Veneno en pequeñas dosis [Cómo funcionan las dioxinas] PILAR ROYA Tres años después de la crisis de las "vacas locas" los europeos se enfrentan a la del "pollo a la dioxina". Pero a pesar de la peligrosidad de esta sustancia, las cantidades que pueden haber llegado a los consumidores no tendrían a largo plazo muchas consecuencias. La alarma es, según los expertos, razonable, necesaria y saludable, pero debe situarse en su contexto. Por un lado, parece intolerable que productos tan tóxicos como las dioxinas puedan pasar a la cadena alimentaria en la proporción que lo han hecho y que se tarde meses en detectarlos. Es también cuando menos una muestra de ineficacia que todavía no se tengan datos concretos sobre las granjas implicadas y la concentración exacta de dioxinas en los alimentos concernidos. Sin embargo, por lo que parece, las dioxinas belgas no afectarán de manera considerable la salud de los que hayan consumido pollo contaminado. Según lo que ha comunicado el Gobierno belga, la tasa de dioxinas encontrada en los pollos implicaría que una persona de 75 kilos de peso que hubiera comido 150 gramos de pollo contaminado (conteniendo un 10 % de grasa) habría absorbido de una vez la dioxina que la Organización Mundial de la Salud recomienda para diez días y el Gobierno francés para cien días. La gravedad debe, por tanto, situarse en el contexto del consumo cotidiano de dioxinas más que en las consecuencias específicas de este caso. En efecto, el problema de las dioxinas es su consumo continuado, y sería por tanto inocente o exagerado pensar que todo se reduce al problema belga. Todos los individuos de este planeta (al menos los que pueden comer algo) consumen dioxinas diariamente, y es ese consumo continuado y no el del pollo belga el que, según los expertos, puede llegar a afectar la salud. No parece que haya motivo para la alarma, pero sí para una vigilancia estricta. UN POCO DE HISTORIA La magnitud de la capacidad de contaminación de las dioxinas se constató tras la guerra del Vietnam: superficies inmensas de bosques y cultivos fueron destruidas por bombas americanas que contenían herbicidas con dioxinas. La catástrofe ecológica provocada por la acción militar americana no tenía precedente en la historia. Entre 1962 y 1971 se lanzaron en Vietnam más de 70.000 metros cúbicos de herbicidas, con nombres que no hacen justicia a su capacidad mortífera: el agente naranja, el agente azul... La superficie de bosques destruida lle gó al millón y medio de hectáreas y el de cultivos a un cuarto de millón de hectáreas. Veinticinco años después, los bosques no presentan ningún signo de regeneración. Los problemas sobre la salud provocados por las dioxinas también aparecen en toda su extensión con Vietnam: los veteranos norteamericanos presentan cánceres y alteraciones congénitos en sus hijos, que los investigadores atribuyen a las dioxinas. Sin embargo, no hay duda de que la fecha en que la dioxinas pasaron a la historia de las catástrofes fue el 10 de julio de 1976, cuando en Seveso, en el norte de Italia, una cuba en la que tenía lugar una reacción química explotó y se produjo una nube blanca que extendió 2,5 kilos de dioxina en el entorno, lo que representa algo así com 500.000 dosis mortales para el hombre. Veinticuatro horas más tarde las golondrinas fueron las primeras en morir, les siguieron los pollos, los conejos y los perros. Cinco días después la población empezó a presentar problemas de salud, que no han dejado de aparecer hasta ahora. CARACTERÍSTICAS Las dioxinas son compuestos orgánicos que se forman espontáneamente en la combustión de una gran variedad de sustancias; no son sustancias que se sinteticen a propósito. Las hay de origen natural, como las producidas en los fuegos forestales, pero su papel no representa más que el 5 % de las presentes en el entorno. La mayor parte de las dioxinas se produce a partir de procesos de origen humano, como la manufactura de metales, la combustión de materias plásticas o la fabricación de pesticidas. Su producción en este siglo ha sido tan importante que las dioxinas se encuentran ya en casi todas partes y en cualquier medio, en el agua, en la tierra, en el aire, las plantas, los animales... Las dioxinas son sustancias estables en la naturaleza, no se degradan sino en una pequeña parte por la acción del sol, una vez se han incorporado a la cadena alimentaria ya no la abandonan. De hecho, la vida media de las dioxinas en el cuerpo humano se calcula entre cinco y veinte años. El organismo dispone de sistemas que transforman las toxinas más difíciles de eliminar --las solubles en grasas o liposolubles-- en hidrosolubles para evacuarlas a través de los riñones. Estos mecanismos son ineficaces frente a la dioxina, siempre liposoluble. PROBLEMAS DE SALUD Las dioxinas tienen una gran capacidad para alterar el funcionamiento de los sistemas biológicos a muy bajas dosis. La más temible, la que produjo la catástrofe de Seveso y conocida por TCDD, es 600 veces más tóxica que la estricnina. La exposición aguda a las dioxinas presenta un grado de intoxicación variable, con la aparición frecuente de dermatosis, hiperpigmentación de la piel y aumento del vello corporal. Además, produce problemas hepáticos, diarreas, inflamación del aparato urinario, alteraciones neurológicas y psicológicas. En cuanto los efectos crónicos, las dioxinas se han relacionado con problemas que van desde desarreglos hormonales hasta cánceres, pasando por alteraciones inmunológicas y del desarrollo embrionario. No hay sin embargo un conocimiento profundo sobre qué enfermedades induce a largo plazo y en qué proporción, ya que el estudio en seres humanos es muy difícil y la sensibilidad varía mucho. El estudio más reciente y exhaustivo lo llevó a cabo hace dos años un grupo de 25 científicos que investigó la presencia de cánceres en poblaciones de riesgo, como algunos agricultores de Nueva Zelanda y trabajadores de la industria papelera. Según estos investigadores, el riesgo relativo de desarrollar cualquier tipo de cáncer en poblaciones expuestas a la dioxina aumenta por un factor de alrededor de 1,4; es decir, si en una población normal la frecuencia de un determinado cáncer es de cien personas por cien mil de habitantes, en una población expuesta a la dioxina sería de 140 personas por cada cien mil individuos. Es más, según algunos estudios, el hecho de que las dioxinas alteren el sistema hormonal, actuando como un antiestrógeno, tiene sus beneficios, ya que ciertos cánceres presentan una disminución de riesgo en ratas expuestas a dioxinas, como son el cáncer de mama y el de útero. MECANISMO DE ACCIÓN Por su forma molecular plana, las dioxinas se parecen a algunas hormonas. Esto tiene dos efectos. En primer lugar, las dioxinas actúan por su cuenta como hormonas, alteran el equilibrio del organismo. En segundo lugar, el sistema inmunitario la reconoce como extraña pero en su ataque la confunde con hormonas que se le parecen, por lo que destruyen sustancias importan tes para el organismo. Por otro lado, la dioxina llega a alterar el código genético de las células. La célula tiene un núcleo en el que el ADN, el material genético, se conserva. Este núcleo tiene un perímetro de defensa que aleja las moléculas potencialmente dañinas. La dioxina consigue engañar a una de las moléculas guardianas y penetra en el núcleo, pudiendo estimular ciertas zonas sensibles del ADN e inducir la producción ilícita de proteínas con efectos indeseables durante mucho tiempo. DOSIS PERMITIDA DE DIOXINAS En el ser humano, la principal fuente de dioxina se debe a la alimentación en más de un 90 %. Fundamentalmente proviene de los productos lácteos, la carne de bovino, cerdo, pollo y pescados. Los pesticidas que contienen residuos de dioxinas y que han sido pulverizados sobre las frutas, verduras y hortalizas pueden también ser fuentes de contaminación. No hay un acuerdo científico sobre cuál es la dosis diaria de dioxinas que debería ser el máximo absorbido por el ser humano: no hay estudios que determinen el grado de inocuidad a largo plazo. En consecuencia, la variación entre las normativas de distintos países es muy grande. En Estados Unidos la dosis diaria es 170 veces menor que en Francia y 600 veces menor que lo que sugiere la Organización Mundial de la Salud