“Un gobierno de los pueblos…” Relaciones provinciales en la independencia de Chile El 12 de febrero de 1818, en Talca y en Santiago, se juró la independencia de Chile, repitiendo un gesto originalmente realizado en Concepción, el 1º de enero del mismo año. El episodio, acaecido en la Plaza de Armas de la capital, es el que celebra el conocido cuadro de Pedro Subercaseaux. En éste se aprecia que la jura se realiza ante un escudo de tres estrellas, las que representan las tres provincias históricas, Coquimbo, Santiago y Concepción. Bajo aquel escudo se luchó por consolidar la emancipación y organizar la república. Es por eso que el Director Supremo O’Higgins declaró la independencia “autorizado por los pueblos”. Aunque el cuadro contiene un anacronismo, pues aquel emblema sólo sería sancionado en septiembre del año siguiente por el mismo O’Higgins, su sentido es esencialmente correcto. Grafica que se juró la independencia de un país con la promesa de construir una representación equitativa de los pueblos, reunidos entonces en tres provincias. “Un gobierno de los pueblos…” Relaciones provinciales en la Independencia de Chile Armando Cartes Montory ■ E STA OBR A HA SID O A R BIT R ADA AC ADÉ M IC AM E N TE ■ A mi querida hija Elena, nacida en el año del Bicentenario, en modesta compensación por tantas horas sustraídas a su dulce compañía. © Armando Cartes Montory, 2014 Registro de Propiedad Intelectual N° 239.041 ISBN: 978-956-17-0603-3 Derechos reservados Tirada: 500 ejemplares Ediciones Universitarias de Valparaíso Pontificia Universidad Católica de Valparaíso Calle 12 de Febrero 187, Valparaíso Teléfono (56-32) 227 3087 - Fax (56-32) 227 3429 Correo electrónico: euvsa@ucv.cl www.euv.cl Diseño Gráfico: Siegfried Obrist C. Corrección de Pruebas: Claudio Abarca L. Impresión: Salesianos S.A. HECHO EN CHILE ÍNDICE Prólogo 13 Introducción 39 Viejos problemas, nuevas miradas45 Una revisión pendiente 53 Nuestra aproximación63 Capítulo I El camino de los pueblos a la nación 67 Un mundo en revolución 69 Victorias y derrotas del primer liberalismo 72 Rumbo a la nación 81 Los espacios regionales americanos en la transición republicana 90 De provincias a países 101 “Chile, fértil provincia…” 104 Capítulo II Chile en 1810: ¿Tres provincias o una nación? 113 El imperio y las provincias 116 Un reino de ciudades 118 Provincias e intendencias 121 ¿Chile tricéntrico o Santiago desgranado? 129 De las sociedades regionales al Estado nacional 135 La emancipación y las provincias periféricas 142 Capítulo III Las provincias chilenas entre el reino y la república 151 Capítulo VI La Frontera, una cuestión pendiente 215 151 Sociedad fronteriza y proyecto nacional 315 Concepción, la capital del sur 157 Arauco, matriz retórica de Chile 335 Coquimbo, la provincia emergente 163 La etnicidad de los símbolos patrios 345 Valdivia, vencedora y vencida 169 Arauco y los republicanos 357 Chiloé, provincia insular 178 La patria soberana y las tierras mapuches 359 La Frontera en vísperas de 1810 189 Chilenos libres e iguales 366 Los mapuches y la revolución 204 Una ‘nación de indios’ en tierras chilenas 371 Santiago, cabeza del reino Capítulo IV Junta o triunvirato: La lucha por la representación en la Patria Vieja 223 ¿Bárbaros o ciudadanos?373 La dispersión regional del poder en los albores del siglo XIX 225 Conclusiones De federaciones y confederaciones 232 Bibliografía y Fuentes383 ¿Junta queremos? 239 Un Congreso prematuro 242 El proyecto de Constitución de Juan Egaña 244 Bernardo O’Higgins, ¿de federalista a unitario? 246 Un triunvirato para un país tricéntrico 248 Carrera y la Junta Provincial de Concepción 250 La Convención de 1812 254 El Reglamento Provisorio 256 Los eventos posteriores 261 Capítulo V Viejas provincias en una patria nueva 265 Chacabuco y la “república absoluta” 265 La sombra de Cádiz 273 Las tensiones de la división territorial 281 La política provincial del Director O’Higgins 285 La Constitución de 1822 294 La abdicación297 El momento provincial303 378 Prólogo Discursos ilustrados y políticas reales. Los límites de la representación desde la base Eduardo Cavieres F. Los años de bicentenarios independentistas en América Latina, algunos de los cuales aún se esperan y preparan, trajeron pocas reflexiones actualizadas sobre la historia, pero sí una abundante historiografía que intentó observar los movimientos patriotas desde diversas y, a veces, nuevas lecturas. A lo menos, habría que destacar, en primer lugar, unas miradas más completas sobre un fenómeno que terminó siendo “nacional”, pero que en su génesis puso en estrecha relación (como siempre lo estuvo) las orillas Atlántica y Pacífica del Imperio español, incluida, por cierto la propia Península. En segundo lugar, volvieron a resurgir los análisis sobre las ideas y no tanto sobre la descripción de unos procesos ya bastante conocidos. En tercer lugar, y no menos importante, el problema de la organización política de los nuevos Estados encontró igualmente nuevas temáticas, entre las cuales la representación de los individuos y de los pueblos ha ocupado un lugar principal. En este Prólogo al trabajo de Armando Cartes M., Doctor en Historia por la P. Universidad Católica de Valparaíso, recapturamos dichas temáticas que están precisamente presentes en la lectura de este libro y, al mismo tiempo, introducimos los contextos generales en donde es posible observar este intento por observar, en el caso de Chile, los esfuerzos regionales por participar del proceso en relaciones más armónicas y de mayor equidad con el centro político. Todos sabemos que, finalmente, Santiago terminó no sólo centrando el poder político y administrativo del país, pero también pensándolo, y ello ha significado una permanente tensión que en el presente actual forma parte de fuertes requerimientos por una descentralización real y efectiva. Tener en cuenta estas relaciones entre provincias y el Centro en plena época de Independencia y organización republicana no sólo es contribuir a un mayor conocimiento del pasado, Armando Cartes Montory “Un gobierno de los pueblos...” sino muy especialmente el obtener mayores argumentos que permitan pensar los problemas de las inequidades en las representaciones con mayores basamentos históricos. Las ideas en circulación: Desde Europa a Santiago de Chile ¿Hubo o no influencias de las Cortes de Cádiz en América Latina? Por cierto, las hubo, en diferentes niveles o rangos. En Chile, pareciera que no: en 1816, cuando se restaura el movimiento de Independencia, lo que se escribe en la época es muy contrario a las Cortes de Cádiz, porque en general se le visualiza como un intento más de engaño a las Colonias al tratar de reestablecer, con otras disposiciones y principios, la hegemonía tradicional de los peninsulares sobre sus dominios. Como sea, no hubo procesos independientes, sino paralelos. No podemos seguir observando fenómenos que transcurren en uno y otro lado del Atlántico como respuestas propias y originales de cada orilla o en puras relaciones causa-efecto. Es más cercano hablar sobre la circularidad de las causas y, en esos términos, lo que estaba ocurriendo en 1811, y en 1812, en Cádiz, ocurría también en Santiago y viceversa. Lo que sucedía era una transformación a nivel de la historia de las ideas para adecuar los grandes ideales de la Ilustración a un movimiento político más definido. En todo caso, no tenemos claridad sobre el momento en que el liberalismo puede autodefinirse desprendiéndose de su base ilustrada. Para parte importante de la historiografía española, Cádiz representa el surgimiento del liberalismo europeo y se ha subrayado que, por primera vez en 1812, se comienza a hablar concretamente sobre liberalismo. Se ha escrito que en castellano lo que se define como liberalismo es la idea de libertad como soporte de un movimiento social, político y cultural. La palabra liberalismo había significado tanto el principio político de la libertad como la virtud social de la liberalidad o generosidad. Concentrar ambas discusiones de libertad y liberalidad en el calificativo de liberal, fue la aportación de lo que se conoció entonces como revolución española. En línea con las otras revoluciones anteriores, la inglesa del siglo XVII y las americanas y francesas del siglo XVIII, los protagonistas de la revolución española se definieron así mismos como liberales frente a los serviles del absolutismo. La fórmula se extendió y así el liberalismo se convirtió en el concepto para definir los cambios políticos que se 14 Prólogo desarrollaron a lo largo del siglo XIX en los distintos países occidentales. Problema no sólo semántico, sino conceptual, de contenidos del concepto1. Cuando se produce la acefalía del poder monárquico se produjo todo lo demás. También pudo haberse producido esa acefalía sin las consecuencias conocidas. Por ello, el punto central es pensar porqué pasaron las cosas que pasaron. Quizás la respuesta va porque desde lo popular, y desde las ideas, se venía produciendo una serie de situaciones que comenzaron a ser “ideas fuerzas”, las cuales no estaban sólo en la península, sino también en Santiago de Chile, en las casas, en los libros y en las discusiones de vecinos como Ovalle y otros a los cuales se les acusó de conspiradores. A menudo pensamos que en ese pasado las ideas se movilizaban muy lentamente. No siempre fue así: más bien se trató de un proceso bastante imperceptible para los más. Por cierto, en la época, Santiago era una aldea, una aldea grande. Representaba proyectos más que realidades y, en definitiva, no sólo desde lo económico o social, sino también desde otras vertientes del poder colonial, era periferia del Imperio. No obstante, más allá de sus fisonomías materiales (muy alejadas de las metrópolis americanas), desde mediados del siglo XVIII, un crecimiento económico basado desde entonces en la industria del cobre, pero en general, en términos del comercio interprovincial, fue acompañado de un proceso muy interesante, quizás poco estudiado, de carácter cultural. En efecto, ya en 1738, con la fundación de la Universidad de San Felipe, aún cuando muy relacionada a cuestiones económicas y a la etapa de comienzos de la consolidación de una aristocracia mercantil, comenzó a crecer un cierto ambiente intelectual que dejó tras sí un interesante movimiento cultural2. A fines del siglo XVIII, más específicamente, entre 1790 y 1800, en Santiago hubo cinco bibliotecas importantes, con un promedio de 246 volúmenes cada una, promedio que después de una drástica caída, sólo comenzará a recuperarse en forma posterior a la década de 1830. Entre esas fechas, 1790 y 1830, de un total de 23.959 libros existentes en Santiago, según un registro realizado a partir de inventarios de Ver, por ejemplo, Juan Sinisio Pérez G, Las Cortes de Cádiz. El nacimiento de la nación liberal (1808-1814), Síntesis, Madrid 2007, pp. 21-22. 1 Ver, con más detalle, Eduardo Cavieres, Educación, elites y estrategias familiares. La aristocracia mercantil santiaguina a fines del siglo XVIII y sus proyecciones a comienzos del XIX; en Pilar Gonzalbo A., Familia y Educación en Iberoamérica, El Colegio de México, México DF 1999, pp. 115-136. 2 15 Armando Cartes Montory “Un gobierno de los pueblos...” bienes, testamentos, bibliotecas, etc., las temáticas más importantes fueron Religión (3.489), Derecho (1.763), Economía (1304), Historia (1275), Ilustración (318) y Filosofía (272). De sus propietarios, destacaban las bibliotecas de don Juan Enrique Rosales y de don Manuel de Salas, ambos insignes patriotas y miembros de la Primera Junta Nacional de Gobierno. Es muy interesante destacar el trabajo de don José Gregorio Cabrera, quién en 1771 fue designado para examinar las librerías de los regulares jesuitas expulsos y para hacer la expurgación de libros de doctrinas laxas y peligrosas a las costumbres, quietud y subordinación de los pueblos. Los jesuitas contaban con una biblioteca de 306 volúmenes y 679 tomos, pero en ese entonces, al parecer no tenían títulos prohibidos. En cambio, a fines del mismo siglo, en la biblioteca de don José Antonio de Rojas, se encontraban seis volúmenes de D’Alembert y también La Nueva Eloísa de Rousseau; en la biblioteca del abogado Joaquín Trucios y Salas, del mismo autor, El Contrato Social3. José Antonio de Rojas, entre algunos más, puede ser considerado el caso paradigmático de la época revolucionaria. En 1772 viajó a España en representación de un hombre excepcional, don José Perfecto de Salas, y para solicitar la dispensa real que le permitiera contraer matrimonio con la hija de éste, doña Mercedes de Salas. Deseaba obtener, además, un hábito de la Orden de Santiago y un puesto digno de su calidad y posición social. Pasaron algunos años, y no obtuvo nada. Se enteró de la designación de su suegro como funcionario de la Casa de Contratación en Cádiz, una expatriación más que un cargo honorífico, pero tuvo oportunidad de conocer las obras de Feijóo, de Descartes, de Newton. Conoció la Enciclopedia y supo del concepto de Progreso. A su regreso a Santiago, traía consigo importantes obras consideradas peligrosas por la cultura oficial4. ¿Se necesitaban muchos? No necesariamente. Rojas y otros connotados vecinos de la ciudad fueron procesados como conspiradores y escribieron su propia historia, pero, al mismo tiempo, pusieron sus ideas, y sus libros a disposición de otros. Entre Loreto Guerrero P., El libro y las transformaciones culturales en una comunidad de lectores; Tesis Mag., P. Universidad Católica de Valparaíso, Valparaíso 2006, Tabla 14, p. 172 y pp. 56-59. 3 Ver el interesante trabajo de Alejandra Guerra A., Pensar como no se debe: las ideas en crisis. Conspiradores e ilustrados en Santiago de Chile, 1780-1810; Tesis de doctorado, P. Universidad Católica de Valparaíso, Valparaíso 2011, pp. 83-89 y ss. 4 16 Prólogo ellos, José Miguel Infante, uno de sus sobrinos, abogados, procurador del Cabildo en 1810, conoció la filosofía del s. XVIII y ello se tradujo en admiración por Voltaire y Rousseau5. Las tertulias en la casa de Rojas y posteriormente la circulación de ideas a través de un pequeño, pero connotado grupo de vecinos (miembros de la elite local), contribuyeron a una verdadera diseminación que, para algunos, tenían orígenes intelectuales, pero para los más, eran simplemente “verdades” indiscutibles, especialmente si se trataba de derechos naturales o, por extensión, de derechos civiles. La adecuación e interpretación de las bases centrales de las ideas, ¿tuvieron autoría intelectual sólo europea, o sólo española? Las ideas tienen sus orígenes, pero al mismo tiempo su propia historia y sus propias dinámicas. Lo que unió a Santiago y a Cádiz, en un mismo tiempo, fueron las ideas y, a tal punto que, cuando en 1811 en Santiago se estaba discutiendo acerca de cuáles debían ser las formas de gobierno a que había que llegar, los debates y proyectos coincidían en lo medular con lo que contemporáneamente se comenzaba a debatir en Cádiz para llegar a la Constitución de 1812. No es que las ideas hayan ido desde Santiago a Cádiz; tampoco de que tuviesen autoría intelectual en Cádiz: las ideas estaban; el asunto era cómo acometerlas. Poco divulgado en la historiografía chilena, está el hecho de que, en las Cortes de Cádiz, entre el importante número de diputados americanos, hubo dos diputados chilenos. No eran precisamente representantes de Chile o de Santiago. Uno de ellos, Fernández de Leiva, el principal, llegó a Cádiz en 1810 por la designación hecha por el Cabildo de Santiago, del cual había sido uno de sus secretarios, para representar al Rey las necesidades de los vecinos locales y de sus disputas con el Gobernador García Carrasco. Este hombre, hijo de un importante comerciante santiaguino había cumplido esas funciones como también lo hizo el otro de los diputados, don Manuel Riesco, hijo de otro interesante comerciante santiaguino que había ido a España, desde Buenos Aires, y que estando allí, dadas las circunstancias políticas y la necesidad de las Cortes de tener una representación amplia, fueron sorteados y elegidos como diputados. Podemos pensar qué formación liberal podían tener estos hombres. Fernández de Leiva fue un abogado importante, Riesco un comerciante que fue a España a estudiar las reglas del comercio. Cuando se leen sus participaciones, 5 Domingo Santa María, Vida de don José Miguel Infante, Miranda ed., Santiago 1902, pp. 08-12. 17 Armando Cartes Montory “Un gobierno de los pueblos...” sobre todo las de Fernández de Leiva, esto a fines de 1811, en las comisiones sobre la Constitución, sorprende el contenido de sus argumentos, conjunto de ideas que siempre se piensan como estantes sólo en Europa. Podemos dudar si ellos eran o no liberales, y tanto, que en 1812, una vez que se promulga la Constitución, Fernández pide se le reenvié a América como Oidor de la Real Audiencia en Lima; era bastante fidelista y bastante tradicional en términos de aceptar a la Corona. Aún así, en algunas de sus intervenciones subrayaba que: “Todos queremos a Fernando VII como Rey, no como hijo adoptivo de Bonaparte; y si esto último sucediese, quedaría degradada esta Nación heroica y reducida a la clase de provincia… La Nación no debe seguir a un Rey que no esté libre en el ejercicio de sus facultades… Por eso nuestras leyes han dispuesto que en el caso de llegar el Rey al extremo furioso, se le pongan tutores, porque un loco no es capaz de hablar con principio de razón… La América, Señor, no quiere nada de los franceses, los despreciamos todos; Bonaparte allí es tenido por un embustero, a quién nunca se debe dar crédito, aún cuando alguna vez diga verdad… Así que, Señor, VM debe hacer con esta ocasión lo que hizo ya el 24 de septiembre; y así como entonces se declaró nulo todo lo hecho en Bayotas por faltar la libertad al Rey y el consentimiento de la Nación, así ahora declare VM del modo más solemne que no reconocerá ningún acto hecho por el Rey, ni ninguna cosa que disponga, mientras que esté rodeado de franceses”. Agregaba: “Cuando (Fernando) se presente entre nosotros, verá VM como llena de aplausos a este Congreso por haber sostenido sus derechos y los de la Nación, pues sólo un Rey es respetable cuando reina sobre un pueblo libre... [Para ello, el establecer la Constitución] es una medida que evita las arbitrariedades de los Reyes cuando está formada por principios liberales, y no suceda que los ecos de nuestra libertad se queden en los límites de este corto recinto sin que pasen a las provincias. Hágase una Constitución buena y que ponga trabas a las voluntariedades del Rey, y entonces el más cruel de los hombres no podrá hacernos infelices”6. Prólogo Materializando ideas: Sobre el Congreso Nacional A comienzos de 1811, al momento en que Fernández de Leiva defendía estos principios, muchos hombres en Santiago, entre otros José Miguel Infante, el Procurador de su Cabildo, habían tratado de impulsar una de las tareas básicas impuesta a la Primera Junta Nacional de Gobierno de 1810, esto es que, en el más mínimo tiempo, se convocara a la formación de un Congreso Nacional. Infante fue un abogado distinguido que en junio de 1810 llegó a ocupar los cargos de Asesor y Procurador General del Cabildo santiaguino por renuncia del anterior y por considerársele “sujeto de idoneidad y que desempeñará este cargo con la actividad y celo que acostumbra”7. Como Procurador, con fecha 14 de agosto de 1810, su primera gran intervención se refirió a la conveniencia o no del reconocimiento al Supremo Consejo de Regencia instalado en la metrópolis, para él una materia grave y delicada, particularmente porque “su profesión de abogado le obliga estrechamente a exponer con libertad el derecho en todos los casos [en] que se le exige dictamen acerca de lo que en éste se dispone. En nada debe el hombre proceder más libremente (dice un sabio autor regnícola) que en dictaminar y suscribir. A esto mismo le compele el cargo en que se halla constituido de pedir y reclamar los derechos del pueblo. ¿Qué infamia no echaría sobre sí, si un punto se separase de la ley, con detrimento de ese mismo pueblo?” Sobre su parecer de que la Suprema Junta Central había incumplido sus responsabilidades, legal y legítimamente, indicaba: “Las leyes emanan únicamente de la soberanía y sólo a ella toca el alterarlas, sin que a esto pueda tener derecho el unánime consentimiento de los pueblos: asentar lo contrario sería vulnerar los derechos de la Majestad”. En los mismos términos, el Consejo de Regencia y la Junta Provincial de Cádiz no podían transmitir lo que no tenían. Si la Suprema Junta carecía de legitimidad, ello también aplicaba al Consejo de Regencia y, en el caso de la Suprema Junta de Sevilla, “no obstante haber sido reconocida y aclamada por muchos más pueblos de la Metrópolis, no se juró en los de América”. Sugería se guardase la misma Cabildo de Santiago, sesión 15 junio 1810: se refiere a su nombramiento como Asesor, previo paso al de Procurador, Cabildo de Santiago, sesión 27 julio 1810. 7 6 18 Sesiones de las Cortes de Cádiz, 30 de diciembre de 1810. 19 Armando Cartes Montory “Un gobierno de los pueblos...” Prólogo conducta que se había observado con la Suprema Junta de Sevilla, “uniendo nuestras ideas como entonces con los demás pueblos de la Nación, cumpliendo sus encargos y redoblando nuestros esfuerzos para auxiliarlos con todo género de socorros que demuestren nuestra constante adhesión a la causa de nuestro adorable Fernando” 8. Ante los argumentos del Procurador, el Cabildo acordó, “se informase al Superior Gobierno que por estas consideraciones se reconociese dicho Supremo Consejo de Regencia mientras exista en la Península, del modo que se ha reconocido por las demás provincias de España, sin que se haga juramento, como otras veces se ha hecho, reservadamente; y constando esto para la mayor seguridad y defensa común”9. gestionar para que se cautelen preventivamente los perniciosos efectos de tan irregulares procedimientos. Deben Usías estar en que el motivo de este anticipado empeño ha sido la creencia en que están los más de que por haberse dirigido a las demás ciudades y villas la acta sobre instalación de la Superior Junta de Gobierno para que la reconozcan, pueden en su virtud proceder también a la elección de diputados, sin reparar que en ella no se contiene orden alguna preceptoría de estas elecciones, ni tampoco se prescribe la norma de verificarlas legalmente. Por lo tanto, a fin de desimpresionar de este equivocado concepto, parece al que expone muy conveniente acuerden Usías en el día se pase oficio a la Excma. Junta de Gobierno, pidiendo se sirva declarar que la remisión de dicha acta a las ciudades y villas del reino, sólo ha sido a efecto de que presten el debido reconocimiento y que hasta tanto no haya contestación de todas ellas de haberlo ya prestado (la que podrá tenerse a más tardar dentro del término de uno o dos meses) no se expedirán las órdenes circulares para que se proceda a dichas elecciones, teniéndose por nula cualesquiera que antes se hiciere; asimismo que, llegado este caso es que ya deban expedirse, se sirva Su Excelencia pedir informe a este Ilustre Cabildo, para que oyendo Usías antes a su Procurador, propongan los artículos y condiciones que parezca conveniente se inserten en dichas órdenes circulares para la legitimidad de las enunciadas elecciones… Santiago, octubre primero de mil ochocientos diez – José Miguel Infante”10. Una segunda intervención, que igualmente superó los ámbitos administrativos en que podía encuadrarse, se refirió precisamente al valor de las investiduras republicanas y, en este caso, particularmente a la situación que se venía planteando respecto a la convocatoria al Primer Congreso Nacional: “… Desde el día que se instaló en esta capital la Junta Superior de Gobierno, ha oído con bastante amargura el empeño que se hace para obtener el nombramiento de diputados de las demás ciudades y villas del reino, en tanto grado, que ya se nombran los que hayan de ser, contando para esto con el influjo que tienen algunos sujetos para ganarse partido. Horror, a la verdad, causa este detestable modo de pensar. En una época en que todo debe respirar desinterés y patriotismo no faltan quienes traten de sólo su negocio y de sacar ventajas, sin atender al detrimento que a la causa pública infieren. Si aún no se han librado convocatorias para que vengan dichos diputados, ¿cómo podrá oírse sin enfado el que ya se cuenten muchos de los que hayan de ser? Esto es hacer que preceda el nombramiento a la elección; es quitar la libertad a los pueblos de verificarla en los más dignos y que con mayor pureza representen sus respectivos derechos, atendiendo sólo al bien común, del que emanará, seguramente, el de cada individuo en particular. Todo esto advierte el que representa, aunque no le es muy extraño el que así se proceda. Sería querer que en todos los hombres hubiese honor y virtud, cuando el complejo de estas bellas cualidades sólo puede hallarse en algunos; sin embargo, debe, en cumplimiento de su cargo, José Miguel Infante, Informe como Procurador sobre Reconocimiento a la Suprema Junta Central de Gobierno de España, Cabildo de Santiago, sesión 14 agosto 1810. El Cabildo acordó, vistos los argumentos del Procurador, que la Junta Provisoria de Gobierno “se digne librar sus despachos circulares a todas las provincias del reino para que suspendan la provisión de diputados, ínterin se les avisa oportunamente con las correspondientes instrucciones, haciéndoles entender que las providencias libradas no tienen otro objeto que el reconocimiento y obediencia que se ha ordenado… Que los diputados que se elijan hayan de ser sujetos de buen juicio, acreditada probidad y patriotismo, para que con el mayor celo y desinterés, mirando sólo el bien común, cumplan con el delicado e importante cargo que se les confía11. 8 9 20 Ibídem. 10 11 Actas del Cabildo de Santiago, 02 Octubre de 1810. Ibídem. 21 Armando Cartes Montory “Un gobierno de los pueblos...” Lo que pensaba y ejecutaba Infante, lo hacía en nombre de la defensa de las libertades básicas. Pero no sólo era Infante, una serie de hombres pensaban en esos términos y, más aún, entre otros, don Juan Egaña. Nacido en Lima en octubre de 1768 y allí recibió el grado de Bachiller en Cánones y Leyes en septiembre de 1789. Al mes siguiente viajó a Chile radicándose definitivamente. Estudió en la Universidad de San Felipe y obtuvo su título de Abogado en diciembre de 1791. En 1802 se le reconoció como catedrático de la misma Universidad y se desempeñó como secretario del Tribunal de Minería. Dedicado a la actividad minera propiamente tal, a la literatura y, por cierto, a la discusión de las nuevas ideas junto a otros connotados ilustrados católicos, en 1807, por labios de su hijo Mariano, leyó ante la Universidad el llamado Discurso sobre el amor de la patria, según el cual demostraba sus preocupaciones por las turbulencias europeas, su conformidad con las relaciones de Chile con España y algunas ideas sobre los valores ciudadanos. Decía: “Felizmente es Chile un conjunto de ciudadanos sensatos que conoce la felicidad de su constitución civil, y volviendo los ojos a todos los pueblos que ocupan el Universo, se compara con ellos y reconoce que es al que menos cuesta este contrato social que llamamos gobierno. Sin contribuciones, bajo la salvaguardia de una metrópoli que la cubre en los peligros, ve nacer y morir sus ciudadanos en el seno de la tranquilidad y que esta vida pacífica aumenta su población, su industria y los recursos de su felicidad…”12. En medio de las incertidumbres contingentes y de algunos “males internos”, Egaña bosquejaba una especie de ser y deber-ser del pueblo chileno y ya tenía ideas republicanas en mente cuando caracterizaba a Chile como un conjunto de ciudadanos sensatos y mencionaba los rasgos de su deber-ser: la virtud y el mérito como fuentes de legitimidad, autoridad y convivencia ciudadana. Todo hombre de bien, explicaba, contento con desempeñar el ministerio que puso la patria a su cargo, no hace crecer su autoridad sino por el nivel de su mérito. La ambición del ciudadano no es el obtener recompensas por sus servicios, sino que anhelar y buscar el reconocimiento público. Valoraba también la opinión aunque ésta debía estar contenida en los límites de la jerarquía y de sus luces. Todos estos temas serían desarrollados más tarde en sus obras y funciones públicas13. Juan Egaña, Discurso sobre el amor de la Patria; Juan Egaña, Antología, edición al cuidado de Raúl Silva Castro, Andrés Bello, Santiago 1969, p.145. 12 13 22 Iván Jaksic, 1807: Juan Egaña y el discurso sobre el amor de la patria; Artes y Letras, El Mercurio de Prólogo Definiendo el Orden Público: La Constitución Política. Las convulsiones internas de 1810 le llevaron a desarrollar una posición más efectiva y legalista en el estudio de las bases de un nuevo orden público. Entonces escribió un Plan de Gobierno que presentó a la autoridad en agosto de ese año. Allí se refirió a cuestiones contingentes, pero al mismo tiempo preparaba las miradas hacia una situación de ruptura con la Corona. Dentro de variados puntos destacables, lo que respecta a la educación era de máxima significación: “la obra de Chile debe ser un gran colegio de artes y ciencias… impartiendo… una educación civil y moral capaz de darnos costumbres y carácter”14. Proponía, además, una iniciativa chilena para llamar a una conferencia que organizara una federación defensiva de las colonias americanas. Tal idea fue recogida por Camilo Henríquez, que la expuso vagamente en su sermón de inauguración del Congreso de 1811. Según el plan de Egaña, Chile debía gozar de plena autonomía, y estar exteriormente asociado con los “pueblos españoles” por medio de un congreso nacional. Juan Egaña fue el autor del primer Proyecto de Constitución en Chile. Mucho se discute acerca de la influencia de la Revolución francesa. Más bien, habría que pensar en el conocimiento de la Constitución francesa de 1791, no absolutamente revolucionaria y en donde, más bien, se trató de disminuir el poder real y hacer frente a situaciones básicas del orden público que se venía construyendo. Se buscaba que el nuevo sistema social se protegiera en contra del despotismo real, del privilegio aristócrata y de la licencia popular. Por ello, se restringían los poderes del Rey, se traspasaba el ejercicio de la soberanía a la Asamblea Nacional, unicameral, se reformaba la administración y el gobierno local, la justicia y el sistema judicial y se reorganizaba el sistema de financiamiento del Estado. Debe recordarse que en 1791 aún no había republicanos declarados y todavía se estimaba una institucionalidad moderada15. Así como la Constitución francesa de 1791 estaba precedida por las ideas centrales de la Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano, Egaña escribió igualmente una Declaración de los Derechos del Pueblo de Chile en que Santiago, 9 septiembre 2007, E-13. Las cursivas en comillas en el texto original. 14 Raúl Silva Castro, Egaña en la Patria Vieja, 1810-1814, Andrés Bello, Santiago 1959, pp.19-54. Ver, por ejemplo, George Rudé, La Revolución francesa [1988], Vergara, Buenos Aires 2004, pp.115-128. 15 23 Armando Cartes Montory “Un gobierno de los pueblos...” Prólogo hacía notar que el derecho de los chilenos a darse una constitución se asentaba en tres bases: las circunstancias del momento, la inhabilidad política de Fernando VII, y el derecho natural, e imprescriptible a su felicidad que es dado al hombre. Fue escrita en 1811 o 1812 e impresa en forma modificada, y más patriótica, en 1813 junto al texto completo del Proyecto constitucional16. Si observamos la Constitución francesa de 1791, junto con el Preámbulo, arrancaba con dos Títulos generales: Disposiciones fundamentales garantizadas por la Constitución y De la División del Reino y del estado de los ciudadanos. Tanto en algunos de los principios generales, como en los principios que iluminaban la estructura general, salvo el Cap. II de los franceses, relativa a De la Realeza, de la Regencia y de los ministros, el proyecto de Egaña estuvo evidentemente influido por la Constitución francesa del 03 de septiembre de 1791. Son muchos los articulados en donde se coincide en la idea y en el aspecto considerado y no pasa desapercibida la atención dada a las asambleas primarias y electorales galas y a las juntas cívicas en Chile, ambas desplegadas a través de las respectivas naciones y territorios y ambas consideradas como base del ejercicio de la soberanía popular. Dicho Proyecto se iniciaba con dos Títulos preliminares llamados De los derechos individuales del ciudadano y Del orden y derechos sociales, tras lo cual se entraba en el extenso articulado de desarrollo de las Leyes constitucionales reguladas por los antecedentes principios, cuyo Título 1 estaba referido a De las Supremas Magistraturas de la República, del gobierno, de la censura, de las juntas cívicas, del Procurador General; el Título 2, De la armonía de las tres supremas magistraturas en el sistema gubernativo; el Título 3, De los ciudadanos; Título 4, De las facultades, atenciones, economía y elecciones del gobierno, censura y juntas cívicas; Título 5, De los Consejos, y Tribunales, y de la Administración de Justicia; Título 6, De las contribuciones militares extraordinarias y su tesorería; Título 8, De las ciudades, villas, cabildos y sus atribuciones y privilegios; Título 9, De las propuestas para los empleos elegibles en Juntas; Título 10, De los funcionarios públicos; Título 11, Del Instituto Nacional; Título 12, Del estado eclesiástico de la República; Título 13, Del aniversario de la Constitución, mudanza de sus leyes y deberes de la censura en una revolución 17. Respecto a la ciudadanía, la Constitución francesa de 1791 en el Título II, Art. 1, definía, en esencia, que “son ciudadanos franceses los que han nacido en Francia de padre francés” a lo cual se unían los nacidos en Francia de padre extranjero, nacidos en el extranjero de padre francés y han prestado el juramento cívico, descendientes de franceses expatriados por causas religiosas, residentes extranjeros en Francia por más de cinco años con inmuebles, matrimonio de francesa, con establecimientos agrícola o comercial y con prestación del juramento cívico. Dicho Juramento expresaba: “Juro ser fiel a la Nación, a la Ley y al Rey y defender con todas mis fuerzas la Constitución del Reino, decretada por la Asamblea Nacional constituyente en los años 1789, 1790 y 1791. En el Cap. I, sección II, se definía la ciudadanía activa: Simon Collier, Ideas y políticas de la Independencia chilena, 1808-1833 [1967], Andrés Bello, Santiago 1977, p. 115. 16 El primer Congreso nacional, de 1811, respondió a la sensación de que la opinión pública de Chile pensaba que había llegado el momento de proclamar el nacimiento de una nueva. En acuerdo del 13 de noviembre de ese año, se designó una Comisión formada por don Agustín Vial, Juan Egaña, Joaquín Larraín, Juan José Echeverría y Manuel de Salas para redactar una Constitución que “debía regir en Chile durante la cautividad del Rey”. El único que avanzó en un Proyecto fue Juan Egaña (254 artículos, en 13 títulos más 21 artículos relativos a la promulgación y de carácter transitorio en su forma de 1813). Los hechos acaecidos significaron la no promulgación del Proyecto y que durante 1812 hubiese otro intento con clara influencia norteamericana (del Cónsul Joel Roberts Poinsett: su texto, con una buena introducción, ha sido publicado por Cristian Guerrero Lira, El proyecto constitucional de Joel R. Poinsett para Chile, 1812; en Cuadernos de Historia, Vol. 37, Santiago 2012, pp. 225-240) y que se 17 24 llegase a dictar el Reglamento Constitucional de 1812 en que no participó Egaña aún cuando la Junta de Gobierno del momento le había invitado señalando que ella “continúa dando palpables pruebas de la liberalidad de sus principios y pureza de sus intenciones”. Según Jaime Sudanés, en 1817 escribiendo a Bernardo O’Higgins, “El viejo Egaña, que es otra alhaja, escribió un proyecto de constitución para Chile y lo imprimió a costa del gobierno haciendo tirar mil ejemplares, con los que cargó sin que más que uno los leyese, con el destino de presentarlos en el Congreso que se mandó convocar poco antes de la pérdida de Chile, y hacerse legislador de Chile…”. Todo este análisis en Raúl Silva Castro, Bibliografía de don Juan Egaña, 1768-1836; Imprenta Universitaria, Santiago 1949, pp. 179-185. 25 Armando Cartes Montory “Un gobierno de los pueblos...” “Para ser ciudadano activo hace falta – nacer o haberse hecho francés – Tener la edad de veinticinco años cumplidos; Estar domiciliado en la ciudad o cantón durante el tiempo determinado por la ley; pagar, en cualquier lugar del Reino, una contribución directa al menos igual al valor de tres jornadas de trabajo u acreditarlo con recibo; no ser criado doméstico; Estar inscrito en la municipalidad de su domicilio en el registro de los guardias nacionales; haber prestado el juramento cívico.” En el caso del Proyecto chileno de 1811, El Tit. 3, Sección 1, Arts. 65 y 66, declaraban más doctrinariamente la ciudadanía: “La Constitución declara por Ciudadanos, en cuanto a vivir bajo la protección de las leyes, garantir su libertad, propiedad, seguridad, y disfrutar de los beneficios públicos y sociales, a cuantos habitantes contiene la República, con tal que contribuyan con su persona, o bienes, a las cargas y defensa del estado, se conformen y observen las leyes, costumbres y religión del País, o tengan alguna garantía particular del Gobierno. Aun faltando estos requisitos conservará toda la hospitalidad, beneficencia y derechos compatibles, a los que, sin un delito se hallen en su territorio con tácito consentimiento de la Autoridades. Pero los ciudadanos activos, en quienes la Constitución reconoce la Soberanía, que pueden únicamente elegir, o ser elegidos a los destinos que influyen en su Gobierno, Tribunales, y administraciones que señalará la Ley; son los que, teniendo, y habiendo cumplido los requisitos propuestos por la misma ley, y siendo aprobados por la Censura, les declara el Gobierno en clase de tales ciudadanos”. “Todo hombre libre, natural o extranjero, que profese la Religión Católica, y de razón de su catecismo; que tenga instrucción en el breve compendio (que formará la República) de las leyes más necesarias para la vida social; que sepa leer y escribir; que haya servido a su Patria cumpliendo el mérito cívico (de que después de hablará) de un modo aprobado por la Censura, y cumplido el término necesario de disciplina militar; que tenga veinte y un años; y de quien informe la Censura que no ha desmerecido con algún delito o profanación de las costumbres, i que se haya rehabilitado; tiene derecho, y debe ser declarado Ciudadano activo, con parte en la Soberanía, y apto para todos los ministerios del Estado en que no exija más requisitos la ley”. Otro de los aspectos sobresalientes es el dedicado a la educación. 26 Prólogo En el caso de la Constitución francesa de 1791, en el Título I, correspondiente a las disposiciones fundamentales garantizadas por la Constitución, como derechos naturales y civiles, se señalaba que “Se creará y organizará una Instrucción pública común a todos los ciudadanos, gratuita en las partes de enseñanza indispensable para todos los hombres, y cuyos establecimientos serán distribuidos gradualmente en relación con la división del reino” Egaña, no quedaba atrás, pero, al mismo tiempo, hacía notar, fuertemente, que su ilustración no era la racionalista secularizada de los franceses, sino una ilustración católica. En la sección 3, del capítulo segundo, “Del orden y derechos sociales”, sección 3, De la educación y costumbres, señalaba: “(36) Los gobiernos deben cuidar de la educación, e instrucción pública, como una de las primeras condiciones del pacto social. Todos los Estados degeneran, y perecen a proporción que se descuida la educación, y faltan las costumbres que las sostienen, y dan firmeza a los principios de cada Gobierno. En fuerza de esta convicción, la ley se contraerá especialmente a dirigir la educación, y las costumbres en todas las épocas de la vida del Ciudadano; y para su ejecución se establece por principio activo el Tribunal de la Censura, como el mas augusto de los cuerpos permanentes; quien responderá a la presente generación, y a todos los siglos, del depósito más sagrado que le ha confiado la Patria. (37) Todas las virtudes hacen feliz a un Estado; pero el físico, y moral de cada Pueblo, y los principios de su constitución, exigen más conato en sostener algunas particularmente. Tales son en esta República, el espíritu de Fraternidad, y la mutua generosidad en apreciar unos Ciudadanos las virtudes, y talentos de otros: en radicar un genio laborioso, y dirigir el lujo de los particulares a la felicidad pública. Formando sobe todo como un carácter nacional, de la justicia, moderación, buena fue, respeto a la Religión, a las Magistraturas, y a los Padres. La ley pondrá siempre los premios de comodidad, y opinión al inmediato alcance de estas virtudes, para transformarlas en costumbres. También protegerá la industria sostenida de la Agricultura, como principio, y manantial, de la riqueza nacional. En inteligencia que no hay Ley útil sin un principio de actividad, que cuide y sostenga el ejercicio, siendo esto más necesario en los Países donde se va formando el carácter, y donde algunas causas físicas pueden inclinar a la inercia”. 27 Armando Cartes Montory “Un gobierno de los pueblos...” Prólogo Más adelante, en el Título II, Del Instituto Nacional, especificaba con mucha mayor exactitud sus pensamientos respecto a la educación. ¿Influencias de Rousseau? Probablemente en parte, pero sin citarlo. Para él, la educación era instrucción, pero también moralidad. En la sección I, Del Instituto Nacional, su enseñanza y pupilaje, art. 215, establecía con precisión su pensamiento doctrinal, ilustrada, pero también confesional: de 1812, no era más liberal que ésta y, por supuesto, estaba mucho más dirigida al control de la monarquía que a la formación de unas nuevas relaciones sociales. De hecho, definiciones esenciales sobre la constitución de la nación española se expresan en términos muy precisos y acotados: “La nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”; “La nación española es libre e independiente, y no es, ni puede ser patrimonio de ninguna familia, ni persona (Título I, capítulo I, Artículos 1 y 2). Su gobierno, “es una monarquía moderada hereditaria” (capítulo III, artículo 14) y son ciudadanos “aquellos españoles que por ambas líneas traen su origen de los dominios españoles de ambos hemisferios y están avecindados en cualquier pueblo de los mismos dominios” (capítulo III, artículo 18). Desde allí, aún cuando no menos importante, venía un largo articulado que componía una parte importante de la estructura central constitucional referida a las Juntas electorales desde la parroquia hasta las instancias superiores. Una situación semejante también a la Constitución francesa de 1791, aún cuando no se pudiese aceptar tales influencias. El Título IV, Del Rey, constituía igualmente otra de las partes importantes, básicamente en cuanto a las restricciones a la autoridad real, quizás uno de los aportes esenciales del texto, básicamente en términos de que ello significaba, al mismo tiempo, la defensa de las garantías individuales. “Se establecerá en la República un gran Instituto nacional para las ciencias, artes, oficios, instrucción militar, Religión, ejercicios que den actividad, vigor, y salud, y cuanto pueda formar el carácter físico, y moral del Ciudadano. Este será el centro, y modelo de la educación nacional, la gran obra de los principales cuidados de la Censura, y de la protección del Gobierno. Desde la instrucción de las primeras letras, se hallarán allí clases para todas las ciencias, y facultades útiles a la razón y a las artes: se hallarán talleres de todos los oficios, cuya industria sea ventajosa a la República; y aún en los que no permita la localidad o capacidad, por lo menos se aprehenderán allí las teorías, y elementos de aquella profesión, pasando después los pupilos a las fábricas, donde serán visitados, y cuidados por los Ministros del Instituto. No solamente los pupilos, sino toda la juventud del territorio serán llamados a las instrucciones morales, ejercicios de salubridad, y milicias: a los certámenes, y concursos de emulación sobre las ciencias, artes y costumbres. En los Departamentos, Provincias y Ciudades se establecerán Institutos, que siguiendo proporcionalmente los modelos del principal, tengan por lo menos instrucción para los primeros elementos de educación física, política, religiosa y mortal, y para las artes más útiles y necesarias”. Como se ha señalado, este Proyecto de Constitución fue escrito en 1811 y lo importante es cómo Egaña fue capaz de recoger las principales ideas de la época, en términos modernos, a pesar de ser un tránsito entre el Antiguo y Nuevo Régimen, y no más que aquello. ¿Una mente abierta? Sin duda, sin dejar de lado lo que consideraba esencial en términos de sus lealtades y más profundas convicciones. Lo importante es que un Proyecto de Constitución, escrito en 1811, en la periferia, ubicado en plena crisis monárquica, sin romper el pacto con el Rey, se adelantaba a los acontecimientos y construía una estructura republicana cuyas bases estaban en la estructura política de la Constitución francesa de 1791. La Constitución de Cádiz, 28 El Proyecto de Egaña de 1811 fue publicado, aún cuando no entró en vigencia, en 1813. Por cierto, ya era conocida la Constitución de 1812, pero también el curso de los acontecimientos relativos a las representaciones políticas de las Américas y las desigualdades que en la práctica diferenciaban, más que acercaban, las posiciones entre la península y las regiones ya convulsionadas y más orientadas hacia procesos independentistas. En la Declaración de los derechos del Pueblo Chileno, re-escrita como prolegómeno a la publicación del texto no sólo se señalaba que, “El pueblo de Chile, que por la primera vez de su existencia es llamado a examinar sus derechos”, sino además se era explícito en señalar que, “El único remedio que debía esperarse en un congreso general de la Monarquía, se ha frustrado por los agravios inferidos a la América, que no fue llamada con una representación proporcional a la de las Provincias españolas, y aún, por la falta de representación legal en muchas de estas que se hallaban ocupadas de los franceses: convencido igualmente por la experiencia de todos los siglos y naciones, que jamás ha existido un 29 Armando Cartes Montory “Un gobierno de los pueblos...” Pueblo, que separado de su Metrópoli por la mitad de la Tierra y de los Mares, pueda ser justa y oportunamente dirigido por ella en su gobierno y economía anterior, y que para conseguir una dependencia servil respecto de semejantes Pueblos, se hace como necesario al sistema adoptado hasta aquí, de aniquilar todos los medios de su prosperidad, representación política y relaciones con los demás Pueblos: desengañado absolutamente de que por los medios que toma la España no queda esperanza de una justa y tranquila reunión de la nación… y poniendo por Jueces a todos los Pueblos de la tierra para que examinen si en la Constitución de Cádiz ven remediado por alguna ley las privaciones comerciales, industriales, y de proporcional influencia política… se persuade y declara este Pueblo, que por la irresistible fuerza de las circunstancias, y por el derecho natural e imprescriptible que tienen todos los hombres a su felicidad, se halla en el caso de formar una Prólogo naturales y civiles”19. El periódico circuló entre febrero de 1812 y abril de 1813 y, entre sus diversos planteamientos, ideas, noticias, destacó la redacción y publicación de las nociones fundamentales sobre los derechos de los pueblos en donde no sólo hubo referencias a Aristóteles, pero particularmente a Condorcet: “Dando por supuesto que en la alianza o pacto social hay dos actuantes fundamentales: el rey, monarca o príncipe, y el Pueblo, procede a caracterizarlos, atribuyéndoles derechos, obligaciones y cualidades en su situación respectiva”20. Las influencias ilustradas y las lecturas del Contrato Social de Rousseau, parecieran ser fundamentales en el pensamiento de Henríquez, pero también tuvo un sentido práctico que se denota en el conocimiento exacto de la Declaración de los Derechos del Hombre de 1789 y su propia redacción de dichos derechos que publicó en 1813. El paralelo es muy significativo: Constitución que establezca sólida y permanentemente su Gobierno”18. Las ideas ya eran realidad y, por ello mismo, las lejanías con España se acrecentaron. Si bien es cierto, las discusiones llevadas en las Cortes de Cádiz fueron conocidas y seguramente miradas con simpatía, la Constitución de 1812 fue abiertamente soslayada o mirada con desconfianza. Ahora sí, abiertamente, en las mentes de algunos de los patriotas si bien no resonaron los ecos de La Marsellesa, sí estuvieron presentes, y muy presentes, las imágenes y lecturas de la Asamblea de 1789 y de su Declaración de los derechos universales. Entre esos patriotas, personaje muy destacado fue Fray Camilo Henríquez. Hombre de dos siglos, entre la revolución francesa y el proceso político europeo. Impulsor y redactor del primer periódico nacional, La Aurora de Chile, apoyado directamente por la primera Junta de Gobierno de 1810 para disponer de “la ilustración popular de un modo seguro”, transmitiendo “con el mayor escrúpulo” la verdad “que sólo decide la suerte de los gobiernos”. Versado en los ideales de la Ilustración y en las ideas políticas de la revolución francesa, pero cuyos pensamientos estaban adornados “de principios políticos, de religión, talento y demás virtudes Proyecto de una Constitución para el Estado de Chile que por disposición del Alto Congreso se escribió en el año de 1811 y que hoy manda publicar el Supremo Gobierno…; Imprenta del Gobierno, Santiago 1813, pp.4-5. 18 30 Fernando Rivas, Camilo Henríquez, constructor de la cultura republicana chilena; en Eduardo Cavieres (Ed.), Entre continuidades y cambios. Las Américas en la transición (s. XVIII a XIX), Eudeval, Valparaíso 2006, pp.98-99. 19 Kamel Harire, Camilo Henríquez: análisis literario y conceptual. A propósito de cinco discursos publicados en La Aurora de Chile; en Eduardo Cavieres, Ibidem, p. 59. 20 31