Art. Alba Luz Robles Mendoza y Claudia Susana

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Género y
Equidad
LA EQUIDAD DE GÉNERO
Una oportunidad distinta para
formar niños y niñas
Alba Luz Robles Mendoza
Claudia Susana Cázares Almazán
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l término “genero” ha circulado en los discursos de los últimos años en nuestra
sociedad con una acepción específica y una intencionalidad explicativa, que
permite comprender los modos de pensar, sentir y actuar del género a través
de las construcciones sociales y familiares que giran en torno a los individuos.
Los estudios de género han permitido iniciar un proceso de reflexión en torno
a las consecuencias sociales y subjetivas que han surgido a partir de la construcción genérica de la sexualidad; cuestionando las conductas y normas que surgen
de dicha categorización y que determinan la vida de los sujetos a partir de su
pertenencia a uno u otro género; entendidas en la mayoría de las ocasiones como
“naturales”. Así, poco a poco se habla de forma cada vez más amplia y precisa de
la investigación y producción de conocimientos que se ocupan de este ámbito de
la experiencia humana: las significaciones atribuidas al hecho de ser hombre o
mujer en cada cultura y en cada sujeto.
La equidad de género no persigue una “igualdad”, ya que la equidad busca el
bien común de hombres y mujeres, sin que por error se desproteja a alguno de
ellos; la igualdad está sujeta a una lucha de poder en busca de la subordinación
del otro; por ello, es necesario perseguirla de raíz, entenderla y buscar estrategias
que permitan lograr nuevas formas de vida.
Durante la infancia se van creando las ideologías que en su momento serán
parte de la personalidad adulta de hombres y mujeres; por lo tanto, es ésta la etapa
a analizar, para reformular la educación que la familia comparte a niñas y niños.
Los adultos son quienes educan a su descendencia, depositándoles sus conocimientos y cultura, incluida en ella las normas y creencias; por ello, si la educación
familiar transmite a las nuevas generaciones el bagaje histórico familiar, son éstas
quienes deben replantear el papel que juegan en la equidad de género.
De alguna manera debemos evolucionar en los modos de crianza utilizados
con los niños y niñas, ya que el cambio que se logre generar en ellos se verá reflejado en las subsecuentes generaciones, creando una sociedad más justa. Así mismo, se deben generar dinámicas familiares que permitan vivenciar los cambios a
seguir para, en su momento, lograr percibir resultados más equitativos.
Cada vez más mujeres y hombres se están ocupando en replantear los modos
de crianza que se utilizaron en su propia educación. El juego, las palabras y la vestimenta son algunas herramientas que utilizamos los adultos para enseñarle a los
niños y niñas cual será su papel en sociedad, formando no sólo diferencias entre
ellos, sino además creando relaciones de lucha y poder, que se verán reflejadas en
sus relaciones personales futuras, mismas que son depositadas a modo de modelo
a los hijos e hijas dentro de la familia.
Profesora Asignatura B Definitiva de la UNAM FES Iztacala perteneciente a la carrera de
Psicología. Coordinadora del Programa Institucional de Estudios de Género de la FES Iztacala.
Licenciada en Psicología por la UNAM FES Iztacala. Maestra en Modificación de Conducta por
la misma institución. Doctora en Ciencias Penales y Política Criminal por el INACIPE.
Licenciada en Pedagogía por la UNAM FES Acatlán.
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Sabemos que no es nuevo el que algunas mujeres y hombres se cuestionen
sobre el papel que les ha tocado vivir en sociedad y que exista preocupación por
reconstruir los estereotipos que se han impuesto a los sexos en busca de una equidad de género; el primer paso ha sido la identificación de aquellos momentos en
los cuales se inicia con la construcción de identidades inequitativas, para lograr
modificar los patrones establecidos y reducir cada vez más la brecha que coloca al
hombre en una posición de poder y a la mujer en la de subordinación.
La tesis central del discurso que ha justificado la desigualdad de género, parte
de las diferencias biológicas, al señalar que por naturaleza el hombre y la mujer
son diferentes en su constitución física y que de ello dependen las capacidades
que benefician o limitan ciertas conductas o actividades entre éstos. Dicha aseveración ha sido fuertemente cuestionada y se ha demostrado que ambos sexos
pueden lograr cosas inimaginables.
Erróneamente en algunos lugares del planeta se sigue creyendo firmemente que
la “hembra” es sólo una “matriz” generadora de vida y por ello se le impone “servir”
a su descendencia y a quién le permitió lograr una preñez. El “macho” capaz de
“dar vida” a un simple óvulo “pasivo” se ha adueñado del poder que le permite sentirse superior en este universo y a su vez dueño de la libertad del sexo opuesto.
“La fortaleza y debilidad” han permitido crear una jerarquía de sexos, al posesionarse el hombre de los espacios públicos y sujetar a la mujer a los privados.
La infancia ha sido la etapa en la cual se inicia con la feminidad y masculinidad
subjetiva, permitiendo y negando a niños y niñas involucrarse en áreas correctas
o incorrectas a su género, pero a la vez creando ideologías de superioridad e inferioridad en un mundo bastante amplio de oportunidades para ambos, pero que
son negadas o permitidas parcialmente.
Este ha sido el inicio para colocar “atributos” a hombres y mujeres de forma
estereotipada, dando origen al género, que a su vez ha permitido crear ideales
del “ser mujer” o el “ser varón”. Ahora bien, ¿Quién se ha encargado de expandir dichos atributos?, no es difícil identificar las instituciones que de “buena”
manera han logrado dar vida al género socialmente constituido; la familia, la
escuela, la iglesia, el Estado y los servicios médicos son quienes han estructurado
una “realidad” a partir de sus propias realidades, delimitando el camino que se
ha seguido por generaciones.
Las costumbres (muy arraigadas por cierto) son las que no sólo limitan el verdadero valor del hombre y la mujer, sino además, violentan la esencia de éstos,
provocando un dolor social; la mujer por ser victima (la mayoría de las veces) y
el hombre que a pesar de ser victimario no ha logrado encontrar su propio ser, el
cual le permita sentirse “libre” de los prejuicios sociales.
Ante dicha desigualdad impregnada de injusticias surge en un primer momento el movimiento feminista, preocupado por entender, esclarecer y descubrir el origen y proceso de la condición social de las mujeres a quienes se les ha enfrascado
en un contexto familiar asociado a la maternidad y al rol de esposa y ama de casa.
Las primeras críticas del movimiento feminista se inclinaron a los rasgos de la
opresión patriarcal, en particular a la sexualidad femenina, enclaustrada en la esfera familiar y a la función reproductora, que conformaron representaciones sociales
de las mujeres como madres y esposas, vírgenes y frágiles. De igual manera se inició
el análisis de la función social del hombre a quien se le predestinó un papel de
proveedor, fuerte y poderoso que lo ha ido enclaustrando en un rol que lo limita a
interiorizar y exteriorizar sus necesidades emocionales y aún más por ser quien de
una u otra manera ejerce el poder que sesga la emancipación de la mujer.
En los años 80´s comienza a perfilarse una corriente más abarcadora e incluyente que busca nuevas formas de construcciones sociales, tratando de entender y
avanzar en las relaciones entre mujeres y hombres, con la cual surgen los Estudios
de Género; quien se preocupó y ocupó no sólo por la condición femenina, sino
también por la masculina, al sostener que la cultura patriarcal ha dejado sus marcas en la construcción tanto de la feminidad como de la masculinidad.
Es así como los estudios de género aspiran a ofrecer nuevas construcciones de
formación para que hombres y mujeres reconstruyan su masculinidad y feminidad
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en términos que no sea tradicional, opresiva y discriminatoria; con el fin de contribuir al establecimiento de condiciones de vida más justas y equitativas para ambos.
Los estudios de género no se limitan a ser una disciplina social más, se están
ocupando de crear estrategias educativas que permitan realizar evoluciones significativas en un mundo patriarcal que ha logrado sobrevivir por siglos. Parten
del conocimiento del mundo, para proseguir con la transformación del mismo;
reconocen, aceptan lo sucedido y se identifican con cada hombre y mujer de las
diversas generaciones, aún más se está ocupando de “entender” lo establecido y a
partir de ello crear espacios de libertad que nos permitan reencontrarnos como
seres independientes y solidarios.
Es ahora cuando debemos iniciar la renovación de la educación que se comparte a nuestros hijos, hijas, alumnos, alumnas, niñas y niños con el único fin
de lograr más que igualdad, equidad. Una educación con equidad de género es
la oportunidad que los individuos necesitamos para reconstruir lo establecido y
ofrecer algo diferente en la formación de las nuevas generaciones.
Para entender la inequidad de género y conocer el cambio que persigue la
equidad de género, es necesario analizar los modelos de crianza utilizados por
generaciones en las familias, mismas que dotan a niños y niñas de elementos limitantes que en algún momento transmitirán a sus hijos e hijas produciendo una
cadena interminable de “errores” en la formación de roles.
En una cultura patriarcal como la nuestra, en la que el sexo masculino corresponde a la supremacía y el femenino a la inferioridad, es común encontrarnos
ideologías en las que existen creencias ilógicas a la maternidad, desde las más antiguas hasta las actuales en las que se le atribuye al hombre el mérito del proceso
de reproducción y a la mujer se nos limita a los errores de un rol “secundario”; si
es niño, se le felicita al padre y si es niña, se culpa a la madre.
La carga simbólica contraída por nuestros padres y abuelos mantiene su vigencia, y es en este terreno en el cual surge la preocupación acerca de hacia dónde
nos dirigimos, sin olvidarnos de las transformaciones necesarias en la relación
entre hombres y mujeres en busca de un efecto positivo en su futuro y aún más
sobre el de sus futuros hijos e hijas.
El contexto social en el cual transitan hombres y mujeres está impregnado de
“representaciones imaginarias hegemónicas”1 que han constituido un sistema de
ideales para la construcción del “yo” impregnado de prescripciones y proscripciones que rigen las relaciones sociales entre el género y que muchos y algunas
desean seguir manteniendo, muy a pesar de los resultados.
La conformación de todo sujeto es preexistente a su nacimiento y es la familia
quien se encarga en un primer momento de trasmitir la ideología “adecuada” y
“aceptable” al rol social. Es una realidad que la estructura de las familias ha evolucionado, ya no están conformadas como típicamente se les conocían —papá, mamá,
hijo o hija—, pero también es una realidad que el discurso que se gesta dentro de
ellas en torno al “deber ser” de niños y niñas no ha logrado desprenderse de las
ideas sexistas y por ello nos seguimos enfrentando a la inequidad de género.
La construcción del género es un producto de arreglos culturales que son legitimados a partir de la aceptación social y que al ser considerados como naturales
se vuelven parte esencial del proceso educativo, es por ello que la educación presente desde antes del nacimiento tiende a atribuir a niños y niñas características
consideradas típicas para ambos, marcando la configuración de las expectativas
sociales que son opuestas para los dos sexos y que comienza justamente en este
período de su desarrollo.
Para producir individuos que, de cierta manera acepten sin objeción alguna
un destino prefabricado, que se inicia incluso antes del nacimiento, se necesita
recurrir a un sistema de estrategias condicionadas adecuadas. El primer elemento
que surge como un valor de símbolo y que permite dar inicio a la diferenciación
1
Burin, Mabel., et. al. Género y familia.Paídos. México. 2001., p. 31.
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de sexos es el color utilizado en aquellos elementos designados al nuevo ser. El
rosa es de niñas, el azul de niños. El rosa significa pasividad, belleza, frivolidad y
sentimentalismo; el azul actividad, vivacidad, voracidad e inquietud; la respuesta
es sencilla, desde el primer momento se elimina todo aquello que pueda hacerlos similares y se exalta todo lo que pueda volverlos diferentes.
De manera lenta pero precisa, se inicia la inducción en el niño y niña sobre los
comportamientos “correctos” que pertenecen a los esquemas prediseñados y, si
recordamos que la personalidad se forma en los primeros años de vida, podemos
inducir el valor de las acciones que giran entorno a sus pequeñas y nuevas vidas.
En la niña, vista como objeto, se inicia una serie de adiestramiento que le
permita mantener y resaltar su belleza, configurar su posición de cuidadora, ordenada, pulcra, servicial, buena, femenina y sobre todo mantener el orden natural
de las cosas, para en su momento, pueda “moverse” dentro del papel que por
tradición le fue predestinado, el de hija, esposa y madre.
Ser diferente no se limita al sexo y se hará lo posible porque dicha diferencia se proyecte en todo, utilizando lo más atractivo durante la infancia, el juego.
En el niño y niña la tendencia a jugar es ciertamente innata, pero las formas
en las cuales el juego se expresa, sus reglas, sus objetos, son indudablemente el
producto de una cultura. El acervo lúdico ha sido transmitido de generación en
generación; de adultos y adultas a niños y niñas, de los niños y niñas grandes a los
más pequeños y pequeñas, y las variaciones de un paso a otro han sido limitadas,
fraccionarias y sin modificaciones significativas.
Los prejuicios y ritos que clasifican los juegos y conductas en la niñez, en su
mayor parte provienen de los adultos y adultas, siendo éstos y éstas quienes han limitado las opciones del desarrollo equitativo de las competencias de los infantes.
El juego no sólo potencializa las habilidades sino, además, forma personalidades,
por ello el rol de género surge también de la clasificación que se hace entre los
juegos y juguetes “óptimos” para niños y niñas.
El juego y los juguetes son una herramienta que han permitido dar continuidad a la conducta femenina. Ya desde los primeros años se proporciona a la
infante las muñecas, que le permitirán aprender el rol de madre, con toda una estructura que conlleva a empezar a vivir para los demás, olvidándose la mayoría de
las veces de sí misma. Cuidar hijos e hijas, estar al pendiente de sus necesidades,
ser amorosa, paciente, comprensible y dar sin esperar recibir, son sólo algunos de
los preceptos sociales que las niñas van sumando a su bagaje genérico.
A la niña se le ofrece toda una gama de su próximo futuro, se le presenta un
mundo en miniatura, de manera tal, que es la realidad en la cual se debe ir involucrando. Los trastecitos, muebles, biberones, productos de limpieza, ropita, lavaderito e inclusive la casita, son elementos 100% “femeninos” a los que se debe ir
acostumbrando, ya que ellos le permitirán demostrar su capacidad de “buena” mujer. Ante esto, poco nos hemos cuestionado y seguimos manteniendo el condicionamiento ante los deberes del segundo orden, creyendo que la conducta de la mujer
surge del “milagro biológico” y no logramos percibir que “el instinto materno” sólo
es el resultado de las instrucciones de los usos y costumbres de una sociedad.
Además de enseñar a la niña a mantener la armonía y el orden del hogar,
se le domestica para limitarse a escuchar y obedecer los preceptos del hombre,
haciéndole creer que es incapaz de tomar decisiones y que su inteligencia sólo
sirve para lavar y planchar. El proceso de enseñanza ofrecido no se limita sólo al
simple aprendizaje de ciertas habilidades, sino a un verdadero condicionamiento
perpetrado, con el objetivo de volver “comunes” ciertas acciones.
Del juego a la acción no hay diferencia, la niña es quien más apoya a la madre
en las labores domésticas, siendo ésta otra estrategia utilizada para afianzar aún
más el modelo a seguir. A la niña comúnmente se le encierra entre cuatro paredes, al pensar erróneamente que no posee un espíritu aventurero (como el del
niño), “invitándola” a estar en un ambiente de calma y tranquilidad, siendo el
hogar el lugar perfecto el cual podrá encontrar dichos elementos.
En el otro extremo se encuentra el niño, a quien se le ofrece una educación
diferente, a él se le permiten los juegos agresivos y competitivos, mismos que le
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irán formando una personalidad arrogante, varonil y emprendedora. Él, más que
restringirse a copiar acciones, se permite crear espacios en torno a sus propias
necesidades. Sus juguetes no se limitan a los cochecitos, en su mundo infantil se
le ofrece la oportunidad de interactuar con juguetes sofisticados y novedosos; los
bloques de construcción, los avioncitos, los juegos de ciencia, los animales, las
autopistas y los objetos de diversas profesiones le van mostrando las opciones que
tendrá para desarrollarse en un mundo prefabricado para su género; su espacio
será el público, lo cual significa empezar a actuar fuera del hogar; a él se le aprueba el realizar actividades fuera y difícilmente se le pedirá apoyo en las labores
domésticas por considerarlas no aptas a su perfil.
Al niño se le ofrecen espacios que le permitan interactuar con otros niños
de manera solidaria, cooperativa e integradora; podrá trepar un árbol, utilizar
tierra y agua para construir sus juegos, hacer “travesuras” e incluso se le invita a
participar en actividades que impliquen el uso de su fuerza. Comúnmente no se
le permitirá jugar con elementos exclusivos de las niñas y aunque en algunas ocasiones se le ofrezcan algunos juguetes “tiernos” se tendrá cuidado que no tengan
una apariencia femenina. En todo momento se invitará a la niña a ser cariñosa,
demostración que no se pedirá a su coetáneo varón, porque ello no entra en el
patrimonio cultural de las manifestaciones afectivas de éstos.
Si el niño es visto como sujeto, entonces su educación girará en torno a aquellos aspectos que le permitan en un futuro proyectar seguridad, firmeza y poder;
la crianza de éste irá impregnada de oportunidades de crecimiento personal, las
cuales le permitan poner en juego sus habilidades y capacidades sin restricción
alguna, él tiene el derecho de investigar, crear, modificar, cuestionar y dominar su
espacio y todo lo que esté inmerso en él. Al niño se le dará la libertad de iniciar
un proyecto de vida a partir de sus propias necesidades e inquietudes. Al varón
se le aprobará todo aquello que le permita mostrar su poder, pero también se le
privará de ser “un ser”; no tendrá derecho a manifestar su necesidad afectiva o
debilidad emocional, ya que ello no corresponde a su masculinidad.
Las significaciones atribuidas al hecho de ser hombre o mujer están siendo
trastocadas y reconceptualizadas a partir de la inclusión de la mujer en el espacio
público, pero no se ha logrado aún una reestructuración que permita una verdadera y real “equidad de género” en la cual se involucre a hombres y mujeres en el
mismo nivel de oportunidades y responsabilidades.
Afortunadamente los “discursos” utilizados en los diferentes ámbitos sociales
han logrado desprenderse del mundo masculino y se ha iniciado el reconocimiento del femenino, permitiendo dar paso a la construcción de nuevas visiones
ante la “función materna” y “función paterna” creando una imagen diferente en
la crianza de los hijos e hijas, inclinada no a una “igualdad”, sino a una “equidad”,
con el firme propósito de establecer un bien común entre hombres y mujeres, sin
que por error se desproteja a alguno de ellos.
Las prácticas sociales impregnadas de poder en busca de la subordinación del
otro fueron creando una brecha entre el género, impregnada de injusticias basadas en el “orden” cultural de relaciones inequitativas que han logrado consolidarse y mantenerse por siglos. Ante dicha injusticia mujeres y hombres desde
finales del siglo pasado están luchando firmemente por disminuir y de ser posible
extinguir la desigualdad que sufren ambos en una sociedad que delimita y marca
lo permitido y aceptado. El cambio ha sido lento, pero contundente; la creación
de estrategias impregnadas con perspectiva de género están permitiendo generar
otro tipo de educación para las nuevas generaciones y una reeducación para las
ya existentes. Existe un cambio y aunque éste sigue siendo fraccionario, es importante reconocer los avances logrados, sin que ello nos limite a pensar que no hay
más por hacer.
Ante la necesidad de deconstruir la “desigualdad armoniosa”2 que existe en
los hogares, cada día más hombres y mujeres se permiten renegociar las responMontesinos, Rafael. Cambio cultural, prácticas sociales y nuevas expresiones de la masculinidad., en: “Perfiles de la masculinidad”.UAM. México. 2007., p. 21.
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sabilidades que les fueron impuestas antes de haberse conformado como pareja,
con el fin de establecer relaciones respetuosas que les permita encontrar una
estabilidad emocional al lado de quien eligieron como parte complementaria a
sus vidas. Tal vez no todas las familias conozcan acerca de la equidad de género,
pero en muchas de ellas se está iniciando un proceso reflexivo en pro de la sensibilización de los “deberes” de la pareja, con el objetivo de entender y evolucionar
ante los problemas que la inequidad ha causado y de las necesidades que la nueva
sociedad está generando.
Los niños y niñas que asisten cada vez de menor edad a las escuelas como consecuencia de que su padre y/o madre trabajen fuera del hogar, tienen experiencias
educativas que les permite socializar de manera más incluyente y solidaria. Los
centros escolares para infantes cuentan con materiales y juegos correspondientes
a ambos sexos y aunque se sigue manteniendo la separación de los juguetes por
género, difícilmente se les puede prohibir a los chicos y chicas el involucrarse en
las actividades del otro género, ello les está permitiendo reconocerse así mismomisma y al otro-otra.
La educación con equidad de género se ha empezado a trabajar desde la educación preescolar, aunque es una realidad que no todos-todas las y los educadores
conocen o cuentan con elementos en torno al tema y por ello se siguen demarcando conductas delineantes al rol masculino y femenino, aún así los niños y niñas se están permitiendo interactuar en actividades de ambos sexos, compartiendo experiencias que antes eran “definidas” sólo para uno, utilizando un lenguaje
aún más libre que el de los adultos.
Los juguetes no han logrado evolucionar y aunque aún existen aquellos que
educan con roles definidos, también podemos encontrar algunos que no van dirigidos específicamente a un sexo, lo cual está permitiendo que niños y niñas
logren incursionar en actividades que les permitan irse creando un nuevo modelo
de personalidad. Así mismo, en algunos juegos se puede percibir la participación
de niñas y niños sin que ello afecte la relación armoniosa de la convivencia. Desafortunadamente seguimos siendo los adultos quienes no permitimos la interacción respetuosa entre coetáneos, prohibiéndoles ciertos juegos o juguetes ante el
temor de crear “mariquitas o marimachas”.
Siendo el hogar la primera institución que ofrece a los niños y niñas las pautas sociales que les permitirán diferenciarse a sí mismos con otros-otras para su
ubicación en la sociedad, es necesario que en ésta se inicien los procesos de deconstrucción pertinentes para minimizar la reproducción de las desigualdades
con el fin de abrir espacios más igualitarios y crear condiciones de producción de
libertades. La deconstrucción vendría a partir de que el padre y la madre logren
elucidar los dispositivos que responden a patrones naturalizados respecto a las
cuestiones de género para de allí poder diseñar estrategias que permitan igualar
las oportunidades para sí mismos y su descendencia.
Claro está que un cambio radical no puede ser considerado, ya que estaríamos
violentando personalidades, lo cual puede provocar mayor resistencia a la búsqueda de la equidad de género; la deconstrucción conlleva a modificar paulatinamente el rol de género y los modelos de crianza conocidos hasta el día de hoy, lo
cual significaría discutir las imposiciones en busca de una jerarquía horizontal que
permita tomar postura al hombre y la mujer en un mismo nivel de competencia.
Ante los deberes inequitativos que se presentan en la educación que emana
en el hogar es necesaria una renegociación de los acuerdos en la vida cotidiana
de las parejas, lo cual supone una reconceptualización en el papel del hombre
ante la responsabilidad paterna y doméstica y a su vez un empoderamiento de la
autonomía y autoridad femenina. Los nuevos patrones lograran crear otro tipo de
enfoques libres de prejuicios, que permita a niños y niñas contar con una referencia innovadora que les permita acceder a la libertad desde su infancia.
La democratización de la familia puede impulsarse a través de una acción educativa que desarrolle nociones de género que presupongan a los miembros del grupo
doméstico como responsables de la organización de la vida cotidiana y que además,
logren visualizar los prejuicios y los diferentes modos en que se desconoce a la mu-
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jer como autoridad dentro del grupo familiar, mostrando a ambos miembros de la
pareja como iguales para generar nuevos acuerdos de vida cotidiana, además de
ser necesario una renegociación de género en la pareja como iguales para generar
nuevos acuerdos cotidianos para demostrar que no existe una esencia natural en
las identidades de género y en las posiciones de autoridad y de poder tanto de la
mujer como del hombre, así mismo se debe considerar a los niños y niñas como
sujetos independientes y ser tratados justamente a través de métodos de crianza
que los involucre en forma paulatina en la vida familiar como corresponsables de la
misma, de acuerdo con su grado de maduración. La democratización dará pauta a
generar nuevos arreglos de vida grupal, mismos que suponen una mayor igualdad
de derechos y deberes entre los miembros.
Padres y madres deben llevar a cabo propuestas diarias de acción que les
permita designar tareas flexibles para cada progenitor, donde ambos desempeñen cualquier función sin ninguna clase de especialización, haciendo creer
con el ejemplo a los niños y niñas que así es; es decir, erradicar los elementos de
subjetividad que han dado pauta a la desigualdad de género, a partir de ciertas
modalidades preestructuradas. Una actividad lo mismo debe ser realizada por
un hombre que por una mujer, ambos tienen derecho de incursionar en los diferentes ámbitos sociales. La reeducación en el varón y la mujer deberá darse de
manera paulatina, responsable, honesta y respetuosa evitando la estructuración
de otros patrones que normen a la inversa y que coarten la renegociación de los
patrones generacionales.
Es necesario llevar a cabo un análisis y renegociación en las familias, para de
allí éstas puedan generar una innovación a las prácticas sexistas de lo cotidiano.
Hombres y mujeres están formados bajo los mismos lineamientos sociales, aunque con claras diferencias entre sí, no son iguales y no se busca el que lo sean,
puesto que cada quien posee su esencia, la cual los hace únicos, antes bien se busca crear relaciones armoniosas que les permitan lograr alianzas y puedan interactuar como entes complementarios en busca de una real y verdadera paz interna
con el fin de una reafirmación personal.
Referencias
BURIN, Mabel., et al. Género y familia: poder, amor y sexualidad en la construcción de la
subjetividad. Paídos. México. 2001.
GIANINI Belotti, Elena. A favor de las niñas: la influencia de los condicionamientos
sociales en la formación del rol femenino en los primeros años de vida. Monte Ávila. Venezuela. 1985.
MONTESINOS, Rafael. Perfiles de la masculinidad. UAM. México. 2007.
SAU, Victoria. Ser mujer, el fin de una imagen tradicional. Barcelona. 1986.
SCHMUKLER, Beatriz. Políticas públicas, equidad de género y democratización familiar.
Instituto Mora. México. 2000.
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