Vivir y reinar en Cristo. El regalo de la gracia abundante. Apuntes para leer y rezar con los textos del primer Domingo de Cuaresma – ciclo A Tres palabras claves para vivir este domingo: Reinar en Cristo: La fuerza del pecado ha sido vencida por la libertad amorosa de Jesús, por su entrega. La gracia, el don de Dios, es mucho más abundante y fuerte que nuestra fragilidad. Libertad: La palabra no aparece explícitamente en los textos de hoy. Pero es claro que la humanidad recibió de Dios el don de poder vivir la libertad en el amor a Dios, en la plena comunión con Él. Es una libertad en Dios, para amar y ser plenamente personas. Obediencia: Eligiendo la voluntad de Dios, optando por el camino del servicio, la humildad y la entrega plena, Jesús ha sanado nuestra relación con el Padre. Ya no lo vemos como un enemigo de la humanidad, como alguien que nos limita, sino como aquel en el que encontramos el sentido. Gen 2,7-9; 3,1-7 . Sabemos que los primeros capítulos del Génesis ofrecen un “mensaje en forma de narración”. A través de imágenes y personajes que tienen que ver con tradiciones de los pueblos vecinos, los sabios de Israel reflexionan acerca del mundo, del hombre y su relación con Dios y con los demás. No se debe interpretar literalmente, sino que es una forma narrada de expresar un mensaje de sabiduría, la visión auténtica de Dios y del hombre. . La lectura litúrgica nos ofrece una versión “abreviada” de la creación del hombre según el relato más primitivo. Dios dispone todo para el bien, la felicidad del hombre. En la existencia del hombre se manifiesta el amor de Dios que se expande, que se muestra, su amor tan sobreabundante que lo hace salir de sí mismo para generar vida. Según los estudiosos, la descripción del paraíso que narra el Génesis no es tanto la narración de algo que era, sino de lo que estamos llamados a ser. De todos los árboles que hay en el Edén, dos sobresalen: el árbol de la vida, y el del conocimiento del bien y del mal. Este último “árbol” es importante en la narración que sigue. Representa el deseo del hombre de ejercer su libertad fuera de la voluntad de Dios, de erigirse en juez del bien y el mal, adaptándolo a su propio interés. . La serpiente es imagen de lo que confunde, de la voz que quiere llevar por otro camino. Rom 5,12-19 (versión breve: Rom 5,17-19) . Todas las personas han sido afectadas por el poder del pecado, que entró en la historia. El pecado del que habla San Pablo en la carta a los romanos no es en primer lugar el pecado personal, las fallas que podemos cometer diariamente y que nos alejan de Dios y de los hermanos. Se trata de la inclinación al mal, del corazón dividido, de la capacidad de elegir que no hemos perdido pero que está de alguna manera afectada. San Pablo llama a esta fuerza del pecado “muerte” porque es vista como el origen de toda desgracia, de toda división y mal en la humanidad. Esta “muerte”, este poder de la transgresión que está misteriosamente enraizado en la naturaleza humana, reina en el hombre, que muchas veces quiere vencerlo pero no puede, “desde Adán hasta Moisés”, es decir, desde que el hombre puede discernir, decidir, puede obrar con libertad y conciencia; hasta que la Ley, con todos sus preceptos, queda formada y consagrada como don de Dios, marcando de esta manera lo que está bien y lo que es una falta. . Pero hay una enorme desproporción, tanto que no se pueden comparar, entre la fuerza del pecado y el don de Dios en Cristo. Es decir, Cristo no viene solamente para que nuestros pecados sean perdonados, viene a hacernos personas nuevas, a restaurar nuestra capacidad de elegir, a darnos una libertad para la vida y el bien. Dos veces Pablo recalca que este don en Cristo es “abundante”, es mucho más grande que la fuerza del pecado y que cualquier pecado concreto. Si el pecado nos trajo la muerte, Cristo nos da la vida. Si el pecado nos hizo esclavos, la gracia de Cristo nos hace reyes. . La entrega de Cristo nos “justificó”, es decir, cambió nuestra situación ante Dios, nos trajo la paz con nuestros hermanos y con nosotros mismos. La desobediencia, el quiebre de nuestra relación con Dios, la incapacidad de escuchar porque pensamos que podemos vivir sin Dios y su palabra, ha sido superada y vencida por la obediencia, la total comunión con el Padre que ha manifestado y nos ha ganado Cristo. Mt 4,1-11 . La historia del pueblo de Dios y sus personajes más importantes es siempre el marco de referencia para entender el mensaje del Evangelio según San Mateo. Cuando pensamos en la historia de la Salvación, cuando hacemos camino con el pueblo de Dios, encontramos el tema del desierto como clave en muchos momentos. Los antepasados de Israel son los patriarcas, que recorren el desierto buscando lugares para que su ganado se alimente. En el camino hacia la Tierra Prometida, el pueblo tiene que vivir un largo camino de purificación peregrinando por el desierto, un tiempo que pone al pueblo en crisis de fe y al borde de la muerte muchas veces. . Jesús ha recibido el bautismo, Dios se ha manifestado mostrándolo como el Hijo preferido, el Hijo en el que todos somos hijos del Padre. Ahora el Espíritu lo conduce al desierto, antes de la vida pública, antes de comenzar a anunciar el Reino de Dios para el que es necesario convertirse. Jesús, verdadero hombre, necesita clarificar su misión y el modo en que la realizará, ser plenamente libre para ser fuente de nuestra libertad. Cada misterio de la vida de Cristo es ejemplar y salvador para nosotros, cada hecho es mensaje, enseñanza, esperanza para nosotros. . En el desierto, Jesús será tentado por el demonio, el que obra contra la voluntad de Dios, el que busca dividir, fragmentar al hombre y a la sociedad. El que confunde, hace tropezar, lleva a la equivocación. El demonio no puede tener poder sobre el Hijo de Dios, porque Jesús no tiene pecado. Pero Jesús tiene que manifestar su triunfo en la soledad para luego manifestarla en la vida de los creyentes y en el momento supremo de su muerte y resurrección. El demonio no puede tentar a Jesús al mal, porque Jesús no tiene en su corazón esa división, esa ambigüedad que en nosotros causa el pecado. Pero sí intentará apartarlo de su misión, mostrarle caminos más fáciles y espectaculares. . Jesús ayuna cuarenta días. El ayuno era una práctica común en el judaísmo, para ciertas fechas. Tiene un sentido penitencial, de reconocer la propia fragilidad y la necesidad de la misericordia de Dios, pero sobre todo manifiesta la necesidad de recibir la gracia y la Palabra de Dios, el alimento de la salvación. Jesús ayuna dejando los alimentos, apartándose para discernir la voluntad de Dios, apartando lo accesorio para buscar lo fundamental. El pueblo de Dios había peregrinado cuarenta años en el desierto, guiado por la presencia de Dios y su mediador, Moisés. En ese camino se había alimentado solo de la providencia de Dios, habían experimentado la fragilidad y la prueba. Muchas veces su confianza en Dios había fallado, incluso prefiriendo volver a la esclavitud y la muerte en Egipto al camino de plenitud, comunión y libertad que Dios les ofrecía. Jesús viene a asumir esta historia y transformarla en su propia vida. . La primera tentación es cruda, lógica. Parte de la necesidad humana de Jesús de alimentarse. El demonio quiere que Jesús use su poder, su fuerza como Hijo de Dios, haciendo un “milagrito”, un signo “espectacular”, para provecho propio. Que ponga su necesidad lógica, física, por encima de la voluntad de Dios en su vida. Que cambie su orden de prioridades. Jesús no cede, y le recuerda, con una frase del libro del Deuteronomio (8,3), que el hombre no puede vivir auténtica y libremente sin la Palabra de Dios, sin su gracia. . Las otras dos tentaciones son más sutiles. ¿Para qué padecer el rechazo, las acusaciones de ser un farsante, la traición y la muerte, si con una manifestación pública de su poder, sin lugar a dudas, puede convencer a todos de que es el Mesías, el Hijo de Dios? ¿Por qué no elegir un camino más fácil, sometiendo a sus enemigos, obligándolos a creer en Él? ¿Por qué no ejercer su poder de Dios pasando por encima de la libertad de los hombres? ¿Era realmente necesario vivir una vida de pobreza y dificultades, esperando la respuesta a su amor salvador de cada persona a lo largo de la historia? . La segunda tentación pasa precisamente por la apariencia, la búsqueda de ser reconocido, el ansia de figurar. Si los ángeles lo tomaran en el aire mientras va cayendo, todos se maravillarían, todos lo amarían y creerían en Él. El demonio usa una frase de la Biblia, para “hacerse pasar” por alguien que obedece la Palabra de Dios. La respuesta de Jesús, “no tentarás al Señor, tu Dios” (también una frase del Deuteronomio, 6,16), manifiesta la gran paradoja: Jesús es verdaderamente Dios, Hijo auténtico del Padre, en su obediencia y no manifestando su poder como un espectáculo, para sí mismo y no para los demás. . La última tentación tiene que ver con el poder, con la necesidad de manejar la vida de otras personas para nuestro provecho, con el pensamiento de creernos superiores a los demás y querer manifestarlo. Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, será constituido por su resurrección Señor de toda la Creación, Cabeza de la humanidad. ¿Por qué pasar por todo eso, por qué adelantarse y ser hoy el dueño de todo? El demonio, ya vencido dos veces, apela a lo más extremo. Pide que Cristo le rinda culto, lo adore como si fuera Dios, la máxima ofensa. Con otra cita del libro del Deuteronomio (6,13), Jesús pone las cosas en su lugar: sólo Dios es digno de adoración, sólo a Él se le puede consagrar la vida, sólo Él da sentido a nuestro caminar.