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II festival de literatura
“De viaje por nuestro
Territorio”
TABLA DE CONTENIDO
CATEGORÍA MENORES DE EDAD
El libro que no se ha escrito
El malentendido 4
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CATEGORÍA MAYORES DE EDAD
En la siniestra de los padres (de la patria)
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El camino a Yolombó
20
La picota de piedra 31
El guácharo
33
La Marquesa de Rionegro 38
EL LIBRO QUE NO SE HA ESCRITO
INSPIRADO EN:
“LA MATA” DE TOMÁS CARRASQUILlA
Anamaría Martínez Ramírez
El libro que no se ha escrito
Prologo
H
ace pocos años, si mi memoria no me falla a mediados del 2012, presencié
una extensa y un tanto tediosa exposición argumentativa sobre las Magistrales Obras de Tomás Carrasquilla, uno de los escritores costumbristas
más representativos de nuestro país. Por decisión propia, decidí leer algunos de
sus cuentos como “A la Diestra de Dios padre”, “Simón el Mago”, “San Antoñito”,
“A la Plata” y “La Mata”. Esta último causó especial atención y curiosidad en mí.
Hoy la considero una amena, divertida, ponderadamente dramática composición y con la fabulosa capacidad de trasladar su mensaje y enseñanzas a la vida
propia. Nada más productivo que leer con interés y sin perder la emoción, algo
que deje un cosquilleo en el estómago y nos haga sentir que la protagonista de
la historia podría ser yo e identificarse de tal manera con la narración que leerlo
de nuevo se vuelve inevitablemente necesario.
Presento con expectativa, la siguiente adaptación de la obra “La Mata”, donde
teniendo como base el mensaje de la original, invento una historia futurista, con
visos de ciencia ficción, descriptivamente dramática, con piques esperanzadores, muestras breves de la idiosincrasia colombiana y sobre todo, resalto con
sinceridad y orgullo la capacidad trasformadora de un libro que reemplazando a la planta (factor protagonista de esperanza en la obra autentica) y
sin conocerse su contenido, logra iluminar de forma cautivante la vida de
un hombre solitario y resignado a la muerte haciéndolo renacer y volver a
creer en la existencia de la felicidad plena.
Entonces empezaré por preguntar…
¿Quién no ha soñado con la felicidad absoluta?, ¿Alguien no pretende alcanzar
ese punto preciosamente abrazador de la tranquilidad? Que levante la mano
aquel conocedor del secreto para tocarla o que se levante de la silla quien posea
la llave que abra la puerta al desprendimiento absoluto del dolor y salude con
risas a la plenitud celestial.
Estoy segura que nadie, siendo sincero y sensato, se atrevería a dar un paso
al frente; es más, lo puedo apostar (sin temor a perder) jugando la guitarra autografiada de Paul McCartney, el guante que utilizó Michael Jackson en su último
concierto, la hoja con los resultados del examen de admisión para ingresar a la
Universidad Nacional de Colombia, los guayos de James Rodríguez y aún más
preciado, la caja de embolar del fallecido Jaime Garzón personificando a Heriberto de la Calle, el mejor humorista y crítico político colombiano.
Desconocemos lo inmenso de la felicidad completa, pero no por ello, desistimos de su encuentro o nos resignamos a sentirla; cada uno desde su pequeño
contexto la imagina, “experimenta” y asimila de forma diferente. Aclaro, no se
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Categoría Menores de Edad
trata de lo romántico e idílico del camino en búsqueda de ese éxtasis, se refiere
a lo común, cotidiano y casi obligatorio; claro ejemplo, los muchos colombianos
que se levantan a las 4:00 am, desayunan un chocolatito caliente y un pan hojaldrado (porque no hay dinero para el jugo de naranja, porción de frutas, galletas Fitness y taza de provocativo Colcafe Granulado que exhiben en novelas
y series), forman las extensas filas para acceder al transporte público, intentan
ser inmunes a los apretones y empujones, con cuatro ojos adelante y cuatro ojos
atrás para cuidar sus pertenencias;
Trabajan con actitud positiva en sus labores sabiendo que recibirán el mísero
salario mínimo escuchan las noticias algunas amarillistas, otras con poderes
de aletargamiento dadas por medios de comunicación parciales; aguantan casi
como héroes, el descaro y abuso de políticos corruptos, que como un amigo expresidente ansían poder, mutilando el derecho a la verdad y burlando la justicia
con innata destreza, y regresan a sus casas sabiendo que mañana comenzará de
nuevo la odisea… todo por cumplir metas sueños y proyectos, hacer realidad
ese “salir adelante”, comprar la casa propia, un carrito sencillo pero cómodo,
brindar estudio a sus hijos, salir de vez en cuando viviendo el “paseo de olla”,
etc. En resumidas cuentas luchar, sacrificar, perseverar, para ser felices y compartir la felicidad.
Julio un hombre de tez morena, ojos oscuros, cabello desordenado y ropa
descomplicada vivía en un cuadrante pequeño llamado “Resistencia” de lo que
siglos atrás era Colombia. Fue uno de los tres personajes que rechazaron por
convicción propia el viaje Interestelar que divido en dos la historia de la humanidad. (Realmente el único, porque los otros dos murieron al pasar tres días de
haber tomado la decisión por pena moral). Decidió quedarse en su hogar a sabiendas de que viviría en completa soledad, sin condiciones mínimas para vivir,
sin oportunidades de progresar, sin una identidad como ciudadano… sin nada.
Lo hizo por varias razones: su odio profundo a los viajes largos, el temor a
los alienígenas que serían parte de la raza emergente y su apego profundo a la
tierra que lo vio nacer, crecer y pretendía también lo viese morir. Esa decisión
era tipificada como “suicidio” y en vista de que eran tan pocas almas, pensaron
que no habría trancón de pecadores en el purgatorio y por ende ningún tipo de
represalia por parte de su Dios.
Los primeros años mantuvo la fe intacta, la esperanza creciendo y la actitud
positiva incolumne, se dedicaba a arreglar de noche y día su pequeña “casa”,
limpiaba cualquier rastro de polvo o mancha, cantaba, bailaba, recordaba películas y series que veía gracias a la “TDT”, preparaba con delicadeza y razonando, la
comida deliciosa cultivada por esos campesinos que también emprendieron su
viaje y por supuesto leía el único periódico (cuyo nombre prefiero no acordarme)
que conservó después del suceso…
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El libro que no se ha escrito
Pasaron unos cuantos años y la situación pintaba oscuro, las reservas de alimentos que tacañamente había entregado el gobierno (como forma de alivianar
la consciencia del abandono) estaban próximas a desaparecer, al no intercambiar palabra con nadie se le fue olvidando esas amenas conversaciones
con sus “paisanos”, la memoria le fallaba para interpretar piezas de música para
planchar, tropical, tangos y vallenatos incluso ritmos urbanos que no eran de su
gusto. A veces no recordaba bien su nombre, no sabía si se llamaba Andrés, Camilo, Luis o Armando y Julio era su última opción. Parecía un vegetal en tiempos
de sequía. La infelicidad llegó a su vida, olvidó sonreír y bailar a duras penas
conservo el habla que ponía en práctica, entablando conversaciones consigo mismo… la locura daba sus primeros asomos.
Durante sus años gloriosos conoció hermosas mujeres, la mayoría de ellas cachacas o caleñas, jamás pudo ufanarse con colegas del trabajo sobre la conquista de una “Paisa” esas preciosas mujeres que son la envidia de ellas y el sueño
de ellos.
Todas las relaciones amorosas fueron infructuosas, pues no se creía en el
amor ni a primera, segunda o tercera vista, en las flores y chocolates, cartas con
perfumes o la salida al cine. Identificarse como pareja era crear empresa, mantener un nombre y apellido que encaje en el esquema rígido social y de paso compartir la intimidad que solo un hombre y una mujer con cierta química logran
entrelazar.
Jamás pensó tener hijos, le aterraba la idea de cambiar pañales, dar tetero,
arrullar a las 3:00 am con los parpados rebeldes del sueño y sobre todo la responsabilidad que implica tener en sus manos la vida de un ser tan pequeñito e
indefenso.
A pesar de que sabía no lo tenía todo, que pertenecía a la clase social pobre,
que el amor no era su fuerte, que no construyó una familia y sus amistades no
pasaban de una fiesta sabrosa al mejor estilo de los samarios o cartageneros;
vivía agradecido con la Divina Providencia, por lo que suponemos no imagino
soportar tanta soledad, tristeza y amargura. Divisaba su muerte sin compañía,
claro, pero no contempló si quiera la posibilidad de que la situación en el planeta
sería tan delicada como para viajar a otro, (tal cual al temido trasteo común). Aún
peor, confiaba ciegamente en el sentido de pertenencia popular y el amor por la
tierra, así que ser el único habitante de este pedacito era lo imposible en planos
reales y para él la desgracia en carne viva.
En varias oportunidades, creyó haber encontrado la solución a sus problemas
o al menos menguar el sufrimiento, cambió de sitio los muebles, trazó algunas
marcas en el suelo con el barro de los zapatos para dibujarse a sí mismo y no
olvidar sus facciones e incluso intentó salir de su casa sin lograrlo (era imposible,
la habían acordonado con magnetismos debido a que el gobierno se curaba en
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Categoría Menores de Edad
salud pues si se exponía a la intemperie moriría en minutos a causa de la adaptación de los átomos del aire producto de una evolución de los enlaces químicos
incompatible con la necesidad humana. Solo su casa mantenía el oxígeno intacto. Por otro lado, abrió de par en par las persianas esperando que la luz
entrara indomable e inclemente, pero fue en vano, la oscuridad se apoderaba
del lugar y con él de su alma.
Sus pocos espacios de serenidad, le permitían aflorar su espíritu de filosofo
trascendental y pensar en el más allá, en qué lo esperaría cuando dejase de respirar, cómo sería el reencuentro con el Padre, cuántas penas debía purgar y
dónde, qué se sentiría vivir eternamente en este espacio tiempo que llamamos
cielo despojado de lo material y vagamente terrenal; de seguro, más acogedor
que las cuatro paredes sofocantes. Podía pasar horas y horas sentado en un
pequeño rincón de la sala, pensando desde nimiedades hasta universos enteros
ultimadamente divagaba con inocencia sobre ideas bizantinas para nosotros, estructuradas y complejas para él.
El hambre se apoderó de su cuerpo, los brazos y piernas como fideos, la panza
siempre voluminosa quedó reducida a una tabla, los pómulos más pronunciados
de lo normal, sus dientes desgastados, las “cuencas” de los ojos cada vez más hondas, su cabello seco, sin brillo y sin vida. Tanto desespero vivió este hombre que
a pesar de no creer en el amor como fuente de prosperidad y felicidad, sintió la
necesidad de amar y en sus sueños construía esa mujer ideal que con el paso del
tiempo se desvanecía acompañada de la esperanza.
Una mañana, con la firme intención de dormirse para siempre, encontró debajo de su cama un pequeño baúl, ya lo había visto antes pero nunca pensó en
abrirlo (si me preguntan por qué no tendré que responderles, por eso prefiero
que mis lectores por hoy, no tengan espíritu interrogativo y se abstengan de
corcharme). En ese momento pensó que si se preparaba para la eternidad debía
conocer lo poco que le quedaba en este plano terrenal. Se dispuso a abrirlo con
la llave pegada a un extremo del candado, retiró la cinta adhesiva, introdujo la
llave en el agujero bien formado y de pronto una fuerte ráfaga de aire salió de su
interior, el ímpetu del viento lo empujó a un costado de la cama. Julio no sintió
miedo, no porque fuera valiente u osado, sino porque pensó se trataba de una
alucinación y ya no tenía fuerza para luchar contra ellas y mantenerse cuerdo…
así que aplicó la controvertida máxima: “Si no puedes con tu enemigo únetele”
Se reincorporo pensando encontrar todo, menos lo que allí había: Un Libro
Era el libro más extenso que jamás se haya visto, pensó que se trataba de
Harry Potter pero no, era muy viejo para ser una saga juvenil, creyó que era algo
más local, como la fabulosa obra Cien años de Soledad del querido Gabito, se
equivocó también; por último le apostó a la Biblia…definitivamente no. Abrió la
primera página y en letra cursiva decía:
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El libro que no se ha escrito
“Este es el primer libro, considerado como tal, sin que haya sido escrito, lo
invito a usted, hombre o mujer afortunado o afortunada, a escribir con entrega y devoción lo que crea merece ser escrito en estas hojas. Recuerde usar el
bolígrafo que dejo en mi baúl, así sabré que las páginas de este tesoro fueron
tratadas con el mayor cuidado de su sedoso trazo”
Atentamente: Quien le plazca
Continuó las siguientes páginas hasta el final todas en blanco. El hombre interpretó el mensaje como un mandamiento y sin saber si quiera que escribir, tomo
el bolígrafo en su mano y movió sus dedos ágilmente sin parar. No conocemos
cuanto tiempo pasó sin que este hombre quitase sus ojos del papel, ya no le importaba comer, dormir, hablar o pensar del futuro eterno; como si esas palabras
fueran el agua, los micro y macronutrientes que absorbe una planta por los filamentos de sus raíces para su alimento: La sabia elaborada. Escribió tanto y tanto
que temía se acabaran las hojas, pero como por arte de magia aparecían más y
más… fascinante misterio.
Admiraba profundamente su obra sin parar de escribir. Leía una o dos veces
lo que minutos antes había plasmado para no perder el hilo de la historia. Su
libro era comida, aire, felicidad, amor y vida. Despertó tanto goce en Julio que
comenzó a recobrar esa cordura que muchos diríamos con cierto folclorismo:
“estaba más perdida que la mamá del Chavo del Ocho”. Recordó algunas anécdotas de su vida, fue consciente de cada momento que pasaba, volvió a sonreír,
recobró sus tareas de limpieza y aseo, lustró sus zapatos y coció sus vestidos. Es
tanto el poder que tiene la mente sobre el cuerpo que recupero un poco el peso,
su cabello y piel, ambos lozanos, se llenaron de juventud…Era un renacer.
El Gobierno, que rara vez observaba a su “ex ciudadano” esperando la fecha
de su muerte para demoler lo restante, quedó con la boca abierta al ver la alegría que inundaba al hombre, sencillamente no lo podían creer, si no lo hubieran
visto, jamás lo hubieran dado por cierto. Se percataron del pequeño libro que
no se despegaba de su regazo día y noche. El suceso lo publicaron y difundieron
para todo el pueblo, la mayoría indiferentes a la noticia pasaron la página desapercibida, otros contactaron a sus mandatarios, reviviendo la remota esperanza
de volver a la tierra. Muchos tuvieron la intención de regresar con sumo cuidado
a la “Resistencia”, algunos de manera legal, otro ilegal. Pretendían hablar con el
sobreviviente y tomar partido de lo que vendría siendo, si estuviésemos relatando “Piratas del Caribe”: “La Fuente de la Juventud”.
Julio, a medida que recobraba la consciencia y recuperaba su avidez, entendió
que tal vez lo estarían vigilando y querrían averiguar qué había cambiado. Temía
le arrebatasen su única razón de continuar, su gran libro; siendo éste el nuevo
centro de atención las posibilidades de que fuese raptado, para él, ascendían considerablemente (y con razón)
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Categoría Menores de Edad
Ninguno tuvo éxitos en sus intentos, los cuales pronto desaparecieron y julio
fue quedando para todos los humanos en el olvido. Sin peligro ni riesgos, disfrutaba de su vida plena, de su sorprendente transición al vivir con todas las de la
ley. Con cada nuevo carácter escrito, se sumaban los argumentos para afirmar
que el Libro era un regalo divino, un don mandado desde el mismísimo trono del
padre, firmado por María, con la participación especial de todos los santos
juntos y en orden e iluminado por el Espíritu Santo.
A pesar de las mejoras notables, de su actitud siempre positiva y lo bonito de
sus labios encontrados en finas comisuras dibujando amplia sonrisa, en lo más
profundo del subconsciente venía llegar pronto su muerte, algo le decía que ya
era hora de partir y ese “algo” no le provocaba temor, mas bien toques de alivio;
y así fue, el cuerpo pasaba su cuenta de cobro.
Somos seres humanos, hechos de carne y hueso y desafortunadamente
el espíritu no logra colmar todas las necesidades del organismo en su estado más vulnerable. En una noche fría, su cuerpo no aguantó más y se desplomó en el suelo, su corazón no dejo de palpitar y aún seguía respirando, los
alveolos pulmonares, con dificultad, realizaban el intercambio gaseoso; solo sus
ojos se cerraron sumiéndose en un temporal sueño.
Desde otro lado del universo, los vigilantes observaron como Julio cayó fulminante y con una casi imperceptible sonrisa, enviaron en cámara de gas un
pequeño insecto transgénico (modificado genéticamente) capaz de resistir ambientes adversos y encontrar lo que le es encomendado. Tomó el libro en sus
extremidades con ayuda de una tabla extendida por la misma cámara de gas y
en ella partió glorioso.
Pocos minutos después despertó sintiéndose más débil que nunca, con las
últimas fuerzas que le quedaban se levantó del frío baldosín ayudado de la mesa
central de auténtica madera, apoyó su mano y así logro sentarse en una silla
acolchada y cómoda. Pensó que vería el túnel y buscaba con dejos de desespero
la luz, esperando pasara la película de su vida ante sus ojos oscuros enmarcados
por sus características cejas pobladas. Nada de lo imaginado pasó, solo vio su
preciado libro en escala gigante entre nubes de colores… entendió que su alma
ascendía a los cielos y pensó:
“Qué bueno saber que en la casa del señor no se ha perdido el hábito de leer,
primero muerto que inculto”
Fin
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EL MALENTENDIDO
Adaptación del cuento corto A LA
PLATA de Tomás Carrasquilla
Camila Diez López
Categoría Menores de Edad
Un libro incomprensible, eso creerían muchos, entre más lo leía mas me
sentía un vagabundo por el hecho de no haber entendido ni un segundo.
Por un tiempo pensé que mi vocabulario era amplio, al entender que no era así agarré un diccionario esperando que con más lectura me convirtiera en sabio.
Las palabras se hacían más claras como al despejarse el cielo estrellado pero aun siendo así no hallaba el propósito tratado.
Al leer más lo único que entendí fue esto y no sé si
será suficiente para lograr escribir un texto.
Un señor que debía ir a la guerra dejó a su familia para que se defendiera
Con pocas palabras este señor partió y el corazón
de su esposa en ese momento quebrantó.
Esta señora con sus labores continúo sin agachar
la cabeza por su triste decepción.
Su hija con una advertencia también se quedó, esta
era que tuviera mucho cuidado con su patrón.
Después un tiempo pasó y su esposa nunca superó la despedida que tanto le dolió.
Pero un día sin esperarlo su esposo al fin arribó y ella su voz reconoció y sin esperar un según corrió y finalmente lo abrazó.
En aquel momento por su hija preguntó y ahí una confusión se armó ya que él
creía que de su patrón se enamoró y que al hijo unos bienes le dejó, sin embargo
no sabía que con un campesino se encartó y una pelea ahí finalmente se formó
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EN LA SINIESTRA DE LOS PADRES (DE LA PATRIA)
Diego Piedrahita
La siguiente es una adaptación de la obra “En la Diestra de Dios Padre” de Tomás Carrasquilla, en la que se toma como referencia la
situación actual del país del escritor y se analiza de manera crítica
los males que le aquejan.
http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/literatura/carrasqu/carras2.htm
En la Siniestra de los padres (de la patria)
D
icen las malas lenguas, como todas las que cuentan lo que les cuentan, que
esta historia se desarrolló en la Capital de Colombia, Bogotá, en un sector
excéntrico de la ciudad donde se tejen, se construyen y se roban los destinos de toda una nación.
Peraltica Jaramillo, como popular o confianzudamente le llamaban, era un paisa embaucador y echado pa’ lante, ambicioso como muchos pero honrado como
pocos; un servidor público por azar o por desgracia, pero dispuesto siempre a
ayudar a su prójimo.
Años atrás estaba al frente de la Secretaría de Gobierno Distrital, ahora también lo estaba, pero en su improvisado puesto de cigarrillos, chicles y cuanta
bobaíta pudiera arrebatarle las monedas a los transeúntes de aquel sector. La
pensión que obtuvo por haberse desempeñado como secretario de los alcaldes
de turno de la capital durante 40 años le alcanzaba escasamente para alimentar
a los mendigos que acudían a su ayuda, los mismos que cuatro décadas atrás
hacían largas filas para acceder a auxilios económicos por parte del gobierno.
Y allí estaba, Peralta Jaramillo, un paisa rebuscador y aguerrido que emprendió
su osada aventura de recorrer el país en sus tiempos mozos buscando mejores
oportunidades, con tan mala suerte de llegar al Capitolio Nacional a su primera
entrevista de trabajo, no con el aval sino con la complicidad de un político que
en búsqueda de votos en su visita a su natal Titiribí le prometió una ayuda para
obtener un trabajo y sueldo estables. “Y semejante estabilidá! - dice ahora a sus
clientes con el acento que siempre le caracterizó y del que fue objeto de burla en
sus intervenciones delante de sus mandatarios -, mi humilde jornal laboriando
con esos políticos siempre ha sido estable”, añadió.
No se ufana de haber permanecido por ocho lustros sentado en cómodas y
envidiables oficinas, pues reconoce que es lo único que extraña en comparación
con el frío pavimento de aquella esquina capitalina, al frente de su otrora Congreso, ya que de su sueldo prefiere no hablar, sólo dejar que al compás del continuo encender de cigarrillos cada cliente comprenda el porqué de su incesante
“aquí no hay promesas, pero sí hay cigarrillos y chicles”.
Al caer la noche, Jaramillo trasladaba su “puestico de ventas” a su humilde
hogar, una pequeña habitación que más por lástima que por cuotas le fuera cedida por un gentil comerciante, hasta entonces su dueño, después de verle llegar
cada noche con la decepción a cuestas, la misma que cargaban todos aquellos
quienes en búsqueda de ayuda acudían a su oficina a la espera de reuniones con
sus jefes de entonces: los honorables congresistas; pero donde no encontraban
los mismos saludos de mano, sonrisas fingidas y tamales carnudos que abundaban en época de elecciones y de promesas falsas.
Su amor por el prójimo lo heredó de su padre, un humilde campesino que
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Categoría Mayores de Edad
compartía con sus semejantes no sólo sus consejos sino también sus cosechas,
cuando la incertidumbre y el hambre apremiaban. Por esto, no es de extrañarse
que Jaramillo dedicara la mayor parte de sus mínimas ganancias a alimentar a
cuanto hombre de la calle se acercaba a su ventana pidiendo limosna.
Nunca tuvo suerte con las mujeres, pese a ser conversador, enamorado y echador de cuento, tal vez por su costumbre de consultar a pitonisas en búsqueda de
una visión más clara de las intenciones de aquellas damas que a él acudían interesadas en su sueldo como servidor público. Es para todos incierto si el alejarse
de ellas lo hacía por no causarles ilusión o decepción, pero allí estaba, como todas las noches, acompañado sólo por su gato que rescató de su anterior empleo
donde solía buscar ratas. “Qué gordo te conocí, Pacho!” le decía cada vez que lo
embobaba con un pedazo de arepa como forma de buscar rellenar las costillas
del pobre “felino”.
Pero su inclinación por saber del más allá, que lo alejara de la cruda realidad que sentía en “el más acá”, como solía decirle a la pitonisa del barrio, le
hacían buscar cada domingo en la noche, después de dar un bocado de comida
al último habitante de calle que le visitaba, una luz de esperanza para mejorar
su condición de vida, como muchos de sus coterráneos. “Su vida dará un giro
inesperado, - predijo la hechicera-, “desembuche a ver qué es lo que me tiene
trazao el destino”,- dijo Peralta. “Le voy a dar cinco pócimas que se convertirán
en lo que usted más quiere y necesita, cada una representando el mayor deseo
que tenga”. “Aquí fue” - dijo Jaramillo, y sin meditarlo bebió cada día uno de estos menjurjes y en su orden deseó internamente cinco de sus más ambiciosos
sueños: ganarle a todo ladrón en juego de tute, ver a la muerte cara a cara y no
sentirla por traición, detener al que quiera y dejarlo estático en su puesto por el
tiempo que quiera, convertirse en millonario sin tener que trabajar y que si al
morir va a dar al infierno que el patas no le haga una mala jugada.
Ante el asombro de la hechicera, que parecía no haber acertado en la predicción del futuro de Jaramillo ante semejantes deseos, salió este hombre al billar
del barrio al terminar su quinto día de tomas de pócimas y menjurjes. Ya en este
lúgubre lugar, atestado de hombres sin dinero, sin esperanzas y sin vergüenzas,
se sentó a una mesa rodeada de concejales, y con propiedad pidió lo incluyeran
en el juego. Su pinta no garantizaba capacidad alguna de pago en caso de menoscabo, pero las ventas de sus chicles y cigarrillos de los últimos días respaldaron su petición de iniciar la partida. Sin saberse cómo Peralta comenzó a ganar
y ganar, y así transcurrieron noches enteras, dejando a sus rivales de mesa con
los pocos centavos para “tanquear” sus vehículos, cuando éstos no eran patrocinados por el mismito gobierno, y la fortuna comenzó a notarse a medida que
los bocados de comida para sus visitantes vespertinos comenzaban a perderse
entre las suculentas porciones de carne; no obstante, los lujos y comodidades
aún no eran una prioridad para Peralta, sólo el tratar de devolverle a sus compa16
En la Siniestra de los padres (de la patria)
triotas parte de las pérdidas de que fue testigo durante su vida al servicio de la
política en Colombia.
Y transcurrieron muchos meses entre el orgullo de un hombre por recuperar
de manos politiqueras lo que de éstas había estado perdiendo por años y la decepción de aquellos de cuello blanco por perder de manera tan injusta aquello
mismo que con tanta facilidad habían conseguido. Pero llegó la venganza, y de
una manera que jamás podría imaginarse en el país del Sagrado Corazón de Jesús; un atentado contra su humilde vivienda destrozó todos sus bienes: Pacho, el
gato negro que tal vez sería un presagio de la proximidad de la muerte, a la que
tanto temía. Por esto, y teniendo la certeza de que su tercer deseo funcionaría,
pidió que todos aquellos leguleyos permanecieran estáticos en su puesto, y así
librarse de un nuevo atentado; pero esta vez el destino quizás fue muy literal, los
de cuello blanco quedaron estáticos en sus puestos, nadie pudo bajarlos de su
curul, sus salarios aumentaron, en la misma proporción en que también lo hacían sus plazas, hasta llegar a 268. Esto fue el fin de Jaramillo, como el de tantos
otros que han corrido su misma suerte, la depresión cegó su vida y lo trasladó
a un camino oscuro y tenebroso con dirección al infierno, opuesto a lo que en
vida creía haber logrado, pues su sueño era llegar al mismísimo cielo a través de
sus obras de caridad, pero la hechicería lo condujo directamente a las filas del
“patas”.
“Buenas noches, ¿quién anda ahí?” - preguntó con temor pero con decencia,
intentando recibir una amable y positiva respuesta, como lo anheló siempre al
ejercer su cargo de mediador entre el pueblo y el Estado. “Soy el mismísimo Patas, y no deseo que nadie interrumpa mi siesta”. Esa voz misteriosa le confirmó
dónde se encontraba, pero recordando uno de sus deseos decidió socorrer a
tantas pobres almas que ardían en el fuego ante la impotencia de no poderlas sacar de allí; quizás su lástima obedeció a haber reconocido a algunos quienes en
vida hicieron las veces de sus jefes inmediatos. “no cree usté, don Satanás, que
un juego de tutes le caería de perlas pa’ mitigar esta calora?” preguntó. “Muy buena idea hombe Peralta”, - respondió Satanas con malicia - “veo que no has dejado
la costumbre de meterte donde no te han llamado, pero vamos a hacer diabluras
mientras se me pasa esta modorra”. Y así fue, Peralta sacó de su mochila un juego de naipes que recibió como regalo de un senador después de utilizarlo con su
equipo de partido durante una de sus tantas sesiones. Luego comenzó a barajar,
no sin antes apostar con el Patas la vida de miles de condenados al fuego eterno
a costa de su alma; el diablo, por su parte, tenía la certeza de en un sólo juego
arrebatarle el alma a un hombre que en vida había hecho méritos por llegar al
cielo, y esto hacía más interesante la partida.
Pasaron horas y horas y Peralta no había perdido ningún juego, a cambio había rescatado a miles de almas, unas conocidas, otras no tanto, quienes le esperaban a la salida del infierno, mientras se refrescaban del incesante calor. El
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Categoría Mayores de Edad
diablo, por su parte, se encontraba condenado de la ira, hasta el punto de pedir
a Jaramillo que se alejara de su negocio, que no quería volverlo a ver ni en pintura, y que bien pudiera llevarse sus almas pero que ni se le ocurriera volverse a
aparecer por allá.
- “Hasta otro día, don Sata, y mi Dios se lo pague”, dijo con ironía al salir del
infierno con sus almas tras él, mientras el demonio no se explicaba cómo alguien
tan montañero como Peralta pudo haber ridiculizado el dicho de “más sabe el
diablo por viejo que por diablo”.
Con muestras de arrepentimiento por los daños causados en vida, a la vez que
con efusivas muestras de gratitud por rescatarlos del fuego que por sus actos
en vida habían merecido, los que reconocieron a Peralta, junto con los miles de
afortunados seguidores, fueron saliendo con dirección al cielo. Allí ya la notica se
había propagado entre las altas cortes celestiales, encabezadas por San Pedro
quien había cerrado sus puertas y dejado un aviso de “Temporalmente fuera de
servicio” mientras decidían la suerte de los próximos visitantes. Al llegar la comitiva, liderada por Peralta, el Arcángel San Gabriel, enviado por Dios, pidió tener
paciencia, pues aún no había quórum para decidir el paso a seguir. Sin embargo,
apelando a su poder de convencimiento, Jaramillo logró acceder por la puerta
trasera y se dirigió a dialogar directamente con la Corte.
- Peralta, hijo, no eres digno en entrar en el Reino de los Cielos, has desobedecido en vida mis mandatos no dejando a la Divina Providencia hacerse cargo de
tu destino, ¿acaso no sabes que la brujería es pecado?
- Perdóneme mi Diosito y demás santidades, pero déjemen explicales, esas pobres almas han estado quemándose por un montón di años, y a yo me da como
pesar dejalas así. Vea mi Dios, yo pago por ellas, no es sino que me digan qué
debo di hacer.
- María, tráeme el manual de contratos y verifiquemos la multa para este hombre arrepentido. María llegó minutos más tarde acompañada de San Gabriel y
con la lista de precios según las faltas de Peralta, accediendo a su petición de
correr con los gastos de todas aquellas que afuera esperaban por su suerte. Quizás el recordar que aún conservaba intacto un último deseo le garantizaría tener
cómo pagar por las faltas de todos.
- “Ahora, cómo pagarás por los pecados de todos?, recuerda que para esto debes tener mucho dinero, algo que un hombre del común jamás podría alcanzar”,
dijo Dios.
Con la certeza de que también ante Dios podría hacer uso de su último comodín, deseó convertirse en un multimillonario sin tener que trabajar, algo que le
produjera dinero en el instante, suficiente para derrochar y cancelar todas las
18
En la Siniestra de los padres (de la patria)
deudas adquiridas. Pero con tan mala suerte que el destino esta vez también fue
muy literal al leer su deseo, convirtiéndolo en un político corrupto, pero adinerado. Esto desató la ira de Dios y su Corte, valiéndole su condena eterna, siendo
expulsado del Cielo y enviado nuevamente al fuego del infierno a ocupar el lugar
de las almas que irónicamente sin merecerlo habían sido rescatadas.
¡Y colorín colorao, por andar de corrupto se ha condenao!
FIN!
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EL CAMINO A YOLOMBÓ
Luis Daniel Álvarez Vanegas
El camino a Yolombó
N
adie podía dar respuesta. Las personas se miraban una a otra como tratando de que otro contestara la interrogante. Al fondo, un ajetreo propio
de los días de semana. Individuos que iban al campo con el producto de
lo que habían vendido de sus cosechas, otros que evidenciaban esperar para ir
a rutas más largas, ¡Bogotá en el segundo piso! y hasta algún turista que aventuraba sus cabellos dorados y piel blanca por aquellos parajes exóticos, invitado por alguna agencia de viajes de un confín lejano que promovía turismo de
aventura y que se ufanaba de dejar a la deriva a los viajeros en medio de la nada
y sin hablar el idioma, “para que se sintieran uno más de la tierra visitante”. Pero
nadie daba respuesta. Al fondo, un hombre taciturno adormecido todavía, se
incorporó y a través de un rostro marcado, apenas abriendo los ojos, dijo: “para
allá no hay transporte. Eso no existe y nadie va, pero le toca tomar el que va a
la capital y donde está la bifurcación bájese y camine buen rato en dirección a
las montañas”. Dicho eso volvió a sumirse en el letargo de la somnolencia, sin
aclarar a qué bifurcación se refería ni cuál de los caminos debía emprender.
El trayecto en bus se hizo lento. Aunque el transporte iba atestado, nada
perturbaba el camino. Los únicos momentos que acabaron la quietud fueron
primero, cuando una señora se angustió ante un retén de la policía porque recordaba que a su cuarto maridó le pasó lo mismo y lo fusilaron y las investigaciones decían que no eran policías sino mercenarios. La señora lloraba desconsoladamente. ¡Callen a la vieja! Gritaba alguien. Otro dijo que la dejaran en el
puesto de la policía. Pero no ocurrió más nada. Al rato, la discusión fue porque
en la emisora que tenía puesta el conductor, el locutor presentó como la gran
primicia el homenaje a Colombia del cantautor dominicano Juan Luis Guerra. ¡Por eso nos alzamos en los sesenta! Dijo un hombre con una barba larga y
blanquecina ¡la cultura debe ser autóctona! y no permitir que cualquier pendejo
asalariado venga a hablar idioteces del país de uno. ¡Dejen oír! Gritaron desde
atrás. ¡Si no le gusta bájese! “Juan Luis es una maravilla. De hecho con canciones
de él mi novio me enamoró y en un año nos vamos a casar”, dijo una joven que
trataba de que alguien le preguntará por el idilio, pero nadie mostró interés.
-Señor avíseme al llegar a la bifurcación que lleva a Yolombó.- La gente me observó con cara de curiosidad. El chofer fijó su mirada en mí a través del retrovisor
y se limitó a decir “la empresa no se hace responsable de lo que pueda ocurrirle.
Allí no hay nada. Pero para nuestros expresos es un placer servirle”. Era de mal
gusto la frase y encerraba una advertencia velada, pero confirmó que me señalaría el lugar
Y allí estaba, en medio de la nada viendo dos caminos y cómo por uno a
lo lejos se perdía el autobús. No había nada. No sabía a donde ir. Por descarte
decidí caminar por la tercera vía, es decir, no por la que vinimos ni por la que
se fue el autobús sino por la otra. El sol era inclemente y a medida que
avanzaba, la carretera desaparecía y el camino era de tierra. No se veía nada a
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Categoría Mayores de Edad
la redonda. Allí entendí la advertencia “la empresa no se hace responsable de
lo que pueda ocurrirle”. Estaba en medio de la nada, a merced a morir de sed,
a ser raptado por un grupo criminal o a ser atacado por una jauría de perros salvajes. De todas maneras continué.
Bajo el asfixiante calor recordaba cómo me había aproximado a Yolombó. Fue
en los salones del Colegio. En una biblioteca de paredes altas que parecía una
iglesia y donde reinaba un silencia sepulcral. Allí, en una tarde conocí a Tomás
Carrasquilla y nació el escape. Alguna vez llegué a pensar que no lo leía. Que
simplemente mis ojos descansaban en la letra de sus libros, pero el punto es que
llegué a conocer su obra.
Era días álgidos en el país. Todo era reflexión y debate. Los recreos escolares
se iban entre improvisadas partidas de fútbol y militancias políticas. Algunos expresaban su liberalismo a toda voz, mientras que otros reivindicaban el
talante de los conservadores. Incluso, fue tal el movimiento que en la casa de
flaco Gamboa, a la postre el mejor promedio del curso, hubo una hecatombe
cuando en una cena familiar se le ocurrió decir que había decidido, una vez se
graduará, viajar a Bogotá para estudiar derecho. Atrás quedaba el sueño del
padre de mantener el linaje de los consultorios médicos, herencia manifiesta a
los primogénitos de la familia. Tal vez el mal rato no fue tan marcado, ya habría
oportunidad de convencerlo de que con su apellido y como médico tenía el futuro asegurado, como cuando atinó a decir que sentía manifiesta predilección por
la forma en que Jorge Eliecer Gaitán ejercía el derecho. Allí si fue el acabose. Las
mejillas del padre se tiñeron de liberalismo; increíble en su casa hablar de ese
granuja que quería exacerbar a los pobres, cuando él no sólo era conservador,
al grado de tener en su biblioteca un retrato de José Eusebio Caro, sino que
hasta parentesco lejano tenía con el presidente Ospina y habían compartido los
salones del colegio San Ignacio en Medellín. Nunca se supo que pasó con Evaristo Gamboa, al tiempo lo sacaron del colegio y fue a parar, según las leyendas,
a un colegio de curas en España, conseguido por cierto gracias a un favor personal que pidió el Presidente al canciller Eliseo Arango.
Pero mientras ellos peleaban, me refugiaba en mis libros. Incluso mis padres
hablaron con el director del colegio temiendo que sufriera de alguna enfermedad o problema de socialización. Pero por más que insistieron seguí pasando
gran parte de mi existencia leyendo a Carrasquilla.
Los pensamientos y el caminar me habían impedido ver que se hacía
de noche. Era verdad, estaba en medio de la nada. Apareceré al día siguiente, o
cuando alguien se adentré por esos parajes, y salrá en las noticias, en la primera
plana de los periódicos nacionales y regionales como un caso extraño. Vendrán
las teorías; fue el narcotráfico; otros dirán que un crimen pasional; algunos argumentarán que alguna enfermedad me llevó a vagar por ese sitio o que se trata
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El camino a Yolombó
de un caso de extraterrestres, cuando lo lógico, la verdad, mi verdad aristotélica
era que me aventuré por esos rumbos por terco, por conocer, por descubrir,
por llegar a Yolombó, al Yolombó de antaño, al que creía que no sucumbió a
la carencia del oro.
En realidad esperaba lo peor, pues se dice que sólo había misa cuando el cura
podía llegar, nada que ver cuando en su época de esplendor tuvo tres templos.
Eso ya era un indicador de atraso. Pero luego se dijo que el pueblo resurgió e impulsó su ganadería y la minería. Eso era lo que quería comprobar. Qué de mito
había en realidad sobre un sitio que fue baluarte de las rentas reales y que desarrolló un sistema de justicia que hasta sirvió para condenar a los que robaban
las arcas del reino, bajo la figura de una Alcalde Mayor que por ser Capitán de
Guerra tenía la potestad de aplicar el castigo que considerase, por más severo
que fuera.
Repentinamente el cielo se nubló de estrellas que alumbraban el camino y empezaron a aparecer fogones de cocinas que estaban descubiertas, sin cercado.
Dos figuras me cerraron el paso. Eran apenas siluetas oscuras que me pusieron en alerta, pero a las que debido al cansancio poca oposición pude hacer.
Me extrañó la deferencia y delicadeza con la que hablaban. Tenían unos
ademanes señoriales muy arcaicos y una indumentaria que sólo se veía en libros
de relatos muy antiguos. Brevemente creí que eran producto del cansancio y la
deshidratación, pero al asumir la lucidez, los seguía percibiendo con mayor claridad.
- Tenga la bondad vuestra merced de acompañarnos. Doña María de la Luz
desea presentaros a su hija Bárbara.
Dude si seguir. Parecía una broma de mal gusto. Como sí una cámara
abordase el momento para que un animador saliera de un arbusto y dijera
¡sorpresa! Caíste. Pero no, el cielo estrellado daba aires de realidad. Por ende
me puse en marcha con los dos individuos por las callejuelas de ese lugar.
- Ya los cuatro esclavos, por orden de don Vicente, han trasladado a la señora
al sitio del encuentro- dijo uno de los personajes. En seguida recordé que la doña
era una de esas mujeres de la colonia que pasaba la vida entre jícaras de chocolate y nimiedades. Incluso, quise decirles que pudiese retar a la señora a algún
juego de baraja, pero me pareció inoportuno esgrimir algún comentario jocoso
sin tener certeza de que iba a hacer en ese sitio.
-Tiene suerte su merced de que le presenten a la amita- dice uno de los acompañantes que se voltea a conversar con inusitada sobriedad.- La amita poco
está por casa, pero como ha dejado los enseres listos y girado instrucciones en
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Categoría Mayores de Edad
la cocina, seguro le dará algunos minutos. No sabe usted la conmoción que ha
traído al pueblo su visita.
Lo último no lo entendí. Primero no sabía qué hacía en aquel lugar. En
segundo término, era absurdo que esas personas me aguardaran con ansias.
Todo tenía que ser una equivocación manifiesta. Nada tenía sentido.
A llegar al lugar escuché con preocupación una alharaca. “Pero hijita, a
una niña de tu clase no le conviene saber tanto”. Una taquicardia me invadió
súbitamente. Traté de entrar pero uno de los sirvientes me cortaba el camino. –
Su merced espere para anunciarlo.
La discusión seguía. Una voz juvenil reprochaba que no las dejasen hacer
nada; parecía que la vida se iba en un zurcido inclemente y la existencia no era
más que un enhebrar cotidiano. Como de golpe, recordé lo que había leído en
unos textos. En Venezuela las mujeres habían conquistado el voto universal, directo y secreto para todos los cargos a partir de 1945, fortalecido con la Constitución de 1947, luego en Bolivia las presiones sociales llevaron a que las mujeres
sufragaran a partir de 1952 y en Colombia había tocado esperar hasta
1957. Todo eso era confuso, pues si algo podía la mujer esgrimir era haber
alcanzado grandes puestos de poder. Recordé a los Salazar, una familia nicaragüense que vivía en el apartamento de al lado en mi edificio y que tuvieron que huir cuando Violeta de Chamorro ganó las elecciones en su país en
1990. Las borracheras eran monumentales. El ron Zacapa corría a cántaros y la
voz de los hermanos Mejía Godoy silenciaba el gemir de pena. Luego los poemas de Ernesto Cardenal y las loas a Sandino evidenciaban su pasado político y
la pena que les daba ver a la doña en el gobierno.
¡Una mujer Presidenta! Y ésta se queja de que no la tienen sino para tejer.
. Parado en ese lugar recordé a Luisa, aquella niña de Armenia que conocí en
los paseos que la familia hacía donde unos parientes en el Quindío. Era hija de
unos vecinos de la casa que regularmente alquilábamos para veranear. Al
principio la vi esquiva. Su piel morena y ojos profundos eran una invitación a
soñarla, a quererla, a amarla. Pero no coincidimos. Muchas veces la pensé, tal
vez como Efraín a María en medio de sus clases de medicina en Inglaterra.
Pero fue amor juvenil. Lo que más me cautivó fue su carácter. Recuerdo que
cuando entramos en confianza y caminábamos por las orillas del río La Vieja, me
contó que su vida era de combate, que soñaba con formar cooperativas para
las mujeres y hacer que abandonaran su vida de atraso rural. Lo que son las cosas, haber sucumbido al amor en los brazos de un técnico cafetalero norteamericano que se la llevó al norte. Y allá la tuvo, dócil, y ella feliz, encerrada
en una casa en Florida cuidando el jardín y cocinando.
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El camino a Yolombó
No pude ocultar una mueca. Sin embargo, el ruido volvió a retirarme la distracción.
La voz juvenil seguía insistiendo que la mujer era un ser prácticamente accesorio y que al igual que los animales no valía la pena que aprendieran a leer. No se
escuchaba ninguna otra voz y la joven seguía rezongando, incluso diciendo que
al Rey lo tenían engañado y le habían mentido al hacerle creer que las mujeres
debían ser ignorantes para salvarlas de cualquier precepto maligno. Tanto dio
la muchacha, que una voz masculina le preguntó lo que deseaba, a lo que ella
respondió que quería trabajar.
Parecía que había otro cuadro, que formaba parte de una escena orquestada.
Salieron dos personas a la calle, un hombre y una mujer llorosa. –No importa
que don Evaristo esté acá- dijo señalándome- este tema debemos zanjarlo.
Esa muchacha es terca, por lo tanto no podemos contradecirla. De su propia
experiencia sacará no querer desaprovechar la vida que lleva. Que se venga a
trabajar de minera un tiempo.
La mujer gimió diciendo temer a la muerte. –Nadie se muere la víspera- contestó el hombre. Conozco además mujeres en Perú y México que se han
dedicado a trabajar en la minería y les va bien. Incluso, tan seguro es ese trabajo
que hasta El Sevillano, pese a sus borracheras y vagamunderías sigue con vida.
¿No le parece don Evaristo?
Traté de responder pero no produje más que un ruido seco. Verme repentinamente con unos pantalones bombachos, una camisa con faralaos, botas y capa,
me perturbaron. ¿Cuándo me había cambiado? ¿Para qué?
No sé qué ocurrió pero me encontraba en ese pueblo que se pintaba como
un garito de su Majestad. Cuán divorciada estaba la metrópoli de lo que pasaba
en las colonias. ¿Había política hacia las colonias? Quien sabe; lo que si es que
independientemente hubiera o no, al menos en Yolombó nadie se daba por enterado. Me resultó curioso escuchar que no formaban a las mujeres, pero es que
tampoco lo hacían con los diferentes a las clases superiores. Un solo intento
hubo en Santa Fe para formar a los menos pudientes, pero el experimento
feneció con la expulsión de los jesuitas en 1767, según cuentan, por el temor que
les tomó la monarquía por los ejercicios de misiones.
De repente vi a una señora con mantilla rumbo al templo, a uno de los templos, repitiendo letanías e invocando santos. Atrás, no muy lejos, traían a un indio a punta de latigazos. El argumento era para que no rehusara participar en el
sacrificio de la Fe. Era un convencimiento. Viendo todo eso me di cuenta que esa
sociedad era una estructura enferma, abandonada a su suerte. Todo el mundo
resultó católico ferviente, pero nadie entendía lo que profesaba. Los que sabían
leer no habían abierto un devocionario ni sabían de la vida de los santos. A
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Categoría Mayores de Edad
alguien se le ocurrió, aparentemente a los viejos Villaciento y su compadre Arciniegas, que al momento de elevar el santísimo había que postrarse con la boca
hacia la tierra.
Todo eso me indignaba, así que cerré los ojos y respiré profundo. Cuando
me incorporé estaba acostado en el suelo con una punzada en la cabeza. Me
rodeaban diversas personas, entre ellas una joven. –Eso le pasa don Evaristo
por no usar ningún amuleto. Si algo aprendimos en este pueblo es a usar dijes
y prendas de protección. Por cierto, quería disculparme porque no logramos
que nos presentaran la otra noche. Mis padres y cuñado tenían un gran interés
que nos conociéramos para conversar. Después de eso han pasado bastantes
días y mire las condiciones en las que me lo encuentro.
Todo resultaba mucho más confuso. La muchacha hablaba de tiempo, pero
todo parecía haber ocurrido en cuestión de horas. ¿Cuánto tiempo había desde
que abordé el autobús hasta ese instante ?
Las reflexiones se detuvieron cuando llegó una negra diciendo con voz aguda
“Mi amita de oro a este forastero podemos darle las cuatro virtudes que me enseñó mi madrecita María de la O y si no mejora, vamos a casa del padre Lugo
para que le haga uno de los exorcismos y le saque los diablitos del cuerpo
o le ahuyente las brujas y los duendes. Amita Barbarita, usté dirá”.
Resulta que esta es Bárbara dije en voz alta, pero nadie manifestó nada, pues
estaban ocupadas tratando de adivinar la buena fortuna en las nubes e interpretando el rugir del viento. Pensé decirles que si fuesen romanos interpretarían
el volar de los pájaros y estudiarían los órganos de los animales; pero el aturdimiento me impidió ser chistoso. Opté por cerrar los ojos nuevamente y dejar que
la inercia me llevara a donde quisiera.
El silencio era atronador, si el oxímoron permite emplearse. Cuando abrí los
ojos me angustié. Todo era negro. Apenas una tenue luz se filtraba. Estaba en un
lugar pesado, donde respirar se hacía complicado. Al fondo veía movimiento y el
ruido de un martilleo constante. Estaba en una caverna ¡en una mina! Reaccioné
al instante. A lo lejos se veía movimiento. Cuando las pupilas se adaptaron pude
distinguir a Bárbara que dirigía un organizado aparato de producción.
Entre los esclavos rueda la historia “esa amita si es buena, resulta que al liberto Pacho Castellanos lo acusaron de robar las arcas del Rey y lo iban a matá,
entonces doña Barbarita supo de ese caso y fue a visitá a Pacho y Pacho le
dijo que robó po que no tenía pa comé y entonces la amitá lloró y Pacho lloró y
la amita le dijo que cuando tuviera hambre le dijera y no robara lo ajeno y
encima le regaló oro” La negra Sacramento, la hija de doña María de la O
26
El camino a Yolombó
Escuchaba atentamente y gritaba “esa es mi amita de oro”.
La otra historia que los esclavos repetían incesantemente tenía que ver con
que desde la llegada de doña Barbarita a las minas, la suerte de sus propietarios
había cambiado.
Caminé un poco y encontré una pequeña abertura iluminada. Pese a lo estrecha, pude salir a través de ella y estar de nuevo en la calle. Todo el mundo
debatía. Me resultó extraño que en las ¿horas, días, meses, años, siglos? que
tenía allí no hubiese visto más que minas y conversaciones alrededor del oro.
Nadie parecía plantar nada. No había huertos ni sembradíos y eso que recordaba de mi colegio haber visto que según los pocos que se encontraban estaban
en manos de vascos, pero ni eso. Por cierto, no había bebido ni comido nada.
¿Será que morí? Pensé atribulado. A lo mejor no me había dado cuenta y estaba
en algún purgatorio pagando el no haber prestado atención en clase por pensar
en escabullirme a la biblioteca. Faltaba que el propio Carrasquilla me saliera en
persona.
Pero quien salió fue Barbarita, con aires de madurez, rodeada y seguida por
un grupo grande de personas. Me tocó apartarme para que la muchedumbre
no me atropellara. “Si quieres aprender, enseña” dijo Bárbara en voz alta sin
percatarse de mi presencia.
“¡Hay escuela en Yolombó: la escuela de la maestra Barbarita Caballero!” dijo
un transeúnte que veía a la maestra perderse a lo lejos, dejando una estela de
polvo y algarabía.
Un grupo de hombres se arremolinaron, me vieron y saludaron con una
pequeña venia. -No le gruñan a la escuela de Barbarita, en especial usted
padre Lugo- dijo uno de los presentes. -No he pensado hacerlo- dijo el sacerdote.
Evidentemente, la educación de las mujeres era algo que creaba ruido. Sin embargo, la cuestión fue zanjada cuando uno de los congregados justificó algo de
aprendizaje para garantizar una buena práctica religiosa, además que era preciso recordar un mandato que citaba “mandemos como queramos que Dios lo
perdona todo y el Rey no sabe nada”.
Pero resulta que hay una verdadera revolución. Bárbara se ha dedicado a formar y perfeccionar sus artes. No se limita a la conexión de sílabas, sino que trata
de encontrarle sentido a la acentuación y la puntuación.
Doña Bárbara, como la han empezado a llamar, no sólo pone a la gente a leer
el Quijote y los Evangelios, sino que ha establecido un sistema de fidelidad en
el que da dos días libres a los trabajadores, excluyó el castigo corporal e instrumentó un conjunto de sanciones que van desde la amonestación, pasando
por el ayuno, hasta la venta. Es un cambio que la sociedad observa de manera
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Categoría Mayores de Edad
atenta. La sociedad y yo como convidado de piedra que sigue sin saber qué hace
en estos parajes, ni cuánto ha permanecido acá.
Un rebullicio se hizo presente. Nuevamente, parecía que el tiempo estuviese
acelerado. Era una película con escenas mal pegadas que no tenían ninguna
transición. Resulta que acababa de morir Carlos III Rey de España (en realidad
había muerto en diciembre del año anterior, pero la noticia llegaba al momento). La gente parecía autómata. No sabían que hacer, si misas o fiestas en
honor al nuevo Rey. Bárbara caminaba de un lugar a otro. Le dolía lo que pasaba, pues consideraba a los reyes unos padres protectores y veía bondad en
ese rey cuarentoncito que asumía y en su esposa María Luisa de Parma bondad,
heroicidad y belleza. Tal era su obsesión que soñó con Fernandito, el heredero,
que sembraba semillas de oro y plata.
Todo el mundo jura a los reyes. En Yolombó eso de independencia no está
planteado. Me pareció grotesco ver ese culto a la personalidad. Nunca me gustaron las monarquías, ni siquiera las democráticas. Por eso me negué a leer a
Álvaro Mutis, aunque luego de viejo me di cuenta que por caprichos pendejos
me perdí un gran letrado. En eso debo confesar que no fui consecuente.
Tampoco me gusta la dictadura cubana y no por eso dejé de leer a Gabo.
Lo que me perturba es que Barbarita es ahora la jefa de operaciones de Carlos
IV en este pueblo. Le organiza documentos de adhesión, uno que otro tedeum y
hasta ofrece fiestas bailables con licores libres para que todos celebren al nuevo
monarca.
El pago por sus servicios no se hizo esperar. Al poco tiempo una real cédula
fechada en Aranjuez le otorgó el título de Marquesa de Yolombó. No era una
simple distinción protocolar, pues le dieron la oportunidad de seleccionar un
lote baldío, de esculpir un escudo de armas y de asentar su nombre en el de
la nobleza española. La medida se regó rápidamente, no sólo por los curiosos
de costumbre, sino porque su majestad ordenaba al alcalde darle publicidad al
edicto. Lo admirable de la medida es que se hablaba que era una distinción
para héroes de guerra, pero el Rey ha decidido otorgárselas por sus servicios a
la corona. De todas maneras, algunos dudaban del nombramiento y decían que
hasta el sello real era falsificado o mal empleado.
Todo era tan confuso que opté por ir directamente donde la Marquesa. Pero
no logré entrar. Estaba la puerta cerrada y únicamente tenían acceso los
familiares más cercanos. Según un sirviente de los que fue a recibirme, doña
Bárbara estaba indispuesta porque seguía soltera y “no encontraba
marquesón”, aunque la negra de la pócima, cuando me desperté en medio de
la calle, desaprobó con una mirada severa y se limitó a aclarar que “la amita está
meditando pa ir a visitá a los reyes”.
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El camino a Yolombó
Sin embargo, la vi al rato (o quien sabe cuándo), recibiendo su corona y
jurando ante los santos evangelios. Recordé que años después de graduarme,
aproveché una fiesta de egresados para colarme a la biblioteca, mi lugar secreto,
mi rincón predilecto y ver si había algo de Carrasquilla. Al abrir el libro, que tenía
una densa nube de polvo (lo cual daba a entender que no lo usaron en años),
encontré un amarillento recorte de El Colombiano del 13 de enero de
1956 firmado por el historiador Hernán Escobar, en el que negaba que ese
marquesado existiera y que todo no era más que una invención de Tomás Carrasquilla. De todas maneras, la historia apasionaba.
No sé si existía o no, pero la veía en su caballo con un lenguaje silencioso
entre mujer y bestia. Visitaba personas, organizaba reuniones y departía amablemente con un protocolo sencillo. No perdía oportunidad de resaltar su extravagancia en la lectura y de recordar que por ser soltera no podía dejar a nadie el
título. Y cuando le preguntan, no deja de alabar la bondad de “los negritos”.
-¿y cómo no supo lo que pasó?- me comentó uno de los mensajeros que me
recibió cuando llegué a este enclave- resulta que la ama, pese a no pensarlo,
decidió irse con un caballero llamado Fernando de Orellana y éste la timó y
robó sus recursos.
Nubarrones salieron en el horizonte. Unos pájaros negros revoloteaban en el
espacio trayendo mal agüero. Eran unos chulos, unos zamuros, unos zopilotes.
Recordé los rebullones que perseguía y alimentaba Juan Primito para alejar los
malos espíritus en la Doña Bárbara de Rómulo Gallegos.
Cuando volví en mi observé que la oscuridad se había incrementado. El pueblo
estaba desolado. El resplandor había desaparecido. Alguien que pasó raudo y
veloz gritó vivas a la República. Se había alcanzado la independencia.
Se dice que la Marquesa mascaba su dolor. Aborrecía su vida, a Fernando
de Orellana y a los independentistas. Seguía afanosamente defendiendo al Rey.
Quise ver su casa y me encontré con que lo que antes fue opulento no era
más que una posada para gente que no tenía donde pernoctar y que distaba
mucho de como era su entorno más cercano. A modo de adorno ha quedado
el título del marquesado, pues la República no convalida esos documentos. Sin
embargo, es una forma de renegar de lo que afronta y de protestar contra su
gobierno.
Mantuvo sus hábitos sobre la enseñanza de la lectura y pude ver como premiaba con golosinas a los alumnos aventajados. La casa se convirtió en una agencia de beneficencia pública en la que ninguno de los pordioseros que se acercan
a la puerta sale sin nada.
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Categoría Mayores de Edad
Así espié a la anciana buen rato, viendo como despotricaba de la República y
regalaba sus reliquias religiosas y su documento firmado por el propio Carlos
IV.
Luego perdió la memoria y dos ayudantes tenían que llevarla a la misa y colaborarle con sus comidas.
De repente, la marquesa (¿o lo correcto sería decir la ex marquesa?) llegó de
comulgar y descansó. Manifestó sentirse livianita como si fuera de seda y algodón. Se sentó mientras esperaba el desayuno. Miró al cielo y le pareció muy
azul, con mucha nube blanca. En cambio me pareció tétrico, el paisaje era nublado y desolado. Nada del esplendor que vi cuando llegué, que según entiendo había sido hace una eternidad desde que me bajé del bus en esos caminos
desolados. Tuve miedo de perderme para siempre, pero volví a enfocarme en
Bárbara que “cerraba los ojos con beatitud; y el sueño de los sueños la dobla en
los brazos del señor”.
Cuando abrí los ojos imperaba la oscuridad. No se escuchaba ningún ruido salvo el de sapitos y ranitas a lo lejos. Me incorporé sobresaltado. El reloj marcaba
las cuatro y cuarenta y estaba sentado, sudando a cántaros, en mi cama. Prendí
la luz de la mesa de noche y vi mi sombra proyectada. Era un alivio que indicaba
que estaba vivo, porque como decía Carrasquilla en su libro, las sombras de los
muertos también mueren y la mía era muy nítida.
Quise levantarme a revisar el libro pero no lo tenía. Nunca lo tuve. Había quedado guardado con mi juventud en la biblioteca del colegio. Así como una persona dejó un recorte de prensa, creo que dejé parte de mi ser en alguna oportunidad. Dude si volver a dormir. Decidí sentarme a escuchar radio mientras
daban las cinco y quince.
A las seis debía estar listo para que un chofer me llevase junto a varios
ingenieros a tratar de realizar una vía alterna a Yolombó, después de que el
pueblo quedó incomunicado por varias horas debido a un ataque terrorista que
afectó la carretera.
A lo mejor, estaba en nuestras manos reconstruir un camino para que no volviera a sucumbir. Recordé el extraño sueño y me di cuenta que Carrasquilla,
aquel autor que fue mi cómplice y compañero en mi juventud escribió sobre la
primera desaparición de Yolombó. Ahora estaba en mis manos evitar que el aislamiento, lleve a que un nuevo olvido lo engulla.
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LA PICOTA DE PIEDRA
Nelly Jordán Ordóñez
Categoría Mayores de Edad
III
Y ocurrió que una de esas noches cuando el viento golpeaba las ventanas
como queriendo entrar con su helado gimoteo por entre los techos, en medio
del aullido de perros lastimeros, aullido que para muchos era lamento tristeza,
tiempo después, cuando no existía nadie que pudiera dar fe de una historia sobre un reino destruido y un rey deshonrado, reposaba sobre la picota de piedra
un pequeño niño de cabellos sucios y vestiduras andrajosas revueltas con repugnantes pieles, yacía sobre el aerolito en posición fetal como rememorando los
amenos momentos previos al nacimiento, por la mirada ida y por lo tembloroso
de sus movimientos era inevitable entender que estaba próximo a su defunción,
antes de exhalar su último aliento, el pequeño recordó lo que su madre incisivamente le mencionaba en medio de los pocos tiempos lucidos que hacían parte
austera existencia, rezad por el Anima sola.
De esta forma, el pequeño viéndose frente al final de su desierto camino, con
llanto en sus ojos ora, ora desenfrenadamente casi sin respiro, esperando que
por tanto, su alma como la del ánima sola sean recibidas sin recato en las dulces
mieles del edén.
Y cuando llega el momento en el que la pequeña mano se descuelga, confirmando la expiración de sus respiros, en la tierra se sintió un estruendo, y un
soplo helado de ultratumba recorrió todo camino, y fue escupido desde el infierno, desde las mismas entrañas del purgatorio sobre su tierra nativa el alma del
licenciado Reinaldo que reposaba en pena por sus pecados.
En medio del desconcierto que esto le pudo causar y mientras su alma se desmoronaba como estatua de sal al viento, no pudo brotar de sus labios más palabra que un… ¿Porque?
Al parecer el sino le había deparado compasión concediéndole la oportunidad
de que solo podría terminar su sufrimiento el perdón de a quien le había causado dolor y pena, y para su suerte, a una de las hijas o hijastras del tristemente
célebre rey le sobrevivió un pequeño que no subsistió a una vida de desventuras,
pero que su inocente perdón logro desenterrar al maldecido.
Basado en el cuento “El Anima Sola” de Tomas Carrasquilla
http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/literatura/carrasqu/carras11.htm
32
Ilustración:
La noche del guácharo de Niver Vargas
EL GUÁCHARO
(Audio libro)
Niver Vargas Palacio
Categoría Mayores de Edad
E
n aquel tiempo en que burdéganos, mulos y pollinos franqueaban los encaramados capiteles antioqueños, a guisa de desaforados cuatreros, vapuleaban
los arrieros sus indómitas bestias. Aunque plana la veían desde el cielo las
nubes que la lloraban, elevada, horizontal y espetada, desdeñosa, inclinada y
frígida, desafiaba aventarse hacia el pie de Morro Azul, Santa Fe de Yarumal. Este
ingente villorrio del reino de Antioquia amenazaba perpetuar su existencia en la
memoria de sus nacidos o en la pesadumbre de sus maldicientes, si su señorío
y potestad fueran desaprobados o si el que formó su enrevesada fisonomía, por
alguna razón (o por ausencia de la misma) así lo decidía.
Santa Fe de Yarumal, conjunto de destellantes monarcas de bahareque adobados con cal, calzados con anilina de colores y tejas por penacho en lo alto de
sus testas, color ladrillo, se manifiesta a 2,265 metros como un gélido enjambre
de abejas.
Todo indica que acá -donde se comulga de lunes a domingo y donde cualquier
desplazamiento, sin importar la orientación geográfica, se hace subiendo, bajando; bajando, subiendo… lomas- principió sus desafueros, hace ya algún tiempo,
una trasnochadora ave con gran capacidad para disimularse de día.
— ¿Y es que te da cutupeto esa chapola?
— ¿Chapola? ¡Ve este peletas! ¡Seguí de triscón! ¿No ves que’s un currucutú
enrazado en mojojoy?
—Sí paisano, ese parece ser el entripado del que hablan los piones, quisque
todos agallinados y con canillera por un chupacabras que con curia se jarta las
frutas.
Ideas algunas, historias muchas, cotilleos por doquier; a lo lejos empezó a
oírse como el cacareo sordo y gutural de las ponedoras, durante el trasnocho de
alguna sofocante misa de gallo, las primeras sacudidas de plumas del guácharo;
más adelante empezó a verse las sublevadas bandadas de pájaros sembrarse
en la bóveda celeste, mientras aleteaban en dirección al lugar donde se forma la
galerna antioqueña para, finalmente, recogerse entre laureles, crotos y urapanes
en el Mar Verde de Antioquia. La presencia de este infernal averío, si bien sobrevoló la mayor parte del tiempo los más yermos paisajes, se hizo sentir con enfática avidez en la república de Yarumal, donde se presenció –y no en periquetes- el
férreo empecinamiento de los insaciables picos de estos avistrujos.
Era, entonces, el reino de Antioquia un orbe de cordilleras, sierras, cumbres,
cimas y otras imaginables desfiguraciones geográficas; elevaciones y cantidad de
promontorios, todos ellos remachados cual suerte de costuras en una holgada
alfombrilla vegetal. Sus oriundos, que sólo se percataban de lo existente al interior de su amurallado confinamiento montañoso, exigua consciencia poseían
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El Guácharo
sobre lo existente allende las montañas. De acuerdo al imaginario de estos retoños –acemileros, arrieros, camanduleros, comerciantes, ordeñadores, cuatreros, mineros; en su mayoría-, en el extremo naciente del reino de Antioquia se
hallaba la república de San Angostura; en el extremo norte, la república de Valdivia; en el extremo sur, la república de Santa Rosos; en parte de lo que resta, ahí,
empotrada en el levante, la república de Yarumal; y al oeste de ésta, es decir, en
el extremo ocaso del reino, está el Mar Verde de Antioquia. Todas ellas verdes,
todas ellas desfiguradas, todas ellas montañeras.
En cuestiones de potestad y albedrío, semejantes a una mareta, cada una de
estas democracias era zarandeada por los ánimos anárquicos de algunos colonos; pese a ello, a viva voz se voceaba lo que voz era capaz de vocear: «independencia, carácter y berraquera»; ansias ufanas de descollar incluso por encima
de la altura de las torres de las iglesias y de los campanarios y de las ermitas
y de los palos de aguacate. Un cuento que de no haberse echado a manera de
recuas consecutivas de alaridos, en las plazas de los caseríos, podría entenderse
más como la causa de órganos cercenados y no una frugalidad de espíritu. Así
siempre había sido, cada república era muy única, ¡muy animasola! y siempre
que ruido se articulaba -en lo profundo del ‘gargüero’ de cada una de ellas- esa
tonadilla vasca adaptada a la altura de estas tierras era expulsada y arrastrada
briosamente. Todas tenían el mismo acento.
— ¡Que no se me ponga de acusetas! ¡Que la estoy viendo como medio alebrestada echándole carreta a medio pueblo!
—Seguí así y esa tatacoa te va a susquniar como a un catre.
—¡Malaya sea…! ¡Ni que fuera un guácharo!
De esta ralea, el término ‘guácharo’ se enconó en la jerga de la mayoría de los
labriegos, utilizándola para apuntar, comparar o abultar alguna adversa situación.
Así, pasó de ser un vocablo utilizado entre los potenciales ornitólogos de la
región, a ser la invocación de lo perverso, lo vicioso, lo abominable, lo execrable.
Se dice que la expresión fue acuñada en la Calzada del Reino; lo más destacable
de esta palabra –incluso por encima del terror mismo que suscitó- fue haber alcanzado, en poco tiempo, más popularidad que las campanadas de la catedral a
las cinco de la mañana.
Como un chapucero, trabajoso y artesanal zurcido resultó la Calzada del Reino, la ambiciosa confabulación de los diferentes y auto pensados flamantes
gobiernos para poner en contacto, por medio de una presunta senda, todo el
acervo cultural, económico, religioso, moral y geográfico panantioqueño. A varios kilómetros más allá de Santa Fe de Yarumal, caminando por el remiendo de
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Categoría Mayores de Edad
picas y palas que conduce a la república de San Angostura (la Calzada del Reino),
se emplaza entre montañas y ribeteado por el río Nechí, Puerto Mallarino que,
pese a no ser un gran poblado, había sido considerado el principal balneario de
esta región y uno de los más abarrotados del reino.
Debido a la fortuita meticulosidad que, a veces, se debe tener a la hora de
describir ciertas impresiones y parajes; no muy lejos del balneario aludido –y
como no puede ser distinto en esta tierra, donde lo que no esté sobre montaña
o borde de quebrada simplemente no existe- vivían afables familias campesinas,
disciplinados labradores, avezados extractores de leche y diestros tañedores de
machete. Familias todas nutridas de hijos, vacas, caballos y fríjoles, cachorros de
perro y huevos de gallina; que encarnizadas permanecían en el campo desde el
día consagrado a la luna hasta el día consagrado a un dios romano, justo antes
del día en que –medio escapando de la lógica de tales deidades paganas- se
consagraba la jornada al Señor.
No obstante, entre las poblaciones cercanas a este lugar, había la malsana
costumbre y el morboso sentir de que aquellos que vinieron al mundo, haciendo referencia a los propios de esa tierra, entre las doce del mediodía y las tres
de la tarde, no fueron paridos sino que fueron escaldados mientras borbotaba
el caudal del Nechí por la maliciosa acción del amarillo calienta frentes. Que así
nacían porque las parteras eran agoreras en eso de llegar a la vida entre la maleza
(¡como los huevos de las ponedoras!) y que por eso a los naturales de este rincón
nunca se les atisbaba (¡siquiera!) remojándose la candelilla en las corrientes de
esta líquida carretera entre montañas. Aunque la verdad era otra.
—¡Cómo le parece que ya ni se puede brinconiar en las mangas!
—¡Ole, muy cierto eso! Desde que llegaron aquellos hablantinosos y botaratas
nos han estado pordebajeando que porque les parecemos achilados, bizcornetos y desgualetados.
—Pero sabe qué primo, si esos noveleros siguen con esa recocha se van a dar
un totazo muy fuerte.
Es importante advertir que, entre toda esa antipática masa de hervidos, algunos sentían dolor en los ventrículos e hinchazón en las arterias al ver cómo los
aristócratas
–la mayoría de ellos procedentes de las repúblicas de Yarumal y Santa Rososlevantaban pequeños feudos debajo de medianos y ventilados toldos de costal
de fique, clavados todos con monumental arribismo en cada una de las riberas
del caliente afluente. Tal vez sea este el testimonio más claro y la razón más plausible por la cual levantó vuelo el tropel de animales que más hostigó el reino.
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El Guácharo
Si bien la fuerza del Padre impelía la existencia de cuanto ser habitaba las
montañas, tal vigor no fue impeditivo para precisar la división política del reino en cuatro grandes, accidentadas y embrionarias repúblicas, y un mar verde;
tampoco lo fue para evitar la perversidad, la alevosía y la perfidia en algunas
entrañas humanas. Justo ahí, donde se cuecen los más insondables deseos y las
más abigarradas ambiciones, comenzó a pensar y a efectuar numerosas confabulaciones que lo facultaron como el gerifalte del reino. El Guácharo, como se
hizo llamar en los momentos en que el procesamiento de la caña de azúcar en
panela representaba la actividad económica más lucrativa del territorio –e igualmente la más perseguida por su calidad de ilegítima-, se empoderó a sí mismo
la responsabilidad de librar la más inclemente conflagración que recuerden las
camadas antioqueñas: Los Guácharos y la Liga Panantioqueña. Los primeros
constituyeron la cohorte de El Guácharo y las fuerzas subversivas del reino; la
última se erigió como la probidad de los aristócratas y el resultado de las fuerzas
aliadas de las cuatro grandes repúblicas.
[…]
«De esta ralea, el término ‘guácharo’ se enconó en la jerga de la mayoría de los
labriegos, utilizándola para apuntar, comparar o abultar alguna adversa situación. Así, pasó de ser un vocablo utilizado entre los potenciales ornitólogos de la
región, a ser la invocación de lo perverso, lo vicioso, lo abominable, lo execrable.
[...] lo más destacable de esta palabra –incluso por encima del terror mismo que
suscitó- fue haber alcanzado, en poco tiempo, más popularidad que las campanadas de la catedral a las cinco de la mañana.»
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Elsa Piedad Tobón Ramírez
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II festival de literatura
“De viaje por nuestro
Territorio”
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