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Al abordar la trayectoria de la obra narrativa del prolífico autor
vallisoletano Miguel Delibes, el respetado crítico Ramón Buckley ha
dividido en cuatro partes la producción literaria delibeana: “Los inicios,”
“El Paleolítico,” “Narrativa de la conciencia” y “La época Gaia.” Bajo cada
rúbrica, el autor agrupa una serie de obras. Al comienzo de cada sección,
Buckley sitúa hábilmente las obras por considerar en un contexto histórico,
sociocultural y/o político, destacando uno(s) u otro(s) de estos elementos
según la pertenencia que Buckley vea en ellos. Toma en cuenta también
la larga y asidua labor de Delibes en el periódico vallisoletano El Norte de
Castilla, viendo a veces contradicciones entre las posturas periodísticas y las
obras de ficción.
Afirma Buckey que Delibes se hizo escritor con La sombra del ciprés
es alargada (Premio Nadal 1948, un premio único en la España de esos
momentos), inspirándose en el fallo de 1944: Carmen Laforet y Nada. Insiste
Buckley en el caso de La sombra y en el de otras varias novelas comentadas
en una total equivalencia entre protagonista y escritor, llegando a aseverar
que el personaje principal es Delibes. Esta insistencia parece ir demasiado
lejos, ya que en el acto creativo ocurre siempre una transformación, por
mucho parecido o incluso parentesco que parezca haber o que haya entre
autor y protagonista.
En cuanto a Mi idolatrado hijo Sisí de 1953, cita Buckley las palabras
de Delibes sobre esta novela fuertemente católica y conservadora. “Deliberadamente traté de componer en este libro, lo más artísticamente posible, un
alegato contra el maltusianismo” (38). Aunque esta obra no figure entre las
mejores de Delibes, es significativa, sobre todo en el contexto del profundo
cuestionamiento de Delibes en años posteriores.
Buckley le da mucha importancia a El camino (1950), que denomina
una novela-idilio. En ella, la montaña cántabra sirve como un refugio de los
estragos hechos por la industrialización. Allí, dice Buckely, el ser humano es
todavía el protagonista de un idilio que remonta al locus amoenus romano y
al Pereda decimonónico. El universo creado está cerrado e idealizado en una
visión hondamente conservadora. El camino, para Buckley, marca una nueva
manera de contar de parte de Delibes; recurre al cuentacuentos medieval,
que remonta a su vez al Paleolítico. (En un aparte, quisiera observar que El
camino sigue siendo un texto eficaz en el salón de clase universitario, puesto
que la partida de Daniel el Mochuelo de la quesería familiar y del pueblo es,
en alguna medida, la historia de los estudiantes también.)
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Se sabe bien que Miguel Delibes fue un cazador apasionado de toda la
vida. “En los últimos años de su vida le preguntaron a Delibes por qué había
dejado de escribir, y él contestó: “No escribo porque no cazo.” Buckley agrega
poéticamente, “Escribir es cazar con palabras, cobrar una presa al expresarla
mediante vocablos” (90). Tras una valiosa consideración del papel de la caza
en el desarrollo del homo sapiens, Buckley se acerca a una serie de obras
delibeanas que la tienen como su centro temático; una de ellas es Las ratas.
Nota Buckley la opinión de Delibes de que esta novela era una denuncia
de las condiciones horrorosas en que vivían los campesinos de su región,
olvidados por los gobernantes. Sin embargo, para Buckley el texto dice algo
muy distinto al insistir sobre el derecho del ser humano a vivir en una cueva y
no mandar a su hijo a la escuela porque así se vive más auténticamente. Otra
vez, frente a todo, la idealización del Paleolítico.
Una de las mejores secuencias del libro, a mi juicio, son las secciones,
bien contextualizadas, que versan sobre las novelas Cinco horas con Mario
(1966), La Primavera de Praga (1968) y Parábola del naufragio (1969).
Buckley ve una relación íntima entre las tres obras, sobre todo entre las
últimas dos, que, para Buckley, existen en una relación contestataria. En
Cinco horas con Mario Buckley traza la sorprendente trayectoria de la obra,
la más conocida de todo el repertorio narrativo delibeano, empezando por la
asfixia que sentía en vida el esposo Mario, que era la de Delibes mismo, y la
de España durante la última década completa del franquismo. “Mario era—
como lo fue Delibes—un outsider, un extraño en su país y en su clase social”
(139). Mario, entonces, era portavoz de su creador. Delibes, conservador y
siempre partidario de la vida pura y auténtica del campo en sus formas más
antiguas, se iba apartando de la Iglesia española y la represión dictatorial
en la que ella colaboraba. Buckley ve el Concilio Vaticano II detrás de esta
novela, ya que engendró en Delibes un afán de renovación y al mismo tiempo
una profunda crisis. Cuando José Sámano llevó a las tablas una adaptación
de la novela delibeana que se enfocaba en la problemática de la mujer, el
entusiasmo de Delibes era paralelo a la fervorosa acogida del público
español, y el autor de la novela cambió de perspectiva para ponerse de parte
de la narradora Carmen, profundamente afectado por la pasión teatral de Lola
Herrera.
Buckley interpreta de modo muy eficaz el paso de La Primavera de
Praga a Parábola del naufragio, un movimiento de la utopía en germen a
la dystopia, de la esperanza eufórica a la amarga decepción. De la misma
manera, al redactar su última gran novela, El hereje (1998), remonta Delibes
al siglo XVI y la Dieta de Worms para ofrecer, en su fracaso, una anticipación
y una metáfora del Convenio Vaticano II, fallido en España por el rechazo de
parte de las autoridades eclesiásticas, a pesar, o tal vez a causa de la ilusión
de los curas jóvenes del país y de muchos otros.
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Un gran acierto de Ramón Buckley ha sido su elección de un registro
popular-alto para un libro que parece dirigirse al lector medio con un nutrido
contenido intelectual aliciente de reflexión para este lector y también para el
estudioso, el académico. Nada más apropiado; Delibes fue, y sigue siendo, un
novelista tan querido, muy “suyo” para toda una serie de públicos lectores.
El texto de Buckley tiene, a mi modo de ver, un solo defecto, pero es uno
mayor: la repetitividad, que se encuentra continuamente a lo largo del texto.
El lector encuentra una y otra vez, en poco espacio, el uso de un mismo giro
o una misma oración. Esta característica distrae, debilita la recepción de las
ideas y le resta seriedad al libro. Es lamentable en un texto tan valioso en otros
sentidos, un texto que celebra, provoca, expone contradicciones internas del
escritor, busca diálogos entre obras y traza lo constante y lo cambiante en el
pensamiento y la narrativa de este queridísimo escritor siempre de Valladolid
que llegó a ser de todas partes de la Península.
MARY S. VÁSQUEZ
Davidson College
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