Los últimos días

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Los últimos días de Pablo Neruda
Luis Alberto Mansilla
Resumen
El autor de este artículo critica el proceso de mistificación de
Neruda y las operaciones para convertirlo en objeto de
veneración y de culto. Hace notar que se ha privilegiado su
condición de "poeta del amor", en desmedro de su poesía y su
labor política. Luego relata una entrevista sobre Pablo Picasso que había fallecido recientemente - que el poeta le dio en Viña
del Mar, en marzo de 1973, y su último encuentro con Neruda,
a fines de agosto del mismo año. El artículo concluye con el
recuerdo de los funerales de Neruda.
Texto
Es un lugar común decir que Pablo Neruda es el más universal de los chilenos. No
es mitología chovinista señalar que lo más frecuente que le digan a uno en otros
países "Ah, del país de Pablo Neruda" y alguien sepa de memoria alguna estrofa del
Poema 20 o que algún intelectual cite Residencia en la Tierra o algún político se
acuerde de España en el Corazón, o que algún nerudiano exprese el deseo de
conocer Isla Negra que no es isla ni es negra.
Neruda es quizás el poeta más traducido del siglo. Se le puede leer en casi todos los
idiomas y en la mayoría de los dialectos. Se dice que Veinte Poemas de Amor es el
devocionario de los amantes o que Residencia en la Tierra es uno de los libros más
disgregadores y angustiosos que se hayan escrito en poesía y que Canto General es
uno de los mayores monumentos de la poesía política en idioma español.
Casi no hay nada novedoso que decir o agregar a la obra y a la biografía de este
colosal chileno. Hace tiempo ingresó a los dominios de la mitología. Así, se asegura
que fue una especie de don Juan o de Casanova, aunque lo cierto es que sus
amores y sus amantes no fueron muchas; que cultivó más lo amores que los
amoríos; que le gustaba legalizar en el registro civil sus uniones profundas; que
desde sus años juveniles le ofrecía matrimonio a una amada que le dio calabazas;
que era, en fin, un galán tímido.
El marketing que acompaña su figura dice que era un incansable coleccionista de
caprichosos objetos, un constructor de casas exóticas, un idealista inocente que
hizo un ingenuo pacto con el diablo, impulsado por sus sueños de cambiar y hacer
mejor la sociedad humana.
Sus detractores también contribuyen al mito cuando aseguran que era un
egocéntrico insoportable, una especie de rey rodeado de cortesanos, un hedonista
para quien el pueblo, al que decía amar, no era sino una retórica de su poesía, que
era desdeñoso y lejano con la gente simple, que escribió cantos vergonzantes a
Stalin y a González Videla, personaje, este último, al que luego estigmatizó en
estrofas virulentas.
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CEME - Centro de Estudios Miguel Enríquez - Archivo Chile
Conocimos a Pablo Neruda más allá de su entorno de poeta famoso y de sus
apariciones en los mitines y batallas del Partido Comunista en que militó sin
contradicciones hasta el fin de sus días.
Era un hombre con virtudes y defectos como cualquier otro. A los que fueron sus
amigos y a quienes le conocieron de verdad les horroriza que se esté convirtiendo en
una estatua, en un objeto de culto, en una suerte de figura de iglesia. El mismo
decía que era un chileno del sur, que nunca superó al joven provinciano que en
febrero de 1921 llegó a la capital en la tercera clase de un tren nocturno, con
algunos poemas que corrigió con esmero y que conformaron las páginas de su
primer libro, Crepusculario, aparecido en 1923, y que financió con la ayuda de sus
amigos y con parte de la modesta mesada que le enviaba desde Temuco su padre
ferroviario. Vivió entonces en una pensión para estudiantes de calle Maruri. Y
cuando interrumpió sus estudios en el Instituto Pedagógico de la Universidad de
Chile ya no recibió la mesada y empezó su peregrinación de la pobreza en
destartaladas piezas de viejas casas de la calle García Reyes o Echaurren.
Era un joven de pocas palabras, de voz lenta y nasal, vestido de negro, usaba una
capa de poeta que no era otra cosa que una prenda de su padre que la empresa de
ferrocarriles les entregaba a los maquinistas para que se protegieran de las lluvias
incesantes de la zona. Desde esa época adquirió una timidez que apenas podía
disimular. Sólo se sentía a sus anchas con sus amigos, que rara vez fueron
importantes intelectuales, sino más bien personas sencillas que disfrutaban de la
vida y que le conocieron en sus años de bohemia y de pobreza. Es cierto que a la
gente le parecía que a veces adoptaba aires de Buda. Alguna vez se lo hicimos notar
en nuestras conversaciones cuando acudía a entrevistarlo como modesto reportero
del diario El Siglo o de la revista Vistazo. Siempre me decía que no se había
acostumbrado jamás a tratar a los desconocidos y sobre todo a los admiradores de
su poesía; "siempre me buscan - decía- para que explique mi poesía y yo no sé
explicarla." Era verdad que no se sabía de memoria ni uno solo de sus versos, ni
siquiera los más famosos, es verdad que nunca leía sus propios libros a los que
acudía solo cuando realizaba recitales. Estos recitales tenían un raro sortilegio
sobre el numeroso público que siempre le escuchaba con recogimiento, incluso en
espacios tan grandes como el ex Teatro Caupolicán o algún estadio. Se ufanaba de
haber realizado lecturas de su poesía incluso en el Mercado Central, en medio de
hortalizas o en plena pampa o en el campo, ante campesinos analfabetos. A primera
vista su voz resultaba lenta y monótona, con un acento de letanía sacerdotal, pero
había que acostumbrarse a su música. La verdad es que no ha existido un mejor
interprete de la poesía de Neruda que el propio Neruda.
Amaba el mar y las pequeñas maravillas de la tierra. Su búsqueda de la belleza no
tenía nada que ver con la riqueza. No coleccionaba joyas ni cuadros de gran precio
ni muebles antiguos. Buscaba insólitas piedras que arrojaba al océano, llaves
extrañas, botellas verdes o azules, máscaras, muñecas, mascarones de proa de
viejos barcos, conchas marinas de grandes dimensiones y trabajadas por el océano
durante siglos.
Era un visitante de los mercados y de las tiendas de anticuarios. Sabía que la
poesía y la belleza estaban en todas las cosas, especialmente en las que usamos
todos los días y que a veces son indispensables para nuestra existencia, y sabía que
hasta la fealdad es parte de la poesía.
Por cierto le gustaba vivir en casas que materializaban su mundo poético.
Transformó una pequeña construcción en Isla Negra en un monumento al mar o
construyó al pie del Cerro San Cristóbal una casa en varios planos y con escaleras
de piedra, que en su tiempo aprovechó una cascada de agua natural que bajaba
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desde el cerro. Asimismo convirtió una vieja casa de un cerro de Valparaíso en una
torre para dominar, el puerto al que amaba y al que consideraba uno de los lugares
mágicos de la tierra.
La poesía de Neruda es como su propia respiración y en su totalidad es su propia
autobiografía. No se recluyó jamás en una torre de cristal y ni siquiera fue un
espectador del mundo en que vivió, sino un protagonista activo y comprometido.
"No puedo –decía- sin la vida vivir, sin el hombre ser hombre".
Sentía que sus raíces estaban profundamente arraigadas en Chile. Asimiló a su
mundo los bosques, los volcanes, las flores, los pájaros, el mar, el desierto, la nieve
de Chile. Celebró a los grandes protagonistas de nuestra historia, desde los
araucanos hasta Recabarren. Entendió que el gran protagonista de la larga y
angosta franja era el pueblo chileno y a él se dedicó como ciudadano. Decía: "Yo
amo hasta las raíces de mi pequeño país frío / si tuviera que nacer mil veces allí
quiero nacer/ si tuviera que morir mil veces allí quiero morir".
En el propósito de convertir a Neruda en una estatua para la veneración se ha
llevado a cabo una operación de deshuesamiento y de fraccionamiento. Para eso se
privilegia su historia sentimental y su condición de poeta del amor en los Veinte
Poemas, Los Versos del Capitán o Cien Sonetos de Amor. Así en esta visión, por
ejemplo, tiene más importancia Josie Bliss, llamada "la pantera birmana", que la
admirable hazaña de haber rescatado de la prisión y de la muerte a dos mil
refugiados españoles republicanos en el barco Winnipeg, cuyo viaje el poeta
organizó contra viento y marea durante el gobierno del Frente Popular. Tampoco se
habla mucho de su experiencia de fugitivo de la policía durante el Gobierno de
González Videla, de su año de clandestinidad en domicilios solidarios, de su
travesía por la Cordillera de los Andes para huir de sus perseguidores y de una
temporada en la cárcel.
Para algunos no es presentable el Neruda político, militante desde 1945 en el
Partido Comunista de Chile. Es indudable que muchos no quieren enfrentarlo
desde ese ángulo y que se empeñan en hacer desaparecer esa identidad que fue tan
importante en la vida y la obra del poeta. Pero es imposible falsificar la historia y
falsificar la historia a Neruda. Nos guste o no ahí está su historia que, a mí
personalmente, me parece honrosa y ejemplar.
¿Por qué eligió Neruda ser militante del Partido Comunista y hacer un pacto con el
diablo, como alguna vez dijo el crítico Alone, que admiraba su poesía, pero que
detestaba sus convicciones políticas? En sus años juveniles el poeta fue más bien
anarquista. Allí estaban algunos de los hombres más inolvidables de su tiempo:
Juan Gandulfo, Domingo Gómez Rojas, Manuel Rojas, González Vera y varios de
sus amigos de la bohemia de la calle Bandera. Luego, durante sus angustiosos
consulados en Birmania, la India, Indonesia, fue una especie de enlutado
existencialista. La presencia de la muerte, que es "como caer desde la piel al alma",
del hastío, de la incomunicación, de la soledad y de la absurda vida, le hizo escribir
los geniales poemas de Residencia en la Tierra .
Cuando llegó a España, en pleno despliegue de la República, fue saludado como un
poeta "más cerca de la sangre que la tinta". Vivió allí una alegre vida en las tertulias
y presentaciones literarias: fue amigo entrañable de Federico García Lorca, Rafael
Alberti, Miguel Hernández, grandes poetas de este siglo. Conoció a una mujer, Delia
del Carril, que cantaba en coros obreros y se movilizaba como una hormiga para
solidarizar y apoyar a quienes necesitaban de solidaridad y apoyo. La dama
provenía de una familia argentina de estancieros pero había roto con los suyos. Era
militante del Partido Comunista de España. Al poco andar fue su compañera y su
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amante. El poeta había prolongado su incomunicación en Indonesia con un
matrimonio algo desesperado con una ciudadana javanesa- holandesa con la que
nunca se entendió.
Tal vez la Hormiguita lo llevó a definiciones políticas que no le habían interesado
antes. Pero, sin el "tal vez", fue la sangre por las calles de la guerra civil, las bombas
de la aviación fascista, el asesinato de García Lorca, los que le obligaron a una toma
de conciencia y a decir "el mundo ha cambiado y mi poesía también ha cambiado".
A partir de ahí se transformó en un hombre de acción. Ya hablamos de su hazaña
de organizador del viaje del Winnipeg. Tendríamos que añadir la fundación de la
"Alianza de Intelectuales en defensa de la cultura y contra el fascismo y la guerra" y
su aceptación de una candidatura a Senador por Tarapacá y Antofagasta, antes de
ingresar formalmente al Partido Comunista. Recorrió entonces con el líder obrero
Elías Lafferte la ya desfalleciente pampa salitrera. No sabía pronunciar discursos
políticos y Lafferte le dijo que lo mejor era que leyera sus poesías. Lo hizo a veces en
medio de la pampa con un auditorio conmovido que no quería que terminara sus
recitales; repitió esos recitales cuando fue candidato presidencial, en 1969. Fue
elegido Senador con una impresionante cantidad de votos. En el senado no sólo
hizo intervenciones poéticas sino que se preocupó profundamente de la zona que
representaba y de quienes habitaban en ella.
Neruda asumió su militancia política con responsabilidad y dedicación. Sabía que le
amenazaban algunos riesgos y los asumió. Los críticos, interesados en disminuir
este aspecto del poeta, dicen que su poesía se tiñó de rojo y eso poco tiene que ver
con la poesía. No obstante, no se explica la obra nerudiana sin Canto General que
es, del comienzo al fin, un libro político, incluyendo las formidables Alturas de
Macchu Picchu, o los tres cantos de amor a Stalingrado o libros como Las Uvas y el
Viento, Canción de Gesta, Incitación al Nixonicidio, incluyendo el Fulgor y Muerte de
Joaquín Murieta o Los muertos de la Plaza.
En realidad la tradición de la poesía política es tan vieja como la poesía. Empezó
con Homero o antes. Un libro de terrible poesía política es La Divina Comedia,
donde el Dante inventó los suplicios más terribles del infierno para sus enemigos
políticos, que le desterraron y persiguieron.
Se recuerdan los 25 años de su muerte y resulta curioso que ése no sea el tema
más importante de los discursos, a pesar de que sus detalles son menos conocidos
que los ya señalados. Revivir esos detalles puede ser también una contribución a la
memoria histórica a la que se pretende poner punto final.
Neruda regresó al país en octubre de 1972, luego de cumplir muy bien con su cargo
de Embajador en Francia del Gobierno de la Unidad Popular y de haber obtenido,
en 1971, el Premio Nobel de Literatura. Era ya evidente que estaba enfermo de un
cáncer terminal y apenas podía hacer uso de sus piernas. Cuando fuimos a
esperarlo al aeropuerto con un grupo de amigos, vimos bajar a un hombre de tez
cenicienta, enflaquecido, marchito. Expresó alegría de encontrarse con tantas caras
conocidas, y su esposa Matilde Urrutia lo sacó rápidamente de la ceremonia de los
parabienes. Neruda dijo al subir al automóvil: "vengo para quedarme". Algunos días
después se realizó una gran manifestación pública en el Estadio Nacional. Eran
días de incertidumbre y el Estadio no estaba lleno, como esperaban los
organizadores del acto que era de homenaje al Premio Nobel. El poeta dio una
vuelta en un automóvil descubierto por la elipse del Estadio. A duras penas se
mantuvo de pie y agitó un pañuelo para saludar a otros pañuelos y algunas
antorchas encendidas. Hubo sólo dos discursos: uno del General Carlos Prats, a la
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sazón Vicepresidente de la República, y otro más breve del poeta. Hubo canciones,
recitaciones y alegorías. Después las autoridades organizaron un cóctel en un hotel.
El poeta manifestó cierta prisa en regresar a Isla Negra. A partir de ahí no aceptó
entrevistas de prensa ni visitantes que no fuesen los de su entorno más próximo.
Físicamente se fue deteriorando cada vez más. Un tratamiento con cortisona infló
su figura y su imagen era patética. No obstante siguió escribiendo. Tenía la
obsesión de terminar siete libros para celebrar sus 70 años, que cumpliría en julio
de 1974.
Hacia fines de marzo de 1973 recibí un llamado telefónico de Matilde en el que me
trasmitía el deseo del poeta de contar en una entrevista algunos detalles de su
relación con Pablo Picasso que había muerto recientemente. El lugar de la cita no
era en Isla Negra sino en el hotel Cap Ducal de Viña del Mar, donde Neruda había
sido trasladado para estar cerca de unos tratamientos de luz que le hacían en una
clínica. Le encontré en cama, con buena disposición para conversar. Me dijo como
siempre: "cuenta, cuenta". Le gustaba estar informado sobre los detalles de las
noticias y de los personajes y siempre había un gran espacio para el relato de los
sucesos a los que agregaba sus propios comentarios, a veces jocosos, o con datos y
revelaciones que yo ignoraba. Luego fue al grano y durante una hora contó detalles
de sus relaciones con Picasso, que mostraban al pintor como generoso ser humano.
La entrevista apareció el 15 de abril de 1973 en la edición dominical de El Siglo.
Pasaron cinco meses y no supe nada sobre el poeta, excepto que Homero Arce, su
fiel secretario, me informaba que la enfermedad avanzaba y que Neruda estaba muy
solo en Isla Negra.
Hacia fines de agosto del 73 preparábamos en El Siglo una edición de la revista
cultural de los domingos en homenaje a los 90 años del sabio Alejandro Lipchutz.
Tuve la ocurrencia de llamar a Isla Negra para solicitar al poeta alguna frase de
celebración del profesor, a quien había llamado "el hombre más importante de mi
país". Matilde me dijo que Pablo quería dictarme directamente su contribución y
que viajase a Isla Negra a la mañana siguiente.
Le encontré en su biblioteca, frente al fuego de la chimenea. Me pareció sombrío y
desanimado. Tenía en sus rodillas un ejemplar de Desolación de Gabriela Mistral.
Me dijo que le habían impresionado una vez más los Sonetos de la Muerte y leyó
algunas estrofas. No me pidió que le contara los entretelones de alguna "noticia".
Veía todos los noticiarios de la televisión, escuchaba la radio, leía todos los diarios
que aparecían. ¿No crees, dijo, que estamos en vísperas de una guerra civil? Yo le
tranquilicé: la situación era tensa y delicada pero ya habría alguna salida. Luego
me pidió que conversara con algunos escritores y con el propio Dr. Lipchutz para
crear un comité de auspicio que llamara a una gran reunión internacional de apoyo
al Gobierno de la Unidad Popular. Me dio algunos nombres posibles: Sartre, Matta,
Sábato, Vargas Llosa, García Márquez, Arthur Miller, etc. El pretexto sería la
celebración de sus 70 años, pero el fin sería el apoyo de grandes personalidades
culturales del mundo al Gobierno del Presidente Allende. Se animó sugiriendo
algunos pasos previos que había que dar: la publicación de un manifiesto, por
ejemplo, con gran amplitud, sin sectarismo alguno, que pudieran firmar figuras
como Radomiro Tomic o el Cardenal Silva Henríquez.
El tiempo avanzaba y yo debía tomar un bus de regreso a Santiago. Le recordé el
objeto de mi visita y me pidió que me sentara frente a la máquina de escribir para
dictarme algo. Resultó un bello artículo de dos carillas y de la mejor prosa
nerudiana. Apareció en el diario, en la primera semana de septiembre de 1973. La
visita fue el 30 de agosto de ese año. Fue la última vez que vi a Pablo Neruda.
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Once días después se produjo el golpe y al día siguiente llegó a la casa de Isla Negra
un camión lleno de militares con palas y objetos de excavación. Un capitán subió
hasta el dormitorio del poeta y le dijo que venían a buscar posibles armas en el
jardín y en el interior de la casa. Neruda les dijo que revisaran todo y que era cierto
que allí habían armas terribles y que estas eran poemas, muchos poemas, más
mortíferos que las bazucas y las ametralladoras.
Se sintió muy mal apenas los militares abandonaron la casa, y Matilde decidió
llevarlo a Santiago para internarle en la Clínica Santa María. Partieron en la
mañana del 14 de septiembre en un Station Wagon que era el vehículo destinado a
las compras y los quehaceres domésticos. En el camino fueron detenidos por una
patrulla militar. Les obligaron a bajar del vehículo y fue inútil que Matilde dijese
que su acompañante era Pablo Neruda y que estaba muy enfermo. De todos modos
el Station fue revisado minuciosamente y cada papel era leído y sometido a
consideraciones. Hacía frío y Pablo soportó a duras penas la larga revisión. De
pronto Matilde advirtió que las lágrimas inundaban su rostro. "Límpiame la cara,
Patoja", le pidió en un susurro. El viaje continuó hasta la Clínica Santa María. No
parecía que su fin estaba tan próximo. Siguió trabajando con Homero Arce que
pasaba en limpio sus poemas. Leyó una novela que le llevó Delia Vergara. Le
recomendó a Aída Figueroa que pusiera a salvo a su marido, Sergio Insunza,
"porque estos matan", le dijo. Insistía en ver televisión, aunque Matilde ordenó
retirar el receptor de la pieza. Se enteró de que el río Mapocho, que estaba frente a
la Clínica, arrastraba cadáveres de jóvenes acribillados por los golpistas.
En su última noche cayó en un estado de delirio. Los están matando Lo
están matando, decía. Murió en la mañana del 23 de septiembre de 1973. Su
cadáver fue llevado al subterráneo de la Clínica donde llegaron unos pocos amigos.
En el intertanto su casa,"La Chascona", había sido saqueada bárbaramente. Los
asaltantes intentaron incendiarla. Destruyeron o se robaron cuanto encontraron a
su paso. Quebraron los vidrios del salón del segundo piso, taponearon la cascada
que caía desde el cerro y la casa se inundó en todos sus espacios.
La noticia de la muerte conmovió al mundo. Le propusieron a Matilde que el
cadáver fuera velado en la Casa Central de la Universidad de Chile o en el Salón de
Honor del clausurado Congreso Nacional o en la Sociedad de Escritores. Matilde
rechazó esas proposiciones y dispuso que los restos del poeta fueran llevados a su
casa destruida. Allí se realizó el velorio en medio de los vidrios rotos, de la
inundación, de la destrucción de muebles y cuadros. Sólo acudieron los amigos
más temerarios. La casa era rigurosamente vigilada por agentes policiales que hasta
le exigían el carné de identidad a los que acudían al lugar.
La noticia sobre sus funerales, al día siguiente, apenas apareció en los diarios. Con
nuestra querida amiga Ester Matte decidimos hacernos presentes en el cortejo.
Antes ingresamos a la casa pisando vidrios rotos y hundiendo nuestros zapatos en
el barro y en el agua. Efectivamente había en la calle una gran cantidad de agentes
de investigaciones con anteojos negros y toda la parafernalia que les caracteriza. El
cortejó partió desde "La Chascona" con unos veinte acompañantes detrás del carro
fúnebre. En la cercana plaza, a la subida del San Cristóbal, había una pequeña
multitud: mujeres y niños con flores, escritores y trabajadores hasta con banderas
sindicales. En el trayecto se fueron agregando otros y otros.
Casi en cada esquina y hasta en los techos de las casas, había militares armados de
ametralladoras, como dispuestos a un ataque. Se despedía así a un Premio Nobel,
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al más ilustre de los chilenos. No podemos negar que todos sentíamos algún temor.
Había periodistas que en el trayecto pedían declaraciones sobre el golpe, sobre el
asesinato de Allende o de Víctor Jara. Nosotros contestábamos con monosílabos.
Temíamos incluso ser sacados de la fila para ser detenidos quizás por qué causa.
Algunos obreros despedidos de la Editorial Quimantú empezaron una desafiante
recitación en coro de algunas estrofas de España en el Corazón. Otros cantaron la
Canción Nacional. Al llegar al cementerio ya había centenares de manifestantes.
Alguien inició las primeras estrofas de La Internacional y eso se transformó en un
coro general incontenible. Algunos Embajadores presentes no sabían si era
protocolar permanecer allí, pero siguieron con aire solemne el cortejo. El poeta fue
sepultado en un mausoleo de la familia Dittborn. Recuerdo que habló Francisco
Coloane y que algunos jóvenes poetas leyeron poemas alusivos. Recuerdo que
alguien nos recomendó salir en grupos como acompañantes de algún diplomático
para no ser detenidos. Tres años después el cadáver fue expulsado del mausoleo de
la familia Dittborn y enterrado en las proximidades del nicho de Víctor Jara.
Tales fueron los funerales de Neruda, el día 24 de septiembre de 1973. Fue la
primera manifestación pública contra la dictadura. Sin duda el poeta hubiese
querido que fuera así.
En un discurso de Estocolmo, al recibir el Premio Nobel, dijo que el poeta no es un
pequeño dios como afirmaba Huidobro. Y que su mayor aspiración era estar a la
altura insigne de los hombres sencillos. A la altura insigne de los panaderos, los
albañiles, los mineros, los obreros de las industrias, los campesinos y los
pescadores. De hombres y mujeres que hacen posible nuestra existencia y que sin
embargo, son los que reciben todos los golpes. Agregó una frase de Rimbaud: "sólo
con ardiente paciencia conquistaremos las hermosas ciudades de mañana".
Toda la obra de Neruda está al servicio de esta ardiente paciencia para conquistar
la justicia y la felicidad para todos. Ahí está su clave y es por lo tanto un patrimonio
de nuestros sueños y de nuestro honor.
Cita / Referencia
Mansilla, Luis Alberto. Los últimos días. Anales de la Universidad de Chile. VI serie:
10, diciembre de 1999. http://www2.anales.uchile.cl/
Información disponible en el sitio ARCHIVO CHILE, Web del Centro Estudios “Miguel Enríquez”, CEME:
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