ESTUPEFACIENTES.INCONSTITUCIONALIDAD DEL ART.14,SEGUNDO PÁRRAFO DE LA LEY 23.737.SOBRESEIMIENTO PODER JUDICIAL DE LA NACIÓN La Plata,1 de junio de 1990. Y VISTA: esta causa N* 10.727, caratulada: “ASHWORTH, Lidia Irma y otro s/ inf. Ley 23.737, procedente del Juzgado Federal de Primera Instancia N* 1 de Mar del Plata. CONSDERANDO: EL DOTOR GARRO DIJO: I. Llegan estas actuaciones a conocimiento del tribunal a raíz de la apelación interpuesta (…) por el señor defensor oficial, contra el auto que decreta la prisión preventiva de L. A. de A. y M. F. A. por encontrárselos autores penalmente responsables del delito previsto y reprimido por el art. 5°, incs. a) y d) de la ley 23.737. Que la investigación que se llevó a cabo en la finca que es propiedad de los nombrados, se halló en poder de la procesada un pequeño envoltorio que contenía picadura de un vegetal color verde oscuro, 651 dólares estadounidenses y 254.000 australes. Asimismo, en el dormitorio de M. F. A. se secuestró otro pequeño envoltorio en papel metalizado aparentemente con picadura de marihuana. En el mismo acto, la instrucción policial advierte la presencia de tres personas que concurrían al domicilio de los nombrados --ello son P., M.y I.--; ampliándose la inspección del lugar son encontradas 6 plantas de marihuana (…) y una caja conteniendo picadura de la misma especie. En oportunidad de declarar ante la autoridad preventora M. afirmó que el procesado "le dio un cigarrillo de marihuana gratuitamente" alrededor de una semana antes del procedimiento. A su vez, I. manifestó que en el término que conoce a M. "fue a comprarle cigarrillos de marihuana dos o tres veces". En sede judicial y en oportunidad de prestar declaración indagatoria, el procesado manifiesta que los elementos hallados, 10 g. de la sustancia que califica como marihuana en total y las plantas son de su propiedad y para uso personal. Que dichas afirmaciones resultan coincidentes con la declaración de su madre (…) quien sostiene (….)que se le encontró un sobre con estupefacientes entre su ropa en razón que dado que su hijo era adicto a las drogas, a efectos de sustraerlas del alcance del mismo, las escondía de esta forma. Cabe señalar que el pesaje efectuado de las sustancias arrojó la cifra de 0,7 gramos. Sostuvo además, que desconocía que las plantas secuestradas fueran de marihuana. II. La imputación efectuada por el sentenciador respecto al encuadramiento de la conducta de los procesados en la figura de comercio de estupefacientes - art. 5°, incs. a) y d) de la ley 23.737 - no se encuentra probada con el grado de certeza requerido por la ley, pues de las declaraciones testimoniales de los concurrentes al domicilio de la familia A., sólo se desprende que el procesado proporcionó en alguna oportunidad algún cigarrillo, sea a "título de venta", según expresa I. o "convidándoles", conforme lo sostiene M.. En este sentido, cabe establecer que tales hechos, por ser pretéritos, no pueden tenerse como prueba del acto atribuido, desde que resulta imposible reconstruir la materialidad del hecho en tales circunstancias, por no constar el cuerpo del delito en forma indubitable. De todos modos, tampoco resulta referible a la progenitora del procesado el supuesto acto de comercio de estupefacientes, dado que los indicios tenidos en cuenta para sustentar el pronunciamiento aludido, como son el secuestro del dinero en poder de la misma y la concurrencia de personas jóvenes al domicilio, queda sólo en el terreno de las hipótesis conjeturales, al no apoyarse en elementos directos que las fundamente como verosímiles y concordantes. III. En cuando al hecho imputado a los A., consistente en que cultivaron en el fondo de la morada donde vivían seis plantas de marihuana, que según constancias de la causa, lo eran para consumo personal, resulta atípico para el derecho penal, pues el caso guarda analogía con lo resuelto por esta sala el 14/6/88, in re, "Ballesteros, María Gabriela", expte. 8089, "Saavedra, Gustavo Fabián y otros", expte. 9053, de fecha 9/2/89 y "Gilabert, Juan Carlos y otros", expte. 9729 del 2/5/89, entre otros; allí se sostuvo que para configurarse el tipo que penaliza la siembra o cultivo de estupefacientes, éstas deben ser de una magnitud tal que puedan proveer la materia necesaria al traficante de drogas, que es el verdadero destinatario de la norma, debiendo demostrarse asimismo, que la posesión de los materiales esté orientada al comercio de estupefacientes. En la situación fáctica investigada en la presente, no se dan las circunstancias apuntadas, por lo que no corresponde el encuadramiento de las conductas investigadas en el art. 5° incs. a) y d) de la ley 23.737. Que tampoco cabe, respecto del cultivo de cannabis sativa, la inclusión del hecho en el art. 14 de la referida ley, sin incurrir en manifiesta violación a la veda de la analogía en materia penal que surge del art. 18 de la Constitución Nacional y especifica el art. 12 del Código de rito, pues el cultivo de plantas aptas para elaborar estupefacientes no es sino un tramo preparatorio de otros delitos que involucran la tenencia de estupefacientes, que son drogas preparadas y aptas para el consumo, etapa preparatoria que es reprimible según el citado art. 5° cuando aparece como antesala del narcotráfico. Obviamente, tal como se sostuvo en los precedentes citados, el cultivo de plantas aptas para producir estupefacientes no es lo mismo que la tenencia de éstos. IV. Resta considerar ahora la calificación legal que corresponde al hecho en orden al hallazgo de los sobres que presuntamente contenían picadura de marihuana en pequeña cantidad de sustancia. En este sentido, ha quedado patentizado que se trata de una tenencia de escasa entidad y sin trascendencia a terceros ni afectación a la moral pública (v. consid. I y II de este pronunciamiento), subsumible en el art. 14, 2° párr. de la ley 23.737. Que siendo así, encuadrado el hecho objeto de la causa en tenencia de escasa cantidad para uso personal, el tribunal debe declarar la inconstitucionalidad de oficio de dicha disposición punitiva, conforme lo resolviera esta sala in re, "Borsari, Carlos A. y otros s/inf. art. 7° inc. c) ley 20.771", expte. núm. 8323, en cuanto incrimina el uso personal de estupefacientes, pues ante la identidad de situaciones resultan plenamente aplicables los argumentos expresados en los precedentes de la C.S.J.N., in re; B. 85 XX, "Bazterrica, Gustavo Mario" y "Capalbo, Alejandro", C. 821 L. XIX, de fecha 29/8/86 y por esta sala en casos "Makow", expte. 6430 y "Ballesteros María Gabriela y otros" expte. 8089, entre otros. Porque no difiere la figura penal descripta en el art. 14 de la ley 23.737 de la que preveía el art. 6° de la ley 20.771: ambos artículos sancionan la tenencia de estupefacientes siendo explícito este último al aclarar que la pena corresponde "aunque estuvieran destinados a uso personal". De donde el mismo tratamiento y consideraciones que vertí al expedirme en tal supuesto legal y cuando estaba vigente la ley 20.771 vuelco ahora al juzgar idéntica situación. Siempre he tenido en cuenta la conducta incriminada, en su relación con el daño causado. Y si la tenencia o ingesta del estupefaciente tiene lugar en la intimidad ("a solas") sin afectar la salud pública, va de suyo que la acción es merecedora de la garantía tutelar de la libertad proclamada por el art. 19 de la Constitución Nacional por no afectar bien jurídico alguno ni lesionar a terceros estando por lo tanto "exenta de la autoridad de los magistrados" (v. causas: "Makow, Ariel", expte. 6430, "Ballesteros, María G.", expte. 8089 del 14/6/88, "Borsari, Carlos A.", expte. 8323 del 17/3/88). Ello no obstante, por no existir derechos absolutos debe en cada caso aplicarse el principio de razonabilidad y punir la tenencia cuando la actividad de la gente repercuta desfavorablemente en la salud y moral públicas. Esta línea de pensamiento debe mantenerse por no autorizar un criterio distinto la redacción de la ley 23.737 en su comentado art. 14. Como dice un autor: "En mi opinión es correcto que el Estado puna la tenencia de drogas para uso personal, siempre y cuando esa tenencia ponga efectivamente en peligro la salud pública" (v. causas "Tola Franco, Ignacio", expte. 8449 del 4/5/88; "Oviedo, Alejandro", expte. 7850 del 22/9/87, "Echegaray, Sergio", expte. 9535 del 9/5/89). Si no es así, si ni siquiera puede pensarse en esa posibilidad, la conducta no puede ser atrapada por la norma, pues queda efectivamente en la zona de libertad protegida por el art. 19 de la Constitución Nacional. Esa es la interpretación que corresponde, a la luz de los principios constitucionales, y teniendo en cuenta el texto de la ley (Marco Antonio Terragui, "Estupefacientes", "Nuevo régimen penal", Rubinzal-Culzoni Editores, 1989). Con estas acertadas reflexiones que reproduzco voto por que se declare la inconstitucionalidad del art. 14, 2° párr. de la ley 23.737, se sobresea definitivamente a L.I. A. de A. y a M. F. A., ordenándose su inmediata libertad si no estuviesen a disposición de otros magistrados. EL DOCTOR SCHIFFRIN DIJO: I. Comparto el criterio de mi ilustrado colega, por lo que me remito añadir razones expresadas en la causa "Ballesteros, María Gabriela", expte. 8089 donde señalé que "aunque el criterio de acatamiento a los fallos de la Corte Suprema prevalece en la Cámara y en los jueces de las secciones que integran este circuito federal, algunos de sus magistrados y funcionarios, que me merecen particular respeto, mantienen sus objeciones respecto de la doctrina aludida". No sólo esa circunstancia me pone en la obligación de fundar - de manera harto imperfecta- mi adhesión a las conclusiones de aquel fallo, sino ante todo la idea de que declarar la inconstitucionalidad de una ley emanada de la representación nacional es un acto muy grave, que todo magistrado ha de justificar ante la opinión pública. Desde luego, cabría remitirse al brillante y vasto estudio del tema efectuado por el señor juez de la Corte, Dr. Enrique S. Petracchi en su voto concurrente, in re "Bazterrica". Sin embargo, he de decir que mi adhesión a la tesis de tal precedente no está exenta de matices y necesitada de precisiones. II. En primer término, entusiasma que la Corte haya tomado con la mayor seriedad los valores esenciales de inviolabilidad, autonomía y dignidad de la persona humana contenidos en el texto constitucional, para extraer de ellos las consecuencias desincriminatorias a las que arriba. Esos valores supremos son susceptibles de comprenderse desde ángulos filosóficos y religiosos distintos y ello da lugar a tensiones y desconfianzas que se acrecientan por la falta de decantación de esta temática en nuestro medio. Así, la conciencia religiosa de muchos puede sentirse rozada cuando la autonomía individual es entendida como absoluto desligamiento del individuo respecto de toda instancia trascendente. Kant es el pensador que obligadamente ha de tomarse aquí como punto de referencia, para decir que -según creo-- el sentido que el filósofo de Könisberg da a su doctrina de la autonomía de la conciencia no es el que acabo de apuntar. Al tratar de la existencia de Dios como postulado de la pura razón práctica, afirma que con ello no quiere decir que sea necesario suponer la existencia de Dios, como base de toda obligación en general "porque -sigue Kant-- ha sido suficientemente probado que ésta --la obligación-- se basa simplemente en la autonomía de la razón misma". La existencia de Dios es, expresa Kant, postulado necesario para la inteligibilidad del "summum bonum", cuya instauración es objeto de la ley moral. "Se sigue que el postulado de la posibilidad del más alto bien derivado (el mejor mundo), es al mismo tiempo la postulación de un supremo bien original, esto es, de la existencia de Dios" (extraigo la cita de la traducción al inglés de la Crítica de la razón práctica --párr. V-- hecha por Thomas K. Abbott, en la colección Great Books of the Western World, publicada por la enciclopedia Británica, t. 42, impresión 24, año 1982, p. 345). También cabe recordar que en la moderna filosofía religiosa judía se ha considerado que la idea de autonomía ética es correlativa a la enseñanza de la Biblia (Hermann Cohen, Religion der Vernunft aus den Quellen des Judentums-- Eine jüdische Religionsphilosophie, 3ª, ed. por Fourier, Wiesbaden, en especial, p. 236 y el cap. XVI, ps. 392 y sigts. passim). III. La idea moderna de la autonomía ética se ha desenvuelto pues, inicialmente, en una matriz impregnada de conciencia religiosa, pero ha experimentado también desarrollos que se ubican en otros horizontes y que --me parece--son los que alimentan la prevención que inspiran en círculos decididamente creyentes las argumentaciones fundadas en el art. 19 de la Constitución Nacional, entendida como expresión de la autonomía ética. Al presentar el tema de la libertad soberana del hombre en el existencialismo decisionista, un jusfilósofo católico, Sergio Cotta expresa: "La tesis de Schopenhauer sobre la reducción de la “cosa en sí” a “voluntad de vivir” y del mundo apura “representación” subjetiva; la de Nietzsche sobre la “perspectividad” del conocer y de la veracidad, según la cual la verdad del juicio cede el paso al hecho de que “este juicio promueva y conserve la vida” y sobre la “voluntad de poder” como fuente de todo valor y como “medida de ser” y finalmente la reducción sartreana del individuo a su libertad y por tanto a su proyecto, dado que “L'existence précede l'essence”, constituyen etapas fundamentales de la dirección indicada, la cual aparece hoy más como un factor cultural difuso que como una precisa y delimitada posición filosófica" ("Itinerarios humanos del derecho", p. 27, 2ª ed., Pamplona, 1978, traducción al castellano de Jesús Ballesteros). La reivindicación de la autoridad que Cotta emprende (op. cit. ps. 55 y sigts.), culmina con la afirmación de que aquélla vuelve a asumir primacía frente a la conciencia "pero en cuanto se trata de esa autoridad que es de Dios". Por el contrario, en el orden puramente mundano, especialmente el socio-político, "...ninguna autoridad terrena podrá asumir legítimamente la primacía respecto a la conciencia, la cual tiene el derecho de ser libre, ya que es el lugar privilegiado de la atención y el acogimiento, sobre todo del Dios vivo" (Sergio Cotta, op. cit., p. 76). Esto puede significar que aún no aceptando, la autonomía (teónoma o no) de la razón moral humana, quepa admitir la autonomía práctica de la conciencia, fundada en la dignidad del hombre y la responsabilidad trascendental que la persona tiene por sí y por los otros. Con justeza se ha remitido el Dr.Petracchi, en su voto de los casos "Ponzetti de Balbín" (Fallos 306:1892) y "Bazterrica", a lo declarado por el Concilio Vaticano II en el sentido de que, para asegurar la libertad del hombre, se requiere "que él actúe según su conciencia y libre elección, es decir, movido y guiado por una convicción personal e interna y no por un ciego impulso interior u obligado por mera coacción exterior..." (consid. 9° del voto en el caso "Bazterrica"). Y allí agrega el juez nombrado: "Esta es una convicción en la que se hallan convocadas las esencias del personalismo cristiano y del judío y de las demás concepciones humanistas y respetuosas de la libertad con vigencia entre nosotros". IV. El rol moral supremo que juegan de un modo o de otro, la conciencia y la decisión personal, la idea de la dignidad del hombre, que está ligada a las concepciones de esa índole, no es, por cierto patrimonio del liberalismo individualista. Las orientaciones que parten de la dimensión necesariamente comunicante de la persona, no conciben a ésta como un centro aislado de decisiones de cualquier contenido. La justicia en las relaciones con el prójimo es la vocación de las personas, pero la responsabilidad de cada uno por el otro no puede existir sin la primacía de la conciencia. Sin ella, las relaciones entre sujetos humanos se transforma en intercambio entre objetos. La defensa de la esfera personal de decisiones, que ni el Estado ni los particulares pueden invadir, es esencial para una posición personalista y comunitaria. Claro está que la preservación de la autonomía de las decisiones personales no debe confundirse con la preservación de los poderes de hecho que impiden el desarrollo de las auténticas relaciones humanas. Sentadas las bases precedentes, añadamos que la defensa de la autonomía de la conciencia se confunde con la de las decisiones humanas, como ya lo expresé antes. El doctor Petracchi, en sus mencionados votos de los casos "Ponzetti de Balbín" y "Bazterrica" ha mostrado bien la falacia que consiste en otorgar al art. 19 de la Constitución, el carácter de protección a las convicciones del "fuero interno" que no se traduzcan en decisiones prácticas y a sus argumentos me remito. La defensa de la conciencia autónoma pasa pues, por la preservación de un campo de decisiones en el que el Estado no intervenga. Esas decisiones no tienen que ser, en todos los casos, decisiones fundadas en convicciones. La preservación de la persona como verdadero sujeto de las relaciones humanas obliga a atributarle respeto, asegurando una esfera amplia de disposición intangible a cada hombre. La disposición del propio cuerpo, de la morada, de los enseres, de los propios documentos del ámbito de intimidad, es el alvéolo de la libertad responsable de la persona. La privacidad es el soporte de la autonomía práctica de la conciencia y su respeto, la manera de tratar a la persona como sujeto. V. El art. 6° de la ley 20.771 importa una gruesa intrusión en la privacidad como tal, que es la que aquí se halla comprometida y no -en el común de los casos-- de maneras directas la autonomía de la conciencia. El ácido lisérgico como elemento de búsquedas místicas; según la corriente norteamericana de los años sesenta, con Thimoty O'Leary y Ken Kesey, ha tenido poca repercusión en la Argentina (v. Elías Neuman, "La sociedad de la droga", p. 89, Buenos Aires, 1979). Pertenecen a la historia literaria las "experiencias" de Edgar Alan Poe, de Coleridge, de Theophile Gauthier y de otras celebridades. Pero en los casos corrientes vale lo que afirma el doctor Petracchi en el consid. 17 de su voto in re "Bazterrica" "...no todas las decisiones de cada individuo se adoptan en un estado de ánimo que suponga que ha considerado lo que le conviene hacer en base a una libre deliberación racional. El condicionamiento absoluto de la voluntad originado por la dependencia patológica, ciertos estados de ansiedad, depresión, excitación, miedo, etc., impiden decidir 'libremente' y el Estado puede y debe interferir en la actividad de terceros que toman ventaja de, o fomentan, o en definitiva explotan tales estados..." Aparte de dar una valiosa idea para solucionar el espinoso problema de la sancionabilidad de los actos de terceros que contribuyen a la auto-lesión, esta descripción fotográfica de la realidad, indica que no es el derecho de la conciencia a formar el propio proyecto de vida lo que está en juego -habitualmente-- en la discusión sobre el remanido art. 6° de la ley 20.771, sino el soporte de aquel derecho, que consiste, como lo dejé antes señalado, en la esfera garantizada de disposición de la intimidad. VI. ¿Bajo cuáles condiciones puede la ley invadir ese ámbito? En el caso del art. 6° de la ley 20.771, quienes están disconformes con la jurisprudencia del caso "Bazterrica" sostienen que si el legislador considera que conviene al bien común, prohibir penalmente la tenencia de drogas para uso personal, ello basta para atar las manos de los jueces. Con Carlos S. Nino hemos de decir, frente a esto que: "...se incurre en un error lógico cuando se dice que el reconocimiento de los derechos individuales básicos está limitado por la necesidad de perseguir el bien común. El concepto de derechos individuales hace que las cosas sean exactamente al revés: la función principal de los derechos (que condiciona el concepto mismo que se emplea para identificarlos) es la de limitar la persecución de objetivos sociales colectivos, o sea de objetivos que persiguen el beneficio agregativo de diversos grupos de individuos que integran la sociedad. Si la persecución del bien común fuera una justificación última de medidas o acciones, el reconocimiento previo de derechos individuales sería absolutamente inoperante y superfluo; bastaría con determinar en cada caso si el goce de un cierto bien por parte de un individuo favorece o menoscaba esa persecución del bien común. Precisamente la idea de derechos individuales fue introducida en el pensamiento filosóficopolítico como un medio para impedir que se prive a los individuos de ciertos bienes con el argumento de que ello beneficia, tal vez en grado mayor, a otros individuos, a la sociedad en conjunto o a una entidad supraindividual. Por supuesto que esto no excluye la legitimidad de que se persigan objetivos sociales colectivos, o sea que se promueva el bien común cuando ello no implica vulnerar los derechos individuales básicos. Cuál es el marco que estos derechos dejan libre para la persecución de objetivos colectivos es una cuestión que depende del contenido y alcance de los derechos...". Por otra parte, no cabe negar que la gran mayoría de los comportamientos autolesivos, redundan, de algún modo en perjuicio de terceros. A este propósito, Nino cita a Stuart Mill: "La distinción aquí señalada entre la parte de la vida de una persona que sólo concierne a ella misma y la parte que concierne a otros será rechazada por muchos. ¿Cómo (podría preguntarse) puede alguna parte de la vida de un miembro de la sociedad ser indiferente a otros miembros? Nadie es un ser completamente aislado, es imposible para una persona hacer algo que sea grave y permanentemente perjudicial para ella misma sin que el mal se extienda al menos a la gente más cercana a ella y a veces aún mucho más lejos. Si un individuo daña su propiedad, perjudica a quienes, directa o indirectamente, derivan su manutención de ella y habitualmente disminuye, en un grado mayor o menor, los recursos generales de la sociedad. Si deteriora sus facultades corporales, no solamente hace desgraciados a aquellos cuya felicidad depende en parte de él, si no que se descalifica para prestar los servicios que debe a sus prójimos; quizás se convierta incluso en una carga para su afecto y benevolencia; y si tal conducta se hiciera frecuente, difícilmente otro delito que pueda cometer restaría más a la suma general del bien. Finalmente, si por sus vicios y locuras una persona no hiciera directamente daño a otras, ella sería de cualquier modo (podría decirse) perniciosa por su ejemplo; y debe ser compelida a autocrontrolarse en aras de aquellos a quienes la visión o el conocimiento de su conducta podría corromper o perturbar... Admito plenamente que el mal que una persona se hace a sí misma puede afectar seriamente, tanto a través de sus simpatías como de sus intereses, a aquellos estrechamente conectados con ellay, en menor medida, a la sociedad en conjunto" (C.S. Nino, op. cit., p. 266 --tengo a la vista el texto del cap. IV de On Liberty en la edición conjunta de H. B. Acton de utilitarianism - Liberty-- Representative Govermet", Londres, Nueva York, 1976, reimpresión de 1980, pag.137). Sólo admitiendo el poder absoluto de un estado --que sería equivalente a la Politeia Platónica-- para reglar todo ámbito y todo detalle de la vida de cada uno de sus miembros, evitaríamos las consecuencias negativas de los actos privados autolesivos. No ser totalitarios significa reconocer que no hay --en nuestro presente estado terreno-- una única sabiduría tan garantizada, ni sabios tan perfectos a los que otorgar plenos derechos coactivos para determinar el conjunto y los detalles de la vida de la sociedad. De allí que el daño claro y directo a terceros que sea causado por acciones del fuero privado, forma el parámetro seguro en el que es permisible la intervención estatal en este último ámbito. VII. El art. 19 de la Constitución agrega otras dos hipótesis de posible intervención en las acciones privadas que se dan cuando ellas ofenden al orden público o a la moral pública. Preferiría decir que la moral pública es la generalmente aceptada para la participación de los habitantes del país en las actividades del Estado y de los cuerpos intermedios. Tal participación puede acarrear prohibiciones de actos propios de la esfera privada. Así como los jueces no podemos practicar juegos por dinero ni frecuentar lugares destinados a ellos (art. 8°, inc. g), del reglamento para la justicia nacional). Vemos pues, que hay acciones privadas que no afectan los derechos e intereses legítimos de terceros, pero que se entiende pueden afectar la moral pública y que por ello son prohibidas. En cuanto al orden público, éste puede autorizar en ocasiones la invasión de la esfera privada, como ocurre cuando el art. 820 del Código de Justicia Militar castiga la autolesión sólo en tanto sea medio para la realización de otros actos ilícitos, entre ellos, el incumplimiento de la prestación del servicio militar (tomo el ejemplo del voto del Dr. Petracchi, consid. 17, quien lo emplea en otro contexto). VIII. Pero sea para proteger los derechos de terceros, o la moral y orden públicos, la interferencia legislativa en las acciones privadas debe condicionarse al carácter de directo y concreto del peligro o daño que la acción prohibida compete para tales bienes y a la razonabilidad del medio empleado para evitar el daño. El juez Dr. Petracchi se ha adentrado, en varios considerandos del caso "Bazterrica", en el tema de la inutilidad la nocividad social y personal de la punición de la tenencia de drogas. Comparto esas consideraciones, mas debo destacar que lo efectivo, radica desde el punto de vista constitucional, en que el consumo personal de drogas no afecta "directamente a los derechos a terceros ni a la moral pública, ni al orden público. Ya he expuesto que si se quisiese asegurar una tutela de todo derecho de alguien o de la moral y el orden público contra los riesgos potenciales e inciertos derivados de las acciones privadas, habríamos de instaurar un totalitarismo al estilo del postulado por Platón. Por otra parte, está impregnada de totalitarismo ya antiguo sino bien moderno, la pérfida idea de que conviene reprimir al tenedor para encontrar al traficante. El doctor Petracchi ha descargado sarcasmos sobre tal idea (consid. 17 del voto in re “Bazterrica"). Sin sarcasmos, debo agregar que la instrumentación de la persona a la que se castiga, no porque realice un acto en lo reprochable, sino porque "conviene" a alguna meta estatal, impone la violación del principio de culpabilidad --que tiene fundamento constitucional-- y significa un fuerte ejemplo de la razón de estado; la antítesis del plexo de valores que fundan el orden constitucional y la legítima tradición ética de la Argentina. IX. Tanto el señero trabajo del profesor Nino, ya citado, como el voto del doctor Petracchi in re, "Bazterrica", se ocupan de criticar la idea de que sea posible imponer por vía de estado modelos de excelencia éticos. Ello significa que la "moral pública" del art. 19 de la Constitución, no es algún modelo de moral general a imponer por el estado. A tal inteligencia, se oponen los principios de autonomía y de privacidad que están en la raíz del art. 19 de la Constitución. Me he afanado por señalar desde el comienzo que, aun cuando con distintas fundamentaciones, las familias culturales y espirituales que forman el conjunto de consensos que permite el funcionamiento del orden constitucional, encontrarán en sus respectivas tradiciones la aprobación por lo menos de un concepto práctico de las garantías de autonomía de la conciencia y de la privacidad. Nada tienen que temer las libertades públicas de la diversidad de bases que encuentran las orientaciones éticas, filosóficas y religiosas profesadas por la mayoría del país, cuando aquélla se expresan con autenticidad y se observan con consecuencia. Ocurre, empero, que, como lo señaló el Dr. Petracchi, in re "Bazterrica", en nuestra sociedad --como producto de los extravíos de tantos años--, "se han entronizado hábitos de conducta, modos de pensar y hasta formas de cultura autoritarios", que conspiran contra la plena asunción por el conjunto del pueblo de los ideales que forman su legítima herencia. Concluyo, pues, repitiendo una frase del citado voto del Dr. Petracchi: "Deberán buscarse,..., procedimientos para contener el lacerante fenómeno de la drogadicción sin renunciar, en esta etapa de refundación de la República, a consolidar los principios de nuestra organización social que hacen por sí mismos valioso el intento de conservarla" ... "El daño que puede causar en la sociedad argentina actual todo menoscabo al sistema de libertades individuales no es seguramente un riesgo menor que el planteado por el peligro social de la drogadicción". Tales son los fundamentos de mi voto. Por tanto y en mérito al resultado del acuerdo que antecede, se declara la inconstitucionalidad del art. 14, 2° párr. de la ley 23.737 y se sobresee total y definitivamente a L. I. A. de A. y a M.F. A. en orden a dicha disposición legal, dejándose constancia que la formación de la causa no afecta el buen nombre y honor de los nombrados (arts. 434 y 437, Cód. de Proced. en Materia Penal). Dispónese la inmediata libertad de los procesados si no se encontrasen a disposición de otros magistrados.Regístrese, notifíquese y devuélvase Firmado Jueces Dres. Leopoldo H. Schiffrin. Juan M. Garro. Dra. Elena A. Ricciardi de Giacomelli.Secretaria.