San Pablo y la vida en el Espíritu: lectio divina P. Julián Arturo López Amozurrutia Cuaresma 2009 Viernes, 7:30‐9:00 P.M. Programa: Viernes I: La Conversión de San Pablo (Ga 1,11‐2,21) Viernes II: El himno cristológico de Filipenses (Flp 2, 6‐11) Viernes III: La bendición de Efesios (Ef 1,3‐10) Viernes IV: El himno cristológico de Colosenses (Col 1,12‐20) Viernes V: La vida espiritual (Rm 8,1‐39) PARROQUIA SAN AGUSTIN de las CUEVAS, Tlalpan Introducción General Sobre la “Lectio divina” (1. Dios, yo, la Palabra; 2. Los “pasos”; 3. La lectio divina como acontecimiento) • • • • • • • • La lectio divina es un ejercicio orante, que se realiza en el contacto vivo del creyente con su Señor, a través de la Palabra. Ante todo, es un ejercicio orante. Los “pasos” que utilizamos no son un método riguroso, sino aspectos con una propia lógica que pretenden ayudar a no perderse en el camino, y que recogen una estructura consistente: la realidad del texto, la interpelación racional y existencial, el diálogo con el Señor, la intimidad con él. Como en toda oración, quedamos ante todo como hijos del Padre, bajo el influjo de la gracia de Cristo, del movimiento interior que el Espíritu suscita en nuestros corazones para profundizar nuestra relación con la Trinidad. Como en todo ejercicio, requerimos el compromiso personal con la acción que realizamos, nuestra atención amorosa, nuestro recogimiento interior, nuestra conciencia eclesial, nuestra búsqueda reflexiva. La lectio divina recurre, ante todo, a la Sagrada Escritura, palabra viva, consignada por escrito a través de la actuación de los autores sagrados, bajo la guía del Espíritu Santo. Debemos leerla con el mismo Espíritu que fue escrita, valorarla y reconocerla como una intervención de Dios en la historia. La Sagrada Escritura contiene un mensaje, la realidad de la persona de Jesucristo preparada en el pueblo de Israel y transmitida en la plenitud de los tiempos a la comunidad apostólica. Esta realidad “del pasado”, sin embargo, adquiere una peculiar actualidad en la lectura que ahora realizamos, como Iglesia, y nos proyecta al horizonte de salvación definitiva que esperamos. El contexto determinado del ejercicio no es indiferente. Incluso un ejercicio repetido tiene matices diversos, aunque sea el mismo orante quien lo lleve a cabo sobre el mismo texto. La oración tiene su sentido en el “aquí y ahora” de la propia vida que, de manera sacramental, densifica el momento de la existencia en un vínculo siempre renovado con el Señor. No podemos considerar que una lectio divina está escrita en determinado guión de meditación. Por lo mismo, las pautas que se presentan a continuación son como guías que pretenden estimular al orante en el ejercicio, y no pueden suplir de ninguna manera la acción del Espíritu Santo sobre él, su compromiso personal y la mediación a modo sacramental del texto bíblico. Sobre los textos a considerar (1. San Pablo, testigo de Cristo; 2. Testimonio personal, himnos, exhortación; 3. Cuaresma: adhesión a Cristo, oración, conversión). • • • Nos encontramos en el año de San Pablo. Se han seleccionado, por lo tanto, textos transmitidos en el corpus paulino. Pablo ha querido que estas ideas y mensajes nos fueran comunicadas. Se rescata, por una parte, el testimonio mismo del apóstol; por otro lado, la himnología de la que él da testimonio y que él mismo favoreció que quedara consagrada; por último, la parenesis que realizó como maestro, motivando a las comunidades a una vida conforme al Evangelio. Un elemento común que tienen todos los textos es el colocar a Cristo como centro de la experiencia personal y eclesial. En el contexto de la Cuaresma, buscan movernos al reconocimiento de Cristo, a la conversión y a la alabanza. Viernes I: Ga 1,11-2,21 Lectio 1. La prueba de los hechos La llamada de Dios. 11 Porque os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí, no es de orden humano, 12 pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo. 13 Pues habéis oído hablar de mi conducta anterior en el judaísmo, cuán encarnizadamente perseguía a la Iglesia de Dios para devastarla, 14 y cómo sobrepasaba en el judaísmo a muchos compatriotas de mi generación, aventajándoles en el celo por las tradiciones de mis padres. 15 Mas, cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien 16 revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo ni a hombre alguno, 17 ni subir a Jerusalén donde los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, de donde volví a Damasco. 18 Luego, de allí a tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas y permanecí quince días en su compañía. 19 Y no vi a ningún otro apóstol, sino a Santiago, el hermano del Señor. 20 Y en lo que os escribo, Dios me es testigo de que no miento. 21 Mas tarde me fui a las regiones de Siria y Cilicia. 22 Personalmente no me conocían las iglesias de Cristo en Judea. 23 Solamente habían oído decir: «El que antes nos perseguía ahora anuncia la buena nueva de la fe que entonces quería destruir». 24 Y glorificaban a Dios por mi causa. 1 La asamblea de Jerusalén. 1 2 Luego, al cabo de catorce años, subí nuevamente a Jerusalén con Bernabé, llevando conmigo también a Tito. 2 Subí movido por una revelación y les expuse a los notables en privado el Evangelio que proclamo entre los gentiles para ver si corría o había corrido en vano. 3 Pues bien, ni siquiera Tito que estaba conmigo, con ser griego, fue obligado a circuncidarse. 4 Y esto a causa de los intrusos, los falsos hermanos que solapadamente se infiltraron para espiar la libertad que tenemos en Cristo Jesús, con el fin de reducirnos a esclavitud, 5 a quienes ni por un instante cedimos, sometiéndonos, a fin de salvaguardar para vosotros la verdad del Evangelio... 6 Y de parte de los que eran tenidos por notables — ¡no importa lo que fuesen!: Dios no mira la condición de los hombres— en todo caso, los notables nada nuevo me impusieron. 7 Antes al contrario, viendo que me había sido confiada la evangelización de los incircuncisos, al igual que a Pedro la de los circuncisos, 8 —pues el que actuó en Pedro para hacer de él un apóstol de los circuncisos, actuó también en mí para hacerme apóstol de los gentiles— 9 y reconociendo la gracia que me había sido concedida, Santiago, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos tendieron la mano en señal de comunión a mí y a Bernabé, para que nosotros fuéramos a los gentiles y ellos a los circuncisos. 10 Sólo nos pidieron que nos acordáramos de los pobres, cosa que he procurado cumplir. Pedro y Pablo en Antioquía. 11 Mas, cuando vino Cefas a Antioquía, me enfrenté con él cara a cara, porque era censurable. 12 Pues antes que llegaran algunos de parte de Santiago, comía en compañía de los gentiles; pero una vez que aquéllos llegaron, empezó a evitarlos y apartarse de ellos por miedo a los circuncisos. 13 Y los demás judíos disimularon como él, hasta el punto de que el mismo Bernabé se vio arrastrado por la simulación. 14 Pero en cuanto vi que no procedían rectamente, conforme a la verdad del Evangelio, dije a Cefas en presencia de todos: «Si tú, siendo judío, vives como gentil y no como judío, ¿cómo fuerzas a los gentiles a judaizar? El Evangelio de Pablo. 15 «Nosotros somos judíos de nacimiento y no gentiles pecadores; a pesar de todo, 16 conscientes de que el hombre no se justifica por las obras de la ley sino por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús a fin de conseguir la justificación por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley, pues por las obras de ley nadie será justificado. 17 Ahora bien, si buscando nuestra justificación en Cristo, resulta que también nosotros somos pecadores, ¿está Cristo al servicio del pecado? ¡De ningún modo! 18 Pues si vuelvo a edificar lo que una vez destruí, a mí mismo me declaro transgresor. 19 En efecto, yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios: con Cristo estoy crucificado; 20 y no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí. 21 No anulo la gracia de Dios, pues si por la ley se obtuviera la justicia, habría muerto en vano Cristo.» • • Ubicación del texto o La lectura nos exige, en primer lugar, respeto y docilidad al texto, a su naturaleza. Nos encontramos con una carta de san Pablo a los Gálatas. Omitiremos el problema del momento exacto y el lugar en el que fue escrita. Nos detenemos, más bien, en la naturaleza misma de una epístola. Se trata de un escrito ocasional, apasionado, en el que el autor realiza una fuerte amonestación a los habitantes de la región gálata. El autor compromete en el discurso su propia autoridad, de ahí que a la amonestación la sigue una presentación de su propio testimonio. Ningún otro texto del apóstol es tan atrevido en sus paradojas, tan duro en su tono, y sin embargo, por lo mismo, refleja con tanta intensidad la personalidad de Pablo y su preocupación directa por la situación de las comunidades. La ocasión que da lugar a este singular texto es, conforme nos lo indica el mismo, una crisis vivida en esas iglesias que los había llevado a traicionar el espíritu auténtico del Evangelio. Por lo tanto, la raíz de la reacción de Pablo es la infidelidad al anuncio de la salvación. o El fragmento que leemos se entiende en referencia a ello: presenta el valor del Evangelio de Cristo, pero de tal manera que el testimonio personal del apóstol queda involucrado en ello. Ante la falta de los gálatas (1,6‐10), se sigue un argumento esencial que se defiende primero con “hechos” (1,11–2,21) y luego con “doctrina” (3,1–5,12), concluyendo con una gran exhortación a la verdadera libertad (5,13–6,18). El texto que nos ocupa constituye la “prueba de hechos” del argumento. División del texto: el texto incluye tres fragmentos mayores, claramente delimitables: o La vocación de Pablo (1,11‐24), donde encontramos primero el planteamiento de todo el argumento (carácter divino del Evangelio, vv. 11‐12), que intentará “probar” a partir de los acontecimientos que narra a continuación, y luego el primero de esos acontecimientos, a saber, su propia experiencia vocacional (vv. 13‐24). o La subida a Jerusalén para la asamblea apostólica (2,1‐10), como el segundo gran acontecimiento que prueba su argumento. El enfrentamiento con Pedro en Antioquía (2,11‐14), que es el tercer acontecimiento, y cuyo discurso final cierra el argumento (justificación por la fe). Notas exegéticas relevantes. Llamamos la atención sobre aquellos elementos que nos ayuden a nuestra reflexión espiritual. o El argumento lo encontramos en los vv. 11‐12. Siguiendo un modo establecido de presentar las ideas, se presentan primero los hechos y luego los principios doctrinales involucrados. Aquí encontramos el tema central de todo el texto. o La palabra que caracteriza lo que se discute es “Evangelio”. Término que conocemos, al que nos encontramos acostumbrados. Pero que solemos referir al género literario que conocemos de las obras de Marcos, Mateos, Lucas y Juan. Sin embargo, aquí hablamos de una realidad anterior a la consignación por escrito del acontecimiento Jesucristo. Es la misma realidad de Jesucristo, en cuanto anunciada. Término que conocemos por tradición veterotestamentaria (Isaías), que se presenta también en el título de Marcos, y que es recurrente en Pablo. Pero que implica también un verbo, evangelizar, que de hecho el traductor suaviza para evitar una redundancia que sí se encuentra en el texto griego original. o Es propio de este anuncio el no tener un origen humano, sino divino. “No es de orden humano, pues yo no lo recibí de hombre alguno”. Y en este sentido se introduce un término que explica dicho orden divino: “revelación de Jesucristo”. El término es, literalmente, “apocalipsis”. Implica en su contenido la noción de dar a conocer algo que estaba escondido, así como la acción misma de quitar el velo que no permitía conocerlo. Esto no resulta indiferente si se considera la narración de la ceguera‐curación de Pablo. Por otro lado, cabe atender al genitivo que vincula revelación con Jesucristo. Se puede entender, por una parte, como la revelación de la que Cristo es agente (Cristo es quien lleva a cabo la revelación), pero también la revelación de la que Cristo es objeto (Cristo es el contenido de dicha manifestación). Hemos de mantener los dos sentidos. Por otro lado, ello no significa que la narración que sigue signifique que en el primer encuentro Pablo queda “iluminado” con la totalidad de la comprensión de Jesucristo. Es, en cambio, un momento fuerte, inicial, que permite que el resto de la experiencia del apóstol quede definido por ella. Es como una semilla que habrá de desarrollarse, que ya incluye la forma de lo que seguirá. El mismo término “revelación”, referido al encuentro inicial de Pablo con el Señor, se retoma en el segundo argumento: también por “revelación” se explica que el Evangelio sea anunciado a los gentiles. o Conviene destacar, también, la dinámica implicada en el término “recibir” (paralambano), término técnico con el que se refiere frecuentemente a la tradición. Lo que se recibe es lo que se transmite. El origen último de la transmisión (de lo transmitido y del acto de transmitir) no es humano. Confróntese, por cierto, el contraste que el mismo Pablo sugiere a propósito de las tradiciones recibidas de sus padres (1,14). o En esta revelación se destaca una vocación personal. No que se reduzca a lo individual, pues habrá de ser guiado en ella por la Iglesia (cfr. paralelos de la conversión, y la dependencia petrina y de las 3 columnas aludida aquí en la primera subida a Jerusalén, que contrasta con el la referencia a los otros dos hechos de la prueba, debidos seguramente al carácter judaizante del conflicto). Pero lo subraya en los vv. 15 y 16, en o • o o o o o una densa alusión profética (Jr 1,5; Is 49,1): fue separado y llamado por Dios para revelarle a su Hijo y llevarlo a anunciarlo entre los paganos. Este llamado es por gracia (v. 15), término que en Pablo incluye el carácter gratuito tanto como el orden nuevo iniciado por la relación con el Señor en el Espíritu, y que aporta una novedad respecto a los llamados proféticos. (Cfr. 2,21, identificada con la muerte de Cristo). El hilo conductor de la discusión nos lleva a la superación de las tradiciones de los padres (la ley) y el vínculo absoluto que supone la relación con Cristo (creer en Cristo‐ justificación por Cristo, 2,16). Nótese la abundante mención de “Cristo” en los últimos versículos (16‐21, 7x). La experiencia misma narrada por Pablo se intensifica en su tono cristológico en esos versículos, en una identificación de su vivencia con la asimilación en su persona del misterio pascual: morir‐vivir. El tema de la argumentación tiene un fuerte acento en el hecho de que Pablo anuncia el Evangelio de Cristo a los paganos, contrario a quienes pretenden exigir que ellos se hagan judíos antes de hacerse cristianos. El primer testimonio de Pablo lo lleva a muchos lugares antes que a Jerusalén; la asamblea de Jerusalén trata el asunto, y el enfrentamiento con Pedro en Antioquía se debe a ello. La aparición de Pedro en la discusión no lo convierte en antagonista, pues se recuerda que ya antes había estado con él. El conflicto de Pablo va dirigido a los judaizantes de la región de Galacia. Conviene destacar las diversas formulaciones de relación entre el apóstol y Jesucristo: “hemos creído en Cristo Jesús”, “justificación por la fe en Cristo”, “muerto a la ley a fin de vivir para Dios”, “con Cristo estoy con‐crucificado”, “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”. La unión llega al punto de que el principio de operación del discípulo puede ser considerado aquél con quien se ha unido plenamente. Esta referencia de la nueva configuración del discípulo depende de la acción de Cristo, que es anterior, y se expresa de manera bellísima en el v. 20 (contenido de la “gracia” del siguiente versículo): “me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Meditatio • • • A continuación, buscamos de manera reflexiva aplicar los temas que han aparecido en esta lectura a nuestra propia vida. Sugerimos cinco puntos. En primer lugar, reconocemos que el Evangelio es un don de Dios, por revelación de Jesucristo. La vivencia de Pablo, sin perder su originalidad, se extiende sin embargo en su contenido en lo que todo verdadero discípulo de Cristo está llamado a encarnar. Yo también he recibido el Evangelio. A través de diversas mediaciones, ha llegado a mí la revelación de Jesucristo. ¿Quiénes han sido, en particular, los instrumentos con los que Dios ha actuado para darme a conocer su verdad y comunicarme su gracia? ¿Cuáles han sido los momentos de particular densidad en los que me he encontrado con Jesús? ¿De qué manera hoy y aquí, en el acontecimiento de gracia de la oración, me estoy abriendo al encuentro con el Señor? Como en Pablo, reconozco que el Evangelio se “encarna”, toma forma y cuerpo en mi propia historia. Como en Pablo, la narración de mi propia vida es testimonio del descubrimiento del Señor. Como el apóstol, puedo recordar los momentos en los que he perseguido a la Iglesia de Cristo, pero también la incomparable belleza del encuentro transformador con él. Mis lugares • • • • de vida, trabajo, esparcimiento, desplazamiento, las personas con quienes ahí convivo, son los horizontes concretos donde estoy llamado a mostrar con mi propio ser la manifestación de Dios en Jesucristo. Soy apóstol, por mi bautismo y mi confirmación. Pero no debo olvidar que mi propio testimonio no me convierte en un protagonista que desplace a Cristo. La centralidad de toda la historia de salvación está siempre en él. Yo también debo morir a mis seguridades, a los espacios de la ley recibida como costumbre sin espíritu, o a las simples costumbres de mis padres, para alcanzar el verdadero vínculo que me llena de vida: el contacto estable con el Señor. Puedo decir, sin quitar nada a mi propia dignidad, que el protagonista salvífico de mi vida es Él. Como Pablo, delante de las situaciones de traición al Evangelio, estoy llamado a defender la verdad íntegra de la fe. No se trata de un posicionamiento cómodo (¡al contrario!), ni de una ideología defendida a ultranza. Es la convicción profunda que brota de algo que he recibido de Dios mismo, y que debo encarnar en mi existencia, y el intenso color de plenitud que otorga a mi vida, lo que me lleva a permanecer fiel y a anunciar con valentía esa verdad. Si es necesario, no temo el enfrentamiento, con tal de dar testimonio de la fe. Con todo, lo más importante se encuentra en el vínculo santificante que se establece por la fe con Cristo, mi Señor. Estoy llamado, por gracia, como gracia, en la gracia, a la asimilación de Cristo en mi propia vida. A no ser yo quien viva, sino que Cristo viva en mí. En el fondo, esta unión íntima con Cristo depende de algo que reconozco como raíz; un acontecimiento originario que es el paraíso de la nueva Creación: me amó y se entregó a sí mismo por mí. Soy producto del amor de Cristo. Así como en el orden natural estamos llamados a nacer a partir de un acto de amor, en el orden definitivo de nuestra salvación tenemos nuestra vida a partir del acto de amor de Cristo. Acto personal: me amó; se entregó a sí mismo por mí. La más fuerte certeza del apóstol se encuentra en esa relación viva con Jesucristo. Oratio • • • • • Gracias, Señor, por el don del Evangelio. Gracias, Señor, por haberme llamado a la vida, por haberme hecho cristiano, por mi camino como testigo. Dame fuerza, Señor, para mantenerme fiel, anunciarte, mostrarte en mi persona. Perdona, Señor, mis debilidades y flaquezas, mis traiciones, mis temores, mis acomodos a los valores del mundo. Toma, Señor, posesión de mí. Contemplatio • Me amó y se entregó a sí mismo por mí.