El Proceso Psicoanalítico en la Adolescencia

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Fepal - XXIV Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis - Montevideo, Uruguay
“Permanencias y cambios en la experiencia psicoanalítica" – Setiembre 2002
El Proceso Psicoanalítico en la Adolescencia
Metapsicología y clínica
Dr. Luis Kancyper*
1) Introducción:
No resulta cierto el apotegma: “simplex sigillum veri”. La simplicidad es el sello de la
verdad.
La adolescencia requiere una explicación de un nivel teórico-clínico de mayor
complejidad.
En ella se contraponen múltiples juegos de fuerzas dentro de un campo dinámico: los
movimientos paradojales del narcisismo en las dimensiones intrasubjetiva e
intersubjetiva y las relaciones de dominio entre padres e hijos y entre hermanos.
Lo que caracteriza a la adolescencia es el encuentro del objeto genital exogámico, la
elección vocacional más allá de los mandatos parentales y la recomposición de los
vínculos sociales y económicos. Y lo que la particulariza metapsicológicamente a este
período, es que representa la etapa de la resignificación retroactiva por excelencia.
La instrumentación del concepto del a-posteriori posibilita efectuar fecundas
consideraciones clínicas.
En este sentido, el período de la adolescencia sería a la vez un punto de llegada y un
punto de partida fundamentales.
Es a partir de la adolescencia como punto de llegada, que podemos colegir
retroactivamente las inscripciones y traumas que en un tiempo anterior permanecieron
acallados en forma caótica y latente y adquieren, recién en este período, significación y
efectos patógenos.
Por eso sostengo que “aquello que se silencia en la infancia suele manifestarse a gritos
durante la adolescencia”. (21)
Y como punto de partida, es el tiempo que posibilita la apertura hacia nuevas
significaciones y logros a conquistar, dando origen a imprevisibles adquisiciones.
En esta fase se resignifican por un lado las situaciones de traumas anteriores, y por el
otro, se desata un recambio estructural en todas las instancias del aparato anímico del
*Dirección: Güemes 2963 Piso 10. Buenos Aires. CP (1425). Argentina. E-mail: kancyper@sinectis.com.ar
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el reordenamiento identificatorio en el yo, en el superyó, en el ideal del yo y en el yo
ideal y la elaboración de intensas angustias que necesariamente deberá tramitar el
adolescente y también sus padres y hermanos para posibilitar el despliegue de un
proceso fundamental para acceder a la plasmación de la identidad: la confrontación
generacional y fraterna.(21) Esta requiere, como precondición, la admisión de la
alteridad, de la mismidad y de la semejanza tanto en los progenitores, como en el hijo y
entre los hermanos. Para lo cual, cada uno de estos integrantes requiere atravesar por
ineluctables y variados duelos en las dimensiones narcisista, edípica y fraterna.
Estos recambios de objeto, originan elevadas tensiones caóticas y displacenteras por la
simultánea resignificación de la historia infantil en el adolescente y de los capítulos
congelados y reanimados del pasado infantil y adolescente en sus hermanos y
progenitores.
En este trabajo desarrollaré los siguientes temas:
a) El proceso psicoanalítico. Metapsicología y clínica.
b) Las autoimágenes narcisistas.
c) Los complejos de Edipo y fraterno.
d) El hijo-progenitor y el hermano-progenitor.
e) El reordenamiento identificatorio y la confrontación generacional.
Estos temas serán ilustrados a través de un caso clínico.
2. El proceso analítico. Metapsicología y clínica
Dentro del vasto abanico que este tema convoca, me centraré específicamente en uno.
Aquel relacionado con los indicadores clínicos y los fundamentos metapsicológicos que
orientan acerca de la existencia de un proceso o de un no proceso en el psicoanálisis con
adolescentes.
El resorte del proceso analítico se define como una repetición transferencial, cuya
interpretación permite una rememoración de lo reprimido y escindido y su eventual
elaboración.
El proceso analítico presenta una alternancia de momentos de proceso y de no proceso,
como trabajo de recuperación de obstáculos que determina su fracaso o su éxito.
El no proceso analítico es cuando el proceso tropieza o se detiene, siendo sus
manifestaciones más complejas a descubrir por la aparición de los indicadores positivos
utilizados para disimular la existencia de un proceso que, en realidad, se disfraza de
movimiento, pero permanece estereotipado.
El proceso analítico apunta a un cambio estructural del adolescente, a la
reestructuración de la personalidad por medio de la elaboración.
La elaboración, representa lo esencial del proceso analítico. Confiere al tratamiento
psicoanalítico su sello distintivo.
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Si bien el método psicoanalítico reconoce como objeto fundamental “el hacer
consciente lo inconsciente”, éste, en realidad, es el punto de partida. No confundir este
comienzo con el análisis todo. El resorte y el paso más importante del proceso de
análisis lo marca la durcharbeiten, el trabajo de elaboración. Freud lo considera como el
principal factor de la eficacia terapéutica. (Recordar, repetir y elaborar.1914)
Laplanche y Pontalis definen a la elaboración como: "proceso en virtud del cual el
analizante integra una interpretación y supera las resistencias que ésta suscita. Se trata
de una especie de trabajo psíquico que permite al sujeto aceptar ciertos elementos y
librarse del dominio de la insistencia de los mecanismos repetitivos".(25)
La necesidad de la reelaboración se basa en poder vencer la fuerza de la compulsión a la
repetición, la atracción que ejercen los prototipos inconscientes sobre el proceso
pulsional reprimido. Se interrogan si parte de la elaboración la cumple también el
analista para ayudar a adquirir el insight en forma más duradera.
Porque todos sabemos que un insight aislado no hace verano. (5) Se requiere del trabajo
silencioso y prolongado de la elaboración.
Esta pregunta nos enfrenta a una confrontación de los diferentes esquemas referenciales
teóricos, que originan profundas distinciones entre los analistas; cómo enfoca cada
analista la situación analítica en la adolescencia y los roles del analizante, de sus padres
y del analista en la misma, y al interjuego que se establece entre las realidades externa y
psíquica y dentro de esta última, cómo entiende la dialéctica entre lo intrasubjetivo y la
intersubjetividad.
Algunos analistas privilegian exclusivamente la dimensión intersubjetiva sobre la
intrasubjetiva, haciendo tabla rasa con un postulado freudiano fundamental: aquel que
formula que el síntoma es un producto transaccional, efecto del conflicto entre los
sistemas psíquicos; conflicto definido por la represión y en última instancia, por el
carácter de las representaciones sexuales que operan atacando constantemente al sujeto
bajo el modo de compulsión a la repetición, es decir, de la pulsión de muerte. Mientras
que otros, enfatizan en exceso los influjos de la realidad externa, pudiendo llegar a la
disolución del carácter intrasubjetivo del conflicto psíquico que da lugar al síntoma.
2.1)Indicadores Clínicos y fundamentos metapsicológicos
Según Freud, los indicadores que informan acerca de la existencia o no de un proceso
analítico se revela por el vencimiento de la amnesia infantil, la recuperación de los
recuerdos reprimidos y escindidos y el análisis sistemático de las resistencias. Y
además, no olvidemos, que el sentido de la historia, constituye un indicador esencial de
lo que hay que develar en psicoanálisis.
El concepto de campo analítico acuñado por Willy y Madé Baranger (2) aporta valiosos
indicadores clínicos para la evaluación de la existencia o no de un proceso. Señalan
que: “la fluidez de un discurso no bastaría si no se acompaña de la presencia de una
circulación afectiva dentro del campo.”
La vivencia pura no cura. Sólo la convergencia de ambos indicadores (variación del
relato y circulación afectiva) nos informa cabalmente sobre la existencia del proceso,
para lo cual el analista requiere escuchar al analizante con su mente y con sus afectos. (3)
La dialéctica entre producción y resolución de la angustia y las transformaciones
cualitativas de ésta jalonan el proceso.
El indicador más valioso son los momentos de insight, pero todavía queda por
diferenciar el insight verdadero y el seudoinsight destinado por el sujeto a autoengañarse y engañarnos acerca de su progreso.
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El insight verdadero se acompaña de una nueva apertura de la temporalidad. La
temporalidad circular de la neurosis se abre hacia el porvenir.
La clínica y la metapsicología son interdependientes.
Los intentos de simplificación se pagan con una severa limitación en el alcance
explicativo de la vasta complejidad de los procesos anímicos y la adolescencia nos
invita a la búsqueda y reformulación de la metapsicología a partir de los interrogantes
que nos formula nuestro quehacer analítico.
A continuación, expondré cuáles son, en mi esquema referencial, teórico, los cuatro ejes
metapsicológicos más salientes que me orientan en la detección de la existencia de un
proceso o de un no proceso en el psicoanálisis con adolescentes. Estas guías
metapsicológicas, apuntan a revisar si han sido suficientemente elaborados los
siguientes temas:
a) Las autoimágenes narcisistas.
b) Los complejos materno, paterno y fraterno.
c) El reordenamiento de las identificaciones.
d) La confrontación generacional.
a) Las autoimágenes narcisistas
Las autoimágenes narcisistas son soportes figurativos que representan al “sentimiento
de sí”, al sentimiento de la propia dignidad (Selbstgefühl). Operan como los puntos de
partida desde los cuales el adolescente se relaciona consigo mismo, con el otro y con la
realidad externa. Intervienen como los referentes constantes que de un modo continuo
participan mediante el a posteriori, en la estructuración y desestructuración de su
singularidad.
Estas imágenes persisten e insisten de una manera autónoma a la voluntad, no cesan de
funcionar, quedando el adolescente paradójicamente girando alrededor de sus propias
autoimágenes como dando vuelta atado a una noria, pues las autoimágenes narcisistas
son: desconocidas, fundamentales y singulares para cada sujeto. Desconocidas, por estar
constituidas por una multiplicidad de procesos inconscientes que permanecen vigentes,
desconociendo por lo tanto su valor dinámico. Fundamentales, por ser estructurantes del
aparato psíquico. Singulares, porque se resume en ellas la historia psicoanalítica que
particulariza a cada sujeto. Este asimila las autoimágenes y se transforma total o
parcialmente sobre el modelo de las mismas. Es decir, se identifica: él es tales
imágenes.
Las autoimágenes narcisistas son representaciones- encrucijadas que satisfacen al yo la
necesidad de encontrar y organizar una figurabilidad de convergencia- coherencia.
En el año 1909 Freud emplea el término imagen viva de si mismo extraído del Fausto de
Goethe, parte I, escena 5: ”El ve en la hinchada rata claro está, la viva imagen de si
mismo”. Y describe entonces al “Hombre de las ratas” quien “frecuentemente había
sentido compasión de esas pobres ratas. El mismo era un tipejo así de asqueroso y
roñoso, que en la ira podía morder a los demás y ser por eso azotado terriblemente. Real
y efectivamente podía hallar en la rata la viva imagen de si mismo”.
Considero que en todo proceso analítico se requieren poner en evidencia y elaborar las
autoimágenes narcisistas que particularizan a cada analizante y a sus fluctuaciones.
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Revelar los procesos inconscientes que han intervenido en la constitución de las mismas
y el núcleo de verdad histórica, en singular o en plural, en torno de los cuales se han
construído.
El quehacer analítico requiere desmontar las autoimágenes narcisistas y la polisemia
ligada a ellas y revelar las creencias psíquicas que subyacen a las mismas. Condiciones
esenciales de nuestra tarea analítica para que el analizante al desactivarlas, acceda a
reestructurar su biografía, para transformarla en su propia historia y por ende ser, en
gran medida, autor suficientemente responsable y no espectador pasivo e inerme víctima
de un inmutable destino. (15)
Adrián, veía en el "burrito carguero" la viva imagen de sí mismo. Esta era una de sus
autoimágenes narcisistas mas privilegiadas, en la que convergían una multiplicidad de
procesos inconscientes que develaban y sostenían a la vez su Selbstgefühl, su
sentimiento de autovaloración y de dignidad que satisfacía sus mociones narcisistas y
masoquistas. El era el que soportaba estoicamente el sobrepeso de los mandatos
parentales y obligaciones fraternales, para redimir las angustias y culpas del medio
familiar. El Hacedor martirizado.
Las autoimágenes narcisistas son de compleja edificación y de aclaración difícil.
Adrián me había consultado a partir de la reiterada insistencia de su madre, a los 18
años, por el recrudecimiento de los accesos asmáticos que ya no remitían a los
tratamientos médicos. Además estaba desorientado en su elección vocacional, cursaba
en aquél entonces el último año de sus estudios secundarios y por la ingobernable
violencia familiar que, según la versión de ambos padres, se presentaba en forma
progresiva por la escalada agresiva que se presentaba entre Adrián y Flavia, su hermana
mayor en tres años. Alejandra, que tenía 12 años, no participaba aparentemente de la
vida familiar, "se hacía a un lado"(10), inhibiendo de un modo elocuente su crecimiento.
El padre de 50 y la madre de 48 años eran profesionales exitosos y exigentes consigo
mismos.
Atareados por las demandas económicas y por elevadas aspiraciones intelectuales, no
podían gobernar la violencia familiar que se originaba, en la mayoría de las ocasiones, a
partir de la conducta provocativa, desestructurada y desestructurante de la hija mayor.
Faltaba una función parental vertebrante, para sostener y regular los desbordes de
angustia y los pasajes al acto que solían precipitarse y de un modo súbito en los
progenitores y entre los hermanos.
El conflicto fraterno tuvo efectos muy relevantes en la historia del "burrito carguero".
La presencia de una hija y hermana perturbada alteró profundamente la vida anímica de
todos los integrantes, ocupando y anegando la economía libidinal de los espacios
mentales parentales y como consecuencia, alterando la estructuración psíquica de
Adrián y Alejandra.
El desafío tanático fraterno había sido uno de los ejes temáticos más repetitivos y
conflictivos a lo largo de todas las fases de este proceso analítico.
Este caso reafirma, que el complejo fraterno no es un mero derivado del complejo de
Edipo, ni tampoco un simple desplazamiento de las figuras parentales sobre los
hermanos. Presenta su propia envergadura estructural. Representa una "vía regia" para
acceder a la elucidación y procesamiento de las conflictivas edípica y narcisista con las
que además se articula.
Así como cada sujeto posee una estructura edípica singular-particular caso mixto de la
combinación de la forma llamada del Edipo positivo y negativo- configura también un
irrepetible complejo fraterno, con sus componentes destructivos y constructivos.
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La psicodinámica de la fratría se hizo presente desde las primeras sesiones. Su trabajo
de elaboración se extendió a lo largo de todas las fases del proceso analítico, eclipsando
el centro de la atención de Adrián.
a2)Los Carteles
Yo les tengo bronca a mis padres. Le consienten todo a Flavia y ella todo el tiempo
exige cosas. Yo me pago todas mis cosas. Mi hermana se la pasa todo el tiempo
jodiendo, exigiendo y pidiendo.
Mi vieja toma una actitud tan pelotuda. No la enfrenta. Jamás le dice nada. O sino se
pelea a muerte con ella, pero después le termina comprando de todo.
Yo veo una injusticia con ellos mismos. Cuando a veces le plantean algo que Flavia no
acepta, puede terminar la discusión en trompadas. Creo que muchas veces no le
plantean las cosas para no pelearse y entonces es siempre lo mismo. Termina
obteniendo lo que quiere y después yo me lleno de bronca con ella y ellos. Siento que
mis viejos no pueden decirle: no. Yo trato de tomar parte, pero es muy poco.
Con mi hermana guardo un conjunto de sentimientos que no se los puedo expresar. Es
algo especial. No me desahogo.
Le interpreto hasta en qué medida él, a semejanza de aquello que critica a sus padres,
termina finalmente ahogando sus sentimientos y pensamientos y se somete también a
los vaivenes de los caprichos de su hermana postergando lo propio.
Tengo un sentimiento de impotencia con todos. Como cuando vos ves que en el
gobierno se tranza y se tranza, se coimea y se afana. Siento que a los viejos cada vez
que les digo algo, es como si no les hubiera dicho nada y mi hermana es imposible.
Cuando tenés una hermana famosa, que ocupa mucho espacio, te agarra envidia. Pero
cuando tenés una como la mía, que crea una situación tóxica, te da ganas que
desaparezca, o que se vaya lejos. Me da también un poco de lástima por ella, porque
está perdiendo todo. Ya no estudia, no puede formar una pareja, No toca mas música,
qué se yo, anda con esa locura de la indiferencia.
Cuando estamos bien, compartimos un montón de cosas. Así oscilo con ella, en la lucha
entre la pasión y el odio. Yo siento que la quiero, pero es tóxica ¿me entendés?. Es
como un hisopo radiactivo que emana radioactividad y todo lo contamina ¿qué querés
que te diga?. Me siento impotente con ella y con mis viejos.
Le señalo que tal vez, su estado de impotencia guarde cierta relación con etapas
anteriores compartidas con su hermana, cuando ambos eran chicos y en donde la
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diferencia de tres años de edad marcaba entonces una diferencia muy grande de poderes
y derechos.
De chico mi hermana me pegaba mucho. Mis padres a veces intervenían y a veces no.
Yo nunca me quedé de brazos cruzados cuando me pegaba. Pero ella era más grande y
me mandoneaba. Me acuerdo que yo tenía que correr a la mañana para ir al colegio
muy temprano porque a ella se le antojaba llegar la primera. En cuarto grado me
enteré que entraban a clase a las 8 y 20 y ella me decía que era a las 8 y si no salíamos
bien temprano me hacía un escándalo, que por mi culpa, iba a llegar tarde y yo salía
poniéndome el guardapolvo con miedo y corriendo por la calle. Mi hermana me
sometía. Me castigaba. Ella era muy grande, pero ahora no la veo más grande, sino
como un centro habilidoso de dominio. Da y quita hábilmente para tener todo
controlado. Todavía ella maneja la cancha en algunas situaciones.
Ahora la situación es completamente distinta que antes. Ya puedo abrirme más de su
dominio, es un arte que lo estoy aprendiendo de a poco; pero siento que voy a poder. Le
estoy tomando mas la mano a su forma de ejercer el dominio sobre los demás.(Pausa).
Flavia se ha colgado el cartel que a ella no se le puede pedir nada. Ella se lo ha
ganado cagándose en todo el mundo.
Y yo tengo el cartel del "che pibe", del "burrito carguero"que todo lo puede solucionar
y cargar.
Y mi hermana Alejandra es otra intocable, no se puede contar con ella para nada. Se
puso el cartel que dice: "chiquita y boba" y no es ni chiquita ni boba. Y mis viejos les
ponen luces a los carteles. Cambia el tono de voz y con una mezcla de resignación y
congoja dice: me parece que mis viejos no van a cambiar la situación de mis hermanas,
pero yo sí. Me siento en medio de un remolino y la única solución es salir del remolino,
porque si no, me voy a ir al fondo.
En esta sesión se pone de relieve la especificidad y articulación del complejo fraterno
con las dinámicas narcisista y edípica. Sus influjos se ejercían incluso en la
estructuración de la hiperseveridad de su superyó y en la determinación de la elección
vocacional. El leit motiv de sus pensamientos era no ser como Flavia, oponiéndose
reactivamente a ella, en lugar de buscar activamente un proyecto desiderativo propio.
Como mi hermana no quiero ser. Repetía en varias sesiones. Antes yo actuaba muy en
oposición a lo que era Flavia. Me acuerdo de hasta conscientemente plantearme hacer
algo completamente distinto a lo que ella hacía. Lo peor que me podía hacer mi viejo
era decirme: sos igual a tu hermana. Otra variante de lo mismo era cuando me
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mezclaba con ella Yo creo que mi padre se equivocó al mezclarnos a mi hermana y a
mí. Creo que era un mal recurso para buscarle la vuelta a su relación con mi hermana
Mi hermana se la pasa pidiéndole guita y no le reconoce nada; ¡es tan jodido lo que
hace que a mí me da bronca! Si yo fuese mi viejo la golpearía. Mi viejo no sabe qué
hacer. Si no le da guita, dice que se va de la casa. Si le da, le cuestiona porque recién
ahora le da. Entonces mi viejo hace este planteo: no hay guita para nadie; hay una
economía de guerra para todos. Creo que allí hay una deuda con nosotros. No porque
nos deba algo, sino porque merecemos el reconocimiento de la diferencia. Alejandra
sufre la misma circunstancia que yo. Esto me despierta mucha bronca, mucho rencor
con mis viejos. Yo entiendo, pero está mal. Sé que es una postura difícil la de ellos
porque se han propuesto todo el tiempo resolverlo. Tratan de llevar mejor su relación y
hay momentos que se tranquiliza. Pero ante cualquier situación se dispara y se va al
mundo. Está en el culo del mundo, llama por teléfono que se está muriendo de hambre y
mis viejos van donde ella está, le mandan la tarjeta de crédito y encima ella dice que es
la expulsada de la familia. Genera sentimientos de mierda y usufructúa de la situación.
Ella se lanza a filosofar que es como un anexo de la familia. Pero es ella la que tiene un
funcionamiento totalmente aparte. Viene, entra, sale. Es como un parásito, con la
diferencia de que encima pide plata. Ya hace años que lucho para sacármela de
encima, pero todavía no me la saqué del todo. Siempre me cargo con un sentimiento de
culpa por todos.
En el tercer año del proceso analítico, los padres me anuncian que, independientemente
del tratamiento individual de Adrián, han decidido comenzar una terapia familiar
porque la situación era ya insostenible.
Acuerdo con la propuesta, pero Adrián se resiste a participar al principio.
Yo creo que mis padres piden esta terapia porque es una manera de globalizar el
problema para no ver que hay problemas puntuales. Probablemente su problema nos
afecta a todos pero le pertenece a ella.
Ella es muy intrusiva, sobre todo es super-hinchapelota, se mete en todo, ¡qué carajo le
importa lo que hago!. Yo soy como mi viejo, muy impulsivo. Cuando me enojo me
pongo muy violento. Mi hermana es muy sutil para sacarme de quicio. Me exaspera,
me violenta y después el violento parezco yo.
A los pocos meses de iniciada la terapia familiar, Adrián decide, independientemente de
Alejandra, no concurrir más a las sesiones y me relata cómo había enfrentado a Flavia y
a sus padres ante la presencia del analista.
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Y entonces le dije a Flavia: yo no quiero que te metas más en el medio, no me mezcles.
Vos te seguís borrando de los problemas y vivís comparándote conmigo.
A mí, el viejo me presta el coche porque sabe que yo se lo cuido y que puede confiar en
mí. Pero vos lo dejás tirado en cualquier lugar, ya se lo chocaste dos veces y no te
hacés cargo de las responsabilidades. Entonces venís a casa y empezás a hacer
escándalos: que es injusto, que a mi me dan el coche y a vos no y me empezás a mezclar
con vos y el viejo finalmente tampoco me lo presta a mí. Entonces le dije: mirá Flavia;
si querés tener tus cosas pelealas desde vos. Pelealas para vos y hacete cargo de lo
tuyo pero no me metas en el medio. Mi relación con el viejo es problema mío. Si querés
llegar a un acuerdo con él solucionalo vos. Por favor nunca mas me incluyas en una
conversación de ese tipo. Por favor no me jodas más. Después me despaché con mis
viejo y les dije: ustedes me cargan con las responsabilidad de proteger a Flavia y a
Alejandra. Y me siento una mala persona cuando no quiero asumir esas obligaciones.
El embrollo con todo esto, me saca de foco. Yo no quiero seguir siendo el encargado de
ellas. Ellas no se hacen cargo de lo que les corresponde. Se siguen lavando las manos y
finalmente me siento yo una basura, una bosta. Yo aquí no vengo más.
La oposición de Adrián a continuar con la terapia familiar (Alejandra siguió asistiendo
dos años más) despertó ofensas y resistencias en el padre principalmente, comenzando a
atrasar el pago del tratamiento, en el preciso momento fecundo de su proceso analítico
individual, en el que iniciaba a desidentificarse de la misión redentora del infans de
sobrellevar sobre sus espaldas culpas y responsabilidades de otros que no le concernían.
Desidentificación que posibilita liberar y "matar "a ese niño marmóreo que garantiza la
inmortalidad propia y la de los otros, para acceder así, a la desidentificación de
identificaciones alienantes.
La "muerte"de la inmortalidad condiciona el nacimiento del yo. Leclaire, al aludir a este
asesinato dice que:
“...es necesario e imposible de aquel niño maravilloso o terrorífico que hemos sido en
los sueños de los que nos han hecho nacer o visto nacer. Para vivir debe matar la
representación tanática del infans en mí, a fin de que otra lógica aparezca, regida por la
imposibilidad de efectuar ese asesinato de una vez por todas y la necesidad de
perpetuarlo en toda oportunidad en la que se hable verdaderamente, en todo instante, en
el que se comienza a amar.” (26)
La muerte del infans reanima sentimientos de desvalimiento y ominosidad por la
pérdida de la fantasía que reasegura la ilusión de alcanzar, a través de la fusión, el amor
de eternidad inmutable.
En efecto, la desidentificación del infans pone a prueba la estabilidad de los sistemas
narcisistas en los planos intrasubjetivo o intersubjetivo. Esto ocurre porque la amenaza
del desenganche, implícito en el proceso de desidentificación en ambos sistemas; no
sólo reactiva en los padres y en el hijo adolescente los duelos del paso del tiempo ante la
pérdida del nene que crece y de los padres que envejecen (temporalidad lineal), sino
que, al mismo tiempo y fundamentalmente, se resignifica en forma retroactiva la
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asunción de las propias incompletudes que evitaban asumir debido al hijo obturador
siempre presente y/o a los padres protectores e inmortales.
b)Los complejos materno, paterno y fraterno
Otra de las funciones básicas del proceso analítico es hacer consciente lo inconsciente y
fomentar el trabajo elaborativo de los complejos materno, paterno y fraterno en el
puzzle mental de cada analizante. De qué modo se presentan, se articulan y recubren
entre sí, destacándose el valor estructurante y permanente de los mismos.
Un hombre –escribió Freud a Ferenczi- "no debe luchar para eliminar sus complejos,
sino para reconciliarse con ellos, son legítimamente los que dirigen su conducta en el
mundo” y el proceso analítico requiere poner el acento, lo más detallada y
exhaustivamente posible en la interpretación, construcción y elaboración de las distintas
posiciones adoptadas por el adolescente en la asunción y resolución de estas estructuras
fundantes de la subjetividad
b1)Hijo progenitor-hermano progenitor
Porque estamos muy próximos, y el niño
Es el progenitor de quien lo ha tomado
En sus manos de adulto una mañana y lo ha alzado
En el consentimiento de la luz
Ives Bonnefoy
Comienzo y fin de la nieve (4)
“El proceso de identificación congela el psiquismo en un "para siempre"característico
del inconsciente que se califica de atemporal.
El proceso de desidentificación libera el "para siempre "de una historia que aliena al
sujeto de la regulación narcisista. Constituye así la condición que posibilita liberar el
deseo y construir el futuro.” (6)
Durante la desidentificación, se produce la defusión de la pulsión de muerte, pues se
disuelven –desestructuración implícita y transitoria en toda elaboración del proceso
desidentificatorio - los lazos afectivos con determinados objetos, para posibilitar su
pasaje hacia otros objetos, lo cual reabre el acceso a la configuración de nuevas
identificaciones, en una reestructurada dimensión afectiva, espacial y temporal. (11)
La desidentificación puede vivenciarse en todas las etapas de la vida pero de manera
más patética durante el período de la adolescencia, como un desgarramiento de aquella
persona que fue una parte del sí-mismo propio. Este proceso lleva consigo la amenaza
para el sentimiento de sí, tanto del hijo como de los padres, de perder el sostén que
conserva la regulación de la estructura narcisista. Este sostén se nutre a partir de la
imagen de padres salvadores y sobrevalorados que tiene el hijo y de la imagen de hijo
idealizado y mesiánico que tienen los padres. Ambas partes se retienen mediante un
envolvente y constante suministro de ofrecimientos y amenazas verbales, materiales y
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afectivas, en una prolongada seudoindividuación de negociaciones narcisistas con
temporalidad ambigua.
Este ideal de omnipotencia, que bascula entre el hijo adolescente y sus padres, pone en
escena las técnicas de desenganche y de reenganche entre acreedores y deudores, en su
movimiento pendular condicionado a las tendencias de la agresividad.
Mientras que la agresividad al servicio de Eros tiende a la discriminación del otro la
agresividad al servicio de Tánatos promueve la indiscriminación ominosa con el otro, y
borra las fronteras entre el yo y el no-yo, entre la realidad psíquica y la realidad
material.
La pulsión de muerte, liberada durante el proceso de desidentificación puede sufrir dos
destinos: el primero, sería ligarse a nuevas identificaciones, el segundo permanece libre
y se distribuye para que una parte sea asumida por el superyó acrecentando su severidad
y se vuelva así contra el yo, o bien una parte de ella ejercite su actividad muda y
ominosa como pulsión libre en el yo y el ello.
Tanto las partes ligadas como las no ligadas de la pulsión de muerte se manifiestan en
sentimientos de culpa y de necesidad inconsciente de castigo, acompañados de un halo
inquietante de sentimientos de pánico, horror, incertidumbre, inermidad, orfandad, vacío
y muerte, que corresponden precisamente a lo Unheimlich del accionar del sector de
Tánatos, que se ha sustraído del domeñamiento logrado mediante la ligazón a
complementos libidinosos y que sigue teniendo como objeto el ser propio.
La mezcla y la combinaciones muy vastas y de proporciones variables, entre los
sentimientos de culpa y de ominosidad que sobrevienen necesariamente como resultado
del proceso de la desidentificación durante la adolescencia, suelen expresarse en la
clínica como remordimientos y resentimientos manifiestos y latentes, precisos y difusos,
por culpa y por vergüenza, preedípicos y edípicos, básicos y fraternos, primarios y
secundarios. (17)
El estado de mortificación psíquica, implícito en todo proceso desidentificatorio,
adquierió durante el tercer año del proceso analítico de Adrián una mayor dramaticidad.
Acompañado de momentos de depresión, a consecuencia de los procesos de los duelos
narcisistas ante la desidealización de su Yo ideal e Ideal del yo, por deponer una
relación de poder, deseada y a la vez temida, que reanimaba a su sentimiento de
omnipotencia infantil mientras ejercida la paradojal y revertida dependencia de sus
padres hacia él. (30)
Adrián había sido alzado en las manos de sus padres a la categoría de "la luz"que
ilumina y sostiene a ellos: el hijo progenitor de los propios padres a quienes debía
prodigar vitalidad y esperanza, pero de los cuales requería a la vez, ser sostenido y
cuidado.
Situación paradojal que sobreinvestía a su idealidad con fantasías de
autoengendramiento y de neoengendramiento a expensas de la pulsionalidad. Y como
consecuencia, su agresividad necesaria para confrontar a los padres y hermanos
permanecía sofocada y sus afectos hibernados y/o vueltos contra sí mismo, solían
exteriorizarse a través de síntomas psicosomáticos y tormentos mentales.
Además recaía sobre "el burrito carguero"el peso de otra creencia inconsciente, hasta
ese momento inamovible y no cuestionada, que él, como el "hijo varón y sano" tenía
además la misión de operar ante sus hermanas como un vicario doble parental: el
hermano progenitor. Ambas encumbradas posiciones identificatorias reanimaban la
hiperseveridad de su superyó y la desmesura de ideales de redención, perfección y
dominio. (19)
El trastocamiento de los roles se sostenía, en gran medida, por la pervivencia de una
particular fantasía que circulaba entre todos los integrantes de la familia y que
denominé: la fantasía de los vasos comunicantes.
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b2)Los vasos comunicantes (21)
Esta fantasía está basada sobre el modelo físico de un sistema hidrostático compuesto de
dos o más recipientes comunicados por su parte inferior.
En los vasos comunicantes puede verificarse experimentalmente el hecho de que en
todos los tubos de distinta forma, el agua o el líquido vertido toma el mismo nivel en
todos los vasos, ya que en realidad los vasos y el tubo de comunicación forman un solo
recipiente lleno de líquido.
La aplicación de este funcionamiento a la fantasía fisiológica de la consanguineidad,
configura la representación de los hermanos como si fueran tubos comunicantes,
relacionados entre sí por lazos de sangre y unidos al tubo de comunicación parental que
opera como una fuente inagotable que nutre y a la vez distribuye a todos los integrantes
del sistema de un modo unitario, para que finalmente, todo se mantenga en un perfecto
equilibrio.
Este sistema premia la nivelación y condena la diferencia.
Nivelación no es solidaridad. Es la negación de la alteridad y de la mismidad y eclipsa
el derecho al disenso y a la apertura hacia imprevisibles posibilidades y realizaciones
que pueden surgir a partir de la confrontación generacional y fraterna.
Pero toda confrontación, requiere como condición primaria, la admisión del desnivel del
arco de tensiones que marca la diferencia de generaciones entre padres e hijos y entre
cada uno de los hermanos. Pero el principio de la nivelación de esta fantasía hidrostática
bipersonal o multipersonal de los vasos comunicantes, basado sobre el intercambio
"arterial y venoso" y la interprestación de "órganos"entre los componentes del sistema,
suele desencadenar intensos sentimientos de culpa y necesidad de castigo cuando se
quiebra su homeostasis, precisamente por aquél, que por sus propias condiciones se
desnivela de los restantes, pudiendo situarse –si es que media una elaboración
masoquista- en la posición de la "privilegiada víctima" que permanece agazapada a la
espera acechante del desquite del otro u otros resentidos que, como víctimas
privilegiadas, podría conspirativamente vengarse de él, estableciéndose un péndulo
retaliativo de reproches y ocultamientos, de quejas y remordimientos.
Estos vínculos conflictivos entre hermanos, suele desplazarse a la relación con los
amigos y con la pareja; y presentificarse además dentro del mismo sujeto, fluctuando de
un modo repetitivo entre ambas posiciones: de víctima privilegiada a privilegiada
víctima con pensamientos y actos de contrición.
Una preocupación permanente en este proceso era evitar la interpretación y elaboración
excesivas de la dimensión intersubjetiva sobre la intrasubjetiva. El postulado freudiano
fundamental formula que el conflicto psíquico que da lugar al síntoma, es un producto
transaccional entre los sistemas psíquicos y estructuras psíquicas y en última instancia,
manifestación de la intrincación y desintrincación de las pulsiones de vida y de muerte.
Adrián pedía ser liberado de sus representaciones obsesivas. La lucha contra esas ideas
le impedía la concentración en sus estudios. Argumentos y contraargumentos en
relación a la elección vocacional se peleaban entre sí. Le asaltaban de nuevo las dudas si
seguir esforzándose en el estudio de la misma profesión que ejercía su padre. Ya estaba
cursando el segundo año de la facultad de biología pero había fracasado en varias
materias. No podía mantener el ritmo de estudio de sus compañeros y en el trasfondo lo
asediaban de continuo un conflicto de lealtades en relación con el complejo paterno.
Sentía que debía ser como el epígono del padre y a la vez se sublevaba. Terminaba
martirizado con toda clase de pensamientos obsesivos y simultáneamente aparecían
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sanciones que tenía que infligirse por el incumplimiento de los deberes e ideales para la
satisfacción de sus necesidades de castigo.
Siempre tengo la sensación de estar haciendo un poco menos de lo que podría estar
haciendo y que puedo hacer un poco más.
La actitud de mi papá me activa el dedo con el moño rojo (el dedo con el moño rojo era
la representación figurativa con la que nominaba el accionar de la hiperseveridad de su
instancia superyoica).
Entra mi papá y me dice, ¿qué estás haciendo? Nada le digo ¿Cómo estás haciendo
nada? Y allí siento la presión y empiezo a obsesionarme porque en verdad no estoy
haciendo nada. Estoy perdiendo mi tiempo y en el momento aparece el dedo con el
moño rojo de atrás.
En cambio la vieja no es así. Cuando me ve hacer que estoy haciendo nada me
pregunta ¿qué estás haciendo? Nada, ¡Uy qué suerte!, me dice. Mi papá cree que su
presión es lo mejor. Mi viejo y mi tío son de hacerse malasangre por las cosas.
Empiezan a los gritos y así andan los dos, con la presión alta y con stress. Yo también
soy de hacerme bastante malasangre. Empiezo a darme con el látigo. Cuando me sale
algo mal, me reprocho mucho. Me mortifico. Lo que pasa es que a veces es la única
manera que tengo para ponerme las pilas. Sin mala sangre no hay motor, y si no
revoleo la chancleta y no hago nada. No encuentro el punto medio.
Ayer no pude estudiar nada y me sancioné. No me permití dormir siesta por levantarme
tarde. Antes era peor conmigo mismo. Me castigaba, no permitiéndome salir el sábado
a la noche por no haber estudiado lo suficiente.
No soporto que las cosas me salgan mal. Me saco. Tengo una tortura mental.
Le interpreto que él se impone tener un control tan severo que lo asfixia y lo fatiga y al
no cumplir con sus propios ideales de perfección, se manda sólo al rincón de las
penitencias y que opera además como un buen verdugo de sí mismo.
(Se ríe) ¡Sí buenísimo! Pero ahora me estoy sacando cosas. Yo era un hervidero por
dentro y no volcaba nada afuera. Ahora estoy más tranquilo por dentro. Pero igual sigo
siendo muy reprochón conmigo. No me perdono. Me castigo. A veces me muerdo el
dedo porque no me salió bien una cosa que quería sacar con la guitarra. O me golpeo
la cabeza con el puño cuando me taro y no entiendo lo que leo y las cosas no me salen.
Me aplico un correctivo, un pequeño golpe de ánimo (se ríe). A veces, me pego fuerte
con una regla de madera y me queda doliendo la cabeza. Si no, a veces golpeo las
puertas que son de roble duras. Se bancan porque tienen bastantes sacudidas. A veces
es una forma de descargar tensiones y me las agarro con las puertas, pero mi hermana
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se agarra con todos los que tiene a su alrededor. Ella es como un volcán que está
apagado y deja salir un hilito de humo, pero uno no sabe cuándo puede hacer erupción.
Le interpreto que dentro de él existen también ciertas situaciones de angustia que como
un volcán, no las puede dominar y que cuando hacen erupción, lo hacen más por
implosión que por explosión. (22) Hasta el extremo de quedar fatigado y arrollado por
un alud de sanciones, autoreproches y accesos de asma bronquial.
La flexibilización gradual de la figura feroz y cruel de su superyó ha sido la
consecuencia del análisis y elaboración exhaustivos, acerca de su ubicación en la
dialéctica subjetiva de las relaciones estructurales; de su posicionamiento al deseo del
deseo del Otro (24) tanto en el Edipo, como complejo nuclear de la neurosis, en el
complejo fraterno y en la dinámica narcisista del doble en el complejo del semejante
(nebenmensh).
Ahora no me reprocho tanto. Hago más las cosas a conciencia y no por obediencia.
Hace mucho tiempo que no tengo noticias del dedo con el moño rojo. Le voy a sacar el
moño. Lo voy a cambiar por una agenda. Ni me hago tanto drama por las cosas. Estoy
tomando la actitud de no hacerme tanto problema hasta que realmente no haga falta.
Antes me preocupaba mucho pero no me ocupaba. Ahora trato de cómo ver la solución.
Estoy más tranquilo conmigo mismo. El domingo, pude tomar unos mates sin hacer la
lista de lo que tenía que hacer. Quisiera merecer tener gratificaciones no como un
premio, sino como algo natural.
Finalmente Adrián decidió abandonar la facultad de biología y eligió luego de varios
meses de incertidumbre ingresar a la facultad de arquitectura. Este cambio fue respetado
y apoyado por sus padres. Recién entonces comenzó a disfrutar del estudio y cedieron
sus inhibiciones intelectuales.
Su vida afectiva y social no presentaban mayores dificultades. Mantenía desde hace
años una estable pareja con Mariela, “su princesita de siempre", con ternura y
satisfacción sexual. No temía amar y permitía ser amado. Al mismo tiempo que
conservaba una relación fluída con sus pares. Practicaba deportes y con dos de sus
amigos constituyeron una pequeña sociedad, Al poco tiempo se produjeron conflictos
con el socio mayor, reeditando con él su relación de tormento con Flavia. Se disolvió la
sociedad pero la continuó con el otro compañero y con buenos resultados.
A continuación, me referiré a los otros dos de los cuatro ejes de referencia
metapsicológicos que me orientan acerca de la existencia de un proceso o de un no
proceso en el tratamiento analítico con adolescentes.
c y d) El reordenamiento de las identificaciones y la confrontación generacional
El reordenamiento de las identificaciones durante la cura analítica atraviesa por variados
procesos y sub-procesos de desidentificación y reidentificación.
Sub-procesos de desligazón y de nuevas ligaduras que se acompañan inexorablemente
con angustias, fantasías ominosas y recrudecimientos sintomáticos. Estos sub-procesos
inherentes a los procesos del reordenamiento del heteróclito sistema de las
identificaciones, facilitan la emergencia conjunta de intensas angustias y fantasías
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también en el analista, quien deberá evaluar, según su marco referencial teórico, los
movimientos regredientes y progredientes de estas fases elaborativas.
Para adoptar un ejemplo que logre ilustrar de qué modo la metapsicología y la
observación clínica se fecundan recíprocamente, emplearé un concepto teórico
relacionado con la temporalidad analítica: el a posteriori, la resignificación retroactiva,
como guía que tiene un valor heurístico en los procesos elaborativos de ciertas
identificaciones alienantes y cómo inciden además en la evaluación de las diferentes
resistencias que se oponen al cambio. Resistencias, que provienen desde la realidad
psíquica y desde la realidad externa avasallando al yo.
c1)Resignificación y memoria
La memoria, "esa centinela del alma". (Shakespeare. El Rey Lear) (28)
La resignificación activa una memoria particular, aquella relacionada con las escenas
traumáticas de la historia críptica: reprimida y escindida del sujeto y a la vez entramada
con las historias inconscientes y ocultas: reprimidas y escindidas de sus progenitores y
hermanos.
Historias y memorias entrecruzadas que han participado en la génesis y mantenimiento
de ciertos procesos identificatorios alienantes.
La memoria de la resignifcación, "esa centinela del alma ", abre, en un momento
inesperado, las puertas del olvido y da salida a una volcánica emergencia de un caótico
conjunto de escenas traumáticas que han sido largamente suprimidas y no significadas
durante años e incluso generaciones.
La resignificación de lo traumático, acontece durante todas las etapas de la vida, porque el trauma tiene su memoria y la conserva-, pero estalla fundamentalmente
durante la adolescencia. Etapa culminante, caracterizada por la presencia de caos y de
crisis insoslayables. Porque en esta fase del desarrollo, se precipitan la resignificación
de lo no significado y traumático de etapas anteriores a la remoción de las
identificaciones, para poder acceder al reordenamiento identificatorio y a la
confirmación de la identidad.
Es durante la adolescencia, en donde las investiduras narcisistas parento-filiales y
fraternales que no fueron resueltas, ni abandonadas, entran en colisión. Estas requieren
ser confrontadas con lo depositado por los otros significativos, para que el sujeto logre
reordenar su sistema heteróclito de identificaciones que lo alienaron en el proyecto
identificatorio originario. Lo identificado (identificación proyectiva para unos,
depositación y especularidad para otros) responde siempre a lo desmentido tanto para el
depositante como así también para el depositario. (1)
Todo sujeto tendrá que inexorablemente atravesar por el angustioso acto de la
confrontación con sus padres y hermanos en las realidades externa y psíquica para
desasirse de aquellos aspectos desestructurantes de ciertas identificaciones. Tendrá que
afrontar con lo que el otro (madre, padre, hermano) nunca pudo confrontar.
La confrontación coloca al otro (del cual el sujeto depende) en la situación de perder a
su depositario, es decir conlleva el peligro de desestructurar su organización narcisista.
La desestructuración del vínculo patológico narcisista arrastra y desencadena la
desestructuración narcisista del otro. Este proceso, que amenaza con un doble desgarro
narcisista, puede ir acompañado de intensos síntomas y angustias de despersonalización
o desrealización por ambas partes del vínculo.
Las fantasías de muerte que se disparan antes y durante el acto de la confrontación
suelen ser la manifestación de la muerte de estas instalaciones narcisistas y de ciertas
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idealizaciones e ilusiones, de la caída en definitiva, de sobreinvestiduras maravillosas
que suelen subjetivarse como momentos de tragedia en la lógica narcisista.
J.R.Aragonés considera que las investiduras narcisistas trastocan los roles en la trama
familiar, alterando la configuración del tablero de parentesco.
Los hijos no llegan a ocupar el lugar simbólico de hijo ni de hermano y los progenitores
no logran rescatarse del primitivo lugar de hijo o de hermanos, dando lugar a
identificaciones alienantes.
El hijo puede llegar a cargar con la sombra de un duelo por un objeto no resuelto en los
progenitores.
El autor considera que: “este objeto es doblemente inconsciente (tanto para el
depositario como así también para el depositante) situación que sólo la reconstrucción
de la historia (primero en la mente del analista) le puede dar la verdadera representación
que tiene.
Lo no confrontado de estas identificaciones alienantes de la adolescencia, permanece
escindido y por lo tanto activo en la forma que puede estar lo inconscientemente
escindido.
La resolución de estas identificaciones alienantes requiere ser aprehendida desde el
conjunto del campo dinámico parento-filial y fraterno, hecho que se podría traducir en
la teoría de la técnica, en algunos tipos de intervención con los padres y/o hermanos
para procesar los efectos de lo escindido”. (1)
En estos procesos y sub-procesos del reordenamiento de las identificaciones se
reaniman múltiples y variadas resistencias que se oponen a la continuidad del trabajo
elaborativo. Resistencias que en cada caso, requieren de un estudio, lo mas preciso
posible, para distinguir las cinco formas clásicas de la naturaleza de las mismas. En
primer lugar "distinguir" las cinco formas clásicas de la resistencia señalada por Freud
al final de Inhibición-síntoma y angustia (1926) (12): tres de ellas atribuídas al yo; la
represión, la resistencia de transferencia y el beneficio secundario de la enfermedad que
se basa en la integración del síntoma en el yo. Además hay que considerar la resistencia
del ello y la del super-yo; de las otras resistencias que pueden llegar a constituirse en el
campo dinámico por una complicidad que engloba tanto la resistencia del analizante
como la contratransferencia del analista comunicadas inconscientemente entre sí y
operando juntas. Y en tercer lugar la participación de ciertas resistencias generadas por
la presión actuante, en la realidad externa, de ciertos influjos desestructurantes que
avasallan al yo. Momento puntual, que demanda un cambio técnico en la estrategia
terapéutica clásica. Cambio que apunta a la inclusión de otros significativos en la
realidad material en el trabajo clínico con o sin la presencia del analizante, a través de la
implementación de sesiones vinculares, de pareja, entre hermanos, entre padres e hijos
y/o familiares.
Por lo cual el analista que es, forzosamente como "el yo mismo una criatura de frontera"
(11) requiere revisar por separado, el accionar del orígen y naturaleza de cada una de
estas resistencias y luego necesita hacer un esfuerzo por concebirlas en conjunto e
indagar, al mismo tiempo, en la íntima relación existente entre ellas y fundamentar
metapsicológicamente como resultado, sus modificaciones técnicas según el particular
momento que atraviese ese proceso o no proceso analítico.
En el cuarto año del proceso analítico, resolví citar a ambos padres a algunas sesiones
con Adrián porque comenzaba a peligrar la continuidad del tratamiento. Se había
configurado un prolongado conflicto de lealtades parento-filial y conmigo, en el que
participaban resistencias generadas de los padres y de Adrián.
Mi propuesta fue al comienzo no aceptada por Adrián. No los quería molestar.
Consideraba que él iba a poder solucionar el aplazamiento del pago del padre que
acrecentaba la deuda conmigo, obstaculizando la prosecución del proceso, y las deudas
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y culpas en él, porque su diferenciación era equiparada como una traición que afectaba
la tradición de la ideología sacrificial, sostenida por la fantasía familiar de los vasos
comunicantes. Sus resistencias se exteriorizaron a través de reiterados olvidos,
aburrimiento y silencios prolongados durante las sesiones y su insistente oposición a la
inclusión de los padres, posibilitó poner en evidencia cómo, en la reedición
transferencial, intentaba posicionarse ante mí como un hijo y hermano progenitor.
Poseedor de una ilimitada capacidad de transformar al otro y aguantarlo todo sobre sus
espaldas, como un “burrito carguero”; sin evaluar el precio del sufrimiento y del peligro
que le deparaban esa misión redentora.
Le señalé que a mí no me tenía que salvar ni cuidar; y que yo consideraba que para
mantener la prosecución de nuestro trabajo conjunto, era necesario citar a los padres,
con la finalidad –dentro de lo posible- de despejar ciertos obstáculos que estaban
actuando en el campo analítico.
Finalmente Adrián aceptó mi propuesta. Cité a los padres y ambos concurrieron.
El padre tenso comenzó a hablar con irritación, argumentando que su hijo antes de
comenzar la terapia era diferente. Y que si bien reconocía y agradecía que ya casi no
presentaba accesos asmáticos y que el cambio de facultad había sido una medida
adecuada porque estudiaba con entusiasmo y con buenos resultados, le resultaba
inadmisible su egoísmo creciente. Levantó el tono de voz y me dijo:
Perdone doctor si lo puedo llegar a ofender con lo que le voy a decir. Pero ¿no será
que usted influye para que nuestro hijo tome esa actitud con su hermana y con
nosotros? En mi familia, si bien eran otros tiempos, todos poníamos el hombro cuando
alguien lo necesitaba. Yo lo sigo haciendo con mi propio hermano. Y mi mujer, ni le
cuento. Ella mucho más que yo. Con su hermana, con amigos. Pero Adrián se corta
sólo.
Luego ambos padres me comentaron acerca del profundo dolor que tenían con la hija
mayor por los viajes intempestivos y ausencias reiteradas y relataron sus escenas de
angustia .
Les señalé que esta entrevista era para hablar acerca de las dificultades que últimamente
se habían presentado en el tratamiento de Adrián por la postergación del pago y porque
tal vez, esta dilación mantenía cierto nexo con el enojo y con el afán de represalia al hijo
y a mí, por su oposición a participar en la terapia familiar. Pero que ellos conocían los
sentimientos solidarios que Adrián tenía con todos y que su lucha por ser diferente no
significaba ser oponente ni enemigo. En ese momento se me ocurrió preguntarles si
conocían la parábola del hijo pródigo; porque supuse que a través de su relato, podría
hacerse visible lo invisible del terreno secreto en el que transitan las fantasías, afectos y
las relaciones de poder entre padres e hijos cuando uno de sus integrantes adolece y
desestructura a los demás.
No la conocían. Entonces me dirigí a mi biblioteca, busqué el Nuevo Testamento y
comencé a leer:
c2)Parábola del hijo pródigo
También dijo: Un hombre tenía dos hijos;
Y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me
corresponde; y les repartió los bienes.
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No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia
apartada; y allí desperdició los bienes viviendo perdidamente.
Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y
comenzó a faltarle.
Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su
hacienda para que apacentase cerdos.
Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba.
Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de
pan, y yo aquí perezco de hambre!
Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.
Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.
Y levantándose, vino a su padre.
Y cuando estaba lejos, él vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió y se echó
sobre su cuello, y le besó.
Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser
llamado tu hijo.
Pero el padre dijo a sus siervos:
Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies.
Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta;
Porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y
comenzaron a regocijarse.
Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la
música y las danzas;
Y llamando a uno de los criados le preguntó qué era aquello.
El le dijo: Tu hermano ha venido;
Y tu padre ha hecho matar al becerro gordo por haberlo recibido bueno y sano.
Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase.
Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote
desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos.
Pero cuando vino éste tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho
matar para él el becerro gordo.
El entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas.
Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha
revivido; se había perdido, y es hallado. (S. Lucas, XV)
El papá entendió inmediatamente el mensaje de esa dinámica particular que se tramaba
entre los hermanos y entre el hijo mayor y aquel padre. Comprendía intelectualmente
pero no aceptaba la posición de Adrián. Mientras que la mamá, después de secarse las
lágrimas, me miró con desesperanza y dijo: comprenda doctor que nuestra situación es
muy difícil y a veces terrible.
Les señalé que, comprendía y admitía la dolorosa y preocupante situación, pero que
Adrián se oponía a continuar girando alrededor del eje de Flavia y de las angustias que
ésta generaba en los padres, pues le originaban a él excesivas responsabilidades y culpas
que lo afectaban mental y físicamente. Y que esto no significaba, de ninguna manera,
una ruptura de sus lazos solidarios con los componentes de la familia.
Los padres me saludaron con amabilidad y con dolor.
Luego, tuve dos sesiones a solas con ellos e inferí que les resultaba casi imposible
procesar el duelo narcisista, por el peligro que acarreaba para la homeóstasis familiar el
abandono de la instalación narcisista depositada en el hijo varón como el vicario doble
especular de ellos.
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Cuando cerré la puerta de mi consultorio volvieron a resonar en mí las palabras de la
madre de Adrián: comprenda doctor que nuestra situación es muy difícil y a veces
terrible. Fue en ese momento cuando se despertó en mí el deseo de escribir, como un
intento de dar cuerpo a mi experiencia clínica y a las inferencias metapsicológicas
acerca de los efectos que, en ciertas vidas, suelen ejercer la presencia de un hijohermano perturbado o muerto. Recordé la importancia que tienen los complejos
fraternos en los procesos identificatorios y sublimatorios en tres eminentes creadores:
Vincent Van Gogh, Salvador Dalí y Ernesto Sábato y las marcas que han dejado en sus
vidas y en sus obras el infausto acontecimiento de haber nacido luego y para reemplazar
a un hermano muerto y ser además los portadores del mismo nombre del doble
consanguíneo fallecido, a la vez que ominoso y maravilloso, mortal e inmortal. Me
pregunté, parafraseando a Freud cuando aseveraba que la anatomía es el destino, si el
orden del nacimiento de los hermanos también era un destino. Como respuesta, me vino
una cita de Freud a la mente: “la posición de un niño dentro de la serie de los hijos, es
un factor relevante para la conformación de su vida ulterior y siempre es preciso
tomarlo en cuenta en la descripción de una vida”. (Freud, 1916) (8)
Los meses transcurrían y las resistencias del padre cedían muy poco. Cada pago
mensual representaba una batalla que desgastaba a Adrián y al proceso analítico. A
comienzos del quinto año del análisis recuerda, en una sesión:
"yo de chico tenía un traje del Zorro. Era el que imponía el orden, la paz y la justicia.
Ayer lo encaré al viejo en un round (se ríe). Me estuve entrenando a la tarde pegando
al saco. Nos gritamos de todo. Me escuchó pero creo que ya es suficiente".
Mi vieja está conmigo, quiere que no deje el tratamiento. Yo quiero seguir un poco más
pero no mucho más. El sigue jodiendo con la plata. Yo sé que no es la plata. Pero la
maneja él.
Cambia el tono de voz y mientras juguetea con su llavero reflexiona:
Antes, habían seres más o menos intocables: mis viejos y mi hermana. Y ahora pegás la
vuelta y ves que en la realidad el armatoste es un enanito. Ves el verdadero ser que
estaba escondido detrás de ese muñeco grandote e intocable.
Yo me sentía con impotencia, sobre todo con mi hermana que era tan autoritaria y tan
acaparadora. Ella lo sigue siendo y mis padres se lavan las manos. Fue como descubrir
que son todos seres vulnerables con sus pros y sus contras.
Antes, eran medio superiores a mí; tenían una táctica para cada situación. Ya les
encontré la vuelta. Y pensar que me había empacado que los iba a cambiar.
Como podemos apreciar, en el fragmento de esta sesión, se pone en evidencia la
desidealización gradual y no paroxística del objeto, del yo y del vínculo. Proceso
fundamental, sin el cual no existen cambio psíquico ni crecimiento posibles.
El proceso de desidealización conduce, prueba de la realidad mediante, al retiro de la
elevada investidura (maravillosa u ominosa) que había recaído tanto sobre el objeto
sobrevalorado (positiva o negativamente) como sobre la omnipotencia del yo, con la
consiguiente reestructuración en el vínculo objetal.
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La prueba de la realidad, permite diferenciar lo que es "simplemente representado" de lo
que es percibido, y por ende, instituye la diferenciación entre el mundo interior y el
mundo exterior, además posibilita comparar lo objetivamente percibido con lo
representado, con vistas a rectificar las eventuales deformaciones de esto último.(25)
La rectificación valorativa del objeto, del yo y del vínculo entre ambos que surge como
efecto del proceso de las desidealización, puede presentarse en forma abrupta
(paroxística) o instalarse de un modo lento y progresivo (gradual). (16)
c3)Desidealización paroxística
La desidealización paroxística, que se produce cuando el proceso de la desidealización
ha operado anteriormente en un papel defensivo para neutralizar la persecución, puede
llevar a un derrumbe melancólico del Selbstgefühl. En estos casos, la desidealización se
convierte en una denigración total del objeto y del yo, y no prepara el camino para
acceder a un nuevo proceso, el de la reparación, que conduciría a saldar las deudas
interna y externa que se personifican en los resentimientos y remordimientos.
c4)Desidealización gradual
El pago de estas deudas está condicionado a un trabajo previo, proceso de
desidealización gradual, que implica la discriminación y el reordenamiento valorativo
del yo y de objeto.
Este giro (Wendung) valorativo se produce cuando el sujeto logra asumir que en la
realidad efectiva, aquel objeto originario, otrora sobrevalorado y desplazado hacia
múltiples objetos actuales (el deudor externo), carece de los atributos de perfección con
que el propio sujeto lo había investido desde su principio del placer infantil. Al mismo
tiempo, se atenúan los sentimientos de culpa y las conductas autopunitivas ante los
(acreedores internos) representantes del ideal del yo-superyó.
La desidealización del poder omnímodo del yo se produce a partir de que el sujeto
accede resignar la inalcanzable misión de dar cumplimiento a los ilimitados ideales de
perfección y de completud que provienen de su autoimagen idealizada y desde los
ideales parentales. Pero conserva el vínculo con el objeto según pautas mas realistas y
estables.
Antes habían seres más o menos intocables: mis viejos y mi hermano... y pensar que me
había empacado que los iba a cambiar.
Las condiciones para lograr la desidealización se produce sólo después que el sujeto ha
librado múltiples batallas de ambivalencia, logrando desujetarse de las amarras
provenientes de las capturas narcisistas de su yo ideal y del ideal del yo, instancias
psíquicas ideales de la personalidad en donde moran los restos de la omnipotencia
divina en los hombres que llevan una misión de crear y/o remodelar al objeto y al yo a
su imagen y semejanza.
3. Final de análisis
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Hablar sobre el final del análisis en la adolescencia actualiza una problemática
compleja. Implica considerar los conceptos explícitos e implícitos de enfermedad y de
curación de analizabilidad y de proceso analítico en general y en esta fase en particular.
Este conjunto de factores se refleja en la manera de categorizar los elementos que se
consideran pertinentes como indicadores clínicos sobre el final del análisis.
La literatura de los últimos años se ha ocupado mas de interrupciones, situaciones de
impasse que de terminaciones propiamente dichas en el análisis con adolescentes.
Las teorías clásicas del final de análisis en general se centraban del lado del analizante y
del analista, pero al incluir el concepto de campo analítico en la adolescencia se sitúa
también del lado de los padres del analizante.
Ante todo, el final de análisis con adolescentes, impone la exigencia de un trabajo
psíquico adicional por la necesidad de procesar una multiplicidad de duelos en las tres
dimensiones: narcisista, edípica y fraterna en el analizante, en sus padres y también en
el analista.
Se pueden distinguir dos criterios que no son excluyentes en relación del final de
análisis.
Uno en el que se privilegia el modelo "médico de tratamiento "que supone la supresión
de síntomas y cambios de los rasgos patológicos de carácter.
El otro que prefiere utilizar el modelo "proceso" que apunta a una modificación
estructural concebida como lo esencial del mismo: la adquisición de nuevas estructuras
de funcionamiento que jamás se hubieran logrado de no mediar el análisis.
No sólo los indicadores clínicos varían según su lugar de orígen. También los conceptos
teórico-técnicos se modifican de acuerdo con el nivel elegido para su conceptualización.
Para considerar la noción del fin del análisis creo pertinente hacerlo desde la noción de
proceso de cambio psíquico estructural, coherente con la perspectiva desde la cual
abordo esta relación. Proceso que es un conjunto interminable. Lo interminable, es la
permanente reestructuración a la que se ve enfrentado el analizante en todas sus
instancias psíquicas en interrelación permanente con la realidad material y social.
Lo interminable sería la interminabilidad del proceso, la búsqueda del crecimiento
mental y de la integración a través del análisis y del autoanálisis ulterior.
Freud en el capítulo VII de Análisis "terminable e interminable" sostenía : " No tengo el
propósito de aseverar que el análisis como tal sea un trabajo sin conclusión. La
terminación de un análisis es, opino yo, un asunto práctico. Uno no se propondrá como
meta limitar todas las peculiaridades humanas en favor de una normalidad, ni
demandará que los "analizantes a fondo" no registren pasiones ni puedan desarrollar
conflictos internos de ninguna índole. El análisis debe crear las condiciones psicológicas
mas favorables para las funciones del yo; con ello quedará tramitada su tarea". (13)
Por fin, no olvidemos que la relación entre analista y paciente se funda en el amor a la
verdad, es decir a la aceptación de la realidad, libre de toda ilusión, engaño. Verdad,
tolerancia al dolor psíquico producido por el rechazo de toda ilusión o engaño, se
definieron entonces como meta general del psicoanálisis.
Esta división instrumental entre metas curativas y transformaciones estructurales con
relación a verdad, dolor, conocimiento, aprendizaje e identificación podría proveer de
datos evaluables y procesables.
Pero en el mismo capítulo VII de análisis terminable e interminable, Freud sostenía que
no sólo la constitución yoica del paciente; también la peculiaridad del analista demanda
su lugar entre los factores que influyen sobre las perspectivas de la cura analítica y
dificulta ésta, tal como lo hacen las resistencias.
En este sentido, resultaría útil tomar en consideración lo concerniente a la personalidad
el analista, sus remanentes neuróticos y/o psicóticos, el papel de la contratransferencia,
las vicisitudes en la interacción de la pareja paciente-analista. Resultaría útil por
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ejemplo poder detectar las motivaciones inconscientes que actúan en el analista; sea
para querer, "retener" al analizante, prolongando su análisis, o bien para desear la
terminación prematura de éste para " librarse" de aquel o para apresurar la terminación
de un análisis considerado "satisfactorio" por razones narcisistas.
Analizar significa etimológicamente des-ligar, des-atar, romper algún falso enlace,
revelar un autoengaño, destruir una ilusión o una mentira. Lo que caracteriza al proceso
analítico es el movimiento conjunto de profundización dentro del pasado y construcción
del porvenir. Si un trabajo analítico es posible, es porque el sujeto y el analista piensan
que la exploración del pasado permite la apertura del porvenir.
Porque las series complementarias no constituyen un determinismo mecánico y porque
se puede salir por la interpretación y construcción del eterno presente atemporal de las
fantasías inconscientes. No olvidar que la historia del sujeto constituye una dimensión
esencial de lo que hay que develar en un psicoanálisis..
El término final del análisis apunta por sí mismo a un concepto relacionado con la
temporalidad.(2)
Final del análisis como un momento de pasaje diferenciado durante el proceso
analítico
Siempre que analista y analizante puedan estar libres de todo tipo de presiones, el tema
de la terminación surgirá solo y en forma espontánea en el momento oportuno y como
consecuencia natural de la interacción dinámica desarrollada entre ambos participantes
o de la evolución alcanzada en el proceso analítico. Para lo cual requiere tener una
actitud de atención flotante frente al problema de la terminación del análisis, ya que éste
debiera ser como todo momento del proceso al que llega sin que nadie se lo proponga,
algo que no está sujeto a ningún otro saber que no sea el de la escucha.Esto nos enfrenta
a determinar la fecha de finalización del análisis a partir del material que nos presenta el
paciente.
Partimos de la suposición de que existió un momento de disparo, a partir del cual
arranca un período cualitativamente distinto que inaugura un segmento específico del
proceso analítico: un período de terminación.
El disparador del proceso de terminación, sería un salto cualitativo que se expresa
mediante un cambio fenoménico observable tanto en la variación del relato y en la
diferente circulación afectiva. Coincide con un clima afectivo mucho más laxo y
expresivo que en los primeros años del tratamiento.
El relato, apunta a experiencias que se "cierran" o se "terminan" no planteadas en forma
manifiesta en relación con el tratamiento. Además el analizante retira funciones yoicas
que había depositado en el analista y las recrea dentro de sí, ejerciéndolas en la sesión
misma; reflexiona además sobre el transcurso del análisis. (27)
El final de análisis es una dura prueba para el narcisismo del analizante, de los padres
del analizante y del analista y reactiva a la vez antiguos síntomas.
En el mes de mayo de su quinto año de análisis, Adrián manifiesta su estado de
bienestar y comienza a efectuar una mirada retrospectiva acerca de su proceso analítico.
“A los doce años tuve un fuerte ataque de asma sin internación y a los dieciocho tuve
otro episodio agudo en donde me internaron y me dieron corticoides. Fue en ese
momento en que mi mamá me intimó a que me analizara. Yo no quería, tenía prejuicios.
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Para mí los que se psicoanalizaban eran locos. Ahora, después de cinco años de
tratamiento, siento que se está cerrando un ciclo. Es una sensación, el ciclo se ha
cumplido y está llegando a su fin.
Ultimamente me da un poco de fiaca venir, no siento necesidad, me siento bien.
Yo también percibo un cambio. Existe una variación en el carácter dinámico de la
situación analítica en los dos niveles: el contenido ideativo por un lado y la circulación
afectiva por el otro. Evoco cómo había llegado deformado por la ingesta de corticoides
y lo comparo con su actual expresión alegre y diáfana.
Acuerdo que podemos empezar a pensar acerca de la finalización de esta fase y
empiezo a percibir los movimientos inaugurales del trabajo del duelo concerniente a la
finalización de nuestro vínculo en la tarea psicoanalítica. Comienzo a interrogarme si yo
me he modificado a partir de nuestra relación y evidentemente advierto que Adrián ha
generado mutaciones en mí.
"Irme de casa y emanciparme es toda una decisión. Necesito conseguir emanciparme
económicamente. Tengo ganas de hacer un proyecto junto a Mariela, tengo ganas de
irme a vivir con ella y asumir una serie de responsabilidades que no sé si quiero
asumir. No sé si quiero irme con Gabriel primero a Europa por dos o tres meses. No sé
bien qué quiero".
Le pregunto si tal vez él no sepa si quiere terminar el tratamiento conmigo.
"Irme de acá es como empezar una nueva carrera, y no es tan terminante. Uno puede ir
marcha atrás, creo que acá puedo volver, no es irreversible. Esta situación es diferente
que irme y volver a casa, no me gustaría volver a vivir con mis viejos y con mis
hermanas, lo sentiría como una derrota, en cambio volver acá no sería una derrota
sino un cambio de estrategia simplemente.
Todavía me cuesta un poco asumirme más adulto, me gustaría sentirme todavía
adolescente. Se ríe con picardía. "Yo todavía soy un adolescente porque quiero lisa y
llanamente. Uno pasa a ser adulto cuando llega a ser adulto y no podés evitarlo y es
irreversible. No sé, es preferible que nos separemos antes que nos coma la rutina. La
rutina es destructora".
Le interpreto que hoy empiezan una serie de despedidas y que tal vez él prefiera
saltearlas.
"Creo que sí. El problema es que no me queda otro camino. Siento que el ciclo aquí se
está cerrando y yo estoy tratando de evitarlo lo máximo posible. Son etapas que uno
pasa, como te pasa en el secundario".
Cuando estás en el último año, decís "quiero terminar" y cuando terminás decís
"quiero volver ", pero bueno, tengo estos vaivenes también acá . Mi vida es como un
barco que va y viene según como me levante".
Le señalo que hoy acordamos transitar la última etapa del proceso analítico.
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Etapa, que se extendió a lo largo de cuatro meses en los cuales se elaboraron algunos de
los duelos inherentes a la finalización del analisis en él, en sus padres y en mí.
A las dos semanas que hemos convenido iniciar la fase de la terminación, la madre fue
internada en un sanatorio por una seria enfermedad. Transcribo a continuación y como
cierre de la presentación del proceso psicoanalitico de Adrián, un fragmento de una
sesión en la que se ponen en evidencia el trabajo elaborativo y superación de la fantasía
familiar de los vasos comunicantes y la desactivación de la autoimagen narcisista del
burrito carguero.
"Una cosa es tener que bancar una situación y otra cosa es llevarla encima.
A mi vieja le encanta cargar con culpas ajenas.
Cualquier culpa que ella ve por allí se la carga en el lomo y se la lleva como si fuera un
burrito culpero...
Ella es muy generosa, no puede decir no. Lo máximo que puede decir es: vamos a ver.
Tiene un instinto de decir a todo sí.
Uno tiene papeles en la medida que los acepta.
Cuando a uno no le gusta más ese papel no se deja cargar con todas las culpas.
Yo no me quiero hacer más cargo de los problemas de mi hermana. En casa, entramos
en un revoltijo en donde de pronto todos somos culpables de todo.
Todo se mezcla, se revuelve todo y el problema pasa a ser una cuestión familiar,
universal, global. Y así se echa la culpa del problema al sistema y no a uno.
Yo quiero terminar con ese boludeo. Quiero ser frontal. Hoy le dije a mi mamá: vos sos
la enferma porque te tocó estarlo, pero no sos culpable de estar enferma". Hasta se
siente culpable porque la atendemos y estamos tristes. Yo creo que la excesiva
preocupación la enfermó. Por eso me enojo con ella, para que no siga preocupándose
más.
Por todo se preocupó y sigue preocupándose. Mi vieja es el burrito carguero de la
familia. Yo, ya no. Se acabó. No soy responsable de las actitudes de los otros, sí de
las mías. Antes, cualquier culpa que flotaba y que no tenía dueño, me la agarraba yo.
Esta vez no tengo nada que ver. Basta, se terminó.
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