Pañol de la Historia Fascículo No. 55

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Fascículo No. 55
ISSN 1900-3447
Grupo de Comunicaciones
Estratégicas
Presentación
A los marinos de Colombia se dedica este trabajo de investigación sobre la
historia naval, plasmado en crónicas que resumen las hazañas de aquellos que
combatieron por todas las causas, navegando cargados de ilusiones y tiñendo
el mar con su sangre.
Los PAÑOLES DE LA HISTORIA, son un homenaje al pasado que como el
mar, es infinito e inescrutable, pretendiendo rememorar la historia, convirtiendo
la pluma en espada, los argumentos en un cañón y la verdad en un acorazado.
Agradezco al señor Almirante Hernándo Wills Vélez, Comandante de la Armada Nacional, la deferencia de mantener la edición de estos resúmenes. Este
trabajo desea llevar el mensaje de la historia a aquellos hombres de mar y de
guerra, que fueron arrullados por las olas y embriagados con su encanto.
JORGE SERPA ERAZO
Vicepresidente del Consejo de Historia Naval de Colombia
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Historia de la
Fundación del Club
Naval “Santa Cruz
de Castillo Grande”
El Club Naval fue erigido sobre las ruinas del destruido Fuerte de SANTA CRUZ DE CASTILLO
GRANDE y de ahí tomó su nombre. El Fuerte
sirvió de Polvorín para la munición y pólvora de
los nuevos y recién adquiridos destructores MC
Caldas y MC Antioquia y la de los Buques Auxiliares, adquiridos todos, en los años de 1933 y 34,
con motivo del Conflicto con el Perú, hasta el mes
de diciembre de 1936, cuando se produjo la gran
explosión que hizo “volar en pedazos” el Fuerte,
causando la muerte del celador del lugar, y la rotura de vidrios de las casas del barrio de Manga, que
daban su frente a la Bahía. No existían los barrios
de Boca Grande y Castillo Grande. Por qué un
Club Naval?. Los motivos se remonten a los años
34 y 35, cuando con la recién creada Base Naval
comenzó a llegar del interior, un numeroso personal a ocupar los cargos administrativos, como intendentes, auditores, contadores, algunos de
ellos, con palas navales, así como también, médicos y odontólogos y de comunicaciones que
ostentaba palas de capitán de corbeta, fragata y de navío.
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Estaban también los oficiales del Batallón Cartagena y más tarde, los oficiales y cadetes que
vinieron a la Escuela Naval. Entre los primeros vino el Capitán de Corbeta de Administración
José Clement, padre de Dora Clement, futura esposa del quién fuera Almirante y Presidente
de la República, Rubén Piedrahita Arango, también mi amigo, el Capitán de Corbeta Odontólogo Luis Carlos Cajiao, quién se casara con la dama cartagenera, Doña Ana Elvira Gómez
Navarro, padres del Capitán de Fragata ®) Ernesto Cajiao Gómez.
Ya en el año 38, con la graduación de los primeros Guardiamarinas, eran muchos los oficiales
que empezaban a tratarse con la sociedad de Cartagena siempre pequeña, y no muy convencida de los que llamaron desde esas épocas los “cachacos”. De allí vino la discriminación
por la competencia con las muchachas y fue así cuando en el año 1939 el Teniente de Navío
Demetrio Salamanca, en esa época cortejando a la que posteriormente sería su esposa, doña
Margoth Llach, presentó su nombre a consideración de la Junta Directiva del Club Popa para
ser admitido como Socio Activo.
Existían dos clubes: Club Cartagena que estaba frente al Parque Centenario y el Club Popa,
detrás de la Ermita del barrio Pie de la Popa, en la plaza que hoy existe, y era el club más
popular dijéramos así, menos estirado que el Club Cartagena. También nos presentamos
para socios del Club, los entonces guardiamarinas Porto y Lemaitre, resultando la votación
en que admitieron a Porto y a Lemaitre y no admitieron a Salamanca. Nosotros no aceptamos. Entonces de allí vino la inquietud, como reacción contra el Club apoyo y solidaridad
para con el compañero y amigo Tte de Navío Demetrio Salamanca, y cristalizó esto en una
reunión a bordo del Destroyer Caldas. Esa reunión tenía como objeto principal ver que determinación se tomaba respecto a los oficiales y respecto a la sociedad. En ella se habló que
lo mejor sería tener una sede, un punto de reunión, tener nuestro propio Club, que no fuera
en las instalaciones oficiales. Se habló mucho del club y del lugar donde sería, que si en
Manga, que si en el Pie de la Popa, se buscaron casas, se buscaron locales adecuados, pero
eso costaba dinero, y el grupo de oficiales en esa época, era muy pequeño, no alcanzábamos
a los ochenta, y el sueldo de un Guardiamarina era de $108.oo (CIENTO OCHO PESOS),
el de un Subteniente era de $ 124.00 mensuales.
Algún oficial, que no he podido recordar quién fue, propuso “tomar posesión de Castillogrande, del destruido Fuerte, el Fuerte de Santa Cruz”, la idea fue acogida y aprobada con
entusiasmo. El Acta de la reunión fue comunicada al resto de los Oficiales y la totalidad
de ellos no solamente los de Cartagena sino los que se encontraban en otras guarniciones
e inclusive en el exterior se solidarizaron, estuvieron de acuerdo en que debíamos tener
nuestro propio Club y tomar la sede en Castillogrande.
Ya en posesión material del terreno, hay que afrontar la realidad de ese sueño y manos a la
obra: El terreno se encontró completamente enmontado y las ruinas hechas una cueva de culebras… Se procedió enseguida al desmonte y a emparejar el terreno, removiendo y picando las
piedras, se contrató un cuidandero-machetero, y el resto fue producto del trabajo y la voluntad
de los OFICIALES. Tan sólo el recordarlo, me emociona fuertemente. Todos contribuíamos,
todos en la medida, de nuestras posibilidades, los comandantes, los instructores mandaban
gente a trabajar: marineros voluntarios, inclusive, yo llevaba a los cadetes en la mañana, en
sus horas de remo, a colaborar en la limpieza de las extensas playas.
Los días de fiesta nos llevábamos la palas y los picos a sacar las piedras y a emparejar el sue-
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lo, fue una ardua y dura tarea que duró varios años, al fin cuando ya se pudo efectuar la obra,
fue el relleno de la rotonda en donde hoy está la piscina, ese fue el primer objetivo poner allí,
instalar allí, un techo que se hizo de tejas de barro, construcción de madera, obviamente con
lo más importante: el bar y la rotonda que quedó de piedra, en donde se hicieron primero los
muros para sentarse.
Desde el principio tuvimos que pensar en cómo íbamos a sostener esa entidad, entonces teníamos un solo empleado, el cuidandero, que se le construyó una casita muy modesta y se
determinó que entonces que los Oficiales debíamos contribuir con una acción por un valor de
$80 pesos, que debía pagarse en 12 cuotas, y mensualmente con una cuota de $5.00. Así, que
esos son los pequeños detalles con que iniciamos el Club Naval.
Vino la obra material, que fue la contribución de todos los oficiales, de todos los cadetes, del
ejército que tenía el batallón Cartagena allá en la plaza de la aduana y la sede era pues en
donde está hoy día el Museo Naval. Eso se fue haciendo poco a poco con mucha dificultad; el
1er presidente del club fue el señor Capitán de Navío médico Víctor Rodríguez Acosta, quien
cuando ya hubo forma de vivir allá se pasó a la casa del cuidandero con su esposa e hija y allá
permanecía, allá lo íbamos a visitar casi a diario los que podían darse la escapada, el transporte era difícil por la comunicación entre la Base y Castillogrande, el barrio Bocagrande no
existía sino hasta el Hotel Caribe era hasta donde se expandió inicialmente Bocagrande; toda
la parte que quedó de la carrera sexta hacia el Club Naval quedó en arena. La arena extraída
de la bahía cuando se construyeron los muelles el Terminal Marítimo en el año 1933 con esa
arena se rellenó todo Bocagrande, y allí se construyó, sobre esa arena, la urbanización de
Bocagrande.
En el Club Naval vamos poco a poco desarrollándolo, crea cuerpo y al fin hacemos la rotonda
que ya mencioné, se efectúan las fiestas hasta cuando viene ya el año 1941 principios del año
42 y ya se completan los trabajos, queda la terraza embaldosada y además de sus muros para
sentarse se le instalan mesas y sillas y se acondiciona el bar con agua y luz. En la parte exterior se construyen los sanitarios con una pequeña bodega (cuarto) para guardar los elementos
de aseo y de trabajo, ya tiene instalada la corriente eléctrica.
La primera fiesta grande y elegante fue para el matrimonio de quién?. Pues del Capitán
Salamanca, el mismo a quien había rechazado como aspirante a socio el Club Popa,
años atrás. Fue la respuesta social que le dio la Oficialidad a ese club. El Club continua
su desarrollo normal por allá hasta los años 58, cuando siendo mi persona el Presidente
del Club resolvimos que debíamos no solo edificar el comedor y la cocina ya que hasta
entonces no se disponía de ellas, sino armar el Club, con piscina, pista de baile, etc. y así
fue como entramos en conversaciones con la firma Cívico (Dres. Rafael Cepeda Torres,
arquitecto y Antonio Lequerica Martínez, Ingeniero) quienes se mostraron entusiasmados
con la idea y en efecto nos presentaron los pre-planos y quedamos satisfechos y como
ellos, entusiasmados y nuevamente tuvimos que afrontar la falta de dinero. Ellos con
tal de realizar la obra nos ofrecieron facilidades, tales como cobrar la mitad de los honorarios, por los planos, puede decirse, apenas para cubrir los costos del papel y de los
empleados que trabajaban en la elaboración de ellos. Con este planteamiento invitamos
al comandante de la Armada Contraalmirante Augusto Porto, a quién ellos le hicieron la
presentación. También este quedó de acuerdo con el plan presentado y aprobó, prometió
el dinero para los planos, que fueron elaborados en poco tiempo.
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Los planos presentados consistían en la construcción de dos grandes bloques, el primero consistió en, aprovechando la rotonda, construirle un techo espectacular en forma de
“corneta” de monja, de la que ellas usaban sobre sus cabezas o también como un pañuelo
que se curva y sostiene sobre sus dos puntas opuestas. Su nombre profesional es la forma
“paraboloide-hiperbólico”. Quedó como un lugar espléndido para reuniones bajo techo
y completamente al aire libre. Allí se hizo la recepción al Príncipe Felipe de Inglaterra
cuando su visita a Cartagena. Desafortunadamente se pudrieron la guayas que sostenían la
estructura y un mal día se vino al suelo. Quedaba el edificio de los comedores y cocinas
que hoy existe, pero ya varias veces reformado y mejorado. Debo mencionar como dato
curioso que el lugar en donde hoy está el “Cabrestante”, fue construido en esa forma y ese
lugar porque le aparecía en los planos, como el “Puente” del edificio viéndolo de frente y
además porque hasta allí llegaban las aguas de la bahía que prácticamente lamían las bases de la estructura. Se pensó que ese lugar sería dedicado a sala de lectura y música para
“solaz” de los Oficiales.
Ahora toca hablar de la financiación de la obra. Para comenzar quiero dejar claro que la firma
Civilco, Doctores Cepeda Torres y Lequerica Martínez, no cobraron un solo centavo como
honorarios, ni para los planos, ni posteriormente para la Dirección de la obra. El Club Naval
está en mora de hacerles un reconocimiento. El interventor y representante del Club, fue el
Dr. William Ceballos, Jefe de la oficina de Ingeniería Civil en BN1.
Por otra parte para iniciar los trabajos hubo que recurrir a préstamos personales, pues el
club carecía de Personería Jurídica y mientras el Dr. Gonzalo Zúñiga asesor jurídico de
CFNA, voluntariamente se dedicó a tramitar la solicitud de la personería jurídica, fue
necesario recurrir a préstamos bancarios los que se realizaron a nombre de las señoras
del Presidente y Vicepresidente del Club. Posteriormente en la mitad de los años 60, fue
construida la piscina, cuya financiación, al igual que la olímpica de la Base Naval y Escuela Naval, fue conseguida por el Representante a la Cámara y entonces Presidente de
la comisión V, el Dr. Joaquín Franco Burgos. Los fondos correspondientes fueron manejados por el Fondo Rotario. Esta obra significó un vuelco total a la vida social del Club
Naval, que con sus kioscos, arreglos de playas, marina y muelles para las embarcaciones
a vela y motor, junto con sus magníficas y alumbradas canchas de tenis y además con
su discoteca “La Iguana”, conforman hoy el muy grato y querido CLUB DEPORTIVO
NAVAL DE OFICIALES.
(Resumen de una entrevista realizada por el CN Francisco Chacón al Sr Almirante Orlando
Lemaitre Torres en 1999)
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La verdadera
historia de los
comuneros y el primer
acuerdo de paz
Por: Jorge Serpa Erazo
Vicepresidente del Consejo de Historia Naval
El principal propósito de este artículo es ofrecer un relato diferente sobre una época de
nuestra Patria, pretendiendo mostrar sin apasionamiento, y con el mayor respeto por
nuestra historia, algunos hechos olvidados, marginados o pretermitidos. No se proyecta
descalificar a nuestros próceres, héroes y mártires.Se trata de resumir con la mayor fidelidad, para que no se apolillen en el baúl del olvido, algunas afirmaciones de carácter
histórico realizadas hace varios años por José Fulgencio Gutiérrez, Arturo Abella y Enrique Caballero, notables historiadores, cronistas y escritores.También en estas líneas se
pretende mostrar que muchas peculiaridades e historias falsas y amañadas se continúan
repitiendo a diario en los acontecimientos del pasado y presente colombiano.
Como todas las cosas que han sucedido en nuestra querida Colombia, la independencia
también nació o surgió de la rivalidad entre dos corrientes que se disputaban el poder:
“criollos” y “chapetones”. Valga la pena acotar que esta tendencia pendenciera entre
dos fracciones se ha mantenido desde entonces: Años más tarde, en lo que se denomina
“Patria Boba”, la división fue entre centralistas y federalistas; en los primeros años de la
República, el país se enfrentó entre Santanderistas y Bolivarianos; años más tarde la jo-
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ven nación se fraccionó entre “radicales” y “regeneradores”; el siguiente conflicto estalló
entre “nacionalistas” e “históricos”. Así, con enfrentamientos y desavenencias entre dos
grupos, muere el siglo XIX y nace el XX, con una guerra donde lucharon los liberales
(que a su vez, estaban divididos entre los “pacifistas” de Miguel Samper y los “guerreristas” de Uribe Uribe y Benjamín Herrera) con los conservadores de Caro, Sanclemente
y Marroquín.
Luego de la guerra de los “Mil días”, la contienda política se torna sangrienta al final de la
hegemonía conservadora en 1930, cuando se enfrentan en los campos y ciudades, los liberales inspirados por López Pumarejo y los conservadores orientados por Laureano Gómez, es
decir un conflicto interno, que terminó cuando se firmó el pacto de Sitges que creó el Frente
Nacional.
El enfrentamiento y rivalidad entre Criollos y Chapetones, nació y fue creciendo por la disputa
y competencia generada entre ellos por la vinculación a los cargos burocráticos que tenía el
virreinato. Vale la pena anotar, como lo manifestó Laureano Gómez en un escrito titulado
“Una cultura conquistadora”, el 20 de julio de 1810, empezó el 6 de agosto de 1538, cuando
se fundó a Santa Fe, ya que con Jiménez de Quesada llegaron los insospechados creadores de
una oligarquía, que dos siglos y medio, más tarde, se revelaría contra sus antepasados a quienes debía sangre, religión y estilo. Cuando esta oligarquía creyó estar madura y se consideró
poderosa, hizo la revolución.
La abundante historia escrita sobre
los antecedentes del 20 de julio, en
algunos aspectos se ha falseado,
para presentar como la principal
causa que motivó nuestra independencia, el argumento altruista de la
Libertad. Pero, además de la burocracia hubo otras cosas que también
originaron la gestación de la independencia, como la prohibición de
matrimonio entre los funcionarios
de la corona y de sus hijos con las
criollas, por encumbradas que fueran. Esta causa, quizás, fue el primer
enfrentamiento entre realistas y criollos, cuando en 1729, el oidor Jorge
Miguel Lozano de Peralta se opuso
al matrimonio de su hijo José Antonio con la distinguida criolla María
Josefa Caicedo y Villacís, hija y
heredera única del distinguido criollo Francisco de Caicedo y Pastrana
(heredero del mayorazgo fundado en
el siglo XVI por Francisco Maldonado de Mendoza, de 45 mil hectáreas,
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El señor D´Jorge Miguel Lozano de Peralta y Varaes Maldonado de
Mendoza y Olaya I´ y Marques de S* Jorge de Bogotá VIII. Poseedor de
Mayorasgo de Este Nombre Ha Servido los Empleos De Sargento Mayor
Alferez R´ y Otros Varios de República en esta Corte De S” Fe. Su Patria.
las cuales sirvieron de dehesa a la capital del virreinato para alojar el ganado que subía
desde el valle del Magdalena), quien se había casado con la quiteña Josefa de Villacís, hija
del presidente, gobernador y capitán general del Nuevo Reino Dionisio Pérez Manrique.
José Antonio, el frustrado pretendiente, fue desterrado por su padre, el oidor, a Honda, donde
fue incomunicado en un colegio religioso y María Josefa ingresó a un convento en Santa
Fe, donde tuvo que vestir los hábitos religiosos con el nombre de Sor María Josefa de San
Joaquín. Aunque el matrimonio se realizó contra viento y marea, intervinieron, el poder de
la corona española con la potestad del mando, la rebeldía de los criollos con las herramientas
del poderío económico y las influencias del mayorazgo y la iglesia que terciaron a favor de
los novios frustrados, debido a que el cura de la catedral Francisco Javier Beltrán Caicedo
los unió por medio de un poder tramitado secretamente, cuya validez fue cuestionada por el
oidor Lozano de Peralta, pero en últimas, el arzobispado decidió este impasse ratificando la
bendición del cura Caicedo.
Este frustrado matrimonio fue el verdadero “Florero” de la Independencia, dio inicio al
enfrentamiento en la colonia, de dos fuerzas, que entonces empezaron una rivalidad pendenciera: chapetones y criollos.
Años más tarde, en 1768 el hijo de esta pareja, Jorge Miguel Lozano de Peralta, con el
mismo nombre de su discriminador abuelo, se enfrentó con el español José Groot de Vargas, porque éste, en pleno cabildo, cuando se discutía un asunto del virreinato, le gritó
que “tenía mancha de la tierra” y
era “enemigo de los chapetones”.
De inmediato, para acusar al oidor
Groot ante la corte y obtener una
justa reparación, el oidor Lozano
de Peralta solicitó permiso para
viajar a España, pero se le negó.
Sin embargo, en septiembre de
1772, de la corona española le
llega una compensación muy especial, el título nobiliario de Marques
de San Jorge y se compromete a
consignar el tributo correspondiente, bastante oneroso. Pero Lozano de Peralta, utiliza el título que
le permite llegar a ser alcalde de
Santa Fe y no cancela el impuesto
nobiliario. La Real Audiencia, le
notifica que si no pagaba no podía
ser Marqués, a lo cual, Lozano de
Peralta responde que él no tenía por
qué pagar lo que se merecía. Sin
embargo, el Marqués de San Jorge,
Manuela Beltrán de su vida se sabe muy poco ya que sólo hay indicios de
en Charalá (Santander, Colombia), en el siglo XVIII, y que pertenecía a una
demandado por el pago de tales demodesta familia descendiente de españoles, que manufacturaba tabacos y
rechos, siguió usando el título.
poseía una tienda de efectos de Castilla. Era “una mujer del pueblo”.
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Con el fin de atender asuntos relacionados con la imposición de nuevos tributos reales, es
decir, lo que ahora, en nuestros tiempos, se llama reforma tributaria y para estudiar el caso del
Marqués de San Jorge, la corona española envió al regente-visitador Juan Francisco Gutiérrez
de Piñeres. La inclemente actuación alcabalera de Gutiérrez de Piñeres fue la gestora, en las
breñas de Santander del movimiento Comunero, cuando Manuela Beltrán y el Zarco Ardila
rompen el edicto con los nuevos impuestos gritando: ¡Viva el rey, muera el mal gobierno!
Este grito fue estimulado desde Santa Fe, por el propio Marqués de San Jorge, principal afectado con la visita del Regidor por los nuevos tributos que gravarían sus propiedades e ingresos y la seria y grave amenaza sobre su marquesado que estaba en entredicho. Así las cosas,
envió a los revolucionarios del Socorro, a través de Manuel García Olano, administrador de
correos y cuñado de su hija Josefa Lozano, noticias, pasquines e instrucciones para iniciar la
incipiente revolución.
Cuando quince mil Comuneros marchan hacia Santa Fe, liderados por Berbeo y Galán, el
Regidor Gutiérrez de Piñeres, protagonista de la revuelta, parte presuroso hacia España. Ante
la gravedad de los hechos, el gobierno del virreinato, para detener la protesta marchante envió
al oidor Osorio con cien soldados, que fueron hechos prisioneros sin disparar un solo tiro. Solo
el ayudante del oidor Osorio logró escapar y llevar a la capital la noticia.
Amenazada Santa Fe, se logra por acuerdo dialogar en Zipaquirá, donde el 14 de mayo de
1781, se dieron cita las autoridades del Nuevo Reino y la “chusma” revolucionaria. El Arzobispo Caballero y Góngora con su comitiva partió hacia aquel lugar, consagrado como
la primera “zona de distensión” para atender también la primera “mesa de diálogo” ubicada en la casa cural, llevando como asesores al Marqués de San Jorge y al cuñado de su
hija, el famoso administrador de correos.
En otras palabras, Lozano de Peralta y
García Olano, estaban jugando en los
dos bandos; por un lado asesoraban al
Arzobispo y, por el otro, en entrevistas
secretas, realizadas en el campamento
de los Comuneros, aconsejaban a Berbeo y Galán. Como las conversaciones
no llegaban a ningún acuerdo, por insinuación de los dos asesores, se llegó
a las famosas Capitulaciones. Después
de una espera dilatoria, el 6 de junio,
la Real Audiencia, aceptó y aprobó el
texto, pero en acta secreta se declaró
su nulidad, aunque con misa solemne y
juramento de las partes, fue ratificado el
acuerdo en Zipaquirá. Ese fue también el
primer “acuerdo de paz”.
Al término de las conversaciones Lozano de Peralta fue ovacionado por los
Comuneros. Meses después cuando Caballero y Góngora es designado Virrey,
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Jose Antonio Galán
ató varios cabos que tenía sueltos en su memoria e inició un proceso contra su ex asesor
García Olano; para tal efecto envió en 1773, una carta al Conde de Floridablanca, donde
manifestó entre otras cosas: “…procuro desde mi ingreso en este mando ratificarme
más y más en los crímenes que acusaban a don Manuel García Olano administrador de
Correos de esta ciudad, cuya conducta en aquel desgraciado tiempo siempre me fue sospechosa, por sus producciones, correspondencia y descubierta parcialidad que manifestaba con los sediciosos del Socorro…” El 22 de agosto de 1786, luego de varias quejas
y acusaciones que llegaron a la corte española para investigar y aclarar su participación
en la revolución comunera, el Rey, de manera directa, ordenó al Arzobispo y Virrey proceder a juzgar al Marqués de San Jorge, quien fue detenido en el ayuntamiento durante el
proceso. Tres años más tarde, la corte ordenó que el reo fuera trasladado a España, pero
estando en Cartagena, le decretaron libertad incondicional y allí se quedó a vivir hasta su
muerte en 1793, ocurrida en el convento de la Recolección de San Diego, sin familiares
y amigos, pues su hijo mayor José María se encontraba en Santa Fe y Jorge Tadeo, el menor, estaba en España desde 1786, donde ingresó como cadete al Real Cuerpo de Guardias
y más tarde, obtuvo el grado de Alférez de Fusileros y fue vinculado a la sexta compañía
del Regimiento de la Guardia Real Española, allí prestó servicios hasta el 21 de junio de
1794. Durante tres años, Jorge Tadeo Lozano, reside en París, aprende el idioma francés
y visita algunos países europeos, para regresar a la Nueva Granada en 1797.
El final de la gesta comunera es bien conocido. Para calmar los ánimos y terminar la insurrección y alzamiento comunero fueron aceptadas en Zipaquirá e incumplidas posteriormente, las
capitulaciones, con las 35 demandas que contemplaban principalmente la extinción y rebaja
de los impuestos, la prelación a los criollos para ciertos empleos, el indulto para todos los
participantes en el movimiento revolucionario, el libre cultivo y comercio del tabaco, la restitución de los resguardos a los indígenas y el mejoramiento de los puentes y caminos (temas
que tres siglos después aún tienen vigencia). Ante el engaño y burla de los realistas con lo
pactado, Galán decide revivir la sublevación popular pero en octubre de 1782 es arrestado
en Onzaga, trasladado a Santa Fe, juzgado y sentenciado a muerte. Fue ejecutado en el hoy
Parque de Santander, el 1° de febrero de 1782 con sus compañeros Lorenzo Alcantuz, Isidro
Molina y Manuel Ortiz.
Aunque la llamada revolución comunera, no se hizo para conseguir la independencia a través
de una protesta armada y alteración del orden social, el movimiento comunero, a parte de la
manipuladora intervención de Jorge Miguel Lozano de Peralta, Marqués de San Jorge, tiene
el significado de haber sido la primera sacudida con apasionado y patriótico idealismo que
preparó la semilla revolucionaria que 28 años más tarde, el 20 de julio de 1810, con el famoso
florero del español José Gonzalez Llorente, hecho que también fue motivado y planeado con
antelación. La estampa de los comuneros tiene el encanto señorial de la historia que convierte a Santander en el fogón de un sentimiento nacional, que se ha nutrido con tradiciones y
hazañas, manteniendo incólume el afecto por libertad.
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El Almirante de la
Flota Británica y
la Lengua Gallega
Por Teniente de Navío Pablo Edgard Zapata S. / 20-002
Me hallaba prestando servicios en
la Real Armada Británica donde
había sido enviado por la Armada
colombiana, a bordo del portaaviones HMS Theseus surto en el
puerto de Weymouth en la costa
sur de Inglaterra. En Inglaterra la
Armada es Real – the Royal Navy
- y el ejército no lo es, no existe
the Royal Army desde cuando el
dictador Cromwell, uno de sus
miembros, decapitó al rey por allá
en el siglo 17. Simplemente es the
Army, así como despectivamente.
Además es el único país del mundo donde la Armada posee una
jerarquía superior al ejército, una mayor antigüedad se dice en la jerga, lo cual implicaba que
cuando teníamos formaciones mixtas ellos debían colocarse detrás o después de nosotros.
Como en Colombia estaba acostumbrado a algo diferente, cuando en una ceremonia en honor
de la Reina me coloqué en la fila detrás de alguien del ejército casi me decapitan como al
rey, aún recuerdo la vaciada que me pegaron por cometer tal delito de lesa majestad. Mejor,
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de lesa marina. Un miembro de la Real Armada detrás de alguien del ejército... no hay derecho! Nuestro buque integraba una Escuadra con otros destructores y el porta-aviones gemelo
HMS Ocean, juntos constituíamos el Home Fleet Trainning Squadron. HMS es el comodín
de la Royal Navy para nominarlo todo: Her Majesty Ship (buque de su Majestad) si es un
buque, Her Majesty Stablishment o Station si son bases navales o instalaciones terrestres, Her
Majesty School parta las escuelas de formación. Y cuando gobierna un rey, significa His en
lugar de Her.
La rivalidad entre ambos porta-aviones de la Escuadra era una constante: en los ejercicios y
operaciones, en las revistas navales, en los enfrentamientos deportivos de fútbol y rugby. O en
el curioso y feroz hockey sobre cubierta, deporte exclusivo de los buques jugado con un aro
de cabo o lazo y unos rústicos bastones de madera, el que a veces se practica en los muelles.
Usualmente ganábamos, pero en algo sí nos tenían pordebajiados los del antipático HMS
Ocean: a bordo de ellos estaba la sede del Comandante de la Escuadra, el Almirante Biggs,
por tanto eran el buque insignia. Qué rabia. Cuando en una ocasión el Almirante nos visitó fue
el despiporre, algo así como la llegada del Papa o del Presidente de los EE.UU. Desde unas
semanas antes del magno acontecimiento y durante 24 horas solo tuvimos vida para alistar el
porta-aviones y los aviones, para limpiar cada rincón y armamento de la nave.
Llegado el imponente día, la tripulación de 1500 hombres de mi HMS Theseus en uniforme
de gala estaba formada a las 11 de la mañana sobre la inmensa cubierta de vuelo. Impactante
espectáculo con el buque engalanado de coloridas banderas, o empavesado como se dice en la
jerga náutica. Los cañones disparaban salvas en honor del gran jefe naval, los músicos escoceses hacían sonar sus gaitas y la banda de los Royal Marines, los Reales Infantes de Marina,
tocaba sus acordes marciales. En el aire las escuadrillas de aviones realzaban el momento.
Como se dice poéticamente en inglés, era un acto de Pomp and circunstances
El personaje pasó como a un metro mío y por primera vez en mi vida tuve la oportunidad de
ver a un almirante de carne y hueso, de verdad-verdad, un acontecimiento inolvidable para un
ínfimo guardiamarina ubicado en el extremo inferior de la escala jerárquica y del escalafón
naval. Quien pasaba al frente mío estaba en el tope superior, a años luz de mis sueños, luciendo en las mangas los dorados galones de cuatro dedos de ancho propios de un Almirante.
De rostro adusto reflejaba una cierta simpatía, en todo caso me causó muy buena impresión
y pensé lo interesante que sería algún día poder conversar con él. Finalizado el evento nos
dieron la tarde libre como premio por los conceptos favorables del Almirante Biggs sobre la
revista y honores que le presentamos.
UN CAPITÁN BRITÁNICO Y CATÓLICO
El comandante de nuestro porta-aviones era el Capitán de Navío Anthony Miers, portador
nada menos que de la Cruz Victoria ganada en Corea, la máxima condecoración británica, una
que se otorga exclusivamente por actos de heroísmo en combate. Era escocés y católico, algo
inusual en Inglaterra donde escasamente el 5% de su población profesa la religión católica,
contra 10% de la Iglesia de Escocia. Y el resto son anglicanos de la Church of England fundada por Enrique VIII, cuando formó rancho aparte con un protestantismo sui generis y bien
diferente al luterano, ya que su culto, liturgia y doctrina son bien parecidos a los católicos.
Caso muy diferente a los protestantes de las otras variantes.
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En puerto diariamente a las ocho de la mañana, o más tarde según la estación del año, se
realizaba sobre la cubierta de vuelo del porta-aviones la imponente ceremonia de izada del
pabellón, presidida por el Comandante del buque. Los ingleses son especiales en ceremonias,
creo nadie les gana en el cuidado, realce y sobre todo entusiasmo con que las realizan, es
algo que llevan en la sangre. No solo Sucede en la Armada, es similar en la universidad, la
inauguración de un campeonato de tenis o cricket, la cena en una casa, en cualquier parte y
evento. Cada día toda la tripulación en uniforme de trabajo diario formaba por divisiones y
departamentos excepto los pilotos navales, unos consentidos a quienes jubilan a los 12 años....
si alcanzan a durar tanto. Resaltaban los oficiales indios singh que siguiendo su religión
usaban un turbante blanco o rojo, sobre el cual colocaban las cucardas o insignias distintivas
que de otro modo irían en la usual gorra blanca. De hecho había gente de múltiples países
del imperio británico y ni para qué les cuento los problemas con las comidas derivados de las
distintas religiones, sus prohibiciones y tabúes. Para disfrutar doble ración de carne, pronto
aprendí a situarme en la mesa al lado de algún árabe si el menú era de cerdo o de un indio si
de res. Lo que ayudaba a llenar mejor mi estómago, bienvenido con 17 años y una vida tan
agitada como la de un marino de su Graciosa Majestad.
Después de la diaria revista militar entonábamos la Oración del Marino, de hermosísimas
palabras. Rompíamos filas y durante quince minutos nos agrupábamos por religiones, para
una ceremonia de oraciones presididas por los respectivos capellanes. El nuestro era el padre
O’Connor, un bonachón y simpático irlandés. Los católicos sumábamos acaso 30 feligreses
a bordo, pero contábamos entre ellos al Comandante del buque quien se comportaba en los
oficios como uno más, como un sencillo practicante de nuestra fe.
En el buque decían que los católicos éramos sus consentidos, la verdad es que podíamos
hablar con él con relativa facilidad, especialmente los domingos o festivos religiosos cuando
se celebraba la misa y a continuación teníamos una amena reunión amenizada por tazas de
té y bizcochitos. Recién llegado me hizo un reporte completo sobre Colombia y Sudamérica,
lugares exóticos para él y me invitó a almorzar a su camarote. Pocos de los tripulantes podían
contarlo.
Un buen día el Teniente de Navío Anthony Malone – mi jefe directo - me ordenó presentarme
a las 11 de la mañana al camarote del Comandante del porta-aviones. Quedé intrigado pero
me imaginé se trataba de algo relacionado con el catolicismo, como alguna invitación externa
a una iglesia de la ciudad. Al llegar nos hizo servir té por su ayudante de cámara, pues los
ingleses siempre lo reciben a uno con un té. Sus oficinas huelen a té y el aroma esparcido en
el aire denota las preferencias del anfitrión, la variedad y categoría.
El aire tenía aroma del tipo Darjeeling cultivado en las laderas del Himalaya, el más fino de
todos y el champaña de los tés. Estaba sonriente sin la seriedad propia de su mando, parecía
más bien el usual compañero de oraciones que el Comandante del buque. Casi me voy de para
atrás con lo que me comunicó: A las seis de la tarde el Almirante Biggs me esperaba en el
otro porta-aviones, el HMS Ocean y debía ir en uniforme formal, no de trabajo. El no tenía ni
la más remota idea de qué se trataba, procediendo a mostrarme el mensaje escrito que había
recibido. A las cinco y media de la tarde me recogería un bote pues estábamos anclados en
mitad de la bahía de Weymouth. Me dio algunas recomendaciones de cómo tratarlo, del protocolo que debía observar, de cómo comportarme, aspectos de la personalidad del Almirante,
recordándome que en todo momento debería ser un digno representante del HMS Theseus.
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Quería asegurarse de tener todo bajo control, por fortuna para mí el Teniente Malone me
acompañaría.
ENTREVISTA CON EL ALMIRANTE
A las cinco y treinta en punto llegó el bote personal del Almirante a recogernos. En la Marina
y en Inglaterra siempre suceden las cosas en punto, no hay forma que se retrasen ni un minuto.
Los almirantes cuentan con exclusivos y vistosos botes personales, son como los Rolls Royce de los botes. Mientras subía escaleras hacia su camarote-oficina, sentí que las piernas me
temblaban. De súbito me afloró el temor de tener problemas con mi inglés, que no le entendiera o mi pronunciación fuera defectuosa. Con nadie me había sucedido y hasta conversaba
normalmente por teléfono con Stella Blewet mi novia de Cornwell - prueba eximia de hablar
un idioma - pero ahora era diferente. Y en la clase de gramática inglesa sacaba buenas notas.
Traté de mentalizarme que todo marcharía bien con el idioma de Shakespeare, mientras seguía
ascendiendo por escalas y cubiertas.
Hicimos antesala, para ingresar al camarote a las seis en punto. El Almirante nos recibió
amablemente sentado en un sillón de cuero, fumaba pipa y el aroma era delicioso, con más
confianza le habría preguntado cual picadura usaba. Lo acompañaba un Capitán de Fragata
jefe de su Staff. La decoración del camarote era sobria, los ingleses no son rimbombantes ni
ostentosos como los americanos quienes suelen forrar los mamparos o paredes de sus oficinas
con fotos, decretos y placas. Incluso los británicos en el pecho y a la izquierda del uniforme
solo lucen sobriamente cinco distintivos de condecoraciones, dos arriba y tres abajo, así tengan cien escogen las cinco más sobresalientes. Tan diferente de los americanos cuyos uniformes parecen un crucigrama con tantas cintas de condecoraciones, amén de múltiples avisos
metálicos de los cursos que han tomado de estado mayor, submarinista, torpedista, artillero,
lancero, que se yo. Súmele una placa con el nombre, eso parece el uniforme de un ciclista o
un corredor de Fórmula 1 en el cual no queda un centímetro vacío. Todo un monumento al
mal gusto, con lo sobrio y hermoso que es el vestuario naval. Lo triste es que en Colombia,
cuyos uniformes fueron tomados de la marina inglesa, hayamos copiado últimamente el modelo americano de tanta parafernalia colgada al pecho. Manes de la influencia gringa, quizás
en los últimos años sobra gente que haya estudiado en USA y faltan más especializados en la
rubia Albión, quienes me imagino no hubieran permitido tal cambio.
El Almirante nos ofreció un scotch, pues los ingleses nunca le dicen whisky. Sí, un whisky!
En la Real Armada el licor es algo normal que no causa sobresaltos ni constituye un mito
diabólico, como sucede en la Armada de EE.UU. donde está prohibido tenerlo a bordo. Según los ingleses es cuestión de madurez, la que les sobra... Las tiendas internas de los buques
venden licores incluso libre de los onerosos impuestos que se cobran en tierra, e igualmente
los sirven en los bares de las Cámaras de Oficiales. Eso sí, como en todo el imperio británico,
solo expenden licor entre las 12 y 2 de la tarde o entre las 6 y 11 de la noche. Fuera de esas
horas no hay ni peligro de poder conseguir una mísera cerveza, porque allí las normas y leyes
son para cumplirlas.
Para romper el hielo, el Almirante hizo un chiste con la mezcla de agua o soda del scotch.
Ni pensar agregarle algo diferente pues sería un sacrilegio para el agua bendita, que tal es el
significado en el gaélico celta de la palabra whisky, o whiskey como lo escriben ellos. Licor
creado entre otras por monjes. Le pedí al camarero dos dedos de whisky y dos de agua, es el
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tipo usual de medida y se entiende como tal el ancho en dedos del licor en el vaso. Al llegarle
el turno al Almirante pidió también dos dedos de scotch, aclarando que no eran dos dedos de
ancho sino... de alto! Risas, brindis y con el primer sorbo la conversación fue más fácil. Me
preguntó por Colombia y Sudamérica, él nunca había estado por estos lados y de Latinoamérica apenas si recordaba haber tratado en el pasado algunos argentinos que cursaban estudios
en la Real Armada. Aproveché para algunos chistes de argentinos y la mirada de aprobación
de mi jefe el Teniente Malone indicaba que lo estaba haciendo bien. Lo cual me infundió
confianza, aunque estaba a la espera de que surgiera el verdadero motivo de la reunión.
De pronto el Almirante me preguntó si mi idioma era el español. Claro que sí, le dije. Replicó entonces, quiero decir el mismo español de España y en cual porcentaje son iguales los
idiomas hablados en Europa y Latinoamérica, específicamente en Colombia. Le comenté que
eran las mismas lenguas con sutiles diferencias, similares al caso del inglés de EE.UU. y el
de Inglaterra. Me sentí brillante con el ejemplo puesto. Pero el almirante protestó con toda la
prosopopeya y seriedad que solo un inglés puede poner en ciertos casos como este. Porque
según él los gringos hablan un idioma totalmente diferente al de los ingleses, apenas si se les
puede entender algo. Reímos todos pues sabíamos que estaba ironizando. Continuó. Si era
parecida a la del inglés la diferencia del español hablado a ambos lados del Atlántico, entonces
Uds. se deben entender muy poco con los hispanos... quizás un 10% en el mejor de los casos!
Volví a la carga con mi explicación, ampliada con las diferencias idiomáticas entre los países
desde México hasta la Argentina. Aproveché para comentarle que el español de Colombia
según los especialistas era considerado el mejor de todos y le hablé sobre el Instituto Caro y
Cuervo, máxima autoridad gramatical después de la Real Academia de la Lengua Española.
Me dio la impresión de haberlo dejado satisfecho.
Fue cuando sacó de la manga el as de oros que tenía guardado. Resulta que como en un par
de semanas dos destructores y el antipático portaviones HMS Ocean irían en misión oficial
y diplomática a España, él había considerado llevarme como intérprete. Ah de eso se trataba!
Mi emoción subió a su punto máximo, conocer España? Se realizaría al fin ese sueño que
todos los latinoamericanos tenemos. Con la Armada de Colombia había viajado por el Caribe,
sur y Norteamérica pero esto era diferente, bien diferente, lo máximo. Quise responderle que
aceptaba irrevocablemente, pero en mi mente no pude encontrar tal expresión del inglés.
Tanta dicha fue enfriada por el siguiente comentario. Vamos a efectuar un crucero a Vigo y
leyendo libros sobre España he visto que esta ciudad pertenece a Galicia, donde no se habla
español sino el idioma gallego. A mis 17 años era la primera vez que oía hablar de esto, creía
que excepto los vascos todos los hispanos hablaban español. Gallego? Me sentí inseguro,
caminando por arenas movedizas y desconocidas. Veía que se alejaba la maravillosa oportunidad vislumbrada momentos antes y como un odioso fantasma aparecía la tal lengua gallega
para acabar con mi dicha. Pero no, ni pensar en dejar escapar tan esplendorosa oportunidad,
mi padre dice que las oportunidades en la vida son únicas y uno no puede dejarlas pasar de
largo. Para ganar tiempo apuré un sorbo de whisky, mientras las ideas y palabras bullían en
mi cerebro.
Y me lancé! Señor Almirante, coincidencialmente mis abuelos son gallegos y en mi casa
además del español se habla gallego. No sé cómo, pero la inspiración me afloró y sin siquiera pensarlo me salió la mentira. El Almirante sonrió y opinó era una coyuntura afortunada
que el único hombre de su Flota español-parlante también entendiera el gallego. Confirmó
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mi asignación de carácter temporal y le indicó al Teniente Malone que en una semana debía
quedar trasladado al Ocean, a órdenes del Capitán jefe de su Staff. Un último scotch y nos
despedimos. Durante el viaje de regreso la euforia de los tres whiskys y la emoción de ir a
conocer España fueron mis acompañantes. No había espacio para nada diferente.
DEL TEMOR, AL SUSTO Y AL PÁNICO
Como dicen las muchachas, después del gusto viene el susto. Navegábamos hacia España y
ya instalado a bordo de mi nuevo porta-aviones, en la Cámara de Oficiales reflexionaba sobre
mi situación y las posibles implicaciones negativas de mi asignación. El temor me rondaba.
El Capitán del Staff me informó que mi trabajo empezaba al llegar a Vigo y por lo pronto podía dedicarme a conocer el buque y su gente, como los encargados de compras y suministros
a quienes apoyaría al llegar. Realmente nada tenía para hacer y disfrutaba de una vagancia
inusitada, la primera desde cuando formaba parte de la Real Armada. Siempre faltando y
ahora me sobraba todo el tiempo del mundo, con razón Einstein pregonaba que el tiempo es
relativo. Qué tal! Yo con mis temores y pensando ahora en teorías de la relatividad.... No tenía
conocidos a bordo y los antipáticos del Ocean me seguían tratando como un extraño, discriminándome como alguien de la competencia, esto es del Theseus. Vivía un vacío, llenado
por un solo pensamiento: el gallego!
Me puse a escarbar en la biblioteca del buque y encontré tres libros sobre España, uno en español sobre Historia y dos guías turísticas en inglés. Muy claramente decían que en Galicia se
hablaba el idioma gallego y que además en España se hablaban otras lenguas como el catalán,
valenciano, vasco. Conque esas tenemos.... Qué ironía, cuando debía encontrarme desbordado
de la emoción por dirigirme hacia la Madre Patria, heme acá sudando frío con cada milla que
el buque avanzaba por el Canal de la Mancha al que los ingleses llaman diferente, the British
Channel, el Canal Británico. Cruzábamos por el Mar Cantábrico y el oleaje era fuerte, muy
fuerte. No soy propicio a marearme, pero estaba sintiendo como cierta indisposición. Qué
vergüenza si llegan a darse cuenta que me mareo, seguro algún día lo sabrían en mi buque
el Theseus y ni hablar de
las burlas. Por los altoparlantes se escuchó la
orden usual cuando hay
mar pesado, de asegurar
especialmente los objetos
y cosas.
El Capitán del Staff me
citó a su camarote 24 horas antes de arribar. Durante una hora estuvo precisándome mis obligaciones y responsabilidades
en los 7 días de la visita
a Vigo. Debería actuar
como intérprete en tres
campos, en las relaciones
del día a día que se ten-
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drían con las diferentes autoridades portuarias o los proveedores de alimentos, combustibles,
elementos y similares. Enlace con los miembros de la Marina de España, con quienes habría
un estrecho contacto. Y ser uno de los attaché del Almirante en las diferentes reuniones,
recepciones y ceremonias oficiales que tendrían lugar, para lo cual me entregó el programa
detallado. Y el cordón símbolo del attaché, que luciría en el hombro. Habría una recepción a
bordo ofrecida por el gobierno de Su Majestad y para tal ocasión llegaría de Madrid el Embajador británico, además de otras recepciones dadas por el gobierno ejecutivo de España, el
gobierno local y la Marina española. A las 10 de la mañana del día siguiente arribaríamos y
yo entraría en acción.
Quedé pálido al leer el programa, dejé de experimentar temor para empezar a sentir miedo.
Apreciaba que la situación no podía ser más grave, si llegaba a fallar como intérprete. Ni
pensar en el daño que le ocasionaría al Almirante y a los buques, sería como dicen los ingleses
algo very, very disgusting. Una embarrada monumental. Indudablemente mi futura carrera
naval sería no solo afectada sino acabada, me devolverían a Colombia y de allí me despacharían a la calle. Esa noche no pude conciliar el sueño en mi hamaca, pues en la Real Armada
se duerme en hamacas y no en coys o camas. Me daba vueltas y más vueltas el tal idioma
gallego, la cabeza me dolía bastante pero a esas horas ni pensar en conseguir una aspirina.
Llegó el gran día. Por los altoparlantes a las cinco y quince de la mañana sonó la orden general
de levantarse, el Alza arriba! Tenía los ojos pesados y los párpados como cortinas metálicas.
Casi no pude desayunar los usuales cornflakes con tajadas de banano, el té y los huevos con
jamón. Cuando subí a la cubierta y vi al frente mío la acantilada línea de la costa española,
mis sentimientos pasaron del miedo al pánico.
BRAVO CERVANTES!
Había una actividad frenética por todas partes, los aviones estaban siendo cuidadosamente
alistados y la nave estaba vistosamente empavesada de coloridas banderas. Cuando los buques
de la Real Armada llegan a puerto extranjero, deben causar una impresión impactante con la
tripulación hermosamente alineada sobre la cubierta de vuelo y luciendo su uniforme azul.
Acudí a rezar a la pequeña capilla, pocas veces lo hice con tanta fe y devoción. Necesitaba
ayuda del Señor y de corazón le pedí perdón por estar de mentiroso diciendo que entendía
el gallego. Pero Señor, ayúdame! Después subí al puente de mando a ponerme a órdenes
del Almirante Biggs quien observaba la maniobra de aproximación a la ría de Vigo dirigida
por el Comandante del HMS Ocean, que ni recuerdo como se llamaba. A nuestros costados
navegaban en formación los otros dos destructores, por los aires el avión de patrullaje y reconocimiento. Mi jefe el Capitán del Staff me dijo que a las diez de la mañana se esperaba la
llegada del bote con un oficial de enlace de la Marina española y el Práctico. Este es un piloto
experto que toma el control de la nave para hacer su entrada a Vigo, algo mandatorio en todos
los puertos del mundo. O en el cruce de canales, como el de Panamá.
Allá vienen! Vi los tres botes que en lontananza se dirigían a la flotilla británica. Yo cada vez
estaba más pálido y mi jefe de staff que debió notarlo me preguntó si me sentía mal, o estaba
mareado. Irónica pregunta pues el mar no estaba tan pesado, al menos no tanto para afectar a
un lobezno de mar de la talla del midshipman (guardiamarina) Zapata. Me ordenó dirigirme al
portalón, varias cubiertas más abajo por donde subirían los funcionarios españoles, los primeros de ese país que trataría en mi vida. Españoles o gallegos? Me pregunté para mis adentros.
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Las catapultas empezaron a lanzar al vuelo los aviones. El bote del Práctico se aproximaba
ondeando la bandera española, cabeceaba como cabalgando sobre las olas, aparecía y desaparecía rítmicamente entre la espuma del mar. A medida que estaba más cerca pasé del miedo al
pánico y este aumentaba, sentía un nudo en la garganta y otro en el estómago, mi resignación
era total ya decidido a lo peor. Se acercaron por la banda de estribor y les lanzaron una escala
para que subieran, el primero en hacerlo fue un Capitán de Corbeta español según lo identifiqué por los galones que lucía en las mangas. Le seguía el Práctico. Con dificultad ascendieron
hasta la cubierta, donde los aguardábamos los integrantes del comité de recepción. Entre los
1.500 hombres de a bordo, yo sería el primero en hablarles. Convertido en el representante
oficial de la Real Armada Británica, me parecía que desde el más allá me estaban observando
Lord Nelson, Lord Howard, Drake, Hawkins y toda esa pléyade de históricos lobos de mar
de la Royal Navy. Yo, un imberbe guardiamarina colombiano de 17 años, de vocero oficial
de su Majestad Isabel II y su gobierno!
El Capitán hispano ya estaba frente a mí, tendría unos 32 años, el pelo rubio pero no tanto, la
cara cuadrada tan usual en los españoles y trazas de tener una poblada barba. Me era difícil
pronunciarle palabra alguna, no me salía ni la primera pues hacía meses que no hablaba en español ya que en los buques ingleses no había con quien hacerlo. Sentía una confusión mental
sobre lo que debía decir: según las instrucciones recibidas daría un saludo oficial de bienvenida, luego me pondría a las ordenes como traductor y los conduciría donde el Comandante
del buque y el señor Almirante. El ibérico me miraba intrigado, pasaron escasos segundos de
silencio que parecían siglos. Creo más bien que pronunciar, le balbuceé:
- Señor, habla Usted español?
El Capitán hispano arqueó los ojos, me miró de arriba a abajo y tronó:
- Coño! A donde crees que has llegado, a Ceilán, Arabia o a la China? Si estás en España!
Casi me desmayo de la emoción al escucharlo hablar en mi idioma, sentí el impulso de darle
un abrazo. Sí, me había hablado en español!
- Entonces ustedes no hablan aquí en gallego?
- Coño! Si llegaste a España. Y tú de dónde eres?
- Colombiano.
- Coño! Qué haces disfrazado con ese uniforme inglés? Y es que no sabes que en España
hablamos español?
Pocas veces he sentido tal emoción al escuchar hablar mi idioma. Ay don Miguel de Cervantes y Saavedra! Que vivan el Quijote y el Míocid, que vivan Jorge Manrique, Lope de Vega,
Calderón de la Barca y Francisco de Quevedo! Que vivan los 500 millones hispanohablantes!
Mi alma ocupó de nuevo su lugar en el cuerpo. Sí, volví a nacer en Vigo, Provincia de Galicia. Donde incidentalmente supe después que sí hablaban gallego, pero... además de español.
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