La novela LA LITERATURA DE POSGUERRA (1939-1975) En el extenso período que va de la inmediata posguerra a la actualidad, la narrativa presenta diversas etapas que se pueden agrupar por décadas. Dos fechas y dos obras abren la puerta al enfoque existencial y al reflejo amargo de la vida cotidiana, frente a la propaganda triunfalista de la dictadura franquista: ● 1942, se publica La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela. Con su agria visión de la realidad, inaugura la corriente del Realismo existencial (década de los cuarenta) tremendismo, con la que se refleja un mundo amargo, violento, cruel, falto de esperanza. ● 1945, en la que se publica Nada, de Carmen Laforet, ganadora del Premio Nadal y que presentaba la irrespirable realidad cotidiana del momento. La década de los cincuenta está dominada por la novela social, que pretende denunciar las desigualdades e injusticias sociales y que tiene a La colmena de Cela (publicada en 1951) como precursora, de la que extrae tres características fundamentales: la concentración del tiempo, la reducción del espacio y el protagonista colectivo. A partir de 1954, se produce la explosión de esta Novela social corriente, con dos actitudes o enfoques fundamentales: el realismo objetivo y el crítico. En el primero, el narrador se limita a (década de los reproducir la conducta externa de individuos o grupos, y a recoger sus palabras, sin comentarios ni interpretaciones, de manera que cincuenta) sea el lector el que saque sus conclusiones (El Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio); en el crítico, los autores no se limitan sólo a reflejar la realidad, sino que ponen de manifiesto su compromiso ideológico denunciando las causas y los efectos de las injusticias sociales (La noria, de Luis Romero). La década de los sesenta trae consigo el agotamiento de la novela social, certificado por la aparición, en 1962, de Tiempo de silencio de Luis Martín Santos, que inaugura la narrativa experimental: escasa acción y, en ocasiones, desaparición del argumento; sustitución de los tradicionales capítulos por secuencias, distribuidas aparentemente de forma caprichosa; introducción del perspectivismo, cambios en las personas del relato (aparece el “tú” narrativo, los monólogos interiores caóticos, la mezcla del estilo directo e Novela experimental indirecto…); ruptura del espacio y del tiempo; ruptura del párrafo como unidad textual, dando lugar a inacabables discursos sin (década de los sesenta) puntos y aparte o a brevísimas secuencias de una sola frase. Autores destacables serían, por un lado, los más veteranos, como Cela (con San Camilo 1936), Delibes (con Cinco horas con Mario) o Torrente Ballester (con La saga/fuga de JB, que más bien es una parodia de tanta novela experimental); por otro, nuevos autores como Juan Benet (Volverás a Región, 1967), Juan Goytisolo (Señas de identidad, 1966) o Juan Marsé (con Últimas tardes con Teresa, entre la denuncia social y la experimentación narrativa). Los excesos experimentales que llevaron a prescindir casi por completo de contar una historia condujeron, en la década de los setenta, a un hartazgo de este tipo de novela. Sería Eduardo Mendoza quien, ya en la década de los setenta, encabezaría la Vuelta a la narratividad recuperación de la narratividad, de la intriga, con La verdad sobre el caso Savolta (1975). Tras él llegarían nuevos novelistas (José (década de los setenta) María Merino, Luis Mateo Díez, Juan José Millás, Javier Marías, Luis Landero, Antonio Muñoz Molina…) que a día de hoy siguen representando lo mejor de la narrativa de los últimos años. No podemos olvidarnos de los narradores en el exilio, cuya obra fue conocida en España muy tardíamente. Destacan Ramón J. Sender, con obras como Réquiem por un campesino español; Max Aub destaca por su diversidad estética (vanguardismo, realismo Narradores en el exilio tradicional o testimonial, experimentalismo). Su producción más considerada es la serie sobre la Guerra Civil, entre las que destacan Campo cerrado (1943), Campo abierto (1951) o Campo de sangre (1945)… El teatro La poesía Al terminar la contienda, nuestro teatro se ha visto privado de sus figuras más renovadoras, lo que obliga a un lento proceso de recuperación. Década de los Durante la década de los cuarenta sigue la influencia de Benavente y de su alta comedia, pero se abre paso un “teatro de humor” disparatado, cuarenta inverosímil, en el que destacaron Miguel Mihura (Tres sombreros de copa) y Jardiel Poncela (Cuatro corazones con freno y marcha atrás). A finales de la década de los cuarenta, se marca el paso a una nueva etapa orientada hacia un teatro social, grave, preocupado, inconformista, que Década se inserta, en principio, en una corriente existencial y que se desarrollará plenamente en la década de los cincuenta. Destacan aquí Historia de una de los escalera (1949), de Buero Vallejo, un drama sobre la frustración y la debilidad de unos personajes para ser fieles a sus ilusiones y Escuadra cincuenta hacia la muerte (1953) de Alfonso Sastre, que gira en torno al fanatismo y la desesperanza. A finales de los años sesenta aparece una serie de autores que huyen voluntariamente del realismo, en un intento por conectar con la vanguardia Década de escénica del resto del mundo (el teatro de Bertold Brecht, Ionesco o Samuel Beckett). Entre ellos destaca Fernando Arrabal y su teatro del los sesenta absurdo, con obras como Pic-Nic. Ya en los últimos años de vida de Franco surgieron numerosos grupos de teatro independiente (el grupo Tábano en Madrid, La Cuadra en Andalucía, Els Joglars o Els Comediants en Cataluña…), que supieron sintetizar lo experimental y lo popular, asimilando las tendencias más Década de renovadoras sin renunciar a un amplio sector de público, preocupándose, junto a enfoques críticos, por los aspectos lúdicos del espectáculo y los setenta representando no sólo en salas, sino en pabellones deportivos, en fábricas, calles y plazas. Fueron el empujón que, junto a la democracia y la recuperación de la libertad llevó al teatro hacia nuevos horizontes. Vicente Aleixandre (Sombra del paraíso) y Dámaso Alonso (Hijos de la ira), se convertirán en estandartes de una poesía desarraigada que, con un estilo directo y despreocupado por los primores estéticos, se enfrenta a un mundo caótico, invadido por el sufrimiento y la angustia (una visión Poesía desarraigada del mundo que choca con la de otros poetas “arraigados” como Luis Rosales o Leopoldo Panero). Surgen además en estos años autores (década de difícilmente encasillables en la dicotomía arraigo/desarraigo como José Hierro (con sus dos estilos, el de “reportaje” para una poesía narrativa y los cuarenta) racional y el de “alucinación”, para una más irracional), o el grupo Cántico de Córdoba (en el que se integran nombres como Ricardo Molina, Juan Bernier o Pablo García Baena), que cultivó una poesía intimista y estética. Poesía social En la década de los 50 domina, como en el teatro y en la narrativa, el “realismo social”. Destaca aquí Blas de Otero (con obras como Ángel fieramente humano y Redoble de conciencia, publicadas en 1950 y reeditadas en 1958 conjuntamente bajo el título de Ancia). y el grupo Ya en la misma década de los 50 comienzan a aparecer nuevos poetas que pretenden superar la poética realista y social mediante el tratamiento poético de los cincuenta artístico del lenguaje ordinario y la defensa de la poesía como instrumento de conocimiento. Su temática se caracteriza, en buena parte, por un (década de retorno a lo íntimo: el paso del tiempo, la nostalgia de una infancia feliz, la familia, el amor y el erotismo, la amistad, el marco cotidiano, etc. A los cincuenta estos nuevos poetas se les conoce como “grupo poético de los años 50”, aunque es en los 60 cuando alcanzan su madurez. Entre los miembros de esta generación, Ángel González, Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente o Caballero Bonald. y sesenta) En 1970 surge la generación de los novísimos (entre otros, Manuel Vázquez Montalbán, Félix de Azúa, Vicente Molina-Foix o Pere Gimferrer), que incluirán en sus poemas elementos de la cultura popular como el cine, la música, los tebeos… mezclados con elementos personales y la experimentación lingüística. Los Hacia 1975, la estética novísima entra en decadencia, dejando paso a los poetas de su misma generación (la del 70) “ignorados” hasta ese novísimos momento (Juan Luis Panero o Miguel D’Ors) y que llevarán la poesía hacia una nueva rehumanización. Nuevas tendencias y autores irán (década de apareciendo a lo largo de la década de los ochenta. Entre ellas destaca poesía de la experiencia definida por una temática urbana (vida nocturna, los setenta) bohemia y sexo), un lenguaje coloquial y directo y una narratividad que sirve para contar las vivencias, reales o ficticias, del autor (infancia, amistades y amores, familia), con un humor e ironía que evitan caer en el sentimentalismo. En esta línea se encuadran la mayoría de los últimos grandes nombres de la poesía española: Andrés Trapiello, Felipe Benítez Reyes. Carlos Marzal, Jon Juaristi y, sobre todo, Luis García Montero.