Endúlzame las heridas

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Endúlzame las heridas
de Gastón Quiroga
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(Habitación de un hospital público. Hacia ambos laterales, dos camas dispuestas en
forma paralela, separadas por un estrecho pasillo. Debajo de las sábanas, fuera de la
vista del público, se supone que están los pacientes: La hermana de Emilse y el padre
de Catalina. Tubos de oxígeno, sueros, medicamentos, y todos los elementos típicos del
lugar. Junto a la cama de la izquierda, un viejo ventilador de pie desenchufado. Junto a
cada cama, una silla y una mesita. En la silla derecha dormita Catalina, una mujer de
unos 65 años. Arriba, en la pared, hay un televisor encendido del que provienen voces
en castellano neutro).
Voz locutor-. Esta madrugada, un nuevo capítulo de: “Mis noches solitarias”.
Voz masculina-. ¡Tú no eres mi hija! Eres una bastarda, Lucrecia.
Voz femenina-. ¡Padre, no me trate usted así!
Voz masculina-. ¡Déjame morir en paz, mujerzuela!
Voz Locutor-. “Mis noches solitarias”. Una historia de amor… y de venganza.
(Entra Emilse, un hombre de unos años más que Catalina. Trae una botella de agua
mineral que apoya sobre una mesita. Catalina despierta)
Emilse-. Buenas noches.
Catalina-. Que tal.
(Emilse avanza hacia la cama de su hermana, controla el suero, mira la hora. La tapa
bien. Se queda parado un momento junto a ella, la observa y mira con recelo a
Catalina. Ella a su vez, continúa atenta a las publicidades de la TV pero de vez en
cuando lo relojea con curiosidad).
Catalina-. ¿Le molesta la tele?
Emilse-. No, no (Emilse se le acerca, ella lo mira incómoda. Él le hace un gesto que
ella no entiende) Permiso. (Toma la frazada que está extendida sobre el respaldar de la
silla en la que Catalina está sentada).
Catalina-. Ah, disculpe. (Emilse tapa a su hermana con la frazada. Pausa). Que raro
que pongan juntos a un hombre y una mujer, ¿no?
Emilse-. ¿Perdón?
Catalina-. Por ellos digo. (Señala a los enfermos).
Emilse-. No sé. Hasta ayer también había un hombre en esa cama.
Catalina-. Ah, ¿le dieron el alta?
Emilse-. Murió.
Catalina-. ¿Joven?
Emilse-. Unos cincuenta años.
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Catalina-. (Confirmando) Joven. ¡Qué feo es morirse en los hospitales! Yo siempre
digo que prefiero morirme en la calle, arriba de un auto, en un ascensor, pero en un
hospital nunca. (Pausa. La tele se apaga sola). Se apagó. Me queda una ficha todavía.
¿Usté compró?
Emilse-. ¿El qué?
Catalina-. Fichas para ver la tele. Le cambié tres a la enfermera por un paquete de
sahumerios. Hoy temprano cuando llegué. ¿Vio que estábamos acá con las enfermeras y
yo les vendía sahumerios?
Emilse-. No, no vi nada.
Catalina-. Usted estaba en el pasillo. Iba y venía, no sé que hacía. Se lo veía como
nervioso. A lo mejor le daba vergüenza entrar a la habitación, como estaba llena de
mujeres. (Emilse no contesta. Ella levanta las cejas señalando hacia la cama izquierda)
¿Es su señora?
Emilse-. Mi hermana.
Catalina-. ¿Y hace mucho que está?
Emilse-. Van a hacer dos meses.
Catalina-. ¿Y sufre de…? (Emilse le hace señas de que “está loca”) ¡Ay pobre! ¿Pero
está consciente? (Emilse hace con las manos “más o menos”) ¿Y le agarró así de golpe?
Emilse-. No, ya es una cosa de años, desde que murió el marido.
Catalina-. ¿Y no debería estar en un… como le diría… instituto de salud mental?
Emilse-. Se muere. Se me cae seca apenas traspasa la puerta. Mi sobrino tiene un amigo
médico acá adentro, por eso la trajimos.
Catalina-. Ah, siempre es bueno tener contactos en los hospitales.
Emilse-. Cuando empezó a desvariar, en los momentos de lucidez me decía: Emilse,
prefiero que me maten antes de que me internen en un loquero.
Catalina-. ¿A quién le decía?
Emilse-. A mí.
Catalina-. No, no, no. Usted dijo que su hermana decía: “Emilse, no se que cosa…” ¿A
quién le decía?
Emilse-. A mí. Yo soy Emilse.
Catalina-. ¿Usted se llama Emilse?
Emilse-. Y claro.
Catalina-. ¿Se llama o le dicen?
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Emilse-. Me llamo. Y me dicen. Emilse Salvador Sosa. Así consta en mi libreta de
enrolamiento.
Catalina-. (Pasmada) ¡Ah! ¡Mire usté! (Se para. Le extiende la mano) Catalina Saint
Tropez. (El le estrecha la mano y ella se queda como esperando que él hable). Ya sé,
me va a decir que le suena.
Emilse-. La verdad que no.
Catalina-. ¡Como la ciudad francesa! Saint Tropez.
Emilse-. (Que no tiene la menor idea)¡Ah…!
Catalina-. ¿Conoce? (Emilse niega con la cabeza) Yo tampoco. Tiene un puerto muy
lindo dicen. Se llama así en honor a un soldado de Nerón ¿sabe quien fue Nerón?
Emilse-. El que incendió Roma.
Catalina-. (Divertida) ¡Se nota que sabe, eh! Mi nieta la más chica tiene quince años, la
otra vez le pregunté ¿sabés quién fue Nerón? “El marido de Evita” me contestó la burra.
Los chicos de ahora no saben nada. Yo apenas tengo sexto grado pero soy muy leída. La
cuestión que este soldado que se llamaba Saint Tropez como yo, algún antepasado, se
hizo cristiano, y Nerón en castigo lo mandó a decapitar y dejó la cabeza en Roma y al
cuerpo lo puso en una balsa junto con un perro y un gallo, ¡mire qué bestia! Y la balsa
anduvo y anduvo por el río… por… (Trata de hacer memoria) por no me acuerdo que
río hasta que llegó a la costa. A la costa de Saint Tropez que no tenía nombre todavía.
Imagínese, cuando la gente que estaba ahí en la playa vio semejante espectáculo, no se
habló de otra cosa por un año, y le terminaron poniendo a la ciudad el nombre del
decapitado. (Silencio. Espera algún comentario).
Emilse-. Que interesante.
Catalina-. ¿Y Emilse qué es usted?
Emilse-. Sosa.
Catalina-. (Pausa. Piensa en voz alta). Emilse… (Lo observa con desconfianza) ¿No
será un trans-sexual?
Emilse-. ¿Un qué?
Catalina-. Trans-sexual. (Emilse la mira confundido) Puto digamos. Sin ofender.
Emilse-. Emilse es nombre… ¡unisex! Como René, María, José…
Catalina-. (Asociando) ¿Se acuerda de la rana René? (Emilse no contesta). ¿Era hombre
o mujer?
Emilse-. Era rana.
Catalina-. Me refiero a si era representante del sexo masculino o del sexo femenino.
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Emilse-. Rana macho.
Catalina-. Si embargo se la conocía como “la” rana René. Además era bastante
amanerado ¿no le parece? Y siempre estaba acompañada por el oso ése. Era transsexual. La rana René era trans-sexual.
Emilse-. ¡Bueno, basta! Un poco está bien, pero usted me está faltando el respeto. ¡Está
poniendo en duda mi masculinidad! ¿Quiere que se la muestre?
Catalina-. ¿El qué?
Emilse-. (Saca un documento) Aquí está.
Catalina-. ¿Y eso?
Emilse-. Ahí se lee bien: Emilse Salvador Sosa. (Ella mira). ¿Qué me dice ahora? (Ella
comienza a reír a carcajadas). ¿Qué? ¿Todavía no me cree?
Catalina-. No, sí, sí. Lo que pasa es que… (Quiere hablar pero la gana la risa).
Perdón. Disculpe. Su foto… es tan graciosa… (Él le arrebata la libreta).
Emilse-. No estoy para bromas yo.
Catalina-. No se enoje. En situaciones como estas hay que reírse un poco. ¿Sino cómo
se aguanta una acá adentro? Este encierro, este olor… ¿Vio el olor a hospital que hay
acá adentro?
Emilse-. Esto es un hospital.
Catalina-. Ya sé pero me refiero al olor ese característico de los hospitales. Mañana le
voy a pedir permiso a la enfermera para encender un sahumerio en el pasillo.
Emilse-. ¡No por favor!
Catalina-. ¿No le gustan? Mire que tengo de varios aromas: lavanda, vainilla,
frambuesa.
Emilse-. Me producen ahogos.
Catalina-. ¿Es alérgico?
Emilse-. No, no. No es que estornude ni nada, pero, me hacen sentir como que me falta
el aire.
Catalina-. Entonces es asmático, ¿se hizo tratar?
Emilse-. ¡No tengo nada! No me gustan los sahumerios, eso es todo.
Catalina-. Que hombre tan raro usted, sin ofender eh. Tiene nombre de mujer, no le
gustan los sahumerios. No sé cómo puede preferir este olor a hospital.
Emilse-. Ya me acostumbré, y ni lo siento.
Catalina-. ¡También! ¡Después de dos meses!
Emilse-. Una semana en la cama y siete en la silla.
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Catalina-. ¿Qué? ¿Usted también estuvo internado?
Emilse-. Ahí mismo (Señala la cama del padre de Catalina). Pero una semanita nomás.
Catalina-. ¿Qué le pasó?
Emilse-. Una arritmia.
Catalina-. ¿Al cerebro?
Emilse-. Cardíaca.
Catalina-. ¿Y ahora como se siente?
Emilse-. Bien. No tengo que hacer esfuerzos, nada más.
Catalina-. ¡Y claro! No tenemos veinte años. ¿Así que se recuperó usted y cayó su
hermana? ¡Qué karma! Y su hermanita… ¿Qué le dijo el médico? ¿Tiene cura la pobre?
(Emilse niega con la cabeza) ¡Pobrecita! ¡Y si! Mejor que esté en un hospital, porque
lidiar con una persona así en su casa… no quiero ni pensarlo. Yo me volvería loca. Es
un decir, ¿no? Disculpe.
Emilse-. Tengo que darle la pastilla. ¿Tiene hora usted?
Catalina-. Ya le digo, son las… (Se coloca los anteojos, mira su reloj) ¡Uy, se me paró!
Espere que me fijo en el reloj del pasillo.
Emilse-. Se lo robaron. No sé cómo pudieron sacarlo de ahí arriba pero no está más.
Catalina-. ¿Se lo habrá llevado alguna enfermera? Vio que esas así como roban
remedios para vender en el barrio se llevan los relojes, las sábanas, los papagayos, se
encanutan todo.
Emilse-. Ahora no sabemos ni qué hora es.
Catalina-. Estos relojes modernos, ¿vio? Se rompen de nada.
Emilse-. Los de antes eran otra cosa.
Catalina-. Todo lo de antes era otra cosa. El Fly por ejemplo. Si a usté lo invadían los
mosquitos, cazaba el Fly y chau Pinela. Ahora hay tabletas, cremas para el cuerpo,
insecticidas con aroma a flores silvestres, qué se yo…pero no sirven para una mierda
porque los mosquitos siguen ahí. Y cada año se vuelven más grandes. En diez años
vamos a tener murciélagos en lugar de mosquitos. (Emilse no le presta atención. Se
asoma al pasillo y espía sigiloso hacia ambos lados) ¿Qué hace? Estela, ¿qué hace?
Emilse-. (Harto) Me llamo Emilse. Miro si pasa alguien para preguntarle la hora ¿Y qué
tienen que ver los mosquitos con lo que estábamos hablando?
Catalina-. Todo tiene que ver con todo. Los mosquitos son los culpables de todas las
enfermedades. Me pican a mí, lo pican a usté, la pican a su hermana, lo pican a mi papá,
pican al tuberculoso de acá al lado y así van repartiendo pestes por toda la ciudad, le
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contagian el sida, la fiebre amarilla, el dengue. ¡El dengue! ¡Qué horror, Dios mío! Yo
vivo con terror al dengue. ¿Usted tuvo dengue?
Emilse-. Jamás.
Catalina-. Peor entonces. Si le agarra de viejo es peor. Es como el sarampión o la
varicela. ¿Paperas tuvo?
Emilse-. Cuando era chico, sí.
Catalina-. ¿Y adónde tuvo?
Emilse-. Me contagié en la escuela.
Catalina-. Quiero decir adónde, en qué parte del cuerpo.
Emilse-. Y bueno, las paperas agarran acá, en los ganglios. ¡Ah…! ¿Usted dice por…?
No, no, no. Tuve en los ganglios nada más.
Catalina-. Le pregunto, no por indiscreta, eh, sino porque toda la vida viví escuchando
eso de que a los hombres se les bajan las paperas. Pero nunca conocí a ninguno que le
haya pasado de endeveras. ¿Se dice “las paperas” o “la papera”?
Emilse-. No sé, pero “endeveras” está muy mal dicho.
Catalina-. (Piensa) En… de veras. ¡De veras! Está mal dicho. (Mira pensativa hacia el
techo, murmura en voz baja).
Emilse-. ¿Qué le pasa? ¿Se siente bien?
Catalina-. Me quedé pensando en los transexuales. En la Pantera Rosa, pensaba. ¿Era
hombre o mujer la Pantera Rosa?
Emilse-. Ni una cosa ni la otra. Era como René, como María, Emilse, José, sartén…
Catalina-. ¿Sartén?
Emilse-. Vio que a veces, no sé si a usted le pasa, hay palabras que uno nunca sabe
cómo se dicen… si es el sartén o la sartén.
Catalina-. El calor o la calor. Coincido plenamente. ¿Quiere que le diga una cosa? Me
gusta hablar con usted, Elena. Es una persona que se nota que tiene mundo, que tiene
temas de conversación. (La hermana de Emilse emite unos quejidos. Emilse se acerca y
le acaricia la cabeza).
Emilse-. Tranquila, Niní. Ya vamos a irnos para casa. (La hermana se queja
nuevamente). Tranquila, Calixto está acá al lado mío. No se mueve de acá pobre
Calixto. Toda la noche al lado tuyo está. (Toma un pote con gelatina y busca una
cuchara). ¿Sería tan amable de prestarme la cuchara de su padre?
Catalina-. (Ella le alcanza la cuchara)¿No le hará mal comer tan tarde?
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Emilse-. ¡Shhh…! Usted sígame el tren. (Se para junto al ventilador y simula dale de
comer con la cuchara) ¿Está rica la gelatina, Calixto? Es de naranja.
Catalina-. (Lo mira asustada) ¿Calixto dijo? ¿El ventilador se llama Calixto?
Emilse-. (Bajo) Mi cuñado se llama Calixto. Se llamaba, el pobre. (Al ventilador) ¡Que
bien, Calixto! Te la comiste toda. ¿Querés más? Enseguida te sirvo. (A Catalina, en voz
bien alta) Sírvame más gelatina para Calixto, por favor. (Ella toma la taza y hace de
cuenta que sirve, sin entender muy bien en qué consiste el juego. Emilse se agacha para
escuchar hablar a su hermana). ¿Qué pasa, querida? ¿Eh? Sí, vos quedate tranquila.
Dormí, dormí un rato, Niní, que yo me ocupo de Calixto, sí. Ya sé que hace frío. Vos
dormí nomás. No te preocupes por nada, Niní. (Se quita el saco y se lo coloca al
ventilador) A ver, Calixto, vamos a abrigarte un poco, que está empezando a refrescar.
(Catalina lo mira atónita. Él controla que su hermana se haya dormido y vuelve a su
lugar). Se durmió.
Catalina-. ¿Quién?
Emilse-. Niní, mi hermana. ¿Quién va a ser, el ventilador?
Catalina-. Ah… como hizo toda esa escena, con el saco y la cuchara… ¿Qué hago con
la gelatina?
Emilse-. Cómasela. (Ella se sienta y come esperando que él aclare algo. Pausa).
Catalina-. Un poco rara su familia, ¿no?
Emilse-. ¿Rara en qué sentido?
Catalina-. Digo…, usted, su hermana, su cuñado…
Emilse-. Mire señora, un poco está bien, pero lo suyo ya ha superado la falta de respeto.
El hecho de haber permanecido soltero toda mi vida, no indica que… eso que usted
piensa… que a mi me gusta… ¡que soy marica!
Catalina-. ¡No! ¡Pero si no me refería a eso! Yo hablaba de… de él… (Hace señas).
Emilse-. ¿Del ventilador?
Catalina-. (Cómplice) Me di cuenta del truco. (Divertida) Su hermana cree que se trata
del difunto esposo.
Emilse-. Mi cuñado murió anémico, después de meses de no ingerir ni un pedazo de
pan. Cuando se nos fue, ella comenzó a desvariar. Tenía en la pieza un ventilador igual a
éste y empezó a hablarle, a atenderlo como si fuera él. “Calixto, estás muy flaco, tenés
que comer, le decía”. Y le metía comida por todos los agujeros.
Catalina-. ¡Al ventilador!
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Emilse-. Un día en pleno verano me llama una vecina y me dice: “A su hermana le dio
un ataque”. La chica que la cuidaba le había llevado a la cama un pedazo de tarta de
choclo con puré. Y como hacía calor le encendió el ventilador. La dejó ahí sola
comiendo. Imagínese que escena. El aparato ese repleto de granos de choclo, las
paredes, el techo, el cuarto entero chorreando puré. Y ella, pobrecita, media
electrocutada en el suelo, al borde de la muerte por creer que le estaba dando de comer a
su esposo.
Catalina-. (Emocionada). Creo que voy a llorar.
Emilse-. Desde que la internamos no hacía más que preguntar por Calixto. Así que un
día dije basta y me lo traje. Si se tiene que ir, mejor que crea que su marido la acompañó
hasta el final.
Catalina-. Pero… es un ventilador…
Emilse-. Para ella es Calixto.
Catalina-. Nunca había escuchado nada igual. Y lo suyo… es digno de admiración, eh.
Ojalá yo hubiera conocido alguna vez a un hombre como usted. Tan sensible, tan
dadivoso, tan… ¿Así que es soltero usted?
Emilse-. Nunca me casé.
Catalina-. ¿Y tiene hijos? (El niega). Yo tengo dos. Y soy dos veces viuda. Mi primer
marido murió de escarlatina. Jamás superé la culpa. Porque yo fui la que le contagió la
escarlatina, pobrecito. Me curé enseguida, y él… no pudo recuperarse… (El padre de
Catalina emite unos gruñidos).
Catalina-. ¿Qué querés, papá? ¿Querés mear? ¿El papagayo querés? (Le tiende una
pequeña libretita y una lapicera) No te esfuerces, escribilo, dale. (Ella lo ayuda. Aclara
a Emilse.) Le cuesta hablar porque tiene traqueotomía. Cada vez le tiembla más el
pulso. Es propio del parkinson, dijo el médico. Lo del tembleque. Y eso es hereditario.
A mí cada dos por tres me tiembla un poco la mano y le juro que del susto… ¡tiemblo!
¿Usted no padece ninguna hereditaria?
Emilse-. No que yo sepa.
Catalina-. (Al padre) ¿Listo? (Lee la libreta) ¡Ay, pero…! ¡Papá! ¡No tenés derecho!
Sos un desagradecido. No debería dejarte escribir más. ¡Siempre me hacés lo mismo!
(Ella llora. Arranca el papel, lo arroja. Comienza a agitarse) ¡Siempre me escribe las
mismas cosas! ¡No tenés paz, papá! ¡Me la paso acá cuidándote, atendiéndote para que
me digas cosas como ésas! ¡Cómo te gusta hacerme la vida imposible! ¡Sos un viejo
choto desagradecido!
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Emilse-. Cálmese, por favor.
Catalina-. Toda la vida insultándome, inventando cosas y haciéndome quedar mal. (Se
agita mucho).
Emilse-. ¿Quiere que llame a la enfermera?
Catalina-. ¡Debería irme! Dejarte tirado y que te mueras solo, bien solo. ¡Te juro que
me voy, te dejo acá con ese ventilador de mierda, y que te hagan creer que soy yo, como
hacen con esa pobre vieja loca! (Se coloca una mascarilla y se nebuliza para
tranquilizarse. Emilse acomoda un poco las sábanas del padre. Toma el papel que está
en el suelo. Lee lo que el padre escribió).
Catalina-. Ya estoy mejor. Es el asma. Me dijo el médico: no se haga muchos nervios
porque se puede agitar. Pero ni para disgustos gana una con parientes como éstos.
Emilse-. (Leyendo) “Por qué no te vas a casa en vez de pasarte toda la noche haciéndote
la puta en el hospital”.
Catalina-. ¿A usted le parece justo? Que mi propio padre me diga eso, cuando no doy
más del ciático porque hace meses que duermo en una silla.
Emilse-. ¿Cómo meses? ¿Usted no llegó hoy? A su papá, ¿no lo internaron hoy?
Catalina-. ¡Pero no! Si hace cinco meses que estoy yirando por todas las clínicas!
Estaba en una privada de Palermo, primero… ¿Cómo era el nombre? ¡Esa donde van
todos los artistas! Bueno, no importa. La cuestión que de ahí me lo derivaron al
Santojanni, allá en el culo del mundo. Después me lo traje más cerca, a otra clínica pero
lo tuve que sacar porque el PAMI estaba de paro y fui a parar al Zubizarreta, que queda
cerca de lo de mi hermana. ¿Puede creer usted que ni una sola noche se quedó a
cuidarlo? ¡Tenía pánico porque de joven se agarró una “intra” que casi la manda para el
otro lado!
Emilse-. ¿Una qué?
Catalina-.Una “intra”. “Infección intrahospitalaria”. Son virus exclusivos de acá de los
hospitales. De aquella vez no quiso saber más nada con entrar a un hospital. Me jodía
con que le hagamos firmar al viejo un poder a nombre de las dos. ¡Mire si yo le voy a
dar un solo peso a ella que no se ocupó jamás ni de éste ni de nadie de la familia!
Porque mi padre pasó la mitad de su vida internado, y a ella nunca se le vio la cara.
Emilse-. ¿Pero qué tiene su papá?
Catalina-. Una infección pulmonar crónica, de toda la vida. Antes de que lo jubilen se
atendía en las mejores clínicas. En esta que le digo de Palermo… ¡Ay, se me hizo una
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laguna! Por eso yo me conozco a media farándula, de pasármela internada con él en la
clínica esa. ¿Usted conoce a algún artista?
Emilse-. Tengo un primo que cantaba tangos.
Catalina-. ¿En Grandes Valores?
Emilse-. No, cantaba en los clubes.
Catalina-. Yo digo artistas de verdad, los de la tele. ¿Sabe con quién estuvo internado
mi papá? Con la tía abuela de Paul Newman. Una tarde mientras estábamos ahí se
apareció Paul Newman en persona con un ramo de flores.
Emilse-. Usted me está macaneando.
Catalina-. ¡Le juro que hasta me firmó un autógrafo!
Emilse-. Paul Newman nunca vino a la Argentina.
Catalina-. ¿Paul Newman dije yo? (Piensa). A ver espere. ¡No! ¡Nicole Neumann era!
Siempre me confundo con los nombres de los artistas.
Emilse-. ¿Usted de dónde es?
Catalina-. Yo soy nacida en Villa Luzuriaga, después cuando me casé me fui a vivir a
Tapiales. ¿Por qué pregunta?
Emilse-. No… es que… su cara… me resulta familiar.
CONTINÚA…
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