4 1709 / 2 de agosto de 2009 1709 / 2 de agosto de 2009 5 Índice No. 1993 • 11 de enero de 2015 Foto portada: Marco Antonio Cruz 10 /Santiago Igartúa /Sergio Loya /Anne Marie Mergier /Raúl Ochoa /Beatriz Pereyra /Alejandro Pérez Utrera /Arturo Rodríguez García /Rodrigo Vera /Rosalía Vergara /Jenaro Villamil REPORTE ESPECIAL Morir a tiempo /Julio Scherer García 16 El periodismo frente al poder /Julio Scherer García 28 Treinta y cinco años alrededor de Julio /Vicente Leñero 36 TESTIMONIOS I: /Salvador Corro /Carlos Acosta Córdova /Alejandro Caballero /Homero Campa /Germán Canseco /Jorge Carrasco Araizaga /Jesusa Cervantes /Marco Antonio Cruz /Patricia Dávila /Álvaro Delgado /Gloria Leticia Díaz /Miguel Dimayuga /Verónica Espinosa /J. Jesús Esquivel /Benjamín Flores /Rogelio Flores Morales /José Gil Olmos /Octavio Gómez /Alejandro Gutiérrez CISA / Comunicación e Información, SA de CV CONSEJO DE ADMINISTRACIÓN: Presidente, Julio Scherer García; Vicepresidente, Vicente Leñero; Tesorero, Rafael Rodríguez Castañeda; Vocales, Francisco Álvarez, Salvador Corro semanario de información y análisis DIRECTOR: Rafael Rodríguez Castañeda SUBDIRECTOR EDITORIAL: Salvador Corro SUBDIRECTOR DE ADMINISTRACIÓN: Alejandro Rivera ASISTENTE DE LA DIRECCIÓN: María de los Ángeles Morales; ayudante, Luis Ángel Cruz ASISTENTE DE LA SUBDIRECCIÓN EDITORIAL: Flor Hernández ASISTENTE DE LA SUBDIRECCIÓN DE ADMINISTRACIÓN: Laura Ávila COORDINADORA DE FINANZAS DE REDACCIÓN: Beatriz González COORDINADORA DE RECURSOS HUMANOS: Luz María Pineda EDICIÓN Y CORRECCIÓN: Alejandro Pérez, coordinador; Cuauhtémoc Arista, Tomás Domínguez, Sergio Loya, Hugo Martínez, Juan Carlos Ortega REPORTEROS: Carlos Acosta, Jorge Carrasco, Jesusa Cervantes, Juan Carlos Cruz, Patricia Dávila, Gloria Leticia Díaz, Álvaro Delgado, José Gil Olmos, Santiago Igartúa, Arturo Rodríguez, Rodrigo Vera, Rosalia Vergara, Jenaro Villamil CORRESPONSALES: Campeche, Rosa Santana; Colima: Pedro Zamora; Chiapas, Isaín Mandujano; Guanajuato: Verónica Es pi nosa; Guerrero, Ezequiel Flores Contreras; Jalisco, Fe li pe Co bián; 68 TESTIMONIOS II: /Miguel Bonasso /Rafael Cardona /Juan Ramón de la Fuente /Fátima Fernández Christlieb /Miguel Ángel Granados Chapa /David Ibarra /Enrique Krauze /Lorenzo Meyer /Adela Navarro Bello /Elena Poniatowska /Javier Sicilia /Ignacio Solares 86 87 ANÁLISIS Carta para Julio Scherer /Denise Dresser Queremos tanto a Julio /Naranjo Michoacán, Francisco Castellanos; Nuevo León, Luciano Campos; Oaxaca, Pedro Matías; Puebla, María Gabriela Hernández,Tabasco, Armando Guzmán INTERNACIONAL: Homero Campa, coordinador; Corresponsales: Madrid: Alejandro Gutiérrez; París: Anne Marie Mergier; Washington: J. Jesús Esquivel CULTURA: Armando Ponce, editor; Judith Amador Tello, Javier Betancourt, Blanca González Rosas, Estela Leñero Franco, Isabel Leñero, Samuel Máynez Champion, Jorge Munguía Espitia, José Emilio Pacheco, Alberto Paredes, Niza Rivera Medina, Raquel Tibol, Florence Toussaint, Rafael Vargas, Columba Vértiz de la Fuente; cultura@proceso.com.mx ESPECTÁCULOS: Roberto Ponce, coordinador. espectaculos@proceso.com.mx DEPORTES: Raúl Ochoa, Beatriz Pereyra FOTOGRAFÍA: Marco Antonio Cruz, Coordinador; Fotógrafos: Germán Canseco, Miguel Dimayuga, Benjamín Flores, Octavio Gómez, Eduardo Miranda; ; asistente, Aurora Trejo; auxiliar, Violeta Melo AUXILIAR DE REDACCIÓN: Ángel Sánchez AYUDANTE DE REDACCIÓN: Damián Vega ANÁLISIS: Colaboradores: John M. Ackerman, Ariel Dorfman, Sabina Berman, Jesús Cantú, Denise Dresser, Marta Lamas, Rafael Segovia, Javier Sicilia, Enrique Semo, Ernesto Villanueva, Jorge Volpi; cartonistas: Gallut, Helguera, Hernández, Naranjo, Rocha CENTRO DE DOCUMENTACIÓN: Rogelio Flores, coordinador; Juan Carlos Baltazar, Lidia García, Leoncio Rosales CORRECCIÓN TIPOGRÁFICA: Jorge González Ramírez, coordinador; Serafín Díaz, Sergio Daniel González, Patricia Posadas DISEÑO: Alejandro Valdés Kuri, coordinador; Fernando Cisneros Larios, Antonio Fouilloux Dávila, Manuel Fouilloux Anaya y Juan Ricardo Robles de Haro COMERCIALIZACIÓN PUBLICIDAD: Ana María Cortés, administradora de ventas; Eva Ángeles, Rubén Báez ejecutivos de cuenta. Tel. 5636-2077 / 2091 / 2062 88 Un águila llamada Julio Scherer /Héctor Tajonar 100 Su enorme melomanía /Samuel Máynez Champion 89 90 El otro gran Julio /Ariel Dorfman 102 Un ariete contra las murallas del poder /Jesús Cantú La evocación cercana de Del Toro, Mandoki y Cazals /Columba Vértiz de la Fuente 104 Páginas de crítica 92 93 Un encuentro fallido /Olga Pellicer 94 ARTE: La piel y la entraña /Blanca González Rosas Francia y México: una sola lucha /John M. Ackerman MÚSICA: Emilio Ruggerio, tenor olvidado por el INBA /Mauricio Rábago Palafox ENSAYO TEATRO: Teatro en 2014 /Estela Leñero Franco Julio Scherer y el Proceso de la libertad /Jorge Sánchez Cordero CINE: Perros perdidos /Javier Betancourt MEDIOS: El periodismo de don Julio /Florence Toussaint CULTURA 96 El reportero cultural 97 La piel y la entraña, las memorias que Siqueiros no escribió /Judith Amador Tello 98 Los relámpagos de Ibargüengoitia /Armando Ponce VENTAS y MERCADOTECNIA: Margarita Carreón, gerente Tel. 56 36 20 63. Lucero García, Karina Valle, Norma Velázquez. Circulación: Mauricio Ramírez, Barbara López, Gisela Mares. Tel. 5636-2064. Pascual Acuña, Fernando Polo, Andrés Velázquez. Suscripciones: Cristina Sandoval Tel. 5636-2080 y 01 800 202 49 98. Mónica Cortés, Ulises de León, Rosa Morales. ATENCIÓN A SUSCRIPTORES (Reparto): Lenin Reyes Tel. 5636-2065. Jonathan García. TECNOLOGÍA DE LA INFORMACIÓN: Fernando Rodríguez, jefe; Marlon Mejía, subjefe; Eduardo Alfaro, Betzabé Estrada, Javier Venegas ALMACÉN y PROVEEDURÍA: Mercedes Guerra, coordinadora; Rogelio Valdivia MANTENIMIENTO: Miguel Olvera, Victor Ramírez CONTABILIDAD: Edgar Hernández, contador; María Concepción Alvarado, Rosa Ma. García, Raquel Trejo Tapia COBRANZAS: Sandra Changpo, jefa; Raúl Cruz 110 Palabra de Lector 114 Monosapiens /Profecías para 2015 /Helguera y Hernández agencia de fotografía EDITOR: Marco Antonio Cruz; Dirección: www.procesofoto.com.mx Correo electrónico:rednacional@procesofoto.com.mx; Ventas y contrataciones: 5636-2016 y 56362017 EDITOR: Alejandro Caballero; Correo electrónico: acaballero@proceso.com.mx; Armando Gutiérrez, Juan Pablo Proal y Alejandro Saldívar, coeditores; Tel. 5636-2010 RESPONSABLE TECNOLÓGICO: Ernesto García Parra; Saúl Díaz Valadez, desarrollador,Tel. 5636-2106 Siguenos en: @revistaproceso facebook.com/revistaproceso OFICINAS GENERALES: Redacción: Fresas 13; Administración: Fresas 7, Col. del Valle, 03100 México, DF CONMUTADOR GENERAL: Karina Ureña; Susana Arellano, 5636-2000 FAX: 5636-2019, Dirección; 5636-2055, Subdirección de Información; 5636-2086, 5636-2028, Redacción. AÑO 38, No. 1993, 11 DE ENERO DE 2015 IMPRESIÓN: Quad Graphics. Durazno No.1, Col. San José de las Peritas, Xochimilco, México, DF Certificado de licitud de título No. 1885 y licitud de contenido No. 1132, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones de Revistas Ilustradas el 8 de septiembre de 1976. Proceso es una Reserva para uso exclusivo otorgada por la Dirección de Reservas del Instituto Nacional del Derecho de Autor en favor de Comunicación e Información, S.A. de C.V., bajo el Número 04-2011-072215095900-102. Número ISSN: 1665-9309 Circulación certificada por el Instituto Verificador de Medios Registro No. 105 / 23 agencia proceso de información EDITOR EN JEFE: Raúl Monge; Editores: Sara Pantoja, Miguel Ángel Vázquez, Concepción Villaverde, María Luisa Vivas; Tels.: 5636-2087, Fax: 5636-2006 Suscripciones DF y zona Metropolitana: Un año, $1,490.00, 6 meses, $850.00; Guadalajara, Monterrey, Puebla y Xalapa: Un año, $1,600.00, 6 meses, $880.00. Ejemplares atrasados: $45.00. Prohibida la reproducción parcial o total de cualquier capítulo, fotografía o información publicados sin autorización expresa de Comunicación e Información, S.A. de C.V., titular de todos los derechos. 8 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 9 Octavio Gómez REP ORTE ES P E C IA L Alejandro Saldívar Morir a tiempo Apasionado del trabajo periodístico hasta sus últimos momentos, Julio Scherer García dejó escritas estas desgarradoras páginas, testimonios crudos de sus vivencias en medio de las enfermedades y el sufrimiento que lo agobiaron desde julio de 2012 hasta la madrugada del miércoles 7. Llegó a ver cercana la muerte, se asomó a su abismo y quizás deseó caer en él, al imaginar con repudio la posibilidad de una vida inútil. De todo ello da cuenta en estas cuartillas, trazadas con su prosa, punzante y dolorosa a la vez, magistral como siempre. 10 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 REP ORTE ES P E C IA L JULIO SCHERER GARCÍA U na pesadilla me arrojó fuera de la cama. Cuatro sujetos salidos de no sé dónde pretendían violarme. Ya me habían despojado del cinturón y se empeñaban en bajarme los pantalones. Yo gritaba, manoteaba, pateaba y en una de ésas me vi en el piso de la recámara. Mi cabeza había rebotado contra la madera dura de un sillón y yo sentí que me abrí en pedazos. Me asustó un calor desconocido que me recorría la espalda. Quise mover las manos y las encontré sin fuerza. Los dedos también estaban inertes. Algunos de mis hijos ahí presentes me pidieron que procurara moverme a fin de acomodarme en una silla. El propósito resultó inútil. Me encontraba paralizado. El viaje en ambulancia hasta Médica Sur fue a toda velocidad, enloquecedora la estridencia chillona de la sirena del vehículo. Me acompañaban dos de mis hijas. Yo sentía la muerte y la deseaba como una obsesión. No tuve un pensamiento para Dios o el más allá, una añoranza para Susana, algunas palabras silenciosas para mis hijos, para mis amigos hermanos, para los muchos que me han dañado. Tampoco supe del arrepentimiento por la vida torpe que había llevado. La ambulancia llegó finalmente y, en el quirófano, la obscuridad me envolvió. Al despuntar la borrosa claridad después de la cirugía, fracturada la cadera, sentí que mi cuerpo estaba hecho para el dolor. No habría podido distinguir entre la tortura que desgarra el estómago y los estragos de una muela podrida que destroza la boca. Entreabrí los ojos y vi a Adriana, su rostro tan cerca del mío como si se dispusiera a abrazarme. –Papito –escuché en un tono desgarrado. –Ya suéltenme –alcancé a decirle. –Papito –repitió bañada en lágrimas. –Hija, no quiero vivir días inútiles cargados de sufrimiento. Con las fuerzas que me quedaban, alcancé a decirle: –Me quiero ir. –Voy a hablar con mis hermanos –me dijo. En las reuniones familiares algunas veces habíamos hablado de la muerte. Yo decía que la vida no se había hecho para que ésta durara, que había un momento en el cual uno debería irse. Cuento todo esto sin pesar. No me tengo lástima. XXX En el tiempo del hospital conocí las alucinaciones, voces destempladas que me aturdían con un lenguaje áspero. Resentí los puñetazos sobre el rostro y el cuerpo. Vi caras desconocidas en mi cuarto de terapia intensiva. Las contemplé multiplicadas en los días inacabables de hospitalización. En el piso vi piojos güeros y gordos que me devoraban. Los delirios me acosaban. Sin noción, la semiinconsciencia persistía hasta que la claridad del día se transformaba en una sombra densa. En la tortura supe de Susana abandonada en la niebla. Supe también de mis hijas, a disposición de monstruos sin nariz. Contemplé serpientes blancas y leones negros de tamaño descomunal. Una enfermera me despertó súbitamente con voz queda: –¿Qué pasa? –acerté a decir. –Gritaba usted, don Julio. Yo miraba a la mujer de bata blanca, asustado y sin duda con fiebre alta. –No pasa nada, tranquilo –me dijo. –No me quiero volver a dormir. Como si de un momento a otro hubiera dejado de existir como persona, la bata blanca dispuso: –Le vamos a dar una pastilla. –No quiero. –La va a tomar. El reloj del hospital pareciera concebido para las personas ansiosas de vivir una eternidad. Ese tiempo transforma los minutos en horas y las horas en días. En esta quietud yo permanecía atento a mi lenguaje y confirmaba que ya no era el de antes. Me mantenía sensible a su falta de continuidad, una fluidez que añoraba y se había ido. También extrañaba la flojedad en mi capacidad de concentración. Conversaba apenas en la intimidad, la única a la que tenía acceso, y me protegía con monosílabos y frases hechas. Cerraba los ojos y fingía dormir para disfrazar los abismos depresivos en los que caía con frecuencia. A mis hijos los veía con sentimientos que no encajaban entre sí. Había en mí una actitud de reproche porque no me habían soltado en el momento preciso, listo como estaba para la muerte. Pero había también una emoción avergonzada, sus ojos en los míos entregados a la comprensión y el amor. XXX En la memoria remota, algunas veces emergía mi padre: Una tarde había tomado pastillas decidido a morir. Mi madre se enteró a tiempo, el minuto exacto para arrebatarlo del fin. Yo la acompañé al lavado brutal al que debió someterse. Boca arriba y desnudo sobre una plancha de piedra, cuatro enfermeros descargaban sobre su cuerpo cubetazos y manguerazos de agua fría. Fueron minutos crueles, un segundo a punto de expirar y al siguiente asido su organismo a la existencia. Mi madre hacía esfuerzos para contener las lágrimas y abandonaba sus manos entre las mías. En el primer momento en que mi padre recobró la conciencia me puse de pie. –No te vayas, hijo –me dijo mi madre–. Nos vas a dejar llorando. No hice caso y me fui. Sin embargo, aún escuché la voz debilitada de mi padre: 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 11 R E P ORT E ESPECI AL –¿Por qué me hiciste esto, nenita? –ya descansada la cabeza sobre el hombro de su mujer. XXX La primera caída ocurrió en la mañana del día 24 de julio de 2012. La explicación del desplome que haría trizas los huesos de la cadera izquierda tenía su propia lógica: yo era un viejo de 86 años y huesos débiles. Por más que hubiera nadado todos los días de mi vida, mi cuerpo tenía un destino. Sufrí una segunda caída un año después. La fisura se dio a milímetros de la primera lesión. Hube de aceptar los hechos, una larga inmovilidad como pérdida de los impulsos y la libertad. Con el tiempo, volví a Proceso, cuya lectura había abandonado. Tomaba la revista entre las manos, miraba la portada y la dejaba a un lado. Igual me ocurría con los libros. Los sentía lejos de mi interés. Leía por leer. Ensayé sin provecho el acercamiento con volúmenes que nada tuvieran que ver con el trabajo ni con el país. La vida perdía su sentido, pero el cuerpo trabajaba en silencio por su recuperación. Hice un primer ensayo para mantenerme en pie unos segundos. Las piernas eran hilachos. Al cabo de semanas, las piernas se transformaban en alambres y poco a poco, en miembros útiles a un viejo que miraba sin angustia el término de sus afanes. En silencio discurría de qué manera la vida se me había impuesto. El 31 de diciembre de 2013 fui a Proceso, mi entorno de trabajo y segunda casa. Muchos de mis compañeros se encontraban de vacaciones, pero pude conversar con unos treinta. Me vi en cada uno de ellos. Pero faltaba otra operación –que derivaría en cinco más–, para arreglar un intestino víctima de un trato severo que armonizara los pedazos desperdigados de mí mismo. El doctor Omar Vergara me había advertido: “Lo operaré cuando usted se encuentre en óptimas condiciones”. Transmití al director de Proceso, Rafael Rodríguez Castañeda, la infausta noticia. Ya en la puerta del quirófano, el doctor Omar Vergara había pedido a cualquiera de mis hijos la firma que autorizaría una intervención de altísimo riesgo. Los nueve se miraron entre sí, paralizados. El médico fue terminante: yo moría y él no podía perder un segundo. La firma llegó al papel y yo conservaría una vida que no deseaba. XXX El doctor Tomás Sánchez Ugarte supo de mí en la intimidad tanto como puede conocerse a un hombre en su condición de enfermo. El doctor afirmaba que el origen de todo miedo es la muerte. A él y sólo a él confiaba que quería evitar que lo cotidiano se disolviera. Para eso se escribe, para eso se vive en mi profesión de periodista. La enfermedad retrocedió súbitamente como si se tratara de una ráfaga. Pero ahí estaba, presente y agazapada. Mi firma en los documentos de Proceso, temblorosa la mano, era un garrapato y la máquina de escribir, Olivetti, Lettera 22, me resultaba enigmática. De intentarlo, no reconocería el teclado ni tendría la fuerza para valerme del instrumento de trabajo por el que han pasado miles de cuartillas. En la leve mejoría, el primer asunto que ocupó mi interés fue el encarcelamiento de la maestra Elba Esther Gordillo. No dudaba de que por sus acciones al frente del sindicato de maestros que manejaba a su antojo, muchos miles podrían dar cuenta cabal de sus tropelías. Muchos miles también podrían hablar acerca de su enriquecimiento inaudito. Sus escándalos habían sido tema de innumerables crónicas. Sin embargo, no se cono- 12 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 Que tu amor me alcance en el camino ANA SCHERER IBARRA C ada mañana llego a tu casa con angustia porque sé que uno de estos días se dará el último encuentro entre nosotros. Es hasta el primer instante en que nos miramos que renuevas mi esperanza, estirándola veinticuatro horas más. Me esperas ya en tu reposet –sabes que llegaré en cualquier momento– y al aparecer me observas con tus ojos tristes para darme un regalo de bienvenida, siempre el mismo, en igualdad de condiciones para cada uno de tus hijos: una sonrisa dulce. Invariablemente nos besamos, en la frente, las mejillas, las manos. Nuestras caricias juntas responden a la única emoción posible, ternura. Tu cuerpo, papá, se ha ido haciendo pequeño, delgado, frágil. Ese cuerpo fuerte y sólido, al que protegiste antaño con kilómetros de natación y caminata, ha perdido su tamaño, su tono muscular. Estoy todos los días en tu casa para cuidar de ti. A veces me llamo Pablo y te hablo con la voz de Regina. En otras, te escucho con la profundidad de Pedro y te acaricio con las manos de María. Te estrecho entre mis brazos para oír de ti mi nombre, Susana, que es también el de mi madre. Así, reímos juntos Adriana, Gabriela y tú. Si te ofrezco mi brazo fuerte, pa, soy Julio y soy yo, Ana, para acompañarte. Tus nueve hijos nos equivocamos. No somos quienes te cuidamos, eres tú el mismo que sigue viendo por cada uno de nosotros en tu fragilidad, en tu postración, en el dolor inacabable que te encuentra en la habitación con el alba y no te deja en paz hasta el ocaso. ¿Cuántas veces, papá, hablamos de las definiciones del valor y el peso específico de las palabras, de la responsabilidad que implica el pronunciarlas, escribirlas, develarlas, más aún, darles sentido? Hace todavía unos años, el primer vocablo que aparecía en mi mente al evocarte era variable, sorpresivo, impactante. Solía ser inteligencia, fuerza, dignidad, carácter, convicción, congruencia, sensibilidad, integridad. Hoy, siendo una y siendo nueve, sólo te concibo bajo una palabra que es también un sentimiento, el único por el que vale la pena asistir al experimento humano: amor. ¿Qué es el amor, viejo, en tus términos que ya son propios, transmitidos como ejemplo, como factor esencial en nuestra formación y modo de vida? Amar, decías, es ofrecer la verdad al precio que tenga que pagarse. Es comprender a pesar de errores, trampas o justificaciones, sin emitir juicios o descalificaciones que lastimen. Es mirar al interior de nuestras razones privilegiando la ética y la moral por encima de vanidades, intereses o soberbia. Es ofrecer consuelo al sufrimiento por pequeño que parezca y compadecer en el sentido estricto de la palabra, que significa padecer con el otro. Es alumbrar y aconsejar si somos requeridos. Es compartir los bienes materiales e intelectuales; el conocimiento, la experiencia, los valores o los sueños, sin pretender imponerlos. Amar en tus términos implica libertad, compromiso, responsabilidad, no solamente al dar, porque da el que tiene, pero en el darse cabemos todos. Con mis nueve pares de ojos no te observo distante, inalcanzable, etéreo. Siempre tienes tiempo para mí y es precisamente hoy lo que más valoro, porque ese bien aparentemente inagotable que pusiste en todo momento a mi disposición, ese tesoro que no es otra cosa que tu vida, se está acabando y me pesa en el alma aceptarlo. Cada día me abruma más la impotencia, me percibo fracasada, absurda, innecesaria. No sé cómo hablarte ni qué decirte. Deseo con mi ser completo que te apoyes en mí y soy quien en ti se recarga. Anhelo aliviar aunque sea un poco tu dolor y eres tú el que me conforta, me consuela, me alienta. Pretendo inútilmente ser blanco de tu desahogo y tú guardas silencio para no afligirme. No somos amigos, lo has dicho hasta el cansancio. La amistad, que es otra forma suprema del amor, excluye las relaciones fraterno filiales por razones elementales de contemporaneidad. Lo entiendo cabalmente y, sin embargo, ansío convertirme en tu amiga para apropiarme también de lo único que no me has entregado: los secretos de tu corazón. No te juzgo, me juzgo. Y sé que no puedo caminar en tus laberintos aunque desearía acompañarte en ellos. Conozco bien tu trabajo, que en ocasiones, en mi inmenso egoísmo, he hecho mío. Podría reseñar tus libros uno a uno, contar tus historias, que me son familiares porque he formado parte de ellas, leídas o relatadas por tu voz siempre en tono bajo. A mi edad, a veces joven, otras no tanto, ignoro si es mayor el amor que te profeso o la admiración que me mereces. Porque no me veo en tu lejanía, no imagino el futuro sin la certeza de que nos amamos. Sé, sin la menor sombra de duda, papito hermoso, que el respeto preside las emociones que me asaltan al despedirnos cada noche, después de la cena cuando hubo cena o después de los besos y abrazos, recibidos con amorosa ternura, cuando no te permitieron ya ni comer ni beber un sorbo de agua. Esta noche, viejo, cuando escribo, tú ya no estás. Esta noche no pudimos despedirnos y así tenía que ser porque entre nosotros no caben las despedidas. Te has ido para quedarte siempre en mi corazón, hasta que, como el tuyo, deje de latir para volver a hacerlo con toda su fuerza en los corazones de mis hijos y de mis nietos, hasta alcanzar lo imposible, la eternidad. Hasta siempre, padre. Que tu amor me alcance en el camino. O 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 13 Alejandro Saldívar te, en especial, los motivos que, a su juicio, la mantienen en la cárcel. Reciba, como siempre, un saludo afectuoso. En el supuesto de que la señora optara por una entrevista de preguntas y respuestas, había preparado el siguiente cuestionario: 1.- ¿De qué manera ocurrió su detención en el aeropuerto de Toluca, el 26 de febrero de 2013, y su posterior aprehensión? 2.- ¿A qué atribuye su encarcelamiento? 3.- En su tiempo de gobierno en el Estado de México y los meses como presidente de la República, ¿hubo entre usted y Enrique Peña Nieto algún acuerdo, compromisos asumidos en el claroscuro de la política? 4.- ¿Hubo acuerdos entre los presidentes panistas Vicente Fox y Felipe Calderón, de un lado, y el SNTE y usted, del otro? 5.- Cuente de su relación con Carlos Salinas, el presidente que en sus intereses la cubrió de poder. 6.- ¿Qué de sus diferencias con Ernesto Zedillo y los arreglos del sindicato a su servicio en Corro, Rodríguez Castañeda y Scherer García. En Proceso aquel gobierno? 7.- Existe una inocultable desproporción entre la riqueza que tuvo usted en las manos y la modestia económica que viven los maestros. ¿Le pesa el concían aún las acusaciones que la habían llevado al presidio. Su extraste? ¿Qué reflexiones le suscita? pediente resulta esencial en cualquier litigio, el principio causal 8.- ¿Lamenta haberse cubierto de seda y joyas durante veinde cualquier juicio permanecía cerrado. te años de su vida? En el aeropuerto de Toluca, sorpresivamente, agentes federa9.- La corrupción ha marcado el destino de México desde meles se habían apoderado de su persona y la habían llevado lejos diados del siglo pasado. ¿Cuál será la raíz profunda? de los reflectores. 10.- ¿Existe o no una insurrección magisterial? En un sentido Por su parte, desde el 26 de febrero de 2013, la maestra había o en otro, ¿cuál sería el destino de los profesores en el gobierno guardado silencio. Cómplice del presidente de la República y de que preside Enrique Peña Nieto? los hombres y mujeres con poder político y económico, parecía disfrutar de la vida. No se ocultaba y había librado muchas bataXXX llas a cielo abierto. Su encarcelamiento dio lugar a toda suerte de especulaciones. En ellas estaban incluidas dos palabras terribles: Pasaron semanas, meses, desvalido en una cama de hospital instalada en mi recámara. Poco a poco recuperé la pasión por las pertraición y venganza, de aquí para allá y de allá para acá. También sonas que me son entrañables y a su lado disfruté de horas plenas. salía a la superficie la asfixiante corrupción de la política. Pero al cabo de un tiempo regresaba a mi entorno el cielo sin coloYo pensaba en toda suerte de trabajos periodísticos. Me inres. Las fuerzas me habían abandonado. No podía sostener un vateresaba conversar con la maestra. En tiempos mejores le había so de agua y requería del auxilio de dos enfermeros para cambiar hecho llegar la carta que transcribo: de postura en el lecho. Las piernas no habrían podido sostenerme en pie un par de segundos. Las manos temblaban y los meñiques Doña Elba, sin preámbulos: habían perdido su relación con los cuatro que les son inseparables. Más allá de nuestras diferencias públicas, usted y yo hemos Proceso llegaba puntualmente a la casa los sábados a media mantenido una amistad persistente. Fueron cordiales nuestras tarde. Veía la portada y en minutos hojeaba el contenido del seconversaciones en su casa de Galileo, en algunas ocasiones senmanario. Pensaba que sólo así podría mantener un cierto equitados a la mesa con platillos que su madre nos hacía llegar. librio interior lejos de la frenética cotidianidad. Al director de la Somos amigos por una razón: no nos hemos mentido. Nuestra relación ha estado por encima de la malicia o la mala fe enrevista, Rafael Rodríguez Castañeda, lo llamaba con prudente regularidad. Admiraba su ímpetu y su carácter. También un cierto cubierta. Usted ha vivido como ha querido o ha podido y yo he estoicismo. Se acostumbró y nos acostumbramos todos al cerco hecho lo propio. de silencio que el gobierno y casi todos los medios habían decreAlgunas veces hablamos de la posibilidad de una entrevistado contra la revista. Por importante que fuera la exclusiva que ta entre usted y yo. Nunca llegamos a un acuerdo, la verdad no el semanario destacara, ya sabíamos que los sucesos difundidos sé por qué. Ni usted arriesgaba en sus respuestas ni yo en mis por Proceso aparecerían como propios poco después en los mepreguntas. Conversaríamos de manera llana y nos daríamos el dios que viven con la mano extendida. Yo me había prohibido tiempo que hiciera falta. pensar en el trabajo a largo plazo. Considerando que habría sido A través de estas líneas le hago llegar mi renovado interés por como girar sobre mí mismo para terminar en el punto de partida. entrevistarla. Más aún, me parece que está obligada, como nunca, a ocuparse de capítulos cruciales de su pasado y su presenAcariciaba una frase: morir a tiempo. 14 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 De Gustavo Díaz Ordaz a Enrique Peña Nieto, ningún presidente le fue ajeno a Julio Scherer García. Fueron ocho los mandatarios que pasó a cuchillo. Habló con ellos, los confrontó con su afilada voz primero, con su penetrante mirada después, y finalmente con su pluma. En 1986, editorial Grijalbo publicó su libro Los presidentes, en el que retrató a cuatro de ellos, y ahora prepara una nueva edición, en la cual participó el propio autor, en la que incluye a los otros cuatro. He aquí una selección de esos textos, en los que Scherer García desnuda a los titulares del máximo poder en México. El periodismo frente Archivo Procesofoto al poder Díaz Ordaz REP ORTE ES P E C IA L JULIO SCHERER GARCÍA D os esferas minúsculas por ojos, las pestañas ralas, a la intemperie los dientes grandes y desiguales, la piel amarilla, salpicada de lunares cafés, gruesos los labios y ancha la base de la nariz, así era don Gustavo Díaz Ordaz. Algunas veces bromeaba acerca de su fealdad, pero si alguien le seguía el juego, estallaba su ira. Irritable, se vigilaba; desconfiado, se mantenía al acecho. Agobiado los últimos años de su vida, después de la tragedia de 1968 resguardó su intimidad. La fortificó tanto que hizo de ella una cárcel. Allí murió. Un día me dijo que era como una espina y sudaba hasta empapar la camisa. –No le creo –le dije. –Sudo como un gordo. –¿Usted? –Me consumo. Otro día me confió de su paso por la Secretaría de Gobernación, un pasatiempo en comparación con su responsabilidad de esos días: presidente de México. –En términos humanos, no políticos ni históricos, ¿cuál es la diferencia? –le pregunté. –Las cuerdas. –No le entiendo, señor presidente. –El secretario de Gobernación boxea en un ring protegido por cuerdas. El presidente de la República pelea en un ring sin cuerdas. Si cae, cae al vacío. Me miró a los ojos: –No puede caer. –¿Y si lo tocan? –No puede caer, le digo. (…) Fui elegido director general de Excélsior el 31 de agosto de 1968. El país se endurecía, también el diario. Permanecí al lado de mi antecesor, don Manuel Becerra Acosta, hasta el día de su muerte. Fui su auxiliar. Afirmó en mí el orgullo por la profesión. Hizo del periodismo una convicción y una pasión. El mismo día de la designación me llamó el presidente Díaz Ordaz por teléfono. Felicitaciones. Detrás de él, todos sus secretarios, los gobernadores, los senadores, los diputados. El milagro de la unanimidad es asunto ordinario en el gobierno. Llovieron telegramas de los prohombres de la iniciativa privada. En el edificio de Reforma 18 cantaron los mariachis, escuché promesas de lealtad, fui abrazado hasta quedar exhausto. Observada desde el exterior, la alegría es siempre igual a sí misma. Hacia adentro tiene mil lenguajes. No hay alegría sin una responsabilidad que la limite, alguna preocupación que la ensombrezca. No es como la euforia, una embriaguez. Menos como el éxtasis, que se da en el amor. Eran los días de los estudiantes, posesionados del corazón de la ciudad. Sus manifestaciones por el Paseo de la Reforma, rumbo al Zócalo, causaban tensión en el interior de la cooperativa. La multitud estallaba en injurias a su paso por Excélsior. “Prensa vendida, prensa vendida”, gritaba. Eran miles los puños en alto, los rostros descompuestos, la ira en la piel. No ocultábamos las noticias. Tampoco la magnitud del fenómeno. En aumento incesante, nuestras ediciones consignaban desplegados de todos tamaños en apoyo al movimiento estudiantil. Aumentaba también el número de telefonemas a mi oficina que recomendaban prudencia. En nuestro oficio sabemos que no hay manera de resistir un suceso. Es el vacío que se abre. Se traga al reportero, al canonista, al escritor hecho en la tinta de la información. Me decía el sub- director, Alberto Ramírez de Aguilar: “Un acontecimiento me sacude. Cuando me acuesto, me duelen los huesos”. En las páginas del diario, el canto y la rabia estudiantil mezclados, se abrían paso por sí mismos, inevitablemente. (…) Convocó el presidente de la República a los representantes de los medios de comunicación el 5 de octubre a mediodía. Nos reuniríamos en el edificio de la Comisión Organizadora de la Olimpiada, en Lieja y Paseo de la Reforma. La cita era para conversar largo. Comeríamos juntos. No llegó Díaz Ordaz. Martínez Manautou lo exculpó sin argumentos. “Contrariando sus deseos”, empezó. Todos entendimos. Tlatelolco pesaba en el ánimo presidencial. Había tensión en el comedor dispuesto para el agasajo. Algunas bromas, sin humor, endurecían el ambiente. Díaz Ordaz, coincidían los asistentes, era un patriota. Su mano firme había salvado la Olimpiada y conservaba limpia la imagen de México ante el mundo. “Estudiantes y alborotadores habían dejado al gobierno sin salida”, argumentaban los profesionistas de la comunicación, eco de sus empresas. Saludé a Martínez Manautou. Fue cordial. Su buena educación llega al refinamiento. Como un maniquí le sienta el traje. Rara vez filtra su rostro las turbaciones de las que nadie escapa. No advertí el momento en que uno de los dos levantó la voz. Ignoro cuál sería mi grado de excitación, no el suyo. Estaba descompuesto. –Traicionaste al presidente. –No me digas eso. –Quiere que lo sepas, que así entiende tu actitud. Pregunté: –¿Y tú estás de acuerdo? –A nadie como a ti ha distinguido con su amistad. No esperaba una acometida así. Oscurecía la frase una relación de muchos años. –No mezcles las cosas, Emilio. No tienes derecho. (…) Llegó la noticia, al fin. El presidente me recibiría en Los Pinos. Llegó también la advertencia: cinco minutos. Frío, de pie, me felicitó por el año nuevo y me preguntó por mi familia, no por mi trabajo; se interesó por mi salud, no por mis proyectos. A su vez me habló de su familia, no del gobierno ni de sus colaboradores; de su amigo de la infancia, Bautista, no del país. Abordó con desgano algún dato de su propia niñez y luego, sin que viniera a cuento, me dijo malhumorado: –No hay manera de darle gusto a nadie. Si mis hijos van a la escuela en un automóvil usado, soy un avaro y un hipócrita. Si se presentan en un carro último modelo, soy un cínico y un hijo de la chingada. –¿Y qué hace usted, señor presidente? –Nada. Dejo que ellos decidan. –Quisiera que habláramos del 2 de octubre, señor presidente. –No. –Le ruego. –Le repito que no. –Permítame insistir. –¿De veras quiere que hablemos? –Sí, señor presidente. Ya sentados, el escritorio de por medio, me dijo: –Sólo una pregunta: ¿continuará en su actitud, que tanto lesiona a México? ¿Continuará en su línea de traición a las instituciones, al país? 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 17 (…) –La cajetilla es una sola, señor presidente. Lo que usted ve no lo veo yo y lo que yo veo no lo ve usted. Existen respecto de Tlatelolco, por lo menos, dos puntos de vista. Conversemos, se lo ruego. –Es inútil –cortó. XXX Archivo Procesofoto Teníamos claro que no era la función de Excélsior complacer al presidente ni servir al gobierno. Echeverría era un hombre entre los hombres y si se equivocaba, se equivocaba él y no sus secretarios. Y si cometía errores los cometía él y no sus ayudantes. Y si mentía él era el falaz y no los críticos de su política. No se sumó Excélsior a otros diarios en el rito de la adulación al poder. No identificó al presidente con la patria. Permanece el periodismo en los seres que viven y en las cosas que son. Su grandeza es la del hombre. Su poesía es la del agua que corre sin agotarse. La existencia cotidiana era más rica y compleja, más atractiva y dramática, más novedosa y sorprendente que la actividad de Echeverría y el sistema detrás de él y detrás del sistema las legiones y la lisonja y las frases inauditas consagradas al jefe: “Con usted hasta la abyección, señor presidente”. No inmortaliza la palabra presidencial ni cambia la naturaleza el soplo de su aliento. Sin embargo, habíamos dedicado al presidente nuestros encabezados de la primera plana con monótona regularidad. Abandonábamos la costumbre. Más y más descendían al centro de la página frontal del diario y aun a sus páginas interiores los discursos de Echeverría. Pasaba a mejor vida la sección de sociales, catálogo de matrimonios, fiestas, modas, bautizos, confirmaciones, banquetes. Desaparecía el Día de las Madres con el mensaje del Papa a las cabecitas blancas y el festejo del 10 de mayo en el Auditorio Nacional, el director del periódico a un lado de la primera dama, cortesano obligado. Crecía el número de reporteros que se hacían de un prestigio propio, enriquecíamos la información internacional con servicios en todo el mundo. Las páginas editoriales eran cabalmente independientes y en la sec- ción deportiva se hablaba de los ratoncitos verdes en pos de gloria. Crecía el encono en contra nuestra, florecía la calumnia. Bajo la firma apócrifa de un tal José Luis Franco Guerrero circuló un cuadernillo quincenal titulado Las malévolas noticias de Excélsior. Sin pie de imprenta circuló El Excélsior de Scherer, firmado por un nombre de paja, Efrén Aguirre. No hubo límite en la ofensa a trabajadores y colaboradores de la cooperativa. Supe por el anónimo que era un degenerado sin redención. A don Daniel Cosío Villegas se le quiso manchar con páginas viles, Danny el Travieso, obra con adjetivos y sin rostro visible. Había, sin embargo, otros signos: el presidente de la República abogaba por una información sin inhibiciones, crítica. Reiteraba, en público y en privado: un gobierno honrado y una prensa independiente son puntales de la sociedad democrática. (…) Animosos y sonrientes, observé al licenciado Luis Echeverría y a don Daniel Cosío Villegas en una comida a la que invitó el escritor, ya entrado 1974. Allí se encontraban Octavio Paz, Víctor Urquidi, Mario Ojeda, Luis González, Mario Moya Palencia, Porfirio Muñoz Ledo, José López Portillo, el secretario de Hacienda que rondaba el poder. La cita fue a la una y media de la tarde, un sábado. Don Daniel sufría de hipoglucemia y si no se ajustaba a un orden en el horario de las comidas, el dolor lo inutilizaba. Además, le gustaban los huisquis y se daba tiempo para disfrutarlos con sus invitados. Yo llegué el primero. López Portillo fue el segundo. Poco a poco todos los demás. Conversábamos en el jardín bajo un clima benigno y el presidente no aparecía. A las dos y media don Daniel indicó que la señora de la casa, doña Ema, nos pedía que pasáramos a la mesa. López Portillo suplicó que aguardáramos unos minutos. Si aún no llegaba el invitado principal era debido a su condición de presidente y a su celo de hombre responsable. A todos nos constaba que aun en el sueño velaba. Media hora después, se escuchó de nuevo la voz de don Daniel: –Pasamos, por favor. –Yo le ruego, don Daniel –intercedió por segunda vez López Portillo. –En el país manda el presidente, pero en mi casa mando yo, licenciado –y se adelantó sin otro comentario rumbo al comedor. A las tres y veinte se presentó Echeverría. Fue recibido con naturalidad, eliminado cualquier falso homenaje de parte del anfitrión. Ni tiempo tuvo el presidente de mirar los esplendores que lo rodeaban: una pintura de Clausell, la selva bajo el diluvio, verde y negra, preñada de todo, aterradora; un hombre absorto en la reflexión, de Diego Rivera y también de éste, don Daniel en su juventud, esbelto, la sonrisa irónica bajo un bigotito negro. Cosío Villegas nos había reunido con el propósito de que discutiéramos acerca de las relaciones entre el intelectual y el político, la cultura y el poder. Circulaban en esos días panfletos y libros infamantes trabajados en la sombra. Pensaba don Daniel que era una buena oportunidad para que nos ocupáramos también del anonimato impune. Uno de esos libros era Danny el Travieso. Centró la atención Echeverría. Fueron terminantes sus primeras opiniones: no reconocía diferencias esenciales entre los intelectuales en el López Portillo poder y los intelectuales en el ejercicio de la crí- 18 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 Archivo Procesofoto REP ORTE ES P E C IA L XXX Echeverría Álvarez tica. Moya Palencia, Muñoz Ledo y López Portillo eran equiparables a Octavio Paz, Luis González o Mario Ojeda. No era así, objetó Cosío Villegas. Los primeros estaban comprometidos con un proyecto específico, los segundos no. No eran libres los primeros, sí los segundos… Alguien habló de la autocrítica que el gobierno ejercía por decisión propia. El tema se ahogó en sí mismo. Nadie que se precie de imparcial puede ser juez y parte a la vez. Se habló de los libelos, de Danny el Travieso. Dijo Echeverría que él, como nadie, padecía la calumnia y después de él, como nadie, sus colaboradores. Es parte del oficio público, aseveró con naturalidad. Iban y venían las voces. Una de ellas dijo que en todo caso el gobierno tenía la posibilidad de investigar el origen de los anónimos, no los intelectuales, inermes en este terreno. –Qué piel tan delicada –bromeó Moya sin humor. –No es un problema de piel delicada. Es un problema de salud pública –respondió Cosío Villegas. Tema inevitable fue la libertad de prensa. Dije que sólo en breves periodos de nuestra historia se había ejercido sin cortapisas. Me impresionaba en lo personal el caso de los caricaturistas. Maestros de su oficio, herederos de Posada y Orozco, perdían la soltura al enfrentar al presidente. Ellos, que todo satirizan y tocan, pasaban por alto al gran personaje y lo dejaban ir. Muy pocos, admirables, escapaban a esta limitación evidente. (…) Se hizo de la palabra Octavio y se hizo el silencio para escucharlo. Habló diez, doce minutos. Entre sus juicios, evoco uno, que me llamó la atención como ninguno otro, la frase directa al corazón en los asuntos que debatíamos: es muy distinto mandar a pensar. Mostraban las paredes de la ayudantía del Estado Mayor en Los Pinos, a unos metros del despacho presidencial, fotografías y más fotografías de López Portillo. López Portillo en un caballo blanco; López Portillo en un caballo negro; López Portillo con una raqueta en la mano; López Portillo en el momento de disparar una metralleta; López Portillo en una pista de carreras; López Portillo en esquí; López Portillo en el timón de una lancha; López Portillo con un arpón; López Portillo sobre cubierta en un yate; López Portillo en plena caminata; López Portillo al trote con un tarahumara; López Portillo en una montaña; López Portillo en la cumbre. (…) Deportista, pintor, orador, maestro, filósofo, escritor, bailarín, cantador, charro, perdió el celo por la República en la segunda mitad de su gobierno. Ricardo García Sainz recuerda que en los tres primeros años fue exacto en las citas, riguroso en el orden de la actividad cotidiana, atento, vivaz, certero en el juicio, rebosante de humor. “Presidente de lujo”, le llamaba. (…) En los inicios de 1977 me recibió López Portillo en Los Pinos. Lo encontré dueño de sí y de cuanto le rodeaba. Sentado en un sillón de cuero negro y alto respaldo, cruzadas las piernas, vestido con un traje oscuro de tela gruesa, todo se movía a su servicio con una suave naturalidad. A una llamada apenas perceptible de un timbre oculto, una bella señora de cabello rubio que descendía hasta media espalda, le llevó su pipa. Fumó el presidente con fruición, largos segundos en silencio. “Sabe a madera y frutos”, dijo. Escribiría un diario, resumen de sus experiencias y reflexiones. Se dice que el hombre en el poder está solo, especie única en las alturas. No lo creía así López Portillo. Pensaba que la soledad se da al momento de tomar una decisión, no en el largo trance que la precede. “No, Juliao, no hay más soledad que la del narcisista y el ególatra”, me dijo. Así me llamó siempre, Juliao, la jota convertida en una shhh susurrante, como quien pide silencio. (…) Le pregunté por Echeverría. Su afán de servir era patente, me dijo. “Ni un obcecado podría negarlo”, subrayó. Le pregunté por el carácter de Echeverría, por sus mundos de adentro, los que López Portillo conocía como nadie. Amigos de muchos años unidos para siempre como heredero y delfín en el mando de la nación, de ellos 12 años sucesivos, podría describirme situaciones sorprendentes… –¿Es compulsivo? –¿Me lo preguntas tú? Nos reímos. Me sentí torpe, pero no fuera de lugar. Pretendí hurgar en el alma de Echeverría y fui detenido en la búsqueda, pequeña historia de todos los días en el periodismo. –¿Y tú, Pepe? –¿Yo qué, Juliao? –¿Te adaptas a las mil complicaciones del poder? (…) –Así es, Juliao. Tú lo sabes. El hombre es también un animal de costumbres. –¿Y los problemas del país, Pepe? –Son nubes negras. Pasan. Repitió lo que tantas veces dijo: –Sacaré al país del bache. Tres años es todo lo que necesito. (…) –Cerrarán a güevo –comentaba Francisco Galindo Ochoa–, a güevo. Guardián de honras ajenas sin prestigio propio, sucesor de Luis Javier Solana como vocero del presidente de la República, puso fin a todo trato con Proceso. Desde siempre mantuvo re- 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 19 Archivo Procesofoto –¿Me lo prometes, Juliao? –Sí, Pepe. –Le avisas a Godínez para que te reciba de inmediato. Ya no era posible responder al presidente de la República. XXX Ya en las postrimerías de 1982, Miguel de la Madrid designó a Manuel Alonso coordinador para asuntos de prensa y relaciones públicas. Brazo derecho de Fausto Zapata durante el sexenio de Luis Echeverría, rompieron Zapata y Alonso por razones no conocidas hasta hoy. En las más azarosas circunstancias era preferible a Francisco Galindo Ochoa. También a Miguel González Avelar, inaccesible. Podría ser el puente que nos llevara a una relación normal con el presidente. De la Madrid Hurtado Lo felicité en cuanto supe de su éxito. Me ofreció su cooperación, “lo que te haga falta”, papel para la revista, “todo el que necesites”. Renovaríamos un buen trato, desinteresadamente. El futuro sería otro, laciones cenagosas con la prensa. Tesorero del PRI en 1960, un conducido el país por un hombre serio y responsable. En su esfetiempo jefe de prensa de Díaz Ordaz, por su cuenta correría que ra, transformaría Alonso el embute en una ayuda limpia para los no se anunciara el Estado en Proceso. Hasta las inserciones de reporteros, “tan mal pagados”. Brindaría su auxilio a cambio de la iniciativa privada desaparecerían de las páginas de la revista. trabajo. Acabaría con la práctica oscura de los sobres distribuiPoder le sobraba. López Portillo había delegado en él las facultados entre los periodistas como una gracia, sin firma de recibido des más amplias. el estipendio. Hombre del porvenir, juzgaba el pasado con des(…) precio. “Hemos sido tan pequeños, tan mezquinos”. Cercano septiembre, el general Miguel Godínez, jefe del EstaMe preguntó si había conversado con De la Madrid. Ensardo Mayor Presidencial, me sugirió que solicitara una audiencia té historias menudas, algunas cuentas del rosario de mis fracacon el licenciado López Portillo. “Es su amigo, su pariente, lo ressos. Sus palabras expresaron cierta duda. En ese mismo momenpeta”, me decía en un pequeño antecomedor a un lado de su ofito podría saludarlo. “Vamos”, me alentó. “Un saludo y nada es lo cina, en Los Pinos. Le respondí con una verdad simple: no tenía mismo”, aduje. Le confié que deseaba una relación digna con el asunto que tratar en esfera tan alta. Volvió sobre el punto el gepresidente de la República a partir del 1 de diciembre. Fue cálineral y ya enredados en un forcejeo sin sentido le pregunté si él da su respuesta. formalizaría la audiencia. No aceptaba trato con Galindo Ochoa Llegó diciembre, la toma de posesión. Transcurrió el mes y y el secretario particular del presidente, Roberto Casillas, tomasólo escuché el silencio. Siguió enero de 1983, febrero, marzo, ba a desacato cualquier crítica al jefe de la nación. abril. Nada. Mayo, junio, julio, agosto, septiembre y la algarabía –¿Para qué soy bueno? –me saludó López Portillo como en los de las fiestas patrias, y sólo oía el rumor del tiempo que pasa. Olmejores días, la palma cordial, la sonrisa a todo lo que daban sus vidé promesas y expectativas. En Proceso escribíamos nuestra labios delgados. Estaba en pants, como siempre. Me dijo Juliao, historia, la que podíamos. como siempre. El día de su santo, 24 de mayo de 1984, recibió Susana Scherer –Sólo el gusto de saludarte, Pepe, saber cómo estás –respondos ramos de rosas recién abiertas, de Miguel de la Madrid y Madí desconcertado. nuel Alonso. “Con los atentos saludos”, decían las tarjetas graCon la mano derecha golpeó su antebrazo izquierdo en exhibadas en fina letra cursiva. Dispuso Susana dos floreros en los bición, los bíceps saltados. puntos más visibles de la sala. Uno, sobre una repisa, bajo una –Toca. litografía de Siqueiros. Otro, en el centro de una mesa pequeña. –Estás bien –dije al palpar su musculatura de atleta. De nueva cuenta nos reunimos Alonso y yo. Revisamos el –Siéntate. pasado, sin prisas. Subrayó la aspereza de Proceso, su obsesiQuedamos en ángulo recto, él en un sillón, yo en el extremo va combatividad, la búsqueda enfermiza del dato negativo hasde un sofá, a un metro de distancia. A las nueve de la noche, mi ta dar con un defecto en la Venus de Milo o un mal paso en la Paaudiencia era la última. vlova. Él se encargaría de crear las condiciones para que pudiera –Sé que te incendias, que ardes por dentro –me dijo de pronto. reunirme con el presidente. La tarea exigiría tiempo, me advirtió. Lo miré, mudo. Ánimos enconados era la estela que Proceso dejaba en el gobier–Te incendias, Juliao, admítelo, sin soberbia. no semana a semana. –No entiendo, Pepe. Pero intuí de qué se trataba. Argumenté que de sus dichos no se desprendía que nos valié–Dime, en confianza, cuánto necesitas. ramos de malas artes para prevalecer en el mundo de la informaPretendí una voz impersonal. ción, centro de conflictos por los intereses del poder, la fama, el –Nada, Pepe. dinero, la vanidad, mundo pendenciero por naturaleza. Entendía(…) Insistió. Opuse le negativa por la negativa. No me sentí mos la crítica al presidente como una parte insoslayable de nuesagraviado. Tampoco idiota. Fuera de lugar, quizá. Propuse al fin tro trabajo. “Ejercemos nuestra libertad, es todo, Manuel”. “A vecomo un respiro para los dos: ces son amarillistas”, arguyó Alonso con una sonrisa. “A veces”, lo –Cuando ya no pueda más, a punto de ahogarme, te hago lleacompañé en el mismo tono conciliador. gar una voz de auxilio. 20 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 REP ORTE ES P E C IA L –Yo me comunico contigo –dijo al término de la conversación. Nada cambió en Proceso, nada cambió mi relación con Alonso. Volvieron los tiempos de otros tiempos, sensaciones ya vividas. Corrió una semana, corrieron dos, corrió un mes. Entreveradas experiencias viejas y nuevas, armé mi propio rompecabezas para explicarme el mutismo del vocero presidencial. A Palacio había que presentarse lavadas las culpas y yo no había lavado las mías. Mantenía Proceso su posición frente al jefe de la nación, inadmisible en el código del poder. Profesional de las relaciones públicas, amante de las formas, un caballero, encajaba la personalidad de Alonso en el cuadro que me forjaba. Busqué a Manuel Alonso. Hablamos sin disimulo: –Complicaste las cosas, mi querido Julio. –¿Por qué, Manuel? –¿Cómo que por qué? –Quiero saber. Por eso te pregunto. –Conversamos con el propósito de que te entrevistaras con el presidente y a las primeras de cambio reaccionas como si no quisieras verlo. –Explícame, por favor. –Los cartones de Naranjo. –Dime, no entiendo. –Publicaste dos cartones contra el licenciado De la Madrid, uno después de otro. Apareció el primero cuatro días después de que nos reunimos, ¿te das cuenta? Y a la semana siguiente el otro. Los recuerdas, supongo. –Claro que los recuerdo. –O sea, mientras yo gestiono la entrevista con el presidente, tú lo agredes. Te pregunto, de buena fe: ¿no podías haber aguardado unos días para publicar los cartones? ¿No podías haber esperado a tu conversación con el presidente? –Nada tiene que ver Naranjo en mis conversaciones contigo. O quien sea, así se trate del presidente. –Tú eres el director, marcas la línea. –Naranjo es el dueño de su espacio. –Bajo tu supervisión. –Te equivocas. –Eso quiere decir que publicas lo que te entregue. –En principio así es. –Eso no disminuye tu responsabilidad. Eres el director. –Pero no el dueño. –Quiero que me comprendas. En la portada de la revista está tu nombre. Sólo el tuyo. Ningún otro. Bajo el logotipo. –Asumo la responsabilidad última por el contenido de Proceso, por supuesto. Pero no como patrón. Por la revista respondemos todos. –Vaya. –Buena, dime, ¿en qué quedamos? –Voy a explicarte: tú y yo llegamos a un acuerdo. Al separarnos y dirigirse cada uno a su automóvil, tu chofer apedrea mi auto. En esas condiciones, ¿qué quieres que te diga? –Naranjo no es mi chofer. –Es un ejemplo. –Ofensivo. 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 21 –Como ejemplo, válido. –Dejemos eso. En concreto, ¿se frustró la entrevista? –Mi querido Julio, si no respetas al presidente, si lo ofendes, ¿qué puedo hacer por ti? –Nadie es tan fuerte y tan vulnerable como un presidente, donde sea. Se trata de saber si se pueden o no tener relaciones de respeto mutuo con él. No es Dios, Manuel. –Yo creo en la institución presidencial. Tú no. Es nuestra diferencia. XXX Germán Canseco Un día ordinario dejó de ser un día cualquiera: me proponía que cenáramos en mi casa. “A las diez de la noche –decidió. O después. No dispongo de mi tiempo”. “Mi tiempo sí es mío –le respondí. Lo espero de las diez en adelante.” Susana eligió un vestido bonito. Quería ser grata, hacerlo sentir en un ambiente acogedor. Preparó una cena sencilla. A las once de la noche dejó en la mesa del comedor un platón con carnes frías, salmón, angulas, aceitunas en vinagre, espárragos, queso, vino blanco, leche, pasteles y café. Recibí a Salinas pasadas las once y media con un libro firmado por Eduardo Galeano, amable y circunstancial. Así es la política, así es el periodismo y allí estaba él. Apenas probó bocado, pero me trató con la fina cortesía que nada deja. Mi madre sabía de eso. “A los hombres nada los separa como la educación formal”, me enseñaba. (…) Zedillo Ponce de León 22 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 La conversación tranquila suavizaba las diferencias, mientras íbamos del jugo de naranja a las croquetas de pollo en salsa verde. El presidente creía en el Tratado de Libre Comercio a partir de una relación justa entre las naciones, que a mí me parecía imposible por el carácter imperial de los Estados Unidos; creía en la buena disposición del presidente Bush, que a mí me parecía imposible por sus fibras de guerrero; creía en la economía como principio para la transformación política, que yo objetaba porque la riqueza no es lo mejor del hombre; creía que México ingresaría al primer mundo, ingreso que me parecía distante por nuestra pobreza y los indígenas en la oscuridad de su edad. Era uno de los mejores momentos de su gobierno y el presidente estaba a sus anchas. Me habló de Proceso. –Tengo informes: la revista va muy bien. Lo felicito. Y en seguida, con el mejor ánimo: –¿Se le ofrece algo? –Sí, señor presidente. Le dije que, como en el teatro, hay butacas de primera, segunda, tercera, penúltima y última filas. Nosotros ocupábamos las del fondo, si acaso, frecuentemente excluidos de la sala. –Pondremos remedio. –Gracias, señor presidente. Había gana de platicar. Dejaría la presidencia a los cuarenta y seis años, edad inmejorable para mantener el ímpetu. El país lo calaba. A él dedicaría la vida. Sus palabras me parecieron piezas de un rompecabezas que encajaban naturalmente unas con otras. Se expresaba como un estudioso ante un trabajo conocido, ordenados los verbos y los sujetos, precisos los signos de puntuación. Mostraba la seguridad de un académico de altos vuelos, pero en su lenguaje no aparecían las ideas del hombre que ha desgastado los libros para interrogarse acerca del hombre. (…) En la atmósfera relajada que había propiciado, tuve manera de hablar de Jacobo Zabludovsky. Incondicional de los presidentes, bebía sus palabras, las que fueran; servil a los proyectos del poder, los apoyaba todos. A cambio de una popularidad sin hondura, gastaba su alma. Ilustré mis palabras con un ejemplo, entre muchos: Un domingo frente a la televisión –jugaban América y Guadalajara–, leí en la parte inferior de la pantalla que al término del partido el licenciado Jacobo Zabludovsky difundiría trascendentales entrevistas con los presidentes de México y Chile. Reunidos en Santiago, firmaban ese día el acuerdo del libre comercio entre las dos naciones. Zabludovsky se comportó como siempre. Experto en su quehacer, asentía, subrayaba, dejaba ir la pregunta pertinente para el lucimiento de los personajes. No había en su interrogatorio el escepticismo del que quiere saber, la sutileza de alguna pregunta envuelta en suave impertinencia. Los presidentes sentaban cátedra, profesores de economía ante el ilustrado mundo latinoamericano. (…) Después de escucharme con una atención que me pareció expectante, dio sentido al encuentro de ese día, seis de noviembre: –Mi palabra empeñada, la palabra del presidente de la República, que Proceso no sufrirá agresión alguna durante mi mandato. (…) El asesinato de Luis Donaldo Colosio cortó la respiración del país y alteró el ritmo de sus hombres. En Los Pinos, el presidente de la república pidió su opinión al presidente de Acción Nacional de cara a la decisión urgente: ¿Quién debería unir su nombre al nombre de Colosio? REP ORTE ES P E C IA L Archivo Procesofoto Aludí al protagonismo desbordado del presidente y la paulatina entrega a los intereses del dinero. No hubo concesiones en el lenguaje de Zedillo. La excelencia de Salinas se extendía y profundizaba en todo el país. Su tarea no estaba a discusión. Remató: –Es el presidente, pero no sólo el presidente de México. También es mi líder. Los ojos de Elba Esther iban de un lado para otro. Si las palabras volaran, no hubiera atrapado una. Pasamos al comedor. La maestra en la cabecera. Sus manos no encontraban acomodo. Frente a las elecciones, pregunté al secretario si aspiraba a la Presidencia. ResSalinas de Gortari pondió que vivía para su responsabilidad cotidiana. Dije que entendía y sólo preguntaba si quería llegar o no a la presidencia. Insistió: no cabía en él la respuesta. Insistí a mi vez: quiere o no quiere ser presidente. Sostuvo que la decisión no era suya. Volví: quiere o no quiere, sólo pregunto eso. No depende de mí, ya le dije. Otra vez: ¿quiere? Otra vez: Ya le dije. Elba Esther derramó el vino rojo sobre la mesa adornada con flores. (…) El gobierno del presidente Ernesto Zedillo pretendió que se fuera olvidando el 2 de octubre. Cumplidos treinta años de la tragedia, la República debía recuperar el sosiego, igual que las víctimas de una pesadilla. Si quedan cuentas por saldar, las saldaría la historia, no la ley. Los deudos cargarían su ataúd como pudieran. La pasión que reclamaba castigo para los culpables terminaría en un grito airado. Desde la matanza habría transcurrido un tiempo irrecuperable para el movimiento estudiantil. Tarde había llegado su querella “contra las más altas autoridades del país en esa época”. La respuesta del poder había sido contundente: nada quedaba por hacer en el ámbito del derecho, como demandaban los hombres viejos, otrora estudiantes. La ley no camina por atajos ni se ejerce a campo traviesa. Avanza por los caminos seguros que el régimen señala. XXX Ernesto Zedillo llegó al departamento de Elba Esther Gordillo en las calles de Galileo con un cargamento de libros. Él era secretario de Educación Pública y ella secretaria general del sindicato de maestros. En la mesa había tres cubiertos y nos habíamos reunido para conversar sin preocupación por el tiempo. Zedillo mostró los libros de texto gratuitos con orgullo. Su sonrisa era cordial, su trato afable. Parecía que todos los fuegos de adentro hubieran sido apagados. No lo imaginaba en el Salón Panamericano que ocupó José Vasconcelos, secretario como él, calcinado por un temperamento más fuerte que su talento inmenso. Corrían tiempos en apariencia tranquilos. A las precandidaturas de Luis Donaldo Colosio y Manuel Camacho se había unido, borrosa, la del secretario de Educación. Opté por la franqueza: –No me gustaría que llegara usted a la Presidencia de la República. Me vio con una mirada que no supe interpretar. –Usted me educa y no quiero que me eduque. Quiero que me transmita valores, que hable de su amor por México. Quiero que me cuente de sus muralistas, de sus escritores, de sus músicos, de sus héroes y de los que no lo son, de su cielo y de su tierra. Y eso no lo hace usted, señor secretario. Zedillo repuso que hay muchas maneras de amar a México y ninguna es tan profunda y duradera como el trabajo responsable, la lealtad a los principios, el ejemplo que trasciende, el patriotismo sin aspavientos ni demagogia. Recurrí a un ejemplo, vivencia reciente: Reunido con Susana y nuestros nueve hijos, sostuve que no pondría en riesgo el destino común por alguno que se hubiera extraviado en la niebla, confirmado el diagnóstico pesaroso. No pienso como tú –brotó el rechazo. Yo le daría a mi hermano todo lo que pudiera con la esperanza insensata de alcanzar su desgracia impenetrable. De ti quiero los valores que hacen fuertes a los hombres en la adversidad. Zedillo comentó que la pequeña historia familiar era impensable en el mando del país. La política es mucho más enredada, cruce de intereses y pasiones, complicado el presente y más aún el futuro al acecho. Los valores movilizan como ninguna otra fuerza, argumenté. Si el nudo se desata, el rumbo se pierde. Hablamos de Salinas y de Proceso –fe de erratas del sexenio. XXX Las circunstancias eran propicias y había que aprovecharlas. El 2 de julio de 2000 fue un día tocado por la magia. El triunfo de Fox en la batalla por la Presidencia se unió al festejo por su cumpleaños número 58. La doble celebración en la sede de Acción Nacional fue estruendosa. Fox se mostró en su mejor momento: sonriente, poderoso, carismático, el futuro como una promesa de gloria. Los dedos índice y cordial de la mano derecha en alto fueron un mensaje electrizante para México y el mundo. Marta Sahagún, la voluntad como un puño, aprovechó la jornada para avanzar en el propósito de su vida. Ya era claro para muchos, la prensa escrita, desde luego, su voluntad de reposar en la cama presidencial con derecho pleno. No perdería la oportunidad para hacer sentir que Vicente y Marta, Marta y Vicente, habían nacido el uno para el otro. Se apoyarían, dos en uno, uno en dos, milagro del amor. (…) Fox fue un candidato arrollador. Líder inédito, hizo sentir una personalidad, poderosa, limpia. El PRI fuera de Palacio, su lema de campaña, respondió a un clamor popular. Para eso estaban 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 23 Octavio Gómez Fox Quesada y Calderón Hinojosa sus botas puntiagudas, para patear a los corruptos. Su lenguaje desató pasiones. Pillos, tepocatas, alacranes, alimañas, víboras prietas, llamaba a sus enemigos. El folclor le venía bien. “Salinillas”, se burlaba del Pelón Salinas de Gortari y para hablar de Zedillo le bastaba una palabra: tonto, ni siquiera pendejo. Sus partidarios, cada día más, le festejaban su lenguaje simplón. “Champú de cariño, hay que darles hasta con la bacinica”, decía y el regocijo se hacía presente, festejado con risas y aplausos. Más allá de su colorido y desbordada presencia en el país, el libro autobiográfico, Fox a Los Pinos, editado en 1999 por Océano, lo mostraba como un hombre sin grandeza. En el volumen de 216 páginas apenas podría encontrarse una expresión de hondo amor a la patria, alguna referencia a la gracia y gloria de saberse mexicanos… Sin formación intelectual ni amor a la historia, sin doctrina ni ideología, entregó su admiración a Maquío (Manuel Clouthier), su maestro. En buena hora el reconocimiento a un hombre que le significó tanto en lo personal y tuvo un peso en el país. Pero a su lado no existieron para Fox los panistas que hicieron al PAN: Manuel Gómez Morín es acreedor a una sola cita, superficial y de pasada. No hay un reconocimiento para el líder humanista que se empeñó en formar mexicanos y que hizo de la brega diaria un tema de eternidad, como afirmaba el más grande de los panistas. En la autobiografía no puede leerse una línea sobre Efraín González Luna, patriarca panista y amigo entrañable de Gómez Morin, ni para Rafael Preciado Hernández, conciencia jurídica de las huestes azules, filósofo grande. Los primeros diputados federales tampoco existen en Fox a Los Pinos. Estoicos, enfrentados a la turba priista en el Colegio Electoral, no aparecen en el índice de 215 nombres enlistados en la obra. A Luis H. Álvarez, otra figura, le dedica un elogio mezquino: “Fue el complemento perfecto de Manuel (Clouthier) en las elecciones de 1988”. Tampoco apunta en el libro algún reconocimiento a la excelencia de las infanterías. Gerardo Medina lo merecía con creces. De formación rústica, se elevó hasta la dirección de La Nación, el 24 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 órgano informativo del partido. Medina fue un diputado sarcástico, enterado, sin dar ni pedir cuartel en el debate. Atacado por un cáncer que lo devoró, falleció en la tribuna. Sus amigos lo velaron. Sus adversarios también. (…) Lino Korrodi no sale de su desencanto. Revive al Fox de los días de campaña y la voz se le hace amarga. Le gustaría que los sueños de entonces fueran los sueños de hoy y no la dramática enfermedad que abate el organismo completo del país. Recuerda a Fox entusiasta, seductor. El fuego de la oratoria le empapaba la ropa, desencajaba el rostro y así se mostraba a todos, agotado y feliz. Fue un hombre que hizo visible la quimera. México se transformaría al un-dos de su paso enérgico, zancada de gigante. A riesgo de lo que fuera, castigaría a los corruptos y despejaría el horizonte de las nubes negras que anuncian sufrimiento. De las infamias en su contra, la lejanía de las mujeres en un varón tan atractivo, nada quedaba. Su valor civil destrozaba la mofa cruel. “Siempre echado para adelante –dice Korrodi–, yo vivía con orgullo mi amistad con Vicente. Me conmovía el trato con sus hijos, el celo por la familia, los valores de la intimidad. Cuánto lo quise, cuánto lo quisimos todos.” XXX Coordinador de los diputados panistas en la LVIII Legislatura, Felipe Calderón iba y venía por los pasillos de la Cámara, subía y bajaba de la tribuna, rebatía con encono a sus adversarios y se hacía seguir con manifiesto interés por sus correligionarios. Se le notaba desenvuelto, seguro, estampa de un joven líder. Por esa época nos reunimos en la parte alta del restaurante La Cassserole, sobre la avenida Insurgentes. No recuerdo el motivo de la cita, pero sí que yo mantenía una relación cordial con buen número de militantes de Acción Nacional. Había conocido a su fundador, que me atraía sobremanera por sus maneras exquisitas y sus ojos incendiarios. REP ORTE ES P E C IA L El restaurante se encontraba semivacío y bajo una penumbra que propiciaba la conversación que atañe a los asuntos personales, Calderón y yo nos confiábamos uno al otro. Me dijo que la parábola de Jesús bajo la tormenta, aterrorizados los apóstoles en una barca que zozobraba, la llevaba en el alma como una oración. Pensaba en los apóstoles, hombres comunes y corrientes, tanto o más que el hijo de Dios, y a los 12 los relacionaba con amigos muy queridos, complicados en problemas serios. Palabras más, palabras menos, culminó su relato entre un fino humor y el esbozo de un drama que hiere. Recuerdo el final de su relato, visión de una imagen del pasado que en mí perdura: “Yo también –me dijo–, resuelto a salvar a los míos, a ‘mis apóstoles’, me dispuse a dejar el lanchón y caminar sobre el agua. Sin embargo, al primer paso sobre el mar, me hundí y desperté.” A mi vez, esbocé a Calderón mi propia crisis de fe. Educado en el Colegio Alemán Alexander von Humboldt, en el Instituto Bachilleratos, dirigido por jesuitas, y en facultades de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), inconstante y al fin autodidacta tardío, mantenía revuelto el mundo de adentro. Ciertamente no se llevaban la dureza germana con la seducción jesuítica y la liberalidad de estudios elementales de filosofía y letras, en la UNAM. No podía creer ni dejar de creer en Dios. No me atraía el cielo ni temía al infierno, me gustaba vivir y la vida llegaba a sentirla como un inmenso vacío. Años después, reunidos por Josefina Vázquez Mota, desayunamos en el Centro Libanés. Calderón estaba en plena campaña por la Presidencia de la República. Hablé sin parar y conté mis agravios con Acción Nacional. El partido había olvidado a los hombres que lo formaron y a los mejores de sus seguidores. Para Manuel Gómez Morin no había una frase reciente que valiera la pena, como tampoco la había para Efraín González Luna y Miguel Estrada Iturbide, sus contemporáneos en la naciente organización política. Tampoco había una línea para los primeros diputados federales, cinco estoicos en su resistencia frente al ejército priista que no logró aplastarlos, y al primer senador azul, histórico en su curul solitaria, habría que rastrearlo con lupa. Los diputados de partido, una innovación en el escenario camaral, pasaban inadvertidos en los órganos doctrinarios y de circulación azul, y al propio Adolfo Christlieb, en buena medida autor de la iniciativa y muchos méritos más se le mantenía en algún escondrijo. Rafael Preciado Hernández, ideólogo, filósofo y maestro de generaciones, pasaba como figura secundaria en los hechos cotidianos del tiempo incesante. De Carlos Castillo Peraza, menospreciado por tantos, hablé largamente y con dolor. Llegó la hora de la despedida. El monólogo me había dejado sentimientos de frustración. Quizá lo advirtió Calderón y me anunció una carta inminente. La recibí el 17 de enero de 2006. Me llamó la atención el color del pliego, negro y anaranjado, apenas diferente del negro y amarillo del PRD. En el margen superior izquierdo de la carta se leía “Felipe Calderón”, y al lado, su figura en color naranja. En la parte superior derecha destacaba el lema de campaña: “Mano firme, pasión por México”. 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 25 R E P ORT E ESPECI AL Octavio Gómez El documento acusaba una falta de ortografía, mi apellido paterno sin la “c”; y mi apellido materno, que siempre me acompaña, había sido suprimido. Sr. Julio Sherer. Presente. Muy querido don Julio: Gratamente impresionado por sus convicciones y por el valor de su franqueza, le escribo estas líneas para decirle cuánto valoro su presencia en la vida pública de México a través de su trabajo diario. Discrepo desde luego en diversos temas y percepciones, sin embargo la hondura de sus reflexiones enriquece mi visión de México y seguramente contribuirá en beneficio de la meta que me he propuesto: una vida mejor y más digna para todos. Lo saludo con admiración y con gratitud por compartir tan generosamente su pasión sobre el destino de México. Atentamente, Felipe Calderón Hinojosa Leí la carta. Lamenté su oquedad. Uno al lado de otro en la historia azul, Fox y Calderón han mantenido posiciones opuestas frente al crimen organizado. Uno dejó en paz a los capos y el otro ha fundado con ellos una galería de notables que, sin duda alguna, seguirá creciendo. Uno, Fox, cubrió al país con el delgado manto de una paz que no se ve por lado alguno y el otro, Calderón, lleva al país a una guerra desdichada. (…) Peña Nieto 26 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 La primera semana de abril de 2010, el secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, se reunió con una decena de periodistas. Un tema dominante en la conversación fue mi encuentro con El Mayo Zambada. García Luna dijo que, por ley, la Procuraduría General de la República (PGR) debió interrogarme acerca del encuentro, a sabiendas de que yo no aportaría revelación alguna que pudiera serle útil a los persecutores. El funcionario tenía razón. No soy un delator. XXX Este marzo me perturba. Hace 208 años un niño desvalido dio lecciones de humildad al mundo, su sencillez y carácter indómito lo mantienen al frente de nuestros héroes. En este mes de marzo se ha recrudecido la protesta por la venta de nuestro petróleo a los Estados Unidos. Lo mismo en las concentraciones públicas que en reuniones privadas la palabra traición circula libremente. Agrava el problema el silencio del presidente de la República acerca del saqueo al que se ha visto sometido Petróleos Mexicanos desde los tiempos remotos del PRI casi eterno. Pocos sabemos del dinero que muchos depredadores invirtieron para la compra de castillos en Europa y la adquisición de aviones y yates para un modo de vivir apenas creíble. Más allá del desafío que engendre, la decisión asumida por el presidente Peña Nieto tendrá enfrente la imagen del presidente Lázaro Cárdenas. En esta confrontación inevitable Peña Nieto representa el triunfo del neoliberalismo y Lázaro Cárdenas estará al frente de lo que aun pudiera quedar del México revolucionario. A Peña Nieto se le recibió con vítores al asumir la presidencia de la República y Cárdenas conoció desde la primera hora el encono de sus adversarios, se llegó al extremo de fundar un partido político y, por su parte, la Iglesia Católica endureció sus filas, expuesta la confrontación radical. Marzo aún no termina y Peña Nieto pisa ya terrenos peligrosos, más allá de las victorias de largo alcance mediático que significaron la captura del Chapo Guzmán y el encierro de Elba Esther Gordillo, la economía no sale de su marasmo y la seguridad no ofrece datos alentadores en su lucha contra el crimen organizado. A estas alturas el régimen no ha emprendido la construcción de obra alguna que valiera la pena mencionar. En la época oscura de Carlos Salinas exigía a sus colaboradores mes a mes información precisa acerca de los avances alcanzados en el nacimiento de una carretera o en el levantamiento de alguna presa, hoy nada de eso ocurre. La República vive paralizada en unos de los capítulos fundamentales de su gestión, no hay obra ni trabajo. No obstante el gobierno persiste en su discurso que el dinero del petróleo, que fue nuestro, servirá en la República como instrumento de un progreso imparable, se abrirán fuentes de trabajo y se crearan los empleos de los que el país está urgido. Ojalá hubiera empleo para los menesterosos, analfabetos y no sólo para aquellos que avizoran un espacio en Televisa o alguna trasnacional con la mente puesta en los negocios. En este boceto del marzo que percibo me asalta el día 18. Un 18 de marzo de 1917 nació el periódico que tuvo su sede emblemática en Paseo de la Reforma 18. Su historia está escrita y sería inútil negar que fue la mejor de su época en México. El número uno de América Latina y uno de los grandes del mundo. Luis Echeverría auxiliado por hampones y traidores decidió arrasar con él y hoy sobrevive sin mérito ni gloria. Por fortuna para muchos el diario es precursor de la revista Proceso, difícil de combatir por su honestidad reconocida. Este 20 de marzo, honrado por la Benemérita Universidad de Oaxaca me siento fuera de lugar, pequeño. Quizás me quede un único recurso, despedirme con la cabeza inclinada. Treinta y cinco años alrededor de Julio* En 2007, el consejo rector de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) otorgó un reconocimiento al mexicano Julio Scherer García, el colombiano José Salgar, el brasileño Clóvis Rossi y el uruguayo Hermenegildo Sábat, quienes a su juicio “encarnan los más altos valores del oficio”. Con ese motivo la fundación y el Fondo de Cultura Económica editaron un libro en homenaje a los premiados, en el que se incluyó un perfil de Scherer escrito por su amigo y compañero de trayectoria, el también añorado maestro Vicente Leñero. Aquí recuperamos los fragmentos esenciales. 28 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 REP ORTE ES P E C IA L VICENTE LEÑERO A retazos, con páginas arrancadas a mis propios recuerdos, en un obsesivo collage de viejos textos o de pequeños añadidos y rápidas anécdotas que dicta la memoria, intento esta semblanza en borrador de Julio Scherer García que la miopía de la amistad –ese verlo y verlo durante años tan de cerca– impide convertirla en un perfil más fiel, más apartado de una visión estrictamente personal. Es un intento, un breve testimonio de hermandad. 1972 Julio no regresaba aún a la mesa. –¿Y de veras es muy honrado el director? –No sabes –exclamó Froylán, Froylán López Narváez–. A mí me tocó presenciar una escena inolvidable. Estaba yo en su oficina cuando llegó el mensajero de un secretario de gobierno y le entregó un sobre. Tomó el sobre, lo dejó en el escritorio y siguió con la cháchara. Hasta muy al rato cayó en la cuenta, abrió el sobre y encontró un cheque de muchos ceros. Furioso salió disparado de la oficina y en mangas de camisa, como estaba, alcanzó al mensajero a media cuadra de Reforma. “Aquí está el cheque, amigo, y dígale por favor al señor Fulano de Tal que muchas gracias, pero que el director de Excélsior no”. 1968 El bajo volumen en que a veces declina su fraseo impide captar completamente todos los parlamentos. Algo dice Julio Scherer de sus dos hermanos, Hugo y Paz; de su padre Pablo Scherer, hombre de acomodada posición económica merced a un trabajo en relación con la bolsa de valores que le permitió vivir con su familia en una gran casona colonial ubicada en Plaza San Jacinto número 11, San Ángel, precisamente donde ahora se encuentra el Bazar Sábado, hasta el momento en que un abuso de confianza –explica Julio Scherer sin detallar– hundió a su padre en la ruina. –Lo perdimos todo, todo todo todo –se oye exclamar al de la voz–. Todo, jefe –remata dirigiéndose a Miguel López Azuara. Vuelve a declinar el volumen parlante de Julio Scherer, pero gracias a una media docena de frases aisladas resulta posible reconstruir la anécdota y comprender lo que significa la expresión lo perdimos todo. Todo es la gran casona vendida con urgencia a un precio irrisorio. Todo significa también las pertenencias de la familia Scherer García: desde los objetos artísticos que formaban parte de la construcción residencial, como lo era una gran escultura de la Virgen de Guadalupe fatalmente incluida en el precio total de la casa, hasta muebles, cuadros, libros –ediciones príncipe de Lucas Alamán–, antigüedades y la valiosa colección de pañuelos que don Pablo traía de Europa a su mujer y que ahora ella se vio obligada a vender uno tras otro, todos, mientras luchaba por contener las lágrimas porque ya no tenía su valiosa colección de pañuelos para secarlas. Todo significa además, todavía, la deuda grande que no se alcanzaba a saldar con la venta de todo. Nunca se recuperó el padre de Julio Sche- 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 29 rer García del golpe. En 1968, infartado, moribundo, habló con su hijo: –Tú vas a ser director de Excélsior –le dijo de pronto su padre. –¿Te da gusto? –preguntó Julio. –No –le dijo–. Vas a sufrir mucho. 1968 Molesto porque Excélsior no juzgaba el conflicto estudiantil de 1968 con los criterios oficiales obedecidos puntualmente por los demás diarios, el presidente Gustavo Díaz Ordaz emprendió una campaña contra Excélsior. Scherer y algunos colaboradores recibieron amenazas, estalló una bomba en las oficinas de Reforma 18 y el director fue insultado en la residencia de Los Pinos. Frente a frente, con el escritorio de por medio, Díaz Ordaz empezó reclamándole los puntos de vista sustentados por su periódico. En el momento de responder, Scherer descubrió una pequeña caja de cerillos en el escritorio presidencial y la paró de canto. Dijo: “Mire usted, señor presidente, ésta es una simple caja de cerillos, pero desde su lugar usted ve una caja diferente a la que yo veo desde aquí. Lo mismo ocurre con el problema de los estudiantes”. A manera de respuesta, Díaz Ordaz agrió el gesto y le gritó furioso: “¡Hasta cuándo dejará usted de traicionar a este país!”. 1974 /dijo en el momento de enviar de nuevo a Fausto Zapata a ver a Julio Scherer para decir de parte del primer mandatario que éste deseaba comer en casa de Julio Scherer cualquier día de la semana y en plan absolutamente privado sencillo familiar cosa totalmente imposible dijo Julio Scherer porque yo no puedo y aunque quisiera no podría invitar a mi casa al presidente de la República porque son mis hijas quienes sirven la mesa y las sillas del comedor son incómodas y desde luego te podría decir a ti (me contó Julio Scherer años más tarde) ¿estás cómodo? ¿quieres otro cojín? tráiganle por favor otro cojín a Vicente lo cual no resultaría bien ante el presidente porque entonces yo me sentiría incómodo sabiéndolo incómodo y nervioso después de haber visto durante toda la mañana o todo el día anterior a los guaruras entrando y entrando en mi casa revisando cuartos para garantizar la seguridad del primer mandatario del país incómodo en mi casa como yo también incómodo porque no puedo y no quiero invitarlo díselo así dijo Julio Scherer a Fausto Zapata y así se lo dijo Fausto al presidente quien según otro recado más agradecía la franqueza la confianza y de seguro entendía la imposibilidad de establecer una relación de amistad entre ambos incluso de fingirla en aquélla la mejor época de habitud entre el presidente de la República y el director general de Excélsior no amigos sino simples ajedrecistas citados de tarde en tarde para celebrar entre gambitos jaques y enroques el antiguo rito vieja batalla lucha del poder contra la pren/ 1976 En la mesa principal: Julio Scherer García incómodo, Julio Scherer García enojado, Julio Scherer García iracundo. Se puntualiza: Julio Scherer García incómodo por sentirse obligado como todos los años a participar en la ceremonia del Día de la Libertad de Prensa, en la que se pronuncian discursos –uno del presidente de la República y otro del director de algún dia- 30 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 rio– que invariablemente deforman la realidad de la prensa mexicana; incómodo por mostrarse cómplice del desmedido homenaje al primer mandatario en turno, a quien de manera explícita se venera como adalid de la prensa independiente. Julio Scherer enojado porque este año el presidente de la República concedió uno de los premios nacionales de periodismo al locutor de televisión Jacobo Zabludovsky, quien en los últimos meses ha encabezado la campaña televisiva contra Excélsior. Julio Scherer iracundo porque al terminar la comida Luis Javier Solana, subdirector de El Universal y presidente de la Asociación de Editores de Periódicos Diarios de la República Mexicana, organizadora del acto, se aproxima a Scherer para informarle en voz baja que ha sido incluido en la comisión encargada de entregar en ese instante un pergamino alusivo al presidente Luis Echeverría Álvarez. –Yo no –rechaza Julio Scherer. Luis Javier Solana se sorprende: –El presidente nombró la comisión. –Yo le entrego una chingada. –Julio –exclama Solana y gira la cabeza de derecha a izquierda temeroso de que la expresión de su colega haya sido escuchada por los comensales vecinos. Insiste–: Por favor, Julio… –Le entrego una pura chingada –repite Julio Scherer alzando la voz, y son varias las cabezas que ahora giran hacia él. El director de Excélsior no acude a entregar el pergamino, pero acepta después formar parte de otra comisión (“Hubiera sido exagerada la rebeldía, Vicente, ¿no es cierto? ¿De qué te ríes?”) encargada de acompañar a Echeverría del restaurante Hacienda de los Morales a la residencia oficial de Los Pinos. El presidente conversa con los periodistas de la comisión que lo acompaña hasta Los Pinos. Habla y habla y habla; calla de pronto, mira a Julio Scherer: –Se necesita hígado para aguantar a Excélsior –dice. –Hacemos el mejor periodismo que podemos, señor presidente, pensando en el país. Echeverría palmea a Julio, sonríe: –No estoy hablando en serio, Julio. –Yo sí, señor presidente. 1976 –¿Y no sospechabas lo que estaba planeando Echeverría? ¿No tenías miedo? Julio Scherer se reacomoda en el asiento: –Un día, por esa época, cuando ya eran muy duros los trancazos, León Davidoff me preguntó, ¿conoces a León Davidoff?, pues León Davidoff me preguntó algo parecido: que si no tenía miedo de que Echeverría decidiera acabar con Excélsior. Yo le contesté: “Excélsior tiene un doble seguro de vida, León, el premio Nobel de la Paz y la Secretaría General de las Naciones Unidas. Echeverría no se atreverá a hacernos nada porque quiere el Nobel y la Secretaría General; son nuestros seguros de vida”. Julio Scherer carga el cuerpo sobre su hombro derecho, contra el respaldo del asiento, y me mira incisivamente. Sonríe. Se pone de pie. –Nos fallaron nuestros seguros de vida –dice antes de abandonar el restaurante–. Eso fue lo que pasó. 1976 Micrófono en mano está hablando Miguel Ángel Granados Chapa a la multitudinaria audiencia de lectores, amigos y trabajadores del golpeado Excélsior de Julio Scherer García, congregados en un salón del hotel María Isabel. /ilegitimidad que se ha instaurado en Excélsior no puede ser admitida ni política ni legal /labor en la que ahora invitamos a participar a ustedes, tiene que proponerse objetivos claros. La comunicación directa con los lectores que hoy resienten la falta del Excélsior de Julio Scherer García, del Excélsior que fue sometido el ocho de julio/ podrá ser abordada por esta empresa. Las posibilidades son amplias. Comprenden, entre otras, la edición de un gran semanario de información/ Archivo Histórico PROCESOFOTO REP ORTE ES P E C IA L 1976 Francisco Javier Alejo, secretario de Patrimo1968 en “Excélsior”. Su primer año como director nio Nacional, pintó brevemente el panorama de un país necesitado, urgido, en estos motria. En lugar de archivar tantos documentos y de guardar en mentos de crisis económica y política, de la plena confianza secreto tantos regalos de los mandatarios extranjeros, el lide la ciudadanía en su gobierno. Destruir esa confianza recenciado Echeverría los muestra aquí a la vista de todos. Es sultaba muy peligroso para la tranquilidad y el futuro de la una gran idea”, terminó Bracamontes. nación. “Con la publicación de ese semanario –continuó Alejo– ustedes intentan alterar el orden asumiendo una postuUna hora después regresamos al Centro de Estudios del ra frontal contra el presidente Echeverría. Y el gobierno no Tercer Mundo. Los guardias personales nos indicaron pasillos y nos abrieron puertas hasta el despacho del expresidenpuede permitirlo. En situaciones como ésta, la seguridad del te. Era muy amplio y estaba situado en un segundo piso. Los Estado depende del crédito público del presidente de la Remuebles: de artesanías autóctonas. Ocupamos los de una pública. Atacar al presidente es atentar contra el Estado”. sala michoacana pero muy incómodos, luego de esperar más –¿Así les dijo? de quince minutos. –Así nos dijo. Precedido por dos asistentes que sólo aparecieron fugaz–Luis XIV. mente, entró Echeverría, impetuoso. Lanzó el brazo como Francisco Javier Alejo pedía por lo tanto a Julio Scherer una estocada para estrechar la mano de Julio, la mía, la de desistir de la publicación del semanario, o aplazar cuando Bracamontes. Vestía un traje ocre moteado con el que hacia menos su fecha de salida para no obligar al gobierno a poner juego una ancha corbata café. En el término del pantalón se en funcionamiento sus mecanismos de seguridad. delataban unos botines campiranos. –¿Así les dijo? –Cómo estás –dijo Echeverría –Así nos dijo. –Cómo estás, Luis –respondió Julio Scherer. El director de Francisco Javier Alejo no precisó las amenazas, pero sí habló de que la desaparición de quince personas no afectaría la Proceso regresaba al tuteo después de seis años de un respetuoso usted que, en el momento de pasar de secretario de Gotranquilidad del país; su pérdida no era comparable a lo que bernación a presidente de la República, había hecho decir a significaba la seguridad del Estado. Echeverría: “Sígueme hablando de tú”. “No debo”, había res–Así nos dijo. pondido Julio Scherer. “En lo privado, entonces”, había pedido –¿Y tú qué respondiste? Echeverría. “Es muy difícil estar pensando en cambiar de fór–Que Proceso saldría el 6 de noviembre –dijo Julio. mula cada vez que se pasa de lo privado a lo público”, había dicho Julio Scherer, “mejor siempre de usted mientras usted 1977 sea presidente, señor presidente”. “De acuerdo”. De la exposición del Tercer Mundo salimos a la calle y cruEl expresidente no mostró extrañeza por el tuteo de Juzamos la acera empedrada hasta la residencia de Luis Echelio. Más interesado parecía en pedir disculpas por el retraverría, en donde se hallaba instalado, en una construcción so: pero era tanto el afecto que le demostraban los obreros aparte que parecía una casita en el bosque, el Salón del Sede Pemex, tanto su entusiasmo, que el desayuno se prolonxenio. Luis Enrique Bracamontes, exsecretario de Obras Púgó más de la cuenta. blicas, explicó que en un par de semanas, cuando el sitio se Echeverría tomó asiento en el sofá michoacano y junto a abriera al público, tendría acceso directo por la calle. “El liél se sentó Julio Scherer. Enfrente quedamos Bracamontes y cenciado Echeverría piensa”, explicó Bracamontes, “que es yo, en sendos sillones. muy importante para los mexicanos tener oportunidad de –Disculpen. conocer y consultar la documentación de la obra realizada Sin pausas preguntó sobre nuestro recorrido por la Expodurante seis años de gobierno. Es una lección de historia. sición del Tercer Mundo y el Salón del Sexenio, y sin pausas, Si todos los expresidentes hubieran hecho algo semejante, antes de darnos tiempo a responder, inició un largo discurso alumnos e investigadores conocerían mejor la historia pa- 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 31 Archivo Histórico PROCESOFOTO en torno a la injusticia que vivían los países marginales y a las necesarias soluciones que habrían de plantearse tras el contacto con/ Miré a Julio. Su rostro se había afilado y transparentaba tensión. Seguramente no escuchaba a Echeverría; más bien parecía hundido en los recuerdos de su carrera como periodista y en las ingratas relaciones con el poder. Por su parte, el expresidente se cuidaba de girar la cabeza hacia Julio. Tras el cristal ámbar de los lentes sus ojos me apuntaban, pero tal vez miraban sin mirar, extraviados en el remolino de ideas de su discurso. Julio aprovechó una larga pausa de Echeverría para hablar por primera vez. Como si estuviera a punto de dar por concluida la entrevista, se refirió al reportaje sobre el Salón del Sexenio: quería saber si un fotógrafo Cronista del México moderno y yo podríamos volver otro día a tomar datos con toda calma. repitió sus quejas a las acusaciones de la prensa extranjera Echeverría miró al fin a Julio Scherer. después del golpe. –Deja de provocarme –gritó de improviso–. ¡Qué necedad –No hay derecho –dijo Echeverría– .Tú perdiste Excélsior la tuya! Deja de provocarme, Julio, te lo advierto. porque perdiste el contacto con la base. Y eso está muy claro –No sé de qué me hablas –dijo Julio. en la crónica que usted escribió –me señalo a mí. –Lo sabes. Me estás provocando. No sólo esto del Salón –El golpe no fue un problema interno, Luis, tú lo sabes. del Sexenio. Supe que andabas preguntando qué tantas intrigas fragüé yo para el Nobel de la Paz y no sé cuántas otras –Perdiste contacto con la base. tonterías. Mandaste a un reportero. Me estás vigilando. El expresidente sonreía. Julio Scherer se exaltó: –Pero cómo te puedo estar vigilando –replicó Julio con –¿Y la invasión del fraccionamiento? ¿Y la campaña de una mueca. Se enderezó en el asiento. difamaciones? ¿Y el dinero que corrió dentro de la cooperativa? ¿Y los porros en la asamblea? ¿Y las amenazas últimas? –Me estás vigilando –gritó Echeverría–. Y te lo advierto, no –Yo ni siquiera conozco a ése que está dirigiendo ahora me provoques. el periódico –dijo Echeverría, como si no escuchara a Julio–, –Tratamos de hacer unas entrevistas nada más, eso no es ¿cómo se llama?, ese muchacho, ¿cómo se llama…? ¿Regino? una provocación. Somos periodistas. –Regino decía que lo conocías muy bien. –Si quieres saber lo del Premio Nobel ven a preguntárme–Eres un soberbio, Julio –exclamó el expresidente y miró lo a mí y te doy toda la información. Yo no intrigué con nadie, con fijeza al periodista–. Nunca pensé que fueras capaz de qué tontería. Fueron muchas las organizaciones que me proodiar tanto, tanto. Odias a todo mundo. Sólo vives para odiar pusieron, yo no sabía nada, ni siquiera de esa madre Teresa. y seguirás odiando y odiando hasta el día de tu muerte. Hay cartas, te las puedo enseñar, son muchas. No tienen por Julio oprimió los labios y achicó los ojos. qué andar inventando intrigas. Intervine por única vez: –No estoy inventado nada –dijo Julio. –No, licenciado, yo creo que una persona que no se dio por Echeverría había bajado el tono. Intentaba recobrar la vencida y que siguió trabajando no tiene tiempo para odiar. serenidad y por medio de la ironía situarse por encima del periodista. –No me afectan tus provocaciones, Julio, no me llegan – (…) quiso sonreír pero de su boca salió un ruido ronco. –Yo ya es1979 toy fuera, déjame tranquilo y no me provoques porque no te lo voy a permitir –enfatizó–. Ya es tiempo de que nos olvide–¿Sabes en qué somos diferentes tú y yo? –me dijo Julio. mos uno del otro, ¿no te parece? –En que tú le vas a los Yanquis y yo los detesto. –Tú te puedes olvidar de mí pero yo no –dijo Julio–, porque –No. aunque ya no seas presidente sigues siendo un hombre pú–En que tú nadas todos los días y yo me ahogo en una blico y todo lo que haces es importante, periodístico. Yo soy alberca. periodista –repitió. –Hablo de periodismo –se enfadó Julio. Miré a Bracamontes. En su azoro reconocí mi propia inco–¿En qué? modidad. Era claro que Echeverría trataba de sacar de quicio –En que si tuviéramos frente a Picasso, tú te pondrías a a Julio Scherer, pero Scherer no parecía dispuesto a caer en la ver sus cuadros y yo le haría una entrevista. trampa. Luchaba al contragolpe. Fue Echeverría quien tocó el tema de Excélsior. Volvió a 1980 hablar de la ingratitud de Julio después de que él ayudó tanto Julio Scherer estuvo a un pelito así de ser ejecutado por al periódico, de los ataques continuos que recibía en el diario; militares guatemaltecos o por policías salvadoreños en la 32 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 REP ORTE ES P E C IA L frontera de Guatemala con El Salvador. Vio muy de cerca la muerte. Lo relató en un reportaje publicado en Proceso el 4 de agosto de 1980. Porque además de dirigir la revista, de alentar a los reporteros y de conseguir apoyos económicos para lo que llamamos Comunicación e Información, S.A. de C.V., a Julio le calaban de pronto las fiebres periodísticas y se lanzaba a reportear con el entusiasmo de un bisoño. Así fue en busca de un tal Marcial (Salvador Cayetano Carpio), el más mportante guerrillero en la clandestinidad durante la bronca guerra de El Salvador. Con absoluto sigilo se establecieron los contactos y se fijó fecha y hora de la cita, pero en el último momento se canceló el encuentro por razones de seguridad, le dijeron. Molesto por la cancelación y molesto porque en los vuelos de San Salvador a México no había asientos disponibles, Julio decidió viajar por tierra hasta Guatemala. En la frontera, en el pueblo de San Cristóbal, lo detuvieron los militares guatemaltecos y empezó un absurdo forcejeo. “Los guatemaltecos me reclamaban como indocumentado y sospechoso –escribió Julio–, y los salvadoreños exigían mi entrega bajo el cargo de ‘subversión internacional’ porque encontraron en el equipaje unos folletos viejos, sin actualidad, conocidos públicamente”, que consideraron propaganda subversiva. En plena sierra fronteriza los soldados guatemaltecos le vendaron los ojos con un pañuelo atado a la nuca, le plantaron un sombrero pestilente, lo esposaron de las muñecas y en el piso de un automóvil en movimiento lo llevaron “aquí cerquita atrás del monte”. –Lo van a quebrar –oyó decir. Más tarde, en un cobertizo y entre insultos y amedrentamientos, lo ataron con las esposas a un barrote de fierro. “Siguió el torbellino –escribió Julio–. El patológico humor del teniente Chicho que me paseaba la pistola por el rostro, el cañón a unos centímetros de los ojos o haciendo presión contra el mentón, o en medio de las cejas: “–Te voy a hacer mierda, comunista hijoeputa.” Después del teniente Chicho apareció el teniente Pancho, que se dedicó a torturarlo verbalmente: “–¿Has oído del estanque? Contesta, mierda. “–No sé de qué me habla. “–No has oído, ¿verdad? Pues ya oirás. Allá te voy a echar. Será lo último. Antes vas a pagar, mierda.” Pasaron horas. Se hizo de noche. Llegó entonces el comandante a interrogarlo en serio y a decirle que el Servicio de Inteligencia lo estaba investigando. Entre burlas, amenazas y juegos verbales macabros del teniente Chicho y del teniente Pancho, Julio sufrió la noche. Entró la claridad. Un par de sardos le quitaron las esposas y lo sacaron del cobertizo. Ahí estaba afuera el comandante. Le dijo, al liberarlo: –Usted es periodista internacional. –¿Y si no lo hubiera sido? –preguntó Julio. –No lo cuenta –dijo el comandante. Se rascó la frente. Explicó: –De haberlo entregado nosotros a los de El Salvador, como ellos querían, usted hubiera caído en manos de la policía, y no se imagina lo que eso significa. –¿Tortura, comandante? –A lo mejor. O más sencillo: dos tiros en la carretera, des- nudo, desfigurado, sin huellas ni identificación posible. Nadie, jamás, habría sabido de usted. En un jeep llevaron a Julio hasta Jutiapa, al casino de los oficiales. Allí le dieron de comer y de beber ron con soda. Fue entonces cuando terminó de tragar el mal trago con el ron y regresó a ser y hacer lo de siempre. Es decir: a entrevistar al comandante. A preguntarle sobre las izquierdas o las derechas (“quedan ellos o quedamos nosotros”), sobre el porqué de su admiración a un líder de izquierda como Fidel Castro (“por su trabajo, por su tesón, por el fuego de su vida; compárelo nomás con el símbolo de las derechas, Videla...”), sobre los jóvenes oficiales guatemaltecos: –Algunos querrían ser como Castro, pero de derechas. –¿Se puede? –le preguntó Julio. –Ya no hay mucha diferencia entre las izquierdas y las derechas. Las dos llegaron a su límite. Ahora viene el búmerang. –¿Me autoriza a publicar todo esto? –preguntó Julio Scherer al término de la entrevista. –Usted es periodista –se encogió de hombros el comandante. (…) 1981–1993 Julio ha sabido combinar siempre el aceite con el agua. Ser al mismo tiempo amigo entrañable de Gabriel García Márquez y amigo entrañable de Octavio Paz, aunque se tiene la impresión de que la veta periodística lo empató más con el Gabo. Con Paz, Julio enfrentaba el reto de exprimir lo mejor de su personal inteligencia para ponerse al nivel intelectual top. Y lo conseguía, de manera sorprendente. Una tarde los oí y los miré estupefacto conversar hora y media sobre nuestro adolorido país. Julio me había llevado a Río Lerma a visitar al pontífice porque don Jesús Reyes Heroles, secretario de Gobernación en ese entonces, quería conocer en persona a Octavio Paz, y por tal razón lo invitaba por intermediación de Julio a una comida que resultó espectacular. Paz llegó al comedor de la secretaría acompañado por sus cardenales in pectore: Enrique Krauze y Gabriel Zaid. Julio fue con Miguel López Azuara y conmigo, que de mirones lo hacíamos muy bien al lado del peón del rey de don Chucho: Ernesto Álvarez Nolasco. Inolvidable tarde de Chateneuf du Pape y de rosbif inglés. Ante nosotros estalló la pirotecnia del talento, el duelo del ingenio y del retruécano, la erudición de citas y la invención al canto de aforismos. Se revisó la historia de México desde Mariano Otero, el consentido de Reyes Heroles (“Hay que aprender a lavarse las manos en agua sucia”), hasta la cabeza de Obregón cayendo sobre el plato de mole en La Bombilla. Nueve años después Octavio Paz recibió el Nobel de Literatura y durante meses y meses Julio estuvo tramando una entrevista total, algo así como el testamento del poeta. Como se trataba de un duelo de grandes dimensiones, Paz eligió las armas: la entrevista por escrito y las preguntas de Scherer por anticipado. Aunque los padrinos de Julio le encendimos focos rojos, el director de Proceso aceptó las reglas y se dio a la tarea de preparar un cuestionario que inquiría lo mismo sobre el régimen de Carlos Salinas de Gortari y la imposible democracia, que sobre las recientes crisis del país y el balance del pensamiento paciano. Tardó en formularlo, en corregirlo, en retocarlo, hasta que al fin estuvo listo. Era un texto a 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 33 Archivo Histórico PROCESOFOTO –Del cuerpo ahí va, se defiende, pero ya le tronó la neurona. Se le van las ideas, dice cosas incoherentes, desconoce a todo mundo. Ya no voy a seguir viéndolo. –Qué lástima. Julio me agarró del brazo; estaba conmocionado de veras por lo que parecía el alzheimer de Gómez Arias. –Te voy a pedir una cosa, Vicente. Nada más aquí en confianza y a ti, porque los demás no me van a hacer caso. Pero tienes que jurármelo –me soltó el brazo–. Cuando veas que me empieza a fallar la memoria, al primer indicio, a la primera pendejada que suelte, dímelo así nomás con toda franqueza, de frente, sin miedo: Ya estás pelas, aguas. Dímelo para irme de Proceso, y ya. –No hace falta, Julio, carajo. Quedamos en irnos cuando cumplamos veinte años en la revista, ¿qué no? Falta poco. Scherer y Paz. Filo No recuerdo bien cuándo y cómo sellamos el pacto, quien lo sugirió. El caso fue que durante los tragos de una comida, Julio, zancadas que valía por sí mismo –opinó Enrique Maza–, digno Enrique Maza y yo acordamos retirarnos de Proceso antes de de retar con él el talento del Nobel. Recordaba una verdad peque nos venciera la vejez. Dejarles a buen tiempo el campo liriodística primaria: para conseguir respuestas geniales hay bre a los compañeros que venían detrás. que formular preguntas geniales. De esquina a esquina: Julio Lo cumplimos. El 6 de julio de 1996 dijimos adiós al traScherer–Octavio Paz. En el periodismo mexicano de 1993 no bajo reporteril y renunciamos a nuestros cargos directivos. podía darse un binomio mejor. –Qué pronto se hace tarde –le comenté a Julio, y le comenPero ocurrió que Octavio Paz se arrepintió del juego e inté a Enrique Maza la noche del adiós usando la frase de Fercumplió las reglas planteadas por él mismo. Tomó y responnando Savater que yo le había puesto de título a una obra de dió las preguntas de Scherer que le parecieron bien, a modo; teatro. desechó las que le parecieron incómodas o fuera de su gusto, y puso en boca de su entrevistador preguntas que el propio Paz se formulaba tramposamente a sí mismo. En una 1998 palabra: trató al director de Proceso como a un entrevistaUna noche aciaga, Julio sufrió el secuestro express de su hijo dor principiante. Julio Scherer Ibarra. Eran las tres de la madrugada y en el lap–No se vale, Julio. Él será muy Nobel o muy chingón o lo so de una hora cuanto más debería entregar doscientos mil que tú quieras, pero eso no se hace. Yo por mí lo mandaba al pesos cash. Ansioso y desesperado se puso a llamar a todo el diablo y no publicaba nada. Se acabó. mundo por teléfono, pero a las tres de la madrugada nadie teDesde luego, Julio no me hizo caso. Reconocía, como reconía en su casa doscientos mil pesos cash. nocíamos todos, que los razonamientos de Paz a lo largo de Despertó a Juan Sánchez Navarro: no tenía cash. Despertó “la entrevista” conformaban un texto interesante, muy valioa Carlos Slim: tampoco, aunque Carlos Slim, despabilándoso. Pero un texto en el que él brillaba solo. Al fin de cuentas se, le dijo: “Espérame tantito”, y rascando cajones –suponeso es lo que Octavio Paz buscó y consiguió a lo largo de su go– con billetes chicos y con billetes grandes, con dólares, vida. Brillar solo. Ser el foco único de su propia galaxia. con centenarios, reunió afortunadamente la cantidad y se la envió volando en una bolsa de plástico, como de mandado. Julio resolvió el problema del secuestro express. Mil gra(…) cias, Carlos. Pagó la cantidad a los pillos y luego le pagó a Car1990 los Slim, que se resistía: “No hombre, Julio, caray”. –Ni me digas, Carlos, un préstamo es un préstamo. Aquí Durante una larga temporada Julio visitó todos los jueves por está. la tarde a don Alejandro Gómez Arias, el que fuera célebre activista del vasconcelismo, el novio juvenil de Frida Kahlo, el intelectual de izquierda. Estaba viejo, rebasaba ya los ochen(…) ta años. 1998 Gómez Arias se ponía a conversar con Julio de las azaleas y las buganvillas de su jardín, pero también de política, por Después de las entrevistas y reportajes que le dieron fama de supuesto: del insípido Miguel de la Madrid, de las caramboestrella en Excélsior, Julio siguió escribiendo –aunque con melas de Salinas, qué sé yo. nor frecuencia– en Proceso. En realidad nunca ha dejado de Una tarde, Julio regresó triste de su visita semanal a Góreportear. Su nueva forma es ahora la escritura de libros pemez Arias. riodísticos que inició en 1986 con Los presidentes y que para –¿Cómo está Gómez Arias? mediados de 2005 ya sumaba más de una docena de títu- 34 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 REP ORTE ES P E C IA L los: Historias de familia, Estos años, Salinas y su imperio, Cárceles, Máxima seguridad, Tiempo de saber, Los patriotas: de Tlatelolco a la guerra sucia, Parte de guerra, Parte de guerra II, Los rostros del 68, Pinochet: vivir matando, El perdón imposible… A esta lista debe añadirse un primer libro escrito cuando aún era reportero en Excélsior, La piel y la entraña, derivado de sus conversaciones con el pintor Siqueiros en la cárcel (1965), y el rescate de las entrevista que le hizo al general Roberto Cruz, también en sus tiempos de Excélsior, y que el Fondo de Cultura Económica publicó en 2005 con el título de El indio que mató al padre Pro. Cuando en 1998 estaba a punto de aparecer su libro Cárceles, Sealtiel Alatriste, entonces director de la editorial Alfaguara, me pidió un texto de presentación para la cuarta de forros. Como es un texto que sí me complace, porque subrayo en él cualidades claves del oficio de reportero de Julio Scherer, lo reproduzco a continuación: Nuevamente reportero, reportero siempre, Julio Scherer García emprende en este libro una intensa, implacable investigación sobre ese pozo negro que son las cárceles de nuestro país. Guiado por Virgilio en la persona del doctor Carlos Tornero, sin duda el hombre que más sabe en México de psicópatas y criminales, de reclusos sin esperanza, de carceleros impíos, el periodista recorre y nos hace recorrer los nueve círculos de este infierno donde el castigo, como en Dante, se antoja siempre más duro que la culpa. No hay esperanza para el prisionero, pero tampoco la hay para el sistema penitenciario, concluye el lector del reportaje. La injusticia institucional, la corrupción interna, la impiedad, el dolo, la mala fe, el morbo, el lucro vil, la dignidad perdida infestan estas páginas como los virus de una peste medieval. Con la ferocidad de un reportero joven, pero con la malicia y el tino de quien ha exudado periodismo durante cincuenta años, Scherer García indaga, registra, mira, sobre todo pregunta. Pregunta. Pregunta siempre, impertinente, firme, con urgencia de saber. Y es el lector el que termina sabiendo, agradecido: desde las experiencias documentales de Tornero, hasta el novelístico encuentro del periodista en el círculo noveno, el de Almoloya, con ese pájaro en vigilia, como describe a Mario Aburto, y con un Raúl Salinas sin bigote, pantalón caqui, camiseta blanca, huaraches… Para sus reportajes en libro –brillante clímax de una carrera periodística– la prosa de Julio Scherer García se ha vuelto concisa, estricta, talladas las frases y las metáforas como si fueran de marfil. Para nuestro sistema político encallecido, para nuestra sociedad de ojos de ciego, él sigue siendo, y este libro lo confirma, el periodista incómodo de México. ______________ *Extractos del texto publicado en el libro Los maestros. Scherer, Salgar, Clóvis Rossi, Sábat (Premio Homenaje Cemex–FNPI–FCE, Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, México 2007, 129 p.). 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 35 Testimonios 1 Reporteros y miembros de la redacción de Proceso Diciembre de 2013 36 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 REP ORTE ES P E C IA L Congruentes hasta el último instante SALVADOR CORRO “C uénteme algo, don Salvador”. Así comenzaban nuestros encuentros casi siempre. La petición era difícil. Me enfrentaba al deber de contarle algo que no supiera. Y eso era imposible. En don Julio se sintetizaba la esencia del reportero: obsesión, curiosidad, pasión, aventura: la ambición de saber. Insistía: “Pero cuénteme más”, era la manera educada de decirme que eso ya lo sabía. Los encuentros con él se daban periódicamente en la oficina del director, después de que Rafael y don Julio ya habían hablado. Puestos al día, me llamaban y la conversación se prolongaba con temas en los que predominaban las historias de las historias. Don Julio compartía lo que sabía: lo mismo recreaba un acontecimiento, dibujaba a un personaje actual o del pasado, o bien esbozaba sus proyectos periodísticos. Él mismo era un trozo de la historia de México. Reporteaba a su memoria. Siempre buscaba descifrar. Muchas veces se apoyaba en la experiencia que aportan los libros. En sus lecturas era común que encontrara el referente para cimentar lo que él necesitaba contar. Cuando trabajó en su último libro publicado, Niños en el crimen, releyó a Dostoievski. “Hay historias a propósito de niños maltratados. En Los hermanos Karamazov, Dostoievski cuenta de qué manera la furia desata la furia”, dejó asentado. En sus conversaciones germinaban las ideas para ejercer el periodismo que practicamos en Proceso: incómodo, riguroso, áspero, congruente. “No nos podemos equivocar –me insistía–; tenemos que ser muy rigurosos. Nuestro trabajo es y ha sido nuestra defensa. Tenemos que ser congruentes hasta el último instante de nuestra vida”. Así lo hacemos, contestaba. Y así llevamos 38 años. O 1993/ 11 DE ENERO DE 2015 37 ALEJANDRO CABALLERO ¡Disfrute su trabajo! E CARLOS ACOSTA CÓRDOVA ué carajos con usted, don Carlos! ¡Disfrute su trabajo! Lo perfecto es enemigo de lo bueno. Haga cosas buenas y disfrute lo que hace. Su perfeccionismo lo paraliza. Lo hace inútil. ¡Su nota es una chingonería! –me gritó molesto don Julio Scherer un día de 1986, unos meses después de que se me encargara cubrir la fuente económica para Proceso. Me dejaron mudo su actitud y sus gritos. Yo simplemente reclamaba que los editores habían cortado párrafos importantes de mi nota. Pero así era de explosivo. Radical en el elogio y en el reproche. Nunca medias tintas. O era uno muy chingón o muy pendejo, como él decía, en función de la nota publicada. Un día de mayo de 1987 me mandó llamar a su oficina. Subí. Toqué la puerta. “No me chingue, don Carlos, por qué toca, si la puerta está abierta y además yo lo llamé”. “Perdón, don Julio”. –Venga, siéntese aquí –me dijo, al tiempo que se levantaba y me cedía su silla. Incrédulo y nerviosísimo me senté en el lugar del fundador y director general de Proceso. ¡Uf! Perplejo, lo escuché: –Por ese reportaje usted podría estar allí (en la silla de director). No entendí. Había ido a Monterrey a cubrir una asamblea de accionistas del Grupo Industrial Alfa, que durante décadas había sido el orgullo de la iniciativa privada nacional y en ese entonces iba a pique con todo y el apoyo financiero del gobierno de Miguel de la Madrid. No había invitación para medios pero logré colarme. Con lo visto y oído en la asamblea, más la información de contexto que llevaba, armé el reportaje. –Es una maravilla su reportaje. Qué manera de manejar la información. Qué claridad. Cómo expone usted los datos. Deja muy en claro cómo a Alfa se la está llevando la chingada. No creía lo que me estaba diciendo. Pero por dentro estaba yo exultante. Sin embargo pronto acabó el júbilo interno. Me pidió que me levantara de su silla. –Quítese de ahí, don Carlos. Le voy a mentar su madrecita. Es extraordinario su trabajo. Pero es terriblemente frío. No hay seres de carne y hueso. Nadie habla. Nadie expresa su sentir. Son números, datos, ci- 38 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 fras; nunca personas. Nadie habla. Muchas gracias, don Carlos. Y me despidió con un fuerte abrazo y una risa cómplice. Bajé a mi lugar sintiéndome muy pendejo. Pero aprendí la lección. O Marco Antonio Cruz –¡Q “Lo perfecto es enemigo de lo bueno” l atardecer de Marcos, el título de la portada de Proceso del 6 de enero de 1996, fue el centro de la conversación. Hacía dos años del surgimiento del Ejército Zapatista y de un hombre que había decidido cubrirse con estambre la cara para enfrentar al gobierno de Carlos Salinas de Gortari. Dueño de una prosa fascinante, el Sub acabaría haciendo de la palabra su principal arma, y de las mortíferas, apenas utilería, parte de su atuendo mediático. El rostro oculto de Marcos ocupaba la totalidad de la portada, pero el cabezal principal, era el tema, en esa tarde sentados don Julio y el que escribe en una mesa de un restaurante al sur de la avenida Insurgentes. Don Julio me miraba sin parpadear, atento, sin el menor indicio de cortar mis balbuceos. Apasionado conversador, aplicaba sin subterfugios la difícil virtud de escuchar. La memoria se cruza con el presente. Me estremezco. Veo a don Julio el 17 de octubre de 2014 subir con un gran esfuerzo físico los 20 escalones que conducen a lo que fue su oficina por más de 20 años, y que a finales de los noventa heredó al actual director Rafael Rodríguez Castañeda. Intocable su lucidez, contrasta la languidez de su cuerpo. Ya de salida, una querida reportera equivoca, en el honesto afecto, el uso de las palabras. Le dice algo así como ojalá nos vuelva a visitar pronto. Tocado como por un rayo, don Julio endereza levemente los hombros, detiene con lentitud su andar y mirándola a los ojos, sin enojo, la corrige con cariño: “yo no soy un visitante, esta es mi casa, como la de todos ustedes”. Rodeado amorosamente por quienes estábamos presentes en la redacción ese mediodía retomó el paso hasta el asiento del copiloto de un auto compacto. Recordé entonces la escena de varios años atrás, cuando después de algún percance, alguien le insinuó que lo llevaba a su casa. Lo cito sin comillas: Ni madres. Esas cosas las decido yo. Y yo manejo. Fría, inanimada la mañana del 8 de enero, mientras escribo estas líneas, me abruma la tristeza de los recuerdos inmediatos, a flor de piel. El director Rafael Rodríguez Castañeda me pide al mediodía del 6 de enero que prepare la nota de lo inminente. Periodistas al fin, hacemos lo que haría don Julio. Ya de noche, releo, devoro, hasta donde mi capacidad me lo permite, páginas de sus libros. Nostalgia, alegría, admiración, rabia, se combinan mientras avanzo y le doy sonoridad a sus palabras. Creo escuchar su voz, su elocuencia. Me encuen- Ulises Castellanos REP ORTE ES P E C IA L La lección Con Marcos. Entrevista histórica tro, arrobado, entre muchas, las siguientes líneas escogidas por mi arbitrario sentir. Describe al responsable de la matanza de Tlatelolco. Dos esferas minúsculas por ojos, las pestañas ralas, a la intemperie los dientes grandes y desiguales, la piel amarilla, salpicada de lunares cafés, gruesos los labios y ancha la base de la nariz, así era don Gustavo Díaz Ordaz. Algunas veces bromeaba acerca de su fealdad, pero si alguien le seguía el juego, estallaba su ira. Irritable, se vigilaba; desconfiado, se mantenía al acecho. Agobiado los últimos años de su vida, después de la tragedia de 1968 resguardó su intimidad. La fortificó tanto que hizo de ella una cárcel. Allí murió. Avanzo en la lectura. Me subyuga la anécdota. La reproduzco. El personaje al que se refiere es el siniestro Arturo Durazo, jefe de la policía en el sexenio de José López Portillo y pionero de los uniformados, coludidos o cabezas de los narcotraficantes, que ahora nos inundan. Desde el saludo, cruzadas las primeras palabras, supe que dijera lo que dijese Durazo encontraría en mí el rechazo. Sólo tenía ojos para las insultantes estrellas de su uniforme, ánimo para impugnarlo. La conversación se endurecía. En la estancia sólo él y yo hablábamos. De nada servían los huisquis. Quise ofenderlo: –Mire general, para acabar pronto. Imaginemos que son las dos de la madrugada en una colonia desierta de la ciudad. Para llegar a mi casa debo avanzar de frente y sólo tengo dos posibilidades: la acera de la izquierda y la acera de la derecha. A la distancia vislumbro a un policía uniformado en la acera de la izquierda y en la acera de la derecha a un sujeto con pinta de hampón. Camino por la acera de la derecha, que me ofrece alguna posibilidad de error. Durazo me dijo que me sobrepasaba y al instante voces precipitadas nos invitaron a la mesa. Al final de ese encuentro, tratando de salvar la cena, el anfitrión le pide a Scherer despedirse del narcopolicía. Escribió el periodista: Alcancé a Durazo y lo tomé del brazo. Caminamos unos metros en silencio. –No se enoje, general, disculpe. –No me enojo, al contrario. Usted me gusta pa puto y me lo voy a coger un día. Sentí asco. –Si es por la fuerza usted me va a coger. Pero si es por la inteligencia, yo me lo voy a coger a usted. Me aparté y regresé a la sala de la casa. Me supe cubierto de sudor. Tuve miedo, satisfacción, frustración, rabia, gusto. Hubiera querido injuriarlo. No pude. No me arrepentí. Como un adicto, sin tregua, nado en la prosa periodística del fundador de Proceso. La madrugada del funesto 7 de enero, sabría horas después, mientras él agonizaba, yo lo recordaba, de una de las mejores maneras que estoy seguro le gustaría: leyéndolo. Recupero otro pasaje de uno de los 22 libros que escribió y que, atrapado por la angustia, envuelto en ese aire de urgencia, oscuro el cielo, sin estrellas, mantuve apilados en la mesa de centro de mi departamento. Compañeros de trabajo en Excélsior y Proceso y más tarde separados por la política, Miguel López Azuara y yo nos llamamos “jefe”. Hoy al servicio del gobernador de Veracruz, Patricio Chirinos, antes ocupó la subdirección de prensa de la Presidencia de la República. –Jefe –me anunció una noche–, el licenciado Salinas lo invita a una cena en la casa de Gabriel García Márquez, este sábado. –¿Qué me dice? –Necesito sus documentos para tramitar su visa en la embajada de Colombia. –¿El sábado, dice? –Sí, el que viene. –¿Hay otros invitados? –El Güero Zabludovsky y Beatriz Pagés, a la que tanto quiere. –Deje pensarlo. –Apenas hay tiempo. –Le digo mañana. –Dígame ahora. Al día siguiente le dije que no. Me advirtió que mi negativa implicaba un desaire al presidente de la república y a García Márquez. Repuse que no cometía desaire alguno, que el presidente conocía mi opinión acerca de Zabludovsky, de salivosa y permanente adulación 1993/ 11 DE ENERO DE 2015 39 al poder. En todo caso yo era víctima de una descortesía. Tomada la decisión, no tuve duda: el periodista Zabludovsky me hace falta como punto de referencia: vive la vida que desprecio. De madrugada alcancé a escoger otras líneas de don Julio. Dedicadas a Luis Donaldo Colosio, lo cito: El 6 de marzo protestó como candidato a la presidencia de la república. Dijo entonces: “Hoy, ante el priismo, ante los mexicanos, expreso mi compromiso de reformar el poder para democratizarlo y acabar con cualquier vestigio de autoritarismo. “Sabemos que el origen de muchos de nuestros males se encuentra en una excesiva concentración del poder que da lugar a decisiones equivocadas, al monopolio de las iniciativas, a los abusos y a los excesos. “Reformar el poder significa un presidencialismo sujeto –estrictamente– a los límites constitucionales de su origen republicano y democrático.” Esa misma noche, la noche del seis, conversamos en mi casa, otra vez en la biblioteca y sin prisa. Lo vi eufórico. Se lo dije. Exaltado, repitió trozos de su discurso y en un momento pensé que se pondría de pie. Le faltaba el auditorio, pero se tenía a él mismo: “Veo un México con hambre y sed de justicia... un México agraviado… Veo hombres y mujeres afligidos por abusos de las autoridades... veo la arrogancia de las oficinas de gobierno... veo a ciudadanos angustiados por la falta de seguridad...” –Una pregunta, Luis Donaldo –lo interrumpí en plena carrera. Agitado, me vio en súbito silencio. –¿Conoció el presidente tu discurso antes de que lo pronunciaras? –Espero que me comprenda. –¿Conoció tu discurso? –No. Atormentado, me consolé: al amanecer retomo la lectura. No fue posible. En algún minuto de las 7 de la mañana de ese 7 de enero, recibí la llamada que no quería recibir. Don Julio no deja de mirarme en ese restaurante de Insurgentes. Termino de decirle lo que pienso de la primera portada de aquel 2006, y que aterricé más o menos así: ¿No le pareció precipitada, arriesgada esa portada? ¿No le parece muy pronto para hablar del atardecer de Marcos? Sin más palabras de mi parte, don Julio me respondió. No descalificó mi punto de vista ni defendió la decisión editorial de Proceso. Sin alzar la voz, pero sin perder mis ojos, lo escuché: “Mire don Alejandro, la diferencia entre Proceso y otros medios es que en la revista, si acertamos, si nos equivocamos, somos nosotros. No hay nadie detrás, nadie, nadie, que nos dicte, que nos obligue a publicar una sola palabra”. O 40 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 El comandante y el periodista HOMERO CAMPA –¿C ómo está Julio Scherer? –preguntó en tono amable Fidel Castro cuando me ubicó entre un grupo de corresponsales extranjeros que a principios de 1997 buscaba entrevistarlo tras concluir un acto público en La Habana. –Don Julio está bien –contesté de botepronto, sorprendido por la pregunta. –Pero, ven acá ¿cómo es que ya dejó la revista Proceso? –repreguntó en alusión a que apenas en noviembre anterior don Julio, junto con Vicente Leñero y Enrique Maza, se había retirado de las labores directivas del semanario. –Bueno –dije yo– renunció a la dirección, pero se mantiene como presidente del consejo de administración de CISA, la empresa que edita la revista. –Ah, entonces sigue estando al frente –concluyó sonriente y siguió de largo. En el verano del mismo año don Julio me llamó por teléfono a La Habana. “¿Cómo ve al Comandante?”, preguntó directo en alusión a los rumores cada vez más recurrentes de que Fidel Castro se encontraba muy enfermo, prácticamente al borde de la muerte. “Casi no lo veo, don Julio. Pero en los raros actos públicos en los que aparece se le ve más delgado”, contesté, igualmente sorprendido por la pregunta. Julio Scherer y Fidel Castro se conocían, se respetaban y diría incluso que simpatizaban, pero me fue claro en esos días que no tenían comunicación. Scherer lo había entrevistado en dos ocasiones. La primera en julio de 1959, cuando era reportero de Excélsior y Fidel era el carismático comandante que encarnaba los sueños de la Revolución. Scherer lo “cazó” de madrugada en la cocina del hotel Habana Hilton, donde Castro cenaba “como un hambriento: carne, leche, frutas, panes; todo en abundancia”, escribió el reportero en el texto de la entrevista que publicó ese diario el 26 de julio de 1959. Scherer cuenta luego que Castro salió de la cocina, pero se entretuvo con un grupo de turistas estadunidenses con quienes se tomó fotografías y quienes le pidieron que estampara su firma en banderas cubanas. Bajó finalmente al estacionamiento e hizo subir a Scherer a su automóvil: “Tú al centro, mexicano, junto a mi ayudante. Yo en la ventanilla”, le dijo. Y le advirtió: “Serán sólo unos minutos. Desde la una de la madrugada me esperan unas personas en mi casa. Sólo unos minutos, mexicano…”, pero Scherer ya no lo soltó: la entrevista duró una hora con 20 minutos. La petición de Fidel La segunda entrevista se llevó a cabo en septiembre de 1981. Scherer era director de Proceso y Fidel había consolidado el régimen socialista en la isla. No fue fácil que éste aceptara las preguntas del periodista. En un texto titulado “Los locos de la Revolución”, aparecido en la edición especial número 20 de Proceso, Scherer contó: “Fidel me decía, amistoso: “–Yo te quiero dar la entrevista pero es de mala política conversar con periodistas adversos a sus gobiernos. Y tú eres de ésos. Tienes amigos que son mis amigos y me han pedido que conversemos. Pero, te digo, es de mala política. “Aduje que la política no tiene por qué regir al periodismo. El periodista ejerce como ‘novelista sin ficción’. “–Dime tú cómo le hacemos. “Vi en el Gabo la salvación. Lo propuse como lector de mi trabajo. Con García Márquez caminaba sobre seguro. Me devolvería un texto limpio, sin tocar el lápiz para agregar una coma o corregir algún tropezón gramatical.” Scherer realizó la entrevista. Pero Fidel ya era otro. “El poder maltrata el carisma y la soltura decae a costa de la solemnidad”, observó Scherer. La entrevista “respondía al eco de sus discursos”. De pronto, Fidel contó una historia personal: “Caminaba Fidel al lado de Brezhnev por el corredor central del Palacio de las Convenciones (…) Intempestivo e imprevisible, Brezhnev detuvo el paso y observó al fondo la obra del pintor René Portocarrero. Vio las formas que se mul- REP ORTE ES P E C IA L cional, María de los Ángeles Moreno, pude entregarle al comandante una carta que le envió el entonces director de Proceso. –Don Julio Scherer me pidió que le entregara esta carta –dije solemne al comandante. La recibió indiferente y sin mirarla se la guardó en la bolsa de su chaqueta militar verde olivo. –¿Qué le digo a don Julio? –pregunté preocupado. –Dígale que la recibí –contestó amable pero cortante. Dos meses después –julio de 1995–, Scherer aprovechó que Carlos Castillo Peraza, entonces dirigente nacional del PAN, realizó una visita de trabajo a La Habana para enviar con él otra carta para Castro. “Se la manda un amigo suyo”, le dijo. Fidel vio el nombre del remitente y el logotipo de Proceso. Sonrió. Se llevó la carta a su lugar y la puso frente a él, sobre la mesa en torno a la cual se sentaron los miembros del Comité Ejecutivo Nacional del PAN y del Consejo de Estado de Cuba, en el Palacio de la Revolución. Pero nada pasó. La oportunidad de oro se presentó cuatro meses después. En noviembre de ese año, don Julio fue invitado por la familia Cárdenas a La Habana, donde el gobierno de la isla realizaría un homenaje post mortem al general Lázaro Cárdenas del Río. Pero el ambiente político no era propicio. Los diarios mexicanos publicaban notas sobre el refugio y la protección que Fidel Castro brindaba en la isla al expresidente mexicano Carlos Salinas de Gortari. El 20 de noviembre de ese año –justo el día en que se celebraría el homenaje al general Cárdenas–, el diario La Jornada publicó que Salinas habría atracado en la Marina Hemingway de La Habana a bordo del yate Eco. Reportero siempre, Scherer acudió a la Marina Hemingway y se metió a la oficina de la Jefatura del Puerto. No salió de ahí hasta que el titular de esa oficina, Amado Polo Hernández, revisó su libro de registros y no encontró ninguna embarcación ni a ningún tripulante con los nombres que don Julio solicitó. Pero la nota de La Jornada envenenó el ambiente. Cuauhtémoc Cárdenas, quien había impugnado el triunfo de Salinas Archivo Procesofoto tiplican, los colores de una hoguera inmensa formada por el naranja, el color más caliente, los violetas de llama blanca, los rojos que ciegan, los verdes selváticos. Era el Portocarrero que había llevado al mural la sensación de la incandescencia. “–Brezhnev me preguntó–, cita Fidel en la entrevista, textual: “–¿Y quién es ese loco que pintó eso? “Castro sintió la mordedura: “–Un loco que, junto con otros locos, hizo la revolución cubana a la cual usted ha rendido homenaje”. Scherer relata después que García Márquez le devolvió el texto sin observación alguna. Se sintió satisfecho. Recuerda que en el aeropuerto José Martí, ya para dejar La Habana, escuchó su nombre a todo volumen. Cuenta: “Gritaban los altavoces. El comandante me buscaba. Urgente era el tono de la voz: ‘Julio Schere, Julio Schere, favor de presentarse en la mesa de Cubana’. Alterado como estaba, sólo miraba alrededor. “Fidel me encontró. “–Quiero hablar contigo unos minutos. Nada grave, nada de qué preocuparse. “A unos pasos, señaló un par de sillas. “–Te quiero pedir un favor. “–Dígame, comandante. “–Te agradecería que suprimieras la historia que te conté acerca de Brezhnev. Tú cumpliste con el Gabo, cumpliste conmigo. Todo está de tu parte. Publica la historia, si así lo decides, si así lo quieres. Pero yo te debo pedir ese favor. “–La historia es vivaz, comandante, una pequeña joya. “–Está bien. Tú decides. No hay objeción de mi parte. Te respeto, lo sabes. “Subrayé un largo silencio sin despegarle los ojos. “Fidel fue claro. Sus relaciones con los soviéticos se encontraban en un punto riesgoso. Comandante de la Revolución, sostendría sus principios, pero no quería que la atmósfera se calentara aún más y la envenenaran las suspicacias, las sospechas que terminan en la maledicencia. Frente a la historia impresa, traducida a su idioma, Brezhnev reaccionaría con rabia. “Nos despedimos con un abrazo breve y Fidel se perdió entre una multitud.” Scherer comenta que en el avión, durante su regreso a México, suprimió esa anécdota en su texto. Y anotó en una línea la razón: “Alguna vez Fidel me había hecho soñar”. Cartas a La Habana Tras esa segunda entrevista, Scherer intentó que hubiera al menos una más. Realizó varias gestiones en 1995. En mayo de ese año, durante una visita de una delegación del PRI encabezada por su presidenta na- Con Fidel Castro. Duelo de tozudez 1993/ 11 DE ENERO DE 2015 41 en las elecciones de 1998, explotó: “Me resulta un tanto increíble que él (Salinas) pueda estar aquí, pues no alcanzo a imaginar cómo Cuba pudiera brindar protección a una persona que tanto ha agraviado al pueblo mexicano”, declaró ante periodistas a media mañana. Fidel Castro sintió como un insulto las declaraciones de Cuauhtémoc. En represalia no asistió al homenaje al general Cárdenas, que se realizó esa noche en el Palacio de la Revolución. En su lugar acudió su hermano, el general Raúl Castro. Scherer se quedó otra vez sin ver a Fidel. El “ganón” –Le voy a dar un ejemplo de por qué la revolución cubana sigue valiendo la pena –me dijo don Julio de sopetón a principios de 2006. Y explicó: el hijo de una familia de “guajiros” que vive en una región apartada y pobre de la isla tiene la posibilidad de estudiar y, si tiene talento, puede llegar a ser un gran cirujano. La revolución no sólo le dio estudios, sino empleo y reconocimiento social. “Eso es impensable en México. Dígame un caso del hijo de unos indígenas de Chiapas que pueda siquiera aspirar a ser un exitoso profesionista”, retó. “Tiene usted razón don Julio –concedí un poco–, pero la historia del hijo de ese guajiro no termina ahí: la revolución le dio estudios y lo hizo profesionista… pero después se va a desquitar con él: le va a pagar 500 pesos mensuales, equivalentes a 20 dólares, prácticamente de por vida y sin darle oportunidad de obtener otros ingresos con su profesión porque en Cuba la medicina privada está prohibida. El Estado lo forma para explotarlo después”. Don Julio endureció el gesto. “Con usted no se puede –dijo con voz de trueno–. Ahí donde yo veo una sonrisa, usted ve una mueca”. Unas semanas después –el 31 de julio de 2006–, Fidel fue intervenido quirúrgicamente por un problema intestinal y su secretario privado, Carlos Valenciaga, anunció por televisión que el comandante delegaba provisionalmente todos sus poderes a su hermano Raúl. “La situación es grave, pero Fidel ya ganó”, me dijo don Julio durante un desayuno en el restaurante Konditori. –¿Por qué don Julio? –Porque resistió. Se puede morir en paz porque los gringos nunca lo doblaron. Fidel fue el ganón, don Homero, fue el ganón. O 42 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 Aquella portada GERMÁN CANSECO E ra 1995. Tenía escasos meses de haber ingresado a Proceso y tuve la oportunidad de cubrir el conflicto armado en Chiapas. A mi regreso a la Ciudad de México logré el sueño de cualquier fotógrafo: ¡la portada de Proceso! Se trataba de una imagen del obispo Samuel Ruiz con los ojos cerrados y el encabezado El obispo resiste. Con 21 años de edad mi ego andaba por los cielos, allá… hasta arriba, como el piso que ocupaba el Departamento de Fotografía en nuestra casa de Fresas 13. Ese lunes, al bajar las escaleras me encontré con don Julio, quien detuvo mi paso acelerado: “Don Germán, ¡qué portada, don Germán!…”. Sentí que las paredes no eran lo suficientemente grandes para contener mi felicidad, sin embargo, un segundo después don Julio me tomó del brazo y me miró con esa mirada que veía hasta adentro de los huesos y me dijo: “¡Recuerde, don Germán: Aquí el triunfo dura hasta el domingo. El lunes siguiente seguimos siendo los mismos de siempre. Recuérdelo siempre, don Germán…”. Me dio un abrazo y regresó sobre sus pasos. Solo, en el pasillo, mi cabeza se convirtió en una cámara y muchos flashes pasaron ante mis ojos, imágenes y más imágenes, mis cinco meses de trabajo en Chiapas. Bajé las escaleras con un sentir diferente, tal vez un menor peso, y con una nueva convicción: la vida está hecha de trabajo diario, en mi caso de foto tras foto. Hoy, 25 años después de ese encuentro y de mi primera portada, me sigo emocionando cuando veo alguna foto mía en el semanario, la disfruto como la primera y luego… salgo a la calle en busca de una nueva historia. O Frente al caso Regina JORGE CARRASCO ARAIZAGA “N o les creemos y no les vamos a creer hasta que nos aclaren qué pasó con nuestra compañera Regina Martínez”, le soltó Julio Scherer al gobernador de Veracruz, Javier Duarte, para detener su estéril discurso. Duarte se quedó mudo. La mirada dura del periodista no lo soltaba. El gobernador se erguía y estiraba las mangas de su impecable guayabera blanca, sentado a la cabeza de la larga mesa de trabajo de la casa de gobierno, en Xalapa. La docena de funcionarios policiales a los cuales Duarte había convocado en un alarde de eficiencia atestiguaron la incomodidad de su jefe, quien calló también cuando escuchó del fundador de Proceso decir que Veracruz, como muchas otras partes del país, estaba en una franca descomposición en la que los extremos son la regla, no las excepciones, y en ese contexto se explicaba el asesinato de nuestra compañera. “Regina toca nuestro corazón”, les dijo a Duarte y a sus funcionarios. Nunca, en sus entonces 36 años, la revista había sido tan agraviada como la madrugada del sábado 28 de abril de 2012, cuando nuestra compañera fue asesinada en su domicilio de la capital veracruzana. Ya REP ORTE ES P E C IA L por una filtración, Proceso hizo público el hecho. Don Julio me llamó de inmediato. Repasamos lo ocurrido en la oficina del gobernador y le conté que en uno de los viajes a Veracruz para conocer de las indagatorias, el entonces procurador, Amadeo Flores, me preguntó por qué viajaba solo, que era muy peligroso. No se extrañó y me recordó la parábola del vaso que escribió Leñero con José Antonio Zorrilla, el último titular de la Dirección Federal de Seguridad, la policía ni tan secreta del régimen priista del siglo XX, como protagonista. Con su parafernalia policial, Zorrilla llegó una noche de noviembre de 1983 a las oficinas de la revista, en Fresas 13, para exigir que no se publicara un repor- taje sobre el entonces secretario de Gobernación, Manuel Bartlett, ahora senador de oposición por el Partido del Trabajo. Comenzaba el gobierno de Miguel de la Madrid. “El poder no cambia, don Jorge. El periodismo incomoda, pero en México cuando se siente amenazado, manotea”, me dijo. Acordamos reunirnos y nos vimos fuera de la revista, cerca de su casa, en San José Insurgentes. Ninguno dudaba respecto a lo que debía hacerse: periodismo y más periodismo. Me contó que cuando el golpe en Excélsior llegó a pensar en retirarse y dedicarse a escribir. Pero ni su esencia de reportero ni su esposa Susana lo dejaron. “Si los periódicos hicieran su trabajo, Proceso no existiría. Tenemos mucho qué hacer”, me reiteró. O Marco Antonio Cruz entrada la noche confirmé la noticia con el gobierno del estado. Julio Scherer decidió que viajaría la mañana del domingo a Veracruz. Voló al puerto jarocho junto con el fotógrafo Germán Canseco y de ahí ambos se trasladaron en helicóptero a Xalapa, donde los esperábamos, en el hangar del gobierno del estado, el director de Proceso, Rafael Rodríguez Castañeda; el subdirector, Salvador Corro, y el reportero. Llegó vestido de traje azul marino, camisa blanca y una delgada corbata oscura, como si quisiera acentuar la gravedad del caso. Durante todo el día mantuvo ese rigor, igual de tenaz como su afán de encontrarse con la familia de Regina. Sólo se quitó el saco cuando en un hotel de la ciudad redactamos el boletín para dar cuenta de la posición del semanario tras aquella reunión. Revisó el borrador. Buscamos las palabras precisas, la puntuación adecuada para la que sería la inequívoca determinación de la revista de estar encima de la investigación. Habló sobre la importancia de las palabras y sus reglas y rio casi cómplice cuando recordó que Gabriel García Márquez había querido jubilar a la ortografía. Más tarde me preguntó qué pensaba de la reunión con Duarte. Le dije que su intervención a todos nos había colocado en el centro de la tragedia. Salimos de Xalapa al aeropuerto de Veracruz en el helicóptero del gobernador, un aparato blanco de ocho plazas, con asientos de piel. No había otra manera de llegar a tiempo al vuelo de conexión al Distrito Federal. Nos despedimos casi a la medianoche en el aeropuerto de la Ciudad de México. No lo volví a ver hasta la noche del martes 1 de mayo, en la reunión a la cual Rodríguez Castañeda nos convocó a reporteros y editores. Don Julio llegó con Vicente Leñero, el vicepresidente del consejo de administración y también fundador de Proceso, fallecido el pasado 3 de diciembre. Scherer y Leñero nos pidieron calma. Ante las exigencias en la redacción para que el gobierno estatal y el federal esclarecieran el caso, propusieron no hacer alardes por el crimen de nuestra compañera. Ser más rigurosos en nuestro trabajo periodístico es la mejor respuesta que podemos dar a quien está detrás de esa ofensa a Regina, a su familia, a todos sus compañeros en la revista y al periodismo libre y crítico. El domingo 14 de abril de 2013 la revista publicó un texto titulado “Caso Regina: una sentencia encubridora”. Molestó en Veracruz y se desató una operación contra el reportero. “No entiende que el caso está resuelto” y se ordenó que fueran por él al Distrito Federal. Conocida la versión Charlas como clases 1993/ 11 DE ENERO DE 2015 43 Honestidad avasallante JESUSA CERVANTES D No conocí al torbellino que dirigió, reclamó o premió a sus reporteros como director de Proceso. Me tocó el hombre pausado, sereno; ese que detrás de una mirada triste y vidriosa al punto de conmover, saltaba para recobrar su furia frente a la revelación de nuevos documentos o nuevos datos que prometían una apasionada investigación en torno a los excesos de la clase política o la corrupción. Desaparecía entonces el hombre apacible y surgía el apasionado del dato duro, el del rigor que no permite salpicaduras de poesía; el hombre del texto sobrio y lleno de coraje e indignación que preguntaba: ¿qué más tiene? Don Julio me arropó con su integridad, me avasalló con su honestidad. Supo enseñarme que si no tenía nada bueno, ingenioso o interesante que de- cir, era mejor quedarse callado ante él. A veces me hacía pensar que cuando los aduladores lo sorprendían, él discretamente bajaba el volumen a sus oídos y así fingía estar atrapado entre palabras necias. Ver un poco de su corazón provocó la idea del porqué su proclividad a escudriñar al hombre de poder: tenían en su ser lo que él no concebía para sí. Adentrarse en esos claroscuros, en esa pérdida de respeto para sí y el ansia de poder a cualquier precio puso en relieve que la tentación no tuvo poder sobre él. Ese fue el gozo que me permitió tocar. Él, quien reporteó y llevó verdad en esta oscuridad de canallas. Don Julio me enseñó lo esencial: que en un corazón malo, egoísta y soberbio no hay un periodista; hay un vividor y arribista que reportea para sí y no para intentar llevar verdad a los demás. O Benjamín Flores icen que en el cielo hay fiesta y en la tierra orfandad. Eran las tres de la mañana del jueves 8. Sin saber por qué, me mantenía en vigilia, repasando el silencio del panteón francés. Recordé un féretro, impersonal, sin distintivo alguno y frente a él, formando una media luna, una familia que despedía a su padre. En ese momento entendí el desvelo: yo también atravesaba la orfandad. Un lunes, jueves o viernes se presentaba en Fresas 13. Se acercaba a los reporteros y con cada uno sellaba una breve complicidad; conmigo lo hacía mediante la mirada, los recados que dejaba junto a la computadora cuando no estaba, la rosa “anónima” que enviaba al escritorio para llenar algún vacío que él detectaba y también en sus anécdotas, para disipar mis dudas. Panteón Francés. Al final, junto a su esposa 44 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 REP ORTE ES P E C IA L Marco Antonio Cruz LO S TES TI M ONI OS Multiplicado al infinito MARCO ANTONIO CRUZ E n 1986 un grupo de fotógrafos renunciamos al medio en el que trabajamos para fundar la agencia de información fotográfica Imagenlatina. En poco tiempo recibimos el apoyo de don Julio Scherer que abre las puertas de la revista Proceso para una colaboración de 17 años, logrando momentos periodísticos tan relevantes como la fotografía de portada del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari de espaldas (Proceso 783), de Adriana Abarca, o el levantamiento armado en Chiapas por el EZLN en enero de 1994. Con el paso de los años la amistad con don Julio Scherer se fortalece, y más en 2006, cuando recibo la llamada para invitarme a coordinar el Departamento de fotografía de Proceso. Sin duda la cercanía es un privilegio que siempre agradeceré. En 1987, con motivo de la edición del libro La terca memoria, Proceso decide dedicar la portada a su fundador, tarea compleja porque a don Julio Scherer no le gustaba que lo retrataran; pero en esta ocasión me cita en su domicilio, en el que me recibe con afecto. Preparo la cámara digital. Tomo tres fotografías de prueba y me dice que eso es todo. Me quedo petrificado y preocupado. Finalmente una de esas fotografías es portada (Proceso 1598). Cuando me despido, me dice que me acompaña a la calle. Tomamos el elevador que tiene espejos en sus paredes y veo a don Julio multiplicado al infinito. Es la “foto”, le pido. Le ruego que me permita tomarle la fotografía y accede entre curioso y divertido. O 1993/ 11 DE ENERO DE 2015 45 La piel y la entraña del periodista PATRICIA DÁVILA E l encuentro con Sandra Ávila Beltrán, conocida como La Reina del Pacífico, dejó en Julio Scherer García una huella que rebasó lo profesional. Así me lo confió él en alguna plática, cuando me invitaba un café en un establecimiento cerano a la redacción de Proceso. Como lo narra en su libro La Reina del Pacífico: es la hora de contar, los encuentros con Ávila se dieron en el Penal de Santa Martha Acatitla, adonde ingresó tras ser detenida el 28 de septiembre de 2008. Una vez realizada la primera entrevista, inició una mutua seducción, involuntaria. Maestro en ese arte, adorador de todas las mujeres, a quienes trató siempre como a seres divinos, a Sandra Ávila también la conquistó. Conforme se sucedían las entrevistas, don Julio se sentía en deuda con las reclusas del penal que le abrió sus puertas. Él trataba de retribuirlas llevando cobijas, alimentos, algo de utilidad. Y así fue conquistando el corazón y la voluntad de La Reina. Con la publicación del libro, las visitas de Scherer al penal ya no tenían razón de ser, pero continuaron. Ella, vencida por su carisma, siempre le pedía regresar. No muy convencido, él tuvo que tomar una decisión: su labor como periodista había concluido. No volvería a visitarla más. XXX Ingresé a la revista Proceso en julio de 1989 gracias a Rafael Rodríguez Castañeda, entonces jefe de redacción y actualmente director. Fui privilegiada. Allí permanecí por cerca de 14 años. En los siguientes cuatro mantuve contacto profesional y eventualmente se me publicaba algún texto. En enero de 2007, Rodríguez Castañeda me dio la oportunidad de regresar. Por razones que nunca me aclaró, a don Julio mi retorno no le agradó mucho. Aunque siempre fue correcto y respetuoso, su trato era frío. En septiembre del mismo año se suscitó un cambio en nuestra relación, cuando Proceso publicó mi reportaje con el encabezado: Boda en Durango. El Chapo y Emma. La revista salió el domingo 16; a las ocho de la mañana siguiente mi amigo Antonio Jáquez, asesor de don Rafael, me llamó por teléfono: “Patricia, te quieren hablar”. Para mi sorpresa, era don Julio, quien preguntó: “Señora, ¿cuánto se tarda en llegar?”. Le contesto que unos 46 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 30 minutos. “Le doy 15”, dijo imperativo. Parecía imposible llegar. Tomé un taxi. Voló. Iba temerosa. En la sala de juntas estábamos los tres. Habló don Julio: “Doña Patricia, estoy encantado. Me gustó su trabajo, y mucho”. Tomó mi mano y la besó. Descansé. Fue el parteaguas de una relación inolvidable que agradezco a la vida. Después de que se publicó la nota sobre la boda del Chapo, unos sujetos irrumpieron a mi casa en Durango y se llevaron viejos archivos. Don Julio ofreció seguridad para mi familia y para mí. Le agradecí, pero le dije que para mi familia eso significaría vivir en prisión. Estuvo de acuerdo. A cambio, don Rafael se entrevistó con el entonces gobernador Ismael Hernández Deras. Días después, en el mismo estado asesinaron a uno de los editores del periódico El Correo de la Montaña, editado en el municipio de Canelas, a quien hice referencia en la nota sobre el matrimonio. Desaparecieron al secretario municipal e intentaron levantar al alcalde, quien logró huir. Algunos medios estatales relacionaron estos hechos con la publicación de Proceso. Era falso, porque nunca entrevisté a esas personas para mi nota, pero estaba impactada. Lloraba. Don Julio se dio cuenta y empezó a invitarme al café, alguna vez a caminar por el Parque Hundido. Me terapiaba: “Nada de lo sucedido es su responsabilidad”. Y remataba: “Los reporteros cumplimos la función de informar”. También me habló de cuando él se sintió perseguido, como los tiempos “dolorosos” en que Echeverría lo hizo expulsar de Excélsior. Confesó que estuvo a punto de optar por la muerte, pero se contuvo por su mujer, Susana, y sus hijos. Como me vio sorprendida, sonrió y me confió cosas más personales, como sus arrepentimientos. Días después llegó hasta mi escritorio con dos ejemplares de su libro sobre La Reina del Pacífico, me los obsequió. Uno me lo dedicó Sandra Ávila y el otro don Julio. La dedicatoria de él refrendó nuestra reconciliación: “Doña Patricia: que conste: nos queremos y habremos de querernos mucho más. Julio. Agosto de 2008”. Así fue. Días después, frente a una taza de café, me explicó que Sandra Ávila me dedicaba el libro porque él le habló de mi interés en sus encuentros. Seguimos platicando sobre La Reina y El Chapo. Al despedirnos le dije que mi preferido entre sus libros es La piel y la entraña, sobre David Alfaro Siqueiros, que presté y nunca recuperé. Me dice que también es su predilecto, con El indio que mató al padre Pro. Posteriormente me regaló una vieja edición de La piel y la entraña. XXX En febrero de 2011 otro de mis trabajos lo conmovió: Si me matan, me harían un favor. Es la historia de don Polo, un duranguense al que mataron cuando buscaba a su hijo secuestrado. Don Julio me preguntó si sabía más de él. Nada, admití. Y le relaté que una mañana recibí la llamada de Karina Ureña, recepcionista de Proceso, quien me dijo que un señor pedía hablar conmigo. Cuando llegué, Karina me explicó que don Polo llevaba un papel con dos nombres anotados, el de Marcela Turati y el mío. Le pidió que decidiera con cuál reportera quería hablar y él optó por mí. Después don Polo me contó que a Marcela se la sugirió alguien de Ciudad Cuauhtémoc, Chihuahua, “pero a usted la he leído”, dijo, mientras su acompañante mostraba un ejemplar de Proceso. Era normal. Turati tenía poco de colaborar en la revista. Así que me tocó escribir aquel reportaje. “Es una gran historia; debe de estar orgullosa”, comentó. Le dije que mis sentimientos eran encontrados: me daba gusto la repercusión que tuvo pero me lastimaba que fuera por un tema tan doloroso. “Mientras más la conozco, más la quiero, doña Patricia”. Y volvió al caso de don Polo: “Tiene razón, saber secuestrado a mi hijo Julio es lo peor que he vivido. Pobre viejo, lloro con él”. Y lloró. O Archivo Procesofoto REP ORTE ES P E C IA L La cumbre y el abismo ÁLVARO DELGADO A quella semana Proceso llevaba en portada un reportaje con mi firma, pero el director, Julio Scherer García, estaba furioso conmigo. Bajaba las escaleras para irse a comer cuando dio conmigo en la redacción de Fresas 13. –Su trabajo nos chinga a todos, don Álvaro –sentenció mientras me tomaba del brazo, una tenaza su mano derecha, y me arrastraba con él hacia la salida. –Oiga, don Julio… –¡Su trabajo nos chinga a todos! –ratificó mirándome, sus ojos como dagas, para enseguida subir a su Jetta y marcharse. Era el lunes 24 de marzo de 1996. Me supe fuera de la revista, a 16 meses de mi ingreso. El gobierno aprieta y Televisa se raja, era el titular de la portada y mi reportaje –“No soportó el gobierno la apertura noticiosa”– describía cómo la televisora había despedido como vicepresidente ejecutivo a Alejandro Burillo Azcárraga por “presiones” del presidente Ernesto Zedillo y del secretario de Gobernación, Emilio Chuayffet. Burillo era el artífice de la efímera apertura de Televisa que permitió a Ricardo Rocha transmitir, en Canal 2, el video de la matanza de 17 campesinos en Aguas Blancas, Guerrero, el 27 de junio del año anterior –que también cubrí–, y que llevó a la caída del gobernador Rubén Figueroa. Una insidia de Federico Reyes Heroles, molesto porque publiqué su sueldo en la nómina de Televisa y sólo tres párrafos de una amplia conversación, así como haber entregado un reportaje débil y ya de madrugada, pusieron en mi contra al director de Proceso. Estaba yo devastado, pero esa misma tarde el jefe de redacción, Rafael Rodríguez Castañeda, me envió a Tabasco y armé con el corresponsal Armando Guzmán tres reportajes macizos sobre las redes de corrupción del gobernador Roberto Madrazo. El lunes siguiente por la tarde, publicados dos de los trabajos, recibí una llamada de Scherer García para presentarme de inmediato en Fresas 13. Lo encontré en la redacción: “Arránquese para mi oficina, ahorita lo alcanzo”. Con la severa reconvención de la semana anterior, y temeroso de haber cometido otra pifia, me vi –ahora sí– despedido. Al verlo entrar intenté un diálogo, pero me paró en seco con sus brazos abiertos. –¡Deme un abrazo, don Álvaro! –me dijo con voz afectuosa. –Oiga, don Julio… –No me diga nada, don Álvaro. Olvídese de todo y deme un abrazo –insistió mientras me apretaba fuerte–. ¡Olvídese lo que le dije y váyase a trabajar! No había contradicción en este proceder dual de Scherer García. La cumbre y el abismo en el periodismo eran, para él, efecto únicamente del trabajo cotidiano del reportero en la búsqueda incesante de la noticia. El episodio inauguró una relación profesional y personal, no desprovista de más regaños, que el trato y el tiempo consolidaron en mi aprendizaje del oficio compartido. A mí me atraía desde estudiante la figura portentosa de Scherer García y el epicentro del periodismo que practicaba: su independencia de todo poder político, económico, religioso, mediático y criminal. Sabía de su integridad a toda prueba, su infatigable capacidad de trabajo, tenacidad, arrojo, rigor, voluntad y pasión por la información de interés público, fin último de su empeño, pero en la cercanía conocí otro rasgo de su grandeza: la generosidad sin límite. XXX Aun sin ser ya el director de Proceso, depositada su confianza en Rodríguez Castañeda, Scherer García solía charlar en la redacción con los reporteros, sugería asuntos y muchas veces los llevaba ya prácticamente resueltos. “Cuénteme algo”, era su memorable pregunta tras el saludo. También creía que los reporteros –la expresión mayor del periodista– deben escribir libros, escaparate para su talento, y motivaba para imitarlo, él que publicó en los más recientes tres lustros, desde 1996, al menos uno cada año. En junio de 2002 le pedí autografiarme su libro Parte de guerra II, en coautoría con Carlos Monsiváis. Escribió: “Te agradezco el libro, pero te agradeceré mucho más el regalo de un libro que lleve tu nombre”. Y añadió: “Proceso me lleva al sobresalto: Son varios los reporteros que aún no saben quiénes son, oscuros ante su propio alma”. No se lo dije, nadie lo sabía, que ya trabajaba en El Yunque, la ultraderecha en el poder, mi primer libro. Sólo hasta que lo concluí, en marzo de 2003, le di la segunda copia del borrador definitivo; la primera fue para Rodríguez Castañeda. –Si va llevar prólogo tu libro, ¿quién te lo hará? “El estilacho...” –Se lo voy a pedir a Miguel Ángel Granados Chapa, víctima de esta cofradía. –¿Por qué no a Monsiváis? –No. A todo mundo le hace prólogos y, además, es muy informal. –¿Por qué no el prólogo Granados Chapa y Monsiváis la introducción? –Sólo llevará prólogo. Pero pasaban las semanas y Granados Chapa no entregaba lo prometido. Tampoco contestaba mis mensajes. El editor Braulio Peralta, de Random House Mondadori, me apremiaba. Así que, con el tiempo encima –quería yo ponerlo en circulación antes de las elecciones de julio de ese año–, fui con Scherer García. “Sé que no hace prólogos, don Julio, pero vengo a pedirle unas palabras para mi libro. Dígame si se puede”. Se puso de pie y me pidió que le diera un abrazo. Y enseguida preguntó: “¿Cuánto tiempo tenemos?” –Una semana, don Julio. –¡No me chingue, don Álvaro! En el plazo convenido llegó a Proceso con una hoja tamaño carta escrita a máquina. “Lo que no le guste, cámbielo”. Apasionado no sólo del rigor periodístico, Scherer García apelaba también a la estética, el uso hermoso del lenguaje en la información. “El estilacho, don Álvaro”, insistía coloquialmente. –Lo primero son los datos –le respondía yo. –Información, pero también estilo. Trabaje en eso. Destaco de ese prólogo una frase: “La belleza del lenguaje no será para la filigrana narcisista, sino para la precisión, don supremo del periodismo escrito”. 1993/ 11 DE ENERO DE 2015 47 En una ocasión que reproduje palabas obscenas de un entrevistado, don Julio me reconvino porque, dijo, no venían al caso. Alegué que era una cita textual, pero me replicó que podía omitirlas porque ensuciaban el texto, que valía por sí mismo. Al otro día me dejó en mi escritorio una hoja con una enseñanza cabal: “Queridísimo Álvaro: Unas líneas para acercarme a usted, líneas llenas de afecto y respeto. Me valgo de estos calificativos para explicarme: ‘No sea güey’ “Un texto severo, dramático, un texto cargado de explosivos no admite el género coloquial. “Pobre enamorado aquel que arrulla a su Dulcinea: ‘Pinche vieja, cómo te quiero’. Julio.” XXX En el periodismo es sabida la tensión entre reporteros y editores, fatalmente juntos y cotidianamente recelosos. Supo don Julio de mi molestia por la modificación de un párrafo clave de un reportaje. “No te ofusques, eso nos pasa a todos”, me dijo y al día siguiente me dio un ejemplo, también por escrito, sobre lo que le había sido modificado en la revista: “Escribí: La vida que vale las penas (frase impecable). “Salió: La vida que vale la pena (impecable lugar común).” XXX La generosidad de don Julio conmigo fue inmensa. En Vivir, su penúltimo libro, escribió: “Para Álvaro, un hermano que espero merecer”. Antes y durante su convalecencia lo visité en su casa, con mi mujer, Alejandro Caballero o solo y hablábamos de la revista, del país, de la vida y de la muerte, que no veía como tragedia. “Es un acontecimiento”. Durante más de dos años padeció a los médicos, que aborrecía, y en ese lapso fue muchas veces a Proceso, siempre subiendo las escaleras hasta la oficina del director, con la dignidad que lo definió. El viernes 17 de octubre fue la última vez de su presencia física en las oficinas de la revista. Me tomó del brazo y fui con él hasta la oficina del director. Bajé con él a la redacción, donde abrazó a los que ahí estábamos. –¿Cómo están tus hijos? –me preguntó al salir de Fresas 13. –Muy bien, don Julio. –Salúdame a tu mujer. Ya dentro de su automóvil, le pregunté por Vicente Leñero, a quien llamaba “patrimonio de mi alma”, y movió la cabeza. Vi en su mirada una inmensa tristeza... O 48 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 Bernandino Hernández XXX Atoyac. Compendio de heridas Dormir menos, escribir más GLORIA LETICIA DÍAZ “¡ A toyac, doña Leticia, Atoyac! Cuénteme de Atoyac”, me saludaba con frecuencia don Julio, en su ansia permanente por saber. Certero para establecer los puntos de encuentro con cada reportero de Proceso, don Julio era dueño de una enorme sensibilidad y solidaridad con el dolor que arrastran cientos de familias de desaparecidos, ya sean del pasado, del presente o de siempre. Fue esa nuestra primera coincidencia. Conocedor de la biografía periodística, las filias y fobias de los integrantes de la redacción, en sus visitas a las oficinas de Fresas 13 dejaba siempre una lección que atender. “Duerma menos y escriba más”, recomendaba. Interesado en la historia no escrita de la represión, como en tantas otras, don Julio nos dio clases magistrales del manejo de fuentes informativas en Los patriotas. De Tlatelolco a la guerra sucia, libro que escribió con Carlos Monsiváis (Nuevo Siglo Aguilar, 2004). Ahí explora minuciosamente documentos ocultos durante décadas en el Archivo General de la Nación, los disecciona cual ranas en laboratorio y los confronta con testimonios de hombres y mujeres que, de viva voz, dieron sentido humano al relato de aquel exterminio, no sólo de los insurrectos Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, sino de todo aquel que por convicción o casualidad estuviera cerca de ellos. La “guerra de baja intensidad” desplegada por Luis Echeverría y sus generales, el horror de las torturas, la pesadumbre de las desapariciones forzadas en Guerrero –particularmente en Atoyac, con unas 400– y la espera de los seres queridos hasta el final, no fueron ajenas a la pluma de don Julio: “No hay razón para creer en la vida después de 30 años de obstinado silencio. Aun así, sin los huesos amontonados de la persona amada, la esperanza da cuenta de su propia existencia. No hay misterio como el de la desesperación, ‘creer contra toda esperanza’. “La guerra sucia fue sucia por ambas partes. No habría razones para negarlo. Pero hay grados de responsabilidad. No es lo mismo combatir desde el poder que desde las zonas empobrecidas de Guerrero, pobladas de campesinos que sobreviven”. (Los patriotas…, p. 105) La esperanza de Tita Radilla Martínez, líder de los familiares de víctimas de desapariciones forzadas en R E PORT E ESPECI AL Guerrero, plasmada en mi colaboración a la edición especial Heroínas anónimas, coordinada por María Scherer, tocó el corazón del fundador de Proceso. “¡Qué mujer nos ha presentado, doña Leticia, qué mujer!”, se emocionó. Incansable en más de 40 años de búsqueda de Rosendo Radilla, su padre, Tita consiguió una sentencia contra el Estado mexicano en la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Esto conmovió profundamente a don Julio, ya que el semanario que él fundó siempre ha estado presente en la misma batalla para alcanzar la verdad y la justicia. Por eso su saludo (“¡Atoyac, doña Leticia, Atoyac! Cuénteme de Atoyac”) era una invitación constante a seguir rascando esa herida abierta de México: que duela para hacerse presente, que incomode hasta generar cambios. Trabajar sobre el poder castrense y sus entretelones me dio otro punto de encuentro con don Julio. En junio de 2011, generoso, me confió su reconocimiento por el reporte especial El Campo Militar No. 1: Hablan los soldados (Proceso 1804). En un enlace telefónico de las oficinas de Fresas 13 a Ciudad Juárez, donde por entonces trabajaba un reportaje, Scherer se congratuló por aquel resultado de meses de trabajo de periodismo encubierto en la cárcel militar, en los que obtuve testimonios de soldados procesados por delitos contra la salud o abusos contra la población civil indefensa durante la guerra contra el narcotráfico. Decano del periodismo, como se le llamó; leyenda, como se considera al mejor periodista mexicano del siglo XX, don Julio no acababa de sorprenderme por su sencillez, a veces intimidante. Una vez me buscó para preguntarme cómo logré colarme a la cocina de la temida prisión militar, la “cárcel clandestina más grande” durante la guerra sucia, y cómo había obtenido alguna que otra información del inexpugnable mundo castrense. Caballero como pocos, la alegría de vivir de don Julio le permitía algunas chanzas: “Doña Leticia, ¿ya tiene traje de baño para nadar juntos en las playas de Acapulco?”, jugueteaba al despedirse, recordando mi pasado como corresponsal de Proceso por 10 años en Guerrero. En 2003, las aguas aparentemente tranquilas de Acapulco le jugaron una broma al fundador de Proceso, nadador consumado, que tuvo que ser rescatado por un mulato al que apodó “el pirata”. El episodio apenas perturbó al periodista, dueño de una vida expuesta al límite en diversas ocasiones. Después de esa experiencia, su incansable curiosidad dio para una docena de libros más para fortuna del periodismo mexicano. O 1993/ 11 DE ENERO DE 2015 49 R E P ORT E ESPECI AL El mayor trofeo, un paraguas N unca me tomé una foto con don Julio. Siempre me intimidó el tamaño de tal personaje, un ser histórico pasando frente a mí. Sabido era por todos su animadversión por las fotografías y las derramadas pleitesías. Llegué a Proceso a principios de 2006. Ese año –de elecciones federales– México era un hervidero. Atenco, Oaxaca, diputados agarrándose a golpes para “defender” la tribuna y el movimiento de una ciudad como el Distrito Federal –incesante– me dieron afortunadamente, en mi condición de recién llegado, mucha materia para trabajar. Uno de los episodios que más recuerdo de ese año fue la protesta que encabezó Andrés Manuel López Obrador, tras “perder” la polémica elección presidencial ante Felipe Calderón. Como ningún otro medio, Proceso desplegó una cobertura permanente. Justo cuando se cumplía una semana de la elección, López Obrador convocó a una megamanifestación y a mí me tocó cubrirla a ras de suelo. El fotógrafo que siguió al entonces perredista durante el último mes de la campaña se encargaría del contingente principal, otro buscaría imágenes de la multitud desde todos los sitios posibles, alguien más esperaba en el corral dispuesto para la prensa frente al templete, e incluso desde un helicóptero se fotografió la pletórica marcha que, por la tarde y sorpresivamente, mutaría en plantón indefinido. Las tiendas de campaña comenzaron a instalarse desde el Zócalo al Bosque de Chapultepec. Una vez concluido el mitin, salí corriendo del Zócalo para llegar a transmitir mis imágenes. En ese entonces era necesario disponer de una computadora y una conexión fija de internet para mandar las fotos. Para tal efecto –y con el objetivo de sacar placas panorámicas– Proceso rentó una habitación de hotel con una vista inmejorable, pagada a un precio estratosférico impuesto a los pejefans adinerados por los hoteleros, quienes aprovechaban la protesta del tabasqueño. De las cosas que más se agradecen en Proceso es que el dinero pasa a segundo término cuando se trata de obtener el mejor lugar, las mejores condiciones para hacer nuestro trabajo. Aquel domingo, reporteros y fotógrafos fuimos llegando uno a uno a la habita- 50 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 ción, sorprendidos todos con la presencia de un visitante inesperado. Julio Scherer, junto a algunos de sus familiares, había acudido a mirar desde el balcón el encuentro del perredista con sus seguidores. La posibilidad de una foto con Scherer me asaltó inmediatamente –como siempre–, atormentándome el hecho de no atreverme a pedirla –como siempre. La premura de mandar las fotos hizo que me olvidara del visitante y de la foto. Al poco rato el cuarto volvió a vaciarse: los reporteros regresaban a observar el inédito plantón. Fui de los últimos en salir: un error de dedo y todas las fotos de una tarjeta de memoria –los rollos fotográficos de ahora– se habían ido al limbo virtual. Con los limitados recursos de ese entonces bata- Marco Antonio Cruz MIGUEL DIMAYUGA llaba tratando de recuperar mis imágenes. Fue entonces cuando Scherer, quien se aprestaba a salir tras su familia, se paró en el umbral de la pequeña sala que hacía de vestíbulo del cuarto principal, preguntando de quién era una sombrillita plegable abandonada frente al balcón. Nadie respondió. Yo, con la enmudecedora timidez que me asaltaba al verlo, sólo levanté los hombros e intenté una mueca de negación. Él, sonriente, relajado, se acercó y me dijo, tal vez por mis ojos de sorpresa: “Tome, es su premio por ser el fotógrafo del año”. Salió de la habitación sin más aspavientos. Feliz, eché a mi bolsa el galardón. El plantón de López Obrador se mantuvo. Proceso fue el único medio que instaló una carpa para estar permanentemente en el Zócalo. Ese año el clima fue inclemente con los inconformes. Pero ni el frío ni las torrenciales lluvias impidieron que el plantón durara más de dos meses. En una de esas tormentas –y mientras se oía a los seguidores de López Obrador increpar a la “prensa vendida que no contaba bien”– perdí mi trofeo, doblado por un ventarrón. O Ojos para todo México Demian Chávez Hernández Caso Jefe Diego. Desfacedor de dudas Las pisadas del escritor VERÓNICA ESPINOSA “Q uiero que escriba lo que usted vio, señora”, me dijo don Julio desde el otro lado del teléfono ese diciembre de 2010. A Diego Fernández de Cevallos lo habían secuestrado siete meses antes, un 14 de mayo. En ese lapso yo había regresado una y otra vez a Querétaro, a los ranchos del excandidato, a ver a sus amigos, a sus vecinos, a sus empleados. Me senté muchas tardes con sus hermanas Beatriz, Helena y María afuera de la casona de la exhacienda de San Germán, en San Juan del Río. Intentaba descifrar un secuestro que terminó como inició: inmerso en rumores, dudoso en el móvil y los autores, los tiempos y lugares donde Fernández de Cevallos desapareció y reapareció. El gobierno del panista Felipe Calderón, hermético y omiso en esto como en tanto más, alimentó la falta de certezas. Don Julio estaba preparando un libro, Historias de muerte y corrupción, y quería que yo escribiera unas cuartillas sobre el secuestro, con base en lo que vi. “Quiero incluirlas en mi libro”, dijo antes de colgar desde las oficinas de Proceso. Primero pasé el susto por la llamada, esperando –como le pasa siempre al reportero– un jalón de orejas antes que otra cosa. Entonces pasé al otro susto. A sugerencia del subdirector de Información, Salvador Corro, había reunido apuntes en una apretada bitácora de mis recorridos desde mediados de mayo, cuando se supo que Diego había sido secuestrado en su rancho La Cabaña, en Pedro Escobedo, territorio queretano donde era y es amo y señor. En mi registro se amontonaban los pasajes anecdóticos del niño Diego, del político, el hermano y el candidato, porque sus hermanas –las tres desparpajadas mujeres que fumaban puros y bebían leche con algún licor indescifrable mientras esperaban el desenlace del secuestro– me entregaban en esas conversaciones los pincelazos del personaje, que yo creí suficientes para satisfacer la petición de don Julio. Se cumplió el plazo que me dio para entregarle las cuartillas, y llamó desde Proceso. Yo estaba de vacaciones, escribiendo las últimas líneas en un hotel frente al mar. Desde ahí le envié seis cuartillas con el encabezado: El mismo Diego. No esperé más de un par de minutos. De nuevo al teléfono, don Julio me dio la lección íntima, inolvidable, en ese momento tan dolorosa. No hubo prolegómenos. El encanto de caballero de película francesa con el que solía besarnos la mano a las mujeres al llegar a la redacción de Proceso mientras saludaba con un “señora”, se me borró de la mente. Ahí estaba el jefe. El periodista implacable, sin excepciones. No textualmente –faltaría a la precisión–, me dijo que no incluiría en su libro el material que le entregué porque no era lo que esperaba. Que como reportera yo caminaba con dos pisadas, pero como escritora lo hacía con una pisada y media. ¿Qué responderle a Julio Scherer? Frustración. Coraje. Negación. Hasta que el ego se doblegó ante las palabras del maestro, porque nunca como en ese momento lo fue para mí. Se lo quedé a deber, don Julio. O 1993/ 11 DE ENERO DE 2015 51 Biblioteca inagotable J. JESÚS ESQUIVEL W Una felicitación Todos quienes tuvimos el privilegio de conocer a don Julio, creo, atesoramos el re- Alfredo Valadez Rodríguez ASHINGTON.- En la redacción escuchaba la plática sobre Vicente Fox entre Álvaro Delgado y Pepe Gil Olmos, cuando de pronto apareció don Julio: “Don Álvaro, don Pepe, señor Esquivel. ¿Qué dice de nuevo el poder en Washington?”, me cuestionó a manera de saludo el fundador de Proceso… y me quedé helado. Tenía apenas unos meses como corresponsal de la revista en la capital de Estados Unidos y me sorprendió que alguien tan grande como don Julio Scherer, a quien veía en persona por primera vez, supiera mi apellido y quisiera conocer mi opinión. Después de saludar a Álvaro y a Pepe, me tomó del brazo en espera de mi respuesta. –No mucho, don Julio. Washington está muy metido en su guerra contra el terrorismo y con Saddam Hussein –fue lo que se me ocurrió responder y al instante me soltó del brazo para seguir saludando a los demás colegas que estaban en la redacción. Me sentí un idiota. Ignorante de la personalidad de un gran coloso del periodismo como don Julio, pensé que mi respuesta apuntalaba mi temor de que nunca sería parte de la revista que desde adolescente más he admirado. –Conocí y saludé a don Julio –le conté más tarde, frente a unas cervezas, a Homero Campa, el coordinador de la sección de internacionales. –¡Ah! ¿Y qué dijo? –me preguntó Homero. Saltándome lo referente a mi temor, le conté con detalle el incidente; acentuando que creía que mi respuesta le provocó soltarme del brazo. –No te preocupes, así es don Julio –me respondió Homero dejándome todavía más confundido. Meses después, en la celebración del 26 aniversario de Proceso se dio mi segundo encuentro con él. En mis intentos por sentirme parte de la revista, me integré a la plática que sostenían Alejandro Gutiérrez, Pepe Gil, Álvaro, Homero y Rodrigo Vera; todos con nuestros tragos en las manos. La entrada de don Julio al patio de la casona de Fresas número 13 dejó en silencio al grupo de reporteros. Como siempre, don Julio saludó a todos de mano y con un abrazo de felicitación por un aniversario más de la revista que fundó. Tocó que a mí me saludara al final y después de darme el abrazo me miró a la cara y me preguntó: “¿Y qué nos cuenta del imperialismo del presidente (George W.) Bush?”. Más rojo que un jitomate iba a darle mi respuesta cuando, para mi suerte, Vicente Leñero rompió el círculo al que se había integrado don Julio y se lo llevó para que se uniera al grupo de los dirigentes de la revista en otra parte del patio. La campana me salvó de otro ridículo, me dije. Nunca tuve el privilegio de platicar a solas con don Julio. Todos mis encuentros con él fueron en las instalaciones de Proceso y junto a varios de mis colegas. Me enteré, por quienes sí tuvieron esa suerte, de que una comida o un café a solas con don Julio era una especie de clase de periodismo, de historia y de civismo. Scherer, Rodríguez, Leñero 52 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 cuerdo de un momento especial con el gran maestro. El mío ocurrió en mayo de 2006, después de cronicar en la revista un desencuentro verbal que tuve con el expresidente Fox al concluir el discurso que éste dio en la Universidad Harding, en Little Rock, Arkansas. Me encontraba en la oficina de Proceso en Washington cuando sonó el teléfono; era la señora Ángeles Morales, asistente de la dirección de la revista. –Don Rafael quiere hablar contigo –me dijo la señora Ángeles. Me puse muy nervioso; lo primero que se me ocurrió fue que vendría algún regaño por mi trabajo. –Jesús, don Julio, quien se encuentra frente a mí, te felicita por tu texto del pleito con Fox. Felicidades –me dijo. Le di las gracias y con eso concluyó la llamada telefónica. Cada vez que recuerdo esa conversación se apodera de mí una emoción tal vez inmerecida. Scherer, el periodista más importante de México, me felicitó por uno de mis trabajos para Proceso. Hasta el día de hoy no me lo creo. El tiempo transcurrió y con ello más encuentros con don Julio en la redacción de Proceso, siempre en esa histórica sala en la Colonia del Valle. –Escriba un libro para que nos cuente lo que se dice en Washington –me dijo en uno de esos encuentros don Julio y corrí a contárselo a Salvador Corro, el subdirector. –Si te lo dijo es por algo. Don Julio tiene buen ojo –me aconsejó Corro. Desde que lo conocí, además de celebrar mi suerte por la motivación que me dio para atreverme a escribir un libro, siempre pienso que es imposible dejar de aprender de este gran gigante del periodismo mexicano e internacional. “Así somos en Proceso. Aquí estamos y así seguiremos”, en varias ocasiones me lo ha reiterado don Rafael. Otra de las cualidades que siempre admiré de don Julio fue su caballerosidad. Fui testigo de que a toda mujer que saludaba, siempre le daba un beso en la mano y, sin soltársela, le decía algún piropo. “Es un señor que te enamora con sus palabras y te doblega con ese beso en la mano”, me confeso Carmen, la compañera de mi vida, la primera vez que tuvo la fortuna de que la saludara Scherer en una de las fiestas de aniversario de la revista. Adiós, don Julio. Su trabajo, su legado y su caballerosidad siempre serán para mí una biblioteca inagotable de aprendizaje. O Benjamín Flores REP ORTE ES P E C IA L Haití. Máxima exigencia Su abrazo BENJAMÍN FLORES E n enero de 2010 me enviaron a Puerto Príncipe a cubrir la devastación ocasionada por un sismo de 7 grados que sacudió a Haití, el país más pobre de América. A mi regreso a México me reincorporé a mis actividades en Proceso. Una mañana, a mediados de enero, acompañé a mi compañero Raúl Ochoa a realizar una entrevista por el norte de la ciudad, cerca de Satélite. Acabábamos de terminar cuando recibí una llamada de Ángeles Morales, la asistente de la Dirección, quien me preguntó: “¿Benjamín, dónde te encuentras?”. Le dije: “Vamos saliendo de la entrevista.” “Vente rápido porque don Julio te quiere ver. Toma taxi o a ver qué hacen pero don Julio quiere verte lo más rápido que se pueda”. A los 30 minutos y todavía de camino, recibí otra llamada de Ángeles: “¿Qué pasó, por dónde vienen?”. Apresurado, al fin llegué a la revista –ubicada en la Colonia del Valle, en el sur de la ciudad. Don Julio estaba platicando con Alejandro Caballero en la puerta de Proceso. Me paré enfrente de Scherer: “Aquí estoy, don Julio, ¿quería verme?”. Me vio y me dijo: “Mi hermano, quiero darte un abrazo y felicitarte por tu gran trabajo en Haití”. Me abrazó recio y le respondí: “Le agradezco mucho la atención, para mí es un honor este reconocimiento… ¿qué le pareció la foto de portada?”, le pregunté en referencia a la imagen que encabezó la cobertura del sismo. Me comentó: “Ésa era la foto, la del niño, la mirada del niño me atrajo, lo decía todo. Con ella se demostraba el dolor y la tragedia que sufrieron en ese pueblo tan pobre y tan lastimado. Fue una gran cobertura, te felicito. ¿Cómo te sientes?”. Me sentía bien, le respondí, y sobre todo por tener la oportunidad de ser parte de Proceso. Me abrazó y se despidió: “Mi hermano, estás en Proceso”. Subió a su auto y arrancó. Al mes nació la exposición fotográfica El rostro de la tragedia, con un texto de presentación del director de nuestro semanario, Rafael Rodríguez Castañeda. La muestra continúa presentándose en diferentes estados del país y existen propuestas de que se lleve al extranjero. Haber conocido a don Julio fue un privilegio: tener la oportunidad de estar en un medio de comunicación como éste, donde se le da la importancia que merece al periodismo gráfico, donde se pueden proponer temas y portadas con nuestro director, Rafael Rodríguez, y se siente un espíritu de hermandad en la redacción. Por esto y por la libertad de transmitir a través de una imagen la injusticia, la corrupción y los hechos que van marcando la vida de nuestro país, muchas gracias, don Julio. Seguiremos en pie. O 1993/ 11 DE ENERO DE 2015 53 Archivo Procesofoto 1976. La dignidad El periodismo es cabrón ROGELIO FLORES MORALES E ra mediodía y el sol quemaba afuera de Fresas 13. Alcancé a don Julio en la puerta de Proceso, poco antes de que subiera a su Jetta azul marino. – ¿Le robo un minuto, don Julio? –¡Róbeme los que quiera, don Rogelio! Como un niño en búsqueda de reconocimiento, me ganó la vanidad. Sin mayor preámbulo le conté que estaba por terminar mi tesis doctoral sobre el impacto psicológico de la guerra contra el narco. Le platiqué de mis encuentros con reporteros y fotógrafos que presentaban signos de estrés postraumático por cubrir la violencia. “Sueñan muertos y ven sangre por todas partes”, le dije sin exagerar. “Están muy dañados”. Añadí que con tanto dolor, tanta muerte y tanto sufrimiento a cuestas, ya habían extraviado el sentido de sus propias vidas: la gracia del vivir. –Están deprimidos, don Julio. Platiqué con dos fotógrafos que quieren suicidarse. Ya no quieren vivir en un mundo como éste. Ya no quieren relatar ni ser testigos de nada. La barbarie de todos los días se los ha tragado. Se recargó sobre la puerta del auto y se acomodó a pesar de los rayos de sol que quemaban como fuego. Hacía tres 54 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 minutos que los dos minutos solicitados se habían acabado. –El periodismo es cabrón, don Rogelio. ¡Muy cabrón! A estas alturas ya debería saberlo. En poco menos de 30 segundos, don Julio hizo un recorrido de sus casi 70 años de coberturas periodísticas en las que la violencia estuvo presente: golpes de Estado, revoluciones, atentados... Además, ¿qué es más desesperanzador que la pobreza de Bangladesh o el apartheid de Sudáfrica? ¿Qué es más cruento que las desapariciones durante las dictaduras sudamericanas? –Le voy a contar algo, don Rogelio. Cuando salí de Excélsior no dormía. ¡No dormía! Por las noches sudaba, empapado mi cuerpo. Una vez me inyectaron en la vena una dosis para que durmiera un elefante. Tenía el ánimo quebrado. Se lo digo: pensé en el suicidio. Usted debe saberlo, lo conté en mis libros. –Lo pensé triste, don Julio, incluso deprimido, pero nunca imaginé que literal… –Entonces se lo digo a usted: ¡Literalmente pensé en quitarme la vida! XXX En Estos Años, don Julio Scherer describe así los días que vivió después del golpe de Echeverría: “Sin energía, desangrado, anhelaba otra vida. (…) Miraba hacia las altas ventanas con la esperanza de encontrarlas apagadas”. Narra que una noche su cuerpo hervía de fiebre, empapado en sudor. Doña Susanita llamó al doctor Máynez, quien de inmediato le suministró un tranquilizante. “Supe que Samuel le dijo a Susana que dormiría 24 horas, que necesitaba descanso, que el corazón galopaba, que asomaba el peligro”. XXX El respeto y la profunda admiración que le tengo a don Julio fueron más fuertes que el deseo de escudriñar sobre el suicidio. Ante él, me sentí incapaz de articular una palabra; de preguntarle qué había hecho para apagar esa idea, qué lo detuvo. El periodista se percató de mi desconcierto y, generoso –sin mediar pregunta alguna y como adivinando mi pensamiento–, me regaló la respuesta a mi inquietud que no había puesto en palabras: –Un maestro alguna vez me dijo: “El hombre se suicida no por el hoy, sino por el mañana”. Lo que me detuvo fue el trabajo y mi familia, don Rogelio. El mejor respaldo que tiene un periodista son sus amigos y su familia. No lo olvide. ¡Nunca lo olvide! O REP ORTE ES P E C IA L JOSÉ GIL OLMOS D on Julio, como siempre le dijimos en la redacción de Proceso, tecleaba sus textos en una máquina de escribir. De hecho tenía dos Olivetti que usaba indistintamente en la revista o en su casa. Hasta donde sé nunca escribió en una computadora y por ende no consultaba internet para hacer sus investigaciones. Reportero de otra época, hurgaba en el pasado en los archivos de papel, periódicos amarillentos con arrugas en las portadas y expedientes polvosos que le acercaban Rogelio Flores y Juan Carlos Baltazar, los encargados del archivo de Proceso, a quienes les pedía el dato perdido en los anaqueles pero que don Julio tenía grabado en la memoria. En el teclado de su máquina Olivetti Lettera 22 gris, don Julio se hacía y rehacía cada vez que escribía un reportaje, una historia o un libro. Siempre tenía una de repuesto y le pedía a Ángeles, la secretaria de la dirección, que la tuviera en perfectas condiciones. Eran la extensión de sus manos, dedos y memoria fundamen- tales como reportero que siempre fue. Hombre de otro tiempo y de otro trato a pesar de su cercanía con el poder, prefería hablar directamente con la gente que a través del celular que alguna vez le dieron en la revista y pronto abandonó en algún rincón quién sabe dónde. A doña Tere, quien durante décadas preparó comida para la redacción de Proceso, la recibía con caballerosidad cuando llegaba con algún platillo salido de su cocina, y si la encontraba en la calle la saludaba como lo hacía con todas las mujeres, con un beso en la mano. A los reporteros nos decía “hermanos” cuando nos saludaba con fuertes y sonoras palmadas en la espalda, y luego nos pedía que le platicáramos. “Cuéntenme algo”, inquiría siempre en su afán de saber. Decía que le gustaban las bodas de los reporteros y él mismo se invitaba para asistir a la fiesta en la que disputaba, sin querer, los reflectores de la celebración con los novios. Pero también era solidario en los momentos dolorosos y asistía a los velorios de quienes perdimos una madre, un padre, alguien querido. En las últimas fechas, cuando se presentó una serie de amenazas contra algunos reporteros de Proceso, estuvo presente y defendió la integridad de cada uno de nosotros. Cuando mataron a Regina Martínez, corresponsal en Veracruz, junto con el director Rafael Rodríguez Castañeda enfrentó al gobernador Javier Duarte. Esa noche aciaga nos convocó a todos a ser más cuidadosos con lo que escribíamos, pues ya no era el poder político al que nos enfrentábamos, sino al político fusionado con el crimen organizado. Los integrantes de la última generación de reporteros del semanario conocimos a un Julio Scherer más bondadoso y afable, más sabio y generoso, viviendo un tiempo más pausado y quizá más creativo literariamente. Pero igualmente fiel a su máquina de escribir Olivetti Lettera 22 y al respeto a la libertad de expresión en estos tiempos violentos, que alcanzó a narrar en su último libro, Niños en el crimen. O Ulises Castellanos Su Lettera gris Una máquina de escribir. Y otra de repuesto 1993/ 11 DE ENERO DE 2015 55 Historia de una foto E l 12 de agosto de 2008 por la noche, cuando nos retirábamos del departamento de fotografía, recibimos una llamada del subdirector Salvador Corro. Buscaba a nuestro coordinador, Marco Antonio Cruz, para que acompañara a don Julio a una entrevista; él mismo se lo había pedido directamente a Marco la víspera. Mala suerte, pensé. Le dije a Salvador que Marco estaba de viaje y regresaba al día siguiente por la tarde. Y como yo atendí la llamada, me asignó la orden. Comencé a ponerme nervioso. Me tocaba ir con don Julio, quien siempre había sido amable conmigo. Siempre saludaba a todos con un fuerte apretón de manos al tiempo que pronunciaba el “mucho gusto”. El día de la entrevista llegué temprano a Fresas 13. Don Julio llegó dos minutos después y sin más me dijo: “Don Octavio, nos vamos”. Me invitó a subir a su auto y partimos. Durante el trayecto inició una conversación en torno a la fotografía. Habló del impacto que le provocó la imagen del niño acechado por un buitre, tomada por Kevin Carter, que incluso ganó el premio Pulitzer. La imagen era fuertísima, me dijo. Se preguntaba por qué el fotógrafo no había hecho nada por ayudar al menor. Pensaba que me estaba distrayendo mientras yo trataba de averiguar a dónde íbamos. No mencionó la entrevista y al final me comentó que iríamos al penal de Santa Martha Acatitla. Cuando llegamos, los custodios nos condujeron a una sala. Ahí esperamos cerca de 15 minutos. Fue entonces cuando don Julio me dijo que veríamos a Sandra Ávila, La Reina del Pacífico. Luego me platicó que tenía meses visitándola con el fin de obtener información para el libro que estaba escribiendo. Cuando entramos, la saludó con mucha amabilidad; ella le respondió de manera similar. Don Julio nos presentó. Le dijo que yo era el encargado de fotogra- 56 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 fiarla. Le pidió permiso para hacer una sesión de fotos para la portada del libro. Sandra aceptó. Don Julio se hizo a un lado y me comentó: “Aquí lo espero. Usted es el responsable de las fotos”. Los custodios nos permitieron hacerle tres tomas. Pasaron tres minutos y mi nerviosismo crecía, pues supe entonces quién era el personaje que tenía enfrente y para qué se necesitaban las fotos. Terminé como pude y don Julio y yo nos despedimos de Sandra. Nos vinimos directo a Proceso. Él me pidió que le mostrara las fotos lo más pronto posible. Necesitaba enviarlas a la editorial. Le prometí que estarían listas en 10 minutos. “En cinco”, me espetó. Corrí al departamento de fotografía a editar las fotos. Y exactamente a los cinco minutos entró don Julio, acompañado de don Rafael Rodríguez Castañeda, director de la revista, y de Salvador Corro. Don Julio miró con detenimiento las fotografías y volteó para preguntarme cuál le sugería para la portada del libro. Le sugerí una en la que Sandra Ávila estaba de perfil, mirando a través de una separación entre los muros del penal. Se volvió hacia don Rafael y Salvador y les comentó que esa foto servía para la portada. Me pidió copiar las fotos en un disco y se despidió con una frase que me emocionó. Me dijo que la prioridad era Proceso. Y así fue, en la edición del domingo siguiente la foto elegida para su libro apareció en la revista. Días después recibí un ejemplar de La Reina del Pacífico: es hora de contar, con una dedicatoria de agradecimiento. O Octavio Gómez OCTAVIO GÓMEZ “La Reina del Pacífico” REP ORTE ES P E C IA L Estaré a tu lado ALEJANDRO GUTIÉRREZ M ADRID.- Al otro lado de la línea de algún punto del convulso Michoacán de principios de la administración de Felipe Calderón. Un reportaje bajo mi firma había desatado los demonios, según nos informó Ramón Eduardo Pequeño García, entonces titular de Seguridad Regional de la Secretaría de Seguridad Pública, quien al director primero, y luego a mí, nos dio algunos detalles de la información con que contaban en esa área del gobierno. En el número 1988 del semanario, cuya portada se dedicó a Vicente Leñero, el también desaparecido subdirector fundador de la revista, don Julio publicó un emotivo texto, en uno de cuyos pasajes Alejandro Saldívar telefónica, don Julio Scherer me dijo: “Cualquiera que sea tu decisión, yo estaré a tu lado. Cogido de tu brazo. Toda la revista lo está, ya lo viste. Lo sabes bien. Estoy totalmente de acuerdo con don Rafael (Rodríguez Castañeda, director del semanario Proceso); lo que él propone es la mejor opción”. Don Julio se refería a la propuesta que esa misma noche del viernes 25 de mayo de 2007 me hizo el director del semanario, cuando me llamó a su oficina: “Ya tengo la mejor opción: Te vas a España”. Esta decisión se tomó a consecuencia de una amenaza en mi contra vertida des- La tribuna de Fresas 13 recuerda aquel episodio que califica de un “asunto grave”. Escribió que este tema provocó una reflexión con el director y con Leñero. “Optamos por nombrar a Alejandro, corresponsal de Proceso en España”. No tengo conciencia de cuánto duró la citada llamada telefónica con don Julio, debieron ser largos minutos que yo traduje en horas. Colgamos en la madrugada. En mi caso, colgué sintiendo el cobijo de todos los compañeros de la revista en las palabras de don Julio, el más importante periodista de México, y en la propuesta de Rafael, alentándome a “saltar el charco”, convencidos de que era lo mejor para disminuir los riesgos y para seguir reporteando. Sin duda, para mí representó una aleccionadora posición institucional del semanario, ante el agravio que era contra todo Proceso. Esa noche recordaba las palabras del director en la reunión convocada esa misma tarde del viernes con toda la redacción para informarles de la situación. Y también giraban en mi cabeza las palabras de don Julio: “Hemos recibido amenazas muy fuertes, pero esto es lo más grave que nos ha sucedido”. Por desgracia, después de mi caso en Proceso hemos padecido otras amenazas y ataques graves contra otros compañeros. Sin duda, el más doloroso y agraviante es el asesinato de Regina Martínez, nuestra corresponsal en Veracruz. En los repetidos viajes que posteriormente hice desde Madrid a México, los encuentros con don Julio siempre estuvieron regidos por el afecto. En ellos solía repetirme en son de broma: “Ya te quedas, ¿no? Dime que ya no te quieres ir”. Me quedó claro que también la respuesta de Proceso –y la de don Julio en lo personal, en esos graves momentos– es parte de la construcción de la obra del más influyente periodista de México de los últimos años. Incluido, por supuesto, el aprecio y cariño que siempre prodigó por la familia de oficio que construyó en Fresas 13. O 1993/ 11 DE ENERO DE 2015 57 Archivo Procesofoto Puedo salir adelante sin Dios... “Me tendrás siempre a tu lado” SANTIAGO IGARTÚA E l séptimo día del abril de 2014, su cumpleaños 88, le preguntaron a don Julio por qué este país había soportado tanto. Nadie como él había desentrañado los abusos perpetrados desde el poder y, en la última entrada de su vida, seguía siendo testigo de la corrupción como sistema de gobierno en México. –Por la Virgen de Guadalupe –respondió sin dejo de duda. El periodista argumentó que la fe era utilizada por los de arriba como un mecanismo de control. En nombre de Dios y de la Virgen se somete a los más desprotegidos en el mundo de las desgracias, esperanzados en ora- 58 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 ciones dirigidas lejos de los despachos de gobierno. La cúpula de la Iglesia, enviciada, siempre cómplice, tenía la cualidad de hacer que la gente actuara por miedo a un infierno que el Scherer reportero describió en la tierra. “Si Cristo volviera a la tierra, el Papa tendría que matarlo.” En su formación católica, entre jesuitas, don Julio no encontró datos duros de Dios. A él le gustaban las personas. “Yo puedo salir adelante sin Dios, pero no sin el otro”. Desde que dejó la dirección de Proceso, don Julio se hizo de una obsesión: decía que una de las cosas que le iban a faltar, periodísticamente hablando, era escribir una crónica de la muerte. La dejó llegar muy cerca, durante más de dos años, sin dejar que lo alcanzara. La mantenía apenas a distancia, escribiendo, como si quisiera mirarla a los ojos. Después, para él, no había nada. Siempre dijo que el amor de su vida estaba con él y con sus hijos en los recuerdos, las caricias del alma. “Por mi buena memoria amo y mantengo viva a Susana.” El día de su muerte, otro día siete, uno de los nietos de don Julio encontró una carta suya, fechada en 1997: “Vivo, me tendrás siempre a tu lado; muerto, a lo mejor también.” O REP ORTE ES P E C IA L La modestia de un gigante SERGIO LOYA unomásuno y en La Jornada) tiene buena opinión de usted. Dígame: ¿Qué le falta a Proceso?”. Le respondí: “el Inventario, don Julio, el Inventario”, la columna escrita por José Emilio Pacheco, que tenía varios meses sin reaparecer. Esa modestia que lo llevaba a pedir consejo se repetía cada vez que entregaba sus escritos periodísticos a los editores para que los modificáramos conforme a nuestros criterios. La mayor prueba de esa modestia la tuve cuando me tocó en suerte editar la entrevista que don Julio le hizo a Octavio Paz. Era tan extensa que Rafael Rodríguez Castañeda, editor creativo y puntilloso, me pidió reducirla casi a la mitad, pues ya no había suficiente espacio para ella. Con gran nerviosismo, en un lapso de cinco horas que culminó a las 6:00 de la mañana, quedó listo el resumen de aquel trabajo periodístico que tanto importaba a Julio Scherer. Mas no lo leyó antes de que se fuera a imprenta, y, a pesar de que lo publicado registraba numerosos cambios respecto de su original, nunca expresó desaprobación o desacuerdo. Porque sé que mi edición de un texto es siempre perfectible e incluso puede deslizarse algún gazapo, aquel día crecieron mi admiración y reconocimiento por un periodista paradigmático que, sometiéndose a aprendices, supo mejorar este oficio y sentó las bases para la transformación de nuestro país. O Eduardo Miranda C uando por primera vez estreché la diestra de don Julio, en 1992, me estrujó la misma impresión que había tenido al ser presentado con otros dos personajes: Sergio Méndez Arceo (1972) y Heberto Castillo (1984). Se trataba de una mezcla de fuerza, entereza, integridad y transparencia en seres de una pieza. Pero a diferencia de los dos primeros gigantes, con don Julio tuve la oportunidad de convivir en las oficinas de Proceso a lo largo de 22 años, durante los cuales fui adicionalmente sorprendido por su sencillez y su modestia. En el primer encuentro que tuvimos para celebrar el aniversario de la revista, me dijo: “Miguel Ángel Granados Chapa (con quien yo había laborado en el Pacheco. Otro puntal 1993/ 11 DE ENERO DE 2015 59 Cuando Rodin miró a Julio Entereza. En 1347 y en 1976 ANNE MARIE MERGIER P ARÍS.- Durante muchos años don Julio fue para mí El Director. Le temía, lo admiraba y lo respetaba. Me abrumaba y me intimidaba. Por supuesto a veces me hacía enojar y eso parecía divertirlo mucho. También me retaba. En realidad me retó siempre. Y de eso le estoy infinitamente agradecida. Sus desafíos me enseñaron a convivir con mis miedos. No aprendí a vencerlos, sólo a no dejarme vencer por ellos. Y mis miedos eran muchos: miedo a todas las formas de violencia, miedo a no estar a la altura, miedo a la página blanca. Pero quizás lo que más me asustaba era defraudar a don Julio. Hubo un solo freno del que me exigió deshacerme: el miedo a expresarme con voz propia. Y cuando sintió que iba avanzando hacia un estilo periodístico más personal, me dijo escuetamente: “Vamos bien, señora, vamos bien”. Ese día sentí que me había ganado el Pulitzer y don Julio se convirtió en Mi Director. Pasó el tiempo. Regresé a París. Abrí la corresponsalía de Proceso en Francia. Y fue esa lejanía la que más nos acercó. Volvía cada año a México en noviembre para el aniversario de la revista –y lo sigo haciendo–, y en esas oportunidades don Julio me invitaba a comer. Nos encontrábamos siempre a las tres de la tarde 60 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 en el mismo restaurante. Pedíamos siempre el mismo menú. Y nos quedábamos platicando horas. Era nuestro ritual. Duró 25 años. Hablábamos poco de trabajo, mucho de nuestras vidas y de nuestros proyectos personales y más aún de los libros y de las películas que habíamos descubierto en el curso del año. Don Julio hablaba más de libros y yo más de cine. Recuerdo su entusiasmo por El cuaderno dorado de Doris Lessing, La insoportable levedad del ser de Milan Kundera o por los ocho tomos de Los Thibault de Roger Martin du Gard. Luego dejábamos fluir la conversación. Diferíamos a menudo y nos fascinaba enfrascarnos en duelos que calificábamos como “intelectualmente estimulantes”. Es más, cuando don Julio sentía que corríamos el riesgo de estar de acuerdo, se tornaba provocador y, por supuesto, yo le seguía el juego. Él quería tener la última palabra. Yo también. Empatábamos diplomáticamente. Comida tras comida, lenta y púdicamente, nació nuestra amistad. Fue sutil y directa, delicada y exigente, transparente y misteriosa, cada vez más imprescindible. Reíamos mucho, pero cuando la felicidad de estar juntos prescindía de palabras nos quedábamos en silencio, un ratito. Mientras escribo estas líneas se me ocurre que quizás debería evocar la época “heroica” de Proceso, la de hace 38 años. Quedamos muy pocos en la revista de ese equipo “prehistórico”, bronco, muy “masculino” (que mis amigas feministas me perdonen el eufemismo), entregado en cuerpo y alma a la revista, unido alrededor de don Julio y de Vicente Leñero, nutrido por su exigencia de un “periodismo sin concesiones, ético, digno, independiente”. Pero hoy no me nace recordar nuestra “epopeya”. En lugar de eso se impone la imagen alegre y ligera de un don Julio insólito: el efímero turista que pasó una semana en París con los más jóvenes de sus hijos, María y Pedro, algunos meses después del fallecimiento de doña Susana. El primer día de su estadía en la Ciudad Luz, Mi Director aceptó estoicamente desplazarse por París tomando autobuses y metro. En los días siguientes se adaptó y al final reconoció que había “valido la pena” la experiencia. Lo aseguró clavando su mirada en la mía. Lo sentí sincero. Discreto y sumamente atento, observaba a los pasajeros del metro oriundos de todo el planeta. Estábamos en verano. Pululaban los turistas, pero había también, como siempre, muchos inmigrantes y franceses de origen extranjero radica- REP ORTE ES P E C IA L y de Fugit amor. “¿Está prohibido hacer lo que estoy haciendo, no es cierto?”, fingió preguntarme mientras acariciaba furtivamente el delicado cuello de mármol de la Danaide. En estos instantes vi a don Julio plenamente feliz. Fue, sin embargo, en el jardín del museo, frente a los Burgueses de Calais, que la emoción pareció sumergirlo. El monumento de bronce recuerda un episodio trágico de la Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra, ocurrido en 1347. La ciudad francesa de Calais llevaba más de un año asediada por las tropas de Eduardo III y estaba a punto de caer en manos de los asaltantes. El rey inglés aceptó respetar la vida de la población a cambio del sacrificio de seis dignatarios de la ciudad. Los burgueses de Calais representan a Eustache de Saint Pierre, el hombre más rico de la ciudad, junto con otros cinco personajes. Los seis están descalzos, visten burdos camisones y tienen una soga amarrada al cuello o colgando a lo largo de sus cuerpos. Su humillación es total y su dolor inconmensurable. Comparten los mismos sentimientos, pero los expresan en forma totalmente distinta. Uno está agachado, con la cabeza escondida entre las manos; otro, agobiado, tiene los brazos caídos, mientras que dos de sus compañeros de infortunio, por el contrario, los levantan al cielo. Destacan Eustache de Saint Pierre y Jean d’Aire. El primero es un anciano de larga barba y porte noble, el segundo es más joven, erguido, con el rostro crispado por el coraje. En ambas figuras prevalece la dignidad ofendida sobre la desesperación. Don Julio dio varias veces la vuelta al monumento, con pasos lentos. Observó a cada personaje de pies a cabeza. Varias veces tocó las esculturas con la palma de la mano como para sentir la tensión que las hace vibrar. Luego se detuvo ante Eustache de Saint Pierre y Jean d’Aire. Se quedó mirándolos tanto tiempo, con tanta fuerza, que me aparté. Mientras lo observaba de lejos me vino a la mente una fotografía ya famosa tomada el 8 de julio de 1976 en la que aparece con Vicente Leñero a su lado. Ambos están rodeados por los periodistas de la redacción de Excélsior, caminan con pasos firmes por avenida Reforma, después del golpe urdido en su contra por Luis Echeverría. Don Julio y Vicente se ven sumamente tiesos, con la mirada fija, el rostro cerrado, vencidos mas no derrotados. Dignos. Supe con certeza que don Julio estaba evocando ese momento cruel de su vida en ese diálogo mudo con Eustache de Saint Pierre y Jean d’Aire. No me comentó nada. Sólo quiso saber lo que había pasado con ellos. Le conté que el rey Eduardo III había exigido que los dignatarios se arrodillaran a sus pies para entregarle las llaves de la ciudad. La reina Felipa y nobles caballeros que rodeaban al rey acabaron, sin embargo, por convencerlo de no ahorcarlos. Don Julio no dijo nada. Dejé pasar años antes de preguntarle si mi intuición había sido atinada. “Lo fue, señora, lo fue”, contestó con tono enigmático y luego me contó los días y sobre todo las noches que siguieron al “golpe”. Y mientras más hablaba, más se crispaban los rasgos de su rostro. Pensé que sin lugar a dudas a Auguste Rodin le hubiera inspirado el rostro firme y áspero de don Julio. O Aarón Sánchez dos en la Ciudad Luz. Ese cosmopolitismo llamaba mucho la atención de don Julio y lo hundía en profundas reflexiones. “Me siento físicamente en el corazón de la globalización, señora”, dictaminó después de tres días de inmersiones esporádicas en el metro. Siempre buscaba plasmar una situación o un acontecimiento con una frase rotunda, y si fuese posible, definitiva. María no conocía París. Con gran abnegación don Julio subió con ella al segundo piso de la Torre Eiffel y al Arco del Triunfo. Una tarde paseó, perplejo, por la imponente Plaza de la Concordia que María descubría; observó con ella la fachada neoclásica del Palacio Burbon, sede del Parlamento; la siguió en su vuelta a la lujosa y solemne Plaza Vendôme. Calló durante todo el recorrido. Se notaba casi malhumorado. De repente, se detuvo y me dijo: “Lo siento, señora, pero no me gusta París. Es demasiado prepotente, demasiado seguro de su belleza. A París le fascina ser admirado y eso me molesta”. Volvió a caminar en silencio. Estábamos en la calle de Rivoli y llegamos a la altura de Angelina, el salón de té más famoso de la capital, que frecuentaban asiduamente Marcel Proust y Coco Chanel. “Entramos”, dijo don Julio al oírme mencionar el nombre de Proust. Escogió cuidadosamente un lugar donde sentarse, miró asombrado el despampanante decorado de estilo Bella Época del salón. Y con tono que no admitía cuestionamientos me ordenó: “Señora, dígame que Marcel Proust solía sentarse precisa y exclusivamente en la silla que elegí”. Gozó mi estupefacción. Esperó un segundo y rio. El autor de En busca del tiempo perdido acababa de reconciliarlo con París. Pero fue sin duda su cita con Auguste Rodin la que dio una dimensión muy particular a la estadía de don Julio en la Ciudad Luz. Eso me lo confió años después. “Cuénteme de Rodin, señora”, me pidió acordándose de mi admiración por el escultor. Nos quedamos una mañana entera en el hotel Biron, una armoniosa mansión del siglo XVIII en la que Rodin instaló su taller en 1908. Don Julio quería saber la historia detallada de cada obra. Le encantó escuchar sobre el escándalo provocado por La edad de bronce, una escultura de tamaño natural de un hombre desnudo tan absolutamente perfecta y depurada que Rodin fue acusado de haberla vaciado directamente a partir de un modelo. Se regocijó con la polémica provocada por el monumento a Balzac, una obra atrevida y vanguardista. Y lo divirtieron las disputas entre el escultor y Víctor Hugo. Rodin había aceptado hacer el busto del escritor, pero éste rehusaba posar. Me agradó ver a Mi Director hipnotizado por la sensualidad infinita de El beso La salida. Calais en la Ciudad de México 1993/ 11 DE ENERO DE 2015 61 Ulises Castellanos ¿Tiene material? ¡Adelante! RAÚL OCHOA D Hermosillo. El señalamiento on Julio Scherer García cruzó el acceso principal del edificio de Proceso, en Fresas número 13. Era la mañana del lunes 28 de enero de 2008. El fundador de este semanario recibió al reportero con su acostumbrado par de manotazos en el estómago, un gesto con el que solía expresarme su aceptación al trabajo publicado. Sin rodeos, el hombre al que he admirado toda la vida y al que saludé por primera vez en las postrimerías de 2012 abordó inmediatamente el tema que tanto parecía inquietarle. Su gesto estaba endurecido. Horas antes, don Julio escuchó a Yanquis contra Mets 62 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 BEATRIZ PEREYRA N http://newshour-tc.pbs.org La maldición de Babe Ruth. La fortuna de acercarse a Scherer detalle, a través de una estación radiofónica, toda la ira descargada por el exfutbolista Carlos Hermosillo contra Proceso. Entre otras cosas, Hermosillo, en su carácter de director general de la Conade, calificó de “muy ruin” una publicación de este semanario, al que calificó como “una revista que se dedica a engañar a la gente”. En la víspera, en un texto firmado por Jorge Carrasco y este reportero, Proceso (1630) publicó que Hermosillo era investigado por la Secretaría de la Función Pública debido a presuntas irregularidades y daño al erario por 26 millones de pesos durante 2004, en la construcción de un edificio para la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade). o recuerdo la fecha exacta en la que conocí a don Julio, pero fue en 2001. Ese año tuve el privilegio de ser contratada en Proceso, la revista que comencé a leer en 1988 cuando la UNAM estaba en paro por las reformas de Carpizo, Carlos Salinas se robó la presidencia de México y yo me convertí en alumna de primer ingreso del CCH Sur. No supe de la importancia de Julio Scherer García hasta que llegué a la Universidad, cuando una profesora nos dijo a quienes estábamos matriculados en ciencias de la comunicación que Los periodistas, de Vicente Leñero, era un libro imprescindible. Nuestra biblia. En esas páginas conocí a don Julio. Entendí qué es Proceso. Nunca soñé con trabajar aquí. Jamás pensé en tocar la puerta para pedir una oportunidad. Yo quería ser la mejor cronista de beisbol. No quería ser Scherer sino el Mago Septién. Narrar una Serie Mundial resultaba más cercano que formar parte del equipo de reporteros de Proceso. Pero en enero de 2001 toqué la puerta que me abrió Mauricio Mejía, entonces editor de deportes. En abril Rafael Rodríguez Castañeda me dio la bienvenida. Mauricio me llevó por cada rincón de la revista y me presentó a mis compañeros. Conocí a todos, menos a don Julio. Un día desde las escaleras lo vi en la redacción. No me atreví a saludarlo. Pasé REP ORTE ES P E C IA L Dichas irregularidades fueron presuntamente cometidas por Hermosillo cuando se desempeñaba como subdirector general del Deporte de ese organismo, en pleno sexenio de Vicente Fox. Para entonces, el dueño del emporio de las albercas en el país, Nelson Vargas, era el mayor responsable de la Conade Molesto, Scherer contó al reportero: “Siempre admiré y respeté la trayectoria futbolística de Carlos Hermosillo. Mi admiración por Hermosillo el futbolista continúa intacta. Sin embargo, como funcionario público este señor no es digno de dirigir una institución como la Conade”. Aquel lunes, don Julio me preguntó insistentemente si aún disponía de material suficiente que ameritara un segundo texto sobre el tema en cuestión. “¡Adelante!”, me ordenó cuando le dije que sí. Proceso no dejó de publicar las anomalías y corruptelas supuestamente cometidas por Hermosillo y sus más cercanos colaboradores durante su gestión como director general de la Conade. El exfutbolista fue designado en ese cargo el 3 de diciembre de 2006 por el entonces presidente Felipe Calderón, quien también lo apartó de esta responsabilidad el 31 de marzo de 2009. Carlos Hermosillo es, hasta ahora, el único director general de la Conade que no ha concluido todo su periodo al frente del organismo, ya con 25 años de existencia. Esa dependencia comenzó a recibir grandes cantidades justamente durante la administración de Hermosillo. Por eso resultaba tan importante documentar cualquier asomo de corrupción. El periodismo mexicano difícilmente podrá entenderse sin don Julio Scherer. Su leyenda se inició antes de su partida. Hoy nos sumamos a la esperanza que abriga el director de Proceso, Rafael Rodríguez Castañeda: “Si las nuevas generaciones lo toman como ejemplo, su partida no es una pérdida sino un punto de arranque”. O como fantasma hacia el patio. De regreso me lo encontré de frente. –Y usted, ¿qué? –me dijo. –Yo soy la nueva reportera, soy de deportes –le contesté. –¿Usted cree que no lo sé? Le gusta el beisbol, ¿no? –Desde los seis años, cuando Fernando Valenzuela ganó el juego tres de la Serie Mundial. Fue clave para que los Dodgers le ganaran a los Yankees. –¿Le va a los Yankees? –No, a los Mets. Desde 1986, cuando ganaron la Serie Mundial a Boston, ¿se acuerda? Medias Rojas estaba a un strike de ganar por primera vez desde 1918 y apareció la maldición de Babe Ruth; ya sabe, Boston se lo malbarató a los Yankees y siguen pagando el precio. Me miró con sus ojos verdes y profundos. Me fijé en sus párpados caídos. “Cuánta gracia hay en usted, señora”, dijo entre risas. Y se fue. Fue el inicio de nuestra relación. Don Julio era uno entre millones de fanáticos que tienen los Yankees. Ese 2001 Proceso me mandó a cubrir mi primera Serie Mundial. Los Yankees perdieron en siete juegos. Lo peor no fue la derrota, sino el texto que mandé. Don Julio no dijo una palabra. Tampoco don Rafael. Mauricio Mejía fue el emisario: “Nos quedaste a deber a todos”. O 1993/ 11 DE ENERO DE 2015 63 Sobre la muerte –¿E n qué piensa, don Alejandro? –En que yo sí pude despedirme de mi hermano, de mi papá. Y en que Javier (Sicilia) no pudo despedirse de su hijo… Asistíamos a la velación de Juanelo, el asesinado hijo de nuestro queridísimo Javier, en Cuernavaca… Y don Julio no dejaba de mirarme con su mirada persistente, incómoda. No me dejaba estar conmigo. Marco Antonio Cruz ALEJANDRO PÉREZ UTRERA –¿Qué piensa de la muerte? Lo miré, tranquilo: –Pues… Ocurre… Y ya. –¿Y ya? –Eso creo. ¿De qué sirve especular sobre ella?... Don Julio observó el desgarrador entorno de dolor y lágrimas. Su mirada durísima se tornó, de súbito, infinitamente triste… –Vea esto, don Alejandro… La muerte ocurre… ¿y ya? O Corro, Scherer, Leñero Cómo no deslumbrarse ARTURO RODRÍGUEZ GARCÍA U n reportero no debe deslumbrarse con nadie, sobre todo si el encuentro puede ser noticiable. Claro que se puede sentir, secretamente, la emoción por la noticia y, en algunos casos, el desprecio por el interlocutor, pero a fuerza de la multiplicidad de encuentros uno se vuelve insensible a quienes gozan de fama pública. El objetivo es contar lo que se dijo y se tuvo enfrente. La razón en el periodista debe prevalecer sobre la emoción del hombre. 64 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 El 19 de febrero de 2007, la emoción que ruboriza y el deslumbramiento que descoyunta la palabra, fueron inevitables. Cuando se decide ser reportero en México, desde hace ya varias generaciones, saber del Golpe a Excélsior, de Julio Scherer y de Proceso es conocimiento obligado, evocaciones que imagino como un triángulo de comprensión sobre la evolución del periodismo nacional y la búsqueda de libertad. Yo admiro ese triángulo. ¿Cómo no deslumbrarse? Hay lugares que por su historia se vuelven míticos y Fresas 13 era para mí uno de esos lugares. Fue mi paisano el extinto Antonio Jáquez (autor de la investigación que derivó en la célebre portada de “El hermano incómodo”) quien me condujo a la planta alta de las oficinas del semanario, con toda naturalidad, sin los protocolos que suelen dispensarse en ciertos medios a directivos y patrones. De repente, me encontraba en Proceso frente a las firmas que construyeron su historia: el subdirector Salvador Corro (autor de un libro sobre La Quina). En sillas de visitante, estaban el director, Rafael Rodríguez Castañeda (autor de Prensa REP ORTE ES P E C IA L Vendida), y don Julio, su mirada peculiar, penetrante… los había leído. Simple la presentación de Jáquez. Sólo dijo “Es el corresponsal en Coahuila”, y Scherer tendió su mano para inmediatamente comentar: –Don Arturo, el de la mina. No sé qué cosa habré alcanzado a balbucear. Se cumplía un año del siniestro en la mina Pasta de Conchos y la edición que empezaba a circular ese lunes llevaba dos textos de mi autoría. Así que ese gigante del periodismo, que había entrevistado dictadores, amigo de premios Nobel, reputado por un carisma de excepción, una leyenda viva, no sólo me había estrechado la mano, sino que notó mi firma. XXX ¿Qué puede decírsele a un hombre que se admira que él no haya escuchado? Señor, leí Los Presidentes. Don Julio, lo admiro. Quise ser periodista por usted… bah. Lugares comunes para Scherer, reproducidos inclusive ahora, cuando ha muerto. Además, su respuesta era previsible: “No me chingue, usted es reportero de Proceso”. Cada ocasión que lo vi y escuché, tenía esa forma de dar relevancia al oficio y a Proceso, hacernos sentir como parte de una enormidad moral fundada en la libertad. Y así es. El 6 de noviembre de 2007 la celebración anual por la fundación del semanario nos congregó en Fresas 13. Ahí fuimos, como siempre, los corresponsales, cargados de las cuitas por ser incómodos a caciques, gobernantes y cortesanos, viviendo como nunca una violencia brutal, reaprendiendo nuestras regiones ante el río de sangre que llegó con la guerra de Felipe Calderón. Yo creo que ese día se permitió romper mi formalidad y debí aceptar una media hora de bromas que, hoy sé, no fueron brutales. Me dijo el oaxaqueño Pedro Matías cuando me vio desazonado, con el ego herido: “No estés triste, siéntete orgulloso de que don Julio ¡don Julio!, te dedicó todo ese tiempo”. Entonces no me hizo gracia. XXX El 10 de enero de 2011 fue el día en que don Rafael fijó mi incorporación a la redacción central. Generosidad y fecha que no olvido. Vi a don Julio en la banqueta de Fresas 13. –¿Cómo está, don Julio? –me le planté. –Qué chingados le importa –respondió e intenté despedirme. –Ahora yo le pregunto, ¿cómo está usted? –me detuvo. –Bien, gracias, don Julio –dije muy serio. –¡No me chingue! Usted debe responder “qué chingados le importa, don Julio”. Deme un abrazo –reímos. Sólo una vez me llamó la atención –aunque con suavidad comparándolo con lo que se cuenta de sus regaños. Un error de precisión. En un reportaje sobre Felipe Calderón y la secta Casa sobre la Roca, cité un pasaje de su libro Historias de muerte y corrupción. Quise jugar con el tema y escribí que Calderón confesó un sueño a Scherer. “No me confesó, me contó”, me espetó sin posibilidad de réplica. Tenía razón. Con el tiempo sus visitas se espaciaron cada vez más. El año pasado me pidió que fuera en su representación a recibir la presea John Reed. No supe la razón, seguro había muchos más que podían representarlo mejor que yo, pero en cualquier caso, fue un honor. Y sí, hasta ahora, en mi caso y a pesar de sus embates a mi admiración hacia él, es la única excepción: sigo deslumbrado, admirando su enormidad periodística, intelectual y humana que, estoy seguro, seguirá expandiéndose en generaciones incesantes de reporteros que creen en la libertad y el oficio. O La entrevista que sí fue RODRIGO VERA “¡Y a váyase, don Rodrigo, ya váyase! ¿Qué sigue haciendo aquí?”, me presionaba, en agosto de 1992, don Julio Scherer para viajar a Brasil y entrevistar al escritor brasileño Jorge Amado con motivo del homenaje nacional que se le hacía por sus 80 años. –Estoy juntando información, don Julio. Y trato de agendar la entrevista desde México para ir a lo seguro –me defendía, balbuciente. –¡Déjese de tonterías, don Rodrigo! ¡Eso lo hace allá! ¡Váyase! ¡Láncese al ruedo! Impaciente, don Julio estaba sentado en la pequeña terraza de su oficina que da a la calle de Fresas. Daba sorbos a un vaso de agua que tenía sobre la mesa de jardín. Se le había metido en la cabeza hacerle una larga entrevista al entonces principal exponente de las letras brasileñas, autor de novelas tan exitosas como Doña Flor y sus dos maridos, Tieta de Agreste y Gabriela, clavo y canela. Estaba entusiasmadísimo el director de Proceso con esa entrevista. Me apretaba el brazo y, obsesivo como siempre, me recomendaba una y otra vez: “No deje de preguntarle a Jorge Amado sobre sus aspiraciones al Nobel de Literatura. Pregúntele sobre su militancia de izquierda, sobre su amistad con Jean Paul Sartre y Fidel Castro, sobre la gran difusión de su obra en Amé- rica Latina. Aborde el homenaje nacional que le están haciendo. Acuérdese: es una entrevista para la sección de Cultura”. Por órdenes de don Julio, ese mismo día me dieron el boleto de avión para salir al día siguiente a Salvador, Bahía, donde residía el homenajeado y se efectuaban los principales actos del festejo. Bañada por el océano Atlántico, la ciudad colonial de Salvador estaba de fiesta. Retumbaba el sonido de tambores día y noche. Los negros danzantes de capoeira hacían sus acrobacias en las serpenteantes calles adoquinadas. El picante aroma de la comida bahiana impregnaba el aire marino. Había actividades culturales y académicas dedicadas a Jorge Amado. Su imagen aparecía en carteles aquí y allá. Era un personaje popular y muy querido. …Pero también muy asediado en esos días por periodistas de distintos países que, como yo, habían llegado con la idea de entrevistarlo en exclusiva. En la Fundación Jorge Amado –una vieja casona pintada de azul y situada en el histórico barrio de Pelourinho– los asesores de prensa del escritor aclaraban que éste no daría entrevistas exclusivas, pues le resultarían agotadoras. Se limitaría a dar algunas ruedas de prensa. En una de esas presentaciones públicas, en un auditorio atiborrado donde me tocó permanecer de pie en la parte de atrás, veía angustiado cómo se me esfumaba la “entrevista a fondo” que quería don Julio. Apenas alcanzaba a distinguir a Jorge Amado sentado allá en el estrado. Un sudor frío me empapó la espalda. 1993/ 11 DE ENERO DE 2015 65 66 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 La risa del maestro ROSALÍA VERGARA S é que la vida sigue, pero después de una pérdida nunca es igual. He tenido algunas en mi vida, personales. Esta es mi primera pérdida periodística entrañable. No fui de su círculo cercano, pero don Julio tuvo unos guiños conmigo que me reforzaron para ser la que soy, como soy, como reportera. En 2004 comencé a cazar la información. “Caballito de batalla”, me bautizó mi jefe, Salvador Corro. Lo mismo me mandaba a cubrir una marcha que una puesta de sol. ¿Qué importaba? Yo quería tener un lugar en la revista de política más importante de este país. Una noche, Álvaro Delgado y Homero Campa festejaron años de trayectoria periodística en este semanario. Don Julio estuvo presente en la celebración, realizada en un lugar que ya no existe. Pasadas unas horas, don Julio se despidió con un gesto que a todos nos puso de pie. De mano a los caballeros, con un beso en la mejilla para las señoras, recorrió a los presentes, más de 20 quizá. Todos querían llevarlo a su coche, que en ese tiempo él mismo conducía. Pero me abrazó y pidió que lo acompañara. Estaba muy nerviosa y emocionada. Me vio no sé qué, pero me dijo palabras muy bonitas que siempre guardaré en mi corazón. Me decía “muchacha”; en aquel 2004 yo era la reportera más joven de la redacción. Yo sabía que era sinónimo de “imberbe”. Casi lloro años después, cuando escuché decir mi nombre a ese hombre que no preguntaba cómo estabas sino qué información tenías. Benjamín Flores –¿De dónde viene usted?—me preguntó de pronto un señor negro de carnes magras y pelo canoso. Estaba recargado en la pared del fondo, lo mismo que yo. Le contesté con franqueza: –Soy un periodista mexicano y vine a entrevistar a Jorge Amado. Pero ahorita no da entrevistas. El viejo sonrió y me dijo: –No se preocupe. Jorge y yo somos amigos desde que éramos niños. Le voy a pedir que le dé la entrevista. Déjeme sus datos y yo le doy los míos. Charlamos un buen rato. Luego nos tendimos la mano y nos despedimos. No le creí al viejo el cuento de su entrañable y larga amistad con el escritor. Esa misma noche, mientras estaba tumbado boca arriba en la cama del hotel, Jorge Amado me telefoneó personalmente para decirme que me esperaba al día siguiente en su casa. No daba crédito. Un milagroso golpe de suerte me había salvado. En sandalias y con una holgada camisa de flores estampadas, Jorge Amado me recibió con desparpajo en su casa situada sobre una colina desde la que se dominaba el mar. Platicamos largamente en la amplia sala, cuyos muros estaban decorados con viejos mascarones de proa. Después salimos al porche del jardín a tomar café. Ahí, el escritor empezó sorpresivamente a echar pestes contra su amigo Fidel Castro. Se quejó de su desmedida ambición de poder y de que la revolución cubana desembocó en dictadura. “Una dictadura socialista es siempre peor que una capitalista”, decía con el dedo índice en alto. Y mencionaba la falta de libertades democráticas en el régimen castrista, que implementó “una ideología” impuesta por la Unión Soviética. La entrevista había dado un giro imprevisto. Al redactarla comencé con estos reclamos airados a Castro. Dejé para el final el aspecto literario y cultural. En la mesa de redacción cabecearon así el reportaje: “Jorge Amado fustiga con desengaño a la revolución cubana”. Al regresar a México, Scherer me mandó llamar a su oficina. Pensé que para felicitarme. Pero no. Estaba molesto. “Cometió un error, don Rodrigo. Cometió un grave error. Esa entrevista requería un tratamiento político de principio a fin. Se hubiera centrado en los desacuerdos con Castro y la revolución cubana. ¡En la ruptura! Salieron sobrando el homenaje y las cuestiones literarias… ¡Olfato!... ¡Mucho olfato!”, me aconsejó el siempre exigente Julio Scherer. O Hubo un tiempo en que don Julio visitaba la revista todos los lunes para platicar con el director, Rafael Rodríguez Castañeda. Muchas veces lo vi llegar, otras tantas se le ocurría aventarme el coche cuando me veía caminar con mi cara de distraída, sobre la calle de Fresas. Yo brincaba, él se reía. Recuerdo su risa desde su coche hasta mi escritorio. Después de esas juntas, don Julio bajaba rumbo a la puerta pero siempre se despedía de nosotros. Sin embargo, algunas veces, en la soledad de la redacción caminaba sigilosamente para jalarme el cabello o hablarme de manera intempestiva por la espalda. Y de nuevo yo brincaba, gritaba, y él se reía. Esa risa la guardo en mi corazón. O Televisa, “arma de la manipulación” JENARO VILLAMIL E l lunes 25 de octubre de 2005, por la mañana, recibí una llamada de Ángeles Morales, nuestro ángel de la guarda en Proceso. En la edición del domingo acabábamos de publicar las revelaciones del convenio recién firmado entre Televisa, vía su filial TV Promo, y el gobierno de Enrique Peña Nieto, por 742 millones de pesos en el primer año de su administración en el Estado de México. Ambas partes asumían abiertamente que los espacios informativos en Canal 2 y Canal 4 se compran, junto con entrevistas, reportajes especiales y hasta “menciones” REP ORTE ES P E C IA L en programas de espectáculos, con dinero público. La llamada era de don Julio. Sentí un escalofrío. Pensé que algo estaba mal o incompleto en el reportaje. –Señor Villamil, le reitero que es un lujo tenerlo como reportero de la revista –escuché del otro lado del auricular. Don Julio estaba exaltado. Me animó a seguir “hasta donde lleguemos, don Jenaro”. Las revelaciones confirmaban la larga batalla de Scherer en contra de esa prensa que confunde propaganda con información y engaña a los lectores y audiencias de manera descarada. No sólo eso. Le daban la razón para desconfiar de esa nueva generación de ejecutivos de Televisa que llegaron en 1997 de la mano del junior Emilio Azcárraga Jean. Por la tarde, don Julio me esperaba en la revista. Quería contarme su propia perspectiva frente a la generación de los Cuatro Fantásticos que tomaron el poder en Televisa y planeaban tomar Los Pinos. –Con los televisos tengo una relación peculiar, don Jenaro. Después de la famosa entrevista con el subcomandante Marcos, perdón, se lo digo así porque fue famosa, se enfriaron las negociaciones. Negocié con el joven Azcárraga Jean. ¡Hágame el favor, don Jenaro! Me querían pagar 150 mil pesos “por fuera”, como si se tratara de su empleado. Yo les dije que se trataba de un trabajo de Proceso y que era necesario apoyar a la revista. ¡No querían eso! ¡Querían que yo les sirviera como si fuera su empleado! Tres días después, el vicepresidente de Finanzas de Televisa, Alfonso de Angoitia, la otra mano “derecha” de Emilio Azcárraga Jean junto con el implacable Bernardo Gómez, habló a Proceso. Quería aclararle al director Rafael Rodríguez Castañeda que él no había sido el “filtrador” de la nota que condujo a Arturo Montiel al cadalso, que él sólo se dedica a las finanzas de la empresa y que le molestaba que lo involucraran en asuntos públicos. No desmentía nada de lo relacionado con el Plan de Acción que Televisa le habían vendido a Peña Nieto. El director me pidió hablar con Angoitia. –Te llamo porque también te investigué –me dijo Angoitia–. Y sé que eres un reportero serio. Te pido que cuando tengas algo relacionado conmigo me hables directamente. Angoitia me confirmó que era “muy amigo” del entonces secretario de Hacienda foxista, Francisco Gil Díaz, pero que él no se dedicaba al asunto de las “filtraciones” y menos a perseguir políticos. Le expliqué que el reportaje aportaba una relación de hechos y que, en momento alguno, se le responsabilizaba a él. “Eso es lo que se insinúa”, me dijo. Sólo pensé para mis adentros: “Autogol”. Meses después, otra mañana de lunes, 6 de febrero de 2006, don Julio me esperaba en la entrada de Fresas número 13. Me saludó con mucha alegría y me comunicó un singular triunfo de su empeño: –Esta semana comienza a publicarse Por mi madre, bohemios. –¿No le comentó Monsiváis que era mejor esperar para la próxima semana, don Julio? –le pregunté. –No, don Jenaro. Acabo de desayunar con Carlos y lo convencí. Me dijo que quería contestarle a Martín Rábago (el vocero de la Conferencia Episcopal Mexicana que en su homilía apoyó a Carlos Abascal. Al recibir el Premio Nacional de Literatura y Lingüística, Monsiváis le reprochó al entonces secretario de Gobernación que confundía el cargo público con un “púlpito virtual”. La Jornada publicó la nota en su primera plana con la siguiente cabeza: “Monsiváis zarandea a Abascal”). Don Julio estaba feliz porque desde hacía semanas quería convencer a Monsiváis de revivir en Proceso la columna de Por mi madre, bohemios, en vísperas del inicio de la campaña electoral. Y siempre le reprochaba que apareciera en los comentarios editoriales de El Noticiero de Joaquín López Dóriga. “Eso no es para ti, Carlos”, le dijo varias veces don Julio. Scherer volvió a la carga. En Televisa habían reprochado a Andrés Manuel López Obrador que hubiera iniciado un programa en TV Azteca. –Don Jenaro, lo extrañé la otra vez sobre el asunto de López Obrador y TV Azteca. Me dijeron que andaba de vacaciones. Carajo, qué lástima que no pude leerle. Scherer no quería que me separara un milímetro de lo que las televisoras estaban preparando en vísperas de la contienda presidencial, y menos de la Ley Televisa, que ya se había cocinado y gestado para imponerla en el Senado. La imposición de la Ley Televisa fue imparable. Las bancadas del Senado se fracturaron y la operación iniciada en Valle de Bravo, en febrero de 2006, para convencer a los candidatos a la Presidencia de la República de beneficiar al monopolio televisivo, se impuso. En Proceso bautizamos así a esa reforma legal que pretendía beneficiar por 20 años más a los detentadores de 70% de las concesiones públicas de televisión. Por esos días, don Julio me observó abatido, cansado. Y me sugirió: –Don Jenaro, esto es apenas el inicio. Como amigo le digo, piense que es una batalla a largo plazo. Piense que les está costando todo a los televisos. Nunca como ahora quedó al descubierto y tan clara la manera corrupta que tienen de operar. Una vez más, me dio ánimos para que no dejara de indagar y reportear todos los detalles sobre la operación del monopolio televisivo para asumir el poder político. Tres años después, en 2009, el editor de Grijalbo, Ariel Rosales, me sugirió un libro que actualizara y profundizara sobre el convenio que Televisa firmó con el gobierno de Enrique Peña Nieto. A cuatro años de distancia, cada paso y cada sugerencia del Plan de Acción que se proyectó para llevar al gobernador del Estado de México a la Presidencia de la República se había cumplido. Y querían que culminara en 2012. Monsiváis, confidente y cómplice en muchas otras cosas, se había molestado conmigo porque acepté escribir el libro. –Te quieren convertir en un autor de best sellers y de escándalos políticos de ocasión –me dijo tajante–. No estás para eso. Le argumenté a mi manera por qué era necesario actualizar y abundar sobre esta operación que pronosticaba el ascenso de un telepresidente. Era imposible. Monsiváis temía que la furia de los Cuatro Fantásticos se viniera en mi contra. Me recordó que no me perdonaban el reportaje de octubre de 2005 y que eran capaces de “muchas cosas”. Frente a la oposición de Monsiváis, acudí a mi referente en momentos difíciles: don Julio Scherer. Le platiqué la propuesta, le comenté los argumentos de Carlos y con una lucidez implacable me dijo: –Monsiváis se equivoca en esto, don Jenaro. El tema le pertenece a usted. Sería un grave error dejarlo. Usted abrió la rendija y no puede cerrarla. No se lo perdonaría nunca. Don Julio se ofreció para hablar con Monsiváis y tratar de convencerlo. Como una expresión de su apoyo se ofreció para escribir el prólogo del libro que se tituló Si yo fuera presidente, el reality show de Peña Nieto. En la parte fundamental, Scherer escribió: “No se abre a ninguna forma de optimismo el libro de Jenaro Villamil. Los hombres y mujeres que disponen de los bienes de todos no existen como políticos apasionados por el bien público y el noble avance de la nación. Su vida es la del poder y la riqueza, armas de la manipulación. En frases hankistas que se volvieron apotegmas –‘un político pobre es un pobre político’– se resume la sabiduría necesaria para hacerse de un espacio en la vasta cumbre de la nación. “La fórmula es sencilla: comprar el tiempo mediático, corromper y corromper, mentir y mentir, aprender que a los aprendices se les puede y debe aprovechar. Así, todo el poder para el político rico, todo para la mafia, todo para el Grupo Atlacomulco o lo que de él quede, todo para apoyar a Enrique Peña Nieto, atractivo por su presencia física a costa de la inteligencia y la pulcritud moral.” 1993/ 11 DE ENERO DE 2015 67 Archivo Procesofoto Los testimonios Colaboradores, intelectuales, escritores 68 1993 / 11 DE ENERO DE 201 REP ORTE ES P E C IA L Don Julio MIGUEL BONASSO B II UENOS AIRES.- Durante muchos años, aunque nos viéramos seguido éramos don Julio y don Miguel. “Hola, don Julio”, “Don Miguel, carajo, que gusto verlo”, “Lo mismo digo, don Julio”. Pasaron años antes de que mandáramos a la mierda el solemne tratamiento y adoptáramos el tuteo. En mi caso fue un ascenso, porque don Julio Scherer García era el periodista más valiente y respetado de México. Uno de esos grandes dinosaurios del periodismo mundial que van desapareciendo por obra de la biología pero –sobre todo– a causa de la decadencia planetaria. La politiquería y sus operaciones, el marketing, las “casas blancas” de la corrupción y el aburrimiento. Los Miamis de un mundo que tapa con las tetas de la farándula, los cadáveres de todos los desnutridos de la Tierra. Cuando lo conocí, en 1975, don Julio era el todopoderoso director de Excélsior, uno de los diarios más importantes del continente y yo estaba de licencia en mi profesión de toda la vida para meterme de lleno en la resistencia contra el terrorismo de Estado que ya imperaba en el gobierno “constitucional” de María Estela Martínez de Perón y su Brujo, José López Rega. Scherer viajaba a Buenos Aires y yo lo visité con Carlos Suárez (otro amigo ya fallecido), a fin de suministrarle los tips básicos que le permitieran entender ese misterio que siempre ha sido Argentina para el resto del mundo. Le fue bien y me lo agradeció con entusiasmo. (Una constante en Julio, ese entusiasmo que se prodigaba en exclamaciones rotundas, llenas de gracia, como cuando le dije –hace tres años– que iba a México a presentar mi libro El mal. “¡Me vale verga tu libro, pinche Miguel! ¡Lo que quiero es darte un abrazo!”). A fines de 1975 regresé clandestinamente a Argentina con mi esposa, Silvia y mis dos hijos pequeños, Federico y Flavia. En diciembre de 1976, en mi casa clandestina de Buenos Aires, me enteré que el Poder (en ese caso el del presidente priista Luis Echeverría) había orquestado un golpe de estado dentro de la cooperativa del Excélsior para echarlos a Julio y a sus seguidores, que eran legión. Más cerca yo de la muerte que de cualquier forma concebible de futuro, estaba lejos de imaginar que volvería a verlo y construiríamos una profunda y fabulosa amistad en ese México que ya forma parte determinante en la urdimbre de mi vida. A comienzos de 1978, la organización me plantó en México como secretario de 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 69 RAFAEL CARDONA “D Archivo Procesofoto Esa letra menuda... on Rafaele” –me decía en voz baja–. “¿Cómo se hace cuando el poder legal choca contra el poder impuesto?” –Pues lo legal pierde el poder, don Julio. Era la madrugada del 8 de julio de 1976. Los golpistas de Excélsior habían retirado la página de respaldo de colaboradores y articulistas quienes manifestaban su compromiso con la autoridad editorial y administrativa de la cooperativa ante la inminente asonada traidora cuya culminación llegaría horas más tarde. La “indiada” al fin votó. Julio Scherer se mordía las uñas. Ser descarnaba la punta de los dedos. Tenía el pelo revuelto con el descuido de sus 50 años. A partir de ese día todo fue distinto. Como fuera, la dirección de Excélsior era una posición dentro del concierto nacional. Cuando hicimos CISA y luego Proceso, Scherer comenzó a ser parte del desconcierto. Su postura crítica quiso ser interpretada como una revancha rencorosa con- tra todo y contra todos. Sus audacias en la denuncia, la exhibición de pecados públicos, la intransigencia contra Echeverría, su censura ante la ruindad, su arrojo durante el salinato, su capacidad de sostener una posición insobornable durante años y años desconcertaban al poder. No lo podían tratar como a los demás. Claro, no era como los demás. No pudieron ni los intentos de halago, ni el amago. –Un día –me dijo Francisco Galindo Ochoa– Julio va sacar una portada contra Julio, nada más eso le falta. Y se reía socarrón. Después ordenó el boicot. Ni una página de publicidad oficial, cero propaganda comercial. Y Scherer aguantó como resistió en 1975 y 76 el sabotaje del sector privado. Como asimiló el golpe del 8 de julio, como soportó tantas cosas. En noviembre de 1976, a solas, en el edificio prestado por José Pagés Llergo para alojar a los expulsados de Excélsior y su angustiosa necesidad de sobrevivir, de salir de nuevo a la calle con un papel impreso o una noticia en las manos para cumplir su vocación, su oficio y hasta su destino, le dije a Scherer: “Me voy”. El primer número de Proceso lo conocí en el puesto de la esquina. La vida tejió su manto. La vid reventó sus uvas. Prensa del Movimiento Peronista Montonero y esto me permitió reencontrarme con Scherer, quien, con gran valentía y tenacidad, había sacado el semanario Proceso, que se leía mucho más que los diarios adocenados, sometidos al partido-Estado que llevaba décadas en el poder. La inminencia del Mundial nos permitía amplificar las denuncias sobre las atrocidades que estaba perpetrando la dictadura militar. Lo fui a ver. –Don Julio, ¿le gustaría entrevistarse en la clandestinidad con miembros de la resistencia? Pegó un salto, rojo de entusiasmo. –Ya, don Miguel, ya. Viajó, se entrevistó con dirigentes y militantes de base y escribió una de las crónicas más apasionantes sobre la dictadura de Videla, que –obviamente– fue portada de Proceso. Treinta y tantos años después me preguntaba por mail si el dictador seguía yendo a la capilla Stella Maris. Los periodistas mexicanos siempre han estado apasionados en nuestros asuntos, como nunca lo han estado los periodistas argentinos con el tema estratégico de México. (Con las debidas y consabidas excepciones de rigor, claro). Nuestra relación se reforzó, pero seguíamos siendo “don Julio” y “don Miguel”. El vuelco, espectacular, se produjo a fines de 1984, cuando se publicó en México Recuerdo de la muerte. Julio lo devoró y me con- decoró como periodista al invitarme a escribir todas las semanas para Proceso. Una noche, cenando en nuestra casa de Mariano Escobedo, con ese gran provocador que era mi padre Ernesto, (también periodista), el tuteo nació de manera espontánea, sin hacerse notar y se instaló para el resto de nuestras vidas. En marzo de 1988, cuando pude regresar a Argentina tras un exilio que se había prolongado merced al celo persecutorio del fiscal Romero Victorica, no sólo llevaba una credencial de Proceso sino la protección de Julio como un hermano mayor. –Que no se metan contigo porque armamos un desmadre internacional. Y ya sabes: lo que necesites, mano. Nada más llamas que aquí estamos. Una solidaridad que no desmayó jamás. Típicamente mexicana. En 2011, cuando me casé y le presenté a mi joven esposa mexicana, hizo una escena divertidísima en Los Almendros, un restaurante de comida yucateca. Después de piropear a Olivia, simuló un ataque de celos y de envidia, se paró y se puso a dar vueltas por el salón como un loco furioso. A la hora del café nos preguntó cómo estábamos de recursos y nos ofreció todos sus ahorros, que obviamente rechazamos, pero sabiendo perfectamente que no era un ofrecimiento retórico. Como a Oli se le aguaron los ojos por la nobleza del gesto, salió hábilmente por peteneras y la encaró sonriente: –Señora, dígame la verdad, ¿ya se han peleado alguna vez? ¿ya le ha dicho usted “lárgate”? La escena tenía un valor emocional enorme si se relacionaba con nuestro pasado: nuestra amistad se enriqueció cuando incorporamos a nuestras respectivas esposas, Silvia y Susana. Cuando Susana enfermó de cáncer, Silvia la visitaba y la arropaba con su humor y su ternura. Susana murió y Silvia, a su vez, enfermó de cáncer. A Julio lo golpeó duramente la enfermedad de mi mujer, a la que admiraba y quería profundamente. –Muérete con ella –sentenció una mañana en el restaurante plástico de Insurgentes y Barranca del Muerto, donde nos habíamos citado para conversar largo de esa doble tragedia que nos unía aún más. –Muérete con ella –insistió de manera concluyente. Entendí perfectamente lo que me quería decir y tal vez por haberlo entendido, un cuarto de siglo después, celebró mi matrimonio con Olivia. Es curiosa la vida: uno pasa gran parte de su existencia con gente que le importa tres carajos o que directamente nos fastidia y con amigos del alma podemos estar separados durante años. A Julio lo fui siguiendo a través de algunos de sus veintidós libros: Los presidentes, La terca memoria, Vivir, Máxima seguridad y Calderón de cuerpo entero. O sus hazañas periodísticas como la entrevista que tuvo con Ismael 70 1993 / 11 DE ENERO DE 201 REP ORTE ES P E C IA L “Proceso”. El arranque Veinte años pasé sin verlo ni hablar con él. Leí todo su trabajo, conocí toda su obra y siempre lo consideré cercano a pesar de todo. Alguna vez jefe; quizá mentor en varios momentos, viejo solidario, casi tanto como Manuel Buendía o el propio Jefe Pagés. Una tarde recibí La piel y la entraña (Lecturas Mexicanas, del Conaculta). La helada dedicatoria me entristeció: Para Don Rafael Cardona. Punto. Julio. Dic 96. Respondí con un libro mío: Para Don Julio Scherer. Punto y seguido. Rafael. Ene 97. Pocos días después nos reencontramos cuatros lustros tarde. Bebimos cataratas de café y hablamos y hablamos. Ni una censura, ni una crítica. La vista al frente. –Usted y yo deberíamos hacer cosas juntos, don Rafaele. Nunca las hicimos. Años después vino el episodio luminoso del Mayo Zambada, desde mi punto de vista la cima en su carrera. El reportero llega a un mundo clandestino donde no pueden ni soldados ni policías, se juega la vida en los inseguros linderos de la ancianidad. Y la jauría estimulada por el gobierno lo agrede, lo acosa y lo acusa. Envidia pura, mediocridad envidiosa. Algo semejante a esto digo por la radio, por la televisión. Lo escribo. Y Julio me llama, me cita, me agradece y me regala un libro de Nabokov. Me sorprende su minuciosa cajita con los aparatos auditivos. Le advierto cristal en la mirada. Se le han venido encima los años pero la mente es la misma prodigiosa maquinaria. Y en el libro escribe con esa letra menuda un tanto temblorosa: “Rafael: Padecí y disfruté de una conmoción interna que tú provocaste. Y sé lo que es la conmoción, un vuelco del alma”. Adiós, ahora sí para siempre, Julio. O El Mayo Zambada, capo del Cártel de Sinaloa, compadre del Chapo Guzmán. Fue llevado clandestinamente a verlo cuando ya sumaba 83 años, pero mantenía intacta la testosterona, fiel a su histórico lema: “Si el Diablo me ofrece una entrevista, voy a los infiernos”. Él también me husmeaba de lejos y a veces nos reencontramos profesionalmente en las páginas de Proceso. Cuando la SIDE de Carlos Saúl Menem “chupó” violentamente en México a Enrique Haroldo Gorriarán Merlo y lo llevó clandestinamente a Buenos Aires con la complicidad del presidente mexicano Ernesto Zedillo, le escribí todo lo que había averiguado sobre ese secuestro disfrazado de legítima detención y fue tapa del semanario. –Estás como quieres –me condecoró por teléfono. En nuestros últimos encuentros, hace tres años, volvimos una y otra vez a nuestro tema favorito: la relación entre el periodismo y el poder. Que sólo puede ser de absoluta independencia o el periodismo se convierte en propaganda. ¿Cuántos Scherer nos quedan? ¿Nacerán otros en el futuro? ¿Dónde y cómo podrán ejercer su oficio? ¿El talento y el coraje no acabarán ahogados en un océano de yuppies, operadores y cagatintas? Hoy es un día de infinita tristeza: a las cuatro y media de la mañana (hora de México) un corazón mayor de América Latina dejó de latir. O 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 71 De la Fuente, García Márquez y Scherer. Comensales Adiós don Julio JUAN RAMÓN DE LA FUENTE D urante poco más de 10 años, entre 2001 y 2012, nos reuníamos periódicamente a comer y conversar, Julio Scherer, Gabriel García Márquez, Ignacio Solares y yo. Hasta 2007, las reuniones eran habitualmente en la Universi- dad. Comida de altura, las llamaba Gabo, cuando eran en el piso 11 de la Torre de la Rectoría, y comida de cuatro, cuando nos mudamos a un restaurante en la zona de San Ángel. Fue durante esos años cuando don Julio y yo construimos lo que considero una de las grandes amistades a lo largo de mi vida. No tengo duda que él también la valoraba. Recuerdo con emoción la dedicatoria que escribió al obsequiarme La terca memoria: “Con mi amistad irrenunciable. Entre nosotros y para quienes queremos, la amistad es el único pacto seguro que conozco”. Él lo honró cabalmente hasta el final de su vida, y yo haré lo propio. Recordar hoy a don Julio es recobrar la confianza en la integridad de las personas, en la fortaleza de las convicciones, en la firmeza del carácter, en el rigor del análisis y el peso de la crítica; en la independencia y en la autonomía como formas de realización individual. Pero también lo es ratificar la importancia de la familia, el valor de la amistad y de la gratitud como expresión de afecto. Todas esas y algunas más, eran prendas que él portaba de manera natural. No concebía al periodismo sin la crítica, ni a la crítica sin la investigación rigurosa que la sustentara y la firme convicción de que ésa era la tarea. Por eso don Julio, en el ejercicio de su oficio, incomodó a muchos, irritó a otros y sacó de sus casillas a algunos más. En cierta forma, El profesor de periodismo FÁTIMA FERNÁNDEZ CHRISTLIEB E l ángulo que me tocó vivir de don Julio fue el de profesor de periodismo. Casi lo miro entrar a ese salón de la planta baja de aquella Universidad Iberoamericana que después se derrumbó. Era el año de 1972, pocos alumnos y demasiadas máquinas de escribir. El entonces director de Excélsior venía a dar un taller. La primera hora sería teórica y en la segunda escribiríamos. En esa época Julio tomaba clases particulares de filosofía, en el periódico, con uno de los articulistas que también era maestro nuestro, Francisco Carmona Nenclares, un filósofo del exilio español que había militado en el PSOE y llegó a México en los cuarenta. En nuestra clase teórica Scherer comentaba lo que aprendía con Carmona: a veces era Heidegger, otras Ortega y Gasset, y siempre surgía el detalle sobre la coyuntura mexicana y las vi- 72 1993 / 11 DE ENERO DE 201 cisitudes del periodismo en nuestro país. Cuando no podía trasladarse hasta la colonia Campestre Churubusco, los alumnos íbamos a Reforma 18, esperábamos largos ratos en la recepción escuchando las llamadas que recibía Elena, su secretaria. Al entrar por fin a su oficina lo atiborrábamos con preguntas sobre lo que habíamos escuchado y visto. Le gustaba responder, pero nos daba versiones acordes a nuestra ingenuidad y desinformación. Nos puso a competir: el mejor trabajaría en el periódico o en Revista de Revistas, con Vicente Leñero. En sus críticas a nuestros textos era implacable, duro, y dejaba de lado lo que comenzaba con un mal párrafo. El año se fue volando, al terminar se llevó a Patricia Torres Maya a la sección “B” del diario. Hicimos una cena de despedida en casa de Raúl Navarro y no regresó a la Ibero. Le pedí que me dirigiera la tesis, me clavó la mirada y dijo algo así como: “Yo no soy académico, dile a Granados”. Vino el golpe a Excélsior y lo buscamos. Nos puso a trabajar con Rosa María Roffiel para juntar fondos destinados a alguna publicación que terminó siendo Proceso. Me pidió textos para la revista. Durante un tiempo escribí cuando en la agenda surgía el tema del que algo sabía. Con su estilo fuerte, su mirada penetrante y sus palabras contundentes me hacía preguntas, como si estuviéramos en clase, para saber si estaba segura de que así eran las cosas. Con los años dejó de pesarme su mirada, comencé a ver al ser humano, a adivinar sus contradicciones, a entender su radicalidad. De vez en cuando se organizaban comidas, en La Cava, con los integrantes de un pequeño grupo que le teníamos afecto. En una de ellas, después de una áspe- REP ORTE ES P E C IA L las reacciones que suscitaban sus críticas reflejaban la intolerancia de los destinatarios. Mientras más autoritarios, más intolerantes. Pero por eso mismo se ganó también la admiración y el respeto de muy amplios sectores de la sociedad y logró, contra viento y marea, no sólo darle continuidad a su tarea periodística sino abrirle espacios a otros para que también pudieran hacerlo. Cuando se le informó que había sido seleccionado para recibir el Premio Nacional de Periodismo, que por primera vez dejaba de ser un acto oficial para convertirse en un ejercicio ciudadano, como era de esperarse, don Julio dijo “No, gracias”. Algunos de los periodistas miembros del jurado me pidieron que hablara con él, pues en esa época me habían invitado a presidir el Consejo Ciudadano del Premio, y aunque no formé parte del comité evaluador –que lo conformaban exclusivamente periodistas– me tocaba encabezar el acto de entrega. “Don Julio, me gustaría platicar con usted, ¿cuándo nos podemos ver?” “Con gusto, doctor; percibo que tiene cierta urgencia.” “En efecto, don Julio.” “Muy bien... Lo veo mañana, querido doctor.” Conociéndolo, fui al grano. “Doctor, no me pida eso. No creo en esas cosas. Ya lo rechacé hace algunos años”, dijo. La conversación se extendió más de dos horas. Le aseguré que el gobierno ya no tenía nada que ver en esto y que había sido seleccionado por sus propios colegas. “Don Julio, si usted acepta, fortalecemos el periodismo independiente y el valor de la ciudadanía.” “Sólo por eso, mi querido doctor.” Unas semanas después recibió el premio en el auditorio de la Universidad Iberoamericana, y una de las ovaciones más cálidas que recuerdo. Su amistad con Gabo y con Solares antecedía a la nuestra. Eso favoreció el que desde un principio en esas reuniones tocáramos temas sensibles, delicados, a veces personales, con el compromiso implícito de que lo que ahí se decía ahí se quedaba. Sólo una vez accedimos todos a tomarnos una foto, cuando Gabo nos dedicó Vivir para contarla. “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Así empiezan las memorias de García Márquez y sobre eso también conversamos largamente. “Gabriel, con esa reflexión vas a quitarle la chamba a todos los psiquiatras”, le dijo don Julio a Gabo con esa mezcla de inteligencia y sentido del humor que tenía. “No me lo tome a mal doctor, yo a usted le tengo buena ley porque me curó el insomnio que me abrumaba, con un chochito milagroso”. La familia era en él otro tema recurrente. La memoria de Susana, la preocupación y el orgullo de la estirpe. “Cuéntanos Gabriel ¿qué estás escribiendo?”, era en él una pregunta habitual. “Don Ignacio, ¿qué nos dice de su próxima novela?” “Doctor, platíquenos de su relación con Fox, ¿cómo le hace?” En cierta forma don Julio nos interrogaba y sin el menor gesto impositivo terminaba por marcar la agenda. Él perfilaba los temas. Periodista al fin y al cabo. Me invitó a escribir el prólogo del libro que escribió con Monsi, Parte de guerra:Tlatelolco 1968. Acepté con gusto. A los pocos días, la llamada: “Doctor, su texto es impecable pero lo encuentro blando. Hágame un favor, revíselo. Si lo cree oportuno, me envía un nueva versión”. Era muy su estilo: te decía directo lo que pensaba y luego te hacía una amistosa consideración. Por supuesto, el texto revisado le llegó en unos días y de inmediato la llamada, casi telegráfica: “Le mando un fuerte abrazo, doctor, muchas gracias”. La muerte de don Julio deja un enorme vacío no sólo en el periodismo nacional sino en la conciencia social de México, y para quienes tuvimos la fortuna de convivir con él en alguna época de nuestras vidas, un sentimiento de nostalgia, pero también de fortaleza, de gratitud, de esperanza. Personaje inolvidable. Mantendré hasta el final el pacto que generosamente me propuso. Adiós, don Julio. O ra discusión colectiva sobre algún asunto de la vida pública, nos regaló el Diario de la galera, de Imre Kertész; le pedí que escribiera algo en la primera página. Me dijo “escríbelo tú, ahí te va: ¡que chinguen a su madre los matices!”. Era el 28 de septiembre de 2006. Después de eso desayuné con él un par de veces, en lunes, cuando sin ser director de Proceso solía ir ese día. La conversación se encarrilaba siempre por el lado de la naturaleza humana, los conflictos con los otros, la búsqueda de la armonía. Era como discutir en la clase de los setenta, a la luz de la filosofía de Carmona, pero lejos de la academia. La última vez que lo vi fue en La Casserole. Desayunaba con Julio, su hijo, y dos personas más. Me acerqué a saludarlo. Jaló una silla y les dijo a los demás, palabras más o palabras menos: “Les voy a contar algo de esta señora”. Se remitió a las clases de periodismo y recordó anécdotas que provocaron carcajadas. Hoy, miércoles 7 de enero, me entero que se fue para siempre mi maestro Julio Scherer. Descansará seguramente, ahora sí, porque en esta vida la paz no le sobraba. O 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 73 Refugio Ruiz La obra editorial de Julio Scherer* MIGUEL ÁNGEL GRANADOS CHAPA R eacio a ser el centro de la atención pública, Julio Scherer García aceptó en buena hora el doctorado Honoris Causa que le otorgó la Universidad de Guadalajara, y el homenaje a su obra editorial realizado en la XIX Feria Internacional del Libro, auspiciada por la propia casa universitaria. En este último acto hablamos, además del propio Julio Scherer, Elena Poniatowska, Vicente Leñero, Enrique Maza, Carlos Monsiváis y yo mismo. Preparé estas notas que resumen lo que allí dije: La Fundación Nuevo Periodismo, presidida por dos espíritus tan distantes entre sí como Gabriel García Márquez y Lorenzo Zambrano, el magnate mexicano (y mundial) del cemento, ha creado dos premios, uno al triunfador de un concurso anual, y otro, en la categoría de homenaje, a una carrera cumplida. Lo otorgó en esta modalidad a Julio Scherer García, en 2003. Pero lo mismo hubiera podido reconocer su tarea como periodista en activo, pues entonces se hallaba, como se encuentra ahora, en plena creatividad. La ha ejercido y mostrado en tres etapas, de tres modos diferentes. La primera corre de 1947 (cuando a los 21 años de edad ingresa en Excélsior como aprendiz de reportero) a 1968, cuando es elegido director de ese periódico. Aunque en la segunda etapa pervivió la semilla de la primera, como responsable de aquel diario y luego del semanario que tiene usted en sus manos, lector, la tarea de Scherer consistió en abonar el trabajo de otros, en cultivarlo y en 74 1993 / 11 DE ENERO DE 201 ofrecer su cosecha a los lectores. Además, y sin proponérselo, porque cree en el periodismo en sí y lo practica, convirtió esas publicaciones en instrumento para que la sociedad mexicana se conociera a sí misma y promoviera su propia transformación. Retirado por voluntad propia de la dirección de Proceso en 1996, Scherer no se jubiló del periodismo. No podría hacerlo porque está en su naturaleza. Es su segunda naturaleza. Su primera naturaleza, se diría. Lo abordó ahora en forma de amplio reportaje combinado con ensayo, editado como libro. En realidad, Scherer resumió en esta tercera etapa el talante con que desde sus comienzos se identificó con el periodismo: es un indagador penetrante que asedia los hechos y a las personas, cavila sobre unos y otros y escribe, al mismo tiempo con la prisa del diarista y con la hondura del creador literario. Como reportero que cumplía órdenes de trabajo diverso, pronto fue dedicado a la política. No se ocupaba del chismerío, de la banalidad. De haber sido tuerto, hubiera sido rey en tierra de ciegos. Pero tenía los ojos bien abiertos, como tenía los oídos igualmente receptivos. En un ambiente profesional donde predominaban la rutina y la venalidad, escapar de esas lacras singularizó a Scherer, que también estaba llamado a encabezar grupos, a animar iniciativas. Estaba ya al frente de una corriente cuando, con la muerte casi simultánea del gerente Gilberto Figueroa y el director Rodrigo de Llano, en 1963, Excélsior inició el camino de su modernización. Lo primero era salir del conservadurismo autoritario que se alababa hacia fuera y se practicaba hacia adentro, y del que Scherer mismo fue víctima. Como pensaba con su propia cabeza, había firmado con muchas personas (y sus compañeros Eduardo Deschamps y Miguel López Azuara) un desplegado de protesta contra la brutalidad policiaca al reprimir a sindicalistas que demandaban respeto a sus derechos y libertad para sus presos. Se les siguió un procedimiento porque ese modo de asociarse a comunistas revoltosos no era propio del decoro del periódico de la vida nacional. Elegido director de la cooperativa, Scherer no sólo estimuló y practicó las libertades de información y de expresión, el derecho a averiguar qué pasa y a examinar y calificar, sino que creó nuevas publicaciones y nuevos modos de hacer periodismo. Fundó la revista Plural, dirigida por Octavio Paz, que combinaba la calidad de una publicación dedicada a las artes y el pensamiento con los instrumentos del periodismo mercantil: impresión de calidad y amplia circulación. Renovó Revista de Revistas, cuya existencia precedió a la del diario mismo, y que mostraba los acusados rasgos de la vetustez. Dio un espacio cotidiano a la información sobre cultura, como contaban con él la política, la economía o los deportes. Y difundió el estilo noticioso del diario a través de una agencia de noticias, la primera en nuestro país en que un periódico servía a periódicos. Al mismo tiempo, tiró lastre: eliminó las notas de sociales, infor- REP ORTE ES P E C IA L riodista narra momentos significativos de su relación con Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, José López Portillo y Miguel de la Madrid. Beneficiado por el éxito de esa obra, en 1990 apareció El poder. Historias de familia, que en pocos meses vendió 25 mil ejemplares y se refiere al caso de Everardo Espino, alto funcionario con López Portillo, caído en desgracia en el siguiente sexenio. En 1995 reemprendió Scherer esa suerte de memoria política inaugurada con Los presidentes. Su primer volumen fue Estos años, y gira sobre la relación del periodista con Carlos Salinas, antes y durante su presidencia. Prolongó dos años después el relato de esa relación en Salinas y su imperio. A esa obra siguió en 1998 Cárceles, una visión del sistema penitenciario mexicano a través de entrevistas con el doctor Carlos Tornero. El tema del cautiverio sería recuperado por Scherer en Máxima seguridad, aparecido en 2001 e integrado con conversaciones con presos en penales que tienen aquella característica. En Parte de guerra, publicado en 1999, se inició la colaboración de Scherer y Carlos Monsiváis. El reportero hizo pública documentación que el general Marcelino García Barragán, secretario de Defensa Nacional bajo Díaz Ordaz, había previsto entregarle y que comprueba la participación del Estado Mayor Presidencial en la matanza de Tlatelolco. En 2002 se publicó una segunda edición de la obra: Parte de guerra II está precedida por un prólogo del rector de la UNAM, Juan Ramón de la Fuente, y enriquecida con un catálogo fotográfico sobre esa jornada macabra entregado en España a la corresponsal de Proceso Sanjuana Martínez. En 2000 Scherer reunió sus vivencias sobre Chile (adonde en 1974 entró clandestinamente para dar fe de las atrocidades del régimen) y entrevistas al dictador bajo el título Pinochet, vivir matando. La misma obra fue reeditada en este 2005 por el Fondo de Cultura Económica bajo el título El perdón imposible. No sólo Pinochet. También en colaboración con Monsiváis, Scherer publicó en 2003 Tiempo de saber. Prensa y poder en México. Su texto en ese libro es una primera aportación del autor a sus percepciones sobre el golpe a Excélsior, que necesita ser profundizada. También con Monsiváis presentó al año siguiente Los patriotas. De Tlatelolco a la guerra sucia. Y en 2005 el Fondo de Cultura Económica recuperó la entrevista que hizo Scherer en 1961 al general Roberto Cruz, inspector general de policía del callismo, con el título El indio que mató al padre Pro. Con su incesante tarea, y a pesar de su aceptación de homenajes, Scherer rechaza que se le embalsame en vida. En su obra más reciente, La pareja, aparecida apenas este noviembre, se muestra militante como siempre, ahora de su propia causa. A instancia de Carmen Aristegui, que reseñó en Reforma la porción de este libro que narra la infundada y por lo mismo infame persecución de la Procuraduría Fiscal de la Federación a Julio Scherer Ibarra (modo oblicuo y obvio de hostigar a su padre), solapada desde Los Pinos, estas notas concluyen pidiendo, con la fórmula por ella sugerida: Señor presidente, es tiempo de detener la mezquindad. O *Artículo publicado en la edición 1518 de Proceso (4 de diciembre de 2005). Marco Antonio Cruz mación banal y ofensiva sobre fiestas de ricos, y suprimió publicaciones como el Magazine de Policía, semanario de nota roja que escondía su estimulación del morbo tras el lema “denunciar las lacras de la sociedad es servirla”. Por sobre todo, Scherer buscó la independencia de la cooperativa frente al poder. En su trato con políticos había llegado a conocer cuán peligrosos son los de esa especie cuando sienten lastimados sus intereses. Tuvo que contemporizar con ellos, aprender, según la fórmula de Jesús Reyes Heroles, a lavarse las manos con agua sucia. Y mientras más se afanaba en separarse de los objetivos de los mandones de la política, más endeble fue su posición. Hasta que Echeverría, que había propiciado un boicot de anunciantes para asfixiar al diario y con ello someterlo, sin conseguirlo, dio el golpe de garra que destruyó Excélsior (pues eso fue lo que ocurrió en 1976, y lo que siguió fue una prolongada agonía). De inmediato Scherer reinició el camino. Antes de que se cumpliera un mes desde el día de su expulsión, estaba ya en marcha CISA, la empresa que edita este semanario, cuya primera tarea fue la agencia de noticias hoy conocida como Apro. El 6 de noviembre de 1976, sólo cuatro meses después de la tentativa de hacerlo callar, Scherer alzaba de nuevo la voz. Bajo su conducción se inició entonces la revista Proceso, que hace un mes cumplió 29 años de vida, durante 20 de los cuales Scherer estuvo directamente al timón. Después ha continuado su tarea como presidente del Consejo de Administración. Ni durante sus años de director de Excélsior ni en los de Proceso Scherer rehusó continuar su ejercicio como reportero, mediante entrevistas y reportajes de gran alcance, que aparecieron en las páginas de esas publicaciones. A partir de 1986, el periodista reanudó lo que constituye la fase actual de su trabajo editorial, la de autor de libros. El primero que salió de su pluma, La piel y la entraña (Siqueiros), resultó de largas conversaciones con el pintor mientras se hallaba preso en Lecumberri. Apareció en ediciones Era en 1965 (y luego fue reeditado en 1974 por Pepsa, en 1996 por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, y en 2003 por el Fondo de Cultura Económica. Dije en su momento que esa cuarta edición “corresponde, por su dignidad y elegancia, a la plena madurez de Scherer. Aparecida sólo pocos meses después de que aceptó el Premio Nacional de Periodismo, esa edición forma parte de un homenaje que el país debía y está pagando al autor”. Los presidentes ha sido la obra más difundida de Scherer: sólo en sus primeros 10 años, de 1986 a 1996, Grijalbo hizo 17 ediciones. Con honradez que le impide ocultar sus propias debilidades, el pe- Scherer y Aristegui. Colaboración 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 75 Benjamín Flores Con Leñero. Una historia juntos Encuentros con Julio ENRIQUE KRAUZE S En recuerdo de Scherer DAVID IBARRA J ulio Scherer ha fallecido. Nos deja desolados en un vacío terrible. Supo erigirse en la conciencia periodística nacional, tarea enorme, valiente, en un país donde privan impunidad y corrupción extendidas. Scherer, estudioso del derecho, la filosofía y la literatura, unía a su talento irrepetible una visión tercamente progresista, crítica de la sociedad mexicana, así como una limpísima honestidad intelectual, política y de cualquier otro género. Junto a sus colegas Granados Chapa, Vicente Leñero, Rafael Rodríguez Castañeda, entre otros, hacen de Excélsior el mejor periódico del país. Con Octavio Paz da nacimiento a la revista Plural y luego fundan Proceso, como trinchera o refugio de resistencia frente al autoritarismo entonces reinante. Sus múltiples libros, ensayos, reportajes, entrevistas, hablan de su valor cívico, de su trabajo público en defensa incesante de la justicia, de los derechos humanos y de su lucha contra 76 1993 / 11 DE ENERO DE 201 la deshonestidad, los delitos, el crimen. En otro terreno Scherer, enemigo del boato, de la televisión, de los homenajes, hace de su vida un coto cerrado, como lo atestigua haber previsto un funeral familiar privado. El ánimo de Scherer estuvo dividido entre tesis públicas siempre de avanzada y un cierto conservadurismo en el ámbito privado. Julio Scherer cultivó como pocos el culto a la amistad y el amor a su familia. Así lo hemos experimentado quienes disfrutamos de su cercanía, así se desprende del texto de su hija María publicado en Letras Libres, y de las palabras de su hija Gabriela durante su prolongada enfermedad. Es común rendir homenaje elogioso, frecuentemente excesivo, a la muerte de personas distinguidas. En mis palabras no hay exageración alguna. Hasta su muerte Julio Scherer fue el primer periodista de México, el mejor padre y el amigo irremplazable. O u abrazo era como el abrazo del mundo. Tenía una cierta manera lateral de mirar, entrecerrando los ojos, escudriñando al interlocutor, penetrando su alma. Ladeaba el rostro, se tocaba la frente –la mente– y estallaba: de júbilo por una concordancia, de indignación por cualquier diferencia, de asombro ante un dato nuevo, curioso o secreto. Siempre llevaba un libro bajo el brazo. Si llegaba antes que yo –cosa frecuente– lo veía de lejos, clavado en la lectura, los dedos acariciando su gran melena gris. Era pródigo –recuerdo sus propinas, mayores que las cuentas–, era ceremonioso –amaba el “Don”, nos costó mucho hablarnos de tú–, pero al mismo tiempo era pendenciero y soltaba palabrotas a diestra y siniestra. Desayunábamos en la YMCA, donde ambos solíamos nadar. O en sitios que han desaparecido, por el rumbo de San Ángel. Comíamos en este restaurante o aquel, le daba igual. Falso epicúreo, lo que le importaba era conversar. Haciendo cuentas, creo que repetimos el ritual por casi cuarenta años. Por extraño que parezca, nuestro tema primordial no fue la política. Desde distintas trincheras (y a veces desde Proceso, que también fue la mía) compartimos, es verdad, buenas batallas democráticas. Y también tiempos terribles –como la atmósfera ominosa que precedió al asesinato de Colosio. Pero nos importaba sobre todo hablar de la vida que pasa. Éramos biógrafos, uno del otro. Creo comprender algo de su vida compleja y apasionada. Creo que comprendía, seguramente mejor que yo, la mía. Lo vi por última vez en el San Ángel Inn. Iba con un traje de tres piezas café claro y zapatos del mismo tono. No usaba bastón, alguien lo auxiliaba para caminar, pero prefirió colgarse de mi brazo. No sé cuántas veces brindamos por nuestra amistad. Un mesero nos tomó una serie de fotografías, abrazados y sonrientes, que atesoro. ¿Cómo decirlo en una palabra? Tenía corazón. Las historias, las anécdotas, los consejos, las reconvenciones, las lecciones, los episodios, las imágenes, las voces, las risas, los ademanes, las caminatas, las dedicatorias, los recuerdos se me agolpan, pero no quiero ni debo referirlos ahora. No sé cómo despedirme de Julio Scherer. O REP ORTE ES P E C IA L Scherer o lo excepcional LORENZO MEYER E época, Excélsior, y sostener al periódico como una auténtica isla de profesionalismo e independencia en un entorno de medios controlados, comprados, cooptados y de vocación corrupta. Al final lo relevante no fue que una maniobra de la presidencia todopoderosa echara fuera de Excélsior a Scherer y a un notable grupo de colaboradores, sino que nuestro personaje hubiera llegado a dirigir ese diario o que su expulsión del mismo no hubiera ocurrido antes. Lo asombroso fue la capacidad de don Julio para conservar su integridad –y la de su profesión–, de mantenerse al frente del diario más importante de su época y sin claudicar entre 1968 y 1976, una etapa en que el sistema político mexicano aún estaba en la plenitud de su autoritarismo, se enfrentaba a cuestionamientos severos y lo dirigían presidentes intolerantes y autoritarios hasta la brutalidad: Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría. La otra hazaña de don Julio fue fundar y sostener a Proceso, un semanario abiertamente crítico del gobierno y del sistema político, cuando aún estaban vigentes las mismas reglas de la relación entre el poder presidencial y la prensa que habían destruido a Excélsior. La sagacidad de Scherer, su decisión de arriesgarse pero sin ir más allá de lo aconOctavio Gómez n cualquier país, un individuo con la vocación, la inteligencia y la pasión de Julio Scherer hubiera sido un periodista de renombre, pero en el México de la segunda mitad del siglo XX y lo que va del actual, el personaje resultó ser no sólo un periodista a la altura de lo mejor del oficio sino una figura pública excepcional. Scherer como ciudadano o como cabeza de empresas de información y análisis de nuestra realidad elevó el nivel con el que hoy se puede y se debe medir la calidad del compromiso de un mexicano con su sociedad. Lo excepcional de la carrera periodística de don Julio es que ésta se desarrolló en un medio adverso, justo cuando el sistema político mexicano se consolidó como un sistema político autoritario y presidencialista. Y no se trató de cualquier autoritarismo, sino de uno de los más exitosos de su tiempo, que empezó a estructurarse con el triunfo en la guerra civil de la facción carrancista en 1916 y que se mantuvo fiel a su naturaleza no democrática hasta casi el final del siglo pasado. Entre las características de ese sistema al que Scherer debió interrogar y exponer se encuentran sus elecciones sin contenido, un partido de Estado y una presidencia con poderes metaconstitucionales (el control real de la presidencia sobre el resto de los poderes) e incluso anticonstitucionales, criminales. Entre los poderes anticonstitucionales pero muy efectivos de la presidencia autoritaria se encontró el control de los medios masivos de comunicación: prensa, radio y televisión. Y fue precisamente en este entorno de una prensa controlada donde Julio Scherer, desde su juventud hasta su muerte, desarrolló –a contrapelo– su notable carrera como periodista de lo político, es decir, de ese elemento que en un sistema autoritario es corrosivo en extremo de la moral individual y colectiva. Y es en la ética de la responsabilidad periodística y ciudadana donde se encuentra lo excepcional de Julio Scherer. Es verdad, como afirmó en una entrevista Froylán López Narváez, que don Julio no tenía un bagaje ideológico bien definido –algo que resultó una ventaja en un sistema sin ideología como lo era el México del PRI–, pero en cambio era poseedor, por voluntad propia, de una brújula ética muy clara. Y fue esa brújula la que permitió a Scherer llegar incluso a ser director del diario nacional más importante de su sejable por el sentido de la realidad, fue lo que le permitió desempeñar su vocación de periodista efectivo –abordaba los problemas reales del poder– en un medio donde el poder político en cualquier momento podía neutralizarlo usando sus instrumentos anticonstitucionales a fondo. Y esos instrumentos no eran sólo la fuerza física sino otra fuerza más “amable”: la compra directa o indirecta de su pluma, un método que mostró –que aún muestra– ser la mar de eficaz. El propio Scherer se curó en salud haciendo referencias concretas e irrefutables de cómo las presidencias mexicanas compraban, billete sobre billete, a las plumas que les convenía. La vida, obra y actitud apasionada –notablemente apasionada– de Julio Scherer lleva, entre otras, a dos conclusiones. Si se tiene bien calibrada la brújula moral y el valor para seguir el camino por el que se apunta, es posible y pese a la abundancia de tentaciones, amenazas y multitud de ejemplos en sentido contrario, vivir productivamente, sin corromperse, en un medio básicamente inmoral, como es el medio en que se ejerce el poder político en México. La otra conclusión se desprende de lo anterior. Por oscuro que sea el panorama mexicano, por mucho que en cada circunstancia se impongan los intereses económicos y políticos contrarios al sentido de lo justo y honorable –como fue el “triunfo” de Luis Echeverría sobre un Excélsior que intentó ser fiel al código de ética que debe regir en el periodismo–, mientras existan ejemplos como el que nos legó don Julio Scherer es posible mantener la esperanza en un futuro mejor para México. O Con Rodríguez Castañeda. Dirección 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 77 Octavio Gómez En compañía de Carlos Montemayor y Julio Scherer Ibarra El vacío ADELA NAVARRO BELLO H a muerto Julio Scherer y con él una gran generación de periodistas mexicanos despide a una de sus principales figuras, distinguida por su productiva, aguerrida y aleccionadora lucha por el periodismo de investigación, además de la libertad de prensa en México. En el camino sinuoso que le tocó recorrer en el ejercicio del periodismo libre, independiente, de investigación y crítico sin tregua, los obstáculos no fueron menores para Scherer, pero en su paso limpió el sendero para que las nuevas generaciones de periodistas pudiéramos escribir y sobrevivir dando la batalla a las difíciles condiciones en las que ejercemos este apasionante oficio. A él lo persiguió el Estado. Nosotros, gracias a su labor y su ejemplo, sacamos adelante nuestro proyecto de una prensa libre e independiente a pesar de estar entre dos flancos: el crimen organizado y un Estado que ha perdido la noción del derecho. 78 1993 / 11 DE ENERO DE 201 Cuando Julio Scherer se rebeló ante el periodismo oficial que marcó gran parte del lustro final del siglo pasado, nos acomodó el escenario para la libre expresión. Abrir caminos no es cualquier cosa; se requiere pasión, compromiso, entrega y celo por el oficio. Julio tuvo eso, más su agilidad mental, su terca memoria, el instinto del reportero y la incansable necesidad de investigar para develar aquello que quieren ocultar los que concentran el poder político y administrativo. Julio llevó con puntillosa acuciosidad la premisa que nos sostiene a los periodistas independientes en este país: hay que estar lejos del gobierno y cerca de la sociedad. Lo vi saludar con ánimo y calor a marchantes, y mirar con recelo y desconfianza a políticos. Lo reconocían los ciudadanos y le temían los funcionarios. Amante de las palabras, las señoras palabras, moldeó la escritura para explorar personalidades genuinas en astutas entrevistas, vicios del sistema en rigurosas investigaciones, enconos, actos de corrupción y abusos del poder. Lo detuvieron por ello, lo persiguieron y lo espiaron. El gobierno mexicano del siglo XX fracasó en el intento de callar al periodista. Le metieron esbirros en un periódico, se lo quitaron. Intentaron comprar a sus amigos, azuzar a sus enemigos, utilizar a compañeros que tuvo de endeble ética periodística y menor calidad moral, pero jamás lograron acabar con el periodismo crítico, de análisis e investigación que encabezó Julio Scherer, primero como director de Excélsior, después como director de Proceso y, en los años recientes, como un escritor, como un verdadero maestro de la literatura de no ficción, que retrató la realidad en 22 libros de su autoría. Poético, dramático en su hablar, recordaba con cariño y admiración a personas especiales: a Vicente Leñero, cuya muerte no sufrió; a Carlos Montemayor, con quien compartió pesares; a su amada Susana, que tantas lecciones de vida le dio y de quien portaba una fotografía en su cartera; y a su madre, que le enseñó a filosofar desde pequeño, a atesorar los recuerdos, aprender de las limitaciones y a tratar a las personas. También tuvo rencores sólidos. Muchos lo traicionaron. Otros lo persiguieron. Más, intentaron silenciarlo. Resistente al halago, crítico sin fin, perfeccionista en su periodismo y su revista, platicaba de sus compañeros reporteros a los que –tras 20 años de dirigir Proceso y cumpliendo la palabra empeñada con cierto pesar, por su compromiso con el oficio–, al concluir por R EPORTE ESPECI AL decisión propia una vida de periodismo activo, dejó bajo la responsabilidad de Rafael Rodríguez Castañeda, pero a quienes nunca abandonó en la guía, el consejo, la charla y el entusiasmo por el periodismo. A propósito de la investigación para la redacción de su libro La terca memoria, Julio Scherer llegó a las oficinas de Zeta a reportear, a hurgar en los archivos. Me obligó a recordar pasajes de la vida de Tijuana, me llevó de la mano en el análisis de los actores políticos y debatimos las consecuencias. A los tres días establecimos una amistad entrañable. Siguieron muchos encuentros en Tijuana, en la Ciudad de México, siempre intensos. Julio daba cátedra en la conversación, que en él nunca fue banal ni fútil. Conservo sus mensajes, las galeras de uno de sus libros, la servilleta donde con su puño y letra alienta la seguridad de la periodista. Discutimos el encuentro que sostuvo con Ismael El Mayo Zambada. Las reacciones de los cárteles, las acciones del gobierno de la República, su seguridad, “sus huesitos”, decía. Su futuro. Generoso, me convidaba sus planes, sus intenciones. Solidario, respondía a las amenazas a mi persona, a quienes trabajamos en Zeta. Nos acompañó cuando celebramos los 30 años de nuestro proyecto periodístico, de la mano de quien se le adelantó, Miguel Ángel Granados Chapa, y de quien lo sucede en el compromiso con el periodismo libre en México, Carmen Aristegui. Me editó y me permitió revisarle. En los pocos años que tuve el privilegio de conocerlo, me llevó por la ruta de su vida: de sus acercamientos a los hombres y las mujeres de poder, de su paso por la escuela de filosofía, de la espina clavada que siempre fue Excélsior, de sus temores y sus angustias en El Salvador, de los sabios que conoció, de las frases que le impactaron, de Octavio Paz y Gabriel García Márquez, de su madre, de Susana, de todos y cada uno de sus hijos. Julio, lo sabrán sus amigos, se entregaba como persona igual que como periodista, total, certero y comprometido. Me dolió sobremanera su muerte. Me afecta su ausencia, me angustia pensar que ya no leeré otro más de sus libros. Que no le escucharé hacer tantas preguntas por teléfono, que no me exigirá más que le cuente una historia para saber y saber más. En México los periodistas de voces libres hemos perdido al maestro. En mi caso, es la segunda vez que resiento este vacío. O 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 79 “¿Voy bien o me regreso?” ELENA PONIATOWSKA S golpeaba. Seguro, el periodismo fue quien le enseñó a resumir. “Allende en llamas”. ¡Ay cómo vivió Julio el Chile de Salvador Allende, su gran héroe! Por ejemplo, en uno de sus viajes posteriores al golpe militar en Chile, visitó a Hortensia Bussi de Allende y nos las pinta en forma memorable: “Los ojos verdes de Hortensia Bussi despiden luz y la frente despejada se lleva bien con el rostro delgado. Sembrado de pecas, me llaman la atención tres o cuatro lunares grandes. De fuerte raíz, el cabello blanco le cubre la cabeza con holgura. Su vestido de ese día es color crema y los mocasines de un café desvanecido parecen nuevos. No crea, tienen muchos años como yo”. También es rápida y eficaz la imagen que nos da del juez chileno Juan Guzmán: “Guzmán, próximo a una jubilación de mil dólares mensuales, sobrepasa el uno ochenta de estatura. Hay en él un fantasmal quijote de ojos que no duermen. Su cara es flaca y pronto se dejará el bigote y una bien cuidada barba en punta”. Chile, siempre Chile. Durante unos meses, después del golpe, desesperado regresó a Chile y lo padeció. Allende era su héroe, el mayor, y se lo habían matado. Vivió el mal. “Voy a explorar lo que ha pasado”. El 11 de septiembre de 1973 la historia le dio Octavio Gómez er escritor de ficción es sentarse en casa frente a la hoja en blanco, a ver qué sale. Ser periodista es escribir “a huevo”, mirar el reloj, narrar la historia, sintetizar, nada de dejarse llevar por la lírica, mirar el reloj de nuevo, angustiarse, jalarse los cabellos hasta la calvicie, tomarse un café, escuchar el tecleo de la máquina como una pequeña ametralladora, el silencio, ¿ahora qué?, se me secó el seso pero ni modo, tengo que jugármela, llorar, ¿dónde lo publicarán, en qué página?, seguro me mandan a la 81, chin, ya me alargué, chin, lo van a cortar, chin, qué misterio insondable es éste que estoy viviendo. Ser periodista es dormir de la patada cuando se duerme, lanzarse al abismo, tengo que señalar, desenmascarar, quién carajos me va a hacer caso y eso que yo lo atrapé, lo hice confesar, seguro sí publican la nota, tiene que salir, mañana me mientan la madre, me dicen que soy un imbécil, no es por ahí, María, voltéate, de cuáles fumaste. El fallo del director es siempre inapelable. Con razón Julio Scherer se comía las uñas. La prosa de Julio Scherer García era rápida, incisiva, lapidaria, definitiva. Imposible encontrar en ella una frase larga. Escribía a lo Orozco, a latigazos rojos. Resumía y Con Poniatowska 80 1993 / 11 DE ENERO DE 201 un golpe en el estómago y se detuvo para él. Viajó a Santiago, permaneció allí contra viento y marea, a riesgo de su vida. Quiso encarar al verdugo y la entrevista que le hizo a Pinochet le valió la expulsión indignada del funesto dictador. Siempre fue intenso, desde el Excélsior de Rodrigo de Llano y Manuel Becerra Acosta padre en 1954, hace la friolera de cien mil años. “Sí voy, claro que voy”. “Es muy peligroso” “Ni madres, yo voy”. A lo largo de los años siguió desvelándose, cuidándose poco, diciendo “no me duele nada y no tengo nada”, protestaba un segundo antes de que lo llevaran de urgencia al hospital, como le consta a su hija María, ya en la camilla rumbo al quirófano. Resistente al dolor, Julio expulsó el miedo de su vida. A lo largo de los años, trabajó hasta altas horas de la noche, el cierre, el cierre, el maldito cierre. El definitivo fue el del 8 de julio de 1976, cuando descendió a la calle al lado de Hero Rodríguez Toro, su cuate, de Abel Quezada, de Vicente Leñero, de Gastón García Cantú, de 200 reporteros más que la emprendieron a pie en la acera del Paseo de la Reforma. Nunca volvería a subir de cuatro en cuatro zancadas (porque el elevador era viejísimo y tardaba casi dos días) a su amado Excélsior. Para él no había nada salvo la noticia. Sus desayunos, sus comidas, sus cenas eran su cotidiana odisea. Sus conversaciones con los poderosos (los conocía a todos) eran su postre. En México se reunían en el Ambassadeurs bajo la sede de Excélsior o en cualquier café cercano al periódico; en Chile, en torno a una mesa de Le Flaubert, con amigos e informantes. Desde cualquier mesa empezaba a escribir sobre su Olivetti portátil y desde allí también iniciaba las estrechas relaciones de amistad, casi como de candado, que forjaba con políticos, intelectuales, colegas, con quienes mantenía un contacto al rojo vivo. También las rupturas eran al rojo vivo. Siempre me sorprendió que Luis Echeverría no se diera cuenta de quién era Julio, de con quién estaba tratando, qué estirpe de hombre era el que tenía en frente. En México no todos eran incondicionales. (Ahora sí, todos son una mierda.) Uno de sus ministros, el de Hacienda, Hugo Margáin, le renunció a Echeverría. Claro, era un hombre del régimen, pero se la jugó y le dijo que no. (¿Qué funcionario público, qué embajador a imagen de Paz ha renunciado o siquiera emitido una opi- Marco Antonio Cruz REP ORTE ES P E C IA L Colaboradoras nioncita crítica o por lo menos una censura después de la masacre de 43 estudiantes normalistas en Ayotzinapa?) Para Julio, el único régimen era el de la prensa escrita; el único partido, el de la integridad, que tanta falta nos hace. Julio Scherer García, sus largos conciliábulos con políticos, sus condenas y sus fidelidades, sus iras sagradas, su desesperación porque “la justicia avanza con lentitud de carreta”, su bárbaro deseo porque en México tuviéramos todos las mismas oportunidades y su terco afán por el proceso, (supongo que de ahí viene el nombre de su revista) podría decir como lo dijo Allende: “Sigan ustedes sabiendo que mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”, porque ésa fue la finalidad de su vida y de su obra. Siempre le molestó manifestarse en público o encaramarse a presídium alguno, y fue un acérrimo enemigo del 4 de junio, irrisorio día de la Libertad de Prensa en nuestro país. Sólo cuando el premio se ciudadanizó aceptó recibirlo, así como recibió en Nueva York el María Moors Cabot de la Universidad de Columbia en 1971 y el del Periodista del Año de la Atlas World Press Review de Estados Unidos en 1977. El 17 de julio de 1978, cuando 122 países (claro, sin Estados Unidos) ratificaron el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, que juzga a los gobernantes que han cometido crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad –donde se incluye un artículo que especifica que para entregar a un acusado a la justicia mundial debe obtenerse el consentimiento de su país–, a Scherer lo sublevó que no se generalizara el consentimiento para juzgar a Pinochet. Sin embargo, se sintió recompensado por el repudio mundial en contra de Pinochet. El judas chileno, al igual que Porfirio Díaz, quien ordenó “mátenlos en caliente”, bombardeó su propia ciudad, el blanco fue el Palacio de la Moneda, y torturó y mató a sus compatriotas. “¿Son males necesarios para la historia los amigos del gobierno, lacayunos que desde sus posiciones de privilegio sólo preservan sus cotos de poder a lo largo de su vida? –le preguntaba yo a Julio Scherer y él aseguraba que el periodismo crítico e independiente, el que busca la verdad, el que no ceja en su propósito de defender a “los jodidos” iba a ganar la partida. Ya no hablaré de sus 22 libros porque se han mencionado mucho. Del de La reina del Pacífico sólo me gustó la lista de joyas (larguísima) que le habían regalado sus cachanchanes narcos y empistolados (la mayoría políticos). “¡Ay Julio, ¿qué te pasa? ¿Para qué pierdes el tiempo con esa vieja toda operada?” Sólo me sonrió. “Apuesto a que estás celosa.” “Claro que no, es a ti al que ya se le botó la canica. Si sigues así yo me voy ir a entrevistar al Juanito de Iztapalapa que inventó Andrés Manuel López Obrador.” En los últimos años Scherer no perdió su bravura. Visitó a López Obrador en su tienda de campaña cuando la huelga en el Zócalo y tuve el privilegio de asistir a su encuentro. Los dos se decían: “Te quiero mucho…”. Hablaban de cualquier cosa que he olvidado y luego Julio volvía con insistencia: “No quiero quererte mucho pero te quiero mucho…”. Otra vez la burra al trigo y López Obrador sonreía y Scherer volvía a insistir en cuánto lo quería. Querer mucho era una consigna en su vida, un modo de ser, le daba vueltas a la ronda del amor, c’est l’amour, toujours l’amour, el amor era su único lugar común, el amor lo hizo rebelde, por el amor que le tenía a su periódico logró encumbrar a Excélsior, volverlo el mejor periódico de su época, su Olivetti era su talismán y la cargaba con amor, el amor a la verdad lo hizo enemistarse con los malos gobernantes, por el amor concibió un número infinito de hijos, tantos que cuando salían de vacaciones decembrinas a Acapulco, Monsiváis decía: “Scherer llenó toda la bahía con sus hijos”. De vez en cuando comíamos dos o tres o cuatro amigos en la casa o en El Mosaico de Avenida de la Paz. Ya no usaba saco ni corbata sino suéteres de cashmere, apapachadorcitos. Hasta muy tarde, nadó todos los días en el Deportivo Chapultepec de Mariano Escobedo. Después de comer, a la hora de la cuenta discutíamos. “Julio, ¿ya te fijaste? La cuenta es de 800 pesos (ninguno de los dos bebíamos ni devorábamos) y estás dejando dos billetes de quinientos de propina”. “No importa, a la próxima nos van a dar la mejor mesa”. ¡Ay Julio, ni que estuviéramos en misa! (Julio adoraba a Jesucristo, decía que era un tipazo). En efecto, los meseros de filipina blanca casi nos cargaban. Y a Carmen Aristegui también la llevaban en vilo porque Julio la invitaba al mismo restaurante. –Julio, ya no manejes. –Claro que sí. –Julio, te pasaste el alto, allí viene el trolebús, nos va a matar. También dice Vicente que manejas de la patada. –Vicente me quiere mucho y no puede decir eso. –Porque te quiere mucho no quiere que te mates ni a mí de paso. Julio se dulcificó considerablemente y al final aceptó un chofer súper atento y paciente. Alguna vez el director de Proceso invitó a comer también a Paula, mi hija, al dichoso Mosaico. Se interesó en todo lo que podía contarle una chavita bonita, que a su vez lo escuchaba con reverencia. Visionario, justiciero, ya no era iracundo, ya sólo amaba a quién tenía en frente y más si en él o en ella (mejor en ella) podía prodigar su ternura. Le gustó hablar con mi niña y con muchos niños más a quien escuchaba sin parpadear, como si fueran Dios padre. Pensé que había sido muy buen papá. Pablo, Regina, Ana, Gabriela, Julio, Adriana, Pedro, Susana y la periodista María. Una vez imitó a media comida a su hija Gabriela pero eso se lo contaré a ella en la primera ocasión. De su hija María hablaba tanto como a veces hablaba de Rosario Castellanos y su muerte tan tonta, tan fea y tan solita. ¡Qué bueno que ya no supo de la muerte de Vicente Leñero! ¡Qué bueno que no supo tampoco de los 43 chavos asesinados en Ayotzinapa! Resulta fácil visualizarlo en Iguala, indignado y triste, sufriendo a todo lo que da, libreta y corazón en mano. O 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 81 Miguel Dimayuga Sicilia. Amistad vitalista Rostros de Julio Scherer JAVIER SICILIA S iempre he amado a los vitalistas. La literatura está llena de ellos –Nietszche, Albert Camus–. Pero a lo largo de mi vida sólo me ha sido concedido conocer y entablar amistad con dos: Rubén Salazar Mallén y Julio Scherer. Ambos eran descomunales; ambos, también, y a pesar de sus diferencias intelectuales, implacables, invencibles y en muchos sentidos inasibles. Del primero he escrito mucho. Menos del segundo. Sin embargo, la presencia de don Julio en mi vida está llena, al igual que la de Salazar Mallén, de imágenes queridas y admiradas. Desde que lo conocí personalmente en la década de los noventa, cuando ingresé a trabajar en Proceso, quedé fascinado. Su inteligencia extraor- El más creyente JOSÉ GIL OLMOS I gnacio Solares tiene dificultades para escribir los pasajes que vivió con Julio Scherer y Vicente Leñero desde que comenzó a colaborar con ellos en la década de los setenta, en el periódico Excélsior, y luego en Proceso. “No me sale, no puedo escribir”, insiste. Prefiere hablar. “Julio era como mi segundo padre, y Vicente Leñero, mi hermano mayor”. Solares mantuvo con Scherer una amistad entrañable desde que contaba con apenas 25 años y el entonces director de Excélsior lo invitó a dirigir el suplemento cultural de ese diario, que se llamaba Diorama, y luego también la sección cultural del mismo periódico, El Olimpo. Lo primero que Solares quiere hacer es dar una imagen de lo que el fundador de Proceso significa para el periodismo nacional. “Literalmente, la libertad de expresión de que gozamos ahora en nuestro periodismo nacional en buena medida se la de- 82 1993 / 11 DE ENERO DE 201 bemos a él. Scherer abrió un camino que antes no existía, en un tiempo en el que todavía tuvo que luchar con la censura de una manera brutal, y prueba de ello es que tuvimos que salir de Excélsior. Siempre fue un periodista incómodo para el poder”, sostiene el director de la Revista de la Universidad. “No podemos entender el periodismo actual y todo lo que implica de libertad y de espacio para la sociedad civil si no fuera por Scherer. Antes la mordaza era brutal, de alguna manera a los periodistas los tenían cooptados y a las publicaciones también, a través de PIPSA (la única distribuidora de papel). De alguna manera todo tenía que pasar por la censura, desde el teatro, donde había un censor, hasta el enojo de algún alto funcionario poderoso que no le gustaba lo que se publicaba. A Scherer le debemos nuestra libertad de expresión en buena medida.” dinaria lo ocupaba todo y, sin embargo, no estaba en el centro. Tenía, como todos los grandes vitalistas, la capacidad de seducir, de hacerlo sentir a uno cómodo, fascinado. Escuchaba, intervenía, preguntaba, observaba, recomendaba. Buscaba la conversación, a veces la polémica y el choque, a veces el secreto íntimo y la salida genial, lúcida, provocadora. Aun en los momentos más duros de una conversación con él era difícil no sentirse bien a su lado. Usaba siempre el usted de las generaciones que nos antecedieron, el usted de la intimidad y el respeto. “¿Qué opina de Proceso, don Javier?”, me preguntó el día en que me invitaron a colaborar en la revista. “Magnífica –le respondí–. Siempre he tenido una inmensa admiración por ella. A veces, sin embargo, la siento un poco amarillista”. “¿Qué quiere, don Javier –me respondió con su mirada inquisidora y al mismo tiempo pícara–. La realidad es amarilla. ¿O usted la ve de otro color?”. No se equivocaba. La realidad de México, la realidad que los regímenes políticos han buscado callar, ocultar, silenciar, estaba y continúa estando llena de catástrofes, de crímenes, de horrores sobre los que el Excélsior que dirigió y silenciaron, para luego rearticularse en Proceso, se sumergía, revelaba y continúa sumergiéndose y revelando. Hombre de profundas pasiones, sólo conocía el amor o el odio. En ambos extremos era desmesurado. Nunca Solares, autor de La Noche de Ángeles, Madero, el otro y El gran elector recuerda también su amistad con Vicente Leñero desde la revista Claudia, en la década de los setenta, donde también colaboraban José Agustín, Gustavo Sáenz y Juan Badillo. “Cuando se refunda Revista de Revistas (ya en Excélsior) me fui con Vicente y ahí estuve un año hasta que Octavio Paz me invitó a irme a Plural como jefe de redacción en lugar de Tomás Segovia. Ahí duré un par de años, pero Paz era muy difícil y llegó un momento en el que ya no aguanté.” Recuerda que para entonces tenía 25 años y, sin empleo, fue a buscar a Scherer y Leñero. Para su sorpresa, Scherer le ofreció el suplemento Diorama de la Cultura de Excélsior, que en ese tiempo era el de mayor peso en el mundo cultural mexicano. “Estuve ahí cuatro años a partir de 1972; todos los sábados le mostraba las páginas antes de imprimirlas. Me llevaba a un balcón que daba a Reforma y cuando me daba palmadas en la espalda, yo sentía que me iba hasta abajo. “Julio me ayudó, me tuvo paciencia, leyó los originales de mis libros… Tengo un libro que se llama La Invasión corregido REP ORTE ES P E C IA L Octavio Gómez entendió por lo mismo, durante los momentos más álgidos del Movimiento por la Paz con Justica y Dignidad (MPJD), en los que Proceso estuvo presente como nadie, mis besos a Felipe Calderón y a nuestros enemigos: “¿Qué son esas coqueterías con el poder, don Javier?”, me increpó con aspereza días después del primer diálogo en el Castillo de Chapultepec durante un desayuno en su casa. Le expliqué mis razones, que hunden sus raíces en el cristianismo, en el gandhismo y en la conspiratio. Pero se mantuvo implacable: “A los enemigos, el desprecio y el desdén. Diga lo que me diga, no estaré nunca de acuerdo con usted en esto”. Lo mismo sucedió con mis críticas a Andrés Manuel López Obrador durante los diálogos con los candidatos en el mismo castillo. Me las reprochó con enojo en la sala de juntas de Proceso. Fueron discusiones ríspidas, inteligentes e irreductibles. Pese a ello, pese a sus posiciones y críticas hacia mí, jamás me condicionó un artículo ni dejó de apoyarme. Fiel a su amor por la imparcialidad y la verdad –características de su vocación periodística–, puso, junto con Rafael Rodríguez Castañeda, las páginas de Proceso a mi disposición. No hubo momento en que algo del MPJD no hubiese sido cubierto por la pluma de José Gil Olmos o por la lente de Germán Canseco. Fiel a la amistad, no dejó de preocuparse por mi situación económica. No sólo Proceso pagó el funeral de mi hi- Ignacio Solares jo Juan Francisco, sino que cada mes don Julio me llamaba preguntándome si necesitaba dinero para continuar mi tarea. Lo que odiaba era la traición, la mentira, la incongruencia y la estupidez. Recuerdo con nostalgia –ese dolor de la memoria– su amplia frente, sus ojos cafés, profundos y vivos, su melena gris, sus espaldas anchas y cargadas, su tono fraterno y perentorio. Su cuerpo era una expresión de su fortaleza interior y de su libertad. Me recordaba a mi abuelo materno. Esa fortaleza y esa libertad de espíritu que siempre lo caracterizaron y que a veces dañaron a quienes más amaba –un daño cuya conciencia lo torturó siempre– tuvieron su mejor expresión en el periodismo. Don Julio no era un periodista puro. Había estudiado derecho y filosofía. Esos universos intelectuales que nunca abandonó –era un implacable lector de novelas y de ensayos de filosofía política– hicieron que su trabajo periodístico transformara el periodismo en México. Antes de Julio Scherer, el periodismo, con sus excepciones, era sinuoso, oscuro, corrupto, ajeno a la verdad crítica. Él lo volvió no sólo un asunto de fidelidad a la verdad (“si pudiera entrevistar al diablo –dijo frente a los reproches que se le habían hecho por entrevistar al Mayo Zambada–, iría al mismo infierno a hacerlo”), sino de investigación profunda de los hechos, de pensamiento y de buena prosa que dejó como herencias a Proceso y a gran parte del periodismo contemporáneo. Durante la estancia de Julio Scherer en Excélsior abrió las páginas de análisis político a intelectuales como Octavio Paz, Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis, Ricardo Garibay, Abelardo Villegas, Elena Poniatowska –sin él sería imposible pensar en la apertura de los medios de hoy a los académicos–, y generó un estilo, el suyo propio, inédito: combinó la simplicidad del lenguaje, al estilo de Hemingway, con la investigación de los hechos hasta producir una de las prosas periodísticas más transparentes, sugerentes y devastadoras. Sus reportajes y entrevistas son joyas de un alto periodismo literario. Hombre de poder, que conocía sus tentaciones, sus trampas, sus simulaciones y sus crueldades –contra las que luchó siempre–, su gran tema fue el poder mismo, del que escribió libros memorables: Los presidentes, El poder: historias de familia, Pinochet. Vivir matando, El indio que mató al padre Pro. Recuerdo que en 2010 buscaba la manera de volver a abordar el tema de la guerra sucia, sobre la que había escrito Los patriotas: de Tlatelolco a la guerra sucia, además de su entrevista a Pinochet. “Le he dado vueltas –nos dijo a Vicente Leñero y a mí. Pero es imposible. Después de La fiesta del chivo, de Vargas Llosa, no se puede ir más lejos en la exploración del poder y sus horrores”. Decidió entonces explorar y denunciar a un hombre de poder menor, pero espantoso en sus consecuencias. Escribió entonces Calderón de cuerpo entero. completo por él, ya te imaginarás lo que vale eso para mí. “Siempre nos dábamos un momentito después de que veíamos los sábados el suplemento para tomarnos un café y hablar de literatura, que a él le encantaba. Era un gran lector y compartimos mucho. Ahí tengo un libro que me regaló de Albert Camus, en el que hay una frase que él mismo subrayó y que dice: ‘Conozco algo peor que el odio: el amor abstracto’.” Retoma los tiempos en los que estuvo en Excélsior aprendiendo de quien considera su maestro: “Yo seguí en Diorama y, en el 75, cuando se salió Eduardo Deschamps de lo que se llamaba El Olimpo Cultural, que era la página cultural de Excélsior, Julio me invitó a dirigirla. ¡Imagínate el poder que tenía el periódico y mi responsabilidad! Verdaderamente fue terrible porque tenía el suplemento y la página diaria cultural. Era el poder cultural de Excélsior y todo lo que significaba. Entonces nos veíamos diario porque cada noche le enseñaba las planas. Eso fue muy duro porque trabajaba toda la semana y aparte el suplemento del domingo. “Cuando estaba en el Diorama Julio sabía que me gustaba mucho hacer reporta- jes y entrevistas, hablé con muchos escritores gracias a que me mandaba fuera. Hice un reportaje de las fronteras de México, me tocó el terremoto de Guatemala en el 74 y siempre compartimos nuestras dos grandes pasiones: el periodismo y la literatura, a partir de una amistad que no se acaba.” Solares puntualiza un aspecto que, afirma, poco se ha tomado en cuenta de la personalidad y trabajo de Scherer: su destreza literaria. “Esto se ha mencionado poco. Era un gran periodista y, sobre todas las cosas, un gran escritor. Sus entrevistas eran verdaderamente modelo por cómo están escritas, sus libros tenían una prosa de una fuerza magnífica. “Esto se ha mencionado poco, la cualidad literaria de don Julio. En él se combinaban el gran periodista con el gran escritor, por eso fue quien fue. Aparte de eso le pones el elemento del hombre ético, del hombre que tenía clara su meta y era inteligente, pues ya te das una idea…” Los encuentros en rectoría Durante la rectoría de Juan Ramón de la Fuente en la UNAM, cada mes o dos me1993 / 11 DE ENERO DE 2015 83 R E P ORT E ESPECI AL Ese vínculo entre literatura y periodismo lo hizo construir también una profunda e intensa amistad con Vicente Leñero. Al hablar de don Julio y de Leñero, escribí que ningunos eran más distintos e irreconciliables que ellos. Tampoco más necesarios entre sí. Mientras estuvieron al frente de Proceso, don Julio no tomaba una decisión sin la aprobación de Vicente. Fue Vicente mismo el que le pidió que se retiraran de la subdirección y de la dirección de la revista. Cosa que hizo sin chistar. Quizá por eso murieron con un mes de distancia. Imagino a Leñero, como lo hizo cuando le sugirió que dejara la dirección de Proceso, llamándolo desde el misterio de la resurrección: “Es tiempo de irse, Julio. Hay que dejarle el lugar a los jóvenes”. Esa amistad tenía también otras raíces: el profundo cristianismo de Leñero. Aunque Scherer era agnóstico, la espiritualidad y el compromiso cristiano en la esfera social le apasionaban. No es extraño que en las páginas de Proceso hayan tenido cabida no sólo Vicente Leñero, sino Enrique Maza, Gerardo Allaz, Pablo Latapí, Carlos Fazio, el rumbero Froylán López Narváez, sino personajes tan antitéticos a sus convicciones políticas como Juan José Hinojosa y Carlos Castillo Peraza. Sospecho que una buena parte del amor que me tenía hundía allí también sus raíces. En 2010 –lo he contado en Vicente Leñero, mi amigo (Proceso 1988)–, a instancias del propio Vicente, nos reunimos cada 15 días en la sala de juntas de Proceso a conversar. El tema era la muerte. Desde sus respectivas miradas sobre ese abismo, hablábamos de espiritualidad, de la fe –don Julio la perdió a los 14 años–, del remordimiento, con el que se enfrentaba cada noche –tal vez de allí provenía su devoción inmensa por ese otro gran cristiano, Dostoyevski–, de su negativa a morir. El asesinato de mi hijo Juan Francisco terminó con esos encuentros. No así con otros que ya he relatado. Cuando enfermó solía llamarle para preguntar por su salud. Su vitalismo, que se imponía al sufrimiento y al acecho de la muerte, hacía que su voz brotara clara, profunda: –Lo veré pronto, don Javier. –Por supuesto, don Julio. Me hace mucha falta. No sabe cuánto lo quiero. –Yo también, don Javier, yo también. No sucedió. Su orgullo, que en la plaza pública, de la que fue maestro, lo mantuvo en la sombra –jamás concedió una entrevista y se negó siempre al protagonismo–, lo hizo mantener en la enfermedad una fraterna distancia con los que lo amábamos. Luchaba solo contra la muerte como lo hizo siempre, con sus libros, contra el mal encarnado en la política y el poder, un mal que, para su dolor y el nuestro, se hizo más complejo y duro durante su enfermedad y su agonía. Fue una larga batalla que duró dos años. No se me concedió ver su rostro de muerto. Se me concedió, en cambio, ver el de Salazar Mallén. Imagino, porque siempre los asocié en su vitalismo, que se pare- cía al de él. Estaba sereno, como el de aquellos que han cumplido su vida a cabalidad. Pero guardaba las señales del hombre que luchó hasta el final, del hombre que nunca se reconcilió, a pesar de su agnosticismo, con la idea de dejar de ser y de aceptar el mal. “Lucho –me dijo en una de esas llamadas–. Un día dejaré de hacerlo. Diré, estoy cansado, y me iré”. Se fue así, sereno. Me lo dijo María Scherer. En esa serenidad, que es el rostro de los que vivieron plenamente y lucharon hasta el final, están todos los rostros de la vida. Imaginándolo recordé, para consolarme y no sentir la oquedad que cada muerte me deja en la carne, las palabras que algún día Octavio Paz –otro de sus grandes amigos de lucha– escribió sobre la muerte del pintor José Moreno Villa: “El rostro del hombre no es una cara de muerto. A lo largo de toda vida hay momentos en que nuestra cara se ilumina con la luz del amor, de la imaginación, la fantasía o la inteligencia. ¿Y qué importa la duración de ese momento, si lo que cuenta es la plenitud que lo levanta y lo hace único, no como algo que estuviera fuera del tiempo sino como el tiempo mismo, por fin desnudo y henchido de significación? En momentos así, el rostro del hombre se vuelve transparente y en sus rasgos podemos leer la promesa de una vida más densa y más rica, más plena…”. Esos momentos están plenos, recogidos en ese último gesto que resistió todas las mareas de la estupidez política y del mal. O ses el escritor Gabriel García Márquez, Julio Scherer, Ignacio Solares y el rector se reunían para comer en uno de los pisos de la torre universitaria que da hacia avenida Insurgentes. Platicaban de todo y los más apasionados eran los dos primeros. De esos encuentros Solares recuerda: “Eran unas comidas abismales en las que hablábamos de todo. Se hablaba de todo muy abierto y a veces había una pequeña discusión. Scherer era muy claridoso en su manera de exponer sus ideas, era una de sus cualidades, y García Márquez también, y por eso no tardaban a veces en tener una pequeña discusión. “Scherer decía que García Márquez era su hermano, se querían mucho. De hecho, después de que recibió el Nobel y regresó a practicar el periodismo García Márquez lo hizo en Proceso.” otro camino, obligado por las necesidades económicas. “Compartí con Julio problemas personales como mi primera separación; fue mi confidente y le pude platicar detalles. Siempre el calor humano, ese gran concepto de la amistad que tenía. Nunca dejé de ver a Julio, aunque dejé de colaborar en Proceso porque tenía que buscar la chuleta por donde fuera. Nos hablábamos, nos veíamos, no faltó la colaboración en la página editorial como tres años, cada 15 días, hasta que me salí porque estoy con la revista de la UNAM, doy clases y tengo un programa.” Premio Xavier Villaurrutia con su libro Columbus y becario de la fundación Guggenheim, Solares se siente agradecido por la ayuda que le dio Scherer, por haber compartido parte de su vida periodística y también la creación literaria. A pesar de que ya no colabora se siente parte de la revista Proceso. “Estuve al principio pero no me alcanzaba lo que ganaba porque me acababa de separar y mantenía también a mis papás… pero Julio también me ayudó a conseguir un trabajo, siempre fue muy generoso y estuvo muy atento a su gente. A mí me tocó esa etapa en que se concibió Pro- ceso, estuvimos por más de un año haciendo columnas de libros y ahora sigo siendo hijo de Proceso y sigo siendo hijo de don Julio Scherer y hermano menor de Vicente Leñero.” Recuerda que soñó con Scherer una noche después de su fallecimiento: “Me dije ¡ay dios mío!, pero lo veía muy amigable, muy pleno, como era siempre, muy efusivo, como cuando llegaba a Rectoría manejando su carro y yo bajaba a recibirlo con un gran gusto, nos tomábamos un par de whisquitos y compartimos muchas cosas”. La última remembranza de Solares con Scherer y Leñero tiene que ver con la fe católica que en algún momento también los unió. “Yo que estudié con jesuitas tuve una formación religiosa muy acendrada que fue otro punto en común con Leñero, que era muy católico, y con Scherer, que aparentemente era el más escéptico. Yo le decía a Julio que de los tres él era el más creyente porque ponía en práctica el cristianismo que en Vicente y yo sólo era de dientes para afuera. Sólo era cuestión de ver su trabajo, viendo siempre en ayudar a su prójimo”, concluye. El paso por Proceso Durante cuatro décadas Solares tuvo una relación de intensa amistad con Scherer y nunca la perdió, a pesar de que casi en el arranque de Proceso tuvo que tomar 84 1993 / 11 DE ENERO DE 201 DENISE DRESSER Carta para Julio Scherer Q uerido Julio: Espero que estés en algún lugar bello, rodeado de libros y afectos. Espero que tú y Vicente se estén riendo juntos, preparando alguna nueva travesura periodística, algún reportaje, alguna entrevista, algún libro. Yo aquí, partida por la tristeza de no haberme despedido de ti, y de allí esta carta para decirte todo lo que no pude, todo lo que no alcancé. Porque te fuiste así de golpe cuando yo pensaba que ibas a estar allí el resto de la vida para retarme, regañarme, enviarme un libro, criticar algo que había escrito o felicitarme por ello. Porque creí que siempre serías como esas señales en la carretera que te indican cúantos kilometros faltan para llegar al destino. Siempre presente. Siempre erguido. Siempre de pie. Te confieso que a veces me costaba trabajo verte y por eso nos reuníamos sólo un par de veces al año. Hablar contigo era como sentarse a hablar con Dios, o someterse a una resonancia magnética o pasar por una auscultación médica. Sólo que en tu caso era una auscultación moral. Eras como una vara de medición andando, con la cual nos evaluabas. Era difícil someterse a ese grado de escrutinio, a ese nivel de exigencia. Pero ahora que no estás aquí te digo que agradezco lo que me diste durante los 15 años que llevo escribiendo en nuestra revista: la expectativa de siempre, esperar algo mejor de mí y de todos los que colaboramos en Proceso: un texto más elegante o una posición más clara o una postura más punzante. Aprendí eso de ti. Mirar al país con la honestidad que se merece. Señalar sus carencias sin concesiones. Sa- 86 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 ber que el verdadero patriotismo entraña rendir tributo a tu país a través de la crítica. Como escribió Christopher Hitchens en Letters to a Young Contrarian, el noble título de “disidente” se gana, no se declara. Connota sacrificio y riesgo, más que un simple desacuerdo, y ha sido consagrado por muchos hombres y mujeres valientes. Tú, Julio, fuiste el disidente mayor. El disidente por excelencia. El disidente ejemplar. Tildado a veces de amarillista o radical o estridente. Pero uno de los pocos que no se dedicaba tan sólo a excoriar a la clase política, sino a alzar un espejo para que México pudiera verse como es. Desigual, corrupto, mal gobernado. Ejerciendo –a través de las páginas de Proceso– el derecho a decir “no”. No al autoritarismo de Luis Echeverría. No a la perversidad de Carlos Salinas. No a la puerilidad de Vicente Fox. No a la guerra de Felipe Calderón. No a la manipulación mediática de Enrique Peña Nieto. Un derecho enraizado en la valentía que, como escribe Hitchens, no es en sí una de las virtudes primarias; es la cualidad que hace posible el ejercicio de todas las demás virtudes. Así eras, Julio. Así fuiste, Julio. Valiente. Independiente. Incómodo. Obstinado. Sabías que el progreso sólo ocurre a través del conflicto y la confrontación y el argumento y la disputa. Sabías que es la única manera de encender un cerillo en el corazón del país. Poniendo todo en duda. Escribiendo lo que muchos preferirían no leer. Sabiendo, como lo dijera Frederick Douglas, que quienes esperan verdad y justicia sin una lucha son los que sólo piensan en el mar sin imaginar la tempestad. Sem- braste en mí y en toda una generación una mentalidad oposicionista, rebelde, de causas. Una mentalidad enraizada en la dignidad, en la conciencia de que los mexicanos saben cúando se les miente. Y tan lo saben que siguen leyendo esta revista, porque en sus páginas yace el esfuerzo por descubrir la verdad aunque haya tantos empeñados en esconderla. No había nada falso en ti. Tu honestidad era tan extrema que resultaba a veces difícil estar cerca, escucharte, entenderte. Tu imaginación moral era enorme y contagiosa. Un reto diario para tantos periodistas que hoy te alaban pero eluden el periodismo de denuncia que representabas. El periodismo libre que no recorta sus convicciones para ajustarlas al tamaño de la pantalla o el cheque. El periodismo hoy al acecho de la violencia y la intimidación y la amenaza y los golpes bajos. El periodismo que defenderemos porque, como decía Havel, la desesperanza es el pecado imperdonable. No me rindo, Julio, no me rindo. Sí aprovecho para reconocer que muchas veces no estuvimos de acuerdo, sobre todo con respecto a Andrés Manuel López Obrador. Pero las coincidencias siempre fueron más importantes, más fundacionales. Y bueno, pues fui a tu entierro, y cuando presencié las paletadas de tierra que empezaron a cubrir tu féretro lloré como lloro ahora. Lloré porque supe que estabas enfermo y no fui a verte. Lloré por las conversaciones que ya no tendremos. Lloré porque recordé las veces que comimos, que hablamos, que peleamos. Recordé cómo coqueteabas conmigo. Recordé lo que dijiste, en mi defensa, a uno de mis tantos críti- AN ÁLI S I S NARANJO Queremos tanto a Julio cos: “La señora vale la pena”. Espero seguir valiendo la pena para ti y para otros, a pesar de los defectos, a pesar de las carencias. Espero honrar tu confianza y tu amistad y la tarea periodística e intelectual que dejas tras de ti. La tarea del escepticismo permanente. La tarea de pensar por uno mismo. La tarea de decirle la verdad al poder, que preferiría suprimirla o limitarla o distorsionarla. Tareas tan importantes como no permanecer neutral en tiempos de crisis moral. No ser un simple espectador ante la corrupción o la estupidez o la cobardía. Combinar la impaciencia con el escepticismo y el odio a todas las formas de injusticia. Definir y redefinir la realidad a través de la palabra. Contar y enseñar el dolor como lo más importante que podemos hacer. En estos días habrá tributos y elogios y acoladas para ti. Yo sólo alcanzo a escribirte estas tristes líneas acompañadas de una promesa. En medio de esta oscuridad en la que nos quedamos, prometo –con mis colegas de Proceso– recoger tu antorcha. Alumbrar el trecho que nos toca con algo muy sencillo que nos heredaste: un sentido enorme de lo que es decente y lo que no lo es, algo que a veces resulta el arma más efectiva de todas. La decencia y la verdad como estelas de luz en tiempo de canallas. La decencia y la verdad como algo radical en un país de mentiras coercitivas, compulsivas y deliberadas. Y finalmente, como saben todos los que se quedaron de niños sin padre, uno va eligiendo padres en el camino. Gracias por el tiempo que lo fuiste para mí. Ha sido un privilegio conocerte y quererte. Un privilegio. O 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 87 H É C T O R TA J O N A R Un águila llamada Julio Scherer J ulio Scherer hizo del periodismo una pasión y un pensamiento que transformaron el ejercicio de la profesión en el país y a la nación misma. Como el águila, el fundador de Proceso observó la realidad desde lo alto, identificó a su presa –la corrupción del poder– y acometió contra ella con intrepidez y contundencia para legarnos un ejemplo indeleble de periodismo honesto, profundo, independiente. La inquebrantable perseverancia crítica de ese periodista sin par nos permitió conocer la verdadera realidad nacional, no la tergiversada mediante la mentira y el soborno gubernamentales. A pesar de las constantes acechanzas del poder, Scherer nunca se doblegó ante él ni mucho menos se enriqueció a cambio del sometimiento informativo. La convicción ética de un periodismo que reflejara fielmente la realidad, para criticarla y mejorarla, fue norma inalterable de su obra. Tuve la fortuna de haber sido su alumno en las aulas de la Universidad Iberoamericana. Recuerdo que en su primera cátedra sobre política editorial nos habló con brillantez acerca de la idea de la libertad en Hegel, de la posibilidad de conciliar armónicamente la autonomía del individuo con los intereses de la comunidad y del Estado mediante una eticidad comunitaria y el surgimiento de un Estado moderno racional. En la Filosofía del derecho, el filósofo alemán sintetizó esa posibilidad de la siguiente manera: “El Estado es por sí y para sí la totalidad ética, la realización de la libertad, y es una meta absoluta de la razón que la libertad sea realizada”. Esa concepción hegeliana de armonizar 88 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 la libertad individual con la instauración de un Estado racional impactó el pensamiento político de Julio Scherer, no para abrazar el totalitarismo, sino para rechazarlo mediante el ejercicio irrestricto de la libertad. Como Tucídides, Scherer no plasmó su pensamiento político en una teoría, sino que decidió historiar el presente. La práctica de su escritura apasionada y lúcida estuvo acompañada siempre por la voluntad de perturbar la arbitrariedad del poder y la complacencia social. Esa memorable clase fue la única que pudo impartirnos Julio Scherer debido a que en agosto de 1972 tuvo lugar el boicot publicitario auspiciado por el entonces presidente Luis Echeverría para obligar a los principales empresarios del país a dejar de anunciarse en el Excélsior dirigido por el paradigma de la libertad de expresión en México. La sucia maniobra puso al descubierto el sometimiento del empresariado ante la fuerza de la mano autoritaria echeverrista, pero no logró doblegar la congruencia y responsabilidad de Scherer con la libertad de prensa y con sus lectores. Fue entonces cuando Echeverría y sus secuaces orquestaron el golpe definitivo. En junio de 1976 el gobierno armó una supuesta protesta de campesinos que alegaban haber sido despojados de los terrenos de Paseos de Taxqueña, propiedad de los trabajadores de la Cooperativa Excélsior. La abyecta estrategia echeverrista culminó el 8 de julio de 1976 con la salida de Scherer y su equipo de colaboradores de las oficinas de Paseo de la Reforma 18. En Los periodistas, Vicente Leñero narra con maestría el más oprobioso acto de go- bierno contra un medio de comunicación en la historia del país. Desapareció así una inigualada página editorial integrada por Daniel Cosío Villegas, Jorge Ibargüengoita, José Alvarado, Francisco Carmona Nenclares, Arturo Arnaiz y Freg, Enrique Maza, Abel Quezada, por mencionar sólo algunas de las mentes brillantes que colaboraron en aquel Excélsior. Asimismo, en solidaridad con su amigo Julio Scherer, Octavio Paz abandonó la dirección de la revista Plural. Echeverría acabó con ese Excélsior que llegó a ser uno de los mejores cinco periódicos del mundo, pero no logró domeñar la voluntad inquebrantable de Julio Scherer. Con la fundación de Proceso continuó su determinación de crear el mejor periodismo que ha habido en México, al menos desde el siglo pasado hasta el presente. En esa empresa lo han acompañado Miguel Ángel Granados Chapa, José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis, Vicente Leñero, Raquel Tibol, Heberto Castillo, Javier Sicilia, Denise Dresser y desde luego Rafael Rodríguez Castañeda, actual director del semanario, entre muchas otras destacadas personalidades, además de un sólido equipo editorial, de reporteros, corresponsales, redactores, editores, caricaturistas y diseñadores que sería muy largo mencionar. Amén de sus admirables cualidades como reportero, entrevistador, investigador y escritor, Scherer fue un creador de proyectos periodísticos. La excepcionalidad de Julio Scherer es resultado de una personalidad luminosa dotada de una inteligencia clara y recta, una mirada zahorí y una voluntad de hierro alimentadas con una pasión ANÁ L IS IS ARIEL DORFMAN El otro gran Julio por la realidad y una curiosidad sin límite. Todo ello le permitió tener un conocimiento profundo del ser humano en su dimensión individual, social y política. Sus ojos de águila penetraban en la naturaleza de su interlocutor; era un psicoanalista nato que gozaba al descubrir o hacer que la persona revelara aspectos encubiertos de su mente y sus emociones. Provocador y seductor indómito, tenía otra arma imbatible para encantar a quien eligiera: su afilado sentido del humor. Por eso fue un entrevistador, un conversador, un polemista y un amigo sin igual. Julio Scherer también compartía con el águila la simbología que ha acompañado a lo largo de los siglos a la reina de las aves: poderío, victoria, fortaleza, valentía. El águila ha sido asociada al Sol, al cielo y a los dioses, así como a las dimensiones superiores del conocimiento y la espiritualidad. Pero no nos confundamos: La espiritualidad de Julio estuvo indisolublemente ligada a una carnalidad iluminada por la energía de Eros. A nuestro periodista-pensador no lo cegaron los falsos soles de la riqueza, la fama o el poder. A todos los desdeñó y los trascendió mediante su incansable trabajo intelectual imbuido de una pasión irrefrenable por conocer y develar la realidad humana y política de su país y de su tiempo. Se ha ido el águila llamada Julio Scherer, pero su legado perdurará en la memoria de sus contemporáneos y de las generaciones por venir, sobre todo en quienes tuvimos el privilegio de conocerlo, leerlo, admirarlo y quererlo. O ¿ – Qué quieres que te diga, Ariel? Fue lo primero –incluso antes de darnos un abrazo– que me dijo Julio Scherer cuando nos conocimos en Cocoyoc en el verano de 1980 para el Concurso sobre Militarismo en América Latina. La frase se repetiría cada vez –y fueron muchas– que nos volvimos a encontrar, a conversar por teléfono, a mandarnos libros y cartas y recuerdos y parabienes. Ese hombre que sí sabía qué decir y lo decía sin miedo y lo escribía con un talento y una prosa que envidiarían los más afamados autores, nunca se quedó sin palabras ante el poder y la vileza y la injusticia, pero cuando hablaba conmigo quería enfatizar que nuestra amistad, la emoción que lo embargaba, no admitían palabras. La verdad es que no sé por qué me tomó tanto cariño a mí, a mi Angélica y nuestros dos hijos. Es cierto que mucho antes de darnos ese abrazo inicial había leído mis libros y que había publicado artículos míos, primero en Excélsior y luego en Proceso. Y cierto también de que nuestro desamparo y exilio, y la solidaridad ante las vesanias de Pinochet me colocaba en un lugar especial, nos convirtió en automáticos conspiradores. Pero tal identificación política no retrata lo que tenía de especial Scherer ni nuestra relación. En esta época de traiciones y dobleces y doblegaduras, qué quieres que te diga, reconocí a alguien que entendió que si no cuidamos la verdad, si no cuidamos la lengua tan fácil de corromper, si no resistimos las tentaciones del autoritarismo y del consumo fácil, no merecemos ser labradores de esa verdad y aquella lengua. Supongo, quizás presumo, que él haya visto algo similar en mi propia actitud. Que éramos hermanos en la búsqueda de un mañana que prometía amanecer, pero vaya que tardaba. Y, sin embargo, tampoco todo esto, tampoco su amor por Allende y por la Tencha, tampoco la causa chilena y su vocación latinoamericana, me parecen suficientes para explicar tanta ternura que mostró, tanta consideración, tanto cariño. Me sentía un poco hijo suyo, hermano muy menor, compañero de reencarnaciones antiguas que ninguno de los dos habíamos enteramente olvidado. Por eso nos convidó a Angélica y a mí a su casa varias veces, lo que no es habitual en México, ya lo sé. Por eso nos ofreció conseguir residencia en su país cuando quisimos radicarnos en la capital federal en 1981. Por eso fue tanta su amargura cuando el presidente López Portillo le negó aquel favor a Scherer como parte de su venganza por la campaña sobre los escándalos del petróleo en Proceso. Por eso me llamaba por teléfono y me instaba a que nos viniéramos, toda la familia, todos los gastos pagados por él. Por eso me pedía que le avisara cuándo era conveniente que él nos visitara en nuestro exilio en Estados Unidos. “Tomo el primer avión y ahí estoy”. Y tal vez por eso me regaló diez corbatas de su propia colección, porque supo que a mí no me gustaba usarlas ni tenía una en mi ropero; “te verás más elegante 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 89 A N ÁLISIS JESÚS CANTÚ Un ariete contra las murallas del poder así, los colores te vendrán bien, ¿qué quieres que te diga, Ariel?” Es un milagro que alguien que fue tan gran periodista, uno de los mayores de nuestro tiempo en cualquier continente, que ya era una leyenda cuando me avisó que no tenía palabras para expresar la alegría de conocernos, yo que era un joven escritor de treintaiocho años, es un milagro, repito, que alguien con tantos contactos en el mundo de los altos privilegios y mandos, haya sido simultáneamente tan humilde y modesto y reservado, jamás pidiendo un favor por muchos que él haya concedido, jamás ufanándose de su propio poder, aunque vaya si lo tenía y vaya si lo ejercía y vaya que le gustaba diagnosticar cómo funcionaba el mundo. Y ahora me cuentan que ha fallecido y no lo quiero creer. Me pasó algo similar treinta años atrás con Cortázar, ese otro gran Julio. Tal vez no quiso Scherer irse en el mismo año del centenario de Cortázar, tal vez no quiso hacerlo en el año en que su Gabriel (nunca le decía Gabo, ¿qué quieres que te diga, Ariel?) y su Vicente Leñero y el nuestro también se nos fueron. Y estamos desamparados de nuevo, no porque haya un dictador en Chile o haya miseria y malignidad y desaparecidos en su México. Estamos desamparados ahora sin consuelo, porque Julio Scherer no está acá para darnos ánimo, no me podrá responder por teléfono que no me preocupe, que ni a la muerte le tiene miedo él, no me podrá nunca más sonreír aquellas palabras, “¿qué quieres que te diga, Ariel?”. Así que me toca a mí devolverle la frase. Todo esto que escribo para recordarlo, tanto que se me queda sin expresar, y lo único que de veras le puedo mandar, lo único, lo único: ¿Qué quieres que te diga, Julio? ¿Qué quieres que te diga? O 90 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 L os impactos de la labor periodística de Julio Scherer García trascendieron los medios que dirigió y el mismo ámbito periodístico; a través de ella incidió en la vida pública nacional, afectó al régimen autoritario y, por ende, modificó el ejercicio del poder en México. Los personeros del priiato percibieron de inmediato los riesgos que él representaba para ellos y, por ello, lo mantuvieron bajo constante asedio prácticamente desde que asumió la dirección de Excélsior el 1 de septiembre de 1968. Desde la llegada de Julio Scherer a la dirección favoreció las condiciones para impulsar el periodismo de investigación, la búsqueda incansable de la verdad y, particularmente, ensanchar la libertad de expresión, tanto por medio de los reportajes como de los artículos de opinión, que pronto incluyeron a plumas críticas e incómodas para el régimen. Julio no cedió a las presiones del gobierno para vetar articulistas o censurar el trabajo de los reporteros del entonces mejor diario de México. Ante su persistencia, la única opción disponible era eliminarlo a él; arrebatarle la dirección del diario e imponer a alguien dócil a sus designios, lo cual concretaron el 6 de junio de 1976, tres meses antes de que Scherer cumpliera los ocho años en dicha posición. Sin embargo, contrario a lo que calcularon, la expulsión de él y su grupo fue insuficiente para detenerlo, e incluso resultó contraproducente pues potenció sus alcances y consecuencias. A pesar de que entonces la mayoría de los medios y los periodistas se sometían sin resistencias a los dictados gubernamentales, sí había precedentes de ataques a la libertad de expresión; mas en este caso los resultados fueron muy distintos: La deleznable acción del gobierno encabezado por Luis Echeverría se convirtió en un parteaguas en la historia del periodismo mexicano. Julio Scherer y su equipo más cercano empezaron ese mismo día los trabajos para lanzar, antes de que concluyese el sexenio, una nueva publicación, y la concretaron cinco meses después: El 6 de noviembre de ese mismo año apareció Proceso, el único semanario de información y análisis político exitoso en la historia del periodismo mexicano. No todos los integrantes del grupo que salió con Scherer se integraron a Proceso; algunos –entre los que destacan Octavio Paz y Manuel Becerra Acosta– decidieron impulsar sus propias publicaciones y dieron vida a la revista mensual Vuelta y al diario Unomásuno, que también contribuyeron a modificar el paisaje de los medios de comunicación en México. Miguel Ángel Granados Chapa participó en la fundación de la revista, pero pronto renunció para incorporarse a otros medios y escribir una columna política diaria que dejaría profunda huella en la prensa y la conciencia nacionales. Parece que el golpe a Excélsior fue la poda que provocaría una acelerada reproducción de las ramificaciones; al margen de los orígenes, las intenciones, la calidad periodística y el éxito de las publicaciones, éstas se multiplicaban mientras Proceso ensanchaba los espacios de libertad de expresión y exhibía la injusticia, el uso arbitrario del poder, la corrupción, la impunidad, la violación de derechos humanos y el resto de las lacras que caracterizan a la vida pública nacional. El gobierno ya no podía dictar a su antojo lo que se divulgaba y lo que se ocultaba. A partir de ese momento lo público se empezó a ensanchar y, por ende, el control gubernamental sobre los medios empezó a diluirse (aunque hay que reconocer que todavía hoy el camino por recorrer es muy largo). El ejercicio del periodismo en México comenzaba a cambiar, y su impacto e incidencia en la vida pública también. No es ca- sualidad que un año después (en diciembre de 1977) se haya aprobado la reforma política que inicia el proceso de liberalización del régimen (sería presuntuoso pensar que fue la única causa; pero también sería mezquino negar su incidencia). La marcha apenas comenzaba; ésta era una de muchísimas batallas que (todavía hoy) hay que librar para construir la democracia en México. Julio Scherer fue el protagonista principal porque cumplió cabalmente con su tarea periodística en las publicaciones que dirigió, y por ello las trascendió. Sus principales aportaciones se produjeron a través de estos medios y los periodistas que contribuyó a formar, pero no fueron la única vía; su compromiso con el periodismo de calidad y el rechazo, sin excepción alguna, a cualquier injerencia del gobierno y los diferentes grupos de presión le permitieron impactar a todo el ejercicio periodístico nacional. Todavía hoy son minoría los medios de comunicación nacionales que cumplen con las características enunciadas, pese a que son indispensables para avanzar en la construcción democrática, frenar la impunidad y establecer límites al ejercicio del poder. Algo se ha andado en este camino, como lo demuestran las denuncias de los crímenes de Estado en Tlatlaya, Iguala y Apatzingán, entre otros, y la revelación de la existencia de la “Casa Blanca de Las Lomas”. No obstante que el camino es todavía muy largo y las batallas serán arduas, la ruta ya está marcada y el sendero abierto; Julio Scherer García fue el ariete que permitió abrir los primeros boquetes en las murallas del autoritarismo, que sigue resistiéndose a caer. Al cumplir su vocación, transformó el ejercicio periodístico e impactó al sistema político nacional. El gran reto es mantener incólumes los principios, el compromiso y la vocación; redoblar el paso y avanzar firme e incesantemente en la dirección señalada. O 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 91 OLGA PELLICER Un encuentro fallido A la memoria de Julio Scherer García E ra la primera visita formal de Enrique Peña Nieto (EPN) a Barack Obama. Cierto que hubo una anterior, cuando aquel ya era presidente electo. Sin embargo, ésta tenía otro significado. Era la ocasión para medir avances, identificar omisiones, fijar prioridades para los próximos dos años y, ante todo, transmitir empatía entre los dos presidentes de países vecinos fuertemente interconectados. Nada de eso se logró. A pesar de su importancia, el encuentro fue demasiado breve, mal transmitido, de escasos resultados visibles, con poca química entre los dos presidentes, pleno de incertidumbres sobre lo que depara el futuro. Los motivos de esa situación son varios. El momento que atraviesa Obama es difícil; tiene enfrente dos años de pugnas con un Congreso dominado por los republicanos decididos a combatir todas sus iniciativas. A su vez, EPN se encuentra ante el derrumbe del “momento mexicano” sustituido por una era de crisis política y turbulencias económicas. No obstante, algo interesante queda de esta visita. Por una parte, ofrece la posibilidad de especular sobre lo que se abordó en una hora de pláticas privadas, durante las cuales sólo un funcionario acompañó a cada uno de los presidentes. De otra parte, se entregaron tres documentos: los dos “mensajes” proporcionados por los presidentes y un comunicado publicado por la Oficina de la Presidencia mexicana. Aunque muy escuetos y vagos y pobremente redactados merecen, sin embargo, algunos comentarios. Fue curioso que la plática privada se arreglara de tal manera que los acompañantes no fueron, como se hubiera esperado, los secretarios de Relaciones Exteriores, sino funcionarios de diferente rango y responsabilidades. EPN se hizo acompañar por el jefe de la Oficina de la Presidencia, Aurelio Nuño, especialista en ciencia política y administración pública. Obama estuvo acompañado por Susan Rice, consejera de Seguridad Nacional en la Casa Blanca, 92 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 experta en relaciones internacionales y problemas de África. La presencia de Rice sugiere que el aspecto de la seguridad en México interesa a la Casa Blanca aunque es difícil decidir qué aspectos de la misma llaman mayoritariamente la atención. La movilización de numerosas organizaciones civiles de derechos humanos en Estados Unidos, empeñadas en colocar sobre la mesa las violaciones que están ocurriendo en México, no puede pasar desapercibida. Es posible, sin embargo, que otros aspectos sean los más relevantes para ellos. La estabilidad en México siempre ha interesado a los gobernantes estadunidenses. Lo que ocurre actualmente en amplias secciones del territorio mexicano en materia de violencia y gobernabilidad no les puede ser indiferente. Allí están, si no, las advertencias cada vez más explícitas a los turistas que visitan México publicadas por el Departamento de Estado. ¿Qué tipo de cooperación puede darse para hacer frente a los problemas de Guerrero, Michoacán, Tamaulipas? ¿Qué hay con la famosa Iniciativa Mérida? ¿Qué desea o acepta EPN? ¿Cuál era el interés prioritario de EPN al conversar con Obama? En los próximos meses quizá se vayan encontrando respuesta a esas preguntas. El comunicado publicado sobre los resultados de la visita por la Oficina de la Presidencia revela la pobreza de lo obtenido hasta ahora. El famoso Diálogo de alto nivel para la cooperación económica, encabezado por el vicepresidente Biden, no tiene ninguna propuesta concreta. De mayor importancia son los resultados que se buscan en materia de cooperación educativa e innovación tecnológica. Aquí al menos hay datos que hablan de un número ligeramente mayor de estudiantes mexicanos en Estados Unidos y un nuevo enfoque que tiene que ver más con capacitar rápidamente en habilidades específicas que con obtener posgrados. Un esfuerzo interesante aunque todavía muy insuficiente. Estamos muy lejos de los programas de educa- ción que llevan a cabo en Estados Unidos decenas de miles de nacionales de países asiáticos. En materia de migración esta visita deja una mala impresión. Los titulares de periódicos estadunidenses destacaron el apoyo de EPN a Obama por su medida “audaz y de justicia” en materia migratoria, al permitir que millones de indocumentados mexicanos que residen allá puedan permanecer legalmente. No se tomó en cuenta, sin embargo, que la medida tiene serias limitaciones, como son que sólo se aplica a quienes llegaron antes de 2010 y que tiene un carácter temporal. ¿Qué pasará con quienes llegaron después de 2010 y en el futuro? Obama fue severo al referirse a la agresividad y firmeza con que se evitará cualquier cruce ilegal en los próximos tiempos. El hecho más novedoso que se manifestó en esta reunión fue el lugar importante que tienen ahora en la agenda México-Estados Unidos los problemas de la frontera sur y la migración desde Centroamérica. México ha adquirido nuevas y más difíciles responsabilidades en evitar la llegada de centroamericanos a Estados Unidos. Semejante situación lleva a preguntarse, primero, ¿cuáles son las medidas eficientes que el gobierno mexicano puede tomar para cumplir con esa responsabilidad? y, segundo, ¿cuál es el apoyo que va a proporcionar Estados Unidos para hacer frente a los graves problemas sociales de Guatemala, Honduras y El Salvador sin cuya solución es imposible frenar la migración? El rápido encuentro en Washington dejó muchas interrogantes y pocas pistas para conocer el trazo que va a seguir la relación los próximos años. El encuentro, quizá el último entre Obama y EPN, no pasará a la historia como un punto de transición. Por el contrario, deja la impresión que las relaciones se encuentran en uno de sus puntos más bajos por la debilidad de los mecanismos de comunicación y la opacidad de las prioridades que persiguen ambos gobiernos en sus relaciones mutuas. O ANÁ L IS IS JOHN M. ACKERMAN Francia y México: una sola lucha Don Julio Scherer García, faro de valentía, constancia y rigor periodístico. Su espíritu ejemplar es hoy más vivo que nunca. Hasta siempre. E l pasado miércoles, el presidente francés, Francois Hollande, acudió inmediatamente a la escena de la masacre en la revista Charlie Hebdo y declaró tres días de luto nacional. En contraste, Enrique Peña Nieto todavía no ha pisado Iguala, y ha exigido a la sociedad mexicana “superar” la trágica pérdida de 46 luchadores sociales de la Escuela Normal “Isidro Burgos” de Ayotzinapa. En lugar de viajar a las montañas de Guerrero, el presidente mexicano prefirió ir primero a China y después a Washington para vender los activos del país y recibir órdenes del imperio. Se confirma una vez más para quién “gobierna” el actual ocupante de Los Pinos. También llama la atención cómo numerosos comentaristas y políticos mexicanos se escandalizan con los ataques en París pero se callan frente a hechos similares en su propio país. Estos analistas de high society asumen una actitud abiertamente colonial desde la cual las vidas y los derechos de los europeos tendrían un valor más elevado que los de sus colegas latinoamericanos. Tanto en el caso francés como en el mexicano, personajes fuertemente armados y bien organizados silenciaron importantes voces críticas. Ambas masacres son crímenes de lesa humanidad y constituyen inaceptables ataques a la libertad de expresión. Todos los mexicanos deberíamos solidarizarnos con el noble pueblo francés, de la misma manera en que ellos generosamente lo han hecho con la causa de los estudiantes de Ayotzinapa. El hecho de que en un caso los ataques hayan sido reivindicados por islamistas y en el otro sean el resultado de la captura de las instituciones públicas, locales y federales, por el crimen organizado no altera en absoluto la esencia de ambos crímenes. Tampoco cambia la situación el hecho de que en Francia las víctimas son caricaturistas y en México estudiantes normalistas. La principal actividad de ambos gru- pos es promover el análisis crítico de la sociedad y de las instituciones públicas. Además, todos los informes internacionales demuestran que México es hoy uno de los países más peligrosos en el mundo para ejercer el oficio periodístico. Cotidianamente los periodistas críticos son amenazados, desaparecidos, encarcelados y acosados. Docenas de informadores han sido cobardemente asesinados en los últimos años, muchos directamente en su lugar de trabajo. Peña Nieto tampoco ha hecho nada para detener esta constante subversión de los principios democráticos de la República Mexicana. Sería ingenuo atribuir las contrastantes respuestas presidenciales en Francia y México a las evidentes diferencias con respecto a las capacidades políticas o intelectuales de los mandatarios correspondientes. Tampoco estaría esto relacionado con las distintas “culturas políticas” en las dos naciones. Ambos pueblos comparten una gran tradición de tolerancia y respeto para los derechos humanos surgida de ejemplares revoluciones sociales que pusieron el ejemplo al mundo: la francesa en materia de derechos civiles y políticos durante el siglo XVIII, y la mexicana con respecto a los derechos económicos y sociales en el siglo XX. Las dos tradiciones constitucionales se comparan favorablemente con el individualismo, el consumismo y la privatización del espacio público que predominan en Estados Unidos. La verdadera razón por las reacciones tan disímiles a acontecimientos similares es que en Francia el gobierno federal tiene una relación fluida de rendición de cuentas con el pueblo, mientras en México el gobierno solamente responde a los poderes económicos y políticos, tanto dentro como fuera del país. Las lealtades del gobierno mexicano quedaron claramente expuestas en la reciente visita de Peña Nieto a Washington. En su viaje, no se atrevió a recibir una so- la pregunta de los medios de comunicación ni a reunirse con un solo mexicano migrante residente en el país vecino. El único anuncio relevante después del encuentro con Barack Obama fue que el gobierno mexicano está de acuerdo con la decisión del gobierno de Estados Unidos de implementar políticas “mucho más agresivas en la frontera” con México. Asimismo, Peña Nieto se comprometió a “mantener nuestra política de mayor control en la frontera sur” con Guatemala y América Central. Tal y como se ha anunciado y propuesto en numerosos estudios de los think-tanks de Washington, se consolida la inclusión de México como fiel agente fronterizo dentro del “perímetro de seguridad” de Estados Unidos. O en palabras del general David Petraeus –antiguo comandante de las fuerzas de la ocupación en Afganistán y posteriormente titular de la CIA– y Robert Zoellick –quien fue presidente del Banco Mundial–, hoy se revive la idea de Fortress North America que se había desarrollado durante la Guerra Fría como una prevención y protección en caso de que los otros países del mundo cedieran frente a la fantasiosa “amenaza comunista” (Véase: http://ow.ly/GZ5iv). Hoy la fantasía ha cambiado de nombre. No son los “comunistas” sino los “terroristas” quienes supuestamente ponen en peligro la democracia y las libertades humanas, cuando en realidad la principal amenaza al bienestar de los pueblos es la violencia criminal y censuradora promovida desde las más altas esferas del poder económico y político global. El pueblo francés y el mexicano comparten una sola lucha. Tanto el movimiento de Ayotzinapa como la movilización en solidaridad con Charlie Hebdo son dos caras de la misma moneda: el pueblo en pie de lucha en contra de asesinos censuradores. www.johnackerman.blogspot.com Twitter: @JohnMAckerman 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 93 Julio Scherer y el Proceso de la libertad JORGE SÁNCHEZ CORDERO* E ste semanario está de duelo. Son horas tristes también para el periodismo y para la sociedad mexicana. La muerte de Julio Scherer García, don Julio, como todos lo conocíamos, ha enlutado a este país. Difícilmente sin este hombre austero, probo, de convicciones inquebrantables, se podría explicar el proceso de la defensa de la libertad de expresión en la segunda mitad del siglo XX mexicano. Como abogado pude compartir con él las decisiones fundamentales de su vida. Fue todo un privilegio. Como una secuela de las discusiones que teníamos, pude visualizar mejor sus ideales y sus convicciones. Es la hora de repensarlos. El periodismo, me comentaba don Julio, es una práctica discursiva fáctica, más que comentarios literarios, filosóficos o políticos. El periodista debe diseccionar los eslóganes y abstracciones y negarse en todo momento a anteponer cualquiera de sus consideraciones morales, que le pudieran inhibir a divulgar la verdad o retenerla indebidamente. El país requiere de periodistas contestatarios, críticos e independientes del Estado. Al discurso contestatario se le considera como una característica normativa del periodismo en una democracia, necesaria para el ejercicio del escrutinio público de las élites políticas y económicas. La extensión de la función informativa del periodismo es el escrutinio crítico y el examen metódico del ejercicio del poder. El cuestionamiento severo, la crítica sin ambages sobre falsedades y sobre errores, son los atributos esenciales del periodismo en una democracia. La defensa de la libertad de expresión en toda sociedad requiere de un periodismo libre e independiente. Don Julio practicó plenamente este periodismo. Scherer imaginó este semanario como un espacio de reflexión inteligible y apropiada en una democracia popular. Su ejercicio contribuye al buen gobierno sólo y sólo si la sociedad está debidamente informada. Una sociedad puede discernir racionalmente entre la verdad y la falsedad si se le provee de información objetiva de los hechos. Por ello uno de los mayores desafíos de nuestra incipiente democracia es la creación de un sistema de medios independiente, con la expresión de un periodismo crítico y democrático, que es fundamental para el ejercicio de las libertades públicas en nuestra sociedad. 94 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 El periodismo en la perspectiva de don Julio se convierte en un mediador entre los ciudadanos y la élite política para asegurar así que la voz de aquellos sea escuchada cotidianamente. Esta era la profesión de fe de don Julio: una adhesión irrestricta a la verdad y a la objetividad. La búsqueda de la verdad no era una idea novedosa; sí lo era el empleo del método de la objetividad para acceder a ella. Proceso debía abandonar los juicios de valor para convertirse en un espejo de la diversidad de nuestra realidad. Pero Proceso no debía agotarse en la veneración de los hechos vinculada fatalmente a la objetividad y a la búsqueda incesante de la verdad, sino reafirmar un periodismo interpretativo que intentara explicar el significado de los eventos. Debía claramente distinguir entre noticia y comentario; entre hecho y opinión. Había que transitar de un periodismo de mera información a un periodismo de opinión, debía migrar del “mercado de información” al “mercado de las ideas”. La divisa es sencilla en su concepción, pero a su vez compleja: Ninguna idea sin un hecho; ningún hecho sin una idea. Este semanario debía emprender un activismo periodístico de tal suerte que a la información que publicara se le conceptualizara como un constante desafío al status quo, como un promotor de causas sociales y como un partícipe en la batalla cotidiana contra las conductas indebidas de las élites políticas y económicas. Para ello, el reconocimiento de la sociedad resultaba fundamental para Proceso. Este semanario debía ante todo legitimar su utilidad social. El énfasis no sólo debería estar en la defensa de las libertades públicas o en la promoción de las reformas de interés general, sino en la asunción de una responsabilidad colectiva. Más aún, a ésta última había que asociar el impacto del periodismo en los vínculos y valores comunitarios. En su activismo periodístico, Scherer se convirtió en un tribuno de nuestra sociedad en la defensa de la libertad ante el asedio permanente del poder. Fue a su generación a la cual le correspondió introducir una nueva fórmula democrática distinta en su naturaleza a la fórmula clásica de la democracia directa e individualista, resultante del debate público y del sufragio universal. Esta nueva fórmula democrática tiene como principio de ejecución la influencia de la opinión pública sobre la acción política. Proceso debía en este contexto convertirse en un laboratorio periodístico. EN S AYO Scherer desarrolló el reportaje como el arte de ver el mar a través de una gota de agua, conforme a la frase feliz de Adam Michnik. Pero Scherer no se agotó como reportero. Ya como escritor no solamente reafirmó su posición crítica: se reivindicó como un intelectual cuya creación puede ser percibida a través de su talento. Su trabajo fue siempre de análisis, no de síntesis. Asumió sus riesgos, definió sus jerarquías y elaboró sus normas para adoptar un discurso contestatario; trató de consolidar la emergencia de una cultura controversial y políticamente comprometida y con ello le proveyó a Proceso de una legitimación ideológica. Scherer García fue en nuestra sociedad un punto de convergencia entre un sistema crítico académico y un discurso crítico emergente. Este activista se convirtió rápidamente en un combatiente solitario y en vocero de un público silencioso. Para ello se dedicó a escuchar la voz profunda de nuestra sociedad. Para don Julio no pasó desapercibida la función representativa del periodismo político que en la actualidad se ve vigorizada con las tecnologías interactivas de comunicación, que abren nuevos cauces tanto en la comunicación entre los ciudadanos y las élites políticas como en la participación en el debate público. Siempre actualizado, sostenía que estas nuevas tecnologías estaban impulsando una participación democrática sin precedentes debido a que cada día un mayor número de ciudadanos tiene acceso a los medios de comunicación política. Debía por lo tanto asegurar este nuevo enfoque de libertades públicas. Proceso debía adaptarse a estas nuevas realidades. Debatimos sobre el conflicto entre el periodismo y el ámbito privado. Scherer sostenía que en los personajes públicos la división entre el ámbito privado y el público era cada vez más tenue, y que el escrutinio del ámbito privado era una muestra de la democratización de la cultura política y de su expansión, motivada por las inquietudes cotidianas de la ciudadanía. La tendencia en la cultura política comprende inevitablemente el análisis de la personalidad de sus actores y la de su proyección, que posibilita que los ciudadanos puedan conocer el perfil de los personajes que los gobiernan. Su pronóstico era que la tendencia del periodismo del siglo XXI estará indefectiblemente vinculada a esta polémica. Émile Zola publicó su desplegado J’accuse en enero de 1898 en el periódico parisino de la época L’Aurore con motivo del proceso de Alfred Dreyfus. Ese desplegado es emblemático porque inaugura un nuevo modelo en el periodismo que se significa por la participación de los intelectuales en la res publica. Fue George Benjamin Clemenceau quien troqueló el término “intelectual” como aquel que, sin contar con mandato expreso, pone su inteligencia al servicio de las causas sociales. Esta figura, que corresponde a la tradición anglosajona iniciada por Aeropagítica, publicada por John Milton en noviembre de 1644, en pleno apogeo de la guerra civil en Inglaterra, fue desarrollada bajo el término intelectual público, acuñado por Russel Jaco- by. Scherer pertenece a esta tradición; asumió en nuestro medio este carácter, como aquel que compromete su competencia, su autoridad específica y los valores asociados al ejercicio de su profesión, como son los valores de la verdad, en la contienda política. En este contexto Scherer se caracterizó por formular cuestionamientos embarazosos, confrontar ortodoxias, denunciar la obsolescencia de “la comunidad de suposiciones” creada con un halo de veracidad pero con un marcado carácter dogmático por las élites políticas y económicas, que con ella legitiman sus políticas públicas. Coincidimos en la crítica a la política neoliberal que se ha convertido en una teoría social irrelevante y socialmente inoperante. El neoliberalismo se redujo a una retórica cuyas nociones básicas fundamentales se convirtieron en comunes denominadores del vocabulario político y, por lo tanto, carentes de alguna utilidad para introducir análisis de situaciones específicas o bien fijar posiciones de principio. La retórica neoliberal oficializó su lenguaje; con ello terminó por banalizarse. Se convirtió en mera rutina administrativa y abandonó su controvertido postulado de modelo social. Más que un crítico social Scherer García era un observador social. Sus aproximaciones ideológicas o políticas abrevaban en sus recursos intelectuales. Las causas que defendía y las ideas que postulaba eran una consecuencia natural de los valores y principios de los que firmemente estaba convencido. Fue en este orden un hombre congruente. Sus análisis eran una constante para el mejoramiento del bienestar social; sus reflexiones estaban encaminadas a sugerir nuevos derroteros a la sociedad o bien eran abiertamente denunciatorias por su insatisfacción ante el estado que guardaba y guarda nuestra sociedad. En este sentido puede sostenerse que don Julio fue un utopista. En el ejercicio de su profesión, don Julio cumplió con el deber de cuestionar al poder legalmente constituido, que está obligado a rendir cuentas de su actuación, y con mayor razón cuando ese poder se ejerce de una manera manifiestamente desproporcionada o hace uso de políticas represivas. El objetivo de la divulgación de la verdad es contrarrestar la impunidad del ejercicio del poder y el reconocimiento de derechos y de libertades democráticas. Expresar la verdad frente al poder no proviene de un idealismo propio de Pangloss, uno de los personajes de Voltaire en su novela Candide; es ponderar cuidadosamente alternativas y presentarlas a la sociedad. La voz de don Julio era solitaria; su resonancia se debía a que estaba asociada al proceso de la defensa de la libertad a las aspiraciones de nuestra sociedad. Las enseñanzas de Julio Scherer en el proceso de defensa de las libertades públicas resultan cívicamente valiosas; es más cómodo conmemorar las libertades públicas que defenderlas, y es más sencillo defenderlas que emplearlas en una forma políticamente eficaz. Este es su legado que compromete a mi generación. *Doctor en derecho por la Universidad Panthéon Assas. 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 95 El reportero cultural “Siempre hay que buscar la cabeza”, decía Julio Scherer García. Y desde muy joven, el reportero de Excélsior ya apuntaba a los protagonistas de todo. También a los de la cultura. Es célebre su entrevista con André Malraux (21 de mayo de 1972), pero encontramos la búsqueda de Pablo Neruda desde 1949 (habría de conversar con él en 1961), de Frida Kahlo en 1952, de José Clemente Orozco en 1953, de Diego Rivera y Alfonso Reyes en 1956, de Carlos Chávez y Dimitri Shostakovich en 1959. A Francisco Goitia y a Igor Stravinsky los abordó en 1960, a Arthur Miller en 1968. Buena parte del prestigio de ese diario lo consiguió debido a su aportación cultural: Scherer abrió las páginas editoriales de Excélsior a los más destacados intelectuales mexicanos, dio vida al Diorama de la Cultura, revivió Revista de Revistas con Vicente Leñero, creó la revista Plural para Octavio Paz… La larga entrevista con el poeta, ya en las páginas de Proceso, es pieza fundamental del periodismo mexicano. 96 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 C U LT U R A “La piel y la entraña”, las memorias que Siqueiros no escribió: Híjar JUDITH AMADOR TELLO H eredero intelectual y especialista en David Alfaro Siqueiros, el historiador de arte Alberto Híjar considera el libro La piel y la entraña, primero en la trayectoria de Julio Scherer García, como un documento histórico imprescindible. Destaca sin embargo como más determinante en su vida el impacto de la protesta en el diario Excélsior, dirigido entonces por Scherer, por su desaparición y tortura tras la masacre ocurrida el 14 de febrero de 1974 en Nepantla, Estado de México. Publicado por la editorial Era en 1965, La piel y la entraña reúne las conversaciones que tuvo el fundador de Proceso con el pintor y muralista en su encierro en la penitenciaría de Lecumberri entre 1960 y 1964, durante el gobierno de Adolfo López Mateos que lo acusó del supuesto delito de “disolución social”. A decir de Híjar son un testimonio “muy importante”, incluso “sustituye a las memorias que nunca escribió Siqueiros”: “Pareciera que es un anecdotario, pero en realidad son momentos clave de la vida comunista de Siqueiros, por fortuna no limitada a la pura cuestión estética, es mucho más que eso, es la referencia a las luchas que dio por el socialismo durante toda su vida.” El historiador de arte, especialista del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas (Cenidiap) del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), responde, a pregunta de este semanario, que no obstante haber trabajado cercanamente con Siqueiros, nun- ca presenció ninguno de los encuentros de Scherer con el pintor en el llamado Palacio Negro. Entonces evoca el trágico acontecimiento que vivió tras haber pertenecido a las Fuerzas de Liberación Nacional (FLN) durante la llamada “guerra sucia” en México: “La relación más cercana fue cuando yo estaba desaparecido: Cómo las páginas editoriales de Excélsior fueron ocupadas por compañeros periodistas que escribieron sobre lo que estaba pasando, después que se supo de la masacre en Nepantla.” Recuerda que el columnista Nikito Nipongo decidió publicar un texto con su nombre real, Raúl Prieto, acerca de la joven Dení Prieto, quien fue masacrada junto con cinco compañeros en un ataque militar a la casa de seguridad que tenían las FLN en Nepantla: “Raúl Prieto publicó un bello texto relacionando esto con la ejecución del últi- Como sacarse la lotería FERNANDO DEL PASO J ulio Scherer era tan gran periodista como gran amigo. Y ser amigo de Julio era como sacarse la lotería. ¡Julio Scherer! ¡Yo lo tengo! Siempre lo tuve y lo disfruté porque sobre todo sabía escuchar a sus amigos. Scherer sabía escuchar como ninguno el ruido de la corrupción, los gritos de la injusticia, el escándalo de las masacres. Se nos ha ido un gran mexicano. Uno de los orgullos más grandes que tuve en la vida fue tenerlo como jefe en la revista Proceso, y como amigo en toda oportunidad. O mo preso político, que se llamaba Salvador Puig Antich, muerto a garrote vil (una silla para la pena capital) por la dictadura de Francisco Franco.” Hace él ahora la comparación del caso: “Entonces, en la feroz dictadura de Franco, el acusado fue procesado, su familia lo pudo visitar, se le dio licencia de pasar la última noche de su vida con la familia, su cuerpo les fue entregado a sus compañeros, hicieron un funeral público, fue enterrado por ellos; mientras en la democracia mexicana el cuerpo de Dení Prieto estuvo un buen rato sin saberse dónde había quedado, fue masacrada sin juicio y asesinada por esa combinación espantosa de federales, seguridad y ejército.” –¿Un caso que recuerda Ayotzinapa? –¡Claro! Y en especial yo fui beneficiado por las páginas editoriales del Excélsior de Scherer, cosa que agradeceré siempre… No sólo escribió Raúl Prieto, otros más también. Híjar no estuvo en Nepantla, pero “fui el único del Distrito Federal de las FLN que fue sacado a patadas de su casa, desaparecido y torturado por lo que empezaba a ser la brigada blanca de Miguel Nazar Haro. Entonces, mientras estuve desaparecido empezaron a escribir en Excélsior y a dar la noticia. “Me tuvieron que aparecer gracias a toda la gran campaña que se hizo. Estaba yo con otros compañeros de Monterrey, a quienes obviamente no conocía porque así es el clandestinaje revolucionario. Y bueno, pues las menciones que se hicieron de mi caso fueron importantes para que no acabara yo aventado en una barranca, en un pozo o algo así.” O 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 97 Archivo Proceso Los relámpagos de Ibargüengoitia* ARMANDO PONCE N ingún periodista cultural hubiera desdeñado una entrevista con Jorge Ibargüengoitia, pero en mi caso se trataba además de un asunto de privilegio. Conocía y admiraba toda la obra del escritor, a quien Julio Scherer había invitado a colaborar en las páginas editoriales del periódico Excélsior, donde yo me inicié. Con el golpe gubernamental al diario en 1976, solidario, Ibargüengoitia había renunciado. Ni un par de años después, ya Scherer al frente de Proceso, el autor de Los relámpagos de agosto fue a despedirse de él porque iba a radicar en Nueva Jersey, “harto de la Ciudad de México” según me dijo mi director pidiéndole que lo entrevistara. –Vaya directamente a su casa, que sienta que lo queremos –replicó cuando le dije que le llamaría por teléfono a su casa de Cerrada de Reforma 48, en el centro de Coyoacán. Había leído en La ley de Herodes los pormenores que el dramaturgo “frustrado” y narrador exitoso había contado acerca de cómo construyó esa casa neocolonial mexicana, en cuyo patio delantero yo esperaba luego de que el portero me recibiera. Desde ahí miraba, tras un cristal inmenso, la espaciosa estancia, que terminaba también en otro cristal, que cerraba el patio trasero, desde entonces vi 98 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 borrosamente una gran figura que agitaba las manos y avanzaba. A los pocos segundos, estaba frente a mí Jorge Ibargüengoitia, inmenso, con camisa verde botella y pantalón caqui de dril, diciéndome que qué hacía yo ahí, que él no quería ninguna entrevista, y con el brazo levantado me indicaba que saliera de su casa. Balbuceé algunas palabras (“Proceso”, “Scherer”, “la Ciudad de México…”) mientras el escritor miraba el libro que llevaba yo bajo el brazo, un ejemplar de algún volumen suyo (creo que Viajes en la América ignota), por aquella época inconseguible, y que por inconseguible había comprado sin dudarlo para ver si al término de la entrevista me lo autografiaba; el caso es que Ibargüengoitia se detuvo al verlo y me dijo, ya en el umbral: –¿De dónde lo sacó? –Lo compré en una librería de Guadalajara… –Es que está agotado. –Sí, ¿lo quiere? Tomó el volumen y parco, más que preguntar, dijo: –Qué es lo que desea. –Es que como usted le contó a Julio Scherer su molestia de vivir en la Ciudad de México, me pidió que lo entrevistara sobre esas razones… –Mire, estoy muy atareado empacando y esas cosas. En poco más de un mes estaré en Nueva Jersey, mándeme allá un cuestionario. –¿Me da su dirección? –me atreví. Todavía no la tengo –dijo y cerró el portón de madera. * * * Mes y medio después entré a la oficina del director de Proceso: –Don Julio, ¿me regalaría una pregunta para Ibargüengoitia? Estoy haciendo mi cuestionario. –No, para qué un cuestionario, que sienta que lo queremos, dígale a Elenita que lo comunique y dígale a don Jorge que se va usted inmediatamente a entrevistarlo. Paralizado porque en aquella primera etapa de Proceso, un viaje así era un exceso económico, un verdadero lujo (por lo visto don Julio estaba decidido a consolidar el semanario con materiales de la más alta calidad, y sabía que el solo hecho de que Ibargüengoitia dejara la ciudad por invisible era un hecho contundente que evidenciaba al México del momento), tres minutos después, con su habitual perfección, mi hermanita Helen (como llamaban a la secretaria del director) tenía ya el dato y me comunicaba a Nueva Jersey con Jorge Ibargüengoitia, ni más ni menos. –Don Jorge, cómo le va, quiero saber dónde puedo buscarlo en Nueva Jersey y cuándo para la entrevista. –De qué entrevista me habla. –¿Se acuerda de mí? Fui a su casa a so- C U LT U R A licitarle una entrevista y usted me dijo que en un par de meses le enviara a Nueva Jersey un cuestionario. –Cuestionario sobre qué. –Sobre por qué usted se fue de la Ciudad de México. Usted le contó a don Julio Scherer que estaba harto de la ciudad, de la contaminación, del tráfico, de que cuando llegó a Coyoacán había niños al lado de su casa que jugaban todo el día con una pelota y que veinte años después seguían jugando con una pelota. -Qué voy a saber yo de la ciudad, entreviste usted mejor a un taxista. Nervioso, intenté una breve y conveniente argumentación. –No es lo mismo, usted es un escritor conocido, en México desgraciadamente la voz de un taxista no cuenta. Y usted se está yendo de la ciudad. –Sí, pero no tiene caso. Además seguramente usted viene a Nueva York a un congreso de economía o de Naciones Unidas, y de paso a entrevistarme. En ese momento, a punto de desistir, encontré el hueco definitivo y le dije victorioso: –Al contrario, don Julio me está enviando sólo para hablar con usted, yo soy reportero de cultura. –Pero el narrador contraatacó: –¡Ah, no!, entonces peor, no tiene caso que gasten tanto sólo para venir a verme. Ibargüengoitia, sentí con horror, se me había escapado. Con una carga de rencor mortal sólo acerté a decir, levantando la voz y golpeando las palabras: –Gracias, maestro. Colgué el teléfono con fuerza mientras alcancé a oír algo del otro lado de la línea, pero ya iba camino de la dirección. Me detuve unos segundos para retirar la ligera tela de agua en los ojos. –Don Julio, ya le di en la madre a su relación con Ibargüengoitia. Mientras me instaba a contarle, Scherer movía la cabeza, dándome la razón. A medida que relataba la conversación, y llegado el remate, Scherer repetía, dos, tres, cuatro veces: –Don Armando, que Ibargüengoitia vaya y chingue a su madre. Cuando lo dijo por última vez, me sentí consolado. Y al salir, la rabia y la decepción de no haber podido entrevistar a mi narrador predilecto se me habían quitado para siempre. O ________________ * Una primera versión fue publicda en el número 5 del periódico cultural de la Delegación Coyoacán, La Rosita (agosto de 2001), dirigido por la colaboradora de Proceso, Susana Cato. El gusto por las letras RAFAEL VARGAS H ace exactamente 54 años, el 8 de enero de 1961, un reportero de 35 años de edad llamado Julio Scherer García, con 19 de trabajar en Excélsior, entrevistó durante dos horas al mundialmente famoso poeta Pablo Neruda, que se encontraba de paso por México, rumbo a Chile. Venía de estar un mes en Cuba, donde había dado recitales, conferencias y entrevistas, y publicado el libro de poemas Canción de gesta, dedicado a los patriotas portorriqueños y a los revolucionarios cubanos. Naturalmente, como se lo anuncia a Scherer casi al principio de la conversación, “El punto de Cuba será el más amplio de nuestra conversación”. Scherer batalla para tomar nota de lo que Neruda le dice, pues aún no se utilizan grabadoras, y cada vez habla con más rapidez. (“Hay que hacer esfuerzos, no ya para seguir fielmente su lenta declaración inicial, sino para ir fijando en el papel las ideas centrales que detalla”). Pero no pierde palabra. Luego le pregunta por Siqueiros, en prisión desde 1960 por censurar a Adolfo López Mateos, presidente de México a partir del 1 de diciembre de 1958. Neruda se ha entrevistado con López Mateos y, naturalmente aboga por la liberación de Siqueiros. “Pero no depende de mí…”, le dice a Scherer. (López Mateos indultará a Siqueiros, pero sólo a finales de 1964.) Neruda habla, por último, del provincianismo que hay en la reverencia con que la América Latina mira el premio Nobel (lo obtendrá diez años más tarde): “Lo importante es que rompamos con esa tutela que tiene cierto aspecto colonial.” La entrevista, redactada en unas cuantas horas para aparecer en la primera plana de la edición del día siguiente, deja ver la capacidad de síntesis de Scherer, que condensa dos horas de conversación en diez cuartillas, su habilidad para describir el contexto en que aquella se produce, y su ánimo juguetón para enviar algún guiño al lector que conoce la poesía de Neruda. Haciéndose eco de un verso del poema 15 de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada (“Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:”), Scherer apunta: “Si alguien observara de lejos a Pablo Neruda y su voz no llegase hasta él…”. Neruda no fue el único escritor entrevistado por Julio Scherer (son también memorables sus conversaciones con Miguel Ángel Asturias, André Malraux y Martín Luis Guzmán, por citar sólo tres al botepronto), ni la única vez que hizo patente su admiración por un escritor: movido por la admiración redactó un buen número de artículos sobre autores como José Vasconcelos, Gabriela Mistral, Andrés Iduarte, Carlos Pellicer, Alfonso Reyes… La literatura tuvo para él siempre la mayor importancia. Fue por ello que cuando se convirtió en director de Excélsior, el 1º de septiembre de 1968, llevó a tantos escritores a colaborar cada semana en la página editorial. Fue por ello que a comienzos de 1971 buscó a Octavio Paz, recién llegado a México, para proponerle que realizara una revista con el apoyo de la cooperativa del diario Excélsior. Fue así como nació Plural, en octubre de ese mismo año. Fue por ello que invitó a Vicente Leñero al frente de Revista de Revistas para revitalizarla. Fue por ello que apoyó a Ignacio Solares para convertir el Diorama de la Cultura en el mejor suplemento dominical a lo largo de ocho años. Fue por ello que supo allegarse para Proceso las colaboraciones de Gabriel García Márquez, de Julio Cortázar y de Carlos Monsiváis. Fue por ello que dio al “Inventario”, de José Emilio Pacheco, un lugar privilegiado en la sección cultural de este semanario, en el que acabó por convertirse en la mejor columna literaria que haya tenido una publicación periódica mexicana en el último tercio del siglo XX. Su sensibilidad hacia las letras es palpable, por supuesto, en su propia prosa. Felizmente, en los últimos años de su fecunda vida encontró la oportunidad que acarició desde que era un joven reportero: tener tiempo para escribir libros. En ellos desplegó su vasto saber periodístico, y corroboró con cada uno algo que se ha dicho muchas veces y que siempre será cierto: el gran periodismo es gran literatura. O 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 99 Su enorme melomanía SAMUEL MÁYNEZ CHAMPION A l cobijo de la música se desliza el fragor de la existencia”, solía decirme Julio Scherer García. Y ahora, con los oídos de la memoria anegados por su ausencia, sólo atino a evocar un caracol lleno de auroras. Necesito acercarlo hasta mi oreja para poder escuchar los giros del tiempo que se transforman en luz. Después he de cerrar los ojos para lograr percibir en sus circunvoluciones las mareas donde nació la vida, el sonido y las palabras. Éstas, “hijas del hombre”, como él ya había dilucidado, son tal vez el asidero para tratar de arrancarme alguna evocación. Desfilan la voluta y el glifo. Braman los rumores y el silencio. Amaga el tiempo que nos vive y nos supera. Y al final, la memoria, terca como él la definió y para mí la añoranza, como el último de los bienes terrenales. Heme pues, demediado con las invocaciones sin tregua, tratando de darle coherencia a los recuerdos. Mi vida íntegra estuvo imbricada con la suya e, invariablemente, la música fue el puente que abría la comunicación y que nos llevaba, sin tapujos ni inhibiciones, hacia los temas más íntimos de nuestras propias vidas. Surge así, espontánea, la primera remembranza compartida: El siguiente recuerdo que me habita contiene al gran periodista como a una figura paterna, pero asimismo descomunal (mi padre era médico de cabecera de la familia Scherer Ibarra): Por una lectura fortuita me había enterado, en la misma época de la invasión a Irak orquestada desde Washington por el execrable Bush Jr., que Mozart había concluido su ópera Mitridate musicalizando unos versos que decían: No cedamos al Capitolio,/ resistamos a aquel orgullo/ que no ha sabido contenerse aún./ Siempre guerra y jamás paz /Hay entre nosotros un altanero energúmeno/ que pretende al mundo entero/ privar de su libertad. Me parecía que el paralelismo se perfilaba nítido y que era aconsejable convertirlo en una nota 100 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 informativa. Corrí exaltado con un esbozo escrito a su morada, él era el único que podía darme un parecer objetivo. Leyó con detenimiento y al término de la primera cuartilla, con una sonrisa en el semblante, sentenció: “Me gusta mucho, Samuelacho, veré que se publique en Proceso.” En desordenado tropel aparece otra intempestiva visita a su torre para contarle de un nuevo hallazgo que supuse lo emocionaría. No me equivoqué. Como ya era la norma, le hacía escuchar primero, a través de los audífonos de mi discman, la música, y después versaría sobre su génesis. Se trataba del poema sinfónico Finlandia despierta que Jean Sibelius había compuesto para solidarizarse con los periodistas de su patria que se habían quedado sin empleo por haberse atrevido a denunciar los atropellos de la dictadura rusa. Su comentario acomunó a su enorme melomanía su conocido repudio por los abusos del poder: “¡Hijos, Samuelacho, hijos! ¡Qué dato me estás revelando! Escucho ahora a Sibelius con nuevas orejas. Dame los pormenores por escrito porque me gustaría abrir una conferencia con ellos.” Y aparejado con Sibelius, o con Tchaikovsky o Dukas para el caso, estaban los músicos alemanes que, en su decir, lideraba Beethoven. Siempre el sordo de Bonn como puerto de arribo de sus apetitos sensoriales. –De acuerdo, Beethoven a veces roza lo sublime, pero su deuda con Mozart –decía yo– es incuantificable. –Nunca –rebatía con el ánimo encrespado–. Beethoven es la cima de la música y de la civilización occidental. –Así lo sitúa tu predilección mas, en realidad, es uno de los muchos que forjó la gran tradición germana que se perfila primero con la familia Bach, me atrevía yo a discrepar. Y en debates apasionantes me instaba para que le hiciera conocer nuevas obras que, de inmediato, volvía suyas desentrañando su esencia. Una de las más remotas de nuestro haber mancomunado fue la Serenata para cuerdas de Dvorák.1 ¡Qué gozoso delirio el suyo! Natural fluyó su comentario al cabo de la primera audición: “Dime que a ti también te vuelve loco. Hazme escuchar de nuevo ese primer tema, es como si a través de sus notas respiraran los bosques de Bohemía…” Ya fuera en su casa o en la mía, vibraban las charlas donde, gallardo, sostenía que la única adicción a la que se sometía por voluntad propia era la de la música, como forma artística suprema. Gracias a ella, repetía, la existencia amainaba sus grilletes. Yo terciaba diciendo que me bastaba con escuchar una modulación bien lograda para que mi interior se iluminara por dentro2; y que, también como él, con la simple resolución de una disonancia atravesaba umbrales de mundos recónditos sin necesidad de enervantes. Supe por sus pláticas del gusto de Luis Donaldo Colosio por Vivaldi y de las desdichas de los Beethoven. Alameda Central millonarios que presumían de su C U LT U R RA A amistad. Jamás la confidencia desleal. Escuché relatos alucinantes de su cercanía con tiranos y recibí reprimendas por quejarme de los rigores de la profesión de músico. En la dedicatoria de uno de sus libros me escribió: “El periodismo es rudo como el violín, como la alta e inaccesible literatura, como los días que vamos viviendo, uno a uno… pero sólo en la rudeza se halla el amor”. En otro de los recodos más álgidos de mi tránsito vital, le pedí ayuda –siempre lo hice cuando hube de enfrentar decisiones cruciales– para resolver un problema acuciante. Intuí que en el cedazo de su sensibilidad encontraría la respuesta. Tampoco me equivoqué. Armaba yo la reelaboración de la ópera compuesta por Vivaldi alrededor de la deformada figura de Moctezuma II, y en el afán de transformar la anodina farsa original en la verdadera tragedia que significó la Conquista para el emperador mexica, pensaba que debía incorporar el movimiento lento del Invierno. A mi entender, su melodía –quizá la más hermosa del barroco italiano– clamaba por algún sitio especial de índole luminosa, y en mi trabajo la pesadumbre invadía todos los rincones. Las cavilaciones no me conducían a ningún lado hasta que lo interpelé al cabo de otra cena memorable. Mis palabras introductorias fueron directamente al punto: –Dime, ¿qué efecto te produce esta música o en qué condiciones te gustaría escucharla? Mientras la degustaba fue palpable cómo su respiración se hacía más honda y cómo, echando la cabeza para atrás, distendía los músculos del rostro. Apretado el botón de stop del lector de discos compactos se hizo un silencio que ninguno de los dos atinamos a mancillar, necesitado nuestro ánimo de unos segundos de asimilación. En su conmovedora respuesta residía la clave que sólo él podía vislumbrar. Entendida así, la claridad era evidente. Aunque no llevara letra, ahí debían cantarse las palabras postreras del incomprendido tlahtoani.3 Consigno aquí su propia versión de los hechos y engarzo mi espíritu, con palpitante agradecimiento, en la certeza de su partida hacia ese remanso acuático pletórico de sonidos y de colores donde se mitiga la soledad del cuerpo y se restañan las llagas del espíritu, las caracolas marinas precediendo el cortejo: “Samuelacho, aquella noche cesó la reflexión sobre mi cuerpo y advertí que desaparecía mi ego. Sin peso me dejaba llevar por un plano inclinado. Desconocía el lugar de destino, pero adivinaba que se trataba de un lago azul. Escuchaba esa música inefable compuesta por el sacerdote de Venecia. Así, sin cuerpo, querría morir…” O __________________________ 1 Se sugiere la audición del movimiento Moderato de la obra op. 22 del compositor checo. Disponible en la página proceso.com.mx 2 El arte de modular es aquel donde se pasa de una tonalidad a otra, es decir, donde cambian los colores auditivos. 3 Se recomienda la escucha del producto resultante. Disponible también en la audioteca del semanario. El joven Scherer “descubre” a “un Bach mediterráneo” ROBERTO PONCE E n “Giacomo Facco, un Bach mediterráneo”, cuarto capítulo del libro Giacomo Facco, maestro de reyes (Ed. Don Bosco/FONCA, segunda edición 1997, 270 págs.) escribe el compositor, director de orquesta y musicólogo italiano Uberto Zanolli Balugani (Verona, 7 de mayo 1917-Ciudad de México, 20 de diciembre 1994): “El domingo 23 de abril de 1961 apareció un formidable artículo en la primera plana del periódico Excélsior de la capital mexicana, debido a la elegante pluma de Julio Scherer García: ‘250 Años Después de Morir. Nace Aquí Giacomo Facco, un Bach Mediterráneo’ era el título a dos columnas… Creemos casi inútil decir que el artículo suscitó asombro en los medios musicales y culturales del país.” Zanolli Balugani reprodujo fragmentos de aquel amplio reportaje del joven Scherer, quien dio la primicia del redescubrimiento de Facco, así: “Desde hace varias semanas existe en el mundo de la música Giacomo Facco. Es, según todos los indicios, un artista genial descubierto en México pues sus partituras, que datan del siglo XVII, fueron encontradas aquí, en un archivo polvoso y olvidado del Colegio de las Vizcaínas. “Uberto Zanolli vive en continuo estado de exaltación. Apenas duerme. Su esposa (Betty Fabila) confiesa, no sin alarma, que se encamina hacia el lecho cerca de las cuatro o cuatro y medio de la madrugada y que tres horas después ya está de nuevo de pie… Para Zanolli se ha iniciado una nueva existencia. La liga a un ser que no conoce, pero de quien sabe estuvo dotado de ese hálito que nadie nos explica todavía cómo se produce y que es el del creador genial. Se llama Giacomo Facco. Es como él, como Zanolli, de la región del Véneto… se ha confirmado que tuvo nexos con España y se deduce que fue él quien envió a los grandes centros culturales de la Colonia los manuscritos del compositor del Véneto, mismos que hace poco fueron casualmente encontrados en lo más profundo de archivos…” El reportaje de Scherer comprendía pasajes impactantes del también crítico, conferencista y poeta itálico retratado en sus años mozos, cuando sufriera persecución y suplicio nazis: “Zanolli, ex oficial del ejército italiano, enemigo de Mussolini, víctima de los campos de concentración germánicos, esqueleto humano que soportó los peores castigos e inclusive la agonía de excavar su propia fosa… Muchas veces se ha visto ante la muerte… ha sepultado su nombre y recordado que era, solamente, un número. El 42687 ¡cómo olvidarlo! “–Bueno –dice bruscamente–. Pues, Facco, sí, está llamado a ser un genio de la música, descubierto dos siglos y medio después de su existencia, créame, es como un pequeño Bach mediterráneo. Aquí en México enriqueceremos la historia de la música con este ser excepcional… “‘Ah, Facco, ya verá lo que ocurre cuando estrenemos el primero de sus doce conciertos’.” A poco tiempo de salir la noticia en Excélsior, Uberto Zanolli y su esposa soprano Betty Fabila estrenaron la docena de conciertos de Facco Peniseri Adriarmonici y la cantata Clori en nuestro país, investigación y desarrollo del veronés fundador de la Orquesta de Cámara de la ENP-UNAM. Cuando en el verano de 1995 el Conjunto de Cámara de la Ciudad de México, conducido por Benjamín Juárez Echenique, presentó el Concierto número 10 de Facco como si fuera estreno en México, tanto Betty Fabila como su hija pianista Betty Luisa Zanolli Fabila acudieron a este semanario para desenmascarar la impostura, acompañando su alegato con el mismo reportaje escrito por Scherer en 1961 (“Traición histórica a Giacomo Facco y Uberto Zanolli”, en Proceso 979). 20 años tras la desaparición de Uberto Zanolli, Betty Luisa Zanolli ofreció una conferencia en concierto a mediados de octubre pasado donde reconoció a Julio Scherer García como el detonador del redescubrimiento universal de Facco, con su padre (http://www. proceso.com.mx/?p=385038). O 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 101 entretenimiento.terra.com.mx/ Benjamín Flores Miguel Dimayuga La evocación cercana de Del Toro, Mandoki y Cazals COLUMBA VÉRTIZ DE LA FUENTE G uillermo del Toro, director de las películas Cronos, Hellboy, Blade II, El laberinto del fauno y Pacific rim, entre otras, plantea que “ahora, más que nunca en México, hombres como Julio Scherer García son indispensables”. El famoso cineasta lo define en seguida: “Julio Scherer García estaba siempre abierto a los amigos y era justo, intachable y feroz con los enemigos: los nombraba sin miedo, frontal y públicamente.” En su libro La terca memoria, que el fundador de este semanario publicó en 2007, dedicó cinco páginas a Del Toro, quien también es guionista, narrador y productor con una trayectoria y notoriedad mundial no sólo en la pantalla grande, también en la chica, ya que creó la serie de drama, terror y ciencia ficción The strain (en español La cepa) basada en la primera novela de la Trilogía de la oscuridad que escribió el realizador junto con Chuck Hogan. El texto del exdirector de Excélsior y doctor honoris causa en 2006 por la Universidad de Guadalajara (por cierto Del Toro es jalisciense), inicia así: “Guillermo del Toro se presentó en mi casa y pidió un vaso de agua. Al rato, un huisqui en las rocas. Amistoso, platicador, nos reunimos con su esposa Lorenza, su 102 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 representante Bertha Navarro (productora de cine), Luis Mandoki y su hijo Daniel, aún niño, y apretado contra él, María, Ana y Julio, mis hijos. “…Julio, provocativo, le dijo que ni él, Del Toro, ni Alejandro González Iñárritu, ni Alfonso Cuarón, representaban al cine mexicano. Mexicanos los tres, de enorme talento, sus méritos reconocidos internacionalmente eran para el cine europeo y el cine estadunidense. Del Toro habló de su irrenunciable condición de mexicano y algo aportaba, junto con Iñárritu y Cuarón, a nuestro país. Julio respondió que donde está el trabajo está la vida, así el trabajo resulte profundamente ingrato. Respecto al país de origen podemos desvivirnos por un amor remoto que nos arranca pesares, pero que ya se fue. Otras relaciones, otras uniones fueron creando vidas nuevas. Así es y no podría ser de otra manera. La tierra arraiga a la semilla promisoria, se hace de ella. El trabajo es, por su propia condición, el único bien universal que nadie discute. “Siguió Julio y le dijo que le encantaría verlo trabajar en México, en los callejones mexicanos, en el habla nuestra, en los guiones de Vicente Leñero, humor, gracia y cabronería. Pero ya partía Del Toro para Budapest, un año, para trabajar con magiares, para vivir las dos capitales en una, la de los acomodados y la otra, pero una sola gran ciudad bañada por el agua del mismo cielo. “Del Toro nos invitó a todos a encontrarlo allá. Sería una fiesta. Sentía que en la noche que se iba haciendo muy noche, nos habíamos consagrado a una amistad que no debíamos perder. Coincidimos en otros puntos: México ha ido por un mal camino, ha perdido oportunidades, vive un declive que alarma sin que sepamos aún cuál será la salida, si ésta existe, pensando seriamente en ciento diez millones de mexicanos y no en la mitad o menos.” Ahora Del Toro, refiere para Proceso: “Su ausencia resulta imposible: un hueco enorme en nuestro mapa social y cultural. Pero el legado que deja detrás –el legado valiente, inteligente y comprometido– se vuelve ahora, frente a su partida, aún más importante. La labor de su vida está tejida en las vidas nuestras: está en nosotros buscar que su voz nunca se apague.” Luis Mandoki También célebre cineasta en Hollywood y México, Luis Mandoki, nacido en la Ciudad de México en 1954 y creador de dos documentales acerca de las elecciones presidenciales de México de julio de 2006: ¿Quién es el señor López? y Fraude: México 2006, se refiere así del autor de Siqueiros. La piel y la entraña: y El poder. Historias de familia: “Hay muchos momentos que disfruté con don Julio Scherer García. Le tenía un cariño, como si fuera mi propio padre. Era de las gentes más inspiradoras en este país, con su ejemplo, pero al mismo tiem- C U LT U R A po con su humanidad a muchos niveles. ¡Claro!, es el luchador de la libertad de expresión y por otro lado el padre y el esposo. Hablaba de su mujer que ya había fallecido y hurgaba el alma humana en todos sus escritos, podía ir desde esas largas entrevistas, como en La Reina del Pacífico, y encontrar la humanidad de esa mujer, y al mismo tiempo estaba en esa lucha incansable por la libertad de expresión y la democracia en este país. “Siempre era escuchar una voz que rompía lo que uno esperaba. Transgredía simplemente las pláticas cotidianas con su agudez.” Mandoki rodó el filme mexicano Voces inocentes, el cual transcurre durante la guerra civil salvadoreña de 1980. La estrenó el 16 de septiembre de 2004 y se basa en la infancia del escritor salvadoreño Óscar Torres. La película aborda el uso de los niños por parte del Ejército y también muestra la injusticia en contra de personas inocentes que se ven obligadas a combatir en la guerra. Rememora en entrevista que el periodista Julio Scherer García le platicó que uno de los momentos de la cinta que le conmovieron fue el de los niños bajo las camas mientras las balas cruzaban las paredes de sus casas: “Encontraba ahí, la inocencia, el juego que se interrumpía por la violencia de balas irracionales que eran ciegas al tictac del corazón de un infante.” Siempre obsequiaba un libro, revela Mandoki, quien filmó La vida precoz y breve de Sabina Rivas (2012), The edge (2003), Trapped (2002) y Angel Eyes (2001). “Con don Julio los momentos no eran comunes, te dejaba conmovido, también tenía un increíble sentido del humor que rompía la solemnidad”, agrega. El director cinematográfico revive otra circunstancia: “En 2006, cuando Andrés Manuel López Obrador traza el plantón, yo estaba con mis cámaras y mi equipo y nos encontramos con don Julio en una habitación del hotel de la Ciudad de México, desde donde por una ventana realizábamos algunas tomas. Entonces me confió: ¿Será que el plantón nos llevará a la posibilidad de la democracia? o ¿el plantón será una forma de válvula de escape para impedir que se desate la violencia? Y en su mirada había un dolor que no era el dolor simplemente del político, o de otras formas de ver la vida, sino la del hombre que amaba este país, y que ya estaba cansado de que México no avanzara en ese rumbo.” mio Nuevo Periodismo 2002, Scherer García, y al narrador, periodista, guionista y dramaturgo Vicente Leñero, con cineastas como Felipe Cazals, y hablaban de todo: cine, literatura, teatro, política, un sinnúmero de temas. El nada más y nada menos realizador de Canoa, Las Poquianchis, Los motivos de Luz y Su Alteza Serenísima, entre otros filmes polémicos, recuerda para esta revista esos tiempos con el autor de La piel y la entraña, Los presidentes y Salinas y su imperio: “Entre los afortunados que compartimos la mesa y el whisky de la casa de Armendáriz Jr. queda el vivo y afectuoso recuerdo de don Julio Scherer, vaso en ristre, agudo, atento y certero como ninguno de los presentes al tema en turno; sin pretensiones de ser considerado como un árbitro pero siempre dispuesto a ejercitar su derecho irremediable a no anticipar concesiones ni conclusiones. “Don Julio Scherer, siempre alerta, con el fino paladar de un experto cazador de erratas históricas convertidas en noticias de falso cuño, enseñado, por su propia voluntad, a conservar la mirada serena de aquel que mucho ha oído y visto antes de decidirse a ser escuchado, sin ceder, sin alardear, y con los pelos de la burra en la mano.” El además guionista y productor de cine mexicano completa: “Así. Muy afortunados comensales fuimos con la presencia de don Julio entre nosotros, y más todavía, cuando afirmaba que: ‘Las verdades pueden ser muchas pero la conciencia sólo es una’. ¡Salud !” O Felipe Cazals El actor Pedro Armendáriz, hijo, reunía en su hogar, o en algún restaurante, al Pre- 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 103 Un soneto de Héctor Suárez COLUMBA VÉRTIZ DE LA FUENTE E n dos ocasiones, el primerísimo comediante Suárez estuvo a punto de recrear a Julio Scherer García en una película. A éste le parecía perfecto y sin duda el único artista que lo podría concebir, cuenta Suárez que le comentó el dramaturgo y guionista Vicente Leñero. En 1979, el productor Gustavo Alatriste estaba interesado en adquirir los derechos de la novela Los periodistas. Leñero y Alatriste se vieron y éste le manifestó estar dispuesto a pagar muy bien por los derechos, a condición de que Leñero no interviniera, y deseaba que a Julio Scherer García lo interpretara Suárez. “Alatriste tenía un punto de vista particular sobre los hechos. No se apegaba al libro y por eso Leñero no le vendió los derechos”, concreta el creador de personajes como El No Hay. El escritor Gerardo de la Torre escribe en el libro Vicente Leñero: Vivir del cine que el largometraje Los periodistas no iba a finalizar como en la novela, con la fundación de Proceso, “sino con Suárez como Scherer caminando por Paseo de la Reforma chille y chille, y todos sus compañeros chille y chille; entonces, un taxista que iría por la lateral sacaría la cabeza por la ventanilla y les gritaría: “¡Pendejos!”. Esa iba a ser la última toma de la película”, se lee en el volumen. Suárez rememora que ocho meses antes de que falleciera Alatriste ( 25 de julio de 2006),éste lo llamó porque quería levantar de nuevo el largometraje para interpretar el papel del creador de los volúmenes Cárceles y Secuestrados, pero nada se logró. El protagonista de los filmes El mil usos y El mil usos 2 varias veces estuvo en contacto con el fundador de Proceso, quien le escribió un texto para su página en internet. Hoy opina: “Don Julio sin duda es una figura clave y fundamental en la prensa y la libertad de expresión en México. Fiel a su postura crítica ante el sistema político de México. Un hombre único, fuera de serie. Arte “La piel y la entraña” BLANCA GONZÁLEZ ROSAS D on Julio Scherer tenía 39 años cuando publicó su primer libro en el año de 1965. Y fue sobre un artista, apasionado, audaz, contradictorio y activista político: David Alfaro Siqueiros. Sin detallar el origen de su interés por el pintor mexicano, Scherer sugiere en el prólogo su insistencia y paciencia por entrevistas que sólo tuvieron tiempo “En pri- 104 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 “Soldado y guerrero apasionado por la verdad y la honestidad. El periodismo valiente, disciplinado, riguroso y honesto es el legado de don Julio.” Para honrar a quien en los últimos años era el presidente del Consejo de Administración de este semanario, “con quien pasé momentos muy gratos”, creó él este soneto: “7 abril 7 de enero” Éste mi amigo tan comprometido Con la rara bandera de la verdad, Sin falsos argumentos de honestidad, Ni fama, ni lisonja ha pretendido. Julio Scherer no excusó los horrores, Tampoco los llenó de colorido. Amigo y guerrero leal y muy querido, Venció al poder, olvidando rencores. Fue ejemplo de escribir con cuidado, Fue una pluma ardiente y delicada, Periodista único y respetado. Su fuerte presencia será extrañada. Su recuerdo en mí, nunca es demasiado. Modelo de una carrera NUNCA errada. El comediante finaliza con una posdata: “Julio Scherer: Pobre de México sin ti… Pobre de mí… Pobres de nosotros…” O sión, lejos de los murales, sin mítines, sin reuniones, encerrado en una caja de zapatos”. Dividido en 52 breves textos que fusionan pasado y presente del entrevistado con la sensible mirada del entrevistador, el libro Siqueiros. La piel y la entraña, descubre la profunda agudeza que, desde joven, tuvo don Julio para escudriñar y comprender el alma del otro y de los otros. Producto de encuentros mantenidos durante la reclusión de Siqueiros en El Palacio Negro de Lecumberri (1960–1964), la publicación devela dos aspectos esenciales del pensamiento de Scherer: la reflexión sobre la dualidad humana y la importancia de “los hechos menudos, hasta insignificantes (…) para entender algo de lo que ocurre en el interior de un hombre”. Escrito como “el apunte de un carácter”, su primer libro confronta al periodista con la mitificación social y valoración personal del protagonista: “En un principio experimenté un sentimiento de disgusto por la página escrita y pensé, inclusive, en modificarla o suprimirla (…) Siqueiros es grandilocuente venga o no al caso (…) ¿Esto lo reduce? Yo creo que no (…) Es vanidoso como mitómano fue Diego Rivera y adusto José Clemente Orozco (…) ¿No será la vanidad una de esas fuerzas menores que lo conducen a buscar la originalidad, que contribuyen a precipitarlo en todo tipo de audacias, que explican en parte sus continuos desafíos en los más variados terrenos de la conducta? Pero si la vanidad integra a Siqueiros, también oscurece su personalidad. ¿Cómo deslindar en qué momento actúa por convicción y cuándo lo mueve su desmedido amor por sí mismo?” Sin restringirse a un modelo biográfico o trayectoria antológica, las narraciones de Scherer, sin referencias de fechas, se perciben como cortes ahistóricos de una vida que, como muchas otras, fue construida con base en hechos, recuerdos, fantasías y ensueños: La admiración por la hombría de su abuelo y la conflictiva relación con el conservadurismo de su padre, la cariñosa y a veces desesperada dependencia con su esposa Birucha o Angélica, la discreta desaprobación por la perversidad machista de Diego Rivera con Angeline Beloff, la generosidad con la gente humilde, la solidaridad con los presos, la excitación de la inspiración creativa, el absurdo de la mojigatería mexicana, la ignorancia del adinerado comprador de arte que utiliza las pinturas para disimular la puerta de una caja fuerte. Notoriamente humanistas en su interpretación, los textos de Julio Scherer develan la sensibilidad de un periodista que, lejos de condenar a los presos, se conmueve por esas carencias e ignorancias que los llevaron a delinquir. Atento a detalles tan insignificantes como los zapatos –“negros, cafés, amarillos, de dos colores, puntiagudos, chatos, viejos, flamantes, recién boleados o sucios como si hubiesen recorrido el mundo”– que, a diferencia del uniforme, no les da el Estado, Scherer observa y define a los compañeros de Siqueiros como una población rencorosa y triste que, en la soledad, “acariciaría a las piedras si palpitaran”. Discretamente admirador de la capacidad de acción y demasiado romántico en su definición de arte, Scherer señala a Siqueiros como lo contrario de un contemplativo: “Cree en las formas activas (…), cree que el arte ha de reproducir seres apasionados y una naturaleza donde sople el viento y reinen el frío y el calor.” En el texto dedicado a la amistad de Siqueiros con el compositor y pianista George Gershwin, el periodista afirma que el juego de los contrarios es la clave de todo arte, esencia de cualquier drama y raíz de este mundo inagotable y profundo. Un juego que, con una ética irreprochable, Julio Scherer se atrevió a jugar desde ese primer libro que no fue dedicado a un político, sino a un artista, hombre y pintor. O Música Emilio Ruggerio, tenor olvidado por el INBA MAURICIO RÁBAGO PALAFOX E milio Ruggerio (Ciudad de México, 1971) cantó hace unos días por primera vez en México. Iba a ser un evento familiar pero más y más gente solicitó asistir, así que tuvo que conseguirse un recinto grande: la capilla–auditorio del Claustro de Sor Juana donde el tenor se presentó junto con Carlos Martínez (barítono), acompañados por el pianista Andrés Sarre. Fue todo un éxito; el programa sin concesiones, de lo más difícil: ópera, canciones italianas, zarzuela y canción mexicana. Su voz de tenor lírico ligero nos recuerda a los cantantes de antes; no le da miedo cantar y el resultado es maravilloso. Se trata de un rossiniano mozartiano que también ha accedido a papeles líricos, como los de Rodolfo en La Bohème, Fausto, el duque en Rigoletto, etcétera. “Comencé a acariciar la idea de ser cantante de ópera a los 18 años”, nos relata el tenor, “mi madre es siciliana por lo que he estado toda la vida familiarizado con el idioma italiano, que de ella y mis tíos lo aprendí. De mi padre mexicano aprendí muchos valores, como el orgullo de emilio-ruggerio.com C U LT U R A Ruggerio. En espera ser mexicano. La música me ha abierto muchas puertas. “A los ocho años me gustaba cantar a mis familiares: me ponía el saco de papá y en medio de todos cantaba siempre la misma canción inventada por mí, que terminaba con un agudo y arrancaba los aplausos. Admiraba muchísimo a Jorge Negrete. Recuerdo con mucho cariño que a los 10 años tuve un amor de infancia, para conquistarla me puse un sombrero de charro y guitarra en mano canté bajo su balcón una canción de las que cantaba Negrete, todos los días durante una semana… Jorge Negrete fue un pilar muy grande en mi deseo y amor por el canto fino.” Emilio Ruggerio estudió en el H. Colegio Militar y se graduó como teniente de infanteria fusilero paracaidista. A los 18 años comenzó a estudiar canto en la Escuela Nacional de Música de la UNAM. Pronto se presentó la oportunidad de audicionar para el Taller de Ópera del MET de Nueva York y de inmediato fue aceptado; en vista del éxito que estaba obteniendo decidió dedicar la vida al canto. “Mi debut en Europa –continúa Ruggerio– fue en junio de 1998 en el Festival Internacional en Gars am Kamp en Austria con La Bohème, de Puccini. Meses más tarde ingresé al International Opern Studio de Zurich, Suiza, y ahí compartí el escenario con grandes artistas, como Agnes Baltsa, Plácido Domingo, José Carreras, Ruggero Raimondi, Leo Nucci, Giorgio Zancanaro, Cecilia Bartoli Francisco Araiza... Tras 16 años de carrera profesional, triunfando en los más importantes teatros de Europa, Emilio Ruggerio no ha cantado aún en nuestro país. “He recurrido en varias ocasiones a las autoridades del INBA y ni siquiera me han respondido, pienso que están muy ocupados en encumbrar al elegido en turno, y a mí y a otros que están en mi misma situación, simplemente nos ignoran, no existimos.” Actualmente continúa preparándose con otro cantante mexicano triunfador en los más exigentes foros internacionales, Francisco Araiza, con quien estudia desde 1998. Esperemos que pronto Emilio Ruggerio venga a ser un profeta en su tierra. O Teatro Teatro en 2014 ESTELA LEÑERO FRANCO E l panorama teatral en cuanto a creatividad y propuestas escénicas fue múltiple y enriquecedor. Los grupos teatrales, dramaturgos, directores y actores no dejaron de producir propuestas de calidad sin que eso signifique la irregularidad en los trabajos. La amplitud de propuestas implica también trabajos fallidos o inacabados; con problemas en la dramaturgia o en la puesta en 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 105 Un año productivo escena, pero lo que sí es cierto es que pudimos ser espectadores de obras poderosas. Imposible mencionarlas todas, aunque sí recordar propuestas como Una luna para los mal nacidos dirigida por Mario Espinosa, que sorprendió por su profundidad. O Érase una vez de Jaime Chabaud, dirigida con creatividad por Marco Vieyra, o la simpática y crítica obra La amenaza roja de Alejandro Licona, presentadas en los teatros de la UNAM. También en el INBA encontramos llamativas adaptaciones contemporáneas de clásicos, como La vengadora de las mujeres, adaptada por Claudia Soto, y Finea en el Papaloapan, por Camila Villegas. También vimos propuestas atro- ces en el INBA como Próspero sueña a Julieta, o La cosa del mar en el Helénico. La Compañía Nacional de Teatro hizo un espléndido homenaje a Luisa Josefina Hernández, llevando a escena seis de sus obras bajo el título de Los grandes muertos, y continuó con temporadas de obras como Carnada de Bárbara Colio y Conferencia sobre la lluvia de Juan Villoro. La búsqueda de obras que enriquecieran nuestro pensamiento y sentimiento estuvo llena de tropezones, tal vez más esto que lo otro. Aun así, prefiero recordar los acertados monólogos de 2 de octubre mi amor de Eduardo Castañeda y La radio de Marie Curie, interpretada por Claudia Lobo. Del Teatro la Capilla rescataría la espléndida propuesta Romeos de David Gaytán y La soledad en los campos de algodón dirigida por Nora Manek. En el año de 2014 surgió de la comunidad teatral un fuerte cuestionamiento hacia los criterios de selección de las obras que apoyan estas instituciones. Las comisiones mostraron falta de claridad, poca rotación de creadores, favoritismo, mínima pluralidad en las propuestas y muchos otros aspectos que se expresaron a través de las redes sociales. Respaldar selecciones con un comité ahora, está visto, no garantiza transparencia ni criterios claros y correctos. También es cierto que la concurrencia a las convocatorias es masiva y los recursos precarios, seleccionando así pocos proyectos, en su mayoría ya producidos. En este punto hay que agregar la incapacidad del Conaculta y del INBA para responder a los compromisos económicos de pagos a creativos de puestas en escena o festivales ya realizados, situación escandalosamente injusta. Lo que más llamó la atención en 2014 es la efervescencia de espacios independientes. Teatros Foto de Marilyn Monroe en ROBERTO PONCE U n sudoroso Vicente Leñero irrumpió, agitado, en la junta al mediodía de aquel lunes sofocante por finales de julio de 1996, en el patiecito trasero de la sección cultural. Mostraba una reproducción amplificada en blanco y negro de la actriz Marilyn Monroe, sentadita; era una foto que le habían tomado en la Ciudad de México pocos meses antes de morir. –¿Qué tiene de particular? –interrogó Leñero. Reporteras y reporteros allí presentes coincidimos en haber visto alguna vez aquella imagen, sí, atractiva; pero no hallamos nada extraordinario. Acechada por cables y micrófonos, el rostro de la Diosa Rubia de Hollywood sonreía casi a fuerzas embarrado de un maquillaje excesivo. Fue Armando Ponce quien notó algo fuera de serie: –Marilyn no trae pantaletas… Leñero resopló satisfecho y propuso: –Me acaba de dar esta foto Julio (Scherer) para ustedes, quiere saber el nombre del fotógrafo que la tomó pues nadie lo conoce, en ningún lado aparece el crédito y la semana que entra Marilyn cumple 34 años de muerta. Es un buen asunto, ¿no? A ver quién se apunta y lo reportea. Hurgando el oscuro triángulo entre los muslos de Marilyn, sentí las miradas de los colegas. Miguel de la Vega musitaba a José Alberto Castro: “Otro caso para Sherlock Holmes…”, y presto, Leñero me señaló: –Roberto Ponce, hazlo tú, quédate con la foto a ver qué investigas. 106 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 Al estilo de los grandes periodistas del viejo Excélsior liderado por Scherer, salí en pos de la nota con el tiempo quemado para entregar, triunfal, mi texto el mero día de cierre: se trataba del fotógrafo Antonio Caballero. Mi reportaje con la cabeza Antonio Caballero de “Cine Mundial” relata cómo sacó la foto de Marilyn Monroe en México,“vestida sólo con mi Chanel Número 5”, y se publicaría el 5 de agosto de 1996 en el número 1031. Supe por un pajarito que mi trabajo había complacido a Scherer; pero él jamás halagaría los trabajos notables de ningún reportero en Proceso, así que decidí visitarlo un día en su oficina, como si nada, con un regalito oculto bajo la manga. –Pase, don Roberto, estoy para servirle, diga para qué soy bueno… Para que no me traicionaran los nervios, aparenté familiaridad y, palabras más, palabras menos, le dije: –Vengo a decirle algo que siempre he tenido ganas de expresar, don Julio. –Usted dirá, don Roberto… –Yo lo admiro desde que era un niño, don Julio. Específicamente desde cuando lo conocí, en 1968 yo tenía 13 años de edad y recuerdo cómo me impresionó verlo en una comida del Hotel del Prado a la que me llevó mi papá (Fausto El Brujo Ponce Sotelo, cronista de la sección deportiva de Excélsior). Recuerdo su melena, usted era muy popular… C U LT U R A en forma, pequeños foros, casas acondicionadas, habitaciones o teatro a domicilio que dieron lugar a la vitalidad del teatro que se hace en México y que poco es apoyado. El Círculo Teatral, El foro Shakespeare, Teatro El Milagro, El Foco, Foro el Bicho, Lab 13, Un teatro, Carretera 45 Teatro, Centro Cultural Off Spring, por mencionar unos cuantos. Entre las obras se podrían mencionar El último preso, con los hermanos Bichir; Mendoza, de Antonio Zúñiga; Bestiario Humano, de Diego Álvarez Robledo; Perdida en los Apalaches, Tiburón o Nuevas directrices en tiempo de paz, por mencionar unas cuantas. El punto en cuestión es, entonces, la incapacidad del estado de dirigir nuestros impuestos en beneficio de la comunidad teatral y el bienestar cultural de nuestra sociedad. Los proyectos necesitan recursos para producirse, ya que las circunstancias actuales no han posibilitado un teatro alternativo autosustentable y los espacios están listos para recibir propuestas listas a estrenar. O Cine “Perros perdidos” JAVIER BETANCOURT S i resulta cierto que Perros perdidos (Jiao You; Francia–Taiwán, 2013) sea la carta de despedida de Tsai Ming–liang, esta mirada de miseria y soledad urbana representa o el callejón sin salida de su repudio total del cine convencional, o la culminación de su manifiesto artístico. Y si el planteamiento suena radical es que la anécdota sin historia de una familia de indigentes, con padre alcohólico (Lee Kang–sheng) sin casa, anunciante de venta de casas, con hijos que se alimentan de muestras de supermercado, y secuencias inmóviles de hasta 10 minutos, es lo más radical que haya producido este realizador malayo emigrado a Taiwán. El rechazo de artificios, de estructura y lógica del relato convencional se hizo patente desde El río (1997) donde flujos y reflujos, extraños males físicos y morales inundan la imagen sin explicación; de película en película, Tsai persigue a su actor fetiche, Lee Kang– sheng, a través de situaciones cada vez más absurdas donde tiempo, soledad, incomunicación y sexualidad, resbalan por canales imprevistos. En Perros perdidos, este hombre–anuncio sosteniendo durante horas la pancarta publicitaria, llorando, moqueando y recitando poemas de sabiduría budista en medio del tráfico intenso de Taipei es el mismo personaje de las cintas anterio- busca de autor Indiferente, sin dejar de pasearse por ese cuarto lleno de libros, Scherer simplemente inquirió: –Ah, ¿sí? Y aparte de su señor padre, ¿quiénes estaban? –Eh, creo que Enrique Loubet Jr., Agustín Salmón, Bambi… Me parece que Renato Leduc andaba también por allí. Y otros reporteros del viejo Excélsior, Manuel Mejido… A bocajarro, lanzó un comentario de significación ambigua que me sacó de balance: –Nunca segundas partes fueron mejores. Entonces pensé que se refería a mí; pero ahora creo que se trataba de una alusión al Periódico de la Vida Nacional que él había dirigido hasta el funesto golpe en su contra de 1976. Saqué el llavero diminuto que acababa de comprarle en el mercado de Mixcoac, con la esferita colorida del globo terráqueo, y se lo extendí. Fue mi forma de manifestarle que él era un periodista poderoso y que como director de Proceso su poder abarcaba al mundo entero entre sus dedos. Scherer tomó el llaverito en ambas manos y durante largo rato se le quedó viendo. Pareció captar el mensaje, atrapó entre su mano derecha el mundito y lo guardó en su bolsillo. Con mirada fija, me despidió: –Muchas gracias, don Roberto. Estoy para servirle. O Marilyn. Secreto res, que nunca pudo ni entendió cómo adaptarse a la economía ni a la sociedad. Lee nunca parecía tener una vivienda formal, en el fondo siempre fue un indigente. Ahora, por primera vez, el rostro inexpresivo de Lee Kang–sheng derrama lágrimas; como si Estragón, uno de los personajes de Samuel Beckett (escritor admirado por Tsai), hubiera al fin comprendido que Godot nunca va a llegar. Pero mientras el pesimismo del gran dramaturgo irlandés persiste en el absurdo, Tsai Ming–liang, que cree en espíritus y reencarnación, ofrece una salida budista. El dato es importante para apreciar su cine y entender que la cámara estática, las largas secuencias, la ausencia de música y el mínimo diálogo imponen una visión espiritual del mundo. Su obra es contemplativa, no en el sentido del ruso Tarkovsky que abre horizontes sutiles, sino porque integra la realidad misma, por fea que parezca, como panfleto de denuncia de la injusticia social y como revelación de la poesía espiritual. De ahí que la familia de Perros perdidos se lave en baños de supermercados o estaciones sin provocar sentimentalismo porque en el fondo vive libre de reglas; o que un pintor anónimo pinte murales en ruinas urbanas, y que Lee se extasíe frente a ellos. El fortuito encuentro, en Taipei, de Tsai Ming–liang con Lee Kang–sheng, produjo una de las alianzas creativas más sensacionales de las últimas décadas de la cinematografía asiática. En la manera lenta, de reflejos dilatados, del movimiento de su actor fetiche, el realizador descubrió la vocación de su cine: exponer la corporalidad de Lee al tiempo y al entorno. En un par de mediometrajes, Caminante y Viaje al Oeste (Journey to the West), Lee es un monje budista que se desplaza a la velocidad de un caracol de jardín en total contraste del ritmo frenético de Taipei y de Marsella. La cinta se estrena en la Cineteca Nacional. O 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 107 Medios El periodismo de don Julio FLORENCE TOUSSAINT “ El periodismo independiente no necesita del poder para existir”. Tales fueron las palabras de Julio Scherer García meses después de que José López Portillo suprimiera toda publicidad del gobierno en Proceso. No úni- camente las pronunció, les dio verdad, las probó con la subsistencia del semanario. Esa era la convicción que lo sostenía, la misma que lo llevó a fundar la revista, a tomar distancia de los poderosos, a ejercer un oficio en libertad, de acuerdo a su conciencia. Fue su enseñanza primordial, ejemplo de congruencia de la que nos hizo partícipes. Uno de sus legados a la prensa nacional. “Lo importante son los hechos –decía a menudo–, opiniones las tenemos todos”. Así insistía con sus reporteros y colaboradores para dejar a un lado las subjetividades, buscar más datos, más evidencias, declaraciones comprometedoras. Investigar, no detenerse pese a las dificultades, colarse “como la humedad” para obtener informaciones, comprobarlas y dar cuenta de éstas. “El periodista observa, huele, relaciona, ve. Hay que poseer una memoria que sea capaz de reproducir una conversa sin haberla anotado, un paisaje en el que se posó la mirada unos minutos, el color de la camisa del entrevistado, sus rasgos sin haberle tomado fotografía alguna.” Todo lo que se escribía en Proceso pasaba por sus ojos ya publicado, no había nota pequeña ni desdeñable, por eso teníamos que hacer el mejor esfuerzo y más allá. Evitaba relatarle al autor las presiones recibidas por un reportaje, columna, portada, dibujo o crónica, pero algunas veces no podía refrenarse y con una sonrisa cálida, mesándose la cabellera daba una pista, hacía un guiño. Entreabría la puerta a los efectos que una simple columna en cultura lograba. Si lo La mejor herencia, sus libros JUDITH AMADOR TELLO C uando ni siquiera acariciaba la idea de dedicarme al periodismo, pues estaba terminando un bachillerato técnico en electricidad en la vocacional 3 del Instituto Politécnico Nacional y mi plan era seguir en arquitectura, escuché por primera vez hablar del libro Los presidentes, de Julio Scherer. Trabajaba como secretaria en la Dirección de Asuntos Culturales de la Secretaría de Relaciones Exteriores, y varios compañeros recomendaban su lectura pues develaba los vicios del presidencialismo en México. Pocos meses más tarde cambié finalmente mi vocación. Mi opción más viable en ese momento fue la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma MetropolitanaXochimilco. Ahí fue cuando, por fin, leí Los presidentes, que junto con Los periodistas y Talacha periodística, estos últimos de Vicente Leñero, era libro de texto obligado en la clase de periodismo que nos impartió Felipe Gálvez, colaborador de Proceso. Ni siquiera fue mi propio libro, tuvo que prestármelo un compañero, lo cual no menoscabó mi interés. Cuando en 1990 apareció El poder: historias de familia, en Grijalbo, me estrenaba como reportera en las oficinas de Comunicación Social del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, que presidía Víctor Flores Olea. Un amigo llamado Fausto me llevó el libro con la recomendación de que no debía perdérmelo pues también revelaba los vicios y corrupciones del sistema político mexicano y su relación con la prensa. Durante días comentábamos mis avances en la lectura. Aunque era un libro breve, yo escribía entonces mi tesis para titularme en la UAM y no podía dedicarle todo el tiempo que hubiera deseado. Fausto y yo repasábamos fragmentos del libro y repetíamos algunas frases que nos habían gustado, entre bromas, pero una en particular nos caló hondo: Aquella con la cual Everardo Espino aportó a Julio Scherer las pruebas de los sobornos a periodistas en el sexenio de José López Portillo: “Ahí le dejo esas cajas (…) Haga con ellas lo que le parezca.” 108 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 Por meses, cada vez que archivábamos algún documento que nos había servido para hacer los boletines de prensa del Conaculta, reíamos y repetíamos: “Hay que hacerlo con cuidado, qué tal que un día lleguemos con Scherer y le digamos: ‘Ahí le dejo esas cajas…’.” Lo cierto es que nada en nuestra labor cotidiana tenía el peso de lo publicado en Historias de familia. Nuestra materia de trabajo del día eran los programas de conciertos de la Orquesta Sinfónica Nacional, las funciones de teatro, las listas de obra de las exposiciones plásticas o alguno que otro hallazgo arqueológico. Tras un breve periodo en un par de empleos, volví a ser reportera del Conaculta y quiso la suerte que años más tarde Roberto Ponce se interesara por mi trabajo, casi anónimo entonces, y me buscara para sugerirme un encuentro con Armando Ponce, editor de Cultura. Así llegué a Proceso en 1999. Debe haber sido algo tan natural que ni siquiera recuerdo mi primer encuentro con Julio Scherer. Mi timidez (aunque parezca absurda en una reportera), me hacía saludarlo apenas con un “buenos días” y una sonrisa discreta, cuando visitaba la redacción. Él, siempre obsequioso con las mujeres, me jalaba para darme un beso en la mejilla o tras una caravana besaba mi mano al tiempo que cruzaba sus ojos azules con los míos. No volví a leer libros de él prestados. Siempre se ocupó de hacernos llegar sus nuevas publicaciones hasta nuestros escritorios a través de Ángeles Morales, asistente de la dirección de Proceso. Así recibí, entre otros, Pinochet. Vivir matando, en el que da detalle de las atrocidades del dictador chileno; Vivir, que es parte de su autobiografía; y La pareja, acerca de Martha Sahagún y Vicente Fox. Recuerdo especialmente la emoción con la que recibí la bella edición que el Fondo de Cultura Económica hizo de El indio que mató al padre Pro con la dedicatoria: “Judith: Me encanta que seamos compañeros. Julio. Mayo/2005.” O C U LT U R A ¡Misión cumplida! COLUMBA VÉRTIZ DE LA FUENTE F ue una misión insólita, emocionante y grata, de película, entregarle a don Julio Scherer García una carta personal del polémico y reconocido director de cine franco-griego Costa Gavras, quien me encomendó mucho, pero mucho, que se la diera en mano porque llevaba casi cuatro largos años con esa misiva, y cada que visitaba a México se regresaba con ella a París, Francia. La curiosidad era mucha sobre el contenido de ese documento. Un sobre blanco, bien cerrado, aunque un poco maltratado. Pero no era raro que alguien que en cada largometraje hace patente su compromiso político le escribiera a alguien comprometido con la libertad de expresión y su país. Tampoco era extrañó que el director conociera a don Julio, si hacia principios de los ochenta filmó en México (Acapulco, Guerrero y el Distrito Federal) Missing (“Desaparecido”), el cual obtuvo premios como la Palma de Oro en Cannes y el Óscar al mejor guión adaptado. Película basada en el libro The execution of Charles Horman: An american sacrifice, de Thomas Hauser, ubicado en el sangriento golpe de Estado del general Augusto Pinochet. En pleno Festival Internacional de Cine de Guadalajara del 2007, al ser negada a esta reportera una entrevista con Costa-Gavras (quien vendrá a México este 17 de mes a recibir la Medalla de la Cineteca Nacional durante el Primer Festival Internacional de Cine de San Cristóbal de las Casas, Chiapas), se le buscó en el hotel donde se hospedaba. Eran cerca de las 9 de la mañana. Desayunaba en el restaurante. Lo abordé tras esperarme unos 10 minutos para reflexionar si era prudente interrumpirlo. Me presenté como reportera de Proceso, e interrumpió con voz alta: –¿Ha dicho revista Proceso? –Sí, sí, me gustaría entrevistarlo… ¿Lo espero? Intervino de nuevo: –¡Andaba buscando a alguien de Proceso! Tengo una carta para el periodista Julio Scherer. La traigo en mi saco. ¡Qué bueno!, ¡por fin!... Enseguida, sacó el sobre de una de las bolsas de su saco gris oscuro. –¿Pero sí me da la entrevista?, me informaron que no dará… –¡No sabe!... En 2003 conversé con Scherer, en la UNAM, en una comida que organizó su rector Juan Ramón de la Fuente. Me dio uno de sus libros para leer Parte de Guerra II. Los escrito desató furias, no fue tanto por la nota en sí, mucho por aparecer en la revista dirigida por Julio Scherer. Enemigo de homenajes, premios y reconocimientos se negaba una y otra vez a dar entrevistas. Sin embargo, escribió sus dolores más profundos en libros memorables. Igualmente sus relaciones con personajes de la política y la sociedad mexicana. En ellos descubrió los entretelones de una relación ríspida, en el filo de la navaja, en busca de la fisura por donde rostros del 68, que hizo con Monsiváis. Y le dije que le daría mi opinión, y aquí está escrita. –Muy bien. Se la daré, no se preocupe. ¿Lo puedo entrevistar? –Cuide la carta, guárdela bien, no la vaya a perder, ya póngala en su bolso, confió en usted… Ya hace tiempo que la redacté. –Sí, no se preocupe… Entonces, ¿me da un poco de su tiempo para conversar? –¿Cómo está Scherer?, ¿qué escribe ahora? No vaya a extraviar la carta... Cómo pasan los años. Bueno, ¡claro!, le doy la entrevista. La conversación duró dos horas. Ya en las instalaciones de este semanario, dos veces pensé entregarle la carta a María de los Ángeles Morales, la asistente de la Dirección, porque no hallaba a don Julio. Pero recordaba mi misión: entregársela sólo en mano, sólo en mano. Un día, dispuesta a buscarlo, me avisaron que don Julio estaba en la redacción. Al verlo, le mostré el sobre y le informé. –¡Hace años que no lo veo! –reaccionó don Julio–. ¿Qué le dijo?, ¿lo vio personalmente?, ¿vino a México?, ¿qué opina de su cine?, ¿le gusta su cine? Le expliqué a don Julio que había asistido al Festival Internacional de Cine de Guadalajara. Y sí que me gustaba su cinta Z, una forma ficticia de los hechos que rodearon el asesinato del político demócrata griego Grisgoris Lambrakis en 1963, por su visión satírica de la política griega y su fuerte final. –Sí, es fuerte. De Costa Gavras me gustan sus intrigas políticas. También que el director se comprometa. Muy pocos realizadores lo hacen. –Sí, es verdad. Refleja su enojo con la injusticia –pero ya don Julio se retiraba de la revista, despidiéndose como siempre, amable y caballeroso. Pero, ¡oh!, aún llevaba en mis manos la carta. Corrí para alcanzarlo. Estaba a punto de arrancar su automóvil. A través del vidrio le mostré la carta. –¡Casi se nos olvida! –exclamó. Pensé: ¡Misión cumplida! En el libro La terca memoria, don Julio publicó la carta completa de Costa Gavras, y escribió la historia de que se la entregué, y bondadoso como siempre (en este caso, demasiado) anotó con su pluma: “Compañera de trabajo en serio, solidaria, grata, inteligente.” O colar la censura, el halago, la difusión favorable. Sus textos son un aviso, una advertencia: el periodista que se deja seducir juega con fuego y se quema. En la hora de su partida, considero que no hubo en mi vida profesional mayor privile- gio que crecer periodísticamente a la vera de un hombre como Julio Scherer, quien fuera a más de maestro y jefe, un ser humano entrañable, sensible al dolor ajeno, respetuoso, implacable con la deshonestidad. Tan querido don Julio, tan querido. O 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 109 Deploran la pérdida de don Julio y apelan a su legado De Derechos Humanos de la ONU Señor director: E n nombre de la Oficina en México del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y en el mío propio reciban usted y el calificado equipo de colaboradores de la revista Proceso nuestros sentimientos de pesar por el sensible fallecimiento de don Julio Scherer García, quien fue director fundador y presidente del Consejo de Administración del semanario Proceso. Hago votos por que la serenidad se mantenga firme en tan difíciles momentos y porque pronto encuentren consuelo ante la irremediable partida de don Julio. Estoy seguro de que la impronta de don Julio de un periodismo comprometido con la defensa y promoción de los derechos humanos y la denuncia de los abusos de poder seguirán siendo notas distintivas del semanario que honrosamente usted dirige. Atentamente Javier Hernández Valencia Representante en México del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos Del presidente de la CNDH Señor director: L e solicito dar cabida al siguiente mensaje, dirigido a la muy estimada familia de don Julio Scherer y a los distinguidos integrantes de la revista Proceso: Tuve la oportunidad de tratar a don Julio Scherer en distintos momentos y con motivo de diversas responsabilidades públicas de un servidor. Procedió siempre con mucho respeto demostrando sus dotes profesionales y su gran cultura. Lamento tan sensible pérdida de un hombre congruente con sus ideas y convicciones que hizo de la libertad de expresión su vida misma. Reciban mis más sinceras condolencias por tan sensible pérdida y un abrazo solidario. Atentamente Licenciado Luis Raúl González Pérez Presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos el sensible fallecimiento de don Julio Scherer García. Consolados por la fe que nos da la certeza de que en Cristo resucitado tenemos la esperanza de alcanzar la vida eterna, elevamos súplicas al Creador por su eterno descanso y pedimos que fortalezca a sus familiares y amigos llenándolos de esperanza. Atentamente S.E. Mons. Eugenio Lira Rugarcía, obispo auxiliar de Puebla y secretario general de la CEM; y Lic. Ana María Enríquez Gómez, directora de Comunicación y Prensa. De Manuel Guerrero Ramos Señor director: P ermítame publicar las siguientes reflexiones en Palabra de Lector. La revista Proceso ha sido un medio de comunicación que permite a la sociedad tener una fuente confiable de información para guiar sus decisiones o conformar sus puntos de vista. Esto se debe en gran medida a don Julio Scherer García, quien era parte insustituible del espíritu colectivo de esa publicación. Por lo tanto, su fallecimiento representa una pérdida inconmensurable para su familia, para la libertad de expresión y para la sobrevivencia de la prensa digna, profesional y valiente. Es lamentable que justamente cuando México se ha consolidado como una dictadura de la impunidad donde se alcanzan los niveles más altos de descrédito, insensibilidad, codicia y cinismo por parte de la clase gubernamental, legislativa y judicial, fallezca un paradigma del periodismo comprometido con la verdad, la justicia y la sociedad. Por las anteriores razones, no le deseo a don Julio Scherer que descanse en paz –creo que él tampoco deseaba descansar–, sino que su espíritu siga alentando la dignidad y la libertad de expresión en el gremio. (Carta resumida.) Atentamente Manuel Guerrero Ramos De José Enrique González Ruiz Señor director: L De la Conferencia del Episcopado Señor director: L a Secretaría General de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) expresa su más sentido pésame a don Rafael Rodríguez Castañeda y a todo su equipo de trabajo por 110 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 e agradeceré difundir este breve texto. Conocí a don Julio Scherer cuando yo era responsable de la Universidad Autónoma de Guerrero. Recién acababa de fundar la revista Proceso, luego de la trastada que le hizo Luis Echeverría Álvarez al organizar la asamblea de la cooperativa de Excélsior que lo destituyó de la dirección del diario que entonces era el más importante del país. Me platicó que, después del golpe de mano que le dieron, algunos cooperativistas habían ido a verlo para decirle que estaban arrepentidos de su traición. Él no quiso tranquilizar de gratis sus conciencias, ya que siempre les contestó: “Haz público tu arrepentimiento, pues yo cambio 10 perdones privados por uno público”. Luego he seguido semana a semana la revista Proceso, que se convirtió en la catedral del periodismo mexicano. Si tuviera orden en mi amontonadero de libros, revistas, grabaciones y videos, diría que tengo la colección completa. De lo que sí puedo presumir es que conozco el trabajo de don Julio y lo valoro entre lo más importante que se ha producido para dar a conocer este país. Para entender México y escribir su historia es indispensable conocer Proceso. Me contó también el intento de Salinas de Gortari de trascenderlo, o sea, de hacerlo a un lado. Y de la digna actitud de Vicente Leñero, quien respondió al presidente: “Proceso es Scherer, y no hay forma de que se le pueda trascender”. El vacío que deja don Julio es inmenso, pero también la enseñanza que hereda. El quehacer de toda la intelectualidad mexicana se ha enriquecido con su legado. Gloria imperecedera al periodista ejemplar. Atentamente José Enrique González Ruiz De Eusebio Vázquez Navarro Señor director: E n febrero de 1971, en la ciudad de Chihuahua, don Julio Scherer, entonces director de Excélsior, ofreció una interesante conferencia sobre periodismo. A la vuelta de 44 años, y con motivo de su lamentable deceso, deseo compartir con los lectores un breve comentario que al respecto incluí en una columna que me publicó el 10 de febrero El Siglo de Torreón. Decía: “Con la autoridad que da la experiencia periodística de muchos años, dictó brillante conferencia en días pasados (…) el señor Julio Scherer García (…), y fue indudablemente provechosa la serie de conceptos vertidos por el destacado periodista ante los chihuahuenses asistentes…”. Desde entonces seguía ya los pasos de don Julio, y pese a que laboralmente me desempeñé como docente y directivo en escuelas primarias, a partir del 21 de marzo de 1967 me inicié en la redacción y publicación de textos, actividad que he mantenido hasta la fecha, y si alguien me preguntara quién ha sido mi guía, mi ideal de periodista, mi maestro a distancia en este oficio que no es el mío, yo contestaría sin titubear y con orgullo que ha sido ese maestro de maestros que acaba de fallecer: don Julio Scherer García. Admiro en el señor Scherer su entrega al periodismo sin concesiones, su honestidad acrisolada, su sencillez, la cátedra que daba y dejó en cada uno de los trabajos que fluyeron de su mente y su pluma pletóricos de sabiduría y de valor ciudadano, como cuando, según afirman, le dijo a PALABRA DE LE C T O R Echeverría: “Tú serás presidente durante seis años y yo seré periodista toda la vida”. Y así fue. Descanse en paz don Julio Scherer, y abrevemos de su trabajo y dedicación para que su legado perdure. (Carta resumida.) Atentamente Eusebio Vázquez Navarro De J. Mauro González-Luna Mendoza Señor director: D ice Derrida que la muerte del amigo es nuestra primera muerte. En 1996, con motivo de un discurso en la tribuna de la Cámara de Diputados, tuve el honor de que don Julio Scherer García me obsequiara su libro Siqueiros / La piel y la entraña. En su dedicatoria escribió: “para..., con la esperanza de que nuestra inminente relación estire y estire hasta la amistad”. Años después, en 2005, escribió entrañables palabras preliminares para el libro Vientos del alma, de mi padre, poeta y cardiólogo: “...Si el verso se ocupa de la tragedia, el dolor que describe rebasa la agonía que a todos alcanza (...) La mirada de (...), como la de los poetas, es sólo una interrogación sobre el enigma eterno: qué soy yo y qué es todo esto que me rodea”. Vaya con todo afecto para la familia de Proceso mi pésame por la muerte de ese hombre profundo, de esa alma grande, Julio Scherer García. Un abrazo solidario. Atentamente J. Mauro González-Luna Mendoza De Mario Trujillo Bolio Señor director: L e agradeceré tenga a bien publicar las siguientes líneas. Solamente tuve una ocasión de tratar al maestro en periodismo Julio Scherer en la redacción de Proceso. Un jueves que llevé mi artículo, casualmente lo tuve enfrente luego de que salió de su oficina despidiéndose de todos los colegas que trabajaban en el cierre de la revista. Me saludó muy amable y, después de saber mi nombre, me dijo que estaba leyendo con atención mis entregas y que no bajara la guardia para ser objetivo y crítico. Todo el gremio del periodismo está de luto por esta gran pérdida del periodismo nacional. Ya se nos fue otro grande, pero todo mundo sabemos que estará tranquilo con Monsiváis, Leñero, José Emilio Pacheco, García Márquez, Fuentes… Mis condolencias a sus seres queridos, y un abrazo solidario a la comunidad de periodistas de Proceso por la pérdida irreparable del maestro Scherer. Atentamente Mario Trujillo Bolio (historiador) nuestras condolencias por la gran pérdida que representa su partida para los amigos de Proceso, para usted mismo y para tantos que tuvimos la fortuna de conocer la labor de don Julio Scherer y de acariciar su gentileza. Por favor, extienda nuestro abrazo más fuerte a su familia, a sus amigos y a todas y cada una de las personas que, semana tras semana, con oficio, siguen haciendo posible que se publique el gran legado que nos deja. Con todo nuestro pesar. Atentamente Carmen Ochoa Vda. de Alisedo, María del Rocío Alisedo de Vergara y Pedro Gerardo Alisedo Ochoa De Mario Humberto Arellano A. Señor director: L e solicito difundir en la sección Palabra de Lector esta Elegía en acróstico que elaboré con motivo de la partida de don Julio Scherer García. J usto y honesto fuiste en tu criterio, U n ejemplo que debe seguirse. L a prensa fue tu vida y ministerio I ncorruptible, sin temor, puede decirse. O rgulloso te fuiste al valle del misterio. De la familia de Pedro Alisedo S upiste ser valiente y temerario, C apaz de entrevistar al mismo diablo. H iciste un periodismo-seminario; E scuela de honradez tu gran establo. R esististe la tirana prepotencia. E xcélsior te perdió, no lo perdiste: R evivió la razón de tu existencia. Señor director: E n memoria de Peche, pero también por sentimiento propio, queremos hacerle llegar Acerca de Es hora de un nuevo Constituyente De Guillem Compte Nunes Señor director: L eí con interés la propuesta del obispo Raúl Vera, contenida en el artículo Es hora de un nuevo Constituyente (Proceso 1991), ya que pocos son los jerarcas católicos que se atreven a expresar ideas políticas concretas, más allá de moralismos abstractos o del intervencionismo en temas de familia y sexualidad. Comparto con Raúl Vera la postura de que deben darse “los pasos necesarios para acrecentar la conciencia política de todos los ciudadanos”, a los que él llama “sujetos sociales”, es decir, personas implicadas en la construcción de una sociedad plenamente justa y democrática. Hasta aquí los ideales. Sin embargo, de esa premisa y de la corrupción e impunidad en el aparato estatal no se sigue que deba generarse una nueva Constitución. Quizás la Constitución no sea el problema, sino su falta de seguimiento. Pero la pobre cultura de la legalidad y los derechos humanos no puede ser achacada solamente a burócratas y políticos. ¿Aca- so los ciudadanos no somos también responsables del estado de nuestra democracia? Una ciudadanía con compromiso, confianza y perseverancia puede desarrollar infinidad de iniciativas no-partidistas a través del marco legal vigente para mejorar la democracia sustancialmente, no con meros retoques cosméticos. Comprendo las prisas por dejar atrás la corrupción y llegar a un “nuevo” Estado, pero no creo que existan soluciones estructurales a corto plazo. Por otro lado, la Iglesia puede y debe jugar un papel relevante en la construcción política, aun cuando a pesar de la teología de la liberación no ha logrado articular las aportaciones correspondientes. Las propuestas apresuradas pueden confundir más que clarificar lo que pienso debe ser la posición eclesial: la promoción de una ciudadanía política no-partidista, que no anti-partidista. Pocos mecanismos existen para conformar ese tipo de ciudadanía, pero muchas personas y organizaciones, religiosas o no religiosas, pueden contribuir creando tales mecanismos. (Carta resumida.) Atentamente Guillem Compte Nunes G anaste mil batallas con coraje. A llá en el infinito ya descansas. R ecibe de tu gente este homenaje, C on afecto, por toda tu enseñanza. I n memoriam, no existe tu deceso. A diós, don Julio: tu gloria está en Proceso. Con todo mi respeto para el hombre que vivió honrando al periodismo. Atentamente Ingeniero Mario Humberto Arellano A. Colima, Col. De la profesora Margarita de la O Señor director: Q uisiera, si es posible, expresar el dolor que me embargó al enterarme de que la madrugada del 7 de enero falleció don Julio Scherer, fundador del semanario Proceso, en lo que me parece una pérdida irreparable para el buen periodismo nacional e internacional. Fue usted, don Julio, mi líder ideológico, filosófico y político desde que apareció el primer número de Proceso. Y ahora que se va, no se va solo, pues se lleva consigo un pedacito de mi corazón. Usted tuvo tiempo, don Julio, de plantar 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 111 árboles que a la fecha son frondosos y que van a seguir dando sombra y oxigenando las conciencias de los mexicanos y de los demás países adonde llega la revista. Dejó usted una escuela de pensadores, de gente comprometida con la verdad. Pero permítame hacer una pregunta que lacera mi alma: ¿Por qué todo lo bueno se ausenta o se muere? (Carta resumida.) Atentamente Profesora Margarita de la O Lavalle Sobre Ni héroe ni villano: la visión del vencedor De Manuel Peñafiel Señor director: R especto al reportaje Ni héroe ni villano: la visión del vencedor, firmado por Alejandro Gutiérrez en Proceso 1992, relativo a la exposición Itinerario de Hernán Cortés, presentada en Madrid, me permito enviarle estas observaciones, agradeciéndole de antemano darles espacio en Palabra de Lector. Considero que Martín Almagro-Gorbea, coordinador general de dicha muestra, alardea al declarar que esta exposición “supera la visión de la leyenda negra de Hernán Cortés”, y lo presenta “como el artífice del mayor encuentro que ha habido en la historia de la humanidad entre dos continentes”. Artífice significa persona que ejecuta alguna arte bella, que tiene arte para conseguir lo que desea. Hernán Cortés es un homicida encumbrado, a quien solamente lo movió la ambición. A los nativos de México nunca los consideró de valía; para la Iglesia católica eran herejes. Por lo tanto, no existió obstáculo para descuartizarlos, esclavizarlos, para ahorcar gente morena, violar y preñar mujeres, además de quemar vivos en la hoguera a quienes se opusieran al bautizo y a los depredadores españoles. En la exposición tal vez se omita mencionar que el pueblo de Potonchán fue su primera escala carmesí. Estando luego en Cholula, Hernán Cortés convoca a los jerarcas supuestamente para despedirse, pero en cambio ordena cerrar la puerta del sitio de reunión y la soldadesca española irrumpe con sus sables hambrientos de agonía, reventando los pensamientos de incredulidad de aquellos horrorizados 3 mil hombres impedidos de acudir a defender a sus familias, refugiadas en los templos donde fueron quemadas vivas. Años más tarde, fray Toribio Motolinía expresó: “Fue bueno para que todos los indios de la Nueva España viesen que aquellos ídolos son falsos y mentirosos”. Después de arrasar el pueblo de Cholula, Hernán Cortés y su rapaz caravana, compuesta por aproximadamente 579 españoles, 4 mil aliados tlaxcaltecas y algunos totonacas, continuaron la marcha hasta arribar a la Gran Tenochtitlán, donde a Pedro de Alvarado le disgustaron los preparativos para venerar a los dioses Huitzilopochtli y Tezcatlipoca; así que cuando los señores mexicas se encontraban bailando Aclaración Por un error de edición, el cartón editorial del número anterior de Proceso (1992), obra de Rocha y titulado “Visita de Rey Mago”, se publicó adjudicado a Naranjo. Ofrecemos disculpas a Rocha, a Naranjo y a nuestros lectores. 112 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 desarmados los militares cerraron las puertas del Templo Mayor y abrieron fuego contra ellos. Los informantes indígenas de Bernardino de Sahagún describieron así el horrible episodio: “Al momento todos los españoles acuchillan, alancean a la gente y les dan tajos, con las espadas los hieren, dieron tajo al que estaba tañendo el tambor, le cortaron ambos brazos, luego lo decapitaron; lejos fue a caer su cabeza cercenada. A algunos los acometieron por detrás; inmediatamente cayeron por tierra dispersas sus entrañas. A otros les desgarraron la cabeza, enteramente hecha trizas. A otros les dieron tajos en los hombros, hechos grietas, destrozados quedaron sus cuerpos. A aquéllos hieren en los muslos, a éstos en las pantorrillas, a los de más allá en pleno abdomen. Todas las entrañas cayeron por tierra. Y había algunos que aún en vano corrían, iban arrastrando los intestinos y parecían enredarse los pies en ellos. Anhelosos de ponerse en salvo, no hallaban a dónde dirigirse”. Posteriormente, los españoles, con el propósito de impedir que su cautivo monarca Moctezuma II se volviera en contra de ellos, le clavaron una espada en el bajo vientre para después apuñalarlo repetidas veces. Así lo sacaron al balcón, sujetándolo para que sus súbditos pensaran que estaba vivo, y obligando a un aristócrata nativo a que alentara a la muchedumbre a recobrar la calma. Sin embargo, al ver a su débil soberano, quien se había sometido a los extranjeros, la enardecida turba atizó su ira insultando a Moctezuma y arrojándole pedruscos. Uno de ellos le golpeó en la cabeza. Los que afianzaban el cadáver apresuradamente volvieron a los recintos ocultando el magnicidio. Es mentira que Hernán Cortés haya sometido a los valientes soberanos Cuitláhuac y Cuauhtémoc, y al poderío del Imperio Azteca, valiéndose únicamente de su escaso contingente de mercenarios. Al invasor hispano se le unió el aristócrata texcocano Ixtlilxóchitl, quien urgido de deshacerse de sus compromisos con La Triple Alianza, y fanatizado además con el cristianismo, le procuró a Cortés miles de soldados aculhúas. La viruela y el sarampión polizones en los inmundos barcos españoles abatieron a la pobla- ción aborigen más que los ataques del cañón. El esplendor de la Gran Tenochtitlán se derrumbó con el caos generado por la epidemia, agravada la debacle por los tlaxcaltecas dedicados al pillaje, y al incendio avivado por el rencor hacia los mexicas. Para averiguar el paradero de supuestas riquezas, Hernán Cortés torturó a Cuauhtémoc junto a Tetlepanquetzalli, Señor de Tlacopan, quemándoles los pies hasta dejarlos minusválidos. Durante su expedición a las Hibueras, la paranoia de Hernán Cortés lo hizo suponer que Cuauhtémoc planeaba una conjuración en contra suya, y sin juicio alguno, de manera despreciable, al estilo innato de su verdugo, ordenó a sus hombres que de una ceiba colgaran a Cuauhtémoc. En noviembre de 1522 Hernán Cortés estranguló a su esposa española Catalina Suárez. A Martín, apodado El Bastardo, hijo que procreó con la Malinche, Hernán Cortés se lo llevó a España para dejarlo como criado doméstico al servicio de Felipe II. En cambio, a su segundo hijo, Martín Cortés Zúñiga, obtenido de su esposa española Juana Zúñiga, sí lo hizo su único heredero legítimo, concediéndole el título de II Marqués del Valle de Oaxaca. Almagro–Gorbea insiste en que “a Cortés no se le debe juzgar desde la perspectiva del siglo XX”. Sin embargo, considero que desde cualquier punto de vista la Ruta de Hernán Cortés fue y será siempre repudiable. Atentamente Manuel Peñafiel Allanamiento e intimidación contra una maestra del CCH-Azcapotzalco Señor director: L e solicitamos publicar la siguiente denuncia. El pasado 22 de diciembre elementos de la policía allanaron el domicilio de la profesora del CCH-Azcapotzalco de la UNAM Karla Edna García Rocha. Luego de haber sido vigilada y acosada desde hace cuatro meses, los policías ingresaron a su casa sin forzar chapas y registraron documentos personales, cajones, computadora y correo electrónico. Ella es adherente de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, forma parte de la Asamblea Universitaria Académica, y al igual que muchos ciudadanos de México y el mundo lucha por la presentación con vida de los 43 normalistas desaparecidos y por la libertad de los presos políticos. Ante la violación de su domicilio, con el que pretenden atemorizarla, manifestamos nuestra solidaridad con la profesora, así como con todos aquellos que quieren un camino diferente y que han sido objeto de violencia e intimidación por parte de los gobiernos federal y de la Ciudad de México. (Carta resumida.) Atentamente Profesores de la Asamblea Universitaria Académica (AUA) de la UNAM: Emigdio Navarro, Emilio Vivar, Facundo Jiménez, Fernando Quintana, Guadalupe Susano, Irma Tovar, José Eduardo Amador Gordillo, Luis Darío Salas Marín, Luisa Ortiz, María Elena de Torre, María Esther Navarro, Miguel Ángel García, Rafael Ordóñez Medina y Ricardo Díaz. PALABRA DE LE C T O R Exfuncionario del IFAI denuncia violación de sus derechos Señor director: N o distraería su atención si el presente caso no desbordara mi pequeño viacrucis y no afectara el funcionamiento de la estructura institucional del país. Después de casi seis años de trabajar en el Instituto Federal de Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (IFAI), en octubre del año pasado el coordinador del mismo, José de Jesús Ramírez Sánchez, me exigió la renuncia y me informó que no se me daría ninguna liquidación, pues era un acuerdo del Pleno del instituto. Así, los comisionados se erigen en poder constituyente y corrigen la reforma constitucional –compromiso ratificado por el presidente de la República– relativa a que la nueva autonomía del IFAI implica el respeto de los derechos laborales. Al negarme a firmar la renuncia, la respuesta no se hizo esperar: mi cese inmediato. Señores senadores: Los órganos constitucionales autónomos, que ahora han proliferado en nuestra estructura constitucional, pueden pervertir la autonomía, que asumen como extraterritorialidad, organizando cotos de poder y cacicazgos que persiguen a quienes se atreven a reclamarles el respeto de sus derechos, de los que paradójicamente son tutelares los dirigentes, quienes se reparten las llamadas “áreas de influencia” como si se tratara de un “botín”. ¿Quién vigila al vigilante? ¿Quién controla a los controladores? ¿Quién exige a los responsables de salvaguardar los derechos humanos fundamentales que respeten el estado de derecho? Ustedes, señores senadores, ustedes. Con base en lo anterior, les solicito respetuosamente exigir al Pleno del Instituto trasparentar los procesos de liquidación de más de cien trabajadores y explicar las razones para bajar el sueldo de otros, así como evaluar si los nuevos comisionados cumplen con los principios jurídicos y éticos que rigen la función pública: legalidad, honradez, lealtad, imparcialidad y eficiencia. Y en caso de no ser así, actuar en consecuencia. (Carta resumida.) Atentamente Edmundo González Llaca Exdirector de Promoción y Desarrollo del IFAI reinstalarme y a cubrir mis salarios caídos del 1º de marzo del 2003 al 15 de noviembre del 2009, así como los aguinaldos de los años 2003, 2004, 2005, 2006, 2007, 2008 y 2009. Si bien es cierto que el 16 de noviembre del 2009 fui legal y materialmente reinstalada en el puesto de Jefe de Dictaminadores, también lo es que tras varias diligencias de requerimiento de pago ordenadas por la autoridad laboral, el titular de la Secretaría de Finanzas se ha abstenido de cubrirme los pagos a los que fue condenado, incurriendo en desacato de dicho mandato judicial. Tan es así que, el 3 de octubre del año en curso, la Segunda Sala del tribunal acordó girar oficio al Ministerio Público de la Federación para que “se sirva avocar al conocimiento de la posible comisión del delito de desobediencia (…) en que ha incurrido el titular de la Secretaría de Finanzas del Gobierno del Distrito Federal por no acatar el cumplimiento del laudo de fecha 5 de marzo del 2008…”. Por lo anterior, hago la presente denuncia ante la opinión pública y los titulares de la Contraloría Interna del Gobierno del Distrito Federal y del Ministerio Público Federal, a efecto de que tomen cartas en el asunto, se me haga justicia e inicien los procedimientos legales que correspondan en contra de quien resulte responsable de esta violación a la ley y a mis derechos. (Carta resumida.) Atentamente Carmen Vargas Cabrera Reclama a Finanzas del GDF acatar laudo y cubrir pagos Señor director: C omo trabajadora al servicio de la Secretaría de Finanzas del Gobierno del Distrito Federal (GDF), adscrita a la Unidad de Capacitación y Desarrollo de Personal, quiero realizar la siguiente denuncia. Debido a que el 3 de marzo de 2003 fui objeto de un despido injustificado, recurrí a un juicio laboral radicado en la Segunda Sala del Tribunal Federal de Conciliación y Arbitraje (expediente 4585/2003), y el 5 de marzo de 2008 se emitió un laudo que condenó al titular de la dependencia a 1993 / 11 DE ENERO DE 2015 113