cuentos argentinos

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CUENTOS
ARGENTINOS
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Elena Jorge
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CARTA DE AMOR
AUTOPISTA
CANJE CON BORGES
LOS DOS CORAZONES
CUARTITO AZUL
EL HECHICERO DEL LAGO
EL DUELO
EL CÍRCULO DE FUEGO
ELEGÍA
EXILIO
LA FOTO
MADE IN HOLLYWOOD
JUEGO
LIBERACIÓN
LLUVIAS
MADRUGADA
MÁSCARAS
METAMORFOSIS (1)
METAMORFOSIS (2)
ENTRE DOS MUNDOS
ODA A LA NARIZ
REGRESO
SHOW EN RÍO
UN VASO DE TÉ
TOMANDO CAFÉ (I)
TOMANDO CAFÉ (II)
TRES PARA TODO
TRISTE PROFESIÓN
ÚLTIMA FUNCIÓN
VIAJE
VIGILIA
VUELCO EN LA RUTA 3
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CARTA DE AMOR
San Isidro, otoño de 1960
Amor:
¿Cuántos años han pasado desde aquella, mi primera carta?
¡Qué importa! si te estoy escribiendo la primera en la última y
ésta nuevamente en aquella, eternamente.
Cada una de estas líneas actúa en mí como una invocación
sagrada que me deja sentir tu presencia, que me permite
estrecharte, que me ahoga en tus brazos ardientes hasta
fundirme en lo infinito como en cada cita; ¿hace casi sesenta
años o quizá sólo fue ayer?
Como sabes, nada ha cambiado en la casona y el parque
donde cada noche nos espera la embriaguez de las magnolias,
el susurro quedo del follaje junto al mirador secreto de
nuestros encuentros y la barranca sombría que nos sigue
invitando a lanzarnos hasta la orilla solitaria del río infinito.
También la casona te aguarda con sus tapices, sus muebles
austeros y los pesados candelabros que tanto te gustan. ¡Ah! y
la mama Natividad ¿te acuerdas? que se ha puesto muy vieja
pero que te espera cada noche con tu taza de chocolate.
Amor, mis cartas no necesitan tu respuesta; son el ritual
que obra en mí el milagro de tu eterna presencia, desde aquel
fatal duelo que te hizo mío para siempre.
Hasta esta noche en el mirador.
Tuya,
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AUTOPISTA
-¿Dónde estaba usted cuando se produjo el asalto?
La voz del oficial no suena amenazante ni acusadora; es
casi impersonal, como si se tratara de un ejercicio de rutina
para ir llenando un expediente de rutina.
- Vea, oficial, yo vivo de ese lado, justito enfrente, casi
sobre el puente de la entrada a la autopista. Allí tengo mi
casilla ¿sabe? Me la hice yo mismo con las chapas que me
regaló la Metalúrgica que está allí atrás. Pregunte, se lo van
a decir nomás. Ya va para dos años. Fue desde cuando la
Encarnación me echó de la villa y se quedó con la casita y
con los pibes. Algunos, los más chicos, son hijos míos. La
Encarna se salió diciendo que ya eran bastantes las bocas
que tenía que alimentar y que un hombre sin trabajo no
aporta pero come y chupa todo el día. ¡Qué trabajo puedo
conseguir yo con más de cuarenta años; ¡ni los jóvenes!
-¿Por qué cree que lo han traído, hombre?- Dice el oficial
sin levantar la vista de la máquina de escribir.
-Y…, me han traído… Pero si yo no sé nada del asalto, ni vi
nada. Ha de ser porque, siempre que no llueve ni hace frío
me gusta sentarme a la puerta de la casilla, bueno, puerta
no, no tengo…, a la entrada, digo. Allí puse una lona gruesa
que me regaló un rutero amigo, de esas que usan para
tapar la carga. Es un pedazo bastante bueno que hace de
puerta- El hombre dibuja con las manos un rectángulo en
el aire.
-¿ Y no ha visto nada anormal últimamente, sobre el puente
o debajo- La voz del policía suena ahora cortante.
-No, nada, y eso que paso mucho tiempo en la puerta de la
casilla. Sabe, me entretengo de lo lindo viendo pasar los
autos. Lo que más me gusta es de noche cuando ya casi no
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se ve la ruta ni los autos, sino puras luces que corren y
corren, blancas para un lado y coloradas para el otro. Van y
vienen con tanto apuro; se me hace como que van y van
pero a ninguna parte.
El hombre deja la frase flotando; su mirada es ahora
inexpresiva, ausente como persiguiendo la imagen que
acaba de describir.
- Nos quiere hacer creer que se lo pasa sentado justo
delante del puente y jamás vio nada, y que anoche no salió
a sentarse, que tampoco vio a nadie sobre el puente
preparando la soga con piedra para golpear el parabrisas
del candidato elegido.
- Y yo…me acuesto antes de las doce, el asalto fue después.
-¿Cómo lo sabe? -truena el oficial- Lo andan diciendo los villeros, me parece -contesta
titubeante.
-¿Quiénes? -la voz y el tono del policía van haciéndose
duros, autoritarios- En el almacén del correntino, se decía esta mañana, ¡Qué
sé yo!
Aparece el comisario; echa una mirada rápida al escrito y
dice:
- Oficial, hágale firmar la declaración. -se vuelve hacia
Valentín y agrega, taladrándolo con mirada escrutadora- Esperamos que no estés haciendo de encubridor; mirá que
eso también es delito. Ya te volveremos a citar así que no
se te ocurra mudarte, menos desaparecer.
Casi ocho horas ha estado metido en la Comisaría; cuando
sale ya es de noche. Respira hondo, todo le parece nuevo,
distinto. No se le borra la voz del comisario y esa palabra
"encubridor" que no puede dejar de repetirse. Se pone a
pensar en los pibes colgando la piedra del puente y
acechando; el coche deteniéndose para observar el daño en
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el parabrisas, el asalto, la huida. Pobres parias como él pero
todavía no entregados.
CANJE CON BORGES
-Borges, concédame el placer ingenuo de creer que yo
pueda sorprenderlo con el relato “inédito” de alguna historia
de “cuchillo categórico”, como gusta usted nominar a este
¿cómo llamarlo? ¿género literario? Bien, quiero correr ese
riesgo pero no olvide que es en canje. Lo que me propongo
en verdad es escuchar algún cuento de su autoría.
Mi buen amigo, me opongo tosudamente a que me atribuya
dotes de infalibilidad y sabiduría. Usted me niega la virtud,
deliciosamente humana, de disfrutar de mi capacidad de
asombro que quisiera poseer como todo mortal. Así que,
por favor, adelante.
-Bien, la historia que voy a referirle es real, contada por mi
abuelo paterno, entonces comisario en La Boca, seccional
de La Vuelta de Rocha, escenario de los hechos allá por
1916. Yo la conocí, claro, a través de mi padre. Deduzco
que él la escuchó de adolescente, como tantos otros
sucesos policiales de aquella época. ¡Tiempos de Don
Hipólito!, solía decirse.
El protagonista, Nicanor Acuña era su nombre, a la sazón de
unos cuarenta años de edad, a quien apodaban “El
Conserva”, sin duda por su filiación en el Partido
Conservador. Hombre más bien ancho de contextura,
aunque no bajo, cabellos muy oscuros empezando a
agrisarse. Usaba un bigote espeso, volcado en ambos
extremos, lo que acentuaba su gesto severo, casi hosco,
inmutable, jamás alterado por la alegría ni la pena.
Mordisqueaba permanentemente un trozo de cigarro que
parecía no encender nunca, como si mascara sus propios
pensamientos.
Habitualmente
en
silencio;
sólo
lo
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transgredía para decir lo imprescindible con absoluta
economía de palabras.
Algunos aseguraban que lo habían conocido en tiempos del
Centenario, en Avellaneda donde vivía entonces llegado de
Ensenada, supuestamente su lugar de origen.
Según se comentaba, en aquel tiempo había sabido ser
custodio de algunos políticos de segundo o tercer rango del
conservadorismo bonaerense. Se decía también que habría
tenido serias dificultades con la policía provincial,
comprometido con algún homicidio no esclarecido en cierto
comicio de La Plata cuando las elecciones nacionales de
1910.
Nada concreto se podía afirmar. El misterio de su pasado y
el hermetismo de su vida, sin familia ni amigos, sólo
conocido como hombre fuerte del Comité boquense, lo
consagraban como guapo temido y respetado en el barrio.
Corría el año 1916. El país se aprestaba a la inminente
elección presidencial que, por fin, se regiría por la nueva
Ley Sáenz Peña. El radicalismo abandonando su obstinada
prescindencia, preparó sus filas con la candidatura de
Yrigoyen. El triunfo sobre el fraude y la venalidad fue
aplastante. Duro golpe para el Régimen que había
manejado al país desde sus albores. El conservadorismo
quedó muy debilitado, aunque no desarmado. La clase
media, los hijos de los gringos, entró a la Casa Rosada.
Nicanor Acuña, “El Conserva”, sin comprender para nada el
cambio, percibió sin embargo que algo se había roto en la
maquinaria que lo usaba como un engranaje más. Se sintió
abandonado, como si quedara girando fuera del eje, sin
rumbo. Toda su existencia estaba modelada para la
obsecuencia servil, entendida como lealtad absoluta al
caudillo de turno. El cierre del comité lo desmoronó
íntimamente pero su amor propio lo siguió manteniendo en
pie. Jamás se hubiera permitido demostrar su destrucción
interior.
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Comenzó a beber más de lo habitual. Gustaba aparecerse
los sábados por la noche en el “Patio Tango” de la calle
Mendoza y Almirante Brown, lugar regenteado por Mama
Rosa, tal vez la dueña. El curioso local, mitad restaurante y
bar, tenía salón de baile y en los fondos un burdel
disimulado como “Hospedaje para pasajeros”. Los sábados
el baile se ponía realmente animado: dos guitarras, un
bandoneón y una vieja tuba hacían la música tanguera. En
la pista algunas mujeres, pálidas y escotadas, iniciaban a
los parroquianos en esta danza, todavía orillera.
El Conserva asistía pero no bailaba. Desde su mesa gustaba
observar el ritual, en silencio y soledad, como era su
costumbre. Esa noche, puso sus ojos en la morocha que
bebía sola en el mostrador. La mujer sintió la mirada honda
del hombre, el gesto huraño y su aire enigmático, viril y se
quedó clavada en su lugar hasta que, como una autómata
magnetizada, se fue acercando a la mesa y se sentó frente
a él.
Nadie ha podido detallar con claridad los hechos que
siguieron a este momento. Las versiones recogidas y las
declaraciones de los testigos son diversas y en general
confusas. Algunos indicaron que el amante de la morocha,
advertido de la situación, había retado a Nicanor Acuña y
que ambos hombres habrían luchado armas blancas
mediante. Otros aseguraron que El Conserva se dejó atacar,
que no hizo nada por defenderse, tan luego él, armado y
experto como nadie. Lo único que fue concordante entre los
testigos es que luego del encontronazo, Acuña salió del
salón muy pálido pero erguido y silencioso como siempre.
Dos días después su cuerpo exangüe, sin vida fue
encontrado en la pieza de la pensión donde se alojaba. El
médico forense comentó entonces, con asombro que, de
haberse hecho atender, la herida de arma blanca que
presentaba, no lo habría desangrado.
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-Amigo, tengo que confesar que la historia de Nicanor
Acuña me ha fascinado. Trata una faceta de la idiosincrasia
del guapo que quizá yo he tratado poco en mis relatos sobre
el tema: el orgullo ciego y exacerbado como máscara de
una extrema debilidad y desamparo.
-Borges, modestamente creo que este material en sus
manos daría lugar a un cuento de alto nivel literario. Le
confieso que aspiro a esta distinción...Bien, entretanto
sigamos con nuestro”canje”. Por favor; comience con su
relato... ¿es el trato, no?
LOS DOS CORAZONES
El primer corazón lo encontró en la pared de enfrente de su
casa. El se llamaba Carlos pero no conocía a ninguna
Amelia.
-¿Quién será esa mina? -pensó- Por su cabeza desfilaron
varios nombres de mujeres, las últimas, claro, de su archivo
amoroso, pero en la nómina no registraba ninguna Amelia. ¡Bah! -se dijo- alguna loquita suelta del barrio que quiere
llamarme la atención. Ya aparecerá.
Silbando bajito cruzó la calle en diagonal hacia el Café.
Entró. La barra lo miró con indiferencia.
-Mirá pibe, andá largando. Es mejor que te borrés antes de
que tengás que arrepentirte. Queda claro ¿no?. Se acabó.
Por tu culpa no hay más laburo ni amigos para vos,
¿entendiste? -le susurró casi al oído el Pecoso y de un salto
salió del local.
Carlos pestañó. Las palabras, como una bofetada
inesperada e incomprensible, le quedaron resonando en el
cerebro. Se sentó solo en una mesa del fondo. Recordó su
ingreso en la barra, cuando lo admitieron como amigo y
luego como socio. Juntos, también con el Cholo y el Gamba
habían hecho un buen trabajo con la mercadería del galpón
del Dock Sur. Todo se había vendido bastante bien...Y
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ahora que planeaban el asunto del camión de la
Siderurgia... ¿a qué venía esa amenaza?, ¿qué bicho le
había picado al Pecoso?
Prefirió no indagar al Cholo que estaba sentado en la barra
con su ginebra de siempre porque podría ser un asunto
privado del Pecoso. De pronto el Cholo lo miró y le gritó
desde lejos:
- ¡Ché loco, largá, borrate, tomatelá! -Escupió en el suelo y
le volvió la espalda.
Carlos salió a la vereda. Un sol encandilante lo cegó por un
momento. Empezó a caminar maquinalmente, concentrado
en pisar su propia sombra como si eso fuera todo lo que
tenía que hacer y pensar a esa hora y en ese lugar. Cada
tanto volvían a resonarle las palabras: “largá pibe, borrate”
Cruzó en diagonal, ahora hacia su casa. De golpe se topó
con el segundo corazón pero pintado en la puerta de
entrada, igual al otro de enfrente, con aerosol, el corazón
en rojo y los nombres Carlos y Amelia en negro.
-La vieja va a tirar la bronca cuando vea esta pintada en el
frente -pensó- Recordó también que cuando regresó por la
madrugada aún no estaba; lo hubiera visto. Volvió a pensar
que no conocía a ninguna Amelia. Sin embargo tenía que
ver con él, ¿qué otro Carlos vivía en esa casa?
Decidió no comentar nada con la madre; con seguridad
todavía no había salido, no había visto la pintada. Ya
averiguaría ese asunto. Por el momento mucho más le
preocupaba lo de la barra, la espantada de los amigos que
sin explicaciones lo estaban condenando por sabe Dios qué
cargo . Sentía que lo estaban tildando de desleal, infiel, o
peor aún, traidor.
No pudo más y telefoneó al Gamba. Necesitaba una
aclaración para acabar con la angustia que ya lo asediaba.
Era preciso defenderse, explicarse. No sabía respecto a qué
pero le resultaba insoportable tener que perder a los
amigos.
-Hola viejo..., ¿qué decís?, soy Carlos.
-¡Ah!, ¿Qué querés? ¡Raro que llamás? ¿Pasa algo?
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-No, Gamba..., lo del trabajito va bien, casi todo listo. Vos
sabés que soy muy cuidadoso con los detalles...Bueno, pero
te llamo por otra cosa...¿Qué pasa con el Pecoso y el Cholo?
Esta mañana en el café me recibieron como la mierda, me
amenazaron con que me borre, que largue todo, que si no
me voy a arrepentir...¿Vos entendés algo? ¿Sabés qué está
pasando? Por favor, Gamba, necesito una explicación; aquí
tiene que haber un error..¡Hola, hola!, ¿estás allí? ¿se
cortó?
-Mirá, Carlitos..., lo que pasa, bueno, es que en el barrio se
está corriendo la bola de que andás con la Amelia, pibe.
Pero ché..., la Amelia, justo la Amelia...Decime , chabón,
¿no hay minas en el barrio?...justo ésa, Carlitos, la Oficial
de la 43..Pero, ¿qué tenés en el marote? Y todavía lo andás
publicando por las paredes...Los muchachos tienen razón,
les jodiste la confianza. Se pudrió todo. Seguro que la muy
guacha te tiene encandilado con el uniforme...,y la verdad
es que le queda...¡guau, guau!
-Te juro que no la vi en mi vida, Gamba, esto es una
cargada de las más fieras. Las pintadas tampoco sé quien
las hizo. Y por esa boludez se me pusieron todos en
contra...Creeme, Gamba, no la conozco, no la conozco.
El Gamba seguía riéndose estrépitosamente. Carlos colgó
rojo de ira y de impotencia, los ojos vidriosos.
La madre, desde el patio había seguido la conversación. Se
dirigió a la cocina, envolvió los aerosoles negro y rojo con
abundante papel y tiró el paquete a la basura. Regresó al
patio. Suspiró un “gracias, Dios mío” y se puso a regar los
malvones.
CUARTITO AZUL
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Cuartito azul, de mi primera pasión
vos guardarás todo mi corazón
Cuartito azul, hoy te canto mi adiós
ya no abriré tu puerta y tu balcón
(Mores-Batistella)
Subió hasta el rellano. Se detuvo insegura, casi resuelta a
volverse. Por un momento se sintió ridícula, era un absurdo,
después de diez años. ¿Recuerdo feliz o doloroso? Ya no
sabía calificarlo; el tiempo
había magnificado la
pesadumbre o quizá opacado lo que había sido dichoso.
Hoy sólo una evocación que se le había quedado incrustada
en su intimidad con cierto resabio amargo.
Frente a la puerta otra vez sintió miedo. Sin embargo el
anuncio de la calle "Se alquila un ambiente con
dependencias -2do. B", invitaba a superar su indecisión.
Contempla la puerta, todavía azul pero desteñida,
maltratada, injuriada. Le llegan voces del interior; hay
niños. Toca el timbre, las voces se acallan por un momento.
Se abre la puerta. Tiene que bajar mucho la vista hasta una
mata de rulos rojizos entre los que le sonríen unos ojos
claros, la naricita moqueada y lamiendo una rebanada de
pan con dulce que ya ha empezado a pintarle un bigote
-¡Mamá!, una señora.
Sus ojos recorren el interior. Se le hace un torbellino la
superposición de imágenes entre pasado y presente. El
balcón entonces rutilante de verdor, colores y trinos, ahora
está usurpado por trastos entremezclados con ropas
tendidas ¡Oh!, el rincón sagrado donde se prodigaba la luz
exterior, donde los locos sueños del arte los amarraban
durante tantas horas: él frente al caballete, ella en la
estricta rigidez de la modelo, cuando sólo los ojos tenían
permiso para pasearse y mirarlo trabajar. Allí, una ridícula
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heladera profana el espacio. ¡Aquellas amadas paredes
entonces azulinas, festival multicolor de bocetos, dibujos,
reproducciones de los amados Modigliani, Spilimbergo, y
cuántos otros, exponen ahora su desolación .
-¿Tiene chicos?, pase que le muestro la cocina y el baño.
Todo es muy reducido, no hay lavadero pero para usted sola
o para dos…, le digo porque, vea, con chicos no se lo
recomiendo, bueno, quiero decir que se hace difícil. Como
ve aquí con estos diablitos ya no se puede. Por suerte nos
vamos a uno de dos ambientes con patio.
Su mirada recala de pronto en el lugar íntimo del cuarto, el
de sus horas de amor, casi adolescente, de pasión hecha de
risas y llantos, de dulzura y de exaltación incontenible. Era
allí donde tantas noches tendidos y abrazados miraban
deslizarse la luz de la luna como una linterna recorriendo en
la oscuridad una galería de cuadros. Los versos de Neruda,
la guitarra, o el baile desenfrenado con algún disco de
Michael Jackson o plácidamente envueltos en una balada
de Serrat.
- Claro que necesitará un poco de pintura ¡Por más que una
cuida!, con chicos ya se sabe…, pero como el alquiler es
acomodado, sin expensas… ¿qué le parece?, con algunos
pesitos lo deja al pelo.
¡Años pueriles aquellos!, indefensos frente a una realidad
inexorable que desde afuera fue matando la bohemia
risueña, el arte, el amor…Llegaron las primeras propuestas
para diseño y dibujo publicitario, los pagos generosos, los
ofrecimientos tentadores, viajes, distinciones, cargos
relevantes…, la cumbre. Ella y el caballete fueron quedando
atrás, olvidados poco a poco
Baja las escaleras. Curiosamente se siente bien. Ha logrado
desprenderse de la
pesadumbre del recuerdo, como si
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revivirlo en el propio escenario le hubiera permitido
decantar lo bello, lo auténtico de aquellos años . Por fin los
rencores han dado paso a un nuevo sentimiento,
melancólico pero dulce, que ya puede atesorar con apacible
deleite.
Camina hacia la parada del colectivo. Lo ve aparecer y corre
para no perderlo. Amenaza tormenta y quiere llegar sin
demora para retirar los niños de la escuela antes de que
llueva.
EL HECHICERO DEL LAGO
“Cuento maravilloso”
La terrible nueva ha sumido en hondo dolor todas las
comarcas del reino. Aldeas, villas y villorrios lloran
desconsolados: el rey y la reina han perecido ahogados en
el Gran Lago Imperial. Bogaban solitarios en noche de luna,
inadvertidos de la riesgosa cascada oculta. Ondina, la
náyade protectora de todos los paseantes del lago, fue
hallada en extraño sopor, ajena al suceso. Nadie ignora que
esta desgracia ha sido obra de Lucífero, el maligno cuyo
anillo talismán adquiere poderes mortales cuando el
hechicero se sumerge en las aguas.
El príncipe heredero de sólo once años de edad es el nuevo
rey aclamado por el pueblo que al tiempo consagra al
anciano Catán, viejo consejero real, como el guía y
protector del niño.
Catán no ignora que Lucífero se propone apoderarse del
trono haciendo correr al joven rey la misma suerte de sus
padres. Pero también es verdad que conoce su secreto: el
poder maléfico de Lucífero está en su anillo.
De inmediato convoca a una asamblea secreta a la que
concurren todos los habitantes del lago. Asisten las
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náyades, las sirenas y los buenos amigos del mar cercano:
el pececillo de oro, la medusa de los tules de seda y los
mellizos hipocampos. Catán expone el problema y
finalmente se resuelve una acción conjunta para quitar al
hechicero su talismán y salvar así al principito.
Llega por fin la noche esperada, noche de luna llena. En el
lago las sirenas inician su dulce canto (así lo habían
programado) Lucífero, atraído por las irresistibles melodías,
se va acercando a la orilla y se introduce en las aguas cerca
del coro de sirenas. Allí la medusa empieza a envolverlo con
sus tules, mientras el pececillo de oro le picotea la nariz.
Entonces las náyades aprovechan la confusión del malvado
y le extraen el anillo, lo entregan de inmediato a los
hipocampos que se alejan presurosos hacia la orilla donde lo
recibe Catón. Lucífero, desprovisto del amparo de su sortija,
nada enfurecido hacia la cascada.
Cinco días con sus cinco noches duran los festejos en el
reino por la quemazón del talismán en la plaza pública. ¿Y
qué fue de Lucífero?... Todos afirman que se ahogó en el
fondo del lago.
EL DUELO
La quinta está en sombras. El duelo tendrá lugar al
amanecer, en las barrancas del río. Faltan aún dos horas.
Mariano de Urquijo recorre con ojos melancólicos las
paredes espaciosas del salón. Altos candelabros de plata
alumbran vacilantes los retratos de tantos Urquijo que le
precedieron en su amor por la casona ancestral, por sus
tapices y muebles austeros
aunque señoriales. Sabe
Dios en qué bergantín pirata del siglo XVII habrán llegado a
la ciudad virreinal.
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En su nostálgico inventario incluye a Mama Natividad, la
vieja esclava mulata y a su inseparable cuervo domesticado
por ella. Ambos traídos por su abuelo desde Lima, muchos
años atrás. ¡Curiosa compañía para Mariano de Urquijo! El
pajarraco sabía reconocer su berlina desde bien lejos,
escoltaba su llegada con un revoloteo amistoso y un
graznido casi burlón que a menudo hacía soltar la risa.
Mariano de Urquijo ha puesto ya en orden sus papeles y su
alma. Sale al parque; recibe una vez más la embriaguez del
perfume de las magnolias. Se sienta a esperar el carruaje
que lo llevará al campo de duelo.
Al amanecer deberá defender el honor de la dama que su
rival, por despecho,
ha ofendido ante todos. Ambos
hombres han acordado batirse a pistola, aún contra la
prohibición expresa del Virrey.
Comienza
a
distinguir
la proximidad del
coche.
Repentinamente el grito inusual de ave lo estremece.
Apenas alcanza a entrever su sombra fugaz entre el follaje.
Sobresaltado, pensativo, parte con su comitiva.
Amanece en las barrancas. Espalda contra espalda los
adversarios inician su caminata contrapuesta de diez pasos.
Uno, dos, tres, cuatro… Mariano de Urquijo avanza absorto;
casi ajeno al conteo, sólo percibe una vez más el agorero
graznido desgarrado del pájaro.
EL CÍRCULO DE FUEGO
Los bomberos han estacionado las auto-bombas frente al
edificio de oficinas. La policía acaba de cortar el tránsito de
la calle Sarmiento entre Callao y Rodríguez Peña. Las tres
plantas ya fueron evacuadas: todo el personal de la
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Empresa está
operaciones.
en
la
calle
y
observa
anhelante
las
El fuego parece por ahora circunscripto al piso alto. Una de
las cuadrillas despliega la escalera retráctil: sólo alcanza
hasta el segundo piso. En el tercero un humo denso y negro
escapa por dos de las ventanas; en la restante acaban de
estallar los vidrios y un resplandor rojizo presagia la
inminente aparición de las llamas.
-¡Oficial, oficial!, grita el portero del edificio- , dicen los
empleados que la que no bajó es la `piba que hace la
limpieza, la que sirve el café, una rubiecita que tomaron
hace poco. A lo mejor está bloqueada y no puede salir…Con
los ojos exorbitados el hombre sigue vociferando
enronquecido: -Hay que sacarla, por favor…, pobrecita, es
una chiquilina.
Uno de los bomberos, el novato de la brigada sin duda,
porque no parece tener más de veinte años, lo mira
azorado. De pronto, violentamente se lanza escaleras arriba
sin atender los gritos de sus compañeros y del público que
intentan detenerlo.
En un instante llega a la planta alta; un gran resplandor
guía al joven. Se enfrenta con las llamaradas que le parecen
tan elevadas como si no las contuviera techo alguno, como
si se dirigieran hacia un cielo infinito. Respira con mucha
dificultad, le arden los ojos por la humareda. A pesar del
casco siente una gran opresión y aturdimiento debido al
intenso calor.
Al acercarse más, descubre una suerte de fortaleza en cuyo
centro le parece
Ver flotar un curioso estandarte o insignia, muy antiguo. La
escena empieza a resultarle alucinante. Vislumbra más allá
una especie de roca solitaria y sobre ella un Círculo de
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Fuego. Es como un encantamiento que más parece proteger
que acosar a un cuerpo humano tendido en su centro.
¿Alguien desmayado o dormido? ¿Quién? -se pregunta- tan
extrañamente vestido como un guerrero medieval, cubierto
por su escudo…
Utiliza su barreta y a través de las llamas le levanta el
casco: el guerrero es una mujer bellísima, de largos cabellos
rubios, muy rubios. Entonces, magnetizado, cruza el Círculo
de Fuego y despierta a la joven con un beso. Estalla el
éxtasis del amor; ambos se
abrazan y se poseen
circundados por las llamas: son el héroe y la valquiria.
Brunilda lo ha elegido por su arrojo, como en los campos de
batalla donde su misión es escoger a los más valientes para
que sean glorificados.
Ahora lo recogerá y lo llevará en su cabalgadura a través de
los cielos hasta la morada de los muertos heroicos, al
palacio de su padre Wotan, para que entre en el Valhala,
donde gozará eternamente los placeres infinitos del
banquete divino reservado sólo a los paladines del valor.
- Afirmativo, Antonio. El fuego está totalmente extinguido,
sí, sí, hombre, sólo la planta alta…Todo el personal de la
Empresa a salvo pero tenemos que lamentar la baja de uno
de nuestros hombres, el cabo Sigfrido Romanelli. ¡Claro
que se hizo todo lo humanamente posible. Teníamos aquí la
ambulancia que lo llevó de inmediato al Churruca en
cuanto se lo pudo rescatar, pero ya había fallecido; creo que
por el monóxido…
Sabés, Antonio, aquí ninguno de nosotros se puede explicar
por qué este chico subió como un loco sin pedir mi
autorización ni escuchar a nadie. El portero del edificio dice
que quiso salvar a una empleada que estaría adentro, en la
última planta…Pero no se encontró ninguna persona, ni
viva ni muerta en todo el edificio. Cuando lo sacamos ni
siquiera tenía puesta la máscara reglamentaria…En fin,
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anotá: la Empresa es Autoadhesivos Argentinos S.A., calle
Sarmiento 1735. Empezame el encabezamiento del Parte
que ya salimos para allá.
ELEGÍA
Aferra tu luz, primavera dichosa, mes del cucú;
al pie de mis rencores, la colina despierta
en verdes capullos indiferentes a la deriva del tiempo.
El tiempo no es ya aquel hidalgo cabalgador y loco;
corre aun pero ya es un sabueso que roe mis talones,
y desde este rencor yo también estrujo exangüe mis ojos
Campo, luz, verdor; naturaleza grávida de diciembre;
yo no veo las golondrinas pasajeras, sigo recluso en mi
torre,
nada resbala como antes en mi piel, han huido los placeres.
Yo so?? como los niños todo un mundo de utopías adheridas
al follaje profuso de ilusiones banales? Cómo se abaten,
Dios mío, cómo se pierden fallidas.
Necia estación del cucú, vanos juegos insensatos del
verano.
No me hagas escuchar tus cuernos cerriles, bosque elegíaco
en aquel sonido que creo ya olvidado.
Tampoco me convoquen las armonías de aquellas cuatro
cuerdas
que resuenan aún en mi recóndito violín asordinado.
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EXILIO
Dijo el Padre Antonio que ella la seguía cuidando desde el
cielo. Lo sabía muy bien pues, cuando iba hasta el río, allí
en el agua veía bien clarito reflejados los ojos de su madre.
También dijo el Padre Antonio que ella por fin estaba
descansando allá arriba junto al Señor, y que sus
hermanitos, ahora colocados entre parientes y vecinos
piadosos, se criarían bien.
Dijo el Padre Antonio que la señora de Buenos Aires iría por
ella a la estación de tren y que viviría en una casa casi tan
linda como la capilla del pueblo.
Dijo el Padre Antonio que la señora le iba a comprar ropas
nuevas, y hasta zapatos, y, tal vez dulces.
No le dijo el Padre Antonio que el verde puro del pueblo se
trocaría por el gris sucio de la gran ciudad, ni que las casas
serían tantas y tan altas que no dejarían ver el cielo ni el
horizonte.
No le dijo el Padre Antonio que no entendería qué querían
decir los grandes carteles con hermosas señoritas
sonrientes o con cosas que ella no conocía y con muchos
colores, muchas letras que no podía leer. El Padre Antonio
tenía razón cuando le decía: “-Lucinda, está bien que
vengas a misa, pero además tenés que aprender a leer-”
Pero, allá en el pueblo ¿para qué necesitaba leer?; ¿qué
había para leer? Total en la capilla no hacía falta porque
toda la historia del Señor estaba pintada bien clarita en las
paredes.
Tampoco le dijo el Padre Antonio que en la estación de la
gran ciudad habría tanta gente, mucho más que la que se
junta en el pueblo para las procesiones, ni que tendrían
esos rostros pálidos y malhumorados.
No, no le dijo el Padre Antonio de ese ruido infernal, ni que
la señora -que la reconoció enseguida- haría que la siguiera
casi sin mirarla.
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Tampoco le dijo el Padre Antonio que allí no más sentiría
tan pronto y tan hondo la necesidad de volver a ver el
pueblo, la casa de adobe, el algarrobo, los ojos mansos de
su madre.
LA FOTO
Tropezó con esa fotografía hurgando en el baúl del altillo de
la casa de la tía Delia, recién fallecida. No lo podía creer; se
le hizo un nudo en el pecho. De un golpe se le cayeron
treinta años de encima, como si volviera a tener los diez de
la foto.
“-¡La pucha! que no me acordaba de esta foto, ni de aquel
día feliz cuando el viejo nos puso delante de su flamante
Gilera. Volví a oír su voz poderosa, segura: -Vamos, Teresa,
subí vos también; no tengás miedo ché, mirálo al pibe.
Afirmate y agarralo bien de la cintura- Volví a ver la sonrisa
pavota del tío Andrés con su cámara Agfa fotografiándonos
a los tres montado en la “máquina” -así la llamaba papá- , y
a mamá muda, con la cara de susto que por desgracia
quedó fijada en la foto; y a mí, serio pero orgulloso,
engominado y de traje -la usanza de entonces- Claro que el
viejo era joven y pintón. Cuando no viajaba a la Capital o a
Mar del Plata por sus negocios, piloteaba la moto entre las
sierras como ninguno. Había que verlo cuando competía con
la barra en el desvío de la ruta. Nadie como él para apretar
el fierrito. Mamá no lo sabía pero siempre me llevaba para
que lo viera correr. Yo soñaba con llegar a ser como él.”
Dio vuelta la fotografía y se topó con su propia escritura
infantil: “Para la querida tía Delia - Mamá, papá y su sobrino
Raulito - Tandil, junio de 1958" La muerte de la tía Delia lo
afectaba casi tanto como la de su padre, algunos años
antes. Se sentía allí como un intruso revolviendo ese
caserón, y más aún ese baúl lleno de papeles ajados y fotos
amarillentas.
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De pronto tropezó con una caja ubicada en el fondo, una de
esas conocidas cajas con incrustaciones de caracoles que se
vendían en Mar del Plata. Adentro apareció un primoroso
álbum de viejas fotos que no conocía: en todas la tía Delia y
su padre, caminando por la Rambla, o abrazados en la
playa, o montados en la moto, o paseando a caballo, Parque
Camet, reconoció. Un grueso paquete de cartas completaba
el hallazgo y lo explicaba: cartas de amor firmadas por su
padre, casi doce años de cartas enviadas todas desde
Buenos Aires. Leyó la primera; no pudo continuar...Desde el
altillo oyó lejano sonar el teléfono; tomó la caja y bajó.
-Hijo, llevo una hora esperándote, la cena está ya fría. Me
hacés acordar a tu pobre papá que tantas veces me dejó
plantada con la comida servida. Vamos, dejá por hoy,
mañana seguís con el inventario de la pobrecita Delia.
-¡Ay, vieja!, el pobre papá y tu hermana, la pobrecita tía, no
sabés...” -Aquí se detuvo, hizo un silencio tenso; luego
agregó: Tenés razón, viejita linda, andá calentando la
comida, enseguida estoy allá.
Retiró de la caja el álbum y las cartas; quemó todo en la
parrilla del fondo y salió.
MADE IN HOLLYWOOD
-Sí mamá, en la calle Florida. Sí, te hablo desde la Franco
Inglesa. Pero sí, ya te dije, con Teresa, Raúl y Fernando...
Dale, ¿qué te cuesta, mamá? Te juro que volveremos
temprano. ¿Cómo querés que me pierda esto? No sabés;
todo el mundo está aquí, festejando como loco; es el día de
la Victoria. Mamá, ¿lo entendés? Prendé la radio. ¡Terminó
la guerra!... Sí, bueno, recorremos un poco y... ¿Oís?, aquí
todos cantan, hay banderitas americanas por todas partes.
¡Es fantástico, mamá!, ¡la paz, la paz!...Bueno, sí, sí,
temprano.
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Libre al fin de la supervisión materna, Alicia sale a la calle.
Florida es un tumulto. No sólo la bullanguería juvenil;
también los mayores se alborotan como chicos.
Confianzudos abrazos con cualquiera, cantos, un mar de
banderitas en rojo y azul, americanas, británicas, también
francesas.
Resuelven entrar al Adlon. No es fácil acceder al primer
piso. La confitería casi repleta, desborda de música y ruido.
La orquesta la emprende como puede con “Barrilito de
cerveza”.. Gleen Miller en lucha encarnizada contra el
bochinche general. Raúl logra -acierto casual- pescar una
buena mesa que acaba de desocuparse, justo cerca de los
músicos.
-Artie Shaw -grita uno.
Gershwin, dale, lucite con el piano, René. -replica otro
-Y después despachate algún tanguito, para matizar. -tercia
alguien desde el fondo.
Aplastante mayoría de silbidos y abucheos. El ambiente es
exclusivamente pro-aliados. Además ¡qué desubicación!,
pedir tangos a la Jazz-Band. Que se vaya a buscar una
“típica” a la calle Corrientes.
Alicia y Teresa se deciden por un “Ice-cream soda” de
frutilla. Los muchachos, submarinos; masitas para todos.
Casi no se oyen entre sí pero ¡cuánta alegría!
-Y pensar -comenta Raúl a los gritos- el papelón de
Argentina declarando la guerra a Alemania un mes antes de
la victoria aliada.
-Eso por la presión de la opinión pública, porque este
gobierno nazófilo -completa Fernando.
Todos comienzan a canturrear -algunos en inglés- “Nigth
and Day” acompañando a la orquesta. Es el turno de Cole
Porter. Alicia, extasiada, menea su cabecita al compás de la
melodía. Con los ojos cerrados es capaz de sentirse Ginger
Roger deslizándose en brazos de Fred Astaire por una
terraza blanca de luna, junto a un jardín; en Hollywood,
claro. Ella jamás podría hacer locuras como aquellas chicas
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subidas a las mesas y zapateando con sus ruidosas
plataformas.
De pronto la orquesta acalla a Porter y arranca con
“Sigamos a la flota”. Sorprendidos por un momento, todos
quedan en silencio. De golpe el local entero empieza a
aplaudir a un grupo de marinos americanos que acaba de
entrar. El maître en persona los acompaña y diligentemente
se les instala una mesa cerca de ellos. Son cuatro fornidos
oficiales, blanco de las miradas, sobre todo femeninas.
¡Uniformes igual que en las películas! Teresa, boquiabierta
sólo atina a mirar a sus compañeros de mesa en busca de
algún comentario, pero ninguno le presta atención. Alicia,
en apariencia impasible, comienza a pasear sus ojos
distraídos por la mesa de los americanos. Ningún
comentario.
Raúl y Fernando siguen con su debate: que si el suicidio de
Hitler, que la reciente muerte de Roosevelt, que si los rusos
ocupando media Alemania, que aún la resistencia de Japón,
que la ofensiva final.
El mozo se acerca y entrega un recado a Alicia. Le dice que
se lo envía uno de los marinos americanos. Ella lo lee: “A
los ojos más lindos de América les pido el favor de una
mirada. Gracias” Va a levantar la vista impetuosamente
pero logra moderar el impulso y hacerlo con
coqueta
lentitud hasta encontrar un par de ojos celestes en una cara
bronceada que le sonríe alzando su copa, sin posturas, con
tanta naturalidad que ella le devuelve la sonrisa. Entonces
él se levanta y se acerca. Alicia lo invita a tomar asiento
junto a ella. ¡Se parece tanto a Errol Flyn en esa película
que vio hace poco! La orquesta ahora empieza con
“Serenata a la luz de la luna”, ¡Bien!, Glenn Miller otra vez.
-Larry, ¿verdad?, hermoso nombre -dice ella
-Alicia, Alice, Alice, ¡beautiful! -responde él.
Se levantan, abandonan la confitería. En la calle toman un
taxi. Ella quiere mostrarle lo más lindo de la ciudad y
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llevarlo a bailar a Olivos. El va mirando más sus ojos que el
entorno de los grandes palacetes que ella va señalando.
Descienden en el puerto de Olivos y comienzan a caminar
junto a la arboleda de mástiles de los yates cautivos en la
rada. Se han tomado de la mano. ¡Es tan alto, tan fuerte de
espaldas! Claro, sí, sí, ya recuerda, como Clark Gable en la
película “Lo que el viento se llevó”. Podría alzarla en sus
brazos con la misma facilidad con que lo hacía el actor con
Scarlet en aquella escena... ¿cuál?, bueno, no importa, no lo
recordaba bien ahora.
Entran al “Fantasio”. La “boîte” del puerto está casi desierta.
Un par de parejas baila lentamente en la penumbra. Piden
obviamente “scoth”. La música es otra vez “Serenata a la
luz de la luna”. Es aquí donde suena como en una película.
Bajo el reflejo tenue de las pequeñas lámparas que
demarcan cada mesa, Alicia y Larry bailan. Ella se deja ceñir
la cintura mientras se abraza a su cuello. ¡Cómo le gustaría
hacerlo descalza y con los ojos cerrado, como Judy Garland
en aquella escena del invernadero, cuando la tormenta
afuera...Pero él le ruega que lo mire a los ojos todo el
tiempo mientras giran, giran, giran.
-Mirá Fernando, no hay vuelta que darle, el héroe
indiscutido es el general Eisenhower -precisa RaulNo te lo niego -agrega Fernando- acepto que cumplió
brillantemente la campaña militar más grande de la historia,
pero... sin el genio político de Churchill...
-¿No tomás tu “Ice-Cream”, Alicia? -interroga Teresa- Mirá,
boba, se te derritió todo el helado.
Alicia echa un vistazo a la mesa de los marinos americanos;
ya se han ido. Se dirige a sus amigos y dice:
-Mañana se estrena una nueva película de Errol Flyn. Yo no
me la pierdo. ¿Vienen?
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JUEGO
Un huidizo relámpago iluminó de pronto las calles más
alejadas. Todo estaba desierto. Tuvo la exacta sensación del
desamparo total, como si se hallara inmerso en el vacío ¿Así
sería la muerte?, la nada...
Se preguntó por qué se ponía a recordar aquel olvidado
episodio infantil cuando, perdido durante una tormenta, se
quedó solo en el granero. Como entonces, la misma
sensación de soledad, el mismo sabor acre en la boca, el
mismo sudor frío que le bajaba desde la nuca.
Repentinamente oyó pasos o voces en las galerías y corrió
esperanzado... Nadie. Atravesó corredores, los que
circundaban aquellos lugares..., sólo oscuridad, hedor
húmedo y un silencio que ya empezaba a inquietarlo. Buscó
una y otra vez. Cada nuevo recorrido acrecentaba su
desasosiego. Por momentos creía percibir aquí o allá pasos,
risas veladas; únicamente los relámpagos le confirmaban
su desamparo. Ya alterado, empezó a desorientarse.
De pronto lo comprendió todo ¿Cómo no lo intuyó antes?
Ahora empezaba a ver el juego siniestro que se le estaba
haciendo protagonizar... ¡como víctima! Esta vez no sería
divertido para él. Se exasperó con su propia torpeza. Los
adivinaba ocultos detrás de las sombras, regodeándose con
su desesperación, aunque la sintió menos angustiante que
ese silencio enloquecedor y ese sudor frío que le volvía
desde la infancia. Casi deseó el desenlace.
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LIBERACIÓN
Buenos Aires, julio 12 de 1995
Sr. Alejandro Ríos
Gerente General
ALBATEX S.A
Adjunto Boleta de Depósito por la suma de un millón
quinientos mil pesos, a nombre de la Cía., sobre el City
Bank, Cuenta No.17034/16, importe que devuelvo a la
Empresa y que sustraje indebidamente en forma paulatina a
lo largo de varios meses.
Con esto dejo aclarada la situación del Contador Iñíguez,
injustamente detenido por este desfalco que yo solo he
cometido. Acompaño un informe completo así como la
documentación probatoria que le permitirá a la Empresa
constatar mi autoría exclusiva en los hurtos sucesivos y
que, como podrán analizar, he cubierto con maniobras
contables que ni el propio síndico pudo desentrañar hasta
ahora.
Sr. Ríos: la deferencia, y yo diría más, la amistosa calidez
que siempre me demostró, es lo que me anima a recurrir a
usted. El juego, vicio irrefrenable que me fue atrapando
desde muy joven, ha sido mi perdición. Primero perdí a mi
querida familia, mi mujer y mis hijos a quienes arruiné.
Agotados todos mis recursos, concebí la idea de apropiarme
de dineros de la empresa que iría restituyendo con las
ganancias del juego. ¡Ah!, Sr. Ríos me es imposible decir
cómo aquella idea me entró en la cabeza, pero una vez
concebida me acosó noche y día. Así fue cómo poco a poco
fui sustrayendo diversas sumas y lo que es peor aún,
realizando manejos contables para que se inculpara a un
inocente.
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Y bien, Sr. Ríos, ¡qué extrañas paradojas nos presenta a
veces el destino!..., la misma mesa de juego que malogró
mi vida acaba de brindarme la redención. En estas últimas
noches el azar me hizo recuperar todo el dinero sustraído;
es el que por fin les devuelvo.
Sepa Sr. Ríos que mi pasión por el juego no conoce límites;
fíjese: terminé apostando mi vida, sí, mi propia vida contra
la recuperación del millón y medio. Estoy absolutamente
seguro que el propio Lucifer aceptó mi reto; por eso gané...
¿Acaso no lo hizo antes con Fausto?... Y bien, ahora me
toca pagar. Voy a quitarme la vida, pero créame Sr. Ríos,
en estos últimos momentos me siento por fin bien, en paz
conmigo mismo y con quienes alguna vez me amaron y me
brindaron su confianza y su amistad. ¿No le parece que ésta
fue mi mejor jugada? Por fin he ganado de veras; he
ganado mi liberación.
Con todo mi agradecimiento,
Luis Anselmi
LLUVIAS
¡Por fin!. El emérito investigador de la Universidad de
Nankin, el físico Laa- Llú -Viá y su colega y amigo, el
renombrado meteorólogo pequinés Plú-Vió-Soh, cuenta con
el anhelado aparato que acaban de recibir de la Californian
Expedition,
el
esperado
"Meteortrail",
sistema
de
observaciones aerográficas de alta complejidad, creado por
el sabio alemán Hans Ganz en 1984 y luego perfeccionado
con el sistema de lasergrafía "Absoluten" según proyecto de
los ingenieros Willy Bobus y Harry Pavos de la Universidad
de Harvard.
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La función específica del aparato es el seguimiento en
pantallas y registro gráfico- numérico del comportamiento
aún poco conocido de las moléculas hidroplasmáticas que se
generan el la alta atmósfera En lenguaje llano: se proponen
descubrir el origen y el mecanismo de la formación de las
lluvias, y por tanto, intentar su posible gobernabilidad..
El estudio impone una complejísima
tarea de cálculo,
simbolización y registro que ambos sabios han confiado al
joven matemático manchú Do -Sy-Trés, su invalorable
ayudante. Un equipo de colaboradores realizará las tareas
complementarias: conexión con satélites, enlace conjunto
con las bases meteorológicas del Ártico y Antártico. ¡Las
pantallas de "Meteortrail"
están ya listas para recibir
señales.
Se inicia la observación: gráficos y datos comienzan a
proyectarse, horizontal, vertical y cenitalmente. El equipo
observa atento las imágenes en el campo referencial:
compuestos hidroquímicos suministran polvo, quizá gases
higroscópicos; tal vez iones, ¿positivos o negativos?… En
lenguaje llano: hay bastante confusión.
- Constatado -dice el director del estudio-, la formación de
las gotas requiere la presencia de estos núcleos, honorable
colega.
- Creo que las mayores se formarían por fusión nuclear de
las pequeñas -responde y agrega- Así parece indicarlo la
relación par que registran los referentes numéricos
controlados por nuestro ayudante. Descubro buena cantidad
de sustancias nitrogenadas en forma de nitratos u
amoníacos en solución… ¡Lo sospechaba, a pesar de mi
humilde ignorancia, Profesor!
- Sí, colega, pero observe también que el fenómeno es muy
desigual en todo el Globo, por cuanto el trazado de las
isohietas… ¡Ah, qué revelación! ¡Qué perspectivas para
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quienes estamos en condiciones de, digamos, conducir
estos fenómenos!
Ambos sabios sonríen enigmáticos. Se abrazan conmovidos.
El momento es de trascendencia universal. Ellos, sólo ellos
están a punto de resolver el problema ancestral: la injusta
distribución pluvial, carencias aquí, excesos allá. Han
dedicado sus vidas a lograr este propósito: regularlo a
voluntad en todo el Mundo. ¿Qué puede significarles esto?
Pues nada más ni nada menos que el dominio absoluto de la
Humanidad; ejercer todo el poder; en síntesis, gobernar
este planeta.
Regodeados, los tres investigadores entrecruzan oscuras
miradas de codicia. Nadie advierte que en el Fax se está
imprimiendo un mensaje; el texto es el siguiente:
Los Angeles, junio 28 de 1996
Profesores
Láa-Llú-Viá y Plú-Vió-Soh
Lamentamos tener que comunicarles que por un
involuntario
error
de
nuestro
Departamento
de
Expediciones, se ha enviado a ustedes un aparato destinado
a otro Laboratorio sito en Buenos Aires, Argentina, para el
control y regulación de la inseminación en vacunos, lanares
y porcinos. Descontamos que advertidos de inmediato de
nuestra confusión, esperaban este contacto.
Aprovechamos para informarles que el MeteortrailAbsoluten" encargado por ustedes, ha sido retirado de
n/stock
recientemente.
Sus
programadores,
las
Universidades de Frankfurt y de Harvard lo consideraron
inoperante.
Reiteramos nuestro pedido de disculpas y les anunciamos el
inmediato retiro del envío.
Californian Expedition International.
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MADRUGADA
Él fue el primero en abrir los ojos. Rodeó la cintura de la
mujer que, al despertarse lo miró sin deseo alguno.
Ella se incorporó; el pretexto: un malestar en la boca. Tal
vez fuera nuevamente ese diente que empezaba a
ennegrecer y estropear la blancura perfecta de su
dentadura.
Entró en la ducha; quería despejar sus pensamientos. No
era odio lo que sentía por él. En realidad le tenía cierta
estima a pesar de reconocer su total carencia de
sentimientos. Era frío, calculador; su conversación, un
derroche de alabanzas llenas de falsedad. Máquina de
seducir que ella
reconocía
irresistible en un primer
momento pero que luego pronto se mostraba vacía de
contenido.
Salió de la bañera. Se envolvió en la bata que halló en el
perchero. El espejo empañado mostró sin embargo sus
cejas muy arqueadas; gesto que evidenciaba su estado de
tensión nerviosa.
Él seguía durmiendo. Entonces se vistió en silencio. Arrojó a
la basura los boletos que había reservado para el viaje
juntos. Al salir, el aire fresco de la madrugada, por fin, la
hizo sentirse bien.
Anuncio en el diario:
Negra, por favor, llamame
R.V. Teléf. 321-5609
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-¡Roñoso, rufián, rastrero, ru…fián, hijo de perra, mal
parido!
Las lágrimas ahogaron las "erres" mordidas y escupidas en
palabras llenas de ira y dolor…
Un año atrás lo había conocido en la barra de aquel bar de
Lavalle y Maipú. Flaco, alto, atildado, con pinta de empleado
bancario de cierto rango
Se miraron largo y ella se le fue a sentar a su lado.
Empezaron con el whisky y la charla. Después el coche; un
club nocturno en la Panamericana; más whisky, baile y… el
amor, despreocupado, circunstancial.
Siguieron otras noches de charlas telefónicas, cita y, por fin,
la propuesta ansiada: "Negra, venite a vivir conmigo. El
bulín sin vos…"
Poco duró el idilio. El se fue borrando. El número 321-5609
empezó a llenarse de llamados, cada vez más frecuentes,
de ciertos amigos del flaco que generosamente querían
consolarla por su ausencia.
Subrayó con color el aviso del diario y sin esperar más se
encaminó a la Comisaría.
MÁSCARAS
Casi medianoche. Atraviesa el hall en completa penumbra.
De pronto sus ojos se detienen ante una luz tenue que se
filtra bajo la puerta cerrada de la biblioteca. También cree
percibir algunos sonidos, como sutiles melodías muy
lejanas, sin embargo perceptibles en medio del silencio que
envuelve la casa. Ahora sus ojos más habituados a la
oscuridad descubren bajo esa puerta, sombras que se
desplazan en el haz de luz.
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Un temblor creciente le recorre el cuerpo, le afloja las
piernas, pero inexplicablemente
empieza a acercarse,
atraída por un impulso dominante: entrar allí. No puede
rehuir la fascinación del misterio.
Ha llegado hasta la puerta; ésta se abre antes de que su
mano
se apoye en el picaporte.
Ahora la luz es
intensísima, la deslumbra, casi la enceguece. Apenas puede
distinguir ese rostro extraño, de mirada rígida que la invita
a entrar. Le recuerda las máscaras venecianas de rasgos
duros pero a la vez finos, con una extraña sonrisa
permanente.
Alrededor
otras
máscaras
también
multicolores, la observan con la misma expresión inmutable,
atrayente y perturbadora al mismo tiempo
No puede huir, no quiere Se deja cercar. Como un
gigantesco calidoscopio las figuras la rodean con sus mil
luces, sus mil colores, sus mil sonrisas. Entonces, en un
mágico estallido, resuena el ritmo de platillos y címbalos.
Flautas y trompetas se unen a los tímpanos, campanillas y
cascabeles, en un arresto sonoro que enajena los sentidos.
Las máscaras comienzan a danzar en un torbellino sin fin
hasta infundirle su hechizo. Como en una pesadilla ella
siente que no puede alejarse ni sustraerse al conjuro y se
lanza a girar, girar transportada
por la seducción del
encantamiento.
Con las primeras luces del día, la bailarina despierta en el
salón de la biblioteca. No puede explicarse por qué ha
amanecido tendida sobre la alfombra. Sólo recuerda haber
entrado allí por la noche para consultar un libro de
coreografías para el ballet "Carnaval de Venecia"
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METAMORFOSIS (1)
-¡Abajate de áhi, mocoso e’porra! Ya vas a ver en cuanto
venda don Ambrosio.
El mocosito de apenas siete años está trepado a la
plataforma del molino, a casi quince metros de altura.
Desde allí mira a la vieja que sacude los brazos
amenazantes.
“Y yo no me voy a bajar. Ella quiere que baje y yo me
quedo aquí porque me quiere pegar y yo estoy aquí solito y
ella no me agarra y don Ambrosio tampoco va a subir
porque se marea y la rodilla no lo deja porque es viejito y
aquí se ve todo y es más lindo con casi todas las nubes que
me gustan tanto porque vuelan. Ella es una bruja. No, no es
una bruja, es una vieja mala, no es bruja, no vuela con la
escoba como está una dibujada en el libro que me regaló el
patrón, con la brujita que sale con la escoba por la
chimenea. A mí me gusta la brujita que sale con la escoba
porque vuela y yo también quiero volar y ella no me deja.
Me gusta que todos vuelen como las calandrias y las
palomas que van tan alto. Pero las gallinas no saben. La
vieja está enojada porque abrí la puerta de la pajarera del
patio y todos los pajaritos ¡ale! se fueron por el aire y
hacían ¡pi, pi! de contentos y cuando ella vino a la tarde con
el alpiste no estaban más y la puerta, abierta. No salió la
Manuelita porque las tortuguitas no vuelan, son zonzas
como las gallinas y la vaca del establo que está quieta
siempre. La Manuelita camina poquito,
también come
lechuga pero duerme mucho. A mí me gustan más los
pajaritos cuando pasan... ¡brrr! volando y las mariposas
también son lindas pero vuelan un poco mal. Yo también
voy a aprender a volar. La vieja es mala; me ha roto todos
mis avioncitos de papel y los de madera. Dice que son
porquerías, basura. Yo los tenía todos en el galpón del José,
atrás de las herramientas y los encontró. No le gusta nada
que vuele; me rompió el barrilete que me había hecho el
José y lloré mucho y se lo conté al José y el puso una cara
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y yo lloré tanto que me dijo que me va a hacer otro más
lindo, con mucha cola, que cuando la vieja se vaya a lo de
la Encarnación, lo vamos a remontar y le vamos a mandar
cartitas por la piola y que los ángeles van a estar contentos
porque a ellos también les gusta los barriletes. Y claro que
yo sé quiénes son; ellos son chicos como yo pero tienen
alas en la espalda y vuelan, van a jugar con las nubes y con
San Pedro y con..., bueno, no me acuerdo; el José me lo
dijo pero no me acuerdo. Y ahora tengo ganas de hacer pis
pero no me voy a bajar y me aguanto. A los ángeles sí que
les voy a prestar mi barrilete y también los aviones; voy a
hacer muchos aviones y ahora que están las golondrinas les
van a jugar carreras pero me parece que las golondrinas les
van a ganar a mis aviones, y bueno...
Es casi de noche. El son ya ha desaparecido pero la luz del
atardecer todavía dora el campo y las aspas del molino. El
niño empieza a bostezar; se acurruca en un rincón de la
plataforma y se queda dormido.
Cuando amanece abre los ojos y en ese momento algo
comienza a suceder. Siente un cosquilleo a ambos lados de
la espalda y se le empiezan a formar en cada omóplato unos
sobrehuesos cada vez más grandes que se le ramifican al
tiempo que se van cubriendo de plumas blancas. El niño
sonríe, despliega las alas y sin asombro ni vacilación alguna
se lanza al aire ensayando un pequeño rodeo. Llega otra
vez la vieja mujer.
-¿Todavía estás áhi, mocoso e’porra. ¡Abajate de una buena
vez! Ya te voy a dar en cuantito te pille...
El niño vuelve a desplegar las alas y salta. Planea por sobre
la cabeza de la vieja; la moja con una copiosa meada y se
remonta hacia las nubes.
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METAMORFOSIS (2)
Cae el sol. Don Rodrigo de Moraes ordena detener la
marcha. Están en pleno territorio de Minas Gerais, a orillas
del río que los indios llaman Paranahyba. Según dicen, más
adelante, formará con otros afluentes las nacientes del que
reverencian y denominan Paraná, padre de todos los ríos.
Pero Don Rodrigo no está allí para exploraciones. No ha
abandonado su cómoda vida cortesana en la remota Lisboa
para descubrir territorios como pretenden los padres
jesuitas que dejó en las Misiones. Su objetivo es bien claro:
procurarse indios para llegar hasta las minas de metales
preciosos. Sabe que está próximo el lugar que le permitirá
por fin hacer realidad su sueño de riquezas. Como otros
aventurados portugueses, también él encontrará depósitos
naturales de oro o diamantes.
Los indígenas descargan sus espaldas de los pesados bultos.
Se sientan formando varios círculos alrededor de fogatas
que han comenzado a encender. Algunos han ido hasta el
río. Pronto regresan con abundante pesca que el
Paranahyba les ha entregado con toda generosidad.
Depositan los peces sobre las primeras brasas.
Don Rodrigo los observa mientras platican. Sabe que son
afectos a los relatos del guía mayor, lo escuchan
reverentes. No comprende sus palabras en guaraní pero
sabe que les cuenta historias
de magia y hechicería
protagonizadas por animales de la selva.
De pronto desde el lado del río irrumpen dos de sus
hombres dando voces. Todos acuden. Entre ambos cargan
una inmensa boa que depositan en el suelo. El lenguaraz
explica a su amo que no hay que temerle, es inofensiva,
salvo cuando aprieta -aclara-. Hasta es capaz de convivir
con los hombres. Ya en el suelo, la serpiente se enrosca
lentamente y eleva su cabeza. Don Rodrigo la contempla
desconcertado. Los ojos dorados de la boa se clavan en los
suyos. Repetidamente desenrosca y vuelve a enrollar su
cuerpo con la cabeza en alto, siempre vuelta hacia él que la
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mira paralizado por la fascinación de sus movimientos
suaves y ondulantes. Por fin aparta la mirada y ordena que
el ofidio sea encerrado en uno de los jaulones que porta la
expedición. A la mañana siguiente decidirá su destino.
Los hombres le han instalado ya su tienda; está extenuado
y necesita dormir; la siguiente jornada será sin duda más
agotadora pues la selva, cada vez más densa, se está
volviendo casi impenetrable. Además habrá que vadear el
gran río. ¡Ah!, pero no hay obstáculos que no esté dispuesto
a sortear. Lo ha jurado: regresará rico o no volverá jamás a
su tierra.
Es medianoche, silencio total, ninguna voz, los hombres
duermen. Sólo el zumbido obstinado y persistente de los
insectos; de tanto en tanto el graznido lejano de algún ave
nocturna. La cercanía del río lo adormece con su murmullo.
Un perfume extraño y envolvente comienza a impregnar la
tienda. La leve luz del candil apenas permite distinguir pero
Don Rodrigo advierte una presencia que poco a poco se va
perfilando en una silueta de mujer de cuerpo erguido como
un junco, piel de cobre, desnuda, advierte, bajo la túnica
traslúcida. Los cabellos lacios, renegridos, apenas retenidos
por una orquídea, su único adorno. Ella se le acerca; sus
ojos clavados en los de él, brillan oblicuos con destellos
verdosos y dorados. Magnetizado por el hechizo, la recibe
en sus brazos. La boca altiva y carnal murmura palabras en
guaraní que él no conoce pero que le saben a música.
Entonces la estrecha y la besa. Se aman sobre el jergón.
Ella lo envuelve, lo ciñe con sus brazos y piernas. Amo y
prisionero a la vez de ese cuerpo exótico, el hombre siente
como si penetrara en la selva verde y dorada, plena de
lianas que se le enredan y lo constriñen con delirante placer
hasta alcanzar, transfigurado, el éxtasis total.
Amanece. Las voces y gritos de los indios lo despiertan.
Sale de la tienda. El lenguaraz muy alterado le explica que
durante la noche la boa destrozó el jaulón y ha escapado.
Don Rodrigo lo mira atónito, sin decir palabra. De un salto
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vuelve a la tienda pero allí no hay nadie; sólo encuentra una
orquídea sobre el jergón.
ENTRE DOS MUNDOS
Perdido se halla el Almirante en medio del desconocido
océano y el mar oscuro de sus cavilaciones, unas veces
esperanzadas, otras dubitativas.
Ayer su corazón repicaba con la incipiente alegría de quien
cree ver por fin el indicio que alienta sus esperanzas, pero
hoy la balanza de su fe o su duda parece inclinarse otra vez
por esta última.
Sin embargo el rumbo está tomado: proa hacia el oeste,
siempre hacia el oeste, sin vacilaciones. Oeste, el oeste es
su destino y lo sabe.
Absorto en estas reflexiones el Almirante camina por la proa
solitaria de la Santa María. Noche serena, casi sin brisa, el
mar sosegado y un cielo mudo y misterioso. Se diría que el
Universo todo se hubiera detenido expectante, respetuoso...
¿Es cuando la Creación va a producir algún episodio
grandioso como éste, el encuentro de dos mundos, lo
eterno, lo trascendente, lo divino, lo escolta desde lo alto?
ODA A LA NARIZ
Eminencia impar
de la cara
entre los ojos,
sobre la boca.
Pirámide triangular,
fija en tu cúspide,
alada en tu base,
a ti te canto, nariz
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Unas veces, naricita
otras tantas narizota;
¿adjetivos?, respingada,
nariguda, narigona.
En Cleopatra, imperial;
en Cirano, desdichada;
en Pinocho, embustera.
Cuando corva y afilada,
aguileña la nominan;
así la ostentan
hebreos y mahometanos
pero en los africanos
su diseño es llano y chato.
Clásica se destaca
en la cuna del Egeo,
perfilada, recta y noble,
como Fidias la esculpiera
en la altivez de Atenea
y Miguel Angel consagrara
en el rostro de David.
Discreta sería su virtud
si sólo se limitara
a ser ornamento facial
ya que su misión esencial
es dedicarse a olfatear,,
"Fosas nasales revestidas
de membranas pituitarias"
Así define la ciencia
a tus ventanitas indiscretas
aberturas inferiores,
conductoras incansables
del aire y los olores.,
repugnantes, deliciosos,
para ellas es igual,
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sólo cumplen su misión;
olfatear y no juzgar
y al cerebro informar
unas veces del hedor
de chiqueros y letrinas
de fetideces cloacales,
o de carnes, por la muerte
corrompidas;
otras son rancias alquimias,
de motores infernales,
o mil tóxicos fatales
derramados por desidia.
Pero otras veces,
ventanitas olisqueras,
olfatean maravillas
de dulzura, de pureza;
el aroma embriagador
de los vinos generosos,
y los perfumes sensuales
que enajenan los sentidos.,
otros sutiles e intensos
que en las noches estivales
regalan jazmines y nardos,
o el olor salino y salvaje
de la brisa marinera,
o la fragante madera
acabada de cortar.
¡Qué decir en el hogar!
¡Cuántos entrañables olores
de la casa añorada!,
la alacena, la cocina,
sus aromas cotidianos
de tostadas en el horno
y de café matinal,
y aquel otro olor invernal
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de la sopa, cuando niños,
rechazada y obligada.
¡Ay!, quién pudiera volver
al fogón de tu marmita
y a esa sopa de infancia
que ya no volvimos a oler.
REGRESO
Comienza a recorrer el lugar, la plaza de su infancia y de su
juventud. La fuente central no es la misma de entonces, con
aquel ornamente de sapitos y pescaditos de bronce que
echaban agua y calmaban su sed cuando la barra terminaba
el partido improvisado, casi siempre con final abrupto por la
llegada del guardián. Hay ahora un simple estanque seco y
sucio que exhibe una corona de picos herrumbrados.
Camina las veredas y senderos; son los mismos mosaicos.
Aunque deteriorados y desteñidos, conservan todavía sus
dibujos geométricos morados y amarillos. “-Bocha, a que no
sos capaz...Si te animás a dibujarlo, te regalo mi yo-yo
laqueado” Y sobre el mosaico a modo de pizarrón, él
trazaba dibujos obscenos con las tizas robadas en la
escuela. El recuerdo le esboza una sonrisa.
La arboleda, los bancos y canteros le parecen los mismos. El
inevitable busto del héroe militar también sigue allí tan
desconocido, estoico y frío como entonces.
Enfrente, hace esquina la iglesia; está igual, pero el colegio
parroquial ha agregado un piso: lo delata su arquitectura
más moderna. En la otra esquina, la comisaría; al lado, la
imprenta de Don José, el puesto de diarios del negro
Fuentes. Algunos nuevos edificios de departamentos
sumergen a las pocas casas bajas que quedan con sus
jardincitos de margaritas y malvones.
La esquina sur, la del bar que registró tantos episodios de
su juventud, luce casi igual. Está, sin embargo más lindo,
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más iluminado, con mesas en la vereda, cortinitas en las
vidrieras. Tiene otro nombre: “Café del regreso”, proclama
el petente luminoso.
El recuerdo vuelve a estremecerlo. El de aquella noche, casi
quince años atrás, cuando en el “Reservado”de ese bar,
ella se negó a acompañarlo en la locura del exilio salvador.
¿Por qué? fue la pregunta sin respuesta que, como una
letanía infinita, se repitió desde entonces, a veces hasta con
la sensación de su propia inculpación. Nunca más supo de
ella. Ahora tampoco tiene valor para intentar averiguarlo.
Anochece. Una vez más recorre la plaza que acaso no
volverá a ver. Ya está en sombras y desierta.
SHOW EN RÍO
La bahía de Guanabara se recorta nítida y voluptuosa entre
el marco azul del mar y el cerco exuberante de la
vegetación. Aunque es julio, el invierno luce primaveral y
como siempre el sol carioca pinta los colores más rutilantes
que ningún otro lugar de la Tierra podría igualar.
Desde la ventana, Roonie Biggs admira una vez más el
colosal escenario. Su mansión domina el mejor panorama
de la ciudad que eligió allá por 1970 atraído por un
ocasional afiche. Río fue desde entonces su refugio
definitivo, su hogar, su familia, su felicidad.
Tiene entre manos algunos diarios cariocas y el infaltable
“Daily Telegraph” de Londres.
Relee las publicaciones
locales e inglesas acerca de los hechos de Glasgow. ¡Qué
fastidio!, lleva casi un mes recibiendo llamados y faxes de la
BBC. Es que se han propuesto organizar una “cumbre de
ladrones” -así lo expresan los diarios- para conmemorar los
treinta años del llamado “robo del siglo” Piensa: “-Un show
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descarado que pretende que yo juegue como entonces el
papel principal de super-star del robo perfecto”
Roonie sonríe, la idea le divierte, casi le agrada... ¡Una
nueva paradoja en su vida! tan inverosímil y absurda como
todo lo sucedido entonces... Vuelve al ventanal; en lo alto el
inmenso Cristo Redentor de los brazos abiertos y
protectores. Por primera vez lo mira con verdadera
atención; siente como si El le devolviera la mirada. Se
aparta bruscamente: empieza a recorrer la casa; le parece
ahora demasiado grande, demasiado silenciosa. Raquel, su
mujer y su hijo Michael están de viaje pero regresarán a la
mañana siguiente. Intentará dormir un poco. Se recuesta;
algo le hace sentirse como molesto, incómodo diría. ¡Bah!,
un buen whisky y alguna película de televisión le devolverán
su habitual buen humor.
El control remoto rastrea; todos los canales, curiosamente
lanzan rayas horizontales luminosas. De pronto logra ubicar
una imagen: un locutor. Roonie no lo conoce pero llama su
atención. Piensa “un macho distinguido, cuarentón, en la
edad justa, lo que las mujeres llamarían un seductor
irresistible” Lo observa atentamente: cabellos negros
brillantes, bigote fino, barba recortada, tez demasiado
blanca, ojos oscuros, incisivos. No le parece brasileño, ni
hispano, menos aún anglosajón. Viste impecable smoking;
voz profunda, habla en perfecto inglés. Roonie advierte que
lo está mirando a él. Es más, tiene la sensación de que la
comunicación es exclusiva entre ambos.
-Buenas noches, señor Biggs; por favor, no debe
inquietarse. Nuestra Organización ha resuelto tomar
contacto directo con usted a través de este medio. Bien, el
robo del tren postal Glasgow-Londres, planificado y
conducido por usted hace treinta años, el “robo perfecto”
según los expertos, el “robo del siglo” según las
exageraciones de la prensa mundial, va a ser conmemorado
por la BBC. Una idea ridícula, a nuestro parecer.
-¡Ah, señor!, eso mismo pienso yo. Sabrá que estoy
bombardeado por el periodismo y los directivos de la BBC.
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Me necesitan como fantoche para recrear la historia con un
show el día de mi próximo cumpleaños, el mes que viene...
¡Bah!,
¡business,
business!
¿No
le
parece
una
desvergüenza? Claro, yo no soy el más indicado...
-Nosotros estamos tan escandalizado como usted, Roonie y
nos proponemos ayudarlo para evitar ese bochornoso acto.
¿Se imagina usted recibiendo al comisario Jack Slippe, el
investigador del caso? Un perfecto inútil, un incapaz como lo
demostró entonces.
-Sin embargo, señor, debemos reconocer que la Scotland
Yard trabajó con suma eficiencia; esto como inglés me
enorgullece. Fíjese que supo localizarme aún cuando una
cirugía estética me había cambiado la cara por completo. ¡Ni
mi madre me habría reconocido!
-Aceptado, pero recuerde cómo se dieron de narices contra
la ley brasileña cuando lo secuestraron y tuvieron que
devolverlo a Brasil. ¡Vaya bochorno!
-Esa fue mi jugada maestra, tener un hijo en el país...
Bien, Roonie, nuestra Organización viene siguiendo su
trayectoria desde el mismo momento del robo. Lo que
ocurre es que su expediente no ha podido ser caratulado
todavía.
¿Cómo
explicarle?...Usted
ha
delinquido
ciertamente pero... a medias, es decir su actuación en el
delito ha sido limpia, no ha derramado una sola gota de
sangre. Sepa que su carpeta está aún en “Pendientes”.
Fíjese, el caso de sus cómplices: están entre rejas o han
reincidido con delitos más graves: así el caso de Wilson,
Wisbey o Hussey cuyos expedientes se derivaron sin
vacilaciones. Pero usted, amigo, ¡vaya contrariedad!, no ha
completado los requisitos para ingresarlo , aunque me temo
que tampoco podría hacerlo allá arriba, en la competencia.
Y, ¿qué ha hecho entretanto en estas tres décadas, Sr.
Biggs?, pues desconcertarnos: vende remeras, promociona
sistemas de seguridad, en fin, lleva una vida tan
intrascendente como los tontos temas musicales que
compone. ¡Después de aquella genial jugada!, créanos,
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estamos muy decepcionados por su decadencia. Claro que
estamos aquí para sacudir su inercia. Ante todo tengo algo
que informarle: está muy cercano el fin de su vida; no
llegará usted a la celebración que se le está preparando.
Esto motiva la necesidad de definir su expediente.
-Pero si apenas voy a cumplir los sesenta y cuatro años: no
es mucho para esta época...Además mi salud es excelente,
sabe.
-Amigo, todo lo terrenal es efímero, perecedero, de
duración limitada: el poder, el dinero, el amor, en fin, la
vida... Ahora mismo puedo hacerle ver un video -desde
luego protagonizado por usted- que lo muestra en sus
últimos días y en su lamentable final horas antes del Show
¿Quiere verlo? Pero primero quisiera que me escuchara: la
Organización tiene una propuesta para usted. La recibirá
por correo, pero puedo anticiparle sus detalles principales.
Se le ofrecerá vivir otros veinticinco años, eso sí, en plena
salud y vigor. Parece que esto, lo del vigor, ha estado flojo
últimamente. En fin, dinero, aventuras amorosas, halagos,
vida brillante. No se le promete juventud, tampoco vejez.
Seguirá siendo hombre maduro bien entero, envidiado por
los hombres y codiciado por las mujeres. En caso de
aceptar deberá optar por alguna de las alternativas
delictivas que le propone la solicitud; con una será
suficiente. Recalco que todas son del más alto nivel, como
lo merece usted por sus antecedentes. Envíenos el
formulario debidamente firmado a la dirección indicada y a
vuelta de correo recibirá su ejemplar del contrato con
algunas especificaciones de suma utilidad. Cualquier opción
que elija tiene total garantía de éxito seguro. Por supuesto,
Sr. Biggs, usted es libre de aceptar o no la propuesta,
aunque descontamos que su inteligencia guiará su decisión
en favor de esta propuesta.
-Pero otra vez dormido con el televisor encendido y ¡cuándo
no!, la botella vacía.¡Arriba, cuba de whisky inglés!
Despierta de una vez. Estamos de vuelta, ya son las ocho,
hombre!..
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Roonie no responde, está muerto. Por el ventanal entra la
luz del nuevo día. Casi no se ve la bahía; una espesa niebla
lo oculta todo; hasta el propio Cristo Redentor.
UN VASO DE TÉ
Un vaso de té: vidrio, agua caliente, la infusión. Apenas
aroma, apenas color.
Infancia lejana del “samovar” niquelado con sus canillitas y
el vaso al pie para recibir el líquido humeante, oscuro o
ambarino. “¿Con limón?, no, con azúcar solamente...¡Ah!,
con leche para los chicos. Y, alrededor de la mesa todos
sorbiendo el encuentro familiar.
Té paquete de la juventud, en el Richmond, a las cinco, con
amigas o algún amor. Té en taza y con masitas y con
orquesta de jazz interpretando Glenn Miller; finales de la
guerra. El té ya no viene de Ceylán, ahora es correntino.
El “Tea for two” de las confidencias, o el té de los
comentarios
indiscretos,
o
el
de
las
reuniones
intrascendentes, o el té de las despedidas..., el té de las
lágrimas. El té turístico con repostería suiza tomado en
alguna hostería del sur.
Té pálido del sanatorio o fuerte para compresas -”lo mejor
para los párpados hinchados” dice la suegra.
Te suave, apacible y delicado, no es bebida para adultos y
maduros. Cederá ante el café, un duro con el que no puede
competir. Se repliega, olvidado. Sabe, sin embargo que
cerca del ocaso, regresará dócilmente, poco a poco, como
un viejo amor recuperado.
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TOMANDO CAFÉ (I)
Ocupo una mesa bien ubicada junto al ventanal de la
confitería, sobre la calle Medrano, casi Corrientes.
A pesar de la incomodidad de mi brazo enyesado -el
izquierdo afortunadamente-, bebo con placer el cortado
que el mozo acaba de traerme. No puedo con mi mano
derecha sola ejecutar la simple maniobra de abrir el
sobrecito del azúcar. El mozo, solícito, lo ha hecho por mí.
Desde mi atalaya sigo con la mirada el desfile humano.
¡Cuánta gente vieja! ¿Dónde están los jóvenes? Deduzco
que a esa hora trabajan.¡Cuántos bastones!, no había
reparado en esto anteriormente. ¡Cuántas deformaciones
físicas! Resuena en mi memoria la sentencia del tango:
"fiera venganza la del tiempo"
En la vereda, justo frente a mi mesa, unos peones -éstos sí
son jóvenes- acaban de levantar una plancha metálica que
deja ver una cinta transportadora por la que se introducen
mercaderías al subsuelo del establecimiento. Los hombres
comienzan a meter bolsas de harina, de cebollas. La cinta
traga ávida y precisa. Las bolsas desaparecen en la
oscuridad del supuesto subsuelo. Tengo que deducir que allí
abajo la cocina elabora los exquisitos platos que se sirven
en el salón donde me encuentro. Otro tango resuena ahora
en mi cabeza: "…hasta el hondo bajo fondo donde el alma
se subleva…"
Empiezo a sentirme incómoda: yo arriba, en el salón
luminoso, colorido, pleno de verdor de plantas hasta la
exageración. Bajo mis pies, en las entrañas, como topos
ciegos, trabaja un grupo humano.
No puedo sustraerme: mi imaginación asocia. Me veo de
pronto sentada en la cubierta soleada de una galera del
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siglo XIII que se desliza radiante por sobre un mar azul,
propulsada desde sus oscuras bodegas
por galeotes
encadenados a sus remos.
Apuro el café. Reparo en un cartel que no había advertido
hasta entonces: "Señor cliente, está habilitada nuestra
terraza jardín. No deje de disfrutarla"
Salgo y apuro el paso.
TOMANDO CAFÉ
(II)
Bebo mi café habitual; hoy en Santa Fe casi Callao.
Como los condenados próximos a recuperar su libertad,
cuento ansiosamente los días -más de treinta todavía- que
me separan de aquél en que mi maltratado brazo izquierdo
se libre de su implacable coraza de yeso.
Hoy enfrento otro universo, diferente y muy particular:
prevalencia de mujeres de mediana edad y "bien
empilchadas". Me viene a la memoria aquel galicismo
"negligé", que se aplicaba en mi juventud para definir la
elegancia natural, privilegio de quienes no tuvieron que
adquirirla, porque la poseyeron desde siempre. Sus códigos
imponen desde luego siluetas espigadas y cabezas rubias
peinadas con estudiada sobriedad.
Ajenas a las urgencias de las motivaciones laborales
transitan, eso, transitan sin apuro. Parece que sólo van…
¿hacia dónde?. Creo que a ninguna parte.
De pronto la veo entrar al local. No puede tener más de
siete años. Es menuda, delgada, oscura -ésta no es rubia,
claro- la mirada es casi adulta.
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El personal, intencionalmente distraído, la deja recorrer las
mesas. Ofrece lo habitual que vende por algunas monedas.
Me apresuro a llamar al mozo; pido un sándwich bien
cargado de jamón y queso. Entretanto la veo hacer su
recorrido; pronto llegará a mi mesa. Enseguida se acerca la
chiquilina; me ofrece un señalador. Yo le presento el
sándwich y le digo que lo he encargado para ella. Lo
envuelvo en la servilleta de papel para que se lo lleve.
Me clava la mirada de su niñez adulta y con un gesto de
rechazo golpea sobre la mesa y grita: "-No quiero comer,
¡ufa! Comprame, dale, que no vendí nada todavía". Insisto
con mi oferta, la criatura se aleja fastidiada.
No atino a reaccionar, me quedo con el paquete en la mano.
Primero siento perplejidad, luego confusión. Tarde empiezo
a comprender: ¡ah!, una vez más nuestra estúpida miopía
burguesa.
Salgo; en mi cabeza, como una acusación, resuenan sus
palabras: "Comprame, dale, que no vendí nada todavía"
TRES PARA TODO
Echados en la playa miraban el río; la cabeza hundida entre
las rodillas, los ojos fijos en el agua apenas ondulante cuya
imagen los distraía. Ninguno se atrevía a decir nada; cada
cual rumiaba su angustia en silencio. Miraban pasar el agua
mudos, atontados, sin comprender del todo cómo se habían
producido los hechos.
--¡Idiota!, tu laburo era “campanear” -chilló de pronto el
mayor de los hermanos- pero a vos se te antojó hacerte el
piola y desarmar la radio de la camioneta en vez de
vigilar...Y ahora ¿qué vamos a hacer? Por tu culpa lo
agarraron al Rengo..., justo cuando todo iba fenómeno y
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casi teníamos desarmada la radio del coche azul. No sé
cómo no te rompo la cara a patadas. Pero decí, boludo: ¿no
sabías que justo la camioneta con la propaganda del
perfume no había que tocarla, que usaba alarma. Pero si te
lo dije.
El hermano menor no contestó, se cubrió la cara con ambas
manos.
-Ahora llorás, marica -continuó el mayor- Vos sabés que el
Rengo no puede correr como nosotros. Esperá que lo sepa
el viejo y nos agarre en medio de una buena curda sin la
mercadería y con el Rengo en cana...
Otra vez quedaron en silencio mirando el río ahora
sonrosado por la luz del atardecer. El paso lento de una
jangada de troncos empujada por una barcaza fumeante,
los distrajo por un rato.
-Negro, decime ¿qué le va a pasar al Rengo?, ¿qué le hace
la cana? -preguntó implorante el chico.
-¡Ja, ja!, ¿pero no lo sabés?...Mirá pibe, primero la cana lo
baña bien, le regala ropa nueva, de la buena; le da de
comer fenómeno y con helados. Después lo manda a un
lindo colegio y, encima, le da plata...¡Bah!, rajá, piojo... Con furia le dio un empujón que volteó al chico-¡Dale, Negro, por favor -insistió- lo llevan al reformatorio
¿no?, como el año pasado con el José. Yo sé que la vieja lo
visitaba y volvía llorando. Y, bueno, lo pasaba peor el José
porque estaba allí solo; solo es jodido.
El hermano contestó con una mueca que se le quedó
impresa en la cara. Le dio la espalda y se puso a tirar
piedras al agua. Ya empezaban a encenderse algunas luces
en la costanera de la orilla opuesta. Las pedradas iban
haciendo añicos los reflejos.
-Negro, no te enojés -continuó- te digo que el Rengo no se
lo va a bancar allí solo. Negro, decí algo...Mirá, yo también
me voy y me junto con él y así, sabés somos dos. Dale,
decime que sí. Seguro que entre los dos vamos a aguantar
mejor.
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-¿Vos?, pero salí, piojo... ¿te la das de guapo otra vez? A
ver, decí, ¿de qué le vas a servir al Rengo vos solo? A ver,
¿cuándo hicimos nosotros algo separados? Te creés que me
voy a quedar aquí solo con el viejo y su curda...
El chiquilín pudo ver que a su hermano se le había borrado
la mueca. Lo miró por fin sin miedo. Vio que se levantaba
de un salto y lo levantaba por los hombros. Juntos
empezaron a caminar hacia la comisaría.
TRISTE PROFESIÓN
Avanzamos tras ella. Se mueve con tanta seguridad como
un gato, mejor dicho como una gata. Cruza la calle sin
detenerse. De pronto, resuelta, se introduce en un coche
que aparentemente la estaba esperando, las luces apagadas
y el motor en marcha.
Corremos a prevenir a los muchachos de la Brigada que
vigilan desde el Ford estacionado a unos veinte metros. Ella
no advierte la maniobra; conversa. Notamos que el hombre
está muy alterado y que la amenaza. Es un individuo de
mediana edad, traza vulgar, sin duda uno de los
“pasadores”de la organización que la utiliza como puente en
el club nocturno donde ella canta.
Consideramos prudente esperar. El Sub-Jefe y sus hombres
están atentos para seguir al vehículo en cuanto inicie la
marcha.
Ella desciende por fin; el auto arranca, también el nuestro.
La mujer se queda un instante clavada en la vereda. La luz
intensa y cenital del farol enciende su cabellera rojiza pero
deja en sombras el rostro y la figura. Aparentemente está
indecisa, como ante una grave determinación que deberá
afrontar. Finalmente avanza. Al pasar junto a nosotros nos
ponemos de cara a la pared para comentar distraídos un
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oportuno afiche que proclama la candidatura del político de
turno. Sin embargo pudimos verle la cara: es hermosa.
La mujer se dirige hacia la avenida de regreso al Club; la
seguimos. Su andar cimbreante y felino exalta el encanto de
su silueta que nos seduce al punto de distraer el celo que
requiere la operación. Tantos años en este duro oficio no
han corregido del todo mi tendencia sensiblera, más bien
creo que la han acentuado. ¿Reblandecido quizá?
Los guiños de neón del Club nos reciben anunciando el
Show: “Dalila, voz y pasión de la canción de amor”. Antes
de entrar nos llega el informe de la brigada: “Afirmativoorganización descubierta-cabecillas detenidos-requisa de
drogas y armas-mujer cantante del club es enlace con
distribuidores”.
Penetramos en el local tras ella. Agentes de civil cubren los
accesos. El piano prologa canciones. Las luces sobre el
escenario focalizan la aparición de la cantante que por fin
entra. Paladeo un coñac en la barra y la observo, la devoro.
Me envuelve su voz cálida y sensual...
¡Triste profesión la mía!
ÚLTIMA FUNCIÓN
El Inspector Rivera relee una vez más en la sección
“Espectáculos” del diario “La voz del Plata”, el siguiente
comentario:
“Raramente nos es dado asistir a una demostración artística
tan original como la que hemos aplaudido anoche en el
Teatro Paradise. Espectáculo, arte y acentuado erotismo
aunque refinado y sutil. Los responsables de esta exquisita
velada, los acróbatas daneses Ethel y Max, vienen
recorriendo con rotundo éxito las grandes capitales
europeas y americanas. En esencia: dos esculturas vivientes
y un trapecio; figuras aladas que convierten en arte lo
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meramente acrobático y donde el desnudo completa la
fascinación. No hace falta nada más: los espectadores se
sienten transportados hasta paraísos mitológicos donde la
música de Debussy -no podía ser otra- junto con un
impactante juego lumínico, completan el clima onírico de
este espectáculo único que recomendamos vivamente.”
Rivera arroja el diario sobre el escritorio; enciende un nuevo
cigarrillo.
-Max, acróbata danés; ¿acróbata danés?...-sonríe y agrega,
poniendo ante los ojos de su ayudante un papel que saca de
una carpeta- El danés, en realidad, no se llama Max, se
llama Máximo Goldberg, nacido hace 28 años en Buenos
Aires, en Villa Crespo, para mayor precisión.
-Un muchacho argentino y judío, como tantos -completa
Galíndez.
-No como tantos -interrumpe el Inspector- Anoche lo he
visto actuar, un físico escultural que envidiaría el propio
Miguel Ángel para su David. Desde luego un gran gimnasta
y deportista. Pero..., este dato sobre su verdadera
identidad..., ¿qué quiere que le diga? me induce a ponerlo
bajo mi lupa.
-Entonces piensa interrogarlo. ¡Ah!, debe ser el que está
esperando ahí afuera. ¿Le parece, jefe, que podría tener
algo que ver con la muerte del cuidador de coches del
Paradise? Por lo que leí en su informe este hombre no vive
en Buenos Aires desde hace unos diez años y ahora ha
venido a actuar por una semana apenas.
El inspector sonríe otra vez. El asistente está acostumbrado
a su estilo pausado, moderado, producto de muchos años
de investigaciones criminales. Sabe que su olfato es casi
infalible. El jefe le responde con su habitual parsimonia:
-¿Me pregunta si lo considero un sospechoso? ¡Amigo
mío!..., poco probable pero posible... Hágalo pasar, ¿eh?
Un joven alto, escultural, cabellera rubia, lacia y rebelde,
toma asiento frente al Inspector Ribera. Rasgos refinados,
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ojos claros, algo oblicuos le añaden cierto aire eslavo y
exótico. Interrogado, contesta:
-Efectivamente soy argentino. Hace casi diez años viaje a
Israel becado para perfeccionarme como gimnasta durante
un año. Bueno, usted sabe, se me fueron presentando
algunas oportunidades en países de Europa, torneos,
exhibiciones, competencias, luego actuaciones en grandes
casinos.
Esto es lo que hago ahora con Ethel, mi partenaire danesa.
-Ayer tuve el gusto de asistir al espectáculo -dice el
inspector y agrega: subido tono erótico pero muy artístico...
A propósito, su familia ¿ya fue a verlo? Tengo entendido
que usted es hijo del rabino Goldberg del templo de la calle
Malabia, a ver... Malabia y Warnes, ¿sí?
No pasa inadvertido para el Inspector Rivera la fuerte
perturbación que produce su pregunta. El joven palidece;
responde con alguna vacilación:
-Bueno, no todavía. Claro, ocurre que ellos son muy
religiosos; sus preceptos ancestrales son tan rígidos, sabe,
mis padres, mis abuelos. Yo los quiero mucho pero sé que
no resistirían ver lo que soy: un artista del desnudo. Me han
soñado como un gran deportista. Creo que lo mejor es que
conserven la imagen del gimnasta que les sigue mandando
postales y fotos turísticas, no explicaciones. Vine a visitarlos
algunas veces pero siempre en forma privada. Ocurre que
mi representante incluyó Bs. Aires sin consultarme. Por
suerte nos vamos mañana.
Ahora su voz recobra firmeza y agrega:
-Inspector, no creo que me haya citado para conversar
sobre mi vida, mis parientes o mi espectáculo.
Rivera convida con cigarrillos a su asistente y al joven.
Ambos rechazan el ofrecimiento. Enciende el suyo y dice
despaciosamente:
-Tiene razón Goldberg, pero ocurre que éste es el
Departamento de Homicidios que yo dirijo. Antenoche, en
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el parking del Paradise, fue encontrado muerto estrangulación informó el forense- uno de los cuidadores de
autos. Se trata de un joven de aproximadamente su edad,
Goldberg. Se domiciliaba en su barrio, mejor dicho en la
calle Malabia, al lado del Templo cuyo rabino es su papá.
Bueno, hemos podido saber que ese chico perteneció a la
barra de muchachos que usted también integró entonces, es
decir que fueron amigos. Se llamaba Manuel Salinas,¿lo
recuerda?. En el barrio le decían “Manu”
Como en un destello, Máximo ve la escena cien veces
repetida: el potrero, el gol, los gritos, los pibes subidos a la
tapia de ladrillos revoleando los delantales de la escuela.
Manuel..., el Manu, zaguero del equipo: el pibe menudito
que tanto lo admiraba, el que de un salto se le subía a los
hombros cuando ganaban.
-Pero, Inspector -prorrumpe con voz alterada- después de
tantos años de ausencia, ¿cómo quiere que recuerde
personas y sobrenombres?
En su cabeza resuena la voz del Manu: “-¿No se acuerda de
mí? Soy Manuel, el Manu como me decían los muchachos. O
yo estoy colifato o usted es Máximo, el hijo del rabino Jaime
y de doña Bertha. Disculpe, se le parece tanto...Yo trabajo
aquí en el estacionamiento. Hoy por fin lo vi allá arriba en el
trapecio.. Los muchachos no me van a creer... ¡La puta!
¡qué artista! Cuando les cuente todo el barrio va a querer
verlo con esa flor de mina que se hamaca desnudita con
usted”
El Inspector Rivera se pone de pie y señala:
-Bueno, Goldberg, no lo demoro más por ahora. Sé que esta
noche tiene su última función pero le anticipo que no podrá
dejar el país hasta ser interrogado por el juez. En cuanto
deje aclarada su situación, le devolveremos su pasaporte.
Galíndez agrega: -Si entretanto recuerda algún dato o
detalle que quisiera aportarnos, estamos aquí para
escucharlo, Sr. Goldberg.
Máximo, visiblemente perturbado tiende su mano a ambos
pero los deja sin respuesta.
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Ultima función en Buenos Aires. Refinada y sutil la música
recomienza su magia. Debussy se desliza en arabescos. La
atmósfera se completa con el juego de luces que empieza a
colorear la escena. Sala llena. En lo alto la pareja alada,
voluptuosa; Ethel y Max se columpian. El público comienza
a cabecear al compás del vaivén del trapecio. Ella clava su
cuerpo y sus ojos en Max. Él, abstraído, sólo mira hacia
abajo donde cientos de otros ojos siguen maravillados el
balanceo cadencioso de los cuerpos. Max escruta las caras;
se concentra en los ojos, cientos de ojos repetidos; son los
ojos de sus abuelos, de sus padres, de los muchachos de la
barra, son los ojos de Manuel que se le clavan espantados.
No puede apartar su mirada de aquel campo de ojos que lo
interrogan, acaso lo llaman. También los ojos acusadores
del Inspector Rivera y de su ayudante se multiplican a sus
pies.
El trapecio sigue acelerando su oscilación en ambas
direcciones... Todo gira en un vértigo infernal. Al alcanzar la
posición más alta de su trayecto, Máximo afloja las manos
de las cuerdas y se deja caer.
VIAJE
Camina el Almirante por la cubierta solitaria de la Santa
María en medio del desconocido océano, mar oscuro de sus
cavilaciones.
Hace ya más de dos meses que en el Puerto de Palos
comenzó la concreción del atrevido proyecto, varias son
también las semanas transcurridas desde que los navíos
dejaron atrás la familiar costa canaria.
Cuando se encierra en sus propias reflexiones cree ver el
indicio que alienta su quimera. Otras veces el corazón se
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le estriñe de temores, acuciado por la mueca torva, el mirar
oblicuo de la chusma marinera que vigila hasta el menor
gesto, aún cuando dormita.
Muchas auroras lo sorprenden sin haberse movido del
puente de mando, la mirada fija en el rumbo obstinado.
¡Proas al oeste!…, siempre hacia el oeste, sin vacilación. El
Oeste es su destino, lo sabe. Está escrito allá arriba, en los
astros que guían su rumbo y nadie ni nada podrá torcerlo.
Siente que el Señor, creador de la redondez que él está
empeñado en probar a los hombres, lo conducirá hasta su
destino, las Indias.
Y las naves continúan su marcha lenta, pertinaz. Zumba el
alisio sobre los velámenes tensos y susurra el chapaleteo
del agua sobre el madero de los cascos.
Centenares de ojos escrutan el horizonte, día tras día, hora
tras hora; nada los intercepta.
De tanto en tanto un falso indicio renueva las esperanzas,
pero otra vez se ha equivocado, aquello no es tierra, ¿Una
nube? Sí, sólo un velo húmedo que aparece en la penumbra
del ocaso. El engaño es efímero. La tripulación también ha
creído por un momento en la falaz aparición pero
desesperanzada endurece aún más la mueca hostil.
¿Es, por fin, tierra?…Pero el engaño es efímero; sólo un
velo húmedo que aparece en la penumbra del ocaso.
También la tripulación había creído por un momento en la
engañosa aparición. Desesperanzada, endurece aún más la
mueca hostil. Ya se les ha incrustado un único pensamiento:
regresar. Abandonaron el sueño del retorno con la carga de
pimienta, clavo, canela, azafrán, jengibre. Se lo han
juramentado: exigir el regreso sin especiería, pero con vida.
Sólo están dispuestos a conceder al Almirante y a su locura
un par de días. Octubre se ha adentrado: demasiadas
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jornadas con el cielo por techo y el mar por lecho… ¿Por qué
continuar este derrotero sin sentido? El horizonte es
escudriñado hasta la exasperación. De tanto en tanto éste o
aquél ve flotar algo ¿real?, ¿ilusorio?... ¿un leño?, ¿ramas?,
¿plumas tal vez?, ¡quién sabe!
11 de octubre. Los rostros amanecen reanimados,
distendidos. Es que toda la noche han oído pasar pájaros.
Hay quien dice haber visto una lucecita, proveniente quizá
de una nave o canoa cercana ¡loado sea el Altísimo!, de
alguna hoguera en la orilla próxima. Si hasta el propio
Almirante creyó recoger el acento de voces nunca antes
oídas. O es que su ansiedad le hace imaginar el extraño
son de lenguas exóticas que habrá de conocer en cuanto
toque las tierras del Gran Khan o del Reino de Cipango. Es
tan sólo otro desvarío nacido de la extenuante vigilia.
Recupera la calma. Lo cierto es el silencio absoluto de esa
noche serena, casi sin brisa: el mar sosegado como un
estanque mece apenas las naves. El cielo se prodiga en
miles de estrellas. Una singular sensación de armonía
invade al Almirante. Siente como si todo el Cosmos se
hubiera detenido en esa aurora del 12 de octubre, como si
estuviera a punto de producirse algún episodio de
trascendencia universal, del que él se sabe apenas su
instrumento.
De pronto un clamor quiebra el encantamiento: desde el
tonel de La Pinta la voz del vigía lanza el grito anhelado…
-¡Profesor, profesor!, ¡eh, profesor!, ¿estaba usted
durmiendo? Perdón pero tengo que despertarlo.
- Creo más bien que… estaba viajando.
- Es que ya estamos por cerrar, sabe…
El profesor se incorpora; relee el nombre del cuadro ante el
que está sentado: "Desembarco de Cristóbal Colón en
América, Pedro Gabrini, 18..."
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Abandona la "Sala del Descubrimiento" y sale del Museo.
Cruza el Parque Lezama y, algo turbado aún, toma por la
Avenida Paseo Colón.
VIGILIA
Puntual el rojo del alba empieza a escurrirse por las
persianas. Poco a poco se va desperdigando en la
habitación.
No ha dormido como tantas otras noches. De nuevo la
intrusa se le ha metido en el cuarto; le apagó la lámpara
pero le frustró el sueño con su séquito de espectros. Los
que son, los que fueron y los que pudieran ser lo
invadieron, lo angustiaron, se burlaron del pobre insomne.
Por fin el amanecer viene a desalojarla con todas sus
máscaras sombrías.
La llegada del día le promete el sueño anhelado pero sólo le
ofrenda una niebla narcotizante de pesado sopor. Entonces
se entrega manso, abatido; se deja hundir muellemente, en
blanco y se desliza y se abisma otra vez hacia donde no
hay tiempos, ni rostros, ni senderos, ni arribos; como en la
niebla, como en la nada.
VUELCO EN LA RUTA 3
-Ya se lo dije, Oficial; ni el Cholo ni yo estábamos
borrachos, menos drogados. ¡Dios nos libre!... ¿Se imagina
manejar de noche en la “3" un camión de 30 toneladas,
cargado con cemento y mamado? Pero, ni un vasito, sabe.
Si casi ni comemos en las paradas para que no nos agarre
la modorra de la digestión. Yo no sé qué, pero algo le venía
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pasando al Cholo... ¡Confundirse así!. Vea, estoy bastante
aturdido todavía pero lo que me acuerdo ahora es que
cuando apareció el linyera, el Cholo se puso a gritar: “Flaco,
flaco, mirá allá adelante, es ella, la Rosa. Fijate me está
haciendo señas... ¿Por qué se paró en la ruta y no en la
banquina? Demasiado cerca para frenar;
tenés que
esquivarla… Flaco, girá, girá...” -y siguió gritando: “No te
movás, quedate quieta Rosita. ¡la pucha!, viniste a
esperarme, papusa, mi papusa”
Yo también gritaba, le gritaba que ése era un linyera que
cruzaba, que sólo tenía que bajar un poco la velocidad
porque el tipo ya casi había pasado, pero, sabe, ni me
escuchaba. Me agarró el volante, me lo arrancó de las
manos y... , no recuerdo más nada... Qué sé yo, lo que
pasa es que lo de la Rosa es otra historia, Oficial, o a lo
mejor, ahora me está pareciendo que viene a ser la misma.
Vea, la Rosita era la compañera del Cholo; hembra de
primera. Casi tres años vivieron juntos. El la conoció en la
ruta, sabe, quiero decir que ella hacía levante en el cruce
con la “76". El Cholo se entreveró tanto con la mina que a
los tres meses de alzarla en la pasada de los viernes, por fin
se la llevó a su casa. Le resultó una gran compañera. El
Cholo vivía contento, se le notaba, tenía otra cara, estaba
más gordito, mejor empilchado, como más joven. ¡Quiere
creerlo que en los viajes se lo pasaba hablando de ella!, vio,
como un marido cuando anda bien con su mujer.
Parece mentira pero hace algunos meses la Rosa se le
enfermó; no sé bien, algo que le pasa a veces a las
mujeres; el Cholo me dijo fibroma. La tuvieron que operar
pero parece que le encontraron algo mucho más grave.
¡Carajo!, la pobrecita tenía cáncer. Y, él se quedó solo otra
vez. No parecía tan triste pero ¿qué quiere que le diga?, a
mi me daba mala espina porque estaba raro, callado.
Desde la muerte de la Rosa casi no tocaba el volante; decía
que manejar lo cansaba mucho, que le dolía la cabeza. Ya ni
prestaba atención a la radio, ni siquiera a las transmisiones
de los partidos, ni a la “FM Tango”su programa favorito.
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Clavaba los ojos en la ruta todo el tiempo; parecía que
viajaba pero no a Olavarría ni a Buenos Aires. ¡Vaya a saber
dónde estaba el pobre!
Oficial, me parece que mejor se lo cuento todo completo,
sabe, porque así va a entender bien lo que pasó. Desde que
se le fue la Rosita al cielo, el Cholo iba como buscándola por
la ruta. Si le digo que en el viaje de la semana pasada se le
antojó parar justo en el cruce donde la había conocido y allí
no más, hizo subir a una que ¡nada que ver!, una facha de
puta reventada..., y él se lo pasó diciéndole: “Rosa, por fin
volviste”. Al principio yo creía que la estaba cargando. La
tipa se reía a lo loco y le contestaba: “claro que soy Rosa y
vos sos Sandro. Dale Sandro cantame Rosa, Rosa, tan
maravillosa, como blanca diosa”. Después a él se le ocurrió
hacer noche en el Parador, ¿lo conoce?, en el cruce de la “3"
con la “25". Casi nos peleamos; le dije que teníamos que
entrar a Buenos Aires a las 5 de la mañana como marcaba
la Hoja de Ruta de la Empresa, que íbamos a tener lío. Ni
me escuchó. Tuve que perder la noche allí y dormir en el
camión mientras los dos se fueron al Hotel del Parador. A la
mañana desayunamos; ella se quiso quedar. Cuando
arrancamos para Buenos Aires ¿sabe qué empezó a
decirme? Me dio tanta bronca verlo así de colifato; dijo:
“¡Qué bichos raros son las mujeres, Flaco. Fijate, la Rosita
está queriendo quedarse de nuevo en la ruta. Me dijo que
aquí la voy a encontrar cada vez que pase.
Y, bueno, parece que esta noche la volvió a encontrar y
para siempre... ¡Bah!, no me haga hablar más, Oficial; ¿Por
qué no me deja un poco solo? No quiero ponerme a llorar
delante de usted.
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