Veritas Fantástica: El Bastardo y la Medusa

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Veritas Fantástica:
El Bastardo y la
Medusa
Por:
Paul Andreas Wunderlich
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This book is a work of fiction and any resemblance to persons, living or dead, or places,
events or locales is purely coincidental. The characters are productions of the author’s
imagination and used fictitiously.
Derechos de Autor © 2012 por Pablo Andrés Wunderlich
Todos los derechos reservados. Esta obra es una de ficción. Nombres, personajes, lugares e
incidentes o son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia. Cualquier
semejanza con gente actual, viva o muerta, eventos o lugares es completamente derivado de una
coincidencia.
2012 Pablo Andrés Wunderlich
Arte de carátula por Veritas Fantástica
Contacto al Autor:
Email: pablitowunderlich@gmail.com
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Andreas Wunderlich
Página principal, dónde podrá encontrar poesía, noticas, y demás material adicional:
www.paulandreaswunderlich.tumblr.com
Twitter: paulwunderlich
Material para descargar gratuitamente: Fortaleza del Mago, Existencialismus.
Índice
Veritas Fantástica
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Nota del Autor al Lector
Material Gratuito y Descargas Gratuitas
Primer Capítulo de “El Lóbrego Pastor”
Poema ejemplar: Memorias en Purpúreas Malvas
Veritas Fantástica
Bienvenido sea a serie “Veritas Fantástica”. Bajo este nombre encontrará a una multitud de
publicaciones, siendo ésta la primera.
Podrá encontrar bajo “Veritas Fantástica”, a varios títulos, que en su mayor parte, con
como este recuento: Fantasía, Ciencia Ficción, o una combinación desigual de ambas.
Le contaré por qué surgió esta serie:
Entre mis creaciones literarias ya existen 2 series importantes, que son secuenciales:
El Soliloquio de una Flama Creciente, y
El Agüero de Venenum Vindicta (próximamente en Amazon)
Veritas fantástica surgió, ya que, existe entre mis creaciones una gama de historias que no
pueden ser clasificadas en ninguna de las dos series arriba mencionadas. Es por eso que surgió el
nombre. Veritas Fantástica significa algo muy específico. Espero que las obras bajo este título le
hagan saber su significado.
Otra particularidad de la serie “Veritas Fantástica”, es que varios de las creaciones bajo
esta serie, como ésta, podrán ser adquiridas de dos maneras:
La puede descargar gratuitamente, o
La puede comprar a 0.99$ en Amazon.
Usted elije, últimamente.
Si goza leer en inglés, me gustaría informarle que bajo el título “Veritas Fantástica”,
también estaré publicando en ese idioma. Podrá estar al tanto siguiéndome en Facebook, o en
alguno de mis blogs.
Disfrute el relato de “El Bastardo y la Medusa”.
Capítulo 1
Érase una vez en una tierra distante y extraña, que un Bastardo caminaba, deambulando,
perdido sin auxilio y sin amparo. Su nombre nadie lo recordaba, ni él mismo, pues ya nadie
deseaba saber de aquél, más que si iba a morir o no, y con respecto a lo previo, y de mayor
importancia: cuándo moriría y quién sería el traedor de su muerte. La muerte del Bastardo era
importante para todos, ya que él llevaba dentro de sí, a la clave para abrir el portal a otros
mundos.
Cuando muriera el Bastardo, hombres de reputación benigna o maligna, inclusive un
supuesto Nigromante y varios reyes metidos en la ecuación, podrían ganar el acceso a otros
mundos, para hacer allí de sus fechorías; fechorías mal paridas que solo ellos sabrían de su
origen y penumbra.
De mala gana la brigada de hombres malvados y un posible Nigromante le seguían cada
paso al Bastardo, esperando a que la muerte le llegase de una vez por todas, por cual fuere que
fuese el método de su muerte; a ellos igual les daría, con tal de que fuesen ellos quienes se
llevaran el tesoro, aquel que alberga en su corazón.
Pero el Bastardo tenía una peculiaridad, entre tantas: Era hijo de un Nigromante él mismo,
y sabía una que otra conjetura para preservar a su carne, aunque fuese un mortal condenado a
pudrirse bajo el suelo. Así pues, había logrado sobrevivir por varios siglos, sin embargo el
cansancio de ser perseguido a diario le provocaba ardoroso tedio.
El Bastardo ojeaba de vez en cuando a sus espaldas, sabiendo que muchos parásitos le han
seguido tras las décadas en busca de su muerte; en esta ocasión le seguía la presente brigada,
pero en pasadas veces muchos más hombres de mala reputación habían intentado derribarle.
Entre ellos recordaba a varios reyes que les habían enviado a enteros ejércitos, y poblados
enteros que intentaron apedrearlo. Gente que no estaba interesado en su muerte por beneficio de
lo que de aquella derivarían, le odiaban por haber desbalanceado al mundo entero con su
presencia.
El Bastardo había perdido toda ilusión en la vida. Fuese a donde fuere, le exiliaban por
raro, o quizá por ser un Bastardo, meramente. Dada a la negligencia que muchos le tenían, es que
decidió salir en búsqueda de verdades ocultas por el mundo, claro, eso fue hace más de un siglo.
Viajó desde esquina a esquina, y aun así no lograba hallar aquella cosa que tanto
rebuscaba. El problema es que ni él sabía lo que buscaba; seguramente era algo valioso, para él
al menos, algo que le daría reposo existencial.
¿Qué sería? Se preguntaba el Bastardo día a día, sin obtener mayor información
satisfactoria de su silente alma. Lo más que encontraba era a hombres desagradables que
deseaban asesinarle, con fines de partirle el tórax, y posteriormente a eso, extirparle el corazón,
donde la clave para abrir el portal a otros mundos yacía.
El Bastardo había atravesado el mundo entero, en busca de refugio alguno. Pero refugio no
había encontrado, sino meramente a la hostilidad que muchos le tenían. Se recordó de los gritos
que la multitud le ha hecho a través de las décadas,
"¡Ándate Bastardo, aquí no tienes lugar; eres una cucaracha bien parida pero de mal
sabor!"
"¡Bastardo, bien que llevas a tu nombre: bajo tus pies, desgraciado! ¡Por eso nadie te
recuerda, y nadie te recordará! ¡Púdrete bajo la mugre de las serpientes!"
"¡Maldito asesino de sueños! ¡Privador de las cascadas solitarias! ¡Has cosechado el fruto
del egoísmo, y ahora tus frutos están podridos, y por ende nadie los podrá gozar! ¡El infierno te
espera con reverencia, porque el más allá no te responderá el llamado de clemencia!"
El Bastardo continuaba caminando por el mundo, siempre en busca de aunque sea un buen
amigo, ya que buenos amigos jamás había encontrado. Por las ciudades de hombres ya no podría
cursar, por lo cual ahora ambulaba por los trechos de la naturaleza.
Esta vez se vio adentrándose entre un bosque denso y dinámico. Dinámico, porque allí los
árboles se movían; no digo de lado a lado como por el viento, sino realmente, con pies y piernas;
y caminaban por doquier como otros seres lo harían.
Los árboles se estremecieron al ver al Bastardo entrar al bosque, y algunos le dieron la
espalda y le privaron de su sombra. Sin embargo, otros, la minoría diría yo, le otorgaron sus
brazos largos y frondosos, para que pudiese descansar.
Esa noche los árboles amigos le extendieron una rama, y uno de ellos le dijo, "Habéis
venido de largo el trecho, a aterrizar en una desolación promulgada por tu propia mano. Dime,
que habéis hecho, y te diré yo, quizá, algunas cosas de interés. No os preocupéis, sé que llevas
entre ti a la clave para abrir el portal a otros mundos. Eso ya todo el mundo lo sabe. Pero eso no
queremos nosotros, los que somos árboles, de hoja verde y café. Nosotros vivimos felices con la
tierra y con el agua, con el viento y con las aves, con nuestro fruto y con el ver su desarrollo.
Vosotros, los humanos, parecéis albergar otro destino."
El Bastardo perdió la vista entre el muriente sol del horizonte, donde lentamente los pulsos
de su fugaz luz se evaporaban por vías poco destinadas de gloria. El Bastardo observó al último
fragmento de luz desaparecer, en sus ojos se hizo evidente un dolor abismático, entrelazado
potencialmente con otros dolores de profundidad similar.
El Bastardo prosiguió a contar su historia, sin embargo lo hizo sin algún ánimo, ya que no
era la primera vez que recontaba aquella historia, sino la infinitésima, "Hace mucho tiempo,
doscientos años quizá, o más, no recuerdo bien, mi padre encontró bajo la tierra, persiguiendo los
senderos de una caverna, a una palabra solidificada en una llave de color cobre. Sin embargo,
aunque de color cobre la era, aquél mineral no le pertenecía a su estructura, sino al contrario, un
material raro y apreciado llamado "phantom slice", dado al hecho que es pedazo de espíritu
alguno que quedó solidificado tras el tiempo. Mi padre siempre dijo que era el espíritu de algún
poderoso dragón del viejo antaño. Reconozco que, el decir que se trata de una palabra
solidificada es extraño, sin embargo no debería de extrañarte tanto, porque las palabras pronto se
solidifican en el alma de los seres que las comprenden, porque palabras pasan a ser el motor del
pensamiento, el pensamiento el motor de la razón, el razonar el motor de la acción, y la acción el
motor del destino."
El Bastardo respiró profundamente e hizo ademán de vomitar, pero continuó con tesón,
pese a la náusea que recontar su historia le estaba provocando, "Fue entonces que mi padre, cuyo
nombre he destruido por seguridad, antes de morir me dio la llave misma para que la guardase de
la posesión de malhechores. Pensarías que me la dio, así como tú me darías una de tus hojas. Sin
embargo, no lo fue así. Él me la ensartó en el corazón, una noche que me embriagó, y con un
cuchillo me partió el tórax en dos, y me enseñó las palabras del hechizo, que traerían a la llave de
vuelta al mundo, en caso que yo la quisiese usar. Esas palabras las he olvidado, deliberadamente,
ya que no tengo, y nunca tuve, intención alguna de utilizarlas. Mi padre luego me entrenó con los
saberes de la nigromancia, y se despidió. Enfrente de mí se suicidó, a sabiendas que él había
errado en vida, y que jamás podría recuperar a su honor. Creo que al final, la visión de la palabra
solidificada le trajo pesimistas recuerdos de un pasado tortuoso, y es por eso que decidió
terminar con su vida."
El Bastardo escupió algo que había logrado escalar por su esófago, y continuó, "Desde
entonces he viajado por el mundo, en busca de un lugar seguro para poder realmente reposar.
Llevo casi mi vida entera huyendo de las masas, que han intentado poseer la clave que llevo por
dentro. Si no fuese por la nigromancia, no les hubiese podido evitar, ya que entre veces, me he
visto en la necesidad de forjar encantaciones malignas, con tal de mantenerles lejos de mí.
Desafortunadamente, algunos mueren en el proceso. Pese a mi nigromancia, los hombres aún se
me acercan, con fines de poseer a la clave que llevo por dentro."
El árbol le vio por momentos prolongados, y el silencio se instaló con efectividad. Sin
embargo, el silencio no les fue del todo desagradable, ya que ambos estaban acostumbrados a la
soledad. De ellos, uno estaba acostumbrado a ella, porque así es su naturaleza; y el otro, por
actos de su destino la había aprendido a amar, ya que no le quedaba de otra más que buscar a la
soledad para sobrevivir.
Ya podrá comprender usted, quién es quién sin mención de su nombre.
El árbol interrumpió el silencio, estirando a sus ramas frondosas con sabroso el intento.
Luego de un excelente bostezo, resumió su parlar, "Esa es una historia mera inusual.
Aparentemente, esa llave que llevas por dentro, alberga propiedades de alto lujo, pues al parecer
te desean matar para poseerla, matar cualquiera que sea la manera. ¿Sabéis de qué trata lo que
lleváis por dentro?"
El Bastardo volteó a ver al árbol, y le repuso, "Sí, lo sé. Pero antes, dime, ¿por qué me
tratas de vosotros? ¿Si soy meramente un hombre?"
El árbol astuto le respondió, "La razón es que llevas entre ti a dos seres, o al menos eso es
lo que siento. No me importa mucho qué es lo que veo. Los ojos por eones han engañado a los
seres vivos de este planeta, quienes se fían demasiado en los poderes de la vista, realizando a
tarde la hora que la vista es traicionera, ya que depende de algo variable, tal como lo es la luz del
día. Si la verdad para aquellos entra por los ojos, entonces la verdad que realizan es variable; y
eso en su esencia es una contradicción, ya que verdades son absolutas, y no volátiles. Es así
entonces que siento en ti a dos seres, y no uno, pese a que uno es lo que veo."
El Bastardo sopesó lo dicho, y respondió con un bostezo, "Le has pegado justamente a mi
realidad. Es cierto, soy dos seres en uno, pero no porque poseo a más almas que la propia, sino
por la presencia de la llave, hecha del espíritu de un ser arcaico."
En ese momento el Bastardo realizó que la llave estaba hecha de "phantom slice", y supuso
que aquél pedazo de espíritu es lo que emanaba la presencia de otro ser dentro de sí. El Bastardo
sonrió débilmente, y continuó la explicación de qué es lo que conocía de la llave que llevaba por
dentro:
"La llave que llevo por dentro del corazón, es la clave al portal que da paso a otros
mundos. Muchos hombres han ido en busca de ella, para obtener acceso a esos otros mundos,
pero yo les he privado de obtenerla, ya que fechorías es lo que harían en esas otras tierras.
Ciertamente deben de matarme para lograrlo, pero eso les costará más que la vida misma."
El árbol respiró profundamente, con su boca succionó una magnánima bocanada de aire.
Parecía estar absorbiendo la información dicha, y refrescando al mismo tiempo su mente, quizá
por la historia tan inusual recontada. Luego de unos segundos acontecidos, el árbol amplificó su
interés por el Bastardo, y repuso, "Eres un Nigromante, y tú mismo lo has dicho. ¿No se supone
que un Nigromante hace fechorías?"
El Bastardo emitió una leve risa desafiante, como si hubiese sido insultado por su remarca,
y prosiguió a responder, "Es cierto que voy por el título de Nigromante, pero no por la esencia
que llevo, sino por la profesión que ejerzo, y por los hechizos que logro forjar. Meramente, por
eso y nada más. Soy de virtudes y de excelente moralidad, no me tientan las puertas negras de la
brutalidad de encantar cosas salvajes y de mala muerte. Utilizo a mis poderes únicamente cuando
necesario, y te digo, eso es rara vez. Y te pido, de inmediato, que no me trates de vosotros, sino
de tú, únicamente. Sé por qué lo haces, sin embargo, me molesta: ya me siento un alienígena
suficiente con ser detestado por todo hombre de este mundo."
El árbol le contestó, mero apenado, "Así será, amigo mío. Pues bien, comprendo la pesadez
que llevas por dentro. No quisiera estar en tus pies. Aunque puedo ayudarte en tú búsqueda por
algún hogar, si es que te parece que lo haga por ti. Debo de solventar mi descortesía, y
presentarme de una vez: mi nombre es Ramagarza, ya que antes vivía por el mar, y las garzas
solían dormitar sobre mis ramas. Ahora son palomas o gorriones los que reposan en la mía
madera, y es aquí mismo donde hacen sus nidos. Me gozo mucho el ver como resplandece su
vida; me gusta verles florecer. La vida alrededor de mi es favorecida, ya puedes ver qué
bendición es esa, la de ser el promotor de la vida."
El Bastardo respondió, con amarga la lengua por la congoja de la realidad, "Conmigo nadie
puede venir. Estoy condenado a viajar solo este mundo. Si vienes conmigo te odiarán, así como a
mí me odian. Ya ves, antes tenía nombre, pero ellos lo han quemado. Me han nombrado el
Bastardo, meramente, por ser hijo de un Nigromante que se mató frente a mis ojos, y de una
madre de reputación desconocida que murió de lepra. Me han privado de honra y de todo lo que
podría ser salvaguardadle en esta vida, sólo por llevar algo que les da miedo, o algo que les
podría dar acceso a una gran vida."
El árbol se sintió terrible al escuchar esto, y supo que sería desagradable ser odiado por el
mundo de los hombres. Seguro que ellos vendrían a por él con hachas en mano, o fuegos en
antorchas.
Por segundos el árbol llamado Ramagarza se puso en los pies del Bastardo, y sintió a un
fuego potente dentro de sí surgir, fuego del sentimiento provocado al intentar sentir lo que el
Bastardo probablemente sentiría.
Ramagarza le dijo, luego de analizar el dolor provocado por la empatía que le tuvo al
Bastardo, "Lamento mucho tu fortuna, y comprendo por qué huyes. Pero debes de comprender,
que hay aún esperanza para ti. Hay refugio para todo aquél que huye, en diversas partes del
mundo. El refugio para ti, es uno desamparado, ya que allí vive una Medusa, una que te
convertirá en piedra si no la sabes tratar bien. Ella asesina a todo aquél de falsedad, pero bien que
acepta a todo aquél que es de verdadero corazón. Así es que te digo, que podrías ir a con ella,
quién seguramente podría sostener tu maldición. Ella vive allá, por la montaña amortajada en
dos, que todos los de este mundo conocemos como "El Genocidio", por las cosas que allá arriba
han acontecido. Hay una caverna gigantesca, la única visible, que es donde alguna vez fue el
gigante cráter del muerto volcán, ahora hecha montaña por el tiempo."
El Bastardo guardó al árbol por un buen tiempo, y luego le preguntó, escéptico, “¿Cómo es
que sabes que allá arriba vive la susodicha, y a eso, cómo sabes que vive entre una caverna?
¿Acaso has viajado por esas partes del mundo?”
Ramagarza se rió con mucha luz entre su espíritu, y respondió con una sonrisa desanimada,
“Hace mucho tiempo que la Medusa solía viajar por la tierra, como tú, en busca de refugio. Ella
también huía de todo hombre, porque deseaban algo de ella, no recuerdo qué, exactamente. Esa
historia seguramente te la podrá contar ella, si es que saber cómo abordarla en conversación sin
que te convierta en piedra.”
El Bastardo sopesó lo dicho por un buen momento, el cavilo invadió su mente con sofística
la manera, y consideró que definitivamente él y la Medusa compartían destino similar. Quizá si
es con ella con quien debía refugiarse.
El Bastardo emergió del cavilo sin algún efecto inoportuno de su veneno, y dijo luego de
unos segundos de considerar su siguientes palabras, “Hablas cosas sabias, Ramagarza. Gracias
por compartirme tus conocimientos sobre el mundo.”
Ramagarza le repuso doblándose por la mitad, un ademán considerado de alta reverencia,
“Es un gusto compartir con aquellos que lo necesitan. Podrás ser un Bastardo para todos, pero
para mí, serás un amigo.”
El Bastardo se puso de pie, y le repuso al árbol, "Gracias por la buena y larga
conversación, Ramagarza. Me la he gozado como nunca antes, ya que llevo eones sin una buena
plática. Es raro estos días encontrar con quien hablar de tales profundidades. Los hombres estos
días evaden saber de sí, mucho peor saber sobre otros seres. Iré en busca de la Medusa, ya
veremos qué fortuna me podrá traer, o si será la traedora de mi muerte, estará por verse."
Ramagarza se despidió con gran tristeza, ya que le provocó lástima ver al Bastardo y a su
fortuna desdichada. Supo que no sería fácil ser el portador de algo tan preciado por serse de alta
destrucción, quienes no descansarían jamás, si no es que hasta obtenerlo y causar con ello
calamidad.
Es así entonces que el árbol llamado Ramagarza despidió al Bastardo, viéndole mientras
lentamente se largaba entre el bosque frondoso, donde muchos otros árboles le escrutarían su
paso con un ojos desdeñoso.
Capítulo 2
El Bastardo no tardó en adentrarse entre el bosque, profundizando más y más entre la vasta
soledad que aquél le ofrecía. Sin embargo, no notó aquél que solitario no lo estaba, ya que varios
hombres se habían reunido detrás de él, sumándose a la ya existente brigada y al Nigromante que
aquella llevaba.
Los hombres que tras él se habían reunido, incluían a un numeroso ejército de un pequeño
reino, llamado Cabragar, ya que la mayoría de los hombres vivientes en aquél imperio consistía
de cabrones, y no digo de los que parecen ser cabros (hombres que parecen cabros los existen en
el mundo, pero ellos no entran en juego en este recuento), sino del tipo de hombre que siempre
trata de salirse con las suyas, sin importarle a cuántos de los suyos pudiese traicionar.
Es por eso que el imperio para siempre permanecería pequeño, dado al hecho que tantas
traiciones allí acontecían a diario; cualquier crecimiento es pronto abolido, por una u otra
traición cometida. Sin embargo, este recuento no es sobre aquellos de Cabragar, en algún otro
recuento regresaremos a ellos, para que vea cómo allí la traición se ha desatado, y cómo eso
perjudica al hombre, hasta lo más profundo de su ser. Los hombres de Cabragar relevan en este
recuento, pues ya verá el porqué de aquello.
Aquellos hombres del numeroso ejército, traían con sí a un arma secreta, habiendo ido a
los rincones más profundos y oscuros del mundo, donde yacen los demonios más podridos, y
convocaron con artes negras y otros hechizos, a un minotauro.
Con traicionera la palabra convencieron al minotauro de tomarse el veneno de la ira,
cuando le habían ofrecido el elixir de la salvación a primeras. Todo esto lo hicieron, y por
supuesto, con intentos de adquirir algo de sumo poder a su favor, para tener una ventaja sobre el
Bastardo, para poderlo derribar con facilidad, y de su corazón extirparle la clave al portal a otros
mundos.
El Rey de Cabragar, Cabroneros el Quinientos, le había dado la orden a su capitán más
fino, de perseguir al Bastardo y de derribarlo de la manera necesaria. Él, al igual que todos los
hombres ambiciosos del mundo, cuyo nombre le diré pronto, deseaba poseer la clave para abrir
el portal hacia otros mundos para sí mismo, y no entregárselo a su Rey. Es por supuesto sencillo
comprender su traición, ya que es un hombre de Cabragar.
El Capitán estaba más que todo, ansioso por saber qué diablos había en otros mundos, no
tanto por hacer fechorías o demás cosas de peligro alguno. Es así que sus súbditos se ingeniaron
la brillante idea de traicionar a un minotauro, y hacer de él su esclavo. Bien puede imaginarse
que entre los súbditos, la mayoría ya estaba planificando en cómo traicionar al Capitán para
quedarse la clave albergada entre el pecho del Bastardo para sí mismo.
Capítulo 3
El Bastado estaba entonces por salir del bosque, cuando a la distancia pudo escrutar el
mínimo destello del salir del sol de la madrugada. Le pareció extraño, sin embargo, percibir que
el sol saldría tan temprano, ya que la mayoría de veces, luego de doscientos años de vivir,
tardaba algo más que meras horas luego del punto máximo de la noche.
Y correcto fue su juicio, como pronto lo verán, ya que sol alguno no lo era, sino la cabeza
del minotauro, cual estaba ardiendo en llamas. Se preguntará en por qué los hombres de
Cabragar le prendieron fuego a la cabeza del minotauro, y para su desolación, encontraría que lo
hicieron porque el minotauro no deseaba entrar en ira, por más látigos que lloviesen sobre su
espalda.
Es así que los soldados de Cabragar recurrieron a prenderle fuego a la cabeza del
minotauro, quien se inflamó de un súbito zarpazo, y salió corriendo enloquecido por el dolor tan
desagradable generado. Entre ira y dolor, el minotauro pudo discernir al blanco encomendado
por el hechizo: al Bastardo.
El Bastardo notó al minotauro aproximársele con tesón y locura, y supo que debía accionar
en algún aspecto, para defenderse en contra de tal destino que podría esperarle. Ser machacado
por las mandíbulas del minotauro no sería cosa buena, ni ser aplastado por sus brazos poderosos.
Con astuta la magia creó una encantación profunda, y con ella desencantó a la encantación
ejercida por los hombres de Cabragar. Al neutralizar al hechizo, con gran bondad le apagó el
fuego a la cabeza del minotauro, y le dijo, "Te han ultrajado y te han traicionado, aquellos, los
hombres de Cabragar, que son todos unos cabrones. Es a ellos a quien debes ir a matar, y no a
mí, quien te ha salvado. Come de sus cabezas y come de sus almas. Son ellos quienes te desean
matar, no yo, quien simplemente vago por el mundo, en busca de refugio alguno.
El minotauro guardó al Bastardo con ojos rellenos de piedad, pues al parecer, él bien sabía
el dolor que puede originar, el no tener refugio donde reposar. El minotauro no pudo mucho más
que forjar expresiones faciales de empatía y comprensión, cuales naturalmente, el Bastardo muy
bien agradeció. Podría haber considerado a aquél amigo, pensó, pero el destino del minotauro
estaba bien entrelazado, y posiblemente moriría hoy.
El Bastardo sabiendo que los hombres se acercarían pronto a él, le dio órdenes al
minotauro, ahora bajo su encantación, “¡Anda entonces y no demores! ¡Anda en busca de los que
te han traicionado y buscaron dominarte!”
El minotauro estaba estupefacto por lo acontecido, y entre sorpresa y enojo, salió corriendo
tras los soldados de Cabragar, quienes no esperaban eso de su supuesto esclavo.
El Nigromante de la brigada conjeturó un gran hechizo, y con sus poderes oscuros llamó a
las arañas más asquerosas, más negras, más deplorables de las profundidades del bosque. Las
arañas atacaron al minotauro y le cortaron la cabeza, con su veneno le paralizaron el cuerpo, y
con su seda lo envolvieron en una membrana pegajosa. Las arañas luego prosiguieron a atacar al
Bastardo, quien ya las esperaba venir de antemano.
Estando aquél bien preparado por haber vivido décadas bajo la persecución y ataques
similares, no tuvo dificultad en prevenir un ataque mortífero envenenado.
Con gran astucia el Bastardo encantó una poderosa encantación de fuego, sabiendo que con
las arañas traicioneras jamás podría negociar ni con dinero, y pegando sus manos juntas, él
mismo prendió fuego, y lanzando sus brazos hacia las arañas, de su ser diez mil cabezas
emergieron, cabezas de dragones de luz y fuego, que volaron victoriosamente volando con
potentes alas incandescentes. Las cabezas de dragones mordieron el jugoso cuerpo de las arañas,
otros con sus dientes dagas perforaron sus ocho ojos; otros dragones lanzaron fuego de su boca
como desde un horno, cuyas flamas supra calientes acabaron velozmente con las arañas
negruzcas y envenenadas.
Los cadáveres de los arácnidos gigantes quedaron en ascuas, su olor putrefacto contaminó
al aire entero, envenenando a unos pajarillos que volaban de paso, cuales cayeron muertos, tiesos
y sin reparo.
El fuego producido por el Bastardo quemó a las ramas de varios árboles de alta reputación
y estima, y estos entre ellos empezaron a murmurar, odiando tras cada segundo más y más al
Bastardo, a quien ahora llamaban el Inflamado:
"¡Ya viste, te lo dije, ese Bastardo es uno bien puesto! ¡Se cree sagaz con esa su magia,
pero nosotros ya vimos bien sus intenciones, busca quemar al bosque entero!"
"¡Lo sé, es fácil comprender por qué le persiguen, quizá nosotros deberíamos ayudar a los
hombres a capturarle de una vez por todas! ¡Así nos libramos de su presencia para siempre! ¡Ya
ves que entre sí carga una doble presencia! ¡Eso sí que no puede ser bueno!"
Ramagarza había visto todo acontecer, habiendo perseguido al Bastardo por el bosque, en
aras de protegerle. Había hecho de él un buen amigo, y al escuchar el murmullo de los demás
árboles, supo que pronto le estarían atacando, ya que los árboles cuando enfadados, son como
deslaves, que no pueden detenerse, sino hasta muchos eones después, cuando finalmente han
olvidado el ultrajo cometido.
Tres árboles avanzaron hacia el Bastardo, quien no deseaba defenderse en contra de los
árboles, ya que no sólo son numerosos y fuertes, sino también proveedores de sombra y de vida.
Pero los árboles jóvenes y fáciles de instigar, ya estaban casi encima del Bastardo, quien no sabía
cómo actuar.
Ramagarza entró rápido a la escena, gritando con su voz de madera, "No le ataquéis, mis
hermanos. Este hombre es uno de alta estima, ¿no ves acaso que huye de aquellos? Es por
aquellos que todo ha sucedido. ¿No lo podéis realizar? Os suplico, mis hermanos, dejad a este
hombre marchar en paz. Es más noble y más amable de lo que parece. Seguramente se arrepiente
por haber quemado vuestras ramas. Miradle el rostro, está más que arrepentido."
Los árboles jóvenes fueron tentados por la lógica de Ramagarza, pero un cedro de increíble
altura y suma fuerza entró a la escena, claramente bélico, y le dijo a Ramagarza en un tono
metálico y cavernoso, "Este hombre es nuestro para matar. Su sangre la derramaremos sobre la
tierra, cuyos minerales nutrirán a la misma. No te metas, zatara, porque no es tu problema. Y si
te metes, te mataremos sin demora, y de ti, hombres crearán artefactos, como sillas donde se
sienta, y mesas donde comen; te despedazarán con sus hachas de hierro, y te quemarán entre sus
hornos."
El Bastardo estaba por actuar, cuando Ramagarza le dijo, "Corre, y no regreses. Este no es
tu lugar. Recuerda que si hieres a un árbol intencionalmente, tendrás a miles de nuevos
enemigos; y muy poderosos, te lo digo. ¡Cuídate, amigo! ¡Recuerda de no ver a la Medusa a los
ojos, si la encuentras, al menos que le tengas cariño a las piedras y amor por ser una de ellas!"
El cedro avanzó hacia el Bastardo, quien pronto se desapareció entre la maleza. Ramagarza
intervino, luchando la riña contra el cedro. El balance del que emergería victorioso fue delicado,
ya que poseían una fuerza similar. Pero los árboles jóvenes estaban contagiados con la ira y el
dolor que el fuego del Bastardo les produjo, y con aras de ver destrucción alguna pagar por sus
dolores, atacaron con astucia a Ramagarza.
El árbol que alguna vez vivió por el mar fue pronto destrozado, ya que entre los cuatro
árboles le arrancaron las ramas y le privaron de sus hojas, sin las cuales no podría alimentarse.
Le empujaron a la tierra y le rompieron las raíces, le rompieron asimismo el tronco en dos
pedazos. Ramagarza estaba sufriendo claramente, desplomado sobre el suelo, donde ya hormigas
buscaban de su lomo.
El cedro le dijo, esbozando una terrible sonrisa sobre su corteza, su voz metálica resonando
por leguas entre el bosque, "Morirás deshidratado por los rayos del sol. Los gusanos comerán de
tu lomo, y los humanos te partirán con sus hachas para hacerte leña. Pasarás a ser parte de sus
hornos, y pasarás a iluminar sus casas. Ese es tu destino, he dicho."
Y así fue el final de Ramagarza, el árbol que alguna vez vivió por el mar; cosa que nunca
volvería a hacer; ni a sostener garzas ni gorriones sobre sus ramas; ni ver a los nidos florecer con
las crías de las aves.
Capítulo 4
El Bastardo corría como desquiciado, lamentando haber provocado aquel fuego, cual
instigó a los árboles ponerse agresivos; y al final promulgar la derrota de Ramagarza, su posible
único amigo.
El Bastardo al estar lejos del bosque, se sentó a llorar, lamentando al hecho que por su
infamia, había perdido a todos sus amigos, llevándoles a la muerte inoportuna. Las lágrimas
acongojadas del Bastardo recorrieron el suelo en un riachuelo, uno de débil fluidez y de harta
existencia.
A la distancia el Bastardo podía discernir en cómo los hombres de Cabragas le buscaban
con frenesí, y junto a ellos, el Nigromante y la brigada de interesados también se aproximaban.
El Bastardo sintió un terrible enojo dentro de sí surgir, y deseó venganza contra aquellos que le
buscaban con perseverancia. Luego realizó que el odio no fue únicamente contra los hombres de
Cabragas, pero en contra de todos aquellos que alguna vez le intentaron derribar: es decir, el
mundo entero.
Tras él la montaña conocida como "El Genocidio", ascendía varias leguas sobre la tierra,
un monumento partido en dos por una explosión interna que sufrió, hace muchos eones, cuando
aún eructaba grandes ríos de lava. La montaña era tan vasta, tan monumental, que al mirar hacia
el horizonte, miraba únicamente a una firme pared extenderse de lado a lado.
Hacia arriba no lograba discernir su cúspide, ni de suerte, dado al hecho que la misma se
perdía entre las nubes. Allá arriba quedaba el aposento de la Medusa, a dónde debía ir en busca
de asilo, según el recuento de su difunto amigo, el árbol Ramagarza.
Por otro lado, el Nigromante de la brigada, que marchaban al lado del ejército de Cabragas,
ya estaba planificando en cómo derribar al Bastardo de una vez por todas. Para ello iba a tener
que hacer un gran sacrificio humano, en este caso absolutamente necesario, por el bien de la
misión de derribar de una vez por todas al Bastardo.
El Capitán del pequeño ejército, llamado Sacrilegio, le preguntó al Nigromante, "¿Qué
diablos haces, mago de la oscuridad? ¿Acaso planificas cosas de mal agüero?"
El Nigromante le dijo, "Pues claro, no soy Nigromante por accidente, sino por decisión.
Todo lo que hago es de mal agüero, pues a eso me dedico: a forjar planes de mala fama. De ser
lo contrario, no sería un buen Nigromante, y eso no queremos; ya suficientes hombres son
mediocres en este mundo. Otro más sería ya de tirar por la ventana. En cuanto a qué hago, ya lo
verás. Pero para hacerlo, necesitaré a que ejército esté reunido por allá."
El Nigromante ya había planificado todo esto, y habiendo marcado el suelo con una cruz,
le indicó al Capitán Sacrilegio lo que debía hacer.
El Capitán supo que sería todo por el beneficio de capturar al Bastardo, y eso mismo
deseaba hacer. Mataría al Bastardo, y le sacaría la clave para abrir el portal a otros mundos, y
con ella huiría a otras tierras, para ver cómo diablos hacía para sacarle el mayor provecho. El
Rey Cabroneros el Quinientos se podría pudrir en su trono de oro y lujos, ya que sentado le
gustaba permanecer.
Es así que el Capitán Sacrilegio organizó a sus hombres sobre el terreno marcado por el
Nigromante, él mismo incluyéndose entre ellos, creyéndose un gran guerrero, y pensando que
sería un acto, donde debía actuar con fuerte el brazo. Nunca imaginó el Capitán Sacrilegio lo que
estaba por acontecer, quizá su problema fue confiar en los planes de un Nigromante; todos saber
que no hay confiar en alguien que juega con las magias de la oscuridad.
El Nigromante dibujó a una estrella de siete picos, y sobre cada una botó una gota de
sangre, cual extrajo de su mano, cortándola con un cuchillo oxidado. Luego se sentó al centro de
aquella estrella de siete picos, e inició a encantar cosas de mal agüero.
Su tono de voz se tornó en un chillido, un silbido parecido al resonar de uñas raspando a
metal. La misma resonaba como si estuviesen englobados por una caverna gigante, pues los ecos
eran tremendos y el estrépito desagradable.
La tenebrosidad incrementó al por mayor, y las sombras se multiplicaron por miles de
veces. Un chillido escalofriante inició un canto moribundo, el mismo sonido que hacen las almas
cuando expuestas a fraguas de alta temperatura. Pronto el chillido se tornó en un grito iracundo,
y de las sombras espíritus malignos iniciaron a surgir, con sus manos insustanciales iniciaron a
agarrarles los pies a los soldados del ejército de Cabragas, y estos iniciaron a gritar del pavor que
los espíritus les produjeron.
La piel de los soldados del ejército empezó a ser arrancada por las manos insustanciales de
los espíritus, y pronto les estaban desangrando a la muerte. Músculos fueron arrancados y huesos
rotos, ojos fueron extirpados y orejas jaloneadas. Fue así que cayeron los soldados del pequeño
ejército, y sus almas consumidas por la sombra generada por el Nigromante.
Las almas fueron mezcladas con la sombra, y el Nigromante cambió de conjeturas. Ahora
encantaba con el fin de producir a una bestia única y gorda, monumental y de cientos de cabezas,
con fines de atrapar al Bastardo y matarle de una vez por todas.
Con la llave albergada en su corazón abriría el portal a otros mundos, y allí haría sus
fechorías con gran regocijo.
A la distancia, el Bastardo vio a toda esta ignominia acontecer, y no pudo más que sentirlo
mucho por aquellos sacrificados para la encantación del Nigromante; pese a que a él le desearon
matar, no merecían ser agobiados con tal la encantación de mortalidad.
El Bastardo bien sabía que algo así de poderoso podría vencerle para siempre, tendría que
ingeniarse algo para sobrevivir el ataque que pronto le llegaría. A la distancia reconoció el
amontonamiento de una sombra fantasmagórica, sintió a su desgracia acogerle con una
penumbra desgraciada.
La sombra aquella emanaba la presencia de cientos de almas, pues estaba construida con
las mismas, por arte de la nigromancia. El graznido de la creatura diabólica le estremeció hasta el
alma, pues el sonido que emitió parecía ser la detonación de una palabra masiva, gritada a todo
pulmón y con odio rezumado en cada gramo.
El Bastardo pegó las manos e inició a conjeturar una encantación. Desde la porción más
profunda de su ser, invocó al poder del "phantom slice" de una manera rubicunda, una potencia
nunca antes desplegada por él.
Jamás imaginó tener que recurrir a esa parte ocupada por la llave de su corazón. Se puso
nervioso y tembló del miedo, pues jamás había intentado convocar la fuerza de las profundidades
de su ser. No sabía qué pasaría al hacerlo, sin embargo, estaba seguro de que al no probarlo,
definitivamente moriría; el ataque del Nigromante consumiría a su cuerpo, a cada pelo y a cada
músculo, dejando a sus huesos pelados y bien comidos, a pudrirse sobre el suelo, dejando la
reliquia de sus huesos para siempre, como monumento de su existencia, sin gloria y sin armonía.
Con las manos pegadas y conjeturando profundamente, produjo la encantación a medio
murmurar: Una implosión marcó el paso inicial a la encantación; una implosión interna y de
sonido opaco. El alrededor del Bastardo se ensombreció de pronto, como si la encantación
estuviese succionando a toda la luz a su alrededor. El aire empezó a temblar, la luz se dobló por
la mitad; quedó englobado completamente por un globo de tenebrosidad. Pronto él mismo inició
a temblar, y desde su corazón una luz poderosa, rubicunda, una fragua estelar, se hizo
clarividente, y crecía por el segundo, alimentada por el fogón de su enojo.
De su corazón sintió a una potencia inigualable surgir, cual culminó finalmente en una
liberación brusca y robusta de energía térmica, química, y nuclear: Una flama rubicunda emergió
de la porción céntrica de su ser, sintió a un sol dentro de sí ser expelido a la superficie de su
pecho: rayos carmesí emergieron de su tórax, en forma de púas, astas que lanzaron al infinito; y
con súbita fuerza un rayo de color rojizo sanguinolento disparó desde su corazón con una
detonación agresiva, atravesando al demonio que crecía a una distancia de sí.
El rayo de luz solar, emergiendo de un corazón poseído por un "phantom slice", perforó
tan gravemente al demonio en creación, que sus entrañas rellenas de almas explotó de súbito,
como si hirvientes aguas por dentro y a alta presión hubiese generado una monumental presión,
cual culminó en una explosión estrepitosa.
Las almas que conformaban al demonio se esparcieron por el suelo, algunas nadando por
aquí y por allá, como gusanos convulsionando en eterno frenesí.
Una de las almas, antes de ser succionada a los portones del infinito, rasgó la cara del
Nigromante, ya que buscaba vengarse de aquél malicioso, quien le quitó la vida para motivar su
creación de nigromancia.
El alma vengadora se trataba de la del Capitán Sacrilegio, quien aún intangible buscaba
retener un pedazo de vida. Su alma fue pronto tomada por las manos de algún ser divino, no sin
antes llevarse pedazo del rostro del Nigromante maldito.
El Nigromante estaba desolado, ya que por acción del Bastardo, había perdido a su
encantación, una que guardaba de alta estima, ya que hace años que no creaba algo tan
ennegrecido. Estaba sumamente enfadado, y con gran enojo, le dijo a sus bergantes que debían
continuar persiguiendo al Bastardo. Estaban ya seguros que pronto lo tendrían entre sus garras,
para extraerle el corazón, y cobrar la clave que les brindaría acceso al portal a otros mundos.
A la distancia el Bastardo supo que había vencido, al menos temporalmente, a su enemigo.
Sin embargo bien sabía que pronto más hombres se reunirían en conjunto de nuevo, a buscar de
su carne para matarlo para siempre. El Bastardo sabía que algún día moriría, sin embargo, debía
morir en el lugar adecuado, donde nadie encontraría su cadáver, ni por accidente.
Volteó a ver a la montaña conocida como "El Genocidio", y hacia ella siguió caminando,
en busca de refugio, quizá con la Medusa, quien le albergaría con una buena mano, ojalá.
Capítulo 5
El subir la montaña "El Genocidio" comprobó ser más tedioso de lo que imaginaba, ya que
aquella era más alta y más quebrada de lo que la distancia de ella promete.
El Bastardo, de haberlo sabido, hubiese cogido algún otro sitio en busca de refugio. Pero
ahora no le quedaba de otra, ya que por los cuatro flancos posibles de escape, varias brigadas de
mercenarios se le acercaban, todos en busca y en competencia de brindarle el toque de la muerte.
No sabía de qué partes del mundo vendrían aquellas cuatro brigadas; una brigada se trataba
de la del Nigromante; la otra brigada vestía a todos sus bergantes de negro, montados todos sobre
lagartos gigantes; otra brigada llevaba a una esfinge atada por cadenas, y uno de los bergantes la
montaba; la última brigada siendo de cientos de hombres montando a un ejército de gigantes
arañas.
El Bastardo bien sabía que éste sería el final, al menos, que encontrase un lugar en donde
refugiarse, y el aposento de la Medusa sería perfecto para eso. Desde allí fácilmente pudiese
batallar a sus agresores, y quien sabe, a lo mejor y la Medusa se uniría a su esfuerzo. Podría ser
también que ella le convertiría en piedra, y así siéndolo, nadie podría acceder a su corazón y
extraer de allí la llave que les daría acceso al portal a otros mundos. Esa última idea no le pareció
del todo mala, y sopesó si ser convertido en piedra conllevaría dolor alguno.
El Bastardo aceleró el paso a uno ligero, sus pies ya los sentía excavados por profundas
llagas. Sudaba la gota gruesa y de su pecho brotaba el pesado olor a fango, por el acúmulo de
suciedad.
Sus piernas le tamboreaban un pesado y doloroso mensaje, que le informaba que ellas
perdían potencia. Su mente ya vacilaba con la posibilidad de desistir de una vez por todas;
dejarse matar y silenciar a esta penumbra, cual ya por centenares le venía persiguiendo. No
podría ser el defensor de la llave por mucho tiempo más, debía buscar un método alterno para
alivianar sus penas.
La cúspide no estaba lejana de su alcance, sin embargo la montaña se hizo dificultosa al
empinarse el camino diez veces más que antes, pues ahora en porciones de la misma debía
escalar piedras.
Entre las piedras a veces encontraba camino seguro para escalar, pues sus bordes se
prestaban para ser trepados con facilidad. Sin embargo, entre veces las piedras eran lisas o de
borde muy escueto, y no le quedaba de otra que meter las uñas entre las piedras para asistirse la
subida.
En otras ocasiones debía escalar por estrechas las llanuras, entre las cuales un riachuelo de
agua hirviente fluía, dado al hecho que por allí una fumarola fumaba la pipa del calor: residuos
del volcán que la montaña "El Genocidio" alguna vez fue.
En una de las ocasiones se quemó la mano, y en otra, el pie, pues no lograba evadir
eficientemente a la fumarola, cual le salpicaba de su torrente candente vapores hirvientes.
Para su desgracia, en una de las ocasiones, una fumarola dejó de soplar mientras él
escalaba, y sin darse cuenta escaló muy cercano a ella, creyendo ser esta una mera falla de la
montaña. De súbito, aquella fumarola le escupió líquido hirviente en la cara, quemándole la
misma y cegándole los ojos temporalmente. Por suerte alguna, con el tacto, e impulsado por el
agobiante dolor, el Bastardo logró escalar el resto de la cumbre sin miedo de caerse, ya que poca
cosa era peor que aquella, y poco peor podría ya sucederle, pensó erróneamente.
Al llegar a la cumbre, y justo por vencer la escalada, para por fin llegar a terreno plano, se
quedó atascado, dado al pie derecho que entre dos piedras se había quedado trabado. Jaló con
suma potencia, sin embargo no pudo en contra de aquella desgracia.
Su única salvación sería romperse el pie, o desmembrarlo para siempre, si es que deseaba
llegar a la cumbre, y huir efectivamente de las cuatro brigadas de mercenarios que buscaban
matarle.
No lograba ver, dado a sus ojos aún heridos por el poderoso vapor, pero por si le hubiese
visto, le digo, que notaría que estaba rodeado por una penumbra, pues en la cumbre de la
montaña "El Genocidio", nubes coaguladas y pesadas circulaban en espirales, como buitres
salvajes en busca de quien amortajar. Las piedras allá arriba eran sumamente picudas, de filo
prominente y de faz como serpiente, miles de estatuas yacían paralizadas, cuales no eran estatuas
sino cuerpos hechos piedra por acción de la mirada de la Medusa.
Sin embargo, aquél no lograba ver por la ceguera parcial que el agua hirviente le provocó,
y eso le devino bien, ya que con la vista hubiese caído aún más en la penumbra, al realizar que
había llegado a un infierno, agregando a su desdicha ya desdichada.
Con un jalón poderoso, el Bastardo logró romperse el tobillo, dio un potente alarido, pues
el dolor fue severo. Sangre fluyó de la herida, y se acumuló bajo la piel, generando a una
hinchazón prominente de color morado muerte.
Liberado de la congoja de su pie trabado, el Bastardo pudo elevarse lo suficiente como
para restar en la porción plana de la cima. Allí se echó al suelo en espeluznante dolor, no
sabiendo si debía sobarse los ojos o el tobillo fracturado. El pie no lo podía mover, ya que
cualquier ínfimo movimiento de aquél le provocaría un dolor desquiciado.
Un viento frío y desgraciado le envolvió entre su ausencia de clamor, el viento le transfirió
efectivamente su presencia de tenebrosidad. Las fauces del viento intentaban devorar al pobre
hombre en gran delirio. De la caverna más profunda de la montaña, una sombra parecía
escrutarle, algo que él no notaría, dado al hecho que estaba cegado, por el vapor que le hirió los
ojos, proveniente de la fumarola.
Pero el Bastardo bien sabía que debía continuar su camino. Debía buscar la cueva, al
aposento de la Medusa, donde podría descansar, y ojalá, con ella negociar si podría la caverna
ser su nuevo refugio.
El Bastardo hizo un descomunal esfuerzo para ponerse en pie, saltando en uno solo para no
herir al otro. La tarea se comprobó dificultosa, y no le costó ubicar la presencia de la caverna;
por el constante chillar del eco de su garganta profunda.
Por dentro de la caverna, la Medusa escrutaba al pobre hombre aproximarse, no sabía
exactamente qué hacer de él, porque así como alguna vez lo dijo Ramagarza, el Bastardo
emanaba una doble presencia dentro de sí.
La Medusa bien sabía que aquél no era uno cualquiera, y notó que estaba herido, sin
embargo, no notó que portaba los ojos heridos, ya que para su impresión, podía caminar muy
bien. Algo dentro de ella le conmovió agresividad, mientras otra parte, poco natural a ella, le
hizo cosquillas en algún resquicio de su vital sazón.
Sus cabellos serpientes se erizaron al realizar que una potencial presa podría ser devorada
por ella. Los cientos de otros seres petrificados en piedra estaban por doquier, es pues que su
aposento parecía ser un cementerio lleno de personas y guerreros en agonía, paralizados por
siempre. Algunos de ellos estaban boquiabiertos, gritando del susto al haber visto a la Medusa,
quedando petrificados de inmediato y para siempre. Otros se cubrían el rostro con los brazos para
no verla, pero claro era que había un diminuto espacio entre ellos, por el cual pesquisaban a la
Medusa, con cuya mirada ella les paralizaba. En otra ocasión había una familia entera de cuatro,
los padres y las crías monumentos de piedra, los dos hijos por debajo de las piernas de su madre,
el padre a punto de sacar una espada, en un intento fútil defensivo.
La Medusa inició a caminar como felino, de piedra en piedra, pues el terreno era árido y
lleno de rocas monumentales. El hombre que se aproximaba, caminaba cojo, y con ardua
dificultad, dirigiéndose a ella y a su aposento.
Las serpientes que conformaban el cabello de la Medusa, ya danzaban la danza de la
muerte, un movimiento lento y rítmico, que daba la impresión de algo terrible estarse sopesando.
Las culebras en su cabello, por supuesto, respondían al estado emocional de la Medusa, pues
siendo parte intrínseca a ella, seguían sus pensamientos, y en todo sentido. Las culebras que
conformaban su cabello, no le eran de mayor utilidad, más que para crear pavor en sus presas
para desarmarlas, y así posteriormente y con facilidad, convertirlas en piedra con una mirada
rapaz. Sabía bien la Medusa, que las culebras podrían ser utilizadas para atacar, pero jamás con
ese propósito las había utilizado, en ausencia de la necesidad de hacerlo.
La Medusa se escondió detrás de un guerrero petrificado en piedra, en posición de lanzar
una alabarda. La Medusa bien recordó ese encuentro, memorando lo delicioso que fue vencer al
guerrero en su creer que podría vencerla con una simple lanza. De haber sido un poco más
inteligente el guerrero, de seguro hubiese vencido a la Medusa, cosa que le provocaba placer,
dado al peligro que corrió durante la breve pero acelerada riña.
El Bastardo pronto llegó a estar próximo a la Medusa, quien se escondía detrás del
guerrero. El Bastardo no tenía ni la menor idea, de qué estaba sucediendo, ni mucho menos que
la Medusa detrás de un guerrero petrificado le acechaba. Sin embargo, sí estaba enterado que por
aquí una Medusa vivía, y es por eso que en primer lugar aquí había venido: en busca de refugio.
Capítulo 6
La Medusa de un súbito movimiento saltó hacia el Bastardo, soltando un grito
conjuntamente, que más parecía chillido que otra cosa, cual hizo meramente asustar al Bastardo
y hacerle perder su balance. Dado a la ceguera parcial que en el produjo la fumarola y su vapor,
la Medusa no pudo ejercer su efecto de parálisis eterna en el Bastardo.
El Bastardo gritó del dolor, aquél que su tobillo fracturado le provocó al caer al suelo. La
Medusa intentó nuevamente brindarle la mirada de muerte al hombre, pero pese a que el
Bastardo la viese, ella no parecía poder darle el toque de la muerte.
Es así que concluyó la Medusa, que el hombre era resistente a su mirada petrificante, y
cobró gran respeto y suma precaución con él, ya que podría ser tanto su buen amigo, como su
matador. Las culebras de su cabello se volteaban a ver las unas a las otras, pues ni ellas sabían
qué diablos hacer de aquél: si matarlo con una piedra filosa, o hablarle para escuchar su historia.
El Bastardo, por el otro lado, sintió a una presencia, y es así como le habló, asumiendo que
sería la Medusa, "Mi nombre es el Bastardo; es el único que tengo y así me conocen por el
mundo. Vengo porque un sabio árbol aquí me envió, ya que alguna vez me dijo que aquí se
alberga una Medusa, con quien puedo buscar refugio, si es que le conmuevo el corazón."
Claramente podrá ver como el Bastardo tergiversó la razón dada por el árbol, diciéndole a
la Medusa que le podría conquistar el corazón, cosa que naturalmente emocionó mucha a la
medusa, quien nunca pensó en tomar una pareja, mucho menos un amante. Las ideas volaron por
su mente, e imaginó mil cosas posibles, incluyendo a ella estando feliz, cuidando a tres crías, y al
lado su hombre, quien por gracia alguna, era resistente a su mirada petrificante: la perfecta
pareja.
La Medusa llevaba siglos de no hablar con alguien, mucho menos con alguien que le
propusiera la conquista de su corazón. Se sintió terrible al realizar esto, y las culebras de su
cabello se tornaron frenéticas. La Medusa se agarró el rostro, no pudiendo creer lo que le estaba
sucediendo: estaba sucumbiendo a la tentación de conversar, luego de siglos, por primera vez, y
sucumbiendo a la tentación, al mismo tiempo, de caer enamorada.
La Medusa no supo que decir, al inicio, es pues que prefirió permanecer en mutismo. El
Bastardo repuso, creyendo que la presencia, cual seguía asumiendo que era la Medusa, no había
aprobado de él, "Si eres la Medusa, por favor comprende que vengo en gran necesidad de refugio
entre tu aposento. Por cualquier esquina del mundo ya me persiguen, con fines de matarme. He
intentado refugiarme en muchas otras partes, pero no logro nada más que instigar a las
poblaciones cercanas a mi supuesto descanso. Ya no hay persona en este mundo que me quiera.
Mi padre ha muerto por su propia mano, mi madre murió de lepra, y ahora la humanidad entera
me quiere matar. Mi único amigo, hasta ahora, había sido el árbol llamado Ramagarza, cual fue
desmembrado por un cedro y tres árboles jóvenes, por él haberme intentado defender. Ya no sé a
quién acudir, y si contigo no logro refugiarme, me doy por vencido, y moriré sin mayor
remedio."
La Medusa estaba llorando, y las culebras de su cabello le limpiaban las lágrimas
venenosas. Otras serpientes de su cabello la acariciaban por la espalda, con fines de darle cariño
a su diosa. La Medusa jamás había escuchado de una historia tan conmovedora, pues la historia
se asemejaba a la de ella.
La Medusa tuvo muchísima dificultad en hablar; a usted le es fácil creerlo, ya que bien
podría imaginar, que luego de siglos sin hablar, seguramente la voz se torna sin deseos de
emerger nuevamente, ya que se le ha acusado de inservible.
La Medusa tuvo que aclarar su garganta unas diez veces antes de proseguir, tuvo que
inclusive escupir algo espeso que desde sus vocales surgió. Con un esfuerzo descomunal
expresó, "Hooooouuuulaaaaaaaa".
El descontrol de sus vocales fue evidente al inicio, no sabiendo cuanto era demasiado o
muy poco, pues sus palabras fueron todas largas y de consonantes pesadas y robustas, de vocales
prolongadas y con poro ritmo. La Medusa prosiguió con grande el esfuerzo, ya pudiendo usted
imaginar cómo hablaba aquella, no le contaré más de cómo hablaba, ya que si lo hago, jamás
terminaríamos este recuento: "Soy la Medusa. He vivido aquí por siglos, y nadie me había
visitado con una historia tan desgraciada como la tuya, ni con promesas de conquistarme el
corazón. Lamento muchísimo lo que has vivido. Suena a qué, jamás has tenido un momento de
suspiro o descanso. Parece ser qué, o te odian por poderoso o te odian por la codicia de los
hombres. Cosa que no me extraña de los humanos, que todo lo quieren es buscar cómo diablos
aumentan su poder, para ver cómo diablos aumentar su autoestima; para siempre así ha sido su
naturaleza desgraciada."
Las culebras en la cabeza de la Medusa se habían agitado a la hora de ella hablar de los
humanos. Aparentemente le provocaba alto estrés el tema. Sin embargo, fue un detalle que el
Bastardo no notó, pero de todos modos, se lo cuento, para que sepa bien como aquella junta
aconteció. Es así como prosiguió aquella reunión extraña entre el Bastardo y la Medusa, la
Medusa continuando su relato, "Comprendo bien por qué les huyes, pues yo misma he huido de
su rapto varias veces. Bestias de mi naturaleza las somos varias, pero pocas tan detestables como
yo, que poseemos además de fealdad, un truco de magia que afecta a varios. En aquellos días
cuando vivía en tierra firme y plana, por accidente varias veces mi mirada mortal convirtió a
varios animales, y a algunos hombres, en piedra petrificada. Desde entonces me buscan
guerreros, quienes quieren a mi cabeza, pues han concluido, y correctamente, que al decapitarme,
podrán usar a mi cabeza como arma de destrucción masiva."
Las culebras en la cabeza de la Medusa ahora danzaban agresivamente, lanzando y
succionando sus lenguas espinadas. La Medusa continuó, "Me parece ridículo de parte de los
hombres, que me busquen con esa finalidad. Parecen querer únicamente ganar ventaja sobre sus
semejantes, para poder destruirles de cualquier manera posible. Y si no es para destruirles, es
para someterlos con fuerza bajo su poderío, para poder controlarles y poder manipularles. Pues
con ese fin me buscaban, y es así que mi desgracia inició. Por siglos me han buscado guerreros
para poseer mi cabeza, y uno tras otro les he vencido. Llegó un momento, en donde eran tantos,
que decidí mejor mudarme de aposento, y es así como llegué a estar aquí, en la montaña
conocida como "El Genocidio". Ahora ya comprendes el porqué de mi estancia aquí. Eres a la
primera persona que le cuento esto, contigo siento una similitud de existencia: huimos por algo
que llevamos dentro, y que no podemos cambiar."
El Bastardo estaba impresionado por las palabras de la Medusa, pero aún más
impresionado por su manera tan extraña de hablar, pues sus vocales eran largas, y sus
consonantes muy pesadas. Concluyó, y correctamente, que se debía a su prolongado tiempo de
no hablar.
El Bastardo le respondió, luego de tragar pesado, y de sentir que lentamente simpatizaba
con aquella mujer condenada, "Tienes razón en haber huido, y bien dicho está que yo huyo con
el mismo propósito. Te diré por qué me persiguen: Llevo dentro de mí a una palabra solidificada
en un mineral fantástico, llevo a un pedazo de "phantom slice", con el cual los hombres pudiesen
tener acceso a otros mundos. Es por eso que me quieren y nada más. Para obtener a esta llave,
tendrán que matarme y extirparme el corazón. Con actos de nigromancia, pronto será sencillo
abrir el portal a otros mundos. El problema que yo le veo a su búsqueda terca, es que ni ellos
saben qué sucederá si abren el portal a otros mundos. Puede ser que encuentren cosas increíbles,
o a su perdición. Con las intenciones que el Nigromante trae, no me es difícil imaginar lo que
buscará en otros mundos hacer."
A la distancia algo resonó profundamente. El Bastardo supo que se trataba de la marcha de
las cuatro brigadas. La Medusa entró en alerta, las culebras de su cabeza estremecidas, y repuso,
"Te han seguido varios hombres, ya veo que vienen con vasta las armas para la destrucción. Al
parecer, esta podría ser nuestra última batalla. Traen a una esfinge y a varios lagartos, y a un
ejército de gigantes arañas. Esto sí que puede ser fatal.”
A la distancia el Nigromante ya conjeturaba un plan de negra reputación. Deseaba hacer
colisionar a los cuatro ejércitos, con fines de provocar la mayor cantidad de muerte posible, para
luego él poder aprovechar de los moribundos, y así construir de la infamia a una bestia poderosa
con el arte negro de la necromancia. Con tal fuerza convocada podrí finalmente vencer al
Bastardo, tomando en cuenta que ya le tenían arrinconado entre la cueva de la montaña “El
Genocidio”.
El Nigromante entonces prosiguió a hacer sus fechorías, viendo que las cuatro brigadas
disímiles ya estaban sobre la cumbre y en la planicie allí yacida.
Con una encantación ligera envió una piedrecilla a pegarle en la nariz a uno de los lagartos,
cual entró en frenesí al creer que fue una de las arañas, a quien siempre ha odiado (arañas y
lagartos no se llevan bien).
Un pájaro muerto le cayó a una de las arañas, cual pensó que el lagarto se la había tirado,
cosa desastrosa, ya que no hay cosa que odien más las arañas que a los pájaros muertos.
El Nigromante luego prosiguió a debilitar la cadena que aferraba potentemente a la esfinge,
y con un chispazo, le quemó las nalgas, cual creyó que los lagartos y las arañas habían sido, cosa
desastrosa, ya que a la esfinge jamás le han caído bien ni los lagartos ni las arañas.
Los hombres que montaban a las bestias no supieron cómo reaccionar, al verlas tan
frenéticas. Las arañas ya intentaban morder a los lagartos, los lagartos ya deseaban romper a las
arañas, y la esfinge ya quería quemar a todo a su paso. Los bergantes, entre confusión y delirio,
empezaron a atacar al bando opuesto, creyendo que los líderes de las demás brigadas les estaban
jugando la fechoría, intentando vencerles, para ellos poder quedarse con la clave al portal a otros
mundos.
Es así como al centro de aquella planicie cuatro brigadas colisionaron, la cuarta siendo la
brigada del Nigromante, quien había enviado a sus bergantes a entregar sus vidas por la causa.
De haber estado allí, hubiese visto cuán peligroso fue aquel encuentro, donde cuatro
brigadas colisionaron, incluyendo a bestias como lagartos gigantes, arañas peludas del tamaño de
caballos, y a una esfinge encabronada por un chispazo en las nalgas. Sangre volaba por doquier,
sangre mezclada, entre la de humanos, la de araña, la de lagarto, y la de esfinge.
La esfinge escupía fuego sobre todo, inclusive sobre sí misma, ya que al ser mordida por
arañas venenosas y lagartos malvados, les escupía fuego líquido, inflamándose a sí misma.
Las arañas mordían y envenenaban a los lagartos, y los lagartos envenenados se
enloquecían, partiendo a las arañas que les mordieron en dos, para profundizar más su
envenenamiento, dado a que la sangre de aquellas era venenosa también, quizá más venenosa
que la mordedura de sus colmillos.
El exceso de veneno volando por doquier, contagió a los humanos que se mataban con
espadas y lanzas. Algunos incluso eran partidos en dos por los lagartos, o decapitados por una
araña gigante. El factor que pronto le provocó la muerte al mayor número de humanos, fue el
veneno que salpicaba por doquier, contaminando a sus almas de algo terrible de concebir, ya que
se jalaban el pelo, sacaban los ojos, y se somataban la cabeza con los escudos; tan terrible aquel
veneno, que sus pieles se derretían y sus corazones explotaban.
Las cuatro brigadas pronto se convirtieron en una masa indistinguible, entre carne, huesos,
piel derretida, ojos explotados, veneno, partes de lagarto, patas de araña, y a una esfinge
gigantesca que se hundía con el resto. La masa se estaba licuando por acción de todos estos
factores puestos juntos, y por supuesto, como bien lo podrá imaginar, a la distancia el
Nigromante estaba en pleno gozo al ver tanta muerte concurrir.
La Medusa y el Bastardo estaban asustados por lo que estaban viendo. No podían creer lo
que las brigadas estaban haciéndose entre sí. Más es, el ruido de la batalla y los gritos de agonía,
les espeluznaban la piel y les ruborizaba la razón. No comprendían cómo diablos estaba
sucediendo aquello, cual creyeron beneficioso al inicio, pero luego se lo atribuyeron a las negras
conjeturas del Nigromante.
Es allí que cayeron en cuenta de lo que el Nigromante deseaba hacer con aquella desgracia,
y ni la Medusa ni el Bastardo supieron qué hacer.
Capítulo 7
A la Medusa se le ocurrió un plan maestro, con el cual podría vencer al Nigromante, y así,
a su subsecuente forjar de magias negras. La Medusa no le dijo nada al Bastardo, ya que no
deseaba su intervenir en el plan. Lo que sí deseaba de todo, era mantenerle vivo para siempre, ya
que con él había encontrado a una posible pareja con quien estar.
La Medusa pegó un súbito brinco y corrió como desquiciada hacia el Nigromante. Sin
embargo, el Bastardo, en ese momento, recobró su mirada. Al ver a la Medusa correr hacia el
Nigromante, pensó en que ella había perdido la razón y deseaba convertir en piedra a los
enemigos. El Bastardo le gritó para que volviera, ya que en ella había encontrado a una posible
amiga, y quien sabe, a lo mejor algo más.
Pero para su desgracia, la Medusa volteó a ver de inmediato al escuchar a la sonora voz del
Bastardo, sin saber que aquél nunca fue resistente a su mirada. Ella no lo notó, pero por
desgracia, y con su vista recuperada, el Bastardo se petrificó de inmediato en piedra.
La Medusa arribó a buen momento junto al Nigromante, quien ya dibujaba una estrella de
siete picos sobre el suelo. El Nigromante estaba distraído entre su negrura, y no vio venir a la
Medusa de su penumbra.
La Medusa no sólo le vio directo a los ojos, sino también le lanzó a las serpientes de su
cabeza. Las serpientes se le metieron por la boca y por las orejas, carcomiéndole por dentro, y
cuando ella lo vio sufrir ya por un buen momento, le vio directo a los ojos, y lo petrificó en
piedra para siempre.
Claro, eso significó el sacrificio de varias de sus serpientes, sin embargo, valía la pena:
aunque sea una vez debía de utilizar sus poderes. Es así entonces como cayó el Nigromante, su
conjetura ennegrecida nunca llevándose a cabo. La sopa de cuerpos de las cuatro brigadas, se
amasaba en una terrible sopa de detritos corporales, todo siendo digerido por el veneno de las
arañas.
Ahora estaban libres, pensó la Medusa, e inició el retorno hacia la caverna, su aposento,
donde pensaba estar el Bastardo esperándola con un beso. Sin embargo, al llegar a ella notó que
el Bastardo estaba petrificado en piedra, y es así que le sobrevino la mayor de sus penas: Había
asesinado a su primer y único amigo, y posible amor, al haberle convertido en piedra para
siempre. El Bastardo nunca fue resistente a su mirada, sino meramente, cegado por alguna
pérdida de función.
La Medusa lloró y lloró un llanto fantasmagórico, y consumida por su pena, ordenó a las
serpientes de su cabeza, que la destruyeran con sus fauces y colmillos. Las serpientes dudaron un
segundo en hacerlo, pero pronto ellas mismas fueron tomadas por el descontento de su diosa, y
así iniciaron a devorarla pedazo a pedazo, hasta restar nada más que el recuerdo de su presencia.
Muerta la Medusa, los cuerpos petrificados en piedra pronto se fragmentaron, y por debajo
cayeron los cuerpos de aquellos alguna vez sepultados. Pero el Bastardo no estaba muerto, ya
que apenas si había sido petrificado.
Al notar lo que había acontecido, encontrando los vestigios de la Medusa a su lado,
comprendió que aquella no sólo había vencido al Nigromante, sino también se había suicidado,
en comprender que a él lo había petrificado en piedra.
El Bastardo se sintió de terrible pena, siendo la Medusa la tercera amistad que por él se
había muerto. Es así que decidió que la vida no podría vivirla más con esta maldición encima, y
con una piedra empezó a pegarse sobre el pecho, para abrirse el tórax, y sacar de allí a la llave
que portaba en su corazón.
La piedra filuda hizo bien el trabajo, y pronto el Bastardo tenía el tórax completamente
abierto. Sangraba por borbotones, y con un último intento, se sacó el corazón, donde brillaba
aquella llave que su padre le había incrustado: la palabra solidificada.
Por arte de la nigromancia, el Bastardo seguía vivo, pero no por mucho tiempo. Con los
últimos vestigios de su poder de nigromante, transfirió a su restante vida a la llave hecha de
"phantom slice".
La llave absorbió la vida restante del Bastardo, y como ave marina, cobró vigor y vida,
resplandeciendo el espíritu que aquella palabra solidificada alguna vez fue. Un dragón arcaico
surgió de un eterno sueño.
El espíritu del dragón observó lo acontecido. Se lamentó al ver lo que había sucedido, pues
pocas veces había visto a una sopa de partes corporales, a una medusa, y aun ser con el tórax
abierto, todos reunidos en la cumbre de una montaña. El espíritu no comprendió del todo lo
sucedido, y sin mayor reparo, viajó alto en el cielo, para desaparecerse entre los rincones del
universo.
Es así como termina el recuento de "El Bastardo y la Medusa", quienes no encontraron ni
amor ni amistad en vida, pero que al menos pudieron realizar que existe posibilidad de aquella
compañía. Ahora ya comprende de por qué aquella montaña se llama "El Genocidio".
FIN.
Nota del Autor hacia el Lector:
Esta historia no tiene secuela, al menos, no todavía. Hagamos un trato. Si recibo
suficientes “Likes” en mi Fan Page de Facebook (Paul Andreas Wunderlich), y mensajes en el
muro solicitando a una secuela, podría ser que en un futuro cercano la exista. Todo dependerá de
su deseo, de saber qué pasó con el espíritu arcaico del dragón:
“Phantom slice”.
Espero que se haya gozado de este recuento, que narra lo que ocurrió con el Bastardo y la
Medusa.
Paul Andreas Wunderlich
Material Gratuito:
Ha finalizado de leer al recuento de “El Bastardo y la Medusa”. Espero que le haya
entretenido. Le solicito que por favor deje un comentario, recontando su experiencia con la
novela que acaba de degustar.
Bienvenido sea al mundo de Paul Andreas Wunderlich. En los siguientes blogs le invito a
degustar Lectura Gratuita, donde podrá encontrar una historia que se publica exclusivamente en
línea y de acceso gratuito. Podrá también descargar escritos de modo gratuito. Podrá gozar de
relatos filosóficos y fantásticos, dependiendo de qué blog apele bien a su gusto, y en qué idioma
lo prefiera.
Un cordial saludo,
Paul Andreas Wunderlich
Fortaleza del Mago: Blog donde su publica semanalmente un Recuento de la historia: El
Mago Taciturno. Descargas Gratuitas disponibles.
Existencialismus: Blog de publicaciones filosóficas, donde podrá descargar a 2 cuentos
cortos gratuitamente. Descargas Gratuitas disponibles.
Magician’s Fortress: A blog where a story is told, in a weekly fashion. Visit the site to read
the story: Magician’s Peril. A new episode published every Wednesday.
El Agüero de Venenum Vindicta: Descubra la nueva obra aquí!
Sinopsis:
Un grito profundo, de socorro, embebido en una moribunda escena, corrió por el cielo con
patas peludas de susto mordaz. El Clérigo observa cómo la Hueste de las Tinieblas se despliega,
y tiembla del miedo. Allá, a la distancia, una desgracia venenosa crece con ignominia. Ominosa,
pecadora sensación de intelecto maldecido. Allá, a la proximidad, un espanto espeluznante
amamanta a una maldición.
El Clérigo está dudoso si emergerán vivos de tal afronte. Le reza a dios, pero al parecer,
dios ha sido asesinado por el mal. ¿Qué harán sin él? Fue el veneno, él fue; el que le socavó el
rostro a la pobre creatura. Fue el veneno, el veneno profundo de aquella cosa profanada, el
sacrilegio, la blasfemia. A la distancia una nube coagulada vuela por el cielo, embadurnada en
algo espeso y poco elocuente. Podría decirse que la nube viene contagiada con algo más que un
simple pecado, con algo más que un pensamiento desolado. La Hueste de las Tinieblas marcha al
encuentro de una segura victoria. El cielo tronó una singular vez, explotando una tortuosa
carcajada, del desgraciado que todo esto lo conjeturó con infamia. El Clérigo observa al cielo, en
busca de algún signo de luz: pero toda luz ha sido succionada por la nube espesa, que conquista
el todo lentamente. El religioso siente que algo se inculca en su mente, cobrando una nueva
fuerza y renovado vigor. ¿Podrá sobrevivir la guerra, aquella que invita a la muerte con sumo
ahínco?
SAGA: EL Soliloquio de una Flama Creciente
Libro 1: El Lóbrego Pastor
Sinopsis:
Fuego estremece el paso del viento entre las alturas del cielo, nubes navegan distantes,
pigmentadas con restos de una llama empalidecida. Los ojos de Manchego perforan las fibras del
universo, perdidos mientras su alma grita por recuerdos de sus padres, aquellos que nunca
conoció. En una eterna búsqueda existencial, Manchego intenta encontrarle una explicación a
memorias que no le pertenecen, donde yace la posible respuesta a su pasado.
A través del Imperio Mandrágora una ola gélida trepa de boca en boca mientras rumores de
inestabilidad política tocan puertas y ventanas. Miedo brinca de espalda en espalda con garras
punzantes, ya que tras las montañas, sombras deambulan marchantes y forjan planes de poco
amor. En un pueblo remoto, entretanto, una Finca sufre los efectos de la muerte de su último
amo, y el pueblo entero tambalea a merced de una Alcaldía de reputación negruzca. El peso
sobre los hombros de Manchego lo abate entre verse confrontado por una herencia agobiante,
una infancia marchita, y por su corazón enamorado que lo derrite por un amor silente y de
sonrisa tímida. Los tiempos no pudiesen estar más propicios para turbulentas conspiraciones, y
apenas secretos de una tierra poderosa empiezan a revelarse. El Imperio cursa un sendero
tormentoso, con un pasado violento y amargo. Tan solo el tiempo dirá que será de él.
PRIMER CAPÍTULO DE LA ÉPICA
“El Lóbrego Pastor”.
Capítulo I: Avena Tostada de la Semana Pasada
Rufus lo despertó con un lamido. El lamido, embalsamado con abundantes cariños y
amores, corrió húmedamente sobre su rostro, acariciando así sus sentidos, cuales corrieron
mañaneros quiquiriquíes a despertarlo. Lentamente amaneció de los sueños, enmelado con jugos
somnolientos, sus ojos pegados por una densa bruma soñadora.
Pero el despabilar fue muy lento para el gusto de Rufus, quien viendo que su amo
únicamente se revolcaba entre las sabanas, lo lamió una y otra vez con fervor hasta levantarlo.
«¡Ya voy chico! ¡Ya voy! ¡Ya … ya! ¡Suficientes lamidos!», gritó el patojo mal peinado y
levemente malhumorado al ser convocado a tan rústica la forma. Con desdén limpió la baba de
su rostro con la manga de sus pijamas, y aun de mala gana, se dispuso a empezar un nuevo día.
Un maravilloso nuevo día. Porque todos los días son bellos, siempre y cuando se disponga del
ánimo para reconocerlo.
Rápido cobró consciencia. Que levantarse temprano, aunque con sus ventajas, nunca había
sido de sus placeres. Consciente de lo que porvenir estaba, velozmente se despojó de las pijamas,
acelerando el paso al ver que por las ventanas ya perforaba signo de luz navegante; signo
ominoso del amanecer en curso.
Vistió su pantalón café oscuro de telares suaves, sus botines de cuero negro, su camisón de
lana, y su clásico y adorado chaleco de piel de lama, y salió en apuros de la estancia, temiendo
no llegar a ver el amanecer, cosa que sería desastrosa.
Ver el amanecer era como tomar la taza de café por la mañana para su abuela: justo y
necesario. Rufus salió corriendo detrás de su amo, ladrando y saltando de la felicidad absoluta,
pese a que seguía la misma rutina diaria, para el canino, parecía ser siempre la última y la
primera vez de hacerlo.
El gélido viento mañanero envolvió a su piel aun tierna, recién sacada de las sábanas,
mientras el rocío fresco entre la grama humedeció sus botines. Las ramas de los árboles botaron
una que otra gota, y apenas si los pajarillos afinaban sus cantos matutinos.
Llegó al Observador, seguido por el canino fiel, y sus cuatro ovejas. Las ovejas rápido se
dispersaron sabiendo que habían arribado a ese sitio espiritual en la Finca, el Observador.
Luego de años de estar viniendo, al mismo sitio y a la misma hora, sabían ya muy bien
que a su pastor le encantaba hacerlo. Quizá no advertían la importancia que tal ritual guardaba
para su amo. Sin embargo, bien que gozaban del rocío sobre el pasto, el viento gélido, y una
buena palmada de luz mañanera.
De alguna forma el pastor arribaba siempre y justo cuando los rayos partían desde el borde
de las montaña, cortando nubes y vientos, justo durante el cabalístico risueño del despegar del
sol, justo en el momento dramático cuando la flamante esfera emergía imperante. La experiencia
tras los años le había enseñado a leer el cielo a la perfección para saber las horas del día.
El pastor sabía que este sitio era el mejor de toda la Finca para ver el alba, por algo
llamado el Observador. No había mejor. Ni en las Fincas adyacentes había un punto tan especial
para apreciar un amanecer.
Desde este punto en específico la luz viajaba sin interrupción por el espacio, a pegar
divinamente en la pequeña colina de gramas verdes peinadas por el viento, sobre pinos altos
aflechados apuntando al cielo. Eso es porque el sol sale justo entre una llanura existente entre las
colinas que cubren el despertar del sol. Cosa más bella no podría existir.
Sentado sobre sus pompas, cruzó sus brazos para mitigar el frío, provocado por un viento
congelado arrastrado desde el norte, que se arrimaba sobre su cuerpo como una friolenta
serpiente.
Su espalda, la recostó contra del Gran Pino, tan cómodo, tan a gusto. El árbol sabio y
vivido parecía agradecer la presencia del pastor feliz al acomodarlo bajo sus ramas. Las ramas
empujadas por el viento parecían abrazar al pastorcito que se recostaba contra su lomo. El Gran
Pino amando al pastor que lo amaba en torno, y juntos, aunque el Gran Pino siendo árbol, y el
pastorcito, pastor, manaban en silencio apreciando la textura de pasteles magnolia y celestes
pulverizados que lentamente se derramaban entre el cielo.
Sus ojos café claro viajaron por el cielo como el azor de cafés plumas que divaga en feliz
vuelo. Sus pupilas perforaron el espacio en dos punzantes y conscientes túneles negros. Y su
sonrisa, una melódica transfusión al viento que con su ritmo, de paso en paso, guiaba los
pentagramas del amanecer con la batuta de su luminiscencia.
Faltarían minutos para ese momento. Para esa fusión de cielos pasteles y flamantes
pensamientos, en donde, el sol saldría de su alcoba al mundo. Ese momento de euforia entre los
cielos donde el bramido explosivo del sol derramaría sus aguas de líquido hirviente sobre la
tierra a mancharla de luz angelical. Alba que su alma deseaba y gozaba en elixir existencial, día
tras día, jamás por cansarse de verlo.
Se sintió tan relajado que se dejó llevar por las notas del viento, y como parte del corchete
de negras notas, cerró los ojos, y recordó en armonía junto con el viento: memoró pasadas veces
de pacífico encanto en el Observador. Se recordó. Sus memorias tan frescas y lúcidas que
parecieron tornarse tangibles y reales:
La memoria se extrapoló de su mente a flotar entre el cielo, dirigiéndose hacia una nube
gigante, como si fuese una flecha de voluntad propia. Juntas se acumularon en blancas mantas y
dulces algodones.
La memoria aflote le recordaba a colores naranja matutino, parecidos al sabor mandarina y
al aroma de pétalos ave del paraíso. La memoria misma se fusionó con la teutónica nube, y
pesada, divagó flotante en lo alto del ojo de su mente. En la memoria fusionada con la nube logró
verse apreciando el horizonte en verde, azul pavo, y capa de hielo pintando el cielo en velo
congelado. La imagen pronto se desvaneció al abrir sus ojos y volver a apreciar la textura del
mundo.
El viento sopló sobre su alma, y su alma como si fuese hecha de espigas se meció de lado a
lado, como navío lo haría sobre mares salobres y oleados. Su alma pareció dejarse ser acarreada
con el viento, a restar en el cielo, como campo de trigo que es soplado por el mismo. Su alma,
como las espigas de un trigal, las sentía ausentes de su cuerpo, como un oasis flotante sobre el
cielo, volando con alas largas y blancas, abstraído por completo de sí mismo, que aunque espigas
separadas y únicas son, cada una seguía perteneciendo al mismo trigal, que en conjunto,
formaban parte esencial de su elixir.
Las espigas de su alma se fusionaron, y su mente tomó consciencia, y cesó de volar,
cayendo de aquel pensamiento hacia el suelo de la conciencia. Sintió el estómago entre la boca
por la caída del cielo, y se sintió vivo, alerta, pero al mismo tiempo, somnoliento y tierno, en paz
tan posible como el agua cristalina. Respiró profundo llenando sus pulmones de vitalidad, y
durante la espiración abrió los ojos, quedando absorto por lo que vio:
El durazno del alba manchaba la cúpula del cielo, mientras se extendían los dedos de luz
naranja, cuales perdían su tono original y potente, dejando trazos de sus colores alterados al ser
refractados por cristales de agua, lanzando cohetes de luz tierna rosácea y malva al infinito.
Admiró tales colores como si estuviesen trazados sobre un canvas, un fresco artístico y
pintoresco, hecho por las manos de los dioses mismos, pintando activamente con un pincel
invisible. Adoraba el fenómeno luminiscente de los amaneceres. Sobre sus pompas, se
reacomodó, intentando enfocar mejor la luz que se transfiguraba entre una nube.
Su mirada no dejó al cielo reposar un segundo, sus ojos devorando toda vista posible. Amó
a las nubes, y amó a los vientos, se imaginó a las nubes mismas como si fuesen ovejas salvajes,
viajando hacia algún sitio, en busca del pasto fértil y casto.
Gramitas a su lado, mientras tanto, comía del pasto como si con hambruna, con sus dientes
arrancando raíces y masticándola con la boca abierta, con media grama de fuera. Rufus no estaba
por encontrarse, pero de seguro estaría dormido entre los arbustos, cuales, por alguna razón
extraña producían placer somnoliento al canino. Bruno comía por otro lado, y Macizo perseguía
a una mariposa verde, quizás creyendo que era la grama volante quien no cedía a la fuerza de su
estómago.
El joven Pastor suspiró. Estiró sus brazos al cielo, y añoró una taza de café recién molido,
hervido entre la olla de hierro, colado a la taza, para luego ser degustado con leche recién
ordeñada de Mumu, la vaca de la Finca. El deseo le brindó a su mente el exquisito aroma a café.
Se sintió despejado. Su mente una ola de mar en un viaje a alguna playa blanca distante. Se
sintió levitado, en éxtasis, aliviado. Sus penas una vaga memoria. Su existencia una idea casi
imposible de tocar. Respiró y admitió estar tan vivo como el resto del mundo que le rodea. Sintió
la energía del pulsátil viento. Estiró sus brazos y bostezó somnoliento, quedando en su ser ese
tierno sentirse jugoso con sueños. Parpadeó un par de veces, y saboreó el gélido viento entre su
boca y sobre su lengua.
De la masa de vida rodeándole, de los cielos celestes y astros inertes, de las hebras de nube
y cultivos de trigo, una libélula vaga en vaga expresión se introdujo entre las corrientes del
viento que soplaban al norte.
Estas llevaron al insecto a cercana proximidad con el joven pastor, quien sentado sobre sus
pompas, apreciaba el resplandor del cielo en alba. Su vista se distrajo del cielo, y se concentró en
el insecto. Lo persiguió con su mirada, atento, intrigado, amando su naturaleza, por alguna
extraña razón que no comprendió.
El insecto de color verde metálico y azul purpúrea, de ojos abombados en burbuja de agua,
alas de membrana en tul morado con brillo de iris en arco, por fin logró descansar sobre una
rama de un árbol con muchas ramas en forma de flecha.
Rama e insecto se mecieron al unísono, y las gotas del rocío cayeron rítmicamente al suelo.
La mirada del joven pastor contuvo al insecto, admirando el dragoncillo volador y su perfecta
forma lanceolada. Sus alas que angelicales se extendían galantes y aperladas, por donde
mágicamente la luz se quebraba en un espectro de azules y naranjas.
Pero pronto algo cautivó la atención del joven Pastor, y curioso, volteó a ver, para
sorprenderse al ver una detonación silenciosa entre el cielo, que disparó una saeta de luz intensa
que perforó el espacio y al infinito.
El joven Pastor sintió la luz sobre su rostro como si escuchase el reventar de una ola sobre
el mar. Encandilado por la luz potente, rápido elevó su mano a cubrir sus ojos. El movimiento
asustó a la libélula, por su puesto, cual viajó con los vientos al norte, en busca de alimento y
hospedaje. Pero poco le importó, ya que estaba a punto de presenciar un momento de oro…
Entre los dedos del pastor, las luces naranjas se filtraron a pegar sobre su rostro sonriente,
y la pulpa de la naranja luz se derramó sobre sus dedos, sobre su brazo, sobre su cuerpo, y sobre
sus piernas, hasta quedar por completo cubierto por la luz del amanecer, tal como si le hubiesen
decantado un vaso lleno de jugo de naranja sobre su cuerpo. El joven envuelto en cáscaras
naranja sonreía al cielo, pasmado y sobrecogido por el fenómeno natural de luz del albor.
Recostado contra el Gran Pino, se sintió exaltado, en euforia. Sus pompas ya iniciaban a
quejarse de tanto tiempo de estar prensadas bajo su peso, pero no le importaba tanto, al menos,
aun no. El fenómeno de luz natural estaba siendo degustado en su exquisito color y fluidez. Las
nubes manchaban sus faldas blancas en tinturas acuarelas. La visión era demasiada bella como
para quitarle un ojo por tan solo siquiera un segundo.
Gramitas habló en su idioma inentendible, con un estrepitante «Beeeeee-e-e-eeeee-e
Beeeeee-e-e-e-eee-ee» anunciando la llegada del rey de los cielos: el sol flamante. Tantos años
juntos, el joven pastor había llegado a desarrollar una relación íntima con sus ovejas. No
comprendía del todo los graznidos de las ovejas, pero sabía cuándo los hacían y por cuales
razones.
De las cuatro ovejas que adueñaban, únicamente una sobresalía por su mente astuta y
veloz, Gramitas. Ella había aprendido a comprender, en parte, el significado de los amaneceres
para su pastor. Y quien sabe, quizás y a lo mejor habría ya desarrollado un gusto por el fenómeno
luminiscente.
Las otras tres, Bruno y Macizo se la pasaban peleando, siendo las más jóvenes, y machos,
en pleno juego el día entero. Pancha, la única oveja hembra, pero ya aviejada por los años en
paso ligero, se aislaba más de lo usual del grupo, en busca de los pastos despejados y el silencio,
quizá filosofando de la vida, apreciando diversas cosas que los más jóvenes suelen despreciar.
La vieja oveja de Pancha, perdía su vista en el horizonte por largas horas, viendo en el
reflejo de los cielos su pasado en una tira de tiempo extendida. El joven pastor nunca cesaba de
lanzarle miradas tiernas a Pancha, siempre intentando quedar bien con ella, lisonjeando y
condescendiendo más de lo usual que con las otras ovejas. Pero ella, simplemente perdía su vista
y ausentaba el gesto de amabilidad de su pastor.
El sol ya se elevaba a su diario labor de iluminar la tierra, y las alfombras de su luz
iluminaron al mundo. El orbe de luz amarilla intensa dejó pensando al pastor en los frutos de un
nuevo día de trabajo laborioso.
Trabajo de buen usufructo ya que estaba aprendiendo las formas de un finquero, pero a
expensas de un alto costo: su tiempo libre para jugar. Su abuela insistía que trabajase aunque
fuese a medio tiempo con Tomasa, la mucama y única trabajadora restante de la Finca, para agarrar la buena mano y la mera maña- y así lograr aprender a realizar las tareas de un Finquero.
Tomasa no era ninguna finquera. Ella era explícitamente la mucama de la estancia, con la
responsabilidad de hacer el de adentro, cocinar, y limpiar. Pero en vista que hubo una
convocatoria de guerra hace ya casi cuatro meses, la mayor parte de los trabajadores tuvo que
irse por obligación y deber a su Imperio.
Ahora ella había tomado la tarea de cultivar los campos y el resto de labores por hacer en
la finca a diario, cosa laboriosa y de poca afabilidad. El joven pastor, no acostumbrado a tales
penas, tuvo que acelerar el paso y aprender viendo a Tomasa hacerlo y a el puro dolor de tener
que repetirlo.
Pero ni modo. La vida no es un dulce, al menos no para la gran mayoría. Y aunque en
apenas sus trece años de vida, ya le estaba imponiendo un alto precio por pagar. Pero cuando la
necesidad llama, hay que responder con tenaz fuerza, y sostener por cuanto tiempo sea necesario
la potencia. Que como el buen dicho dice, solo hay un camino hacia el tope, y es trabajando
duro; no hay atajos, no hay secretos: se trata de ser persistente.
Pero Manchego no era alguien que se da por vencido. No, no, eso jamás. Eso era
inconcebible tras la filosofía de su diario vivir. Darse por vencido era para los de débil mente.
Pero el simple hecho de no poder jugar tanto como antes lo hizo con su mejor amiga, Luchy, le
resultaba algo intolerable y aborrecedor, cual le hacía en serio dudar si deseaba laborar tan largas
horas. La real pregunta era entonces, ¿tenía voz y voto a la hora de tomar esa decisión?
Su abuela le aconsejaba trabajar, y no le quedaba otra más que responder
complacientemente. De igual modo, él era el único y último heredero de la Finca. Si él no
aprendía las forma de manejar la Finca, ¿quién entonces lo haría? No había nadie más. Era él, o
por siempre el perecer del renombre de la Finca el Santo Comentario, que ya de por si estaba en
decadencia desde hace catorce años, cuando Eromes trágicamente murió.
«¡¡Beeee-e-e-e-e! Beeee-e-e-e-e!!», exclamó Gramitas, exigiendo a su amo un masaje. El
joven pastor acarició a Gramitas justo por detrás de las orejas, y la oveja cerró los ojos en
complacencia.
La lana acolochada de la oveja estaba tiesa y sucia. Supo que debía de bañarlas, otra vez.
La piel por debajo del pelaje se sentía áspera. Luego de varios minutos de acariciar a Gramitas,
sintió la urgencia de levantarse. Las piernas lo estaban matando con hormigueos.
Se levantó, apoyando su brazo sobre la grama y empujando su cuerpo hasta estar de pie.
Limpió la gramilla pegada en sus pompas, y achinados sus ojos, pegó el bostezo más grande que
pudo.
Su rostro se deformó en una gigante caverna. Tragó aire por el millar, y sus brazos los tiró
hacia atrás de su cuerpo, estirando los huesos del tórax, y llevando al límite las articulaciones de
sus brazos. Se sintió aguado y fláccido, con ganas de arrojarse entre las sabanas de su cama. Pero
no. Nunca lo haría. Nunca cambiaría a la cálida sabana por la vista de un amanecer.
El gallo tuvo que haber cantado hace momentos, pensó, mientras el sol finalizaba de salirse
de la pijama de las montañas, pero el gallo estaba muerto. Se murió de fiebres inexplicables, y
quedó tan solo la gallina de Chichona. Ella no cantaba el poema del amanecer. Ella era experta
en poner huevos. Y comprar a otro gallo estaba fuera de su capacidad económica. No había
dinero para otro gallo. No había dinero para muchas otras cosas tampoco.
Pero el dinero vendría con el tiempo, le decía su abuela. El dinero fluye como los vientos
sobre los mares, y los mares sobre los valles, y los valles entre los ojos, y los ojos contra la luz, y
la luz contra el cielo, y el cielo con el alma, y el alma con los dioses. De eso no había que
preocuparse, decía ella.
Pero Manchego a veces la miraba preocupada, perdida entre sus memorias, como si pasase
penas. Pero no penas recientes de las cuales uno habla y expresa con el cuerpo y el ceño. Estas
parecían estar empolvadas con el tiempo, e ida, a veces se perdía recordando, su lanzada vista
perforando el horizonte y perdida con las nubes, pensando, recordando, reviviendo una memoria
desabrida y reseca, cuyos colores han demacrado y olores apagado. Quizá veía ya tan solo una
tira de imágenes opacas, que se degustan más por recordarse del recuerdo en sentimiento, y no
del sentimiento mismo que se siente de recordarse de la memoria intacta.
Escuchó su nombre a la distancia. Pensó que le llamaban. Una vez, tras otra, escuchaba su
nombre en vagas ondas sugestivas. Hasta que por fin hubo una definitiva, «¡¡Manchego!! ¡¡¡Ya
está el desayuno!!!», al mismo tiempo escuchó la campana resonar.
Hora de degustar huevitos y avena tostada de la semanas pasada. No logró pensar en una
combinación más aburrida. ¿Pero qué más queda cuando no hay opciones? La avena de la
cosecha reciente se había perdido, y no por la mala tierra, sino por la mala mano. Tomasa no
estaba experimentada lo suficiente como para cosechar en su momento la avena, y Manchego,
aun menos. Pero el estómago le estaba crujiendo. Debía de comer e iniciar la labor del día.
Manchego tomó su bastón, e inició a reclutar a su pequeña camada de ovejas. Bruno y
Macizo obedecieron rápido, cesando de jugar a heroicas lanas. Gramitas no tardó en tomar el
poder de la camada de ovejas e iniciar el retorno con la barbilla en alto. Pero Pancha permaneció
indómita, perdida entre la visión del amanecer.
Detestaba tener que recurrir al canino para obligarla a regresar. Él no era un pastor para
andar agrediendo a los animales. Él creía firmemente en el alma del universo, y las ovejas son
parte del universo, compuestas por la misma materia del mundo. Ellas compartían el alma del
universo con el resto de seres que viven y luces que guían. No, él no era de agredir a sus
animales. Pero Pancha simplemente no hacía caso a sus órdenes, y se vio obligado a pegarle el
chiflido, como todos los días.
De inmediato Rufus salió de entre el matorral, lleno de espinas y ramillas quebradas y
hojas muertas entre su cabellera. El perro anciano respondió con vigor, ladrando a quejido
estrepitante, a dar a conocer su llegada imponente, aunque imponente no lo fue.
Rufus supo que debía de jalarse a Pancha. Trotó a ladridos oxidados hacia la oveja anciana,
quien al ver al canino, se incomodó de su mera presencia. Petulante inició el retroceso hacia el
establo, ignorando por completo a Rufus. El perro se sintió insultado ante el gesto agresivo. Pero
no le importó. Pancha así es. Depresiva.
Manchego suspiró, afectado por no lograr controlar a la anciana oveja. No sabía qué hacer
con ella. Rufus la miraba con ternura. Encerrarla y no dejarla salir a comer el pasto era
demasiado cruel de idea. Dejarla en las afueras era pésima idea, porque pronto un perro silvestre
la tendría entre su mandíbula. No, la solución no era cruenta. La solución era entendimiento.
Debía de comprender a Pancha. Los ancianos tienen caprichos como los niños, y hay que
saberlos llevar, como corcho sobre las olas.
Le encantaría que fuese tan obediente como las demás. Pero las comparaciones son
tediosas, y quien sabe las razones por las cuales Pancha se perdía entre las nubes. ¿Qué posible
memoria podría guardar en su mente? ¿O es únicamente que ya de anciana encontraba sentido en
las figuras del viento?
«¡¡Manchego!! ¡¡Mancheguito!! ¡¡Ya está el desayunooo!!», gritó su abuela
concomitantemente con la campana, anunciando el matutino nutriente y su presta disponibilidad.
Manchego sonrió al pensar en su abuelita cocinando en sus pijamas de lana de oveja. A la
distancia creyó olfatear el olor a yema de huevo quemada y el innegable y exquisito olor de la
avena recién tostada.
Eso es, avena de la semana pasada, ¡recién tostada! La sonrisa de su rostro tomó posesión
de cada y una de sus expresiones, y no contuvo una pequeña risa. Amando al viento y a la
naturaleza, caminó a casa con el bastón en mano, canino saltando a su lado en felicidad, y cuatro
ovejas andando como nubes diminutas sobre la tierra.
Pasada la matutina hora del amanecer, Tomasa había llegado a la cocina para preparar la
fruta de Lulita, y a encender la madera para preparar el desayuno de Manchego. Las brasas se
dejarían para más tarde, ya que servirían para incinerar nueva madera para el almuerzo y luego
para la cena.
Pero desde hace mucho tiempo que Tomasa ya no prepara el desayuno de Manchego.
Ahora lo hace Lulita. Tomasa ha estado muy atareada como para andar haciendo desayunos,
entonces Lulita prestaba la mano para hacer las comidas y lavar los platos.
El freír de huevitos fue la invasora sensación que tuvo al entrar a la estancia. Se sentó en su
puesto, y arregló los cubiertos colocados a medias. Pegó un sorbo al jugo de naranja exprimido
por Tomasa, y esperó a su desayuno. Rufus sacaba y metía su lengua, en rítmica armonía,
esperando su ración de comida.
Lulita meneaba el sartén, la paleta de madera raspando la superficie metálica para arrancar
esos pedazos pegados. Lentamente un aroma a quemado invadió la cocina, y se escuchó la voz
de Lulita, «¡Por los dioses! ¡No otra vez! ¡Ay no, pero que molesto es cocinar con esta Tomasa
que pone la brasa a potencia solar!»
Con un trapo húmedo, Lulita sujetó la oreja de la olla hirviendo café, y vertió su contenido
al colador. Sirvió en una taza el producto colado. Y caminando hacia Manchego, sirvió los
huevitos aplastados sobre su plato, y colocó la taza de café al lado. Sujetó un segundo sartén del
fuego, y vertió una porción de fríjol molido. La avena de la semana la sacó del horno, y la dejó
caer en la panera, soltando migajas sobre la mesa.
Manchego rápido cogió los cubiertos, deglutiendo enérgicamente el desayuno. Aunque
quizás temático el hecho de comer huevitos aplastados todos los días, ¡pero por los dioses que
eran buenos! Lulita sabía darle cariño a su cocina. Ese amor tierno que se infunde entre las cosas.
Ese amor sobre las cosas que las hace ser tan afables como el amor mismo.
Lulita empezó con el sermón, tal cual le daba y repetía todos los días, poco evidente de su
nefasta obsesión, «No mijito, tu eres el próximo heredero de esta Finca El Santo Comentario. Y
tenemos que tenerte bien nutridito, para que cuando sea la hora de la hora, logres hacer lo
necesario para hacer con esta Finca lo que tu abuelo hizo, que en paz descanse.»
Lulita pareció perder su vista en el horizonte, y luego agregó, «… ¡y Buen provecho! ¡Y
buen crecimiento! Te felicito mijito, estás haciendo las cosas como se deben. ¡Arriba el ánimo!
¿Verdad que si Rufus?» El canino soltó el jovial ladrido en asentimiento.
Lulita siguió hablando mientras Manchego comía, «Corren rumores por el pueblo que la
batalla en la frontera cesa. Muchos dicen que pronto los hijos de San San-Tera regresarán a sus
casas. Eso quiere decir, mijito, que pronto los trabajadores estarán aquí de regreso y los días de
trabajo arduo finalizarán por fin. Tu podrás regresar a la escuela y podríamos iniciar a buscar
algún finquero para que te tome cómo pupilo. Pero mientras permanezcan los tiempos así,
debemos de ayudarnos a sacar el trabajo de la Finca.»
Lulita pegó un mordisco a una su manzana, y luego de haber tragado y limpiado la orilla de
su boca prosiguió, «Ya cuatro meses sin trabajadores es demasiado. Es inhumano para una
criatura de tan solo trece primaveras tener que trabajar como esclavo. No es normal, y nunca
debería de serlo. Estoy totalmente en contra de explotar a los niños. ¿Pero qué otra tenemos?
Eres tu mijito y Tomasa, los demás andan en plena lucha. Mira que muchas de las Fincas del
complejo están igual. Jodidas con esto de los trabajadores yéndose a luchar a las fronteras.
Sangre derramada por gusto. Ay no, que desgaste tan innecesario.»
Manchego ya había escuchado tales rumores, pero de la boca de su mejor amiga, Luchy.
Ella, por alguna razón, siempre se enteraba de todo lo que pasaba en el pueblo y en el complejo
de Fincas.
Quizás era porque su madre, Vilma, se juntaba dos veces por semana con las ‹chicas de la
clase› a un cuchubal. Ahí intercambiaban chisme y noticia, tergiversaban cada rumor a modo de
redistribuir la falsedad por doquier. Y Luchy, creyéndose adulta, participaba en los cuchubales y
degustaba el té como señorita.
Tomó un pedazo de avena tostada de la panera, y se impresionó al sentirla tan tiesa como
la madera. Cosa rara, ya que usualmente cuando la mordía, esta se disolvía en un polvo
desagradable, restando en una masa inerte y desabrida. Comió la avena tostada, empujando el
frijol contra su tenedor, mascando la combinación excéntrica.
Lo bueno de ser amigo cercano a Luchy, pensó, es que se enteraba de prácticamente todo
lo que pasaba en San San-Tera y un poco de lo que pasaba alrededor del Imperio. Los chismes
eran por lo general aburridos y de gente que no conocía y que probablemente nunca conocería.
Eran irrelevantes para él. Aunque, en algunas ocasiones se mencionaban nombres grandes como
el de Leor Buvarzo y Morgan Gramandam, en especial al veterano Leandro, el General del
Ejercito Imperial.
Amaba a Luchy. La amaba por lo que representa en su vida: amistad incondicional. Le
parecía sensacional como persona, y guapa también. Pero no le gustaba, no, jamás. Ella es solo
una amiga. Nunca podría verla como algo más. ¿Igual para qué? Las relaciones son para los
adultos. Es cosa complicada y enredada. En fin, eran amigos, y eso es lo que importa.
«Dicen que por fin van a llegar en un acuerdo en esto de la guerra en las fronteras. Espero
que sea cierto, porque cada año nos vienen baboseando que por fin han llegado a un acuerdo en
quien tiene sus límites donde. Nunca falta el idiota que quiere más y más y nunca se satisface.
Ay no, problemas. Mejor termina tu desayuno mijito. Ya no escuches a esta viejita que siento
que pierdo mis cabales. ¿Quieres otro huevito?»
La mención de huevito hizo recordar a Manchego de la gallina de la Finca. La última
gallina. Desde hace tiempos que todas habían iniciado a perecer. Quizás por mal alimento o
alguna enfermedad. La Chichona era la única restante, resistente al ataque de la muerte que
sobrevino a las gallinas. «No gracias abuela.»
«Muy bien. Pero no vengas después diciendo que quedaste con hambre. Sabes, dicen que
Doña Paca anda reventando las recetas en su cocina. Parece ser que ha llegado a un nivel
superior culinario. Vamos a ir hoy con las chicas a ver que compramos. La pasada vez traje
chuchitos de pollo y de res. Estaban magníficos. A ver qué delicias nos encontramos hoy.»
Lulita recogió el plato de Manchego y lo llevó al lava trastos. Remojó los platos en agua y
los dejó a un lado, para que Tomasa, más tarde, los lavara y guardara en su lugar. En la taza de
café ya servida, Lulita le agregó las dos cucharadas de miel que le gustaban al pastorcito, y lo
mezcló con una cucharilla. Manchego probó el cafecito, y sus ojos en complacencia dieron a
entender a Lulita que el café estaba aprobado.
«Corre la bola que el Alcalde anda con otra mujer. Dicen que es tan fea como una bruja.
¡Ja! Las cosas que complace al pueblo y sus deseos por escuchar algo superior a sus vidas. Es
impresionante lo que entretiene a la voz del pueblo: el puro chirmol. Quizás solo sea por crear
controversia. Pero dicen por ahí que tiene una terrible fama de ligera y que andan de arriba hacia
abajo. Que salen de la casa del Alcalde entre noches por las calles a quien sabe ni que secreto
sitio. Bien tú sabes Mancheguito que el Alcalde, Feliel, no tiene mucha popularidad con el
pueblo. Por mentiroso fue elegido por aquellos creyentes en sus falacias. Y ahora mira como
tiene de mal regulado el mercado de la canasta básica para aquellas personas de escasos recursos.
Y los pobres vendedores se ven obligados a regular los precios. Si no, te cierran la tienda, o
quizás y amanezcas muerto por el desagüe o los sumideros. Ay no, las cosas que pasan estos
días. No es la mano del Alcalde que necesita el pueblo, ni su piedad, ni su entendimiento. Es su
ausencia. ¡Lo que hace falta es trabajo! ¡Todos deberían de trabajar! ¡Mira a esos mendigos que
merodean el pueblo por las noches! ¡Destructores y usurpadores son! A ellos deberían de
sancionarlos. Ay no, las cosas que pasan… como cambian las cosas…»
Lulita perdió su mirada entre la vista del amanecer. Sus ojos flotando entre las nubes y el
color naranja de sus faldas. Su mirada parecía hablar una historia larga y profunda, y por un
instante creyó haber un dolor tangible, simbólico, y definitorio de su vida actual. Pero Manchego
no logró ponerle un dedo a aquella sensación, y meramente contuvo el pensamiento entre la caja
de dudas que llevaba del pasado de su abuela, del cual, hablaba poco. «Mijito lindo. Mira que el
sol no demora en su alce al cielo, mientras que nosotros sí. El tiempo avanza y hay mucho por
hacer. No demores mucho. Bien sabes que la pobre de Tomasa sufre cada vez que te ausentas.
¿Quieres más cafecito?»
Manchego aceptó la oferta. Otra tacita de café no le caería mal. De igual modo, necesitaba
las energías para el trabajo de hoy. Los últimos días habían sido extremadamente calurosos, y ya
una vez y por poco se desmaya a media jornada.
Manchego topó con sus ojos el fondo de la taza. Entusiasmado por un nuevo día, se
levantó y llevó su taza al lava trastos. Con el pashte restregó la suciedad, y los puso a secar sobre
el trapo seco. Caminó hacia su abuela, y le pegó un besito tierno en el cachete, «¡Gracias por
todo abuela! ¡Estuvo delis!»
«Ay mijito, tan lindo que eres. Como me gusta que ayudes. Como me gusta. Eres un
reflejo tan autentico de tu abuelo. Me encanta sentir que estás participando en elevar nuestra
Finca. Ay no, las cosas que pasan … las cosas que pasan … Yo te mando tu limonada con azúcar
al medio día y tus champurradas con arequipe. A trabajar pues mijito. ¡Suerte en tu día y nos
vemos para la cena!»
«¿No vas a estar para el almuerzo abuelita?»
«No hombre, hoy no vamos a poder almorzar juntos mijito. Tengo reunión con las viejas
vecinas. Vamos a ir a casa de Doña Paca a ver que compramos. Pero para la cena prometo traer
algo delicioso. ¡Adiós!»
El joven pastor salió de la estancia, seguido por Rufus, quien a su lado ladraba de la
felicidad. Caminó hacia en donde seguramente encontraría a Tomasa trabajando las tierras.
Tomasa maniobraba la pala como caballero la espada. Vez tras vez, cada palazo cavaba un
agujero profundo en la tierra. El aire mismo parecía temblar tras cada golpe. Su fuerza era
incomparable. Su tamaño, incalculable. Su piel de indígena de las tierras de Devnóngaron
brillaba el potente tueste de sus pieles nativas, un color café acaramelado, grácil, poético en su
color, único, que con la larga y duradera exposición al sol, relevaba el tueste del horno en
potentes cafés. Su apodo lo había adquirido no más inició su labor en la Finca, El Oso. Los
trabajadores le temían a Tomasa, que de carácter fuerte, y aunque cocinera, era la mano derecha
de Lulita.
Tomasa había conocido a Eromes, antes de su muerte, y le había servido fielmente hasta su
perecer. Ella era una de las pocas que logró conocer bien al finquero famoso. Ella era una de los
pocos trabajadores de la Finca que llevaba ese orgullo entre sus manos: haber servido bajo el
mandato de Eromes. Y con esa memoria motivaba sus días. Especialmente al ver al joven pastor
crecer, quien era una imagen en espejo, aunque diminuta, de lo que fue su abuelo.
Desde que tenía el pañal puesto conoció a Manchego. Ella le cambiaba los trapos cuando
los manchaba de heces. Ella de daba la pacha, le daba el agüita, las verduras cocidas, le hacía
puré las manzanas y se las daba con cucharita. Ella vio crecer a Manchego. Ella ayudó a crecerlo,
y en parte, a criarlo. Ella fue quien ponía el límite a las travesuras de Manchego, y aun hoy lo
hacía con imponencia. Con permiso de Lulita para corregir a Manchego, este le temía más que a
Lulita. Tomasa era cosa seria. Una trabajadora excelsa.
Incluso, leyenda corría por el complejo de Fincas, El Granjero ElquepeK´Baj, que Tomasa
había matado a una manada de perros silvestres con sus propias manos. Que con sus manos de
oso había roto el cuello de cada lobo, y que incluso, se había comido el corazón de uno mientras
aun latía. Y ciertamente, si algo impresionaba de sobremanera de Tomasa, eran sus manos de
león. Poderosas como la mordedura de un dragón, ásperas con callos y la cáscara gruesa de años
de trabajo arduo y manos en fuego. Cada dedo era del grueso de una zanahoria. Tomasa bien
podría ser un Brutal Fark-Amon de Omen, y de seguro, sería la guerrillera más capaz de todos,
con la capacidad de descuartizar un cráneo entre sus manos como una nuez.
Manchego sentía que trataba con un general de guerra cada vez que le hablaba. Su voz era
comandante, su mirada penetraba piedras. A ella era imposible mentirle. Su ojo raptaba falsedad
en sus expresiones y rápido le succionaba las verdades, «¿¡Porque es›q ha venide tarde po!? ¡Ash
hombre! ¡Que no mire que disciplin›e es lo que necesite este munde hombre! ¡Ash! ¡A trabajar
po que la tarde camin›e y usted no hombre! ¡Ash! ¡Ash!»
Manchego estaba paralizado, recibiendo las palabras comandantes de Tomasa. Temiendo
ver esa bofetada que nunca llegó a cruzar su cara. «¡A trabajar po! ¡Ash! ¡No se qued›e parad›e
ahi po! ¡Ash! ¡Pataje!» Al recibir las ordenes de trabajo, rápido tomo la pala y piocha, e inicio a
trabajar las tierras sin preguntar y sin dudar.
La mañana transcurrió pesada, y con cada segundo el sol aumentaba su capacidad para ser
molesto. Casi al centro del cielo, sus lanzas fuego penetraban la piel de Manchego con calores
intensos. Rápido el sudor respondía, a expensas de sentirse pegajoso y saturado por humedad.
No había forma de sacudirse los rayos de luz, ni por movimiento veloz ni por aguas sobre
el cuerpo, y pesado se sentía el ambiente con vapores humedeciendo su nariz y sofocando sus
pulmones. Cientos de veces corrió su camisón sobre su rostro para limpiarse del sudor.
Pasados los momentos bajo tal sofocación sus movimientos se tornaron letárgicos con el
calor. Su mente se hizo lenta y humedecida como el ambiente, como si su cerebro estuviese
relajándose en la sopa de su pensar. El sopor era insoportable. No lograba coordinar sus
actividades.
Deseaba pensar en algo, pero simplemente los pensamientos no arribaban a tiempo, y se
perdía el momento para hacerlo. O quizás, arribaba el pensamiento a medias, y se quedaba
confuso, esperando esa otra mitad que nunca llegaba. Lo único que miraba y comprendía era a
Tomasa dándole órdenes. Escuchaba a Tomasa gritarle y decirle que hacer, con el ‹¡Ash!› al final
de cada oración como el graznido de un león enojado.
Escuchaba a Tomasa reprimirlo con regaños, con insultos, y cátedras de cómo se debía de
cultivar. Era una excelente maestra, pero quizás muy rigurosa. Muy fuerte. Se desesperaba muy
rápido. De paciencia escueta.
Habían abarcado vasto campo esa mañana, la gran mayoría hecho por Tomasa misma por
su puesto, que con sus manos de oso, era más eficiente que cinco hombres juntos laborando en
paralelo.
Pero Manchego observaba, y aprendía con sudores y gritos la manera de trabajar la tierra y
cómo hacerlo eficientemente. Quizás Tomasa hacía las cosas rápido y a veces no muy bien. Pero
su velocidad era incomparable.
Lamentablemente se notaba esa ausencia de amor, semanas después, cuando los cultivos se
perdían ante el hecho que no se les dedicaba el tiempo suficiente ni el amor suficiente. Más por
el hecho de carencia de factor humano que por amor mismo, que Manchego seguro estaba que
amor entregaba a sus plantas. Pero con tan solo cuatro manos era imposible. Y ellos no contaban
con el lujo del tiempo. Debían de hacer mucho en la Finca, con pocas horas de luz del día a su
favor. Trabajo más matado no podría existir.
Hacía ya tiempos que no sufría el Imperio una convocatoria masiva como esta, y
claramente, cobraba su precio en la productividad de los agricultores, y quien sabe a quienes más
afectaba la ausencia de trabajadores en sus negocios. Manchego en unos años entraría en su
‹madurez› suficiente para irse a entrenar a la escuela militar y servir al Imperio.
Lulita temía el paso del tiempo por la llegada de ese día, miedo a perder a su único nieto, a
su mijito querido. Y de alguna forma, no lograba ver a Mancheguito, al flaco y escuálido niño,
de estacas piernas y brazos delgados, y tan dulce personalidad, con armaduras de guerra
marchando en régimen militar.
Contrario a eso, Manchego se ilusionaba al ver en el pueblo a los jóvenes en su ‹madurez›
iniciando en la escuela militar, guiada por Félix, el Alguacil del pueblo. Ellos entrenaban el día
entero en las facilidades de la escuela, y aprendían a maniobrar la espada y escudo. Aprendían a
utilizar la lanza y a marchar en grupo.
Era una etapa alegre para los jóvenes, ya que desarrollaban su hombruna, su poderío, y
demostraban a las chiquillas su masculinidad con sus crecientes músculos y patéticas posturas
inmaduras de soldado en creación. Jugaban a las peleas, y al graduarse, algunos se incluían en el
ejército Imperial, mientras otros se quedaban en sus hogares, a seguir los pasos de sus padres.
Pero Manchego sabía que le faltaba tiempo para llegar a su ‹madurez›. Y por lo tanto, no se
preocupaba por eso. Se preocupaba por la Finca.
«¡Apurese po Manchegue!», le gritó Tomasa al verlo perderse entre su mente, cosa que
comúnmente le pasaba a Manchego, «¡Mire que a su abuel’e le voy a decir si no se apure po!
¿¡No ve lo que tanto falte po!? ¡Mire que falta poque pa’ lal’muerce hombre! ¡Apresure po! »
Manchego apretó el paso. Pero el aroma a dalias y lirios invadió su mente, y de inmediato
los motores de su emoción e ilusiones trotaron a galope incinerado. Imágenes corrieron por su
mente, atardeceres en brasas y amaneceres en fuego, y esclarecida entre el centro como el molde
morado y vacío de montaña distante que se rellena mientras uno se acerca, la imagen de Luchy
se hizo tangible como monumento de mármol.
«¡Hola!» Manchego parpadeó, no creyendo la posibilidad de ver a Luchy en ese momento.
Se restregó sus ojos, y volteó a verla con asombro, «Tontito, soy yo. Tu abuelita te manda esto.»
Manchego saboreó de antemano la limonada con azúcar y las champurradas con arequipe.
Tomasa rápido vio el rostro sonrojado de Manchego, y tuvo que intervenir, «¿¡Qué diables
pase aquí po ishtes mocoses imprudentes salvajes!? Mire que el pataje ni›a terminade de
trabajash y ya vosotrs jodiendo la pita pue. ¡Ash! ¡Niñes! ¡¡Niñes!!»
«¡Hola Tomasa!», dijo con su voz cristalina la preciosa de Luchy, y con tierna inocencia
extendió su brazo, en donde su mano sujetaba una vaso, «¡Le traje esto Tomasa! Pensé que tal
vez usted también podría llegar a tener sed, pues veo que el sol abrasa fuerte con sus dedos
fogosos y mente candente. A parte, sé que el trabajo puede ser pesado, entonces, a lo mejor y le
traje algo para que se relaje.»
Tomasa se rompió, y su rostro se desfiguró apenado, «Ay.. Pero ay…», empezó a
tartamudear la Tomasa, vencida por una niña en su adolescencia, «gracies mamita. ¡Que los
dioses le bendiguen!»
El Oso rápido tomó la limonada con azúcar, y se notó en su rostro las facciones de
satisfacción. Algo en el modo de Tomasa hizo darle a entender a los muchachos que El Oso de
Tomasa se había sentido una niña de nuevo. ¿Quizá fue esa sonrisa estrecha en su rostro?
Manchego no pudo evitarlo y rápido estuvo encima del azafate en donde tomó su limonada
y devoró la champurrada con arequipe. «¡Está delis! ?Cabal como me gusta!», dijo con la boca
llena de champurrada media mordida y con migajas decorando sus labios. Luchy se rió de ver a
Manchego devorar las champurradas. Le pareció cómico verlo degustarlas y mancharse los
labios con arequipe. No sabía porque, pero le parecía maravilloso, especialmente el ver como de
alguna manera lograba mancharse de arequipe hasta el pómulo.
Tomasa no pudo evitar sentir la ternura por los nenes. Y rápido se recordó de su infancia.
Las memorias fueron dulces, y su corazón se suavizó, «Buene pues›m. Ya hems terminade por
hoy. ¡Pero fijs! ¡Fijs po! ¡Que lo quiero aquí a las cuatre! ¡Que falta que hacer le digue! ¡Váyase
a jugar pues›m! ¡Y nos vems!»
Manchego y Luchy se vieron, y sus ojos se cristalizaron en risas. Rápido salieron corriendo
a jugar sus juegos, Luchy haciendo cuentas de tantas cosas y chismes de debía de contarle a
Manchego, su único y mejor amigo.
La risa de los nenes en juego provocó un cosquilleo especial en el centro de Tomasa. Se
recordó de aquellos días del amor inocente y la expresión inadulterada del ser. Regresó a
aquellos días en su mente, y bailando a su ritmo, inició a cantar la Canción de la Semilla.
Doña Vilma Portacasa, madre de Luchy, no estaba por encontrarse en la casa. Había salido
a hacer las compras de la semana al pueblo, y se había llevado a los hermanos de Luchy con ella,
sabiendo que Luchy, ahora la más grande de la casa, ya que sus otros cuatro hermanos ya
trabajan fuera, se quedaría para jugar con su mejor amigo.
Siempre hacía el gran berrinche y el melodrama por quedarse a jugar con el vecino,
Manchego. Doña Vilma conoció a Manchego desde los pañales, y bien lo conocía por ser un
excelente chico. Tímido y callado, clásico de Manchego. Observador, eso sí, particularmente
observador. Pero a grandes rasgos, un gran chico. Y aparte, Doña Lulita era nada menos que la
viuda de Eromes, el famoso y excelso finquero, que en paz descanse. Tener a Manchego como
amigo de su hija era un honor y un orgullo. Cosa que podía presumir frente a sus amigas y
sentirse un poco más valiosa.
Luchy y Manchego aprovecharon hacer una invasión. La cocina de la casa fue saqueada
por el par de terremotos, y pronto desaguaron todo como tacuazines y ratas. Entre mordiscos de
pan de la tienda de Bochorno y Chomipa, entre prepararse masa con harinas y banano para
cocinar un pastel, entre calentar los frijoles y hacer una maleta, entre tostar las tortillas y preparar
quesadillas, encontraron el escondite de Doña Vilma, en donde guardaba esos botes rellenos de
dulce de leche.
Como abejas personas se nutrían de las mieles de leche en dulce, forjada por los hermanos
de Luchy, los grandes, quienes trabajaban la Finca con su padre, Hector Buvarzo. Entre los
productos que vendían, el dulce de leche era el más aclamado por el pueblo y los comerciantes
del Imperio que negociaban directamente con el productor para distribuir dulce de leche a
ciudades distantes.
Ciudades como Erliadon y Bonufor, en especial Vásufeld aclamaban el dulce de leche de
la Finca Reinita del Diente Quebrado, nombre en honor a Doña Plumasa. Ella fue la fundadora
de la Finca, tatarabuela de Hector y de Leor, quien era conocida como la Reinita. Apodo acuñado
en la fiesta de sus ‹quince›. E incidentalmente tenía el diente incisivo quebrado por haber
mordido un adorno de madera que parecía ser fruta real.
Fue un festejo. La cocina apestaba a dulce de leche y crujía a retorcijones de estómagos
empachados. Manchego estaba más que satisfecho, estaba empalagado, sus manos pegajosas y
labios resecos por el exceso de azúcar.
Sentía dulce de leche en el cerebro moler sus pensamientos en pegajosas hebras. Sentía el
olor al dulce un insulto a su olfato, que por veces, sentía el sugestivo sentimiento nauseabundo
surgir y venir, irse y regresar.
Luchy, al contrario, era golosa y comelona. Comía dulce de leche con, ya sea con banano,
pan, champurrada, frijoles, con leche, con pollo, o incluso el día de hoy se había aventurado a
probarlo con naranjas. El sabor fue singular. Aislado. ¡Pero satisfactorio!
Luchy sumergió la cuchara entre el bote a medias, y extrajo un colocho de dulce de leche,
goteando redes e hilos, chupando la cuchara como helado en cono. Manchego casi vomita de
verla lamer tanto dulce.
La niña dijo al ver a Manchego casi vomitar, «Yo no entiendo por qué la gente vive
diciendo buenos días, ¿sabes? ¿Has escuchado? ¡Sólo buenos días dicen!»
Manchego logró tragarse el borbotón de vómito que estuvo por salir en proyectil. Luego de
unos segundos de saborear el agrio sabor, le dijo a Luchy, confuso por el tema tan extraño y
sorpresivo, «¿Buenos días? ¿Cómo así?»
Luchy dijo con dulce de leche entre su boca, «Si, buenos días. La gente dice y re-dice
buenos días. ¿Por qué dicen eso?». Manchego se sintió ligeramente enfermo de ver el dulce de
leche derretirse entre la boca de Luchy.
Manchego encogió los hombros y respondió, «¿Porque los días son buenos? ¿O porque le
desean a alguien los buenos días por venir? ¿O porque los días anteriores han sido días muy
buenos, y tienen ganas de expresar lo bueno que fueron los días?»
Luchy no estaba convencida, más aún, consideraba el argumento de Manchego carente,
«Entonces en ese sentido, la contraparte podría responder, malos días. Pues si tú has tenido
buenos días estos últimos días, y yo he tenido malos días, y tú me dices ‹Buenos días› yo te
debería de responder, ‹Malos días›. Pero nadie lo hace. Todos responden buenos días. Y yo,
porque no me gusta tu cara, podría decirte de entrada, ‹malos días› Porque te estoy deseando que
tengas malos días.»
Manchego sintió la furia de Luchy, cosa potente pero extraña de ver, y dijo, un poco
ofendido al sentir su argumento siendo atacado, «Si pero sería muy ofensivo. Uno quiere que la
gente alrededor de uno se sienta cómoda y a gusto, no agredida y hostil.»
Manchego pegó sus labios contra el vaso de madera y tomó un poco de leche para mitigar
el eterno sabor a dulce de leche que plagaba su paladar.
Luchy sonrió con un tono de malicia, sabiendo que Manchego pronto estaría entrando a la
defensiva, y continuó su argumento, «¿Y qué tal si ese buenos días es para desearle a la
contraparte un buen día? Entonces, si yo no estoy muy contenta con la contraparte, porque la vi
tirar basura en la calle, puedo pasar y decirle ‹¡Mal día!›. ¿No crees? Porque solo decir buenos
días como por ímpetu es un error, quizá sería mejor pensar bien en lo que se está por decir… ¿no
crees?»
Manchego torció los labios. Luchy tenía la razón, como siempre, y respondió, «Pues
supongo que nunca le había puesto mucha atención a lo que indagas. Y creo que nunca lo haría
de todos modos. No es mi estilo. Tú sabes. Aunque suena interesante, pero completamente
innecesario. ¿Por qué o para qué analizar tales cosas? ¿Para qué? ¿Qué aburrido!»
Luchy dejó caer su boca, insultada, y al sentirse bofeteada respondió con tono pesado,
«¡Pues te deseo un mal día!»
Manchego se quedó con la boca abierta al igual, y dijo, «¿Qué? ¿Cómo así que mal día?
¿Me deseas en serio un mal día?»
Luchy se sonrojó y dijo, «Perdón. Solo estaba ejemplificando mi punto. Pero es que es
cierto.»
Manchego respondió, «De igual modo, no te conviene que yo tenga un mal día. Porque
contigo lo estoy compartiendo. Entonces más vale que sea u buen día.»
Luchy soltó su risita claritina, que con notas de fuego vainilla abrasado voló en vuelo a los
sentidos de Manchego, a quien le corrió un escalofrío placentero por su cuerpo al escuchar esa
inocente risa. Más aun, ver a Luchy reírse tan pura y tan natural le recordaba a un bello
amanecer.
Quizás un amanecer en donde el sol saldría entre el cielo con una sola nube en la cúpula de
lo azul, y cuando el sol saliera sonriente, iluminaría las faldas de la nube sonriente: como sonrisa.
Manchego podría ser esa nube, que cuando Luchy sonríe, su alma se ilumina de gracia y
felicidad. No hay nada más bello que la expresión más sincera del ser en su pureza natural, en
donde reflejado en mares frescos de agua espejada, se palpa el alma en brisa solar.
Manchego amaba a su mejor amiga. Convencido, por su puesto, que ese amor es amor de
amigos. Únicamente amor de amigos. ¡Nada más! Mejores amigos explícitamente desde
pequeños. La amaba por su exquisita forma de ser. Por su natural forma de ver el mundo. Por su
expresión tan sincera sin límites ni barreras. Por su forma pensativa y sus observaciones que a
veces no tienen ningún sentido.
Manchego se dio rápido cuenta que sus ojos se habían clavado en los de Luchy, y rápido,
dijo rompiendo el silencio, «Yo creo que Tomasa se está aburriendo Luchy. No sé qué es, pero la
veo cada día más enojada y menos fluida. Creo que es esto de la convocatoria, que por tal está
bien atareada en la Finca.»
Luchy contestó, «De seguro. A nadie le gustaría tomar el trabajo de otros veinte. Es
impresionante que la Tomasa logre sacar el trabajo a solas.»
Manchego se sintió ofendido, «¡A solas! ¿¡A solas!? Yo la ayudo. Yo siempre la ayudo.»
«¿Ayudar?», le respondió Luchy, «Mira qué horas son Mancheguito, son ya casi las seis de
la tarde y Tomasa te pidió que regresaras a las cuatro para seguirla ayudando con el trabajo. No
es por ofenderte, pero creo que tu ayuda pasa desapercibida.»
Manchego se resintió. Más por el hecho que es cierto. Pero no totalmente cierto. ¡Porque si
ayudaba! Especialmente con los animales. Eso de trabajar cultivos no mucho le llamaba la
atención. Y quizás no por carencia de interés, sino más bien, por el hecho que Tomasa se la pasa
gritándole y reprimiéndole cada vez que él la ayuda a trabajar los campos. Pero quizás por eso
Tomasa no lograba impartir una buena educación en agricultura, porque no es feliz.
Manchego dijo, luego de un periodo de reflexión, «De pasar a ser la mucama de la estancia
a estar todo el día en los campos ha de ser difícil. De seguro.»
Luchy cerró el bote de dulce de leche, y respondió, «Claro que ha de ser difícil. Pero cada
quien le hace afronte a las situaciones que le vienen cuando vienen Mancheguito. A ti, de seguro,
algún día te tocará trabajar así de duro, si no es que más.»
«¿Por qué dices?», respondió Manchego, asustado por la posibilidad de tener que trabajar
más duro de lo que ya sentía que era durísimo.
Luchy continuó, «Porque tú eres el único. Eres el heredero. Y casi que a mano dura tienes
que aprender, porque no hay quien te enseñe la forma de hacer las cosas en la Finca. Tienes que
meter tus manos al lodo y ensuciarte para aprender. Al menos, eso dice mi papi, que solo así uno
aprende. Metiendo las manos al fuego.»
Manchego dijo, refutando las palabras de su amiga, «¿Y qué tal si encuentro a un tutor que
me enseñe la forma del juego agricultor? Sería más fácil y eficiente que esa tu receta de casa de
meter las manos al fuego.»
Luchy le sonrió despectivamente, «¿Pero quién Mancheguito, tendría el tiempo para estarte
llevando de la mano en cada cosa que hagas o aprendas? Tu abuelo, Eromes, hubiese sido un
perfecto maestro. Lástima que pereció. Una real lástima. Mi papi dice que él fue, y quizás, sigue
siendo el finquero de mejor renombre en todo el Imperio. Que incluso, llegó a conocer a los
Reyes del Imperio por su proeza en el campo. Una mano muy hábil dicen que tenía. Y una
sensibilidad superior con la naturaleza.»
Manchego se imaginó a su abuelo trabajar los campos con una gran sonrisa, feliz en su
trabajo. Pero se lo imaginaba sin rostro, y sin sonrisa, y sin ojos, y sin expresión, y sin cara, y sin
pelo. Era más bien una sombra que destilaba emociones positivas en una gran audiencia de
admiración.
No llegó a conocer a Eromes. Murió antes que tomara consciencia. Y en la casa sus
recuerdos eran objetos y posesiones, y las pinturas y retratos de él estaban demacrados por el
tiempo. Inaccesible a su memoria ignorante. Pero admiraba el concepto de su abuelo. Y amaba
ese concepto. Lo guardaba profundo en su corazón, y deseaba con todo fervor, ser tan grande y
prolífico como él lo fue en sus años de gloria.
«¿Te recuerdas que te conté de Miguelito?», dijo Luchy, rompiendo el silencio, «Ayer me
vino a buscar, ¡otra vez! Creo que no entiende mis evasivas respuestas y el hecho que no lo he
invitado a entrar a la casa desde el primer día que me inició a cortejar. ¿Qué piensa? Me cae mal.
No comprenden que ni estoy interesada en nada de nada. Qué aburrido eso de gustarle a los
demás. Prefiero vomitar todo el día y que me dé la peor gripe de todas. Pero no, hoy tuvo que
regresar en la mañana. Mamá salió a decirle que yo estaba con el mal de las ampollas en la piel.
El muy bruto responde que su padre tiene habilidades de curandero y que me podía ver sin algún
costo. Mi mama tuvo que explicarle que ya teníamos un curandero cercano en la familia y que no
queríamos a otro. Creo que mamá resulto diciéndole la verdad que yo no deseaba verlo. ¡Es que
es terco! Y lo peor de todo, viene en su caballito elegante de a saber ni cuantas miles de coronas,
vestido como idiota en su elegancia, pensando que eso le servirá para impresionarme. ¡Me enoja
tanto! ¡Me dieron unas ganas de tirarle tomates!»
Manchego se echó a reír. Se recordó de Miguelito. Antes era vecino del complejo de
Fincas ElquepeK´Baj, hasta que sus padres se divorciaron y la madre se fue a vivir con otro.
Miguelito, ahora viviendo en la realeza de San San-Tera, buscaba a Luchy más de la cuenta,
explicándole que era el amor de su vida.
Manchego lo detestaba. Era un idiota andando. Antes cuando era finquero era buena gente,
en general. Y ahora que vivía con uno de los nobles, con quien su madre fue a dar la lotería,
caminaba con el moco elevado y las pompas de fuera, montando su caballo importado de las
afueras, creyéndose el gran pollo en brama. Detestaba ese cambio en la gente. Gente que no es
íntegra. Gente que muta su personalidad con la materia que le rodea. Detestaba con todo su ser a
esas personas hipócritas y de frágil personalidad.
Manchego dijo, lamentándose por Luchy, «Que bueno que tu madre lo ahuyentó. Pero
lamento creer que va a regresar. Es terco, y de seguro no podrá creer que una jovencita que vive
en un establo va a estar rechazando su precioso amor.»
Luchy lo volteó a ver con el pero de sus ojos y le dijo con rabia, «¿¡Qué qué?! ¡Jovencita
del establo! ¿¡Cómo así!? ¿¡Quieres un mal día!?»
Manchego se quebró de la risa, mientras Luchy se le tiró encima pegándole con sus puños
en el hombro, «¡Eres un monstruo! ¡Feo!»
Manchego no lograba salirse del vicio de la risa, apretando su abdomen con fuerza y al
borde del llanto, «¡Solo molestaba Luchy! ¡No te enojes! ¡Tú sabes que es mentira! ¡Eres toda
una dama, y muy bella sin duda!»
Luchy cruzó los brazos, y con los labios en forma de trompeta, dijo, «Más te vale!»
Un dedo de luz de oro perforó las persianas y pegó contra la retina de Manchego, «¡Oh no!
¡Está cayendo el sol! ¡Tomasa me va a acribillar! ¡No la ayudé con los animales! ¡Lulita me va a
colgar del pellejo cuando Tomasa le cuente que estoy faltando al trabajo! ¡Me largo Luchy!
¡Adiós!»
«¡Adiós!», gritó Luchy de regreso, «¡Nos vemos! ¡Con cuidado! Ay no, Mancheguito…»
Los ojos de Luchy persiguieron la sombra de Manchego hasta que se perdieron en su ausencia.
Viendo la cocina, inició a levantar los trastos y a remojar las cucharas para despegar el dulce de
leche restante. Su madre estaría con mucho furor si encontrase la casa así. Y no sólo su madre,
Emilia, la mucama también.
Corriendo hacia la Finca el sol derramaba el telón de fresa sobre el mundo, y los cielos se
manchaban pasteles nieves. El camino se incineró con un tangible color albaricoque, mientras el
sol angulado resaltaba los polvos del suelo como si fuesen hadas en vuelo, flotantes en fuerza,
secreteando el austero atardecer en bello musitar.
Sus piernas lo llevaban a ligero paso, mientras sus ojos no cesaban de embriagarse con la
belleza del crepúsculo. Hacia, entre, envés, y alrededor de su ambiente miraba las luces del ocaso
teñir al mundo, como si estuviese elaborando una pintura.
Corrió por los pastos, esquivó los cercos, saltó las garitas, y corrió por los cultivos. Rufus
lo vio desde lejos y con rápida la lengua lo siguió en su paso, ladrando a su lado en menester de
saludarlo, feliz el canino en presencia de su amo.
Llegó entonces por fin a estar próximo al establo, en donde Tomasa guardaba el último
costal sobre la pila de costales rellenos de trigo. «¡Mancheguito por los dios›s que le digue!
¡Mire quiora esn po! ¡Ash! ¡Ash! ¡Mire que la próxime a su abuele le digue! ¡Le digue! ¡Yo se
que le digue! ¡No me pongue ese carite de chuchite aplastade que no! ¡Ash! ¡Ash! Bueno pues›n,
mejor solo vaya a atender a los caball›s y al burre y se entra a su cas›e. Mire po, que yas tarde.
Apresurese po›.»
«¡Gracias Tomasa por no decirle a Lulita! Le prometo que mañana no faltaré. ¡Vamos
chico!» Rápido Manchego entró al establo, seguido por el canino que babeaba del cansancio.
El suelo estaba lleno de paja arrojada en desorden, y justo al lado de la puerta una gigante
pila de paja reseca resaltaba en una montaña de comodidad y calor. El establo ya iniciaba a
apestar a estiércol, culpa única de él, quien no había limpiado tales productos del masticar.
Rápido Granola y Sureña tomaron consciencia del intruso, pero supieron al instante que era
‹ese›, el parecido a Eromes pero que no lo era exactamente. Pero lo aceptaban, al menos. No es
que odiaran a Manchego, simplemente adoraban fielmente la memoria de Eromes.
Feyito, el burro, saludó al pastor con un tufo de grama, mientras lo miraba y pelaba sus
dientes en una sonrisa sarcástica, «Muy chistoso Feyito. Muy chistoso. Ya quiero ver que cara
vas a poner cuando no te de comida. Ahí sí que te reirás por un día enterito.» Rufus ladró,
apoyando a su amo, mientras Feyito se resintió por el comentario.
Granola, el garañón corcel de guerra, color naranja como brasa de sol, ojeaba a Manchego
por doquier que fuera. El caballo desconfiado, entrenado para la vigilancia y la guerra, no dejaría
de verlo hasta que se fuese.
La Sureña, yegua potente para transporte, y en parte, para la guerra, masticaba
ausentemente un pedazo de pasto, su mirada perdida entre las olas del viento. El caballo blanco
marfil, galante y bello, agradecía la llegada del nuevo y supuesto amo. No le importaba mucho
quien fuese, y no estaba interesada en conocerlo. Sólo quería que ‹ese› nuevo le peinase la
cabellera. Tan rico que era. El masajito de la tarde.
Manchego inició a peinar a la Sureña, su mente vagando por memorias y pensamientos.
Al cabo de pasar el tiempo y finalizar sus tareas salió del establo en silencio, Rufus aun
despabilando el sueño profundo que contrajo al sumergirse entre la montaña de paja. No deseaba
despertar a los corceles, quienes por la peinada, habían cobrado el sueño sabroso.
Feyito lo ojeaba y pelaba los dientes en sonrisa sarcástica, sacando tufitos secretivos de
grama, molestando a ‹ese› nuevo. Amenazaba a Manchego a despertar a los corceles, pero
Manchego sabía que Feyito nunca lo haría. En parte, por su amor secreto hacia la yegua preciosa
de Sureña, y en gran parte por el miedo intenso hacia el garañón de Granola.
Manchego le soltó una mirada de -¡ahí vas a ver!- antes de cerrar la puerta y fijarla con la
tranca de madera. Ya era tarde. Demasiado tarde. Usualmente a las seis, si mucho seis y media
de la tarde, estaba ya en la estancia y listo para ayudar a Lulita a preparar la cena. Pero hoy se
había atrasado, al igual que muchos otros días, cuando con Luchy se escapaba a hacer averías.
El problema de regresar de noche no era tanto el hecho que Lulita estaría molesta por su
ausencia en ayudar a preparar la comida. No, era por el hecho que peligros corren en la noche.
Uno nunca sabe que criaturas deambulan la nocturna sombra. Más aun a sabiendas que los
perros silvestres habían estado acercándose mucho a los límites de la Finca, y por otra parte, por
la ausencia de los guardianes muchachos quienes centinelas, se encargaban de cuidar tales
límites. Siempre estaba Tomasa para cuidar de su seguridad, pero Tomasa no era omnipresente, y
aunque todo lo podía, no siempre estaba para hacerlo.
Llegó a la estancia sin problema, Rufus olfateando el olor sabroso a hoja de bananal
hervido. ¡Tamalitos para la cena! Entró a la casa, y Lulita lo esperaba con los brazos cruzados y
una paleta en la mano, «¿Cuántas veces hemos hablado de estas tardanzas mijito? ¿Cuántas
veces hemos discutido los peligros que corre un sano y joven patojo como tú a tales horas? Más
vale que caso hagas a mis suplicas mijito, porque no quiero llegar a prohibirte ver a Luchy. Yo sé
lo que significa ella para ti y esa larga historia que vosotros sois mejores amigos, pero esto ya es
intolerable. Si algo importa en la vida, es la disciplina mijito. Y sin disciplina, no hay nada.
Siento mucho que seas tan joven y tan cargado de responsabilidades, pero es algo que también
hemos discutido. Ahora siéntate y come tu cena. Son tamalitos de Doña Paca.»
Manchego se sintió muy apenado, y dijo mientras se sentaba, «Lo siento abuelita. Voy a
hacer todo lo posible para evitar que esto vuelva a suceder.»
Lulita dijo, aun ofendida, «Pues más te vale mijito, porque aunque no lo diga, veo que
Tomasa se rebalsa de estrés en las noches. Ya la mandé a dormir porque se miraba demacrada.
Eso me dice que tú no estás ayudando lo suficiente mijito. Y bien sabes que estamos en tiempos
duros. Y sé que no es tu culpa y que no debería de tocarte a ti. Pero hay trabajo que hacer, y
nadie más para hacerlo. Más vale que participes, porque si no, todos pereceremos ante la
pobreza. Gracias a los dioses que aún no estamos en la quiebra ni en necesidad de vender
terreno. Pero las provisiones escasean mijito, y hay que cuidarlas con mente y alma. Bueno, ¿y
qué cuenta la Luchy?»
Manchego cortó la pita que envolvía el tamalito, y de inmediato una refrescante nube de
vapor subió a su rostro, invadiendo su olfato con aromas de aceitunas, chile pimiento, y carne de
cerdo. Olía delicioso.
Tomó un limón del platillo al centro de la mesa, y lo exprimió sobre el tamalito. Tomó una
rodaja de pan tostado, e inició a degustar el platillo. El sabor estaba impecable. Su entera boca
estaba en concierto, en éxtasis, en euforia, celebrando su mente el sabor tan elocuente. Dijo con
la boca rellena de masa, «¡No cuenta mucho! Lo usual, hablando del clima y cosas así. ¡Nada
nuevo abuelita!»
«Ay no mijito, cuantas veces te he dicho que no comas con la boca abierta. ¡Se mira feo y
te puedes ahogar! ¡Y baja los codos de la mesa! Ay no, esos modales. Imagínate que pensarán
tus futuros suegros cuando vayas a la casa a cenar y te miren comer como un mendigo. No
mijito, hay que tener clase. Entonces no cuenta nuevos chismes la Luchy. Tan bella la Luchy.»
Manchego repitió tamalito esa noche. Estaba demasiado bueno. Rufus recibió su porción
de migajas, feliz de lamer la hoja de bananal. Su estómago estaba repleto. Tan lleno, que ni
lograba pensar. Su único deseo, era esparcir su cuerpo sobre la cama y dormir.
«Bueno mijito», dijo Lulita mientras recogía los platos de la mesa, «la noche avanza y
mañana hay cosas por hacer. ¿Por qué no vas a dormirte ya? Yo me quedaré leyendo un rato más
y tejeré otro rato. No, por mi no te preocupes. Ya preparo mi tecito para resistir los fríos.»
Lulita pegó un beso gamonal en la frente de Manchego y le deseó la mejor de las noches.
Se sumergió entre sus sabanas al estar en sus pijamas de lana de oveja. Se sintió acomodado,
despejado, feliz.
Rufus lamió su rostro un par de veces, despidiéndose fielmente de su amo. En la noche,
sintió las manos suaves de Lulita acariciar su espalda y entre su pelo. Lulita, mientras lo hacía,
no cesaba de pensar en que el rostro de Manchego reflejaba sueños que no le pertenecían.
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POEMARIO I: Memorias en Purpúreas Malvas:
Ejemplar:
Te Musito Ecos en Memorias
No es por juego mero sólo que musito en prosa,
Que decirte quiero cosas que decirte no diría.
Que si yo algún día besé al viento fue por ti,
En memoria y vaga vista a tu rostro eso fue.
El fuego vacío del molde en el espacio que persiste,
Es aquel que dejaste y perdura, más extraño tu eco,
Aquella plena y mitigante dulzura de tu reflejo,
Un espectro luminoso que memora ángeles cortejo.
Besé al viento, dejando un fuego corriente que viajó,
Sube a las estrellas y se pierde, arriba, donde habitas,
Que tus ojos efluyen profundas loas de lo eterno,
Similar al fluir existencial de todo aquello infinito.
Que en tus pupilas uno se encuentra en desvelo,
Tranquilo, aun, desapaciguado en pensar extrañeza.
No hay forma pura ni viaje sincero que te releve,
Que abrace tus ojos en una púrpura línea de óleos,
Aquellos pinceles que dentaron una figura altiva,
De centelleos cantares aquellos que te hice, un eco.
Mis ecos aun veo que en día y eclipse te persiguen,
Que son aves aplumadas en visiones tan hermosas,
Que no dejan de verte ni por párpados pesados,
Que si fuego fuese el cielo, apagado por tus aguas fuese.
Mísere mi candelabro existencial de vela danzarina,
Que te mana en visión tangente, que te ama y fascina,
Que te cuento, te descubro mis secretos amores,
Aquellos secretos colores, que te quise pintar.
Ahora los destilo en mil fraguas, una calurosa combustión,
Los lienzos amados que te engloban, colorearon mi pasión.
Ecos, estrellas que lanzan pinzas eones de memorias,
Flores que nos ven desde lejos, nos llaman a su soledad.
Mis ecos son más luminosos, mas no te dejarán jamás,
Somos uno amor mío, una danza sin cesar, que calma,
Expresa soles sin desear, bésame entonces con caricia,
Y flotemos, así, para nunca más regresar.
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