EL VALOR DE TOMAR LAS RIENDAS DEL DESTINO Oscar Arias Sánchez 4ta Semana de RSE “Dialoguemos por El Salvador que queremos” 11 de julio de 2016 El Salvador Amigas y amigos: Hace más de 500 años, un joven artista recibió una comisión. Las autoridades locales, habían obtenido un bloque del mejor mármol de Carrara para comisionar la escultura representativa de un pasaje del Antiguo Testamento, destinada a uno de los nichos del Duomo, la hermosísima catedral de Florencia. Durante un cuarto de siglo, el bloque de mármol aguardó en la intemperie, sujeto a las inclemencias del clima, deteriorándose lentamente, encerrando un secreto que nadie lograba liberar. Fue entonces que las autoridades le dieron la comisión a aquel joven de nombre Miguel Ángel. Apenas dos años después, el bloque de mármol inerte, el bloque de mármol dentado y mustio, el bloque de mármol sin gracia ni gloria, se había convertido en una obra que transformó para siempre la historia del arte. Hoy el David se yergue en una rotonda de la Galería de la Academia, desafiando desde su altura a todo aquel que desconoce el poder que encierra una piedra sin brillo en las manos de un genio. Les cuento esta anécdota porque creo que para que El Salvador pueda construir acuerdos políticos, económicos y sociales, necesita liberar el David que aguarda en el bloque de mármol de su sociedad. Y para ello no hay cincel más poderoso, no hay herramienta más certera, que el diálogo para llegar a esos acuerdos. Este es el tema del que quiero hablarles esta mañana. Quizás les parezca que ustedes y yo abordamos el tema del diálogo desde perspectivas distintas: ustedes, desde la dinámica del sector privado. Yo, desde una vida dedicada al servicio público. Todos somos escultores del mármol blanco y liso de nuestros pueblos. Creo que el diálogo permanente entre el sector público y el sector privado es fundamental para asegurar sociedades prósperas. Para un gobierno es fundamental obtener el insumo del sector privado a la hora de decidir las políticas públicas que determinarán el tipo de país que se desea llegar a tener en las décadas por venir. Permítanme, entonces, hablar de cómo llegar a acuerdos a través del diálogo desde la perspectiva de la política. Algunos ven la política o a los políticos como ven un museo. Como una colección algo vetusta de rostros que nos miran desde el pasado, desde un tiempo en que nos imaginamos la política como un oficio de caballeros, un arte reservado a los espíritus más nobles y a las mentes más iluminadas de nuestra sociedad. Muchos añoran esa visión idílica y lamentan la ausencia de algo similar en nuestros días. La política ha sido siempre un oficio agotador que ejercen seres imperfectos con recursos limitados. No es, ni ha sido nunca, el quehacer de héroes o profetas. No lo ejercen seres omniscientes, como oráculos. No lo ejercen seres indestructibles, como titanes. No lo ejercen seres sublimes, como dioses. Lo ejercen aquellos que buscan y aceptan la responsabilidad de liderar. Esto no debe angustiarnos. Por el contrario, debería llenarnos de entusiasmo saber que no era un ángel aquel que tuvo el coraje de liberar a su pueblo con la resistencia pacífica y la no violencia. No era un semidiós aquel que declaró que todos los hombres son libres sin importar el color de su piel. No fueron superhombres quienes hace 29 años buscaron alcanzar un acuerdo que pusiera fin a los conflictos que enfrentaban a hermanos con hermanos, y cubrían los países centroamericanos con una oscura nube de muerte. No fueron superhombres sino líderes políticos que para poder lograrlo, tuvieron la valentía de dialogar. Valentía, sí, porque se requiere mucho más valor para sentarse en una mesa y hablar, que para jalar un gatillo y disparar. No fueron ángeles, no fueron semidioses, no fueron superhombres. Fueron líderes políticos, que emplearon medios políticos, que pronunciaron discursos políticos, que diseñaron tácticas políticas, que tranzaron con las fuerzas de este oficio milenario, sin que por ello fueran menos dignos de admiración. Hoy he venido a hablar de tres fallas que amenazan con debilitar seriamente la estructura que sostiene el edificio de muchas de nuestras democracias y de la democracia salvadoreña: la deslegitimación de los mecanismos intrínsecos de la política, incluido un empobrecimiento del debate público y de la capacidad de discutir y tranzar; el surgimiento de un etos colectivo caracterizado por el cinismo y el auto-desprecio; y una profunda crisis en la producción y en la renovación de liderazgos. Empecemos por los mecanismos de la política y empecemos por decir que la esencia del líder político, como bien supo Max Weber, es tomar partido. Adoptar una postura. Tener una opinión y defenderla. Me preocupa que hayamos desarrollado poca tolerancia por la actitud de un líder que se aferra a lo que cree. Por supuesto que existe el riesgo de la intransigencia. Todo gobernante enfrenta diariamente la pregunta “¿hasta dónde debo ceder?” y el que crea que esa pregunta tiene una respuesta sencilla nunca ha ocupado la silla presidencial. Por mi parte creo que la respuesta pasa por la capacidad de negociar. Nadie ha visto a un perro intercambiar huesos con otro perro, como escribió Adam Smith. La capacidad de tranzar es un rasgo distintivamente humano. Y, sin embargo, es cada vez más oneroso sentarse a dialogar con el bando opuesto. Las alianzas políticas son vistas como traiciones o como pactos faustianos. Y eso es perverso porque las alianzas políticas, los acuerdos con el adversario, las negociaciones con la empresa privada, los arreglos en los que se cede y se entrega a cambio de algo, son la única forma que existe de construir en una democracia. Esto es importante porque, si queremos respaldar un proceso de negociación, debemos respaldar también las decisiones que adoptan y las concesiones que acuerdan los representantes de ambas partes. Esto requiere de mucha madurez y sobriedad de carácter. Requiere de la capacidad de abandonar una idea inalcanzable a cambio de una realidad factible. Requiere de un cambio de paradigma: en lugar de enfocarnos en lo máximo que quisiéramos obtener, debemos enfocarnos en lo mínimo que podemos aceptar. Siempre he creído que la inmensa mayoría de los conflictos que vive la humanidad pueden y deben ser resueltos mediante la negociación y la diplomacia, y que el uso de la fuerza debe ser el último, siempre el último recurso. Hay en nuestros países quienes consideran que las negociaciones son una expresión de ingenuidad, que no hay acuerdo posible con los opositores. Hay quienes creen que es un error extender la mano a grupos con los que han antagonizado durante mucho tiempo. Entiendo que es difícil vislumbrar un puente que acerque dos posiciones tan dramáticamente opuestas. Pero yo les aseguro que los salvadoreños no son los primeros, y probablemente no serán los últimos, en sentirse de esa manera. Es claro que no hay una única respuesta para llegar a acuerdos. En esto, como en cualquier empresa humana, carecemos de recetas infalibles. El diálogo es un impulso dinámico, vivo en el más enérgico sentido de la palabra, y por eso es inconcluso y progresivo. El diálogo y las negociaciones no son la obra de héroes ni titanes, sino de hombres y mujeres imperfectos, luchando en tiempos difíciles, por un resultado incierto. Un ejemplo de que el diálogo y las negociaciones hacen milagros es la aprobación del Tratado sobre el Comercio de Armas por parte de las Naciones Unidas (ATT por sus siglas en inglés). El Tratado sobre el Comercio de Armas entró en vigencia en el año 2014 y ya lo han ratificado 83 países. Cuando en 1997 comencé un largo recorrido promoviendo un Código de Conducta sobre la Transferencia de Armas, jamás imaginé que mis ojos verían los frutos de este peregrinaje. Creo que el ATT es el mayor aporte que Costa Rica haya hecho a la humanidad, y esa alegría no me cabe en el pecho. La lucha por el desarme, y en especial el impulso del ATT, fueron ejes centrales de mi política exterior durante mi segundo gobierno. Durante 17 años, en reuniones de presidentes, ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en conferencias e intervenciones en universidades y parlamentos, insistí en que el comercio de armas y el impresionante gasto militar representan una perversión de las prioridades mundiales. Si durante 17 años no dejé de hablar sobre el Tratado del Comercio de Armas y si este tema no llegó a cansarme, o no me deprimió, fue gracias a la fe obstinada de que hablar sobre el ATT siempre motivaría, al menos, a una persona a actuar, que con la tenacidad de la proverbial gota de agua que va horadando la resistencia de la roca, lograría ir abriendo surcos en los más duros resquicios de la conciencia de los líderes mundiales. Luego de 17 años convencimos al mundo que el diálogo y la diplomacia hacen milagros. La principal responsabilidad de cada líder político y de la sociedad civil salvadoreña es prevenir el colapso. Se requieren estadistas que se sienten a la mesa, y no caudillos que golpeen la mesa. Cruentas guerras civiles, espantosos conflictos armados, luchas descarnadas entre enemigos mortales se han resuelto con el arma suprema de la inteligencia humana: la palabra. ¿Qué no es posible entonces en El Salvador? Para lograr llegar a acuerdos se requiere de la voluntad para hacer concesiones. Me refiero a lo que en inglés se dice compromise y que, contrario a lo que uno intuye, difiere de la palabra “compromiso” en castellano. Compromising implica la capacidad de deponer posturas, de modificar posiciones, de ser flexible en los objetivos intermedios a fin de alcanzar el objetivo último. Hacer concesiones puede ser doloroso y políticamente problemático. La opinión pública tiende a estar en contra de ceder terreno frente al adversario. Con demasiada frecuencia, las negociaciones se plantean como juegos de suma cero, en donde una parte gana y otra pierde la totalidad del botín. En la realidad, un proceso de negociación sólo puede ser exitoso en la medida en que ambos bandos ganen. Quiero enfatizar esto: la única manera de llegar a acuerdos es haciendo concesiones. Ningún logro relevante se ha obtenido por consenso. He dicho muchas veces que la falta de liderazgo es, precisamente, creer que el consenso es necesario para impulsar una idea. Que nos quede muy claro: decidir es dividir. Toda conquista histórica ha sido ganada contra una férrea oposición. Es infancia política tenerle miedo a la polémica y es infancia política tenerle miedo a la polarización. Y yo me pregunto: ¿qué es la política sino un proceso de polarización constante? ¿Qué es la política sino una lucha entre distintas visiones de mundo? Winston Churchill se preguntó: “¿Tienes enemigos? Bien. Eso significa que has defendido algo, alguna vez en tu vida”. Defender ideas, sí; defender ideales, sí; defender sueños, sí; pero hay que saber ceder. La medida de un líder es, precisamente, su capacidad de navegar esa polarización sin permitir que se resquebraje el tejido social. Claro que no es tarea fácil, por eso no es tarea de todos. Ahora bien, ¿cómo puede un político polarizar sin amenazar la estabilidad social? La clave se esconde en la forma y el fondo del diálogo y la negociación. Creo que todos percibimos un deterioro de la calidad del diálogo que tenemos en nuestras sociedades. Es urgente que elevemos el nivel del debate público. Un país que aspira a ser cada vez más rico debe tener también un debate cada vez más riguroso y sofisticado. La segunda falla que quería mencionarles es el surgimiento, en el espíritu nacional, de un etos caracterizado por el auto-desprecio. Hoy en El Salvador, en América Latina y en general en el mundo entero, el cinismo es una virtud mucho mayor que ninguna otra. El rechazo a la política se ha convertido en símbolo de estatus intelectual. Muchos argumentarán que la culpa de esta situación la tienen los mismos gobernantes. Pero hay algo más complejo y más profundo en esto. ¿Cómo hace un país para recuperar la autoestima? ¿Cómo hace un gobernante cuando un pueblo está convencido de que sólo fue grande en el pasado? Es necesario cambiar de actitud, aunque un cambio de actitud probablemente dure años o incluso décadas. Pero hay cuestiones que sí podemos cambiar hoy mismo: hoy mismo podemos renunciar a hacer política basada en la retórica del Armagedón. Esto es, la retórica conforme con la cual el país está al borde del colapso, todos los políticos y todos los empresarios son unos pillos y no existen soluciones para los problemas. Hoy mismo podemos renunciar a demonizar todo y a todos como estrategia política. Hoy mismo podemos renunciar al voto tácito de atacar sin tregua al gobernante de turno, que adoptan casi todos los miembros de la oposición. Y el gobernante también tiene la obligación de extender la mano a su adversario. Es necesario hablarle al pueblo con otra retórica, una retórica de posibilidad y de entusiasmo, una retórica de futuro y de emprendimiento. Esto, por supuesto, tiene sus limitaciones. Al final del día, un líder, ya sea del sector público o del sector privado, tiene que ser capaz de inspirar. Tiene que ser capaz de convencer. Tiene que ser capaz de abonar el terreno en el cual pueda sembrar sus ideas. Y esto me lleva a la tercera falla que hoy quería mencionarles, tal vez la más importante: la incapacidad que están exhibiendo nuestros sistemas políticos para renovar los liderazgos. Cada vez resulta más difícil ver a quién habremos de pasarle la estafeta. No porque no existan personas jóvenes y talentosas. Por el contrario, no ha habido en la historia de nuestros pueblos una generación más educada y más preparada que la que vive ahora su década de los veinte y los treinta. Es una generación sensible y sensata. Que discute ideas en blogs y redes sociales. Que es activa en grupos civiles y de voluntariado. Pero que es terriblemente reacia a entrar formalmente en la política. Hoy quisiera aprovechar este espacio para hacer un llamado a esa generación de jóvenes salvadoreños que se encuentra al margen de la política. No se dejen vencer por los cínicos y los demagogos. No se dejen vencer por los que hacen del debate público un lodazal. Como dije al principio, la política es un oficio agotador, pero es también la más poderosa herramienta para transformar la vida. No es vanidad creer que uno puede cambiar el curso de la historia. Más bien es pedantería creer que nadie es capaz de hacerlo. ¿Qué habría sido de nosotros si hubiéramos prestado oídos a tantas voces que insistieron en que no podíamos extinguir el dolor de la guerra en Centroamérica? La paz sólo fue posible cuando tuvimos el valor de tomar las riendas del destino. Hoy es el turno de los jóvenes. Sólo ellos conocen el espíritu de esta época. Su zeitgeist, para usar la expresión de los académicos. Cada tiempo lleva su signo y cada generación debe tener intérpretes que le ayuden a leer esa simbología y a actuar con base en ella. Esperemos en Dios que las cruzadas del futuro no se parezcan a las que libramos los hombres que firmamos el Plan de Paz para Centroamérica, como fue el caso de Napoleón Duarte, o de hombres que tuvieron la valentía y el coraje de ponerlo en práctica, como Alfredo Cristiani. Esas luchas habitan la casa del mañana que tiene que ser habitada por quienes se animen a poner sus manos en el timón de la historia. Amigas y amigos: El arco de la historia es recio como el arco de Odiseo, que en vano intentaban tensar los pretendientes. Para doblarlo, se requiere toda la fuerza del carácter y todo el peso de la convicción. Se requiere esperanza mezclada con realismo, entusiasmo mezclado con sentido de responsabilidad. Se requiere de una verdadera vocación política. Se requiere que quienes integran FUNDEMAS ejerzan su liderazgo para encontrar acuerdos que permitan al pueblo salvadoreño llegar al punto más lejano del horizonte. No duden en ejercer ese liderazgo. No duden en sumarse a esta ilusión. Porque adentro, en el espíritu de cada hombre y cada mujer salvadoreño, en el corazón del bloque de mármol frío e inanimado, se esconde la obra maestra y el prodigio de una vida mejor. Muchas gracias.