LA HERENCIA DEL RÉGIMEN NEOLIBERAL COLOMBIANO Y LOS CRIMINALES “APORTES” DEL FASCISMO URIBISTA. En celebración del Bicentenario del Grito de Independencia y del Aniversario 46 de la Promulgación del Programa Agrario de los Guerrilleros. Jesús Santrich, integrante del Estado Mayor Central de las FARC-EP. “Seremos para siempre libres, iguales e independientes”. (BOLÍVAR, S. Proclama a los caraqueños. Tuy, 9 de enero de 1817). “La igualdad es la reina de las virtudes republicanas y con ella se sostiene la justicia y la libertad que son las columnas de este edificio”. (BOLÍVAR, S.: Discurso con motivo de la incorporación de Cundinamarca a las Provincias Unidas. Bogotá, 23 de enero de 1815). 1. EL PROBLEMA DE LA TIERRA. Estudiar o referirse al menos a los profundos problemas sociales que aquejan al pueblo colombiano, pasa obligadamente por tomar como aspecto fundamental el problema de la tenencia y explotación de la tierra, como problema económico de primer orden que subyace como causa cardinal de los conflictos de clase que hoy se han desbordado en la guerra sangrienta impuesta por las oligarquías en el poder. Especialmente desde 1964, año en que se promulgó el Programa Agrario de los Guerrilleros hemos reafirmado lo dicho durante décadas por los humildes en lucha, y sobre todo por los socialistas y comunistas, en cuanto a que es el derecho a la tierra una reivindicación esencial de los colombianos, aún hoy en que la violencia estatal -que propició el despojo sangriento a los campesinos a favor del latifundismo-, ha hecho de nuestro país un territorio desagrarizado y caóticamente urbano. La extraña oligarquía feudal que pulula en nuestra América, no le es ajena a la realidad colombiana. Aquí también supervive un régimen latifundista ampliado a sangre y fuego desde los días en que con el asesinato del libertador han pretendido enterrar su proyecto de justicia social, en detrimento del desarrollo mismo de la economía capitalista nacional. Pero como ya hemos señalado, ese latifundismo, ligado al despojo que ha empujado a las masas campesinas hacia una urbanización caótica del país, va aparejado a la pauperización de la gran mayoría de nuestros compatriotas en campos y ciudades, a su esclavización en el mundo infame de las precarias e indignas condiciones laborales que rodean la llamada población ocupada (en el mejor de los casos), a la miserabilización de la enorme masa de desocupados, y a la indigencia en que han sumido a más de 8 millones de compatriotas, y sobre todo a la mayoría de quienes habitan las áreas rurales en condiciones de servidumbre infame. He ahí la herencia latente del régimen colonial que trató de derrotar definitivamente la primera gesta independentista, he ahí sus indigeribles formas feudales, o semi-feudales y esclavas que pretenden perpetuar los gamonales aristócratas del presente, colocando las variantes aún más nefastas del neoliberalismo que entrega con prisa la soberanía al capital trasnacional y hace más risible la “Independencia” que decimos disfrutar los hijos de la República, mientras cargamos con las cadenas de la recolonización imperial que impone Washington mediante la tiranía del dólar y las estrategias militaristas del Comando Sur. Y ¿por qué referirnos al asunto de la tierra ligandolo a los coceptos de libertad y soberanía? Sencillamente porque es una verdad de Perogrullo que, en los países de Nuestra América, el régimen político y social está determinado históricamente por el régimen de propiedad de la tierra. Y especialmente en Colombia, las raíces del conflicto político, social y armado se hunden en los terrenos del problema agrario que padecemos desde nuestro surgimiento republicano. Así como sobre un régimen colonialista que impuso la esclavitud y la servidumbre como sus bases económicas fundamentales, sobre la economía semifeudal, de un sistema capitalista deformado y enrevesado que depende enteramente de las estrategias recolonizadoras de las trasnacionales, no surgirá jamás una institucionalidad democrática y ni siquiera liberal. Desde 1938, cuando la población rural representaba el 69.1% del total de la población, hasta 1993, ya había descendido al 31.0%. Coetáneamente se daba la reducción drástica de los recursos públicos destinados al sector, que pasaron del 4.8 % del presupuesto nacional en 1990, por ejemplo, al 0.8% en el 2000, aún presentándose la situación de que los sectores agropecuario y agroindustrial contribuían con el 22% del PIB. Estas políticas económicas generaron un retroceso productivo en el decenio de 1990 que sacó de la producción más de un millón de hectáreas, ocasionando 442 mil desempleados rurales, con su consecutivo empobrecimiento que llevaba a estimar que más del 80 % de la población del campo esteba por debajo de la línea de pobreza. Pero los estudios actuales al respecto son diversos según la fuente que los trate, ocurriendo que la mayoría de las cifras oficiales son manipuladas con el fin de presentar avances ficticios en la superación de los problemas; así, se han trenzado polémicas derivadas además de la interpretación de las cifras regionales y locales de las que se deduce que, en las zonas rurales, entonces, según quien aborde el análisis, la población que está bajo la línea de pobreza se calcula en una margen que va desde datos que asignan el 68,2% y datos que se aproximan al 83 %. En todo caso, cualquiera de ellos es alarmante. En la Colombia de hoy, la lucha por la tierra tiene mayor vigencia que en cualquier otro tiempo, pues los problemas derivados de la forma injusta de su tenencia y explotación se han profundizado. Y en la primera línea de las dificultades está la desmesurada concentración de la propiedad de la tierra en muy pocas manos, instalándose tal situación como causal preponderante del prolongado y cruento conflicto de índole social que padecemos, por el injusto tipo de relaciones económicas, políticas y sociales, que tales circunstancias entrañan en un país de enorme tradición agraria. Como complemento del desastre, las políticas neoliberales profundizaron la pauperización de los pequeños y medianos productores agropecuarios, empujando a una amplia franja de los mismos hacia el narcotráfico, al tiempo que se configuraba una contrarreforma agraria que potenció la ya desmedida concentración de la tierra en unas cuantas manos, al costo de masacrar cerca de 200 mil campesinos y precipitar el desplazamiento forzoso de más de cuatro millones y medio. Con la ofensiva violenta del Estado hacía el campo se ampliaron los caminos para que las transnacionales y los viejos terratenientes fortalecidos, en alianza con narco-paramilitares y capitalistas favorecidos por el Estado, transitaran, además, hacia la gran producción de maíz, caña, palma africana y otros productos destinados a fines industriales que no priorizaban la autosuficiencia alimentaria de Colombia. Dependencia económica, enriquecimiento rápido por concepto de la irrupción del narcotráfico, acumulación de capital en confluencia con la acumulación de poder político para los latifundistas, y el cierre de los espacios de verdadera participación democrática, se han mesclado como aspectos característicos del régimen social y político en Colombia. Es decir, poder económico y poder político en el plano del latifundismo se han concentrado, mediante la aplicación de la violencia, en manos de las aristocracias tradicionales, que sin asco han cooptado y hasta le ha dado prioridad a los sectores emergentes de la burguesía mafiosa que hoy pulula en el seno de la clase dominante. La concentración de la tierra, que especialmente a partir de los años ochenta sirvió también para ejecutar el lavado de activos generados por el narcotráfico, incrementó la ganadería extensiva, en detrimento de la agricultura y por ende, del autoabastecimiento alimentario. De tal manera que el crecimiento en tamaño de las propiedades ha ido en relación inversamente proporcional con el incremento de la agricultura, lo cual se puede deducir del estudio de los índices de importaciones que no merman sino que se incrementan. Hecho que también va de la mano de las funestas consecuencias derivadas de la llamada apertura económica ordenada por los tiranos del capital financiero en el marco del neoliberalismo. Así las cosas, lo que ha sobrevenido es la crisis en los renglones primarios de la economía, el aumento del desempleo agropecuario y la desolación de los campos; hecho este último, que ha sido consecuencia directa tanto del terrorismo económico que aniquiló la rentabilidad de las actividades agropecuarias sobre todo de los pequeños y medianos productores, como ha sido consecuencia de la guerra sucia derivada del terrorismo de Estado en general, ordenado por Washington. Entre principios y finales de la década anterior, el área agrícola sembrada disminuyó en 1.5 millones de hectáreas; de cada 100 propietarios de tierra abierta 10 concentraban 9 de cada 10 hectáreas; es decir, que una hectárea de cada 10, se la tenían que repartir entre 90 de cada 100 propietarios (Obviamente los beneficiados son los ricos latifundistas). Alrededor de ocho millones de habitantes del campo viven en miseria total, los cuales se suman a más de la mitad de colombianos que viven en la pobreza extrema (…) Los mismos organismo gubernamentales han detallado que mientras los cultivos semestrales, por lo general alimentarios, decrecieron en 6,2% el área de cultivos permanentes aumentó en 2,2%, y si en efecto la frontera agraria -para bien o para malcreció en más del 30 por ciento en doce años, colocándose en un nivel superior al de 50 millones de hectáreas. Lo concreto es que ahora hay más campesinos sin tierra y el aumento es de la gran propiedad en muy pocas manos. Según un estudio del IGAC y CORPOICA [2002] el área predial rural registrada en 2001 es de 47.147.680 hectáreas, y presenta reducción respecto a la superficie registrada en 1996, que es de 50.710.066 hectáreas. Pero en todo caso crece la concentración. Al respecto los índices que se registran son los siguientes: - En 1984, las fincas mayores de 500 hectáreas correspondían al 0,5% de los propietarios y controlaban el 32,7% de la superficie; en 1996, este rango correspondía al 0,4% de los propietarios y controlaba el 44,6% de la superficie. En el 2001, las fincas de más de 500 hectáreas correspondían al 0,4% de los propietarios que controlaban el 61,2% de la superficie. - Simultáneo con la mayor concentración en menos propietarios se produjo disminución en las áreas dedicadas a la agricultura y aumento de las áreas dedicadas a ganadería extensiva y pastos para alimentar los rebaños. Esto conlleva a la disminución de la exportación de productos agrícolas y al aumento de la importación de alimentos (…).Desde principios de los años ochenta, si bien se registra una expansión de la frontera agraria, su crecimiento favorece a la ganadería extensiva y la gran propiedad, que en si es usufructuada por los potentados en detrimento de las masas populares, dentro de una formulación en la que la característica fundamental radica en que la gran propiedad se extiende en menoscabo de la mediana y la fragmentación creciente de la pequeña propiedad a punta de violencia, amenazas de los latifundistas, asesinatos, masacres, desplazamiento forzado de los campesinos e indígenas, etc. que ejecutan las fuerzas estatales y paraestatales que a sangre y fuego garantizan la acumulación independientemente de que se trate de tierras con menor o mayor potencial productivo. Todo ello hace impensable una solución a los profundos problemas económicos, políticos y sociales del país si se sigue bajo la tiranía de un régimen que persista en las políticas de ruina para el campo y dentro de la misma dinámica, empuja a la miseria a las mayorías nacionales. ¿Dónde sumar los más de 4 millones y medio de desplazados de la última década de destierro generado por la guerra impuesta por el régimen? Como factores que se acumulan con consecuencias adversas para el pueblo tenemos, entonces, la eliminación de los instrumentos de protección a la producción interna, la irregularidad o descontrol en los costos de producción, en las tasas de interés y la renta del suelo…, en medio de condiciones dramáticas que se desprenden de la guerra desbocada por el régimen sobre todo en el campo, ocasionando desplazamientos forzados, masacres, desapariciones, destrucción de cultivos y cementeras, etc. La mengua en la producción y su baja rentabilidad insubsidiada, han ido ocasionando la crisis estructural de la producción agrícola en Colombia(…). Históricamente en Colombia, el monopolio de la tierra, su control como forma de fortalecer y expandir el poder político en manos de los latifundistas ha forzado al campesino y al indígena a convertirse, en el mejor de los casos y cuando no hay absoluto despojo, en pequeño propietario de tierras (por lo general las de menor calidad), y en jornalero sin parcela expuesto a ofrecer fuerza de trabajo barata a los grandes terratenientes en condiciones desfavorables, mediante relaciones semi-coloniales de explotación. No obstante es creciente la desagrarización del empleo, la merma en las tierras destinadas a la agricultura, la desindustrialización del campo, la informalización del trabajo agrario y de los trabajadores que deben salir a las ciudades ya por desplazamiento forzado o como manera de complementar en el rebusque su sobre vivencia que depende solo de temporadas agrícolas en que es enganchado, como se ha expresado, en las más desfavorables condiciones laborales. Una de las consecuencias subyacentes es el conflicto armado, de tal manera que en la búsqueda de soluciones a los problemas de injusticia social en Colombia, uno de los factores a resolver como razón o causa más profunda de la confrontación es el problema de la tierra, de su tenencia, uso y explotación estableciendo nueva distribución, formas de explotación, créditos y demás factores que mejoren las condiciones del campo y de la producción agropecuaria, como la preservación de los recursos naturales y el entorno. Garantizando la satisfacción de los derechos fundamentales, dando solución a las necesidades básicas y acceso a la opción y decisión política, en todos los niveles sociales, con educación, recreación, salud, vivienda, etc. y con castigo a los responsables de los crímenes cometidos, indemnizando a los afectados y otorgándoles plenas garantías para su retorno al campo. Una transformación agraria en Colombia implicará acabar radicalmente con la tendencia expansiva del poder territorial del latifundio que en últimas, como factor de poder de la oligarquía, es el que ha generado los desplazamientos y los crímenes contra la población rural; deberá trazar líneas estratégicas que restablezcan la economía campesina acabando con la concentración de la propiedad no sólo entregando tierra sino también garantías sociales mediante un reordenamiento territorial y político que racionalice la ocupación y uso del espacio en términos de conservación del medio ambiente. Se trataría de un trasformación agraria, donde un nuevo Estado coloque las lealtades del ejército, ya no en compromiso con el poder del latifundismo, según ocurre en nuestro presente, en que ese poder va de la mano de la Doctrina de la Seguridad Nacional gringa y de su nuevo formato la Política de Seguridad Democrática de Uribe, dentro de la cual uno de los propósitos ciertos y fundamentales es el de la defensa enconada de los intereses de los grandes terratenientes y de las trasnacionales que encabezan los llamados megaproyectos, con las Fuerzas Armadas convertidas en ejército de ocupación que actúa de manera terrible con sus abominables y sanguinarias fuerzas paramilitares, aplicando una guerra sucia sin precedentes. Habrá que vislumbrar una solución política al tremendo problema social del narcotráfico sin continuar dándole un trato militar que solo afecta al campesino y no a los grandes narcotraficantes quienes tienen sus tentáculos metidos en lo más profundo de la podrida institucionalidad del Estado burgués, con todo y sus redes de comercialización, distribución y consumo beneficiándoles. Solamente a las economías de Estados Unidos y Europa, el negocio del narcotráfico les genera por lo menos 680 mil millones de dólares. A la población forzada por las circunstancias sociales a optar por los cultivos proscritos, deberá dársele un trato diferente, una solución política y social, acabando con la narcocracia imperante desde la oligarquía dominante y que todo lo ha contaminado en la paramilitarizada institucionalidad del presente. El latifundio como sistema económico y de poder que implica un monopolio de tierra y de conducción social, deberá ceder paso a la democratización de la tierra, del crédito y del poder político como preámbulo a la solución del conflicto político, social y armado ocasionado por estas injusticias. Es hora de una trasformación agraria que de solución a los graves problemas sociales producidos por la concentración de la propiedad de la tierra, y abra camino a la seguridad y soberanía alimentaria, pues de momento cada día somos más dependientes y sometidos a la dictadura de las importaciones. No debe seguir creciendo la reducción de las áreas sembradas en cultivos semestrales porque ello implicará mayor desempleo, más importaciones y mayor dependencia, pues desde los años noventa el nivel de las importaciones nos ha colocado a los pies del imperialismo. En menos de una década, en los albores del siglo XXI, en el tránsito de siglo, pasó a estar del menos del 7% a casi el 50% del PIB, mientras que las exportaciones no sobrepasaron el ritmo anual del 7.4 % de crecimiento, decreciendo la producción agrícola casi en todos sus factores. Ejemplifica el caso de los alimentos, pues comenzando el siglo Colombia importó 6 millones de toneladas en las que se incluían productos que tradicionalmente siembran nuestros campesinos e indígenas, lo cual al lado del aumento en ocho veces respecto a una década atrás, significa también destrucción de nuestra autonomía alimentaria. Hoy, a doscientos años de iniciada la vida republicana, Colombia tiene un área cultivada de 4.8 millones de hectáreas de los más variados productos agropecuarios; pero se trata de un área que no tiende a su crecimiento ni a su consolidación en pro del autoabastecimiento y la autonomía alimentaria, sino que es la cifra derivada del proceso de declive descrito, y aunque ahora el Estado colombiano proyecte, para diez años, ampliar la producción agraria en 7.3 millones de hectáreas nuevas, ello no está orientado a atender las necesidades alimentarias de la población, sino a llenar de dinero a los nuevos detentadores del campo que desde ya adecúan las tierras soñando con la aprobación del TLC con los EEUU., pero en miras a colocar a disposición de ese país, con las mínimas o nulas cargas arancelarias, lo que ha de ser el biocombustible que necesitan como consecuencia de la crisis del petróleo. Así nos explicamos la prisa del gobierno colombiano para poner a producir 3.8 millones de hectáreas sembradas en caña con destino a la obtención de alcohol carburante y biocombustibles y 3.5 millones de hectárea en palma aceitera con fines industriales; y aunque el ministerio de agricultura no lo haya manifestado públicamente, se intuye que con el maíz, para la producción de etanol, va a pasar otro tanto. En noviembre del año pasado, en la comisión 5ª del Senado, fue denunciada la disminución que presenta el país en cuanto a producción alimentaria. Por entonces, desde el gobierno se afirmó que de los 114 millones de hectáreas que tiene el país 42 están dedicados a sostener 28 millones de reses, lo cual pone de manifiesto que lo que se ha desarrollado es la ganadería extensiva, pero de manera ineficiente, pues lo que hay es un promedio de 0,6 reses por hectárea. De este argumento se deduce la inexistencia de políticas adecuadas para tecnificar la ganadería, a fin de lograr un hectareaje que pudiera permitir la ampliación de la productividad agrícola sin devastar los bosques. Pero en la mentalidad del gobierno neoliberal lo que existe es la idea de que la producción de alimentos no es un buen negocio, así que sin pensar siquiera en la autonomía y en la soberanía alimentaria lo que se mira es en hacer ampliaciones pero para acceder al mercado mundial de los bio-combustibles, especialmente pensando no en subsanar el hambre de los pobres de Colombia sino en atender a que Estados Unidos planea para 2017 y la Unión Europea para 2020, utilizar este tipo de energía hasta en 20 %. Para justificar tal despropósito, el gobierno colombiano argumenta la fantasía de que la venta de materiales para la producción de bio-combustible le generará divisas suficientes para comprar alimentos a bajos precios, supuestamente aprovechando que los agro-industriales yanquis y europeos cuentan con enormes subsidios de producción. Tal mentalidad no mira en la vulneración de la soberanía alimentaria, en que los agroindustriales extranjeros establecerán las imposiciones de monopolio, que someterán a la población al consumo de con conservantes y residuos tóxicos, que se perderá la tradición agrícola y la posibilidad de consumir alimentos orgánicos, frescos, naturales, que acabar con la actividad agricola generará mayor desempleo en el campo sin una planificación cierta que de la posibilidad al campesino de no quedar sumido en la miseria o en manos del rentismo de los latifundistas locales y de las trasnacionales agro-industriales. Mucho menos miran los gobernantes cipayos en los daños ambientales o contra la salud humana que sobrevendrían, o en la degradación de los suelos y las aguas. Los diferentes gobierno que hasta ahora han pasado por la casa de Nariño no han querido y no querrán resolver el grave conflicto de la tierra en Colombia, pues se trata de un problema que subyace en las entrañas del poder económico y político; es decir, un problema esencial en la lucha de clases, pero que necesariamente habría de abordarse con soluciones de justicia si en verdad se quiere resolver el terrible conflicto que nos desangra. Ello obliga a pensar en una alternativa donde un nuevo poder con carácter popular, de tinte democrático y bolivariano acometa, entre otras, la inmensa tarea de una verdadera transformación agraria, radical, estructural, que vaya más allá de una reforma tibia. Nota: Varias de las cifras y argumentos que respecto al problema de la tierra se consignaron en este punto, fueron tomados del documento LA NECESIDAD DE UNA TRANSFORMACIÓN AGRARIA REVOLUCIONARIA. Un enfoque desde las FARC-EP, elaborado por Jesús Santrich y Rodrigo Granda en Octubre 12 del 2008. 2. EMPOBRECIMIENTO COLOMBIANO. E INDIGENCIA DEL PUEBLO El despojo de la tierra al pueblo y su acumulación en pocas manos, es principal causa del empobrecimiento de treinta millones de los 42.888.592 habitantes que, según las cifras oficiales tiene nuestro país. Esa es la realidad que se deriva de los mismos indicadores del gobierno, por más que disfracen las cifras con eufemismos y mentiras. Las condiciones de vivienda, para quienes la tienen, su equipamiento y servicios, la ocupación, la seguridad social, etc. dan la noción que les permite a los malabaristas de las estadísticas oficiales caracterizar la población en estratos que lo que muestran es la profunda desigualdad social trivializada en números que pretenden hacer sentir como normal las inconmensurables distancias que existen entre las mayorías que sufren y sobreviven la miseria de los estratos 1 y 2 y quienes disfrutan la opulencia del estrato 6. Caracterizan la situación en estratos de 1 a 6 en los que, sin duda, las inmensas mayorías están ubicadas en los estratos uno y dos. Los del submundo tragados por la pobreza y los de la estratosfera de la riqueza bendecidos por el Estado que existe para proteger sus intereses, asesinando, torturando, intimidando, desapareciendo…, a quienes consideran un peligro para su opulencia, al punto que para el caso de la población rural y semi-rural, al menos 4.600.000 personas han sido desplazadas de manera forzosa como consecuencia de la guerra declarada contra el pueblo. Y dicen no entender los voceros de los de arriba, los voceros del mundo “sideral” del estrato 6, los oligarcas, por qué se queja y protesta el pueblo. Como si no supieran que en esta década primera de los albores del siglo XXI, las cifras menos drásticas derivadas de los estudios que ha hecho su propio Departamento Nacional de Planeación (DNP), contrastadas con cifras logradas por el Centro de Investigación y Desarrollo de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional y otros organismos especializados como el CINEP, describen una situación polémica que fluctúa entre la oficial del 49,2%, y las no oficiales pero bien fundamentadas y más creibles-, que alcanzan y suelen sobrepasar, según el método que utilice, el 66 %. En conclusión, lo más creíble es que en el presente al menos el 27,7% de la población colombiana tiene sus Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI), lo cual corresponde a unos 12 millones de habitantes, cifra que crece incesantemente en la medida en que por atender el desbordado despilfarro militarista de represión, el régimen acrecienta la deuda social. Pero tras de estas cifras que de por si son infamantes se ocultan terribles realidades regionales como las de Chocó: 70,2%; Guajira: 65,1%; Vichada: 66,8%; Amazonas: 44,1%..., que significan condiciones inadecuadas de vida, hacinamiento crítico, servicios deplorables o inexistentes, niños desnutridos sin posibilidad de ir a la escuela, etc. Se nos dice que se considera pobre al hogar integrado por cuatro personas que tienen ingresos mensuales inferiores a 1,1 millones de pesos, y que es indigente aquel hogar de cuatro personas cuyos ingresos no alcanzan los 450.000 pesos mensuales; como si ignoraran los gobernantes que, en nuestro país, cerca del 75% de la fuerza laboral recibe un salario mínimo generalmente inferior al que hasta el año 2009 sólo era de alrededor de los 500 mil pesos y que para el año 2010 es de 515.000 pesos. Como quien dice: si 6 de cada 10 trabajadores son informales y la mayoría de estos reciben menos del salario mínimo, casi todos estamos a menos de 70 mil pesos de estar en la indigencia (menos de 37 dólares). Pero aún si consideráramos plenamente admisible lo que dicen las misiones de expertos de Naciones Unidas dedicadas a medir el Índice de Desarrollo Humano, se tendría que calcular que no menos de 20 millones de colombianos estamos en situación de pobreza y que existen alrededor de 8 millones de indigentes. Aún así los indolentes y cínicos gobernantes se ufanan de ir en franco crecimiento económico, un crecimiento que cada día concentra la riqueza en menos manos, de tal suerte que si de índices de Desarrollo Humano hablamos para medir el nivel de la esperanza de vida al nacer, educación, salud, cuidado del medio ambiente, tasa de alfabetización y escolaridad en los diferentes niveles, acumulación social del capital humano, nivel de vida según los ingresos, etc. no podremos pasar por alto otros análisis más objetivos que, como el del Centro de Investigaciones y Desarrollo de de la facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional sostiene que la pobreza ha alcanzado niveles del 66 % de la población; es decir, 29 millones de personas. Es lógico, entonces, que los estudios de la Universidad de los Andes y del Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz INDEPAZ, concluyan que el principal problema del país es la pobreza. ¿Pero, quién podría concluir lo contrario? Respecto al “País del Sagrado Corazón de Jesús”, como le suelen llamar los mojigatos oligarcas de los partidos tradicionales y sus derivaciones a Colombia, las Naciones Unidas, mediante la FAO, al referirse a los niveles de alimentación, nutrición y hambre han dicho que es uno de los que más presentan desnutrición. Pero agreguemos a ello que los expertos han calculado que 5000 niños mueren por desnutrición anualmente; 12 de cada 100 niños están desnutridos y en las zonas rurales, 17 de cada 100 niños presentan niveles de desnutrición. La terrible situación de hambre, entonces, es ostensible y atropella sobre todo a la población infantil. Los datos que más recientemente nos han indicado la gravedad del asunto, recogiendo el panorama de la población desplazada por efecto de la guerra desatada por el régimen, aún soportando la manipulación de ocultamiento que suele hacer la institucionalidad estatal; para el caso el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, revela que La Costa Atlántica presenta la más alta tasa de desnutrición en niños de cero a cuatro años de edad (60 %). Le siguen las regiones de Cauca y Nariño con 18,7 % y en tercer lugar los departamentos de Cesar y Magdalena con 16,5 %. Estos problemas de desnutrición traen aparejados patologías como el retraso en el crecimiento (entre infantes de 5 a 9 años el nivel es del 12,6 %). En este asunto, los departamentos que presentan los más graves índices de crecimiento deficiente por causas de desnutrición son Guajira, Cesar y Magdalena. Además, los estudios en referencia han evidenciado que la tercera parte de los niños entre uno a cuatro años padecen anemia también por causa de la mala alimentación. De tal situación, el nivel más crítico se presenta en la Costa Atlántica y le sigue Bogotá. El problema de desnutrición es tan profundo que se ha convertido en problema de salud pública, sobre todo en el ámbito de la población desplazada, respecto a la cual el Programa Mundial de Alimentos y el Instituto Colombiano del Bienestar Familiar, concluyeron en sus estudios que el 23 % de la población infantil (entre menores de 2 años), no consume el mínimo de proteínas requerida para su edad, repercutiendo ello negativamente en el crecimiento y desarrollo. Entre la población desplazada, el 76 % de los menores de 5 años, como consecuencia de la desnutrición, presenta infecciones respiratorias y 78,5 % de los niños desnutridos padecen anemia. 3. MÁS RASGOS DE LA MISERIA QUE PADECE EL PUEBLO. Pero el rostro de la miseria que padece el pueblo colombiano tiene muchos otros terribles rasgos: existe, por ejemplo, un enorme déficit de viviendas, con el inconveniente que poco ha indagado el gobierno de manera seria sobre la proporción de tal carencia. Al respecto, el Banco de la República de Colombia, consignó en el 2004 que “existe buena información y preocupación por los factores de tipo financiero pero deficientes estadísticas e insuficiente seguimiento al llamado déficit de vivienda y a las propias condiciones habitacionales”. El DANE, cuyas cifras han sido muy cuestionadas por la manipulación que, sobre todo el gobierno de Uribe, ha hecho para dar la impresión mediática de que está resolviendo con eficacia los problemas sociales, en un dato del año 2008, el cual es compartido por el gremio de constructores, indica, que el déficit podría ser de 2,3 millones de hogares sin vivienda. Si estos hogares se promedian como grupos de 4 individuos, estaríamos hablando de 9.200.000 entre los 42.888.592 habitantes; es decir, el 21, 45 % de la población nacional, que es un porcentaje en crecimiento, en la medida en que el problema es agravado por la inexistencia de políticas estatales tendientes a dar solución de vivienda a las nuevas familias que surgen como consecuencia del crecimiento poblacional, o por la situación que el crecimiento de la pobreza genera en cuanto a pérdidas de vivienda ocasionadas por efecto del endeudamiento con el sistema financiero. Pero agreguemos a esta terrible situación que, según el censo de 2005, las personas que residen en viviendas inadecuadas era de 4.312.711; es decir de más del 10,5 % de la población, refiriéndose ello a personas que usan como “viviendas” refugios naturales, se ubican bajo los puentes, o en sitios cuyas “paredes” son de materiales de desecho como cartón, latas, etc. y los pisos son de tierra. Consideran los estudios que 7,4 % de la población habita en viviendas que no cuentan con servicios adecuados y que en condiciones de hacinamiento, en el sentido en que más de tres personas habiten en un cuarto, está el 11,1 % de la población. No obstante, existen otros estudios que sostienen que el déficit cuantitativo que requiere de unidades habitacionales nuevas es de 1.531.237 hogares, el cual está referido, principalmente, a hogares que comparten vivienda con otros; es decir, lo que se denomina cohabitación y que asciende a un nivel de 89,4 % del total (estos datos corresponden con los estudios sobre condiciones habitacionales de los hogares en relación con la pobreza hecho por Jorge Enrique Torres R., 2007) Al observar en los servicios domiciliarios como energía, acueducto y alcantarillado, de supuestas 9.742.928 viviendas ocupadas, cuentan con los servicios mencionados 6.949.904; es decir, el 71,33 %. De ese total 6.602.879 están ubicadas en centros urbanos y 347.025 en el campo. Indicando las cifras que, entonces, 2.793.024 viviendas no tienen instalado el paquete de los tres servicios domiciliarios referidos. Y se grava el panorama si observamos que 510.794 viviendas más, no cuentan con ninguno de los servicios (68.396 en la zona urbana y 442.398 en la rural); siendo supremamente extrema la exclusión, sobre todo en el campo. Agreguemos que 6,40 % de la población nacional no tiene acceso a la energía eléctrica (para el caso del campo, el 22,32% de las viviendas cuentan con el servicio); el 26,94% de los colombianos no cuentan con servicio de alcantarillado (10,30% de la población urbana y 82,24% de la población rural); el 16,60% no tienen acceso al servicio de acueducto (5,67% en zonas urbanas y 52,89% en zonas rurales); no cuenta con servicio de gas natural el 59,50% de población urbana y en el campo el nivel es del 97,56% de la población sin este servicio; el 46,06% de las viviendas no cuentan con telefonía fija (32,95% de las viviendas urbanas y 89,61% de las viviendas rurales). Cuadro este que descalifica la cifra oficial del 7, 4 % asignado al renglón de habitantes en viviendas con servicios inadecuados. Y no siempre que en los boletines sobre Necesidades Básicas Insatisfechas aparecen datos sobre viviendas que sí poseen servicios públicos domiciliarios instalados, ello significa que el servicio se esté recibiendo, pues como una constante ha permanecido el problema de la desconexión, resultado de la morosidad derivada de las altas tarifas, que se mezcla con el problema del desempleo y los bajos salarios. La miseria que golpea al pueblo colombiano está también caracterizada por la deficiente posibilidad, o por la imposibilidad, que tienen inmensos sectores de la población para acceder al agua potable. En marzo de 2009, los medios de la oligarquía noticiaban que el gobierno nacional reconocía que en Colombia mueren al año 2.600 niños por “enfermedades de origen hídrico”. Se trataba de una referencia que ubicaba la causa en la escasez y mala calidad del agua que se consume. A este dato se agregaba que 12 millones de personas en Colombia, no cuenta con agua potable que sea suministrada mediante los servicios de acueducto. Este dato del año 2009, nos reconfirma que en nada se avanza para lograr los problemas de orden social, pues en un informe del año 2007 la Defensoría del Pueblo, había afirmado que más de 16 millones de colombianos no tuvieron acceso a agua potable. El año pasado, con motivo de la celebración del Día Mundial del Agua, la UNICEF reveló que la falta de agua potable es la segunda causa de muerte infantil en el mundo. Colombia no escapa a esa realidad. Pero hay otros rasgos crueles de la miseria que agobia a los colombianos: tras Bolivia, Perú y Paraguay, Colombia es el país con más alto índice de mortalidad materna; hay una cifra creciente de 4.600.000 desplazados, que no cuentan con ninguna garantía cierta en sus derechos, comenzando por el derecho a la vida. Siendo todo esto consecuencia de la iniquidad de la oligarquía que usurpó el poder para enriquecerse de manera mezquina lanzando al pueblo a la miseria y el luto, hecho que ha sido agravado en dos décadas de acentuado neoliberalismo y que hoy empeora más que por la crisis económica -cuyos desastres jamás pagarán los ricos sino los pobres-, por cuenta del desaforado gasto militar que el régimen destina en su guerra contra el pueblo. Así las cosas, la preocupación del gobierno por buscar soluciones a los graves problemas sociales no existe; lo que esgrimen como desvelo es una falacia: el caso de Familias en Acción, que se presenta como iniciativa del gobierno nacional para subsidiar la nutrición y la educación de niños cuyo tope de edad máxima no está esclarecido por el programa, es un buen ejemplo para reforzar la afirmación. Los subsidios se destinan, al menos téoricamente, a niños de familias ubicadas en el nivel 1 del SISBEN y familias en condición de desplazamiento o familias indígenas. Pero lo cierto es que la ineficiencia de este programa limosnero se denota en las colas que en todas las ciudades se ven, de gente por centenares a a la espera de la mísera suma que entrega el gobierno al padre o madre cabeza de hogar. Todo está diseñado con un calculo preciso para mantener a una multitud de personas empobrecidas, expectantes, necesitadas, en subordinación a las pretenciones electorales de quienes regentan el poder. Hablamos de millones de personas registradas en condiciones de pobreza extrema. El asistencialismo del gobierno Uribe y de sus posibles sucesores que comparten sus políticas guerreristas y neoliberales, ha diseñado este esperpento dependiente del “Sistema de Identificación de Beneficiarios de los Programas Sociales del Estado” (conocido como SISBEN). Pero nunca ha tenido el famoso ente siquiera una base de datos creible sobre la cantidad poblacional que debe atender. Alguna vez, en el 2006, se inventaron una depuración que arrojó una base de datos con 31.351.000 colombianos “sisbenizados”. Se supone que todos ellos son potenciales beneficiarios de los subsidios en programas como el de Familias en Acción, restaurantes escolares, vivienda, salud, educación, protección al adulto, etc. pero resulta que el mismo gobierno expresa que sólo logran cobijar a 26.338.000 personas de los niveles uno y dos del SISBEN; lo cual, según Planeación Nacional, le cuesta al Estado seis billones de pesos anuales. En todo esto, está claro, además, que cerca de 3 millones de los colombianos más pobres no tienen posibilidad de acceder a los programas subsidiados porque no cuentan con documento alguno que los identifique. Entre ellos hay 1.018.000 adultos y 1.785.000 menores de edad sin identificación de eningún tipo. Volviendo al asunto específico de Familias en Acción, observemos que los datos oficiales indican que el programa de subcidios de nutrición y educación al que venimos refiriéndonos, ha pasado de beneficiar a 699.391 familias en 2006 a beneficiar 2.441.870 familias hasta finales de agosto de 2009, habiéndose planteado la meta de completar tres millones de familias para el cierre del año, lo cual comprende a 6 millones 200 mil niños, que serían atendidos con un presupuesto de 4 billones y medio de pesos (3 % del presupuesto nacional aproximadamente), tasándose en ayudas de 60 mil pesos mensuales por niño. Para algunos quizás este sea un emprendimiento que a simple vista podría parecer altruista; pero día a día proliferan más y más denuncias sobre el tráfico de subsidios, ó sobre la suplantación de beneficiarios apareciendo casos en que en el sistema se muestran registros de pagos mensuales a familias que jamás han recibido nada. La corrupción campea al lado de la práctica presidencial de aparecer en los Consejos Comunales con dinero de los contribuyentes para regalar en anuncios de pequeñas obras públicas de engaño. Lo que ha ocurrido es que el gobierno de Uribe se las ingenió para incluir en la Ley del Plan de Desarrollo 2006-2010, el artículo décimo que establecía apoyos económicos e incentivos del gobierno para familias de escasos recursos, y que en realidad es la patente para que el gobierno disponga de multimillonarios recursos para repartir a su nombre a sus amigos políticos y para manipular a la población más necesitada. Es decir, se garantizó recursos para hacer politiquería desde su puesto como Presidente de la República. Y esta posibilidad la explotó durante largo tiempo, hasta que la Corte Constitucional lo declaró inexequible el 21 de mayo de 2009, al considerar que no es constitucional una norma que estipule dejar una partida del presupuesto nacional para uso exclusivo y discrecional de la Presidencia, y que para el caso correspondía a un billón de pesos por cuatrienio; es decir, 250 mil millones de pesos por año, configurando un modelo asistencialista que subordinaba las gobernaciones y alcaldías a las limosnas presidenciales que, obviamente, estaban condicionadas a favores electorales. He ahí el transfondo real de las Familias en Acción y de las Familias Guardabosques, las cuales al lado de otros sectores empobrecidos han estado cautivos como potenciales electores a disposición del capricho presidencial, el cual ante la imposibilidad de lanzar su segunda reelección, encarriló su favorecimiento clientelar hacia Juan Manuel Santos. Muchos críticos del narco-Presidente fascista Álvaro Uribe Vélez, como el caso de la ex directora de Planeación Nacional Cecilia López, han dicho con razón que si Uribe plantea que el número de familias en Acción crecería, es porque está admitiendo que el número de pobres seguirá creciendo, y al mismo tiempo por cuenta de este sistema de asistencialismo del Estado Comunitario uribista se desbordará la corrupción, el clientelismo y la desinstitucionalización del Estado. En este análisis del asistencialismo Uribista, podemos tocar también el Prrograma de Desmovilización y Reincorporación, que es componente del Plan Colombia como plan del intervencionismo yanqui en nuestro país, con oficina propia en la Embajada de los Estados Unidos. No hubo respecto a este Plan de Guerra y contrainsurgencia una ayuda social real para la población afectada por el desenvolvimiento de la confrontación militar. En lo esencial, los programas productivos, en tanto sólo eran mampara del intervencionismo bélico, fracasaron; simultáneamente los paramilitares “desmovilizados” se han reintegrado a las “nuevas” bandas paramilitares (dirigidas por el mismo a´parataje militra del Estado), a las llamadas bandas emergentes, o se han reactivado dentro del crimen organizado. Situación terriblemente dramática padecen los desplazados. Según la Corte Constitucional, la entidad del Estado encargada de atenderlos (Acción Social), no disponía de instrumentos operativos ágiles para entregar la ayuda humanitaria que deben recibir: “no hay acciones concretas que permitan salir del estado de inconstitucionalidad en el que se encuentran los desplazados", dijo el presidente de la Corte, Nilson Pinilla, agregando que "la unificación de los plazos solicitados por Acción Social no es el resultado de una voluntad para superar la situación de los desplazados, sino un mecanismo para dilatar la respuesta (subrayado nuestro). En forma reiterada Acción Social ha solicitado plazos para entregar reportes". Los magistrados de la Corte, fundamentándose en querellas de los afectados han dicho que Acción Social no cumple con los fallos de la Corte en cuanto a realizar proyectos para atender a menores de edad, indígenas, discapacitados y afrodescendientes desarraigados por la violencia, ni existe avance en las políticas de tierras, vivienda y generación de ingresos para la población desplazada. Ocurre, podemos afirmar con absoluta certeza, que en contraste con la detención de los desplazados, el gobierno esgrime una política agraria asquerosa que no sólo ha financiado a los ricos sino que ha favorecido a los financiadores del narcoparamilitarismo. Al respecto, no podemos pasar por alto situaciones criminales como la referida al escándalo de Agro Ingreso Seguro (AIS),y las denuncias que hicieron diversos sectores políticos contra el ministro de Agricultura, Andrés Fernández: dineros de Agro Ingreso Seguro se libraron para financiar proyectos agrícolas de grandes ingenios en los que tenían intereses económicos familias oligarcas de la costa, y de paso fluyeron hacia la financiación de empresas del Urabá investigadas por haber fomentado el narcoparamilitarismo. Como ejemplo, sonó mucho por los medios de comunicación el caso de El Convite S. A., empresa que habría recibido en los últimos tres años 297.204.102 pesos en incentivos de AIS. La historia criminal de El Convit. S. A. se puede referenciar a partir de la investigación que la Fiscalía realiza a raíz de los vínculos que se han denunciado con la multinacional gringa Chiquita Brands, la cual salió del país tras quedar en evidencia su terrible papel de financiación a los paramilitares. Por tal motivo, la tal empresa bananera había sido condenada a pagar en Estados Unidos 25 millones de dólares, que en nada resarcirán a los dolientes de las víctimas, pero sí tal salida de Colombia le serviría para que mediante enrevesadas y tramposas operaciones financieras, las firmas Invesmar S. A. y Olinsa asumieran jugosos dividendos. Invesmar, domiciliada en el paraíso fiscal de las Islas Vírgenes británicas, es la dueña del conglomerado empresarial al que pertenece El Convite S. A., que al mismo tiempo es la empresa que recibió los dineros de Agro Ingreso Seguro, pero además es empresa que aportó finanzas a los paramilitares entre 2004 y 2007. Como quien dice, los financiadores de las masacres paramilitares y despojadores de tierras, recibían subsidios del gobierno fascista de Álvaro Uribe Vélez. Pero hay otras empresas vinculadas a Invesmar que coadyuvaron a la financiación paramilitar, como son los casos de las empresas Agrícola El Carmen S. A., Río Cedro S. A., Centurión S. A. y Agrícola El Retiro, las cuales, hasta el mes de agosto de 2008 habían recibido de Agro Ingreso Seguro algo más de 17 mil millones de pesos. Así, por el mismo repugnante estilo, hay casos de favorecimiento descarado a los auspiciadores del parmamilitarismo, como ocurre con la firma Clamasan S. A., representada legalmente por Santiago Gallón Henao (“incentivos” recibidos en cantidad de 143.612.640 pesos ), o el caso de Mario Uribe, el asesino primo del Presidente. El contraste de la injusticia es inocultable: por concepto de Agro Ingreso Seguro el país ha despilfarrado favoreciendo a los oligarcas financiadores del paramilitarismo con un billón 4.000 millones de pesos en los tres años que tiene de vida, pero a favor de la reparación de víctimas en los pocos meses de su vigencia a entregado por vía administrativa sólo 19.000 millones de pesos. Muy diciente como ejemplo de esta afirmación, es también el caso Carimagua, el cual denota además la enorme corrupción que carcome al régimen. Pretendió el gobierno entregar al empresariado agrícola el predio Carimagua que en principio estaba destinado a socorrer a las familias campesinas desplazadas por el paramilitarismo. Para ello, el sínico Ministro de Agricultura esgrimió el argumento de que los empresarios tenían “músculo financiero” mientras los pobres campesinos no, y que entonces los primeros podían adelantar proyectos que luego generarían empleo a los segundos. El Estado nada ha hecho ni hará para restituir las tierras despojadas a los campesinos; no está en su agenda la lucha contra el latifundio ni la transformación del campo en beneficio de su población. Casos como los de Carimagua y La Macarena, donde en vez de entregar la tierra a los desposeídos lo que se ha hecho es entregársela, o al menos intentar hacerlo en beneficio de las grandes empresas agroindustriales, evidencia el favorecimiento gubernamental a los grandes propietarios. En la misma perspectiva, se han adjudicado millares de hectáreas en el Vichada y otras regiones del país. Volviendo al tema específico de Carimagua, digamos que lo que se plantea allí es lo que algunos expertos han denominado como modelo “desplazador” en el problema del acceso a la tierra. En él encaja la entrega de las tierras del predio mencionado y que se ubica en el Meta, lo que beneficiaría a cultivadores privados de palma, luego de primero haber sido prometidas a los desplazados. Luego de escuchar las excusas y justificaciones inaceptables del gobierno, se conoció que detrás del negocio estaban personas cercanas al Ministro de Hacienda, Óscar Iván Zuluaga y al coordinador de Acción Social, Luis Alfonso Hoyos. Es decir, se estaban poniendo los intereses personales de los funcionarios por delante de sus deberes para con los desplazados. La empresa que a nombre de los palmeros recibiría el predio era Sapuga, en la cual tiene intereses Mario Escobar Aristizabal, tío del Ministro de Hacienda Óscar Iván Zuluaga, y al mismo tiempo financiador político de Luis Alfonso Hoyos Aristizabal, actual coordinador de Acción Social. Y estaba también como empresa interesada Palmasol, que ha sido donante de la acción política de Álvaro Uribe Vélez. Pero bien, estos asuntos graves en los que las organizaciones populares cada día tendrán que ahondar más y más, a fin de hacerse a un conocimiento profundo que permita emprender a conciencia acciones decisivas de cambio revolucionario, sin duda son mucho más amplias y complejas. Existen aspectos que caracterizan la miseria alrededor de los cuales hay que auscultar para ir más allá de las cifras oficiales que maquillan o esconden la verdad. Por ejemplo, el régimen tampoco ha cumplido el mandato constitucional que establece la educación gratuita y obligatoria entre los 5 y los 15 años (el mínimo de un año de preescolar y nueve de educación básica). Por otra parte, otras normas aprobadas en 2007 han dificultado y seguirán negando en las áreas rurales, el derecho de propiedad a la población desplazada. Pero, entre tanto, se sigue desbordando el despilfarro militar del régimen fascista. 4. EL INJUSTO PRESUPUESTO MILITARISTA DEL RÉGIMEN. El presupuesto aprobado para la vigencia fiscal que corre es el reflejo claro de la determinación guerrerista del régimen, dispuesto a aplastar a sangre y fuego la inconformidad popular en beneficio de sus propios intereses y sobre todo los intereses del imperialismo al que han vendido sus almas para mantener sus privilegios. Se trata de un presupuesto que acrecienta la injusticia social, que desboca el clientelismo en las diversas instancias del Estado y que ha favorecido el aparataje montado para sostener en el poder a la mafia oligárquica de extrema derecha que hoy nos gobierna. El presupuesto para 2010, denominado por el gobierno “Sostenibilidad de la inversión en medio de la crisis”, y que contempla un monto de 148.3 billones de pesos, sólo permite augurar mayores calamidades para el pueblo. Son aproximadamente 73 mil millones de dólares cargados de belicismo y acrecentamiento de la enorme deuda social, que se describen así: A. 83 billones para funcionamiento. Siendo estos recursos destinados a gastos de personal del Estado, su mayor parte se invierten en la guerra, en tanto están asignados al creciente número de integrantes de la policía y el ejército que depende de ellos. Y se suman los llamados gastos generales, las trasferencias corrientes, gastos de comercialización y producción. Rubros todos que de una u otra forma derivan en gran parte hacia la confrontación militar. B. 40 billones para servicio y pago de la deuda pública cuyo objeto por ley es el de “atender el cumplimiento de las obligaciones correspondientes al pago de capital, los intereses, las comisiones, los imprevistos y los gastos de contratación originados en operaciones de crédito público”. Tomemos en cuenta que la deuda externa se eleva a la cifra de 49.000 millones de dólares. Hasta agosto de 2009 el sector público debía 33.674 millones de dólares, mientras que el privado 15.328 millones de dólares, lo cual como conjunto significa el 22,3% del Producto Interno Bruto (PIB); pero en el miso mes la deuda se incrementó en 4,29%. Lo cual significa la hipoteca de nuestras vidas y de nuestra soberanía al capital financiero trasnacional, es decir al imperialismo. C. 25.3 billones de pesos para inversión. Rubro con denominación eufemística que si bien en teoría plantea “erogaciones susceptibles de causar réditos o de ser de algún modo económicamente productivas, o que se materialicen en bienes de utilización perdurable…”, o también gastos destinados a crear infraestructura social, tras la idea de que tales asignaciones permiten acrecentar la capacidad de producción y la productividad derivada del fomento de la infraestructura física, económica y social, en ellos se esconde la posibilidad real de que, por ejemplo, un “aeropuerto comunitario” se convierte en “estratégico para la defensa nacional”; es decir, más gasto militar, efectivamente. Así las cosas, la publicitada asignación sectorial de 24.4 billones de pesos para programas de inversión social y 21 billones de pesos para la defensa y seguridad del Estado, en la práctica transitan hacia la prioridad guerrerista del régimen fascista que se comprende en la política de “Seguridad Democrática”, tan procelosamente defendida por los voceros de los partidos de derecha que sólo atienden a los manuales dictados por el Fondo Monetario Internacional. ¿Dónde están las soluciones reales a los problemas de desigualdad social, a la pobreza, a la indigencia en ascenso, a la pauperización y humillaciones vertidas sobre el pueblo colombiano? La realidad es tozuda y cruel para con los pobres de Colombia: El presupuesto para educación, aún en la formalidad engañosa en que se presenta, tiene asignaciones que están al menos 20 billones de pesos por debajo del presupuesto de guerra. Asunto que se agrava si se toma en cuenta que sólo un billón de su total está destinado para inversión, porque el resto está destinado en gran medida a mantener la nómina de docentes a los que se obliga, en consecuencia, a tener que protestar para que se les cumpla con sus salarios y prestaciones que cada vez son más mermados. De hecho para las derruidas universidades públicas sólo se ha anunciado asignaciones por 160 mil millones de pesos, y ya todas las protestas estudiantiles que se generaron durante la discusión del proyecto fueron señaladas por el gobierno como terroristas. Ninguna perspectiva de mejoría se vislumbra, entonces, en lo que respecta a la optimización de la derruida cobertura de educación. Mucho puede cacarear el gobierno hablando, por ejemplo, sobre la ampliación de esa cobertura en cuanto a la educación superior (incluyendo la educación técnica, tecnológica y profesional), cuando se trata de una ficción, pues en la realidad desde el año 2008 se vienen presentando deserciones que han alcanzado el 50 %. Además, de entre quienes logran terminar sus estudios secundarios sólo uno de cada tres logra iniciar estudios de otro nivel superior, pero sólo el 16 % alcanza su culminación. ¿Pero qué factores median para que se de tal fracaso?: las mismas que dan origen a la pobreza y a la miserabilización del pueblo colombiano. Vale anotar que el sólo contraste entre los 160 mil millones de pesos destinados para las universidades y los casi dos billones de pesos destinados para el SENA, muestran el diseño de un modelo de educación que privilegia la formación tecnológica encaminada a generar la mano de obra barata que requiere el imperio para el impulso de su recolonización económica. La ruina de la salud y otros asunto. El sistema público de salud ha sido lanzado a su ruina total, mientras el gobierno permite y proteje el enriquecimiento de los intermediarios en la prestación del servicio; es decir, el enriquecimiento de las llamadas EPS. La Ley 100 que reglamenta la salud, no es sino la prueba fehaciente de la desprotección a que están sometidos los trabajadores y el pueblo en general. Ya no es la salud un servicio sino un criminal negocio para seguir enriqueciendo a los oligarcas. De esa condción deriva la terrible realidad que han denominado el “paseo de la muerte” , que consiste en el peregrinaje que le toca hacer a un enfermo, de clínica en clínica sin que nadie le atienda porque no tiene un carnet que certifique que está al día con los pagos correspondientes. Al final lo que sobreviene es la muerte consecuenciada por la privatización de la salud. Es una verdad incuestionable que el Estado no estimula la prestación de servicios con calidad, sencillamente por que los considera caros y de ese punto de vista mezquino y usurero es que depende la práctica de contratar al que oferte precios más bajos, sin importar la calidad. La salud, según los expertos, atraviesa su crisis más profunda de los últimos 15 años, y frente al enorme déficit de casi 600 mil millones de pesos que presentan los departamentos para cubrir los servicios que no están incluidos en el Plan Obligatorio de salud (POS) y que son reclamo cotidiano de los usuarios, lo que plantea el gobierno es declarar el estado de emergencia social para proceder a definir reformas tributarias que permitan meterle mano a los impuestos que perciben los departamentos por el consumo de licores y tabaco. Lo concreto en todo este asunto, es que los recursos no son suficientes para cubrir los servicios que obligatoriamente deben prestarse a la ciudadanía. Mientras se invierte en la guerra, el gobierno se niega a asumir soluciones que resuelvan los problemas estructurales, o que al menos den salida al Plan Obligatorio de Salud. Lo cual no se resuelve, como ya está visto, con una opinión de la Corte Constitucional ni con ninguna determinación judicial. Con el régimen contributivo que se maneja através d elas EPS, el sistema de salud tiene deudas por 900 mil millones de pesos. Los afiliados al régimen subsidiado que supuestamente está destinado para quienes no tienen capacidad de pago,cada día crece por que aumenta la pobreza y el desempleo, pero no hay cubrimiento estatal del sistema de la situación de salud de quienes están empleados. En la medida en que se amplía el régimen subcidiado sin que el Estado se conduela de sus usuarios los recursos limitados con que cuenta deben distribuirse entre más personas conllevando el hecho a que las EPS expresen que están colmadas de deudas que sobre todo afectan a los entes territoriales. En conclusión se calculaba, hasta fines del año pasado, un deficit por 200 mil millones de pesos. Las Instituciones Públicas de Salud y los hospitales privados, por su parte, argullen, que los entes territoriales y las EPS les adeudan unos tres billones de pesos, lo cual indica que trabajan al debe y al borde del colapso en tanto están casi imposibilitados para adquirir insumos y costear gastos de funcionamiento y salarios. Y hemos mencionado ya el déficit de los 600 mil millones de pesos que tienen los departamentos como consecuencia de que deben asumir el POS que reclaman los afiliados al sistema. Esa deuda deviene de una orden que se desprende de la ley 715 de 2001 en cuanto a que tienen que asumir el pago de los servivios que no cubra el POS. Agreguemos que, al respecto del registro cierto de los colombianos que están y no están afiliados al sistema, o que han fallecido hay un verdadero despelote de cifras, en tanto que las bases de datos del Sisbén, la Registraduría y el Sistema de Salud no coinciden, lo cual coadyuva a justificar la ineficiente planeación y financiamiento en un sector caracterizado porque no se trabaja en base a la promoción y la prevención de las enfermedades sino a su precaria curación. Se cree que los criterios con que se ha estructurado el sistema son tan lamentables, que no se prioriza la calidad de quienes prestan el servicio sino los bajos bajo precios en las ofertas. Ese es el comportamiento de un Estado cantinero que desde finales del 2009 ha cifrado sus esperanzas de solución en el manejo de los impuestos provenientes de los licores y cigarrillos. Para finalizar este complejo y deprimente tema, agreguemos que la participación de quienes hacen parte del régimen contributivo de salud es triste ( son 17 millones de personas, de las cuales aporta ménos del 48 %; es decir, unas ocho millones de personas), y que el gobierno deja por fuera del sistema a 15 % de la población. En el régimen subsidiado están supuestamente incluidas 22.8 millones de personas, frente a lo cual hay que precisar que esta cobertura se amplía, pero en detrimento de la calidad del servicio. Pero, ¿son acaso las EPS víctimas de esta situación? Las víctimas son los pacientes, el pueblo que debe padecer las consecuencias de la privatización de la salud. Respecto a las EPS no debemos olvidar su perfidia en la “prestación” del servicio. Es excepcional que brinden debida atención a sus susuarios. Al respecto, en un estudio realizado por la Universidad Nacional se esclareción que a instancias de las Empresas Prestadoras de Salud (EPS), el 24 % de los pacientes recibió negativas en cuanto a beneficiarse de exámenes de laboratorio que debían realizarse y a un 45 % se les negó los tratamientos requeridos. Al 19 % se le negó la atención por barreras administrativas y a otra gran cantidad no se les brindó la atención médica especializada, o para ellos no hubo los equipos propios para el tratamiento necesitado, o por que el paciente no tuvo los recursos para cubrir los gastos del tratamiento; llegándose a la conclusión de que la Ley 100 no es un respaldo para el paciente sino un apoyo para que las EPS no presten el servicio con el argumento de que los tratamientos requeridos “no están incluidos dentro del Plan Obligatorio de Salud (POS)”. Como si fuera poco este conjunto de desafueros, la Universidad Nacional reveló en su estudio, que a los médicos de las EPS generalmente “los emplean bajo contratos temporales y existe el sistemas de premios y castigos”, en el sentido de que si exceden los límites en cantidad de medicamentos otorgados, se les cancela el contrato. Por complemento se presenta la situación de que las personas deben hacer lárgos trámites para que se les atienda, presentándose casos en que durante la espera muchas fallecen. Los presupuestos sub-regionales. Tenemos un presupuesto de guerra que en lo miserable de su prospecto social, al momento de definir los presupuestos sub-nacionales persiste en los desequilibrios regionales que conllevan a la mayor pauperización de las zonas más empobrecidas del país. Tránsito hacia la indigencia. El mismo PNUD ha concluido algo que ya es obvio: que no hay avance en la lucha contra la pobreza, y que cada día vamos transitando hacia la indigencia. En ese sentido, dos de los prioritarios aspectos a superar y que son metas relevantes que se fijaron los 189 países de Naciones Unidas se ven muy lejanas para Colombia: pobreza e indigencia. Traslado a los entes sub-nacionales. Como si fuera poco el doloso abandono Estatal, ahora se ha trasladado responsabilidades a los entes sub-nacionales, pero con una falás descentralización fiscal de la que queda al desnudo su ineficiencia cuando los gobernadores en sus cumbres han dicho al gobierno nacional que sencillamente no habrá recursos para la salud, de tal suerte que por más que exista una orden de la Corte Constitucional en cuanto a que se deben cubrir los gastos de las enfermedades catastróficas o de alto costo que sufran los pacientes de pocos recursos económicos y las que no están cobijadas por el Plan Obligatorio de Salud, esto quedará como letra muerta. El oscuro panorama de endeudamiento. Con la excusa de cubrir las necesidades presupuestales se acrecentará el endeudamiento y las privatizaciones. Pero ni aún así se resolverá el déficit fiscal que está rodeado de fenómenos graves de recesión, baja de la producción, merma en ventas y exportaciones, reducción profunda de las remesas como producto de la crisis capitalista mundial que ha disparado el desempleo en el contexto internacional, la evasión de impuestos y la metástasis de la corrupción. No extraña, entonces, que el Ministerio de Hacienda haya calculado que para el 2010 el déficit fiscal consolidado del sector público alcanzará la cifra de 18.3 billones de pesos, lo cual equivaldría al 3,4 % del PIB. Y a esto agregan que para enfrentar la crisis y cubrir gran parte del déficit fiscal, acudirán a un endeudamiento externo por US 3.750.000.000 (tres mil setecientos cincuenta millones de dólares), que emitirán títulos valores por 26 billones 100 mil millones de pesos y privatizarán empresas como ISAGEN, quizás por 3 billones de pesos. Pero en medio de todo, el gobierno se ha dado el lujo de promover pactos ya firmados, llamados de estabilidad tributaria que libran de pagos de impuestos por tiempos que aún no han sido publicitados, pero que con seguridad significan ventajas por 7.3 billones de pesos para los más ricos, blindándolos de cualquier reforma tributaria. En Colombia, entonces, en vez de incrementarse la inversión social, lo que crece es el gasto militar. Pero ese desmadre de tal polítca militarista propio del régimen colombiano esté gobernando uno u otro representante de la oligarquía, en el caso de los dos períodos de gobierno del narco-presidente Álvaro Uribe, se ha desbordado en extremo: en 2002, el gasto militar representó el 4,8 % del Producto Interno Brutopor, y en el 2010 ya alcanzó el 5,6 %, al cual habría que sumarle el gasto de los “aportes” yanquis hechos para subsidiar el apátrida “Plan Colombia”, y que según analistas políticos serios no es de 10 sino de 16 mil millones de dólares, para incrementar la guerra y la represión social. Ningún interés cierto hay de resolver los problemas de miseria que padece el pueblo; de hecho el gasto social, su representación en el PIB descendió del 16 % que alcanzó en 1996 al 11,9 % que sería su ficticia representación actual, pues tras la cifra –como ya hemos explicado- se esconden rubros que fluyen hacia la guerra. Tomemos en consideración que en Nuestra América esa representación se promedia en 17 %. 5. ¿QUIEBRA DEL CAPITALISMO EN COLOMBIA? A. Exportaciones: El “milagro económico” anunciado por el uribismo en Colombia se tradujo en profundización de la crisis económica nacional y el deterioro de las condiciones de vida de las mayorías. Mediante la observación de algunos factores podemos ejemplificar para dar piso a una afirmación irrefutable: ha fracasado el neoliberalismo: Casi veinte años de aplicación de esta ilusión anunciada como la solución de los males que padecemos de manera secular; casi dos décadas de su imposición a sangre y fuego, sometiéndonos a la dependencia mediante la guerra sucia y forzados procedimientos de “apertura económica” y privatizaciones, ajustes fiscales, liberación financiera, etc. en el período uribista ha tomado características más nefastas y criminales que se extreman sólo para favorecer los intereses del imperialismo y de privilegiados grupos económicos nacionales. Contra todo pronóstico falás que de parte del gobierno hablaba de la existencia de una “economía blindada” y de que “en el país no habrá una catástrofe económica.”, tal como lo propalaban Álvaro Uribe y su presidente del Banco de la República José Darío Uribe, al finalizar las evaluaciones del primer trimestre del 2009, fente a la evidencia alarmante de la caída de las exportaciones, de la inversión extranjera y de las remesas…, tuvieron que admitir la existencia de la crisis y sus consecuencias. Para entonces, el Ministerio de Hacienda proyectó que por la reducción de las exportaciones se dejarían de percibir de cinco a seis mil millones de dólares en el año que corría; las inversiones extranjeras caerían entre tres y cuatro mil millones de dólares; las remesas dejarían de fluir en una dimensión que le restarían al país ingresos de unos 800 a mil millones de dólares. En abril de 2009, el Departamento de Estadística del gobierno colombiano, informó que durante enero las exportaciones cayeron en 13,2 %, atribuyéndole las causas del fenómeno a la crisis económica mundial, la cual golpeó sensiblemente la venta de productos nacionales a Estados Unidos y a Venezuela, fundamentalmente. Siendo estos socios comerciales principales, obviamente las consecuencias debían ser notorias. Pero más allá de factores económicos, para el caso de las relaciones comerciales con Venezuela influyó la legítima reacción decorosa de enfriar los canales de todo tipo debido a las agresiones y provocaciones del gobierno de Álvaro Uribe contra la nación bolivariana. Las estadísticas oficiales indican que en el primer mes del año las exportaciones alcanzaron la cifra total de 2.461 millones de dólares; es decir, 363 millones menos que un año atrás. Así, respecto a las ventas que se realizan hacia Estados Unidos, su caída fue del 34 % y respecto a Venezuela, del 11,8 %. Agreguemos que al aghravamiento de la crisis contribuyó la caída de los precios del petróleo, por efecto de lo cual las exportaciones colombianas del crudo cayeron 42 %. Al mismo tiempo cayeron las de ferroníquel 61 % y las cafeteras 15 %. Siéndo un paliativo a tal situación el repunte en las ventas de carbón, las cuales de un año a otro aumentaron 88 % (de 324 millones de dólares crecieron a 610 millones de dólares). Como consecuencia de todos estos desajustes, según el DANE, en el primer mes del 2009 Colombia registró un déficit en su balanza comercial por encima de los 166 millones de dólares. Con mucha “eficiencia”, el régimen uribista a empujado hacia la quiebra el comercio exterior con el vecindario; es decir, especialmente con Venezuela y Ecuador que respectivamente se ubican en el segundo y tercer lugar de entre los socios comerciales hacia donde se orientan las exportaciones. En el fondo de las causales que generan el distanciamiento está la sumisión del gobierno colombiano a los mandatos del Imperio estadounidense, quien le asusa como perro de presa contra los países de la América Nuestra. Ejemplifiquemos los casos: Las exportaciones a Venezuela significaban en el año 2008 una cifra de 6.000 millones de dólares. Ya para el año 2009, luego de diversos incidentes diplomáticos cayeron a 4.000 millones de dólares; situación esta que no ha mejorado aún. Se afectan con la caída sectores alimentarios como la carne, la leche y sus derivados, textiles, confección, autopartes, cosméticos, perfumería, y las llamadas exportaciones no tradicionales. Especial atención merece lo ocurrido en el sector automotriz en el que pasaron de 45.000 vehículos(carros y camiones), en 2007 a 0 vehículos en 2009; es decir una caída del 100 %. En el marco de la situación que sucitó una descompensación de 2000 millones de dólares en las exportaciones con Venezuela, el gobierno colombiano recuperó a través de los llamados “mercados sustitutos”, menos de 20 millones de dólares; lo cual implica que no hubo medida de solución efectiva para el impacto que de tal fenómeno se desprende en materia de desempleo. Pero estas dificultades no se quedaron ancladas como características de la realidad económica del año 2009. En el primer trimestre del año 2010, la caída de las exportaciones con Venezuela ya alcanzaba el 80 %, hecho que influyó en el incremento del desempleo, especialmente en regiones como Cundinamarca, Antioquia y Valle. A manera de ilustración se puede observar la profundidad de la crisis en renglones económicos que no pudieron ser subsanados, como el de la carne, cuyas ventas hasta iniciado el 2010 registraron disminuciones del 92 %; y está el caso señalado por la Asociación de Autopartistas, que reportó que la caída en ventas del año 2009 generó la pérdida de 30.000 empleos directos en el sector. Un renglón muy importante de las exportaciones que es el café, presenta una situación no menos dramática: a octubre de 2009 las exportaciones de este renglón emblemático de la economía colombiana había caído un 42 %, tomando como patrón de comparación la cifra del mismo período para el año 2008, según datos de la Federación Nacional de Cafeteros. Esto significaba que en octubre la cosecha había llegado a un volumen no muy alagüeño de 544 mil sacos, sumándose a un total de producción entre enero y octubre, de 6 millones 231 sacos, que así en su conjunto significaba una caída del 34 %. Y aunque se confiaba en una recuperación de la producción para el primer semestre del 2010, al cierre del 2009 sólo se proyectaba lograr 8.3 millones de sacos. Algunos estudiosos de la economía consideran que tanto las cosechas como las exportaciones de café en el 2009 cayeron a los niveles más bajos de los últimos treinta años; se compara por ejemplo, que en el año 2008 fueron cosechados 11.5 millones de sacos, y en el 2009, cuando se esperaba que se cerraría con una cosecha de 8,3 millones de sacos, sólo se lograron 7.8 millones (una caída global del 32 %). Las exportaciones del grano cayeron de 11.1 millones de sacos en 2008 a 7,9 millones en 2009 (la reducción fue del 29%). Y ya para el caso del 2010, en los datos del mes de enero se registra que la producción cayó en un 41% en comparación con enero de 2009. Hoy por hoy, Colombia ya no es el segundo productor mundial de café sino el cuarto después de Brasil, Vietnam y Malasia, lo cual con las políticas económicas del régimen neoliberal no tiene ninguna perspectiva de mejoría. Tomemos en cuenta que la producción no es capaz de abastecer el mercado interno, que anualmente se compran 500.000 sacos de café en el exterior para cumplir con las obligaciones comerciales; que entre tanto no hay incentivos reales para los productores, que cada vez hay mayor deterioro de los cultivos y ruina del renglón ecnómico agrario; que los pequeños caficultores han sido llevados a la quiebra…, y todo por los efectos del libre comercio al que el uribis,mo ha levantado altar sagrado para beneficiar a las multinacionales que son las que determinan el precio internacional del grano, y no sólo. Pues la ruina deviene también del aumento en los precios de los fertilizantes e insumos en general. Como si fuera poco, la solución propuesta por el narco- Presidente es la firma de un Tratado de Libre Comercio con Europa, que permitiría la entrada de café procedente de África y Asia. En conclusión, he ahí dibujado el patíbulo de la economía cafetera, su ruina y el fin de su prosperidad, lo cual se pretende ocultar con la baratija que han denominado Parque Nacional del Café. Viendo la crisis económica en términos más amplios, debemos decir que esta ha sido tomada como mampara con la que preten excusar los resultados de sus políticas económicas neoliberales, de su mezquindad que frente a las dificultades prefieren entregar subsidios al capital privado antes que dar soluciones a los sectores empobrecidos. Sin inmutarse prosiguen la aplicación de medidas que han generado adversas situaciones de vida para las mayorías: Muchos analistas económicos coinciden en que es durante los dos períodos presidenciales de Álvaro Uribe que más aumentó el índice de pobreza y el de pobreza extrema. Hasta en las cifras oficiales el desempleo sobrepasó el 12, 8 %; las mujeres y la población indígena y afrocolombiana son los sectores más atropellados por los problemas sociales que se derivan de tal circunstancia; en el caso de los pueblos indígenas, sus organizaciones sociales han denunciado que al menos tres decenas de grupos diversos están en peligro de desaparecer (la misma Corte Constitucional ha admitido que 32 de los 102 pueblos reconocidos están en “peligro de extinción”); pero la desaparición o la “extinción” no se da por arte de magia; entre las causas hay una con nombre específico: el terrorismo de Estado que durante los los períodos gubernamentales de Álvaro Uribe ha significado no menos de 5.000 amenazas, 1.200 muertos, 176 desapariciones forzadas, 633 detenciones infundadas, casi dos centenares de violaciones sexuales y torturas denunciadas, alrededor de un centenar de ejecuciones extrajudiciales conocidas, indefinido número de desplazados y arbitrariedades de todo tipo entre las que se cuentan sinnúmero de bloqueos económicos a sus regiones de habitación, que se producen con un marcado interés por despojarles de la tierra para beneficiar a las trasnacionales mineras y gestores de los llamados macroproyectos que maneja los grupos económicos más poderosos. La violación pérfida de los derechos humanos se traduce en millones de desplazados, millares de muertos en asesinatos y masacres, millares de desaparecidos e infinidad de atropellos a los derechos económicos, culturales, sociales, ambientales, políticos, etc. en un cúmulo de casos que nos son excepcionales sino una tendencia estructural que caracteriza al Estado colombiano como terrorista. Respecto al asunto del desempleo para el primer trimestre del 2010, la situación, según datos oficiales, es la siguiente: en febrero, la población ocupada era de 18.9 millones de personas; los desocupados eran 2.7 millones, y la población inactiva era de 13 millones. No está demás reiterar que entre los ocupados, el sector con mayor concentración de trabajadores es el de la informalidad. Esta realidad se ha mantenido como constante durante muchos años, pero los datos más recientes referidos al trimestre que va de diciembre de 2009 a febrero de 2010 muestran que los llamados “trabajadores por cuenta propia” era del 43,5%. El DANE ha reconocido que en Colombia de cada 100 trabajadores ocupados, 58 son informales; es decir, que en tal situación puede haber unos 11 millones de trabajadores, lo cual corresponde al 63,4 % de la Población Económicamente Activa. Este porcentaje de trabajadores regularmente no cuentan con la seguridad social que describen las leyes y los papeles hipócritas de los empresarios. B. Otros aspectos de la quiebra capitalista. Aunque el gobierno y sus analistas de derecha publiciten expectativas en torno a que el crecimiento del PIB para este año, serán más “alentadoras” y sus proyecciones las han presentado calculando que en 2010 el Producto Interno Bruto (PIB) superará el del cierre del año anterior, la scifras del mes de enero estuvieron fluctuando entre el 2,5 y 3,0 %, lo cual de ser cierto no indican que habrá recuperación. Haciendo las referencia del año 2009, podemos indicar que en su primer trimestre el Producto Interno Bruto (PIB) se redujo 0,6% en comparación con el mismo período del año anterior; sectores como la industria, el comercio, el transporte, y la agricultura cayeron respectivamente en menos 7,9%; menos 2,7%; menos 2% y menos 0,8; sin que ello tuviese una mejora ostensible en los trimestres siguientes. De hecho, desde el año 2008 los expertos habían asegurado que la economía colombiana entraría en recesión, y en efecto el año 2009 es la ratificación irrefutable de estas afirmaciones. La revista Portafolio del 3 de junio de 2009, había ratificado que el PIB había caído el 0,7% entre enero y marzo de ese año, lo cual constituía una muestra muy clara de que el país había entrado en recesión. Pero bien, remitiéndonos a momentos de más actualidad, todo lo dicho ha influido para que Colombia presente en el momento un alto índice de desempleo cifrado en una tasa de al menos 14,6%; lo que se complementa con un aumento de la informalidad, que alcanza al 58% de la fuerza de trabajo, resultado de un deterioro sostenido por lo menos desde el mes de junio de 2008 hasta marzo del año en curso. Pero observemos en que tras esta cifra que de por si es lamentable, se esconde una situación más grave aún, en tanto hay un aumento del desempleo maquillado en los niveles porcentuales de la informalidad; y eso, corresponde, por ejemplo, con hechos como que en Colombia 45 de cada 100 trabajadores están dedicados al rebusque diario, marañando en cualquier actividad que arroje la casualidad. Pero, para quienes están laborando, aunque su situación no sea tan deprimente como la de los desempleados, precisemos en que los salarios no alcanzan a cubrir el costo de la canasta familiar. Quizás más de tres millones de personas son las que alcanzan a percibir el penoso salario mínimo ($515.000); es decir, alrededor de 270 dólares mensuales al valor de $1900 por dólar, luego del aumento salarial de 18.100 pesoso que decretó el gobierno para el año 2010 (3,64 % de aumento respecto al salario mínimo del año 2009). Desempleo, bajos salarios, deterioror de las condiciones en que los trabajadores realizan sus actividades, precarización de la seguridad social, etc., son algunos de los factores que caracterizan la realidad heredadada de la “reforma laboral” uribista de 2002, la cual en su búsqueda mezquina de “flexibilizar”, reduciendo “costos laborales” y aumentando las horas y la intensidad del trabajo, siempre pensando en no pagar una sóla hora extra o recargos nocturnos, que es lo que más regocija al empresariado, impide la generación de nuevos empleos y arruina las condiciones físicas y económicas de los trabajadores. Para completar, durante este régimen se mantuvo la persecución, hostigamiento y asesinato de sindicalistas y opositores o críticos del gobierno. Se cree que durante los dos períodos de gobierno han sido asesinados no menos 13.600 personas por motivaciones políticas. Entre 2002 y 2009 se cree que fueron asesinados 587 sindicalistas. C. Otros aspectos sobre la crisis capitalista en Colombia los resaltamos diciendo que esta no depende solamente de los problemas propios de la crisis capitalista mundial; depende en gran medida de las desacertadas políticas neoliberales implementadas para beneficiar las exigencias de las trasnacionales. Y sus consecuencias son palpables en el crecimiento desbocado del desempleo, la pobresa y la indigencia, mientras los sectores financieros llenan sus arcas. Han miserabilizado al pueblo. Sin acudir a los análisis más pesimistas, reiteremos que el año 2009 terminó con aumento del desempleo. La revista Portafolio del 30 de enero de 2010 señalaba que el desempleo había mantenido un crecimiento ininterrumpido durante año y medio. Agregaba que cuatro de cada diez trabajadores laboran por cuenta propia y seis de cada cien lo hacen gratis. Y que la tasa de desempleo durante el año se promedio en 12 %; es decir, 0,7 puntos más que el promedio del 2008. El DANE admite que en el año 2009 hubo 297.000 desempleados más que en el 2008. Así, en diciembre de 2009 habían en Colombia, según estas cífras oficiales, 2.434.000 trabajadores desocupados (335.000 más que en diciembre del 2008). Textualmente, la revista Portafolio citada explica: “La desocupación del pasado diciembre es la más alta para ese mes desde el 2006, cuando marcó 11,8 por ciento. Al mismo tiempo, el Dane reportó que 19'101.000 personas tenían alguna ocupación en diciembre, 1,4 millones más que en igual mes del 2008. El empleo creció 8 por ciento, la mitad de lo reportado para el aumento de la desocupación. El aumento simultáneo del número de ocupados y de desempleados ocurre porque ante la difícil situación económica más personas -jóvenes, amas de casa, pensionados-, salen a trabajar y muchos de ellos que se ocupan en el rebusque o en actividades de la familia, incluso sin remuneración, se consideran como nuevos empleos. Sin embargo, como lo anota un reciente informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en las economías en desarrollo la ocupación total ha crecido y, como en el caso particular de Colombia, las mayores cifras tienen que ver con el empleo precario: rebusque e informalidad”. Agreguemos a esta reflexión bastante conservadora, que también en Colombia aumentó el Subempleo. En el año 2009 tomado conjuntamente, el subempleo objetivo pasó de 9,6 % a 10,9 %. En el caso de las areas metropolitanas principales, con el incremento del último trimestre del año 2009, la cifra promedio de desocupación de todo el año fue de 13 %; es decir, 1,5 puntos más que en el 2008. Precisando que del total de 9.135.000 personas ocupadas que se registraban a finales del año pasado, el 26,5 % lo hacían dentro de esa amplia franja denominada por la OIT como empleo precario, ya en la actividad comercial, restaurantes y hoteles; o, sin salir de la precariedad, en servicios comunales, sociales y personales (19,3 %); o en agricultura, ganadería, caza, silvicultura y pesca (18,4 %) y en la industria manufacturera (13,4 %). Una de las más lamentables conclusiones de la situación laboral en Colombia radica en que el crecimiento de la ocupación total está encabezado por el aumento de los trabajadores familiares sin remuneración, los cuales suman mán del millón, y los trabajadores por cuenta propia y los del servicio doméstico podrían ser 714.000. El aumento salarial del 2008, surgido de un regateo inmundo en el que sólo se aumentaron 35.400 pesos (7.67%), para llevar el salario mínimo a un monto de 496.900 pesos, que al sumar también el subsidio de transporte que significó un monto de 4.200 pesos, avanzaría a un monto total de 501.100 pesos, sería el salario con el que sobrevivieron las familias de los trabajadores colombianos durante el año 2009. ¿cómo justifica el gobierno tan bajo incremneto? Simplemente argumentando el descenso de los precios del petróleo y la crisis económica mundial. Bien, pero escencialemnte se trata de la portección de la plusvalía y la ganancia de los potentados, y el mayor empobrecimiento de la clase trabajadora que con el salario de habmbre que para este año se tasa en 515.000 pesos, según las centrales obreras, sólo pueden cubrir el 45 % de la famélica canasta familiar cuyo costo se estima en 972.000 pesos. Por lo demás, digamos que las lesivas reformas laborales, como lo hizo la ley 50 de 1994, o la de Uribe del año 2002, han generado deslaboralización y defenestrado el sindicalismo cada día en que incrmentan nuevas medidas neoliberales. Del total de la población colombiana, casi 43.000.000 de habitantes, 33.633.000 pertenecen al rango de Población en Edad de Trabajar (PET); es decir, personas de 12 años y más en la zona urbana y de 10 y más en la zona rural. La PET está clasificada en Población Económicamente Inactiva (PEI) y Población Económicamente Activa (PEA) 19.494.000 de personas. De esta cifra referida a la PEA, la población ocupada es de 17.253.000 personas. La población desocupada se elevaría a una cifra de 2.242.000 personas. Precisemos, en todo caso, que el miserable salario mínimo jamás cubre al universo de todos quienes ficticiamente aparecen como colombianos, pues en esta cifra se incluyen los llamados trabajadores por cuenta propia que regularmente en esta primera década del siglo veintiuno a rodeado la cifra de 6 trabajadores informales por cada 10 ocupados condenados a trabajar regateando la seguridad social o generalmente sin ella, bajo las normas de la ley de la sobrevivencia a cualquier costo, de la que de alguna manera comparten consecuencias jornaleros, aparceros, obreros y obras particulares, empleados y empleadas domésticas; y sumemos a la miseria laboral que se describe somera pero cruelmente a quienes asumen el llamado trabajo familiar sin remuneración, acrecentando la miseria y la deuda social que ya no aguantan los pobres de Colombia. Pero desde la caída notoria de la industria en el 2008, el gobierno mismo vino pronosticando el aumento del desempleo. FEDESARROLLO calculaba que sería hasta alcanzar el 13 % tal aumento en el 2009 y mantendrá esa proyección en el presente año. Pero ya el DANE en el mes de enero del 2009 había calculado que la tasa nacional de desempleo había pasado de 9.9 % y los factores de su crecimiento se incrementaban en el 2007 a 10,6 % en el 2008, lo cual significaba que el número de ocupados disminuyó en 237 mil personas y la Población Económicamente Activa en 106 mil. Pero ciertamente en en lo que fuera la zona cafetera del país se registró el mayor índice de desempleo urbano, llegando la cifra a superar el 15,2 % como promedio de la ciudades de Ibagué, Manizales y Pereira. Las condiciones laborales indignas en que se desenvuelven los trabajadores y el pueblo colombiano en general, en las que el neoliberalismo a suscitado reformas laborales nesfastas, casi han erradicado las contrataciones que permitan al trabajador aspirar a una jubilación con pensión; lo que proliferan son las empresas que se dedican a contratar trabajadores temporales y multiplican la tercerización laboral. 6. ALGUNAS OBSERVACIONES SOBRE DERECHOS HUMANOS: Existen disímeles datos sobre desaparición forzada y asesinatos políticos producto del terrorismo de Estado en Colombia. Lo concreto es que es total y terriblemente cierto que el régimen oligárquico utiliza métodos de sangre y fuego, de hachaa y motosierra, de represión y terror en general para tratar de acallar a sus opositores y aplastar la inconformidad popular frente a tanta iniquidad gubernamental. Hay coincidencia entre las organizaciones de derechos humanos más creibles sobre el asunto del notorio aumento de las denuncias por desapariciones forzadas, durante los años 2008 y 2009. No obstante las cífras son disímiles como también lo es la asignación de responsables de los hechos. Es común por ejemplo, que en los datos de instituciones estatales se asigne responsabilidad a “organizaciones armadas al margen de la ley”, o se les impute a grupos “paramilitares”, sin que ello conlleve reconocimiento que en tal circunstancia la responsabilidad fundamental deviene de las políticas de terror que implementa el estado, como ocurre en el caso de los crímenes que eufemísitcamente han sido bautizados con la denominación de “falsos positivos”. Para el caso de los registros de desapariciones forzadas, referidos a períodos que se remontan al año 1982, mientras las Naciones Unidas reportan 17 mil denuncias, las organizaciones de derechos humanos hablan de 24 mil y la Fiscalía General de la Nación de 50 mil. Se advierte que el mayor número de casos ocurrieron en los períodos que van de 1982 a 1986 y de 2002 a mayo de 2009. La Fiscalía también ha reconocido, respecto a los “Falsos Positivos”, que en sus despachos se han documentado más de 1200 denuncias. Hasta octubre de 2009, La Fiscalía General de la Nación había recibido, sumados los datos de los tres años anteriores a la fecha en mención, reportes sobre 27.384 desaparecidos, que según su apreciación fueron “víctimas de grupos armados al margen de la ley”. En realidad se trata de gente humilde, campesinos, desempleados, personas dedicadas a oficios de baja remuneración, desempleados, etc. y que fueron victimados por aparatos armados del Estado, como los paramilitares mayoritariamente. Casos como la existencia de la macro fosa común de la Macarena, en la que se habla de 2500 a 3000 cadáveres lanzados ahí desde los helicópteros de las Fuerzas Militares después de cada una de sus operaciones de tierra arrasada que se ejecutan en desenvolvimiento del “Plan patriota”, nos dan otra clave más para señalar al principal responsable de crímenes tan horrendos, tras de los cuales hay –como en los llamados “falsos positivos”-, tantos casos de desaparecidos como muertos se puedan sumar. Según los datos de la Fiscalía, entonces, encontramos que el departamento con mayor número de denuncias de desapariciones es Antioquia (7.178 casos), seguido en su orden por Cesar (2.203 casos), Magdalena (2.076 casos), Meta (1.633 casos) y Santander (1.539 casos). Aunque es demasiado incompleta y falseada la información que puedan dar los paramilitares “desmovilizados” (quienes de una u otra manera tienen sobre de si la manipulación del Estado), no debe perderse de vista que han admitido ante la Fiscalía haber asesinado más de 24 mil personas en los últimos 22 años, y haber desaparecido forzosamente 2.047 personas. Pero reiteremos que estos son datos que constituyen apenas la punta del iceberg, pues de acuerdo con los datos de la Fiscalía, desde finales del 2005 han sido exhumadas 2.043 fosas comunes con base en información suministrada por los “ex paramilitares”. En tales fosas fueron encontrados 2.492 cadáveres. Pero ¿Cuántas fosas hay sin denunciar, cuántos cadáveres tendrá concretamente la fosa que los militares abrieron en la Macarena, cuántos las fosas de la Finca El Palmar en Sucre, cuantos cuerpos fueron lanzados a los caimanes o a las corrientes de los ríos, tal como hicieron los generales Montoya y Gallego con los cadáveres que sacó de la Comuna 13 de Medellín? Para el caso de ese crimen de lesa humanidad que han denominado “Falsos Positivos”, donde la responsabilidad directa del gobierno fascista de Álvaro Uribe Vélez y del presidente electo Juan Manuel Santos, antes Ministro de Defensa del narco-presidente Uribe, el comandante Iván Márquez, integrante del Secretariado nacional de las FARC-EP, en un comunicado fechado en abril 24 de 2010, hace una precisa explicación al respecto de su nefando sentido: “En la jerga militar y policial de Colombia, un “positivo” significa captura o eliminación de personas consideradas enemigas del Estado. Tales partes “positivos” siempre fueron premiados con ascensos, recompensas en dinero y vacaciones. Fue este abominable procedimiento del Estado, ligado a la Doctrina de la Seguridad Nacional, lo que detonó en Colombia los “falsos positivos” o crímenes de lesa humanidad. Desde siempre, como antes en Vietnam o en El Salvador, en Colombia se asesinan civiles para presentarlos como guerrilleros. Durante la administración del presidente narco-paramilitar Álvaro Uribe Vélez, estos “falsos positivos” alcanzaron el máximo peldaño de la perfidia humana mediante el pago de millonarias y desbordas sumas de dinero, ascensos en el escalafón y franquicias a integrantes de las fuerzas armadas oficiales, por personas muertas o capturadas, material incautado o información. En el marco de su política de seguridad democrática o inversionista, Uribe dio luz verde al Ministerio de Defensa para la aplicación de la directiva ministerial permanente, número 29, de noviembre de 2005 “que desarrolla criterios para el pago de recompensas por la captura o abatimiento en combate de cabecillas de las organizaciones armadas al margen de la ley, material de guerra, intendencia o comunicaciones e información que sirva de fundamento para la continuación de labores de inteligencia y el posterior planeamiento de operaciones”. Dicha Directiva, firmada por su entonces Ministro de Defensa de Uribe, Camilo Ospina Bernal, estableció montos para cancelar recompensas que abrieron las sed de riqueza en unas Fuerzas Armadas formadas en la inhumanidad y el irrespeto a la población, que muy pronto dispararon la criminalidad. Agrega Iván Márquez: “Estas recompensas fueron difundidas en todas las unidades militares con la lista de las personas incluidas en los niveles I y II. Le quitaron valor a la vida y le pusieron precio a la muerte. Midieron el éxito de su política criminal de seguridad en litros de sangre. Como consecuencia de esta Directiva los noticieros de la radio y la televisión, y los titulares de la prensa se llenaron de muertos, casi todos presentados por los militares como “jefes de finanzas” de la guerrilla, “mano derecha” del comandante tal, o simplemente, “terroristas” muertos en combate… Las Brigadas Militares accionaron sus gatillos para alzarse con las recompensas en dinero, ascensos en el escalafón y las vacaciones remuneradas, ofrecidas por el gobierno. Lo sucedido en la municipalidad de Soacha es emblemático: decenas de jóvenes desempleados fueron recogidos por contactos del ejército en las esquinas con ofertas de trabajo y en menos de 24 horas aparecieron en los titulares de los diarios como guerrilleros muertos en combate, en otro extremo de la geografía nacional. Les habían colocado uniformes y armas para hacer creíble la noticia. Lo raro es que mientras sus uniformes aparecían intactos, los cuerpos de las víctimas semejaban un colador por efecto de las balas. Esta luctuosa historia se repitió impunemente durante los últimos años bañando con sangre inocente el territorio de la patria. En sus comparecencias ante la Fiscalía General de la nación los capos paramilitares han confesado que entregaron miles de personas asesinadas por ellos al ejército para que cobraran la recompensa y mostraran eficacia en su lucha antisubversiva. Así fueron tejiendo ante opinión la fábula de la derrota y del fin del fin de la guerrilla. Cuando estalló el escándalo, cuando ya era imposible ocultar la barbarie, salió Uribe, el cerebro y autor intelectual de la Directriz criminal, a rasgarse hipócritamente las vestiduras, y con él hicieron lo mismo sus ministros de Defensa Camilo Ospina Bernal y Juan Manuel Santos (hoy candidato a la Presidencia de la República), los generales Padilla de León y Mario Montoya, comandantes de las fuerzas Militares y del ejército respectivamente, y el Director de la policía nacional, general Oscar Naranjo. Intentaron hacer creer que se trataba de hechos aislados que no comprometían a la institución, para eludir así su responsabilidad penal. Sin embargo, la Directiva 29 del Ministerio de Defensa, cuya copia adjuntamos, es un mentís incontestable a los asesinos y una denuncia al mundo de que los “falsos positivos” son el resultado directo de una política oficial y de terrorismo de Estado. Ninguno de los inculpados está tras las rejas. Los militares de menor rango que estaban siendo procesados por la Fiscalía, todos fueron liberados. Los generales involucrados simplemente fueron destituidos, mientras su responsabilidad penal empieza a hundirse en el olvido. ¿Dónde están los autores intelectuales de estos crímenes de lesa humanidad? Los pagos fueron realizados con recursos de la nación y otros provenientes de la cooperación económica nacional e internacional, como lo consigna la mencionada Directiva (…). Finalmente, el comandante Iván, precisa: “(…) En el municipio de La Macarena, en un terreno colindante con la base militar del lugar, ha sido descubierta recientemente una gran fosa común con más de dos mil cadáveres. En los últimos años, en una ininterrumpida como ruidosa procesión de muerte, los helicópteros del ejército descargaron allí a los asesinados. Esos muertos son el parte de victoria de la política de seguridad de Uribe y de sus “falsos positivos”. Durante el gobierno de Uribe Vélez las Fuerzas Armadas oficiales fueron convertidas en una fría máquina de matar inocentes. Estos crímenes de guerra y de lesa humanidad tienen como responsables a altos funcionarios del Estado colombiano. No hay pruebas en contrario. Ellos constituyen un hecho notorio. Estos crímenes fueron complementados con el encarcelamiento en el primer cuatrienio de Uribe, a través de redadas masivas, de más de 150 mil personas bajo la falsa imputación de apoyar a la insurgencia. El empapelamiento jurídico y los montajes de la inteligencia militar obraron simultáneamente como falsos positivos judiciales. El drama humanitario de Colombia y la degradación de la guerra como política de Estado es el grito de un pueblo victimado que reclama la solidaridad de las naciones del mundo Al respecto de estos delicados asunto referidos a crímenes de lesa humanida, debemos recordar que con varios antecedentes similares, en abril de 2008, el Tribunal Internacional de Opinión adelantó durante tres días cesiones en las que compiló información probatoria y testimonios irrefutables que le permitieron reiterar lo que durante mucho tiempo han denunciado las organizaciones políticas y sociales de los sectores populares: la desaparición forzada es un crimen de Estado en Colombia. Aquellas cesiones realizadas en Bogotá entre el 24, 25 y 26 de abril a instancias de la Asociaciónn de Familiares Detenidos Desaparecidos (ASFADDES), El Proyecto Justicia y Vida y el senador Alexander López de la comisión de Derechos Humanos del Senado de la República se reflexionó sobre las profundas desigualdades sociales que existen en nuestro país, apuntando que ellas están en la base del conflicto y en el desenvolvimiento de la violencia, agregando que el desarrollo actual de la globalización productiva y financiera y la presencia de empresas transnacionales, han acentuado aún más la brecha entre una minoría beneficiada de este crecimiento y los otros grupos sociales sumidos en la miseria. En este contexto, los sectores sociales y económicos dominantes que monopolizan el poder, para mantener sus privilegios han utilizado los criminales métodos de eliminación física de sus adversarios políticos, han asesinado líderes sociales, han reforzado con paramilitares y otros aparatos armados del Estado la represión y la exclusión. La oligarquía criolla, subordinada a los intereses económicos y geoestratégicos exteriores, especialmente de los Estados Unidos, siempre con su concurso, o bajo sus órdenes agudiza las tensiones sociales desencadenando el militarismo mediante el desmadre del presupuesto de guerra y la implementación de planes bélicos como el “Plan Colombia” y el “Plan de Patriota”, que son instrumentos para dar ejecución a la vieja y antipopular “Doctrina de Seguridad Nacional”. Son todas estas consideraciones, a las que hoy podemos agregar -como factor de la recolonización imperialista, a la que se someten los gobernantes oligarcas de Colombia-, el enclave de más de siete bases militares gringas o a su disposición plena, las que llevaron a considerar al tribunal un veredicto que inculpa al Estado colombiano como un Estado Terrorista. Por la suma importancia que posee un dictamen de este tipo, que entre otras cosas, está plenamente vigente, pasamos a consignar la totalidad de su contenido: VEREDICTO Sobre la base de todo lo considerado, en la parte motiva y en las pruebas recogidas (los diferentes testimonios escuchados y su soporte documental), a propósito de las desapariciones forzadas y con fundamento en las normas jurídicas internacionales y nacionales invocadas el Tribunal condena: 1. Al Estado colombiano y sus representantes § por el incumplimiento de su mandato constitucional de garantizar la protección y el respeto de los derechos y libertades fundamentales a los ciudadanos y ciudadanas, tanto por omisión, permisión y acción directa. § Por utilizar la desaparición forzada como arma política para eliminar al contradictor incurriéndose así en actos de terrorismo de Estado. § por los actos criminales y terroristas consideramos como crímenes de lesa humanidad cometidos en la detención y desaparición forzada por el ejercito, la policía y el DAS. § por su participación en la creación, e impulso de grupos paramilitares y por la complicidad en las acciones realizadas por estos grupos. § por establecer leyes que aseguran la impunidad de autores de las detenciones y desapariciones. § por la violación directa de las normas del Derecho Internacional en materia de los Derechos Humanos y del Derecho Internacional Humanitario. 2. A los paramilitares directamente implicados en las desapariciones forzadas y por imponer un estado de terror contra la población civil. 3. A los terratenientes, grupos empresariales y las transnacionales por apoyar y financiar los grupos paramilitares responsables en la detención y desaparición forzada. 4. Al gobierno de los Estados Unidos por el apoyo a políticas estatales violatorias a los derechos humanos via Plan Colombia y plan patriótica; igualmente por financiar las escuelas y programas a militares implicados en desapariciones forzadas y otros crímenes de lesa humanidad. En consecuencia este tribunal exige al Estado colombiano: 1. El cumplimiento y respeto de su mandato constitucional así como de los instrumentos jurídicos internacionales que ha suscrito y a los cuales se haya vinculado . 2. La ratificación de manera inmediata y sin dilaciones de la Convención Interamericana sobre desaparición forzada. 3. La reforma de la ley 589 del 2000 y del articulo 165 del código penal colombiano conforme a la normativa internacional que regula y sanciona el delito de desaparición forzada. 4. El juicio de todos los actores involucrados en la detención y desapariciones forzadas según el código penal y las normas internacionales. 5. La reparación de los daños materiales y morales de las victimas. 6. El establecimietno de una Comisión de la verdad imparcial a la cual se le garantice los medios necesarios para el desarrollo de su misión. Este Tribunal hace directamente responsable al Estado colombiano en caso que alguna de las personas que participaron dando su testimonio, organizando o representando las victimas sea hostigada, perseguida o vulnerada en su integridad, vida o seguridad personal. Esas son las condiciones para restablecer la justicia en la sociedad colombiana y reconstruir la esperanza de todos sus ciudadanos. Dado a los 26 de abril de 2008. Jueces del Tribunal:Dr. Francois Houtart (Presidente, Bélgica), Dra. Patricia Dahl (Estados Unidos), Dra. Raquel Warden (Canadá), Dr. Eduardo López (Colombia), Dra. Lelia Ghanem (Líbano), Dr. Omar Fernández (Fiscal, Colombia). Finalmente, expresemos que los problemas sociales que padece el pueblo colombiano jamás se erradicarán con procedimientos de fuerza. Legítimamente el pueblo mantiene una resitencia heróica que, combinando las diversas formas de lucha, cumple varias décadas, y que no cesará mientras persistan las causas de injusticia, que le dieron origen, todas impuestas por el imperialismo y la oligarquía criolla en el poder, no se cesen. En consecuencia, la insurgencia armada, no podrá ser derrotada por la vía militar y la inconformidad y movilización popular no cesarán por más terrorismo de estado que se desboque. La salida está en establecer un régimen que respete la dignidad y los derechos del pueblo, en el que se al volutad del soberano la que se exprese en condiciones de independencia, democracia verdadera y libertad. Enarbolando la espada y el pensamiento de Simón Bolíva, nuestro padre espiritual, por la definitiva independencia y la construcción de la Patria Grande y el Socialismo, hemos jurado vencer y venceremos. Montañas de Colombia, julio 20 de 2010. Año Bicentenario del Grito de Independencia y aniversario 46 de la promulgación del programa Agrario de los Guerrilleros.