TALLER (Segunda Época). Revista de Sociedad, Cultura y Política en América Latina Vol. 4, N° 6 (2015) ISSN: 0328-7726 EL NUEVO TEXTO DE LA REVOLUCIÓN RAFAEL ROJAS Recibido: 27-10-2015|Aceptado: 19-11-2015 Resumen: Este artículo examina cómo los nuevos historiadores, dentro y fuera de Cuba, han naturalizado definitivamente el proceso de edificación del Estado socialista dentro de la historia de la Revolución. Durante décadas, el relato oficial intentó circunscribir esa historia al periodo épico de la insurrección contra la dictadura de Fulgencio Batista y a las grandes empresas colectivas de principios de los años 60, que establecieron la soberanía, la igualdad y la justicia social como premisas básicas del consenso. La nueva historiografía insiste, sin embargo, en que la historia de la Revolución no es, únicamente, la destrucción del antiguo régimen sino la construcción de un nuevo orden social y político y, por tanto, de un nuevo poder. Esa mayor visibilidad de la nueva hegemonía edificada por la Revolución permite, a su vez, incorporar a la narrativa y la interpretación del proceso su pluralidad constitutiva y, también, su saldo de integración y exclusión frente a la ciudadanía. Palabras claves: Revolución, Historiografía, Período épico, Ciudadanía Resumo: Este artigo examina como os novos historiadores, dentro e fora de Cuba, naturalizaram definitivamente o proceso de edificação do Estado socialista dentro da história da Revolução. Durante décadas, o relato oficial tentou inscrever essa história ao período épico da insurreição contra a ditadura de Fulgêncio Batista e as grandes empresas coletivas em principios dos anos 60, que estabeleceram a soberania, a igualdade e a justiça social como premissas básicas do consenso. A nova historiografía insiste, entretanto, que a história da Revolução não é, únicamente, a da destruição do antigo regime, mas a construção de uma nova ordem social e política, e, portanto, de um novo poder. Essa maior visibilidade da nova hegemonía edificada pela Revolução permite, por sua vez, incorporar a narrativa e a interpretação do proceso sua pluralidade contitutiva e, também, seu saldo de integração e exclusão frente à cidadania. Palavras chave: Revolução, Historiografia, Período épico, Cidadania. Abstract: This article examines how the new historians, inside and outside of Cuba, have definitely naturalized the process of building the socialist state, in the history of the Este texto aparece en el libro de Michael Bustamante y Jennifer Lambe New Histories of the Cuban Revolution, Duke University, Durham, 2015. Doctor en Historia, El Colegio de México. Profesor investigador Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). E-mail: rafael.rojas@cide.edu [11] TALLER (Segunda Época). Revista de Sociedad, Cultura y Política en América Latina Vol. 4, N° 6 (2015) ISSN: 0328-7726 Revolution. For decades, the official history tried to circumscribe that history to the epic period of the uprising against the Fulgencio Batista´s dictatorship and to the large collective enterprises in the early 60s, that established the sovereignty, equality and social justice, as the basic premises for consensus. The new historiography insists, however, that the History of the Revolution is not only the destruction of the old regime but the construction of a new social and political order and, moreover, of a new power. This greater visibility of the new hegemony, built by the Revolution, allows, in turn, to give to the narrative and interpretation of the process, its constitutive plurality and also a balance of integration and exclusion against citizens. Key words: Revolution, Historiography, Epic Period, Citizenship CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO: Rojas, Rafael (2015) “El nuevo texto de la Revolución”. TALLER (Segunda Época). Revista de Sociedad, Cultura y Política en América Latina, Vol. 4, N° 6, pp. 11-20. Historiar la revolución en Francia o Estados Unidos, Rusia o México, China o Nicaragua ha sido siempre, como afirmaba el gran historiador francés Francois Furet, pensarla como proceso que funda una contemporaneidad.1 Pocos fenómenos sociales tienen tal capacidad para demandar del historiador el rol del pensamiento o de la filosofía. Por ser la revolución un concepto de origen astronómico, que tiene que ver con la aceleración del movimiento en el espacio y el tiempo o con el dinamismo de un cambio de régimen, que no deja fuera de su impacto ninguna esfera de la vida social, su narración y su interpretación deben proceder como si la revolución fuera, a la vez, una abstracción y una realidad. Es en las revoluciones cuando más claramente se mezclan sueño y terror o, en palabras de Reinhart Koselleck, “espacio de experiencia” y “horizonte de expectativas”.2 Desde la historiografía romántica de mediados del siglo XIX las revoluciones han sido estudiadas como pasados presentes. Fueran filósofos o historiadores realistas y liberales, como Jules Michelet o Alexis Tocqueville, o críticos del realismo y el liberalismo, como Karl Marx y Friedrich Nietzsche, la revolución, según el pensamiento del siglo XIX, encerraba la paradoja de un fenómeno efímero y, a la vez, imperecedero.3 La ironía de la persistencia del antiguo régimen, en Tocqueville, o la idea de la repetición de historia, primero como tragedia y luego como farsa, en Hegel o en Marx, eran dos formas parecidas de comprensión del evento revolucionario como pasado y presente o como tiempo muerto y 1 Francois Furet Interpreting the French Revolution, Cambridge University Press, Cambridge, 1981, p. 3. Reinhart Koselleck Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Paidós, Barcelona, 1993, pp. 333-358. 3 Sobre la historiografía moderna de la revolución, ver Hayden White Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1992, pp. 135-160, 212-222 y 283-311. Ver también Ferenc Fehér La revolución congelada. Ensayo sobre el jacobinismo, Siglo XXI, Madrid, 1989, pp. 1-39. 2 [12] TALLER (Segunda Época). Revista de Sociedad, Cultura y Política en América Latina Vol. 4, N° 6 (2015) ISSN: 0328-7726 vivo. La sobrevida de ese tiempo, después de consumadas la destrucción del antiguo régimen y la construcción del nuevo, no tenía que ver, únicamente, con los mecanismos culturales de la memoria sino con el funcionamiento de instituciones y la reproducción de valores, discursos y prácticas originarios de la Revolución. Entre todas las revoluciones modernas, tal vez sea la cubana la que de manera más sostenida ha propuesto una sinonimia entre el concepto de Revolución y otros, de distinta índole, como patria, nación o socialismo. Esa sinonimia ha provocado una identificación entre los tiempos y realidades de la Revolución y los tiempos y realidades del Estado, el Partido Comunista y el propio gobierno. El hecho de que la máxima jefatura del Estado socialista haya permanecido en manos de dos de los principales líderes de la insurrección armada contra la dictadura de Fulgencio Batista y que el conflicto con Estados Unidos se haya prolongado por más de medio siglo, ha reforzado esa reproducción de contenidos semánticos y esa intensa socialización de palabras y símbolos, que no se observa, al menos en el siglo XX, en casos de otras revoluciones, como la bolchevique y la mexicana, donde el término comienza a perder arraigo dos o tres décadas después de su triunfo. La más reciente historiografía académica ha debido enfrentarse a esa construcción simbólica por medio de periodizaciones más o menos precisas del proceso cubano a partir de los años 50. El historiador Oscar Zanetti, por ejemplo, en su Historia mínima de Cuba (2013), propone que aquella década sea comprendida desde el choque entre la dictadura y la insurrección, mientras reserva el concepto de “Revolución”, a las grandes transformaciones económicas, sociales y políticas que tuvieron lugar a partir de 1959, cuando los revolucionarios llegan al poder.4 Zanetti propone, además, los términos “experiencia socialista” e “institucionalización” para el periodo que arranca a fines de los 60 y principios de los 70, dando por concluido el marco temporal de la Revolución. Otra periodización posible, entre varias, sería la de concentrar el tiempo de la Revolución, entre los años 50 y los 70, dos décadas en las que se destruye el antiguo régimen republicano y se construye el nuevo, socialista.5 ¿Una, dos o varias revoluciones? El debate historiográfico sobre la Revolución Cubana ha contenido las mismas pautas del pensamiento moderno sobre las revoluciones, desde el siglo XIX. Durante las tres primeras décadas del periodo revolucionario, en los años 60, 70 y 80, a la vez que se institucionalizaba el nuevo orden social, la historiografía, dentro y fuera de la isla, funcionaba como una caja de resonancia de la confrontación ideológica y política generada por el tránsito al socialismo. Los documentos oficiales del gobierno de la isla y la historiografía más autorizada acuñaron un relato simple y maniqueo, que se produjo en los medios de comunicación y en los textos de enseñanza básica y superior de la historia 4 5 Oscar Zanetti Historia mínima de Cuba, El Colegio de México, México D.F., 2013, pp. 255-268. Rafael Rojas Historia mínima de la Revolución Cubana, El Colegio de México, México D.F., 2015, pp. 9-17. [13] TALLER (Segunda Época). Revista de Sociedad, Cultura y Política en América Latina Vol. 4, N° 6 (2015) ISSN: 0328-7726 nacional. La propaganda del exilio y buena parte de la historiografía anticomunista occidental articularon, por su parte, un contra-relato, igual de simple y maniqueo, que se enfrentó a la historia oficial de la isla. Ambos relatos resultaron de consensos internos dentro de los grupos políticos enfrentados en la Guerra Fría. Desde los años posteriores al triunfo de la Revolución, en enero de 1959, aparecieron, dentro del gobierno revolucionario y dentro del campo intelectual y académico de la isla, distintas interpretaciones históricas y teóricas de la Revolución y su tránsito al socialismo. Líderes marxistas como Carlos Rafael Rodríguez y Ernesto Che Guevara, a pesar de sus profundas diferencias sobre política económica y el campo socialista de Europa del Este, coincidían en que la Revolución Cubana, durante el periodo insurreccional contra la dictadura de Fulgencio Batista, había gravitado, desde su pluralidad de movimientos y corrientes políticas, hacia una ideología nacionalista revolucionaria, no marxista-leninista o comunista. La idea de una “transición al socialismo”, durante 1960, manejada por ambos, implicaba una distinción entre dos fases de una misma revolución o entre dos revoluciones, la que triunfó en enero de 1959 y la que triunfó en abril de 1961, cuando se declara el carácter “socialista”.6 Rodríguez acuñaría dichas fases como una primera “democrático-burguesa y antimperialista” y una segunda “socialista”, cuyo punto de inflexión se ubicaba en las nacionalizaciones posteriores al verano de 1960.7 Esta interpretación, que llegaría a naturalizarse, incluso, dentro de la Academia de Ciencias de la URSS, fue sostenida por defensores y adversarios de la Revolución Cubana entre los años 60 y 70. Los primeros, para celebrar la radicalización del proceso revolucionario, en medio de la confrontación con Estados Unidos; los segundos, para denunciar la “traición” a los valores liberales y democráticos de la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista y el expansionismo soviético en América Latina y el Caribe. Marxistas críticos o heterodoxos como J. P. Morray, Adolfo Gilly o Marcos Winocur también suscribieron la tesis de las dos revoluciones, aunque tomando distancia de la incorporación de elementos del modelo soviético por parte de la dirigencia revolucionaria.8 Entre 1968 y 1975 aparecieron algunas reacciones a la narrativa de las dos fases de la Revolución y, por tanto, de la transición socialista, en el campo intelectual y las altas esferas ideológicas de la isla. Esas reacciones se perfilaron en dos estrategias discursivas diferentes, por momentos, contradictorias o complementarias. De un lado, el discurso de Fidel Castro, Porque en Cuba solo ha habido una Revolución (1968), con motivo del centenario del estallido de la primera guerra de independencia de la isla, el 10 de octubre de 1868, cuya tesis central –que la forma socialista de Estado, adoptada por la Revolución 6 Ernesto Che Guevara Algunas reflexiones sobre la transición socialista, en Apuntes críticos a la economía política, Ocean Sur, La Habana, 2006, pp. 9-20; Carlos Rafael Rodríguez, Cuba en el tránsito al socialismo (1959-1963), en Letra con filo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1983, t. II, pp. 386-407. 7 Carlos Rafael Rodríguez, op. cit., pp. 387-389. 8 Marcos Winocur Las clases olvidadas en la Revolución Cubana, Crítica, 1979, Barcelona, pp. 139-170 [14] TALLER (Segunda Época). Revista de Sociedad, Cultura y Política en América Latina Vol. 4, N° 6 (2015) ISSN: 0328-7726 Cubana no fue tanto resultado de un giro ideológico hacia el marxismo-leninismo como una consecuencia natural del nacionalismo revolucionario inaugurado por los líderes separatistas y antiesclavistas del siglo XIX: Carlos Manuel de Céspedes y José Martí, Ignacio Agramonte y Antonio Maceo- establece claras sintonías con la obra de historiadores como Jorge Ibarra.9 Del otro, la alocución del propio Castro, por el 20 aniversario del asalto al cuartel Moncada, que rearticuló la idea, ya manejada por Osvaldo Dorticós y otros dirigentes desde el verano de 1961, de que los líderes de la Revolución eran marxista-leninistas desde 1953, por lo que la llamada radicalización comunista, en 1960, no había tenido lugar.10 Si la idea de una revolución unívoca y metahistórica, entre 1868 y 1968, dialogaba con la obra de historiadores nacionalistas, con simpatías por el marxismo heterodoxo, como Jorge Ibarra, la de una dirigencia marxista-leninista desde 1953, que oculta su estrategia comunista para esquivar el macarthysno de la opinión pública cubana y alcanzar el poder, encontraría ecos en historiadores profesionales como Julio Le Riverend. En su obra La república: dependencia y revolución (1966), Le Riverend había narrado los 57 años de experiencia postcolonial en Cuba, entre 1902 y 1959, como un prolongado lapso de dependencia y subdesarrollo, que justificaría el triunfo de la Revolución y su posterior ordenamiento socialista. En las páginas finales de ese libro, dedicadas al proceso revolucionario, Le Riverend se cuidaba de no definir como “socialista” la ideología del Movimiento 26 de Julio.11 Sin embargo, en un ensayo escrito en 1975, tras el Primer Congreso del Partido Comunista, el historiador daba crédito a la tesis del marxismoleninismo originario de los líderes revolucionarios, manejada por Osvaldo Dorticós y Fidel Castro, que se vio oficializada en el “Análisis histórico de la Revolución”, que formó parte del Informe al Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, en 1975, e, incluso, en el “Preámbulo” a la Constitución socialista de 1976.12 En aquel ensayo, Le Riverend polemizaba con los historiadores liberales o marxistas, que suscribían la idea de que la ideología originaria de Fidel Castro y el Movimiento 26 de Julio no era marxista y, de paso, con los opositores y exiliados que esgrimían el tópico de la “revolución traicionada” por el giro al comunismo: Todo ello quedó formulado de conjunto en el alegato de Fidel, donde aparecen conceptos fundamentales, como prerrequisitos, en medio de la lucha armada, de las concepciones socialista que se desarrollan a partir de 1956. En La historia me 9 Fidel Castro Porque en Cuba solo ha habido una Revolución, Departamento de Orientación Revolucionaria, La Habana, 1975, pp. 9-37; Jorge Ibarra, Ideología mambisa La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1972, pp. 21-58 y 73-101; Jorge Ibarra Nación y cultura nacional, Editorial de Letras Cubanas, La Habana, 1981, pp. 732. 10 Fidel Castro Porque en Cuba solo ha habido una Revolución, Departamento de Orientación Revolucionaria, La Habana, 1975, pp. 129-138. 11 Julio Le Riverend La república: dependencia y revolución, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973, pp. 358-373. 12 Fidel Castro La unión nos dio la fuerza, Departamento de Orientación Revolucionaria, La Habana, 1976, pp. 40-45. [15] TALLER (Segunda Época). Revista de Sociedad, Cultura y Política en América Latina Vol. 4, N° 6 (2015) ISSN: 0328-7726 absolverá hay referencias específicas a los “becerros de oro”, a los “magnates” que pretenden resolver los problemas de la nación cuando en verdad sólo se ocupan de sus ganancias… Para no ir más allá en este que es forzosamente un somero análisis, la justicia queda definida como justicia de clase, porque los tribunales nunca han condenado a un rico delincuente. Comentaristas ligeros o “expertos” de mala fe no han visto que los contenidos reales de las palabras de ese documento coinciden con los que dan a su propio vocabulario los grandes creadores del socialismo científico, Marx, Engels, Lenin.13 Es difícil no leer los párrafos finales del ensayo “Cuba en el tránsito al socialismo (19591963)”, escrito en 1979 por el entonces Vicepresidente del Consejo de Estado y miembro del nuevo Buró Político, Carlos Rafael Rodríguez, como una crítica de ambas tesis oficiales, la de los “cien años de lucha” y la de la ideología marxista-leninista de los moncadistas y dirigentes del Movimiento 26 de Julio a mediados de los años 50. Rodríguez era enfático en su defensa de una radicalización de la ideología de la Revolución en el poder, entre el verano y el otoño de 1960, como consecuencia de la confrontación entre el gobierno revolucionario, la oposición interna y Estados Unidos. Luego de describir el giro que introdujeron las nacionalizaciones de 1960 en la política económica del gobierno revolucionario, concluía Rodríguez: Por ello, aunque la declaración formal de Cuba como país socialista no surgió en las palabras de su dirigente máximo, Fidel Castro, hasta el dramático momento, 16 de abril de 1961, en que llamó a los trabajadores congregados para rendir el último homenaje a las víctimas de los bombardeos imperialistas del día anterior, a defender aquella revolución bajo el grito de “Viva nuestra Revolución socialista!”, los caracteres socialistas del proceso revolucionario aparecían ya nítidamente a partir del 13 de octubre de 1960. A nuestro juicio, no hay otro modo de enfocar el nacimiento de la Revolución socialista en Cuba.14 Todavía en los años 80, este debate sobre la identidad ideológica de la Revolución Cubana, a pesar de su carácter soterrado dentro de la esfera pública y el campo intelectual de la isla o de la afectada polarización a que lo sometía el conflicto con Estados Unidos y el exilio de Miami, determinaba buena parte de la producción historiográfica sobre el periodo posterior a 1959. Tras la secuencia de eventos que van de la caída del Muro de Berlín en 1989, la desintegración de la URSS en 1991, el IV Congreso del Partido Comunista de Cuba en octubre de ese mismo año y la nueva Constitución socialista del año siguiente, la historiografía sobre la Revolución entró en una fase de revisionismo y 13 Julio Le Riverend “Cuba: del semicolonialismo al socialismo (1933-1975)”, en Pablo González Casanova América Latina: historia de medio siglo. Centroamérica, México y el Caribe, Siglo XXI, México D.F.,1981, t. II, p. 55. En su Breve historia de Cuba (1978), Le Riverend reiteró, aunque con mayor cuidado, esta idea de un socialismo moncadista: Julio Le Riverend, Breve historia de Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1995, p. 102. 14 Carlos Rafael Rodríguez Letra con filo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1983, t. II, p. 389. [16] TALLER (Segunda Época). Revista de Sociedad, Cultura y Política en América Latina Vol. 4, N° 6 (2015) ISSN: 0328-7726 crítica que se ha acelerado en los últimos años y que ha puesto en cuestión tópicos centrales construidos por los relatos en pugna de la Guerra Fría. En libros de aquella década, como The Cuban Revolution. Origins, Course, and Legacy (1993), de Marifeli Pérez-Stable, se hizo visible el cuestionamiento del principio de permanencia o eternidad del proceso revolucionario, como una mistificación ideológica que, en el fondo, identificaba la Revolución con sus máximos líderes, con la nación misma o con el conflicto entre el gobierno cubano y Estados Unidos, el exilio o la oposición interna. Además de una delimitación temporal del fenómeno revolucionario, entre los años 50 y 70, Pérez Stable proponía una reconstrucción de la diversidad de los actores sociales y políticos involucrados en la destrucción del antiguo régimen y la construcción del nuevo.15 Los hitos del relato oficial –el Moncada, la Sierra, el Granma-, estaban ahí, pero acompañados de otros, producidos por otras corrientes revolucionarias, y sin ocultar los proyectos reformistas o de oposición cívica y pacífica que tuvieron lugar en los años 50 e, incluso, principios de los 60.16 Desde el punto de vista ideológico, el libro de Pérez-Stable exponía la transición entre un nacionalismo radical y un socialismo, con diversos ascendentes marxistas, que sin abandonar del todo la tesis de las dos fases de la Revolución, llamaba la atención sobre la diversidad de “visiones” revolucionarias y socialistas durante la primera etapa de la construcción del nuevo orden.17 Aunque Pérez-Stable concluía que la “Institucionalización”, en la primera mitad de los 70, había consumado la construcción del nuevo orden social y político, dando por concluido el proceso revolucionario propiamente dicho, observaba que la burocratización del régimen, en el contexto de las reformas impulsadas por Mijaíl Gorbachov en la Unión Soviética y el inicio de las transiciones al mercado y la democracia en Europa del Este, había obligado a la dirigencia cubana a reintroducir mecanismos movilizativos para evitar que la institucionalidad socialista propiciara nuevas lógicas reformistas.18 Formas de la historia crítica En la primera década del siglo XXI, la historiografía sobre la Revolución Cubana comenzó a desplazarse notablemente hacia los presupuestos de acotación temporal y pluralización social, política e ideológica de los actores del pasado, que ya se insinuaban en los 90. Junto con el abandono del discurso teleológico sobre la inevitabilidad del triunfo de la Revolución socialista y la adopción de su forma institucional definitiva en los 70, se escribieron entonces algunas monografías que arrojaron luz sobre momentos específicos del último tramo del antiguo régimen y los primeros años de la experiencia revolucionaria. 15 Marifeli Pérez-Stable The Cuban Revolution. Origins, Course, and Legacy, Oxford University Press, New York, 1993, pp. 3-13. 16 Ibid, pp. 61-74 17 Ibid, pp. 94-97. 18 Ibid, pp. 160-173. [17] TALLER (Segunda Época). Revista de Sociedad, Cultura y Política en América Latina Vol. 4, N° 6 (2015) ISSN: 0328-7726 Robert Whitney y Charles D. Ameringer estudiaron el cambio revolucionario de los 30 y los gobiernos “auténticos” de Ramón Grau San Martín y Carlos Prío Socarrás entre 1944 y 1952.19 Ilan Ehrlich publicó algunos adelantos de su biografía Eduardo Chibás. The Incorregible Man of Cuban Politics (2015).20 Jorge Ibarra Guitart completó su estudio sobre la Sociedad de Amigos de la República y el “diálogo cívico” en los 50. Julia Sweig se concentró en el análisis de la clandestinidad urbana del Movimiento 26 de Julio, entre 1956 y 1958.21 María del Pilar Díaz Castañón reconstruyó el intenso debate ideológico que acompañó la transición socialista entre 1959 y 1962.22 Samuel Farber rescató las diversidad ideológica originaria del proyecto revolucionario, en esos mismos años, especialmente el peso de la tradición populista originada en los años 30.23 Sergio López Rivero analizó la construcción del nuevo bloque hegemónico, dentro de la naciente clase política revolucionaria.24 Esta nueva historiografía emergió después de una profusa literatura de memoria y testimonio de protagonistas de la Revolución, que comenzó entre los años 70 y 90, con las obras de Manuel Urrutia Lleó, Carlos Franqui, Mario Llerena o Huber Matos, y que en los últimos años ha incorporado las importantes contribuciones de Luis M. Buch, Enrique Oltuski, Julio García Oliveras o Armando Hart. A falta de archivos de fuentes primarias, disponibles para la mayoría de los historiadores dentro o fuera de la isla, aquellos testimonios suplieron un déficit documental que todavía se siente en buena parte de los estudios sobre la Revolución Cubana. La nueva historiografía aprovecha esos testimonios pero narra e interpreta el pasado desde un lugar más distante y, por tanto, más crítico que el del protagonista o el testigo de los hechos. Cuando a principios de esta década apareció el volumen Visions of Power in Cuba (2012), la nueva historiografía estaba lista para abordar el tránsito del periodo insurreccional a la construcción del orden socialista desde una perspectiva social y política que, junto con la gran movilización popular y la notable extensión de derechos sociales producidas por la Revolución, describiera también la resistencia y la oposición que ejercieron diversos sectores al nuevo orden y la exclusión, represión, exilio o exterminio a que fueron 19 Robert Whitney State and Revolution in Cuba. Mass Mobilization and Political Change, 1920-1940, The University of North Carolina Press, Chapel Hill, 2001; Charles D. Ameringer, The Cuban Democratic Experience. The Aunténtico Years, 1944-1952, University Press of Florida, Gainesville, 2000. 20 Ilan Ehrlich Eduardo Chibás. The Incorrigible Man of Cuban Politics, The Rowman and Littlefield Publishing Group, London, 2015. 21 Jorge Ibarra Guitart Sociedad de Amigos de la República, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2003; Jorge Ibarra Guitart, El fracaso de los moderados, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2000. 22 María del Pilar Díaz Castañón Ideología y revolución. Cuba, 1959-1962, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2004; María del Pilar Díaz Castañón Prensa y Revolución: la magia del cambio, Editorial de Ciencias Sociales, 2010. 23 Samuel Farber The Origins of the Cuban Revolution Reconsidered, Chapel Hill, The University of North Carolina Press, La Habana, 2006, pp. 34-68. 24 Sergio López Rivero El viejo traje de la Revolución. Identidad, mito y hegemonía política en Cuba, Universidad de Valencia, Valencia, 2007. [18] TALLER (Segunda Época). Revista de Sociedad, Cultura y Política en América Latina Vol. 4, N° 6 (2015) ISSN: 0328-7726 sometidos.25 La obra de Guerra es, tal vez, la más lograda muestra de una nueva generación de estudios históricos sobre la Revolución Cubana, que comienza a narrar e interpretar el proceso sin escamotear su pluralidad social, ideológica y política ni la dialéctica de consensos y disensos en que se forjó el nuevo poder revolucionario. Uno de los lugares comunes de la historiografía tradicional, dentro y fuera de la isla, que deshacen los nuevos investigadores es el la de la fusión entre pueblo y gobierno en el proceso de cambio social y político que se vive en Cuba entre los años 50 y 70. Los estudios de Lillian Guerra, María del Pilar Díaz Castañón, Reinaldo Funes, Elizabeth Schwall, Christabelle Peters, María Antonia Cabrera Arús y Abel Sierra Madero narran un devenir más conflictivo que armonioso, en el que la construcción del nuevo Estado socialista fractura la opinión pública y la sociedad civil, interviene el medio ambiente a través de una estrategia desarrollista y modernizadora, crea una nueva coreografía social por medio de políticas culturales específicas como la “escuela cubana de ballet”, inserta su proyecto de superación de la discriminación racial en el panafricanismo y la descolonización de Asia y África, emprende la sovietización de la cultura espiritual y material en los 70 y estimula una moralidad pública homófoba, que incluye dentro del ideal del “hombre nuevo” el rechazo a la diversidad sexual y la reproducción del machismo. Estos trabajos muestran que la nueva historia de la Revolución Cubana está tan atenta a la incorporación masiva de la sociedad a las tareas colectivas del nuevo orden como a los discursos y prácticas de exclusión sobre los que descansa el Estado socialista. Además de visibilizar el poder, una entidad que en la historia oficial se confunde con el pueblo o con la ciudadanía, la nueva historia da cuenta del nacimiento de una subalternidad bajo el Leviatán igualitario y soberanista que encabeza el gobierno revolucionario. Una subalternidad que se articula en sectores sobrevivientes del antiguo régimen, pero también en nuevas capas sociales de recursos medios o bajos, depauperados o portadores de mentalidades y costumbres ancladas en el pasado, en las que se acumuló otra subjetividad marginal durante las primeras décadas revolucionarias.26 La nueva historia crítica opera desde una visualización de los conflictos entre Estado y sociedad, durante la construcción del nuevo orden, que obliga al historiador a abrir los ojos a los actores marginados, reprimidos o exiliados durante la epopeya del “hombre 25 Lillian Guerra Visions of Power in Cuba. Revolution, Redemption, and Resistence, 1959-1971, The University of North Carolina Press, Chapel Hill, 2012, pp. 170-197. 26 Los estudios subalternos, surgidos en relación con las teorías postcoloniales sobre el orientalismo y nacionalismo postcolonial en la India y otros países asiáticos, africanos y del Medio Oriente, se han trasladado con provecho a América Latina, pero raras veces toman como objeto de análisis a la Cuba revolucionaria. Equivocadamente, como ilustran algunos estudios de la subalternidad en Europa del Este, se entiende la Cuba socialista como superación de la condición postcolonial y como desaparición del subalterno por medio de transformación en sujeto hegemónico. Ranajit Guha and Gayatri Chakravorty Spivak Selected Subaltern Studies, Oxford University Press, Oxford, 1988, pp. 3-34; Ileana Rodríguez, editor, The Latin American Subaltern Reader, Duke University Press, Durham, 2001, pp. 35-80. [19] TALLER (Segunda Época). Revista de Sociedad, Cultura y Política en América Latina Vol. 4, N° 6 (2015) ISSN: 0328-7726 nuevo”. Como todo proceso modernizador y secularizador, la Revolución Cubana intervino las ideas y creencias, los usos y costumbres de una sociedad heredada y regida, en el caso de la isla, por el orden republicano creado en 1901 y refundado en 1940. Los propios valores revolucionarios o cívicos del nacionalismo cubano, que habían experimentado un gran impulso desde el movimiento revolucionario de 1933, se vieron radicalizados por la plataforma ideológica de la Nueva Izquierda, especialmente en su versión guevarista, pero también dogmatizados o sometidos a un empaque doctrinal ortodoxo, proveniente del marxismo-leninismo de matriz soviética. La incorporación de ese marxismo-leninismo como ideología de Estado, desde los años 60 y, especialmente, a partir del primer Congreso Nacional de Educación y Cultura de 1971, tuvo importantes efectos en todas las esferas de la política pública. En la economía y en las relaciones internacionales, por medio de la adopción de un modelo de planificación nacional, similar al de los países miembros del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) y de una alianza geopolítica y militar con las potencias del Pacto de Varsovia. En la educación básica, media y superior, la cultura, las humanidades y las relaciones sexuales, étinicas y religiosas, por medio de una asimilación acrítica de los referentes ateos, materialistas, civilizatorios, antropológicos, machistas y homófobos de las ciencias sociales soviéticas. Buena parte de la represión o la marginación que se sufrió en el campo ideológico y cultural de aquellas décadas tuvo que ver con los límites que se impusieron a las libertades civiles y políticas, pero también con los dogmas filosóficos que se trasplantaron del bloque soviético. Los nuevos historiadores, dentro y fuera de la isla, han naturalizado definitivamente el proceso de edificación del Estado socialista dentro de la historia de la Revolución. Durante décadas, el relato oficial intentó circunscribir esa historia al periodo épico de la insurrección contra la dictadura de Fulgencio Batista y a las grandes empresas colectivas de principios de los años 60, que establecieron la soberanía, la igualdad y la justicia social como premisas básicas del consenso. La nueva historiografía insiste, sin embargo, en que la historia de la Revolución no es, únicamente, la destrucción del antiguo régimen sino la construcción de un nuevo orden social y político y, por tanto, de un nuevo poder. Esa mayor visibilidad de la nueva hegemonía edificada por la Revolución permite, a su vez, incorporar a la narrativa y la interpretación del proceso su pluralidad constitutiva y, también, su saldo de integración y exclusión frente a la ciudadanía. La dialéctica entre integración y exclusión en la experiencia revolucionaria cubana está relacionada con el paradigma de la homogeneidad cívica, que acompañó la construcción del Estado socialista entre los años 60 y 80. Desde un presente que, de múltiples formas, tiende a la afirmación del paradigma contrario de la heterogeneidad social y la diversidad cultural y política, la nueva historiografía fija la mirada en las resistencias que aquella subalternidad ejerció contra la hegemonía socialista. Una resistencia que, en no pocos casos, a pesar de desembocar en oposiciones y exilios y en los partidismos antagónicos de la Guerra Fría, se movilizó desde valores que se reconocían dentro del campo plural de la [20] TALLER (Segunda Época). Revista de Sociedad, Cultura y Política en América Latina Vol. 4, N° 6 (2015) ISSN: 0328-7726 ideología revolucionaria. La nueva historia de la Revolución es también la historia de los disensos, las oposiciones y los exilios, sin perder de vista que muchos de éstos surgieron del evento intrínsecamente heterogéneo del 1º de enero de 1959. [21]