Conferencia en la Pontificia Universidad de Santiago de Chile (Mayo 2014) La Universidad católica: pastoral e identidad En marzo del 2000, al nombrarme obispo de Angers, el Santo Padre me confiaba simultáneamente la Universidad católica del Oeste está vinculada al obispado. El mundo académico no era desconocido para mí, puesto que ya había ensenado teología moral fundamental, primero en el Instituto Católico de Toulouse y después en la Universidad de Friburgo (Suiza); más en ninguna de esas ocasiones había asumido responsabilidades administrativas. ¿Cómo debía yo ejercer mi cargo de Gran Canciller? Las reflexiones y observaciones que os voy a exponer, provienen en gran parte de mi experiencia personal. Al poco tiempo después de mi llegada, me propuse seguir unas pautas de conducta para dar un impulso y un contenido más preciso a cada una de las realidades designadas por las tres letras de la sigla U.C.O. Aquello no fue fácil. U.: antes que nada, era necesario conseguir una aceptación y una valorización por parte de las autoridades públicas, como cualquier otra universidad, igual de exigentes o incluso más que las del Estado. Nunca quise resignarme y acatar el punto de vista de la ley nacional, admitiendo que las universidades públicas eran las herederas legítimas de las universidades primitivas, todas nacidas en el seno de la Iglesia, mientras que a las 1 universidades creadas por esa misma Iglesia en la segunda mitad del siglo XIX, se las excluía de esa herencia. Sin embargo, esas dificultades no se comparaban en nada con los obstáculos que se presentaban en el camino de la aplicación de la segunda letra de la sigla, C. Al recibirme, el rector de la Universidad me había resumido la situación de esta manera: “Un tercio de los profesores se sienten unidos a la dimensión católica de la facultad y la escogieron por esa razón, un tercio se le opone y acecha la mínima ocasión para hacerla desaparecer, al último tercio le es totalmente indiferente”. No pasó mucho tiempo para que yo comprobara que su descripción era exacta. ¿En tales condiciones, cómo justificar la apelación católica? ¿Cuál es el sitio y las funciones que debe ocupar la pastoral dentro de la universidad? ¿En qué medida la pastoral puede contribuir a modelar la identidad de la misión educativa? Os invito a reflexionar sobre estas cuestiones. I Una de las PRIMERAS «POTENCIAS EDUCATIVAS» Los casi cinco años pasados en la Congregación romana para la Educación Católica, ampliaron mi perspectiva. La Iglesia católica puede enorgullecerse de su enseñanza superior. Empezando por el número. El aumento ha sido considerable en los últimos cincuenta años: la cifra global de las universidades católicas ahora se aproxima a los 1 300 y las solicitudes de creación se multiplican. Los sectores más dinámicos se encuentran en América latina, en África y en India. Si además se suman las 250 000 escuelas que afirman tener una afiliación católica, fuera de África y de Asia, llegamos a la conclusión de que la 2 Iglesia se ha convertido en una de las primeras potencias educativas del mundo. No obstante, quisiera destacar específicamente la calidad de la enseñanza. En América latina, por ejemplo, las universidades católicas son consideradas como las mejores del continente. Según la clasificación del QS World University Rankings del 2013, sobre unos 2500 establecimientos, la Universidad Pontificia de Santiago de Chile se clasificaba entre las doscientas mejores del mundo, y en tercera posición en Latinoamérica. El ministro de la educación de este país, una socialista, que me recibió en el 2009, me confesó que cuando se preveía lanzar una reforma de la educación en su país, se empezaba por solicitar las opiniones de las universidades católicas… En marzo del 2012, mientras descubría el magnífico campus norteamericano de Notre-Dame, me percaté de que eran varios los profesores de universidades prestigiosas tales como Yale o Princeton que venían a dar clase. En Italia, no es nada infrecuente que la televisión pública solicite la opinión de los investigadores de las universidades católicas, como la del Sacro-Cuore, en Milán, para analizar tal fenómeno social o las repercusiones de tal descubrimiento científico. Sin embargo, en cualquier parte del mundo, la misma pregunta vuelve a surgir con insistencia, como un leitmotiv: ¿Qué es una universidad católica? La secularización, aunque bien diferente de un país a otro, que concierne hoy en día la mayoría de nuestras sociedades, la mezcla social, el pluralismo de las tradiciones espirituales, la desconfianza hacia todas las religiones que predomina en Occidente, muy a menudo acusadas de ser vectores de división social y factores de violencia, y, en paralelo, el 3 incremento del indiferentismo masivo hacia toda dimensión transcendental de la existencia humana, caracterizan el contexto en el cual se desarrolla hoy en día la educación. En su exhortación apostólica Evangelii gaudium, el papa Francisco afirma con insistencia: «El proceso de secularización tiende a reducir la fe y la Iglesia al ámbito de lo privado y de lo íntimo. Además, al negar toda trascendencia, ha producido una creciente deformación ética, un debilitamiento del sentido del pecado personal y social y un progresivo aumento del relativismo, que ocasionan una desorientación generalizada, especialmente en la etapa de la adolescencia y la juventud, tan vulnerable a los cambios» (§64). Con este nuevo enfoque, nos podemos disponer a explorar las condiciones de la identidad católica en los institutos de estudios superiores que han sido confiados a la Iglesia. Previamente, deseo plantearos esta pregunta: ¿Por qué la Iglesia siente la necesidad de crear y administrar universidades? Los Padres del Vaticano II habían dado una respuesta: las instituciones católicas deben consolidar una presencia “pública, estable y universal del pensamiento cristiano en el empeño de promover la cultura superior y que los alumnos de estos institutos se formen hombres prestigiosos por su doctrina, preparados para el desempeño de las funciones más importantes en la sociedad y testigos de la fe en el mundo”1. Para completar esta respuesta, consideremos esta observación complementaria: para la Iglesia, la universidad católica es un modo privilegiado de formar 1 CONCILIO VATICANO II, Declaración Gravissimum educationis, n. 10. 4 parte de la cultura del país, y de ejercer en ella como un agente dinámico y activo. ¡Sabiendo hasta qué punto las sociedades secularizadas anteponen las competencias profesionales y sociales delante de cualquier otra cosa, imaginemos cual sería la credibilidad de la Iglesia, si los mejores economistas, los mejores científicos, los mejores arquitectos proviniesen todos de sus universidades, o mejor aún, si la moral sexual católica fuese explicitada y defendida por los mejores médicos! Tal y como lo decía Juan-Pablo II: para la Iglesia católica, el mundo de la educación es “un campo privilegiado para promover la inculturación del Evangelio”2. El papa Francisco recordaba de manera similar este pensamiento: “Las Universidades son un ámbito privilegiado para pensar y desarrollar este empeño evangelizador de un modo interdisciplinario e integrado.” (EG 134). Queda claro que el buen funcionamiento de la Universidad es un tema de alta importancia para los papas de estos tiempos modernos. II PASTORAL Y COMUNIDAD CRISTIANA En los escritos de estos dos papas hallamos dos expresiones similares: “inculturación(o inculturización) del Evangelio”, con Juan-Pablo II, y “empeño evangelizador” según el Papa Francisco. El anuncio del Evangelio se encuentra en el centro de toda pastoral. Un artículo reciente que acabo de leer decia: “Lo que importa es evangelizar no de un manera decorativa, aplicando un barniz cristiano superficial a una persona, pero abriéndole la posibilidad de encontrar a Cristo y de vivir su misterio”3. Cuando entrevistaba a los agentes de la pastoral de mi diócesis o de 2 JEAN-PAUL II, Discurso al Consejo Pontifical para la Cultura (15 enero 1988), n. 5, Insegnamenti, 11/1 (1988), p. 103. 3 V. GUIBERT, L’unité des sacrements de l’initiation chrétienne, ‘Nouvelle Revue Théologique” 136/1, janv.mars 2014 5 mi Universidad, les daba una consigna sencilla: la pastoral pretende esencialmente hacer conocer y querer a Jesucristo. En esta charla quisiera exponer y defender dos convicciones : la pastoral universitaria implica ante todo que sea constituida una comunidad cristiana dentro de la Universidad misma, y segundo, que la comunidad educativa entera se ponga al servicio de la búsqueda de la verdad. 1°) La necesidad de una comunidad confesante ¿Qué es lo que califica a una institución de estudios superiores como siendo católica? ¿Cuáles son las diferencias que existen entre las universidades católicas y las demás? La respuesta que nos viene en mente más a menudo sostiene que la Universidad católica es un centro católico académico caracterizándose, ante todo, por la presencia de personas quienes, animadas por la fe y la lealtad al magisterio de la Iglesia, obran por el renacer del orden temporal dentro del campo especifico de la educación superior4. Esta respuesta suena correcta: efectivamente, es recomendable que los profesores de una Universidad católica sean en gran parte, católicos convencidos y practicantes; y ello es aún más preferible cuando ejercen responsabilidades tales como las del rector y del decano. Sin embargo, el riesgo es que los profesores, los responsables y el personal administrativo actúen como individuos solos: su buena voluntad, su compromiso y su testimonio quedarían relegados al ámbito individual más que al nivel institucional. 4 Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución Lumen gentuim, n. 37. 6 Ahora bien, una Universidad representa algo más que una serie de individuos, es más que un grupo de personas pensando lo mismo y trabajando juntos para la promoción de la educación superior. Es precisamente como instituciones que las universidades católicas presentan un “ethos especifico”, una conciencia que perdura, aun cuando unos individuos dentro de la institución misma la traicionan”5. Más aún, las facultades católicas de enseñanza superior son expresiones estructuradas de la misión de la Iglesia; ya que representan instituciones reconocidas públicamente cuyas actividades académicas fundamentales, la escolarización y el servicio, “deberán vincularse y armonizarse con la misión evangelizadora de la Iglesia”6. Como tales, las universidades aceptan los derechos y las responsabilidades resultantes de su relación visible con la Iglesia local y universal. Como bien lo dijo el papa Juan Pablo II, es por ello mismo que la Universidad católica debe manifestar « una inspiración cristiana por parte, no solo de cada miembro, sino también de la Comunidad universitaria como tal »7. Es decir que ha de garantizar de manera institucional y no solo personal, una auténtica presencia cristiana en el mundo universitario. Ante todo, esta presencia es sostenida por la comunidad cristiana. 2°) El perfil de la comunidad cristiana - En mi primera visita a la Universidad de Angers, era mío el deseo de poder celebrar la misa. Me 5 Francis GEORGE, « Catholic Higher Education and Ecclesial Communion », Origins, 28/35 (18 febrero 1999), p. 611; cf. Donald WUERL, « The Institutional Identity of a Catholic University », Origins, 29/15 (23 septiembre 1999), p. 234. 6 JEAN-PAUL II, Constitución Apostólica Ex corde Ecclesiae, n. 49. 7 JEAN-PAUL II, Constitución Apostólica Ex corde Ecclesiae, n. 13. 7 explicaron que la capilla corría el riesgo de derrumbarse y por lo tanto, estaba prohibido entrar en ella. La Universidad había invertido sumas considerables para crear nuevos institutos; en cambio había sido incapaz de restaurar la capilla. Con lo cual, en las pocas ocasiones que se presentaban, se celebraba en un anfiteatro o en una sala más pequeña. Esta situación era propiamente indebida : toda universidad católica ha de tener a disposición un lugar de celebración visible y central, al igual que un pueblo construido alrededor de su iglesia, abierto durante el día y pudiendo así acoger a quienes deseen recogerse, ofreciendo a todos el poder asistir a la misa cotidiana y a las principales oraciones de la Iglesia. La iglesia de piedra ha de atraer la mirada de los que se adentran en el campus. En la Universidad de Notre-Dame, la iglesia está coronada por una cúpula cubierta de hojas de oro que confiere al espacio una dimensión ciertamente transcendental. El dominicano que soy, tuvo siempre la convicción de que la vía maestra de la evangelización era y será la celebración de la liturgia. - Esa iglesia tiene que ser animada por personas que hayan recibido el mandato para ello, por la autoridad eclesiástica. Los agentes pastorales desempeñan un papel esencial en la capellanía. Los obispos no deberían tomar la baja de las vocaciones como pretexto para no enviar a los campus a sacerdotes y a religiosos. A mi parecer, es esencial que los jóvenes de las universidades estén en contacto con los miembros del clérigo, y cuanto más sea posible, con jóvenes clérigos: los jóvenes atraen a los jóvenes. - No me expandiré sobre los encargos que incumben a la comunidad cristiana, pues son de sobra conocidos: por un lado la transmisión de nuestra catequesis y la iniciación a la vida sacramental; por otro lado, el 8 aprendizaje de la caridad y de la solidaridad. Finalmente, consideremos que si la pastoral de la universidad goza de una autonomía legítima, es recomendable que esta entretenga unos lazos y una cercanía fraternal con las parroquias. La unidad de la Iglesia diocesana depende de ello. 3°) La misión del obispo Tras las discusiones que tuvieron lugar tanto antes como después de la publicación de la Constitución Ex corde Ecclesiæ, muchos fueron los comentaristas quienes sugirieron que el papa y los obispos mantuviesen las distancias, por respeto a la autonomía institucional de las Universidades católicas. Los críticos querían separar la cuestión de la identidad católica del vínculo jurídico presunto con la Iglesia visible. Para estas personas, el papa y los obispos debían ser outsiders, es decir quedar fuera de juego. Juan-Pablo II defendió una perspectiva opuesta e insistió en que el obispo local, bien lejos de ser un “agente exterior”, participaba de manera contundente en la vida de la Universidad: al igual que todas las otras instituciones católicas, esta también formaba parte de su carga pastoral. Asimismo, la designación « católico » no podía ser empleada implícita o explícitamente sin la intervención de la autoridad episcopal o papa: «Los obispos, explicaba Juan-Pablo II en Ex corde Ecclesiae, tienen la particular responsabilidad de promover las Universidades Católicas y, especialmente, de seguirlas y asistirlas en el mantenimiento y fortalecimiento de su identidad católica»8. 8 JEAN-PAUL II, Constitución Apostólica, Ex corde Ecclesiae, n. 28. 9 El Directorio para el ministerio pastoral de los obispos, publicado en el 2004 a modo de guía para los deberes y las responsabilidades del obispo, confirma que es suyo el deber de mantener su vigilancia “para que no decaiga la fidelidad a las líneas de su identidad católica”, y a la vez, su deber es el de respetar la autonomía de la institución universitaria y sus propios estatutos9. Para ello se debe apoyar a los obispos a que ejerciten plenamente su cargo de Gran Canciller de las Universidades: pues ella pertenece a su munus docendi. Su implicación y su función no se limitan a la sola vigilancia doctrinal, pero se extiende también a la promoción y el aura de la Universidad, por ejemplo yendo al encuentro de sus profesores o de sus responsables. III EN EL CENTRO, LA TEOLOGIA Acabamos de detallar brevemente el perfil de la comunidad cristiana. No obstante, en una Universidad católica, no son todos católicos los estudiantes ni los profesores. Ellos pueden pertenecer a otras confesiones cristianas, o a otras religiones e incluso no profesar religión alguna. Considerando esta diversidad que se observa por todas partes en el mundo, hemos de hablar de la comunidad educativa: ¿De qué manera esta comunidad educativa contribuye a la identidad católica de la institución? El Código de Derecho canónico, (n. 807-821) prevé dos tipos de instituciones universitarias relacionadas con la Iglesia. Las primeras son las Universidades y las 9 CONGREGACIÓN PARA LOS OBISPOS, Directorio para el ministerio pastoral de los obispos, Ciudad del Vaticano, 2004, n. 135. 10 Facultades eclesiásticas. Su finalidad es promover los estudios « eclesiásticos »: entre los más conocidos, la teología, la filosofía y el derecho canonico. Estas instituciones están regidas por la Constitución Apostólica Sapientia christiana del 15 de abril 1979. Ellas expiden los grados académicos en nombre y bajo la autoridad de la Santa Sede. En 2005, su número alcanzaba las 258. La más reciente era la Universidad eclesiástica de San Dámaso, en Madrid, que se estableció en julio del 2011. La más importante de estas instituciones es, sin lugar a duda, la facultad de teología. Se ha conservado la visión medieval según la cual la teología es la “reina de las ciencias”. De ello se deriva que la facultad de teología acapare el papel de prínceps y que por lo consiguiente, represente el centro, no solo de las universidades eclesiásticas, pero también de las universidades católicas. Su finalidad expuesta en Sapientia cristiana, es la de « profundizar y estudiar sistemáticamente con su propio método la doctrina católica, sacada de la divina Revelación con máxima diligencia; y también el de buscar diligentemente las soluciones de los problemas humanos a la luz de la misma Revelación” (66). Con lo cual, el carácter católico de una universidad católica depende en gran parte de la presencia en su seno de una facultad eclesiástica de teología, este siendo el centro de la doctrina y el corazón espiritual. La Universidad debería dispensar una enseñanza elemental por lo menos, en antropología y en ética cristiana a todos sus estudiantes, sin excepción alguna, aún a los que cursan estudios profanos. La mayor parte de las universidades se han percatado de esta necesidad, lo cual representa un avance importante comparado con los años pasados. Sin 11 embargo, la formación cristiana que se imparte no lo es siempre por las facultades eclesiásticas, a veces lo hacen los institutos o los departamentos mismos de la universidad... Este es el caso de prácticamente todas las universidades y colegios norteamericanos, donde los diplomas de teología son reconocidos legalmente, mas no tienen el reconocimiento eclesiástico. A menudo, la enseñanza impartida es de muy buen nivel, mas cabe dudar sobre la capacidad y a veces hasta la voluntad de ciertos grandes cancilleres y Boards of trustees de comprobar y garantizar la ortodoxia de su contenido. Acabamos de ver porqué la existencia de una facultad eclesiástica de teología representaba la primera condición de la catolicidad de la universidad. Pero esta afirmación no es una evidencia para todos. En el transcurso de mi viaje por el mundo, visitando nuestras instituciones, pude experimentar aquí y allá, una cierta forma de sospecha hacia todo lo que viniese de Roma, como si el gobierno central de la Iglesia buscase imponer una suerte de procedimiento inquisitorial con el fin de hacer triunfar su doctrina. Es una tentación que se ajusta a los tiempos que corren. Mas se apoya sobre un error histórico. Contrariamente a la interpretación restrictiva y tenaz construida por la Ilustración y ampliamente difundida por la visión marxista de la evolución, las universidades medievales no fueron fundadas por unas corporaciones de laicos que se opusieron a la opresión clerical o por una base combatiendo contra la alienación impuesta por un poder imponiéndose desde arriba. Todo lo contrario, fue con la íntima convicción y con el afán de garantizar la libertad de enseñanza y de investigación que los primeros centros 12 recurrieron a Roma; para sacudir el yugo de las instituciones locales, diocesanas y también civiles, deseosas ya en su época, de reclutar estudiantes e inteligencias al servicio de sus propias causas. Con lo cual, el riesgo no provenía de la lejana Roma, mas sí de las instituciones y de los clericalismos locales. Es por ello que al origen de casi todas las universidades, se encuentra una bula papal que autoriza su fundación o, por lo menos, la confirma. Es por ello también que Juan Pablo II quiso que la Constitución Apostólica de las universidades católicas – la « Magna charta » de las instituciones católicas de estudios superioresempezara con estas tres palabras: Ex corde Ecclesiæ, « (nacida) del corazón de la Iglesia »10. A la vez que salvaguarda su autonomía vinculada a su naturaleza, cada Universidad católica está llamada a cumplir una misión particular en la vida de la Iglesia. IV En BUSCA De La VERDAD En la declaración Gravissimum educationis, los Padres del Concilio no se pronunciaron sobre la necesidad de proteger y de favorecer la identidad de las instituciones educativas de la Iglesia11. Tan sólo fue después de los acontecimientos iniciados por mayo 68, que la Santa Sede empezó a vislumbrar la importancia del desafío y de lo que estaba en juego con dicha cuestión12. Procederemos 10 JUAN-PABLO II, Constitución Apostólica Ex corde Ecclesiae, 15 agosto 1990, n. 1. En realidad, solo fue a partir de la Reforma protestante que el adjetivo « católico » fue añadido al sustantivo « Universidad’, para distinguir las Universidades católicas de todas las nuevas Universidades protestantes. La expresión “Magna carta” es del papa (n. 8). 11 Cf. Ibíd., n. 10. 12 Me refiero al importantísimo documento de la Federación Internacional de las Universidades católicas (FIUC), La Universidad católica en el mundo moderno (1972), el cual, a la luz del Concilio Vaticano II, delimito las cuatro características de la Universidad católica. Estas fueron introducidas in toto, 18 años más tarde, dentro de la Constitución Apostólica Ex corde Ecclesiae (n.13). Lo cual indica su importancia. 13 entonces, a recordar los rasgos esenciales de la política que fue desplegada en consecuencia. Tal y como lo explica el punto número 13 de la Constitución Ex corde Ecclesiae, « El objetivo de una Universidad católica es de garantizar de forma institucional una presencia cristiana en el mundo universitario frente a los grandes problemas de la sociedad y de la cultura. Ella debe poseer, en cuanta católica, las características esenciales siguientes: 1. una inspiración cristiana por parte de la Comunidad universitaria como tal; 2. una reflexión continua a la luz de la fe católica, sobre el creciente tesoro del saber humano, al que trata de ofrecer una contribución con las propias investigaciones; 3. la fidelidad al mensaje cristiano tal como es presentado por la Iglesia; 4. el esfuerzo institucional al servicio del pueblo de Dios y de la familia humana en su itinerario hacia aquel objetivo transcendente que da sentido a la vida.” La identidad de la Universidad católica le dicta su misión, la cual implica de saber encarnar y estar al servicio la Iglesia y de la sociedad, ofreciendo a los diferentes miembros de la comunidad educativa (profesores, estudiantes, dirigentes y personal administrativo) su presencia pastoral, promoviendo el dialogo cultural y aportando su contribución a la evangelización (n. 39-40). Bajo estas circunstancias, y sobre todo con el empeño de querer servir en la sociedad y de promover la cultura, la Universidad está llamada a ejercitar un papel bien particular dentro del fenómeno actual de la globalización. 14 Estas consideraciones generales implican unas consecuencias prácticas e institucionales. La vocación de una Universidad católica es triple: buscar la verdad, transmitirla desinteresadamente « a los jóvenes y a todos aquellos que aprendan a razonar con rigor, para obrar con rectitud y para servir la sociedad »13 ; servir la sociedad y la Iglesia. Permítanme volver a insistir sobre la primera dimensión. La Constitución nos muestra que la búsqueda de la verdad contiene cuatro aspectos: - es necesario promover una síntesis del saber superior, más aún hoy en día cuando notamos cómo se fragmentan los dominios del conocimiento; - el dialogo entre fe y razón que, con el respeto debido a la investigación metódica de todos los campos, « se encuentran en la única verdad »14 ; - una preocupación ética, puesto que el saber debe servir a la persona humana; - una perspectiva teológica que « desempeña un papel particularmente importante en la búsqueda de una síntesis del saber »: considerando esto, es importante que la Universidad tenga “al menos, una catedra de teología”15. La verdad, buscada y descubierta, se transmite a los campos del conocimiento. Ambas comunican mediante un vínculo estrecho puesto que la enseñanza esta asentada sobre cuatro aspectos fundamentales que son la interdisciplinariedad, la reflexión de la razón humana abierta a las cuestiones de la fe, las implicaciones morales, y Ibíd., n. 2 Ibíd., n. 17. 15 Ibíd., n. 19; cf. Códice de Derecho Canónico, can. 811. 13 14 15 la luz que proyecta la teología católica16. En ello hallamos nuevamente esa exigencia de la cual habíamos citado anteriormente y que nos parece esencial. Concretamente, nos parece fundamental y no solo recomendable, que todos los estudiantes reciban a lo largo de su carrera cursada en la Universidad, una enseñanza elemental sobre la ética y la antropología cristiana, al igual que sobre ciertas cuestiones más específicas en relación con la profesión a la cual se destinan. Una escuela de ciencias de enfermería, por ejemplo, debe beneficiar de unos cursos sobre la ética evangélica de la vida. *** Para finalizar mi intervención y concluir nuestra reflexión, recordemos las palabras de Benedicto XVI, en el discurso que destaco con más grande contundencia y rigor los criterios de la catolicidad de la Universidad: « La misma dinámica de identidad comunitaria – ¿A quién pertenezco?vivifica el ethos de nuestras instituciones católicas. La identidad de una Universidad […] católica no es simplemente una cuestión del número de los estudiantes católicos. Es una cuestión de convicción: ¿Creemos realmente que solo en el misterio del Verbo encarnado se esclarece verdaderamente el misterio del hombre (cf. Gaudium et spes, n. 22)? ¿Estamos realmente dispuestos a confiar todo nuestro yo, inteligencia y voluntad, mente y corazón, a Dios? ¿Aceptamos la verdad que Cristo revela? En nuestras universidades […], ¿Es « tangible » la fe? ¿Se expresa férvidamente en la liturgia, en los sacramentos, por medio de la oración, los actos de caridad, la solicitud por la justicia y el respeto por la creación de 16 Cf. Ibíd., n. 20. 16 Dios? Solamente de este modo damos realmente testimonio sobre el sentido de quienes somos y de los que sostenemos”17. 17 Discurso durante el encuentro con el mundo universitario católico, Universidad Católica de América en Washington, 17 de abril 2008. 17