el nuevo texto de la revolución - TALLER.Revista de Sociedad

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TALLER (Segunda Época). Revista de Sociedad, Cultura y Política en América Latina
Vol. 4, N° 6 (2015) ISSN: 0328-7726
EL NUEVO TEXTO DE LA REVOLUCIÓN
RAFAEL ROJAS
Recibido: 27-10-2015|Aceptado: 19-11-2015
Resumen: Este artículo examina cómo los nuevos historiadores, dentro y fuera de Cuba,
han naturalizado definitivamente el proceso de edificación del Estado socialista dentro de
la historia de la Revolución. Durante décadas, el relato oficial intentó circunscribir esa
historia al periodo épico de la insurrección contra la dictadura de Fulgencio Batista y a las
grandes empresas colectivas de principios de los años 60, que establecieron la soberanía,
la igualdad y la justicia social como premisas básicas del consenso. La nueva historiografía
insiste, sin embargo, en que la historia de la Revolución no es, únicamente, la destrucción
del antiguo régimen sino la construcción de un nuevo orden social y político y, por tanto,
de un nuevo poder. Esa mayor visibilidad de la nueva hegemonía edificada por la
Revolución permite, a su vez, incorporar a la narrativa y la interpretación del proceso su
pluralidad constitutiva y, también, su saldo de integración y exclusión frente a la
ciudadanía.
Palabras claves: Revolución, Historiografía, Período épico, Ciudadanía
Resumo: Este artigo examina como os novos historiadores, dentro e fora de Cuba,
naturalizaram definitivamente o proceso de edificação do Estado socialista dentro da
história da Revolução. Durante décadas, o relato oficial tentou inscrever essa história ao
período épico da insurreição contra a ditadura de Fulgêncio Batista e as grandes empresas
coletivas em principios dos anos 60, que estabeleceram a soberania, a igualdade e a
justiça social como premissas básicas do consenso. A nova historiografía insiste,
entretanto, que a história da Revolução não é, únicamente, a da destruição do antigo
regime, mas a construção de uma nova ordem social e política, e, portanto, de um novo
poder. Essa maior visibilidade da nova hegemonía edificada pela Revolução permite, por
sua vez, incorporar a narrativa e a interpretação do proceso sua pluralidade contitutiva e,
também, seu saldo de integração e exclusão frente à cidadania.
Palavras chave: Revolução, Historiografia, Período épico, Cidadania.
Abstract: This article examines how the new historians, inside and outside of Cuba, have
definitely naturalized the process of building the socialist state, in the history of the

Este texto aparece en el libro de Michael Bustamante y Jennifer Lambe New Histories of the Cuban
Revolution, Duke University, Durham, 2015.

Doctor en Historia, El Colegio de México. Profesor investigador Centro de Investigación y Docencia
Económicas (CIDE). E-mail: rafael.rojas@cide.edu
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Revolution. For decades, the official history tried to circumscribe that history to the epic
period of the uprising against the Fulgencio Batista´s dictatorship and to the large
collective enterprises in the early 60s, that established the sovereignty, equality and social
justice, as the basic premises for consensus. The new historiography insists, however, that
the History of the Revolution is not only the destruction of the old regime but the
construction of a new social and political order and, moreover, of a new power. This
greater visibility of the new hegemony, built by the Revolution, allows, in turn, to give to
the narrative and interpretation of the process, its constitutive plurality and also a balance
of integration and exclusion against citizens.
Key words: Revolution, Historiography, Epic Period, Citizenship
CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO: Rojas, Rafael (2015) “El nuevo texto de la Revolución”.
TALLER (Segunda Época). Revista de Sociedad, Cultura y Política en América Latina, Vol. 4,
N° 6, pp. 11-20.
Historiar la revolución en Francia o Estados Unidos, Rusia o México, China o Nicaragua ha
sido siempre, como afirmaba el gran historiador francés Francois Furet, pensarla como
proceso que funda una contemporaneidad.1 Pocos fenómenos sociales tienen tal
capacidad para demandar del historiador el rol del pensamiento o de la filosofía. Por ser la
revolución un concepto de origen astronómico, que tiene que ver con la aceleración del
movimiento en el espacio y el tiempo o con el dinamismo de un cambio de régimen, que
no deja fuera de su impacto ninguna esfera de la vida social, su narración y su
interpretación deben proceder como si la revolución fuera, a la vez, una abstracción y una
realidad. Es en las revoluciones cuando más claramente se mezclan sueño y terror o, en
palabras de Reinhart Koselleck, “espacio de experiencia” y “horizonte de expectativas”.2
Desde la historiografía romántica de mediados del siglo XIX las revoluciones han sido
estudiadas como pasados presentes. Fueran filósofos o historiadores realistas y liberales,
como Jules Michelet o Alexis Tocqueville, o críticos del realismo y el liberalismo, como Karl
Marx y Friedrich Nietzsche, la revolución, según el pensamiento del siglo XIX, encerraba la
paradoja de un fenómeno efímero y, a la vez, imperecedero.3 La ironía de la persistencia
del antiguo régimen, en Tocqueville, o la idea de la repetición de historia, primero como
tragedia y luego como farsa, en Hegel o en Marx, eran dos formas parecidas de
comprensión del evento revolucionario como pasado y presente o como tiempo muerto y
1
Francois Furet Interpreting the French Revolution, Cambridge University Press, Cambridge, 1981, p. 3.
Reinhart Koselleck Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Paidós, Barcelona, 1993,
pp. 333-358.
3
Sobre la historiografía moderna de la revolución, ver Hayden White Metahistoria. La imaginación histórica
en la Europa del siglo XIX, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1992, pp. 135-160, 212-222 y 283-311.
Ver también Ferenc Fehér La revolución congelada. Ensayo sobre el jacobinismo, Siglo XXI, Madrid, 1989,
pp. 1-39.
2
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vivo. La sobrevida de ese tiempo, después de consumadas la destrucción del antiguo
régimen y la construcción del nuevo, no tenía que ver, únicamente, con los mecanismos
culturales de la memoria sino con el funcionamiento de instituciones y la reproducción de
valores, discursos y prácticas originarios de la Revolución.
Entre todas las revoluciones modernas, tal vez sea la cubana la que de manera más
sostenida ha propuesto una sinonimia entre el concepto de Revolución y otros, de distinta
índole, como patria, nación o socialismo. Esa sinonimia ha provocado una identificación
entre los tiempos y realidades de la Revolución y los tiempos y realidades del Estado, el
Partido Comunista y el propio gobierno. El hecho de que la máxima jefatura del Estado
socialista haya permanecido en manos de dos de los principales líderes de la insurrección
armada contra la dictadura de Fulgencio Batista y que el conflicto con Estados Unidos se
haya prolongado por más de medio siglo, ha reforzado esa reproducción de contenidos
semánticos y esa intensa socialización de palabras y símbolos, que no se observa, al
menos en el siglo XX, en casos de otras revoluciones, como la bolchevique y la mexicana,
donde el término comienza a perder arraigo dos o tres décadas después de su triunfo.
La más reciente historiografía académica ha debido enfrentarse a esa construcción
simbólica por medio de periodizaciones más o menos precisas del proceso cubano a partir
de los años 50. El historiador Oscar Zanetti, por ejemplo, en su Historia mínima de Cuba
(2013), propone que aquella década sea comprendida desde el choque entre la dictadura
y la insurrección, mientras reserva el concepto de “Revolución”, a las grandes
transformaciones económicas, sociales y políticas que tuvieron lugar a partir de 1959,
cuando los revolucionarios llegan al poder.4 Zanetti propone, además, los términos
“experiencia socialista” e “institucionalización” para el periodo que arranca a fines de los
60 y principios de los 70, dando por concluido el marco temporal de la Revolución. Otra
periodización posible, entre varias, sería la de concentrar el tiempo de la Revolución, entre
los años 50 y los 70, dos décadas en las que se destruye el antiguo régimen republicano y
se construye el nuevo, socialista.5
¿Una, dos o varias revoluciones?
El debate historiográfico sobre la Revolución Cubana ha contenido las mismas pautas del
pensamiento moderno sobre las revoluciones, desde el siglo XIX. Durante las tres primeras
décadas del periodo revolucionario, en los años 60, 70 y 80, a la vez que se
institucionalizaba el nuevo orden social, la historiografía, dentro y fuera de la isla,
funcionaba como una caja de resonancia de la confrontación ideológica y política
generada por el tránsito al socialismo. Los documentos oficiales del gobierno de la isla y la
historiografía más autorizada acuñaron un relato simple y maniqueo, que se produjo en
los medios de comunicación y en los textos de enseñanza básica y superior de la historia
4
5
Oscar Zanetti Historia mínima de Cuba, El Colegio de México, México D.F., 2013, pp. 255-268.
Rafael Rojas Historia mínima de la Revolución Cubana, El Colegio de México, México D.F., 2015, pp. 9-17.
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nacional. La propaganda del exilio y buena parte de la historiografía anticomunista
occidental articularon, por su parte, un contra-relato, igual de simple y maniqueo, que se
enfrentó a la historia oficial de la isla.
Ambos relatos resultaron de consensos internos dentro de los grupos políticos
enfrentados en la Guerra Fría. Desde los años posteriores al triunfo de la Revolución, en
enero de 1959, aparecieron, dentro del gobierno revolucionario y dentro del campo
intelectual y académico de la isla, distintas interpretaciones históricas y teóricas de la
Revolución y su tránsito al socialismo. Líderes marxistas como Carlos Rafael Rodríguez y
Ernesto Che Guevara, a pesar de sus profundas diferencias sobre política económica y el
campo socialista de Europa del Este, coincidían en que la Revolución Cubana, durante el
periodo insurreccional contra la dictadura de Fulgencio Batista, había gravitado, desde su
pluralidad de movimientos y corrientes políticas, hacia una ideología nacionalista
revolucionaria, no marxista-leninista o comunista. La idea de una “transición al
socialismo”, durante 1960, manejada por ambos, implicaba una distinción entre dos fases
de una misma revolución o entre dos revoluciones, la que triunfó en enero de 1959 y la
que triunfó en abril de 1961, cuando se declara el carácter “socialista”.6
Rodríguez acuñaría dichas fases como una primera “democrático-burguesa y
antimperialista” y una segunda “socialista”, cuyo punto de inflexión se ubicaba en las
nacionalizaciones posteriores al verano de 1960.7 Esta interpretación, que llegaría a
naturalizarse, incluso, dentro de la Academia de Ciencias de la URSS, fue sostenida por
defensores y adversarios de la Revolución Cubana entre los años 60 y 70. Los primeros,
para celebrar la radicalización del proceso revolucionario, en medio de la confrontación
con Estados Unidos; los segundos, para denunciar la “traición” a los valores liberales y
democráticos de la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista y el expansionismo
soviético en América Latina y el Caribe. Marxistas críticos o heterodoxos como J. P.
Morray, Adolfo Gilly o Marcos Winocur también suscribieron la tesis de las dos
revoluciones, aunque tomando distancia de la incorporación de elementos del modelo
soviético por parte de la dirigencia revolucionaria.8
Entre 1968 y 1975 aparecieron algunas reacciones a la narrativa de las dos fases de la
Revolución y, por tanto, de la transición socialista, en el campo intelectual y las altas
esferas ideológicas de la isla. Esas reacciones se perfilaron en dos estrategias discursivas
diferentes, por momentos, contradictorias o complementarias. De un lado, el discurso de
Fidel Castro, Porque en Cuba solo ha habido una Revolución (1968), con motivo del
centenario del estallido de la primera guerra de independencia de la isla, el 10 de octubre
de 1868, cuya tesis central –que la forma socialista de Estado, adoptada por la Revolución
6
Ernesto Che Guevara Algunas reflexiones sobre la transición socialista, en Apuntes críticos a la economía
política, Ocean Sur, La Habana, 2006, pp. 9-20; Carlos Rafael Rodríguez, Cuba en el tránsito al socialismo
(1959-1963), en Letra con filo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1983, t. II, pp. 386-407.
7
Carlos Rafael Rodríguez, op. cit., pp. 387-389.
8
Marcos Winocur Las clases olvidadas en la Revolución Cubana, Crítica, 1979, Barcelona, pp. 139-170
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Cubana no fue tanto resultado de un giro ideológico hacia el marxismo-leninismo como
una consecuencia natural del nacionalismo revolucionario inaugurado por los líderes
separatistas y antiesclavistas del siglo XIX: Carlos Manuel de Céspedes y José Martí,
Ignacio Agramonte y Antonio Maceo- establece claras sintonías con la obra de
historiadores como Jorge Ibarra.9 Del otro, la alocución del propio Castro, por el 20
aniversario del asalto al cuartel Moncada, que rearticuló la idea, ya manejada por Osvaldo
Dorticós y otros dirigentes desde el verano de 1961, de que los líderes de la Revolución
eran marxista-leninistas desde 1953, por lo que la llamada radicalización comunista, en
1960, no había tenido lugar.10
Si la idea de una revolución unívoca y metahistórica, entre 1868 y 1968, dialogaba con la
obra de historiadores nacionalistas, con simpatías por el marxismo heterodoxo, como
Jorge Ibarra, la de una dirigencia marxista-leninista desde 1953, que oculta su estrategia
comunista para esquivar el macarthysno de la opinión pública cubana y alcanzar el poder,
encontraría ecos en historiadores profesionales como Julio Le Riverend. En su obra La
república: dependencia y revolución (1966), Le Riverend había narrado los 57 años de
experiencia postcolonial en Cuba, entre 1902 y 1959, como un prolongado lapso de
dependencia y subdesarrollo, que justificaría el triunfo de la Revolución y su posterior
ordenamiento socialista. En las páginas finales de ese libro, dedicadas al proceso
revolucionario, Le Riverend se cuidaba de no definir como “socialista” la ideología del
Movimiento 26 de Julio.11 Sin embargo, en un ensayo escrito en 1975, tras el Primer
Congreso del Partido Comunista, el historiador daba crédito a la tesis del marxismoleninismo originario de los líderes revolucionarios, manejada por Osvaldo Dorticós y Fidel
Castro, que se vio oficializada en el “Análisis histórico de la Revolución”, que formó parte
del Informe al Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, en 1975, e, incluso, en el
“Preámbulo” a la Constitución socialista de 1976.12 En aquel ensayo, Le Riverend
polemizaba con los historiadores liberales o marxistas, que suscribían la idea de que la
ideología originaria de Fidel Castro y el Movimiento 26 de Julio no era marxista y, de paso,
con los opositores y exiliados que esgrimían el tópico de la “revolución traicionada” por el
giro al comunismo:
Todo ello quedó formulado de conjunto en el alegato de Fidel, donde aparecen
conceptos fundamentales, como prerrequisitos, en medio de la lucha armada, de las
concepciones socialista que se desarrollan a partir de 1956. En La historia me
9
Fidel Castro Porque en Cuba solo ha habido una Revolución, Departamento de Orientación Revolucionaria,
La Habana, 1975, pp. 9-37; Jorge Ibarra, Ideología mambisa La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1972, pp.
21-58 y 73-101; Jorge Ibarra Nación y cultura nacional, Editorial de Letras Cubanas, La Habana, 1981, pp. 732.
10
Fidel Castro Porque en Cuba solo ha habido una Revolución, Departamento de Orientación
Revolucionaria, La Habana, 1975, pp. 129-138.
11
Julio Le Riverend La república: dependencia y revolución, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973,
pp. 358-373.
12
Fidel Castro La unión nos dio la fuerza, Departamento de Orientación Revolucionaria, La Habana, 1976,
pp. 40-45.
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absolverá hay referencias específicas a los “becerros de oro”, a los “magnates” que
pretenden resolver los problemas de la nación cuando en verdad sólo se ocupan de
sus ganancias… Para no ir más allá en este que es forzosamente un somero análisis, la
justicia queda definida como justicia de clase, porque los tribunales nunca han
condenado a un rico delincuente. Comentaristas ligeros o “expertos” de mala fe no
han visto que los contenidos reales de las palabras de ese documento coinciden con
los que dan a su propio vocabulario los grandes creadores del socialismo científico,
Marx, Engels, Lenin.13
Es difícil no leer los párrafos finales del ensayo “Cuba en el tránsito al socialismo (19591963)”, escrito en 1979 por el entonces Vicepresidente del Consejo de Estado y miembro
del nuevo Buró Político, Carlos Rafael Rodríguez, como una crítica de ambas tesis oficiales,
la de los “cien años de lucha” y la de la ideología marxista-leninista de los moncadistas y
dirigentes del Movimiento 26 de Julio a mediados de los años 50. Rodríguez era enfático
en su defensa de una radicalización de la ideología de la Revolución en el poder, entre el
verano y el otoño de 1960, como consecuencia de la confrontación entre el gobierno
revolucionario, la oposición interna y Estados Unidos. Luego de describir el giro que
introdujeron las nacionalizaciones de 1960 en la política económica del gobierno
revolucionario, concluía Rodríguez:
Por ello, aunque la declaración formal de Cuba como país socialista no surgió en las
palabras de su dirigente máximo, Fidel Castro, hasta el dramático momento, 16 de
abril de 1961, en que llamó a los trabajadores congregados para rendir el último
homenaje a las víctimas de los bombardeos imperialistas del día anterior, a defender
aquella revolución bajo el grito de “Viva nuestra Revolución socialista!”, los
caracteres socialistas del proceso revolucionario aparecían ya nítidamente a partir
del 13 de octubre de 1960. A nuestro juicio, no hay otro modo de enfocar el
nacimiento de la Revolución socialista en Cuba.14
Todavía en los años 80, este debate sobre la identidad ideológica de la Revolución Cubana,
a pesar de su carácter soterrado dentro de la esfera pública y el campo intelectual de la
isla o de la afectada polarización a que lo sometía el conflicto con Estados Unidos y el
exilio de Miami, determinaba buena parte de la producción historiográfica sobre el
periodo posterior a 1959. Tras la secuencia de eventos que van de la caída del Muro de
Berlín en 1989, la desintegración de la URSS en 1991, el IV Congreso del Partido
Comunista de Cuba en octubre de ese mismo año y la nueva Constitución socialista del
año siguiente, la historiografía sobre la Revolución entró en una fase de revisionismo y
13
Julio Le Riverend “Cuba: del semicolonialismo al socialismo (1933-1975)”, en Pablo González Casanova
América Latina: historia de medio siglo. Centroamérica, México y el Caribe, Siglo XXI, México D.F.,1981, t. II,
p. 55. En su Breve historia de Cuba (1978), Le Riverend reiteró, aunque con mayor cuidado, esta idea de un
socialismo moncadista: Julio Le Riverend, Breve historia de Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana,
1995, p. 102.
14
Carlos Rafael Rodríguez Letra con filo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1983, t. II, p. 389.
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crítica que se ha acelerado en los últimos años y que ha puesto en cuestión tópicos
centrales construidos por los relatos en pugna de la Guerra Fría.
En libros de aquella década, como The Cuban Revolution. Origins, Course, and Legacy
(1993), de Marifeli Pérez-Stable, se hizo visible el cuestionamiento del principio de
permanencia o eternidad del proceso revolucionario, como una mistificación ideológica
que, en el fondo, identificaba la Revolución con sus máximos líderes, con la nación misma
o con el conflicto entre el gobierno cubano y Estados Unidos, el exilio o la oposición
interna. Además de una delimitación temporal del fenómeno revolucionario, entre los
años 50 y 70, Pérez Stable proponía una reconstrucción de la diversidad de los actores
sociales y políticos involucrados en la destrucción del antiguo régimen y la construcción
del nuevo.15 Los hitos del relato oficial –el Moncada, la Sierra, el Granma-, estaban ahí,
pero acompañados de otros, producidos por otras corrientes revolucionarias, y sin ocultar
los proyectos reformistas o de oposición cívica y pacífica que tuvieron lugar en los años 50
e, incluso, principios de los 60.16
Desde el punto de vista ideológico, el libro de Pérez-Stable exponía la transición entre un
nacionalismo radical y un socialismo, con diversos ascendentes marxistas, que sin
abandonar del todo la tesis de las dos fases de la Revolución, llamaba la atención sobre la
diversidad de “visiones” revolucionarias y socialistas durante la primera etapa de la
construcción del nuevo orden.17 Aunque Pérez-Stable concluía que la
“Institucionalización”, en la primera mitad de los 70, había consumado la construcción del
nuevo orden social y político, dando por concluido el proceso revolucionario propiamente
dicho, observaba que la burocratización del régimen, en el contexto de las reformas
impulsadas por Mijaíl Gorbachov en la Unión Soviética y el inicio de las transiciones al
mercado y la democracia en Europa del Este, había obligado a la dirigencia cubana a
reintroducir mecanismos movilizativos para evitar que la institucionalidad socialista
propiciara nuevas lógicas reformistas.18
Formas de la historia crítica
En la primera década del siglo XXI, la historiografía sobre la Revolución Cubana comenzó a
desplazarse notablemente hacia los presupuestos de acotación temporal y pluralización
social, política e ideológica de los actores del pasado, que ya se insinuaban en los 90.
Junto con el abandono del discurso teleológico sobre la inevitabilidad del triunfo de la
Revolución socialista y la adopción de su forma institucional definitiva en los 70, se
escribieron entonces algunas monografías que arrojaron luz sobre momentos específicos
del último tramo del antiguo régimen y los primeros años de la experiencia revolucionaria.
15
Marifeli Pérez-Stable The Cuban Revolution. Origins, Course, and Legacy, Oxford University Press, New
York, 1993, pp. 3-13.
16
Ibid, pp. 61-74
17
Ibid, pp. 94-97.
18
Ibid, pp. 160-173.
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Robert Whitney y Charles D. Ameringer estudiaron el cambio revolucionario de los 30 y los
gobiernos “auténticos” de Ramón Grau San Martín y Carlos Prío Socarrás entre 1944 y
1952.19 Ilan Ehrlich publicó algunos adelantos de su biografía Eduardo Chibás. The
Incorregible Man of Cuban Politics (2015).20 Jorge Ibarra Guitart completó su estudio sobre
la Sociedad de Amigos de la República y el “diálogo cívico” en los 50. Julia Sweig se
concentró en el análisis de la clandestinidad urbana del Movimiento 26 de Julio, entre
1956 y 1958.21 María del Pilar Díaz Castañón reconstruyó el intenso debate ideológico que
acompañó la transición socialista entre 1959 y 1962.22 Samuel Farber rescató las
diversidad ideológica originaria del proyecto revolucionario, en esos mismos años,
especialmente el peso de la tradición populista originada en los años 30.23 Sergio López
Rivero analizó la construcción del nuevo bloque hegemónico, dentro de la naciente clase
política revolucionaria.24
Esta nueva historiografía emergió después de una profusa literatura de memoria y
testimonio de protagonistas de la Revolución, que comenzó entre los años 70 y 90, con las
obras de Manuel Urrutia Lleó, Carlos Franqui, Mario Llerena o Huber Matos, y que en los
últimos años ha incorporado las importantes contribuciones de Luis M. Buch, Enrique
Oltuski, Julio García Oliveras o Armando Hart. A falta de archivos de fuentes primarias,
disponibles para la mayoría de los historiadores dentro o fuera de la isla, aquellos
testimonios suplieron un déficit documental que todavía se siente en buena parte de los
estudios sobre la Revolución Cubana. La nueva historiografía aprovecha esos testimonios
pero narra e interpreta el pasado desde un lugar más distante y, por tanto, más crítico que
el del protagonista o el testigo de los hechos.
Cuando a principios de esta década apareció el volumen Visions of Power in Cuba (2012),
la nueva historiografía estaba lista para abordar el tránsito del periodo insurreccional a la
construcción del orden socialista desde una perspectiva social y política que, junto con la
gran movilización popular y la notable extensión de derechos sociales producidas por la
Revolución, describiera también la resistencia y la oposición que ejercieron diversos
sectores al nuevo orden y la exclusión, represión, exilio o exterminio a que fueron
19
Robert Whitney State and Revolution in Cuba. Mass Mobilization and Political Change, 1920-1940, The
University of North Carolina Press, Chapel Hill, 2001; Charles D. Ameringer, The Cuban Democratic
Experience. The Aunténtico Years, 1944-1952, University Press of Florida, Gainesville, 2000.
20
Ilan Ehrlich Eduardo Chibás. The Incorrigible Man of Cuban Politics, The Rowman and Littlefield Publishing
Group, London, 2015.
21
Jorge Ibarra Guitart Sociedad de Amigos de la República, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2003;
Jorge Ibarra Guitart, El fracaso de los moderados, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2000.
22
María del Pilar Díaz Castañón Ideología y revolución. Cuba, 1959-1962, Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 2004; María del Pilar Díaz Castañón Prensa y Revolución: la magia del cambio, Editorial de Ciencias
Sociales, 2010.
23
Samuel Farber The Origins of the Cuban Revolution Reconsidered, Chapel Hill, The University of North
Carolina Press, La Habana, 2006, pp. 34-68.
24
Sergio López Rivero El viejo traje de la Revolución. Identidad, mito y hegemonía política en Cuba,
Universidad de Valencia, Valencia, 2007.
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sometidos.25 La obra de Guerra es, tal vez, la más lograda muestra de una nueva
generación de estudios históricos sobre la Revolución Cubana, que comienza a narrar e
interpretar el proceso sin escamotear su pluralidad social, ideológica y política ni la
dialéctica de consensos y disensos en que se forjó el nuevo poder revolucionario.
Uno de los lugares comunes de la historiografía tradicional, dentro y fuera de la isla, que
deshacen los nuevos investigadores es el la de la fusión entre pueblo y gobierno en el
proceso de cambio social y político que se vive en Cuba entre los años 50 y 70. Los
estudios de Lillian Guerra, María del Pilar Díaz Castañón, Reinaldo Funes, Elizabeth
Schwall, Christabelle Peters, María Antonia Cabrera Arús y Abel Sierra Madero narran un
devenir más conflictivo que armonioso, en el que la construcción del nuevo Estado
socialista fractura la opinión pública y la sociedad civil, interviene el medio ambiente a
través de una estrategia desarrollista y modernizadora, crea una nueva coreografía social
por medio de políticas culturales específicas como la “escuela cubana de ballet”, inserta su
proyecto de superación de la discriminación racial en el panafricanismo y la
descolonización de Asia y África, emprende la sovietización de la cultura espiritual y
material en los 70 y estimula una moralidad pública homófoba, que incluye dentro del
ideal del “hombre nuevo” el rechazo a la diversidad sexual y la reproducción del
machismo.
Estos trabajos muestran que la nueva historia de la Revolución Cubana está tan atenta a la
incorporación masiva de la sociedad a las tareas colectivas del nuevo orden como a los
discursos y prácticas de exclusión sobre los que descansa el Estado socialista. Además de
visibilizar el poder, una entidad que en la historia oficial se confunde con el pueblo o con
la ciudadanía, la nueva historia da cuenta del nacimiento de una subalternidad bajo el
Leviatán igualitario y soberanista que encabeza el gobierno revolucionario. Una
subalternidad que se articula en sectores sobrevivientes del antiguo régimen, pero
también en nuevas capas sociales de recursos medios o bajos, depauperados o portadores
de mentalidades y costumbres ancladas en el pasado, en las que se acumuló otra
subjetividad marginal durante las primeras décadas revolucionarias.26
La nueva historia crítica opera desde una visualización de los conflictos entre Estado y
sociedad, durante la construcción del nuevo orden, que obliga al historiador a abrir los
ojos a los actores marginados, reprimidos o exiliados durante la epopeya del “hombre
25
Lillian Guerra Visions of Power in Cuba. Revolution, Redemption, and Resistence, 1959-1971, The
University of North Carolina Press, Chapel Hill, 2012, pp. 170-197.
26
Los estudios subalternos, surgidos en relación con las teorías postcoloniales sobre el orientalismo y
nacionalismo postcolonial en la India y otros países asiáticos, africanos y del Medio Oriente, se han
trasladado con provecho a América Latina, pero raras veces toman como objeto de análisis a la Cuba
revolucionaria. Equivocadamente, como ilustran algunos estudios de la subalternidad en Europa del Este, se
entiende la Cuba socialista como superación de la condición postcolonial y como desaparición del
subalterno por medio de transformación en sujeto hegemónico. Ranajit Guha and Gayatri Chakravorty
Spivak Selected Subaltern Studies, Oxford University Press, Oxford, 1988, pp. 3-34; Ileana Rodríguez, editor,
The Latin American Subaltern Reader, Duke University Press, Durham, 2001, pp. 35-80.
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nuevo”. Como todo proceso modernizador y secularizador, la Revolución Cubana intervino
las ideas y creencias, los usos y costumbres de una sociedad heredada y regida, en el caso
de la isla, por el orden republicano creado en 1901 y refundado en 1940. Los propios
valores revolucionarios o cívicos del nacionalismo cubano, que habían experimentado un
gran impulso desde el movimiento revolucionario de 1933, se vieron radicalizados por la
plataforma ideológica de la Nueva Izquierda, especialmente en su versión guevarista, pero
también dogmatizados o sometidos a un empaque doctrinal ortodoxo, proveniente del
marxismo-leninismo de matriz soviética.
La incorporación de ese marxismo-leninismo como ideología de Estado, desde los años 60
y, especialmente, a partir del primer Congreso Nacional de Educación y Cultura de 1971,
tuvo importantes efectos en todas las esferas de la política pública. En la economía y en
las relaciones internacionales, por medio de la adopción de un modelo de planificación
nacional, similar al de los países miembros del Consejo de Ayuda Mutua Económica
(CAME) y de una alianza geopolítica y militar con las potencias del Pacto de Varsovia. En la
educación básica, media y superior, la cultura, las humanidades y las relaciones sexuales,
étinicas y religiosas, por medio de una asimilación acrítica de los referentes ateos,
materialistas, civilizatorios, antropológicos, machistas y homófobos de las ciencias sociales
soviéticas. Buena parte de la represión o la marginación que se sufrió en el campo
ideológico y cultural de aquellas décadas tuvo que ver con los límites que se impusieron a
las libertades civiles y políticas, pero también con los dogmas filosóficos que se
trasplantaron del bloque soviético.
Los nuevos historiadores, dentro y fuera de la isla, han naturalizado definitivamente el
proceso de edificación del Estado socialista dentro de la historia de la Revolución. Durante
décadas, el relato oficial intentó circunscribir esa historia al periodo épico de la
insurrección contra la dictadura de Fulgencio Batista y a las grandes empresas colectivas
de principios de los años 60, que establecieron la soberanía, la igualdad y la justicia social
como premisas básicas del consenso. La nueva historiografía insiste, sin embargo, en que
la historia de la Revolución no es, únicamente, la destrucción del antiguo régimen sino la
construcción de un nuevo orden social y político y, por tanto, de un nuevo poder. Esa
mayor visibilidad de la nueva hegemonía edificada por la Revolución permite, a su vez,
incorporar a la narrativa y la interpretación del proceso su pluralidad constitutiva y,
también, su saldo de integración y exclusión frente a la ciudadanía.
La dialéctica entre integración y exclusión en la experiencia revolucionaria cubana está
relacionada con el paradigma de la homogeneidad cívica, que acompañó la construcción
del Estado socialista entre los años 60 y 80. Desde un presente que, de múltiples formas,
tiende a la afirmación del paradigma contrario de la heterogeneidad social y la diversidad
cultural y política, la nueva historiografía fija la mirada en las resistencias que aquella
subalternidad ejerció contra la hegemonía socialista. Una resistencia que, en no pocos
casos, a pesar de desembocar en oposiciones y exilios y en los partidismos antagónicos de
la Guerra Fría, se movilizó desde valores que se reconocían dentro del campo plural de la
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ideología revolucionaria. La nueva historia de la Revolución es también la historia de los
disensos, las oposiciones y los exilios, sin perder de vista que muchos de éstos surgieron
del evento intrínsecamente heterogéneo del 1º de enero de 1959.
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