La actitud mística de la mente Por Ralph M. Lewis, F.R.C. Revista El Rosacruz A.M.O.R.C. ¿Tiene el misticismo un valor práctico o sólo sirve para incentivar el carácter ascético y un idealismo trascendente que tiene pocas raíces, si acaso tiene alguna, en las demandas de una vida secular? Dado que el misticismo desempeña un papel prominente en los fundamentos de la religión (incluso en sus rituales y simbolismo) podría pensarse que es por completo ajeno a cualquiera cosa relacionada de una forma directa con las demandas materiales de la vida diaria. Sin embargo, al examinar brevemente los conceptos básicos del misticismo, descubrimos que da acceso a una fuente de valiosa guía en los asuntos mundanos. Los místicos judíos, cristianos, islámicos y aun los llamados paganos, por lo general concuerdan en lo que respecta a la naturaleza del misticismo, aun cuando no todos le dan ese nombre. El misticismo sustenta que la esencia fundamental de la realidad es inefable: por ende, no está dentro de la competencia del hombre poder describirla. El no puede conocer el ser puro, el mundo noúmeno (es decir, la esencia básica de todas las cosas) por medio de los sentidos o del intelecto. En otras palabras, las facultades de nuestra conciencia objetiva no pueden aprehender el estado innato de la realidad. El misticismo sostiene que la especulación filosófica, valiéndose del razonamiento, puede intentar un acercamiento a la realidad. Puede teorizar en cuanto a su naturaleza, pero sus teorías no llegarán hasta el fondo de lo que ella es. La facultad de la razón es finita, pese a su aparente contenido ilimitado y a la profundidad del pensamiento; por lo tanto, la razón no puede interpretar claramente lo que representa la realidad pura cuya naturaleza es infinita. El misticismo no niega que, a pesar de esas limitaciones, el ser humano puede llegar a experimentar la realidad y para ello abre una vía: el estado de éxtasis. Durante el éxtasis ocurren ciertos fenómenos: "Desaparece toda sensación de separación y de desigualdad entre el ser y la naturaleza de lo real"; esto significa simplemente que la conciencia de sí mismo se desvanece, el yo se fusiona en la realidad o "queda absorto en una visión magnífica de ella". Aun cuando continúa existiendo diferencia entre el sujeto (pensamiento) y el objeto (las cosas) el ser no la percibe. Limitaciones de la conciencia objetiva ¿Qué se proponen los místicos cuando tratan de alcanzar ese especial estado de conciencia? En primer lugar, el hombre reconoce las limitaciones de su conciencia objetiva: sabe que no puede percibir en toda su plenitud al ser puro del cual forman parte él y todo lo que existe. Según los místicos, la percepción de la conciencia normal del hombre puede compararse con mirar a través de un túnel largo y angosto. Colocados en uno de los extremos vemos la parte de la realidad que nos permite nuestro sentido visual, pero imaginamos que debe de haber algo más. Sin embargo, no nos es posible ver lo que hay más allá del alcance de nuestra vista, no importa de cuantos instrumentos ópticos nos valgamos para agrandar ante nuestros ojos las aberturas del túnel. Es por ello que no debemos confiar en observaciones y razonamientos empíricos como una guía segura para conocer la realidad; para ello es necesario que nos valgamos de aquel aspecto de nuestra conciencia que puede percibir por sí mismo la realidad pura de la cual formamos parte. De esta manera nos uniremos totalmente con el Uno, llamémosle Dios, Absoluto, Mente Universal o Cósmico, términos diferentes empleados por los místicos. El éxtasis es un estado de conciencia supremo. Podemos decir que es un estado dentro del cual el ser se armoniza en forma total con su naturaleza cósmica sin que lo limite la percepción de los órganos sensorios. Es un estado donde la conciencia concentra toda su luz en la unidad que existe entre el ser y la realidad, pero sin diferencias particulares. Nos hemos referido a la conciencia de sí mismo que, en términos generales, significa nuestra percepción interna del "yo", del ser que existe como algo único y distinto de todo lo demás. Pero de acuerdo con el misticismo, el éxtasis trasciende la conciencia de sí mismo. Comúnmente nos damos cuenta de nuestro ser por su aparente separación de otras realidades. En otras palabras, sabemos que somos y, al mismo tiempo, sabemos que no somos otra cosa. En el éxtasis del cual hablan los místicos, el ser y toda realidad se fusionan, sólo existe la unidad: en ese instante no existe ni el ser que distinguimos como "yo" ni los miles de seres particulares del mundo: existe un único ser. El ser no pierde su identidad, sino que ésta se halla absorbida en la realidad. Los místicos dicen con todo acierto que no es posible explicar este éxtasis utilizando la razón: cuanto más se intenta descifrar la sensación de ese estado de unidad tomando como base las experiencias características de los sentidos físicos, más incomprensible se vuelve. Durante esta experiencia la conciencia alcanza un nivel muy superior a los demás niveles y, por tanto, no hay términos con los cuales pueda expresarse. Sin embargo, algunos de los místicos más iluminados (entre ellos místicos musulmanes y cristianos) han afirmado que la intuición es un medio por conducto del cual puede percibirse la realidad absoluta. Ellos no relacionan directamente a la intuición con la razón o las emociones; consideran que su proceso no es totalmente orgánico o mental, sino una función divina que se manifiesta a través del ser físico y mental del hombre. Según ellos la intuición es una especie de súper facultad, un atributo intangible inherente en el hombre pero que éste no utiliza en toda su plenitud. La intuición Quizás podamos explicar de otra manera en qué consiste el concepto místico de la intuición; pensemos en una superinteligencia inmanente a la total conciencia universal a la cual los místicos dan el nombre de realidad pura, siendo la intuición una octava en el teclado de esa realidad. La intuición procede de una penetración en lo Absoluto o Realidad Cósmica, haciendo posible que ocurra esa gran iluminación o afluencia de conocimiento por medio del cual el ser percibe su unidad con el infinito. ¿Cómo podemos aplicar esa elevada facultad a los valores mortales, esto es, al problema del vivir y de la felicidad de los seres físico y mental del hombre? Místicos y teólogos tan prominentes como los escolásticos cristianos Alberto Magno y Tomás de Aquino declararon que toda revelación divina es una verdad y debe de ser aceptada por fe, aun cuando la razón la contradiga. Dijeron que la razón es libre de especular sobre todos los temas filosóficos, menos en las verdades reveladas de la teología. Sin embargo, declararon que algunas veces la razón puede demostrar la verdad contenida en la revelación y que la intuición es un agente de la verdad tan fidedigno como la revelación. Por medio de la intuición uno puede conocer la verdad respecto al funcionamiento de la naturaleza y del cosmos, conocimiento que excede al que procede de la simple razón. Además, gracias a la claridad evidente de lo revelado por la intuición, puede servir de inspiración y de guía a la razón para que el hombre pueda comprobar y objetivar la verdad. De este modo, valiéndose del medio trascendente de la Intuición el puede captar un vislumbre del naciente estado de las cosas, una visión prístina mediante la cual puede reducir la realidad a causas naturales para traerla a una esfera donde la pueda comprender. Siendo una facultad divina o cósmica, la intuición no puede confinarse a simplemente propiciar un estado místico de unidad. Ella es enciclopédica, es decir, tiene acceso a valores, relaciones y estados causales a los que no pueden llegar los procesos comunes de nuestro pensamiento. Sería apropiado pensar que la percepción intuitiva es una especie de razón suprema, ya que tiene acceso a elementos de la realidad inalcanzables para las facultades de la percepción normal; además, reduce esos elementos a ideas inspiradoras que no nos son extrañas, es decir, aunque surgen íntegramente como una experiencia nueva, intrínsecamente están compuestas de términos relacionados con el nivel de nuestra inteligencia y educación. La intuición puede sugerir también un curso de acción, porque dentro de la idea inspirada existe siempre determinada clave: en otras palabras, nos es revelado un punto causal respecto a cómo podemos materializar la idea. La intuición no es un atributo exclusivo de los místicos. La gran mayoría de la gente que habla de sus corazonadas o la persona que dice, "algo me dice que haga esto", está demostrando que todos recibimos guía por medio de impresiones intuitivas. Todo artista, poeta, escritor, inventor o cualquiera persona que se dedica a una actividad creativa está motivada por su intuición. La razón No debe pensarse que la intuición reemplaza las funciones de la razón. Casi cada una de nuestras horas de vigilia nos es necesario razonar a fin de evaluar y comparar nuestras experiencias para determinar la forma como éstas afectarán alguna de nuestras actividades. No nos es necesario recurrir a la intuición (ni sería conveniente que lo hiciéramos) en lo que respecta a los asuntos más prosaicos del diario vivir. La razón y la intuición se relacionan de dos maneras: primera, cuando la razón no puede encontrar la solución a un problema y el intelecto no halla otro recurso, debe recurrirse al discernimiento interno en busca de que la intuición indique el camino a seguir. Esto constituye recurrir a un juicio superior por un dictado de la razón. La segunda manera es cuando se usa la razón como medio para interpretar las ideas que nos inspiró la intuición. Esto es muy difícil, porque a veces la razón puede llegar a conclusiones totalmente contrarias a lo que dictó la impresión intuitiva y, por tanto, conlleva la noción de que es imposible volverlo realidad. En otras palabras, la razón no debe juzgar la verdad contenida en la impresión inspirada intuitivamente, sino que debe tratar de reducirla a condiciones y elementos del diario vivir para que pueda ser comprendida objetivamente. Permítasenos poner un ejemplo para aclarar este punto. Leonardo de Vinci recibió intuitivamente la idea de que el hombre podría volar. No obstante, basada en la experiencia humana de aquel tiempo, la razón pudo haberle dicho que eso sería imposible: ante todo, el hombre es más pesado que el aire, carece de alas, y cualquiera máquina adaptada a su cuerpo lo haría aún más pesado y lo mantendría en el suelo. En lugar que de Vinci se dejara convencer por esas deducciones, usó la razón en un intento de encontrar los medios para volver realidad su visión intuitiva. Sus extraordinarios diagramas y los modelos que construyó son una muestra de lo bien que logró reducir su idea intuitiva a hechos reales y a los principios básicos de la aeronáutica, ¡centurias antes de que el hombre lograra volar! Aun cuando todo ser humano posee la facultad de la intuición, muy pocas personas saben como valerse de ella a voluntad y en la mayoría el fenómeno se presenta muy rara vez. Desafortunadamente, cuando de súbito invade su conciencia una impresión muy clara sin que ellas sepan de dónde viene, consideran que su contenido es mera fantasía porque les parece muy contrario a las ideas nacidas del razonamiento normal. Es en este punto donde se distingue el místico genuino; él conoce la técnica que le permite utilizar la intuición a voluntad de una manera casi tan común como otra gente usa la razón. Pero así como el pensador serio procura analizar las cosas con tanta lógica como le es posible, así también el místico recurre a la intuición no de un modo ocasional sino asiduo. Naturalmente, el no emplea la intuición cuando sabe que le basta con usar la razón y las facultades sensorias: no recurre al proceso de meditación cuando lo único que necesita es la observación empírica. La técnica de la intuición mística consiste no sólo en saber cómo utilizarla, sino también en cuando hacerlo. El místico genuino no es, por lo tanto, un vano soñador que vive desconectado del mundo, sino que es una persona práctica que sabe emplear en todo su potencial la facultad más sensitiva que todo hombre posee.