NAUFRAGIO DE LA NUEVA IZQUIERDA?

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HERBERT MARCUSE
Dos ensayos
¿NAUFRAGIO
DE LA NUEVA IZQUIERDA?
ANTES de discutir en qué consiste el naufragio de la Nueva Izquierda es preciso hacerse dos preguntas: primera, quién y qué es la Nueva Izquierda; segunda, si de hecho ha naufragado.
Antes que nada, ciertas observaciones al primer punto. La Nueva Izquierda
consta de grupos situados a^la izquierda de los partidos comunistas tradicionales; carecen aún de nuevas formas de organización, carecen también de
base masiva y, especialmente en Estados Unidos, están aislados de la clase
operaría. Los movimientos fuertemente libertarios-antiautoritarios que en un
principio fijaron la Nueva Izquierda han ido desapareciendo o se han doblegado ante un nuevo autoritarismo de grupos. Con todo, lo que señala y caracteriza al movimiento, en lo esencial, es el hecho de que ha definido de nuevo
el concepto de revolución, a la par que relacionaba dicho concepto con las
nuevas posibilidades de libertad y los nuevos potenciales de desarrollo socialista, surgidos (e interrumpidos) por ei capitalismo ya desplegado. De esta
gtiisa han resultado nuevas dimensiones de mutación social. Mutación ya no
se entiende sólo como trastorno económico y político, esto es, como implantación de otra forma de producción y de nuevas instituciones, sino también y
primordialmente como derrumbamiento del sistema imperante de necesidades y de los medios de satisfacerlas.
Esta representación de la revolución ya desde los comienzos fue parte
integrante de la teoría de Marx: el socialismo es una sociedad cualitativamente
distinta, una sociedad en la que tanto las relaciones de los hombres entre sí,
como las que sostienen con la naturaleza se revolucionan radicalmente. Bajo
la presión del poderío económico del capitalismo, empero, y por el apremio
de la coexistencia, los países socialistas parecieron en efecto condenados a
preponer el desarrollo de las fuerzas de producción, o sea, a expandir el sector productivo de la economía nacional, lo que al mismo tiempo importaba la
continua sujeción de los individuos bajo las condiciones de su trabajo (sometimiento que en ciertas condiciones puede ser "democrático" y significar una
forma más racional y eficiente de la producción, lo mismo que una distribución de los bienes más justa).
La sobreabimdancia de bienes materiales como presupuesto del socialismo
equivale: a demorar la transformación revolucionaria de la sociedad hasta el
día de San Nunca, o bien, a esperar adialécticamente que con el auge cuantitativo de la economía nacional se estructure a la par, como coproducto,
una nueva cualidad de vida social.
La aparición de la Nueva Izquierda en los años sesentas cuestionó diuturnamente tanto este concepto del socialismo, como la estrategia con él vinculada. En la experiencia de la contradicción entre la preponderante productividad del capitalismo monopolista por un lado y la impotencia del gran
aparato sociadista y comunista de transformar dicha productividad en productividad para la revolución, por otro, se fue desplazando gradualmente el
centro de gravedad de la revuelta.
El movimiento movilizó y organizó fuerzas que en la tradición de la teoría
y de la praxis marxistas, hasta el momento, se tenían muy descmdadas. Tal
fue el intento de la totalización de la oposición; en contrapunto a la totalización de la represión y explotación del capitalismo monopolista. Cuanto más
unívoco y amplio fue el encauzamiento de las necesidades por el aparato del
poder del capitalismo monopolista, tanto más indispensable fue el desbaratamiento de aquellas necesidades en los individuos, que son los que reproducen
lo existente: la rebelión de la existencia humana en la esfera de la producción
y de la reproducción, en la infraestructura y en la "superestructura". El movimiento tomó desde sus comienzos la forma de "revolución cultural", en la
que se proclamaban, además de exigencias politicoeconómicas, otros deseos y
esperanzas: el interés por una nueva moral, por un ambiente digno de humanos, por la completa "emancipación de los sentidos" (Marx); esto es, la liberación de los sentidos de la compulsión de aprehender a los hombres y a las
cosas como meros objetos de trueque. "¡Arriba la fantasía!" Se habla de
emancipación de la imaginativa de las pihuelas de la razón funcional. Contra
la alianza de realismo y conformismo, se dio la consigna: "Seamos realistas,
¡deseemos lo imposible!" Fue así como le tocó el tumo al fuerte componente
estético del movimiento: el arte debía ser fuerza productora de liberación,
como experiencia que era de otra realidad (de ordinario reprimida).
¿Fue todo esto expresión del romanticismo o incluso elitismo? En modo
alguno. La Nueva Izquierda supo aprovecharse de las "condiciones objetivas",
por cuanto que manipuló metas y contenidos que el capitalismo desarrollado
había hecho posibles, pero que hasta el momento había canalizado o reprimido. Este punto de vista y este concepto se expresaron también en la estrategia que adoptó el movimiento: existe íntima vinculación entre la lucha de
la Nueva Izquierda contra las rancias formas de la oposición y las tendencias
que iban insinuando, y la lucha de clases de las clases obreras; autonomía
contra organización autoritario-burocrática. Desde los años sesentas cobran
importancia las ocupaciones de las fábricas y las ideas de autoadministración
de la producción y de la distribución.
Llegamos ahora al segundo pimto: la pregunta de si la Nueva Izquierda
reídmente ha naufragado. La respuesta se ha de dar a diversos niveles. En
parte, el movimiento fue "llamado al orden" por el Establishment y a menudo
reprimido; en parte, él mismo se distorsionó porque no llegó a desarrollar
formas de organización idóneas y porque se introdujo un proceso de escisión
interna que lo llevó al antiintelectualismo, a un anarquismo políticEunente impotente y a la autovaloración narcisista.
La represión del movimiento por las estructuras rectoras asumió múltiples
formas. Fue violenta, pero también, por así decir, "normal": control perfectamente científico, "listas negras", discriminación en los lugares de trabajo, un
ejército de espías y soplones. Tal es lo que se utilizó como medio de represión, pero se facilitó su aplicación airosa porque la izquierda se mantuvo en
gran manera aislada de la masa de la población. Ese aislamiento tenía su
origen en la estructura social del mismo capitalismo monopolista en pleno
desarrollo, pues grandes porciones de la clase obrera hace mucho que se han
integrado al sistema. A esto se debe el predominio de sindicatos antirrevolucionarios ya establecidos y partidos obreros reformistas. Tales tendencias son
expresión de la relativa estabilidad del capitalismo, asentado sobre bases neocolonialistas y neoimperialistas, con su abrumadora concentración de poderío
económico y político.
Frente a la ingente concentración de poder que representa la totalidad
capitalista, la vuelta contra el sistema, casi necesariamente, tuvo que ser lle^
vada a cabo por grupos minoritarios, que están fuera o al margen del proceso
productivo. Vistas así las cosas, se puede con razón hablar de grupos "privilegiados", de una "élite" o incluso de tma "vanguardia". Por otra parte fueron
asimismo esos "privilegios" —el distanciamiento del proceso productivo y la
no integración del mismo— los que impulsaron el desarrollo de xma conciencia política radical que fomentaba la experiencia de la necesidad de la rebelión
contra lo obsoleto de la cultura material e intelectual existente.
Por todo esto, en efecto, la revuelta no llegó a operar con toda su fuerza.
Las "contraculturas" fabricadas por la Nueva Izquierda se destruyeron a sí
mismas, al mermar su fuerza política de choque por un retroceso a una especie
de "liberación" privada (cultura de la drogadicción, aceptación de cultos gurúes y de otras sectas pseudorreligiosas); por la adopción de un antiautoritarismo abstracto, por el desprecio de la teoría como propedéutica para la praxis ; por ritualización y fetichismo del marxismo. Todo esto desembocó en la
expresión de una resignación y decepción prematuras.
La insistencia de la Nueva Izquierda en la subversión de la experiencia, de
la conciencia individual, en el trastorno del sistema de necesidades y satisfacciones y la porfía en una nueva subjetividad, presta a la psicología
una importancia política decisiva. El encauzamiento social que incluso ha
llegado a mover al inconsciente de muchos modos para preservar el estado de cosas, ha vuelto a colocar al psicoanálisis en el primer plano del
interés. Sólo dando rienda suelta a los impulsos reprimidos y removidos se
puede sacudir el sistema establecido de las necesidades en los individuos y
lograr un lugar fisiológico y psicológico a las necesidades de libertad. Con todo,
la pura actualización de los impulsos no puede llenar esa función: el proceso
ha de progresar hacia la autocrítica de las necesidades en reacción a las
necesidades encauzadas por la sociedad, que contradicen a la liberación, pues
su satisfacción garantiza la reproducción represiva de la sociedad de trueque.
El análisis crítico de las necesidades constituye la dimensión específicamente
social de la psicología.
Sin duda, la psique tiene una dimensión supersocial, o más bien infrasocial,
a la que son comunes todas las necesidades instintivas de cualquier forma de
sociedad: la dimensión de la sexualidad primaria y de la destrucción. En tal
sector se enraizan conflictos que se pueden dar en una sociedad libre: celo-
tipia, amor desdichado, violencia, no se han de cargar exclusivamente a la
cuenta de la sociedad burguesa; son índice, más bien, de la contradicción inherente a la libido entre ubicuidad y exclusividad, entre la satisfacción que el
cambio proporciona y la fidelidad. Con todo, incluso en esta dimensión, las
manifestaciones de los impulsos y los modos de satisfacción de los mismos
se hallan determinados socialmente. También aquí aparece y opera lo general
en lo especial. De todas formas, aquí lo general no es lo social, la sociedad
que hay en los individuos, sino antes bien, la estructura impulsiva primaria que hay en los individuos determinados socialmente.
Sobre esa dimensión posa el campo de los conflictos y perturbaciones psíquicas que específicamente son de carácter social; esto es, en su esencia y en
su forma aparente están condicionados por la sociedad existente y sus mecanismos peculiares de represión y de desubllmación. Entre éstos podemos contar a muchas de las asendereadas dificultades en las relaciones entre los sexos,
entre las generaciones, en la autoafirmación ("crisis de identidad") y muchos
otros fenómenos que hoy con precipitación se han clasificado como "alienación" individual. En ese ámbito psíquico, la sociedad establecida y su principio de realidad son lo general y lo esencial en los particulares conflictos y
perturbaciones, por lo que su terapia debería ser asimto de una psicología
política: politización del consciente y del inconsciente; contrapolitización del
superyó.
La estrecha dependencia estructural entre esos dos círculos conduce con
suma facilidad a interpretar problemas políticos importantes como problemas
psíquicos privados. El resultado es: transferencia de lo político a la esfera
privada, lo mismo que la de sus representantes y analistas. (El empleo no ortodoxo del concepto de "transferencia" se justifica tanto más cuanto que en tal
transposición se efectúa una liberación de los impulsos reprimidos: represión
o transformación de los impulsos políticos radicales de las "contraculturas"
tras su supuesto naufragio; en tal transmutación reciben el rango axiológico
de deseos infantiles.)
En la Nueva Izquierda se ha insinuado la opinión de que la "psicología
profunda" es factor decisivo en el concepto de la sociedad de capitalismo
monopolista ya desarrollado, cuyas formas de integración estriban principalmente en la introyección de los controles sociales al través de los individuos,
los cuales, de esa manera, reproducen el sistema imperante y su servidumbre.
La reproducción social queda garantizada sólidamente por el encauzamiento
sistemático de las necesidades impulsivas y de las satisfacciones: por la comercialización de la sexualidad ("desublimación represiva") y la ulterior suelta de la agresividad primaria no sólo en las guerras imperialistas (las carnicerías de My Lai, etc.), sino en la creciente criminalidad y en la brutalidad
cotidiana. A la psicología no conformista le corresponde como terapia e ilustración políticas hacerse con una psique politizada. Frente al ejercicio conformista y privado de la psicología se levantan los intentos de una terapia
radical: reavivamiento de la represión social operante en la capa profunda
de la existencia individual.
Volvamos a la Nueva Izquierda. En mi opinión es erróneo, a pesar de todo,
hablar del "naufragio" de la misma. Como he intentado demostrar, el movimiento se enraiza en la propia estructura del capitalismo desarrollado; se
puede replegar para formarse de nuevo, pero también puede convertirse en
víctima de una represión neofascista.
De todos modos, hay visos de que el "mensaje" de la Nueva Izquierda sobre
su propia crisis se ha logrado expandir y se ha hecho escuchar. Esto tiene sus
razones. La estabilidad del capitalismo se ha sacudido, y ello a nivel internacional; el sistema, cada vez más, va descubriendo su destructividad e irracionalidad. Por ende, va cundiendo también la protesta, por más que en un
principio sea desorganizada, difusa, inconexa y carezca en absoluto de claras
intenciones socialistas. Entre los trabajadores se manifiesta en forma de huelgas desatinadas y ausentismo, de sabotaje solapado, o como protestas contra
los ejecutivos; se pone de relive también en la lucha de las minorías oprimidas y, por fin, en el movimiento de liberación femenina. Puede afirmarse en
general que se da una decadencia de la "moral laboral", una desconfianza
contra los valores básicos de la sociedad capitalista y su ética hipócrita, en
breve, una merma en la confianza de las relaciones, axiología y ordenamientos del capitalismo.
Existe buena razón para que la insatisfacción social profunda a la que me
he referido continúe desorganizada e inoperante, reducida a pequeños grupos;
a saber, que toda opción socialista que imagina la masa de la población no
la equipara ni con el comunismo soviético ni con ninguna utopía vaga. Es
patente que existe angustia general ante la posibilidad de cualquier cambio
radical en la sociedad que transformará fundamentalmente el modus vivendi
tradicional y soterrará la secular enajenación y puritana moral; valores todos
que han sido reconocidos desde siempre y que se han impuesto a las personas.
Se les predicó que las vejaciones y avasallamientos, aunque fuera de por
vida, eran inevitables y hasta constituían un precepto. El sometimiento bajo
el aparato de la producción siempre en expansión era condición necesaria
del progreso.
Puede muy bien ser que tal opresión fuera en efecto precisa durante mucho tiempo, para que la lucha contra las deficiencias económicas se llevara
con éxito y para promover la movilización de las fuerzas de trabajo y lograr el
dominio de la naturaleza; de hecho, el avance técnico condujo a enorme pujanza en el desarrollo de las fuerzas productivas y al enriquecimiento social
cada vez mayor. Por otro lado, empero, tales ventajas se emplearon siempre
con mayor brutalidad para perpetuar la penuria y consolidar la opresión,
hacer violencia a la naturaleza y manipular las necesidades humanas; ello
con el único propósito de conservar el tipo de producción existente y la jerarquía social establecida, o bien agrandar su base.
Hoy se ha visto claro que ya no pueden darse los logros del capitalismo
dentro de ese marco de represión. El sistema sólo se puede seguir expandiendo
con la destrucción no ya de las fuerzas de la producción sino la propia vida
humana, a escantillón internacional. Vale decir que el capitalismo ha erigido
en principio su propia negación.
Entre estos bastidores podemos entender mejor la significación histórica
de la Nueva Izquierda. Los años sesentas marcan un punto crítico en el desarrollo del capitalismo (es posible que también en el socialismo). Fue de hecho
la Nueva Izquierda la que volvió a sacar a la luz una dimensión comprehensiva, por más que olvidada y reprimida, de cambio social; y fue la Nueva
Izquierda la que, si bien de forma caótica y en cierta medida inmadura,
escribió en sus estandartes la idea de una revolución en el siglo xx específicamente distinta de todas las precedentes. Esta revolución debería corresponder a las condiciones hechas por el capitalismo tardío. Sus exponentes serían
una clase operaría vasta y alterada en su ser y conciencia social, a la que pertenecerían grandes capas de la clase media y de la intelligentsia antes de ahora
independientes. Tal revolución tendría su resorte y venero no tanto en la
indigencia material, sino más bien en la protesta contra la conformación
inhumana de la libertad y del tiempo libre, contra las condiciones y satisfacciones impuestas por la fuerza; contra la mezquindad y demencia de la "sociedad de la abundancia". Es cierto que la sociedad del capitalismo tardío
sigue dando miserias materiales con las formas más crudas de explotación;
pero con todo es indubitable que las fuerzas impulsoras del trastorno radical
en los países capitalistas desarrollados no provienen preponderantemente del
"proletariado"; a la par que las exigencias apuntan a formas de vida cualitativamente distintas y a necesidades también cualitativmente diversas.
La Nueva Izquierda ha totalizado en sus exigencias y en su pugna la rebelión contra lo existente; ha alterado la conciencia de amplios estratos de la
población; ha mostrado que es posible la vida sin rendimientos estúpidos e
improductivos, sin angustias, sin aquella "moral laboral" puritana (que ya
hace mucho que ha dejado de serlo, para quedar en pura moralidad de sujeción), que es posible vivir sin recompensada brutalidad e hipocresía, que es
posible, en fin, una vida carente de la artificial belleza y real fealdad del sistema capitalista. En otras palabras, la Nueva Izquierda ha concretado desde
hace mucho su conocimiento abstracto de que la "transformación del mundo"
no significa suplantar un sistema de dominio por otro, antes bien el "salto"
hacia un estadio cualitativamente nuevo de la civilización, donde los hombres
puedan desplegar solidariamente sus propias necesidades y posibilidades.
Ahora bien, ¿cómo se ha de preparar la Nueva Izquierda a tal transformación radical? (Por motivos de espacio no me es dado entretenerme aquí
con la problemática de la organización, sino que me he de contentar con un
par de consideraciones generales y someras.)
En primer lugar, hemos de poner en claro que estamos viviendo en una
época de contrarrevolución preventiva. El capitalismo está pronto a la lucha
civil y aun a la guerra imperialista. Ante el hecho de la maquinaria global de
control, la Nueva Izquierda no tiene otro remedio sino acudir —aislada como
está de la gran masa conservadora de la población— a la estrategia minimista
del frente unitario: trabajo conjunto de estudiantes, de obreros militantes y
de personas y grupos liberales de izquierda (aunque sean apolíticos). Tal frente tmitario tendría el cometido de organizar protestas contra determinadas
acciones de agresión y de opresión especialmente brutales del régimen. En
general, parece que en la estructuración que se va operando se excluye la
erección de partidos masivos, siquiera por ahora. El punto de gravedad
de la organización radical parece desplazado a bases locales y regionales (en
las fábricas, oficinas, universidades y barrios); su tarea estriba en la formulación de protestas y en la movilización de las mismas para acciones concretas. Se trata no de actos para el paso al socialismo; nada ha perjudicado
tanto a los grupos marxistas de la Nueva Izquierda como su lenguaje de propaganda, reificada^ y ritualizada, que da por sentada la conciencia revolucionaria que más bien debiera desarrollar. La transición al socialismo no se halla
hoy en la minuta del día, sino que prepondera la contrarrevolución. En tales
circunstancias, de lo que se trata es de develar las peores tendencias. El capitalismo se despliega diariamente en acciones y cosas que pueden servir para
las miras de la protesta organizada y de la ilustración política: preparación de
nuevas guerras e intervenciones, crímenes y atentados políticos, lesiones bru1 De res en lat. cosa. (T.)
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tales de los derechos de los ciudadanos, racismo y explotación intensiva de las
fuerzas laborales. La lucha se llevará a cabo primordialmente, y como regla
general, al estilo de las formas de la democracia burguesa (elección y apoyo
a políticos liberales, expansión de la información censurada, protesta contra
la contaminación ambiental, boicots, etc.). Exigencias y acciones que en otras
situaciones fueron desechadas con razón como política reformista, economista
y burguesa-liberal, pueden tener hoy significado positivo: el capitalismo de
última hora da muestras de haber rebajado su umbral de tolerancia.
La expansión del exponente potencial de la revolución va de consuno con
la totalización del mismo potencial revolucionario. Ya he señalado que la
Nueva Izquierda, en su "periodo heroico", estaba transida de la convicción
de que la revolución del siglo XX alcanzaría dimensiones que dejarían atrás
todo lo que sabemos de las revoluciones pretéritas. Movilizaría, por un lado,
"grupos marginales" y estratos hasta ahora apolíticos; por otro, además de
revolución económica y política, sería, sobre todo, "cultural". En ese nuevo tipo
de revolución se expresa la necesidad vital de trastornar la axiología plasmada por la historia de la sociedad de clases.
En tal contingencia, el movimiento de liberación de la mujer puede convertirse en "tercera fuerza" de la revolución. Es claro, sin duda, que las mujeres no constituyen una "clase" propiamente dicha; pertenecen por el contrario a todas las capas sociales, mientras que la oposición de sexos no tiene
fundamento clasista, sino biológico; pero de todas formas se desenvuelve en
un marco sociohistórico.
La historia de la civilización es el historial del predominio varonil, del
patriarcado. El desenvolvimiento de las mujeres estuvo condicionado y circimscrito por las exigencias del dueño de esclavos, tanto de la sociedad feudal
como de la burguesa, pero también de igual manera por necesidades específicamente varoniles. Cabe decir que la contraposición varonil-mujeril pasó a
convertirse en la contraposición masculino-femenino. A medida que las mujeres, en contingentes cada vez más cuantiosos, iban siendo asimiladas como
objetos de explotación y como representantes del trabajo abstracto al proceso
material de la producción (igualdad desigual de la explotación), debieron
revestirse al propio tiempo de las cualidades de satisfacción, humanidad y
abnegación que en el mundo del trabajo capitalista no se podían desarrollar
sin soterrar su base represiva, primordialmente el funcionamiento de las relaciones humanas dependientes de las leyes del trueque mercantil. Por lo tanto,
los dominios y el "aura" propia de lo mujeril tuvieron que mantenerse separados estrictamente del círculo de la producción: Lo "mujeril" equivalía a una
cualidad que sólo tenía derecho a ser dentro de las cuatro paredes de la casa
y en la esfera de lo sexual. Es claro que incluso en ese sector privado entró
parte de la jurisdicción varonil. Tal escisión y división de las potencialidades
humanas se institucionalizaron por fin con todas las de la ley y se reprodujeron de generación en generación. Sucedió, pues, que las condiciones sociales
antagonistas asumieron la forma de un conti-aste "natural": la contraposición de las cualidades innatas como cimiento de xma jerarquización, de una
dominación supuestamente natural, de lo varonil sobre lo mujeril.
Hoy, como la agresividad y la brutalidad de la sociedad regida por el varón
han alcanzado una cima destructora que ya no se "compensa" por el desarrollo de las fuerzas de la producción y del dominio racional de la naturaleza, la
sublevación de las mujeres dentro del cuadro de la sociedad existente contra
el rol que se les ha forzado a tomar asume necesariamente la forma de una
negación: la forma de lucha contra el predominio varonil en todos los niveles
de la cultura material e intelectual.
Tal negación no es más que abstracta e incompleta todavía, pero es de
todas formas un primer paso, imprescindible, para la liberación, aunque en
modo alguno es ésta. Si el impulso de liberación se detuviera a este nivel,
equivaldria a oprimir las potencialidades radicales del movimiento para la
erección de otra sociedad socialista; al cabo no se tendría más que la igualdad de dominio.
El sistema se cambiará sólo cuando se haga operante el rechazo de las
mujeres a la prepotencia varonil como base de la sociedad, tanto en la organización del proceso de la producción y en el carácter del trabajo, como en la
transformación de las necesidades. El establecimiento de la producción segiin
receptividad (consumo), para disfrute de los productos del trabajo, para la
emancipación de los sentidos, para la satisfacción de la sociedad y de la naturaleza, substraería la base a la agresividad masculina en su forma más represiva, aprovechada y productiva, a saber, la reproducción del capitalismo.
Entonces, aquello que bajo la hegemonía varonil apareció como la antítesis
femenina frente a las cualidades masculinas, se vería en verdad como la opción social e histórica reprimida, como la opción socialista: el final de la
producción que con toda celeridad se acerca a su destrucción, para establecer
aquellas condiciones bajo las cuales los hombres puedan gozar de su sensibilidad y de su entendimiento y dar rienda suelta a sus emociones.
¿Sería esto un "socialismo mujeril"? Tal expresión, a mi entender, se presta
a confusión. En tal trastorno social, esto es, en el caso de la supresión del
predominio varonil iría implícita la caución de denegar a la mujer como
mujer propiedades específicamente mujeriles (femeninas); esto es, se permitiría el desarrollo de esas cualidades en todos los sectores sociales, tanto en
el trabajo como en el tiempo de esparcimiento. Entonces, la liberación de la
mujer sería también la del varón, lo que para ambos es una necesidad.
En el estadio actual del capitalismo sólo se podrá detener la espiral, siempre más acelerada, de progreso y destrucción, de prepotencia y sometimiento,
cuando a la izquierda radical le sea factible mantener abiertas las nuevas
dimensiones del cambio y movilizar la necesidad vital de un modus vivendi
cualitativamente diverso. La incoacción de una estrategia y organización correspondientes a tal estado de cosas se percibe ya; se columbran ya los
comienzos de un modo de hablar correspondiente que trata de liberarse de la
reificación y de la ritualización. La Nueva Izquierda no ha naufragado; han
naufragado más bien aquellos partidarios que han huido de la política.
La Nueva Izquierda corre el riesgo —como la izquierda en general— de
caer víctima, entretanto, de las tendencias reaccionario-agresivas del capitalismo de última hora. Tales tendencias se refuerzan más a medida que la crisis
se extiende y obliga al sistema a buscar un exutorio en amenazas de guerra y
en el sometimiento de la oposición. La necesidad del socialismo se contrapone
una vez más a la del fascismo. La clásica alternativa "o socialismo o barbarie"
tiene hoy una actualidad como nunca antes.
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