25 SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL NOCIONES 193 FISIONÓMICO-HISTÓRICAS DE LA ARQUlTECTimA EN EÍSPASA. Articulo III. MONUMENTOS CICLÓPEOS Ó PEX.ÁSGICOS. Restos (le un nionunienlo de la Ktolia cerca do Missoloiijrhi. Existen unos monumentos apellidados ciclópeos, nombre que deben, ya sea á haber parecido superiores á las fuerzas humanas, ó ya á haber sido erijidos por unos hombres extraordinarios denominados ciclopes (1). Los muros de Tirintia, dice Estrabon (Libro 8, capítulo VI) que fueron construidos por siete de estos, que Proeto hizo venir de Lidia espresamente para tal fin.—Llámanse también pelásgícas las construcciones de que hablamos; á consecuencia de que todos los resultados de las investigaciones conducen á atribuirlas á los pelasgos, pueblo errante cuyas emigraciones á Grecia, Francia 6 Italia, son de los primeros hechos atestiguados por la historia. Esta gente, que parece ser progenitora de los griegos y latinos, se cree de origen oriental, y se sospecha haber sido parte integrante ó descendiente de los Fenicios, en lo cual fundan su opinión algunos que suponen fenicias las espresadas construcciones. Otros, por el contrario, creen que los pelasgos vinieron de hacia el Indostan sin tener parentesco alguno con los fenicios; y que estos, copiaron después las construcciones propiamente pelásgieas erigidas por aquel pueblo nómade, y especialmente las ejecutadas en la costa septentrional del África. Los monumentos ciclópeos ó pelásgicos se reconocen (l) Esto úUimo se deduce de Eurípides, Trocid., V, v. 1004; Strsbon, Ub. VIU; l'ausanias, lib. II, c. TV, XVI y XXV. AÑO XXII.—21 DE JUNIO DE t S o " . fácilmente:—I." por la tosquedad y enorme tamaño de sus pedruscos, entre los cuales se ven algunos de 40 pies de largura, circunstancia en que hasta cierto punto convienen con las obras célticas;—y 2.° por sus muros de grandes piedras puestas unas sobre otras, cosa poco frecuente entre los celtas. (Véanse los grabados de este número). Dislínguense en los monumentos ciclópeos, cuatro géneros de construcción, que, en el sentir de irnos escritores, pertenecen á otras tantas épocas; pero que otros juzgan haber sido contemporáneos. Consiste, el 1.° en piedras completamente toscas 6 apenas trabajadas, do grandes y desiguales dimensiones, colocadas en desorden y dejando entre ellas intersticios, que se rellenaban con otras mas pequeñas como se presentan en los muros de Tirintia, en parte do los de Argos en Grecia, y en el monumento conocido bajo el nombre de Gigantcja ó Torre de los gigantes en la islila de Gaulo (hoy Gozzo) junto á Malta, edificio el mas importante que de su clase existe en el Occidente. (Véase la figura 8.* en la página 197). Hay muros de esta clase que tienen de 20 á 24 pies de grueso. El 2.° género está mas regularizado: las piedras son de figura polígona irregular, cortadas con cierta precisión, y reunidas con mucho cuidado y sin argamasa , como se observa en el Acrópolis fj« Tirintia en el de Micenas, y en los muros de Manlinca (Véase la fig. 2.", pág. 196). 194 SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL. En el 3." se ven piedras polígonas y cuadradas, y los resignados á la voluntad de Dios que había dicho al hijo de lechos se aproximan á formar líneas horizontales, de lo ó Abdallá tú serás mi profeta; tomó aquella religión el que hay muchos ejemplos en la Beocia, en Micenas, y nombre de ISLAMISMO , resignación á Dios; y los que la profesaban el de MUMENiNos, creyentes fieles, creyentes resignaen Samicum. (Véanse las íigs. 3.'' y 4.", pág. i96). En el 4.°, por fin, las piedras fueron cuadrangulares, dos; que obedecían un jefe, EMm-ALMUMENiNos,prííicí;)e(?e las hiladas horizontales, y las juntas, ya verticales ya en los creyentes. Estos nombres adulterados después en el lenotros sentidos diferentes, de lo cual son ejemplos los muros guaje europeo, como ha sucedido con la mayor parte de los de Micenas y la Tesorería de Atreo ó sepulcro de Agame- nombres arábigos, degeneraron, el de niunieninos, en nón en la misma ciudad, y los muros de Platea y Chero- el de MUSULMANES; y el de Emir-al-rnnmenin, en el de Miramamolin: La autoridad de Califa y la de Miramamolin es nea. (Véanse las figs. S." y 4.") No son los ejemplares que acabamos de citar los únicos la misma, á escepcion de alguna pequeña diferencia que las subsistentes que llaman la atención; hállanse por el con- separa y que explicaremos cuando el orden de las cosas lo trario otros no menos notables, como los restos que se ven baga oportuno. en la Etolia cerca de Missolonghi, cuya copia ((ig. 1.") enPresupuestas tales explicaciones trataremos de detercabeza este artículo, los de Larissa, de Argos, y de Epidauro minar con la posible claridad en los párrafos sucbesivos la en Grecia; los de Cossa (Toscana), de Preneste, de Cora, de religión de los musulmanes; ó lo que es lo mismo, la reliAlatri, de Ferenlium, de Segni, de Norba, y de Alba en gión escrita en el Coran. Italia; los de Stéfani en Sicilia, y otros muchos en varios El Coran reconoce un Dios omnipotente, eterno, justo, puntos de las costas del Mediterráneo. infinitamente sabio, criador de todas las cosas; pero no adEn España es muy notable y conocida como construc- mite el misterio de la Santísima Trinidad, quedando por lo ción del género i." la parte inferior de las antiguas mura- tanto reducido su Dios al JEHOVA de los judíos. llas de Tarragona. Los talayots de nuestras islas Baleares Reconoce la existencia de los profetas llamados en la parece son también monumentos ciclópeos ó pelásgicos. Biblia mayores y menores; la de Gad, Natán, Enoc, Moisés, La constntccion ciclópea se encuentra usada en muros San Juan, la del mismo Jesucristo á quien confunde con y puertas do ciudades, en recintos sagrados y en revesti- los otros profetas; pero advirtiendo que ademas de anunmientos de muchos sepulcros de los tiempos heroicos de la ciar cada uno de estos el objeto particular de su misión Grecia. celeste, todos con-spiran de consuno á predecir la venida Estos monumentos al par que manifiestan los esfuerzos al numtlo del gran profeta Mahoma, de una nación poderosa, indican las primeras tentativas El Coran reconoce también un paraíso con ángeles y del humano ingenio en el arte de edificar. arcángeles, que Mahoma vio antes de morir cuando hizo su MANUEL DE ASSAS. viaje al cíelo en la yegua Al-vorak, cuya explicación omitimos por estar dicho viaje manoseado ya hasta en los romances cantados perlas viejas; pero el paraíso donde se han de premiar después los justos, lo divide en siete cielos de los cuales el primero es de hierro bruñido; el segundo de plata; el tercero de piedras preciosas; el cuarto de ESTUDIOS HISTÓRICOS. esmeralda, el quinto de oro; el sesto no dice de qué; y el sétimo de luz divina. En esta serie de cielos, es donde Mahoma dá libre BUENAS LETRAS. curso á las aberraciones de su fantástica imaginación. Artículo III. En el primero nos presenta las estrellas colgadas de cadenas de oro, sosteniendo cada una un ángel con espada E L CORA?( Y EL SÜNiNA. en mano para impedir que los diablos suban á robar el CoDOS son los libros que reconcen como sagrados los sec- ran: en los demás vemos succesivamente, ora al confidente tarios de Mahoma, EL CORAN y EL SÜNNA. Hablaremos pri- de Dios, ángel de tan desmesurada estatura que de ojo á ojo de la cara median sesenta mil jornadas; ora á San Juan mero del Coran y después lo haremos del Sunna. El Coran que quiere decir lectura o la lectura cuando asustado por la presencia de Mahoma, á Moisés triste de pronunciamos AL-CORAN , y que también so llamó KITAB- envidia; al ángel de los gallos, al de los perros, al de todos ALLAH, libro de Dios, es el código civil y religioso de los los anímales : y sí el profeta pregunta para que está aquel musulmanes; en él, encuentran estos la religión que deben lugar vacio en el cuarto cielo, le responde otro ángel adorarar; las reglas de conducta á que han de referir sus muy complaciente, que allí se han de reunir al fin del acciones; la manera en que lian de proceder con sus coe- mundo la yegua Al-vorak en que hizo su viaje, el camello táneos ; y el modo con que en circunstancias dadas han de de la Egira, el perro de los siete durmientes {leyenda arábiga) el cordero de Abraban, la burra do Jesucristo, la burtratar á sus enemigos y á sus prisioneros de guerra. ra de Balan, la burra de Esdras, y el caballo de San Jorge. Antes de pasar adelante sentaremos algunas circunsMas donde principalmente despliega los delirios de una tancias necesarias para la buena inteligencia de ios detalles imaginación feraz, que pretende dar á conocer con palabras que del Coran nos proponemos hacer. Cuando reunidos Mahoraa, Abu-Bekr, Kadigia y Ali en lo que la lengua del hombre no puede exj)lícar; es en la descripción del último cielo. el banquete donde Mahoma promulgó por vez primera su Al cruzar Mahoma por esta mansión de goces, descumisión divina, recordaremos que alzándose aquel orgulloso entre la concurrencia que le rodeaba, preguntó quién que- brió dos mares, uno de luz y otro de oscuridad: vio después ría ser su Visir: y como Alí contestara que él, añadió el el trono del Altísimo rodeado de mágicos albores: vio junto al trono la nítida fuente de los dos rios que riegan el Paprofeta que seria también su Califa. Estas fueron las primeras dignidades que en aquella raíso; y de los dos que riegan la tierra, Eufrates y Tigris: secta se croaron: la de CALIFA , succesor,, vicario; y la de vio el árbol del Loto que nace junto á la fuente, del cual refiere que sus ramas de flores azules, cubren el trono de Dios VISIR que vino después á ser teniente del Califa. Como todos los que veneraban á Mahoraa se emancipa- que se sonrió al mirarle; que sus ramas de flores azules cuban de la antigua religión de la Cababa, para someterse bren también el Coran escrito en dos tablas que se recues- EL TURBANTE. SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL. tan sobre el trono de aquel árbol tan grandes que su anchura es igual á la distancia que hay de polo á polo en la tierra; y en altura á la que existe desde la superficie de la tierra hasta el primer cielo. El árbol del Loto da por fruto apiñados pepinos que se desgajan con sus flexibles ramas sobre las trasparentes aguas de los divinos mares. Cada pepino encierra una HURÍ, ninfa preciosa, joven ideal de vaporosas formas, de graciosos contornos, de inconcebible hermosura, que se dividen en blancas, negras, verdes y amarillas. Estas huris son todo el premio que el justo encuentra en el Paraíso, las abraza se engolfa en su amor sensual, y ellas después risueñas vuelven en rauda carrera á sus pepinos sin haber perdido en modo alguno la pureza de su virginidad. Este es el Paraíso de los hombres; las mujeres tienen otro separado, aunque según palabra del mismo profeta, en su mayor parte se condenan. La religión de Mahoma reconoce también un infierno dirigido por un ángel malo ó demonio DEBLIS: que preside las vastas legiones que se ocupan en martirizar al injusto. Al infierno lo separa del paraíso una gruesa muralla, A L ORF, que no impide se hablen los condenados á perpetuos tormentos con los que gustan los placeres de la bienaventuranza. El infierno tiene siete puertas, cada una de las cuales conduce á una tortura especial. Por la primera entran los musulmanes: por la segunda los cristianos: por la tercera los juilios: por la cuarta los sabios: por la quinta los magos: por la sesta los idólatras: ¡lor la sétima los hipócritas y los avaros. Las penas que alli se sufren son eternas para los condenados de todas las sf.ctas, menos para los musulmanes que después do purificados con el fuego, suben por último á saborear las delicias del árbol del Loto, ó cedro inmortal como algunos escritores le han llamado también. A la tierra la uno con el Paraíso un puente formado por un cabello, el puente AL-SUIAD ; cuyo puente pasan las almas después de su separación del cuerpo, y por una razón muy sencilla, según dice el profeta, las que no llevan pecados le atraviesan con facilidad y arriban á las puertas do la gloria, mientras que las que van cargadas de aquellos pesan mucho, rompen por lo tanto el cabello, que no puede sostenerlas, y caen al infierno que eslá debajo. lié aquí, el plan de la religión do Mahoma; plan ingenioso para un poema del tiempo y gasto de Orlando el furioso; poro de ningún modo para una religión viva. El Coran no solo contiene la religión que promulgó, sino que prescribe tamliien á sus sectarios los preceptos, de moral, y las reglas que han de observar en su vida civil y militar. El otro libro que veneran los musulmanes es el SUNNA. El Sunna que corresponde al MISNA de los judíos (segunda parte del Talmud babilónico) no es otra cosa que una recopilación de las doctrinas y máximas que el profeta esplicó de viva voz, y que el célebre AL-EOCHAIII escribió algunos años después de muerto aquel, reduciendo por medio de un descarte concienzudo á siete mil doscientas sesenta y cinco tradiciones auténticas, las trescientas mil que, arbitrarias en su mayor parte, referían los musulmanes atribuyendo s\i origen al mismo Mahoma. En los tiempos posteriores agregóse también al Sunna el JÍMAR, decisiones unánimes de los Imanes ortodoxos sobre aquellos puntos de religión mas controvertidos, el Kios, explicación de las antiguas sentencias, y deducciones que se hacen de ellas, para los casos nuevos que puedan ocurrir. Finalmente, el Sunna que se considera como un complemento del Coran, es el libro donde los musulmanes han vaciado el raudal de sus supersticiones: y á la manera 195 que los judíos de Babilonia, olvidando las severas lecciones de Judá Acadox, autor del verdadero Talmud , dictaron otro sembrado de imposturas y quimeras; aquellos han aumentado también con su labor el libro de Al-fochari en el cual aparecen hoy las mas estravagantes concepciones de una imaginación descompuesta. La cuerda insivible de los once nudos, parto de la magia del judio Lobaid; la pierna de carnero asada con que en vano trató de envenenar al profeta, la joven Zcinab; los maravillosos efectos que las suras (1) H 3 y 114 del Coran han producido contra los encantos; son para los musulmanes, los mas asombrosos portentos que aquel encierra, son otras tantas lunas que diáfanas reverberan al través de lo*^ tiempos el ridículo ingenio de las plumas que amplificaron el Sunna. La religión del profeta recibe su culto en unos templos que se nombran mezquitas; y estas mezquitas que en algunos países fueron muy lujosas, son hoy por lo común ovaladas, bajas de techo con miserable artesonado de madera, con estera de paja, con tapices y con una pequeña torre llamada minarete. Al plantear Mahoma el culto esterno de su religión, vio que los judíos santificaban el sábado, los cristianos el domigo, y eligió el viernes día en que Dios crió al hombre. Estableció también su oración, AZALÁ, que liabia de repetirse nueve veces al dia; pero quejándose algunos musulmanes de que era muy pesada, la redujo á cinco que son las siguientes: 1.° Al brillar la aurora, AZOTI. 2.° 3." 4." Al medio dia, ADOAR. Por la tarde, ALASAR. Al ponerse el sol, ALMAGRIB. 5.° Al hacerse de noche, ALHATEMA. Ademas de dichas oraciones de rúbrica, denominadas también abluciones, babia otras extraordinarias como la Cliotva, oración pública por el rey. En un principio determinó el profeta que se convocase á la oración con una campana de palo: después le pareció esta voz indigna de convocar los líeles al templo de ALÁ, Dios, y quiso que se usase del clarín de bronce: todavía le pareció su eco poco noble para tan alto empleo; y sentó por fin que solo la voz del hombre pudiera desempeñar aquella misión. Fijó desde entonces sobre el minarete de la mezquita el MuiízziN, especie de sacristán, grita en horas determinadas:—JVo hatj mas Dios que Dios y Mahoma es su profeta: musulmanes, acudid á la oración. Las dignidades que se ocupan diariamente en el servicio de la mezquita se distinguen con estos nombres: Imán, primer sacerdote; AI.-MOCRI , lector del templo; ALCHATIF, predicador; y ALATIF, doctrinero. La religión del profeta no reconoce monjas ni frailes propiamente dicho, pero sí SOFIS que son unos hombres que arrastrados de vehemente amor hacia su Dios, hacen voto solemne de pobreza; se despojan de sus galas; visten un dominó pardo, se ciñen á las carnes crueles cilicios, y repartiendo entro los necesitados sus intereses, se resuelven á vivir sostenidos por la caridad pública. Aunque diversas las sectas del islamismo y esparramadas en lejanos países, no por eso son sus mezquitas templos sueltos sin enlace entre sí; no son unos astros aberrantes que brillan acá y allá sin trabazón alguna; no: todas están sistematizdas; todas dependen de un centro común, foco do luz cuyos rayos se esparcen en todos los ámbitos del imperio musulmán; y esto centro, este foco es la Cañaba, primera mezquita del mundo donde entre flotantes pabellones de seda y terciopelo, se conserva la piedra negra, nú (1) Cíijululos. 190 SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL. oleo del mundo, rubí brillante en otro tiempo que cayó del cielo inundando la Arabia con su luz , que volvieron negro los pecados del hombre, pero que otra vez recobrará su esplendor al fin del mundo. Todo los musulmanes tienen la obligación impuesta por el Coran de ir una vez por lo menos en su vida á dar tres vueltas por la Meca como lo liizo el profeta, y á besar la piedra negra. Apesar de que el islamismo es tan breve en su forma que se halla contenido en ciento catorce capítulos ó suaras, únicos que componen el Coran, y apesar de que su doctriestá dispuesta con la mayor claridad posible no ha podido sustraerse tampoco á la discordia de los cismas, ni al veneno de las heregias. Después de muerto el profeta aseguraron unos que su cuerpo se había corrompido, y semejante opinión dio mar- gen á la secta turca: otros sentaron que el Coran estaba escrito por la mano de Mahoma y dio origen á la secta de los persas. También se suscitaron encendidos debates sobre si los imanes habían de descender todos en línea recta de Ali, á cuyos partidarios se les llamo SCHITAS, Y CAREJITAS herejes ó rebeldes á los doce mil hombres que se separaron de esta doctrina. En una palabra; con la muerte de Mahoma se rompió la unidad envidiable que durante su vida disfrutó el islamismo; surgieron del seno de aquella religión mil ambiciones como veremos después, y quebróse la paz del imperio musulmán , del formidable imperio que el genio de la Arabia liabia conseguido plantear á fuer de trabajo, de estudio y de vigilia. kAJU. MANX'FI. IBO Ai.FAno. ..>,a" Pifciciitcs géneros de con'^fri'Ci'ion tlcl Acrópolis de Mifí'nri';. SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL. 197 Mticslra de la conslruccíon ücl templo tic Gaulo hoy, (Gozzo). EL ÁLBUM DE FULANITA^ A MI CARO PRIMO DON CLEMENTE MEANA ACEBAL. Cansado una noche de pasear en la Plaza de Oriente, y secas mis fauces de paliquear con dos de esas lindas niñas cuya palabra seduce, vínerae á casa ansioso de entregarme al mas profundo sueño; pero apenas entro en ella, cuando la Maritornes (I) —Señorito, me dice, sobre la mesa de su cuarto tiene usted una cosa de una señorita y una carta muy urgente, cuya contestación debe V. dar mañana sin falta, según palabras de la moza que la ha traído. Apesar de no ser yo un fatuo, un Narciso como muchos, creí desde luego que alguna- hermosa joven se había enamorado de mi simpática figura,—lo cual no es de estrañar en Madrid, donde las mujeres son tan caprichosas,— pero... ¡oh dolor! todo menos eso. Voy á mi cuarto j al ver la carta sobre un magnífico álbum con filetes dorados,—que érala cosa de la criada,— se apoderó de mí una mortal tristeza, y luego me entraron escalofríos, y creo que hasta calambres. ¡Tal es la aversión y miedo que siempre tuve y tendré al album.de las señonlas! (Repárese que no digo á ellas sino al álbum.) Ese miedo y esa aversión, nacen de los malos ratos y sudores que he pasado, para satisfacer los antojos de otras exigentes damas, desde que tuve la desdicha de dar en la imperdonable manía de hacer versos. Trémulo como mimbre que el viento mueve,xogí y abrí la carta,, cuyo contenido era este: «Muy señor mío: noticiosa de queV. cultiva la poesía, »me tomo la libertad de suplicarle, aunque no tengo el Bgusto de conocerle, que se digne escribir alguna compo«sicion en el Álbum que V. recibirá con la presente; segu«ro del agradecimiento de su afectísima.» K. X. Colocado en apuro de tan díficíl evasiva, llegué á sentirme atormentado por el cúmulo de ideas que se agolpó á mi mente. ¡No era la cosa para menos! (1) Sinónimo de madi. El sueño me obligaba de vez en cuando á abrir la boca, y mí cabeza rendida por las cavilaciones del día, no se prestaba á inventar versos como los lindísimos,—modestia aparte,—que suelo escribir. Esa imposibilidad de complacer á la desconocida, cuyo nombre no digo porque lo callo, era para mí un torcedor casi insoportable; pues ella me hacia digno de la calificación de desatento y descortés, é indigno del amor de una joven; y esto francamente lo sentía yo en extremo, porque K. X. podía ser una de esas mujeres que al hombre convienen por sus virtudes, talento, belleza y esquisita educación, y no estoy yo para despreciar tan ricas brevas. (Creo que este pensamiento no causará estrañeza en este siglo de especulación y positivismo.)! Hé ahí,—y lo digo sin empacho,—la idea que me impulsaba á hacer el sacrificio de pasar la noche en vela. Resolvíme, pues, á ello; y al efecto, lomé algunos polvos de rapé para despavilar la luz del entendimiento, invoqué el auxilio y la inspiración de Talía—mi musa favorita,— púsome un gorro para que diera calor á mi resfriada testa, corté cuidadosamente la pluma y me dispuse á embadurnar un par de cuartillas. Pero mí soñolienta ó perezosa imaginación no quería concebir, y menos parir, ninguna idea que valiese la pena de escribir sobre ella. Encendí un vefifuero,—pues yo no gasto menos,—creyendo que al ver ascender su aromático humo, se remontaría y se elevaría mi imaginación, poro... ¡quiá! ni por esas. Fuéme forzoso comprender que la picara Talía estaba dispuesta á negarme su apetecible inspiración; y encolerizado como un tigre de Bengala ó como el oso que devoró á Favila, rasgué las cuartillas tan tersas como salieran de la fábrica, y arrojando el gorro al suelo, me acosté con la esperanza de que al siguiente día seria mas feliz. ¡Vana ilusión! ¡Vana esperanza! Aquella noche tuve que persuadirme de que no valia para poeta, por lo que voy á referir, si el aliento no me falta. Soñando concebí el peliagudo proyecto de subir al Parnaso. Tomó el camino.sin vacilar, con ánimo resuelto de visitar á las nueve hermosas hijas- de Apolo; pero la falda del monte estaba circundada de una gran barrera de espinas, y allí me quedé atascado. 198 SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL. Recorrí y esploró la barrera para ver si por alguna parte podia salvarla, poro era de todo punto imposible. ¡Maldición! exclamó Heno de rabia. Comprendí entonces sin esfuerzo, que para salvar aquella espinosa y elevada barrera y subir á la cima del Parnaso, era preciso no ser un pigmeo como yo, y millares de hombres que presumen de gigantes genios. (Por eso no volveré á escribir mas verso ni prosa... basta dentro de una bora que me entrará ese antojo.) Sentóme á descansar y á poco rato ¡qué agradable no seria mi asombro al oir los melííluos acentos de la lira pulsada por Apolo, y la seductora voz de sus inmortales bijas! (Sin embargo, tuve el disgusto de notar que en tan brillante concierto faltaba la gaita de mi país.) ¡Venturosos los bombres que pueden tomar parte en tan embriagadores conciertos! Yo, cogitabundo y triste, tuve que resignarme á r e gresar á casa, sin haber siquiera podido humedecer mis secas fauces, con un trago do agua de la fuente Castalia. Entregado á profundas meditaciones venia yo por el camino, cuando desperté y me encontré en la cama. Esto parecerá mentira, pero es verdad. Llamé entonces á la criada y la preguntó que hora era. —Las once y cuarto, me dijo. —Pues entonces tráerae la purga. —¡Purga!... ¿Qué purga, señorito? —¡El chocolate, mujer! —Bueno, bueno; pero ha venido ya la moza de ayer á buscar aquella contestación. —¿Y qué le has dicho? —Que estaba V. durmiendo. —Pues bien , cuando vuelva la entregas ese libro y la dices que estoy muy malo do un fuerte ataque de nervios. ¿Lo has'oido? —Poro ¿es verdad lo que V. dice? —No) mujer, no: pero en este mundo conviene á veces mentir con el mayor descaro. —Pues bien, cuando la moza venga haré lo que V. dice. El lector ha visto que á pesar de mis esfuerzos no he podido escribir nada para el Álbum de la desconocida dama (q. D. g.) pero casi me alegro, porque asi doy una áspera lección á las que,—creyendo que es mas fácil hacer versos que calceta,—abusan de la bondad de pobres vates, como yo, que se derriten los sesos para componer una mala redondilla.—Hó dicho. DAVID ACEBAL. m AMOR INCREÍBLE. NOVELA OUIGINAL POR DON FLORENCIO MORENO. Don Pantaleon Majagranzas, era un hidalgo de Estremadura, y el mas rico hacendado de uno de los pueblos de esla provincia, que llaman Candelario, si mal no me acuerdo. Siendo muy niño habia perdido á su madre; y su padre, que fué tan hidalgo y tan rico como él, murió dejándole huérfano á la edad de veinte y siete años, y poseedor de una muy considerable fortuna. Hasta esta época, y durante mucho tiempo después, la vida de D. Pantaleon, no ofrece nada dig- no de mencionarse: fué una existencia tranquila, metódica, arreglada como la máquina de un reló, tan feliz como la de casi todos los ricachones de aldea, y solo ofrece una particularidad, que es su constante aversión hacia el matrimonio y su despego hacia la mas bella mitad del género humano, como han dado en llamar á la mujer. La causa de esta aversión so ignora; unos la achacaban á frialdad de temperamento, otros á egoísmo refinado, pero quién sabe si unos y otros se equivocaban. Lo cierto es que D. Pantaleon, rico, bien nacido, buen mozo y de una conducta irreprochable, pudo, como es natnral, contraer im enlace digno de estas ventajas, y aun en ciertas ocasiones tratóse de atraparle como vulgarmente se dice; empero él siempre permaneció célibe, con gran pesar de algunas madres casamenteras. El cuidado de su hacienda, los ejercicios piadosos á los que era muy inclinado, la casa, los paseos en compañía del cura párroco y de otros muchos hidalgos del pueblo, las lecturas devotas, algunas profanas, como las Soledades de la vida, el Quijote, los Doce Pares de Francia y otras por el estilo, á las que últimamente agregó la de los periódicos de Madrid mas serios y morigerados, cuya suscricion costeaba en compañía de otras personas principales del lugar, constituían sus tranquilos solaces; y en cuanto á su comodidad y regulo interior no echaba de menos á mujer alguna teniendo á su buena Simona, criada antigua de su padre, ya de mucha edad, pero aun ágil y vivaracha, que gobernal)a su casa y le tenia tan bien servido y satisfecho como pudiera desear. Hasta los cuarenta años D. Pantaleon fué el mas feliz de los hombres. Nunca, ni aun á instancias de un primo hermano suyo, famoso abogado de Madrid, único pariente próximo que tenia y con el cual se carteaba de tarde en tarde, quiso ausentarse del lugar donde naciera, y sus viajes se reducían á ir á los pueblos inmediatos para asistir, alguna que otra vez, á sus romerías ó fiestas patronímicas. Los cambios políticos los adelantos de la civilización, y las pasiones é intereses que se agitaban á pocas leguas de él en las grandes poblaciones, y con especialidad en Madrid, le ocupaban poco ó nada: oía las estupendas noticias de los periódicos con esa especio de indiferente curiosidad que se presta á la narración de los acontecimientos do un país remoto; y lo bueno ó malo de la cosecha, y las mayores ó menores contribuciones, eran únicamente los cuidados que ocupaban su atención, y no mucho, porque el buen hidalgo, ademas de tener diez veces mas de lo que necesitaba para su modesto género de vida, no era ruin ni descontentadizo como la mayor parte de los de su clase y circunstancias. Empero, los tiempos no son iguales, y todos, escepto los tontos, tenemos que regar este valle de lágrimas en que vivimos con algunas arrancadas de lo íntimo del alma. Los corazones mas sencillos, las existencias mas aseguradas no pueden eximirse de esta contribución de dolor, herencia general de la humanidad: mas temprano ó mas tarde á todos les llega su hora; felices aquellos para quienes no suena basta después de haber pasado de la juventud! Una mañana recibió D. Pantaleon una carta de Madrid, y no habiendo reconocido en el sobre, la letra de su primo el abogado, de que antes se hizo mención, único con quien tenia correspondencia, la abrió con alguna sorpresa; y, juzgúese de la que esperimentó después, unida á un dolor verdadero, cuando leyó lo siguiente: «Amado primo mío: hace ocho días que estoy postrado en cama con un ataque cerebral, que por ahora ha cesado; causa porla que no te he escrito antes. Conozco que mi estado es peligroso, primeramente por lo que yo esperimentó, y despueg por ciertas palabras indiscretas de alguna de las'personas que me cuidan. En atención á estos motivos y ademas cediendo á varías indicaciones que se me han hecho, me dirijo á tí para rogarte que vengas lo mas pronto que te sea posible. Necesito verte, y si es preciso 199 SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL. morir en tus brazos. Tu y mi pobre Carmen sois los únicüs parientes, la única familia qne me resta: y me atrevo á rogarte que cuando yo falte, seas el padre de mi bija, que quedará liuérfana en tan tierna edad, y entregada á manos mercenarias. »¿Y quién mejor que tú, amado primO;, compañero de mi niñez, amigo, liermano mió en la juventud, podia velar por ese pedazo de mi corazón que dejo en el mundo? Ella ha sido el encanto de mi vida, por ella siento morir, y bien sabe el cielo, que si no fuera un ponsainiento impío y egoísta desearla que exhalase al mismo tiempo que yo su último suspiro... »No puedo mas: estoy tan débil que me cuesta un trabajo indecible coordinar una sola idea. Primo mió, hermano mió, ven pronto: te lo ruego encarecidamente. No puedo morir tranquilo sin haber estrechado tu mano, y sin la dulce persuasión de dejar á mi pobre bija bajo tu paternal amparo.» Esta carta, apenas firmada por una mano trémula, puso al bonratio hidalgo en la mayor consternación. Los sentidos ruegos de su primo, á quien quería mucho, el peligro de este, la horfandad de aquella niña de once años, todas estas cosas reunidas le atormentaban de mil modos: y luego, preciso es confesarlo, á estas contrariedades se agregaban otras, para él de mucha gravedad. Primeramente la precisión de dejar su pueblo, sus hábitos cuotidianos, su vida metódica y tranquila, y ademas otro inconveniente mayor aun que todo esto, y que las incomodidades de un viaje, y era, el sitio donde tenia que trasladarse, la necesidad indispensable de ir á Madrid. ¡Madrid! palabra terrible que casi sonaba como un anatema en el tímido pensamiento de D. Pantaleon. Todavía hay en la capital personas candidas que creen en las paradojas de la prensa periódica, aunque afortunadamente no son muchas: en provincia ya es otra cosa, y principalmente en las poblaciones pequeñas, el número de estos inocentes es infinito. No me refiero enteramente á lá parle política, sino á la sección puramente noticiera de los periódicos, que es creída, poco menos que como artículo de fé, por los sencillos provincianos que leen consternados en los diarios de la capital, con especialidad en esa cosa que han dado en llamar Gacetilla, tantos robos, tantos incendios, tantos escándalos, tantos augurios de hundimientos de edificios, tantos atropellos de carruajes, tantos infanticidios, tantas pérdidas, tantos vuelcos de diligencias, tantos anatemas contra el frío y el calor, y el polvo y el barro, y los mendigos, y las rameras, y las tertulias á puerta de calle; y en íin contra la vida de la corte en general. Al oír tan infaustas nuevas, abultadas por la distancia, los Cándidos lugareños, quedan sobrecogidos de admiración y temor: hacen la señal de la cruz á Madrid, no comprendiendo como hay quién viva por su gusto én la peligrosa capital de las Españas, y compadeciéndose de los que tienen que hacerlo por necesidad. Don Pantaleon era del número de estos crédulos lectores, y los periódicos contribuyeron no poco á fomentar en él su decidida adversión á los viajes, haciéndole resistir constantemente á los ruegos de su primo que en varias ocasiones le había pedido que pasase en Madrid una temporada. Juzgúese, pues, el efecto que causarla en nuestro buen hidalgo, la fatal carta que acababa de recibir. No obstante, no titubeó un momento. Comprendiendo que era casi un deber, aunque peligroso, el que tenia de cumplir las súplicas de un moribundo que llevaba su misma sangre, se preparó á llenarle, triste pero resignado como una víctima destinada al sacrificio. En primer lugar hizo su testamento, y se despidió de todos sus conocimientos del mismo modo que si se tratase de un viaje á la India : luego ofreció á la "Virgen una solemne novena si le sacaba sano y salvo de tan peligrosa espedicion; y después, rodeado por sus amigos y criados, que le acompañaron cerca de media legua de distancia del pueblo, tomó el camino de Cáceres, montado en una soberbia muía de paso, y seguido del mayoral de su casa, que debía dejarle en dicha ciudad, en la que D. Pantaleon tomarla la diligencia para trasladarse á Madrid. Durante el viaje , nada ocurrió al afligido caballero que sea digno do mención, y en poco tiempo, se halló en la capital, al lado de su primo á quien encontró muy mejorado, y que le recibió con la mayor alegría. Trascurrieron algunos dias, en los cuales D. Pantaleon apenas se separó de su pariente y sobrina, hermosa niña que habia ignorado el peligroso estado de su padre; y en este intervalo, el enfermo se fué aliviando con lentitud, hasta el punto de no ofrecer peligro alguno. Entonces el digno caballero, ya mas tranquilo, empleó algunas horas cada día en ver Madrid, y en cumplir algunos encargos que le habían dado en el pueblo: siempre, por supuesto, observando las mayores precauciones, acordándose de las tremendas noticias de los periódicos. Por íin, su primo entrí^ en la convaieconcia, con gran satisfacción de nuestro liéroe, que vio próximo el anhelado día de regresar á sus hogares, cuyo recuerdo no se apartaba de su imaginación. En su impaciencia, solo se resignó á esperar algunas semanas, cediendo á las instancias de su pariente, que en vano se esforzó en persuadirle que fijase su residencia en Madrid. D. Pantaleon resistió tenazmente, hasta que comprendiendo aquel que eran inútiles sus razones, no volvió á hablarle sobre el particular. Los úl limos dias que el buen hidalgo debia pasar al lado de su primo, ya enteramente bueno, los empleó este como era natural, en obsequiarle por todos los medios posibles, empero D. Pantaleon no quiso ser presentado en ninguna parte, ni contraer relaciones de ningún género, y solo se prestó á concurrir á los paseos y teatros, mas por no hacer un desaire que por gusto ó curiosidad. {Se co7itinuará). Fr.OKENCio MORENO. L.\S FLORES DE L,\ RIBERA. A mi apretiable amiga DOÑA EIJS.\ G[IK!>JET. Brilla en el monte la aurora. Se ve en el campo el roció: Advirtiendo que ya es hora. Una bella pescadora Mueve su barca en el rio. Hoy mas que nunca lozana Está la niña gentil, Y sonriendo se afana Por gozar una mañana De las mejores de AbriL Sus ojos puros y bellos Dirige á su alrededor, Y se arregla los cabellos. Porque ha juzgado que en ellos. Debe poner una flor. Diríjase donde quiera Verá millares de flores, 200 SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL. Mas la niña considera, Que cruzando esta ribera Puede encontrarlas mejores. Entonando una canción Su navichuela apresura, Pues juzga con presunción Que aquellas flores no son Iguales á su hermosura. Alza alegre la cabeza Mientras boga la barqnilla, Y rie, que el sol ya brilla, Prestando nueva belleza A las flores de la orilla. Colmar ahora debia Los deseos que tenia. Estas flores son mas bellas, Y fácilmente podria Coger algunas entre ellas. Pero dice: «Habrá otras flores De mas hermosos colores; Boguemos con rapidez. Pues veo que cada vez Las voy hallando mejores.» Sonriendo sin cesar, Del claro rio al mirar La corriente encantadora. En ella vio reflejar Su rostro la pescadora. Con locas satisfacciones Vio en su megilla los rojos. Encendidos bermellones, La igualdad en sus facciones, El brillo ardiente en sus ojos. De orgullo henchida exclamó; «¡Qué bella Dios me crió! ¡Ver esas flores me enoja, Que no merecen las coja Para ponérmelas yo! Bogue mi barca ligera, •Que bogando y mas bogando, Hallaremos la ribera Mas florida y placentera Que cuantas vamos cruzando.» La navichuela bogó Por las aguas conducida, Pero ¿la niña encontró La ribera mas florida Por quien las otras dejó? Mirando las nuevas flores. Grita entre agudos clamores: «¡Boguemos sin rapidez, Pues veo que cada vez Las voy hallando peores! Ella volverse querría, Pero en vano intentaria Volver la barca jamás. Que es el tiempo quien la guia Y el tiempo no vuelve atrás. Aunque la niña le ruega. Ni un solo instante sosiega En el rio la barquilla, ¡Ay! y conforme navega Mas pobre encuentra la orilla! Los campos ve en derredor, Y ya no liay galas en ellos, Y suspira con dolor. Pues no encuentra ni una flor Para adornar sus cabellos. Por fin al agua miró, Y al ver sü rostro exclamó: «¡Este es mi rostro, Dios mió! O mi hermosura acabó... O es mal espejo esto rio! ¡Mis ojos sin resplandores! ¡Mis mcgillas sia colores! ¡Mi cuerpo sin gentileza! ¡Ay! acabó mi belleza... Y ya no encuentro mas flores!» ¡Ay Dios! ¡ay Dios! ¿por qué fui Incauta joven un dia? ¿Por qué una flor no cogí. Cuando de flores habia Millares cerca de mí? Si yo la hubiera cogido Y' con ella me adornara. Pues mis gracias he perdido, Con ella hubiera suplido La belleza de mi cara. La esperanza do la ílor Cayó rodando al abismo; ¡Cuántas veces, oh lector, Ve su esperanza lo mismo La pescadora de amor! Cuando es joven la doncella, Y se contempla tan bella... Y con ardientes afanes Muchos y hermosos galanes Están sufriendo por olla; Despreciando sus amores, Dice: «Quisiera otras flores... Boguemos con rapidez, Pues veo que cada vez Las voy hallando mejores.» De sus galanes querida, Con esperanza de ver La ribera mas florida. Boga la hermosa mujer En el rio de la vida. Y bogando y mas bogando Por conseguir el mejor. Su juventud acabando, ¡Queda sin galán llorando... Cual la barquera sin flor! TIMOTEO ALFABO. Director y propietario, D. MANUEL DE ASSAS. Redacción y Administración, calle de Vergara, 4, principai izquierda. EDITOR RESPONSABLE, Don Lio» FKAHCISCO BE LA CO«CH*. Madrid 1857.—Imprenta á cargo de MANUEL GÓMEZ, calle de la Union, núm. 3.