1 Los orígenes del marxismo en América Latina Cátedra Libre Karl Marx sumario UNLP - 2003 marxismo y revolución en américa latina 3 ESQUEMA DE LA EVOLUCIÓN ECONÓMICA 13 ELPROBLEMA DEL INDIO 21 EL PROBLEMA DE LA TIERRA EN CLAVE ROJA - PTS Humanidades y Cs. de la Educación Periodismo y Cs. de la Comunicación Ciencias Naturales EL BLOQUE Arquitectura y Urbanismo CONTRAIMAGEN Bellas Artes INSTITUTO KARL MARX 2 Los orígenes del marxismo en América Latina 45 ANIVERSARIO Y BALANCE 43 CARTA DEL GRUPO DE LIMA 53 CARTA A EUDOCIO RAVINES 57 PROGRAMA DEL PARTIDO SOCIALISTA PERUANO 61 PUNTO DE VISTA ANTIIMPERIALISTA 67 LA ODISÉA DE MARIÁTEGUI 83 JULIO ANTONIO MELLA Y LAS RAÍCES DEL COMUNISMO DISIDENTE EN CUBA MARIATEGUI JOSE CARLOS esquema de la evolución económica Escrito: En 1928. Primera Edición:En 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana, Biblioteca Amauta, Lima, 1928. I. LA ECONOMÍA COLONIAL EN EL PLANO DE LA ECONOMÍA se percibe mejor que en ningún otro hasta que punta la Conquista escinde la historia del Perú. La Conquista aparece en este terreno, mas netamente que en cualquiera otro, como una solución de continuidad. Hasta la Conquista se desenvolvió en el Perú una economía que brotaba espontánea y libremente del suelo y la gente peruanos. En el Imperio de los Inkas, agrupación de agrícolas y sedentarias, lo mas interesante era la economía. Todos 1os testimonios históricos coinciden en la aserción de que el pueblo inkaico -laborioso, disciplinado, panteísta y sencillo- vivía con bienestar material. Las subsistencias abundaban; la población crecía. El Imperio ignoró radicalmente el problema de Malthus. La organización colectivista, regida por los Inkas, había enervado en los indios el impulso individual; pero había desarrollado extraordinariamente en ellos en provecho de este régimen económico, el habito de una humilde y religiosa obediencia a su deber social. Los Inkas sacaban toda utilidad social posible de esta virtud de su pueblo, valorizaban el vasto territorio del Imperio construyendo caminos, canales, etc., lo extendían sometiendo a su autoridad tribus vecinas el trabajo colectivo, el esfuerzo común se empleaban fructuosamente en fines sociales Los conquistadores españoles destruyeron sin poder naturalmente remplazarla, esta formidable máquina de producción la sociedad indígena la economía incaica, se descompusieron y anonadaron completamente al golpe de la Conquista rotos los vínculos de su unidad la nación se disolvió en comu- Los orígenes del marxismo en América Latina 3 nidades dispersas el trabajo indígena cesó de funcionar de un modo solidario y orgánico. Los conquistadores no se ocuparon casi sino de distribuirse y disputarse el pingüe botín de guerra despojaron los tempos y los palacios de los tesoros que guardaban; se repartieron las tierras y los hombres , sin preguntarse siquiera por su porvenir como fuerzas y medios de producción. El Virreinato señala el comienzo del difícil y complejo proceso de formación de una nueva economía. En este periodo, España se esforzó por dar una organizaci6n política y económica a su inmensa colonia. Los españoles empezaron a cultivar el suelo y a explotar las minas de oro y plata. Sobre las minas y los residuos de una economía socialista, echaron las bases de una economía feudal. Pero no envió España al Perú, como del resto no envió tampoco a sus otras posesiones, una densa masa colonizadora. La debilidad del imperio español residió precisamente en su carácter y estructura de empresa militar y eclesiástica mas que política y económica. En las colonias españolas no desembarcaron como en las costas de Nueva Inglaterra grandes bandadas de pioneer. A la América Española no vinieron casi sino virreyes, cortesanos, aventureros, clérigos, doctores y soldados. No se formó, por esto, en el Perú una verdadera fuerza de colonización. La población de Lima estaba compuesta por una pequeña corte, una burocracia, algunos conventos, inquisidores, mercaderes, criados y esclavos 1 . El pioneer español carecía, además, de aptitud para crear 4 núcleos de trabajo. En lugar de la utilización del indio, parecía perseguir su exterminio. Y los colonizadores no se bastaban a si mismos para crear una economía s6lida y orgánica. La organización colonial fallaba por la base. Le faltaba cimiento demográfico. Los españoles y los mestizos eran demasiado pocos para explotar, en vasta escala, las riquezas del territorio. Y, como para el trabajo de las haciendas de la costa se recurrió a la importación de esclavos negros, a los elementos y características de una sociedad feudal se mezclaron elementos y características de una sociedad esclavista. Sólo los jesuitas, con su orgánico positivismo, mostraron acaso, en el Perú como en otras tierras de América, aptitud de creación económica. Los latifundios que les fueron asignados prosperaron. Los vestigios de su organización restan como una huella duradera. Quien recuerde el vasto experimento de los jesuitas en el Paraguay, don de tan hábilmente aprovecharon y explotaron la tendencia natural de los indígenas al comunismo, no puede sorprenderse absolutamente de que esta congregación de hijos de San Iñigo de Loyola, como los llama Unamuno, fuese capaz de crear en el suelo peruano los centros de trabajo y producción que los nobles, doctores y clérigos, entregados en Lima a una vida muelle y sensual, no se ocuparon nunca de formar. Los colonizadores se preocuparon casi únicamente de la explotación del oro y la plata peruanos. Me he referido mas de una vez a la inclinación de los españoles a instalarse en la tierra baja. Y a la mezcla de res- Los orígenes del marxismo en América Latina peto y de desconfianza que les inspiraron siempre los Andes, de los cuales no llegaron jamás a sentirse realmente señores. Ahora bien. Se debe, sin duda, al trabajo de las minas la formación de las poblaciones criollas de la sierra. Sin la codicia de los metales encerrados en las entrañas de los Andes la conquista de la sierra hubiese sido mucho mas incompleta. Estas fueron las bases hist6ricas de la nueva economía peruana. De la economía colonial -colonial desde sus raíces- cuyo proceso no ha terminado todavía. Examinemos ahora los lineamientos de una segunda etapa. La etapa en que una economía feudal deviene, poco a poco, economía burguesa. Pero sin cesar de ser, en el cuadro del mundo, una economía colonial. II. LAS BASES ECONÓMICAS DE LA REPÚBLICA Como la primera, la segunda etapa de esta economía arranca de un hecho político y militar. La primera etapa nace de la Conquista. La segunda etapa se inicia con la Independencia. Pero, mientras la Conquista engendra totalmente el proceso de la formación de nuestra economía colonial, la Independencia aparece determinada y dominada por ese proceso. He tenido ya -desde mi primer esfuerzo marxista por fundamentar en el estudio del hecho económico la historia peruanaocasión de ocuparme en esta faz de la revolución de la Independencia, sosteniendo la siguiente tesis: «Las ideas de la revolución francesa y de la constitución norteamericana encontraron un clima favorable a su difusión en Sud-América, a causa de que en SudAmérica existía ya aunque fuese embrionariamente, una burguesía que, a causa de sus necesidades e intereses económicos, podía y debía contagiarse del humor revolucionario de la burguesía europea. La Independencia de Hispano-América no se habría realizado, ciertamente, si no hubiese contado con una generación heroica, sensible a la emoci6n de su época, con capacidad y voluntad para actuar en estos pueblos una verdadera revolución. La Independencia, bajo este aspecto, se presenta como una empresa romántica. Pero esto no contradice la tesis de la trama económica de la revolución emancipadora. Los conductores, los caudillos, los ideólogos de esta revolución no fueron anteriores ni superiores a las premisas y razones económicas de este acontecimiento. El hecho intelectual y sentimental no fue anterior al hecho económico”. La política de España obstaculizaba y contrariaba totalmente el desenvolvimiento económico de las colonias al no permitirles traficar con ninguna otra nación y reservarse como metrópoli, acaparándolo exclusivamente, el derecho de todo comercio y empresa en sus dominios. El impulso natural de las fuerzas productoras de las colonias pugnaba por romper este lazo. La naciente economía de las embrionarias formaciones nacionales de América necesitaba imperiosamente, para conseguir su desarrollo, desvincularse de la rígida autoridad y emanciparse de la medioeval mentalidad del rey de España. El hombre de estudio de nuestra época no puede dejar de ver aquí el mas dominante factor histórico de la revolución de la independencia sudamericana, inspirada y movida, de modo demasiado evidente, por los intereses de la población criolla y aun de la española,mucho mas que por los intereses de la población indígena. Enfocada sobre el plano de la historia mundial, la independencia sudamericana se presenta decidida por las necesidades del desarrollo de la civilización occidental o, mejor dicho, capitalista. El ritmo del fenómeno capitalista tuvo en la elaboración de la independencia una función menos aparente y ostensible, pero sin duda mucho mas decisiva y profunda que el eco de la filosofía y la literatura de los enciclopedistas. El Imperio Británico destinado a representar tan genuina y trascendentalmente los intereses de la civilización capitalista, estaba entonces en formación. En Inglaterra, sede del liberalismo y el protestantismo, la industria y la maquina preparaban el porvenir del capitalismo, esto es del fenómeno material del cual aquellos dos fenómenos, político el uno, religioso el otro, aparecen en la historia como la levadura espiritual y filosófica. Por esto le toco a Inglaterra -con esa clara conciencia de su destino y su misión históricas a que debe su hegemonía en la civilización capitalista-, jugar un papel primario en la independencia de Sudamérica. Y, por esto, mientras el primer ministro de Francia, de la naci6n que algunos anos antes les había dado el ejemplo de su gran revolución, se negaba a reconocer a estas jóvenes republicas sudamericanas que podían enviarle «junto con sus productos sus ideas revolucionarias”2 , Mr. Canning, traductor y ejecutor fiel del interés de Inglaterra, consagraba con este reconocimiento el derecho de estos pueblos a separarse de España y, anexamente, a organizarse republicana y democráticamente. A Mr. Canning, de otro lado, se habían adelantado prácticamente los banqueros de Londres que con sus prestamos no por usurarios menos oportunos y eficaces-, habían financiado la fundación de las nuevas republicas. El Imperio español tramontaba por no reposar sino sobre bases militares y políticas y, sobre todo, por representar una economía superada. España no podía abastecer abundantemente a sus colonias sino de eclesiásticos, doctores y nobles. Sus colonias sentían apetencia de cosas mas practicas y necesidad de instrumentos mas nuevos. Y, en consecuencia, se volvían hacia Inglaterra, cuyos industriales y cuyos banqueros, colonizadores de nuevo tipo, querían a su turno enseñorearse en estos mercados, cumpliendo su función de agentes de un imperio que surgía como creación de una economía manufacturera y librecambista. El interés económico de las colonias de España y el interés económico del Occidente capitalista se correspondían absolutamente, aunque de esto, como ocurre frecuentemente en la historia, no se diesen exacta cuenta los protagonistas históricos de una ni otra parte. Apenas estas naciones fueron independientes, guiadas por el mismo impulso natural que las había conducido a la revolución de la Independencia, buscaron en el trafico con el capital y la industria de Occidente Los orígenes del marxismo en América Latina 5 los elementos y las relaciones que el incremento de su economía requería. Al Occidente capitalista empezaron a enviar los productos de su suelo y su subsuelo. Y del Occidente capitalista empezaron a recibir tejidos, maquinas y mil productos industriales. Se estableció así un contacto continuo y creciente entre la América del Sur y la civilización occidental. Los países mas favorecidos por este trafico fueron, naturalmente, a causa de su mayor proximidad a Europa, los países situados sobre el Atlántico. La Argentina y el Brasil, sobre todo, atrajeron a su territorio capitales e inmigrantes europeos en gran cantidad. Fuertes y homogéneos aluviones occidentales aceleraron en estos países la transformación de la economía y la cultura que adquirieron gradualmente la función y la estructura de la economía y la cultura europeas. La democracia burguesa y liberal pudo ahí echar raíces seguras, mientras en el resto de la América del Sur se lo impedía la subsistencia de tenaces y extensos residuos de feudalidad. En este período, el proceso histórico general del Perú entra en una etapa de diferenciación y desvinculación del proceso histórico de otros pueblos de Sud-América. Por su geografía, unos estaban destinados a marchar mas de prisa que otros. La independencia los había mancomunado en una empresa común para separarlos mas tarde en empresas individuales. El Perú se encontraba a una enorme distancia de Europa. Los barcos europeos para arribar a sus puertos, debían aventurarse en un viaje larguísimo. Por su posición geográfica el Perú se encontraba mas vecino y mas acercado al Orien- 6 te. Y el comercio entre el Perú y Asia comenzó como era lógico a tornarse considerable. La costa peruana recibió aquellos famosos contingentes de inmigrantes chinos destinados a sustituir en las haciendas a los esclavos negros, importados por el Virreinato, cuya manumisión fue también en cierto modo una consecuencia del trabajo de transformación de una economía feudal en economía mas o menos burguesa. Pero el tráfico con Asia, no podía concurrir eficazmente a la formación de la economía peruana. El Perú emergido de la Conquista, afirmado en la Independencia, había menester de máquinas, de los métodos y de las ideas de los europeos de los occidentales. III. EL PERÍODO DEL GUANO Y DEL SALITRE El capítulo de la evolución de la economía peruana que se abre con el descubrimiento de la riqueza del guano y del salitre y se cierra con su pérdida, explica totalmente una serie de fenómenos políticos de nuestro proceso histórico que una concepción anecdótica y retórica mas bien que romántica de la historia peruana se ha complacido tan superficialmente en desfigurar y contrahacer. Pero este rápido esquema de interpretación no se propone ilustrar ni enfocar esos fenómenos sino fijar o definir algunos rasgos sustantivos de la formación de nuestra economía para percibir mejor su carácter de economía colonial. Consideremos sólo el hecho económico. Los orígenes del marxismo en América Latina Empecemos por constatar que al guano y al salitre, sustancias humildes y groseras, les tocó jugar en la gesta de la República un rol que había parecido reservado al oro y a la plata en tiempos mas caballerescos y menos positivistas. España nos quería y nos guardaba como país productor de metales preciosos. Inglaterra nos prefirió como productor de guano y salitre pero este diferente gesto no acusaba, por supuesto, un móvil diverso. Lo que cambiaba no era el móvil; era la época. El oro del Perú perdía su poder de atracción en una época en que, en América, la vara del piooner descubría el oro de California. En cambio el guano y el salitre – que para anteriores civilizaciones hubieran carecido de valor pero que para una civilización industrial adquirían un precio extraordinario- necesitaba abastecerse de estas materias en el lejano litoral de sur del Pacífico. A la explotación de los dos productos no se oponía, de otro lado, como a la de otros productos peruanos, el estado rudimentario y primitivo de los transportes terrestres. Mientras que para extraer de las entrañas de los Andes el oro, la plata, el cobre, el carbón, se tenía salvar ásperas montañas y enormes distancias, el salitre y el guano yacían en la costa casi al alcance de los barcos que venían a buscarlos. La fácil explotación de este recurso natural dominó todas las otras manifestaciones de la vida económica del país el guano y el salitre ocuparon un puesto desmesurado en la economía peruana. Sus rendimientos se convirtieron en la principal renta fiscal. El país se sintió rico. El Estado uso sin medida de su crédito. Vivió en el derroche hipotecan- do su porvenir a la finanza inglesa. Esta es a grandes rasgos toda la historia del guano y del salitre para el observador que se siente puramente economista. Lo demás a primera vista pertenece al historiador. Pero en este caso, como en todos el hecho económico es mucho mas complejo y trascendental de lo que parece. El guano y el salitre ante todo cumplieron la tarea de crear un activo tráfico en el mundo occidental en un período en que el Perú, mal situado geográficamente, no disponía de grandes medios de atraer a su suelo las corrientes colonizadoras y civilizadoras que fecundaban ya otros países de la América indo-ibera. Este tráfico colocó nuestra economía bajo el control del capital británico al cual, a consecuencia de las deudas contraídas con la garantía de ambos productos debíamos entregar mas tarde la administración de los ferrocarriles, esto es de los resortes mismos de la explotación de nuestros recursos. Las utilidades del guano y del salitre crearon en el Perú, donde la propiedad había conservado hasta entonces un carácter aristocrático y feudal, los primeros elementos sólidos de capital comercial y bancario. Los profiteurs directos e indirectos de as riquezas del litoral empezaron a constituir una clase capitalista. Se formó en el Perú una burguesía, confundida y enlazada en su origen y su estructura con la aristocracia, formada principalmente por los sucesores de los encomenderos y terratenientes de la colonia, pero obligada por su función a adoptar los principios fundamentales de la economía y la política liberales. Con este fenómeno -al cual me refiero en varios pasajes de los estudios que componen este libro-, se relacionan las siguientes constataciones: «En los primeros tiempos de la Independencia, la lucha de facciones y jefes militares aparece como una consecuencia de la falta de una burguesía orgánica. En el Perú, la revolución hallaba menos definidos, mas retrasados que en otros pueblos hispanoamericanos, los elementos de un orden liberal burgués. Para que este orden funcionase mas o menos embrionariamente tenia que constituirse una clase capitalista vigorosa. Mientras esta clase se organizaba, el poder estaba a merced de los caudillos militares. El gobierno de Castilla marco la etapa de solidificación de una clase capitalista. Las concesiones del Estado y los beneficios del guano y del salitre crearon un capitalismo y una burguesía. Y esta clase, que se organizó luego en el «civilismo», se movió muy pronto a la conquista total del poder». Otra faz de este capitulo de la historia económica de la Republica es la afirmación de la nueva economía como economía prevalentemente costeña. La búsqueda del oro y de la plata obligo a los españoles, -contra su tendencia a instalarse en la costa-, a mantener y ensanchar en la sierra sus puestos avanzados. La minería -actividad fundamental del régimen económico implantado por España en el territorio sobre el cual prosperó antes una sociedad genuina y típicamente agraria-, exigió que se estableciesen en la sierra las bases de la Colonia. El guano y el salitre vinieron a rectificar esta situación. Fortalecieron el poder de la costa. Estimularon la sedimentación del Perú nuevo en la tierra baja. Y acentuaron el dualismo y el conflicto que hasta ahora constituyen nuestro mayor problema histórico. Este capitulo del guano y del salitre no se deja, por consiguiente, aislar del desenvolvimiento posterior de nuestra economía. Están ahí las raíces y los factores del capitulo que ha seguido. La guerra del Pacifico, consecuencia del guano y del salitre, no canceló las otras consecuencias del descubrimiento y la explotación de estos recursos, cuya perdida nos reveló trágicamente el peligro de una prosperidad económica apoyada o cimentada casi exclusivamente sobre la posesión de una riqueza natural, expuesta a la codicia y al asalto de un imperialismo extranjero o a la decadencia de sus aplicaciones por efecto de las continuas mutaciones producidas en el campo industrial por los inventos de la ciencia. Caillaux nos habla con evidente actualidad capitalista, de la inestabilidad económica e industrial que engendra el progreso científico3 . En el periodo dominado y caracterizado por el comercio del guano y del salitre, el proceso de la transformación de nuestra economía, de feudal en burguesa, recibió su primera enérgica propulsión. Es, a mi juicio, indiscutible que, si en vez de una mediocre metamorfosis de la antigua clase dominante, se hubiese operado el advenimiento de una clase de savia y elan nuevos, ese proceso habría avanzado mas orgánica y seguramente. La historia de nuestra postguerra lo demuestra. La derrota -que causó, con la perdida de los territorios del salitre, un largo colapso de las fuerzas productoras- no trajo como una compensación, siquiera en este Los orígenes del marxismo en América Latina 7 orden de cosas, una liquidación del pasado. IV. CARACTER DE NUESTRA ECONOMÍA ACTUAL El ultimo capitulo de la evolución de la economía peruana es el de nuestra postguerra. Este capitulo empieza con un periodo de casi absoluto colapso de las fuerzas productoras. La derrota no solo significo para la economía nacional la perdida de sus principales fuentes: el salitre y el guano. Significo, además, la paralización de las fuerzas productoras nacientes, la depresión general de la producción y del comercio, la depreciación de la moneda nacional, la ruina del crédito exterior. Desangrada, mutilada, la nación sufría una terrible anemia. El poder volvió a caer, como después de la Independencia, en manos de los jefes militares, espiritual y orgánicamente inadecuados para dirigir un trabajo de reconstrucción económica. Pero, muy pronto, la capa capitalista formada en los tiempos del guano y del salitre, reasumió su función y regresó a su puesto. De suerte que la política de reorganización de la economía del país se acomodo totalmente a sus intereses de clase. La solución que se dio al problema monetario, por ejemplo, correspondió típicamente a un criterio de latifundistas o propietarios, indiferentes no solo al interés del proletariado sino también al de la pequeña y media burguesía, únicas capas sociales a las cuales podía damnificar la súbita anulación del billete. Esta medida y el contrato Grace fue- 8 ron, sin duda, los actos mas sustantivos y mas característicos de una liquidación de las consecuencias económicas de la guerra, inspirada por los intereses y los conceptos de la plutocracia terrateniente. El contrato Grace, que ratifico el predominio británico en el Perú, entregando los ferrocarriles del Estado a los banqueros ingleses que hasta entonces habían financiado la Republica y sus derroches, dio al mercado financiero de Londres las prendas y las garantías necesarias para nuevas inversiones en negocios peruanos. En la restauración del crédito del Estado no se obtuvieron los resultados inmediatos. Pero inversiones prudentes y seguras empezaron de nuevo a atraer al capital británico. La economía peruana, mediante el reconocimiento practico de su condición de economía colonial, consiguió alguna ayuda para su convalecencia. La terminación del ferrocarril a La Oroya abrió al transito y al trafico internacionales, el departamento de Junín, permitiendo la explotación en vasta escala de su riqueza minera. La política económica de Pierola se ajusto plenamente a los mismos intereses. EI caudillo demócrata, que durante tanto tiempo agitara estruendosamente a las masas contra la plutocracia, se esmeró en hacer una administración «civilista». Su método tributario, su sistema fiscal, disipan todos los equívocos que pueden crear su fraseario y su metafísica. Lo que confirma el principio de que en el plano económico se percibe siempre con mas claridad que en el político el sentido y el contorno de la política, de sus hombres y de sus hechos. Las fases fundamentales de este ca- Los orígenes del marxismo en América Latina pitulo en que nuestra economía, convaleciente de la crisis post-bélica, se organiza lentamente sobre bases menos pingues, pero mas sólidas que las del guano y del salitre, pueden ser concretas esquemáticamente en los siguientes hechos: 1. La aparición de la industria moderna. EI establecimiento de fabricas, usinas, transportes, etc., que transforman, sobre todo, la vida de la costa. La formación de un proletariado industrial con creciente y natural tendencia a adoptar un ideario clasista, que siega una de las antiguas fuentes del proselitismo caudillista y cambia los términos de la lucha política. 2. La función del capital financiero. EI surgimiento de bancos nacionales que financian diversas empresas industriales y comerciales, pero que se mueven dentro de un ámbito estrecho, enfeudados a los intereses del capital extranjero y de la gran propiedad agraria; y el establecimiento de sucursales de bancos extranjeros que sirven los intereses de la finanza norteamericana e inglesa. 3. EI acortamiento de las distancias y el aumento del trafico entre el Perú y Estados Unidos y Europa. A consecuencia de la apertura del Canal de Panamá que mejora notablemente nuestra posición geográfica, se acelera el proceso de incorporación del Perú en la civilización occidental. 4. La gradual superación del poder británico por el poder norteamericano. EI Canal de Panamá, mas que a Europa, parece haber aproximado el Perú a los Estados Unidos. La participación del capital norteamericano en la explotación del cobre y del petróleo peruanos, que se convierten en dos de nuestros mayores productos, proporciona una ancha y durable base al creciente predominio yanqui. La exportación a Inglaterra que en 1898 constituía el 56.7% de la exportación total, en 1923 no llegaba sino al 33.2%. En el mismo periodo la exportación a los Estados Unidos subía del 9.5% al 39.7%. Y este movimiento se acentuaba mas aun en la importación, pues mientras la de Estados Unidos en dicho periodo de veinticinco anos pasaba del 10.0 al 38.9%, la de la Gran Bretaña bajaba del 44.7 al 19.6%4 . 5. EI desenvolvimiento de una clase capitalista, dentro de la cual cesa de prevalecer como antes la antigua aristocracia. La propiedad agraria conserva su potencia; pero declina la de los apellidos virreinales. Se constata el robustecirniento de la burguesía. 6. La ilusión del caucho. En los años de su apogeo el país cree haber encontrado EI Dorado en la montaña, que adquiere temporalmente un valor extraordinario en la economía y, sobre todo, en la imaginación del país. Afluyen a la montaña muchos individuos de “la fuerte raza de los aventureros». Con la baja del caucho, tramonta esta ilusión bastante tropical en su origen y en sus características. 7. Las sobreutilidades del periodo europeo. El alza de los productos peruanos causa un rápido crecimiento de la fortuna privada nacional. Se opera un reforzamiento de la hegemonía de la costa en la economía peruana. 8. La política de los empréstitos. El restablecimiento del crédito peruano en el extranjero ha conducido nuevamente al Estado a recurrir a los prestamos para la ejecu- ción de su programa- de obras publicas 5 . También en esta función, Norteamérica ha reemplazado a la Gran Bretaña. Pletórico de oro, el mercado de Nueva York es el que ofrece las mejores condiciones. Los banqueros yanquis estudian directamente las posibilidades de colocación del capital en prestamos a los Estados latinoamericanos. Y cuidan, por supuesto, de que sean invertidos con beneficio para la industria y el comercio norteamericanos. Me parece que estos son los principales aspectos de la evolución económica del Perú en el periodo que comienza con nuestra postguerra. No cabe en esta serie de sumarios apuntes un examen prolijo de las anteriores comprobaciones o proposiciones. Me he propuesto solamente la definición esquemática de algunos rasgos esenciales de la formación y el desarrollo de la economía peruana. Apuntaré una constatación final: la de que en el Perú actual coexisten elementos de tres economías diferentes. Bajo el régimen de economía feudal nacido de la Conquista subsisten en la sierra algunos residuos vivos todavía de la economía comunista indígena. En la costa, sobre un suelo feudal, crece una economía burguesa que, por lo menos en su desarrollo mental, da la impresión de una economía retardada. V. ECONOMIA AGRARIA Y LATIFUNDISMO FEUDAL El Perú, mantiene, no obstante el incremento de la minería, su carácter de país agrícola. El cultivo de la tierra ocupa a la gran mayoría de la población nacional. El indio, que representa las cuatro quintas partes de esta, es tradicional y habitualmente agricultor. Desde 1925, a consecuencia del descenso de los precios del azúcar y el algodón y de la disminución de las cosechas, las exportaciones de la minería han sobrepasado largamente a las de la agricultura. La exportación de petróleo y sus derivados, en rápido ascenso, influye poderosamente en este suceso. (De Lp. 1’387,778 en 1916 se ha elevado a Lp. 7’421,128 en 1926). Pero la producción agropecuaria no esta representada sino en una parte por los productos exportados: algodón, azúcar y derivados, lanas, cueros, gomas. La agricultura y ganadería nacionales proveen al consumo nacional, mientras los productos mineros son casi íntegramente exportados. Las importaciones de sustancias alimenticias y bebidas alcanzaron en 1925 a Lp. 4’148,311. El mas grueso renglón de estas importaciones, corresponde al trigo, que se produce en el país en cantidad muy insuficiente aun. No existe estadística completa de la producción y el consumo nacionales. Calculando un consumo diario de 50 centavos de sol por habitante en productos agrícolas y pecuarios del país se obtendrá un total de mas de Lp. 84’000,000 sobre la población de 4’609,999 que arroja el cómputo de 1896. Si se supone una población de 5’000,000 de habitantes, el valor del consumo nacional sube a Lp. 91’250,000. Estas cifras atribuyen una enorme primacía a la producción agropecuaria en la economía del país. La minería, de otra parte, ocupa a un numero reducido aun de trabajadores. Con- Los orígenes del marxismo en América Latina 9 forme al Extracto Estadístico, en 1926 trabajaban en esta industria 28,592 obreros. La industria manufacturera emplea también un contingente modesto de brazos 6 . Sólo las haciendas de caña de azúcar ocupaban en 1926 en sus faenas de campo 22,367 hombres y 1,173 mujeres. Las haciendas de algodón de la costa, en la campaña de 192223, la última a que alcanza la estadística publicada, se sirvieron de 40,557 braceros; y las haciendas de arroz, en la campaña 192425, de 11,332. La mayor parte de los productos agrícolas y ganaderos que se consumen en el país proceden de los valles y planicies de la Sierra. En las haciendas de la costa, los cultivos alimenticios están por debajo del mínimum obligatorio que señala una ley expedida en el periodo en que el alza del algodón y el azúcar incitó a los terratenientes a suprimir casi totalmente aquellos cultivos, con grave efecto en el encarecimiento de las subsistencias. La clase terrateniente no ha logrado transformarse en una burguesía capitalista, patrona de la economía nacional7 . La minería, el comercio, los transportes, se encuentran en manos del capital extranjero. Los latifundistas se han contentado con servir de intermediarios a este, en la producción de algodón y azúcar. Este sistema económico, ha mantenido en la agricultura, una organización semifeudal que constituye el mas pesado lastre del desarrollo del país. La supervivencia de la feudalidad en la Costa, se traduce en la languidez y pobreza de su vida urbana. El numero de burgos y ciudades de la Costa, es insignificante. Y la 10 aldea propiamente dicha, no existe casi sino en los pocos retazos de tierra donde la campiña enciende todavía la alegría de sus parcelas en medio del agro feudalizado. En Europa, la aldea desciende del feudo disuelto8 . En la costa peruana la aldea no existe casi, porque el feudo, mas o menos intacto, subsiste todavía. La hacienda, -con su casa mas o menos clásica, la ranchería generalmente miserable, y el ingenio y sus colcas-, es el tipo dominante de agrupación rural. Todos los puntos de un itinerario están señalados por nombres de haciendas. La ausencia de la aldea, la rareza del burgo, prolonga el desierto dentro del valle, en la tierra cultivada y productiva. Las ciudades, conforme a una ley de geografía económica, se forman regular mente en los valles, en el punto donde se entre cruzan sus caminos. En la costa peruana, valles ricos y extensos, que ocupan un lugar conspicuo en la estadística de la producción nacional, no han dado vida hasta ahora a una ciudad. Apenas si en sus cruceros o sus estaciones, medra a veces un burgo, un pueblo estagnado, palúdico, macilento, sin salud rural y sin traje urbano. Y, en algunos casos, como en el del valle del Chicama, el latifundio ha empezado a sofocar a la ciudad. La negociación capitalista se torna mas hostil a los fueros de la ciudad que el castillo o el dominio feudal. Le disputa su comercio, la despoja de su función. Dentro de la feudalidad europea los elementos de crecimiento, los factores de vida del burgo, eran, a pesar de la economía rural, mucho mayores que dentro de la semifeudalidad criolla. El campo necesitaba Los orígenes del marxismo en América Latina de los servicios del burgo, por clausurado que se mantuviese. Disponía, sobre todo de un remanente de productos de la tierra que tenia que ofrecerle. Mientras tanto, la hacienda costeña produce algodón o caña para mercados lejanos. Asegurado el transporte de estos productos, su comunicación con la vecindad no le interesa, sino secundariamente. El cultivo de frutos alimenticios, cuando no ha sido totalmente extinguido por el cultivo del algodón o la caña, tiene por objeto abastecer al consumo de la hacienda. El burgo, en muchos valles, no recibe nada del campo ni posee nada en el campo. Vive, por esto, en la miseria, de uno que otro oficio urbano, de los hombres que suministra al trabajo de las haciendas, de su fatiga triste de estación por donde pasan anualmente muchos miles de toneladas de frutos de la tierra. Una porción de campiña, con sus hombres libres, con su comunidad hacendosa, es un raro oasis en una sucesión de feudos deformados, con maquinas y rieles, sin los timbres de la tradición señorial. La hacienda, en gran numero de casos, cierra completamente sus puertas a todo comercio con el exterior: los “tambos” tienen la exclusiva del aprovisionamiento de su población. Esta práctica que, por una parte, acusa el habito de tratar al peón como una cosa y no como una persona, por otra parte, impide que los pueblos tengan la función que garantizaría su subsistencia y desarrollo, dentro de la economía rural de los valles. La hacienda, acaparando con la tierra y las industrias anexas, el comercio y los transportes, priva de medios de vida al burgo, lo condena a una existencia sórdida y exigua. Las industrias y el comercio de las ciudades están sujetos a un contralor, reglamentos, contribuciones municipales. La vida y los servidos comunales se alimentan de su actividad. El latifundio, en tanto, escapa a estas reglas y tasas. Puede hacer a la industria y comercio . urbanos una competencia desleal. Están en actitud de arruinarlos. El argumento favorito de los abogados de la gran propiedad es el de la imposibilidad de crear, sin ella, grandes centros de producción. La agricultura moderna, -se arguye-, requiere costosas maquinarias, ingentes inversiones, administración experta. La pequeña propiedad no se concilia con estas necesidades. Las exportaciones de azúcar y algodón establecen el equilibrio de nuestra balanza comercial. Mas los cultivos, los “ingenios” y las exportaciones de que se enorgullecen los latifundistas, están muy lejos de constituir su propia obra. La producción de algodón y azúcar ha prosperado al impulso de créditos obtenidos con este objeto, sobre la base de tierras apropiadas y mana de obra barata. La organización financiera de estos cultivos, cuyo desarrollo y cuyas utilidades están regidas par el mercado mundial, no es un resultado de la previsión ni la cooperación de los latifundistas. La gran propiedad no ha hecho sino adaptarse al impulso que le ha venido de fuera. El capitalismo extranjero, en su perenne búsqueda de tierras, brazos y mercados, ha financiado y dirigido el trabajo de los propietarios, prestándoles dinero con la garantía de sus productos y de sus tierras. Ya muchas propiedades cargadas de hipotecas han empezado a pasar a la administración directa de las firmas exportadoras. La experiencia mas vasta y típica de la capacidad de los terratenientes del país, nos la ofrece el departamento de La Libertad. Las grandes haciendas de sus valles se encontraban en manos de su aristocracia latifundista. El balance de largos años de desarrollo capitalista se resume en los hechos notorios: la concentración de la industria azucarera de la región en dos grandes centrales, la de Cartavio y la de Casa Grande, extranjeras ambas; la absorción de las negociaciones nacionales por estas dos empresas, particularmente por la segunda; el acaparamiento del propio comercio de importación por esta misma empresa; la decadencia comercial de la ciudad de Trujillo y la liquidación de la mayor parte de sus firmas importadoras 9 . Los sistemas provinciales, los hábitos feudales de los antiguos grandes propietarios de La Libertad no han podido resistir a la expansión de las empresas capitalistas extranjeras. Estas no deben su éxito exclusivamente a sus capitales: lo deben también a su técnica, a sus métodos, a su disciplina. Lo deben a su voluntad de potencia. Lo deben, en general, a todo aquello que ha faltado a los propietarios locales, algunos de los cuales habrían podido hacer lo mismo que la empresa alemana ha hecho, si hubiesen tenido condiciones de capitanes de industria. Pesan sobre el propietario criollo la herencia y educación españolas, que le impiden percibir y entender netamente todo lo que distingue al capitalismo de la feudalidad. Los elementos morales, políticos, psicológicos del capitalismo no parecen haber encon- trado aquí su clima1 0. El capitalista, o mejor el propietario, criollo, tiene el concepto de la renta antes que el de la producción. El sentimiento de aventura, el ímpetu de creación, el poder organizador, que caracterizan al capitalista autentico, son entre nosotros casi desconocidos. La concentración capitalista ha estado precedida por una etapa de libre concurrencia. La gran propiedad moderna no surge, por consiguiente, de la gran propiedad feudal, como los terratenientes criollos se imaginan probablemente. Todo lo contrario, para que la gran propiedad moderna surgiese, fue necesario el fraccionamiento, la disolución de la gran propiedad feudal. El capitalismo es un fenómeno urbano: tiene el espíritu del burgo industrial, manufacturero, mercantil. Por esto, uno de sus primeros actos fue la liberación de la tierra, la destrucción del feudo. El desarrollo de la ciudad necesitaba nutrirse de la actividad libre del campesino. En el Perú, contra el sentido de la emancipación republicana, se ha encargado al espíritu del feudo -antitesis y negación del espíritu del burgo- la creación de una economía capitalista. 1 Comentando a Donoso Cortes, el malogrado critico italiano Piero Gobetti califica a España como «un pueblo de colonizadores, de buscadores de oro, no ajenos a hacer de esclavos en caso de desventura», Hay que rectificar a Gobetti que considera colonizadores a quienes no fueron sino conquistadores. Pero es imposible no meditar el juicio siguiente: «El culto de la corrida es un aspecto de este amor de la diversión y de este catolicismo del espectáculo y de la forma: es natural que el énfasis decorativo constituya el ideal del haraposo que se da el aire de señor y que no puede Los orígenes del marxismo en América Latina 11 seguir ni la pedagogía anglo-sajona del heroísmo serio y testarudo, ni la tradición francesa de la fineza. El ideal español de la señorilidad confina con la holgazanería y por esto comprende como campo propicio y como símbolo la idea de la corte». 2 «Si Europa es obligada a reconocer los gobiernos de hecho de América -decía el Vizconde de Chateaubriandtoda su política debe tender a hacer nacer monarquías en el nuevo mundo, en lugar de estas republicas que nos enviaran sus principios con los productos de su suelo». 3 de Lima con mucha objetividad y ponderación, las causas y etapas de esta crisis. Aunque su critica recalca sobre todo la acci6n invasora del capitalismo extranjero, la responsabilidad del capitalismo local -por absentismo, por imprevisi6n y por inercia- es a la postre la que ocupa el primer término. 10 EI capitalismo no es sólo una técnica; es además un espíritu. Este espíritu, que en los países anglo-sajones alcanza su plenitud, entre nosotros es exiguo, incipiente, rudimentario. J. Caillaux, Ou va la Francel Ou va l’Europel, p. 234 a 239. 4 Extracto Estadístico del Perú. En los anos 1924 a 26, el comercio con Estados Unidos ha seguido aventajando mas y mas al comercio con la Gran Bretaña. El porcentaje de la imporaci6n de la Gran Bretaña descendía en 1926 a 115.6 de las importaciones totales y el de la exportación a 28.5. En tanto, la importaci6n de Estados Unidos alcanzaba un porcentaje de 46.2, que compensaba con exceso el descenso del porcentaje de la exportación a 34.5. 5 La deuda exterior del Perú, conforme el Extracto Estadístico de 1926, subía al 31 de diciembre de ese año a Lp. 10’341,906. Posteriormente se ha colocado en Nueva York un empréstito de 50 millones de dolares, en virtud de la ley que autoriza al Ejecutivo a la emisión del Empréstito Nacional Peruano, a un tipo no menor del 86% Y con un interés no mayor del 6%, con destino a la cancelación de los empréstitos anteriores, contratados con un interés del 71/2 al 8%. 6 El Extracto Estadístico del Perú no consigna ningún dato sobre el particular. La Estadística Industrial del Perú del Ing. Carlos P. Jiménez (19221 tampoco ofrece una cifra general. 7 Las condiciones en que se desenvuelve la vida agrícola del país, son estudiadas en el ensayo sobre el problema de la tierra, págs. 68 a 107 de este volumen. 8 «La aldea no es -escribe Lucien Romier- como el burgo o la ciudad, el producto de un agrupamiento: es el resultado de la desmembración de un antiguo dominio, de una señoría, de una tierra laica o eclesiástica en torno de un campanario. El origen unitario de la aldea transparece en varias supervivencias: tal el «espíritu de campanario», tales las rivalidades inmemoriales entre las parroquias. Explica el hecho tan impresionante de que las rutas antiguas no atraviesen las aldeas: las respetan como propiedades privadas y abordan de preferencia sus confines» (Explication de Notre Temps). 9 Alcides Spelucín ha expuesto recientemente, en un diario 12 Los orígenes del marxismo en América Latina JOSE CARLOS MARIATEGUI el problema del indio Escrito: En 1928. Primera Edición:En 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana, Biblioteca Amauta, Lima, 1928. I. SU NUEVO PLANTEAMIENTO TODAS LAS TESIS SOBRE el problema indígena, que ignoran o eluden a este como problema económico-social, son otros tantos estériles ejercicios teoréticos, -y a veces solo verbales-, condenados a un absoluto descrédito. No las salva a algunas su buena fe. Prácticamente, todas no han servido sino para ocultar o desfigurar la realidad del problema. La critica socialista lo descubre y esclarece, porque busca sus causas en la economía del país y no en su mecanismo administrativo, jurídico o eclesiástico, ni en su dualidad o pluralidad de razas, ni en sus condiciones culturales y morales. La cuestión indígena arranca de nuestra economía. Tiene sus raíces en el régimen de propiedad de la tierra. Cualquier intento de resolverla con medidas de administración o policía, con métodos de enseñanza o con obras de vialidad, constituyen un trabajo superficial o adjetivo, mientras subsista la feudalidad de los «gamonales»1 . El «gamonalismo» invalida inevitablemente toda ley u ordenanza de protecci6n indígena. El hacendado, el latifundista, es un señor feudal. Contra su autoridad, sufragada por el ambiente y el habito, es impotente la ley escrita. El trabajo gratuito esta prohibido par la ley y, sin embargo, el trabajo gratuito, y aun el trabajo forzado, sobreviven en el latifundio. El juez, el subprefecto, el comisario, el maestro, el recaudador, están enfeudados a la gran propiedad. La ley no puede prevalecer contra los gamonales. El funcionario que se obstinase en imponerla, seria abandonado y sacrificado por el poder central, cerca del cual son siempre omnipotentes las influencias del gamonalismo, que Los orígenes del marxismo en América Latina 13 actúan directamente o a través del parlamento, por una y otra vía con la misma eficacia. El nuevo examen del problema indígena, por esto, se preocupa mucho menos de los lineamientos de una legislación tutelar que de las consecuencias del régimen de propiedad agraria. El estudio del Dr. José A. Encinas (Contribución a una legislación tutelar indígena) inicia en 1918 esta tendencia, que de entonces a hoy no ha cesado de acentuarse2 . Pero, por el carácter mismo de su trabajo, el Dr. Encinas no podía formular en el un programa económico-social. Sus proposiciones dirigidas a la tutela de la propiedad indígena, tenían que limitarse a este objetivo jurídico. Esbozando las bases del Home Stead indígena, el Dr. Encinas recomienda la distribución de tierras del Estado y de la Iglesia. No menciona absolutamente la expropiación de los gamonales latifundistas. Pero su tesis se distingue por una reiterada acusación de los efectos del latifundismo, que sale inapelablemente condenado de esta requisitoria3 , que en cierto modo preludia la actual critica económicosocial de la cuestión del indio. Esta critica repudia y descalifica las diversas tesis que consideran la cuestión como uno u otro de los siguientes criterios unilaterales y exclusivos: administrativo, jurídico, étnico, moral, educacional, eclesiástico. La derrota mas antigua y evidente es, sin duda, la de los que reducen la protección de los indígenas a un asunto de ordinario administración. Desde los tiempos de la legislación colonial española, las ordenanzas sabias y prolijas, elaboradas después de con- 14 cienzudas encuestas, se revelan totalmente infructuosas. La fecundidad de la Republica, des de las jornadas de la Independencia, en decretos, leyes y providencias encaminadas a amparar a los indios contra la exacción y el abuso, no es de las menos considerables. El gamonal de hoy, como el «encomendero» de ayer, tiene sin embargo muy poco que temer de la teoría administrativa. Sabe que la practica es distinta. El carácter individualista de la legislación de la Republica ha favorecido, incuestionablemente, la absorción de la propiedad indígena por el latifundismo. La situación del indio, a este respecto, estaba contemplada con mayor realismo por la legislación española. Pero la reforma jurídica no tiene mas valor practico que la reforma administrativa, frente a un feudalismo intacto en su estructura económica. La apropiación de la mayor parte de la propiedad comunal e individual indígena esta ya cumplida. La experiencia de todos los países que han salido de su evo-feudal, nos demuestra, por otra parte, que sin la disolución del feudo no ha podido funcionar, en ninguna parte, un derecho liberal. La suposición de que el problema indígena es un problema étnico, se nutre del mas envejecido repertorio de ideas imperialistas. El concepto de las razas inferiores sirvió al Occidente blanco para su obra de expansión y conquista. Esperar la emancipación indígena de un activo cruzamiento de la raza aborigen con inmigrantes blancos, es una ingenuidad antisociológica, concebible solo en la mente rudimentaria de un importador Los orígenes del marxismo en América Latina de carneros merinos. Los pueblos asiáticos, a los cuales no es inferior en un ápice el pueblo indio, han asimilado admirablemente la cultura occidental, en lo que tiene de mas dinámico y creador, sin transfusiones de sangre europea. La degeneración del indio peruano es una barata invención de los leguleyos de la mesa feudal. La tendencia a considerar el problema indígena como un problema moral, encarna una concepción liberal, humanitaria, ochocentista, iluminista, que en el orden político de Occidente anima y motiva las “ligas de los Derechos del Hombre». Las conferencias y sociedades antiesclavistas, que en Europa han denunciado mas o menos infructuosamente los crímenes de los colonizadores, nacen de esta tendencia, que ha confiado siempre con exceso en sus llamamientos al sentido moral de la civilización. González Prada no se encontraba exento de su esperanza cuando escribía que la «condición del indígena puede mejorar de dos maneras: o el corazón de los opresores se conduele al extremo de reconocer e1 derecho de los oprimidos, o el ánimo de los oprimidos adquiere la virilidad suficiente para escarmentar a los opresores»4 . La Asociación Pro-Indígena (1909-1917) represento, ante todo, la misma esperanza, aunque su verdadera eficacia estuviera en los fines concretos e inmediatos de defensa del indio que le asignaron sus directores, orientación que debe mucho, seguramente, al idealismo practico, característicamente sajón, de Dora Mayer5 . El experimento esta ampliamente cumplido, en el Perú y en el mundo. La pre- dica humanitaria no ha detenido ni embarazado en Europa el imperialismo ni ha bonificado sus métodos. La lucha contra el imperialismo, no confía ya sino en la solidaridad y en la fuerza de los movimientos de emancipación de las masas coloniales. Este concepto preside en la Europa contemporánea una acción antiimperialista, a la cual se adhieren espíritus liberales como Albert Einstein y Romain Rolland, y que por tanto no puede ser considerada de exclusivo carácter socialista. En el terreno de la razón y la moral, se situaba hace siglos, con mayor energía, o al menos mayor autoridad, la acción religiosa. Esta cruzada no obtuvo, sin embargo, sino leyes y providencias muy sabiamente inspiradas. La suerte de los indios no varió sustancialmente. González Prada, que como sabemos no consideraba estas cosas con criterio propia o sectariamente socialista, busca la explicación de este fracaso en la entraña económica de la cuestión: «No podía suceder de otro modo: oficialmente se ordenaba la explotación; se pretendía que humanamente se cometiera iniquidades o equitativamente se consumaran injusticias. Para extirpar los abusos, habría sido necesario abolir los repartimientos y las mitas, en dos palabras, cambiar todo el régimen Colonial. Sin las faenas del indio americano se habrían vaciado las arcas del tesoro español»6 . Mas evidentes posibilidades de éxito que la predica liberal tenia, con todo, la predica religiosa. Esta apelaba al exaltado y operante catolicismo español mientras aquella intentaba hacerse escuchar del exiguo y formal liberalismo criollo. Pero hoy la esperanza en una soluci6n eclesiástica es indiscutiblemente la mas rezagada y antihistórica de todas. Quienes la representan no se preocupan siquiera, como sus distantes -¡tan distantes!- maestros, de obtener una nueva declaración de los derechos del indio, con adecuadas autoridades y ordenanzas, sino de encargar al misionero la función de mediar entre el indio y el gamonal7 . La obra de la Iglesia no pudo realizar en un orden medioeval, cuando su capacidad espiritual e intelectual podía medirse por frailes como el padre de Las Casas, ¿con que elementos contaría para prosperar ahora? Las misiones adventistas, bajo este aspecto, han ganado la delantera al clero católico, cuyos claustros convocan cada día menor suma de vocaciones de evangelización. El concepto de que el problema del indio es un problema de educación, no aparece sufragado ni aun por un criterio estricta y autónomamente pedagógico. La pedagogía tiene hoy mas en cuenta que nunca los factores sociales y económicos. El pedagogo moderno sabe perfectamente que la educación no es una mera cuestión de escuela y métodos didácticos. El medio económico social condiciona inexorablemente la labor del maestro. El gamonalismo es fundamentalmente adverso a la educación del indio: su subsistencia tiene en el mantenimiento de la ignorancia del indio el mismo interés que en el cultivo de su alcoholismo8 . La escuela moderna, -en el supuesto de que, dentro de las circunstancias vigentes, fuera posible multiplicarla en proporción a la población escolar campesina-, es incompatible con el latifundio feudal. La mecánica de la servidum- bre, anularía totalmente la acción de la escuela, si esta misma, por un milagro inconcebible dentro de la realidad social, consiguiera conservar, en la atmósfera del feudo, su pura misión pedagógica. La mas eficiente y grandiosa enseñanza normal no podía operar estos milagros. La escuela y el maestro están irremisiblemente condenados a desnaturalizarse bajo la presión del ambiente feudal, inconciliable con la mas elemental concepción progresista o evolucionista de las cosas. Cuando se comprende a medias esta verdad, se descubre la fórmula salvadora en los internados indígenas. Mas la insuficiencia clamorosa de esta fórmula se muestra en toda su evidencia, apenas se reflexiona en el insignificante porcentaje de la población escolar indígena que resulta posible alojar en estas escuelas. La solución pedagógica, propugnada por muchos con perfecta buena fe, esta ya hasta oficialmente descartada. Los educacionistas son, repito, los que menos pueden pensar en independizarla de la realidad económico-social. No existe, pues, en la actualidad, sino como una sugestión vaga e informe, de la que ningún cuerpo y ninguna doctrina se hace responsable. El nuevo planteamiento consiste en buscar el problema indígena en el problema de la tierra. II. SUMARIA REVISIÓN HISTÓRICA La población del Imperio Inkaico, conforme a cálculos prudentes, no era menor de diez millones. Hay quienes la hacen subir a doce y aun a quince millones. La Con- Los orígenes del marxismo en América Latina 15 quista fue, ante todo, una tremenda carnicería. Los conquistadores españoles, por su escaso número, no podían imponer su dominio sino aterrorizando a la población indígena, en la cual produjeron una impresión supersticiosa las armas y los caballos de los invasores, mirados como seres sobrenaturales. La organización política y económica de la Colonia, que siguió a la Conquista, no puso término al exterminio de la raza indígena. El Virreinato estableció un régimen de brutal explotación. La codicia de los metales preciosos, orientó la actividad económica española hacia la explotación de las minas que, bajo los inkas, habían sido trabajadas en muy modesta escala, en razón de no tener el oro y la plata sino aplicaciones ornamentales y de ignorar los indios, que componían un pueblo esencialmente agrícola, el empleo del hierro. Establecieron los españoles, para la explotación de las minas y los «obrajes», un sistema abrumador de trabajos forzados y gratuitos, que diezmó la población aborigen. Esta no quedó así reducida sólo a un estado de servidumbre como habría acontecido si los españoles se hubiesen limitado a la explotación de las tierras conservando el carácter agrario del país _ sino, en gran parte, a un estado de esclavitud. No faltaron voces humanitarias y civilizadoras que asumieron ante el Rey de España la defensa de los indios. El padre de Las Casas sobresalió eficazmente en esta defensa. Las Leyes de Indias se inspiraron en propósitos de protección de los indios, reconociendo su organización típica en «comunidades». Pero, prácticamente, los 16 indios continuaron a merced de una feudalidad despiadada que destruyó la sociedad y la economía inkaicas, sin sustituirlas con un orden capaz de organizar progresivamente la producción. La tendencia de los españoles a establecerse en la Costa ahuyentó de esta región a los aborígenes a tal punto que se carecía de brazos para el trabajo. El Virreinato quiso resolver este problema mediante la importación de esclavos negros, gente que resulto adecuada al clima y las fatigas de los valles o llanos cálidos de la costa, e inaparente, en cambio, para el trabajo de las minas, situadas en la Sierra fría. El esclavo negro reforzó la dominación española que a pesar de la despoblación indígena, se habría sentido de otro modo demográficamente demasiado débil frente al indio, aunque sometido, hostil y enemigo. El negro fue dedicado al servicio doméstico y a los oficios. El blanco se mezcló fácilmente con el negro, produciendo este mestizaje uno de los tipos de población costeña con características de mayor adhesión a lo español y mayor resistencia a lo indígena. La Revolución de la Independencia no constituyó, como se sabe, un movimiento indígena. La promovieron y usufructuaron los criollos y aun los españoles de las colonias. Pero aprovechó el apoyo de la masa indígena. Y, además, algunos indios ilustrados como Pumacahua, tuvieron en su gestación parte importante. El programa liberal de la Revolución comprendía lógicamente la redención del indio, consecuencia automática de la aplicación de sus postulados Los orígenes del marxismo en América Latina igualitarios. Y, así, entre los primeros actos de la República, se contaron varias leyes y decretos favorables a los indios. Se ordenó el reparto de tierras, la abolición de los trabajos gratuitos, etc.; pero no representando la revolución en el Perú el advenimiento de una nueva clase dirigente, todas estas disposiciones quedaron sólo escritas, faltas de gobernantes capaces de actuarlas. La aristocracia latifundista de la Colonia, dueña del poder, conservó intactos sus derechos feudales sobre la tierra y, por consiguiente, sobre el indio. Todas las disposiciones aparentemente enderezadas a protegerlo, no han podido nada contra la feudalidad subsistente hasta hoy. El Virreinato aparece menos culpable que la República. Al Virreinato le corresponde, originalmente, toda la responsabilidad de la miseria y la depresión de los indios. Pero, en ese tiempo inquisitorial, una gran voz cristiana, la de fray Bartolomé de Las Casas, defendió vibrantemente a los indios contra los métodos brutales de los colonizadores. No ha habido en la República un defensor tan eficaz y tan porfiado de la raza aborigen. Mientras el Virreinato era un régimen medioeval y extranjero, la República es formalmente un régimen peruano y liberal. Tiene, por consiguiente, la República deberes que no tenía el Virreinato. A la República le tocaba elevar la condición del indio. Y contrariando este deber, la República ha pauperizado al indio, ha agravado su depresión y ha exasperado su miseria. La República ha significado para los indios la ascensión de una nueva clase dominante que se ha apropiado sistemáticamente de sus tierras. En una raza de costumbre y de alma agrarias, como la raza indígena, este despojo ha constituido una causa de disolución material y moral. La tierra ha sido siempre toda la alegría del indio. El indio ha desposado la tierra. Siente que «la vida viene de la tierra» y vuelve a la tierra. Por ende, el indio puede ser indiferente a todo, menos a la posesión de la tierra que sus manos y su aliento labran y fecundan religiosamente. La feudalidad criolla se ha comportado, a este respecto, más ávida y más duramente que la feudalidad española. En general, en el «encomendero» español había frecuentemente algunos hábitos nobles de señorío. El «encomendero» criollo tiene todos los defectos del plebeyo y ninguna de las virtudes del hidalgo. La servidumbre del indio, en suma, no ha disminuido bajo la República. Todas las revueltas, todas las tempestades del indio, han sido ahogadas en sangre. A las reivindicaciones desesperadas del indio les ha sido dada siempre una respuesta marcial. El silencio de la puna ha guardado luego el trágico secreto de estas respuestas. La República ha restaurado, en fin, bajo el título de conscripción vial, el régimen de las «mitas». La República, además, es responsable de haber aletargado y debilitado las energías de la raza. La causa de la redención del indio se convirtió bajo la República, en una especulación demagógica de algunos caudillos. Los partidos criollos la inscribieron en su programa. Disminuyeron así en los indios la voluntad de luchar por sus reivindicaciones. En la Sierra, la región habitada principalmente por los indios, subsiste apenas modificada en sus lineamientos, la más bárbara y omnipotente feudalidad. El dominio de la tierra coloca en manos de los gamonales, la suerte de la raza indígena, caída en un grado extremo de depresión y de ignorancia. Además de la agricultura, trabajada muy primitivamente, la Sierra peruana presenta otra actividad económica: la minería, casi totalmente en manos de dos grandes empresas norteamericanas. En las minas rige el salariado; pero la paga es ínfima, la defensa de la vida del obrero casi nula, la ley de accidentes de trabajo burlada. El sistema del «enganche», que por medio de anticipos falaces esclaviza al obrero, coloca a los indios a merced de estas empresas capitalistas. Es tanta la miseria a que los condena la feudalidad agraria, que los indios encuentran preferible, con todo, la suerte que les ofrecen las minas. La propagación en el Perú de las ideas socialistas ha traído como consecuencia un fuerte movimiento de reivindicación indígena. La nueva generación peruana siente y sabe que el progreso del Perú será ficticio, o por lo menos no será peruano, mientras no constituya la obra y no signifique el bienestar de la masa peruana que en sus cuatro quintas partes es indígena y campesina. Este mismo movimiento se manifiesta en el arte y en la literatura nacionales en los cuales se nota una creciente revalorización de las formas y asuntos autóctonos, antes depreciados por el predominio de un espíritu y una mentalidad coloniales españolas. La litera- tura indigenista parece destinada a cumplir la misma función que la literatura «mujikista» en el período pre-revolucionario ruso. Los propios indios empiezan a dar señales de una nueva conciencia. Crece día a día la articulación entre los diversos núcleos indígenas antes incomunicados por las enormes distancias. Inició esta vinculación, la reunión periódica de congresos indígenas, patrocinada por el Gobierno, pero como el carácter de sus reivindicaciones se hizo pronto revolucionario, fue desnaturalizada luego con la exclusión de los elementos avanzados y la leva de representaciones apócrifas. La corriente indigenista presiona ya la acción oficial. Por primera vez el Gobierno se ha visto obligado a aceptar y proclamar puntos de vista indigenistas, dictando algunas medidas que no tocan los intereses del gamonalismo y que resultan por esto ineficaces. Por primera vez también el problema indígena, escamoteado antes por la retórica de las clases dirigentes, es planteado en sus términos sociales y económicos, identificándosele ante todo con el problema de la tierra. Cada día se impone, con más evidencia, la convicción de que este problema no puede encontrar su solución en una fórmula humanitaria. No puede ser la consecuencia de un movimiento filantrópico. Los patronatos de caciques y de rábulas son una befa. Las ligas del tipo de la extinguida Asociación ProIndígena son una voz que clama en el desierto. La Asociación Pro-Indígena no llegó en su tiempo a convertirse en un movimiento. Su acción se redujo gradualmente a la acción generosa, abnegada, nobilísima, per- Los orígenes del marxismo en América Latina 17 sonal de Pedro S. Zulen y Dora Mayer. Como experimento, el de la Asociación Pro-Indígena sirvió para contrastar, para medir, la insensibilidad moral de una generación y de una época. La solución del problema del indio tiene que ser una solución social. Sus realizadores deben ser los propios indios. Este concepto conduce a ver en la reunión de los congresos indígenas un hecho histórico. Los congresos indígenas, desvirtuados en los últimos años por el burocratismo, no representaban todavía un programa; pero sus primeras reuniones señalaron una ruta comunicando a los indios de las diversas regiones. A los indios les falta vinculación nacional. Sus protestas han sido siempre regionales. Esto ha contribuido, en gran parte, a su abatimiento. Un pueblo de cuatro millones de hombres, consciente de su número, no desespera nunca de su porvenir. Los mismos cuatro millones de hombres, mientras no son sino una masa orgánica, una muchedumbre dispersa, son incapaces de decidir su rumbo histórico. 1 En el prólogo de Tempestad en los Andes de Valcarcel, vehemente y beligerante evangelio indigenista, he explicado así mi punto de vista: «La fe en el resurgimiento indígena no proviene de un proceso de «occidentalización» material de la tierra quechua. No es la civilización, no es el alfabeto del blanco, lo que levanta el alma del indio. Es el mito, es la idea de la revolución socialista. La esperanza indígena es absolutamente revolucionaria. El mismo mito, la misma idea, son agentes decisivos del despertar de otros viejos pueblos, de otras viejas razas en colapso: hindúes, chinos, etc. La historia universal 18 tiende hoy como nunca a regirse por el mismo cuadrante. ¡Por que ha de ser el pueblo inkaico, que construyó el mas desarrollado y armónico sistema comunista, el único insensible a la emoción mundial! La consanguinidad del movimiento indigenista con las corrientes revolucionarias mundiales es demasiado evidente para que precise documentarla. Yo he dicho ya que he llegado al entendimiento y a la valorización justa de lo indígena por la vía del socialismo. El caso de Valcarcel demuestra lo exacto de mi experiencia personal. Hombre de diversa formación intelectual, influido por sus gustos tradicionalistas, orientado por distinto genero de sugestiones y estudios, Valcarcel resuelve políticamente su indigenismo en socialismo. En este libro nos dice, entre otras cosas, que «el proletariado indígena espera su Lenin». No sena diferente el lenguaje de un marxista. La reivindicación indígena carece de concreción histórica mientras se mantiene en un piano filosófico o cultural. Para adquirirla esto es para adquirir realidad, corporeidad- necesita convertirse en reivindicación económica y política. EI socialismo nos ha enseñado a plantear el problema indígena en nuevos términos. Hemos dejado de considerarlo abstractamente como problema étnico o moral para reconocerlo concretamente como problema social, económico y político. Y entonces lo hemos sentido, por primera vez, esclarecido y demarcado. Los que no han roto todavía el cerco de su educación liberal burguesa y, colocándose en una posición abstractista y literaria, se entretienen en barajar los aspectos raciales del problema, olvidan que la política y, por tanto la economía, lo dominan fundamentalmente. Emplean un lenguaje pseudoidealista para escamotear la realidad disimulándola bajo sus atributos y consecuencias. Oponen a la dialéctica revolucionaria un confuso galimatías critico, conforme al cual la solución del problema indígena no puede partir de una reforma o hecho político porque a los efectos inmediatos de este escaparía una compleja multitud de costumbres y vicios que solo pueden transformarse a través de una evolución lenta y normal. La historia, afortunadamente, resuelve todas las dudas y desvanece todos los equívocos. La Conquista fue un hecho político. Interrumpió bruscamente el proceso autónomo de la nación quechua, pero no implico una repentina sustitución de las leyes y costumbres de los nativos por las de los conquistadores. Sin embargo, ese hecho político abrió, en todos los ordenes de cosa, así espirituales como materiales, un nuevo periodo. EI cambio de régimen bastó para mudar desde sus cimientos la vida del pueblo quechua. La Independencia fue otro hecho político. Tampoco correspondió a una radical transformación de la estructura económica y social del Perú; pero inauguro, no obstante, otro periodo de nuestra historia, y si no mejoró prácticamente la condición del indígena, por no haber tocado casi la infraestructu- Los orígenes del marxismo en América Latina ra económica colonial, cambio su situación jurídica, y franqueó el camino de su emancipación política y social. Si la Republica no siguió este camino, la responsabilidad de la omisión corresponde exclusivamente a la clase que usufructuó la obra de los libertadores tan rica potencialmente en valores y principios creadores: El problema indígena no admite y a la mitificación a que perpetuamente lo ha sometido una turba de abogados y literatos, consciente o inconscientemente mancomunados con los intereses de la casta latifundista. La miseria moral y material de la raza indígena aparece demasiado netamente como una simple consecuencia del régimen económico y social que sobre ella pesa desde hace siglos. Este régimen sucesor de la feudalidad colonial, es el «gamonalismo». Bajo su imperio, no se puede hablar seriamente de redención del indio. El termino «gamonalismo» no designa solo una categoría social y económica: la de los latifundistas o grandes propietarios agrarios. Designa todo un fenómeno. EI gamonalismo no esta representado solo por los gamonales propiamente dichos. Comprende una larga jerarquía de funcionarios, intermediarios, agentes, parásitos, etc. EI indio alfabeto se transforma en un explotador de su propia raza porque se pone al servicio del gamonalismo. El factor central del fenómeno es la hegemonía de la gran propiedad semifeudal en la política y el mecanismo del Estado. Por consiguiente, es sobre este factor sobre el que se debe actuar si se quiere atacar en su raíz un mal del cual algunos se empeñan en no contemplar sino las expresiones episódicas o subsidiarias. Esa liquidación del gamonalismo, o de la feudalidad, podía haber sido realizada por la Republica dentro de los principios liberales y capitalistas. Pero por las razones que llevo ya señaladas estos principios no han dirigido efectiva y plenamente nuestro proceso histórico. Saboteados por la propia clase encargada de aplicarlos, durante mas de un siglo han sido impotentes para redimir al indio de una servidumbre que constituía un hecho absolutamente solidario con el de la feudalidad. No es el caso de esperar que hoy, que estos principios están en crisis en el mundo, adquieran repentinamente en el Perú una insólita vitalidad creadora. El pensamiento revolucionario, y aun el reformista, no puede ser ya liberal sino socialista. El socialismo aparece en nuestra historia no por una razón de azar, de imitación o de moda, como espíritus superficiales suponen, sino como una fatalidad histórica. Y sucede que mientras, de un lado, los que profesamos el socialismo propugnamos lógicamente y coherentemente la reorganización del país sobre bases socialistas y -constatando que el régimen económico y político que combatimos se ha convertido gradualmente en una fuerza de colonización del país por los capitalismos imperialistas extranjeros-, proclamamos que este es un instante de nues- tra historia en que no es posible ser efectivamente nacionalista y revolucionario sin ser socialista, de otro lado no existe en el Perú, como no ha existido nunca, una burguesía progresista, con sentido nacional, que se profese liberal y democrática y que inspire su política en los postulados de su doctrina». 2 Gonzalez Prada, que ya en uno de sus primeros discursos de agitador intelectual había dicho que formaban el verdadero Perú los millones de indios de los valles andinos, en el capitulo «Nuestros indios» incluido en la ultima edición de Horas de Lucha, tiene juicios que lo señalan como el precursor de una nueva conciencia social: «Nada cambia mas pronto ni mas radicalmente la psicología del hombre que la propiedad: al sacudir la esclavitud del viente, crece en cien palmos. Con solo adquirir algo el individuo asciende algunos peldaños en la escala social, porque las clases se reducen a grupos clasificados por el monto de la riqueza. A la inversa del globo aerostático, sube mas el que mas pesa. AI que diga: la escuela, respóndasele: la escuela y el pan. La cuestión del indio, mas que pedagógica, es económica, es social» . 3 »Sostener la condición económica del indio -escribe Encinas- es el mejor modo de elevar su condición social. Su fuerza económica se encuentra en la tierra, allí se encuentra toda su actividad. Retirarlo de la tierra es variar, profunda y peligrosamente, ancestrales tendencias de la raza. No hay como el trabajo de la tierra para mejorar sus condiciones económicas. En ninguna otra parte, ni en ninguna otra forma puede encontrar mayor fuente de riqueza como en la tierra» (Contribución a una legislación tutelar indígena, p. 39). Encinas, en otra parte, dice: «Las instituciones jurídicas relativas a la propiedad tienen su origen en las necesidades económicas. Nuestro Código Civil no está en armonía con los principios económicos, porque es individualista en lo que se refiere a la propiedad. La ilimitación del derecho de propiedad ha creado el latifundio con detrimento de la propiedad indígena. La propiedad del suelo improductivo ha creado la enfeudación de la raza y su miseria» (p. 13). 4 mismo interesante balance de la Pro-Indígena, Dora Mayer piensa que esta asociación trabajó, sobre todo, por la formación de un sentido de responsabilidad. «Dormida estaba -anota- a los cien años de la emancipación republicana del Perú, la conciencia de los gobernantes, la conciencia de los gamonales, la conciencia del clero, la conciencia del publico ilustrado y semi ilustrado, respecto a sus obligaciones para con la población que no solo merecía un filantrópico rescate de vejámenes inhumanos, sino a la cual el patriotismo peruano debía un resarcimiento de honor nacional, porque la Raza Inkaica había descendido a escarnio de propios y extraños». El mejor resultado de la Pro-Indígena resulta sin embargo, según el leal testimonio de Dora Mayer, su influencia en el despertar indígena. «Lo que era deseable que sucediera, estaba sucediendo; que los indígenas mismos, saliendo de la tutela de las clases ajenas concibieran los medios de su reivindicación». 6 Obra citada 7 «Solo el misionero -escribe el señor José León y Bueno, uno de los lideres de la «Acción Social de la Juventud»puede redimir y restituir al indio. Siendo el intermediario incansable entre el gamonal y el colono, entre el latifundista y el comunero, evitando las arbitrariedades del Gobernador que obedece sobre todo al interés político del cacique criollo; explicando con sencillez la lección objetiva de la naturaleza e interpretando la vida en su fatalidad y en su libertad; condenando el desborde sensual de las muchedumbres en las fiestas; segando la incontinencia en sus mismas fuentes y revelando a la raza su misión excelsa, puede devolver al Perú su unidad, su dignidad y su fuerza» (Boletín de la A. S. J., Mayo de 1925). 8 Es demasiado sabido que la producción -y también el contrabando- de aguardiente de cana, constituye uno de los mas lucrativos negocios de los hacendados de la Sierra. Aun los de la Costa, explotan en cierta escala este filón. EI alcoholismo del peón y del colono resulta indispensable a la prosperidad de nuestra gran propiedad agrícola. Gonzalez Prada, Horas de Lucha, 2a. edición, «Nuestros indios». 5 Dora Mayer de Zulen resume así el carácter del experimento Pro-Indígena: «En fría concreción de datos prácticos la Asociación Pro-indígena significa para los historiadores lo que Mariátegui supone un experimento de rescate de la atrasada y esclavizada Raza Indígena por medio de un cuerpo protector extraño a ella, que gratuitamente y por vías legales ha procurado servirle como abogado en sus reclamos ante los Poderes del Estado». Pero, como aparece en el Los orígenes del marxismo en América Latina 19 20 Los orígenes del marxismo en América Latina JOSE CARLOS MARIATEGUI el problema de la tierra Escrito: En 1928. Primera Edición: En 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana, Biblioteca Amauta, Lima, 1928. EL PROBLEMA AGRARIO Y EL PROBLEMA DEL INDIO QUIENES DESDE PUNTOS de vista socialistas estudiamos y definimos el problema del indio, empezamos por declarar absolutamente superados los puntos de vista humanitarios o filantrópicos, en que, como una prolongación de la apostólica batalla del padre de Las Casas, se apoyaba la antigua campaña pro-indígena. Nuestro primer esfuerzo tiende a establecer su carácter de problema fundamentalmente económico. Insurgimos primeramente, contra la tendencia instintiva -y defensiva- del criollo o «misti», a reducirlo a un problema exclusivamente administrativo, pedagógico, étnico o moral, para escapar a toda costa del plano de la economía. Por esto, el más absurdo de los reproches que se nos pueden dirigir es el de lirismo o literaturismo. Colocando en primer plano el problema económico-social, asumimos la actitud menos lírica y menos literaria posible. No nos contentamos con reivindicar el derecho del indio a la educación, a la cultura, al progreso, al amor y al cielo. Comenzamos por reivindicar, categóricamente, su derecho a la tierra. Esta reivindicación perfectamente materialista, debería bastar para que no se nos confundiese con los herederos o repetidores del verbo evangélico del gran fraile español, a quien, de otra parte, tanto materialismo no nos impide admirar y estimar fervorosamente. Y este problema de la tierra -cuya solidaridad con el problema del indio es demasiado evidente-, tampoco nos avenimos a atenuarlo o adelgazarlo oportunistamente. Todo lo contrario. Por mi parte, yo trato de plantearlo en términos absolutamente in- Los orígenes del marxismo en América Latina 21 equívocos y netos. El problema agrario se presenta, ante todo, como el problema de la liquidación de la feudalidad en el Perú. Esta liquidación debía haber sido realizada ya por el régimen demo-burgués formalmente establecido por la revolución de la independencia. Pero en el Perú no hemos tenido en cien años de república, una verdadera clase burguesa, una verdadera clase capitalista. La antigua clase feudal -camuflada o disfrazada de burguesía republicana- ha conservado sus posiciones. La política de desamortización de la propiedad agraria iniciada por la revolución de la Independencia -como una consecuencia lógica de su ideología-, no condujo al desenvolvimiento de la pequeña propiedad. La vieja clase terrateniente no había perdido su predominio. La supervivencia de un régimen de latifundistas produjo, en la práctica, el mantenimiento del latifundio. Sabido es que la desamortización atacó más bien a la comunidad. Y el hecho es que durante un siglo de república, la gran propiedad agraria se ha reforzado y engrandecido a despecho del liberalismo teórico de nuestra Constitución y de las necesidades prácticas del desarrollo de nuestra economía capitalista. Las expresiones de la feudalidad sobreviviente son dos: latifundio y servidumbre. Expresiones solidarias y consustanciales, cuyo análisis nos conduce a la conclusión de que no se puede liquidar la servidumbre, que pesa sobre la raza indígena, sin liquidar el latifundio. Planteado así el problema agrario del Perú, no se presta a deformaciones equívo- 22 cas. Aparece en toda su magnitud de problema económico-social -y por tanto político- del dominio de los hombres que actúan en este plano de hechos e ideas. Y resulta vano todo empeño de convertirlo, por ejemplo, en un problema técnico-agrícola del dominio de los agrónomos. Nadie ignora que la solución liberal de este problema sería, conforme a la ideología individualista, el fraccionamiento de los latifundios para crear la pequeña propiedad. Es tan desmesurado el desconocimiento, que se constata a cada paso, entre nosotros, de los principios elementales del socialismo, que no será nunca obvio ni ocioso insistir en que esta fórmula -fraccionamiento de los latifundios en favor de la pequeña propiedadno es utopista, ni herética, ni revolucionaria, ni bolchevique, ni vanguardista, sino ortodoxa, constitucional, democrática, capitalista y burguesa. Y que tiene su origen en el ideario liberal en que se inspiran los Estatutos constitucionales de todos los Estados demo-burgueses. Y que en los países de la Europa Central y Oriental -donde la crisis bélica trajo por tierra las últimas murallas de la feudalidad, con el consenso del capitalismo de Occidente que desde entonces opone precisamente a Rusia este bloque de países anti-bolcheviques-, en Checoslovaquia, Rumania, Polonia, Bulgaria, etc., se ha sancionado leyes agrarias que limitan, en principio, la propiedad de la tierra, al máximum de 500 hectáreas. Congruentemente con mi posición ideológica, yo pienso que la hora de ensayar en el Perú el método liberal, la fórmula indivi- Los orígenes del marxismo en América Latina dualista, ha pasado ya. Dejando aparte las razones doctrinales, considero fundamentalmente este factor incontestable y concreto que da un carácter peculiar a nuestro problema agrario: la supervivencia de la comunidad y de elementos de socialismo práctico en la agricultura y la vida indígenas. Pero quienes se mantienen dentro de la doctrina demo-liberal -si buscan de veras una solución al problema del indio, que redima a éste, ante todo, de su servidumbre-, pueden dirigir la mirada a la experiencia checa o rumana, dado que la mexicana, por su inspiración y su proceso, les parece un ejemplo peligroso. Para ellos es aún tiempo de propugnar la fórmula liberal. Si lo hicieran, lograrían, al menos, que en el debate del problema agrario provocado por la nueva generación, no estuviese del todo ausente el pensamiento liberal, que, según la historia escrita, rige la vida del Perú desde la fundación de la República. COLONIALISMO = FEUDALISMO El problema de la tierra esclarece la actitud vanguardista o socialista, ante las supervivencias del Virreinato. El «perricholismo» literario no nos interesa sino como signo o reflejo del colonialismo económico. La herencia colonial que queremos liquidar no es, fundamentalmente, la de «tapadas» y celosías, sino la del régimen económico feudal, cuyas expresiones son el gamonalismo, el latifundio y la servidumbre. La literatura colonialista -evocación nostálgica del Virreinato y de sus fastos-, no es para mí sino el mediocre producto de un espíritu engendrado y alimentado por ese régimen. El Virreinato no sobrevive en el «perricholismo» de algunos trovadores y algunos cronistas. Sobrevive en el feudalismo, en el cual se asienta, sin imponerle todavía su ley, un capitalismo larvado e incipiente. No renegamos, propiamente, la herencia española; renegamos la herencia feudal. España nos trajo el Medioevo: inquisición, feudalidad, etc. Nos trajo luego, la Contrarreforma: espíritu reaccionario, método jesuítico, casuismo escolástico. De la mayor parte de estas cosas, nos hemos ido liberando, penosamente, mediante la asimilación de la cultura occidental, obtenida a veces a través de la propia España. Pero de su cimiento económico, arraigado en los intereses de una clase cuya hegemonía no canceló la revolución de la independencia, no nos hemos liberado todavía. Los raigones de la feudalidad están intactos. Su subsistencia es responsable, por ejemplo, del retardamiento de nuestro desarrollo capitalista. El régimen de propiedad de la tierra determina el régimen político y administrativo de toda nación. El problema agrario -que la República no ha podido hasta ahora resolver- domina todos los problemas de la nuestra. Sobre una economía semifeudal no pueden prosperar ni funcionar instituciones democráticas y liberales. En lo que concierne al problema indígena, la subordinación al problema de la tierra resulta más absoluta aún, por razones especiales. La raza indígena es una raza de agricultores. El pueblo inkaico era un pueblo de campesinos, dedicados ordinariamente a la agricultura y el pastoreo. Las industrias, las artes, tenían un carácter doméstico y rural. En el Perú de los Inkas era más cierto que en pueblo alguno el principio de que «la vida viene de la tierra». Los trabajos públicos, las obras colectivas más admirables del Tawantinsuyo, tuvieron un objeto militar, religioso o agrícola. Los canales de irrigación de la sierra y de la costa, los andenes y terrazas de cultivo de los Andes, quedan como los mejores testimonios del grado de organización económica alcanzado por el Perú inkaico. Su civilización se caracterizaba, en todos sus rasgos dominantes, como una civilización agraria. «La tierra -escribe Valcárcel estudiando la vida económica del Tawantinsuyo- en la tradición regnícola, es la madre común: de sus entrañas no sólo salen los frutos alimenticios, sino el hombre mismo. La tierra depara todos los bienes. El culto de la Mama Pacha es par de la heliolatría, y como el sol no es de nadie en particular, tampoco el planeta lo es. Hermanados los dos conceptos en la ideología aborigen, nació el agrarismo, que es propiedad comunitaria de los campos y religión universal del astro del día»1 . Al comunismo inkaico -que no puede ser negado ni disminuido por haberse desenvuelto bajo el régimen autocrático de los Inkas-, se le designa por esto como comunismo agrario. Los caracteres fundamentales de la economía inkaica -según César Ugarte, que define en general los rasgos de nuestro proceso con suma ponderación-, eran los siguientes: «Propiedad colectiva de la tierra cultivable por el ‘ayllu’ o conjunto de familias emparentadas, aunque dividida en lotes individuales intransferibles; propiedad colectiva de las aguas, tierras de pasto y bosques por la marca o tribu, o sea la federación de ayllus establecidos alrededor de una misma aldea; cooperación común en el trabajo; apropiación individual de las cosechas y frutos 2 «. La destrucción de esta economía -y por ende de la cultura que se nutría de su savia- es una de las responsabilidades menos discutibles del coloniaje, no por haber constituido la destrucción de las formas autóctonas, sino por no haber traído consigo su sustitución por formas superiores. El régimen colonial desorganizó y aniquiló la economía agraria inkaica, sin reemplazarla por una economía de mayores rendimientos. Bajo una aristocracia indígena, los nativos componían una nación de diez millones de hombres, con un Estado eficiente y orgánico cuya acción arribaba a todos los ámbitos de su soberanía; bajo una aristocracia extranjera, los nativos se redujeron a una dispersa y anárquica masa de un millón de hombres, caídos en la servidumbre y el «felahísmo». El dato demográfico es, a este respecto, el más fehaciente y decisivo. Contra todos los reproches que -en el nombre de conceptos liberales, esto es modernos, de libertad y justicia- se puedan hacer al régimen inkaico, está el hecho histórico -positivo, material- de que aseguraba la subsistencia Los orígenes del marxismo en América Latina 23 y el crecimiento de una población que, cuando arribaron al Perú los conquistadores, ascendía a diez millones y que, en tres siglos de dominio español, descendió a un millón. Este hecho condena al coloniaje y no desde los puntos de vista abstractos o teóricos o morales -o como quiera calificárseles- de la justicia, sino desde los puntos de vista prácticos, concretos y materiales de la utilidad. El coloniaje, impotente para organizar en el Perú al menos una economía feudal, injertó en ésta elementos de economía esclavista. LA POLÍTICA DEL COLONIAJE: DESPOBLACIÓN Y ESCLAVITUD Que el régimen colonial español resultara incapaz de organizar en el Perú una economía de puro tipo feudal se explica claramente. No es posible organizar una economía sin claro entendimiento y segura estimación, si no de sus principios, al menos de sus necesidades. Una economía indígena, orgánica, nativa, se forma sola. Ella misma determina espontáneamente sus instituciones. Pero una economía colonial se establece sobre bases en parte artificiales y extranjeras, subordinada al interés del colonizador. Su desarrollo regular depende de la aptitud de éste para adaptarse a las condiciones ambientales o para transformarlas. El colonizador español carecía radicalmente de esta aptitud. Tenía una idea, un poco fantástica, del valor económico de los tesoros de la naturaleza, pero no tenía casi idea alguna del valor económico del hombre. La práctica de exterminio de la población indígena y de destrucción de sus insti- 24 tuciones -en contraste muchas veces con las leyes y providencias de la metrópoliempobrecía y desangraba al fabuloso país ganado por los conquistadores para el Rey de España, en una medida que éstos no eran capaces de percibir y apreciar. Formulando un principio de la economía de su época, un estadista sudamericano del siglo XIX debía decir más tarde, impresionado por el espectáculo de un continente semidesierto: «Gobernar es poblar». El colonizador español, infinitamente lejano de este criterio, implantó en el Perú un régimen de despoblación. La persecución y esclavizamiento de los indios deshacía velozmente un capital subestimado en grado inverosímil por los colonizadores: el capital humano. Los españoles se encontraron cada día más necesitados de brazos para la explotación y aprovechamiento de las riquezas conquistadas. Recurrieron entonces al sistema más antisocial y primitivo de colonización: el de la importación de esclavos. El colonizador renunciaba así, de otro lado, a la empresa para la cual antes se sintió apto el conquistador: la de asimilar al indio. La raza negra traída por él le tenía que servir, entre otras cosas, para reducir el desequilibrio demográfico entre el blanco y el indio. La codicia de los metales preciosos absolutamente lógica en un siglo en que tierras tan distantes casi no podían mandar a Europa otros productos-, empujó a los españoles a ocuparse preferentemente en la minería. Su interés pugnaba por convertir en un pueblo minero al que, bajo sus inkas y desde sus más remotos orígenes, había sido Los orígenes del marxismo en América Latina un pueblo fundamentalmente agrario. De este hecho nació la necesidad de imponer al indio la dura ley de la esclavitud. El trabajo del agro, dentro de un régimen naturalmente feudal, hubiera hecho del indio un siervo vinculándolo a la tierra. El trabajo de las minas y las ciudades, debía hacer de él un esclavo. Los españoles establecieron, con el sistema de las mitas, el trabajo forzado, arrancando al indio de su suelo y de sus costumbres. La importación de esclavos negros que abasteció de braceros y domésticos a la población española de la costa, donde se encontraba la sede y corte del Virreinato, contribuyó a que España no advirtiera su error económico y político. El esclavismo se arraigó en el régimen, viciándolo y enfermándolo. El profesor Javier Prado, desde puntos de vista que no son naturalmente los míos, arribó en su estudio sobre el estado social del Perú del coloniaje a conclusiones que contemplan precisamente un aspecto de este fracaso de la empresa colonizadora: «Los negros -dice- considerados como mercancía comercial, e importados a la América, como máquinas humanas de trabajo, debían regar la tierra con el sudor de su frente; pero sin fecundarla, sin dejar frutos provechosos. Es la liquidación constante siempre igual que hace la civilización en la historia de los pueblos: el esclavo es improductivo en el trabajo como lo fue en el Imperio Romano y como lo ha sido en el Perú; y es en el organismo social un cáncer que va corrompiendo los sentimientos y los ideales nacionales. De esta suerte ha desaparecido el esclavo en el Perú, sin dejar los campos cultivados; y después de haberse vengado de la raza blanca, mezclando su sangre con la de ésta, y rebajando en ese contubernio el criterio moral e intelectual, de los que fueron al principio sus crueles amos, y más tarde sus padrinos, sus compañeros y sus hermanos»3 . La responsabilidad de que se puede acusar hoy al coloniaje, no es la de haber traído una raza inferior -éste era el reproche esencial de los sociólogos de hace medio siglo-, sino la de haber traído con los esclavos, la esclavitud, destinada a fracasar como medio de explotación y organización económicas de la colonia, a la vez que a reforzar un régimen fundado sólo en la conquista y en la fuerza. El carácter colonial de la agricultura de la costa, que no consigue aún librarse de esta tara, proviene en gran parte del sistema esclavista. El latifundista costeño no ha reclamado nunca, para fecundar sus tierras, hombres sino brazos. Por esto, cuando le faltaron los esclavos negros, les buscó un sucedáneo en los culis chinos. Esta otra importación típica de un régimen de «encomenderos» contrariaba y entrababa como la de los negros la formación regular de una economía liberal congruente con el orden político establecido por la revolución de la independencia. César Ugarte lo reconoce en su estudio ya citado sobre la economía peruana, afirmando resueltamente que lo que el Perú necesitaba no era «brazos» sino «hombres»4 . EL COLONIZADOR ESPAÑOL La incapacidad del coloniaje para organizar la economía peruana sobre sus naturales bases agrícolas, se explica por el tipo de colonizador que nos tocó. Mientras en Norteamérica la colonización depositó los gérmenes de un espíritu y una economía que se plasmaban entonces en Europa y a los cuales pertenecía el porvenir, a la América española trajo los efectos y los métodos de un espíritu y una economía que declinaban ya y a los cuales no pertenecía sino el pasado. Esta tesis puede parecer demasiado simplista a quienes consideran sólo su aspecto de tesis económica y, supérstites, aunque lo ignoren, del viejo escolasticismo retórico, muestran esa falta de aptitud para entender el hecho económico que constituye el defecto capital de nuestros aficionados a la historia. Me complace por esto encontrar en el reciente libro de José Vasconcelos Indología, un juicio que tiene el valor de venir de un pensador a quien no se puede atribuir ni mucho marxismo ni poco hispanismo. «Si no hubiese tantas otras causas de orden moral y de orden físico -escribe Vasconcelos- que explican perfectamente el espectáculo aparentemente desesperado del enorme progreso de los sajones en el Norte y el lento paso desorientado de los latinos del Sur, sólo la comparación de los dos sistemas, de los dos regímenes de propiedad, bastaría para explicar las razones del contraste. En el Norte no hubo reyes que estuviesen disponiendo de la tierra ajena como de cosa propia. Sin mayor gracia de parte de sus monarcas y más bien en cierto estado de rebelión moral contra el monarca inglés, los colonizadores del norte fueron desarrollando un sistema de propiedad privada en el cual cada quien pagaba el precio de su tierra y no ocupaba sino la extensión que podía cultivar. Así fue que en lugar de encomiendas hubo cultivos. Y en vez de una aristocracia guerrera y agrícola, con timbres de turbio abolengo real, abolengo cortesano de abyección y homicidio, se desarrolló una aristocracia de la aptitud que es lo que se llama democracia, una democracia que en sus comienzos no reconoció más preceptos que los del lema francés: libertad, igualdad, fraternidad. Los hombres del norte fueron conquistando la selva virgen, pero no permitían que el general victorioso en la lucha contra los indios se apoderase, a la manera antigua nuestra, ‘hasta donde alcanza la vista’. Las tierras recién conquistadas no quedaban tampoco a merced del soberano para que las repartiese a su arbitrio y crease nobleza de doble condición moral: lacayuna ante el soberano e insolente y opresora del más débil. En el Norte, la República coincidió con el gran movimiento de expansión y la República apartó una buena cantidad de las tierras buenas, creó grandes reservas sustraídas al comercio privado, pero no las empleó en crear ducados, ni en premiar servicios patrióticos, sino que las destinó al fomento de la instrucción popular. Y así, a medida que una población crecía, el aumento del valor de las tierras bastaba para asegurar el servicio de la enseñanza. Y cada vez que se levantaba una nueva ciudad en medio del desierto no era el régimen de con- Los orígenes del marxismo en América Latina 25 cesión, el régimen de favor el que privaba, sino el remate público de los lotes en que previamente se subdividía el plano de la futura urbe. Y con la limitación de que una sola persona no pudiera adquirir muchos lotes a la vez. De este sabio, de este justiciero régimen social procede el gran poderío norteamericano. Por no haber procedido en forma semejante, nosotros hemos ido caminando tantas veces para atrás»5 . La feudalidad es, como resulta del juicio de Vasconcelos, la tara que nos dejó el coloniaje. Los países que, después de la Independencia, han conseguido curarse de esa tara son los que han progresado; los que no lo han logrado todavía, son los retardados. Ya hemos visto cómo a la tara de la feudalidad, se juntó la tara del esclavismo. El español no tenía las condiciones de colonización del anglosajón. La creación de los EE. UU. se presenta como la obra del pioneer. España después de la epopeya de la conquista no nos mandó casi sino nobles, clérigos y villanos. Los conquistadores eran de una estirpe heroica; los colonizadores, no. Se sentían señores, no se sentían pioneers. Los que pensaron que la riqueza del Perú eran sus metales preciosos, convirtieron a la minería, con la práctica de las mitas, en un factor de aniquilamiento del capital humano y de decadencia de la agricultura. En el propio repertorio civilista encontramos testimonios de acusación. Javier Prado escribe que «el estado que presenta la agricultura en el virreinato del Perú es del todo lamentable debido al absurdo sistema económico mantenido por los españoles», y que de la 26 despoblación del país era culpable su régimen de explotación6 . El colonizador, que en vez de establecerse en los campos se estableció en las minas, tenía la psicología del buscador de oro. No era, por consiguiente, un creador de riqueza. Una economía, una sociedad, son la obra de los que colonizan y vivifican la tierra; no de los que precariamente extraen los tesoros de su subsuelo. La historia del florecimiento y decadencia de no pocas poblaciones coloniales de la sierra, determinados por el descubrimiento y el abandono de minas prontamente agotadas o relegadas, demuestra ampliamente entre nosotros esta ley histórica. Tal vez las únicas falanges de verdaderos colonizadores que nos envió España fueron las misiones de jesuitas y dominicos. Ambas congregaciones, especialmente la de jesuitas, crearon en el Perú varios interesantes núcleos de producción. Los jesuitas asociaron en su empresa los factores religioso, político y económico, no en la misma medida que en el Paraguay, donde realizaron su más famoso y extenso experimento, pero sí de acuerdo con los mismos principios. Esta función de las congregaciones no sólo se conforma con toda la política de los jesuitas en la América española, sino con la tradición misma de los monasterios en el Medioevo. Los monasterios tuvieron en la sociedad medioeval, entre otros, un rol económico. En una época guerrera y mística, se encargaron de salvar la técnica de los oficios y las artes, disciplinando y cultivando elementos sobre los cuales debía constituirse Los orígenes del marxismo en América Latina más tarde la industria burguesa. Jorge Sorel es uno de los economistas modernos que mejor remarca y define el papel de los monasterios en la economía europea, estudiando a la orden benedictina como el prototipo del monasterio-empresa industrial. «Hallar capitales -apunta Sorel- era en ese tiempo un problema muy difícil de resolver; para los monjes era asaz simple. Muy rápidamente las donaciones de ricas familias les prodigaron grandes cantidades de metales preciosos; la acumulación primitiva resultaba muy facilitada. Por otra parte los conventos gastaban poco y la estricta economía que imponían las reglas recuerda los hábitos parsimoniosos de los primeros capitalistas. Durante largo tiempo los monjes estuvieron en grado de hacer operaciones excelentes para aumentar su fortuna». Sorel nos expone, cómo «después de haber prestado a Europa servicios eminentes que todo el mundo reconoce, estas instituciones declinaron rápidamente» y cómo los benedictinos «cesaron de ser obreros agrupados en un taller casi capitalista y se convirtieron en burgueses retirados de los negocios, que no pensaban sino en vivir en una dulce ociosidad en la campiña»7 . Este aspecto de la colonización, como otros muchos de nuestra economía, no ha sido aún estudiado. Me ha correspondido a mí, marxista convicto y confeso, su constatación. Juzgo este estudio, fundamental para la justificación económica de las medidas que, en la futura política agraria, concernirán a los fundos de los conventos y congregaciones, porque establecerá concluyentemente la caducidad práctica de su dominio y de los títulos reales en que reposaba. LA «COMUNIDAD» BAJO EL COLONIAJE Las Leyes de Indias amparaban la propiedad indígena y reconocían su organización comunista. La legislación relativa a las «comunidades» indígenas, se adaptó a la necesidad de no atacar las instituciones ni las costumbres indiferentes al espíritu religioso y al carácter político del Coloniaje. El comunismo agrario del «ayllu», una vez destruido el Estado Inkaico, no era incompatible con el uno ni con el otro. Todo lo contrario. Los jesuitas aprovecharon precisamente el comunismo indígena en el Perú, en México y en mayor escala aún en el Paraguay, para sus fines de catequización. El régimen medioeval, teórica y prácticamente, conciliaba la propiedad feudal con la propiedad comunitaria. El reconocimiento de las comunidades y de sus costumbres económicas por las Leyes de Indias, no acusa simplemente sagacidad realista de la política colonial sino se ajusta absolutamente a la teoría y la práctica feudales. Las disposiciones de las leyes coloniales sobre la comunidad, que mantenían sin inconveniente el mecanismo económico de ésta, reformaban, en cambio, lógicamente, las costumbres contrarias a la doctrina católica (la prueba matrimonial, etc.) y tendían a convertir la comunidad en una rueda de su maquinaria administrativa y fiscal. La comunidad podía y debía subsistir, para la mayor gloria y provecho del Rey y de la Iglesia. Sabemos bien que esta legislación en gran parte quedó únicamente escrita. La propiedad indígena no pudo ser suficientemente amparada, por razones dependientes de la práctica colonial. Sobre este hecho están de acuerdo todos los testimonios. Ugarte hace las siguientes constataciones: «Ni las medidas previsoras de Toledo, ni las que en diferentes oportunidades trataron de ponerse en práctica, impidieron que una gran parte de la propiedad indígena pasara legal o ilegalmente a manos de los españoles o criollos. Una de las instituciones que facilitó este despojo disimulado fue la de las ‘Encomiendas’. Conforme al concepto legal de la institución, el encomendero era un encargado del cobro de los tributos y de la educación y cristianización de sus tributarios. Pero en la realidad de las cosas, era un señor feudal, dueño de vidas y haciendas, pues disponía de los indios como si fueran árboles del bosque y muertos ellos o ausentes, se apoderaba por uno u otro medio de sus tierras. En resumen, el régimen agrario colonial determinó la sustitución de una gran parte de las comunidades agrarias indígenas por latifundios de propiedad individual, cultivados por los indios bajo una organización feudal. Estos grandes feudos, lejos de dividirse con el transcurso del tiempo, se concentraron y consolidaron en pocas manos a causa de que la propiedad inmueble estaba sujeta a innumerables trabas y gravámenes perpetuos que la inmovilizaron, tales como los mayorazgos, las capellanías, las fundaciones, los patronatos y demás vinculaciones de la propiedad»8 . La feudalidad dejó análogamente subsistentes las comunas rurales en Rusia, país con el cual es siempre interesante el paralelo porque a su proceso histórico se aproxima el de estos países agrícolas y semifeudales mucho más que al de los países capitalistas de Occidente. Eugéne Schkaff, estudiando la evolución del mir en Rusia, escribe: «Como los señores respondían por los impuestos, quisieron que cada campesino tuviera más o menos la misma superficie de tierra para que cada uno contribuyera con su trabajo a pagar los impuestos; y para que la efectividad de éstos estuviera asegurada, establecieron la responsabilidad solidaria. El gobierno la extendió a los demás campesinos. Los repartos tenían lugar cuando el número de siervos había variado. El feudalismo y el absolutismo transformaron poco a poco la organización comunal de los campesinos en instrumento de explotación. La emancipación de los siervos no aportó, bajo este aspecto, ningún cambio»9 . Bajo el régimen de propiedad señorial, el mir ruso, como la comunidad peruana, experimentó una completa desnaturalización. La superficie de tierras disponibles para los comuneros resultaba cada vez más insuficiente y su repartición cada vez más defectuosa. El mir no garantizaba a los campesinos la tierra necesaria para su sustento; en cambio garantizaba a los propietarios la provisión de brazos indispensables para el trabajo de sus latifundios. Cuando en 1861 se abolió la servidumbre, los propietarios encontraron el modo de subrogarla reduciendo los lotes concedidos Los orígenes del marxismo en América Latina 27 a sus campesinos a una extensión que no les consintiese subsistir de sus propios productos. La agricultura rusa conservó, de este modo, su carácter feudal. El latifundista empleó en su provecho la reforma. Se había dado cuenta ya de que estaba en su interés otorgar a los campesinos una parcela, siempre que no bastara para la subsistencia de él y de su familia. No había medio más seguro para vincular el campesino a la tierra, limitando al mismo tiempo, al mínimo, su emigración. El campesino se veía forzado a prestar sus servicios al propietario, quien contaba para obligarlo al trabajo en su latifundio si no hubiese bastado la miseria a que lo condenaba la ínfima parcela- con el dominio de prados, bosques, molinos, aguas, etc. La convivencia de comunidad y latifundio en el Perú, está, pues, perfectamente explicada, no sólo por las características del régimen del Coloniaje sino también por la experiencia de la Europa feudal. Pero la comunidad, bajo este régimen, no podía ser verdaderamente amparada sino apenas tolerada. El latifundista le imponía la ley de su fuerza despótica sin control posible del Estado. La comunidad sobrevivía, pero dentro de un régimen de servidumbre. Antes había sido la célula misma del Estado que le aseguraba el dinamismo necesario para el bienestar de sus miembros. El coloniaje la petrificaba dentro de la gran propiedad, base de un Estado nuevo, extraño a su destino. El liberalismo de las leyes de la República, impotente para destruir la feudalidad y para crear el capitalismo, debía, más tarde, negarle el amparo formal que le había concedi- 28 do el absolutismo de las leyes de la Colonia. LA REVOLUCIÓN DE LA INDEPENDENCIA Y LA PROPIEDAD AGRARIA Entremos a examinar ahora cómo se presenta el problema de la tierra bajo la República. Para precisar mis puntos de vista sobre este período, en lo que concierne a la cuestión agraria, debo insistir en un concepto que ya he expresado respecto al carácter de la revolución de la independencia en el Perú. La revolución encontró al Perú retrasado en la formación de su burguesía. Los elementos de una economía capitalista eran en nuestro país más embrionarios que en otros países de América donde la revolución contó con una burguesía menos larvada, menos incipiente. Si la revolución hubiese sido un movimiento de las masas indígenas o hubiese representado sus reivindicaciones, habría tenido necesariamente una fisonomía agrarista. Está ya bien estudiado cómo la revolución francesa benefició particularmente a la clase rural, en la cual tuvo que apoyarse para evitar el retorno del antiguo régimen. Este fenómeno, además, parece peculiar en general así a la revolución burguesa como a la revolución socialista, a juzgar por las consecuencias mejor definidas y más estables del abatimiento de la feudalidad en la Europa central y del zarismo en Rusia. Dirigidas y actuadas principalmente por la burguesía urbana y el proletariado urbano, una y otra revolución han tenido como inmediatos usufructuarios a los campesinos. Particularmente en Rusia, ha sido ésta la clase que ha cosechado los primeros frutos de la revolución bolchevique, debido a que en ese país Los orígenes del marxismo en América Latina no se había operado aún una revolución burguesa que a su tiempo hubiera liquidado la feudalidad y el absolutismo e instaurado en su lugar un régimen demo-liberal. Pero, para que la revolución demo-liberal haya tenido estos efectos, dos premisas han sido necesarias: la existencia de una burguesía consciente de los fines y los intereses de su acción y la existencia de un estado de ánimo revolucionario en la clase campesina y, sobre todo, su reivindicación del derecho a la tierra en términos incompatibles con el poder de la aristocracia terrateniente. En el Perú, menos todavía que en otros países de América, la revolución de la independencia no respondía a estas premisas. La revolución había triunfado por la obligada solidaridad continental de los pueblos que se rebelaban contra el dominio de España y porque las circunstancias políticas y económicas del mundo trabajaban a su favor. El nacionalismo continental de los revolucionarios hispanoamericanos se juntaba a esa mancomunidad forzosa de sus destinos, para nivelar a los pueblos más avanzados en su marcha al capitalismo con los más retrasados en la misma vía. Estudiando la revolución argentina y por ende, la americana, Echeverría clasifica las clases en la siguiente forma: «La sociedad americana -dice- estaba dividida en tres clases opuestas en intereses, sin vínculo alguno de sociabilidad moral y política. Componían la primera los togados, el clero y los mandones; la segunda los enriquecidos por el monopolio y el capricho de la fortuna; la tercera los villanos, llamados ‘gauchos’ y ‘compadritos’ en el Río de la Plata, ‘cholos’ en el Perú, ‘rotos’ en Chile, ‘leperos’ en México. Las castas indígenas y africanas eran esclavas y tenían una existencia extrasocial. La primera gozaba sin producir y tenía el poder y fuero del hidalgo. Era la aristocracia compuesta en su mayor parte de españoles y de muy pocos americanos. La segunda gozaba, ejerciendo tranquilamente su industria o comercio, era la clase media que se sentaba en los cabildos; la tercera, única productora por el trabajo manual, componíase de artesanos y proletarios de todo género. Los descendientes americanos de las dos primeras clases que recibían alguna educación en América o en la Península, fueron los que levantaron el estandarte de la revolución»10 . La revolución americana, en vez del conflicto entre la nobleza terrateniente y la burguesía comerciante, produjo en muchos casos su colaboración, ya por la impregnación de ideas liberales que acusaba la aristocracia, ya porque ésta en muchos casos no veía en esa revolución sino un movimiento de emancipación de la corona de España. La población campesina, que en el Perú era indígena, no tenía en la revolución una presencia directa, activa. El programa revolucionario no representaba sus reivindicaciones. Mas este programa se inspiraba en el ideario liberal. La revolución no podía prescindir de principios que consideraban existentes reivindicaciones agrarias, fundadas en la necesidad práctica y en la justicia teórica de liberar el dominio de la tierra de las trabas feudales. La República insertó en su estatuto estos principios. El Perú no tenía una clase burguesa que los aplicase en armonía con sus intereses económicos y su doctrina política y jurídica. Pero la República -porque este era el curso y el mandato de la historia- debía constituirse sobre principios liberales y burgueses. Sólo que las consecuencias prácticas de la revolución en lo que se relacionaba con la propiedad agraria, no podían dejar de detenerse en el límite que les fijaban los intereses de los grandes propietarios. Por esto, la política de desvinculación de la propiedad agraria, impuesta por los fundamentos políticos de la República, no atacó al latifundio. Y -aunque en compensación las nuevas leyes ordenaban el reparto de tierras a los indígenas- atacó, en cambio, en el nombre de los postulados liberales, a la «comunidad». Se inauguró así un régimen que, cualesquiera que fuesen sus principios, empeoraba en cierto grado la condición de los indígenas en vez de mejorarla. Y esto no era culpa del ideario que inspiraba la nueva política y que, rectamente aplicado, debía haber dado fin al dominio feudal de la tierra convirtiendo a los indígenas en pequeños propietarios. La nueva política abolía formalmente las «mitas», encomiendas, etc. Comprendía un conjunto de medidas que significaban la emancipación del indígena como siervo. Pero como, de otro lado, dejaba intactos el poder y la fuerza de la propiedad feudal, invalidaba sus propias medidas de protección de la pequeña propiedad y del trabajador de la tierra. La aristocracia terrateniente, si no sus privilegios de principio, conservaba sus posiciones de hecho. Seguía siendo en el Perú la clase dominante. La revolución no había realmente elevado al poder a una nueva clase. La burguesía profesional y comerciante era muy débil para gobernar. La abolición de la servidumbre no pasaba, por esto, de ser una declaración teórica. Porque la revolución no había tocado el latifundio. Y la servidumbre no es sino una de las caras de la feudalidad, pero no la feudalidad misma. POLÍTICA AGRARIA DE LA REPÚBLICA Durante el período de caudillaje militar que siguió a la revolución de la independencia, no pudo lógicamente desarrollarse, ni esbozarse siquiera, una política liberal sobre la propiedad agraria. El caudillaje militar era el producto natural de un período revolucionario que no había podido crear una nueva clase dirigente. El poder, dentro de esta situación, tenía que ser ejercido por los militares de la revolución que, de un lado, gozaban del prestigio marcial de sus laureles de guerra y, de otro lado, estaban en grado de mantenerse en el gobierno por la fuerza de las armas. Por supuesto, el caudillo no podía sustraerse al influjo de los intereses de clase o de las fuerzas históricas en contraste. Se apoyaba en el liberalismo inconsistente y retórico del demos urbano o el conservantismo colonialista de la casta terrateniente. Se inspiraba en la clientela de Los orígenes del marxismo en América Latina 29 tribunos y abogados de la democracia citadina o de literatos y rétores de la aristocracia latifundista. Porque, en el conflicto de intereses entre liberales y conservadores, faltaba una directa y activa reivindicación campesina que obligase a los primeros a incluir en su programa la redistribución de la propiedad agraria. Este problema básico habría sido advertido y apreciado de todos modos por un estadista superior. Pero ninguno de nuestros caciques militares de este período lo era. El caudillaje militar, por otra parte, parece orgánicamente incapaz de una reforma de esta envergadura que requiere ante todo un avisado criterio jurídico y económico. Sus violencias producen una atmósfera adversa a la experimentación de los principios de un derecho y de una economía nuevos. Vasconcelos observa a este respecto lo siguiente: «En el orden económico es constantemente el caudillo el principal sostén del latifundio. Aunque a veces se proclamen enemigos de la propiedad, casi no hay caudillo que no remate en hacendado. Lo cierto es que el poder militar trae fatalmente consigo el delito de apropiación exclusiva de la tierra; llámese el soldado, caudillo, Rey o Emperador: despotismo y latifundio son términos correlativos. Y es natural, los derechos económicos, lo mismo que los políticos, sólo se pueden conservar y defender dentro de un régimen de libertad. El absolutismo conduce fatalmente a la miseria de los muchos y al boato y al abuso de los pocos. Sólo la democracia a pesar de todos sus defectos ha podido acercarnos a las mejores realizacio- 30 nes de la justicia social, por lo menos la democracia antes de que degenere en los imperialismos de las repúblicas demasiado prósperas que se ven rodeadas de pueblos en decadencia. De todas maneras, entre nosotros el caudillo y el gobierno de los militares han cooperado al desarrollo del latifundio. Un examen siquiera superficial de los títulos de propiedad de nuestros grandes terratenientes, bastaría para demostrar que casi todos deben su haber, en un principio, a la merced de la Corona española, después a concesiones y favores ilegítimos acordados a los generales influyentes de nuestras falsas repúblicas. Las mercedes y las concesiones se han acordado, a cada paso, sin tener en cuenta los derechos de poblaciones enteras de indígenas o de mestizos que carecieron de fuerza para hacer valer su dominio»11 . Un nuevo orden jurídico y económico no puede ser, en todo caso, la obra de un caudillo sino de una clase. Cuando la clase existe, el caudillo funciona como su intérprete y su fiduciario. No es ya su arbitrio personal, sino un conjunto de intereses y necesidades colectivas lo que decide su política. El Perú carecía de una clase burguesa capaz de organizar un Estado fuerte y apto. El militarismo representaba un orden elemental y provisorio, que apenas dejase de ser indispensable, tenía que ser sustituido por un orden más avanzado y orgánico. No era posible que comprendiese ni considerase siquiera el problema agrario. Problemas rudimentarios y momentáneos acaparaban su limitada acción. Con Castilla rin- Los orígenes del marxismo en América Latina dió su máximo fruto el caudillaje militar. Su oportunismo sagaz, su malicia aguda, su espíritu mal cultivado, su empirismo absoluto, no le consintieron practicar hasta el fin una política liberal. Castilla se dio cuenta de que los liberales de su tiempo constituían un cenáculo, una agrupación, mas no una clase. Esto le indujo a evitar con cautela todo acto seriamente opuesto a los intereses y principios de la clase conservadora. Pero los méritos de su política residen en lo que tuvo de reformadora y progresista. Sus actos de mayor significación histórica, la abolición de la esclavitud de los negros y de la contribución de indígenas, representan su actitud liberal. Desde la promulgación del Código Civil se entró en el Perú en un período de organización gradual. Casi no hace falta remarcar que esto acusaba entre otras cosas la decadencia del militarismo. El Código, inspirado en los mismos principios que los primeros decretos de la República sobre la tierra, reforzaba y continuaba la política de desvinculación y movilización de la propiedad agraria. Ugarte, registrando las consecuencias de este progreso de la legislación nacional en lo que concierne a la tierra, anota que el Código «confirmó la abolición legal de las comunidades indígenas y de las vinculaciones de dominio; innovando la legislación precedente, estableció la ocupación como uno de los modos de adquirir los inmuebles sin dueño; en las reglas sobre sucesiones, trató de favorecer la pequeña propiedad»12 . Francisco García Calderón atribuye al Código Civil efectos que en verdad no tuvo o que, por lo menos, no revistieron el alcance radical y absoluto que su optimismo les asigna: «La constitución -escribe- había destruido los privilegios y la ley civil dividía las propiedades y arruinaba la igualdad de derecho en las familias. Las consecuencias de esta disposición eran, en el orden político, la condenación de toda oligarquía, de toda aristocracia de los latifundios; en el orden social, la ascensión de la burguesía y del mestizaje». «Bajo el aspecto económico, la partición igualitaria de las sucesiones favoreció la formación de la pequeña propiedad antes entrabada por los grandes dominios señoriales»13 . Esto estaba sin duda en la intención de los codificadores del derecho en el Perú. Pero el Código Civil no es sino uno de los instrumentos de la política liberal y de la práctica capitalista. Como lo reconoce Ugarte, en la legislación peruana «se ve el propósito de favorecer la democratización de la propiedad rural, pero por medios puramente negativos aboliendo las trabas más bien que prestando a los agricultores una protección positiva»14 . En ninguna parte la división de la propiedad agraria, o mejor, su redistribución, ha sido posible sin leyes especiales de expropiación que han transferido el dominio del suelo a la clase que lo trabaja. No obstante el Código, la pequeña propiedad no ha prosperado en el Perú. Por el contrario, el latifundio se ha consolidado y extendido. Y la propiedad de la comunidad indígena ha sido la única que ha sufrido las consecuencias de este liberalismo deformado. LA GRAN PROPIEDAD Y EL PODER POLÍTICO Los dos factores que se opusieron a que la revolución de la independencia planteara y abordara en el Perú el problema agrario -extrema incipiencia de la burguesía urbana y situación extrasocial, como la define Echeverría, de los indígenas-, impidieron más tarde que los gobiernos de la República desarrollasen una política dirigida en alguna forma a una distribución menos desigual e injusta de la tierra. Durante el período del caudillaje militar, en vez de fortalecerse el demos urbano, se robusteció la aristocracia latifundista. En poder de extranjeros el comercio y la finanza, no era posible económicamente el surgimiento de una vigorosa burguesía urbana. La educación española, extraña radicalmente a los fines y necesidades del industrialismo y del capitalismo, no preparaba comerciantes ni técnicos sino abogados, literatos, teólogos, etc. Estos, a menos de sentir una especial vocación por el jacobinismo o la demagogia, tenían que constituir la clientela de la casta propietaria. El capital comercial, casi exclusivamente extranjero, no podía a su vez hacer otra cosa que entenderse y asociarse con esta aristocracia que, por otra parte, tácita o explícitamente, conservaba su predominio político. Fue así como la aristocracia terrateniente y sus ralliés resultaron usufructuarios de la política fiscal y de la explotación del guano y del salitre. Fue así también como esta casta, forzada por su rol económico, asumió en el Perú la función de clase burguesa, aunque sin perder sus resa- bios y prejuicios coloniales y aristocráticos. Fue así, en fin, como las categorías burguesas urbanas -profesionales, comerciantesconcluyeron por ser absorbidas por el civilismo. El poder de esta clase -civilistas o «neogodos»- procedía en buena cuenta de la propiedad de la tierra. En los primeros años de la Independencia, no era precisamente una clase de capitalistas sino una clase de propietarios. Su condición de clase propietaria -y no de clase ilustrada- le había consentido solidarizar sus intereses con los de los comerciantes y prestamistas extranjeros y traficar a este título con el Estado y la riqueza pública. La propiedad de la tierra, debida al Virreinato, le había dado bajo la República la posesión del capital comercial. Los privilegios de la Colonia habían engendrado los privilegios de la República. Era, por consiguiente, natural e instintivo en esta clase el criterio más conservador respecto al dominio de la tierra. La subsistencia de la condición extrasocial de los indígenas, de otro lado, no oponía a los intereses feudales del latifundismo las reivindicaciones de masas campesinas conscientes. Estos han sido los factores principales del mantenimiento y desarrollo de la gran propiedad. El liberalismo de la legislación republicana, inerte ante la propiedad feudal, se sentía activo sólo ante la propiedad comunitaria. Si no podía nada contra el latifundio, podía mucho contra la «comunidad». En un pueblo de tradición comunista, disolver la «comunidad» no servía a crear la pequeña Los orígenes del marxismo en América Latina 31 propiedad. No se transforma artificialmente a una sociedad. Menos aún a una sociedad campesina, profundamente adherida a su tradición y a sus instituciones jurídicas. El individualismo no ha tenido su origen en ningún país ni en la Constitución del Estado ni en el Código Civil. Su formación ha tenido siempre un proceso a la vez más complicado y más espontáneo. Destruir las comunidades no significaba convertir a los indígenas en pequeños propietarios y ni siquiera en asalariados libres, sino entregar sus tierras a los gamonales y a su clientela. El latifundista encontraba así, más fácilmente, el modo de vincular el indígena al latifundio. Se pretende que el resorte de la concentración de la propiedad agraria en la costa ha sido la necesidad de los propietarios de disponer pacíficamente de suficiente cantidad de agua. La agricultura de riego, en valles formados por ríos de escaso caudal, ha determinado, según esta tesis, el florecimiento de la gran propiedad y el sofocamiento de la media y la pequeña. Pero esta es una tesis especiosa y sólo en mínima parte exacta. Porque la razón técnica o material que superestima, únicamente influye en la concentración de la propiedad desde que se han establecido y desarrollado en la costa vastos cultivos industriales. Antes de que estos prosperaran, antes de que la agricultura de la costa adquiriera una organización capitalista, el móvil de los riegos era demasiado débil para decidir la concentración de la propiedad. Es cierto que la escasez de las aguas de regadío, por las dificultades de su distribución entre múltiples regantes, favorece 32 a la gran propiedad. Mas no es cierto que ésta sea el origen de que la propiedad no se haya subdividido. Los orígenes del latifundio costeño se remontan al régimen colonial. La despoblación de la costa, a consecuencia de la práctica colonial, he ahí, a la vez que una de las consecuencias, una de las razones del régimen de gran propiedad. El problema de los brazos, el único que ha sentido el terrateniente costeño, tiene todas sus raíces en el latifundio. Los terratenientes quisieron resolverlo con el esclavo negro en los tiempos de la colonia, con el culi chino en los de la república. Vano empeño. No se puebla ya la tierra con esclavos. Y sobre todo no se la fecunda. Debido a su política, los grandes propietarios tienen en la costa toda la tierra que se puede poseer; pero en cambio no tienen hombres bastantes para vivificarla y explotarla. Esta es la defensa de la gran propiedad. Mas es también su miseria y su tara. La situación agraria de la sierra demuestra, por otra parte, lo artificioso de la tesis antecitada. En la sierra no existe el problema del agua. Las lluvias abundantes permiten, al latifundista como al comunero, los mismos cultivos. Sin embargo, también en la sierra se constata el fenómeno de concentración de la propiedad agraria. Este hecho prueba el carácter esencialmente político-social de la cuestión. El desarrollo de cultivos industriales, de una agricultura de exportación, en las haciendas de la costa, aparece íntegramente subordinado a la colonización económica de los países de América Latina por el capitalismo occidental. Los comerciantes y prestamis- Los orígenes del marxismo en América Latina tas británicos se interesaron por la explotación de estas tierras cuando comprobaron la posibilidad de dedicarlas con ventaja a la producción de azúcar primero y de algodón después. Las hipotecas de la propiedad agraria las colocaban, en buena parte, desde época muy lejana, bajo el control de las firmas extranjeras. Los hacendados, deudores a los comerciantes, prestamistas extranjeros, servían de intermediarios, casi de yanacones, al capitalismo anglosajón para asegurarle la explotación de campos cultivados a un costo mínimo por braceros esclavizados y miserables, curvados sobre la tierra bajo el látigo de los «negreros» coloniales. Pero en la costa el latifundio ha alcanzado un grado más o menos avanzado de técnica capitalista, aunque su explotación repose aún sobre prácticas y principios feudales. Los coeficientes de producción de algodón y caña corresponden al sistema capitalista. Las empresas cuentan con capitales poderosos y las tierras son trabajadas con máquinas y procedimientos modernos. Para el beneficio de los productos funcionan poderosas plantas industriales. Mientras tanto, en la sierra las cifras de producción de las tierras de latifundio no son generalmente mayores a las de tierras de la comunidad. Y, si la justificación de un sistema de producción está en sus resultados, como lo quiere un criterio económico objetivo, este solo dato condena en la sierra de manera irremediable el régimen de propiedad agraria. LA «COMUNIDAD» BAJO LA REPÚBLICA Hemos visto ya cómo el liberalismo formal de la legislación republicana no se ha mostrado activo sino frente a la «comunidad» indígena. Puede decirse que el concepto de propiedad individual casi ha tenido una función antisocial en la República a causa de su conflicto con la subsistencia de la «comunidad». En efecto, si la disolución y expropiación de ésta hubiese sido decretada y realizada por un capitalismo en vigoroso y autónomo crecimiento, habría aparecido como una imposición del progreso económico. El indio entonces habría pasado de un régimen mixto de comunismo y servidumbre a un régimen de salario libre. Este cambio lo habría desnaturalizado un poco; pero lo habría puesto en grado de organizarse y emanciparse como clase, por la vía de los demás proletariados del mundo. En tanto, la expropiación y absorción graduales de la «comunidad» por el latifundismo, de un lado lo hundía más en la servidumbre y de otro destruía la institución económica y jurídica que salvaguardaba en parte el espíritu y la materia de su antigua civilización15 . Durante el período republicano, los escritores y legisladores nacionales han mostrado una tendencia más o menos uniforme a condenar la «comunidad» como un rezago de una sociedad primitiva o como una supervivencia de la organización colonial. Esta actitud ha respondido en unos casos al interés del gamonalismo terrateniente y en otros al pensamiento individualista y liberal que dominaba automáticamente una cultura demasiado verbalista y estática. Un estudio del doctor M. V. Villarán, uno de los intelectuales que con más aptitud crítica y mayor coherencia doctrinal representa este pensamiento en nuestra primera centuria, señaló el principio de una revisión prudente de sus conclusiones respecto a la «comunidad» indígena. El doctor Villarán mantenía teóricamente su posición liberal, propugnando en principio la individualización de la propiedad, pero prácticamente aceptaba la protección de las comunidades contra el latifundismo, reconociéndoles una función a la que el Estado debía su tutela. Mas la primera defensa orgánica y documentada de la comunidad indígena tenía que inspirarse en el pensamiento socialista y reposar en un estudio concreto de su naturaleza, efectuado conforme a los métodos de investigación de la sociología y la economía modernas. El libro de Hildebrando Castro Pozo, Nuestra Comunidad Indígena, así lo comprueba. Castro Pozo, en este interesante estudio, se presenta exento de preconceptos liberales. Esto le permite abordar el problema de la «comunidad» con una mente apta para valorarla y entenderla. Castro Pozo, no sólo nos descubre que la «comunidad» indígena, malgrado los ataques del formalismo liberal puesto al servicio de un régimen de feudalidad, es todavía un organismo viviente, sino que, a pesar del medio hostil dentro del cual vegeta sofocada y deformada, manifiesta espontáneamente evidentes posibilidades de evolución y desarrollo. Sostiene Castro Pozo, que «el ayllu o comunidad, ha conservado su natural idio- sincrasia, su carácter de institución casi familiar en cuyo seno continuaron subsistentes, después de la conquista, sus principales factores constitutivos»16 . En esto se presenta, pues, de acuerdo con Valcárcel, cuyas proposiciones respecto del ayllu, parecen a algunos excesivamente dominadas por su ideal de resurgimiento indígena. ¿Qué son y cómo funcionan las «comunidades» actualmente? Castro Pozo cree que se les puede distinguir conforme a la siguiente clasificación: «Primero.-Comunidades agrícolas; Segundo.- Comunidades agrícolas ganaderas; Tercero.- Comunidades de pastos y aguas; y Cuarto.- Comunidades de usufructuación. Debiendo tenerse en cuenta que en un país como el nuestro, donde una misma institución adquiere diversos caracteres, según el medio en que se ha desarrollado, ningún tipo de los que en esta clasificación se presume se encuentra en la realidad, tan preciso y distinto de los otros que, por sí solo, pudiera objetivarse en un modelo. Todo lo contrario, en el primer tipo de las comunidades agrícolas se encuentran caracteres correspondientes a los otros y en éstos, algunos concernientes a aquél; pero como el conjunto de factores externos ha impuesto a cada uno de estos grupos un determinado género de vida en sus costumbres, usos y sistemas de trabajo, en sus propiedades e industrias, priman los caracteres agrícolas, ganaderos, ganaderos en pastos y aguas comunales o sólo los dos últimos y los de falta absoluta o relativa de propiedad de las tierras y la usufructuación de éstas Los orígenes del marxismo en América Latina 33 por el «ayllu» que, indudablemente, fue su único propietario»17 . Estas diferencias se han venido elaborando no por evolución o degeneración natural de la antigua «comunidad», sino al influjo de una legislación dirigida a la individualización de la propiedad y, sobre todo, por efecto de la expropiación de las tierras comunales en favor del latifundismo. Demuestran, por ende, la vitalidad del comunismo indígena que impulsa invariablemente a los aborígenes a variadas formas de cooperación y asociación. El indio, a pesar de las leyes de cien años de régimen republicano, no se ha hecho individualista. Y esto no proviene de que sea refractario al progreso como pretende el simplismo de sus interesados detractores. Depende, más bien, de que el individualismo, bajo un régimen feudal, no encuentra las condiciones necesarias para afirmarse y desarrollarse. El comunismo, en cambio, ha seguido siendo para el indio su única defensa. El individualismo no puede prosperar, y ni siquiera existe efectivamente, sino dentro de un régimen de libre concurrencia. Y el indio no se ha sentido nunca menos libre que cuando se ha sentido solo. Por esto, en las aldeas indígenas donde se agrupan familias entre las cuales se han extinguido los vínculos del patrimonio y del trabajo comunitarios, subsisten aún, robustos y tenaces, hábitos de cooperación y solidaridad que son la expresión empírica de un espíritu comunista. La comunidad corresponde a este espíritu. Es su órgano. Cuando la expropiación y el reparto parecen liquidar la comunidad, el socialismo indígena en- 34 cuentra siempre el medio de rehacerla, mantenerla o subrogarla. El trabajo y la propiedad en común son reemplazados por la cooperación en el trabajo individual. Como escribe Castro Pozo: «la costumbre ha quedado reducida a las «mingas» o reuniones de todo el ayllu para hacer gratuitamente un trabajo en el cerco, acequia o casa de algún comunero, el cual quehacer efectúan al son de arpas y violines, consumiendo algunas arrobas de aguardientes de caña, cajetillas de cigarros y mascadas de coca». Estas costumbres han llevado a los indígenas a la práctica -incipiente y rudimentaria por supuesto- del contrato colectivo de trabajo, más bien que del contrato individual. No son los individuos aislados los que alquilan su trabajo a un propietario o contratista; son mancomunadamente todos los hombres útiles de la «parcialidad». LA «COMUNIDAD» Y EL LATIFUNDIO La defensa de la «comunidad» indígena no reposa en principios abstractos de justicia ni en sentimentales consideraciones tradicionalistas, sino en razones concretas y prácticas de orden económico y social. La propiedad comunal no representa en el Perú una economía primitiva a la que haya reemplazado gradualmente una economía progresiva fundada de la propiedad individual. No; las comunidades han sido despojadas de sus tierras en provecho del latifundio feudal o semifeudal, constitucionalmente incapaz de progreso técnico18 . En la costa, el latifundio ha evoluciona- Los orígenes del marxismo en América Latina do -desde el punto de vista de los cultivos-, de la rutina feudal a la técnica capitalista, mientras la comunidad indígena ha desaparecido como explotación comunista de la tierra. Pero en la sierra, el latifundio ha conservado íntegramente su carácter feudal, oponiendo una resistencia mucho mayor que la «comunidad» al desenvolvimiento de la economía capitalista. La «comunidad», en efecto, cuando se ha articulado, por el paso de un ferrocarril, con el sistema comercial y las vías de transporte centrales, ha llegado a transformarse espontáneamente, en una cooperativa. Castro Pozo, que como jefe de la sección de asuntos indígenas del Ministerio de Fomento acopió abundantes datos sobre la vida de las comunidades, señala y destaca el sugestivo caso de la parcialidad de Muquiyauyo, de la cual dice que presenta los caracteres de las cooperativas de producción, consumo y crédito. «Dueña de una magnífica instalación o planta eléctrica en las orillas del Mantaro, por medio de la cual proporciona luz y fuerza motriz, para pequeñas industrias a los distritos de Jauja, Concepción, Mito, Muqui, Sincos, Huaripampa y Muquiyauyo, se ha transformado en la institución comunal por excelencia; en la que no se han relajado sus costumbres indígenas, y antes bien han aprovechado de ellas para llevar a cabo la obra de la empresa; han sabido disponer del dinero que poseían empleándolo en la adquisición de las grandes maquinarias y ahorrado el valor de la mano de obra que la parcialidad ha ejecutado, lo mismo que si se tratara de la construcción de un edificio comunal: por mingas en las que hasta las mujeres y niños han sido elementos útiles en el acarreo de los materiales de construcción»19 . La comparación de la «comunidad» y el latifundio como empresa de producción agrícola, es desfavorable para el latifundio. Dentro del régimen capitalista, la gran propiedad sustituye y desaloja a la pequeña propiedad agrícola por su aptitud para intensificar la producción mediante el empleo de una técnica avanzada de cultivo. La industrialización de la agricultura, trae aparejada la concentración de la propiedad agraria. La gran propiedad aparece entonces justificada por el interés de la producción, identificado, teóricamente por lo menos, con el interés de la sociedad. Pero el latifundio no tiene el mismo efecto, ni responde, por consiguiente, a una necesidad económica. Salvo los casos de las haciendas de caña -que se dedican a la producción de aguardiente con destino a la intoxicación y embrutecimiento del campesino indígena-, los cultivos de los latifundios serranos son generalmente los mismos de las comunidades. Y las cifras de la producción no difieren. La falta de estadística agrícola no permite establecer con exactitud las diferencias parciales; pero todos los datos disponibles autorizan a sostener que los rendimientos de los cultivos de las comunidades, no son, en su promedio, inferiores a los cultivos de los latifundios. La única estadística de producción de la sierra, la del trigo, sufraga esta conclusión. Castro Pozo, resumiendo los datos de esta estadística en 1917-18, escribe lo siguiente: «La cosecha resultó, término medio, en 450 y 580 kilos por cada hectárea para la propiedad comunal e individual, respectivamente. Si se tiene en cuenta que las mejores tierras de producción han pasado a poder de los terratenientes, pues la lucha por aquéllas en los departamentos del Sur ha llegado hasta el extremo de eliminar al poseedor indígena por la violencia o masacrándolo, y que la ignorancia del comunero lo lleva de preferencia a ocultar los datos exactos relativos al monto de la cosecha, disminuyéndola por temor de nuevos impuestos o exacciones de parte de las autoridades políticas subalternas o recaudadores de éstos; se colegirá fácilmente que la diferencia en la producción por hectárea a favor del bien de la propiedad individual no es exacta y que razonablemente, se la debe dar por no existente, por cuanto los medios de producción y de cultivo, en una y otras propiedades, son idénticos»20 . En la Rusia feudal del siglo pasado, el latifundio tenía rendimientos mayores que los de la pequeña propiedad. Las cifras en hectolitros y por hectárea eran las siguientes: para el centeno: 11.5 contra 9.4; para el trigo: 11 contra 9.1; para la avena: 15.4 contra 12.7; para la cebada: 11.5 contra 10.5; para las patatas: 92.3 contra 7221 . El latifundio de la sierra peruana resulta, pues, por debajo del execrado latifundio de la Rusia zarista como factor de producción. La «comunidad», en cambio, de una parte acusa capacidad efectiva de desarrollo y transformación y de otra parte se presenta como un sistema de producción que mantiene vivos en el indio los estímulos mo- rales necesarios para su máximo rendimiento como trabajador. Castro Pozo hace una observación muy justa cuando escribe que «la comunidad indígena conserva dos grandes principios económico sociales que hasta el presente ni la ciencia sociológica ni el empirismo de los grandes industrialistas han podido resolver satisfactoriamente: el contrato múltiple del trabajo y la realización de éste con menor desgaste fisiológico y en un ambiente de agradabilidad, emulación y compañerismo» 22 . Disolviendo o relajando la «comunidad», el régimen del latifundio feudal, no sólo ha atacado una institución económica sino también, y sobre todo, una institución social que defiende la tradición indígena, que conserva la función de la familia campesina y que traduce ese sentimiento jurídico popular al que tan alto valor asignan Proudhon y Sorel23 . EL RÉGIMEN DE TRABAJO. -SERVIDUMBRE Y SALARIADO El régimen de trabajo está determinado principalmente, en la agricultura, por el régimen de propiedad. No es posible, por tanto, sorprenderse de que en la misma medida en que sobrevive en el Perú el latifundio feudal, sobreviva también, bajo diversas formas y con distintos nombres, la servidumbre. La diferencia entre la agricultura de la costa y la agricultura de la sierra, aparece menor en lo que concierne al trabajo que en lo que respecta a la técnica. La agricultura de la costa ha evolucionado con más Los orígenes del marxismo en América Latina 35 o menos prontitud hacia una técnica capitalista en el cultivo del suelo y la transformación y comercio de los productos. Pero, en cambio, se ha mantenido demasiado estacionaria en su criterio y conducta respecto al trabajo. Acerca del trabajador, el latifundio colonial no ha renunciado a sus hábitos feudales sino cuando las circunstancias se lo han exigido de modo perentorio. Este fenómeno se explica, no sólo por el hecho de haber conservado la propiedad de la tierra los antiguos señores feudales, que han adoptado, como intermediarios del capital extranjero, la práctica, mas no el espíritu del capitalismo moderno. Se explica además por la mentalidad colonial de esta casta de propietarios, acostumbrados a considerar el trabajo con el criterio de esclavistas y «negreros». En Europa, el señor feudal encarnaba, hasta cierto punto, la primitiva tradición patriarcal, de suerte que respecto de sus siervos se sentía naturalmente superior, pero no étnica ni nacionalmente diverso. Al propio terrateniente aristócrata de Europa le ha sido dable aceptar un nuevo concepto y una nueva práctica en sus relaciones con el trabajador de la tierra. En la América colonial, mientras tanto, se ha opuesto a esta evolución, la orgullosa y arraigada convicción del blanco, de la inferioridad de los hombres de color. En la costa peruana el trabajador de la tierra, cuando no ha sido el indio, ha sido el negro esclavo, el culi chino, mirados, si cabe, con mayor desprecio. En el latifundista costeño, han actuado a la vez los sentimientos del aristócrata medioeval y del colonizador 36 blanco, saturados de prejuicios de raza. El yanaconazgo y el «enganche» no son la única expresión de la subsistencia de métodos más o menos feudales en la agricultura costeña. El ambiente de la hacienda se mantiene íntegramente señorial. Las leyes del Estado no son válidas en el latifundio, mientras no obtienen el consenso tácito o formal de los grandes propietarios. La autoridad de los funcionarios políticos o administrativos, se encuentra de hecho sometida a la autoridad del terrateniente en el territorio de su dominio. Este considera prácticamente a su latifundio fuera de la potestad del Estado, sin preocuparse mínimamente de los derechos civiles de la población que vive dentro de los confines de su propiedad. Cobra arbitrios, otorga monopolios, establece sanciones contrarias siempre a la libertad de los braceros y de sus familias. Los transportes, los negocios y hasta las costumbres están sujetos al control del propietario dentro de la hacienda. Y con frecuencia las rancherías que alojan a la población obrera, no difieren grandemente de los galpones que albergaban a la población esclava. Los grandes propietarios costeños no tienen legalmente este orden de derechos feudales o semifeudales; pero su condición de clase dominante y el acaparamiento ilimitado de la propiedad de la tierra en un territorio sin industrias y sin transportes les permite prácticamente un poder casi incontrolable. Mediante el «enganche» y el yanaconazgo, los grandes propietarios resisten al establecimiento del régimen del salario libre, funcionalmente necesario en una Los orígenes del marxismo en América Latina economía liberal y capitalista. El «enganche», que priva al bracero del derecho de disponer de su persona y su trabajo, mientras no satisfaga las obligaciones contraídas con el propietario, desciende inequívocamente del tráfico semiesclavista de culis; el «yanaconazgo» es una variedad del sistema de servidumbre a través del cual se ha prolongado la feudalidad hasta nuestra edad capitalista en los pueblos política y económicamente retardados. El sistema peruano del yanaconazgo se identifica, por ejemplo, con el sistema ruso del polovnischestvo dentro del cual los frutos de la tierra, en unos casos, se dividían en partes iguales entre el propietario y el campesino y en otros casos este último no recibía sino una tercera parte24 . La escasa población de la costa representa para las empresas agrícolas una constante amenaza de carencia o insuficiencia de brazos. El yanaconazgo vincula a la tierra a la poca población regnícola, que sin esta mínima garantía de usufructo de tierra, tendería a disminuir y emigrar. El «enganche» asegura a la agricultura de la costa el concurso de los braceros de la sierra que, si bien encuentran en las haciendas costeñas un suelo y un medio extraños, obtienen al menos un trabajo mejor remunerado. Esto indica que, a pesar de todo y aunque no sea sino aparente o parcialmente25 , la situación del bracero en los fundos de la costa es mejor que en los feudos de la sierra, donde el feudalismo mantiene intacta su omnipotencia. Los terratenientes costeños se ven obligados a admitir, aunque sea res- tringido y atenuado, el régimen del salario y del trabajo libres. El carácter capitalista de sus empresas los constriñe a la concurrencia. El bracero conserva, aunque sólo sea relativamente, su libertad de emigrar así como de rehusar su fuerza de trabajo al patrón que lo oprime demasiado. La vecindad de puertos y ciudades; la conexión con las vías modernas de tráfico y comercio, ofrecen, de otro lado, al bracero, la posibilidad de escapar a su destino rural y de ensayar otro medio de ganar su subsistencia. Si la agricultura de la costa hubiera tenido otro carácter, más progresista, más capitalista, habría tendido a resolver de manera lógica, el problema de los brazos sobre el cual tanto se ha declamado. Propietarios más avisados, se habrían dado cuenta de que, tal como funciona hasta ahora, el latifundio es un agente de despoblación y de que, por consiguiente, el problema de los brazos constituye una de sus más claras y lógicas consecuencias 26 . En la misma medida en que progresa en la agricultura de la costa la técnica capitalista, el salariado reemplaza al yanaconazgo. El cultivo científico -empleo de máquinas, abonos, etc.- no se aviene con un régimen de trabajo peculiar de una agricultura rutinaria y primitiva. Pero el factor demográfico -el «problema de los brazos»-, opone una resistencia seria a este proceso de desarrollo capitalista. El yanaconazgo y sus variedades sirven para mantener en los valles una base demográfica que garantice a las negociaciones el mínimo de brazos necesarios para las labores permanentes. El jornalero inmigrante no ofrece las mismas seguridades de continuidad en el trabajo que el colono nativo o el yanacón regnícola. Este último representa, además, el arraigo de una familia campesina, cuyos hijos mayores se encontrarán más o menos forzados a alquilar sus brazos al hacendado. La constatación de este hecho, conduce ahora a los propios grandes propietarios a considerar la conveniencia de establecer muy gradual y prudentemente, sin sombra de ataque a sus intereses, colonias o núcleos de pequeños propietarios. Una parte de las tierras irrigadas en el Imperial han sido reservadas así a la pequeña propiedad. Hay el propósito de aplicar el mismo principio en las otras zonas donde se realizan trabajos de irrigación. Un rico propietario inteligente y experimentado que conversaba conmigo últimamente, me decía que la existencia de la pequeña propiedad, al lado de la gran propiedad, era indispensable a la formación de una población rural, sin la cual la explotación de la tierra, estaría siempre a merced de las posibilidades de la inmigración o del «enganche». El programa de la Compañía de Subdivisión Agraria, es otra de las expresiones de una política agraria tendiente al establecimiento paulatino de la pequeña propiedad27 . Pero, como esta política evita sistemáticamente la expropiación, o, más precisamente, la expropiación en vasta escala por el Estado, por razón de utilidad pública o justicia distributiva, y sus restringidas posibilidades de desenvolvimiento, están por el momento circunscritas a pocos valles, no resulta probable que la pequeña propiedad reemplace oportuna y ampliamente al yanaconazgo en su función demográfica. En los valles a los cuales el «enganche» de braceros de la sierra no sea capaz de abastecer de brazos, en condiciones ventajosas para los hacendados, el yanaconazgo subsistirá, pues, por algún tiempo, en sus diversas variedades, junto con el salariado. Las formas de yanaconazgo, aparcería o arrendamiento, varían en la costa y en la sierra según las regiones, los usos o los cultivos. Tienen también diversos nombres. Pero en su misma variedad se identifican en general con los métodos precapitalistas de explotación de la tierra observados en otros países de agricultura semifeudal. Verbigracia, en la Rusia zarista. El sistema del otrabotki ruso presentaba todas las variedades del arrendamiento por trabajo, dinero o frutos existentes en el Perú. Para comprobarlo no hay sino que leer lo que acerca de ese sistema escribe Schkaff en su documentado libro sobre la cuestión agraria en Rusia: «Entre el antiguo trabajo servil en que la violencia o la coacción juegan un rol tan grande y el trabajo libre en que la única coacción que subsiste es una coacción puramente económica, aparece todo un sistema transitorio de formas extremadamente variadas que unen los rasgos de la barchtchina y del salariado. Es el otrabototschnaia sistema. El salario es pagado sea en dinero en caso de locación de servicios, sea en productos, sea en tierra; en este último caso (otrabotki en el sentido estricto de la palabra) el propietario presta su tierra al campesino a guisa de sa- Los orígenes del marxismo en América Latina 37 lario por el trabajo efectuado por éste en los campos señoriales». «El pago del trabajo, en el sistema de otrabotki, es siempre inferior al salario de libre alquiler capitalista. La retribución en productos hace a los propietarios más independientes de las variaciones de precios observadas en los mercados del trigo y del trabajo. Encuentran en los campesinos de su vecindad una mano de obra más barata y gozan así de un verdadero monopolio local». «El arrendamiento pagado por el campesino reviste formas diversas: a veces, además de su trabajo, el campesino debe dar dinero y productos. Por una deciatina que recibirá, se comprometerá a trabajar una y media deciatina de tierra señorial, a dar diez huevos y una gallina. Entregará también el estiércol de su ganado, pues todo, hasta el estiércol, se vuelve objeto de pago. Frecuentemente aún el campesino se obliga ‘a hacer todo lo que exigirá el propietario’, a transportar las cosechas, a cortar la leña, a cargar los fardos»28 . En la agricultura de la sierra se encuentran particular y exactamente estos rasgos de propiedad y trabajo feudales. El régimen del salario libre no se ha desarrollado ahí. El hacendado no se preocupa de la productividad de las tierras. Sólo se preocupa de su rentabilidad. Los factores de la producción se reducen para él casi únicamente a dos: la tierra y el indio. La propiedad de la tierra le permite explotar ilimitadamente la fuerza de trabajo del indio. La usura practicada sobre esta fuerza de trabajo -que se traduce en la miseria del indio-, se suma a la renta de la tierra, calculada al tipo usual de arrendamien- 38 to. El hacendado se reserva las mejores tierras y reparte las menos productivas entre sus braceros indios, quienes se obligan a trabajar de preferencia y gratuitamente las primeras y a contentarse para su sustento con los frutos de las segundas. El arrendamiento del suelo es pagado por el indio en trabajo o frutos, muy rara vez en dinero (por ser la fuerza del indio lo que mayor valor tiene para el propietario), más comúnmente en formas combinadas o mixtas. Un estudio del doctor Ponce de León, de la Universidad del Cuzco, que entre otros informes tengo a la vista, y que revista con documentación de primera mano todas las variedades de arrendamiento y yanaconazgo en ese vasto departamento, presenta un cuadro bastante objetivo -a pesar de las conclusiones del autor, respetuosas a los privilegios de los propietariosde la explotación feudal. He aquí algunas de sus constataciones: «En la provincia de Paucartambo el propietario concede el uso de sus terrenos a un grupo de indígenas con la condición de que hagan todo el trabajo que requiere el cultivo de los terrenos de la hacienda, que se ha reservado el dueño o patrón. Generalmente trabajan tres días alternativos por semana durante todo el año. Tienen además los arrendatarios o ‘yanaconas’ como se les llama en esta provincia, la obligación de acarrear en sus propias bestias la cosecha del hacendado a esta ciudad sin remuneración; y la de servir de pongos en la misma hacienda o más comúnmente en el Cuzco, donde preferentemente residen los propietarios». «Cosa igual ocurre en Chumbivilcas. Los arrendatarios cultivan la Los orígenes del marxismo en América Latina extensión que pueden, debiendo en cambio trabajar para el patrón cuantas veces lo exija. Esta forma de arrendamiento puede simplificarse así: el propietario propone al arrendatario: utiliza la extensión de terreno que ‘puedas’, con la condición de trabajar en mi provecho siempre que yo lo necesite». «En la provincia de Anta el propietario cede el uso de sus terrenos en las siguientes condiciones: el arrendatario pone de su parte el capital (semilla, abonos) y el trabajo necesario para que el cultivo se realice hasta sus últimos momentos (cosecha). Una vez concluido, el arrendatario y el propietario se dividen por partes iguales todos los productos. Es decir que cada uno de ellos recoge el 50 por ciento de la producción sin que el propietario haya hecho otra cosa que ceder el uso de sus terrenos sin abonarlos siquiera. Pero no es esto todo. El aparcero está obligado a concurrir personalmente a los trabajos del propietario si bien con la remuneración acostumbrada de 25 centavos diarios»29 . La confrontación entre estos datos y los de Schkaff, basta para persuadir de que ninguna de las sombrías faces de la propiedad y el trabajo precapitalistas falta en la sierra feudal. «COLONIALISMO» DE NUESTRA AGRICULTURA COSTEÑA El grado de desarrollo alcanzado por la industrialización de la agricultura, bajo un régimen y una técnica capitalistas, en los valles de la costa, tiene su principal factor en el interesamiento del capital británico y norteamericano en la producción peruana de azúcar y algodón. De la extensión de estos cultivos no es un agente primario la aptitud industrial ni la capacidad capitalista de los terratenientes. Estos dedican sus tierras a la producción de algodón y caña financiados o habilitados por fuertes firmas exportadoras. Las mejores tierras de los valles de la costa están sembradas de algodón y caña, no precisamente porque sean apropiadas sólo a estos cultivos, sino porque únicamente ellos importan, en la actualidad, a los comerciantes ingleses y yanquis. El crédito agrícola -subordinado absolutamente a los intereses de estas firmas, mientras no se establezca el Banco Agrícola Nacional-, no impulsa ningún otro cultivo. Los de frutos alimenticios, destinados al mercado interno, están generalmente en manos de pequeños propietarios y arrendatarios. Sólo en los valles de Lima, por la vecindad de mercados urbanos de importancia, existen fundos extensos dedicados por sus propietarios a la producción de frutos alimenticios. En las haciendas algodoneras o azucareras, no se cultiva estos frutos, en muchos casos, ni en la medida necesaria para el abastecimiento de la propia población rural. El mismo pequeño propietario, o pequeño arrendatario, se encuentra empujado al cultivo del algodón por esta corriente que tan poco tiene en cuenta las necesidades particulares de la economía nacional. El desplazamiento de los tradicionales cultivos alimenticios por el del algodón en las campiñas de la costa donde subsiste la pequeña propiedad, ha constituido una de las causas más visibles del encarecimiento de las subsistencias en las poblaciones de la costa. Casi únicamente para el cultivo del algodón, el agricultor encuentra facilidades comerciales. Las habilitaciones están reservadas, de arriba a abajo, casi exclusivamente al algodonero. La producción de algodón no está regida por ningún criterio de economía nacional. Se produce para el mercado mundial, sin un control que prevea en el interés de esta economía, las posibles bajas de los precios derivados de períodos de crisis industrial o de superproducción algodonera. Un ganadero me observaba últimamente que, mientras sobre una cosecha de algodón el crédito que se puede conseguir no está limitado sino por las fluctuaciones de los precios, sobre un rebaño o un criadero, el crédito es completamente convencional o inseguro. Los ganaderos de la costa no pueden contar con préstamos bancarios considerables para el desarrollo de sus negocios. En la misma condición, están todos los agricultores que no pueden ofrecer como garantía de sus empréstitos, cosechas de algodón o caña de azúcar. Si las necesidades del consumo nacional estuviesen satisfechas por la producción agrícola del país, este fenómeno no tendría ciertamente tanto de artificial. Pero no es así. El suelo del país no produce aún todo lo que la población necesita para su subsistencia. El capítulo más alto de nuestras importaciones es el de «víveres y especias»: Lp. 3’620,235, en el año 1924. Esta cifra, dentro de una importación total de dieciocho millones de libras, denuncia uno de los problemas de nuestra economía. No es posible la supresión de todas nuestras importaciones de víveres y especias, pero sí de sus más fuertes renglones. El más grueso de todos es la importación de trigo y harina, que en 1924 ascendió a más de doce millones de soles. Un interés urgente y claro de la economía peruana exige, desde hace mucho tiempo, que el país produzca el trigo necesario para el pan de su población. Si este objetivo hubiese sido alcanzado, el Perú no tendría ya que seguir pagando al extranjero doce o más millones de soles al año por el trigo que consumen las ciudades de la costa. ¿Por qué no se ha resuelto este problema de nuestra economía? No es sólo porque el Estado no se ha preocupado aún de hacer una política de subsistencias. Tampoco es, repito, porque el cultivo de la caña y el de algodón son los más adecuados al suelo y al clima de la costa. Uno solo de los valles, uno solo de los llanos interandinos -que algunos kilómetros de ferrocarriles y caminos abrirían al tráfico- puede abastecer superabundantemente de trigo, cebada, etc., a toda la población del Perú. En la misma costa, los españoles cultivaron trigo en los primeros tiempos de la colonia, hasta el cataclismo que mudó las condiciones climáticas del litoral. No se estudió posteriormente, en forma científica y orgánica, la posibilidad de establecer ese cultivo. Y el experimento practicado en el Norte, en tierras del «Salamanca», demuestra que existen variedades de trigo resistentes a las plagas que Los orígenes del marxismo en América Latina 39 atacan en la costa este cereal y que la pereza criolla, hasta este experimento, parecía haber renunciado a vencer30 . El obstáculo, la resistencia a una solución, se encuentra en la estructura misma de la economía peruana. La economía del Perú es una economía colonial. Su movimiento, su desarrollo, están subordinados a los intereses y a las necesidades de los mercados de Londres y de Nueva York. Estos mercados miran en el Perú un depósito de materias primas y una plaza para sus manufacturas. La agricultura peruana obtiene, por eso, créditos y transportes sólo para los productos que puede ofrecer con ventaja en los grandes mercados. La finanza extranjera se interesa un día por el caucho, otro día por el algodón, otro día por el azúcar. El día en que Londres puede recibir un producto a mejor precio y en cantidad suficiente de la India o del Egipto, abandona instantáneamente a su propia suerte a sus proveedores del Perú. Nuestros latifundistas, nuestros terratenientes, cualesquiera que sean las ilusiones que se hagan de su independencia, no actúan en realidad sino como intermediarios o agentes del capitalismo extranjero. PROPOSICIONES FINALES A las proposiciones fundamentales, expuestas ya en este estudio, sobre los aspectos presentes de la cuestión agraria en el Perú, debo agregar las siguientes: 1.- El carácter de la propiedad agraria en el Perú se presenta como una de las mayores trabas del propio desarrollo del capitalismo nacional. Es muy elevado el por- 40 centaje de las tierras, explotadas por arrendatarios grandes o medios, que pertenecen a terratenientes que jamás han manejado sus fundos. Estos terratenientes, por completo extraños y ausentes de la agricultura y de sus problemas, viven de su renta territorial sin dar ningún aporte de trabajo ni de inteligencia a la actividad económica del país. Corresponden a la categoría del aristócrata o del rentista, consumidor improductivo. Por sus hereditarios derechos de propiedad perciben un arrendamiento que se puede considerar como un canon feudal. El agricultor arrendatario corresponde, en cambio, con más o menos propiedad, al tipo de jefe de empresa capitalista. Dentro de un verdadero sistema capitalista, la plusvalía obtenida por su empresa, debería beneficiar a este industrial y al capital que financiase sus trabajos. El dominio de la tierra por una clase de rentistas, impone a la producción la pesada carga de sostener una renta que no está sujeta a los eventuales descensos de los productos agrícolas. El arrendamiento no encuentra, generalmente, en este sistema, todos los estímulos indispensables para efectuar los trabajos de perfecta valorización de las tierras y de sus cultivos e instalaciones. El temor a un aumento de la locación, al vencimiento de su escritura, lo induce a una gran parsimonia en las inversiones. La ambición del agricultor arrendatario es, por supuesto, convertirse en propietario; pero su propio empeño contribuye al encarecimiento de la propiedad agraria en provecho de los latifundistas. Las condiciones incipientes del crédito agrícola en el Perú impiden una más Los orígenes del marxismo en América Latina intensa expropiación capitalista de la tierra para esta clase de industriales. La explotación capitalista e industrialista de la tierra, que requiere para su libre y pleno desenvolvimiento la eliminación de todo canon feudal, avanza por esto en nuestro país con suma lentitud. Hay aquí un problema, evidente no sólo para un criterio socialista sino, también, para un criterio capitalista. Formulando un principio que integra el programa agrario de la burguesía liberal francesa, Edouard Herriot afirma que «la tierra exige la presencia real»31 . No está demás remarcar que a este respecto el Occidente no aventaja por cierto al Oriente, puesto que la ley mahometana establece, como lo observa Charles Gide, que «la tierra pertenece al que la fecunda y vivifica». 2.- El latifundismo subsistente en el Perú se acusa, de otro lado, como la más grave barrera para la inmigración blanca. La inmigración que podemos esperar es, por obvias razones, de campesinos provenientes de Italia, de Europa Central y de los Balcanes. La población urbana occidental emigra en mucha menor escala y los obreros industriales saben, además, que tienen muy poco que hacer en la América Latina. Y bien. El campesino europeo no viene a América para trabajar como bracero, sino en los casos en que el alto salario le consiente ahorrar largamente. Y éste no es el caso del Perú. Ni el más miserable labrador de Polonia o de Rumania aceptaría el tenor de vida de nuestros jornaleros de las haciendas de caña o algodón. Su aspiración es devenir pequeño propietario. Para que nuestros cam- pos estén en grado de atraer esta inmigración es indispensable que puedan brindarle tierras dotadas de viviendas, animales y herramientas y comunicadas con ferrocarriles y mercados. Un funcionario o propagandista del fascismo, que visitó el Perú hace aproximadamente tres años, declaró en los diarios locales que nuestro régimen de gran propiedad era incompatible con un programa de colonización e inmigración capaz de atraer al campesino italiano. 3.- El enfeudamiento de la agricultura de la costa a los intereses de los capitales y los mercados británicos y americanos, se opone no sólo a que se organice y desarrolle de acuerdo con las necesidades específicas de la economía nacional -esto es asegurando primeramente el abastecimiento de la población- sino también a que ensaye y adopte nuevos cultivos. La mayor empresa acometida en este orden en los últimos años -la de las plantaciones de tabaco de Tumbesha sido posible sólo por la intervención del Estado. Este hecho abona mejor que ningún otro la tesis de que la política liberal del laisser faire, que tan pobres frutos ha dado en el Perú, debe ser definitivamente reemplazada por una política social de nacionalización de las grandes fuentes de riqueza. 4.- La propiedad agraria de la costa, no obstante los tiempos prósperos de que ha gozado, se muestra hasta ahora incapaz de atender los problemas de la salubridad rural, en la medida que el Estado exige y que es, desde luego, asaz modesta. Los requerimientos de la Dirección de Salubridad Pública a los hacendados no consiguen aún el cumplimiento de las disposiciones vigentes contra el paludismo. No se ha obtenido siquiera un mejoramiento general de las rancherías. Está probado que la población rural de la costa arroja los más altos índices de mortalidad y morbilidad del país. (Exceptúase naturalmente los de las regiones excesivamente mórbidas de la selva). La estadística demográfica del distrito rural de Pativilca acusaba hace tres años una mortalidad superior a la natalidad. Las obras de irrigación, como lo observa el ingeniero Sutton a propósito de la de Olmos, comportan posiblemente la más radical solución del problema de las paludes o pantanos. Pero, sin las obras de aprovechamiento de las aguas sobrantes del río Chancay realizadas en Huacho por el señor Antonio Graña, a quien se debe también un interesante plan de colonización, y sin las obras de aprovechamiento de las aguas del subsuelo practicadas en Chiclín y alguna otra negociación del Norte, la acción del capital privado en la irrigación de la costa peruana resultaría verdaderamente insignificante en los últimos años. 5.- En la sierra, el feudalismo agrario sobreviviente se muestra del todo inepto como creador de riqueza y de progreso. Excepción hecha de las negociaciones ganaderas que exportan lana y alguna otra, en los valles y planicies serranos el latifundio tiene una producción miserable. Los rendimientos del suelo son ínfimos; los métodos de trabajo, primitivos. Un órgano de la prensa local decía una vez que en la sierra peruana el gamonal aparece relativamente tan pobre como el indio. Este argumento -que resulta completamente nulo dentro de un criterio de relatividad- lejos de justificar al gamonal, lo condena inapelablemente. Porque para la economía moderna -entendida como ciencia objetiva y concreta- la única justificación del capitalismo y de sus capitanes de industria y de finanza está en su función de creadores de riqueza. En el plano económico, el señor feudal o gamonal es el primer responsable del poco valor de sus dominios. Ya hemos visto cómo este latifundista no se preocupa de la productividad sino de la rentabilidad de la tierra. Ya hemos visto también cómo, a pesar de ser sus tierras las mejores, sus cifras de producción no son mayores que las obtenidas por el indio, con su primitivo equipo de labranza, en sus magras tierras comunales. El gamonal, como factor económico, está, pues, completamente descalificado. 6.- Como explicación de este fenómeno se dice que la situación económica de la agricultura de la sierra depende absolutamente de las vías de comunicación y transporte. Quienes así razonan no entienden sin duda la diferencia orgánica, fundamental, que existe entre una economía feudal o semifeudal y una economía capitalista. No comprenden que el tipo patriarcal primitivo de terrateniente feudal es sustancialmente distinto del tipo del moderno jefe de empresa. De otro lado el gamonalismo y el latifundismo aparecen también como un obstáculo hasta para la ejecución del propio programa vial que el Estado sigue actualmente. Los abusos e intereses de los gamonales Los orígenes del marxismo en América Latina 41 se oponen totalmente a una recta aplicación de la ley de conscripción vial. El indio la mira instintivamente como una arma del gamonalismo. Dentro del régimen inkaico, el servicio vial debidamente establecido sería un servicio público obligatorio, del todo compatible con los principios del socialismo moderno; dentro del régimen colonial de latifundio y servidumbre, el mismo servicio adquiere el carácter odioso de una «mita». 1 Luis E. Valcárcel, Del Ayllu al Imperio, p. 166. 2 César Antonio Ugarte, Bosquejo de la Historia Económica del Perú, p. 9. 3 Javier Prado, «Estado Social del Perú durante la dominación española», en Anales Universitarios del Perú, tomo XXII, pp. 125 y 126. 4 Ugarte, ob. citada, p. 64. 5 José Vasconcelos, Indología. 6 Javier Prado, ob. citada, p. 37. Georges Sorel, Introduction à l’economie moderne, pp. 120 y 130. 8 Ugarte, ob. citada, p. 24. 7 9 Eugéne Schkaff, La Question Agraire en Russie, p. 118. 10 Esteban Echeverría, Antecedentes y primeros pasos de la revolución de Mayo. 11 Vasconcelos, conferencia sobre «El Nacionalismo en la América Latina», en Amauta Nº 4, p. 15. Este juicio, exacto en lo que respecta a las relaciones entre caudillaje militar y propiedad agraria en América, no es igualmente válido para todas las épocas y situaciones históricas. No es posible suscribirlo sin esta precisa reserva. 12 Ugarte, ob. citada, p. 57. 13 Le Pérou Contemporain, pp. 98 y 99. 14 Ugarte, ob. citada, p. 58 15 Si la evidencia histórica del comunismo inkaico no apareciese incontestable, la comunidad, órgano específico de comunismo, bastaría para despejar cualquier duda. El «despotismo» de los inkas ha herido sin embargo, los escrúpulos 42 liberales de algunos espíritus de nuestro tiempo. Quiero reafirmar aquí la defensa que hice del comunismo inkaico objetando la tesis de su más reciente impugnador, Augusto Aguirre Morales, autor de la novela El Pueblo del Sol . El comunismo moderno es una cosa distinta del comunismo inkaico. Esto es lo primero que necesita aprender y entender, el hombre de estudio que explora el Tawantinsuyo. Uno y otro comunismo son un producto de diferentes experiencias humanas. Pertenecen a distintas épocas históricas. Constituyen la elaboración de disímiles civilizaciones. La de los inkas fue una civilización agraria. La de Marx y Sorel es una civilización industrial. En aquélla el hombre se sometía a la naturaleza. En ésta la naturaleza se somete a veces al hombre. Es absurdo, por ende, confrontar las formas y las instituciones de uno y otro comunismo. Lo único que puede confrontarse es su incorpórea semejanza esencial, dentro de la diferencia esencial y material de tiempo y de espacio. Y para esta confrontación hace falta un poco de relativismo histórico. De otra suerte se corre el riesgo cierto de caer en los clamorosos errores en que ha caído Víctor Andrés Belaunde en una tentativa de este género. Los cronistas de la conquista y de la colonia miraron el panorama indígena con ojos medioevales. Su testimonio indudablemente no puede ser aceptado, sin beneficio de inventario. Sus juicios corresponden inflexiblemente a sus puntos de vista españoles y católicos. Pero Aguirre Morales es, a su turno, víctima del falaz punto de vista. Su posición en el estudio del Imperio Inkaico no es una posición relativista. Aguirre considera y examina el Imperio con apriorismos liberales e individualistas. Y piensa que el pueblo inkaico fue un pueblo esclavo e infeliz porque careció de libertad. La libertad individual es un aspecto del complejo fenómeno liberal. Una crítica realista puede definirla como la base jurídica de la civilización capitalista, (Sin el libre arbitrio no habría libre tráfico, ni libre concurrencia, ni libre industria). Una crítica idealista puede definirla como una adquisición del espíritu humano en la edad moderna. En ningún caso, esta libertad cabía en la vida inkaica. El hombre del Tawantinsuyo no sentía absolutamente ninguna necesidad de libertad individual. Así como no sentía absolutamente, por ejemplo, ninguna necesidad de libertad de imprenta. La libertad de imprenta puede servirnos para algo a Aguirre Morales y a mí; pero los indios podían ser felices sin conocerla y aun sin concebirla. La vida y el espíritu del indio no estaban atormentados por el afán de especulación y de creación intelectuales. No estaban tampoco subordinados a la necesidad de comerciar, de contratar, de traficar. ¿Para qué podría servirle, por consiguiente, al indio esta libertad inventada por nuestra civilización? Si el espíritu de la libertad se reveló al quechua, fue sin duda en una fórmula o, más bien, en una emoción diferente de la fórmula liberal, jacobina e individua- Los orígenes del marxismo en América Latina lista de la libertad. La revelación de la libertad, como la revelación de Dios, varía con las edades, los pueblos y los climas. Consustanciar la idea abstracta de la libertad con las imágenes concretas de una libertad con gorro frigio -hija del protestantismo y del renacimiento y de la revolución francesa- es dejarse coger por una ilusión que depende tal vez de un mero, aunque no desinteresado, astigmatismo filosófico de la burguesía y de su democracia. La tesis de Aguirre, negando el carácter comunista de la sociedad inkaica, descansa íntegramente en un concepto erróneo. Aguirre parte de la idea de que autocracia y comunismo son dos términos inconciliables. El régimen inkaico constata- fue despótico y teocrático; luego -afirma- no fue comunista. Mas el comunismo no supone, históricamente, libertad individual ni sufragio popular. La autocracia y el comunismo son incompatibles en nuestra época; pero no lo fueron en sociedades primitivas. Hoy un orden nuevo no puede renunciar a ninguno de los progresos morales de la sociedad moderna. El socialismo contemporáneo -otras épocas han tenido otros tipos de socialismo que la historia designa con diversos nombres- es la antítesis del liberalismo; pero nace de su entraña y se nutre de su experiencia. No desdeña ninguna de sus conquistas intelectuales. No escarnece y vilipendia sino sus limitaciones. Aprecia y comprende todo lo que en la idea liberal hay de positivo: condena y ataca sólo lo que en esta idea hay de negativo y temporal. Teocrático y despótico fue, ciertamente, el régimen inkaico. Pero este es un rasgo común de todos los regímenes de la antigüedad. Todas las monarquías de la historia se han apoyado en el sentimiento religioso de sus pueblos. El divorcio del poder temporal y del poder espiritual es un hecho nuevo. Y más que un divorcio es una separación de cuerpos. Hasta Guillermo de Hohenzollern los monarcas han invocado su derecho divino. No es posible hablar de tiranía abstractamente. Una tiranía es un hecho concreto. Y es real sólo en la medida en que oprime la voluntad de un pueblo o en que contraría y sofoca su impulso vital. Muchas veces, , en la antigüedad un régimen absolutista y teocrático ha encarnado y representado, por el contrario, esa voluntad y ese impulso. Este parece haber sido el caso del imperio inkaico. No creo en la obra taumatúrgica de los Inkas. Juzgo evidente su capacidad política, pero juzgo no menos evidente que su obra consistió en construir el Imperio con los materiales humanos y los elementos morales allegados por los siglos. El ayllu -la comunidad-, fue la célula del Imperio. Los Inkas hicieron la unidad, inventaron el Imperio; pero no crearon la célula. El Estado jurídico organizado por los Inkas reprodujo, sin duda, el Estado natural pre-existente. Los Inkas no violentaron nada. Está bien que se exalte su obra; no que se desprecie y disminuya la gesta milenaria y multitudinaria de la cual esa obra no es sino una expresión y una consecuencia.No se debe empequeñecer, ni mucho menos negar, lo que en esa obra pertenece a la masa. Aguirre, literato individualista, se complace en ignorar en la historia a la muchedumbre. Su mirada de romántico busca exclusivamente al héroe. Los vestigios de la civilización inkaica declaran unánimemente, contra la requisitoria de Aguirre Morales. El autor de El Pueblo del Sol invoca el testimonio de los millares de huacos que han desfilado ante sus ojos. Y bien. Esos huacos dicen que el arte inkaico fue un arte popular. Y el mejor documento de la civilización inkaica es, acaso, su arte. La cerámica estilizada sintetista de los indios no puede haber sido producida por un pueblo grosero y bárbaro.James George Frazer -muy distante espiritual y físicamente de los cronistas de la colonia-, escribe: «Remontando el curso de la historia, se encontrará que no es por un puro accidente que los primeros grandes pasos hacia la civilización han sido hechos bajo gobiernos despóticos y teocráticos como los de la China, del Egipto, de Babilonia, de México, del Perú, países en todos los cuales el jefe supremo exigía y obtenía la obediencia servil de sus súbditos por su doble carácter de rey y de dios. Sería apenas una exageración decir que en esa época lejana el despotismo es el más grande amigo de la humanidad y por paradojal que esto parezca, de la libertad. Pues después de todo, hay más libertad, en el mejor sentido de la palabra -libertad de pensar nuestros pensamientos y de modelar nuestros destinos-, bajo el despotismo más absoluto y la tiranía más opresora que bajo la aparente libertad de la vida salvaje, en la cual la suerte del individuo, de la cuna a la tumba, es vaciada en el molde rígido de las costumbres hereditarias» (The Golden Bough, Part. I ). Aguirre Morales dice que en la sociedad inkaica se desconocía el robo por una simple falta de imaginación para el mal. Pero no se destruye con una frase de ingenioso humorismo literario un hecho social que prueba, precisamente, lo que Aguirre se obstina en negar: el comunismo inkaico. El economista francés Charles Gide piensa que más exacta que la célebre fórmula de Proudhon, es la siguiente fórmula: «El robo es la propiedad». En la sociedad inkaica no existía el robo porque no existía la propiedad. O, si se quiere, porque existía una organización socialista de la propiedad. Invalidemos y anulemos, si hace falta, el testimonio de los cronistas de la colonia. Pero es el caso que la teoría de Aguirre busca amparo, justamente, en la interpretación, medioeval en su espíritu, de esos cronistas de la forma de distribución de las tierras y de los productos. Los frutos del suelo no son atesorables. No es verosímil, por consiguiente, que las dos terceras partes fuesen acaparadas para el consumo de los funcionarios y sacerdotes del Imperio. Mucho más verosímil es que los frutos que se supone reservados para los nobles y el Inka, estuviesen destinados a constituir los depósitos del Estado. Y que representasen, en suma, un acto de providencia social, peculiar y característico en un orden socialista. 16 Castro Pozo, Nuestra Comunidad Indígena. ro recordar otro concepto de Sorel: «El trabajo depende, en muy vasta medida, de los sentimientos que experimentan los obreros ante su tarea». 24 Schkaff, ob. citada, p. 135. 17 25 Ibíd., pp. 16 y 17. 18 Escrito este trabajo, encuentro en el libro de Haya de la Torre Por la emancipación de la América Latina, conceptos que coinciden absolutamente con los míos sobre la cuestión agraria en general y sobre la comunidad indígena en particular. Partimos de los mismos puntos de vista, de manera que es forzoso que nuestras conclusiones sean también las mismas. 19 Castro Pozo, ob. citada, pp. 66 y 67. 20 Ibíd., p. 434. 21 Schkaff, ob. citada, p. 188. 22 Castro Pozo, ob. citada, p. 47. El autor tiene observaciones muy interesantes sobre los elementos espirituales de la economía comunitaria. «La energía, perseverancia e interés -apunta- con que un comunero siega, gavilla el trigo o la cebada, quipicha (Quipichar: cargar a la espalda. Costumbre indígena extendida en toda la sierra. Los cargadores, fleteros y estibadores de la costa, cargan sobre el hombro) y desfila, a paso ligero, hacia la era alegre, corriéndole una broma al compañero o sufriendo la del que va detrás halándole el extremo de la manta, constituyen una tan honda y decisiva diferencia, comparados con la desidia, frialdad, laxitud del ánimo y, al parecer, cansancio, con que prestan sus servicios los yanaconas, en idénticos trabajos u otros de la misma naturaleza; que a primera vista salta el abismo que diversifica el valor de ambos estados psico-físicos, y la primera interrogación que se insinúa al espíritu, es la de ¿qué influencia ejerce en el proceso del trabajo su objetivación y finalidad concreta e inmediata?» 23 Sorel, que tanta atención ha dedicado a los conceptos de Proudhon y Le Play sobre el rol de la familia en la estructura y el espíritu de la sociedad, ha considerado con buida y sagaz penetración «la parte espiritual del medio económico». Si algo ha echado de menos en Marx, ha sido un insuficiente espíritu jurídico, aunque haya convenido en que este aspecto de la producción no escapaba al dialéctico de Tréveris. «Se sabe -escribe en su Introduction a l’economie moderne- que la observación de las costumbres de las familias de la plana sajona impresionó mucho a Le Play en el comienzo de sus viajes y ejerció una influencia decisiva sobre su pensamiento. Me he preguntado si Marx no había pensado en estas antiguas costumbres cuando ha acusado al capitalismo de hacer del proletario un hombre sin familia». Con relación a las observaciones de Castro Pozo, quie- No hay que olvidar, por lo que toca a los braceros serranos, el efecto extenuante de la costa cálida e insalubre en el organismo del indio de la sierra, presa segura del paludismo, que lo amenaza y predispone a la tuberculosis. Tampoco hay que olvidar el profundo apego del indio a sus lares y a su naturaleza. En la costa se siente un exiliado, un mitimae. 26 Una de las constataciones mas importantes a que este t6pico conduce es la de la intima solidaridad de nuestro problema agrario con nuestro problema demografico. La concentración de las tierras en manos de los gamonales constituye un freno, un cancer de la demografia nacional. Solo cuando se haya rota esa traba del progreso peruano, se habra adoptado realmente el principio sud-americano: «Gobernar es poblar» . 27 EI proyecto concebido por el Gobierno con el objeto de crear la pequeiia propiedad agraria se inspira en el criterio económico liberal y capitalista. En la costa su aplicación, subordinada a la expropiación de fundos y a la irrigación de tierras eriazas, puede corresponder atin a posibilidades mas o menos amplias de colonización. En la Sierra sus efectos serian mucho mas restringidos y dudosos. Como todas las tentativas de dotación de tierras, que registra nuestra historia republicana, se caracteriza por su prescindencia del valor social de la «comunidad» y por su timidez ante el latifundista cuyos intereses salvaguarda con expresivo celo. Estableciendo el pago de la parcela al contado o en 20 anualidades, resulta inaplicable en las regiones de sierra donde no existe todavia una economia comercial monetaria. EI pago, en estos casos, deberia ser estipulado no en dinero sino en productos. EI sistema del Estado de adquirir fundos para repartirlos entre los indios manifesta un extremado miramiento por los latifundistas, a los cuales ofrece la ocasión de vender fundos poco productivos o mal explotados, en condiciones ventajosas. 28 Schkaff, ob. citada, p. 133, 134 Y 135. 29 Francisco Ponce de León, Sistemas de arrendamiento de terrenos del cultivo en el departamento del Cusco y el problema de la tierra. 30 Los experimentos recientemente practicados, en distintos puntos de la Costa, por la Comisión Impulsora del Cultivo del Trigo, han tenido, según se anuncia, exito satisfactorio. Se ha obtenido apreciables rendimientos de la variedad «Kappli Emmer» -lnmune a la «roya»- aún en las «lomas». 31 Herriot, Creer. Los orígenes del marxismo en América Latina 43 44 Los orígenes del marxismo en América Latina JOSE CARLOS MARIATEGUI aniversario y balance Escrito: Por José Carlos Mariátegui con motivo del 3er aniversario de la revista Amauta que él dirigía. Primera edición: Amauta Año III, N° 17. Lima, setiembre de 1928. AMAUTA LLEGA CON este número a su segundo cumpleaños. Estuvo a punto de naufragar al noveno número, antes del primer aniversario. La admonición de Unamuno -»revista que envejece, degenera»- habría sido el epitafio de una obra resonante pero efímera. Pero Amauta no había nacido para quedarse en episodio, sino para ser historia y para hacerla. Encarar con esperanza el porvenir. De hombres y de ideas, es nuestra fuerza. La primera obligación de toda obra, del género de la que Amauta se ha impuesto, es esta: durar. La historia es duración. No vale el grito aislado, por muy largo que sea su eco; vale la prédica constante, continua, persistente. No vale la idea perfecta, absoluta, abstracta, indiferente a los hechos, a la realidad cambiante y móvil; vale la idea germinal, concreta, dialéctica, operante, rica en potencia y capaz de movi- miento. Amauta no es una diversión ni un juego de intelectuales puros: profesa una idea histórica, confiesa una fe activa y multitudinaria, obedece a un movimiento social contemporáneo. En la lucha entre dos sistemas, entre dos ideas, no se nos ocurre sentirnos espectadores ni inventar un tercer término. La originalidad a ultranza, es una preocupación literaria y anárquica. En nuestra bandera inscribimos esta sola, sencilla y grande palabra: Socialismo. (Con este lema afirmamos nuestra absoluta independencia frente a la idea de un Partido nacionalista, pequeño burgués y demagógico.) Hemos querido que Amauta tuviese un desarrollo orgánico, autónomo, individual nacional. Por esto, empezamos por buscar su título en la tradición peruana. Amauta no debía ser un plagio, ni una tra- Los orígenes del marxismo en América Latina 44 ducción. Tomábamos una palabra incaica, para crearla de nuevo. Para que el Perú indio, la América indígena, sintieran que esta revista era suya. Ypresentamos a Amauta como la voz de un movimiento y de una generación. Amauta ha sido, en estos dos años, una revista de definición ideológica, que ha recogido en sus páginas las proposiciones de cuantos con títulos de sinceridad y competencia, han querido hablar a nombre de esta generación y de este movimiento. El trabajo de definición ideológica nos parece cumplido. En todo caso, hemos oído ya las opiniones categóricas y solícitas en expresarse. Todo debate se abre para los que opinan, no para los que callan. La primera jornada de Amauta ha concluido. En la segunda jornada, no necesita ya llamarse revista de la «nueva generación», de la «vanguardia», de las «izquierdas». Para ser fiel a la revolución, le basta ser una revista socialista. «Nuestra generación», «nuestro espíritu», «nuestra sensibilidad», todos estos términos han envejecido. Lo mismo hay que decir de estos otros rótulos: «vanguardia», «izquierda», «renovación», Fueron nuevos y buenos en su hora. Nos hemos servido de ellos para establecer demarcaciones provisionales, por razones contingentes de topografía y orientación. Hoy resultan ya demasiado genéricos y anfibológicos. Bajo estos rótulos, empiezan a pasar gruesos contrabandos. La nueva generación no será efectivamente nueva sino en la medida en que sepa ser, en fin, adulta, creadora. 46 La misma palabra revolución, en esta América de las pequeñas revoluciones, se presta bastante al equívoco. Tenemos que reivindicarla rigurosa e intransigentemente. Tenemos que restituirle su sentido estricto y cabal. La revolución latinoamericana será nada más y nada menos que una etapa, una fase de la revolución mundial. Será simple y puramente la revolución socialista. A esta palabra agregad, según los casos, todos los adjetivos que queráis: «antiimperialista», «agrarista», «nacionalista-revolucionaria». El socialismo los supone, los antecede, los abarca a todos. A Norteamérica capitalista, plutocrática, imperialista, sólo es posible oponer eficazmente una América latina o íbera, socialista. La época de la libre concurrencia en la economía capitalista ha terminado en todos los campos y todos los aspectos. Estamos en la época de los monopolios, vale decir de los imperios. Los países latinoamericanos llegan con retardo a la competencia capitalista. Los primeros puestos están ya definitivamente asignados. El destino de estos países, dentro del orden capitalista, es de simples colonias. La oposición de idiomas, de razas, de espíritus no tiene ningún sentido decisivo. Es ridículo hablar todavía del contraste entre una América sajona materialista y una América latina idealista, entre una Roma Rubia y una Grecia pálida. Todos estos son tópicos irremisiblemente desacreditados. El mito de Rodó no obra ya -no ha obrado nunca- útil y fecundamente sobre las almas. Descartemos, inexorablemente, to- Los orígenes del marxismo en América Latina das estas caricaturas y simulacros de ideologías y hagamos las cuentas, seria y francamente, con la realidad. El socialismo no es, ciertamente, una doctrina indoamericana. Pero ninguna doctrina, ningún sistema contemporáneo lo es ni puede serlo. Y el socialismo, aunque haya nacido en Europa, como el capitalismo, no es tampoco específico ni particularmente europeo. Es un movimiento mundial, al cual no sustrae ninguno de los países que se mueven dentro de la órbita de la civilización occidental. Esta civilización conduce, con una fuerza y unos medios de que ninguna civilización dispuso, a la universalidad. Indoamérica en este orden mundial, puede y debe tener individualidad y estilo; pero no una cultura ni un sino particulares. Hace cien, años debimos nuestra independencia como naciones al ritmo de la historia de Occidente, que desde la colonización nos impuso ineluctablemente su compás. Libertad, Democracia, Parlamento, Soberanía del Pueblo, todas las grandes palabras que pronunciaron nuestros hombres de entonces procedían del repertorio europeo. La historia, sin embargo, no mide la grandeza de esos hombres por la originalidad de estas ideas, sino por la eficacia y genio con que las sirvieron. Y los pueblos que más adelante marchan en el continente son aquellos donde arraigaron mejor y más pronto. La interdependencia, la solidaridad de los pueblos y de los continentes, eran sin embargo, en aquel tiempo, mucho menores que en éste. El socialismo, en fin, está en la tradición americana. La más avanzada organización comunista, primitiva, que registra la historia, es la incaica. No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano. He aquí una misión digna de una generación nueva. En Europa, la degeneración parlamentaria y reformista del socialismo ha impuesto, después de la guerra, designaciones específicas. En los pueblos donde ese fenómeno no se ha producido, porque el socialismo aparece recién en su proceso histórico, la vieja y grande palabra conserva intacta su grandeza. Lo guardará también en la historia, mañana, cuando las necesidades contingentes y convencionales de demarcación que hoy distinguen prácticas y métodos, hayan desaparecido. Capitalismo o socialismo. Éste es el problema de nuestra época. No nos anticipamos a la síntesis, a las transacciones, que sólo pueden operarse en la historia. Pensamos y sentimos como Gobetti que la historia es un reformismo mas a condición de que los revolucionarios operen como tales. Marx, Sorel, Lenin, he ahí los hombres que hacen la historia. Es posible que muchos artistas e intelectuales apunten que acatamos absolutamente la autoridad de maestros irremisiblemente comprendidos en el proceso por la trahison des clercs. Confesamos sin escrúpulo, que nos sentimos en los dominios de lo temporal, de lo histórico, y que no tenemos ninguna intención de abandonarlos. Dejemos con sus cuitas estériles y sus lacrimosas metafísicas a los espíritus incapaces de aceptar y comprender la época. El materialismo socialista encierra todas las posibilidades de ascensión espiritual, ética y filosófica. Y nunca nos sentimos más rabiosa y eficaz y religiosamente idealistas que al asentar bien la idea y los pies en la materia. Los orígenes del marxismo en América Latina 47 48 Los orígenes del marxismo en América Latina JOSE CARLOS MARIATEGUI carta del grupo de lima «COMPAÑEROS»: «Consideramos necesario informar a ustedes sumariamente sobre nuestros puntos de vista respecto de principios y métodos de acción adoptados por el grupo de deportados peruanos que trabajan en Méjico y que sin una explicita declaración nuestra, pasarían como positivamente aceptados por nosotros que constituimos el núcleo que tiene aquí la responsabilidad de nuestra obra». «Estamos seguros de que ustedes mismos se dan cuenta de la necesidad de que la acción del Apra en el Perú no sea resuelta por un comité establecido en Méjico, sino amplia y maduramente deliberada con principal intervención de los elementos que actúan en el país. Cuantos se coloquen en el terreno marxista, saben que la acción debe corresponder directa y exac- tamente a la realidad. Sus normas, por consiguiente, no pueden ser determinadas por quienes no obran bajo su presión e inspiración». «La definición del carácter y táctica del Apra nos parece, de otro lado, fundamental para la existencia de una disciplina orgánica. Pensamos que, conforme a la idea que original mente la inspiró, y que su propio nombre expresa, el Apra debe ser, o es de hecho, una alianza, un frente único y no un partido. Un programa de acción común e inmediato no suprime las diferencias ni los matices de clase y de doctrina. Y quienes desde nuestra iniciación en el movimiento social e ideológico, del cual el Apra forma parte, nos reclamamos de ideas socialistas, tenemos la obligación de prevenir equívocos y confusiones futuras. Como socialistas, podemos colaborar dentro del Apra o alianza o frente Los orígenes del marxismo en América Latina 49 único, con elementos mas o menos reformistas o social-democráticos -sin olvidar la vaguedad que estas designaciones tienen en nuestra América- con la izquierda burguesa y liberal, dispuesta la verdad a la lucha contra los rezagos de feudalidad y contra la penetración imperialista; pero no podemos, en virtud del sentido mismo de nuestra cooperación, entender el Apra como partido, esto es, como una facción orgánica y doctrinariamente homogénea». «Profesamos abiertamente el concepto de que nos toca crear el socialismo indoamericano, de que nada es tan absurdo como copiar literalmente fórmulas europeas, de que nuestra praxis debe corresponder a la realidad que tenemos delante. Pero este principio no nos aconseja adoptar apresuradamente fórmulas que, por el momento, pueden tener absoluta precisión en la mente de quienes las conciben como medio táctico pero que mañana, bajo la presión de proselitismos mas adoctrinados, y al influjo de la mentalidad burguesa y pequeño-burguesa incorporada fatalmente en el movimiento, pueden prestarse a confusionismos infinitos. La experiencia del Kuo Min Tang es preciosa para el movimiento antiimperialista de Indoamérica, a condición de que se le aproveche integralmente. El alejarnos de las formas europeas, no debe conducirnos a una estimación exagerada de las fórmulas asiáticas y de su posible eficacia en nuestro medio. No debemos olvidar que, en todo caso, las fórmulas europeas nos son mas inteligibles, que nos llegan directamente a través de los idiomas y pueblos en que se 50 expresan, mientras de las fórmulas chinas no tenemos sino la versión europea. Tampoco podemos olvidar el ascendiente y la función que en la ideología del movimiento nacionalista chino tienen las ideas occidentales. El Kuo Min Tang, finalmente, se encuentra en crisis, y en gran parte por no haber sido explicita y funcionalmente una alianza, un frente único. Sus rumbos estaban subordinados al predominio de sus elementos de derecha, centro e izquierda que correspondían al de sus respectivos sentimientos e interés de clase. Las ultimas deliberaciones del Kuo Min Tang, según «Internationale Presse Correspondenz» y otras publicaciones recientes -entrañan una rectificación total de sus principales puntos de vista, en lo concerniente al proletariado y a las organizaciones de clase. El Kuo Min Tang fue Sun Yat Sen; pero es también Chang Kay Shek. El Kuo Min Tang además, se desarrolló no continental sino nacionalmente, cosa en la que el Apra se diferencia necesariamente de aquel movimiento». «La colaboración de la burguesía, y aun de muchos elementos feudales, en la lucha anti-imperialista china, se explica por razones de raza, de civilización nacional, que entre nosotros no existen. El chino noble o burgués se siente entrañablemente chino. AI desprecio del blanco por su cultura estratificada y decrepita, corresponde con el desprecio y el orgullo de su tradición milenaria. El anti-imperialismo en la china puede, por tanto, descansar fundamentalmente en el sentimiento y en el factor nacionalista. En Indoamérica las circunstancias Los orígenes del marxismo en América Latina no son las mismas. La aristocracia y la burguesía criollas no se sienten solidarizadas con el pueblo por el lazo de una historia y de una cultura comunes. En el Perú, el aristócrata y el burgués blancos, desprecian lo popular, lo nacional. Se sienten, ante todo, blancos. El pequeño burgués mestizo imita este ejemplo. La burguesía limeña fraterniza con los capitalistas yankis, y aun con sus simples empleados, en el Country Club; en el tenis y en las calles. El yanki desposa sin inconveniente de raza ni de religión a la señorita criolla, y esta no tiene escrúpulo de nacionalidad ni de cultura en preferir el matrimonio con un individuo de la raza invasora. Tampoco tienen este escrúpulo la muchacha de la clase media. La huachafita que puede atrapar un yanki empleado de Grace o de la Foundation, lo hace con la satisfacción de quien siente elevarse su condición social. El factor nacionalista por estas razones objetivas, que a ninguno de Uds. escapa seguramente, no es decisivo ni fundamental en la lucha anti-imperialista de nuestro medio. Solo en los países como en la Argentina, donde existe una burguesía numerosa y rica, orgullosa del grado de riqueza y poder de su patria, y donde la personalidad nacional tiene por muchas razones contornos mas claros y netos que en estos países retardados, el anti-imperialismo puede penetrar fácilmente en los elementos burgueses, pero por razones de expansión y crecimiento capitalista y no por razones de justicia social y de doctrina socialista como es nuestro caso». «Estas consideraciones nos mueven a so- meter a Uds. las siguientes conclusiones». «1.- El Apra debe ser oficial y categóricamente definida y constituida como una alianza o frente único y no como partido». «2.- Los elementos de izquierda que en el Perú concurrimos a su formación, constituimos de hecho -y organizaremos formalmente- un grupo o Partido Socialista, de filiación y orientación definidas que colaborando dentro del movimiento con elementos liberales o revolucionarios de la pequeña burguesía y aun de la burguesía, que acepten nuestros puntos de vista, trabaje por dirigir a las masas hacia las ideas socialistas» . samos, por esto, emplearlo. Las noticias propaladas sobre la candidatura de Haya no producen el efecto, que Uds. suponen, en la opinión. La gente -distante de toda preocupación electoral- las recibe perpleja e irónica». «Recomendamos a la célula, en todo lo tocante a cuestiones de acción, la correspondencia oficial y centralizada. Las cartas particulares de los compañeros no deben traer iniciativas ni instrucciones individuales. Por nuestra parte, nos comprometemos al mismo procedimiento». «Con sentimientos de solidaridad y afecto, que ninguna discrepancia momentanea esperamos- de criterio, puede disminuir, los saludamos cordialmente». «Es evidente que estas conclusiones no nos permiten prestar nuestra cooperación a la creación del Partido Nacionalista que las comunicaciones de algunos compañeros, y aun de la célula oficialmente, anuncian como una decisión del grupo de Méjico. Ese partido puede fundarse dentro del Apra; pero además de que nos parece que su biología natural exige que se decida su oportunidad y necesidad en el Perú y no desde Méjico, su organización toca en todo caso a los elementos de pequeña burguesía que quieran dar vida a un partido propio; pero no a nosotros que leales a los principios que, sin duda alguna, constituyen nuestra mayor fuerza moral, no asumimos ni la responsabilidad ni el encargo de organizarlo. Desaprobamos toda campaña que no descanse en la verdad. El procedimiento del bluff sistemático llevara al descrédito nuestra causa. Rehu- Los orígenes del marxismo en América Latina 51 52 Los orígenes del marxismo en América Latina JOSE CARLOS MARIATEGUI carta a eudocio ravines «NO LE HE ESCRITO EN espera de conclusiones definitivas que comunicarle. Pero usted sabe lo difícil que es aquí conducir algo. Por otra parte, el trabajo diario me embarga con una tiranía extenuante. Debo hacer frente a obligaciones innumerables: las de mi trabajo personal, las de mis colaboraciones en las revistas, las de mis estudios y cien mas. Todo esto sin olvidar la de «manager» mis fuerzas, siempre propensas a fallar. Como si «Amauta» no me diera bastante trabajo, nos hemos metido en la empresa de «Labor», periódico al que vamos dando poco a poco su fisonomía, con la idea de transformarlo en semanario apenas su economía lo consienta. Quiero ver en él el germen de un futuro diario socialista. ¿Cuando se realizara esta intención? En mi trabajo, en mis proyectos, los plazos, el tiempo, han contado siempre poco. Es, probablemente, por eso, que no comparto esa absoluta impaciencia de algunos de nuestros amigos. Se que el temperamento criollo es así y me parece que hay que lamentarlo. Nos falta, como pocas cosas, el tesón austero, infatigable de los europeos. Nuestro temperamento ardoroso, vehemente, repentista, es el mas propenso a los desfallecimientos desesperados». «Estoy completamente de acuerdo con usted en lo sustancial. Cualquiera que sea el sesgo que siga la política nacional, y en particular la acción de los elementos con que hasta ayer habíamos colaborado identificados en apariencia -hemos descubierto ahora que era en apariencia- los intelectuales que nos hemos entregado al socialismo, tenemos la obligación de reivindicar el derecho de la clase obrera a organizarse en un partido autónomo. Por parte de Haya y los amigos de Méjico hay una desviación evi- Los orígenes del marxismo en América Latina 53 dente. Negarse a admitirla, por motivos puramente sentimentales, seria indigno no solo de una inteligencia critica, sino hasta de una elemental honradez. Haya sufre demasiado el demonio del caudillismo y del personalismo. En el fondo tienen un arraigo excesivo en su animo las seducciones del irigoyenismo y del alessandrismo, que han influido, mas de lo que el sin duda se imagina, en su entrenamiento para el combate y la propaganda. Yo Ie escribí a fines de noviembre a New York haciendo serios reparos al carácter personalista de su acción y, sobre todo, a la tendencia a constituir el Apra como partido y no como alianza y abandonar cada vez mas la teoría y la práctica del socialismo. Bazan puede decirle algo de esta carta porque se la dicte a él y ambos nos preguntamos la reacción que podía provocar en Haya. Convinimos en que ya tenia absolutamente el deber de tomar posición franca y netamente. Sin embargo, como Bazan recordara, suprimí de la carta todos los términos que pudiesen dar a la carta un tono inamistoso. No tuvo ninguna respuesta. Haya y los amigos de Méjico se entregaron a una propaganda insensata, que desaprobé enérgicamente y de la que nadie en el país hace caso, lo que demuestra el realismo de mis razones doctrinarias. Cuando escribí a Méjico rechazando sus métodos respecto al Apra y la candidatura, supuse que tal vez mi carta no había llegado a manos de Haya y le envié entonces la copia. Recibí la respuesta que, con el objeto de que usted conozca exactamente los términos de nuestro dialogo, le acompaño en copia. Res- 54 puesta impertinente, absurda, de «jefe» ofendido, que rehusaba toda discusión y que demostraba definitivamente que considerábamos las cosas desde posiciones mentales distintas. He cortado, desde esa carta, mi correspondencia con Haya. ¿ Para que escribirnos? Si yo le devolviese sus ironías y sus puyasos, llegaríamos a una ruptura desagradable por su carácter personal. Me parece que la mejor prueba de estimación y esperanza que puedo dar todavía a Haya es no contestarle». «Yo no he venido al socialismo por el camino de la U.P. y menos todavía de la camaradería estudiantil con Haya. No tengo por que atenerme a su inspiración providencial de caudillo. Me he elevado del periodismo a la doctrinal, el pensamiento, a través de un trabajo de superación del medio que acusa cierta decidida voluntad de oponerme, con todas mis fuerzas dialécticamente, a su atraso y a sus vicios. Se que el caudillismo puede ser aun útil, pero solo a condición de que este férreamente subordinado a una doctrina, a un grupo. Si hay que adaptarse al medio, no tenemos nada que reprocharle a la vieja política. No se imagina usted cuanto he sufrido con esos manifiestos del supuesto comité central de un supuesto partido nacionalista. A Haya no le importa el lenguaje; a mi si; y no por preocupación literaria sino ideológica y moral. Si al menos en el lenguaje político no nos distinguimos del pasado, temo fundadamente que, a la postre, por las mismas razones de adaptación y mimetismo, concluyamos por no diferenciarnos sino en los individuos, en las personalidades». Los orígenes del marxismo en América Latina «No suscribo, por otra parte, la esperanza en la pequeña burguesía, supervalorizada por el aprismo. La pequeña burguesía es la base política del leguiísmo, que le habla bien su idioma, se apropia de sus mitos, conoce y explota sus resortes sentimentales y mentales. ¿Que cosa sino demagógico pequeño burgués es el confuso fraseario o ideario del leguiísmo? No vamos a negar sin caer en la mas clamorosa falta de realismo, las raíces populares del movimiento del 4 de julio. De esas raíces, el régimen conserva la raíz pequeño-burguesa. La Ley del Empleado, es la única ley social de este gobierno. Es también el único acto que el capitalismo nacional no le aprueba, acechando la oportunidad de revisarlo y anularlo. De diez individuos de la clase media que usted interrogue, cinco son leguiístas latentes, si no manifiestos, no por adhesión a las personas del gobierno, sino a sus conceptos y métodos. Nuestro fenómeno alessandrista o irigoyenista se ha producido ya: es el leguiísmo. Tiene, como corresponde al medio, las limitaciones y las gazmonerías de un criterio clerical, conservador; no ha tocado al capital, ni siquiera a la vieja aristocracia; ha mantenido todos los prejuicios; pero es, en parte, nuestro motín pequeño-burgués rápidamente usufructuado por el gran capital y, sobre todo, por la finanza extranjera. La clase que frente a esta política puede decir una palabra propia, autónoma, distinta, es la clase obrera, la única que puede constituir además la vanguardia, y ser la guía del proletariado indígena». «Tenemos que trabajar, por consiguiente, si queremos edificar algo sólido, sobre bases netamente socialistas. Si hay otros que quieren un método original, pequeño-burgués, caudillista, perfectamente. Que vayan por su cuenta. Yo no los acompaño ni los apruebo. Y creo que estoy mas cerca de la realidad y mas cerca del Perú que ellos, a pesar de mi presunto europeísmo y de mi supuesto excesivo doctrinarismo». «En este sentido se orienta nuestra actividad en el Perú, como habrá usted podido observarlo en «Amauta» y «Labor». No me arrepiento de haber reivindicado mi independencia frente a Haya. He descubierto que no estaba solo; que mis puntos de vista correspondían a la clase que me interesa: la clase obrera. Juzgo, naturalmente, por lo que piensan sus elementos con conciencia clasista. Ya lo informaré a usted cuidadosamente. Si usted encontrara posibilidad de venir, nos aportaría un refuerzo precioso. Si prefiere usted continuar en París estudiando, o pasar a otro centro mejor, también trabajaría usted eficazmente por nuestra causa. En cuanto a los compañeros divergentes, creo que si en ellos la adhesión al socialismo es una cosa seria, vendrán al fin a nuestro camino». “Lo abraza fraternalmente». Los orígenes del marxismo en América Latina 55 56 Los orígenes del marxismo en América Latina MARIATEGUI JOSE CARLOS programa del partido socialista peruano Escrito: Redactado por José Carlos Mariátegui en octubre de 1928, y aprobado en el Comité Central del partido, a comienzos de 1929. Fuente: José Carlos Mariátegui, La organización del proletariado, Comisión Política del Comité Central del Partido Comunista Peruano (eds.). Lima: Ediciones Bandera Roja, 1967. EL PROGRAMA DEBE SER una declaración doctrinal que afirme: 1.-El carácter internacional de la economía contemporánea que no consiente a ningún país evadirse de las corrientes de transformación surgidas de las actuales condiciones de producción. 2.-El carácter internacional del movimiento revolucionario del proletariado. El Partido socialista adapta su praxis a las circunstancias concretas del país, pero obedece a una amplia visión de clase, y las mismas circunstancias nacionales están subordinadas al ritmo de la historia mundial. La revolución de la independencia hace más de un siglo, fue un movimiento solidario de todos los pueblos subyugados por España; la revolución socialista es un movimiento mancomunado de todos los pueblos oprimidos por el capitalismo. Si la revolución liberal, nacionalista por sus principios, no pudo ser actuada sin una estrecha unión entre los países sudamericanos, fácil es comprender la ley histórica que, en una época más acentuada de interdependencia y vinculación de las naciones, impone que la revolución social, internacionalista en sus principios, se opere con una coordinación mucho más disciplinada e intensa de los partidos proletarios. El manifiesto de Marx y Engels condensó el primer principio de la revolución proletaria en la frase histórica: «¡Proletarios de todos los países, unios!». 3.-El agudizamiento de las contradicciones de la economía capitalista. El capitalismo se desarrolla en un pueblo semifeudal como el nuestro; en instantes en que, llegado a la etapa de los monopolios y del imperialismo, toda la ideología liberal, correspondiente a la etapa de la libre concurrencia, ha Los orígenes del marxismo en América Latina 57 cesado de ser válida. El imperialismo no consiente a ninguno de estos pueblos semicoloniales, que explota como mercados de su capital y sus mercancías y como depósitos de materias primas, un programa económico de nacionalización e industrialismo; los obliga a la especialización, a la monocultura (petróleo, cobre, azúcar, algodón, en el Perú), sufriendo una permanente crisis de artículos manufacturados, crisis que se deriva de esta rígida determinación de la producción nacional, por factores del mercado mundial capitalista. 4.-El capitalismo se encuentra en su estadio imperialista. Es el capitalismo de los monopolios, del capital financiero, de las guerras imperialistas por el acaparamiento de los mercados y de las fuentes de materias brutas. La praxis del socialismo marxista en este período es la del marxismo-leninismo. El marxismo-leninismo es el método revolucionario de la etapa del imperialismo, y de los monopolios. El Partido socialista del Perú lo adopta como método de lucha. 5.-La economía pre-capitalista del Perú republicano que, por la ausencia de una clase burguesa vigorosa y por las condiciones nacionales e internacionales que han determinado el lento avance del país por la vía capitalista, no puede liberarse bajo el régimen burgués, enfeudado a los intereses capitalistas, coludido con la feudalidad gamonalista y clerical, de las taras y rezagos de la feudalidad colonial. El destino colonial del país reanuda su proceso. La emancipación de la economía del país es posible únicamente por la acción de las masas proleta- 58 rias, solidarias con la lucha antiimperialista mundial. Sólo la acción proletaria puede estimular primero y rea lizar después las tareas de la revolución democráticoburguesa que el régimen burgués es incompetente para desarrollar y cumplir. 6.-El socialismo encuentra, lo mismo en la, subsistencia de las comunidades que en las grandes empresas agrícolas, los elementos de una solución socialista de la cuestión agraria, solución que tolerará en parte la explotación de la tierra por los pequeños agricultores, ahí donde el yanaconazgo o la pequeña propiedad recomienden dejar a la gestión individual, en tanto que se avanza en la gestión colectiva de la agricultura, las zonas donde ese género de explotación prevalece. Pero esto, lo mismo que el estímulo que se presta al libre resurgimiento del pueblo indígena, a la manifestación creadora de sus fuerzas y espíritu nativo, no significa en lo absoluto una romántica y antihistórica tendencia de construcción o resurrección del socialismo incaico, que correspondió a condiciones históricas completamente superadas y del cual sólo quedan como factor aprovechable dentro de una técnica de producción perfectamente científica, los hábitos de cooperación y socialismo de los campesinos indígenas. El socialismo presupone la técnica, la ciencia, la etapa capitalista, y no puede importar el menor retroceso en la adquisición de las conquistas de la civilización moderna, sino, por el contrario, la máxima y metódica aceleración de la incorporación de estas conquistas en la vida nacional. 7.-Sólo el socialismo puede resolver el Los orígenes del marxismo en América Latina problema de una educación efectivamente democrática e igualitaria, en virtud de la cual cada miembro de la sociedad reciba toda la instrucción a que su capacidad le dé derecho. El régimen educacional socialista es el único que puede aplicar plena y sistemáticamente los principios de la escuela única, de la escuela del trabajo, de las comunidades escolares y, en general, de todos los ideales de la pedagogía revolucionaria contemporánea, incompatible con los privilegios de la escuela capitalista, que condena a las clases pobres a la inferioridad cultural y hace de la instrucción superior el monopolio de la riqueza. 8.-Cumplida su etapa democrático-burguesa, la revolución deviene, en sus objetivos y su doctrina, revolución proletaria. El partido del proletariado, capacitado por la lucha para el ejercicio del poder y el desarrollo de su propio programa, realiza en esta etapa las tareas de la organización y defensa del orden socialista. 9.-El Partido socialista del Perú es la vanguardia del proletariado, la fuerza política que asume la tarea de su orientación y dirección en la lucha por la realización de sus ideales de clase. REIVINDICACIONES INMEDIATAS Reconocimiento amplio de la libertad de asociación, reunión y prensa obreras. Reconocimiento del derecho de huelga para todos los trabajadores. Abolición de la conscripción vial. Sustitución de la ley de la vagancia por los artículos que consideraban específicamente la cuestión de la vagancia en el anteproyecto del Código Penal puesto en vigor por el Estado, con la sola excepción de esos artículos incompatibles con el espíritu y el criterio penal de la ley especial. Establecimiento de los Seguros Sociales y de la Asistencia Social del Estado. Cumplimiento de las leyes de accidentes de trabajo, de protección del trabajo de las mujeres y menores, de las jornadas de ocho horas en las faenas de la agricultura. Asimilación del paludismo en los valles de la costa a la condición de enfermedad profesional con las consiguientes responsabilidades de asistencia para el hacendado. Establecimiento de la jornada de siete horas en las minas y en los trabajos insalubres, peligrosos y nocivos para la salud de los trabajadores. Obligación de las empresas mineras y petroleras de reconocer a sus trabajadores de modo permanente y efectivo, todos los derechos que le garantizan las leyes del país. Aumento de los salarios en la industria, la agricultura, las minas, los transportes marítimos y terrestres v las islas guaneras, en proporción con el costo de vida y con el derecho de los trabajadores a un tenor de vida más elevado. Abolición efectiva de todo trabajo forzado o gratuito, y abolición o punición del régimen semi-esclavista en la montaña Dotación a las comunidades de tie- rras de latifundios para la distribución entre sus miembros en proporción suficiente a sus necesidades. Expropiación, sin indemnización, a favor de las comunidades, de todos los fundos de los conventos y congregaciones religiosas. Derecho de los yanaconas, arrendatarios, etc., que trabajen un terreno más de tres años consecutivos, a obtener la adjudicación definitiva del uso de sus parcelas, mediante anualidades no superiores al 60% del canon actual de arrendamiento. Rebaja al menos en un 50% de este canon, para todos los que continúen en su condición de aparceros o arrendatarios. Adjudicación a las cooperativas y a los campesinos pobres, de las tierras ganadas al cultivo por las obras agrícolas de irrigación. Mantenimiento, en todas partes, de los derechos reconocidos a los empleados por la ley respectiva. Reglamentación, por una comisión paritaria, de los derechos de jubilación en forma que no implique el menor menoscabo de los establecidos por la ley. Implantación del salario y del sueldo mínimo. Ratificación de la libertad de cultos y enseñanza religiosa al menos en los términos del artículo constitucional y consiguiente derogatoria del último decreto contra las iglesias no católicas. Gratuidad de la enseñanza en todos sus grados. Estas son las principales reivindicaciones por las cuales el Partido socialista lu- chará de inmediato. Todas ellas responden a perentorias exigencias de la emancipación material e intelectual de las masas. Todas ellas tienen que ser activamente sostenidas por el proletariado y por los elementos conscientes de la clase media. La Libertad del Partido para actuar públicamente, al amparo de la constitución y de las garantías, que ésta acuerda a los ciudadanos para crear y difundir sin restricciones su prensa, para realizar sus congresos y debates, es un derecho reivindicado por el acto mismo de la fundación pública de esta agrupación. Los grupos estrechamente ligados que se dirigen hoy al pueblo por medio de este manifiesto, asumen resueltamente, con la conciencia de un deber y una responsabilidad históricas, la misión de defender y propagar sus principios y mantener y acrecentar su Organización, a costa de cualquier sacrificio. Y las masas trabajadoras de la ciudad, el campo y las minas y el campesinado indígena, cuyos intereses y aspiraciones representamos en la lucha política, sabrán apropiarse de estas reivindicaciones y de esta doctrina, combatir perseverante y esforzadamente por ellas y encontrar, a través de esta lucha, la vía que conduce a la victoria final del socialismo. ¡Viva la clase obrera del Perú! ¡Viva el proletariado mundial! ¡Viva la revolución social! Los orígenes del marxismo en América Latina 59 60 Los orígenes del marxismo en América Latina MARIATEGUI JOSE CARLOS punto de vista antiimperialista1 1.- ¿HASTA QUE PUNTO puede asimilarse la situación de las repúblicas latinoamericanas a la de los países semi-coloniales? La condición económica de estas repúblicas, es, sin duda, semicolonial, y, a medida que crezca su capitalismo y, en consecuencia, la penetración imperialista, tiene que acentuarse este carácter de su economía. Pero las burguesías nacionales, que ven en la cooperación con el imperialismo la mejor fuente de provechos, se sienten lo bastante dueñas del poder político para no preocuparse seriamente de la soberanía nacional. Estas burguesías, en Sud América, que no conoce todavía, salvo Panamá, la ocupación militar yanqui, no tienen ninguna predisposición a admitir la necesidad de luchar por la segunda independencia, como suponía ingenuamente la propaganda aprista. El Estado, o mejor la clase domi- nante no echa de menos un grado mas amplio y cierto de autonomía nacional. La revolución de la Independencia esta relativamente demasiado próxima, sus mitos y símbolos demasiado vivos, en la conciencia de la burguesía y la pequeña burguesía. La ilusión de la soberanía nacional se conserva en sus principales efectos. Pretender que en esta capa social prenda un sentimiento de nacionalismo revolucionario, parecido al que en condiciones distintas representa un factor de la lucha anti-imperialista en los países semi-coloniales avasallados por el imperialismo en los últimos decenios en Asia, seria un grave error. Ya en nuestra discusión con los dirigentes del aprismo, reprobando su tendencia a proponer a la América Latina un Kuo Min Tang, como modo de evitar la imitación europeísta y acomodar la acción revolu- Los orígenes del marxismo en América Latina 61 cionaria a una apreciación exacta de nuestra propia realidad sosteníamos hace mas de un año la siguiente tesis: «La colaboración con la burguesía, y aun de muchos elementos feudales, en la lucha antiimperialista china, se explica por razones de raza, de civilización nacional que entre nosotros no existen. El chino noble o burgués se siente entrañablemente chino. Al desprecio del blanco por su cultura estratificada y decrepita, corresponde con el desprecio y el orgullo de su tradición milenaria. El anti-imperialismo en la China puede, por tanto, descansar en el sentimiento y en el factor nacionalista. En Indo-América las circunstancias no son las mismas. La aristocracia y la burguesía criollas no se sienten solidarizadas con el pueblo por el lazo de una historia y de una cultura comunes. En el Perú, el aristócrata y el burgués blancos desprecian lo popular, lo nacional. Se sienten, ante todo, blancos. El pequeño burgués mestizo imita este ejemplo. La burguesía limeña fraterniza con los capitalistas yanquis, y aun con sus simples empleados, en el Country club, en el Tennis y en las calles. El yanqui desposa sin inconveniente de raza ni de religión a la señorita criolla, y esta no siente escrúpulo de nacionalidad ni de cultura en preferir el matrimonio con un individuo de la raza invasora. Tampoco tiene este escrúpulo la muchacha de la clase media. La «huachafita» que puede atrapar un yanqui empleado de Grace o de la Foundation lo hace con la satisfacción de quien siente elevarse su condición social. El factor nacionalista, por esas razones objetivas que a nin- 62 guno de ustedes escapa seguramente, no es decisivo ni fundamental en la lucha antiimperialista en nuestro medio. Solo en los países como la Argentina, donde existe una burguesía numerosa y rica, orgullosa del grado de riqueza y poder en su patria, y donde la personalidad nacional tiene por estas razones contornos mas claros y netos que en estos países retardados, el anti-imperialismo puede (tal vez) penetrar fácilmente en los elementos burgueses; pero por razones de expansión y crecimiento capitalista y no por razones de justicia social y doctrina socialista como en nuestro caso». La traición de la burguesía china, la quiebra del Kuo Min Tang, no eran todavía conocidas en toda su magnitud. Un conocimiento capitalista, y no por razones de justicia social y doctrinaria, demostró cuan poco se podía confiar, aun en países como la China, en el sentimiento nacionalista revolucionario de la burguesía. Mientras la política imperialista logre «manéger» los sentimientos y formalidades de la soberanía nacional de estos Estados, mientras no se sea obligada a recurrir a la intervención armada y a la ocupación militar, contará absolutamente con la colaboración de las burguesías. Aunque enfeudados a la economía imperialista, estos países, no mas bien sus burguesías, se consideraran tan dueños de sus destinos como Rumania, Bulgaria, Polonia y demás países «dependientes» de Europa. Este factor de la psicología política no debe ser descuidado en la estimación precisa de las posibilidades de la acción anti-imperia- Los orígenes del marxismo en América Latina lista en la América Latina. Su relegamiento, su olvido, ha sido una de las características de la teorización aprista. 2.- La divergencia fundamental entre los elementos que en el Perú aceptaron en principio el Apra -como un plan de frente único, nunca como partido y ni siquiera como organización en marcha efectiva- y los que fuera del Perú la definieron luego como un Kuo Min Tang latinoamericano, consiste en que los primeros permanecen fieles a la concepción económico-social revolucionaria del anti-imperialismo, mientras que los segundos explican así su posición: «Somos de izquierda (o socialistas) porque somos antiimperialistas». El anti-imperialismo resulta así elevado a la categoría de un programa, de una actitud política, de un movimiento que se basta a si mismo y que conduce, espontáneamente, no sabemos en virtud de que proceso, al socialismo, a la revolución social. Este concepto lleva a una desorbitada superestimación del movimiento anti-imperialista, a la exageración del mito de la lucha por la «segunda independencia», al romanticismo de que estamos viviendo ya las jornadas de una nueva emancipación. De aquí la tendencia a reemplazar las ligas antiimperialistas con un organismo político. Del Apra, concebida inicialmente como frente único, como alianza popular, como bloque de las clases oprimidas, se pasa al Apra definida como el Kuo Min Tang latinoamericano. El anti-imperialismo, para nosotros, no constituye ni puede constituir, por si solo, un programa político, un movimiento de masas apto para la conquista del poder. El anti-imperialismo, admitido que pudiese movilizar al lado de las masas obreras y campesinas, a la burguesía y pequeña burguesía nacionalista ( ya hemos negado terminantemente esta posibilidad) no anula el antagonismo entre las clases, no suprime su diferencia de intereses. Ni la burguesía, ni la pequeña burguesía en el poder pueden hacer una política antiimperialista. Tenemos la experiencia de México, donde la pequeña burguesía ha acabado por pactar con el imperialismo yanqui. Un gobierno «nacionalista» puede usar, en sus relaciones con los Estados Unidos, un lenguaje distinto que el gobierno de Leguía en el Perú. Este gobierno es francamente, desenfadadamente pan-americanista, monroista; pero cualquier otro gobierno burgués haría, prácticamente, lo mismo que él, en materia de empréstitos y concesiones. Las inversiones del capital extranjero en el Perú crece en estrecha y directa relación con el desarrollo económico del país, con la explotación de sus riquezas naturales, con la población de su territorio, con el aumento de las vías de comunicación. ¿Qué cosa puede oponer a la penetración capitalista la mas demagógica pequeña burguesía? Nada, sino palabras. Nada, sino una temporal borrachera nacionalista. El asalto del poder por el antiimperialismo, como movimiento demagógico populista, si fuese posible, no representaría nunca la conquista del poder, por las masas proletarias, por el socialismo. La revolución socialista encontraría su mas encarnizado y peligroso enemigo, -peligroso por su confusionismo, por la demagogia-, en la pequeña burguesía afirmada en el poder, ganado mediante sus voces de orden. Sin prescindir del empleo de ningún elemento de agitación antiimperialista, ni de ningún medio de movilización de los sectores sociales que eventualmente pueden concurrir a esta lucha, nuestra misión es explicar y demostrar a las masas que solo la revolución socialista opondrá al avance del imperialismo una valla definitiva y verdadera. 3.- Estos hechos diferencian la situación de los países Sud Americanos de la situación de los países Centro Americanos, donde el imperialismo yanqui, recurriendo a la intervención armada sin ningún reparo, provoca una reacción patriótica que puede fácilmente ganar al anti-imperialismo a una parte de la burguesía y la pequeña burguesía. La propaganda aprista, conducida personalmente por Haya de la Torre, no parece haber obtenido en ninguna otra parte de América mayores resultados. Sus predicas confusionistas y mesiánicas, que aunque pretenden situarse en el plano de la lucha económica, apelan en realidad particularmente a los factores raciales y sentimentales, reúnen las condiciones necesarias para impresionar a la pequeña burguesía intelectual. La formación de partidos de clase y poderosas organizaciones sindicales, con clara conciencia clasista, no se presenta destinada en esos países al mismo desenvolvimiento inmediato que en Sud América. En nuestros países el factor clasista es mas decisivo, esta mas desarrollado. No hay ra- zón para recurrir a vagas formulas populistas tras de las cuales no pueden dejar de prosperar tendencias reaccionarias. Actualmente el aprismo, como propaganda, esta circunscrito a Centro América; en Sud América, a consecuencia de la desviación populista, caudillista, pequeño burguesa, que lo definía como el Kuo Min Tang latinoamericano, está en una etapa de liquidación total. Lo que resuelva al respecto el próximo Congreso Anti-imperialista de París, cuyo voto tiene que decidir la unificación de los organismos anti-imperialistas y establecer la distinción entre las plataformas y agitaciones antiimperialistas y las tareas de la competencia de los partidos de clase y las organizaciones sindicales, pondrá término absolutamente a la cuestión. 4.- ¿Los intereses del capitalismo imperialista coinciden necesaria y fatalmente en nuestros países con los intereses feudales y semifeudales de la clase terrateniente? ¿La lucha contra la feudalidad se identifica forzosa y completamente con la lucha anti-imperialista? Ciertamente, el capitalismo imperialista utiliza el poder de la clase feudal, en tanto que la considera la clase políticamente dominante. Pero, sus intereses económicos no son los mismos. La pequeña burguesía, sin exceptuar a la mas demagógica, si atenúa en la práctica sus impulsos mas marcadamente nacionalistas, puede llegar a la misma estrecha alianza con el capitalismo imperialista. El capital financiero se sentirá mas seguro, si el poder esta en manos de una clase social mas numerosa, que, satis- Los orígenes del marxismo en América Latina 63 faciendo ciertas reivindicaciones apremiosas y estorbando la orientación clasista de las masas, está en mejores condiciones que la vieja y odiada clase feudal de defender los intereses del capitalismo, de ser su custodio y su ujier. La creación de la pequeña propiedad, la expropiación de los latifundios, la liquidación de los privilegios feudales no son contrarios a los intereses del imperialismo, de un modo inmediato. Por el contrario, en la medida en que los rezagos de feudalidad entraban al desenvolvimiento de una economía capitalista, ese movimiento de liquidación de la feudalidad, coincide con las exigencias del crecimiento capitalista, promovido por las inversiones y los técnicos del imperialismo; que desaparezcan los grandes latifundios que en su lugar se constituya una economía agraria basada en lo que la demagogia burguesa llama la «democratización» de la propiedad del suelo, que las viejas aristocracias se vean desplazadas por una burguesía y una pequeña burguesía mas poderosa e influyente -y por lo mismo mas apta para garantizar la paz social-, nada de esto es contrario a los intereses del imperialismo. En el Perú, el régimen leguiísta, aunque tímido en la practica ante los intereses de los latifundistas y gamonales, que en gran parte le prestan su apoyo, no tiene ningún inconveniente en recurrir a la demagogia, en reclamar contra la feudalidad y sus privilegios, en tronar contra las antiguas oligarquías, en promover una distribución del suelo que hará de cada peón agrícola un pequeño propietario. De esta demagogia saca el leguiísmo, precisamente, sus mayores fuerzas. El leguiísmo no se atre- 66 ve a tocar la gran propiedad. Pero el movimiento natural del desarrollo capitalista -obras de irrigación, explotación de nuevas minas, etc.- va contra los intereses y privilegios de la feudalidad. Los latifundistas, a medida que crecen las áreas cultivables, que surgen nuevos focos de trabajo, pierden su principal fuerza: la disposición absoluta e incondicional de la mano de obra. En Lambayeque, donde se efectúan actualmente obras de regadío, la actividad capitalista de la comisión técnica que las dirige, y que preside un experto norteamericano, el ingeniero Sutton, ha entrado prontamente en conflicto con las conveniencias de los grandes terratenientes feudales. Estos grandes terratenientes son, principalmente, azucareros. La amenaza de que se les arrebate el monopolio de la tierra y el agua, y con el medio de disponer a su antojo de la población de trabajadores saca de quicio a esta gente y la empuja a una actitud que el gobierno, aunque muy vinculado a muchos de sus elementos, califica de subversiva o anti-gobiernista. Sutton tiene las características del hombre de empresa capitalista norteamericano. Su mentalidad, su trabajo, chocan al espíritu feudal de los latifundistas. Sutton ha establecido, por ejemplo, un sistema de distribución de las aguas, que reposa en el principio de que el dominio de ellas pertenece al Estado; los latifundistas consideraban el derecho sobre las aguas anexo a su derecho sobre la tierra. Según su tesis, las aguas eran suyas; eran y son propiedad absoluta de sus fundos. 5.- ¿Y la pequeña burguesía, cuyo rol en la Los orígenes del marxismo en América Latina lucha contra el imperialismo se superestima tanto, es como se dice, por razones de explotación económica, necesariamente opuesta a la penetración imperialista? La pequeña burguesía es, sin duda, la clase social mas sensible al prestigio de los mitos nacionalistas. Pero el hecho económico que domina la cuestión, es el siguiente: en países de pauperismo español, donde la pequeña burguesía, por sus arraigados prejuicios de decencia, se resiste a la proletarización ;donde esta misma, por la miseria de los salarios no tiene fuerza económica para transformarla en parte en clase obrera; donde imperan la empleomanía, el recurso al pequeño puesto del Estado, la caza del sueldo y del puesto «decente»; el establecimiento de grandes empresas que, aunque explotan enormemente a sus empleados nacionales, representan siempre para esta clase un trabajo mejor remunerado, es recibido y considerado favorablemente por la gente de clase media. La empresa yanqui representa mejor sueldo, posibilidad de ascensión, emancipación de la empleomanía del Estado, donde no hay porvenir sino para los especuladores. Este hecho actúa, con una fuerza decisiva, sobre la conciencia del pequeño burgués, en busca o en goce de un puesto. En estos países, de pauperismo español, repetimos, la situación de las clases medias no es la constatada en los países donde estas clases han pasado un periodo de libre concurrencia, de crecimiento capitalista propicio a la iniciativa y al éxito individuales, a la opresión de los grandes monopolios. En conclusión, somos antiimperialistas porque somos marxistas, porque somos revolucionarios, porque oponemos al capitalismo el socialismo como sistema antagónico, llamado a sucederlo, porque en la lucha contra los imperialismo los extranjeros cumplimos nuestros deberes de solidaridad con las masas revolucionarias de Europa. Lima, 21 de mayo de 1929. 1 Tesis presentada a la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana (Buenos Aires, junio de 1929). Se ha reproducido de El Movimiento Revolucionario Latino Americano (Editado por La Correspondencia Sudamericana). La misma versión aparece en el Tomo II de la obra de Martínez de la Torre (Págs. 414 a 418). Fue leída por Julio Portocarrero en circunstancias en que se debatía «La lucha antiimperialista y los problemas de táctica de los Partidos Comunistas de América Latina». AI termino de su lectura, el delegado peruano señalo: «Compañeros: Así escribe el compañero José Carlos Mariátegui cuando formula su tesis sobre antiimperialismo, analizando antes el estado económico y social del Perú...». Los orígenes del marxismo en América Latina 65 66 Los orígenes del marxismo en América Latina DAL MASO JUAN la odisea de mariátegui1 ensayo de interpretación marxista “No vale el grito aislado, por muy largo que sea su eco; vale la prédica constante, continua, persistente. No vale la idea perfecta, absoluta, abstracta, indiferente a los hechos, a la realidad cambiante y móvil; vale la idea germinal, concreta, dialéctica, operante, rica en potencia y capaz de movimiento”. José Carlos Mariátegui, Aniversario y Balance, 1928. I. INTRODUCCIÓN EN BUSCA DE MARIÁTEGUI Se ha tornado habitual el buscar afinidades electivas entre José Carlos Mariátegui y Antonio Gramsci. Pero entre los muchos puntos de contacto que mantienen ambos intelectuales marxistas es necesario señalar uno indispensable para ubicarnos en las dificultades que nos plantea todo intento de recuperación del pensamiento del marxista peruano: al igual que el marxista italiano, Mariátegui ha sido desde su muerte objeto de múltiples “usos”. Difamado luego de su muerte por no ser lo suficientemente stalinista por la fracción Ravines, sindicado como “populista” por los historiadores soviéticos 1 , transformado durante los años 40 en un stalinista furio- so2 , recuperada su obra por el impulso de la revolución cubana, reinterpretado en los 70 en clave maoísta3 , disputado por las corrientes del movimiento indígena; su figura es hoy una sombra difusa, una sombra que es necesario asir y volver a delinear en su contenido concreto. Esta es la tarea que nos proponemos en este trabajo: recuperar el pensamiento de José Carlos Mariátegui para el marxismo revolucionario de nuestros días, para enriquecer la teoría-programa de la revolución permanente elaborada por León Trotsky y para contribuir a un debate que se viene desarrollando desde distintas posiciones entre los marxistas acerca del contenido filosófico del marxismo y del aporte hecho por Mariátegui respecto de esta problemática4 . Este último aspecto implica volver a poner sobre el tapete las relaciones del Los orígenes del marxismo en América Latina 67 marxismo con la cultura occidental. Por último, nos proponemos hacer una contribución para responder a una exigencia que nos plantea el tiempo histórico que nos toca vivir: la de pensar los marxistas con nuestra propia cabeza para recrear el pensamiento marxista revolucionario contra la canonización y el esquematismo. DOS RIESGOS DE LA INTERPRETACIÓN Y NECESIDAD DE UNA LECTURA MARXISTA Partiendo de la premisa de que, como hemos dicho antes, la figura de Mariátegui es utilizada por corrientes políticas de todo signo es necesario identificar claramente dos riesgos que aunque parecen opuestos son plenamente complementarios: la apropiación oportunista y el doctrinarismo estéril. En nuestro caso una apropiación oportunista, consistiría en resaltar todos los aspectos “permanentistas” de Mariátegui sin señalar las que creemos son sus limitaciones, lo cual resultaría en una amalgama teórica, donde “trotskizamos” a Mariátegui, en lugar de recuperar el hilo de su pensamiento auténtico e incorporar lo que sea pertinente y esencial para nuestras propias ideas políticas. Contrariamente a toda amalgama o fraude teórico, nuestro lema podría ser (parafraseando al propio JCM) “mariateguizemos a Mariátegui” como condición indispensable para recuperarlo 68 críticamente desde el trotskismo. Ahora bien, tan nociva como la apropiación oportunista es la crítica del doctrinarismo estéril. Bien decía Lucien Goldman que una teoría es superior a otra si es capaz de explicarla desde su propia perspectiva ligando sus características a las relaciones sociales que le dan origen. Pero invertir esta ecuación partiendo de la superioridad de la teoría propia como un a priori, reduce el contrapunto a una contraposición formal de perspectivas, donde se termina criticando al interlocutor por lo que “no llegó” a decir antes que por lo que positivamente dijo lo cual deja nuestro bagaje teórico exactamente igual que antes de emprender la crítica. Esa figura es la que mejor caracteriza lo que aquí a falta de una definición mejor llamaremos doctrinarismo estéril y es justamente la ubicación teórica que queremos evitar, la cual consistiría en criticar a Mariátegui desde la Teoría de la Revolución Permanente como si ésta fuera un esquema cerrado y quedarnos conformes y satisfechos porque “ajustamos cuentas”. Por el contrario para enriquecer nuestra propia teoría con lo que Mariátegui tiene para decir, es necesario estudiarlo y criticarlo “desde adentro” para comprender la práctica política del revolucionario latinoamericano. ¿Qué queremos decir? Que es necesario estudiar hasta dónde Mariátegui, en la realidad peruana y latinoamericana que le tocó vivir, hasta donde, decíamos, logró recrear Los orígenes del marxismo en América Latina el marxismo como un pensamiento original y operante. Eso es estudiar contenido y forma de su pensamiento y no sólo ésta última. Es decir hay que estudiar hasta dónde las respuestas que dio fueron tales y hasta dónde no, tomando en cuenta que su vida política activa en el marxismo abarca un breve período de 6 años, desde su vuelta de Europa hasta su muerte. Aquí no llegaremos a un examen tan profundo. Simplemente queremos señalarlo para dejar sentada nuestra aspiración hacia la totalidad. Aquí esbozaremos algunas cuestiones que nos permitan entender y ubicar su pensamiento teórico-político y rescatar de él lo que mantiene vigencia. MARIÁTEGUI COMO TRADUCTOR Y RECREADOR DEL MARXISMO REVOLUCIONARIO En este sentido y para ir a lo esencial de esta introducción, nuestro abordaje del problema consiste, siguiendo la idea de Gramsci5 en estudiar a Mariátegui como traductor y recreador del marxismo. Buscamos estudiar la originalidad de su pensamiento, dando cuenta de su relación orgánica con la historia del Perú y del mundo de entreguerras. Mariátegui realizó una densa labor de traducciones, en el sentido señalado por Gramsci: De la Europa de la primera posguerra, devastada por la crisis económica y la marea revolucionaria a la realidad del Perú, hundi- do bajo la dominación imperialista y la miseria de las masas indígenas. De la Revolución Rusa, la Revolución Alemana, y la Italia de los consejos obreros de Turín, el surgimiento del Partido Comunista italiano y el ascenso del fascismo al Perú de la Reforma Universitaria, la vanguardia estudiantil de izquierda y el movimiento obrero dando los primeros pasos firmes de organización clasista. De El Manifiesto Comunista y El Capital a los Siete Ensayos, que marcan el surgimiento del pensamiento marxista en América Latina, en una época en que la III Internacional recién decía haber “descubierto” desde un esquematismo de corte eurocéntrico y antimarxista nuestro continente. Del nuevo idealismo de la filosofía moderna (sobre todo Croce) a una lectura del marxismo centrada en la praxis histórica de los hombres, contraria al mecanicismo y positivismo socialdemócrata, que abundaba en estas tierras en los primeros años del siglo XX. Desde aquí, Mariátegui acometió la empresa de crear una tradición nacional revolucionaria en el Perú en profunda ligazón con la realidad internacional, uniéndose (aunque en los comienzos de su declinación) a la mayor organización revolucionaria de la clase obrera internacional: La Tercera Internacional. En esta dialéctica de lo nacional e internacional es donde Mariátegui, no obstante sus méritos presenta, como veremos en este trabajo, gruesas limitaciones. AMÉRICA LATINA: DE OBJETOS A SUJETOS DE LA HISTORIA Hay dos aristas centrales para pensar la importancia del planteamiento de Mariátegui en el desarrollo del marxismo en América Latina. Antes de Mariátegui, los primeros divulgadores del marxismo y fundadores de los círculos y partidos socialistas, desde una filosofía de la historia de corte marcadamente eurocéntrico y evolucionista propio de la socialdemocracia alemana, preveían un esquema del desarrollo histórico calcado del de los países capitalistas avanzados, recreando una ideología del progreso, coincidente en lo esencial con el punto de vista positivista, que los ubicaba como una suerte de ala izquierda de la modernización liberal-burguesa6 . La primera ruptura de importancia capital que introduce Mariátegui es ubicar la propia historia del Perú en el centro del análisis marxista. En lugar de la historia de la modernización capitalista desde fuera, Mariátegui estudia la historia de la formación económico-social peruana en sus relaciones con la totalidad capitalista. América Latina es sujeto de su propia historia y el pensamiento marxista se decide a incorporarla definitivamente en el campo de sus preocupaciones teórico-políticas. De las vicisitudes de la historia peruana, subordinada al ritmo de la historia mundial y no de un esquema de aplicación universal es que se van gestando las condiciones y el sujeto para la revolución socialista. En la misma senda de pensamiento audaz y original Mariátegui rompe con la concepción “romanticista” de la “cuestión indígena” tan propia de la intelectualidad peruana de la época. El problema del indio es el problema de la tierra. El nuevo planteamiento, el planteamiento marxista de la problemática indígena parte de esta verdad fundamental y revolucionaria. No se podrá jamás solucionar la “cuestión indígena” sin una lucha sin cuartel contra el latifundio y los gamonales, lucha en que la burguesía liberal ha claudicado y queda en manos del proletariado en alianza con las masas indígenas. Así uno de los aspectos más audaces de su traducción es el referido al rol del Ayllu en la lucha por el socialismo. En el terreno filosófico, Mariátegui independizó al marxismo latinoamericano del positivismo. Esta labor tiene una importancia de primer orden si tomamos en cuenta el rol nefasto que jugó esta corriente de ideas, por poner dos ejemplos conocidos, tanto en el sostenimiento del Régimen de Porfirio Díaz en México como en la constitución del pensamiento social higienista de finales de siglo XIX y principios del siglo XX en Argentina7 . A su vez desarrolló una visión del marxismo centrada en la praxis histórica del hombre, expresada en una constante unidad de sujeto y objeto, estructura y superestructuras, eco- Los orígenes del marxismo en América Latina 69 nomía, política y cultura8 , no exenta de importantes contradicciones, la cual deja planteada un problemática recurrente desde Marx hasta la actualidad: la relación del marxismo con la cultura occidental. II. TEORÍA DE LA REVOLUCIÓN LA III INTERNACIONAL Y AMÉRICA LATINA La III Internacional se distinguió desde sus orígenes por una posición tajante y contundente en apoyo de las luchas de liberación de los pueblos coloniales, opuesta por el vértice al esquematismo eurocéntrico y pro-imperialista de la socialdemocracia. No obstante esta distinción fundamental, las posiciones de Bujarin y Stalin en el VI Congreso de la Internacional Comunista significaron un retroceso respecto de los cuatro primeros Congresos. En este contexto se nos plantea indagar acerca del tratamiento que hacía el personal dirigente de la IC en los años 1928-29 de los problemas de la revolución latinoamericana y sus conexiones con la revolución mundial. La III Internacional, “descubrió” según las propias palabras de sus dirigentes, a América Latina en 1929. Ante la emergencia del poderío norteamericano, empezó a considerarse importante América Latina, en la cual los E.E.U.U. avanzaban en desmedro del imperialismo británico. Como notará cualquier lector atento el término “descubrimiento” es toda una confe- 70 sión de partes acerca de cómo se representaban los altos mandos de la Internacional Comunista (IC) el desarrollo posible de la revolución mundial1 . Veamos la génesis de este “descubrimiento”. La IC empieza a poner la vista en América Latina, mientras se consolida la teoría reaccionaria del socialismo en un solo país como doctrina de la Internacional y la consigna metafísica de “dictadura democrática de obreros y campesinos” para los países coloniales y semicoloniales, basándose en erróneas conclusiones de la desastrosa experiencia encabezada por Bujarin y Stalin en la revolución china (25-28) y en una caricaturización completamente esquemática y antidialéctica del pensamiento de Lenin. En el pensamiento de Stalin y Bujarin, los países atrasados no estaban “maduros” para el socialismo y debían pasar por un necesario e inevitable período de desarrollo burgués. La revolución latinoamericana era burguesa y por lo tanto no estaba planteada la lucha por la dictadura del proletariado. Pero después de la “traición” del Kuomintang en China, la burguesía colonial y semicolonial era caracterizada como contrarrevolucionaria por quienes apenas unos meses atrás la caracterizaban como revolucionaria. La burguesía no era la clase llamada a dirigir la revolución democrático burguesa. Pero como en esta revolución burguesa sin burguesía estaba prohibido cometer el Los orígenes del marxismo en América Latina pecado trotskista de “saltar las etapas”, no quedaba otra retirada ordenada para este embrollo teórico que la fantasmagórica “dictadura democrática de obreros y campesinos”, ni burguesa ni proletaria, ni capitalista ni socialista, que consumara la revolución democrático-burguesa latinoamericana como un mero apoyo o soporte de la revolución socialista mundial. IMPORTANCIA Y ORIGINALIDAD DEL PLANTEO DE MARIÁTEGUI Es sabido que Mariátegui tuvo oportunidad de enfrentar estos planteos a través de los delegados del PS del Perú (organización simpatizante de la III Internacional) que participaron de la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana, realizada en Bs As en 1929, con dos documentos de su autoría: Punto de vista Anti-imperialista y El problema de las razas en América Latina. Aquí no entraremos en detalle sobre los debates de dicha conferencia, sino que señalaremos a grandes rasgos cuáles son los puntos centrales que hacen de la posición de Mariátegui una posición original y revolucionaria, ya que aunque el peruano no se planteara superar de conjunto la estrategia de la III Internacional, sí cuestionó la visión de ésta sobre la revolución latinoamericana, en un sentido que está contenido en la Teoría de la Revolución Permanente y que Trotsky desarrollaría años después en su exilio mexicano. Aclaremos que aquí haremos un reordenamiento conceptual de textos diversos. Mariátegui se basa en la teoría del imperialismo de Lenin. Sostiene que el carácter internacional de la economía capitalista “no consiente a ningún país evadirse a las corrientes de transformación surgidas de las actuales condiciones de producción”. Desde este fundamento teórico, defiende el carácter socialista de la revolución, argumentando que propia historia del Perú ha demostrado que la burguesía es incapaz de asumir la realización de las tareas democrático-burguesas. Estas quedan en manos del proletariado organizado en partido revolucionario y aliado a las masas campesinas e indígenas, transformándose la revolución burguesa en socialista. A su vez, plantea la relación de la revolución latinoamericana con la revolución mundial en términos inversos al planteo de la IC. Mariátegui no propone esperar a la revolución en los países avanzados, sino luchar por la revolución proletaria, uniendo al proletariado de los países centrales y a la clase obrera y los pueblos latinoamericanos, las dos corrientes principales de lucha contra el imperialismo2 . Si tomamos el proyecto de Programa del PS del Perú redactado en 19293 es indudable que hay un importante resabio etapista en el modo cómo Mariátegui se prefigura la dialéctica de la revolución socialista en el Perú (Tesis V y VIII) Pero es importante señalar que en las tesis VI y VII Mariátegui señala que sólo el socialismo resolverá el problema de la tierra y de la educación, en lugar de proponer una solución “por etapas” de los mismos. Y esto es así porque la clave del pensamiento de Mariátegui no está en la separación de las etapas, sino en el devenir una en la otra, siendo el proletariado organizado en partido revolucionario la clase dirigente del proceso en su conjunto. La limitación más importante de este planteamiento es que Mariátegui no explicita cual es el régimen4 que dirigiría esta combinación de tareas democráticas y socialistas, lo cual deja abierta la puerta a diversas interpretaciones. Pero en lo esencial la formulación es cercana al planteo de la Revolución Permanente5 y está en las antípodas del planteo de la IC, que determinaba apriorísticamente el carácter democráticoburgués del proceso revolucionario. Partíamos recién de la imposibilidad de la burguesía de resolver sus tareas históricas como un fundamento del carácter obrero y socialista de la revolución, más allá de sus etapas episódicas. El otro pilar de las ideas de Mariátegui que fortalece los aspectos permanentistas de su lectura es el rol que asigna al Ayllu o Comunidad. Mariátegui ve que distintos elementos de la vieja comunidad agraria se han ido manteniendo de diversas formas durante la colonia y la república y que en esa tradición comunitaria y colectiva hay fuertes elementos de socialismo práctico. Es decir que el modo de vida del campesino indígena y su tradición comunitaria son contrarias a la “solución liberal” del problema de la tierra, es decir, la partición individual y al contrario son mucho más cercanos a la colectivización de las tierras propia del programa socialista.6 . Desde aquí Mariátegui señala que no es necesario un período obligado de desarrollo capitalista en el campo, a través del surgimiento de pequeña propiedad individual, sino que bajo la dirección del proletariado organizado en partido revolucionario es posible pegar un salto del Ayllu a la colectivización socialista, en la misma sintonía, aunque es poco probable que las haya conocido, que Marx en sus discusiones con Vera Zasúlich.7 : Esta es uno de sus aportes más audaces para integrar el marxismo en la tradición política y cultural latinoamericana. “...en las aldeas indígenas donde se agrupan familias entre las cuales se han extinguido los vínculos del patrimonio y del trabajo comunitarios, subsisten aún, robustos y tenaces, hábitos de cooperación y solidaridad que son la expresión empírica de un espíritu comunista. La comunidad corresponde a este espíritu. Es su órgano. Cuando la expropiación y el reparto parecen liquidar la comunidad, el socialismo indígena encuentra siempre el medio de rehacerla, mantenerla o subrogarla. El trabajo y la propiedad en común son reemplazados por la cooperación en el trabajo individual. Como escribe Castro Pozo: ‘la costumbre ha quedado reducida a las mingas o reuniones de todo el ayllu para hacer gratuitamente un trabajo en el cerco, acequia o Los orígenes del marxismo en América Latina 71 casa de algún comunero, el cual quehacer efectúan al son de arpas y violines, consumiendo algunas arrobas de aguardientes de caña, cajetillas de cigarros y mascadas de coca’. Estas costumbres han llevado a los indígenas a la práctica -incipiente y rudimentaria por supuesto- del contrato colectivo de trabajo, más bien que del contrato individual. No son los individuos aislados los que alquilan su trabajo a un propietario o contratista; son mancomunadamente todos los hombres útiles de la ‘parcialidad’”8 . Notemos que aquí Mariátegui no sostiene la quimera de una comunidad que se mantiene inmutable desde la época de los Incas, sino la supervivencia de una cosmovisión y de costumbres comunitarias que hacen al indígena refractario al individualismo burgués y más permeable, a condición de tener los marxistas una política correcta, al colectivismo socialista. Una década antes, la misma Revolución mexicana había encontrado en la Comuna de Morelos una gran experiencia que combinara los ingenios estatales en manos de los obreros con el reparto de tierras a partir de criterios que iban desde la propiedad individual hasta formas colectivas, según las costumbres indígenas.9 Dos ejes centrales de la traducción operada por Mariátegui: La incapacidad de la burguesía de llevar adelante las tareas de la revolución democrático-burguesa y la persistencia de la Comunidad como un punto de apoyo para la lucha proletaria revolucionaria.10 72 Partiendo de una evaluación seria de estas formulaciones salta a la vista que Mariátegui no es en modo alguno asimilable al esquematismo del Kremlin. No sólo tiene una visión distinta y en gran parte opuesta acerca del carácter de la revolución latinoamericana y su relación con la revolución mundial, sino que defiende el rol dirigente de la clase obrera en la resolución socialista de las tareas democrático-burguesas, apoyándose a su vez en la tradición comunitaria indígena. Cabe señalar que en lo referente a América Latina Trotsky se ocupó directamente de la realidad de nuestro continente casi diez años después que Mariátegui y hay importantes puntos de contacto entre ambas lecturas en lo que hace a las fuerzas motrices y mecánica de la revolución en América Latina11 . Pero no obstante lo dinámico y sugerente de su pensamiento respecto de la revolución latinoamericana en relación con la revolución mundial, claramente diferenciada respecto del curso bujarino-stalinista, Mariátegui no buscará estructurar una teoría de la revolución internacional opuesta a la política del socialismo en un solo país, sino que intentará conciliarlas. III. POLÍTICA NACIONAL E INTERNACIONALISMO Mariátegui es el marxista latinoamericano que más profundamente se ha ocupado de los problemas internacionales. Basta leer Los orígenes del marxismo en América Latina las memorables páginas de La Escena Contemporánea, entre las que se destacan “Biología del Fascismo” y “Hechos e Ideas de la Revolución Rusa” para comprobarlo. Asimismo las Conferencias que dictó en la Universidad Popular González Prada, recogidas en el volumen Historia de la Crisis Mundial, demuestran la preocupación de Mariátegui a su vuelta de Europa, por recrear el internacionalismo en su propio país. Pero queremos detenernos en el posicionamiento político que realizara Mariátegui alrededor de la lucha entre revolución permanente y socialismo en un solo país. Mariátegui tuvo un conocimiento bastante amplio sobre la lucha política al interior del PCUS que no tardó en configurarse como una lucha por el programa internacional de la revolución. En diversos artículos 12 da cuenta tanto de los debates encarados por la Oposición de 1923 como de la Oposición Unificada de 1925. Sabemos porque él mismo le señalaba, que había leído El Nuevo Curso de Trotsky. Aunque sorprende la confianza ciega que Mariátegui tenía en la marcha ineluctable de la Revolución Rusa (ante el desplazamiento de Trotsky por Stalin había afirmado que las ideas eran más importantes que los hombres sin reparar en el contenido histórico y social de esa lucha política) creemos que hizo una toma de posición consciente. En El exilio de Trotsky13 , publicado en Variedades, el 23 de febrero de 1929 (donde demuestra malestar con la deportación de Trotsky pero no se pronuncia en contra de la misma) retomando los análisis de 1925 y 1928, Mariátegui apuntaba que Trotsky había jugado un papel primordial en la política soviética y que representaba la “ortodoxia marxista” y el sentido “urbano, obrero e industrial” de la revolución socialista. Incluso decía que sin la crítica vigilante el gobierno soviético podía degenerar en un burocratismo formalista y mecánico. Pero en el aspecto “positivo” del debate juzgaba inconsistente el programa de la Oposición y apuntaba que la revolución rusa estaba en un período de organización nacional, en el cual no era lo central el establecimiento del socialismo a escala internacional, sino realizarlo en Rusia. A pesar de su gran admiración por Trotsky, que manifestaba en el artículo, para Mariátegui Stalin representaba a y era parte de una camada de hombres que captaban más profundamente el carácter nacional y los problemas políticos que en ese momento tenía que afrontar la Revolución Rusa. Creemos necesario diferenciar dos planos del debate. Uno es la valoración de Trotsky por Mariátegui, porque a simple vista podría sorprender que el mismo año en que se manifestaba en contra de la Oposición publicara en la Escena Contemporánea (compilación diversos artículos sobre la política internacional, el mundo colonial y la literatura que él mismo seleccionó) aquel artículo donde decía que Trotsky era no “sólo un protagonista, sino también un filósofo historiador, y crítico de la revolución”, concordando con sus planteamientos sobre las consecuencias de la revolución en el arte y la filosofía y resaltando su rol como constructor y dirigente del Ejército Rojo a la vez que desmintiendo el mito de un Trotsky “napoleónico” 14 . ¿Cuál es entonces el misterio en este asunto? Ninguno, porque Mariátegui reivindica al “Trotsky de octubre”, mientras que se manifiesta contrario al “Trotsky oposicionista” atribuyendo erróneamente sus diferencias políticas a su distancia respecto de la “vieja guardia bolchevique” y a su carácter “cosmopolita”. Desde aquí puede entenderse como en 1929, seguía reivindicando la figura de Trotsky a pesar de adherir en general, no sin contradicciones como hemos visto en el debate sobre la revolución latinoamericana, a la política de Stalin y Bujarin. A pesar de que obviamente consideramos errónea su toma de posición, es importante destacar de Mariátegui se mantuvo muy lejos de los corifeos del Kremlin que agitaron la calumnia del “trotskismo contrarrevolucionario” tan sueltos de cuerpo como años después pasarían de defender el pacto entre Hitler y Stalin a la reivindicación del “buen vecino” Roosevelt, de acuerdo con los bandazos de la política exterior moscovita. En el terreno de la teoría y la estrategia marxista creemos ver un doble error de Mariátegui. Por un lado confundió un profundo proceso de reacción social al interior de la URSS (al que los trotskistas, de acuerdo con la definición de Trotsky aludimos como el Thermidor soviético) con una retirada táctica de la arena internacional en función de la reorganización nacional de la Unión Soviética. El burocratismo que Mariátegui veía posible en realidad estaba en acto. Por otra parte al ubicarse en el debate ruso desde un punto de vista centralmente nacional (ruso), Mariátegui invertiría las relaciones entre los problemas internacionales y los problemas internos que planteaba la revolución rusa, creyendo posible solucionar los segundos sin ubicarse desde los primeros. De hecho todos los análisis referidos a la lucha entre la Oposición de Izquierda y el stalinismo muestran un intento de conciliar el hecho del socialismo en un solo país con el ideal internacionalista1 . Así no hay en el peruano ningún análisis crítico de las desastrosas derrotas de la IC durante los años 20. Mariátegui analiza el desarrollo del movimiento obrero inglés, en especial de la tendencia laborista, pero no nombra la traición de la huelga minera por la TUC, que el PCUS embelleció alegremente a través del Comité Anglo-Ruso entre la TUC y los sindicatos soviéticos. Las denuncias a las masacres perpetradas por Chang Kai shek contra los comunistas van acompañadas de un notorio silencio acerca de la política seguida por el PC bajo dirección de Stalin y Bujarin. Son estas ambigüedades y lagunas sobre las que se apoyan diversas corrientes políticas latinoamericanas, particularmente el Los orígenes del marxismo en América Latina 73 Partido Comunista Argentino para reciclarse en clave “socialista” pero desde una perspectiva de colaboración de clases. Los “ex-codovillistas”, ahora gradualistas intentan construir a Mariátegui como referente de un frentepopulismo “alternativo” al stalinismo. 2 En esto los “comunistas” argentinos no hacen más que seguir a los intelectuales del PC cubano que buscan rehacer a Mella y Mariátegui como exponentes de la vía nacional al socialismo y del frenteamplismo burgués. Por su parte Otto Vargas, quien critica esto como el peor de los oportunismos socialdemócratas, se basa en un fraude teórico similar que es afirmar que camino de Mariátegui tenía un pleno acuerdo con la burocracia moscovita.3 Para terminar, creemos haber ilustrado con fundamentos suficientes la dialéctica trunca que Mariátegui estableciera entre internacionalismo y política nacional. Trotsky plantearía esta problemática en términos que se ajustan perfectamente al debate que nos ocupa: “La hora de la desaparición de los programas nacionales ha sonado definitivamente el 4 de agosto de 1914. El partido revolucionario del proletariado no puede basarse más que en un programa internacional que corresponda al carácter de la época actual, la de máximo desarrollo y hundimiento del capitalismo. Un programa comunista internacional no es ni mucho menos, una suma de programas nacionales o una amalgama de sus características comunes. Debemos tomar 74 directamente como punto de partida el análisis de las condiciones y de las tendencias de la economía y del estado político del mundo, como un todo, con sus relaciones y sus contradicciones, es decir, con la dependencia mutua que opone sus componentes entre sí. En la época actual, infinitamente más que durante la precedente, sólo debe y puede deducirse el sentido en que se dirige el proletariado desde el punto de vista nacional de la dirección seguida en el dominio internacional y no al contrario. En esto consiste la diferencia fundamental que separa, en el punto de partida, al internacionalismo comunista de las diversas variedades del socialismo nacional.” 4 Para utilizar las propias palabras de Trotsky, el pensamiento de Mariátegui tendrá una tensión constante entre el internacionalismo comunista y el “socialismo nacional”. Esta contradicción es la que no permite a Mariátegui desarrollar sus importantes aportes teóricos sobre la revolución latinoamericana hacia una teoría política que aborde el problema de la revolución contemporánea en sus múltiples conexiones. En este sentido entendemos que los puntos de vista de Trotsky “explican” (en el sentido de Goldman que citamos en la introducción) los de Mariátegui pero no a la inversa5 . Los orígenes del marxismo en América Latina IV. MARIÁTEGUI Y LA FILOSOFÍA DEL MARXISMO El contenido filosófico del marxismo es un tema controvertido, al que se han dado diversas respuestas desde diferentes matrices interpretativas. La heterogeneidad ya presente en la generación posterior a Marx y Engels se profundizaría con la Revolución Rusa y las corrientes marxistas posteriores a la III internacional. Aquí nos interesa analizar cómo Mariátegui se planteaba esta problemática, a la que prestaba una gran atención. Tiene a su favor que su reflexión estaba ligada profundamente a otras definiciones que trascendían el ámbito de la filosofía, tales como el carácter imperialista de la época y las condiciones históricamente concretas en que se planteaba la lucha por la revolución obrera y socialista. UNA RECEPCIÓN “ITALIANA” DEL MARXISMO Mariátegui se conoció el marxismo a través del prisma del panorama político y cultural de la Europa de la primera posguerra, en especial de Italia. A eso nos referimos cuando hablamos de una recepción “italiana” del marxismo. Muchos autores han señalado las temáticas coincidentes del pensamiento de Mariátegui y Gramsci. Otros marcan puntos de contacto con el joven Lukács6 . Lo cierto es que hay algo que une a estos tres marxistas: las especiales características de su tránsito hacia el marxismo. Tanto Mariátegui como Gramsci y Lukács están ligados a lo que se ha dado en llamar la reacción antipositivista de las primeras décadas del siglo XX7 y su recepción del marxismo ha sido hecha a través del tamiz de distintas corrientes filosóficas ajenas a la órbita cultural de las tradiciones alemana y rusa, predominantes en la II y III Internacional respectivamente. En el caso de Lukács, serán entre otros Georg Simmel y Max Weber y en el caso de Gramsci y Mariátegui Benedetto Croce y Georges Sorel (éste último también influirá en Lukács, vía Erwin Sazbó, según él mismo Lukács señala en el conocido prólogo de 1967 a Historia y Consciencia de Clase) Necesitamos aquí hacer una pequeña digresión. De alguna manera la escena contemporánea, para tomar su propia expresión, se presenta a Mariátegui como un vasto campo donde tiene lugar la emergencia de lo nuevo. Un claro ejemplo de esto es el seguimiento que realiza de las vanguardias artísticas. Unos años más tarde de su regreso al Perú, ya en la dirección de la revista Amauta intervendrá polémicamente planteando la relación contradictoria entre arte, revolución y decadencia8 . El eje argumentativo será que no todo el arte nuevo por el hecho de ser nuevo es revolucionario, sino que en realidad expresa a la vez el rostro de la revolución y el de la decadencia. Mariátegui toma el ejemplo del futurismo y trae a colación el caso de Bontempelli, quien el año de los consejos de fábrica se había sentido casi comunista, mientras que el año de la marcha sobre Roma se había sentido casi fascista. Traemos a la memoria esta cuestión porque nos parece que de alguna manera sirve para pensar un poco la relación que Mariátegui se propone establecer con las corrientes filosóficas que se ubican desde la crítica del positivismo y el racionalismo. Porque a pesar de la distancia crítica que Mariátegui mantiene con la modernidad, no participará de cualquier crítica de la misma sino que buscará diferenciar las tendencias revitalizantes de las decadentistas. Mariátegui, que era un intelectual de gran sensibilidad hacia los cambios culturales considera que el mundo moderno se inclina después de la guerra hacia una “concepción heroica y voluntarista de la vida”.9 Es decir que considera tanto a la Revolución Rusa como a ciertos cambios culturales en la ciencia, el arte y la filosofía como expresiones de un nuevo “espíritu del mundo”. Para Mariátegui hay una crisis del conjunto de la civilización occidental que une el surgimiento de esas filosofías con el ascenso revolucionario del proletariado y por tanto buscará establecer un diálogo entre el marxismo y dichas corrientes, especialmente Sorel y Croce. EL MITO DE LA REVOLUCIÓN SOCIAL: VOLUNTARISMO Y RACIONALIDAD HISTÓRICA Los debates sobre las relaciones de Mariátegui con las ideas de Sorel, van desde la afirmación de la identidad de ambas perspectivas hasta la negación de dichas relaciones 10 . Lo cierto es que Mariátegui no se reivindicaba soreliano, sino que sostenía que Sorel, apoyándose en la filosofía de Bergson, había contribuido a la regeneración revolucionaria del marxismo con su crítica del evolucionismo y pacifismo socialdemócrata. Mariátegui se delimita de la socialdemocracia decretando el fin de todas las tesis evolucionistas y analizando críticamente el universo cultural de Marx y Engels 11 . Sostiene que las convulsiones de la 1ra Guerra Mundial y la primera posguerra constituyen una crisis del conjunto de la civilización occidental. Desde aquí se desarrolla su crítica de la filosofía de la historia y del positivismo propios de la ideología burguesa del período anterior. En este sentido jugará un rol central el mito, idea tomada de Sorel. El mito de la revolución social dará al movimiento revolucionario del proletariado la fe combativa que el racionalismo y el evolucionismo burgueses han evaporado de la cultura occidental. Ahora bien, sería un error identificar la reivindicación del mito exclusivamente con una construcción ahistórica e irracionalista12 . Porque si bien es innegable un elemento irracionalista y ahistórico del mito, entendido como una necesidad metafísica, igualmente innegable es que Mariátegui sostiene la vitalidad del “mito de la revolución social” desde una perspectiva Los orígenes del marxismo en América Latina 75 historicista (a diversas épocas históricas corresponden diversos mitos, sujetos a un proceso de auge, decadencia y muerte), donde el mito es una construcción colectiva destinada a realizar los fines de la clase revolucionaria. Toda esta construcción teórica está encaminada a afirmar la centralidad de la voluntad humana contra el “determinismo pasivo y rígido” de los reformistas. Mariátegui sintetiza el carácter de la naciente marea revolucionaria en la fórmula que toma de José Vasconcelos: “pesimismo de la realidad y optimismo del ideal”13 , de notoria similitud con la que Gramsci toma de Romain Rolland: “pesimismo de la razón y optimismo de la voluntad”. Pero como Mariátegui no participa de cualquier crítica de la modernidad y se delimita claramente de las tendencias más decididamente decadentistas, su “voluntarismo” se recortará sobre un trasfondo de racionalidad histórica que contiene la acción conciente de la clase obrera y el mito revolucionario. Contra la burguesía que se retracta de su pasado afirmativo y racionalista, cayendo en las más variadas formas de misticismo, el proletariado reclama para sí la continuidad de la empresa civilizadora, superando la obra del capitalismo en la sociedad socialista.14 FILOSOFÍA DE LA PRAXIS Y MÉTODO DE INTERPRETACIÓN HISTÓRICA Uno de los intelectuales que ha trabajado 76 con mayor rigor sobre el universo cultural de Mariátegui interpreta de la siguiente manera las relaciones del marxista peruano con el filósofo idealista Benedetto Croce: “la influencia de Croce-sin duda es esto lo que hace que resulte tan importante- no se dejará sentir directamente; o, mejor dicho, no lo será siempre como cabría esperar. Mariátegui no será ‘crociano’, ni se verá simplemente influido por ese idealismo neohegeliano que elabora el pensador napolitano. Más bien se tratará de una influencia mediatizada: ora a través de los pensadores que como Gobetti pertenecen a la corriente crociana, ora merced a ciertos temas sobre los cuales el propio Croce se hace el mediador”. Este rol de “mediador” que juega Croce en la lectura mariateguiana del marxismo abarca desde la polémica de Antonio Labriola contra Aquiles Loria hasta la reivindicación (sorprendentemente errónea) de las aristas “morales” de la teoría económica de Marx. Pero hay dos aspectos en los que a nuestro entender muestra una influencia decisiva: el análisis historicista de las fuentes filosóficas del marxismo y la definición del marxismo como un método de interpretación histórica, contrapuesta a la visión del marxismo como cosmovisión o al decir de Croce como “filosofía de la historia”. Así como Sorel será el anticuerpo contra el evolucionismo y el positivismo, Croce será de alguna manera el punto de referencia contra aquellos que buscan asimilar el marxismo con el materialismo vulgar. Aho- Los orígenes del marxismo en América Latina ra bien, cuánto ganó y perdió el “marxismo de Mariátegui” en esa empresa es algo que veremos en los párrafos que siguen. No es cuestionable en sí mismo el hecho de querer establecer un diálogo teórico con corrientes filosóficas ajenas a la tradición del marxismo, pero esta es un problemática que reviste aristas complejas. La primera de ellas: es el marxismo una filosofía, o mejor dicho contiene el marxismo una concepción filosófica propia? Cuáles son los alcances de es concepción? Qué respuestas da Mariátegui a estas preguntas? Nuestra lectura es que el marxismo no es un sistema filosófico en el sentido tradicional del término, es decir no es una construcción teórica cerrada y esquemática, sino una teoría en permanente recreación y devenir, al ritmo de los avances y retrocesos del movimiento histórico y social del cual es expresión consciente, pero sí contiene en su cuerpo teórico todos los elementos de una filosofía, vale decir de una concepción del mundo, del hombre y de la historia. Filosofía de la praxis la definió Antonio Labriola, quien tuviera un importante lugar en la formación ideológica del joven Trotsky. Labriola señalaba la originalidad del marxismo y su independencia respecto del darwinismo y el positivismo e incluso su hostilidad frente a este último, remarcando tres aristas: una concepción del hombre y de la historia, la crítica de la economía política y de la sociedad capitalista y la política revolucionaria para subvertir dicha sociedad. Tres décadas después Gramsci marcaba la necesidad de seguir el camino trazado por Labriola, afirmando la completa originalidad y autosuficiencia del marxismo como una concepción independiente de todas las vertientes ideológicas burguesas, aunque estableciera diálogos y luchas ideológicas con las mismas. Mariátegui por su parte, está embarcado en la empresa de conciliar el marxismo con la “concepción heroica y voluntarista de la vida”a la que hacíamos alusión anteriormente ¿Cómo estructurará sus argumentaciones y que posiciones expresará? Mariátegui es contrario a la idea de que el marxismo está superado junto con el positivismo del siglo XIX. Buscará demostrar que si bien es cierto que el marxismo es una concepción eminentemente moderna, mantiene una distancia crítica tanto con el positivismo y el cientificismo como con la filosofía de Hegel. En este sentido se apoyará en Benedetto Croce: “El materialismo histórico no es, precisamente, el materialismo metafísico o filosófico, ni es una Filosofía de la Historia, dejada atrás por el progreso científico. Marx no tenía por qué crear más que un método de interpretación histórica de la sociedad actual. Refutando al profesor Stamler, Croce afirma que ‘el presupuesto del socialismo no es una Filosofía de la historia, sino una concepción histórica determinada por las condiciones presentes de la sociedad y del modo como ésta ha llegado a ellas’. La crítica marxista estudia concretamente la sociedad capitalista. Mientras el capitalismo no haya trasmontado definitivamente, el canon de Marx sigue siendo válido”1 . Como vemos, Mariátegui afirma que la vigencia del marxismo responde a la existencia misma del sistema capitalista; ahora bien, en su intento de “despegar” al marxismo de la cosmovisión ochocentista, no sólo cita sino que repite la interpretación crociana del marxismo como método de interpretación histórica. Pero el planteamiento de Croce no será para reivindicar la vigencia del marxismo sino para reducirlo en el marco una filosofía idealista de la historia: “[El materialismo histórico] no debe ser una nueva construcción a priori de filosofía de la historia ni un nuevo método del pensamiento histórico, sino simplemente un canon de interpretación histórica (el subrayado es nuestro, NdR). Este canon aconseja prestar atención a lo que se denomina el sustrato económico de las sociedades para mejor comprender sus configuraciones y sus vicisitudes 2 ”. Esta posición de Croce, contra la que Labriola y luego Gramsci en los Cuadernos discutieran con dureza, es la que toma Mariátegui en su intento de revitalizar al marxismo frente al evolucionismo socialdemócrata y la crítica idealista. No sólo toma textualmente la definición “método de interpretación histórica” sino que usa la misma palabra “canon”, lo cual hace innegable la presencia de Croce en un problema teórico fundamental. Incluso reivindicará las ideas de Croce acerca de la plusvalía como categoría moral3 . Qué resulta de todo esto? Que en su diálogo con Croce Mariátegui pierde más de lo que gana, puesto que adscribe a una lectura sobre el carácter del marxismo que tiende a negar su independencia y originalidad como concepción del mundo y reducirlo a un criterio de interpretación histórica, asimilable en el idealismo neohegeliano. Este punto del debate es fundamental, porque si el marxismo es únicamente un método de interpretación histórica, las respuestas sobre los problemas filosóficos que trascienden esa interpretación, tales como cuál es la relación del hombre con la naturaleza, cuál es el carácter concreto y diferenciado de la realidad humano-social, cuál es la relación entre determinaciones objetivas y voluntad consciente, por tomar sólo algunos ( y Mariátegui ha prestado al último en particular una atención enorme) de los que constituyen una pregunta permanente en la cultura occidental desde Homero hasta nuestros días, esas respuestas decíamos, habrá que ir a buscarlas a otras concepciones filosóficas, con lo cual el proletariado resultará dependiente en última instancia de la cosmovisión burguesa. En esto a Mariátegui se le escapó la operación ideológica fundamen- Los orígenes del marxismo en América Latina 77 tal de Croce, señalada con toda claridad por Gramsci. De esta manera la “mediación” de Croce acercará a Mariátegui a todo un espectro de posicionamientos teóricos de del filósofo italiano que habían sido refutados por un marxista clásico como Antonio Labriola, casi treinta años antes 4 . V. LA ODISEA DE MARIÁTEGUI Y EL MARXISMO QUE QUEREMOS (RE)CONSTRUIR Posiblemente “odisea” no sea el término que mejor se ajusta a la vida y obra de Mariátegui. Sería mejor hablar de un aprendizaje. Pero lo cierto es que ambas figuras, la primera previa a la escisión dolorosa de la subjetividad y la segunda, propia del sujeto moderno, nos remiten a la doble enseñanza que nos deja el legado mariateguiano. Así como en Goethe y Hegel, constructores poéticos y filosóficos de grandes recorridos en los que el sujeto se hace a sí mismo experimentando e interiorizando todas las formas posibles de actividad humana y arribando a la ansiada meta que es a la vez una reformulación del punto de partida; la vida y obra del revolucionario peruano a quien la experiencia europea, que consideraba “su mejor aprendizaje” había instalado en su interior la convicción de “peruanizar el Perú” y “concurrir a la fundación del socialismo peruano”, nos remite al sentido de ese mismo obrar humano donde se cons- 78 truye la historia y se realiza la filosofía. Así cuando Mariátegui decía que su vida era una saeta que tenía que llegar a hacer blanco, intentaba, sin duda, restarle importancia a su figura y realzar el contenido mismo de la acción, estrechando a través de la historia su pensamiento y el de aquellos dos gigantes alemanes. En ese recorrido, parafraseando la “frase favorita” de Marx, nada de lo humano le fue ajeno. El futurismo, el surrealismo, el grupo Clarté, El Inca Gracilazo, José Vasconcelos, Ricardo Palma, Manuel González Prada, Haya de la Torre James Joyce, Croce, Gobetti, Sorel, Gorki, Lenin, Trotsky, Lunatcharsky, L’Ordine Nuovo, la Revolución Rusa, la Revolución alemana, la política italiana, las luchas anti-coloniales en Turquía y la India, el fascismo y muchos otros temas fueron parte del universo cultural en que Mariátegui se desempeñó y que a su vez contribuyó a constituir en páginas de fina prosa y ardor revolucionario. Si para Engels el proletariado alemán sería el heredero de la filosofía clásica alemana, la propia acción política de Mariátegui al interior de la clase obrera del Perú apuntaba a hacer del proletariado peruano, no sólo un “receptor” de lo mejor de la cultura occidental y de la experiencia revolucionaria internacional, sino un constructor activo de su propia tradición en la lucha por una sociedad sin opresión ni explotación. Decíamos que vida y obra de Mariátegui representan una doble problemática: Por un lado el aprendizaje del intelectual revolucionario latinoamericano, que se sumerge Los orígenes del marxismo en América Latina de lleno en el drama humano en busca de la síntesis entre lo más genuino de la tradición nacional y continental y el marxismo como la formación teórica y la fuerza política de clase más avanzada de la arena internacional. Por el otro, la propia odisea del marxismo en sus complejas relaciones con la cultura moderna, con la ciencia, la literatura, el arte y el psicoanálisis, la cual nos plantea con fuerza la pregunta acerca de qué marxismo queremos (re) construir. Consideramos pertinente esta reflexión porque en los inicios del siglo XXI, remontando largas décadas de reacción política e intelectual, ningún marxista serio puede pensar la reconstrucción del marxismo revolucionario como una mera restauración del pensamiento de la III Internacional antes de su burocratización. Esto no sólo sería una ingenuidad sino que sería un crimen de lesa historicidad que despojaría al marxismo de su carácter vivo y dialéctico. Y aquí es dónde el pensamiento de Mariátegui mantiene una profunda vitalidad, poniendo sobre la palestra no sólo los nudos centrales de la problemática latinoamericana sino también la convicción de que el desarrollo teórico político e ideológico del marxismo sólo es posible en estrecha conexión con la lucha de clases y en diálogos y polémicas con lo más sugerente y avanzado de la filosofía, las ciencias y la cultura mundial. Este diálogo con el pensamiento de Mariátegui apunta a prefigurar y contribuir a esa reconstrucción revolucionaria y anti- dogmática que será la mejor recreaciónrealización de su legado. 1 Una primera versión de este artículo ha sido publicada en Rebelión el 10 de diciembre de 2002, firmado con el seudónimo Gabriel Lanese. Hemos hecho correcciones sustanciales y otras modificaciones. Si bien hemos mantenido muchos aspectos señalados en la primera versión introdujimos otros que no estaban presentes. Así también hemos ampliado las fuentes bibliográficas. 2 Ver V. M. Miroshevski, El populismo en el Perú. Papel de Mariátegui en la historia del pensamiento social latinoamericano (1941) en José Aricó, Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano, segunda edición corregida y aumentada, México DF, 1980, Ed Pasado y Presente, pgs 55 a 70. 3 Ver Jorge Del Prado, Mariátegui, marxista-leninista, fundador del Partido Comunista Peruano(1943), en José Aricó, op cit. pgs 71 a 90. 4 Comité Central del Partido Comunista del Perú, octubre de 1975, “Retomemos a Mariátegui y reconstituyamos su partido”, versión electrónica. 5 Entre los autores argentinos Néstor Kohan, Marx en su (Tercer) mundo, Bs As 1998, Ed Biblos. Del mismo autor De Ingenieros al Che, Bs As 2000, Ed Biblos. El mismo tema está tomado en el libro de Horacio Tarcus El marxismo olvidado en Argentina. Del mismo autor ver Mariátegui en Argentina o las políticas culturales de Samuel Glusberg, Bs As 2001, Ed El Cielo por Asalto. Como nuestra perspectiva es muy distinta a la de ambos autores creemos necesario introducir una aclaración al respecto. En el caso de Kohan señalamos tres aspectos sustanciales que nos distancian profundamente de su perspectiva: en primer lugar que el “linaje” del marxismo latinoamericano que intenta construir incluye curiosamente a figuras con posiciones divergentes respecto del stalinismo criollo y otras que, como Héctor Agosti fueron siempre intelectuales orgánicos del stalinismo argentino. De aquí que si bien Kohan asume una posición crítica frente al stalinismo, no dedica la menor atención a las corrientes trotskistas que, con sus aciertos y errores se opusieron de conjunto a la burocracia staliniana. Por último, partiendo de que “...en Stalin, Mao y Trotskymás allá de sus evidentes diferencias políticas- subyace una misma interpretación de la filosofía marxista...” la lucha de los trotskistas por el programa y la estrategia marxistas aparece en el nivel de “disputas y rencillas políticas” las cuales habrían jugado el papel de ocultar “los fuertes lazos comunes que la vertiente stalinista y la trotskista mantuvieron en torno de la filosofía del marxismo”. (Marx en su (Tercer) Mundo, pg 39 y 47-48 respectivamente) Ahora bien la inconsistencia del planteo del autor es que en un párrafo pinta a Trotsky como una partidario de la ontología mecanicista y en el párrafo siguiente reivindica la ley del desarrollo desigual y combinado formulada por Trotsky. La única forma de salir de este embrollo es aplicar el criterio gramsciano de buscar la filosofía de los hombres políticos en su praxis (vale decir en su acción y en sus ideas políticas), criterio que Kohan aplica en todos los casos posibles menos en el de Trotsky, quien dicho sea de paso, hizo aportaciones fundamentales para comprender la realidad latinoamericana y ubicar a la clase obrera en la vanguardia de la lucha anti-imperialista. En cuanto a Horacio Tarcus nos basta con su propia confesión de partes: terminar con la izquierda leninista dogmática y entrar en la era de la “capacidad de gestión”, como los “trotskistas” brasileños que están en el PT (La izquierda vive y sobrevive de los homenajes, Página 12, 06/02/ 2003). Curiosamente lo medular del pensamiento mariateguiano apunta en la dirección contraria. El odio visceral de Tarcus hacia la militancia revolucionaria no puede ocultar que su “marxismo humanista” es un velo (no tan) sutil y sobre todo engañoso para la reivindicación lisa y llana del reformismo y la subordinación al estado burgués. En esto está muy por detrás de Kohan, que reivindica la perpectiva de la revolución y la lucha anticapitalista. 6 Ver El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, pgs 72 a 80, Bs As 1984, Ed. Nueva Visión. 7 Ver José Aricó, La Hipótesis de Justo, Escritos sobre el socialismo en América Latina, Bs As 1999, Ed Sudamericana. Este juicio no incluye ni a Recabarren ni a Mella. 8 Ver el primer capítulo de Restos Pampeanos de Horacio González, Bs As 1999, Ed Colihue. 9 Durante los dos primeras décadas del S XX, el senador socialista argentino Enrique Del Valle Iberlucea, escribió algunos ensayos de divulgación donde defendía el planteamiento de Antonio Labriola en polémicas con Aquiles Loria e Ives Guyot. Después de la revolución rusa promovió la adhesión del PS a la III Internacional, liderando el sector “tercerista”, pero al ser derrotado en la lucha interna del PS, decidió quedarse en el mismo a pesar de que un importante sector de la base “tercerista” rompió con el PS para entrar al PSI. Ver Emilio Corbiére, El marxismo de Enrique del Valle Iberlucea, Bs As 1987, Centro Editor de América Latina. Ver también en Néstor Kohan, op cit. 10 Los documentos publicados por la IC en 1921 y 1923 referidos a América Latina pueden consultarse en Michael Löwy, El marxismo en América Latina. Dichos documentos esbozan una posición distinta de la expresada por bujarinistas y stalinistas al momento que estamos comentando y más cercana a las posiciones de Mariátegui y Mella. 11 Aniversario y Balance, Obras , Tomo II, pgs 240-243. 12 JCM, Principios programáticos del Partido Socialista, Obras , Tomo II, pgs 216-220. 13 En El problema de las razas en América Latina utiliza la formulación “gobierno de obreros y campesinos” un tanto ambigua, pero más cercana por el contenido a la dictadura del proletariado que la fórmula de la IC que era esencialmente contra la dictadura del proletariado. 14 “(Tesis 8) La dictadura del proletariado, que sube al poder en calidad de caudillo de la revolución democrática, se encuentra inevitable y repentinamente, al triunfar, ante objetivos relacionados con profundas transformaciones del derecho de propiedad burguesa. La revolución democrática se transforma directamente en socialista, convirtiéndose con ello en permanente.” León Trotsky, La Teoría de la Revolución Permanente (compilación), pgs 520-521, Bs As 2000, Ed. CEIP León Trotsky. 15 “Congruentemente con mi posición ideológica, yo pienso que la hora de ensayar en el Perú el método liberal, la fórmula individualista, ha pasado ya. Dejando aparte las razones doctrinales, considero fundamentalmente este factor incontestable y concreto que da un carácter peculiar a nuestro problema agrario: la supervivencia de la comunidad y de elementos de socialismo práctico en la agricultura y la vida indígenas” JCM, El Problema de la Tierra, en Siete Ensayos de Interpretación de la realidad peruana, versión electrónica. 16 “Analizando la génesis de la producción capitalista digo: En el fondo del sistema capitalista está, pues, la separación radical entre productor y medios de producción... la base de toda esta evolución es la expropiación de los campesinos. Todavía no se ha realizado de una manera radical más que en Inglaterra... Pero todos los demás países de Europa occidental, van por el mismo camino (El Capital, edición francesa, p. 316). La “fatalidad histórica” de este movimiento está, pues Los orígenes del marxismo en América Latina 79 expresamente restringida a los países de Europa occidental. El por qué de esta restricción está indicado en este pasaje del capítulo XXXII: La propiedad privada, fundada en el trabajo personal... va a ser suplantada por la propiedad capitalista fundada en la explotación del trabajo de otros, en el sistema asalariado (ob cit, p. 340). En este movimiento occidental se trata, pues de la transformación de una forma de propiedad privada en otra forma de propiedad privada. Entre los campesinos rusos, por el contrario, habría que transformar su propiedad común en propiedad privada. El análisis presentado en El Capital no da, pues, razones, en pro ni en contra de la vitalidad de la comuna rural, pero el estudio especial que de ella he hecho y cuyos materiales he buscado en las fuentes originales, me ha convencido de que esta comuna es un punto de apoyo de la regeneración social en Rusia, mas para que pueda funcionar como tal será preciso eliminar primeramente las influencias deletéreas que la acosan por todas partes y a continuación asegurarle las condiciones normales para un desarrollo espontáneo.” Carta de Carlos Marx a Vera Zasúlich, en Néstor Kohan, Marx en su (Tercer) Mundo, pag 263, Bs As 1998, Ed Biblos. José Aricó señala que si bien este texto había sido publicado en vida de Mariátegui, es poco probable que este lo hubiese conocido, por lo cual en esto actuó según sus propios criterios. 17 JCM, La “comunidad” bajo la república. El problema de la Tierra. Siete Ensayos . 18 Adolfo Gilly analiza detalladamente este proceso y la importancia de las tradiciones indígenas en el mismo “Su trayectoria ( la del campesino indígena mexicano, NdR) social y cultural es propia y específica. Lo opone al mundo capitalista otra línea de defensa diversa de la del campesino propietario europeo. Y sus tradiciones comunales, en una época de revoluciones sociales, pueden cumplir una triple función: servir como parte de la estructura y sostén de los organismos de la lucha revolucionaria; enlazar la comprensión individual con la perspectiva colectiva; y servir de apoyo para la transición a una organización productiva y social superior (la cursiva es nuestra) y continúa el autor “Esta misma argumentación expone para Perú, en 1928, José Carlos Mariátegui en sus Siete Ensayos de interpretación de la realidad peruana.” La Revolución Interrumpida, pg 70, México 1994, Ed. Era. Es importante señalar que los procesos latinoamericanos de lucha de masas tuvieron de Chiapas en adelante una fuerte impronta de los pueblos originarios, demostrando la potencialidad de sus tradiciones y reivindicaciones, las cuales han sido en más de una oportunidad llevadas a callejones sin salida en función de alianzas con sectores burgueses 80 o militares nacionalistas (Ecuador), políticas de presión sobre los partidos “democráticos” (México), o mesas de negociación donde las bases ven frustradas sus expectativas (Bolivia). No es casualidad que una política constante de direcciones como el EZLN, Vargas o Morales y Quispe haya sido la nula búsqueda de la unidad con el movimiento obrero. Las sucesivas encerronas en que se ha visto el movimiento de los pueblos originarios sin esa unidad son una prueba fehaciente de la necesidad de la misma y de la vigencia de las posiciones de Mariátegui al respecto. bloque de las cuatro clases y tributario del “Pensamiento Mao-Tsetung”. 27 León Trotsky, Crítica del Programa de la IC, en La Teoría de la Revolución Permanente (compilación) pg 309, Bs As 2000, Ed CEIP 28 Es importante destacar la potencialidad que hubiera tenido en América Latina la confluencia de Mariátegui y la Oposición de Izquierda, si el marxista peruano hubiese desarrollado un planteo crítico del conjunto de la estrategia de la Comintern. 29 Ver Robert Paris, op cit, pgs 144 y 148. 19 30 Estos son dos ejes claros de los Siete Ensayos. Diversos autores coinciden en señalar la influencia de Piero Gobetti y su Il Rissorgimiento senza eroi , en este abordaje de la defección de la burguesía ante sus tareas históricas. Ver Robert Paris La formación ideológica de José Carlos Mariátegui, Pasado y Presente, México, 1981, pgs 154 a 175. 20 Ver León Trotsky, Escritos Latinoamericanos, Bs As 1999, Ed CEIP. 21 El partido bolchevique y Trotsky (1925), Trotsky y la oposición comunista (1928), en JCM, Obras , Tomo 2, La Habana 1982, Casa de las Américas. 22 Versión electrónica en www.marxists.org 23 “ JCM, La Escena contemporánea, pg 92-96, Lima 1988, Ed Amauta. 24 En esto no coincidimos con Michael Löwy quien sostiene que “Mariátegui no toma partido en el conflicto entre Stalin y la oposición de izquierda”. M. Löwy, op cit, pg 20. 25 El PCA ha “descubierto” recientemente que la “creación heroica” de la que hablaba Mariátegui se frustró en China con el intento de Mao Tse-tung de “copiar el modelo soviético” mientras que Deng Xiao Ping, el iniciador de la restauración capitalista habría sido un exponente de la “audacia leninista”. La adulación no termina ahí sino que continúa en el “socialismo” de Jiang Zeming y Hu Jintao, el mismo que ha incluido a los capitalistas como miembros plenos del PCCh y su flamante sucesor (Athos Fava, China, un largo camino, Nuestra Propuesta Nº 606, 10 de octubre de 2002). Y este vergonzoso y rastrero contrabando ideológico pretende disfrazarse de... “marxismo creador”!!!!???? 26 Ver Otto Vargas, El marxismo y la revolución argentina, Tomo II, pgs 524 a 535, Bs As 1999, Ed Agora. El secretario general del PCR hace suya la forzada interpretación del CC del PCP a que hacemos alusión en la nota 4, donde se transforma a Mariátegui en un teórico del Los orígenes del marxismo en América Latina “Si hubiera que encontrar, entre tantos otros, un rasgo para definir la crisis cultural del Novecientos ese podría ser el sentimiento, en la conciencia de la intelectualidad de la pérdida de la noción de totalidad de la vida [...] si entendemos la confusa palabra positivismo como sometimiento al determinismo evolucionista, en una atmósfera cultural dominada por el ‘darwinismo social’, la revuelta intelectual de principios de siglo puso, en su conjunto, las bases conceptuales para fundar una teoría de la acción despojada de residuos utilitaristas y naturalistas, cuyo último y paradigmático representante habría sido el inglés Herbert Spencer”. J.C Portantiero, “Gramsci y la crisis cultural del Novecientos en Los Usos de Gramsci, pgs 171 y 184. Es necesario destacar que los artículos más recientes publicados en este libro dan cuenta de un intento del autor por adscribir a Gramsci al “marxismo occidental” en lugar de a la III Internacional (como sostenía en el ensayo de 1975 publicado apenas unas páginas antes). Toda una confesión de partes de un intelectual que ha hecho el trayecto con que Leopoldo Lugones se describía a sí mismo en su madurez: a los dieciocho rompía vidrios, a los 30 los colocaba y a los cuarenta se decidió a fabricarlos. 31 JCM, Arte, Revolución y Decadencia (1926), versión electrónica. 32 JCM, Defensa del Marxismo, 1985 Lima, Ed Amauta, pg 65. 33 Ver Luis Villaverde Alcalá Galiano El sorelismo de Mariátegui y Robert Paris Mariátegui: Un “sorelismo” ambigüo en José Aricó, op cit, pgs 145 a 161, donde están ilustradas con claridad las diversas posiciones en torno a este tema. 34 JCM, La crisis mundial y el proletariado peruano, Historia de la Crisis Mundial , Obras , Tomo I, pgs 233235. 35 Ver R. Paris, op cit, pg 144. La problemática del mito en Mariátegui será tratada con mayor amplitud en próximos artículos. 36 JCM, Pesimismo de la realidad y optimismo del ideal, en Obras, Tomo I, pgs 421-424. 37 JCM, Breve epílogo en Veinticinco años de sucesos extranjeros, Obras , Tomo I, op cit, pg 317. También en Defensa del marxismo está presente esta problemática. 38 JCM, Defensa del Marxismo, Lima 1985, Ed Amauta, pgs 40 y 41. 39 Robert Paris, op cit, pg 165, tomado de Benedetto Croce incorporando los desarrollos del materialismo premarxista. De lo contrario caeríamos en el absurdo de una praxis no material, lo cual está más cerca de las concepciones prehegelianas de la praxis como actividad moral en los marcos del dualismo filosófico. En este sentido han trabajado Labriola, Gramsci, Markovic, Kosik e incluso Adolfo Sánchez Vásquez Los orígenes del marxismo en América Latina 81 82 Los orígenes del marxismo en América Latina TENNANT GARY julio antonio mella y las raíces del comunismo disidente en cuba1 1 Traducción especial para la Cátedra Libre Karl Marx por Guillermo Fernández, Instituto Karl Marx. Este texto es un extracto de un resumen del trabajo del autor The Hidden Pearl of the Caribbean. Trotskyism in Cuba, publicado originalmente en Revolutionary History Vol. 7 Nº 3, 2000 CONTEXTO La República Cubana nació prácticamente como un apéndice de la economía norteamericana. Su burguesía nativa, debilitada por la política española de «gobernar o arruinar» hacia el final de la guerra de 1895-98, quedó dispuesta a comprarse por las finanzas norteamericanas. Mientras las inversiones norteamericanas capitalizaron la economía de Cuba y produjeron una clase obrera en gran escala, el desarrollo fue desigual. No cristalizó ningún tipo de burguesía nacional y no pudo establecer instituciones durables para promover su propio dominio de clase. Por el contrario, excluida en gran medida de las fuentes productoras de riqueza, el gobierno de la República cubana inicialmente fue disputado entre facciones competidoras de una oligarquía cubana do- minante que no tenían programa distinto alguno para promover el crecimiento de una fuerte burguesía nacional. Mientras una facción disfrutaba los beneficios de gobernar, la otra, en un intento por ganar una porción del poder y los frutos de la corrupción, combinaba la exigencia de unas elecciones y un gobierno honrados con la promoción de cierta rebelión para provocar la intervención del ejército norteamericano. La primera fisura en este modelo de desarrollo surgió a mediados de los años veinte luego de la llamada ‘Danza de los Millones’, cuando los precios del azúcar se fueron a las nubes para luego caer estrepitosamente, y con la penetración cada vez más profunda de todos los sectores de la economía por parte del capital financiero norteamericano. El Presidente Gerardo Machado, representando la pequeña clase capitalista Los orígenes del marxismo en América Latina 83 nativa, llegó al poder planteando un tibio programa nacionalista para regenerar Cuba sin amenazar los intereses de Estados Unidos. Sin embargo, la depresión mundial que siguió al crack de la Bolsa de 1929 tuvo efectos severos en el curso de los acontecimientos. La economía de Cuba, tan pesadamente atada a la exportación de azúcar a un solo comprador, fue muy vulnerable a la imposición de medidas proteccionistas por parte de Estados Unidos. Mientras Machado pagaba obedientemente la deuda externa, recortaba drásticamente los salarios, el empleo y el gasto gubernamental arrojó tanto a los profesionales y obreros urbanos a las filas de una miríada de grupos nacionalistasreformistas y revolucionarios. Durante la Revolución que le siguió en los años treinta, la movilización popular llevó al poder al efímero gobierno reformista-nacionalista de Ramón Grau San Martín. Sin embargo, al intentar hacer equilibrio entre todos los sectores sociales, el gobierno de Grau San Martín se derrumbó después de la decisiva intervención del jefe del ejército Fulgencio Batista, que tenía el apoyo del gobierno norteamericano. Las principales razones del éxito de Batista y el fracaso de la revolución fueron que: 1) a pesar de los recursos del Partido Comunista de Cuba (PCC) y su grado de disciplina organizativa, tuvo una actitud absolutamente sectaria frente al sector nacional revolucionario, y 2) el sector nacional revolucionario, principalmente Joven Cuba, tenía escasos lazos organizativos con el movimiento obrero. Superar estos problemas era la tarea central de los trotskistas 84 cubanos. La tarea de Batista era restaurar la estabilidad social y proteger sin ambigüedades el derecho de propiedad por sobre el trabajo. Promovido por la política de la Internacional Comunista (Comintern) de Frentes Populares antifascistas, la política del partido comunista oficial pasó a ser la de la colaboración de clases y el compromiso, y a través de este partido, el movimiento obrero organizado fue llevado a entrar en un gobierno pro-capitalista, de tipo bonapartista, desde fines de los años 30 hasta el comienzo de la Guerra Fría. Mientras el imperialismo había debilitado la ya ineficiente burguesía nacional, y la Revolución de los años treinta había acelerado el declive de la vieja oligarquía gobernante cubana, el giro al intervencionismo estatal en las relaciones trabajo-capital debilitó el potencial para la actividad independiente de la clase obrera. Cuando la economía se estancó después de la Segunda Guerra Mundial, la actividad política de las dos clases dinámicas ya se encontraba comprometida. Ninguna era lo suficientemente fuerte. Al final de una década en la que el partido comunista oficial había llevado al movimiento obrero organizado hacia un orden político nacional consensual y había despojado a la clase obrera de una voz independiente desde su propia clase, había desaparecido un programa social radical que emanaba de organizaciones obreras o grupos nacionalistas de izquierda que incluían un elemento de antiimperialismo. Mientras numerosas bandas de pistoleros que operaban con una fachada política con sus nombres y alguna Los orígenes del marxismo en América Latina vaga adscripción a alguna ideología florecieron y eran toleradas, en gran medida porque por medio de la violencia ayudaron a remover a los comunistas oficiales de sus puestos de dirección en el movimiento obrero, la desilusión entre los elementos más radicales e idealistas en la coalición de los Auténticos dirigida por Grau San Martín frente a la corrupción sólo llevó a que el centro de la oposición al gobierno pasara a Eduardo Chibás y su Partido Ortodoxo. Chibás y la Ortodoxia destacaba únicamente la cuestión de la anti-corrupción en los círculos del gobierno y la consigna de ‘vergüenza contra dinero’ era en gran medida todo el alcance de su programa. Fue en medio de este ‘vacío’ que el Ejército Rebelde llevó a Fidel Castro al poder el 1° de enero de 1959. Las fuerzas que realmente aseguraron la revolución política contra el régimen de Batista y el proceso que seguidamente llevó al rápido trastocamiento de las relaciones de propiedad es motivo de controversia. Las explicaciones cubanas del proceso revolucionario se concentran en una alianza obrero-campesina que sostenía la transformación socialista de la sociedad como parte de un siglo de lucha. Las interpretaciones no-cubanas, por otro lado, se disputan si acaso Fidel Castro no fue durante algún tiempo sido un comunista encubierto y simplemente estaba esperando el momento para revelar su verdadero ropaje, o si él y el Gobierno Revolucionario, en cambio, fueron empujados hacia el comunismo por las presiones combinadas de la política de Estados Unidos y la movilización de masas de la clase obrera. Otra categoría de interpretaciones que resaltan las formaciones sociales excepcionalmente débiles y la ausencia de instituciones fuertes de gobierno en Cuba, plantean que Fidel Castro mismo llenó el vacío estructural. En esencia, esta línea perceptiva de argumentación sostiene que sin la limitante influencia de instituciones conservadoras y procapitalistas con una historia bien fundada y una perspectiva coherente para el presente y el futuro, Castro, como comandante de la única fuerza militar cohesionada de Cuba se transformó en la única institución política efectiva. Aprovechando el clima internacional, la dirección castrista pudo conducir el desarrollo de la Revolución de una manera inaudita por una combinación del logro del apoyo popular y asegurándose de que el movimiento popular no se organizara en instituciones políticas representativas. De esta manera, la Revolución fue esencialmente el reemplazo de una forma de bonapartismo por otra que cada vez más se encuadraba con las decisiones de la política del Kremlin en condiciones caracterizadas por formaciones de clase relativamente débiles e inestables. MELLA Y LAS RAÍCES DEL DISENSO DENTRO DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA El primer retoño de oposición dentro del Partido Comunista de Cuba (PCC) se agrupó en torno a Julio Antonio Mella a fines de los años ’20. Mella se había vuelto una figura nacionalmente conocida como líder del movimiento estudiantil en La Habana. Se unió al PCC desde su formación en agosto de 1925, pero fue separado de él a comienzos de 1926 a razón de su supuesta indisciplina y oportunismo táctico después de declarar la huelga de hambre en prisión. Sólo fue re-incorporado a las filas del partido en mayo de 1927 luego de que la dirección de la Comintern se pronunció contra la expulsión de facto de Mella, considerándola como un acto de estupidez que sirvió para aislar al PCC de las masas pequeñoburguesas que seguían a la Liga Anti-Imperialista de las Américas. Sin embargo, aunque Mella oficialmente volvió al PCC durante su exilio en México, y luego se despeñó como Secretario Nacional Interino del Partido Comunista de México (PCM) en 1928, sus escritos y actividades demostraban las contradicciones que más tarde llegarían a definir a la Oposición Comunista dentro del PCC. El folleto más conocido de Mella ‘¿Qué es el ARPA?’2 , en circulación en abril de 1928 poco después de su vuelta de una visita a Moscú, fue quizás su mayor contribución escrita a la lucha por el socialismo. Como una crítica del proclamado antiimperialismo de Víctor Raúl Haya de la Torre y el movimiento del APRA, afirmó por primera vez que aunque el proletariado pudiera trabajar con las organizaciones de representantes de la burguesía en la lucha nacional contra el imperialismo, sólo la clase obrera era finalmente el único garante de una revolución nacional genuina. Haciéndose eco de la caracterización del APRA tanto de Trotsky como de José Carlos Mariátegui como un Kuomintang3 la- tinoamericano, Mella planteó que, al igual que ocurrió con Chiang Kai-shek en China, la pequeñoburguesía y la burguesía de los países coloniales traicionará finalmente a la clase obrera durante el curso de una lucha ostensiblemente antiimperialista, no importa cuán revolucionarios aparenten ser los sectores no-proletarios. Escribió: «Las pequeñas burguesías [.... n]o son más fieles a la causa de la emancipación nacional definitiva que sus compañeros de clase en China u otro país colonial. Ellas abandonan al proletariado y se pasan al imperialismo antes de la batalla final.» Con referencia a la lucha de liberación nacional su conclusión era inequívoca: «Para hablar concretamente: liberación nacional absoluta, sólo la obtendrá el proletariado, y será por medio de la revolución obrera.» Sin embargo, aunque Mella desde entonces de tanto en tanto era considerado como trotskista en las luchas contra los Derechistas dentro del PCM que adherían a la línea sindical defendida a nivel internacional por Bujarin4 , tales imputaciones oscurecían la medida en que sus actividades encajaban en gran medida dentro de las tradiciones de liberación nacional revolucionaria y los movimientos sindicalistas de su Cuba nativa, tradiciones que la concepción de la lucha por el socialismo del Segundo Período de la Comintern era capaz de englobar. Es decir, mientras que Mella planteaba la organización independiente de la clase obrera en los sindicatos, que era evidente en su contribución a la re-emergente cuestión sindical, al mis- Los orígenes del marxismo en América Latina 85 mo tiempo promovía un frente multi-clasista en el ambiente del exilio revolucionario cubano en México en 1928 sin plantear la independencia política de la fracción comunista. Dentro de la comunidad de exiliados cubanos en México en 1928, Mella fundó y llegó a ser Secretario General de la Asociación Nacional de Nuevos Emigrados Revolucionarios de Cuba (ANERC). Por fuera del control de los aparatos del PCC y del PCM, la ANERC apuntaba a unir las fuerzas antimachadistas que por entonces se encontraban en el destierro. Un objetivo inmediato era la organización de una expedición de revolucionarios cubanos para partir hacia Cuba en 1928-29 para comenzar una insurrección contra el régimen de Machado. La intención declarada de Mella era en gran medida la de encender una revolución democrática antiimperialista, y subordinó la independencia política y organizativa de la fracción comunista dentro de la ANERC a este proyecto. Según una de las primeras ediciones de ‘¡Cuba Libre!’, el periódico de la ANERC, la tarea que la ANERC se había impuesto era la de esbozar «un programa de unificación del pueblo cubano para una acción inmediata por la restauración de la democracia». En el artículo ‘¿Hacia dónde va Cuba?’, el propio Mella hablaba de «una necesaria revolución, democrática, liberal y nacionalista». De hecho, como planteó Olga Cabrera, mientras Mella se refería al socialismo en todas partes, dentro de la ANERC no aludía a Lenin ni al comunismo. En lugar de esto, hacía hincapié en la necesidad de la insurrección armada, la unidad con el movimiento naciona- 86 lista revolucionario, el programa democrático de la ANERC y las etapas en la revolución. Entre la ronda de imputaciones falsas y confrontaciones con los Derechistas en la dirección del PCM, que se oponía a sus planes de una fuerza expedicionaria armada así como a su línea sindical, Mella fue expulsado del partido antes de ser reintegrado en diciembre de 1928, poco antes de su fusilamiento y muerte en las calles de Ciudad de México en la noche del 10 de enero de 1929. Aunque la Comintern y el PCM le adjudicaron su asesinato a Machado, entonces presidente de Cuba, varios autores han sugerido desde entonces que agentes de la Comintern, principalmente Vittorio Vidali, estuvieron profundamente involucrados en el asesinato, siendo el motivo las conocidas ‘desviaciones’ de Mella y sus presuntas simpatías por las opiniones de la Oposición de Izquierda trotskista. Sin embargo, lo más probable parece ser que, a la luz de las buenas relaciones del gobierno mexicano con el PCM y su consecuente renuencia para actuar contra Mella, el gobierno cubano haya tomado a su cargo la organización del asesinato. De esta manera, aunque Mella había advertido sobre los peligros de subordinar al proletariado a los partidos del nacionalismo burgués, como el Kuomintang, su compromiso con la preparación de un movimiento insurreccional junto a las fuerzas del Partido Unión Nacionalista demostró que no puede considerarse para nada su disidencia como la primera manifestación de trotskismo en el medio comunista cubano. A diferencia de Los orígenes del marxismo en América Latina Trotsky y la Comintern en sus primeros años, Mella no insistía en ningún punto con la independencia de la fracción comunista dentro de la ANERC, ni tampoco aplicó la perspectiva de Trotsky de que sólo una revolución proletaria antiimperialista podría lograr la genuina liberación nacional. De hecho, la imputación de trotskismo dirigida contra él era una acusación falsa que disimulaba inmediatamente su énfasis unilateral en la lucha de liberación nacional y su compromiso con el desarrollo de una alianza acrítica con grupos socialmente conservadores dentro de la ANERC. Sin embargo, fueron estas estrategias tan enérgicamente defendidas por Mella las que se encontrarían en la raíz de las disputas teóricas que posteriormente definirían a la Oposición trotskista cubana dentro del PCC. LOS ORÍGENES DE LA OPOSICIÓN COMUNISTA DE CUBA Aunque en su fundación no se declarara como un grupo trotskista, la Oposición Comunista de Cuba (OCC) fue el primer grupo organizado en Cuba que establecería relaciones con el movimiento trotskista internacional. Sin embargo, aunque la principal disputa de la OCC con la dirección del PCC versaba sobre la naturaleza de la revolución cubana y la estrategia a emplear, los oposicionistas defendieron en un principio un retorno a la política del Segundo Período del PCC, que el partido había abandonado a fines de 1930. Es decir, en el momento de su fundación, la OCC planteaba en gran medida una estrategia por una amplia revolución democrática antiimperialista, rechazando, de hecho, la insistencia de Trotsky de que sólo una revolución proletaria antiimperialista podría conseguir una genuina liberación nacional. Sólo hacia mediados de 1933 se daría un giro hacia una estrategia más identificable con la de Trotsky de la Revolución Permanente, que planteaba poner a la vanguardia proletaria en ‘perpetua competencia’ con el nacionalismo pequeñoburgués por la dirección de las masas urbanas y rurales. Este giro se desarrollaría bajo la influencia de un grupo de miembros del centro de la OCC que intentaban orientar la Oposición Comunista Cubana hacia el movimiento trotskista internacional. Después del asesinato de Mella en enero de 1929, mientras las relaciones entre el PCM y los comunistas cubanos que trabajaban en la ANERC continuaron siendo tensas, el problema de una posible alianza entre los comunistas cubanos y la izquierda del movimiento nacionalista burgués cubano en la lucha contra Machado continuó siendo de una importancia extraordinaria, y se volvió de cardinal importancia después de octubre-noviembre de 1930, cuando el Partido Comunista cubano adoptó la línea táctica ultraizquierdista de la Comintern del Tercer Período5 . El PCC abandonó su orientación conspirativa junto a fuerzas no-proletarias, considerando la oposición nacionalista burguesa como contra-revolucionaria. Los sindicatos reformistas y anarco-sindicalistas fueron igualmente considerados ‘social-fascistas’. Toda posibilidad de cualquier tipo de alianza con el sector revolucionario del movimiento nacionalista cubano en la lucha contra Machado fue, por consiguiente, descartada, y de esta forma las opiniones expresadas por Mella antes de su asesinato y apoyadas por dirigentes partidarios como Sandalio Junco, fueron rechazadas formalmente. El propio Mella también fue criticado seguidamente por el Buró Caribeño de la Comintern por buscar poner al movimiento obrero a la cola de la burguesía cubana. La adopción por parte del Partido Comunista cubano de la línea táctica del Tercer Período de la Comintern provocó inicialmente disenso dentro del medio sindical y estudiantil del PCC. La primera oposición interna coordinada, organizada en julio de 1931 bajo la dirección de Pedro Varela, rechazó la línea sindical del PCC de hacer Frentes Únicos sólo por abajo. El mes siguiente, el PCC enfrentó un nuevo disenso interno de la fracción comunista del Ala Izquierda Estudiantil (AIE) por la insistencia de los comunistas oficiales sobre la neutralidad pasiva durante la Revuelta comenzada por el Partido Unión Nacionalista en agosto de 1931. Fue a estas alturas que probablemente se hayan vuelto conocidas las ideas del trotskismo, en pequeña escala, y para un número limitado de activistas comunistas disidentes en estas organizaciones. El conducto de estas ideas provino de Juan Ramón Breá, un cubano exiliado en España, que después de contactar con Andreu Nin6 y otros trotskistas españoles se adhirió a las opiniones de Trotsky. Él mismo envió literatura trotskista en español a varios militantes en Cuba. Según Charles Simeón Ramírez, el líder del Partido Bolchevique Leninista (PBL) a fines de los años treinta, estos periódicos y revistas del grupo trotskista español, particularmente la revista Comunismo, hicieron mucho para estimular la influencia trotskista dentro del grupo de oposición relativamente aislado en Cuba. Mientras crecía la represión dirigida contra el movimiento revolucionario a comienzos de 1932, fueron encarcelados numerosos grupos de activistas del movimiento comunista y estudiantil. En los debates que tuvieron lugar entre los comunistas encarcelados los oposicionistas empezaron a actuar realmente como un grupo y empezó a tomar forma el contenido del disenso. Mientras Carlos González Palacios, Marcos García Villareal, Gastón Medina Escobar y Juan Pérez de la Riva eran algunos de los principales motivadores de estos eventos, la contribución de Breá a estos debates, esta vez desde dentro de una prisión cubana, les dio un contenido diferenciadamente trotskista. Sin embargo, parece que fue Junco quien, tras su retorno de la Unión Soviética, actuó como el catalizador dándole alguna estructura organizativa a los desacuerdos originales dentro del PCC. Ya famoso a nivel nacional, Junco era el líder del Sindicato de Obreros Panaderos, y tenía una posición dirigente dentro del PCC. Mientras algunas versiones sin sustento plantean que fue ganado para la Oposición de Izquierda durante su estancia en Moscú por el propio Andreu Nin, Los orígenes del marxismo en América Latina 87 entonces secretario de la Internacional Sindical Roja (Profintern), lo que hay documentado es que a su vuelta de la Unión Soviética a comienzos de 1932, Junco dio pasos inmediatamente hacia el reagrupamiento de los varios grupos oposicionistas dentro del PCC. Habiéndosele asignado inicialmente varias tareas en el PCC, Junco «se desconectó por completo del Partido» hacia fines de marzo de 1932. Arrestado por la policía entre comienzos y mediados de 1932, después de su salida de prisión tuvo una reunión con el Comité Central del PCC y les informó que para él el problema en disputa no era el trabajo que se le había asignado como tal, sino que las discordancias con la línea del PCC se remontaban a 1930, la fecha en que el PCC había adoptado la línea táctica del Tercer Período. Fue, entonces, en agosto de 1932 que los principales oposicionistas del Ala Izquierda Estudiantil (AIE) y la Federación Obrera de La Habana (FOH), el centro sindical en la capital, se propusieron fundar la Oposición Comunista de Cuba como una organización diferenciada dentro de las filas del PCC. La formación de la OCC también coincidió con los movimientos por parte de la dirección del PCC para expulsar a los dirigentes oposicionistas de las filas del partido, el primero de los cuales fue Marcos García Villareal, el 24 de agosto de 1932. Cuando la fracción comunista en la AIE se negó a aceptar la decisión de expulsar a García Villareal, pidiendo en cambio que la cuestión de la línea política y sindical del PCC sea motivo de una conferencia nacional partidaria o de 88 un congreso, el Comité Central del PCC dio nuevos pasos para ejercer más control sobre sus organizaciones auxiliares. En un esfuerzo por refrenar la autonomía de la Liga Juvenil Comunista, sus líderes, ‘Miró ‘ y ‘Reyes ‘, fueron removidos de sus puestos. Sin embargo, en esta primera etapa, no fue fácil para la dirección del PCC aislar a los primeros oposicionistas. Crucialmente, esto se debió a que el PCC, después de atraer a una variedad de activistas a la FOH y al partido y sus organizaciones auxiliares durante el amplio Segundo Período de los comunistas oficiales, abruptamente empezaron a desalentar el movimiento de liberación nacional exactamente en el preciso momento en que las demandas de liberación nacional estaban planteándose cada vez con más vigor en la creciente situación revolucionaria. Así, mientras la marea revolucionaria estaba empezando a expandir las filas de los grupos oposicionistas en el espectro político, la OCC actuó inicialmente como un polo de atracción para una variedad de activistas que se habían afiliado al PCC y sus organizaciones de frente antes de octubre-noviembre de 1930, y que ahora rechazaban la línea táctica sectaria del Tercer Período del PCC, sosteniendo que mantenía al partido al margen de los eventos. Esto no fue más evidente que en el apoyo que la Oposición obtuvo inicialmente de medio sindical y de la Defensa Obrera Internacional (DOI), una de las organizaciones auxiliares del PCC. En el movimiento sindical, la OCC se ganó el apoyo de la mayoría dentro de la FOH, la federación sindical de La Habana que, en 1932, se Los orígenes del marxismo en América Latina había vuelto un «punto de reunión para todas las corrientes sindicalistas que iban en sentido opuesto a la ‘línea’ del PC». Mientras esta mezcla heterogénea también aseguró que los anarco-sindicalistas retuvieran su influencia en la FOH, significativamente el sindicato más grande de la Federación, el Sindicato General de Empleados del Comercio de Cuba cayó bajo control de la Oposición. Con respecto a la DOI, habiendo pasado por un período de crecimiento significativo, sobre todo en La Habana, debido al influjo de los antiguos apristas, la DOI era una organización heterogénea con orígenes en las políticas multi-clasistas y de frentes antiimperialistas del Segundo Período de la Comintern. Como tal, aquéllos que estaban a favor de la ruptura con la línea sectaria del Tercer Período de la dirección del PCC siguieron dos caminos. En este caso, un sector, dirigido por los viejos apristas, se dirigió hacia la pequeñoburguesía, mientras el segundo se unió a la OCC y se orientó al apoyo a las luchas sindicales de la FOH. Los principales líderes de la DOI, incluyendo a Gastón Medina, su Secretario Nacional en 1931, se alineó y luego se unió a la Oposición. Durante 1932-33, la extendida simpatía que gozaba la Oposición en el medio revolucionario se reflejó en la extensión geográfica de la OCC. La Oposición armó Comités de Distrito en La Habana, Matanzas y Santiago de Cuba en la provincia de Oriente. En Oriente, también se formaron Comités Seccionales en Holguín, Puerto Padre, Victoria de las Tunas y Guantánamo, y se esta- blecieron regionales más pequeñas en varios centros rurales de producción de azúcar en Oriente como Gibara, Bayamo y Palma Soriano. Fue, sin embargo, en Guantánamo donde la OCC tuvo su mayor éxito en términos de fuerza numérica e influencia predominante dentro del movimiento revolucionario. Hacia fines de 1932 se llamó a una reunión de las fracciones pro-OCC y pro-Comité Central del partido. Aníbal Escalante representó la dirección central del PCC y Junco y Breá asistieron en nombre de la dirección nacional y regional de la OCC. Después de casi dos días de debate, 38 miembros votaron por la línea de la OCC, mientras que 8 permanecieron con el PCC. Mientras la política del PCC de concluir un pacto con Machado y su llamada a la vuelta al trabajo durante la huelga general de agosto 1933 sirvió nacionalmente como un catalizador para el crecimiento de la OCC, en Guantánamo los eventos que rodearon la huelga simplemente confirmaron el papel dirigente de los oposicionistas. La heterogeneidad de la base de la OCC y sus débiles credenciales trotskistas desde su fundación también se reflejó en la primera dirección de la Oposición, que estaba compuesta de una variedad de activistas surgidos de los movimientos estudiantil y sindical. A diferencia de otros grupos comunistas de oposición que aparecieron a comienzos de los ’30, la Oposición Comunista cubana era una corriente amplia que se había formado casi completamente sobre la base de argumentos locales. Como ellos mismos admitieron a mediado de 1933, estaban ais- lados de las luchas teóricas que ocurrían a nivel internacional. Sin embargo, con el tiempo, la OCC, a iniciativa de un grupo pequeño de dirigentes se orientó hacia el trotskismo y la Oposición de Izquierda Internacional (OII). Mientras el conducto principal para las ideas explícitamente trotskistas había sido inicialmente Breá, el más prominente de los comunistas pro-Oposición de Izquierda durante el curso de 1932-33 fue García Villareal. El alineamiento organizativo de la OCC junto con la Oposición de Izquierda Internacional, opuesta a la más heterogénea Oposición de Derecha, también fue facilitado por los recuerdos hostiles de algunos oposicionistas de las relaciones con los representantes de la Derecha en el PCM y la Profintern. Las discusiones de Mella en Moscú y su lucha dentro del PCM sobre el problema de la expedición armada a Cuba habían sido dirigidas principalmente contra los Derechistas. Cuando la OCC se consolidó durante 1933 como una fracción diferenciada en el medio comunista cubano y desarrollaron lazos con la oposición trotskista internacional, También sus Estatutos, publicados en junio de 1933, formalmente establecieron los principios organizativos y códigos de disciplina que reflejaban fielmente los del modelo leninista de partido de 1917. Sin embargo, aunque la OCC adoptó principios bolcheviques de organización, y se impuso la tarea de regenerar el partido comunista oficial, esta pensada regeneración inicialmente se centró en hacer volver al PCC a su política del Segundo Período anterior a noviembre de 1930. Es decir, a pesar de la imputación del PCC de que el programa de la Oposición era similar a la «plataforma contrarrevolucionaria de ‘la revolución permanente’ del trotzkismo», los oposicionistas no insistieron inicialmente en la disputa de Trotsky de que sólo una revolución antiimperialista que llevara directamente al poder de la clase obrera y a medidas contra los derechos de los capitalistas podrían lograr la liberación nacional. Los puntos de desacuerdo que distinguían a los oposicionistas de la dirección del PCC en 1932 fueron planteados en el primer documento publicado por la OCC, el manifiesto programático firmado por el Buró de Oposición Comunista en Santiago de Cuba en enero de 1933. En línea con la estrategia revolucionaria de Mella, este manifiesto daba énfasis al compromiso de la OCC de interpelar el potencial revolucionario del movimiento nacionalista radical desde un punto de vista que no insistía en la independencia política del proletariado en competencia con la burguesía nacional. Es decir, mientras la declaración programática reconocía claramente que la burguesía nacional era incapaz de dirigir exitosamente una revolución antiimperialista para realizar las tareas mínimas de la democracia burguesa, el documento también mostraba el compromiso de los oposicionistas cubanos con una lucha que ahora denominaba ‘Revolución Popular Agraria Anti-imperialista.’ Planteaban la formación de una alianza popular armada con la pequeñoburguesía radical para llevar a cabo una revolución agraria, democrática, llaman- Los orígenes del marxismo en América Latina 89 do en un momento dado a un retorno a las tradiciones de lucha guerrillera en las montañas donde «otra vez la Sierra Maestra y el camarada Mauser tendría la palabra.» El planteo de Trotsky de que la revolución sería proletaria en su carácter, aunque llevada a cabo en una alianza con el campesinado pobre, o caso contrario sería derrotada, no entró en su primer esquema de 1933. En cambio, tendieron a limitar el objetivo inmediato de las masas al de una revolución democrática antiimperialista y, al hacer esto, ligaron el destino del movimiento obrero de la pequeñoburguesía. Es decir, aunque los oposicionistas continuaron planteando la consigna de Revolución Popular, Agraria y Anti-imperialista, insistieron en que la revolución sólo podría avanzar sobre una base proletaria, y hacían hincapié en que el problema central, inmediato, para el proletariado era establecer su independencia política y ganar la dirección del campesinado y la pequeñoburguesía revolucionaria en las ciudades. La OCC basaba su nuevo entendimiento en la percepción de que las distintas facciones de la burguesía nacional habían capitulado ante el deseo del imperialismo de reemplazar pacíficamente al gobierno de Machado con un «Gobierno neutral provisional». En términos de estrategia y tácticas a la luz de esta nueva situación, la OCC argumentaba que su tarea sería exponer el carácter anti-democrático y anti-neutral de lo que sería un ‘Gobierno Provisional’. El objetivo era trascender la etapa temporal democrático burguesa rápidamente. Según la OCC, esta 90 lucha particular, que apuntaba a ganar la dirección del campesinado y otros sectores oprimidos y descontentos del país, constituiría una etapa preliminar en la llegada al poder de un gobierno obrero diferenciado. Para la OCC, para poder confrontar la influencia de la oposición burguesa a Machado que esencialmente se organizaba tras la consigna ‘¡Abajo Machado!’, era necesario plantear lo que resultaba ser un programa de demandas de transición que llevaran a las masas detrás del proletariado en una lucha por realizar e ir más allá de las tareas democráticas hacia aquellas abiertamente socialistas. Revisando su objeción anterior a participar en las elecciones a una Asamblea Constituyente organizada por Machado, los oposicionistas primero exigieron el sufragio universal para todos los hombres y las mujeres de más de dieciocho años. Sin embargo, reconociendo que cualquier asamblea sería pensada para conciliar y pacificar, el objetivo declarado de la OCC era evitar aislar a la vanguardia proletaria de las masas, que depositaba sus ilusiones en una asamblea democrática de ese estilo. Según la nueva perspectiva de la OCC, lograrían esto planteando también un programa con sus propias demandas pensado para que la clase obrera y los pobres del campo rompan con la influencia del liberalismo burgués. Más allá de estas demandas democráticas mínimas, los oposicionistas cubanos elaboraron también una serie de demandas más combativas diseñadas para dirigir las tareas democráticas y antiimperialistas inme- Los orígenes del marxismo en América Latina diatas hacia las del socialismo y un gobierno proletario. Estas incluían la confiscación sin indemnización de la tierra poseída por los grandes monopolios grandes, la nacionalización de los ferrocarriles y los servicios públicos, el control obrero de la industria y la regulación estatal de la economía. Según escribieron: «La consigna central, invariable y firme debe ser, la ‘intransigencia de la vanguardia proletaria; su lucha política independiente, su acción definida y audaz frente a los acontecimientos que se suceden’.» Así, mientras el Comité Central de la OCC adoptó una estrategia que en gran medida coincidía con las tesis de la Revolución Permanente de Trotsky, el cambio cualitativo en la estrategia de los oposicionistas cubanos parece haber sido una decisión que principalmente provino de la dirección de la organización. No se originó por presión de un cambio en la línea por parte de la base de la OCC, ni ciertamente de los varios grupos de Distrito o Comités Seccionales que todavía estaban imbuidos en las tradiciones profundamente asentadas en Cuba del sindicalismo y el nacionalismo revolucionario. En el período posterior a mayo de 1933 hubo una serie de inconsistencias en por parte de los trotskistas cubanos en la aplicación práctica de sus perspectivas planteadas en el folleto ‘En el Camino de la Revolución’ que sugieren que los oposicionistas de base en líneas generales todavía planteaban la línea defendida por Mella y no habían abandonado totalmente las críticas que hacía la OCC en el sentido de la línea del Segundo Período al PCC sobre el proceso revolucionario. Principalmente, los oposicionistas no habían desarrollado una crítica totalizadora de la línea del PCC anterior a octubre de 1930 de formar bloques antiimperialistas con los partidos nacionalistas burgueses como el Kuomintang en China. Notas del traductor 2 Según Néstor Kohan, Mella escribió “ARPA” en vez de “APRA” “aludiendo irónicamente al instrumento musical, para reírse de la retórica ampulosa y vacía”. Ver De Ingenieros al Che. Ensayos sobre el marxismo argentino y latinoamericano, Buenos Aires, Ed. Biblos, 2000. Pág. 92. 3 Kuomintang (Partido del Pueblo) de China: organización nacionalista-burguesa fundada en 1911 por Sun Yat-sen y dirigida durante la segunda revolución china (19251927) por el militarista, Chiang Kai-shek. Cuando Chiang se volvió contra la revolución y empezó a masacrar a los comunistas y a los militantes sindicales, Stalin y Bujarin proclamaron que el ala izquierda del Kuomintang, establecida en Wuhan, era una dirección revolucionaria, y subordinaron a ella el PC Chino. 4 Bujarin, Nikolai (1888-1938): Líder bolchevique. Considerado uno de los principales teóricos del Partido Bolchevique, y es autor del famoso libro El ABC del comunismo. Conoció a Trotsky en Nueva York y ambos tuvieron relaciones amistosas hasta que Bujarin hiciera causa común con Zinoviev, Kamenev y Stalin contra Trotsky en 1923. Fue editor de Pravda en 1918-1929 y VicePresidente de la Comintern 1926-1929. En 1928 rompió con Stalin y lideró la llamada «Oposición de Derecha». En 1929 fue expulsado del partido por sus opiniones, las cuales luego retrajo. En 1938 fue condenado en el segundo Juicio de Moscú y fusilado. Años más tarde, bajo el gobierno de Gorbachov, la viuda de Bujarin reveló que su confesión fue forzada y publicó su hasta entonces inédita contradicción de aquella «confesión». 5 La política de “ultra-izquierda” de la Comintern que se desarrolla entre el final de la Nueva Política Económica (NEP) en 1928 hasta la adopción de las políticas de los ‘Frentes Populares’ en 1934. El ‘Primer Período’ sería el del capitalismo anterior a la Primera Guerra Mundial, el segundo sería el período corto después de la derrota de las revoluciones de la posguerra cuando el capitalismo parecía haberse estabilizado. El ‘Tercer Período’ siguió a la derrota del Partido Comunista en China durante la revolución de 1925-1927. La Internacional Comunista, ya bajo el liderazgo de Stalin, en su Sexto Congreso (1928) consideró que el capitalismo estaba entrando en su período de agonía y muerte; su ‘tercer’ período de existencia. Como parte de esta teoría, la Comintern exigió que sus secciones nacionales atacaran a los otros grupos dentro del movimiento obrero que no consideraran a la Comintern como la dirección de la revolución. Esto derivó en ataques incluso físicos contra trabajadores socialdemócratas u otros miembros de tendencias políticas no-stalinistas (como los trotskistas, los sindicalistas o los nacionalistas de izquierda en el caso de Cuba, por ejemplo) y la expulsión de todo comunista que abogara por un frente único con otros partidos de la clase obrera. Significó la expulsión de los sindicatos bajo control de los PC de todos aquellos trabajadores que no fueran miembros del Partido. 6 Andreu Nin ( 1892-1937): uno de los fundadores del PC español y secretario de la Internacio- nal Sindical Roja, fue expulsado en 1927 por pertenecer a la Oposición de Izquierda. Fue uno de los fundadores de la Oposición de Izquierda Internacional y dirigió la sección española que rompió con la Oposición de Izquierda Internacional en 1935 para unirse a la Federación Catalana y fundar el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). Durante un breve período fue ministro de justicia del gobierno catalán, pero los stalinistas lo arrestaron y asesinaron. Los orígenes del marxismo en América Latina 91 Los orígenes del marxismo en América Latina 92