u - Ediciones Universitarias de Valparaíso PUCV

Anuncio
“Un gobierno de los pueblos…”
Relaciones provinciales en la independencia de Chile
El 12 de febrero de 1818, en Talca y en Santiago, se juró la independencia de Chile, repitiendo un gesto originalmente realizado en
Concepción, el 1º de enero del mismo año. El episodio, acaecido en la
Plaza de Armas de la capital, es el que celebra el conocido cuadro de
Pedro Subercaseaux. En éste se aprecia que la jura se realiza ante un escudo de tres estrellas, las que representan las tres provincias históricas,
Coquimbo, Santiago y Concepción. Bajo aquel escudo se luchó por
consolidar la emancipación y organizar la república. Es por eso que
el Director Supremo O’Higgins declaró la independencia “autorizado
por los pueblos”.
Aunque el cuadro contiene un anacronismo, pues aquel emblema
sólo sería sancionado en septiembre del año siguiente por el mismo
O’Higgins, su sentido es esencialmente correcto. Grafica que se juró la
independencia de un país con la promesa de construir una representación equitativa de los pueblos, reunidos entonces en tres provincias.
“Un gobierno de los pueblos…”
Relaciones provinciales en la Independencia de Chile
Armando Cartes Montory
■
E STA OBR A HA SID O A R BIT R ADA AC ADÉ M IC AM E N TE
■
A mi querida hija Elena,
nacida en el año del Bicentenario,
en modesta compensación por tantas horas
sustraídas a su dulce compañía.
© Armando Cartes Montory, 2014
Registro de Propiedad Intelectual N° 239.041
ISBN: 978-956-17-0603-3
Derechos reservados
Tirada: 500 ejemplares
Ediciones Universitarias de Valparaíso
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
Calle 12 de Febrero 187, Valparaíso
Teléfono (56-32) 227 3087 - Fax (56-32) 227 3429
Correo electrónico: euvsa@ucv.cl
www.euv.cl
Diseño Gráfico: Siegfried Obrist C.
Corrección de Pruebas: Claudio Abarca L.
Impresión: Salesianos S.A.
HECHO EN CHILE
ÍNDICE
Prólogo
13
Introducción
39
Viejos problemas, nuevas miradas45
Una revisión pendiente 53
Nuestra aproximación63
Capítulo I
El camino de los pueblos a la nación
67
Un mundo en revolución 69
Victorias y derrotas del primer liberalismo
72
Rumbo a la nación 81
Los espacios regionales americanos en la transición republicana 90
De provincias a países 101
“Chile, fértil provincia…”
104
Capítulo II
Chile en 1810: ¿Tres provincias o una nación? 113
El imperio y las provincias 116
Un reino de ciudades 118
Provincias e intendencias 121
¿Chile tricéntrico o Santiago desgranado? 129
De las sociedades regionales al Estado nacional 135
La emancipación y las provincias periféricas 142
Capítulo III
Las provincias chilenas entre el reino y la república
151
Capítulo VI
La Frontera, una cuestión pendiente
215
151
Sociedad fronteriza y proyecto nacional
315
Concepción, la capital del sur 157
Arauco, matriz retórica de Chile 335
Coquimbo, la provincia emergente 163
La etnicidad de los símbolos patrios 345
Valdivia, vencedora y vencida 169
Arauco y los republicanos 357
Chiloé, provincia insular 178
La patria soberana y las tierras mapuches
359
La Frontera en vísperas de 1810 189
Chilenos libres e iguales 366
Los mapuches y la revolución 204
Una ‘nación de indios’ en tierras chilenas 371
Santiago, cabeza del reino Capítulo IV
Junta o triunvirato: La lucha por la representación en la Patria Vieja 223
¿Bárbaros o ciudadanos?373
La dispersión regional del poder en los albores del siglo XIX
225
Conclusiones
De federaciones y confederaciones 232
Bibliografía y Fuentes383
¿Junta queremos? 239
Un Congreso prematuro 242
El proyecto de Constitución de Juan Egaña 244
Bernardo O’Higgins, ¿de federalista a unitario? 246
Un triunvirato para un país tricéntrico 248
Carrera y la Junta Provincial de Concepción 250
La Convención de 1812 254
El Reglamento Provisorio 256
Los eventos posteriores 261
Capítulo V
Viejas provincias en una patria nueva
265
Chacabuco y la “república absoluta” 265
La sombra de Cádiz 273
Las tensiones de la división territorial 281
La política provincial del Director O’Higgins 285
La Constitución de 1822 294
La abdicación297
El momento provincial303
378
Prólogo
Discursos ilustrados y políticas reales.
Los límites de la representación desde
la base
Eduardo Cavieres F.
Los años de bicentenarios independentistas en América Latina, algunos de los cuales aún se esperan y preparan, trajeron pocas reflexiones actualizadas sobre la historia,
pero sí una abundante historiografía que intentó observar los movimientos patriotas desde diversas y, a veces, nuevas lecturas. A lo menos, habría que destacar, en primer lugar,
unas miradas más completas sobre un fenómeno que terminó siendo “nacional”, pero
que en su génesis puso en estrecha relación (como siempre lo estuvo) las orillas Atlántica
y Pacífica del Imperio español, incluida, por cierto la propia Península. En segundo lugar, volvieron a resurgir los análisis sobre las ideas y no tanto sobre la descripción de unos
procesos ya bastante conocidos. En tercer lugar, y no menos importante, el problema
de la organización política de los nuevos Estados encontró igualmente nuevas temáticas,
entre las cuales la representación de los individuos y de los pueblos ha ocupado un lugar
principal.
En este Prólogo al trabajo de Armando Cartes M., Doctor en Historia por la
P. Universidad Católica de Valparaíso, recapturamos dichas temáticas que están
precisamente presentes en la lectura de este libro y, al mismo tiempo, introducimos los
contextos generales en donde es posible observar este intento por observar, en el caso de
Chile, los esfuerzos regionales por participar del proceso en relaciones más armónicas
y de mayor equidad con el centro político. Todos sabemos que, finalmente, Santiago
terminó no sólo centrando el poder político y administrativo del país, pero también
pensándolo, y ello ha significado una permanente tensión que en el presente actual
forma parte de fuertes requerimientos por una descentralización real y efectiva. Tener
en cuenta estas relaciones entre provincias y el Centro en plena época de Independencia
y organización republicana no sólo es contribuir a un mayor conocimiento del pasado,
Armando Cartes Montory
“Un gobierno de los pueblos...”
sino muy especialmente el obtener mayores argumentos que permitan pensar los
problemas de las inequidades en las representaciones con mayores basamentos
históricos.
Las ideas en circulación: Desde Europa a Santiago de Chile
¿Hubo o no influencias de las Cortes de Cádiz en América Latina? Por cierto,
las hubo, en diferentes niveles o rangos. En Chile, pareciera que no: en 1816, cuando
se restaura el movimiento de Independencia, lo que se escribe en la época es muy
contrario a las Cortes de Cádiz, porque en general se le visualiza como un intento
más de engaño a las Colonias al tratar de reestablecer, con otras disposiciones y
principios, la hegemonía tradicional de los peninsulares sobre sus dominios. Como
sea, no hubo procesos independientes, sino paralelos. No podemos seguir observando
fenómenos que transcurren en uno y otro lado del Atlántico como respuestas propias
y originales de cada orilla o en puras relaciones causa-efecto. Es más cercano hablar
sobre la circularidad de las causas y, en esos términos, lo que estaba ocurriendo en
1811, y en 1812, en Cádiz, ocurría también en Santiago y viceversa. Lo que sucedía
era una transformación a nivel de la historia de las ideas para adecuar los grandes
ideales de la Ilustración a un movimiento político más definido. En todo caso,
no tenemos claridad sobre el momento en que el liberalismo puede autodefinirse
desprendiéndose de su base ilustrada.
Para parte importante de la historiografía española, Cádiz representa el
surgimiento del liberalismo europeo y se ha subrayado que, por primera vez en
1812, se comienza a hablar concretamente sobre liberalismo. Se ha escrito que en
castellano lo que se define como liberalismo es la idea de libertad como soporte de un
movimiento social, político y cultural. La palabra liberalismo había significado tanto
el principio político de la libertad como la virtud social de la liberalidad o generosidad.
Concentrar ambas discusiones de libertad y liberalidad en el calificativo de liberal,
fue la aportación de lo que se conoció entonces como revolución española. En línea
con las otras revoluciones anteriores, la inglesa del siglo XVII y las americanas y
francesas del siglo XVIII, los protagonistas de la revolución española se definieron así
mismos como liberales frente a los serviles del absolutismo. La fórmula se extendió y
así el liberalismo se convirtió en el concepto para definir los cambios políticos que se
14
Prólogo
desarrollaron a lo largo del siglo XIX en los distintos países occidentales. Problema
no sólo semántico, sino conceptual, de contenidos del concepto1.
Cuando se produce la acefalía del poder monárquico se produjo todo lo demás.
También pudo haberse producido esa acefalía sin las consecuencias conocidas. Por
ello, el punto central es pensar porqué pasaron las cosas que pasaron. Quizás la
respuesta va porque desde lo popular, y desde las ideas, se venía produciendo una
serie de situaciones que comenzaron a ser “ideas fuerzas”, las cuales no estaban sólo
en la península, sino también en Santiago de Chile, en las casas, en los libros y en las
discusiones de vecinos como Ovalle y otros a los cuales se les acusó de conspiradores.
A menudo pensamos que en ese pasado las ideas se movilizaban muy lentamente. No
siempre fue así: más bien se trató de un proceso bastante imperceptible para los más.
Por cierto, en la época, Santiago era una aldea, una aldea grande. Representaba
proyectos más que realidades y, en definitiva, no sólo desde lo económico o social,
sino también desde otras vertientes del poder colonial, era periferia del Imperio.
No obstante, más allá de sus fisonomías materiales (muy alejadas de las metrópolis
americanas), desde mediados del siglo XVIII, un crecimiento económico basado desde
entonces en la industria del cobre, pero en general, en términos del comercio interprovincial, fue acompañado de un proceso muy interesante, quizás poco estudiado,
de carácter cultural. En efecto, ya en 1738, con la fundación de la Universidad de
San Felipe, aún cuando muy relacionada a cuestiones económicas y a la etapa de
comienzos de la consolidación de una aristocracia mercantil, comenzó a crecer un
cierto ambiente intelectual que dejó tras sí un interesante movimiento cultural2.
A fines del siglo XVIII, más específicamente, entre 1790 y 1800, en Santiago
hubo cinco bibliotecas importantes, con un promedio de 246 volúmenes cada una,
promedio que después de una drástica caída, sólo comenzará a recuperarse en forma
posterior a la década de 1830. Entre esas fechas, 1790 y 1830, de un total de 23.959
libros existentes en Santiago, según un registro realizado a partir de inventarios de
Ver, por ejemplo, Juan Sinisio Pérez G, Las Cortes de Cádiz. El nacimiento de la nación liberal
(1808-1814), Síntesis, Madrid 2007, pp. 21-22.
1
Ver, con más detalle, Eduardo Cavieres, Educación, elites y estrategias familiares. La aristocracia
mercantil santiaguina a fines del siglo XVIII y sus proyecciones a comienzos del XIX; en Pilar Gonzalbo
A., Familia y Educación en Iberoamérica, El Colegio de México, México DF 1999, pp. 115-136.
2
15
Armando Cartes Montory
“Un gobierno de los pueblos...”
bienes, testamentos, bibliotecas, etc., las temáticas más importantes fueron Religión
(3.489), Derecho (1.763), Economía (1304), Historia (1275), Ilustración (318) y Filosofía
(272). De sus propietarios, destacaban las bibliotecas de don Juan Enrique Rosales y
de don Manuel de Salas, ambos insignes patriotas y miembros de la Primera Junta
Nacional de Gobierno. Es muy interesante destacar el trabajo de don José Gregorio
Cabrera, quién en 1771 fue designado para examinar las librerías de los regulares
jesuitas expulsos y para hacer la expurgación de libros de doctrinas laxas y peligrosas
a las costumbres, quietud y subordinación de los pueblos. Los jesuitas contaban con
una biblioteca de 306 volúmenes y 679 tomos, pero en ese entonces, al parecer no
tenían títulos prohibidos. En cambio, a fines del mismo siglo, en la biblioteca de don
José Antonio de Rojas, se encontraban seis volúmenes de D’Alembert y también La
Nueva Eloísa de Rousseau; en la biblioteca del abogado Joaquín Trucios y Salas, del
mismo autor, El Contrato Social3.
José Antonio de Rojas, entre algunos más, puede ser considerado el caso
paradigmático de la época revolucionaria. En 1772 viajó a España en representación
de un hombre excepcional, don José Perfecto de Salas, y para solicitar la dispensa
real que le permitiera contraer matrimonio con la hija de éste, doña Mercedes de
Salas. Deseaba obtener, además, un hábito de la Orden de Santiago y un puesto
digno de su calidad y posición social. Pasaron algunos años, y no obtuvo nada. Se
enteró de la designación de su suegro como funcionario de la Casa de Contratación
en Cádiz, una expatriación más que un cargo honorífico, pero tuvo oportunidad de
conocer las obras de Feijóo, de Descartes, de Newton. Conoció la Enciclopedia y
supo del concepto de Progreso. A su regreso a Santiago, traía consigo importantes
obras consideradas peligrosas por la cultura oficial4.
¿Se necesitaban muchos? No necesariamente. Rojas y otros connotados vecinos
de la ciudad fueron procesados como conspiradores y escribieron su propia historia,
pero, al mismo tiempo, pusieron sus ideas, y sus libros a disposición de otros. Entre
Loreto Guerrero P., El libro y las transformaciones culturales en una comunidad de lectores; Tesis Mag.,
P. Universidad Católica de Valparaíso, Valparaíso 2006, Tabla 14, p. 172 y pp. 56-59.
3
Ver el interesante trabajo de Alejandra Guerra A., Pensar como no se debe: las ideas en crisis.
Conspiradores e ilustrados en Santiago de Chile, 1780-1810; Tesis de doctorado, P. Universidad
Católica de Valparaíso, Valparaíso 2011, pp. 83-89 y ss.
4
16
Prólogo
ellos, José Miguel Infante, uno de sus sobrinos, abogados, procurador del Cabildo en
1810, conoció la filosofía del s. XVIII y ello se tradujo en admiración por Voltaire
y Rousseau5. Las tertulias en la casa de Rojas y posteriormente la circulación de
ideas a través de un pequeño, pero connotado grupo de vecinos (miembros de la
elite local), contribuyeron a una verdadera diseminación que, para algunos, tenían
orígenes intelectuales, pero para los más, eran simplemente “verdades” indiscutibles,
especialmente si se trataba de derechos naturales o, por extensión, de derechos
civiles. La adecuación e interpretación de las bases centrales de las ideas, ¿tuvieron
autoría intelectual sólo europea, o sólo española? Las ideas tienen sus orígenes, pero
al mismo tiempo su propia historia y sus propias dinámicas.
Lo que unió a Santiago y a Cádiz, en un mismo tiempo, fueron las ideas y, a tal
punto que, cuando en 1811 en Santiago se estaba discutiendo acerca de cuáles debían
ser las formas de gobierno a que había que llegar, los debates y proyectos coincidían
en lo medular con lo que contemporáneamente se comenzaba a debatir en Cádiz
para llegar a la Constitución de 1812. No es que las ideas hayan ido desde Santiago
a Cádiz; tampoco de que tuviesen autoría intelectual en Cádiz: las ideas estaban;
el asunto era cómo acometerlas. Poco divulgado en la historiografía chilena, está
el hecho de que, en las Cortes de Cádiz, entre el importante número de diputados
americanos, hubo dos diputados chilenos. No eran precisamente representantes de
Chile o de Santiago. Uno de ellos, Fernández de Leiva, el principal, llegó a Cádiz en
1810 por la designación hecha por el Cabildo de Santiago, del cual había sido uno de
sus secretarios, para representar al Rey las necesidades de los vecinos locales y de sus
disputas con el Gobernador García Carrasco. Este hombre, hijo de un importante
comerciante santiaguino había cumplido esas funciones como también lo hizo el
otro de los diputados, don Manuel Riesco, hijo de otro interesante comerciante
santiaguino que había ido a España, desde Buenos Aires, y que estando allí, dadas
las circunstancias políticas y la necesidad de las Cortes de tener una representación
amplia, fueron sorteados y elegidos como diputados. Podemos pensar qué formación
liberal podían tener estos hombres.
Fernández de Leiva fue un abogado importante, Riesco un comerciante que
fue a España a estudiar las reglas del comercio. Cuando se leen sus participaciones,
5
Domingo Santa María, Vida de don José Miguel Infante, Miranda ed., Santiago 1902, pp. 08-12.
17
Armando Cartes Montory
“Un gobierno de los pueblos...”
sobre todo las de Fernández de Leiva, esto a fines de 1811, en las comisiones sobre
la Constitución, sorprende el contenido de sus argumentos, conjunto de ideas que
siempre se piensan como estantes sólo en Europa. Podemos dudar si ellos eran o no
liberales, y tanto, que en 1812, una vez que se promulga la Constitución, Fernández
pide se le reenvié a América como Oidor de la Real Audiencia en Lima; era bastante
fidelista y bastante tradicional en términos de aceptar a la Corona. Aún así, en
algunas de sus intervenciones subrayaba que:
“Todos queremos a Fernando VII como Rey, no como hijo adoptivo
de Bonaparte; y si esto último sucediese, quedaría degradada esta Nación
heroica y reducida a la clase de provincia… La Nación no debe seguir a
un Rey que no esté libre en el ejercicio de sus facultades… Por eso nuestras
leyes han dispuesto que en el caso de llegar el Rey al extremo furioso, se
le pongan tutores, porque un loco no es capaz de hablar con principio
de razón… La América, Señor, no quiere nada de los franceses, los
despreciamos todos; Bonaparte allí es tenido por un embustero, a quién
nunca se debe dar crédito, aún cuando alguna vez diga verdad… Así que,
Señor, VM debe hacer con esta ocasión lo que hizo ya el 24 de septiembre;
y así como entonces se declaró nulo todo lo hecho en Bayotas por faltar la
libertad al Rey y el consentimiento de la Nación, así ahora declare VM del
modo más solemne que no reconocerá ningún acto hecho por el Rey, ni
ninguna cosa que disponga, mientras que esté rodeado de franceses”.
Agregaba:
“Cuando (Fernando) se presente entre nosotros, verá VM como llena
de aplausos a este Congreso por haber sostenido sus derechos y los de
la Nación, pues sólo un Rey es respetable cuando reina sobre un pueblo
libre... [Para ello, el establecer la Constitución] es una medida que evita las
arbitrariedades de los Reyes cuando está formada por principios liberales,
y no suceda que los ecos de nuestra libertad se queden en los límites de este
corto recinto sin que pasen a las provincias. Hágase una Constitución buena
y que ponga trabas a las voluntariedades del Rey, y entonces el más cruel de
los hombres no podrá hacernos infelices”6.
Prólogo
Materializando ideas: Sobre el Congreso Nacional
A comienzos de 1811, al momento en que Fernández de Leiva defendía
estos principios, muchos hombres en Santiago, entre otros José Miguel Infante, el
Procurador de su Cabildo, habían tratado de impulsar una de las tareas básicas
impuesta a la Primera Junta Nacional de Gobierno de 1810, esto es que, en el más
mínimo tiempo, se convocara a la formación de un Congreso Nacional. Infante fue
un abogado distinguido que en junio de 1810 llegó a ocupar los cargos de Asesor
y Procurador General del Cabildo santiaguino por renuncia del anterior y por
considerársele “sujeto de idoneidad y que desempeñará este cargo con la actividad y
celo que acostumbra”7.
Como Procurador, con fecha 14 de agosto de 1810, su primera gran intervención
se refirió a la conveniencia o no del reconocimiento al Supremo Consejo de Regencia
instalado en la metrópolis, para él una materia grave y delicada, particularmente
porque “su profesión de abogado le obliga estrechamente a exponer con libertad
el derecho en todos los casos [en] que se le exige dictamen acerca de lo que en éste
se dispone. En nada debe el hombre proceder más libremente (dice un sabio autor
regnícola) que en dictaminar y suscribir. A esto mismo le compele el cargo en que
se halla constituido de pedir y reclamar los derechos del pueblo. ¿Qué infamia no
echaría sobre sí, si un punto se separase de la ley, con detrimento de ese mismo
pueblo?” Sobre su parecer de que la Suprema Junta Central había incumplido sus
responsabilidades, legal y legítimamente, indicaba:
“Las leyes emanan únicamente de la soberanía y sólo a ella toca el
alterarlas, sin que a esto pueda tener derecho el unánime consentimiento de
los pueblos: asentar lo contrario sería vulnerar los derechos de la Majestad”.
En los mismos términos, el Consejo de Regencia y la Junta Provincial de Cádiz
no podían transmitir lo que no tenían. Si la Suprema Junta carecía de legitimidad,
ello también aplicaba al Consejo de Regencia y, en el caso de la Suprema Junta de
Sevilla, “no obstante haber sido reconocida y aclamada por muchos más pueblos
de la Metrópolis, no se juró en los de América”. Sugería se guardase la misma
Cabildo de Santiago, sesión 15 junio 1810: se refiere a su nombramiento como Asesor, previo
paso al de Procurador, Cabildo de Santiago, sesión 27 julio 1810.
7
6
18
Sesiones de las Cortes de Cádiz, 30 de diciembre de 1810.
19
Armando Cartes Montory
“Un gobierno de los pueblos...”
Prólogo
conducta que se había observado con la Suprema Junta de Sevilla, “uniendo nuestras
ideas como entonces con los demás pueblos de la Nación, cumpliendo sus encargos
y redoblando nuestros esfuerzos para auxiliarlos con todo género de socorros que
demuestren nuestra constante adhesión a la causa de nuestro adorable Fernando” 8.
Ante los argumentos del Procurador, el Cabildo acordó, “se informase al Superior
Gobierno que por estas consideraciones se reconociese dicho Supremo Consejo de
Regencia mientras exista en la Península, del modo que se ha reconocido por las
demás provincias de España, sin que se haga juramento, como otras veces se ha
hecho, reservadamente; y constando esto para la mayor seguridad y defensa común”9.
gestionar para que se cautelen preventivamente los perniciosos efectos de
tan irregulares procedimientos.
Deben Usías estar en que el motivo de este anticipado empeño ha
sido la creencia en que están los más de que por haberse dirigido a las
demás ciudades y villas la acta sobre instalación de la Superior Junta de
Gobierno para que la reconozcan, pueden en su virtud proceder también
a la elección de diputados, sin reparar que en ella no se contiene orden
alguna preceptoría de estas elecciones, ni tampoco se prescribe la norma
de verificarlas legalmente. Por lo tanto, a fin de desimpresionar de este
equivocado concepto, parece al que expone muy conveniente acuerden
Usías en el día se pase oficio a la Excma. Junta de Gobierno, pidiendo se
sirva declarar que la remisión de dicha acta a las ciudades y villas del reino,
sólo ha sido a efecto de que presten el debido reconocimiento y que hasta
tanto no haya contestación de todas ellas de haberlo ya prestado (la que
podrá tenerse a más tardar dentro del término de uno o dos meses) no se
expedirán las órdenes circulares para que se proceda a dichas elecciones,
teniéndose por nula cualesquiera que antes se hiciere; asimismo que,
llegado este caso es que ya deban expedirse, se sirva Su Excelencia pedir
informe a este Ilustre Cabildo, para que oyendo Usías antes a su Procurador,
propongan los artículos y condiciones que parezca conveniente se inserten en
dichas órdenes circulares para la legitimidad de las enunciadas elecciones…
Santiago, octubre primero de mil ochocientos diez – José Miguel Infante”10.
Una segunda intervención, que igualmente superó los ámbitos administrativos
en que podía encuadrarse, se refirió precisamente al valor de las investiduras
republicanas y, en este caso, particularmente a la situación que se venía planteando
respecto a la convocatoria al Primer Congreso Nacional:
“… Desde el día que se instaló en esta capital la Junta Superior de
Gobierno, ha oído con bastante amargura el empeño que se hace para
obtener el nombramiento de diputados de las demás ciudades y villas del
reino, en tanto grado, que ya se nombran los que hayan de ser, contando
para esto con el influjo que tienen algunos sujetos para ganarse partido.
Horror, a la verdad, causa este detestable modo de pensar. En una época en
que todo debe respirar desinterés y patriotismo no faltan quienes traten de
sólo su negocio y de sacar ventajas, sin atender al detrimento que a la causa
pública infieren. Si aún no se han librado convocatorias para que vengan
dichos diputados, ¿cómo podrá oírse sin enfado el que ya se cuenten muchos
de los que hayan de ser? Esto es hacer que preceda el nombramiento a la
elección; es quitar la libertad a los pueblos de verificarla en los más dignos
y que con mayor pureza representen sus respectivos derechos, atendiendo
sólo al bien común, del que emanará, seguramente, el de cada individuo
en particular. Todo esto advierte el que representa, aunque no le es muy
extraño el que así se proceda. Sería querer que en todos los hombres
hubiese honor y virtud, cuando el complejo de estas bellas cualidades sólo
puede hallarse en algunos; sin embargo, debe, en cumplimiento de su cargo,
José Miguel Infante, Informe como Procurador sobre Reconocimiento a la Suprema Junta Central de
Gobierno de España, Cabildo de Santiago, sesión 14 agosto 1810.
El Cabildo acordó, vistos los argumentos del Procurador, que la Junta Provisoria
de Gobierno “se digne librar sus despachos circulares a todas las provincias del reino
para que suspendan la provisión de diputados, ínterin se les avisa oportunamente con
las correspondientes instrucciones, haciéndoles entender que las providencias libradas
no tienen otro objeto que el reconocimiento y obediencia que se ha ordenado… Que
los diputados que se elijan hayan de ser sujetos de buen juicio, acreditada probidad
y patriotismo, para que con el mayor celo y desinterés, mirando sólo el bien común,
cumplan con el delicado e importante cargo que se les confía11.
8
9
20
Ibídem.
10
11
Actas del Cabildo de Santiago, 02 Octubre de 1810.
Ibídem.
21
Armando Cartes Montory
“Un gobierno de los pueblos...”
Lo que pensaba y ejecutaba Infante, lo hacía en nombre de la defensa de las
libertades básicas. Pero no sólo era Infante, una serie de hombres pensaban en esos
términos y, más aún, entre otros, don Juan Egaña. Nacido en Lima en octubre de 1768
y allí recibió el grado de Bachiller en Cánones y Leyes en septiembre de 1789. Al mes
siguiente viajó a Chile radicándose definitivamente. Estudió en la Universidad de San
Felipe y obtuvo su título de Abogado en diciembre de 1791. En 1802 se le reconoció
como catedrático de la misma Universidad y se desempeñó como secretario del
Tribunal de Minería. Dedicado a la actividad minera propiamente tal, a la literatura
y, por cierto, a la discusión de las nuevas ideas junto a otros connotados ilustrados
católicos, en 1807, por labios de su hijo Mariano, leyó ante la Universidad el llamado
Discurso sobre el amor de la patria, según el cual demostraba sus preocupaciones por
las turbulencias europeas, su conformidad con las relaciones de Chile con España y
algunas ideas sobre los valores ciudadanos. Decía:
“Felizmente es Chile un conjunto de ciudadanos sensatos que conoce la
felicidad de su constitución civil, y volviendo los ojos a todos los pueblos que
ocupan el Universo, se compara con ellos y reconoce que es al que menos
cuesta este contrato social que llamamos gobierno. Sin contribuciones, bajo
la salvaguardia de una metrópoli que la cubre en los peligros, ve nacer y
morir sus ciudadanos en el seno de la tranquilidad y que esta vida pacífica
aumenta su población, su industria y los recursos de su felicidad…”12.
En medio de las incertidumbres contingentes y de algunos “males internos”,
Egaña bosquejaba una especie de ser y deber-ser del pueblo chileno y ya tenía ideas
republicanas en mente cuando caracterizaba a Chile como un conjunto de ciudadanos
sensatos y mencionaba los rasgos de su deber-ser: la virtud y el mérito como fuentes
de legitimidad, autoridad y convivencia ciudadana. Todo hombre de bien, explicaba,
contento con desempeñar el ministerio que puso la patria a su cargo, no hace crecer su autoridad sino
por el nivel de su mérito. La ambición del ciudadano no es el obtener recompensas por
sus servicios, sino que anhelar y buscar el reconocimiento público. Valoraba también
la opinión aunque ésta debía estar contenida en los límites de la jerarquía y de sus luces.
Todos estos temas serían desarrollados más tarde en sus obras y funciones públicas13.
Juan Egaña, Discurso sobre el amor de la Patria; Juan Egaña, Antología, edición al cuidado de
Raúl Silva Castro, Andrés Bello, Santiago 1969, p.145.
12
13
22
Iván Jaksic, 1807: Juan Egaña y el discurso sobre el amor de la patria; Artes y Letras, El Mercurio de
Prólogo
Definiendo el Orden Público: La Constitución Política.
Las convulsiones internas de 1810 le llevaron a desarrollar una posición más
efectiva y legalista en el estudio de las bases de un nuevo orden público. Entonces
escribió un Plan de Gobierno que presentó a la autoridad en agosto de ese año. Allí se
refirió a cuestiones contingentes, pero al mismo tiempo preparaba las miradas hacia
una situación de ruptura con la Corona. Dentro de variados puntos destacables, lo
que respecta a la educación era de máxima significación: “la obra de Chile debe ser
un gran colegio de artes y ciencias… impartiendo… una educación civil y moral
capaz de darnos costumbres y carácter”14. Proponía, además, una iniciativa chilena
para llamar a una conferencia que organizara una federación defensiva de las
colonias americanas. Tal idea fue recogida por Camilo Henríquez, que la expuso
vagamente en su sermón de inauguración del Congreso de 1811. Según el plan de
Egaña, Chile debía gozar de plena autonomía, y estar exteriormente asociado con
los “pueblos españoles” por medio de un congreso nacional.
Juan Egaña fue el autor del primer Proyecto de Constitución en Chile. Mucho
se discute acerca de la influencia de la Revolución francesa. Más bien, habría que
pensar en el conocimiento de la Constitución francesa de 1791, no absolutamente
revolucionaria y en donde, más bien, se trató de disminuir el poder real y hacer frente
a situaciones básicas del orden público que se venía construyendo. Se buscaba que
el nuevo sistema social se protegiera en contra del despotismo real, del privilegio
aristócrata y de la licencia popular. Por ello, se restringían los poderes del Rey, se
traspasaba el ejercicio de la soberanía a la Asamblea Nacional, unicameral, se
reformaba la administración y el gobierno local, la justicia y el sistema judicial y se
reorganizaba el sistema de financiamiento del Estado. Debe recordarse que en 1791
aún no había republicanos declarados y todavía se estimaba una institucionalidad
moderada15. Así como la Constitución francesa de 1791 estaba precedida por las
ideas centrales de la Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano, Egaña
escribió igualmente una Declaración de los Derechos del Pueblo de Chile en que
Santiago, 9 septiembre 2007, E-13. Las cursivas en comillas en el texto original.
14
Raúl Silva Castro, Egaña en la Patria Vieja, 1810-1814, Andrés Bello, Santiago 1959, pp.19-54.
Ver, por ejemplo, George Rudé, La Revolución francesa [1988], Vergara, Buenos Aires 2004,
pp.115-128.
15
23
Armando Cartes Montory
“Un gobierno de los pueblos...”
Prólogo
hacía notar que el derecho de los chilenos a darse una constitución se asentaba en
tres bases: las circunstancias del momento, la inhabilidad política de Fernando VII, y
el derecho natural, e imprescriptible a su felicidad que es dado al hombre. Fue escrita
en 1811 o 1812 e impresa en forma modificada, y más patriótica, en 1813 junto al
texto completo del Proyecto constitucional16.
Si observamos la Constitución francesa de 1791, junto con el Preámbulo,
arrancaba con dos Títulos generales: Disposiciones fundamentales garantizadas por
la Constitución y De la División del Reino y del estado de los ciudadanos. Tanto
en algunos de los principios generales, como en los principios que iluminaban la
estructura general, salvo el Cap. II de los franceses, relativa a De la Realeza, de la
Regencia y de los ministros, el proyecto de Egaña estuvo evidentemente influido por
la Constitución francesa del 03 de septiembre de 1791. Son muchos los articulados
en donde se coincide en la idea y en el aspecto considerado y no pasa desapercibida
la atención dada a las asambleas primarias y electorales galas y a las juntas cívicas en
Chile, ambas desplegadas a través de las respectivas naciones y territorios y ambas
consideradas como base del ejercicio de la soberanía popular.
Dicho Proyecto se iniciaba con dos Títulos preliminares llamados De los
derechos individuales del ciudadano y Del orden y derechos sociales, tras lo cual se
entraba en el extenso articulado de desarrollo de las Leyes constitucionales reguladas
por los antecedentes principios, cuyo Título 1 estaba referido a De las Supremas
Magistraturas de la República, del gobierno, de la censura, de las juntas cívicas, del
Procurador General; el Título 2, De la armonía de las tres supremas magistraturas
en el sistema gubernativo; el Título 3, De los ciudadanos; Título 4, De las facultades,
atenciones, economía y elecciones del gobierno, censura y juntas cívicas; Título 5,
De los Consejos, y Tribunales, y de la Administración de Justicia; Título 6, De las
contribuciones militares extraordinarias y su tesorería; Título 8, De las ciudades,
villas, cabildos y sus atribuciones y privilegios; Título 9, De las propuestas para los
empleos elegibles en Juntas; Título 10, De los funcionarios públicos; Título 11, Del
Instituto Nacional; Título 12, Del estado eclesiástico de la República; Título 13, Del
aniversario de la Constitución, mudanza de sus leyes y deberes de la censura en una
revolución 17.
Respecto a la ciudadanía, la Constitución francesa de 1791 en el Título II, Art. 1,
definía, en esencia, que “son ciudadanos franceses los que han nacido en Francia de
padre francés” a lo cual se unían los nacidos en Francia de padre extranjero, nacidos
en el extranjero de padre francés y han prestado el juramento cívico, descendientes de
franceses expatriados por causas religiosas, residentes extranjeros en Francia por más
de cinco años con inmuebles, matrimonio de francesa, con establecimientos agrícola
o comercial y con prestación del juramento cívico. Dicho Juramento expresaba: “Juro
ser fiel a la Nación, a la Ley y al Rey y defender con todas mis fuerzas la Constitución
del Reino, decretada por la Asamblea Nacional constituyente en los años 1789, 1790
y 1791. En el Cap. I, sección II, se definía la ciudadanía activa:
Simon Collier, Ideas y políticas de la Independencia chilena, 1808-1833 [1967], Andrés Bello,
Santiago 1977, p. 115.
16
El primer Congreso nacional, de 1811, respondió a la sensación de que la opinión pública
de Chile pensaba que había llegado el momento de proclamar el nacimiento de una nueva. En
acuerdo del 13 de noviembre de ese año, se designó una Comisión formada por don Agustín
Vial, Juan Egaña, Joaquín Larraín, Juan José Echeverría y Manuel de Salas para redactar
una Constitución que “debía regir en Chile durante la cautividad del Rey”. El único que
avanzó en un Proyecto fue Juan Egaña (254 artículos, en 13 títulos más 21 artículos relativos
a la promulgación y de carácter transitorio en su forma de 1813). Los hechos acaecidos
significaron la no promulgación del Proyecto y que durante 1812 hubiese otro intento con
clara influencia norteamericana (del Cónsul Joel Roberts Poinsett: su texto, con una buena
introducción, ha sido publicado por Cristian Guerrero Lira, El proyecto constitucional de Joel R.
Poinsett para Chile, 1812; en Cuadernos de Historia, Vol. 37, Santiago 2012, pp. 225-240) y que se
17
24
llegase a dictar el Reglamento Constitucional de 1812 en que no participó Egaña aún cuando
la Junta de Gobierno del momento le había invitado señalando que ella “continúa dando
palpables pruebas de la liberalidad de sus principios y pureza de sus intenciones”. Según
Jaime Sudanés, en 1817 escribiendo a Bernardo O’Higgins, “El viejo Egaña, que es otra
alhaja, escribió un proyecto de constitución para Chile y lo imprimió a costa del gobierno
haciendo tirar mil ejemplares, con los que cargó sin que más que uno los leyese, con el destino
de presentarlos en el Congreso que se mandó convocar poco antes de la pérdida de Chile, y
hacerse legislador de Chile…”. Todo este análisis en Raúl Silva Castro, Bibliografía de don Juan
Egaña, 1768-1836; Imprenta Universitaria, Santiago 1949, pp. 179-185.
25
Armando Cartes Montory
“Un gobierno de los pueblos...”
“Para ser ciudadano activo hace falta – nacer o haberse hecho francés –
Tener la edad de veinticinco años cumplidos; Estar domiciliado en la ciudad
o cantón durante el tiempo determinado por la ley; pagar, en cualquier
lugar del Reino, una contribución directa al menos igual al valor de tres
jornadas de trabajo u acreditarlo con recibo; no ser criado doméstico; Estar
inscrito en la municipalidad de su domicilio en el registro de los guardias
nacionales; haber prestado el juramento cívico.”
En el caso del Proyecto chileno de 1811, El Tit. 3, Sección 1, Arts. 65 y
66, declaraban más doctrinariamente la ciudadanía:
“La Constitución declara por Ciudadanos, en cuanto a vivir bajo
la protección de las leyes, garantir su libertad, propiedad, seguridad, y
disfrutar de los beneficios públicos y sociales, a cuantos habitantes contiene
la República, con tal que contribuyan con su persona, o bienes, a las cargas
y defensa del estado, se conformen y observen las leyes, costumbres y
religión del País, o tengan alguna garantía particular del Gobierno. Aun
faltando estos requisitos conservará toda la hospitalidad, beneficencia y
derechos compatibles, a los que, sin un delito se hallen en su territorio con
tácito consentimiento de la Autoridades. Pero los ciudadanos activos, en
quienes la Constitución reconoce la Soberanía, que pueden únicamente
elegir, o ser elegidos a los destinos que influyen en su Gobierno, Tribunales,
y administraciones que señalará la Ley; son los que, teniendo, y habiendo
cumplido los requisitos propuestos por la misma ley, y siendo aprobados por
la Censura, les declara el Gobierno en clase de tales ciudadanos”.
“Todo hombre libre, natural o extranjero, que profese la Religión
Católica, y de razón de su catecismo; que tenga instrucción en el breve
compendio (que formará la República) de las leyes más necesarias para la
vida social; que sepa leer y escribir; que haya servido a su Patria cumpliendo
el mérito cívico (de que después de hablará) de un modo aprobado por la
Censura, y cumplido el término necesario de disciplina militar; que tenga
veinte y un años; y de quien informe la Censura que no ha desmerecido con
algún delito o profanación de las costumbres, i que se haya rehabilitado;
tiene derecho, y debe ser declarado Ciudadano activo, con parte en la
Soberanía, y apto para todos los ministerios del Estado en que no exija más
requisitos la ley”.
Otro de los aspectos sobresalientes es el dedicado a la educación.
26
Prólogo
En el caso de la Constitución francesa de 1791, en el Título I, correspondiente
a las disposiciones fundamentales garantizadas por la Constitución, como derechos
naturales y civiles, se señalaba que “Se creará y organizará una Instrucción pública
común a todos los ciudadanos, gratuita en las partes de enseñanza indispensable
para todos los hombres, y cuyos establecimientos serán distribuidos gradualmente en
relación con la división del reino”
Egaña, no quedaba atrás, pero, al mismo tiempo, hacía notar, fuertemente, que
su ilustración no era la racionalista secularizada de los franceses, sino una ilustración
católica. En la sección 3, del capítulo segundo, “Del orden y derechos sociales”,
sección 3, De la educación y costumbres, señalaba:
“(36) Los gobiernos deben cuidar de la educación, e instrucción pública,
como una de las primeras condiciones del pacto social. Todos los Estados
degeneran, y perecen a proporción que se descuida la educación, y faltan
las costumbres que las sostienen, y dan firmeza a los principios de cada
Gobierno. En fuerza de esta convicción, la ley se contraerá especialmente
a dirigir la educación, y las costumbres en todas las épocas de la vida del
Ciudadano; y para su ejecución se establece por principio activo el Tribunal
de la Censura, como el mas augusto de los cuerpos permanentes; quien
responderá a la presente generación, y a todos los siglos, del depósito más
sagrado que le ha confiado la Patria.
(37) Todas las virtudes hacen feliz a un Estado; pero el físico, y moral
de cada Pueblo, y los principios de su constitución, exigen más conato en
sostener algunas particularmente. Tales son en esta República, el espíritu
de Fraternidad, y la mutua generosidad en apreciar unos Ciudadanos las
virtudes, y talentos de otros: en radicar un genio laborioso, y dirigir el
lujo de los particulares a la felicidad pública. Formando sobe todo como
un carácter nacional, de la justicia, moderación, buena fue, respeto a la
Religión, a las Magistraturas, y a los Padres. La ley pondrá siempre los
premios de comodidad, y opinión al inmediato alcance de estas virtudes,
para transformarlas en costumbres. También protegerá la industria
sostenida de la Agricultura, como principio, y manantial, de la riqueza
nacional. En inteligencia que no hay Ley útil sin un principio de actividad,
que cuide y sostenga el ejercicio, siendo esto más necesario en los Países
donde se va formando el carácter, y donde algunas causas físicas pueden
inclinar a la inercia”.
27
Armando Cartes Montory
“Un gobierno de los pueblos...”
Prólogo
Más adelante, en el Título II, Del Instituto Nacional, especificaba con mucha
mayor exactitud sus pensamientos respecto a la educación. ¿Influencias de Rousseau?
Probablemente en parte, pero sin citarlo. Para él, la educación era instrucción, pero
también moralidad. En la sección I, Del Instituto Nacional, su enseñanza y pupilaje,
art. 215, establecía con precisión su pensamiento doctrinal, ilustrada, pero también
confesional:
de 1812, no era más liberal que ésta y, por supuesto, estaba mucho más dirigida al
control de la monarquía que a la formación de unas nuevas relaciones sociales. De
hecho, definiciones esenciales sobre la constitución de la nación española se expresan
en términos muy precisos y acotados: “La nación española es la reunión de todos los
españoles de ambos hemisferios”; “La nación española es libre e independiente, y
no es, ni puede ser patrimonio de ninguna familia, ni persona (Título I, capítulo I,
Artículos 1 y 2). Su gobierno, “es una monarquía moderada hereditaria” (capítulo III,
artículo 14) y son ciudadanos “aquellos españoles que por ambas líneas traen su origen
de los dominios españoles de ambos hemisferios y están avecindados en cualquier
pueblo de los mismos dominios” (capítulo III, artículo 18). Desde allí, aún cuando no
menos importante, venía un largo articulado que componía una parte importante de
la estructura central constitucional referida a las Juntas electorales desde la parroquia
hasta las instancias superiores. Una situación semejante también a la Constitución
francesa de 1791, aún cuando no se pudiese aceptar tales influencias. El Título IV,
Del Rey, constituía igualmente otra de las partes importantes, básicamente en cuanto
a las restricciones a la autoridad real, quizás uno de los aportes esenciales del texto,
básicamente en términos de que ello significaba, al mismo tiempo, la defensa de las
garantías individuales.
“Se establecerá en la República un gran Instituto nacional para las
ciencias, artes, oficios, instrucción militar, Religión, ejercicios que den
actividad, vigor, y salud, y cuanto pueda formar el carácter físico, y moral
del Ciudadano. Este será el centro, y modelo de la educación nacional, la
gran obra de los principales cuidados de la Censura, y de la protección del
Gobierno. Desde la instrucción de las primeras letras, se hallarán allí clases
para todas las ciencias, y facultades útiles a la razón y a las artes: se hallarán
talleres de todos los oficios, cuya industria sea ventajosa a la República;
y aún en los que no permita la localidad o capacidad, por lo menos se
aprehenderán allí las teorías, y elementos de aquella profesión, pasando
después los pupilos a las fábricas, donde serán visitados, y cuidados por
los Ministros del Instituto. No solamente los pupilos, sino toda la juventud
del territorio serán llamados a las instrucciones morales, ejercicios de
salubridad, y milicias: a los certámenes, y concursos de emulación sobre las
ciencias, artes y costumbres. En los Departamentos, Provincias y Ciudades
se establecerán Institutos, que siguiendo proporcionalmente los modelos del
principal, tengan por lo menos instrucción para los primeros elementos de
educación física, política, religiosa y mortal, y para las artes más útiles y
necesarias”.
Como se ha señalado, este Proyecto de Constitución fue escrito en 1811 y lo
importante es cómo Egaña fue capaz de recoger las principales ideas de la época, en
términos modernos, a pesar de ser un tránsito entre el Antiguo y Nuevo Régimen,
y no más que aquello. ¿Una mente abierta? Sin duda, sin dejar de lado lo que
consideraba esencial en términos de sus lealtades y más profundas convicciones. Lo
importante es que un Proyecto de Constitución, escrito en 1811, en la periferia,
ubicado en plena crisis monárquica, sin romper el pacto con el Rey, se adelantaba a
los acontecimientos y construía una estructura republicana cuyas bases estaban en la
estructura política de la Constitución francesa de 1791. La Constitución de Cádiz,
28
El Proyecto de Egaña de 1811 fue publicado, aún cuando no entró en vigencia,
en 1813. Por cierto, ya era conocida la Constitución de 1812, pero también el curso
de los acontecimientos relativos a las representaciones políticas de las Américas y las
desigualdades que en la práctica diferenciaban, más que acercaban, las posiciones
entre la península y las regiones ya convulsionadas y más orientadas hacia procesos
independentistas. En la Declaración de los derechos del Pueblo Chileno, re-escrita
como prolegómeno a la publicación del texto no sólo se señalaba que, “El pueblo de
Chile, que por la primera vez de su existencia es llamado a examinar sus derechos”,
sino además se era explícito en señalar que,
“El único remedio que debía esperarse en un congreso general de la
Monarquía, se ha frustrado por los agravios inferidos a la América, que
no fue llamada con una representación proporcional a la de las Provincias
españolas, y aún, por la falta de representación legal en muchas de estas
que se hallaban ocupadas de los franceses: convencido igualmente por
la experiencia de todos los siglos y naciones, que jamás ha existido un
29
Armando Cartes Montory
“Un gobierno de los pueblos...”
Pueblo, que separado de su Metrópoli por la mitad de la Tierra y de los
Mares, pueda ser justa y oportunamente dirigido por ella en su gobierno y
economía anterior, y que para conseguir una dependencia servil respecto de
semejantes Pueblos, se hace como necesario al sistema adoptado hasta aquí,
de aniquilar todos los medios de su prosperidad, representación política y
relaciones con los demás Pueblos: desengañado absolutamente de que por
los medios que toma la España no queda esperanza de una justa y tranquila
reunión de la nación… y poniendo por Jueces a todos los Pueblos de la
tierra para que examinen si en la Constitución de Cádiz ven remediado
por alguna ley las privaciones comerciales, industriales, y de proporcional
influencia política… se persuade y declara este Pueblo, que por la irresistible
fuerza de las circunstancias, y por el derecho natural e imprescriptible que
tienen todos los hombres a su felicidad, se halla en el caso de formar una
Prólogo
naturales y civiles”19. El periódico circuló entre febrero de 1812 y abril de 1813 y,
entre sus diversos planteamientos, ideas, noticias, destacó la redacción y publicación
de las nociones fundamentales sobre los derechos de los pueblos en donde no sólo
hubo referencias a Aristóteles, pero particularmente a Condorcet: “Dando por
supuesto que en la alianza o pacto social hay dos actuantes fundamentales: el rey,
monarca o príncipe, y el Pueblo, procede a caracterizarlos, atribuyéndoles derechos,
obligaciones y cualidades en su situación respectiva”20.
Las influencias ilustradas y las lecturas del Contrato Social de Rousseau,
parecieran ser fundamentales en el pensamiento de Henríquez, pero también tuvo
un sentido práctico que se denota en el conocimiento exacto de la Declaración de los
Derechos del Hombre de 1789 y su propia redacción de dichos derechos que publicó
en 1813. El paralelo es muy significativo:
Constitución que establezca sólida y permanentemente su Gobierno”18.
Las ideas ya eran realidad y, por ello mismo, las lejanías con España se
acrecentaron. Si bien es cierto, las discusiones llevadas en las Cortes de Cádiz
fueron conocidas y seguramente miradas con simpatía, la Constitución de 1812 fue
abiertamente soslayada o mirada con desconfianza. Ahora sí, abiertamente, en las
mentes de algunos de los patriotas si bien no resonaron los ecos de La Marsellesa,
sí estuvieron presentes, y muy presentes, las imágenes y lecturas de la Asamblea de
1789 y de su Declaración de los derechos universales.
Entre esos patriotas, personaje muy destacado fue Fray Camilo Henríquez.
Hombre de dos siglos, entre la revolución francesa y el proceso político europeo.
Impulsor y redactor del primer periódico nacional, La Aurora de Chile, apoyado
directamente por la primera Junta de Gobierno de 1810 para disponer de “la
ilustración popular de un modo seguro”, transmitiendo “con el mayor escrúpulo”
la verdad “que sólo decide la suerte de los gobiernos”. Versado en los ideales de la
Ilustración y en las ideas políticas de la revolución francesa, pero cuyos pensamientos
estaban adornados “de principios políticos, de religión, talento y demás virtudes
Proyecto de una Constitución para el Estado de Chile que por disposición del Alto Congreso se escribió en
el año de 1811 y que hoy manda publicar el Supremo Gobierno…; Imprenta del Gobierno, Santiago
1813, pp.4-5.
18
30
Fernando Rivas, Camilo Henríquez, constructor de la cultura republicana chilena; en Eduardo
Cavieres (Ed.), Entre continuidades y cambios. Las Américas en la transición (s. XVIII a XIX), Eudeval,
Valparaíso 2006, pp.98-99.
19
Kamel Harire, Camilo Henríquez: análisis literario y conceptual. A propósito de cinco discursos publicados
en La Aurora de Chile; en Eduardo Cavieres, Ibidem, p. 59.
20
31
Descargar