á mi alma dicen tristes y mustias! ¡Padres, amigos, hijos, dulzuras de amor perdidas, vagas, confusas! ¡flores preciadas que aun me perfuman e! alma triste, si vienen púdicas á los ensueños de mi amargura! ¡dulces palomas de blanca pluma! ¡sombras amadas! ¡pálidas brumas!... ¡Ay arpa, ay arpa, si fueras muda! ¡Y ya él con ellos también se junta! es que á ese mundo que mi alma abruma, surgiendo ansioso cuando me escucha, ya pertenece por desventura; e3 que mi amada ciudad moruna, la que á los rayos del sol relumbra; que mi nodriza - w de regia a l c u r n i a , l a de las zambras, l a de las justas, l a de las flores, l a de las músicas, también le t u v o sobre su túnica, que t i m b r a n glorias que l a hacen fúlgida; que m i G r a n a d a también fué s u y a , y madre amante l a senda r u d a le abrió que b r i n d a la a r d i e n t e l u c h a . ¡Ah, pobre a m i g o ! ¡negra f o r t u n a ! ¡Aun e r a ' p r o n t o , deidad i n j u s t a ! ¡Ay arpa, a y arpa, si fueras m u d a ! ni E r a casi adolescente, a t r a c t i v o y dulce y b e l l o ; a l t a y serena l a frente, l a boca p u r a y riente y ensortijado e l cabello. Y o l e conocí a l v o l v e r d e l ejército á m i t i e r r a , y apenas le pudo ver hizo su amigo el de guerra al honrado bachiller. Porque no era licenciado en Derecho todavía, pero en todo aventajado, ya profesor estimado letras árabes leia. Sentíme alfiocontagiar por sus estudios siu fin, y en el lenguaje de Antar empecé á deletrear desde el ale/&l zain. De la cátedra á paseo salíamos, ó al Liceo, y después se iba á encerrar; que eran los libros su arreo, su descanso el estudiar. Su fácil palabra ardía, flameaba, Se perdía en sonoro tobellino, y era su Dios, su destino la ingrata filosofía. Como aquí: cual si votado por su madre al saber fuera, en el estudio abismado, lo demás del mundo era á él extraño é ignorado, Tau joven y en un edén donde no se vive bien sin las ansias del amor, nunca se expuso «1 rigor de un homicida desdén. La ciencia, la ciencia era su sola amante, y austera le absorbía de tal modo, que en él, sobrepuesta á todo, llegó á hacerse su quimera. L a ciencia y el arte, sí, y la natura esplendente: ¡oh, cuántas veces le v i en el cerro, junto á mí, transfigurado y ardiente! E n el sol que descendía, entre fuego, allá por Loja, fijaba eon atonía B U mirada en que lucía del astro la lumbre roja. Yo en silencio le miraba, en BUS ojos reflejaba un no sé qué de locura; y era que en gloria y natura su pensamiento abrevaba. Allá, sobre aquella vega que el parlero Genil riega, y por doquier flores brota, una edad potente flota que en esplendores la anega, - G9 — A l l í a l t i v a Santa-Fé, último real contra el moro; y en e l l a á Isabel se ve aun gigantesca y de pie, blasón de España y decore. A l l í u n a epopeya muda, pero elocuente en memorias, nace que á l a mente acuda desde cada peña r u d a u n torbellino de glorias. E l ardiente cielo a z u l , sobre un perennal a b r i l , recorta, como en un t u l , las alturas del P a d u l , y l a sombra de B o a b d i l . Se siente e l acerbo lloro del triste r e y desterrado, y l a noble l i r a de oro gime en son más apagado en el Suspiro del M o r o . Eminente allá el V e l e t a , que ve el A f r i c a abrasada, recuerda á l a mente inquieta de los hijos d e l Profeta las delicias de Granada. L a hermosa A l h a m b r a , adormida sobre l a colina roja, entre las brumas perdida, en el claro D a r r o moja la planta y a carcomida, Silencioso allá el serrallo, y en paredones trocada, sin su lanza y su caballo, la otro tiempo coronada y altiva Casa del Gallo. Allá el vetusto Albaicín que en festones de verdura tapa su vejez ruin y no escucha y a el clarín llamándole á la llanura. Las torres, los almenares, Los perdidos Alijares, Generalife sombroso, con su recuerdo cuitoso de zambras y de cantares; Y con profundas raíces encrestando las colinas con sus rojizos matices, y sus viejas cicatrices, las murallas granadinas. Todo es mágica ilusión, todo en lánguido desmayo, y en revuelta confusión, hablaba á su corozon del sol al últiyo rayo. IV Dejadme que descanse, que el arpa sonorosa arroje, fatigado de la fatal visión; deja-dme que rae aparte del borde de la fosa que aún removida, horrenda, helada, misteriosa, sofoca mis cantares, me aprieta el corazón. Dejadme; ya se niega mi pobre fantasía al arte y á la rima y al lánguido soñar; las dulces ilusiones, tan mágicas un dia, no quiero en tristes cantos de luto y de agonía con ansias, ya mortales, doliente recordar. Dejadme que en silencio la falta del amigo, que irreparable lloro, devore con horror: tal vez, José, mañana, yo duerma aquí contigo, y cual á tí piadosa la tumba me dé abrigo, descanso á mi fatiga, consuelo á mi dolor. MANUEL FERNANDEZ Y GONZÁLEZ, Madrid 4 de Marzo de 1882. Diálogo in extremis. Un marido, que cree llegada la horade su muerte, llama á su esposa y le dice: —Hija mia, voy á morir; en el cajón pequeño de mi mesa hay un paquetito que contiene cinco mil pesetas... —Bueno, bueno, déjate de tonterías: b primero es morirte y luego veremos. En un examen de historia: —-¿Qué hicieron en Roma los Jmnnosl —¿Qué habían de hacer? Escabechar á ios oíros. Empleados que no pueden llegar á seis mil reales. Funcionarios que no pueden ganar menos de veinte mil. 3LUB D E L A EMANCIPACION F E M E N I N A . (SESION FANTÁSTICA.) L a ciudadana que preside toca durante u n cuarto de hora l a c a m p a n i l l a , s i n lograr que cesen las conversaciones particulares. P o r fin logra hacerse oir, y exclama: — S e abre l a sesión.—Ciudadanas: creo que h a llegado e l momento de d i s c u t i r ampliamente nuestros derechos, y para ello os he citado. Ciudadana primera.—¡Pido l a palabra! Ciudadana segunda.—¡Pido l a palabra! Otras varias.—¡Y yo! ¡Y yo! * La ciudadana presidenta.—¡Silencio! Ciudadana primera.—Señoras: Las constituciones políticas consagran l a mayor de jas injusticias. E n ellas se consigna que todos los h o m bres son admisibles á los empleos y cargos públicos, según sus méritos y capacidad; pero n i u n a palabra dedican á las mujeres. ¡Esto es intolerable y deba desaparecer, atendiendo á que las diferencias materiales entre ambos sexos, no a u t o r i z a n á los l e gisladores á considerarnos como seres extraños a l cuerpo social! (Vivas muestras de aprobación.) N o necesitaré, por cierto, esforzarme mucho para l l e v a r á vuestros ánimos el convencimiento de l a r a zón que me asiste. Decidme, cuantas me escucháis. ¿No os sentís con fuerzas para asistir diariamente á una oficina, leer en ella los periódicos, tomar café a l a s doce, fumar unos cuantos cigarrillos y perci- bír á fia de mes, aunque sea con descuento, eí suei -| do que fije el presupuesto? Varias voces.—¡Sí, sí! Ciudadana primera.—¿No os sentís cou fuerzas^ para enteuderos de oficio c o n las naciones e x t r a n - ¡ jeras, cobrar y d i s t r i b u i r los impuestos, m a n d a r l a s ! tropas de m a r y t i e r r a , ocupar las universidadesñ d i r i g i r unas elecciones, conceder títulos, p r i v i l e g i o ^ y cruces, l l e v a r á las colonias las i d e a 3 modernas, tratar ó m a l t r a t a r a l cler.o, a d m i n i s t r a r j u s t i c i a , entorpecer las relaciones e n t r e el i n d i v i d u o y... el Estado, é i m p r i m i r nuevo y más lógico r u m b o á todas las manifestaciones déla a c t i v i d a d del hombre^ Ciudadana cuarta. —¿Y qué misión se reserva á éste? Ciudadana primera.-—La, misión n a t u r a l que le fué encomendada p o r e l C r e a d o r : amarnos y servirnos. (Tumulto.) Ciudadana cuarta.—¿Y s i se d e c l a r a enhuelgaí Ciudadana primera.—No a d m i t o l a hipótesis. A l l í donde nuestro sexo se presenta, allí e l hombre reconoce y p r o c l a m a su e s c l a v i t u d . Sansón , dejándose c o r t a r el cabello; Hércules vencido; Alejandro enfermo; A n t o n i o s u b y u g a d o , son otros tantos ejemplos de que el v a l o r se r i n d e siempre á l a d e b i l i d a d ; R a f a e l y P e t r a r c a muestran que el genio sin el a m o r debe siempre ser infecundo. ¡Declararse en h u e l g a e l hombre! ¿Tan pobre es l a coquetería de nuestro sexo e n recursos, que haga posible l o que; teme l a ciudadana que me h a i n t e r r u m p i d o ? (Vivas muestras de aprobación.) ¡El hombre no se declarará n u n c a eo huelga! 1 i Ciudadana cuarta.-— Poro, ¿y si se declarar Ciudadana 'primera.—La nueva Constitución iebe impedirlo, restableciendo el tormento para loque rechacen el amor, i Muchas noces.—¡Bravo! ¡Bravo! . Ciudadana primera.—¿Queda, pues, consignado |iie debe reformarse la Constitución? Muchas voces.—¡Sí! ¡Sí! La ciudadana presidenta.—¡Qaeda consignado por unanimidad de votos! Ciudadana cuarta.—Protesto. Varias Doces.—Que conste la protesta. Ciudadana primera.—Ei temor que nuestra ;ompañera manifiesta de que el hombre puede declararse en huelga, demuestra las pocas esperanzas pue conserva de vencerle con su hermosura. Ciudadana cuarta.—Oiga V d . ; si ha querido falcarme, sepa que no está el horno para bollos, y que ne costará muy poco arrancarla el moño postizo. Ciudadana primera.—¡Atrévase Vd.! (Confusión indescriptible, que no logra dominar a campanilla presidencial. Momentos de ansiedad.) La ciudadana presidenta.—Profundamente conaovida por la escena que hemos presenciado, t e n ;o el deber de hacer oir mi voz amiga, para que no e repitan estos espectáculos, que deshonrarían mestro club hasta el punto de hacerle bajar al n i el de u n Congreso de hombres. Afortunadamente, is escusas que mutuamente se han dado nuestras ompañeras, han sido satisfactorias, y tan espontáeas como delicadas. L a ciudadana p r i m e r a reco oce que la ciudadana cuarta es hermosa. tina voz sarcástica.—*Como una noche de trae* nos. La ciudadana presidenta. — Y l a ciudadana cuarta reconoce que l a ciudadana primera lleva u n a moña natural. La voz anterior.—De las de noventa reales. La ciudadana presidenta.—Ordeno á los taquígrafos que no conste el lamentable incidente de esta discusión, n i las interrupciones de hace u n instante. Puede seguir el debate. Ciudadana segunda.—Establecida que sea una penalidad para los hombres que en materias amorosas, se declaren en huelga, no creo improcedents que se amplíe l a Constitución, marcando que podrán suspenderse todas las garantías; pero que n u n ca puedan quedar en suspenso les galanterías. Varias voces.—¡Aprobado! Ciudadana segunda.—También deberá declararse que l a soberanía reside única y exclusivamente en el sf'xo femenino, que emanan del mismo todos los poderes; que le corresponde l a discusión, aprobación, sanción, promulgación 3' ejecución de todas las le} es. Ciudadana primera.—Ya quedó indicado en m i discurso. Ciudadana tercera.—Ciudadanas: V e o con disgusto que, imitando las malas costumbres de loa hombres, perdéis u n tiempo precioso con lo i n c i dental, y os olvidáis de lo preferente. E l mundo se halla en deuda con l a mujer. Las anteriores generaciones admitieron l a poligamia, y h o y mismo T subsiste e n algunos pueblos, con m e n g u a d o l a c i vilización. N u e s t r a s antepasadas t u v i e r o n q u e c o m p a r t i r e n t r e muchas e l a m o r de un solo h o m b r e : nosotras debemos heredar y hacer efectivos sus créditos c o n t r a e l sexo tiránico, c u y a i n f l u e n c i a i n j u s t a t r a t a mos de hacer que desaparezca. Creo, p o r l o t a n t o , que pi-ocede en justicia l a unión de u n a mujer con v a r i o s h o m b r e s ; e l establecimiento legal de l a pol i a n d r i a , como en el T i b e t ó el B o t a n . La ciudadana presidenta.—Ruego á los taquígrafos q u e no consignen esas palabras, pues b i e n sabido es que ciertas cosas no deben r e v e s t i r u n c a rácter l e g a l . L a c i u d a d a n a que me h a precedido, y c u y a v e h e m e n c i a es notoria, no puede desconocer que h a exajerado mucho e n sus cálculos, y que l a d e u d a que dejaron pendientes algunos pueblos con n u e s t r a s antepasadas, l a vamos a m o r t i z a n d o sus nietas insensiblemente. C r e o , p o r l o t a n t o , que debemos dejar e l p e r c i bo de los créditos á l a p r u d e n c i a de nuestro sexo, r e f o r m a n d o , á lo sumo, los artículos d e l Código pen a l que t r a t a n de ciertas licencias que los legisladores h a n clasificado entre los delitos. V a á darse l e c t u r a ahora de u n a proposición que acaba de presentarse sobre l a mesa. Una ciudadana que hace las veces de secretario, l e y e n d o : " L a s que suscriben, persuadidas de l a n e cesidad de que los hijos que p u e d a n t e n e r no se m u e r a n de h a m b r e , p r o p o n e n a l c l u b e l p r o y e c t o de l e y que sigue: Artículo Todas las criaturas que nazcan m lo sucesivo, pasarán á las dos horas de su v i d a á depender de l a p r o v i n c i a . Arfc. 2.° E n cada capital se establecerá u n a Inclusa 'provincial, cuyos acogidos formarán parte de la colectividad nacional. Servirán en cada uno de dichos establecimientos: u n portero, u n barrendero, un tornero, un mandadero, cinco Javanderos de pañales, u n encargado de l a p a p i l l a , veinte e n c a r gados de l a lactancia a r t i f i c i a l , dos cocineros, u n planchador, cuatro costureros, dos mozos, dos v i g i lantes y u n profesor de economía política. E l funcionario, c u y a fealdad sea más sobresaliente, r e u n i rá á las funciones que le correspondan, las de coco, para que no l l o r e n los muchachos. A r t . 3.° U n a comisión de mujeres vigilará á los dependientes de dichos establecimientos, decretará l a forma en que deben cubrirse los gastos que ocasionen, y castigará con el mayor rigor cualquier abuso. A r t . 4.° Los acogidos d e l sexo femenino e n t r a rán de lleno en e l goce de todos sus derechos a l c u m p l i r quince años. Los del sexo masculino permanecerán en reclusión hasta que los reclame p a r a el m a t r i m o n i o u n a mujer; pero podrán optar á las vacantes que ocurran de costureros y cocos dentro de cada Inclusa provincial. A r t . 5.° U n reglamento especial fijará l a s i t u a ción social de los hombres que, a l tiempo de p r o mulgarse l a presente ley, no se h a l l e n casados; p u diendo indicarse, desde luego, que los pollos t e n drán que optar entre el m a t r i m o n i o ó su ingreso en las inclusas, y que los solterones recalcitrantes, los casados celosos y los viejos inútiles serán deportados. F i r m a n : Virtudes, Concepción, V i r g i n i a , L i brada, G r a c i a , Anunciación.u U n a triple salva de aplausos acoge l a lectura de la anterior proposición, prejuzgando l a unanimidad que ha de hacer inútil toda discusión sobre l a ; misma. Pasado el entusiasmo, dice l a ciudadana presidenta: Son las seis de l a tarde y m i hombre estará i impaciente por m i tardanza: creo que podríamos ' dejar para l a primera reuniou el debate del importantísimo proyecto que se acaba de leer. A l terminar hoy nuestras tareas, cumplo u n deber recordándoos que l a debilidad de l a mujer es el único : fundamento de la fuerza del hombre, y recomendándoos que opongáis á todos sus mandatos la obstinación negativa que os caracteriza, y á su indiferencia l a coquetería; de esta manera y con el a u x i l i o que,os prestará la ceguedad de esos miserables, l a victoria nuestra será t a n completa como brillante. Se levanta l a sesión. P o r l a copia: M. OSSOKIO Y BERNARD. U n gallego entra en una fotografía y pregunta: i —¿Cuántu cuesta u n retratu de esos de mediu ¡euerpu para arriba? — D i e z reales,—responde el fotógrafo. -—Entonces hágame usted uno de mediu cuerpu ipara abajo. - ¿Butacas?—No, no es preciso. —Estos van al paraíso. EL G A B A N RUSO. H o y , eso es, 15 de E n e r o . H o y hace ocho años justos, pocas horas y a l g u nos minutos, pasaba yo por l a calle de l a C r u z . T e n i a ocho años menos que ahora. Pero en cambio, habitaban en m i bolsillo diez Amadeos, cosa que hoy no conozco, es decir, no tenso trabo con ellos. Como i b a diciendo, caminaba por l a calle de l a C r u z , verdadera Jauja en prendas de vestir. Nevaba, y hacia u n frió de seis bajo cero. Y o l u c i a m i esbelto t a l l e ; quiero decir, iba en cuerpo. T i r i t a b a ; el frió i b a en crescendo. P o r último, me decidí á dar a l cuerpo abrigo, y u n pesar a l a l m a . Entré en u n a sastrería. L o primero que v i , fué u n ruso admirable, l a r go, m u y largo; su pelo de color de polvo, me enamoró: me evitaba ei uso del cepillo. A más yo no le tenia. Me lo probé. E l sastre me dijo: — L e está á usted pintado. —¿Su precio? —respondí. — Q u i n c e duros. —Diez,—dije yo. E l maestro hizo ei panegírico del ruso, diciendo: — V e a usted l a clase, vea usted el pelo, y luego su color y l o n g i t u d . . . Y o me salía desconsolado; el ruso me encaprichó P o r fin accedió el sastre: pagué", tomó y salí. Apenas atravesé los umbrales de la sastrería me encontré un amigo; me saludó y me invitó á tomar café en el Suizo. Antes no me saludaba; sin duda le daba frió m i desnudez. Tomé, quise pagar, él se opuso. M i alegría no reconoció límites, porque no tenia un cuarto. E l se quedó en l a puerta del café hablando con varios amigos, yo pretesté u n a ocupación, le ofrecí mi casa y él hizo lo mismo. A l llegar á l a calle de Alcalá sentí se agarraban á m i brazo, y oí una voz que decia: —Adiós Eduardito. ¿Has heredado? —Sí, ingrata; sí, E n r i q u e t a . ¿Ustedes no saben quién es Enriqueta? No? Pue3 óiganlo. E n r i q u e t a es u n a mujer d e veinte años, n i alta n i baja, admirablemente proporcionada, sus ojos y sus cabellos, negros como el ébano, su cútia blanco como los pétalos de l a azucena. E n r i q u e t a , que me abandonó a l contemplar m i fortuna en cuarto menguante, l a creyó en creciente y quiso reanudar nuestras relaciones. Reconvenciones por m i parte, protestas de cariño por l a suya, volvieron á atar el nudo deshecho un año antes. Volví á pasear con ella, á tomar café en Rueda, donde ella pagaba un dia sí y otro también, pues yo nunca tenia suelte, a Lucí m i gabán ruso en los Bnfo.íu Me habia olvidado de decir que E n r i q u e t a , á más de ser modista, pertenecía a i sublime cuerpo de suripantas. Tenia mala voz, pero buen palmito. N o sabia música, pero tenia afición a l arte. M i gabán me abria las puertas del parnaso Bufo. Tí)dos me creyeron capitalista. Bien dice m i amigo Sánchez Castilla en su pieza iVónde esta la levital Dime qué ropa gastas, y te diré lo que comes. Más de una vez oí diálogos en que se referían á mí y que eran al tenor siguiente: —¿Quién es ese del gabán ruso? — T J n aprendiz de poeta, u n mal escritor tronado. — H o m b r e , quien usa un gabán así no puede ser pobre. E n efecto, y o parecía rico, pero no lo era. Pasó un año. E l gabán hizo su primera campaña, sin un descosido. A l a segunda tenia u n roto. L a tercera le v i o convertido en gabán l e v i t a , y cuando Enriqueta me v i o con aquella l e v i t a , me dijo: —¡Calla! ¡Cómo prosperamos! L e v i t a nueva, y la tela es igual á la del gabán ruso. —Sí, l a he comprado así, para que haga juego. De los recortes me habia hecho unos botines qu© tapasen ciertas sonrisas nada oportunas de unas br ta=i nada nuevas, Aquel invierno y el siguiente usé gaban-levita, Enriqueta me deeia: —¿Y el gabán? Un dia contesté: —Me lo lian robado. A l año siguiente él gabán necesitó nueva reforma. Me hice chaquet, y otro par de botines. Como los dos inviernos anteriores iba de levita í todas partes, aquel invierno fui de chaquet, í Enriqueta me dijo: j —¡Qué afán tienes por ese color! *—Es entusiasmo el que por él siento,—respondí. Dos inviernos, dia por dia, llevé e l chaquet sobre mí. A l tercero le convertí en cazadora: s u color era Iva de ceniza sí, pero de ceniza de habano, b l a n c a , (muy blanca. Su pelo no existía. Ha llegado el octavo invierno y el gabán sufre su última metamorfosis: está convertido e n chaleco. A l décimo año le veré convertido e n cuchillo» de algún pantalón de ceniza apagada, i En ocho años ha sido mi más fiel y constante a m i g o . Sus bolsillos han guard«;do versos, prosa, periódicos, cartas de amor, cuentas de sastre y sombre| rero, papeletas de préstamos, pero n u n c a , nunca l o lúe ha valido. Ha i d o al café, á teatros, desde el Real á la I n fantil. Ha comido desde Los Dos Cisnes, hasta en casa m T Í O Lucas. H a sido m i u n i f o r m e , e n u n a p a l a b r a . Y o h a respetado su cabellera, jamás l e pasé ttu cepillo. T e n g o el pensamiento de g u a r d a r sus restos para que acompañen á loa mios en su última morada, á imitación de los héroes á quienes e n t i e r r a n en u n i o u de s u fiel espada. E l gabán ruso h a sido m i consecuente compañero. E l h a v i s t o m i desesperación, m i s alegres ratos, mis amores, y a l ser convertido e n chaleco, h a visto m i último desengaño. E n r i q u e t a , l a hermosa E n r i q u e t a , h a vuelto á serme i n g r a t a . S u reconquista m e c o s t a n a o t r o gabán. ¡Quién t u v i e r a doscientos reales! G O N Z A L O S. NEIRA. L e o en u n periódico: " P o r disparo casual de u n rewólver que guardaba e n e l bolso d e l a chaqueta u n j o v e n de t i e r r a de S e g o v i a , fué h e r i d o otro a l que se le hizo l a correspondiente c u r a en el H o s p i t a l p r o v i n c i a l . n A h í tiene V d . S i eso lo lee u n a c r i a d a de s e r v i cio, y su amo v á de viaje, se expone á que le diga l a doméstica: —Señor, tráigame V d . u n j o v e n de t i e r r a d e S e govia. —¡Muchacha! ¿Y para qué l o quieres? —¡Toma! ¡Para frotar con él los c a n d i l e r o s ! *Una cocinera despedida por sus amos. Antes de dejar la casa, se detiene á charlar con la portera. , <—¿Con que no echas nada de menos al salir de esta casa?—pregunta esta á la doméstica. —Nada... ¡Ah, sí! Lo que siento es que no se venga conmigo el perro del señorito. —¿Porqué? —Por que él era el que me lavaba los platos en la cociua. En una de las escenas de un drama furibundo, representado en un teatro de provincia, el marido ofendido penetra irritado en la estancia de su esposa, creyendo encontrarla con su amante, pero encuentra la habitación vacía y exclama con desesperación: —¡Nadie! ¡Otra vez seré más afortunado! La avaricia de Alejandro Dumas, hijo, más ó menos exajerada por sus enemigos, da origen á no pocos chistes de los periodistas franceses. Uno de ellos le atribuye una frase, que como de Dumas, es ingeniosa, y como de avaro es sangrienta... —¿Usted da limosna alguna vez?—pregunta a l guien al hijo del célebre novelista. —¡Ya lo creo! En cuanto tengo una moneda falsa, se la doy á un ciego. Cada cual á su negocio. Con las cosas que me dices, me estás ^^^m& •Y tú me estás dando ahora mismo para tabaco. LA PRIMERA BARBA (APUNTES.) C u a n d o á fuerza de caer n i e v e sobre n i e v e , unos sobre otros años; cuando á fuerza de l a nieve caida e l airoso pelo q u e cubre l a faz»del hombre v a tomando poco á poco diferentes matices hasta c o n vertirse en u n pequeño m o n t e c i l l o de b l a n c u r a , no podemos menos de d i r i g i r u n a m i r a d a de cariño á los pasados tiempos, y de recordar c o n regocijo aquellos venturosos dias en que nos mirábamos l a cara t a n l i m p i a como l a p a l m a de l a m a n o . ¡Sarcasmo de l a h u m a n a n a t u r a l e z a ! E l capricho d e l h o m b r e no se encuentra n u n c a satisfecho en este m u n d a n o y m a r c h i t o paraíso; apenas obtenemos l a cosa a p e t e c i d a , cuando nos olvidamos casi por completo de e l l a , y en ocasiones l a maldecimos queriendo no v o l v e r á poseerla. L a ambición, como condición indispensable a l completo perfeccionamiento, ¡cuántas veces es origen de lágrimas! ¡Cómo nos hacen v e r t e r amargo é i n consolable l l a n t o los objetos, las cosas, las personas deseadas c o n dulces y juguetonas sonrisas! P e r o no puede evitarse; es c u a l i d a d i n n a t a en e l hombre como en los seres inferiores, pudiéndolo n o t a r el h o m b r e observador, desde e l recién nacido h a s t a ei moribundo... Descuida, lector, que p a r a t u t r a n q u i l i d a d y l a m i a no me meteré e n h o n d u r a s . . . de donde no pueda s a l i r ; solo me propongo y ¡quiera D i o s que lo consiga! señalar algunas de las impresiones que sen- tí antes, en el momento y después de mi primera barba. Eu algún tiempo fui, por más que te parezca lo contrario, un hombre... un hombre de quiuce años, con una cabeza toda humo, uu corazón todo amor, anas ilusiones... ilusorias, y ¡unas ganas de tener bigote!... Para abreviar, estaba en la edad tonta, con perdón sea dicho de los que se encuentran'en ella. Tratábame con eminencias, á mí semejautes, que no teníamos otra obligación que arreglamos lo mejor posible la toilette, retorcernos el labio superior... digo, el bigote, y estudiar, cuyas dos primeras obligaciones cumplíamos fielmente á diferen- cia de la tercera, que no era, ni con mucho, de nuestro mayor agrado. ¡Hasta al enumerarlas la he dejado para la última... Así era siempre! Todos mis amigos, menos y o , habíanse alguna vez que otra rasurado ¡su limpia y nivea cara; todos menos yo se afeitaban (!) Y a eran, pues, hombres; hombres verdaderos, y hasta les mirábamos con más respeto. Que mis compañeros me llamasen chiquillo, era lo que yo no podia tolerar con calma; y para ser en lo posible, si no más, igual á ellos y estirpar de raíz aquellos abusos de fraternal confianza, determiné... afeitarme. ¿Te has hecho cargo de la figurilla? Sabia yo que entre aquella cuadrilla iba á ser un acontecimiento; sabia que mi situación se elevaba, y sabia... que iba á gastar inútilmente un real, y la. propina, sicometia el exceso de darla al mancebo que solícito y amable iba á ser el ejecutor de mi ardiente deseo; y por fin, , sabia—esto no lo sabia, pero me lo figuraba—que hasta se iba a insertar en hxa columnas de La GcrTCSjJonde'tici'i como noticia de interés general!... L a noche precursora del para mí fausto acontetecimiento, casi no dormí, y los lijeroa momentos qne lo hice, soñé, ¡pero qué sueño! Que ya en la barbería, todas las miradas, sonrisas y palabras, eran alusivas á mi negra y poblada barba; soñé por fin... ¡que me degollaban! Pero no acababa aquí el terrible drama, cuyo protagonista era yo, ó mejor, mi barba ; tenia dos actf.s, y faltaba el segundo, cuya decoración venia á representar un profundo, negro y frió abismo, por cuyo sendero bajaba yo sostenido por el viento, y á medida que bajaba, bajaba también la barbares decir, crecía, pero crecía tanto que llegué á enredarme en sus largos tirabuzones, cuya peso aceleraba mi caida, yendo á parar ¡no sé á dónde! á un recinto en el que estaban pintados con vivísimos colores lo más horrendo, lo mái descomunal, lo más inverosímil que un loco puedo imaginar en el momento de su delirio. ¡Qné noche! Todavía conservo la opresión de pecho que aquella horrible pesadilla me produjo. Despertéme más temprano que deorlinario, y me levantémás tarde que de costumbre; me estaba preparando. Marchaba tranquilamente por Ja calle de la Montera, cuando me dieron un prospecto que, malísimameute redactado, decía, ó quería decir, que por allí cerca se acababa de establecer una antigua peluquería. V i el cielo abierto, y andando algunos pasos la puerta del establecimiento ¡estaba tentadora! Entré. *—\ty*é ya á sjer? fueron las primeras palabras que aquellos pacíficos servidores me dirigieron. A juzgar por mi aspecto, no comprendieron que trataba de afeitarme, ó, mejor dicho, de que me afeitaran. ¡Necios! Sin atreverme á mandar que pasaran la navaja por mi cara, me sirvió de preámbulo el que me cortaran ¡no te asuste.*! el pelo, en cuya faena creo, si mi memoria no me es infiel, tardaron tres cuartos de hora, al cabo de los cuales, galantemente me dijeron que allí estaba de más; yo no entendí la indirecta, y con la mayor naturalidad dije que me limpiaran, la cara. O no comprendieron, ó no quisieron comprender lo que decirles quería, por lo que, revistiéndome de serenidad y sacando el pañuelo para que no pudieran comprender que me ponia colorado, afeíteme Vd., dijo con imperiosos modos, y todo lo más ligero que pude. Describir el extremecimiento que sentí cuando en mí colocaron la navaja, el carácter de la ligera sonrisilla que por mí retozaba y el retemblido que di cuando burlona mente me anunció el barbero que si me movia iba á cortarme, seria cosa de emplear mucho tiempo y palabras. Con gran satisfacción mía, concluyeron de hacerme la barba, y á l o s pocos momentos, sin saber cómo, me encontraba eu la calle.. Allí habia otra atmósfera, allí se repiraba, allí, porfió, ¡no estaba en manos del barbero! Sin detenerme un se • gundo, y al paso más ligero que pude, me dirigí á la Universidad; era, menos minutos, la hora de entrar en clase, y por consiguiente, todos los compañeros que tenían el feo vicio do asistir á ella, se encontraban en el soberbio claustro; conversé con al- giinos; me acerqué' á todos, y ¡qué sorpresa! empezaron á hablar... de lo de costumbre, de que, ¿cuándo me afeitaba? ¡No notaban en mí la falta de la barba! Se cansaron de hablar acerca de ella, y pasaron á discutir una cuestión de derecho; hablábamos de las tutelas, y cuando estábamos en el punto más culminante del tema, uno de mis camaradas y á propósito, según dijo, de ellas, hizo notar que, sustituyendo al bigote, ostentaba yo unas cuantas cortaduras.—¿Quién te ha obsequiado?—me dijo, y sin hacer gran caso del lijero bofetón que á estas palabras había acompañado, respondí al momento y hasta con un poquillo de orgullo: ¡el barbero! Estupefacción general. Acabar de decir aquella palabra y encontrar mi flamante sombrero apabullado por cien despiadadas manos, fué cuestión... de nada. Apenas me repuse del efecto producido por aquel acto de compañerismo, observé que la puerta del aula estaba abierta y á mÍ3 amigos colocándose cada cual en su puesto, como los picadores de tanda. Yo les imité (no á los picadores, sino á mis condiscípulos.) Aquel dia nuestro catedrático tuvo la humorada de pasar lista, como nosotros decíamos, y hacernos algunas ligeras preguntas sobra la lección, tocándome en suerte ser el primero que debia con testarle y no lo hice; fué llamando después á mis amigotes que respondieron... lo que yo. ¡Qué tiempos aquellos!... Todos los amables lectores 'y lindas tóoras'que,' ¡evesfcidas de paciencia, hau continuado leyendo este articulejo, se figurarán que lo doy á la estampa con objeto de recordar halagüeños días de mi infancia, mirando el suceso narrado críticamente por la fuerza y experiencia de los años... Pues si han pensado esto, se han equivocado de medio á medio; solo han trascurrido algunos meses; en este intervalo me he afeitado cuatro veces el sitio en que á los hombres brota la barba. Y ésta obstinada en no hacer su presenta™ cion. CARLOS EL Ossoiuo Y GALLARDO. EGOISMO. FÁBULA. Con ruda miseria interna, su familia atormentaba Perico; despilfarraba el peculio en la taberna, y exclamaba en son beato, atracándose sin tasa: ¿Quién me mantiene la casa, si yo no me doy buen trato? De este egoísmo brutal, ejemplos do quier se ven. iQué importa, si yo estoy bien, que los otros estén mal? MANUEL FERNANDEZ Y GONZÁLEZ. 1 ri ^ > J uemDie...—¡¡Han matado a l perro Paco!! ea —¿Cuándo veré premiados mis afanes? —Esta noche á las doce en Capellanes. EL LEON Y E L GATO. FÁBULA. Mirando á u n viejo león, d i j o un gatillo incipiente: "Tú, que fuiste prepotente, y a no vales, fantasmón, u Clavóse un abrojo á punto él león, lanzó un rugido, y ei gatueio ensordecido quedóse, y gemi-difunto. Más luego se recobró y d i j o i n s o l e n t e y vano: H a s hecho un esfuerzo, anciano, pero no me engañas, no.n JI Hay gato, yo te Iq advierto, lector, que matando á escote, aunque el difunto le azote, sigue dándole por muerto. No vale contra, él virtud, y es inútil Ve digáis: « L O S MUERTOS Q U E VOS MATAIS GQZAN D E BUENA SALUD.» 'MANUEL FERNANDEZ Y GONZÁLEZ. U n p l e i t e a n t e de m a l a fe, buscó á u n a b o g a d o celebre p . r a q u e l e defendiera: tomó'el letrado l a n o t a d e l q u e quería ser s u c l i e n i e y Iq dijo v o l v i e s e ; de allí á dos d i a s : v o l v i ó e a efecto, y le preguntó s i s e e n c a r g a b a de s u negocio. — N o encuentro más que u n a d i f i c u l t a d , — d i j o e l a b o g a d o : — s i y o le defiendo á usted, ¿quién me defenderá á mí? , E n u n a r e v i s t a de inspección, e l g e n e r a l dijo á u n s a r g e n t o examinándole de orientación: — S u p o n g a m o s q u e t i e n e V d . á l a derecha e l L e v a n t e á l a i z q u i e r d a e l P o n i e n t e ; ¿qué tendrá u s ted delante? — L a s narices,—respondió s i n v a c i l a r el s a r g e n t o . E l g e n e r a l no creyó o p o r t u n o p r e g u n t a r l e qué sería l o q u e tendría» detrás. U n j u r a d o de l a Exposición de A n i m a l e s á u n a a m i g a siiyfi., que encontró acompañada de su ñifla;. — D i s p e n s e V d . , F u l a n i t a , n o puedo d e t e n e r m e : estoy c a y e n d o e n f a l t a en l a Exposición de A n i males. — ¡ A y mamá!—dijo l a niña c u a n d o se hubo i d o : — ¡yo q u i e r o v e r á ese señor en s u j a u l a ! Más sobre l a m i s m a Exposición: a v e r mamá, cómo l a señora te engaña c u a n d o t e dice q u e y o n o sé n u n c a l a l e c ción de H i s t o r i a S a g r a d a . L A M A M Á . — ¿ Y á qué v i e n e eso ahora? L A N I Ñ A . — M i r a , mamá, en a q u e l l a j a u l a d i c e ; E x c m o . señor d u q u e de T o r r e p r i e t a , y d e n t r o h a y u n cerdo. L A NIÑA.—Vasf L A M A M Á . — B i e n ; ¿y que'? L A N I Ñ A . — ¡ Q u é ! ¿en l a obra j a u l a qué dice? L A M A M Á — D i c e S i . D . I n f u n d i o de R a t a p l á n . L A N J $ A . — ¿ Y qué h a y dentro? L A M A M Á . — T J n macho cabrío. L A N I Í Í A . — M i r a , mamá; ¿qué dice all*? L A M A M Á . — E x c m o . señor marqués de A l c o b a coja. L A N I Ñ A . — P u e s dentro hay un mico. L A M A M Á . — ¿ P e r o qué t i e n e que v e r eso c o n la Historia S u r a d a , Elisa? L A N I Ñ A . — ¡ Y a y a ! Vasa v e r l o , mamá: todos esos señores h a n sido m u y m a l o s , y D i o s los h a c o n v e r t i do en bestias como á N a b u c o d o n o s o r , r e y de B a b i lonia. 1 E n l a m i s m a Exposición: U n m a r i d o á su m u j e r : — D i c e n q u e h o y n a d i e dice l a v e r d a d , ¡qué c a l u m n i a ! que l o d i g a esta Exposición: Aquí se presenta todo el m u n d o i n g e n u a m e n t e , t a l corno es. E n l a t r i b u n a de señoras d e l C o n g r e s o decia u n a de ellas á o t r a : — H i j a m i a , t u a m i g o e l d i p u t a d o X . no es d i v e r t i d o cuando h a b l a . —-Pues m i r a , — d i j o l a o t r a : — t a m p o c o l o es c u a n do c a l l a . U n abogado deeia á u n a preciosa r u b i a : — E l amor es u n a cadena que nos sujeta á u n a mujer. — ¿ Y por cuanto tiempo?—dijo ella. — P o r V d . , — d i j o él,—sin circunstancias atenuantes, cadena perpetua. U n a señora c a r i t a t i v a , decia h a b l a n d o de u n a persona á l a que h a b i a favorecido, y no cesaba de m a n i f e s t a r l a de l a manera más e x p r e s i v a su r e c o nocimiento: — E s t e hombre es sofocante, i n s u f r i b l e : es... ¡un monstruo de g r a t i t u d ! — V e a V d . , — d e c i a u n c a r p i n t e r o , á q u i e n se h a blaba de especulaciones:—los negocios son como u n a t a b l a : todo e l m u n d o l a acepilla y se l l e v a u n a v i r u t a : cuando l l e g a el último no queda n a d a . H a b i e n d o c o n v i d a d o á su casamiento u n o de sus amigos á u n solterón contumaz, éste le dijo: — I m p o s i b l e , amigo mió, á fé de célibe; he j u r a do no a s i s t i r á ningún casamiento; los malos ejemplos son contagiosos. L a s mujeres emplean más su i n t e l i g e n c i a e n provecho de l a l o c u r a , que e n provecho de l a razón. L a s grandes cualidades i m p i d e n más que los grandes vicios, e l tener muchos amigos. D e j a r e n en l a r u l e t a h a s t a l a última peseta. F i r m a r en seco. EL HOMBRE IMITACION Y E L HIERRO. B E VÍCTOR HUGO. — J i g a n t e de férrea entraña q u e te elevas h a s t a e l c i e l o , ¿quieres que con m a n o d i e s t r a robe el m e t a l de bu c e n t r o p a r a hacer de él u n a r a d o que a b r a de l a t i e r r a el seno? — T r a b a j a , sí, y tras los b u e y e s siga y o c o n paso l e n t o buscando á l a m a d r e t i e r r a los tesoros de más p r e c i o ! — C í c l o p e , q u e h a s t a las nubes l e v a n t a s t u férreo c u e r p o , ¿quieres q u e a r r a n q u e á t u entraña hélice, ruedas y remos p a r a l u c h a r en las ondas c o n t r a e l líquido elemento, y s u r c a r c o n tus a u x i l i o s los más anchurosos piélagos? — T r a b a j a , sí, y de m i entraña haz bajeles, ruedas, remos p a r a c r u z a r p o r los mares del uno a l otro hemisferio, d i f u n d i e n d o á otros países l a l u z , l a industria, el comercio! — M o n t a ñ a de férreo v i e n t r e q u e t e pierdes e n los cielos, ¿quieres que h a s t a t u s entrañas # p e n e t r e y te dé tormento, p a r a hacer con t u s prodigios, máquinas de d u r o hierro , que aguas l l e v e á las ciudades que v i v i f i q u e los pueblos, que rieguen nuestras campiñas y fecunden e l desierto? —Explótame c u a n t o q u i e r a * ; trabaja si es t u deseo; p r o c u r a á l a h u m a n a raza placeres dulces y honestos, que e n t u mano trenes, hombre, dicha-, salud y progreso. — E , o c a de m e t a l precioso, ¿quieres que robe e n t u centro h i e r r o p a r a hacer cañones c o n que i m p o n e r m e á los pueblos: balas p a r a e x t e r m i n a r l o s , bombas p a r a demolerlos, y cadenas con que logre á m i antojo someterlos? — A p a r t a de mí, i n h u m a n o ; h u y e á ios ámbitos negros; l l e v a á l a región del m a l tus homicidas proyectos. S o y l a v i d a , tú l a muerte: h u y e t i r a n o soberbio; no busques, n o , en m i s entrañas armas c o n t r a e l u n i v e r s o , p a r a d e s t r u i r las obras del más sublime arquitecto. L l e g u e h a s t a mí el hombre justo 10 a b i e r t o tiene m i seno p a r a hacer c o n m i s tesoros hélices, r u e d a s y r e m o s , arados, sierras,.escoplos, , mánüiña, i m p r e n t a , - t e l é g r a f o s , y limas para romper la-i c a d e n a * d o lo 4 s i e r v o - ; qxi3 D i o s h i z o a l n o m b r e l i b r e y de sus acciones. (Lneno-, \)\Vii ser h o n r a d o , - s a b i o . , trabajador y. perfecto^ ' KC-ÉSG'A y CÁ.11LSS A veces un huracán hace bailar el can-can# De Fuenlabrada á Madrid siempre viene cuando hay feria, y aunque se llame Pascuala, dice que es la tia Javier a.