María de Magdala - Aracne editrice

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A
Ernestina de Champourcin
María de Magdala
Segunda edición
editada por
Magdalena Aguinaga Alfonso
I edición:
Ernestina de Champourcin, María de Magdala, Dibujos de J. Martínez Sotos.
Editor Martínez Aguilar, Proa (México, D.F.) 
Copyright © MMXV
ARACNE editrice int.le S.r.l.
www.aracneeditrice.it
info@aracneeditrice.it
via Quarto Negroni, 
 Ariccia
() 
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Reservados todos los derechos internacionales de traducción,
digitalización, reproducción y transmisión de la obra en parte o
en su totalidad por cualquier medio, formato y soporte.
No se permite fotocopiar sin autorización del editor por escrito.
II edición: mayo 
Ernestina de Champourcin
ÍNDICE
BIOGRAFÍA ............................................................................ 9
INTRODUCCIÓN ................................................................. 13
LA PRESENTE EDICIÓN .................................................... 22
AGRADECIMIENTO ............................................................ 22
OBRAS DE ERNESTINA DE CHAMPOURCIN ................ 23
TRADUCTORA..................................................................... 24
BIBLIOGRAFÍA .................................................................... 24
EVOCACIÓN ........................................................................ 31
I .............................................................................................. 37
II ............................................................................................. 61
III ............................................................................................ 95
IV .......................................................................................... 117
V ........................................................................................... 135
VI.......................................................................................... 159
BIOGRAFÍA
Ernestina de Champourcin (nombre completo Ernestina Michels
de Champourcin y Morán de Loredo) nació en 1905 en Vitoria,
adonde su madre con la familia se trasladó para dar a luz, porque allí
veraneaba su médico. Sin embargo su residencia habitual era Madrid.
Pertenecía a una familia aristocrática, monárquica y liberal de origen
provenzal, que desde la época de Felipe V se instaló en España. El
rey Afonso XIII validó el título francés de su padre, barón de Champourcin. De pequeña se educó bajo la tutela de institutrices francesas
e inglesas. Aprendió ambas lenguas y de hecho sus primeras composiciones y cuentos los escribe en francés. Estudió el bachillerato por
libre en el instituto Cardenal Cisneros, tras los primeros años en el
colegio del Sagrado Corazón de Caballero de Gracia en Madrid. Tras
oponerse a estudiar una carrera acompañada de un familiar, aprende
de modo autodidacta, gracias a sus numerosas lecturas de escritores
españoles, franceses y anglosajones, a los que lee en lengua original
y al magisterio de Juan Ramón Jiménez con quien mantendrá una
gran amistad de por vida, junto con Zenobia Camprubí. Estaba suscrita a revistas nacionales e internacionales. Tuvo una visión amplia
y cosmopolita de la vida, con una formación muy por encima de la
media en España y más en el caso de las mujeres. Su padre alentó su
vocación literaria e incluso corrió con los gastos de la publicación en
Espasa-Calpe de su primer libro En silencio. Era una mujer muy libre
e independiente tanto en su concepción de la poesía a modo de inspiración, como en sus opciones personales al casarse con el poeta Juan
José Domenchina, secretario particular de Manuel Azaña, a pesar de
la oposición familiar. No se consideró feminista en el sentido de escribir algo en este sentido, pero siempre veló por los derechos y dignidad de la mujer como lo muestra su intensa actividad en el Lyceum
Club en el que desempeñó el cargo de secretaria literaria. Llama la
atención su conocimiento y valoración crítica de mujeres escritoras
de ambos lados del Atlántico. Así se advierte en su epistolario lírico,
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Magdalena Aguinaga Alfonso
en su juventud, con su mejor amiga Carmen Conde. Ambas se admiraban mutuamente.
El Lyceum Club (Núñez Puente, 2006: 305-311 y La ardilla y la
rosa, 1996: 129-130) fue inaugurado en 1926 por María de Maeztu,
María Baeza y Pilar de Zubiaurre, hermana de los pintores Ramón y
Valentín. Era, fundamentalmente, un foro de reunión y expresión
cultural de la mujer. Allí conoció a Concha Méndez, Amaia Galinizaga, Carmen Baroja, Zenobia Camprubí, Helen Phipps, Pilar Valderrama, Victoria Kent, María Teresa León, Isabel Buendía, Blanca de
los Ríos, etc. Otras amistades procedían de la Residencia de Señoritas, dirigida también por María de Maeztu desde 1915 y desde 1918
la sección de Primaria del Instituto Escuela, dependiente de la ILE.
Mantuvo contactos con otras escritoras como Cristina de Arteaga,
Rosa Chacel, Josefina de la Torre, Concha Espina. Su amistad con
Clemencia Miró surgió a través de Carmen Conde. Admiraba la pintura de Maruja Mallo por ser alegre, dinámica e innovadora. Leyó y
dio a conocer a poetisas latinoamericanas como Juana Ibarbourou,
Gabriela Mistral, Delmira Agustini. Se relacionó en Madrid con Alfonsina Storni y Dulce María Loynaz. También conocía la literatura
romántica escrita por mujeres: Rosalía de Castro, a quien dedicó un
artículo en Hora de España en su centenario (1837-1937), Carolina
Coronado, Gertrudis Gómez de Avellaneda, etc.
En conclusión, Champourcin jugó un papel importante y todavía
poco reconocido por la crítica literaria de mujeres y sobre mujeres.
Poetisa del entorno del 27, coincidió y mantuvo amistad con casi todos los miembros y reseñó muchas de sus obras para las revistas e
incluso los invitó a dar conferencias al Lyceum Club, como es el caso
de Alberti, quien había ganado el Premio Nacional de Literatura con
Marinero en tierra (1925). Publicó poemas, como casi todos los poetas del 27, en las principales revistas: La Gaceta Literaria, Vida literaria y periódicos madrileños: La Época, Heraldo de Madrid, El Sol,
La libertad, etc., en revistas de otras ciudades españolas como Mediodía de Sevilla, Cartagena Ilustrada, o en mexicanas durante su
largo exilio. Gerardo Diego la incluyó junto con otra mujer, Josefina
de la Torre y el futuro marido de Ernestina, Juan José Domenchina,
en la segunda edición de Poesía española. Antología (Contemporáneos) de 1934. Se formó en la poesía pura juanramoniana como los
María de Magdala de Ernestina de Champourcin
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demás miembros del 27, estuvo en contacto con el movimiento de las
vanguardias y, con el comienzo de la guerra y marcha al exilio, inicia
una poesía de rehumanización, antes incluso que Dámaso Alonso y
Vicente Aleixandre que permanecen en España. Pero desde Presencia a oscuras (1952) se intensifica lo que Mercedes Acillona (1991)
llama “poesía mística y oracional”.
Posiblemente es la primera y casi exclusiva voz femenina de la
Generación del 27, que sigue publicando desde los 21 años a los 91.
Tras su matrimonio en noviembre de 1936 con Juan José Domenchina, a quien había conocido en 1930 en el estudio de los pintores Zubiaurre, parten al exilio mexicano al acabar la guerra, tras sus estancias en Valencia, donde publica en Hora de España artículos, el primer capítulo de la novela inconclusa Mientras allí se muere y cuatro
poemas de guerra bajo el título Sangre en la tierra, luego se dirigen a
Barcelona y Toulouse. Manuel Azaña dimite en febrero de 1939 en
París. Ernestina simpatizaba con la causa republicana, lo que provocó el distanciamiento con su familia monárquica. En su largo exilio de treinta y tres años, sobrevivió gracias a su labor de traductora
para la editorial de Rafael Jiménez Siles y luego para el Fondo de
Cultura Económica fundada por Daniel Cossío Villegas. Tradujo
treinta y seis libros gracias a su conocimiento del inglés y francés. En
esta vertiente podemos considerarla una de las más destacadas traductoras del siglo XX por su carácter trilingüe. También trabajó como intérprete en congresos, lo que le permitió viajar a Washington
donde visitó varias veces a sus amigos Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí (Villar, 2006: 239-240). En México mantuvo un estrecho contacto con los escritores exiliados españoles como Emilio Prados, Luis Cernuda, Moreno Villa, León Felipe y otros. Ernestina se
adaptó muy bien al vivir mexicano y se identificó con sus modos y
costumbres, frente a Domenchina, quien siempre sintió una gran nostalgia de España y murió en México en 1959 sin poder regresar. Mujer altruista y solidaria, como ya lo había mostrado en el Madrid de la
guerra al ayudar a niños desplazados por la guerra, huérfanos o
abandonados, tras ser invitada por Zenobia Camprubí. Trabajó como
cocinera en un viejo convento de la calle Fúcar y, posteriormente,
como enfermera en un hospital de sangre (La ardilla y la rosa, 1996:
63, 64 y 71) labor que continuó en México donde trabajó en labores
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Magdalena Aguinaga Alfonso
sociales y educativas con campesinas. Tras varios años sin escribir
poesía, salvo algunas contribuciones esporádicas en revistas literarias
como Rueca, Gaceta para ellas, Gente, Ismo, Romance, Las Españas, Centauro, Nuevo Mundo, volvió a hacerlo con Presencia a oscuras (1952), poco después de su crisis espiritual en 1948 que la
llevó a reanudar su escritura poética. Regresa a Madrid en 1972 donde publica Primer exilio en la colección Adonais. Mostró su magnanimidad y ausencia de interés, al no aprovecharse de su situación de
exiliada y solicitar ayudas económicas al Gobierno al regresar de
México, como sí lo hicieron otros exiliados, sino que vivió con su
pensión de traductora. Su gran pasión era la escritura, ella era consciente del valor de su poesía y de ser una de las pocas poetisas del
27. Aunque no escribió poesía culterana sí cultivó una poesía culta,
sin restricciones de preceptivas. Tras algunos viajes esporádicos a
Madrid en 1951, 1961 y 1968, regresa definitivamente en 1972. Comienza su segundo exilio, interior esta vez. Siguió publicando libros
de poesía.
Se hace una edición de sus poesías completas. Recibe premios
como el de Euskadi de Poesía en 1989, Mujer progresista en 1992 y
el mismo año fue nominada para el Príncipe de Asturias de las Letras. También se le concede la Medalla al Mérito Artístico del Ayuntamiento de Madrid en 1997 y le rinden dos cálidos homenajes en
Málaga en 1989 y en el Ateneo de Madrid en 1997. Finalmente muere en Madrid en marzo de 1999, a la edad de 94 años. Críticos de renombre e interesados en su poesía lamentaron la pérdida de esta excelente poeta que cubre casi todo el arco del siglo XX. Fue elegante,
culta, desprendida, sensible a la belleza y al dolor ajeno. Una mujer
intelectual, influida por las vanguardias, moderna, independiente, republicana y exiliada, adelantada a su tiempo que supo aprovechar las
ventajas de su exquisita educación para formarse de modo autodidacta, impulsar la dignidad de la mujer y estar siempre disponible para
ayudar a los demás –como hemos dicho anteriormente– con su cultura o su labor social en favor de los huérfanos en la guerra civil o
desfavorecidos en México. Anualmente la Diputación Foral de Álava
convoca desde 1990 el premio de poesía Ernestina de Champourcin.
El interés por su figura crece en los últimos años en España y en Estados Unidos.
INTRODUCCIÓN
Ernestina de Champourcin y su narrativa
Hay muchas referencias a sus escritos en prosa en su epistolario
con Carmen Conde, posiblemente alentada por esta a lanzarse al dominio de la prosa. La escritora de Cartagena ya cultivaba sobre todo
prosa poética al estilo de Gabriel Miró, amigo suyo y de su hija Clemencia.
Ernestina hace caso de este consejo y se lanza a escribir artículos
de crítica literaria, del panorama femenino en la literatura, cuentos y
fragmentos de novela para diversas revistas literarias: Cosmópolis,
Ulises, Más, Atlántico. Se pueden ver numerosas referencias en sus
cartas a Carmen Conde sobre sus envíos o procesos de escritura: “He
ensayado, varias veces, el libro en prosa. Tengo tres novelas empezadas. Pero… no me decido” (14/7/28); “Esos versos que me citas de
San Juan de la Cruz los glosé en una novela que tengo comenzada y
que no pienso terminar nunca” (La Granja, 14/8/28); “Voy a escribir
algo en prosa, no sé aún qué, para el próximo número” (de Atlántico)
dice en carta fechada en La Granja el 7/9/29; “Intentaré un cuento
Freudiano consultando La interpretación de los sueños” en carta del
6/7/29; “Veremos si consigo escribir una novela” (6/3/30); “Yo estoy
haciendo uno para ediciones Ulises donde acaba de salir el de Rosa
Chacel” (16?/4/30). “Ahora intento lanzarme a la prosa. No sé si conseguiré hacer algo en ella” (11/12/30).
Sobre sus novelas sabemos que publicó dos completas, esta segunda que ahora presentamos María de Magdala, casi desconocida.
La primera titulada La casa de enfrente, publicada en 1936 en la editorial Signo, gozó de una buena acogida y aparecieron reseñas elogiosas en revistas literarias de conocidos críticos. Coincide ese año
con la publicación de su cuarto libro de poesía Cántico inútil, poco
antes de que estallara la guerra civil. Ernestina estaba en su cota más
alta como poeta celebrada y como mujer de cultura en su cargo de secretaria literaria del Lyceum Club. Esta primera novela, escrita a mo-
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Magdalena Aguinaga Alfonso
do de diario íntimo, fue reeditada en 2013 por la editorial Renacimiento. La autora de la edición, Carmen de Urioste-Azcorra, añade al
final de la novela dos capítulos de otra novela de guerra, ya publicados anteriormente en Hora de España en febrero de 1938 y posteriormente en Rueca en México D.F. en 1941, ambientada en plena
guerra civil española, que Ernestina destruyó como confiesa en una
carta del 26/XII/67 en que resume su larga amistad con Carmen Conde, con motivo de un premio otorgado a la que en 1978 sería la primera mujer académica de la R.A.E.: “Cuando Carmen escribía Mientras los hombres mueren yo publicaba poemas y escribía una novela
que destruí, titulada Mientras allí se muere…”.
Tras María de Magdala, muchos años después volvería Ernestina
a escribir en prosa en 1981, para rememorar a Juan Ramón Jiménez,
con motivo del centenario del poeta y amigo de por vida, en La ardilla y la rosa. Juan Ramón en mi memoria.
El misterioso proceso de escritura y publicación de María de
Magdala
Lo primero que sorprende es la carencia de datos informativos sobre el proceso de escritura de esta segunda novela completa, publicada en México D.F. en 1943 por la editorial Proa con dibujos de J.
Martínez Sotos. Hemos revisado, en los fondos de su legado cedido a
la Universidad de Navarra, su epistolario inédito además del ya publicado con Carmen Conde, su mejor amiga en los años precedentes a
su exilio mexicano en 1939, y no hemos hallado ninguna referencia
al proceso de escritura de esta novela. Por otra parte, ninguno de sus
críticos más conocidos se hace eco de ella al comentar su escasa obra
en prosa. Tampoco hemos encontrado ninguna reseña en la prensa o
revistas literarias españolas. El único antecedente del título de la
misma es su coincidencia con el de la segunda parte de su primera
novela La casa de enfrente, “María de Magdala”. Además coincide
que la narración de María de Magdala se inicia, como en aquella, en
el ambiente de internado de la protagonista Elena en un colegio femenino de monjas, durante la última plática de los ejercicios espirituales tras la Cuaresma. La propia Ernestina consideraba La casa de
María de Magdala de Ernestina de Champourcin
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enfrente un “error de juventud” en entrevista a Raúl Villar. Y, sin
embargo, esta segunda novela publicada ya en su exilio mexicano
tras cuatro años allí, indica que pudo ser una continuación de dicha
segunda parte ya que coincide el nombre del personaje bíblico y la
misma ambientación en que Elena, la protagonista, rememora sus
años de internado. La voz narradora es omnisciente y no autobiográfica como en la primera novela. La sensualidad mística de la adolescencia sigue presente en María de Magdala. Y es muy posible,
como en la primera novela, que recoja aspectos autobiográficos de la
propia Ernestina. En carta a Carmen Conde del 2/V/28 le dice:
Hoy día el hacer ejercicios espirituales no suele significar gran cosa. Están de
moda y en Cuaresma son el rendez-vous de las muchachas bien. Ya te he dicho que no pertenezco al gremio, pero a veces no hay más remedio que transigir. Mi religión es más bien misticismo, cierto fondo de exaltación que
aplico de un modo especial a todas las cosas.
Es ese ambiente de misticismo el que envuelve la atmósfera de esta novela en la “Evocación” y a lo largo de los seis capítulos que la
conforman, aunque aquel se intensificará desde el encuentro de María
Magdalena con el Rabbí de Galilea y su posterior conversión, tras
abandonar su vida de prostituta cortesana, alabada, solicitada y envidiada por los patricios romanos instalados en Palestina. La prosa es
más modernista y lírica en la segunda novela que en la primera. Muchos rasgos de la etopeya de María de Magdala parecen trasuntos de
la propia Ernestina: su independencia, su inseguridad ante los arrebatos pasionales de sus admiradores y amantes, un amor más espiritualizado, dadivoso, activo y en ocasiones iluminado, no receptivo sino
activo y expectante.
A diferencia del personaje bíblico, Ernestina fue durante toda su
vida una enamorada fiel a su marido Juan José Domenchina, también
poeta y crítico literario, quien murió en el exilio mexicano en 1959.
En sus novelas lo que parece interesar a Ernestina es el análisis psicológico. Tampoco podemos saber si esta novela la escribió en el exilio o si la escritora llevó el manuscrito de España. Nos inclinamos
por la segunda opción.
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Magdalena Aguinaga Alfonso
Gabriel Miró en Figuras de la Pasión del Señor posible fuente de
María de Magdala
¿De dónde obtiene sus fuentes para la historia que relata? Se trata
de una novela lírica al estilo de la prosa cultivada por Juan Ramón
Jiménez y por Gabriel Miró a quienes sabemos que trató y leyó. Con
el primero le unió una larga amistad desde su primera lectura en la
adolescencia de Platero y yo, que queda reflejada en el libro conmemorativo que le dedicó. En cuanto a su relación amistosa con Gabriel
Miró, fue Carmen Conde quien puso en contacto a Ernestina con él y
con su hija Clemen. De hecho las tres jóvenes mantienen una intensa
relación amistosa entre 1928 y 1930. Dice Ernestina a la muerte de
Gabriel Miró, en carta a Carmen Conde fechada el 6/6/30:
Cuando murió hacía una hora que yo había telefoneado preguntando por él.
Supe la noticia a la mañana siguiente. Fui allí corriendo y mis flores, rosas
blancas, fueron las primeras que perfumaron su sueño. No pude verle (…).
Veo a Clemen casi todos los días (…). Ahora la prosa de Miró tiene un sabor
nuevo, más claro, más hondo.
Sabemos que Ernestina de Champourcin había leído varias obras
de Gabriel Miró: Años y Leguas y El Obispo leproso a las que alude
en carta del 14/8/28 a Carmen Conde.
Efectivamente la ambientación oriental, la atmósfera refinada de
lujo de los patricios romanos en Palestina y la descripción cromática
y sensorial de la novela María de Magdala, recuerdan la prosa poética de Figuras de la Pasión del Señor, novela publicada inicialmente
en dos tomos en la primera edición de 1916 y 1917 respectivamente,
aunque ya en 1928 aparece en un solo volumen. A ello debemos añadir los intertextos bíblicos iniciales de cada capítulo, e incluso hay un
intertexto de la mencionada novela de Gabriel Miró: “Magdala tejedora de túnicas y cíngulos, arrullada por la tórtolas de su castellar”
que indica su lectura por la autora vitoriana. Otra similitud de su posible influencia es el paralelismo de muchos nombres, algunos de
ellos conservan una grafía particular, quizá para darles un aire más
semítico como sanhedrín o sanhedrita con h, Rábbi en Gabriel Miró
o Rabbí en Ernestina de Champourcin, Genezaret con z en lugar de s,
Jeschoua en lugar de Jesús, Nicodemus, u otros personajes que se repiten en ambas novelas: Juana, esposa de Chouza, la sulamita del
María de Magdala de Ernestina de Champourcin
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Cantar de los Cantares, el parecido de nombres entre el filósofo Fosidio en Gabriel Miró y el patricio romano Proclo Focidio en Ernestina de Champourcin, la sensualidad de muchos pasajes y el estilo modernista con gran profusión de sensaciones. Ambas novelas se enmarcan en un ambiente semítico. Quizá se pueden emparentar sus
textos con un antiguo género literario judío, un “midrash haggádico”,
es decir, una interpretación de la Escritura mediante narraciones. Se
trata de una modalidad rabínica, hoy día muy frecuente en obras literarias escritas por judíos o no. Ernestina de Champourcin reconstruye
historias evangélicas en torno a María de Magdala en su seguimiento
del Rabbí y otras las inventa recreando el medio ambiente de la época
de Cristo, como si ella fuese un personaje más, que observa desde
una narradora omnisciente sus andanzas por Palestina. Reinventa escenas de la Sagrada Escritura con un gran dominio, de modo que sin
comprometer la autenticidad de los textos evangélicos, les aporta
mayor veracidad y viveza. Reconstruye con enorme plasticidad la
presencia de Roma en Israel y la época del Maestro en sus andanzas
por Palestina, con una minuciosidad que sorprende al lector. Vemos
el pulular de las muchedumbres que acuden en demanda de curación.
Con una honda emoción escribe un texto palpitante de vida. Pero todo ello gira en torno a la conversión del personaje central de la novela, María de Magdala, de famosa cortesana en seguidora incondicional del Maestro y la primera mujer apóstol tras la Resurrección de
Cristo. Aunque sus fuentes son básicamente textos bíblicos, sobre todo el Cantar de los Cantares y los Evangelios, Ernestina de Champourcin ha sabido transformar sus amplias y diversas lecturas en una
excelente creación literaria. Quizá un rasgo diferencial con la novela
Figuras de la Pasión de Gabriel Miró, es que en el autor levantino se
ofrece una visión de Jesucristo eminentemente humana, cuya figura
es todo un emblema moral en la línea de Renan y otros críticos,
mientras que en la de la autora vitoriana realza la divinidad del Maestro, capaz de transformar los corazones y las vidas de quienes se le
acercan. Queda de manifiesto un enfoque divino-humano de la figura
de Cristo en María de Magdala, frente a la concepción ético-estética
manifiesta en la obra de Miró. Ambos autores, por su recreación de
textos bíblicos y su inserción en textos novelescos, logran una proyección universal y un aura de eternidad. Las lecturas de místicos
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Magdalena Aguinaga Alfonso
castellanos como san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús de los
que Ernestina era asidua, completan el hálito de misticismo que rezuma su novela. De hecho el amor es el tema fundamental que alienta, no solo su obra poética, sino sus dos novelas.
Lo novedoso del relato de Ernestina de Champourcin es la relación recíproca entre los textos bíblicos relativos a María de Magdala
y la historia interpretativa. Se describe una historia que explica la Escritura o mejor aquello que la Escritura ha querido decir sobre este
personaje bíblico y que se hace más visible por medio de una nueva
narración interpretada por Ernestina de Champourcin, es decir, que
capta con profundidad el personaje femenino. Es una mise-en-abîme
en la que hay sin duda muchos aspectos de la propia personalidad de
la autora de la novela: su distinto carácter con respecto a las demás
mujeres de su entorno social, su genialidad, independencia, su ruptura con su pasado familiar previo a la guerra y su ejercer de “nueva
pobre” como su marido, Juan José Domenchina la califica en la dedicatoria de su libro publicado en México D.F., Pasión de sombra
(1944): “A Ernestina, ejemplo conmovedor –y enorgullecedor– de
nueva pobre”. Es decir que los intertextos bíblicos y su recreación de
las escenas, alcanzan pleno significado a través de unas vivencias en
que aquellos cobran un realismo intencionado.
Argumento, estructura y subgénero de la novela
La novela empieza con una Evocación de cinco páginas en que
presenta a un grupo de adolescentes entre trece y dieciséis años,
haciendo unos ejercicios espirituales en un colegio religioso al fin de
la Cuaresma, como era frecuente en los centros de enseñanza de
monjas en España hasta mediados del siglo XX. Concretamente se
centra en la última plática de las mayores, en la que el sacerdote les
presenta la figura de María Magdalena y la voz narradora omnisciente evoca el amor de esta mujer pecadora, luego convertida por el
amor de Cristo. Refleja muy bien tanto el fervor del predicador como
los sentimientos de las chicas en un ambiente de misticismo; cada
una quiere ser una María de Magdala. Quizá la autora está evocando
su propio recuerdo de adolescente en ese ambiente colegial. A la
María de Magdala de Ernestina de Champourcin
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Evocación de María de Magdala en dichos ejercicios, siguen los seis
capítulos de la novela enmarcados por una serie de intertextos de
carácter bíblico, religioso o evangélico. El primer capítulo se abre
con una cita del Cantar de los Cantares 3,1. El segundo con otra del
evangelio de Mateo 21, 31. El tercero también con Mateo 26, 6. El
cuarto con una de Tomás Kempis en Imitación de Cristo 1, III, cap.
IV, 3. El quinto de nuevo con otra de Mateo 27, 55. Y el sexto con
una cita de Juan 20, 15. Las cuatro citas evangélicas aluden respectivamente a la prioridad de los pecadores y rameras en el reino de
Dios; a la presencia de María en casa de Simón el leproso en Betania;
al acompañamiento de las santas mujeres en la Pasión de Cristo y la
última a las primeras palabras de Cristo a María de Magdala tras su
Resurrección. Toda la novela es un largo peregrinaje espiritual de la
hermosa figura bíblica de María de Magdala, del amor sensual y
humano al divino, desde la prostituta cortesana muy favorecida y
halagada por los patricios romanos, hasta su conversión al amor de
Cristo, tras su primer encuentro con Él, del que llega a ser su discípula predilecta. Posteriormente a través una elipsis temporal, sabemos
de sus treinta años de ermitaña favorecida con éxtasis místicos en
Provenza, tras la muerte del Maestro. Según la leyenda aludida en el
último capítulo, allí quedó su cuerpo enterrado en un sepulcro de alabastro. Historia y leyenda componen esta interesante novela que nos
aporta muchas claves del pensamiento y evolución de la poesía de
Ernestina, desde el propio amor humano al amor divino y sirve de
complemento a las numerosas influencias de su credo religioso y
estético. De hecho hay varias alusiones al Cantar de los Cantares:
Por las noches busqué en mi lecho al que ama mi alma; busquélo y no lo
hallé” (cap. 3,1); “Subiré a la palma, asiré sus racimos: y tus pechos serán
ahora como racimos de vid, y el olor de tu boca como de manzanas; y tu paladar como el buen vino” (cap. 7, v. 8); “Venga mi amado a su huerto y coma
de su dulce fruta” (cap. 5, v.16).
El símbolo de la rosa, frecuente en su poesía, hace su presencia en
la novela: “Una, con los ojos muy abiertos, miraba fijamente al Sagrario y su sonrisa era como una rosa blanca sobre el fondo oscuro
del uniforme”; “la Magdalena llevó en sí, cuidadosamente, como una
rosa única, el don perfecto del Amor divino que supo redimirla
arrancándola a sus mezquinos y culpables amores”; “Quería encon-
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Magdalena Aguinaga Alfonso
trar la razón de su propio milagro (…) como una rosa invisible cuyo
perfume es solo para nosotros”. Las espléndidas imágenes sensoriales
del ambiente oriental de Palestina, el interés por las sensaciones y
comparaciones de signo modernista nos retrotraen a su magisterio
juanramoniano: “Los esclavos escanciaban los vinos rutilantes como
joyas, en copas de tallo finísimo casi invisible”; “Los jazmines del
jardincillo exhalaban un aroma tan penetrante que el dormitorio parecía rezumar perfume y al entrar en él la cortesana sufrió un ligero
vértigo”.
El símbolo del ungüento de nardo, regalado por el patricio romano
Licio, será el que luego derramará la Magdalena sobre la cabeza y
sobre los pies de Jesús en casa de Simón, etc. Son todos ellos aspectos que hemos calificado previamente de prosa poética. Las bellas
descripciones de la hebrea cortesana son, a veces, de una sensualidad
inusual en su poesía.
Su prosopografía nos muestra a una mujer de gran belleza, la más
hermosa de las cortesanas cuyo lecho era “digno de procónsules y tetrarcas, pontífices y legados”; “María clavó en él sus pupilas verdes,
de un verde dorado que rimaba con su piel trigueña, y esbozando esa
sonrisa misteriosa y hacia dentro de las mujeres de Israel”.
Su evolución interior se muestra en el desdén y distanciamiento en
sus relaciones con Licio: “No quiero ser de nadie –dijo al fin, con un
ademán altivo que irguió su frente como si buscara las estrellas”. Y a
los demás hombres que la buscan, dice:
Vosotros, los que me buscáis ahora, no os cansaréis porque sabéis que no me
podríais retener. ¿Os doy lo que queréis? Pues no pidáis más. Y dejadme
marchar con el alba hacia mí misma, ¡si es que aún existo fuera de vosotros!
Se advierte en Ernestina de Champourcin un gran conocimiento
del paisaje mediterráneo de Palestina comprendida por Galilea, Samaría y Judea en la época de Jesús de Nazaret, del mundo de las cortesanas y mujeres públicas que servían al placer de los caprichosos
patricios romanos y del ambiente oriental. La autora deja al descubierto la atracción erótica que María Magdalena ejerce sobre los
hombres.
Es una prosa modernista, enmarcada en el subgénero de novela
lírica por su tendencia a la descripción más que a la narración, por la
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