ERNESTO SABATO O LAS INQUIETUDES DEL MUNDO * La literatura de Sábato es, por excelencia, de investigación existencia!. Las preocupaciones del escritor no se encaminan al sondeo de ciertas psicologías para completar mapas geológicos de la conciencia del hombre con yacimientos de algunas zonas desconocidas. Tampoco en los maestros de la prosa psicológica ha constituido un objetivo en sí profundizar en el tiempo interior, en los estratps subliminares y en el registro de los movimientos espirituales subconscientes. Han rastreado la integración en sentido bergsoniano, en la duración, en la realidad sorprendida en su pulsación directa, inmediata, no desfigurada por la ansiedad de la geometría inmóvil del pensamiento racional, la transcripción no falseada de las reacciones del subconsciente, en bruto, a cuya cadencia todo ser rehace, en cierto sentido, la historia completa de la humanidad (Finnegan's Wake) y también lo banalmente cotidiano y lo heroico mítico se fusionan en idéntico temblor latente, informe (Ulysses), En esencia, es decir, los ejercicios de buzos en los abismos de la conciencia no se han fijado, en los mejores ejemplos de tal prosa, ia simple finalidad de registrar relieves extraños e inexplorados, sino descifrar el reflejo de la existencia, de la realidad, en ocasiones de la historia, en la conciencia individual. Pero estas indagaciones han partido siempre de la convicción que el sentido recóndito, fundamental, secreto de la existencia y de la realidad puede ser hallado tan sólo en la conciencia, cuyos estremecimientos caóticos componen la verdadera cadencia del vivir del hombre en el cosmos, la naturaleza real y básica de las relaciones humanas. La prosa de Sábato parte de bases totalmente diferentes, de otras vías más fecundas de la prosa actual. Esta búsqueda de nuevos fundamentos surge, principalmente, de la decepción provocada al verificar las pocas luces que la indagación psicológica le aportara para el esclarecimiento de verdaderos problemas existenciales. Una determinada modificación básica del ritmo de la existencia contempo* Fragmento deí libro Profüuri Hispano-Americane 202 Contetnporan ranea ha favorecido, incuestionablemente, la orientación de escritores acuciados por apresar el sentido y movimientos más profundos hacia otras modalidades distintas del análisis psicológico. Pues, como se ha señalado frecuentemente, la prosa psicológica ha sido, en medida muy acentuada, privilegio de ciertos períodos tranquilos de la historia y de determinadas categorías humanas, cuyas situaciones sociales permitían el ocio de la introspección minuciosa, de análisis infinitos. Las épocas de intenso dinamismo imponen una canalización de las reacciones íntimas del hombre en acción, en movimiento, y la expresión directa, .inmediata. La famosa lost generation norteamericana ha descubierto con suma naturalidad y para su provecho con desenvoltura esta verdad. N. Sarraute señalaba con razón que el fracaso del análisis psicológico se ha tornado evidencia en el momento de advertir que sus resultados, producto de tanto esfuerzo, se manifiesta en Hemingway, por ejemplo, «sin contorsiones y sin cortar un pelo en cuatro». El descubrimiento de la posibilidad de transformar la simple representación visible del comportamiento cotidiano en método revelador de la autenticidad humana, de las características profundamente individuales de algunos seres, de modificar las relaciones entre los hombres, podía constituir sin embargo un giro hacia fórmulas envejecidas, congeladas, en primer lugar hacia el croquis de tipo Maupassant o hacia el estudio naturalista. El peligro de esta apertura a! naturalismo se pronuncia con bastante claridad en algunos tics de Erskine Caldwell o Steinbeck. Lo que ha salvado, no obstante, al realismo, en el fondo fuertemente selectivo, de Hemingway y Faulkner de caer en naturalismo chato es la integración natural y convincente de las realidades analizadas en perspectiva mítica, el afianzamiento de ecuaciones mito-realidad abiertas de par en par a zonas de sugerencia poética. Tal correlación mítica del análisis realista, que en Hemingway se vierte mediante un permanente comentario sobrentendido que aflora de la eterna medida de los hombres con el ideal mítico de una virilidad ingenua, se amplía en Faulkner en una verdadera mitología de las realidades del Sur. Nace también una literatura que, bajo apariencias de realismo atento a construcción y detalles, concibe una nueva realidad de síntesis, donde se concentra violentamente todo el dramatismo y la absurdidad de la existencia, el juego cíe sombras de la fatalidad y su cinismo natural y frío, que configura una visión mítica de la existencia, de la situación del hombre en el mundo. La literatura de Ernesto Sábato se erige en zonas muy próximas al mundo mítico forjado por Faulkner como escenario del drama existencial que constituye la sustancia de su análisis. Esta cercanía está 203 subrayada en ambas obras, tanto por ciertas orientaciones fundamentales como por la atmósfera de las mismas. Pues la visión de Sábato se bosqueja en ámbito muy semejante, de dramatismo desgarrador, de pesimismo opresivo, de obsesión ante la fatalidad que ofusca las relaciones humanas y cercena sus ímpetus más nobles. Al mismo tiempo, como Faulkner, procura estructurar un análisis mítico de las realidades profundas de su patria, perfilando las coordenadas específicas de la existencia en determinada sociedad. Lo que distingue, con todo, la obra del escritor argentino es, por un lado, la síntesis fantástica cumplida entre el análisis realista de las relaciones humanas y su visión alucinada dei destino y la fatalidad ciega que la modela. La preocupación esencial de Sábato se encamina—como lo confiesa en una nota de su segunda novela— a la búsqueda del «misterio central de nuestra existencia». En la concepción del escritor argentino este misterio no puede ser advertido sino mediante el análisis espectral de las relaciones entre los hombres, ante todo de la relación de conciencias unidas por sentimientos plenos de dignidad o de pasiones pujantes, en cuyas atracciones y rechazos complicados se discierne algo de la urdimbre misteriosa—verdad y mentira—que constituye la vida. De aquí la indagación porfiada en largas cadenas de análisis de la superficie inmóvil, pero con profundas resonancias obsesivas de las expresiones, significados oscuros de un gesto o una palabra. Y la pasión por registrar el lento avance lleno de meandros tortuosos de las ataduras humanas, principalmente del amor, donde Sábato advierte el más notable campo de enfrentamiento de los seres con el destino. En su concepción el amor alcanza significación dramática, de una solemnidad como no ha tenido nunca sino en los pensadores neoplatónicos, y de singular posibilidad para redimir al hombre de las tinieblas de la soledad. Y el ser humano que asume por entero su destino ontológico está condenado a un tanteo sin término, ininterrumpido por las tinieblas frías de ía desesperanza, de la soledad. Sitiado por una opaca cerrazón a través de la cual seres y mundo se vislumbran apenas como borrosos desplazamientos de sombras, el pensador soporta la soledad bajo imperio fatal e implacable, desgarrado en ansias de comunicación, de tornarse inteligible a los demás, de tenderles puentes. Hay pocas páginas donde soledad y aislamiento del creador se manifiesten con tanta fuerza lírica y con. tan frías conclusiones como en los escritos de Sábato. Para desprender algunas propuestas fundamentales de su concepción sobre la situación ontológica del hombre, conviene remitirnos a una valiosa reflexión de Lucian Blaga donde se cimenta su ¡dea acerca del papel creador del hombre. En Blaga, el hombre como ser 204 consciente se escinde en dos horizontes básicamente distintos: el del mundo concreto, inmediato de la existencia cotidiana, su misión de autoconservar y perpetuar la especie, y el horizonte del misterio, en el que respira como ser creador de cultura, ávido de conocimiento y ávido por destramar el velo de lo desconocido que lo circunda y donde su existencia «tiene el perfil de permanente tensión con un desenlace repetido más y más» (Arte y valor). Para Sábato, el horizonte del misterio absorbe con intensidad implacable a quienes habitan preferentemente en su luz y produce una trágica dicotomía en el seno de la especie, condenando a irremisible soledad a los predestinados a un papel creador. Así lo manifiesta el pintor Juan Pablo Castel en la primera de sus novelas: el hombre predestinado a existir en el horizonte del misterio es aspirado por un túnel sombrío y solitario donde transcurren sus días esperando la llegada de un instante en que este túnel se una al otro para truncar la soledad y, por lo menos, avecinarse al nuevo, a través de cuyas paredes translúcidas se distingue «otra figura silenciosa e inalcanzable». Mientras tanto, más allá de los túneles solitarios se extiende «el mundo anchuroso, sin límites, de aquellos que no viven en los túneles», «la vida agitada que llevan los hombres que están fuera, vida curiosa y absurda con bailes, fiestas, alegrías y frivolidades». A esta situación existencial se sobrepone una dramática dualidad de la conciencia: «Cuántas veces esta maldita división de mi conciencia no ha sido culpada de hechos atroces —confiesa Castel—. Mientras una parte me empuja a portarme debidamente con los hombres, la otra denuncia fraude, hipocresía y falsa generosidad; mientras una me obliga a insultar a un ser humano, la otra comparte el dolor con él y me acusa a mí mismo de cuanto señalo en los demás; mientras una me permite advertir la hermosura del mundo, la otra me señala su imperfección y lo ridículo de todo sentimiento de felicidad.» Del drama ontológico del hombre capaz de pensar la existencia surge la trágica falta de comunicación entre los hombres, la ausencia de un denominador común al examinar la realidad y el dramático derrumbe bajo el peso de la sospecha y de la duda convertidos en únicos instrumentos para la verificación de las relaciones humanas —como en el caso del pintor Castel, de El túnel—o la caída en el culto al mal como arte que rige las relaciones interhumanas y la caída al infierno monstruoso de la alucinación en el capítulo «Informe sobre ciegos» en Sobre héroes y tumbas, que abarca la experiencia demencia! consignada por Fernando Vidal Olmos mientras busca «el misterio central de la existencia en el horror y la degradación». 205 Si ia obra de Sábato se detuviera en la encamación de tales conceptos amargos sobre la existencia, ei hombre y sus relaciones, gravitaría sin ningún interés particular en la órbita de la literatura existencialista con matices de pesimismo que ha conocido cierta demanda en los años grises de la posguerra para caer luego en desuso. Con este material empañado de amargura, el arte de Ernesto Sábato construye, sin embargo, un cosmos coherente, traspasado por la alternancia de luz y tinieblas en la lucha entre pureza y daño, entre el bien y el mal, entre construcción racional e informe. En este cosmos penetrado de sentido Sábato proyecta todas las inquietudes y decepciones de una época profundamente agitada de la historia, ia compleja y vasta realización llena de contradicciones y de graves problemas de la sociedad argentina de hoy vista en su más complicado tramo, la vida babilónica de la gigantesca metrópoli, Buenos Aires. La ambición desmesurada del autor consiste en hacer el balance de la situación actual de! hombre atrapado en el engranaje tremendo de una ciudad saturada ' de dinamismo y conflictos económicos, sociales y humanos, y paralelamente una síntesis del destino de la Argentina, confrontando el presente con un momento dramático de la historia del país: la derrota de la Legión de Lavalle por las tropas del dictador Rosas, de la mezquindad y cobardía farisaica con la hombría para desafiar el destino. La inmensidad de este objetivo le ha surgido claramente al autor, quien dio voz a la conciencia de las dificultades en una página memorable de Sobre héroes y tumbas: Todo era tan frágil, tan transitorio—pensaba Bruno—. Escribir al menos para eso, para eternizar algo pasajero. Un amor acaso. Alejandra, pensó. Y también Georgina. Pero ¿qué, de todo aquello? ¿Cómo? Qué arduo era todo, qué vidriosamente desesperado. Además, no únicamente se trataba de eternizar, sino de indagar, de escarbar el corazón humano, de examinar los repliegues más ocultos de nuestra condición. Nada y todo, casi dijo en alta voz, con aquella costumbre que tenía de hablar inesperadamente en voz alta, mientras se reacomodaba sobre el murallón. Miraba hacia el cielo tormentoso y oía el rítmico golpeteo del río lateral que no corre en ninguna dirección (como los otros ríos del mundo), el río que se extiende casi inmóvil sobre cien kilómetros de ancho, como un apacible lago, y en los días de tempestuosa sudestada como un embravecido mar. Pero en ese momento, en aquel caluroso día de verano, en aquel húmedo y pesado atardecer, con la transparente bruma de Buenos Aires velando la silueta de los rascacielos contra los grandes nubarrones tormentosos del Oeste, apenas rozado por una brisa distraída, su piel se estre206 mecía apenas como por el recuerdo apagado de sus grandes tempestades; esas grandes tempestades que seguramente sueñan los mares cuando dormitan, tempestades apenas fantasmales e incorpóreas, sueños de tempestades que sólo alcanzan a estremecer la superficie de sus aguas como se estremecen y gruñen casi imperceptiblemente los grandes mastines dormidos que suenan con cacerías o peleas. Nada y todo. Se inclinó hacia la ciudad y volvió a contemplar la silueta de los rascacielos. Seis millones de hombres, pensó. De pronto todo le parecía imposible. E inútil. Nunca, se dijo. Nunca. La verdad, se decía, sonriendo con ironía. LA verdad. Bueno, digamos: UNA verdad, pero ¿no era una verdad la verdad? ¿No se alcanzaba «la» verdad profundizando en un solo corazón? ¿No eran al fin idénticos todos los corazones? Un solo corazón, se decía. Un muchacho besaba a una chica. Pasó un vendedor de helados en bicicleta: lo chistó. Y mientras comía el helado, sentado sobre el paredón, volvía a mirar el monstruo, millones de hombres, de mujeres, de chicos, de obreros, empleados, de rentistas. ¿Cómo hablar de todos? ¿Cómo representar aquella realidad innumerable en cien páginas, en mil, en un millón de páginas? Pero—pensaba—la obra de arte es un intento, acaso descabellado, de dar la infinita realidad entre los límites de un cuadro o de un libro. Una elección. Pero esa elección resulta así infinitamente difícil y, en general, catastrófica. La construcción artística destinada a cumplir este sueño audaz de «tomar el humo con las manos», desarrollada con extrema lucidez, un sentido excepcional de las proporciones y una singular intuición del detalle representativo, capaz de insuflar vida a un conjunto de hechos o situaciones donde los pormenores se acumulan en profusos vuelcos de tempestad, forjando paso a paso un universo alucinante de magnífica coherencia. Y donde todo se engarza con la frialdad exacta e inexorable de una demostración matemática. Los cuatro capítulos de la novela («El dragón y la princesa», «Los rostros invisibles», «Informe sobre ciegos» y «Un dios desconocido») son los tiempos de una espaciosa respiración musical. El primero, enfundado en tonalidad sombría de encuentros con la soledad angustiada de la gran ciudad. El segundo, construido por disonancias violentas como el enfrentamiento de los destinos y el grito herido de la ingenuidad desgarrada por lo absurdo de la existencia y por el surgimiento de sus regiones infernales. El tercero, marcando la victoria demencial de la 207 pesadilla y de lo deforme, de las fuerzas infernales, monstruosas, sobre el orden racional. Y el cuarto, urdido por la tentativa humana de comprender y explicarse lo terrible y poderlo detener. Esta construcción difícil, forjada con arte lúcido, ordenada, que siempre enfrenta al plano de conjunto, pero que se ahonda con pasión sensual en el modelado de !a encarnación rica en detalles, se alza incontenible desde el fárrago turbador del sondeo a la existencia, en el ángulo lúcido e implacable de la meditación filosófica, configurando incuestionablemente una de las grandes obras novelísticas de nuestro tiempo. FRANCISCO PACURARIU Editura Pentrit Literatura Universala BUCAREST, 1968 208