas", apuntando así a "demostrar que tales campañas -lejos de ser moralmente incuestionablesse inspiran en una clara voluntad etnocida de parte de nuestra civilización, que busca denigrar y suprimir aspectos considerados 'indeseables' en la cultura de los indígenas supervivientes del Brasil" -ahora justificada con el concurso cómplice de la
"guerra a las drogas"-. Por supuesto advierte que no sólo los aborígenes sufren este
tipo de interferencia, ya que un proceso similar es observable a propósito de las
campañas contra el uso de drogas en muchos otros segmentos de la sociedad, especialmente en aquellos cuya apariencia y comportamiento difiere
significativamente del que se considera aceptable para la mayoría de la población.
Al analizar los discursos de las diferentes autoridades involucradas en esta problemática, teme Henman (1986: 115) que en breve se verán multiplicados los casos de
abusos -tortura incluida- sobre los nativos que usan marihuana, coca o cualquier
substancia considerada "alucinógena", "tóxica" o "estupefaciente". En los círculos
7
Otro uso distintivamente tenetehara de la marihuana -no compartido según Henman (1986: 105)
por otros grupos aborígenes- es para favorecer la caza, puesto que se considera que el poder mágico de fumarla puede aprovecharse para "llamar" o "encantar" animales -en particular pájaros y roedores ávidos consumidores de sus semillas-. Asimismo otros animales son considerados presas
más fáciles para quien haya fumado maconha, ya que la sensibilidad resultante le permite al cazador aproximarse a una menor distancia sin espantar al animal.
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oficiales se espera sin duda que como resultado de las campañas se confirme la
tesis de la "no indianidad" del consumo de esas drogas, y que efectivamente su uso
deje de ser parte de las culturas indígenas. En suma, al desarrollar semejante política discriminatoria, el estado brasilero no hace otra cosa que poner en evidencia el
hecho de que, en el fondo, según postula Henman, la guerra a las drogas es una
guerra etnocida.
MARCO GEOPOLÍTICO: NEOCOLONIALISMO Y POLÍTICA DE DROGAS
A esta altura de la historia de la humanidad, pues, el problema de las drogas
es de alcance global. Sólo desde hace escasas décadas, a lo sumo un siglo -haciendo salvedad de los tiempos de la Inquisición-, la presencia de fármacos psicoactivos
se ha constituido en un problema importante en la sociedad occidental. Estando
inmersos en un proceso de globalización, sus implicancias son correlativas a la virtual imposición de un determinado ordenamiento internacional. En tal sentido, si
bien dentro de cada nación impera un orden social determinado -que responde a
normas pautadas en las constituciones respectivas-, dentro del orden internacional
reina básicamente la anarquía. En consecuencia no se trata de relaciones equitativas, puesto que, de acuerdo a los divergentes grados de poderío nacional, se entablan relaciones bilaterales y multilaterales que se atienen a las respectivas capacidades de influir sobre los demás estados. Para lograr que el interés propio prevalezca sobre el ajeno se realizan determinadas presiones, de índole sobre todo políticoeconómicas. De allí que se hable de una "diplomacia disciplinaria" y de la
"condicionalidad" de las relaciones internacionales.
Respecto a lo acontecido a nivel internacional sobre la problemática de las
drogas, Louk Hulsman (1987: 49-77) ha puesto de relieve cómo un grupo muy reducido de países (Estados Unidos, la ex Alemania Occidental) han fomentado y desarrollado, mediante convenios internacionales celebrados bajo sus influencias, un
programa político múltiple cobijando al sistema prohibicionista como vehículo de
colonización. A su vez, en base a su estudio de la política brasilera sobre las drogas,
Henman (1986: 98) ha sostenido que a partir de una formulación racista de principios del Siglo XX, el discurso oficial se impuso históricamente hasta llegar a la teoría
epidemiológica de los '50 "made in USA" y reproducida por la ONU en sus acuerdos
internacionales.
Según observa por su parte Juan Tokatlián (2000) en su estudio de la relación entre narcotráfico y violencia en Colombia, es sabido que los Estados Unidos
vienen "influenciando" al resto de los países mediante instrumentos jurídicos internos e internacionales y reuniones grupales y bilaterales que imponen su política.
Con tales influencias han reformulando el colonialismo, en particular en los países
154
Fernando Lynch
de la órbita latinoamericana. Paradigmático al respecto es el instrumento de certificación, según el cual se evalúa el grado de colaboración de las diversas naciones a
la política hegemónica estadounidense. Sostiene Tokatlián (2000: 229) que, a través
de la imposición internacional de su legislación antinarcóticos, Washington pretende disciplinar a los países productores, procesadores y traficantes de sustancias
psicoactivas. Además, más allá del amplio espectro de opciones económicas y militares de sanción y retaliación que posee, EEUU dispone de un vasto instrumental
legislativo para apremiar, chantajear y hasta estrangular a los países que puedan
formar parte de la "red del narcotráfico".
Lo que a su vez vincula Tokatlián con el cambio acaecido en cuanto al concepto de soberanía nacional. Mientras se definía antaño en términos absolutos de
autonomía, dependencia, autarquía, en la actualidad se lo concibe en el sentido
relativo de heteronomía, interdependencia, jerarquía. Lo cual también responde a
un cambio en la política internacional respecto a posibilidad de intervención, de
injerencia arbitraria en asuntos ajenos, ya sea que afecten a intereses generales de
humanidad o bien a intereses particulares (Tokatlián 2000: 272-74). Washington
sostiene que, en tanto afectan a los intereses norteamericanos, las drogas son un
problema de "seguridad nacional"; y en cuanto especialmente las drogas procedentes de Colombia producen un gran mal a la población estadounidense, propagando un vicio peligroso, no hay mejor solución que un corte de raíz: la erradicación de los cultivos -los colombianos, no los norteamericanos-8.
Consecuente con la declaración de guerra se ha propuesto una solución militarista que, en cuanto a resultados prácticos, no ha sido en realidad muy efectiva.
No al menos en cuanto a los propósitos expresos de reducir la violencia social. Sí,
argumenta Tokatlián, en cuanto a promover en suma medida el crimen organizado.
De allí la situación dramática que vive la sociedad colombiana estos últimos tiempos ("tiempos violentos"). Si bien hace algunos años se llegó a propiciar un debate
en torno a la legalización de las drogas, las presiones de Washington nunca permitieron que el mismo prosperara más allá de cierto punto. Sostiene al respecto que
es obvio que mientras existan bienes demandados por el público y que sin embargo estén prohibidos, existirán sin duda oportunidades y condiciones para que prosperen modalidades de criminalidad organizada. De donde infiere:
"Mientras se mantenga y refuerce el prohibicionismo de las drogas
psicoactivas, se preservará e incrementará el poder del crimen organizado
8
Correlativamente existe un grave déficit económico producto de la circulación monetaria ilegal y
el lavado de dinero.
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ligado a este producto. El prohibicionismo, por tanto, está en la raíz del fenómeno criminal y este hecho no puede pasar inadvertido ni ser tergiversado.
De lo contrario se implantarán retóricas, se construirán imágenes y se diseñarán políticas que en nada aportarán a resolver de manera seria, responsable y decisiva el problema originario (Tokatlián 2000: 58-59)."
Que, en tanto se mantiene el prohibicionismo, es de hecho lo que está sucediendo,
siendo que toda política que se implementa, en tanto responde a las consignas
dominantes de la solución final abstencionista, no deja de obedecer a los dictámenes puritanos hegemónicos. Observa Tokatlián (2000: 76) que si bien "los vicios o
los placeres individuales o colectivos vinculados a diversos productos psicoactivos
naturales y/o sintéticos generan enormes dificultades emocionales, psicológicas,
morales y de salud en la ciudadanía, y por ello deberían ser objeto de atención
fundamental de las políticas públicas", no constituyen un problema de seguridad
social o comunitaria, ni menos de "seguridad nacional". Advierte que en realidad es
la prohibición de una sustancia y no la sustancia misma lo que motiva que se la
identifique como un asunto que exige un tratamiento decisivo y contundente. Por
el contrario, antes de su prohibición expresa, las drogas psicoactivas -su consumo,
procesamiento, tráfico y cultivo o producción-, no constituían per se e ipso facto
una cuestión de seguridad nacional. Sin embargo, en una apreciación realista final,
Tokatlián reconoce que ante el contexto internacional impuesto por la presión de
Washington, a Colombia le resulta impracticable trasladar el problema de las drogas ilícitas del terreno de la seguridad al campo de lo social.
Por su parte Elías Neuman (1991: 158-60) subraya que la visión latinoamericana no puede soslayar la abrumadora dependencia, amenaza de las soberanías y
estabilidad de los países a manos de la política unilateral ejercida por los Estados
Unidos con sus constantes presiones -sanciones comerciales, arancelarias, crediticias,
financieras, hasta insinuaciones de posibles intervenciones policiales y militares-.
Señala en tal sentido que las drogas han pasado a ser hoy una mercancía que abre
nuevas brechas entre el centro y la periferia del capital mundial. No obstante, más
allá de lo enormemente perniciosa que resulta la situación actual, confía Neuman
que es posible que la legalización de las drogas se convierta en un futuro en un
elemento de liberación nacional y permita a los países involucrados depender de
sus propias convenciones jurídicas y éticas sobre este problema y otras cuestiones
conexas, y brindar las estrategias libremente mancomunadas para su prevención y
el cabal respeto a la libertad humana.
156
DIAGNÓSTICO MÉDICO: UNA ENFERMEDAD
Fernando Lynch
EXTRAÑA
La otra cara de la discriminación política de las drogas es la pretendida
fundamentación científica de su interdicción en base al dictamen médico oficial
que sustenta la normativa vigente. A este respecto es pertinente el planteo de
Thomas Szasz (1981: 25) sobre lo que ha dado en llamar "la teología de la medicina", vale decir, sobre el hecho histórico de acuerdo al cual la autoridad que en el
Antiguo Régimen era detentada por el poder eclesiástico respecto a las conductas
y hábitos apropiados de los fieles, ha sido en nuestras sociedades secularizadas
transferida en gran medida al poder médico, constituyendo los especialistas en
salud una suerte de nueva forma de sacerdocio, cuyo afán cuidador del prójimo,
en razón de las necesidades de las políticas propias del Estado moderno -estado
"terapéutico" en ese sentido-, no puede dejar de ser funcional a los requerimientos de distintos grados de control social por parte de la autoridad establecida. En
connivencia con los intereses económicos de los grandes laboratorios, la discriminación del caso reside en la presencia o ausencia de autorización expresa por parte de los expertos calificados respecto a la administración de lo que se considere
medicamento.
Aflora aquí justamente la discrepancia entre productos del orden de lo "salvaje", sean los propiamente naturales como determinadas hierbas, hongos o frutos, o bien artificiales como los procesados químicamente, y productos ya "civilizados", aquellos que, además de haber sido elaborados farmacológicamente, son
avalados por la autoridad médica correspondiente. Las drogas recusadas son pues
las que no han sido objeto de domesticación ciudadana, y continúan asociadas a
poblaciones que, en virtud de su consumo, evidencian conductas bárbaras que
no merecen ser aceptadas en el buen vivir. Lo que se recusa es pues el singular
tipo de experiencia que producen dichas drogas, una experiencia de alteración
psíquica que, en relación a la conciencia habitual, es propiamente de extrañamiento.
Durante el medioevo las acusadas de brujería, en razón de su pacto con el
diablo, gozaban de una experiencia de voluptuosidad juzgada entonces indudablemente pecaminosa. Si bien puede pensarse que en la actualidad también lo
que se desaprueba es la potenciación del placer obtenido gracias a estas substancias, aunque no se lo considere en verdad diabólico, lo que está en realidad en
cuestión es la clase de placer que este consumo promueve. Puesto que, más allá
de las creencias del caso -como las de comunicación con seres espirituales, o transporte a una realidad extraordinaria-, se trata sin ninguna duda de una experiencia
placentera por completo diferente a las obtenidas por cualesquiera de los medios
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lícitamente disponibles -como ser cualquiera de los innumerables fármacos de
venta libre o aun de venta restringida-. Para ser precisos, la singular experiencia de ebriedad que producen las drogas visionarias como los cactus, hongos,
la cannabis o la ayahuasca, no sólo no es en absoluto comparable por ejemplo
a la propia de la embriaguez etílica, sino que implica por el contrario justamente un incremento de la capacidad perceptiva tanto del entorno físico como del
propio psiquismo; lo cual, si se toman los recaudos adecuados, es traducible a
su vez en un neto incremento de la cualidad placentera de dicha experiencia.
Lo que está en discusión, pues, es la libertad de vivenciar semejantes experiencias 9
De acuerdo a esto, para mantener el control disciplinado de la población
frente a ciertas inclinaciones, el estamento dominante debe proscribir la libre circulación de productos que atentarían sobre la credibilidad de la eficacia terapéutica monopólica que se arrogan las autoridades médicas10. Pues si bien no se trata
de que los fármacos recetados sean simples placebos -como la hostia católica-, sí
se ignora -cuando no se proscribe- el acceso al conocimiento relativo a que, para
ciertas dolencias al menos, existen otras posibilidades alternativas a la oficial, algunas incluso más eficaces -como se está verificando cada vez más con respecto a las
múltiples afecciones que alivia la marihuana -glaucoma, quimioterapia del cáncer,
epilepsia, depresión, etc.-, así como está atestiguada la eficacia terapéutica del L.S.D.,
de la ayahuasca y de derivados de hongos psilocibe-11. Todo lo cual en última instancia no haría otra cosa que socavar la autoridad que ha dictaminado su carácter
nocivo -así como, en otro orden de cosas, peligrarían los "beneficios" de las grandes corporaciones fabricantes de fármacos- y en consecuencia, los de los propios
médicos.
Una cuestión clave a discutir es la aseveración médica de la cualidad "estupefaciente" de las drogas así (des)calificadas, la que se sostiene en la adjudicación
de creadoras de dependencia física y/o psíquica y consecuente distorsión de la
9
10
11
A este respecto es ilustrativa la propuesta de una "filosofía de la droga" propuesta por Giulia Sissa
(2000) en base a su articulación del placer y el mal como las dos caras de una misma moneda. Fiel
en ello al platonismo que sustenta su postura abstencionista, desvaloriza las implicancias éticas de
una postura antagónica como la de la filosofía epicúrea.
En relación a este punto, Henman (1986: 109) sostiene que, más que solucionar un problema de
salud pública, en el fondo lo que se procura con la política de drogas es asegurar la representación
de una "verdad" científica, monolítica e intolerante, que al mismo tiempo refleja y justifica el autoritarismo de la estructura política en el plano general.
Sobre esta temática pueden verse Grinspoon y Bakalar (1997), Fisher (1997), Grof (2005), Palma
(2002), entre muchos otros.
158
Fernando Lynch
personalidad. En primer lugar hay que precisar que no todas las drogas psicoactivas
-ni siquiera su mayoría- producen adicción alguna -como sí lo hacen tantos fármacos
de curso legal-. Tampoco se ha verificado la tesis de la escalada que llevaría irremediablemente de las drogas "blandas" a las "duras". Menos aún hay pruebas empíricas que pongan en evidencia un efecto distorsionador de la personalidad por el
consumo habitual de dichas substancias. En función de todo esto hay que subrayar que la que se ve distorsionada en este caso es la verdad de los efectos reales de
tales substancias -no menos que la de los fundamentos de su interdicción médica
y jurídica-. Esta distorsión cognoscitiva no puede dejar de tener efectos corruptores en relación a la autoridad de los respectivos especialistas. Siendo un hecho
notorio que la elevada falta de observancia respecto a las prescripciones -y concomitantes prohibiciones- del caso, descansa en una evidente percepción de semejante arbitrario ejercicio de la autoridad -que en no pocas ocasionas deriva en un
inequívoco abuso de la misma-.
El problema está justamente en la calificación de ilegalidad de determinadas drogas, puesto que no es consistente con la licitud de tantas substancias no
menos dañinas. Si fuera así, fumar tabaco y tomar alcohol constituirían a su vez
actos indignos, y el verdadero "hombre nuevo" por fin libre de tantas cadenas
dependientógenas, no sería otro que el abstemio total -que, si bien puede resultar
aceptable en tanto ejemplo a imitar, si así se lo propone, deviene inconducente
cuando se lo quiere imponer como una obligación a cumplir bajo amenaza de condena-. A la inversa, muchas de las substancias prohibidas no son en absoluto dañinas como se pretende. En tanto no producen prácticamente ningún efecto secundario negativo, ni un grado relativo importante de toxicidad, ni en especial ninguna forma de dependencia, la ingesta de cactus, hongos, flores, semillas, lianas y
otros vegetales psicoactivos, así como de L.S.D., no puede decirse en ningún sentido que su consumo sea indigno, que violente nuestra libertad. Justamente se trata
de tomar la decisión de atravesar por una experiencia que altera de tal modo nuestra percepción habitual del mundo y de nosotros mismos que, en cuanto a la profundidad e intensidad de las vivencias que promueve, conlleva naturalmente cierta aprehensión.
En este caso pues, debemos poner de manifiesto que el conocimiento científico en verdad disponible no avala el dictamen médico-jurídico oficial: el consumo de determinadas plantas psicoactivas no es en absoluto dañino como se sostiene. Por el contrario, si se las emplea en forma adecuada son excepcionalmente
saludables, pudiendo incluso implementarse con objetivos terapéuticos. A veces
se lo hace en contextos rituales con improntas cristianas, donde el acento está en
el acto de constricción, la expiación de los pecados, el arrepentimiento y consiguiente alivio de la culpa. Se favorece una experiencia catártica, cuyo efecto es
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pues el de actuar como una purga para el espíritu12. También se las emplea en
ceremonias de otras religiosidades -hindú, budista, sufí, taoísta, rastafari, etc.-. Otras
veces estas "plantas maestras"13 son usadas sin un significado religioso determinado, aunque siempre poniendo de relieve el cuidado y respeto que implica atravesar
por semejante experiencia espiritual.
DIAGNÓSTICO PSICOANALÍTICO: LA ENFERMEDAD DEL TABÚ
Tal como se ha observado, en nuestra sociedad las drogas psicoactivas han
sido investidas de una indudable cualidad tabú14 -sobrecargadas a su vez de un
potencialmente peligroso poder mana-15. A tal efecto nos resulta pertinente un intento de "interpretación psicoanalítica" de las motivaciones de fondo que
subtenderían el prohibicionismo de rigor de acuerdo a la asociación considerada
por el propio Sigmund Freud (1985: 29-44) entre los "irracionales" tabúes de los
pueblos salvajes en general y la moderna disfunción psíquica denominada neurosis
obsesiva -la "enfermedad del tabú"-.
En primer lugar es destacable el sobredimensionamiento que se ha hecho
de la problemática en cuestión. En tal sentido, indudable objeto de proyección, desde
una óptica prohibicionista la droga es percibida como una de las principales causas
de nuestros males, cuyas más nefastas encarnaciones las constituirían el miserable
drogadicto por un lado y el terrorífico narcotráfico por el otro. Ha sido su extrema
peligrosidad lo que ha obligado a emprender una guerra sin cuartel contra semejante "flagelo". De donde resulta una irrefrenable tendencia a la manía persecutoria,
cuyo excesivo celo lleva a consecuencias no pocas veces más peligrosas que las
provocadas por el mal que se pretende combatir.
12
13
14
15
Expresiones americanas de esta "religiosidad enteogénica" actual las he reseñado en lo que he
dado designar "el nuevo mundo de lo sagrado" (Lynch 2005a).
Una fundamentación antropológica de esta designación, donde se señalan los beneficios de una
apertura a posibles "enseñanzas" de estos vegetales -no sólo cognoscitivos sino en particular éticos-, puede verse en Henman (2005).
Esta cuestión ha sido observada por henman (1986: 98) a propósito del caso del uso de la marihuana en brasil; en efecto, señala que a pesar de su larga trayectoria histórica y amplia difusión en este
país, "continúa siendo un asunto tabú en la gran mayoría de las discusiones políticas, inclusive, y
especialmente, en determinados sectores de la izquierda".
Según ha acertado a llamar la atención Antoine Garapon (1994), quien por otro lado ha identificado
el consumo de drogas psicoactivas ilícitas con la nueva versión del pacto de Fausto con Mefistófeles.
160
Fernando Lynch
Y es precisamente la irrefutable racionalización que sustenta semejante
proceder lo que constituye la prueba de su corrección: la bondad hacia quien
está sufriendo el padecimiento de semejante "mal". Tan segura es la convicción
del bienestar que se promueve se justifique, incluso, la utilización de la fuerza
si es necesario para convencer al sujeto en cuestión -después de todo es por su
propio "bien"-.
Poniendo de relieve la singular ambivalencia de esta constelación psíquica,
señala al respecto Freud (1983: 69-72) que semejante preocupación moral en verdad suele encubrir una actitud inversa fundada en la necesidad de castigar al infractor, sobre quien se descarga una hostilidad inconsciente. La cual, si bien se justifica en la falta del transgresor, en la indignación que ha provocado su ultraje a la
sociedad, correspondería en lo inconsciente a un sentimiento de envidia de la audacia del criminal.
Sin embargo, más allá de especulaciones sobre motivaciones inconscientes
-en última instancia imposibles de comprobar-, es significativa la observación de
Freud (1985: 101) sobre la inclinación hacia la evasión de la realidad propia de los
neuróticos obsesivos. Si bien se suele afirmar que el efecto negativo de las drogas
-el específicamente "narcótico"- es el de producir semejante tendencia utópica negativa, ello sólo es predicable de aquellos que efectivamente se drogan periódicamente -recurriendo por supuesto tanto a fármacos lícitos como ilícitos-, y padecen
pues una conducta drogadependiente en sentido estricto -adictos a la heroína,
morfina, cocaína, anfetaminas, antidepresivos, etc.-. También se podría referir semejante diagnóstico a quienes afirman viajar a otros mundos gracias a la
psicoactividad visionaria de - en virtud de experimentar un estado alterno de conciencia - lograr el acceso a la "realidad no-ordinaria". Pero en cuanto tales substancias enteógenas no producen adicción, no es asociable su uso a un comportamiento neurótico obsesivo. Sí podría decirse, en función de las propiedades
"psicotomiméticas" de estas plantas, que sus efectos pueden ser referidos a un
cuadro "psicótico", pero reconociendo que se trataría del mismo padecido por todo
creyente en cualquier orden extraordinario de existencia, en algún Otro Mundo
más allá de nuestra experiencia convencional.
De allí que la inclinación evasora de la realidad característica de la neurosis
obsesiva se ajuste mejor a la pretensión utópica negativa de erradicar por completo del planeta todas las substancias productoras de efectos psicoactivos. Más allá
de deseos y expectativas, la realidad es que una significativa proporción de la población, contraviniendo la legalidad establecida -desafiando la persecución policial así como desoyendo la autoridad médica subyacente-, consume este tipo de
drogas. Tal es así que diferentes voces autorizadas, con diversos grados de experiencia en el tema y aun desde posiciones enfrentadas al respecto, no dejan de
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converger en cuanto a sostener, a pesar y en contra de la prédica todavía predominante, que esta "guerra contra las drogas" en verdad está perdida.
Quizá lo haya estado desde sus inicios, justamente en razón de la falacia
involucrada en la declaración misma de una guerra contra un adversario indefinible, cuya animosidad yace más bien en temores irracionales propios de tabúes primitivos y se expresa en una retórica de predicación religiosa con contenido
inquisitorial. Lo que no es sino la contracara de una actitud de hostilidad hacia la
extrañeza de la experiencia visionaria, encarnada en la extranjeridad de la substancia que la vehiculiza. Después de todo, pasadas varias décadas de infructuosas políticas farmacráticas represivas, los mismos especialistas en el tema comienzan a ponderar la posibilidad de que la prohibición misma sea en verdad productora de mayores malestares de los que supuestamente pretende aventar16. De por sí no es insignificante el efecto "tentador" que promueve lo prohibido, especialmente cuando dicha interdicción no tiene fundamentos razonables evidentes. O bien, cuando
se sospecha -si no es que se sabe- que los efectos negativos que se le atribuyen,
como reveló la serpiente a Eva respecto a lo afirmado por Dios sobre el árbol del
conocimiento, no son en verdad tales.
Pero si no se tratara en realidad de una "guerra" -actividad que requeriría
cuando menos cierto grado de equivalencia entre las partes enfrentadas, por lo
menos en sus respectivas posibilidades de hacer uso de la fuerza -así como eventualmente de querer hacerlo-, sí es definible la inquisición farmacrática como una
cruzada. Viene al caso comentar que, en pos de la convicción religiosa de acceder a
la morada última del Salvador en la misma Tierra Santa, contingentes de guerreros
cristianos aniquilando o reduciendo a todos aquellos paganos que se anteponían
en su camino, conquistaron por fin Jerusalén. Sin embargo, al constatar la vacuidad
del Santo Sepulcro, lo que conquistó en realidad la cristiandad de aquella época no
fue, según Hegel, sino la confirmación de la pura interioridad de su verdadera fe. Lo
que por otra parte no impidió que, posteriormente, el celo persecutorio se
recondujera hacia los "infieles" dentro de la propia religión, de donde emergió la
actitud inquisitorial tristemente célebre. Cabe esperar que los partidarios de esta
nueva cruzada, en la medida en que constaten la ilusoriedad del enemigo en cuestión -ya sea, según el ángulo de visión que se privilegie, percatándose de su cualidad fantástica, alucinógena, visionaria, enteógena, psiquedélica, etc.-, confirmen
16
En este punto es revelador el testimonio de uno de los adalides del movimiento prohibicionista
acerca de la contradicción efectiva entre sus intenciones y los resultados logrados: "a las prohibiciones establecidas por la convención única de 1961, se habían agregado las de la convención sobre
drogas que alteran la mente en 1973. pero parecía que cuanto más aumentaban las
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Fernando Lynch
por su parte el carácter de "pura interioridad" propia de los efectos psicoactivos y
no sigan en consecuencia proyectando ni en su extrañeza ni en la exterioridad de
sus consumidores un peligro que no es en realidad el que se propaga ser.
Por otro lado es significativa la observación histórica acerca de que muchas
plantas en principio demonizadas fueron posteriormente incorporadas a la vida
moderna habitual, tal el caso del tabaco, la yerba mate, el café, el cacao, etcétera.
Como Juana de Arco varios siglos después de su quema en la hoguera -por pretender ser depositaria de mensajes divinos-, tales substancias fueron rehabilitadas. Así
como fue rehabilitado el alcohol después de constatar los enormes perjuicios producidos por la Ley Seca. En nuestro caso, pues, la discriminación farmacológica se
ha desplazado de lo específicamente étnico a lo distintivamente social, y es una
mejor conjugación de determinados valores lo que reclama una nueva rehabilitación histórica, dentro del plano de lo político, básicamente un nuevo balance entre
la igualdad y la libertad, en el plano médico, un nuevo equilibrio entre la salud y la
(auto)medicación. Es digno de hacer notar el criterio selectivo según el cual son
apresados y condenados miles de personas por la mera posesión de drogas ilícitas,
constituyendo en su gran mayoría jóvenes de bajos recursos pertenecientes a determinados estratos sociales.
Una cuestión crucial a tener en cuenta son las consecuencias efectivas de la
penalización, con la consecuente "exhortación" a realizar un tratamiento de
desintoxicación. Significativa es, por un lado, tanto la proporción de condenados
que reúnen determinadas condiciones sociales -lo que habla de cierto criterio selectivo en la aplicación de la ley17-, como las mismas condiciones clínicas de los
tratamientos de "cura" implementados18; por el otro lado no menos significativa es
la falta de aplicación efectiva de la ley por parte de la gran mayoría de los jueces 19.
Constatamos en última instancia que se ha producido una indudable situación de
inequidad social en la que la ley, o directamente no es aplicada o, peor aun, lo es de
forma desigual. Tal es así que, poniendo en ejercicio justamente la virtud de la jurisprudencia, muchos jueces, estimando de algún modo reprobatorio el sustrato discriminante que conlleva la sanción penal de las drogas psicoactivas, no condenan a
la mayoría de los acusados de tenencia o pequeño tráfico.
17
18
19
Es pertinente la reflexión de Aquiles Roncoroni (2001): "¿Guerra a la droga o a los consumidores?".
No menos pertinente al respecto, aunque en un sentido inverso al anterior, es el testimonio de
Mario Kameniecki (2001), reconocida autoridad en la materia a nivel nacional. Este aspecto de nuestra
problemática lo hemos tratado en Lynch (2007).
Es ilustrativo en este punto el análisis estadístico de nuestro país por parte de Niño (2001), coincidente con lo observado al respecto en Francia por Sorman.
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A MODO DE SÍNTESIS:
HACIA UNA DIALÉCTICA DE LO SALVAJE Y LO DOMESTICADO
Para terminar quisiera sugerir que lo que está en juego en relación a la
problematicidad social de las drogas psicoactivas es pasible de ser interpretado
antropológicamente en términos de una relación dialéctica entre la naturaleza y la
cultura. En primer lugar es menester puntualizar que, como señalara Escohotado
(1994b), en tanto estas substancias producen un efecto sobre el espíritu, cuestionan el axioma cartesiano de una separación neta entre cuerpo y mente. En tal sentido contradicen la convicción propiamente humana de ejercer un dominio inequívoco sobre el mundo material. Corresponde inquirir en este sentido sobre las
implicancias antropológicas de una redefinición de la naturaleza humana que trascienda la linealidad de la dicotomía materia/espíritu hegemónica. Tal como planteara Bateson desde su formulación epistemológica crítica del dualismo cartesiano, es menester considerar la posibilidad cognoscitiva de ir más allá de los postulados predominantes respecto a una jerarquía unilineal de lo espiritual sobre lo material o viceversa.20
En el mismo sentido, en su propuesta de una real solución al "problema" de
las drogas -a través del ejemplo de la concreción de una efectiva "paz con la coca", Henman (2003) plantea una crítica del enfoque antropocéntrico según el cual las
demás especies sólo existirían para satisfacer necesidades humanas. Si bien es de
gran antigüedad -presente ya en el Génesis en su exhortación al hombre de
enseñorearse de la creación-, este enfoque no sólo no es propio de todas las sociedades humanas, sino que incluso es contrario a la percepción del mundo de gran
cantidad de grupos aborígenes americanos. Definido por Eduardo Viveiros de Castro como "perspectivismo" y "multinaturalismo", el enfoque nativo implica un universo habitado por múltiples seres con su propia subjetividad autónoma, cada uno
percibiendo el mundo desde un punto de vista distinto a los demás. Subraya
Henman que se trata de una concepción inversa a la de nuestra moderna
"multiculturalidad", la que supone una unidad de la naturaleza física de las formas
de vida y una multiplicidad de las adaptaciones culturales. Desde la perspectiva
multinatural se concibe por el contrario el mundo como una unidad del espíritu,
de la cultura, de la percepción, todo lo cual es compartido por todas las especies,
20
Al respecto Bateson (1989: 61-73) cuestiona la unilateralidad de ambas posiciones, sugiriendo no
aceptar ninguna de las dos supersticiones: "ni sobrenatural ni mecánica".
164
Fernando Lynch
mientras que la diversidad está en los cuerpos y en las formas concretas de cognición y representación.21
De acuerdo a esto, pues, una reformulación dialéctica de lo natural y lo cultural, de lo material y lo espiritual, conformaría la clave antropológica interpretativa
crítica de la problemática de las drogas, puesto que lo que está en juego es justamente la relación entre esa otredad, esa ajenidad, y nuestra propia mismidad, lo
que nos constituye en propiedad. Desde la postura tradicional lo "natural" es lo salvaje, lo no socializado, lo agresivo, hostil, aquello que se mueve en función de la
imposición de la mera fuerza. Su antítesis es la vida propiamente "civilizada", la que,
más allá de inevitables tensiones y conflictos, hace prevalecer una relación pacífica
entre los miembros de la comunidad. Y así como se han domesticado ciertas plantas y animales, es menester domesticar a otros (in)ciertos seres humanos, ya sean
salvajes, bárbaros o paganos. En nuestra época puede decirse que la domesticación
está dirigida hacia los miembros de nuestra propia sociedad que se han desviado
de la normativa vigente.22
Pero puesto según hemos visto que lo que se condena en realidad es una
experiencia de ebriedad en principio propia de otras culturas, se trata de una desviación de raigambre específicamente étnica. No obstante la significación cultural
del caso, lo que resulta nocivo en la actualidad está en el cambio de contexto acaecido, puesto que si bien puede llegar a ser aceptable que determinados grupos
practiquen sus ceremonias religiosas en sus propios términos -como las iglesias del
peyote o de la ayahuasca, o acaso los empleos "místicos" de la marihuana por parte
de los tenetehara-, no es tolerable que determinado sector social, precisamente el
correspondiente a la juventud -perteneciente a una singular brecha generacional
histórica-, recurra autónomamente a ciertos fármacos psicoactivos. Se trata de un
desvío que no es sólo orgánico sino moral, que amerita la aplicación imperiosa de
medidas de seguridad, "medidas de seguridad curativa" en cuanto al tratamiento
de rehabilitación obligatorio -como a nivel internacional, en el caso europeo, la
21
22
En elmismo sentido, criticando las premisas aún vigentes de la idea tradicional de una deidad
trascendente , Bateson (1985:947) ha postulado la existencias de una suerte de "mente inmanente"
---en absoluto sobrenatural - que se caracterizaría por su notable determinismo.
Sin embargo esa es su cara visible, la de los consumidores de drogas ilícitas que recurren al uso
(indebido) o bien abuso de sustancias psicoactivas -socialmente no autorizadas por los "expertos"
del caso-. la otra cara de la domesticación farmacológica es la absolutamente legal, netamente
comercial, la que corresponde al creciente recurso a fármacos de todo tipo para obtener o mantener un buen estado de ánimo. resulta significativo el efecto psicoactivo inverso de ambas clases de
drogas: mientras unas son psiquedélicas, esto es, revelan el alma, y en virtud de ello ahondan en la
percepción de los sentimientos más íntimos, las otras más bien reducen la significancia de los problemas y de tal modo alivian el malestar (Schultes y Hofmann 1989: 178).
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implementación de medidas de "ayuda mutua represiva", y en el caso americano,
políticas intervensionistas-.
Constatamos pues que estamos frente a un notorio caso de duplicidad conceptual, puesto de manifiesto en la complicidad disciplinaria de los saberes médico
y jurídico en cuanto a la confusa racionalización de una "pena curativa". En cuanto
se define a priori la orientación conductual como toxicómana, esto es, inclinada
hacia la producción de un mal por parte del sujeto hacia sí mismo, no menos que
delictiva, en tanto se realiza infringiendo la ley, se dictamina un doble castigo, tanto
natural por parte del propio organismo -perenne sufrimiento de la eterna dependencia-; como social por parte, en principio, de las autoridades jurídicas -policía y
juez-, y en última instancia, de las autoridades médicas -terapeuta-.
Sin embargo, convendría al respecto atender a la simple -no menos que profunda- observación de Frazer retomada por Freud (1985: 162): "lo que la naturaleza
misma prohíbe y castiga no tiene necesidad de ser prohibido y castigado por la ley".
En realidad, de acuerdo al desconcertante panorama ofrecido por el problema de
las drogas en la actualidad, parece ser que semejante "redundancia" es sin lugar a
dudas contraproducente.
En tanto se trata en suma de una prohibición que, según hemos visto, no
cuenta con un fundamento racional, podemos decir que en torno al tema de las
drogas se ha instaurado un auténtico tabú, cuya interdicción legal sólo es la cara
visible de un temor irracional más profundo. Este temor es precisamente el que se
tiene ante lo desconocido, lo diferente, pudiendo decirse en función de lo expuesto
que su trasfondo social descansa en un prejuicio de discriminación étnica encubierto. Lo que se rechaza en forma inconsciente -o si se prefiere veladamente- es en
última instancia la extranjeridad de la procedencia de la substancia, así como
consonantemente el extrañamiento de sus efectos psicoactivos. Lo que se descalifica es su cualidad excepcional respecto a nuestra concepción antropológica predominante de la relación entre naturaleza y cultura: sólo los fármacos ya domesticados son pasibles de obtener la facultad prescriptiva de los expertos, y en consecuencia ser aceptables dentro del orden de nuestro derecho civil; por el contrario,
en tanto atentarían contra el armónico estado de convivencia característico de nuestras maneras ya civilizadas, las drogas en estado salvaje son pues objeto de atención de nuestro derecho penal.
AGRADECIMIENTOS
Quiero agradecer los comentarios realizados por Fernando Balbi y Mauricio
Boivin en ocasión de la elaboración de la primer versión de este trabajo. También a
166
Fernando Lynch
Anthony Henman por haberse tomado la molestia de escanear y enviarme su texto
recomendado por el evaluador de este artículo. Por último a quienes me han brindado su ayuda a través de conversaciones y colaboraciones varias sobre esta conflictiva problemática: Isabel Menéndez, Ricardo Abduca, Akira Igaki, Salvina Spota,
Leonardo Vidoni, Celina Ballón y Maggie Díaz. Querría en fin de algún modo rendir
homenaje a nuestro tempranamente extinto compañero de estudios y de cátedra
Jorge Alessandria, genuino antropólogo "visionario" quien nos introdujera en una
experiencia en verdad crítica de lectura de textos. Por supuesto lo finalmente expuesto es de mi exclusiva responsabilidad.
Fecha de entrega: 24/10/2007. Fecha de aprobación: 17/3/2008.
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RESEÑA: Mariano Splendido (UNLP) marianosplendido@hotmail.com
El descubrimiento de los manuscritos del Mar Muerto ha beneficiado ampliamente el estudio del judaísmo del segundo Templo y del cristianismo primitivo
pero a la vez se ha transformado en piedra de escándalo intelectual desembocando
en actitudes tragicómicas, dignas de una novela de intriga. Hershel Shanks, director
de este volumen que reúne a prestigiosos arqueólogos e historiadores, propone
analizar estos textos partiendo de campos concretos de aplicabilidad de los datos
extraídos. Las nueve partes de esta compilación buscan clarificar el origen de los
manuscritos, investigar su relación con el judaísmo y con el cristianismo y compartir
con el lector un relato pormenorizado de las vicisitudes en torno al control y tratamiento de estos textos.
En la introducción Shanks ofrece al lector una breve panorámica histórica
pasada y presente de los manuscritos. En 1947 varios pastores hallaron once cuevas
en el wadi de Qumrán (cerca del mar Muerto) que estaban repletas de textos escritos entre 250 a.C y 68 d.C, período de las ocupaciones seléucida y romana de Judea.
Esa enorme masa documental provenía de la secta que había habitado ese monasterio rocoso. Shanks esboza a continuación las características de las tres grandes
sectas del judaísmo de esa época: los saduceos, casta sacerdotal suprema en connivencia con los ocupantes; los fariseos, maestros populares que promovían el cumplimiento de la ley y que dieron origen al judaísmo rabínico; y los esenios, grupo
apocalíptico aislado en las orillas del mar Muerto. La primera parte se inaugura con
el debate sobre la autoría de los manuscritos. Frank Moore Cross identifica a la secta
redactora con los esenios. Esta secta separatista del judaísmo del segundo Templo
se organizaba como un nuevo Israel y mantenía un fuerte rechazo al sacerdocio
saduceo y al templo de Jerusalén (mancillados por las ocupaciones de las que fueron cómplices) La comunidad esenia estaba obsesionada por la ortopraxia (la práctica y la observancia ortodoxas correctas) sacerdotal y por las tendencias
apocalípticas que se evidencian en sus textos. En la segunda parte Laurence
Schiffman propone, por el estudio de uno de los manuscritos hallados (el documento de Damasco), que los redactores de los textos eran saduceos apartados por
Herodes del poder; los mismos al mando de su líder, el Maestro de Justicia, escaparon al desierto. La evidencia clave para Schiffman es que los manuscritos no contienen únicamente elementos esenios, sino también elementos saduceos y fariseos
entremezclados que son el producto de las diferentes respuestas y cosmovisiones
que cada grupo judío elaboró para hacer frente a la realidad de las invasiones. Vander
Kam (siguiendo a Moore Cross) se inclina por la autoría esenia basandose en los
testimonios de Plinio el Viejo y de Flavio Josefo (contemporáneos de los esenios
174
Reseña Bibliográfica / Mariano Spléndido
que atestiguaron su estilo de vida y su ubicación geográfica) y en el hecho de que
en muchas cuestiones morales y doctrinales que se hallan en los manuscritos había
coincidencia entre las posturas esenia y saducea por provenir ambas de la línea
sacerdotal.
La tercera parte está dedicada al estudio de uno de los manuscritos más importantes y controvertidos: el Rollo del templo. Yigael Yadin sostiene que el texto
relata los planos del templo judío y que habría sido redactado por la secta como la
proyección del templo ideal. Por ese manuscrito se pueden ver claras influencias de
Qumrán en el discurso cristiano, no solo en Juan el Bautista, sino en Jesús (a través
del sermón de la montaña por ejemplo) y en Pablo (el cual encontró en las doctrinas esenias un precedente a su rechazo de la ley y el templo) Stegemann no cree
que el Rollo del templo sea una composición sectaria esenia. Basandose en contradicciones entre dicho texto y otros textos sectarios y en el hecho de que solo se
hallaron dos copias del mismo este autor determina que el Rollo del templo es solo
un texto tradicional judío que aparentemente surgió en el siglo VI a.C. Al volver del
exilio los escribas de Jerusalén establecieron definitivamente la autoridad de la Torah
y excluyeron tradiciones y añadidos complementarios que pasaron a formar lo que
hoy conocemos como Rollo del templo.
Las tres partes siguientes (de la cuarta a la sexta) indagan sobre la conexión
de estos manuscritos con los grandes fenómenos religiosos contemporáneos. Respecto de la relación de los textos qumrámicos con la Biblia, es interesante observar
que este descubrimiento ha beneficiado ampliamente el trazado de la historia y la
evolución de los textos bíblicos. Frank Moore Cross ilustra esto al descubrir una versión qumrámica del libro de los Reyes que describe las causas de una guerra entre
Saúl y Najás ausente en la Biblia hebrea actual. Asimismo se evidencia la primacía
de Qumrán en la producción de literatura apocalíptica a partir del siglo IV a.C, inaugurando asi una tradición de lectura del mundo a partir de la oposición de fuerzas
antagónicas (Dios- Satanás, luz- tinieblas entre otras) que fue clave para el surgimiento del cristianismo. Para Vander Kam los esenios y los cristianos se consideraban como congregaciones llamadas y elegidas que preludiaban el fin de los tiempos. El lenguaje teológico, los motivos escatológicos, las instituciones de su organización y su liturgia (bautismo, comunidad de bienes, comidas litúrgicas, etc.) son
puntos en que ambas sectas presentan similitudes extraordinarias. Para muchos
autores hubo un contacto directo entre los cristianos y los esenios (situación perfectamente posible históricamente hablando), para otros las similitudes se deberían no tanto al contacto como a que ambas sectas devienen de una tradición común del judaísmo mesiánico de resistencia que tuvo su origen en los profetas. De
este punto parten las hipótesis que ven a Juan el Bautista como esenio. La vida
ascética de Juan (narrada en los evangelios y en los textos de Josefo) induce a con-
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siderarlo esenio, pero sus reclamos al poder civil y su mensaje de conversión lo alejan del parámetro esenio. Betz lo presenta entonces como un esenio apartado de
Qumrán que tomó una actitud activa frente a la monarquía corrupta.
En cuanto a la religión judía, Schiffman observa a través de los manuscritos la
fuerte proliferación en el siglo I a.C y I d.C de las ideas fariseas. Qumrán polemizó
constantemente contra los fariseos por observar leyes que no tenían base bíblica
(sino que estaban cimentadas en la oralidad). Igualmente la línea farisea fue la triunfante luego de la destrucción de Jerusalén en el 70 d.C; la tradición esenia murió en
el 68 d.C cuando el monasterio fue arrasado por la legión de Vespasiano.
Las últimas tres partes ilustran muy crudamente los conflictos en torno al
descubrimiento de los textos y las complicaciones metodológicas a la hora de tratar
a ciertos manuscritos. El caso más concreto en cuanto a metodología es el estudio
del Rollo de cobre, un texto escrito en un dialecto hebreo extraño y completamente
ajeno a la secta y a otros textos bíblicos. Asombrosamente el escrito está grabado
en láminas de bronce y describe setenta y cuatro lugares que contienen tesoros.
Poco se ha avanzado en relación a su significado, pero como fue producido hacia la
última etapa de Qumrán el profesor Mc Carter Jr. cree que el texto consigna diezmos y contribuciones reunidas para el templo.
Por último es de gran valor tener una idea de las idas y vueltas en torno a los
manuscritos para tener conciencia de la importancia del manejo del tiempo y la
historia. Desde los pastores que hallaron los textos hasta los científicos y arqueólogos
que los estudiaron, todos han visto en los manuscritos un símbolo de poder. Para
colmo el descubrimiento se produjo en medio del conflicto árabe- israelí, circunstancia que propició un hermetismo muy sospechoso respecto del análisis y publicación (aún no concluida) que si bien por un lado ha colaborado a la imaginación y a
la prensa barata, por otro ha marcado una gran falta de solidaridad científica. Un
porcentaje muy bajo de textos de Qumrán ha sido publicado hasta hoy, lo que dificulta el trabajo de los especialistas y entorpece la formación de hipótesis.
Shanks y los demas autores ofrecen un estudio de los manuscritos desde
una perspectiva histórica y metodológica. Buscan dar una clara idea de la complejidad del tratamiento de tan grande descubrimiento no solo en lo que incumbe a las
técnicas y a la interpretación sino también en cuanto a las relaciones humanas y
políticas que se ven alteradas ante un fenómeno como ese. El pasado es objeto de
disputas y de intereses encontrados en el presente; lo que este libro narra ilustra
esto perfectamente.
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LA FIESTA DEL 30 DE AGOSTO
ENTRE LOS MOCOVÍES DE SANTA FE
Buenos Aires, 2006. Silvia Citro
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RESEÑA: Yanina Mennelli, Programa de Documentación de Lenguas en Peligro (DoBeS), Facultad de Filosofía y Letras, UBA, Buenos Aires, Argentina.
El libro constituye un estudio de la "Fiesta del 30 de Agosto" o de "Santa
Rosa" celebrada por grupos mocovíes de la Provincia de Santa Fe. El objetivo central del mismo fue re-construir, a partir de diversos relatos relevados entre 2002 y
2005, algunas de las formas en las que se desarrolló esta fiesta, fundamentalmente
hasta mediados del siglo, así como sus posibles vínculos con los rituales de "la
renovación de la naturaleza" celebrados por los mocovíes antes de la conquista y
su relación con los modos actuales de celebración.
La investigación que dio origen a la presente publicación fue realizada en el
marco del proyecto "Las lenguas en peligro, pueblos en peligro en Argentina", FFyL.
UBA - en colaboración con el Departamento de Lingüística, Instituto Max Planck - y
tiene como fin último colaborar en la documentación y estudio de la historia
sociocultural del pueblo mocoví. La recopilación, edición y análisis de los textos
citados en el libro fueron realizados por la Dra. Silvia Citro.
La edición del libro presenta particularidades: la primera es que su distribución es gratuita, es decir, carece de valor comercial, y se ha realizado entre las comunidades mocovíes santafesinas, así como entre bibliotecas del resto del país.
Otra característica es que el mismo está dirigido a un público general y fundamentalmente a los mocovíes, los cuales fueron considerados, por el equipo
interdisciplinario de lingüistas y antropólogos, como interlocutores y autores tanto en el marco teórico y metodológico de la investigación como en la posterior
publicación de la misma. Por último, la edición contempla al final de cada capítulo
hojas en blanco donde los lectores - mocovíes y no mocovíes - puedan agregar
comentarios, recuerdos y tal vez nuevos relatos que surjan de la lectura de los mismos. Este modo de concebir la autoría y la tarea investigativa como obra abierta y
en construcción permanente da cuenta de los posicionamientos teóricosmetodológicos de Citro e intenta, en última instancia, construir una práctica
antropológica más democrática.
De este modo, varias voces intervienen en la presentación de los datos, las
cuales son, sin embargo sólo algunas de las muchas voces del pueblo mocoví
santafesino que desde el presente recuerda la fiesta del 30 de Agosto y reflexiona
sobre sus significados. Paralelamente, y con fin de establecer relaciones comunes
entre los diversos procesos, en el análisis se presentan tanto fuentes históricas como
antecedentes provenientes del campo de las ciencias sociales en función de lograr
una eficaz contextualización de los discursos de los autores.
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Reseña Bibliográfica / Yanina Mennelli
La presencia de distintas voces, no sólo agiliza la lectura sino que nos ayuda
a formarnos una idea de la diversidad de procesos que atraviesa dicha fiesta a lo
largo de sus historia, y contribuye a despertar el interés y la curiosidad del lector por
iniciar nuevas investigaciones o continuar las ya empezadas.
Una de las hipótesis centrales que conduce la lectura del libro es que la Fiesta del 30 de Agosto constituiría un espacio fundamental para la continuidad y recreación de los lazos sociales del grupo mocoví y para la construcción de una identidad cultural compartida.
El libro se divide en tres capítulos, antecedidos por la Introducción donde se
presenta el marco general de la investigación, y seguidos por las Consideraciones
Finales, de gran valor explicativo y donde Citro logra dar cuenta de la profundidad y
exhaustividad de su análisis, tendiendo puentes entre este estudio y las principales
discusiones teóricas entorno a los rituales en la actualidad.
En el primer capítulo se indaga en las formas, fines y significaciones socioculturales de los rituales anuales en la historia de los mocovíes y se postulan posibles antecedentes rituales de la Fiesta del 30 de Agosto, haciendo referencia a la
influencia ejercida por las políticas misionales en la transformación de estos rituales. En el capítulo segundo, se describen diferentes aspectos de esta fiesta: las creencias y procesión de Santa Rosa, los encuentros familiares y la renovación de los lazos
de parentesco, algunas dimensiones económicas y, por último, el liderazgo de los
caciques y su rol como articuladores de los vínculos con distintos sectores de la
sociedad mayor. El tercer capítulo se centra en las prácticas musicales y danzas y
más específicamente en los "bailes paisanos" ejecutados hasta mediados del siglo
veinte: Vizcacha, Manik, Bravo, Cielitos, Sarandí y Toncoyongo. Para finalizar en las
Consideraciones Finales se sintetizan las principales conclusiones sobre el rol de la
Fiesta del 30 de Agosto en las relaciones inter e intraétnicas de los grupos mocoví.
Consideramos que la obra reseñada atiende a una demanda no sólo del público mocoví sino que es fundamental su conocimiento y difusión en los ámbitos
académicos así como entre el resto de la sociedad argentina no mocoví que
interactúa con ellos sin saber, en muchos casos, quienes son.
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INSTRUCTIVO PARA LOS AUTORES
La revista RUNA "Archivo para las ciencias del hombre" es una publicación
anual del Instituto de Ciencias Antropológicas -ICA- de la Universidad de Buenos
Aires. Publica artículos originales inéditos, conferencias, entrevistas, comentarios
de libros y debates de autores nacionales y extranjeros que desarrollan sus investigaciones en el campo de la Antropología y la Arqueología. Es también la política
del Comité Editorial incluir trabajos provenientes de otras disciplinas abarcando
contenidos de interés en torno a la cultura y la sociedad.
La revista RUNA está destinada a especialistas y público académico en general.
Los artículos se presentarán en una extensión máxima total de 20 páginas
(incluyendo notas y bibliografía), tamaño A4, con márgenes de 2,5 cm. (superior,
inferior, derecho e izquierdo) a doble espacio y letra Arial 10. Deberá entregarse un
original impreso y un CD en la sede del Instituto, y también enviarlo por correo
electrónico. Se considerará como fecha de recepción el envío por este último medio. Solicitamos la utilización de procesador de texto Word 6.0, teclado español.
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PRESENTACIÓN DEL ARTÍCULO
1. Título y subtítulos en mayúscula/ minúscula, sin subrayar. En todos los casos se
dejarán dos líneas en blanco antes y después de los títulos. No deben escribirse
en bastardilla. Se deberá incluir la traducción del título y subtítulo en inglés.
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tipo*) indicando título de grado/ posgrado, lugar de trabajo y/ o pertenencia
institucional o académica, y dirección de correo electrónico. Las referencias
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3. Resúmenes: en la primera página se incluirá, a continuación del título y autor/
es, un resumen de no más de ciento cincuenta palabras en idioma español e
inglés. Se debe incluir la palabra Resumen y Abstract al comienzo de los mismos. Adjuntar cinco palabras clave en ambos idiomas, con sus correspondientes
títulos: palabras claves y key words, con la primer letra de cada palabra en mayúscula, separadas entre sí por ;
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4. Texto, con subtítulos primarios en el margen izquierdo, en mayúscula/ minúscula sin subrayar, y no deben escribirse en bastardilla.
5. Las citas textuales se escribirán en el cuerpo del texto, entre comillas y en bastardilla cuando sea menor o igual a tres líneas, y en párrafo aparte, entre comillas,
con bloque de texto de menor tamaño que el resto y en bastardilla , cuando el
texto sea mayor que tres líneas.
6. Notas al pie: se indicará el llamado de la nota al pie mediante un número
superíndice que se colocará seguido del término a que se refiera la nota, y antes
del signo de puntuación si es que lo hubiere. La forma final será: la nota en número pequeño como sobreíndice y el texto a pie de página. Las notas irán en
Times New Roman, tipo 10, en itálica.
7. Los cuadros, gráficos, fotos e ilustraciones deberán estar en el cuerpo del texto,
numerados según el orden en el que deban aparecer en el mismo, e impresos
en buen original blanco y negro para ser escaneados y procesados, teniendo en
cuenta el tamaño de la publicación. No utilizar grisados, ni colores, ya que son
tomados incorrectamente para la impresión. Recomendamos que los gráficos,
imágenes , etcétera, en el texto deberán figurar con un título y numeración
correspondiente (ejemplo: gráfico nº 1).
8. Cita bibliográfica de libro o monografía: Se escribirá en el siguiente orden y con
los siguientes signos de puntuación, variables tipográficas y formato:
Apellido y nombre de autor/ es, año de publicación, título de la obra en bastardilla (cursiva), ciudad (sin indicación de país), editorial (sin la palabra editorial, salvo que forme parte del nombre), cantidad de páginas.
Ejemplo:
Bourdieu, Pierre (1990) .- El sentido práctico .- Madrid: Taurus.- 420 p.
9. Cita de artículo en publicación periódica o en libro: Se escribirá en el siguiente
orden y con los siguientes signos de puntuación, variables tipográficas y formato:
Apellido y nombre de autor/ es, año de publicación, título del artículo en redonda (normal), nombre de la publicación (bastardilla o cursiva), año, número, ciudad (sin indicación de país), editorial (sin la palabra editorial, salvo que forme
parte del nombre).
Ejemplo:
Herrera Flores, Juan (1997) .- "Presentación". En Revista Travesías, Año 5, No 24.
Sevilla, UNIARA-Fundación El Monte.
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10. Cita de autor y bibliografía en el cuerpo del texto: Se seguirá la siguiente forma:
Autor, año de publicación, paginación.
Ejemplos:
(Bourdieu, 1990); (Grimson, 1999: 177-178); Ribeiro (2000: 274).
11. Cita de sitio en Internet: Se escribirá en el siguiente orden y con los siguientes
signos de puntuación y variables tipográficas:
Nombre del sitio (en bastardilla o cursiva), género o dato aclaratorio, dirección
web (subrayada), fecha de consulta (mes y año).
Ejemplos:
Grupo antropológico, revista digital de antropología. www.grupoantropo.com
[consultada en septiembre de 2006]
Universum, sitio en Internet del museo homónimo. www.universum.unam.mx
[consultado en agosto de 2006].
12. El texto que se desea resaltar deberá seleccionarse en cursiva.
13. Adjuntar un currículum abreviado, con todas las referencias correspondientes a
autor (ver más información en punto 2), dirección personal, teléfono y dirección
de correo electrónico, en archivo aparte del artículo.
PRESENTACIÓN DE RESEÑAS, ENTREVISTAS, CONFERENCIAS:
Reseñas de libros o de artículos: no más de 5 páginas.
Se recomiendan las mismas normas que para los artículos siguiendo el ejemplo:
Godelier, Maurice (1998).- El enigma del don.- Madrid: Piados.- 315 p.
Reseña de: Fernando M. Lynch.
Entrevistas y conferencias: no más de 10 páginas de texto.
MECANISMOS DE SELECCIÓN DE ARTÍCULOS:
El Comité Editorial verificará que los artículos presentados se ajusten a los objetivos
y lineamientos editoriales de la revista, a la propuesta del número y a las normas de
presentación de artículos vigentes. La recepción de los trabajos no implica el compromiso de su publicación. Se considera la fecha de recepción del correo electrónico como válida para la presentación o recepción del artículo, y como fecha de acep-
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tación del articulo la fecha de finalización del proceso de evaluación.
No se devuelven los artículos impresos que sean presentados.
De acuerdo con ello en el caso de los artículos se procederá al envío a calificados
evaluadores externos a la entidad editora. Es un requisito de la evaluación el anonimato tanto del evaluador como del autor del artículo. En el caso que se aconsejen
modificaciones serán comunicadas por el Comité Editorial a los autores debiendo
enviar la versión definitiva en un plazo no mayor a los 10 días.
Las reseñas, comentarios de libros, conferencias y entrevistas se revisarán por el
Comité Editorial de la revista RUNA.
No se aceptarán trabajos que no respondan a las normas editoriales vigentes.
Los trabajos deberán enviarse a:
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Runa 28, Año 2008. ISSN 0325-1217
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