1. UN CAMINO DE FELICIDAD 2. VIVIR LOS VALORES EN LIBERTAD 3. LA MORAL CRISTIANA: EL SEGUIMIENTO DE JESÚS 4. EL PECADO DESHUMANIZADOR 1. UN CAMINO DE FELICIDAD Todos queremos ser felices. Por caminos acertados o desacertados, pero todos buscamos la felicidad. Algunos identifican la felicidad con lo que más apetece en el momento, y eso, en lugar de felicidad, produce infelicidad y desazón. Y es que la obtención de un placer inmediato no siempre es garantía de felicidad y realización personal. Los psicoanalistas distinguen entre principio del placer y principio de la realidad. El primero es propio de la etapa infantil: hago lo que me apetece sin pasar por el tamiz de la reflexión sobre las consecuencias positivas o negativas de lo que hago. Sin embargo, el verdadero adulto, que se inspira en el principio de la realidad, se caracteriza por saber sopesar las consecuencias y el alcance de sus acciones. El animal que sigue las leyes de sus instintos sería un animal perfecto, pero la persona humana que respondiera de la misma forma a las exigencias instintivas sería una auténtica bestia. Nuestra propia estructura humana está exigiendo modelar nuestro comportamiento. Hacer simplemente lo que apetezca es descender hacia la zona de lo irracional. Toda persona humana tiene que plantearse el sentido que quiere darle a su vida, la meta hacia la que desea orientarla. Se trata de una pregunta a la que hay que responder de una u otra manera. Y aquí se sitúa el papel de la moral: será el camino que lleva hacia el ideal y la meta propuesta. Cada uno buscará elegir lo que le ayuda a ese objetivo y evitar lo que constituya un obstáculo. Delinear ese proyecto es una decisión que estructura y equilibra la propia psicología, dando armonía y significación a todas las elecciones pequeñas de la vida. Sin una columna vertebral que unifique, vivimos en un estado de indecisión permanente, juguetes del momento, sin criterios para optar cada vez que tenemos que decidir entre las diferentes posibilidades. Y esa indecisión permanente engendra nuevos desequilibrios y desajustes interiores, pues se va fraguando una actitud de incoherencia y contradicción constantes. Vivir sin una orientación moral que determine las decisiones que hay que tomar en la vida puede producir angustia y frustración. Pero la moral no es el aguafiestas que sólo sabe prohibir y poner carteles diciendo "esto no" y "aquello tampoco". Más bien va colocando indicadores en el camino de nuestra vida en dirección a la felicidad personal y de la comunidad humana. Aunque, para eso, algunas veces haya que renunciar a lo que de momento nos parece más agradable o más fácil, pero que a la larga nos aleja de todo aquello que queremos y deseamos de verdad. Así lo dice Jesús, quien a la hora de proclamar esos principios fundamentales, o caminos hacia la felicidad, comienza siempre así: "felices los que..." La felicidad consiste, sobre todo, en ser de verdad aquello para lo que estamos hechos, y la moral nos enseña el camino. Aunque a veces en ese camino haya dificultades o cuestas que subir con esfuerzo. También en el campo científico y técnico, la moral tiene un papel importante a realizar. Sin moral, el mismo progreso se puede convertir en retroceso para la humanidad. Por ejemplo, se pueden fabricar armas científicamente perfectas, pero si, por falta de un sentido moral y humano, se convierten en destructoras de personas y pueblos enteros están actuando contra el ser humano. Lo mismo cabría decir de los descubrimientos en la genética, de la orientación y objetivos de la economía, del uso de los medios de comunicación, etc. Piénsese en los daños irreparables que pueden derivarse de una explotación indiscriminada de la naturaleza, que puede ser técnicamente perfecta pero humanamente empobrecedora, sobre todo con visión de futuro. Y es que no todo lo que se puede se debe hacer, si no queremos llegar, por el camino de la eficacia, a una técnica irracional y sin sentido. La moral deberá señalar el camino y la meta, al mismo tiempo que poner los límites, para que el avance científico y técnico sirva al bien del hombre. 2. VIVIR LOS VALORES EN LIBERTAD Cuando se intenta vivir como personas, hay ciertas conductas que favorecen ese objetivo, y otras que lo impiden y dificultan. Todo lo que signifique una humanización es un valor ético o moral. El valor nos revela que ciertos caminos no conducen a la meta propuesta, y que otros resultan convenientes para realizar nuestro destino y vocación. Entonces, la obediencia al valor no aniquila la libertad, sino que la orienta y la apoya. Lo que debemos hacer responde a lo que queremos ser desde lo más íntimo de nuestro ser. Muchas veces nos sentimos atraídos por otros bienes más inmediatos y agradables que obstaculizan la realización personal. Entonces ésta exige renuncias que, aun siendo costosas, nos permiten mantenernos en el camino del objetivo, de lo que realmente queremos ser. Entonces la moral no es un conjunto de leyes, preceptos, normas y obligaciones múltiples, que amenazan la espontaneidad y se enfrentan con los deseos y apetencias humanas. La moral sí es la que orienta e ilumina nuestra libertad para vivir de acuerdo con la dignidad del hombre. El crecimiento personal supone la superación de una moral infantil. Al niño, que todavía no puede elegir, hay que mandarle y prohibirle. A veces, la moda, el miedo a la opinión social puede llevar también al adulto a actuar como el niño, es decir, no de manera autónoma sino dependiente. Una acción es buena o mala no porque esté mandada o prohibida sino según sea su contenido interior. Si un comportamiento resulta inadmisible no es porque esté prohibido, sino que está prohibido por su carácter destructor para el hombre. Dice Santo Tomás de Aquino: "El que evita el mal no por ser mal sino por estar mandado, no es libre; pero quien lo evita por ser un mal, ése es libre". Dios no es un ser caprichoso que hace bueno o malo lo que a Él se le ocurre. Todo esto pone de relieve la función de la conciencia moral, que es la capacidad humana de hacer juicios o enjuiciar nuestras acciones y concluir que esto es bueno o malo. El cristiano la considera la voz de Dios porque obedeciendo a la conciencia obedecemos a Dios. Pero no todo lo que se nos ocurre constituye la conciencia o la voz de Dios. Por eso, necesita ser formada, buscar la verdad, cerciorarse. Es una "ciencia con" otros. Aunque la conciencia y la responsabilidad de elegir sea personal, se va formando con lo que dicen Jesús, la Iglesia, otros creyentes, otros seres humanos, que contribuyen a la reflexión personal, alientan, etc. Entre las numerosas voces, a menudo contradictorias, que se disputarán la formación de la propia conciencia hay que saber escuchar aquellas que vayan a ayudar a la humanización de la persona. En este sentido, la fraternidad debe ayudar a formar la conciencia y discernir. El Libro de Vida (5.1) dice que cada uno elabora el Plan Personal de vida teniendo en cuenta: "- Sus características personales y las circunstancias en las que se desarrolla su vida. - Lo que considera que Dios le está pidiendo en ese momento. - El parecer de su director espiritual. - Las opiniones y consejos de los miembros de su fraternidad. Este discernimiento debe realizarse en un clima de libertad y de generosidad. La decisión última sobre la propia vida la debe tomar cada uno en conciencia. Los demás nos ayudarán a clarificarnos y a objetivar, pero no decidirán por nosotros". Naturalmente entre los elementos que forman la conciencia están la norma y la autoridad. Hemos dicho que no hay que actuar porque está mandado sino porque es un bien. Pero la norma me ayuda precisamente a hacerme presente ese bien. También ella contribuye de manera decisiva a formar la conciencia porque es la formulación de valores. Por ejemplo, el "amarás a tu prójimo como a ti mismo" me ayuda a tomar conciencia de ese valor moral y me lleva a actualizarlo en mis circunstancias concretas. Por eso, el cristiano no debe considerar las exigencias evangélicas independientes de la buena noticia a la que sirven. La exigencia va unida a la perspectiva de liberación, alegría y felicidad. Nos está diciendo: "si quieres ser feliz, plenamente humano, sigue este camino...". Ese camino se recorre libremente porque el cristiano está llamado a la libertad. Según san Pablo, "para que seamos libres, nos ha liberado Cristo" (Gál 5,1) y "habéis sido llamados a la libertad" (Gál 5,13). 3. LA MORAL CRISTIANA: EL SEGUIMIENTO DE JESÚS Los seguidores de Jesús creemos que su persona y su evangelio pueden dar sentido a la existencia y constituir ese hilo conductor o columna vertebral del propio comportamiento. Pero en el evangelio no encontramos un código moral que vayamos a aplicar automáticamente en cada circunstancia de la vida. Lo que sí aparece claro en el evangelio es que Jesús ha sido el hombre para los demás. Ha sabido hacer de su existencia un don y una ofrenda permanente a Dios y a los hermanos. Seguir a Jesús supone el compromiso de intentar vivir también, como Él, el radicalismo de esta entrega. Pero esa actitud queda abierta y flexible para que la persona humana busque la manera concreta de traducirla y concretarla en su vida. Por eso, el seguimiento de Cristo hoy no se consigue con la simple lectura de unas citas sino que tenemos que usar la razón. Requiere descubrir y estudiar qué expresiones, en nuestro mundo y en nuestras circunstancias concretas, encarnan mejor su opción por el amor, el servicio y la entrega. Seguir a Jesús y tratar de vivir el evangelio hoy supone buscar el bien del hombre. Por eso, muchas actitudes cristianas coincidirán con quien sigue una ética o moral humanista. Hay muchos hombres y mujeres de buena voluntad que, sin decirse cristianas, tienen unas actitudes de entrega y servicio. ¿Qué tiene entonces de particular la fe en el comportamiento moral? - La fe constituye para el cristiano, en primer lugar, una motivación. Porque cree en Dios y se siente llamado a su amistad, porque busca el seguimiento de Jesús, porque su persona se ha convertido en el amor absoluto de su existencia, el cristiano posee una motivación extraordinaria que no la tendría si buscase solamente la honradez y honestidad de una conducta. Queremos ser buenos no sólo para realizarnos como personas y responder a las exigencias de unos valores humanos, sino para mostrarle a Dios, sobre todo, nuestro cariño y amistad. El amor impulsa un estilo de vida que resulta válido para todos los hombres, y para el cristiano se convierte también en una respuesta agradecida al Señor. - La fe facilita y confirma el conocimiento y captación de los valores morales, especialmente de los más dificultosos para el hombre. El creyente no encontrará en el evangelio una solución concreta para todos los problemas actuales, pero sí nacerá como un instinto especial, una sintonía de fondo que puede impregnar al cristiano y dotarle de una transparencia y lucidez particular. Es evidente que el perdón de los enemigos, por ejemplo, resulta más fácil de comprender y asimilar observando la doctrina y el comportamiento de Cristo, que no por una simple reflexión humana. - Por último, la fe aporta un elemento importante: la trascendencia, comprender que el centro de gravedad definitivo no se sitúa en el aquí y ahora. La vida cristiana es un auténtico humanismo, pero no puede quedarse en eso sólo, ya que el futuro del hombre no puede ser alejado de su horizonte. Esa trascendencia lleva a relativizar, a no absolutizar aspectos de la construcción de la ciudad terrestre y, por otra parte, a radicalizar con más fuerza las exigencias del amor. Así pues, el deseo de responder a la llamada de Dios y seguir a Jesús no disminuye sino que aumenta y fortalece la ilusión de realizarnos como personas desde ahora. En conclusión: "Vivir cristianamente supone una vida auténticamente humana, y una vida auténticamente humana debe estar ya muy cercana a la fe. Si ésta no cambia los valores éticos, sí produce un nuevo estilo de vivirlos en un clima de libertad y relaciones familiares con Dios. Este aire de familia crea una connaturalidad en el conocimiento del bien, que lleva incluso a la superación de la moral" 1 4. EL PECADO DESHUMANIZADOR El pecado no es una transgresión a un código de leyes impuesto por un señor muy poderoso y arbitrario, que se enfada y castiga si no se cumplen. Según Roger Schutz, prior de Taizé, "el pecado está siempre presente cuando yo prefiero conscientemente mi voluntad a la de Cristo, y cuando, en vez de servir al hombre, hago que me sirva a mí". Ya hemos dicho que la voluntad de Dios va íntimamente unida al bien del hombre. Por eso, todo lo que sea deshumanizador es también una ruptura o desacuerdo con el plan de Dios, que quiere el bien profundo del hombre. San 1 LÓPEZ AZPITARTE, EDUARDO en Praxis cristiana de R. Rincón Orduña- G.Mora Bartrés- E. López Azpitarte, Ed Paulinas, 1980, pág 388) Ireneo decía que "la gloria de Dios es el hombre viviente, y la vida del hombre es la visión de Dios". Al pecar, la persona se autodestruye, se hace daño a sí misma, en lo más profundo de su ser, además de perjudicar a los otros. Entonces "se pierde la amistad con Dios", no porque Dios se enfade conmigo, sino porque yo voluntariamente me aparto de su plan, y, con eso, me hago daño a mí mismo y a los otros. A menudo se identifica pecado con transgresión de mandamientos, dejando así fuera aspectos muy importantes de nuestra vida cotidiana, como si fuesen aspectos "neutros" de nuestra respuesta a Dios. Cada uno sabe en qué aspectos concretos, que no están escritos en ninguna parte pero forman parte del bagaje propio, tiene que dar una respuesta más generosa a Dios y, por tanto, contribuir positivamente a la construcción de la propia persona. Esta necesidad de poner a trabajar la propia conciencia en aspectos que nadie nos dicta no debe ser una fuente de angustia ante la propia situación de limitación, fallos y frecuentes respuestas inadecuadas a las exigencias de la vida. No hay que mirar morbosamente la propia impotencia, sino las posibilidades de cambio. Sin ceder en el esfuerzo, hay que pensar que la liberación definitiva viene de Dios, que conoce la condición humana y las propias circunstancias temperamentales, educacionales y situacionales: "Estamos ya salvados en esperanza" (Rom 8,24) y "aunque nuestra conciencia nos acuse de pecado, Dios es más grande que nuestra conciencia" (1 Jn 3,20). El cristiano sabe que, por mucho que se haya apartado de Dios y por mucho que se haya deshumanizado por el pecado, siempre tiene posibilidad de rehabilitarse. La parábola llamada del "hijo pródigo" debiera llamarse en realidad del "amor del padre" (Luc 15,11-32). En ella Jesús nos muestra a un Padre amoroso que sale al encuentro del hijo perdido para abrazarle y comenzar de nuevo una relación que el hijo había roto unilateralmente. El pecado no había sido la infracción de un código sino la ruptura de una relaciones entrañables que ahora el Padre quiere reconstruir. Un teólogo y pintor, que ha profundizado en la espiritualidad cristiana, expresa así la realidad del pecado y del perdón que ha de vivir el cristiano: "La memoria cautiva del pecado llena el corazón de inquietud, rabia, rencor. De esa memoria sólo puede liberar uno que, como ha escrito el profeta Jeremías, dice: Yo perdonaré su maldad y no me acordaré más de sus pecados (Jer 31,34). El pecador que se encuentra con quien perdona se olvidará de la angustia del pecado, pero se acordará siempre de quien le ha perdonado. La memoria herida y clavada en el mal es curada y transfigurada en memoria del bien, mejor dicho, en memoria del bueno, del salvador. La dinámica del pecado es hacer huir al pecador lejos de Dios y del prójimo. El perdón, en cambio, reunifica, sana y crea un nexo inseparable entre pecado y redentor. No se recuerda ya el pecado más que para recordar a Dios. Si la memoria vuelve todavía sobre el pecado, es sólo para glorificar al Señor que lo ha tomado sobre él. Cuando el alma se embriaga de la belleza del Señor y de su mirada misericordiosa, el pecado llega a ser una realidad espiritual, una realidad que orienta hacia Dios. En el perdón Dios se comunica al pecador, y el pecado deja de ser una realidad oscura, putrefacta, que enemista con la vida y con la relación. La tradición cristiana nos habla de santos en oración cuyo corazón llora con un llanto dulce porque, al reconocer el propio pecado, se sienten abrumados por la dulzura de la misericordia de Dios, embriagados por el perdón, rebosantes de alegría en la fiesta de la vuelta al Padre. El hombre se aleja del pecado sobre todo porque ha conocido al Padre bueno, al Dios del amor, y ya no huye de él, sino, al contrario, corre hacia él" 2. El mismo autor, con un ejemplo tomado de su propia experiencia, resume la actitud que tiene que envolver la vida del cristiano: "Un día estaba yo hablando con un estudiante en mi estudio de pintor y en el caballete acababa de pintar un rostro de Cristo de grandes dimensiones. Era un rostro luminoso, de sufrimiento, pero majestuoso, con dos grandes ojos de compasión. Estábamos sentados a cada lado del caballete. Pregunto al estudiante: - Según tú, ¿a quién mira Cristo? - Me mira a mí. Le digo que se levante, que siga mirando a Cristo y vaya viniendo, paso a paso, hacia mí. Le pregunto de nuevo: - Ahora estás solo, y tienes la cabeza de malos pensamientos, violentos. ¿Qué hace Cristo? - Me mira - responde de nuevo. Da un paso más y le pregunto: - Ahora estás con tu novia, y vives la sexualidad, tal como me has dicho, de forma que te agita la memoria. ¿Qué hace Cristo? - Me mira con la misma benevolencia. Cuando ya estaba a punto de llegar a la parte donde yo me encontraba, le digo: - Y ahora estás en la iglesia, en misa, y haces las lecturas. ¿Qué hace Cristo? - Me mira con una gran compasión 2 RUPNIK, MARKO I.: En el fuego de la zarza ardiente. Iniciación a la vida espiritual, PPC, Madrid 1998, pág. 64. - Muy bien - le digo -, cuando sientas sobre ti, en todas las circunstancias de la vida, esta mirada compasiva y misericordiosa de Cristo, serás de veras una persona espiritual, serás de nuevo completamente íntegro, próximo a lo que podemos llamar paz interior, serenidad de alma, felicidad de vida. Cuando te descubras en su mirada misericordiosa y sientas que el amor te envuelve como un bálsamo, cambiarán todas las situaciones que acabamos de mencionar. El hombre cambia a causa del amor que inunda su corazón. Peca por falta de amor o, mejor dicho, por la no aceptación del amor que le espera en el corazón" 3. Ø ¿Cuáles son los aspectos que te parecen más importantes del tema? ¿Tienen alguna aplicación para la vida? ¿Coinciden con los criterios dominantes en tu ambiente? Coincidencias y divergencias. Ø ¿Crees que realizarse como persona y ser feliz suponen renuncias? ¿Podías poner ejemplos de la vida real y de tu propia experiencia? Ø Aspectos concretos de la actividad humana en que se necesita de la moral para que no se vuelvan contra el hombre. Ø ¿Qué elementos y qué personas entran en la formación de tu conciencia? ¿Puede ayudar la fraternidad a tomar decisiones? ¿Cómo? Ø ¿Conoces personas que, sin ser cristianas, destacan por su amor y entrega a causas nobles? ¿Qué aporta la fe a la persona? En concreto, ¿qué supone para ti seguir a Jesús? ¿Sería igual tu comportamiento sin la fe? ¿Conoces vidas cuyo motor es o ha sido la fe? Ø Mateo es el evangelista que juntó la mayor parte de las enseñanzas morales de Jesús. Se encuentran en los capítulos 5,6 y 7 del evangelio de Mateo. Puedes leerlos y ver cómo aplicar algunas de esas enseñanzas a tu vida concreta y a la fraternidad. 3 Ibídem, págs. 113-114.