La Historia Antigua Grecorromana y su metodología de análisis en

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XV Jornadas Nacionales y IV Internacionales de Enseñanza de la Historia
APEHUN
Santa Fe, 17, 18 y 19 de septiembre de 2014
Facultad de Humanidades y Ciencias, Universidad Nacional del Litoral
Título del trabajo: La Historia Antigua Grecorromana y su metodología de análisis en la formación
del docente-investigador de Historia. Ejemplificación a través del abordaje de fuentes: Rómulo,
visto respectivamente por Cicerón y por Plutarco de Queronea.
Núcleo temático: 1. Formación inicial y continuada del Profesorado.
Autora: María Leonor Milia
Cargo y pertenencia institucional: Facultad de Humanidades y Ciencias, Universidad Nacional del
Litoral.
Correo electrónico: maleomilia@gmail.com
RESUMEN.
El presente nos involucra en una experiencia vertiginosa del tiempo histórico, lo que plantea la
pregunta por la validez del estudio de la antigüedad, en particular del mundo grecorromano. Dado el
compromiso de la Facultad de Humanidades y Ciencias en la formación del futuro docenteinvestigador en Historia, una respuesta afirmativa exigirá fundamentar la presencia del área en
aquella.
El estudio de sociedades formadas en tiempos “antiguos” tiene valor por sí mismo: comprender
etapas significativas de la humanidad, aprehender la tensión cambio/duración en los procesos
históricos, percibir lo que pervive del pasado en épocas posteriores. Pero también, como
ejercitación teórico-práctica exige tomar distancia frente al objeto de estudio y abre caminos para
adentrarse en la metodología de trabajo del historiador, en la problemática del análisis y la
explicación en la disciplina, y en la construcción del pensamiento crítico.
El trabajo se propone un acercamiento al potencial formativo del mundo grecorromano como objeto
de estudio, a través de un recorte específico: el abordaje de testimonios escritos respecto de un mito
de origen, la supuesta fundación de Roma por Rómulo. Pertenecen a dos autores, Cicerón y
Plutarco, ambos situados en momentos diferentes de una misma configuración cultural, lo que
posibilita un análisis comparativo.
XV Jornadas Nacionales y IV Internacionales de Enseñanza de la Historia
de la Asociación de Profesores de Enseñanza de la Historia de las Universidades Nacionales
(APEHUN)
Santa Fe, 17, 18 y 19 de septiembre de 2014
Facultad de Humanidades y Ciencias, Universidad Nacional del Litoral
Título del trabajo: La Historia Antigua Grecorromana y su metodología de trabajo en la formación
del docente-investigador de Historia. Ejemplificación a través del análisis de las fuentes en un caso
particular: Rómulo, visto respectivamente por Cicerón y por Plutarco de Queronea.
Núcleo temático: 1- Formación inicial y continuada del Profesorado.
Autora: María Leonor Milia
Pertenencia institucional: Universidad Nacional del Litoral
Correo electrónico: maleomilia@gmail.com
El mundo en que vivimos nos involucra en una experiencia vertiginosa del tiempo histórico y en un
espacio que se torna planetario. Los acontecimientos se suceden e interrelacionan tan rápidamente,
que frecuentemente se nos hace difícil interpretar procesos aún abiertos, en los cuales tienen
sustento. Esta percepción del presente inmediato y del impacto que produce en nuestras vidas
también suscita interrogantes sobre otros objetos del conocimiento histórico. Es en este marco que
se plantea la pregunta acerca de la validez que hoy tiene la reflexión sobre un pasado más lejano, el
de las sociedades “antiguas”, reflexión que entendemos no contradictoria sino complementaria de la
necesidad de comprender el presente.
Dentro del campo disciplinar de la Historia, este trabajo referirá aquella gran pregunta a un área
específica, el mundo antiguo grecorromano. Dado el compromiso de la Facultad de Humanidades y
Ciencias con la formación del futuro docente-investigador, una respuesta afirmativa requiere un
acercamiento al potencial del área que permita fundamentar su presencia en el plan de estudios del
Profesorado y la Licenciatura. Cabe señalar que actualmente sus contenidos están incluidos en la
asignatura “Sociedades Mediterráneas”, habitualmente cursada por alumnos de segundo año, es
decir que están aún recorriendo las primeras etapas de la carrera.
A la vez efectuaremos un recorte temático, a fin de mostrar mediante la ejemplificación algunas
posibilidades que brinda el área para la formación teórico-metodológica del futuro docenteinvestigador y el desarrollo del pensamiento crítico.
Dado que entendemos que la didáctica necesita apoyarse sobre los ejes de la disciplina que
buscamos enseñar, plantearemos algunos lineamientos temáticos y metodológicos de nuestro objeto
de estudio específico.
El propósito central es el aprendizaje a realizar por el alumno. Pero sabemos que no hay
construcción de conocimiento sin interacción con el objeto a conocer, es decir, con los contenidos
de la enseñanza. El alumno de los primeros cursos aún no ha logrado suficientemente modificar
concepciones previas erróneas o imprecisas acerca de la historia, especialmente al respecto de sus
conceptos estructurantes, tales como la causalidad y el tiempo. En la medida en que los nuevos
contenidos se contrapongan a las nociones previas, se habrá planteado el conflicto cognitivo, que da
lugar a nuevos interrogantes, a confrontar lo nuevo con lo viejo y lleva a la modificación de
aquellas y a la apropiación del conocimiento, es decir, a aprender. De ahí la importancia de trabajar
teniendo en cuenta ‘lo previo’. Consideramos que el análisis de los documentos puede ser muy útil
para avanzar en el aprendizaje y para adentrarse en la metodología de la historia como disciplina.
Esto plantea también el problema de la transposición didáctica, pero dado el reducido espacio de
que se dispone en una ponencia, solamente señalaremos algunas posibilidades (Milia y Lizárraga,
2002: 12-16).
Sostenemos que el estudio de estas sociedades construidas en tiempos “antiguos” tiene valor por sí
mismo. Ellas construyeron vínculos específicos en relación con un espacio singular, uno y múltiple:
el Mediterráneo y las tierras adyacentes. Generaron diferentes modalidades de ejercicio del poder
político en la comunidad cívica y en el imperio, a la vez que relaciones sociales conflictivas en la
lucha por los derechos ciudadanos y en la dominación sobre sectores subalternos o poblaciones
sometidas. Crearon nuevas formas de concebir el mundo y la vida, y de expresarlas material y
simbólicamente. Es un mundo lejano en el tiempo, pero para nada estático, si bien movido por
ritmos diferentes a los que marcan nuestra vida actual.
Acercarse al antiguo mundo grecorromano es penetrar en la lógica constitutiva de otras sociedades,
en su conflictividad, en otros sistemas de valores y creencias; es estar siempre alertas para captar lo
diferente, lo que contrasta con nuestra experiencia cotidiana. Exige el distanciamiento para
comprender a un ‘otro’ en el sentido antropológico más amplio de la palabra ‘cultura’: una cultura
compleja que por múltiples vías ha dejado rastros que, resignificados una y otra vez en tiempos y
situaciones diversas, aún perduran. Por eso su comprensión también requiere dirigir la mirada más
allá de los acontecimientos, procurando detectar los distintos ritmos del tiempo histórico,
aprehender la tensión cambio/duración en los procesos, percibir lo que pervive del pasado en épocas
posteriores, inclusive en el presente.
Ese acercamiento implica una ejercitación teórico-práctica que abre caminos para adentrarse en la
metodología de trabajo del historiador, en la problemática del análisis y la explicación en la
disciplina, y en la construcción del pensamiento crítico. Al respecto, los aportes de las otras ciencias
sociales son hoy de gran valor para la historia, sobre todo cuando la ampliación del conocimiento
hace más difusos los límites entre las disciplinas, más necesario el trabajo en sus bordes y más
compleja la comprensión.
Como en otras áreas del conocimiento histórico, el análisis requiere plantear problemas e hipótesis
explicativas que exigen argumentos para su validación, pero también tomar conciencia de la
historicidad del lenguaje, lo que involucra a los conceptos y categorías de análisis como
herramientas de nuestro trabajo.
La problematización de contenidos, la lectura guiada de bibliografía seleccionada, la identificación
del planteo de cada autor y la discusión grupal de sus fundamentos, la elaboración de esquemas
integradores, vinculan teoría y práctica en el aprendizaje. A ello también contribuye el análisis de
imágenes que hacen referencia al sistema de representaciones del mundo antiguo grecorromano. Y
para estas sociedades tan vinculadas a la tierra y al Mediterráneo –mar estimulante de contactos de
todo tipo- la observación de la cartografía es fundamental para captar la territorialización de los
procesos históricos.
Una de las dificultades para el docente-investigador en el área es la gran variedad de los testimonios
conservados y la fragmentación con que esos rastros del quehacer humano han llegado hasta
nosotros. Una correcta metodología para su abordaje, que posibilite extraer e interpretar la
información que encierran, hace de ellos fuentes de conocimiento y aporta uno de los valores
formativos para la iniciación del alumno en el análisis histórico.
Dentro de esta problemática general, este trabajo se detiene en particular en los textos escritos.
Ausentes en los tiempos más tempranos, son en cambio relativamente abundantes aunque a menudo
incompletos, en las épocas más brillantes. Están fuertemente condicionados por el tiempo y las
circunstancias en que cada uno fue compuesto, y muy particularmente por la posición de cada autor
dentro de su realidad. Socialmente, quienes han escrito obras relevantes –discurso historiográfico,
filosófico, político, inclusive poesía- pertenecen a las élites y mantienen algún vínculo directo con
el poder y las luchas políticas de su época, o al menos están integrados en su sistema de valores y su
universo simbólico. Sus escritos se hacen inteligibles en relación con el contexto de producción, del
cual no pueden ser aislados, lo que no impide que en su riqueza registremos también la originalidad
de un autor, de un género literario o los matices significativos de la lengua en que escribe.
En ellos ocupan lugares clave numerosas palabras que, incorporadas a las lenguas modernas particularmente las directamente derivadas del latín, pero no sólo ellas- han tenido una larga
trayectoria que llega hasta hoy. A lo largo de los procesos históricos y de las circunstancias de su
utilización, su contenido semántico ha sido resignificado, pues los conceptos y categorías de
análisis están penetrados por la historicidad, afectados por la dimensión temporal. También cambian
sus usos entre nuestros contemporáneos, en la vida cotidiana, la publicidad y la política.
A pesar de ello, no han perdido del todo su anclaje, su conexión con respecto al contenido original.
Hurgar en el por qué de este fenómeno nos llevaría lejos, hasta lo más profundo de las estructuras
sociales, los diversos niveles de la temporalidad y las vinculaciones entre enunciados, enunciadores
y relaciones de poder.
Para el mundo grecorromano los ejemplos serían inagotables. Recorriendo solamente la
terminología de lo que hoy son las ciencias sociales, encontraríamos que una parte significativa
proviene de la que usaron griegos y romanos en sus reflexiones sobre el poder, unidas en muchos
casos a su participación activa en la política de su tiempo. Son términos cargados con una referencia
tácita proveniente de sus raíces históricas: monarquía, aristocracia, oligarquía, tiranía,
democracia, demagogia, hegemonía, dictadura, magistratura, república, ciudadanía, libertad, ley,
institución, príncipe, imperio, dominación, orden, senado, y tantos otros, hasta el propio nombre de
la política (Milia, 2008: 67-68; Milia y Lizárraga, 2011: 13-14).
Estimular en el alumno la reflexión sobre el contenido de los conceptos y sus resignificaciones,
motivarlo para percibir la distancia entre las representaciones y las realidades sociales que ellas
representan, orientarlo para palpar su propia experiencia, constituye otro de los valores formativos
del área. Implica reflexionar sobre amplios procesos de recepción y sobre las posibilidades y
limitaciones de utilizarlos como instrumentos válidos para analizar otras sociedades alejadas en el
tiempo y/o el espacio. Requiere hacer conscientes los deslizamientos de sentido y los diversos
niveles de abstracción en que se puede situar el investigador. Exige también identificar los matices,
las intenciones o concepciones encubiertas por su uso en el discurso, la carga semántica incorporada
en cada contexto histórico-social. Y contribuye a percibir relaciones entre cambios y continuidades
en la historia.
Resignificar conceptos y categorías en relación con el objeto que se analiza, reconocer las
diferencias entre ellos y el sentido en que los usa el autor del documento, es una tarea teórica y
metodológicamente imprescindible para no caer en anacronismos, que llevarían a ubicar o
interpretar elementos fuera de la etapa histórica o/y de la sociedad específica a la que corresponden,
a distorsionar su sentido o a atribuirles otro distinto del que tenían en su contexto original. Es
esencial para encarar estudios comparativos de procesos análogos, ya se trate de objetos
contemporáneos entre sí, ya de diferentes etapas en un mismo proceso, dentro del cual se registran
continuidades o rupturas. Aquí entra a jugar la traductibilidad de cada concepto, su validez como
herramienta heurística, condición esencial para poder utilizarlo en contextos para los cuales no ha
sido creado específicamente, pero que guardan algún tipo de analogía con el original.
Por ejemplo, democracia es una palabra de larguísima tradición. En la etapa radical de la Atenas del
siglo V a. C, la categoría legal ‘politai’ –ciudadanos- designaba a un colectivo amplio en
comparación con otras poleis, o con su propio pasado aristocrático. Si bien excluía a los varones
libres no ciudadanos, las mujeres y los esclavos, los ciudadanos ejercieron directamente el poder
político y tomaron decisiones en asambleas y tribunales populares que, en el reducido espacio de la
polis, afectaron a toda la comunidad. A pesar de la larga permanencia de la raíz etimológica, hoy las
connotaciones semánticas del concepto son otras. El trasfondo social de las democracias
contemporáneas, las dimensiones territoriales y demográficas, los sistemas de representación, la
existencia de los estados nacionales, las relaciones internacionales, la posición política de quienes
empleen el término -por señalar sólo algunos elementos- lo resignifican (Milia y Lizárraga, 2011:
13-14). Tampoco ‘ciudadano’ –palabra de origen latino- significó lo mismo en la práctica política
romana, ni por supuesto, en sociedades actuales.
Estas reflexiones hacen también a nuestro objeto de estudio: captar lo específico a través de los
contrastes, comprender épocas y sociedades pasadas, diferentes a la nuestra, lo cual revierte sobre
una actitud mejor posicionada para interrogar al presente.
A partir de lo expuesto se derivan cuestiones fundamentales en la problemática del abordaje de los
textos antiguos. A fin de ejemplificar su valor en la formación del docente-investigador,
seleccionamos dos casos diferentes sobre una temática común, frecuentemente presente en los
textos latinos: ‘los orígenes’ de Roma.
Los relatos referidos a sus tiempos más antiguos han sido transmitidos oralmente por la memoria
social, reformulados a través de siglos, en íntima relación con el crecimiento de la ciudad-estado, la
expansión territorial y la conformación del sistema de dominación imperial. Entre ellos ocupa un
lugar relevante el mito fundacional, un relato sobre los orígenes, ubicado en un tiempo lejano e
impreciso, que encierra componentes fabulosos y sacraliza el pasado de una comunidad que
encuentra en él un referente esencial de su identidad colectiva. Es también una herramienta para
legitimar el presente, muy especialmente en cuanto al ejercicio del poder y a sus depositarios.
Las consideraciones de Nicole Loraux al respecto de las relaciones entre los mitos de origen y la
política en Atenas suscitan reflexiones que, salvando las diferencias, contribuyen a interpretar el
caso romano. Mientras relaciona los hombres con los dioses, el mito conecta a los hombres entre sí
y posibilita la presentificación del pasado. El relato mítico es “[…] una historia que se utiliza y que
se rehace. Una historia, también, que da forma a las acciones del presente. […] Perpetuamente
reactualizado, el relato de lejanos ‘erga’ pesa en las acciones del presente, que él inspira
directamente, o bien cumple para los actores de la historia –para su propio uso o para el de los
demás- el papel de un modelo imperativo, que debe ser proyectado en la acción”. Recordando a
Levi-Strauss, señala que “[…] nada se asemeja más al mito que la ideología política” (Loraux,
2007: 59-61; citado en Milia, 2011: 228).
Enriquecidos por la tradición colectiva, puestos tardíamente por escrito, estos relatos esconden una
explicación que incluye ya desde el principio de la ciudad la protección de los dioses y sus glorias
futuras, coetáneas con el presente desde el cual el autor los recoge y reescribe. De esta manera, los
mitos de origen contribuyen a consolidar un imaginario y una justificación del sistema de poder, de
fundamental importancia durante la República tardía, pero sobre todo a partir del Principado de
Augusto, quien -después de finalizadas las guerras civiles- necesita afianzar el poder unipersonal y
la dominación sobre el imperio universal. La conquista militar se completa con la Pax Romana, que
implica la aceptación y asimilación colectivas de su sistema de valores, identificado con la voluntad
de los dioses y con la civilización.
El presente pesa en la posición personal de cada autor, ya sea que vuelque en el texto sus ideales
políticos y los conflictos en que participa –como Cicerón- o que manifieste la aceptación de la
dominación romana ya consolidada, aunque reservando la prioridad cultural para lo griego, como
hace Plutarco.
Desde el punto de vista del historiador actual, ‘los orígenes’ son sólo un comienzo –muy difícil de
determinar en este caso- pero no pueden explicar por sí mismos todo un proceso del cual sólo
estarían indicando un comienzo. Si además de los componentes míticos tomamos en cuenta las
serias dificultades para relacionar el contenido de la tradición con los testimonios arqueológicos, el
proceso constitutivo de la ciudad temprana resulta problemático y difícil de reconstruir. Esos relatos
nos dicen mucho del presente inmediato o cercano del autor, del sistema de intereses y valores del
que participa y de la concepción antigua acerca de los liderazgos individuales y colectivos, a los que
hoy buscamos comprender en su relación con el contexto social en el que la acción es posible y
cobra sentido.
No es ésta la mirada de los antiguos autores romanos o romanizados. Las dos versiones del mito
fundacional seleccionadas están situadas dentro de un mismo proceso de larga duración: la
construcción de la compleja configuración sociocultural grecorromana. Ambas tienen como
personaje central a Rómulo, el supuesto fundador de Roma: la de Cicerón, en De re publica, y la de
Plutarco, incluida en sus Vidas paralelas. El análisis que planteamos como actividad de aprendizaje,
apoyado en la consulta de bibliografía y en la lectura de las obras, trata de detectar el esquema de
valores subyacente, utilizando una metodología comparativa, a partir de ciertos parámetros que
requieren ser definidos con precisión, para identificar analogías y diferencias.
En primer término busquemos los tiempos y las circunstancias de la vida de cada autor.
Cicerón, jurista y político, cónsul y senador, miembro del orden ecuestre que asciende gracias a su
talento, vive en el siglo I a. C. Es una época crítica para la República romana, en la que las
instituciones son fuertemente impactadas por las guerras civiles y la violencia de las luchas por el
poder unipersonal, encabezadas por líderes político-militares. Su contraparte es el rapidísimo
crecimiento de los territorios conquistados y de las poblaciones sobre los que Roma ejerce la
dominación, de donde recibe riquezas, esclavos y obediencia, en un proceso que pone en cuestión el
funcionamiento y la legitimidad de las instituciones de la ciudad-estado. Su Rómulo, protegido por
Marte, es un héroe clarividente, que desde el comienzo ha previsto todo lo que Roma necesitaba
para su crecimiento futuro, al cual supuestamente estaba predestinada.
Plutarco, en cambio, griego de la pequeña ciudad de Queronea, escribe en las primeras décadas del
siglo II d. C. Es miembro de esas élites provinciales romanizadas que constituyen uno de los pilares
del Imperio. De alto nivel cultural, ha desempeñado diversos cargos en el gobierno local y en el
santuario de Delfos, además de viajar, visitar Roma y tener contactos con personajes notables de la
ciudad. Estamos en una época diferente: el tiempo del apogeo del poder imperial. Su relato al
respecto del fundador, sin perder componentes tradicionales, destaca otros rasgos, que dejan aflorar
aspectos no tan heroicos de los primeros tiempos de la ciudad.
Veamos ahora algunos fragmentos significativos del relato en ambos textos.
En De re publica, Cicerón pone su pensamiento en boca de Publio Escipión Africano 1 durante un
supuesto diálogo en su villa de recreo con un grupo de amigos, que sitúa en el año 129 a. C., es
decir, en un tiempo anterior a su propia vida. Esta situación simulada encierra su propia concepción
sobre las formas de organización de las instituciones y el poder, sobre la acción política y sobre
Roma.
Su particular sobre Rómulo cobra sentido en relación con el eje de su interés: el planteo a la vez
teórico y pragmático sobre las formas de gobierno, la constitución romana y el valor moral del
compromiso político de sus dirigentes. Al respecto, marca su diferencia con los pensadores griegos,
centrados en la reflexión puramente teórica, ya que considera que una vida virtuosa dedicada a la
política activa –como la suya- es superior. Así lo expresa a través de Escipión:
“[…] no me satisfacen los escritos que sobre esta cuestión nos dejaron autores griegos muy
importantes y sabios, ni me atrevo a enmendarlos con lo que a mí me parece; por eso os pido que
me escuchéis como a quien no es del todo ignorante de las doctrinas griegas, ni las prefiere, sobre
todo en esta materia, a las nuestras, sino como a un ciudadano romano educado con cierto nivel de
cultura gracias a la diligencia de su padre, y movido desde su juventud por el afán de aprender,
pero mucho más aleccionado por la práctica y lo aprendido en casa que por los libros.” (Rep., I,
23,36)
Y puesto que va a hablar sobre la ‘república’, se explaya acerca de qué es eso de lo que tratará:
“[…] la cosa pública es lo que pertenece al pueblo; pero pueblo no es todo conjunto de hombres
reunidos de cualquier manera, sino el conjunto de una multitud asociada por un mismo derecho
que sirve a todos por igual.” (Rep., I, 25,39)
En toda república es necesario un orden en la forma de ejercer el poder, expresado en su
constitución: “[…] todo pueblo, […] toda ciudad, que es el establecimiento de un pueblo, toda
república, que […] es lo que pertenece al pueblo, debe regirse, para poder perdurar, por un
gobierno. Éste debe servir siempre y ante todo a aquella causa que lo es también de la formación
de la ciudad; luego puede atribuirse este gobierno a una sola persona o a unas pocas escogidas o
puede dejarse a la muchedumbre de todos. Así, cuando tiene uno solo el gobierno de todas las
1
Hijo de Paulo Emilio, vencedor en Pidna (168 a. C.), batalla que dio fin a la tercera guerra macedónica e impuso la
dominación romana sobre Macedonia y Grecia. Escipión, también llamado “el Africano”, fue quien dirigió el asalto
final y la destrucción de Cartago y de Numancia (Hispania). Perteneció a una de las familias más poderosas y activas en
la política de su tiempo, fuertemente helenizada, pero plenamente convencida de la superioridad romana y de su
derecho a dominar el mundo mediterráneo.
cosas, llamamos rey a esa persona única y reino a la forma de tal república; cuando lo tienen unos
pocos selectos, se dice que tal ciudad se rige por el arbitrio de los nobles; y por último, es ciudad
popular –así la llaman- aquella en la que todo lo puede el pueblo” (Rep., I, 26, 42).
No se trata de cualquier orden. Todas esas formas de gobierno tienen defectos, aunque la menos
imperfecta sería la monarquía. Todas, según leyes de la naturaleza, necesariamente se deslizan hacia
otras perjudiciales: de la monarquía a la tiranía; de la aristocracia a la oligarquía; de la democracia a
la anarquía, “[…] degenerada en locura y libertinaje pestífero”, como sería el caso de Atenas, al
tener los ciudadanos atenienses la potestad absoluta (Rep., I, 28,44). La república romana, en
cambio, debería su éxito a su constitución mixta, que reuniría en un equilibrio estable, las ventajas
de la monarquía, la aristocracia y la democracia, sin caer en los defectos, deformaciones e
inestabilidad de aquellas.
Este temor a que sean muchos los que tengan igual acceso al poder aparece frecuentemente en su
texto y expresa no sólo sus propias convicciones, sino también los intereses colectivos de los
círculos dirigentes de Roma, que buscan asegurar y legitimar un orden oligárquico, más allá de los
enfrentamientos internos, las ambiciones individuales y la amenazante inestabilidad política. Hay en
su pensamiento una naturalización de lo que hoy reconocemos como fenómenos sociales,
explicables históricamente y nunca sometidos a leyes inevitables.
En los acontecimientos vividos por la ciudad, en las virtudes de sus líderes y en la protección de los
dioses, estarían las causas y las pruebas de que desde sus orígenes estaba destinada a la grandeza:
“[…] ¿qué puede haber mejor cuando la virtud gobierna la república? Cuando el que manda a los
demás no es esclavo de su ambición, cuando él mismo vive todo aquello que predica y exige a los
ciudadanos, sin imponer al pueblo unas leyes que él no obedece, sino ofreciendo a sus ciudadanos
su propia conducta como ley” (Rep., I, 34, 52). Si recordamos las jerarquías internas establecidas
entre los ciudadanos en las asambleas republicanas, las redes clientelares que los someten al
servicio de los poderosos, y los vínculos entre las familias dirigentes -que aseguran a sus miembros
el desempeño de las principales magistraturas y luego su integración vitalicia en el Senado- sus
palabras adquieren una significación ideológica, que legitima ese orden y esa concepción de
‘república’ y de ‘constitución’. Esa minoría es la depositaria del poder y de la ‘virtud’ que lo
legitima.
Es en este marco conceptual que se refiere a dirigentes destacados en la historia de Roma, que han
encarnado las virtudes que considera propias del ciudadano romano. Al respecto, recuerda que
Catón decía que “[…] la ventaja de nuestra república sobre las otras estaba en que en éstas habían
sido siempre personas singulares las que las habían constituido por la educación de sus leyes […];
en cambio, nuestra república no se debe al ingenio de un solo hombre, sino de muchos, y no se
formó en una generación, sino en varios siglos de continuidad” (Rep., II, 2). A esa realidad
prolongada en el tiempo, se referirá Escipión al exponer el origen de la ciudad y del pueblo romano,
comenzando por la vida y la acción de los siete reyes. En este contexto inserta Cicerón el relato
sobre el fundador, cuyos componentes míticos asume sin reservas: “¿Qué otro comienzo tenemos
de una república existente tan claro y universalmente conocido como el principio de la fundación
de nuestra Urbe, con Rómulo?” Según la tradición del patriciado, es hijo de Marte: “[…] demos
crédito a la fama humana, siendo como es, no sólo muy antigua, sino también transmitida
sabiamente por nuestros antepasados la idea de que se reputara a los hombres que lo merecieron
por su actuación pública, no sólo de ingenio divino, sino de estirpe divina […]”. Después de su
nacimiento, “[…] se dice que lo mandó exponer, con su hermano Remo, a orillas del río Tíber, el
rey Amulio de Alba, por temer la ruina de su reino; allí fue amamantado por una fiera, y luego
unos pastores se lo llevaron y lo educaron en la vida rústica y vida de trabajo; se dice que al
hacerse mayor, aventajó de tal forma a los demás, tanto por la fuerza corporal como por la energía
de su ánimo, que todos los habitantes de aquellos campos en que está hoy nuestra Urbe, de buena
gana y gustosamente, le obedecían. Al convertirse en jefe de esa gente, para pasar del mito a la
realidad, se dice que conquistó Alba Longa, importante y poderosa ciudad en aquellos tiempos, y
que mató al rey Amulio” (Rep., II.4) . La expresión “se dice que…”, parece más un recurso retórico
que una relativización del mito que funciona como ideología legitimadora del poder romano.
He aquí el núcleo del mito fundacional. Rómulo es presentado como un oikista, a semejanza de los
griegos que se establecieron en la Magna Grecia y en otras zonas del Mediterráneo, quienes
eligieron los lugares más ventajosos para sus apoikías, concebidas a semejanza de las poleis
fundadoras. Para el caso de Roma, esta concepción contradice los datos provenientes del estudio
arqueológico del Lacio, y pone en evidencia una vez más la influencia cultural griega.
Mediante un razonamiento retrospectivo fundado en su experiencia presente, atribuye al fundador
una extraordinaria clarividencia acerca de las ventajas que han traído a Roma la posición geográfica
y el sitio mismo que ocupa, cuando “[…] concibió establecer una ciudad y asegurar una república,
aconsejado por los buenos augurios, y eligió el lugar de la ciudad […] con increíble acierto.” No
se acercó al mar ni la fundó en la desembocadura del Tíber “[…], sino que como hombre de
excelente prudencia, pensó y vio que los lugares marítimos no son los más convenientes para las
ciudades que se fundan con esperanza de continuidad […]”, ya que se exponen a peligros
imprevisibles (Rep., II, 3, 5-6). Pero también emite juicios de valor peyorativos para con las
ciudades marítimas, como Cartago e incluso la casi totalidad de las poleis griegas, entre ellas
Corinto, las islas, las de la costa del Asia menor, de Italia, de Sicilia, todas las cuales estarían
perturbadas por una cierta corrupción, nuevas maneras de hablar y costumbres exóticas, por los
muchos atractivos de lujo, vicios y desidia llegados de los contactos por el mar, de todo lo cual
estaría exenta Roma. En cambio, “¿Cómo pudo, pues, comprender Rómulo más inspiradamente las
ventajas del mar, a la vez que evitar sus defectos, que al poner la ciudad en la orilla de un río
perenne de curso constante, y que desemboca anchamente en el mar? […] me parece como si ya
Rómulo hubiese adivinado que en el futuro esta ciudad iba a ser sede y domicilio de un gran
imperio; pues no hubiera podido la ciudad tener tan gran afluencia de todo si se hubiera colocado
en cualquier otra parte de Italia” (Rep., II, 5, 10).
Las defensas naturales, la línea de murallas inaccesible trazada por él y por los reyes que le
siguieron, la relación del emplazamiento con el entorno, el lugar abundante en aguas y a la vez
salubre, son ventajas que le permitieron protegerse, crecer y dominar. El razonamiento transparenta
las necesidades de Roma en los primeros tiempos y le es útil al autor para explicar su historia
bélica. Ciertamente, soslaya referirse a las situaciones de riesgo vividas por la ciudad con
posterioridad a la mítica fundación. El mito fundacional contiene el futuro en el pasado.
Rómulo dio a la ciudad un nombre tomado del propio, y “[…] tuvo una idea algo primitiva pero
digna de un gran hombre y de larga visión para asegurar la fuerza de su reino y de su pueblo, al
hacer raptar unas doncellas sabinas de noble linaje […] y casarlas con los jóvenes de las mejores
familias” (Rep., II, 7, 12-13). Esta tradición no tiene ningún apoyo en las fuentes arqueológicas, que
no testimonian la existencia de los sabinos; sin embargo, habla de la guerra que habría venido a
continuación, seguida por la paz y la alianza con el rey sabino Tacio, incorporado al reinado de
Rómulo. Juntos habrían elegido un consejo regio, integrado por personas principales, los ‘padres’,
con cuya autoridad y consejo contó más después de la muerte de aquél. Así comprendió mejor lo
que ya Licurgo habría visto en Esparta: “[…] que las ciudades se gobiernan y rigen mejor por el
mando de uno solo y el poder real, si se agrega a ese poder la autoridad de los mejores. Así, pues,
sostenido y defendido por este consejo, especie de senado, hizo felizmente muchas guerras con los
pueblos vecinos, y como él no se llevaba a su casa nada del botín, no dejó de enriquecer a los
ciudadanos” (Rep., II, 9, 15). Encontramos aquí la legitimación, también retrospectiva, de la
autoridad del Senado -al cual el propio Cicerón ha pertenecido- lo que es también coherente con su
planteo de una república mixta, en la que los poderes se equilibren, pero en la que la real autoridad
esté en manos de un sector minoritario y selecto, ‘los mejores’.
Además, “[…] casi todo lo hizo Rómulo consultando los auspicios, pues él fundó la ciudad con
auspicios favorables, lo que fue el principio de la república, y para todos los asuntos públicos
eligió de cada tribu un augur que le asesorara […] (Rep., II, 9, 16). Los augures interpretan los
signos de la divinidad, que guía los actos de los gobernantes y de esta manera se comunican los
dioses con los hombres.
“También dividió la plebe en clientelas de cada uno de los principales […] y la tenía sometida, no
por la violencia y la pena de muerte sino por la imposición de multas en ovejas y bueyes, pues en
aquella época los patrimonios consistían en ganado y posesión de fincas […]” (Rep., II, 9, 16). En
época de Cicerón, la posesión de tierras y de ganado constituye todavía uno de los fundamentos del
poder social. Y la clientela, más compleja que en los supuestos tiempos fundacionales, es -junto con
los mandos militares- una de las principales herramientas para el acceso al poder político de la
República tardía.
Finalmente Rómulo, después de reinar treinta y seis años y de haber creado “[…] estos dos
egregios puntales de la república, los auspicios y el senado, fue considerado tan digno de mérito
que, al desaparecer, en un súbito eclipse de sol, se vino a pensar que había sido llevado entre los
dioses; fama ésta que jamás mortal alguno pudo alcanzar sin tener una singular fama de virtud”
(Rep., II, 19, 17-18). Los dioses están cumpliendo con Roma. En estas palabras se condensan varios
de los supuestos subyacentes al pensamiento de Cicerón: la república sostenida en el poder
senatorial y en la legitimación del origen divino de la ciudad, así como el valor de la práctica
política guiada por su concepción de virtud.
Pasemos ahora a analizar cómo Plutarco presenta al mismo personaje, visto desde una de las
versiones de la tradición, pero también condicionado por una época y una situación personal
diferentes a las de Cicerón.
Hacia el siglo II, Roma es “urbs et orbis”. Si bien en muy distintos niveles, el poder físico y sobre
todo el simbólico, es compartido con las élites provinciales cuyos integrantes son urbanos por su
residencia, por su actividad pública y por su participación en distintas instancias del gobierno local,
que ejercen por sí mismos y en nombre de Roma. Su autoridad está arraigada en la tierra y en las
relaciones sociales que sostienen la producción y la distribución de los bienes, así como en el
prestigio del rango que ocupan y de su cultura letrada. Cooptados por el Imperio, portadores de los
valores de la romanidad, se han constituido en agentes multiplicadores de los vínculos contenidos
en la Pax Romana. En las ciudades del área oriental están activamente implicados en el proceso de
recepción de la cultura griega por la romana: defensores de la Romanitas, son también orgullosos
portadores de la herencia greco-helenística, como Plutarco, en quien se entrelazan la tradición
griega y la de la Roma imperial. Las palabras de Maurice Sartre ayudan a comprender el contexto
de su obra:
“Uno, doble y múltiple: cada uno de estos términos se aplica al Imperio romano dependiendo del
punto de vista escogido. [...] El estudio del “uno” apenas permite poner de relieve la riqueza del
“doble” y la originalidad del “múltiple”. Cierto que lo que constituye la unidad del imperio [...]
reviste una importancia de primer orden. De ello depende la existencia durante más de dos siglos
de un espacio bastante seguro que [...] permitió la emergencia de una civilización basada en la
herencia de Grecia y Roma y que merece más de lo que a veces se piensa, el calificativo de grecoromana. Pues el uno ha engendrado el doble. Si bien el Imperio es romano, no es latino. El griego
–y la cultura por él vehiculada– […] es la otra lengua del imperio” (Sartre, 1994: 7-8).
En sus Vidas Paralelas, Plutarco se presenta como autor de biografías moralizantes, en las que
busca validar una ética que contribuye a sostener el orden establecido, el de una sociedad esclavista
y jerárquica en la que los bienes culturales están destinados al disfrute de minorías pensantes y a la
consolidación de su autoridad y prestigio.
Su concepción del por qué y el para qué es necesario consignar la trayectoria de una vida, guía la
selección y presentación de los materiales que organiza, dota de sentido y extrae de diversas fuentes
textuales. Algunas son identificables, otras no; muchas están hoy perdidas y sólo son conocidas a
través de su obra. No siempre las cita expresamente sino que al utilizarlas sin diferenciarlas
formalmente de su propio pensamiento, se está rigiendo por un concepto diferente al que hoy
orienta a la producción intelectual.
En la introducción a la vida de Alejandro aclara que “[…] no escribimos historias, sino biografías
[…]” (Alej., I). La biografía es un género literario que los antiguos diferencian de la historia.
Desarrollado desde la época helenística, gira en torno a la vida de personajes notables, ya reales, ya
cuasi-míticos, a los que la memoria colectiva ha atribuido un rol preeminente en el proceso histórico
de una entidad política. No es historia en el sentido que entonces se asignaba al historizar, pero
quien lo practique, como Plutarco, no puede evitar referencias a aquella, ni puntos de contacto.
Contrapone su Vida de Rómulo a la de Teseo, el también mítico fundador de Atenas. Ciertamente,
los criterios en que nos basamos para la comparación no son los mismos que los que emplea
Plutarco. 2 Aquí analizaremos sólo algunos elementos de la primera, a los efectos de compararla con
la versión de Cicerón.
Su relato no está asociado a una teoría explícita sobre la república, ni tampoco a una práctica
política que para su tiempo resultaría totalmente anacrónica, lo cual constituye un punto de partida y
una intencionalidad diferentes.
Entre las diversas versiones sobre la fundación y primeros tiempos “[…] de la invicta y esclarecida
Roma […]” desarrolla una de las más estabilizadas, “[…] la relación que pasa por más cierta, y
que tiene mayor número de testigos a su favor […]” (Róm., III). Rómulo, “[…] este nombre grande
de Roma, que con tanta gloria ha corrido entre todos los hombres […]” (Róm., I) es su mítico
fundador, jefe guerrero y primer rey 3.
En el texto se plasma un mito fundacional: los orígenes de Roma son los comienzos de la ciudad,
pero también unos comienzos que simbólicamente contienen, explican y preanuncian su destino. En
ellos el autor cree advertir indicios del futuro: protección de los dioses, triunfos en la guerra,
expansión del territorio dominado, incorporación forzada de poblaciones. Aquí también, como en
Cicerón, se destacan señales que prefiguran un orden del mundo y constituyen fundamentos
retrospectivos de un futuro que para el Imperio es el presente del poder universal.
Aquel futuro es para ambos su propio presente, desde el cual expresan miradas diferentemente
condicionadas hacia el pasado construido por la tradición literaria. Cicerón, identificado con la
romanidad, concibe la teoría unida a la práctica política republicana; en cambio, en Plutarco pesan
su diferente adscripción sociocultural y su identidad como griego dentro del Imperio.
La tradición plantea dudas a Plutarco pues percibe que la memoria, limitada por el tiempo
transcurrido que oculta los hechos y por los intereses o debilidades morales, dificulta tanto la tarea
del historiador como la del autor de biografías. No es extraño que “[…] sobre cosas tan antiguas
ande vacilante la historia […]” (Róm., XXVII). Al respecto, se advierten tanto el legado crítico del
pensamiento griego como el sentido romano de la realidad: “[…] habiendo yo de escribir estas
vidas comparadas en las que se tocan tiempos a que la atinada crítica y la historia no alcanzan,
acerca de ellos me estará muy bien prevenir igualmente: de aquí arriba no hay más que sucesos
prodigiosos y trágicos, materia propia de poetas y mitólogos, en la que no se encuentra certeza ni
seguridad […]. Haré por que purificado en mi narración lo fabuloso, tome forma de historia; más
si hubiere alguna parte que obstinadamente se resistiese a la probabilidad y no se prestase a hacer
unión con lo verosímil, necesitaremos en cuanto a ella de lectores benignos y que no desdeñen el
estudio de las antigüedades” (Tes., I).
Esta duda frente a prodigios imposibles de constatar se observa, por ejemplo, cuando Remo relata a
su abuelo materno Numitor lo que sabe de su origen: “[…] en este riesgo de la vida se nos han
referido acerca de nosotros mismos cosas extraordinarias: si son o no ciertas, el éxito debe decirlo.
Nuestro nacimiento se dice que es un arcano, y nuestra crianza de recién nacidos muy maravillosa,
habiendo sido sustentados por las mismas aves y fieras a las que nos habían arrojado, dándonos de
mamar una loba […]” (Róm., VII). Recordemos el mismo relato en Cicerón, quien no cuestiona el
mito.
En la versión de Plutarco los dioses también están comprometidos con el destino de Roma. Sin
embargo, detecta sombras y la credibilidad de lo narrado se apoya en el resultado final. La tradición
sobre la fundación es “[…] sospechosa para muchos de fabulosa e inventada; más no debe dejarse
de creer, en vista de las grandes hazañas de que cada día es artífice la fortuna; y si se considera
2
Ambas biografías forman parte de las “Vidas Paralelas”. La de Teseo, construida con materiales más antiguos,
acentúa los componentes fantásticos y la atemporalidad del relato. Lo compara con Rómulo porque “[…] por ser uno y
otro de origen ilegítimo y oscuro, hubo fama de que eran hijos de dioses; y que al valor reunían la prudencia. De las
dos más celebradas ciudades, el uno fundó a Roma y el otro dio gobierno a Atenas […]” (Tes., II); además, “[…]
tuvieron uno y otro por naturaleza dotes políticas […]” (Comp. Tes. y Róm., II). Nótense los criterios de comparación
que utiliza y la equivalencia en prestigio en que coloca a ambas ciudades y sus respectivos fundadores.
3
Plutarco recoge tradiciones que se remontan al menos al siglo VI a. C. No obstante, los componentes del mito
referidos a Eneas y a Evandro, corresponderían a tiempos aún más remotos (Cornell, 1999: 81-99).
que la grandeza de Roma no habría llegado a tanta altura, a no haber tenido un principio en
alguna manera divino, en el que nada parezca demasiado grande o extraordinario” (Róm., VIII).
El éxito queda situado en el futuro, en el tiempo de los herederos de aquella etapa remota. La
solidez del poder del Imperio es la garantía de su veracidad.
Los mitos sobre los orígenes y los tiempos más tempranos de la ciudad ya han sido volcados a la
escritura desde varios siglos antes. A partir de su cristalización en la palabra escrita, la recepción y
transmisión se asocian, una y otra vez, a las circunstancias por las cuales va cobrando relieve una
comunidad expansiva y dominante. La experiencia colectiva va dando más lugar a la voluntad
humana, mientras en las luchas por el poder y en la guerra como instrumento de la dominación,
afloran trayectorias individuales que a la vez construyen su propio poder.
El poder de Roma en el presente de Plutarco es la prueba de que los dioses la han protegido para
que llegue a ser lo que es. Y su criticidad ante los componentes fantásticos del mito no puede ser
llevada hasta las últimas consecuencias, sino que se detiene ante la realidad de un universo
sociocultural del cual él mismo es parte.
Rómulo y Remo -tal como la polis arcaica lo hizo con su aristocracia y como Roma lo haría con su
patriciado- han sido educados en letras “[…] y en todas las demás habilidades propias de gente
bien nacida […]. Sus ejercicios y juegos eran de personas nobles; porque no hacían consistir la
nobleza en el ocio y la holgazanería, sino en la lucha, en la caza, en las apuestas a correr, en
sujetar a los forajidos, en limpiar la tierra de ladrones, y en proteger a los que eran atropellados,
con lo cual habían adquirido gran nombre” (Róm. VI). El anacronismo es obvio desde el estado
actual de la disciplina, dado lo que muestra la arqueología del Lacio al respecto de las tempranas
comunidades urbanas latinas y de la misma Roma; además, sabemos bien que –más allá de las
influencias relativamente tempranas provenientes de la Magna Grecia- la difusión de una educación
letrada prestigiosa entre los sectores dirigentes romanos corresponde a una época muy posterior a la
emergencia de la ciudad-estado.
Los rasgos que atribuye a los gemelos preanuncian al líder romano: “Ya más adultos se vio que
ambos eran resueltos y esforzados, de ánimo intrépido para peligros y de una osadía que con nada
se arredraba; pero en Rómulo se descubría mayor disposición para manejarse con prudencia y
cierto tino político: así […] se echaba luego de ver que su genio era más de jefe que de súbdito”
(Róm. VI).
Mucho menos calificados se presentan los compañeros que participan de la gran empresa:
contradictoriamente, numerosos esclavos y sediciosos rechazados en Alba Longa, siguen a Rómulo
y Remo hasta las orillas del Tíber, donde después de poner los primeros cimientos de la ciudad,
levantan un templo para darles refugio: “[…] admitían en él a todos, no volviendo los esclavos a
sus señores, ni el deudor a su acreedor, ni el homicida a su gobierno, sino que aseguraban a todos
la impunidad, como apoyada en cierto oráculo de la Pitia; con lo que prontamente la ciudad se
hizo muy populosa” (Róm., IX). Una vez eliminado Remo, Rómulo, “[…] belicoso por índole y
excitado por ciertos rumores de que el hado destinaba a Roma para hacerse grande, criada y
mantenida con la guerra […]” (Róm., XIV), confirma la voluntad de poder, la acción individual
para la gloria de Roma.
El rito de la fundación, atribuido a los etruscos, encierra el simbolismo de una temprana etapa de
agricultores que empuñan el arado y roturan la tierra para marcar el pomerium, el recinto sagrado de
la ciudad.
Roma se ha llenado de habitantes y “[…] los más siendo advenedizos, gente pobre y oscura, de
quienes no se hacía cuenta, no ofrecían seguridad de permanecer” (Róm., XIV). Tantos hombres
solos necesitan mujeres. El mito de origen incluye, como en Cicerón, el rapto de las sabinas, que en
Plutarco expresa más claramente el origen múltiple de los romanos, fruto de una larga experiencia
colectiva apoyada en la política de asimilación aplicada por la República y llevada a su máxima
expresión durante el Principado. Tiene dudas morales sobre aquel episodio -dudas que no expresa
Cicerón- y cree necesario exculpar a Rómulo y sus compañeros: “[…] no por afrenta o por injuria
cometieron el rapto, sino con la mira de mezclar y confundir los pueblos […]” (Róm., XIV). Una
vez más, el texto busca legitimar una política que ha contribuido a consolidar el dominio imperial.
Roma ha nacido de luchas y desde sus inicios conquistó su lugar en el Lacio luchando. El
crecimiento significó arrasar ciudades, ocupar territorios, eliminar a los enemigos que rechazaran la
autoridad de los vencedores, integrar a los que la aceptaran. Sus intereses así lo requerían.
La acción de Rómulo tiene una justificación retrospectiva reforzada por componentes de una
religión cívica, justificación apenas recubierta por expresiones que suponen aquella acción como
beneficiosa para los vencidos. Así surge de la descripción –con algunas reminiscencias homéricasde su lucha con un jefe sabino: “[…] se provocaron mutuamente a singular combate,
permaneciendo tranquilos sobre las armas los ejércitos. Hizo votos Rómulo de que si vencía y
derribaba a su contrario, llevaría en ofrenda a Júpiter sus armas: lo venció, en efecto y lo derribó,
desbaratando después en batalla su ejército. Tomó también la ciudad; y ninguna otra condición
dura impuso a los vencidos, sino que derribasen sus casas y le siguiesen a Roma, donde serían
ciudadanos con entera igualdad de derechos. Nada hubo, pues, que más contribuyese al aumento
de Roma, la cual siempre adoptó e incorporó en su seno a los pueblos sojuzgados” (Róm., XVI). Su
ofrenda a Júpiter se acompaña de símbolos del poder más tardíos: la celebración del triunfo, la
púrpura, la corona de laurel, el trofeo.
Igual procedimiento usa para legitimar el trato infligido a las ciudades etruscas que se resisten a la
acción romana: “[…] dada la batalla, siendo de la misma manera derrotados, hubieron de dejar
que por los Romanos fuesen tomadas sus ciudades, talados sus campos, y ellos mismos trasladados
a Roma. Rómulo entonces todo el restante terreno lo repartió a los ciudadanos […]” (Róm., XVII).
Rómulo es un héroe, pero merece la crítica moral por el abuso del poder sobre los propios romanos.
Después de su última guerra “[…] no estuvo ya libre de incurrir en lo que acontece a muchos, o
por mejor decir, fuera de muy pocos, a todos los que con grande y extraordinaria prosperidad son
ensalzados en poder y en fausto; porque engreído con los sucesos, con ánimo altanero cambió la
popularidad en un modo de reinar molesto y enojoso hasta por el ornato con que se transformó;
pues empezó a vestir una túnica sobresaliente, adornó con púrpura la toga, y despachaba los
negocios públicos reclinado bajo dosel” (Róm., XXVI). Cicerón no critica a su héroe, pero en su
teoría sobre las formas que puede adoptar la república, marca la evolución necesaria de la
monarquía a la tiranía.
El relato de Plutarco sugiere otros ángulos para la mirada: el acto fundacional no significa que la
ciudad nazca completa, ni material ni simbólicamente. Roma es el producto de un largo proceso de
institucionalización. Pero como para los antiguos no puede haber ciudad sin jerarquías políticas y
sociales, es a Rómulo al que se le atribuye haber puesto las bases: “[…] a la decisión de los
negocios concurría la muchedumbre, a la que dio el nombre de ‘populus’; pero de entre todos a
ciento los escogió para consejeros, y a ellos les dio el nombre de patricios, y a la corporación que
formaban el de Senado […]” (Róm., XIII). No obstante, el Senado queda bajo sus órdenes, apartado
del gobierno. Aquí está el conflicto: a esos miembros eminentes de la comunidad cívica es a
quienes especialmente afectan los actos y los símbolos del autoritarismo unipersonal, de lo que
Cicerón hubiera llamado ‘tiranía’.
El orden social está sostenido por valores éticos: Rómulo quiere “[…] por una parte excitar a los
primeros y más poderosos a usar de una protección y celo paternal con los más humildes, y por
otra enseñar a éstos a no temer ni tener en odio a la autoridad y honores de los principales, sino
más bien mirarlos con benevolencia, teniéndolos como padres y saludándolos como tales […]”.
Los nombres que les da –‘padres conscriptos’ o protectores y ´plebe’, cuyos integrantes son
señalados como ‘clientes’- marcan las diferencias sociales pero a la vez establecen entre unos y
otros “[…] una admirable benevolencia, fecunda en recíprocos beneficios” (Ibídem). La relación
vertical y asimétrica entre quienes detentan el poder y quienes lo acatan está legitimada. La
descripción, marcada por la relación patrono-cliente tardo republicana e imperial, contiene rasgos
anacrónicos para la sociedad más temprana que Plutarco quiere evocar, pero manifiesta claramente
su pertenencia a los sectores dirigentes de su propio tiempo y su identificación con la autoridad
ejercida por ellos.
El fin de Rómulo es un ejemplo de ambigüedad: desaparece repentinamente, ni siquiera quedan
restos de su cuerpo, “[…] sin que nada cierto y seguro haya quedado sobre su muerte, sino la
época”, una época envuelta en la imprecisión temporal del mito. Plutarco consigna dos versiones.
Una es el rumor que difunden los patricios sobre un prodigio, a raíz del cual “[…] exhortaban a
venerar a Rómulo, como arrebatado a la mansión de los Dioses, y convertido de buen rey que
había sido, en un Dios benéfico para ellos. Creyólo la mayor parte […] pero hubo algunos que
reconvinieron […] a los patricios sobre este hecho, inquietándolos y acusándolos de que querían
hacer creer al pueblo los mayores absurdos, después de haber sido ellos los matadores del rey”
(Róm. XXVII). La otra es la atribuida a uno de sus partidarios, a quien se le habría aparecido más
bello, cubierto de armas resplandecientes y le habría dicho: “Los dioses han dispuesto […]que sólo
hayamos permanecido este tiempo entre los hombres, siendo de allá; y que habiendo fundado una
ciudad grande en imperio y en gloria, volvamos a ser habitadores del cielo; regocíjate, pues, y dí a
los romanos que si ejercitan la templanza y la fortaleza, llegarán al colmo del humano poder; y yo,
Quirino, seré siempre para vosotros un genio tutelar. Pareció esta relación a los romanos digna de
crédito […] y apartándose todos de sus sospechas y persecuciones […] lo invocaron por dios”
(Róm., XXVIII). Sus dudas quedan contenidas en este discreto señalamiento de la utilidad política
del mito.
La vida de Rómulo se integra en el proceso del que surge Roma: “Lo grande que en aquel
resplandece ante todo es haber tenido principios muy pequeños para cosas tan grandes; porque
unos hombres que se decían sirvientes e hijos de porquerizos, antes de tener ellos mismos libertad,
hicieron libres a todos los Latinos, y granjearon para sí en momento y de un solo golpe los
gloriosísimos nombres de destructores de los enemigos, salvadores de los propios, reyes de pueblos
y fundadores de ciudades […]”. Al fundar la ciudad “{…] adquiriendo para sí de una vez tierra,
patria, casamiento y deudos; a nadie perdió o destruyó, sino que hizo un gran beneficio a los que
no teniendo antes casa ni hogar, aspiraban a formar un pueblo y ser ciudadanos. No dio muerte a
ladrones y a forajidos; pero subyugó naciones con sus armas, allanó ciudades, y llevó cautivos en
triunfo reyes y generales” (Comp. Tes. y Róm., IV). He aquí una de las funciones del mito
fundacional para una comunidad: hacerle inteligible su pasado, reforzar sus sentimientos de
identidad, legitimar su presente.
Según el mito, nada existía en las colinas del Tíber antes de la fundación. Sin embargo, en ambos
textos está presente el sistema de representaciones antiguo acerca de la comunidad cívica: la
centralidad del conflicto político. Los enfrentamientos con ‘los otros’, los ajenos a esa comunidad,
se dirimen a través de la guerra, aspecto más notable en Plutarco, que vive en una época de
consolidación del Imperio pero que al ser griego, también forma parte de los pueblos conquistados,
aunque el tiempo transcurrido –unos tres siglos- haya borrado toda resistencia al poder físico y se
refugie en la defensa del valor simbólico que representa la cultura griega. Los dos autores perciben
también los conflictos y tensiones entre ciudadanos, sustentados en las jerarquías sociales y el
desigual acceso a la toma de decisiones políticas en Roma, situación que de diferente manera,
ambos naturalizan y justifican.
A lo largo del proceso histórico en que se conforma el mundo romano, diversos canales de
comunicación activan la circulación de representaciones simbólicas como la del mito fundacional.
Además de los textos compartidos por los sectores letrados, otras vías posibilitan su llegada a
amplios sectores iletrados de la población, particularmente en los centros urbanos unidos por la red
de carreteras o por las rutas marítimas: las diversas formas de sociabilidad que facilitan la difusión a
través de la palabra hablada, las ceremonias del culto cívico, las representaciones plásticas en
templos y espacios públicos, los traslados y viajes entre diversos puntos del Imperio. Es un público
receptor distribuido desigualmente sobre el territorio y contenido por los marcos reguladores de la
vida social, que a los ojos de los antiguos son los instituidos por la ciudad, ámbito de la civilización.
Esa circulación deviene en la transmisión de una generación a otra y en las sucesivas relecturas que
a la vez fortalecen y canonizan el mito.
El análisis crítico de los textos seleccionados de Cicerón y de Plutarco, cuyos lineamientos se han
esbozado, busca sacar a la luz lo que subyace en ellos: sus conexiones con la posición social, la
pertenencia cultural y el desempeño individual de quien escribe, poniendo de manifiesto la relación
que el historiador examina para cada sociedad y época, entre los sujetos de la acción, las
coordenadas en que están involucrados y las representaciones simbólicas de las que son portadores.
Más allá de sus intenciones expresas, esos textos son fuentes para el acceso a un horizonte
significante y a un sistema de representaciones. El método comparativo, empleado con clara
definición de los criterios de la comparación, permite establecer líneas comunes y marcar
diferencias entre ambos autores, a la vez que visualizar distintas expresiones individuales y
temporales dentro de una misma configuración cultural construida colectivamente en la larga
duración.
En síntesis, el análisis de ambas versiones sobre el mito fundacional es sólo un ejemplo acotado de
las múltiples posibilidades que ofrece el abordaje de las fuentes textuales, y más ampliamente, el
estudio crítico del mundo grecorromano, para la formación teórico-metodológica del docenteinvestigador en Historia.
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Romanillos.
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