NOTAS SOBRE ERCILLA Y LA ARAUCANA Martín Panero El cuarto centenario de la publicación de- la primera parte de La Araucana invita a la relectura del poema. Tal vez se acerque uno a él un puco displicentemente, recordando el aburrimiento de la primera y ya lejana lectura. Y acuden a la memoria las ingeniosas y frivolas palabras de cierto profesor: "Preferiría hacer toda la guerra contra los araucanos antes que volver a leer La Araucana", Sin embargo, a medida que uno avanza por ese mar de octavas reales, se siente preso do un extraño hechizo. El entusiasmo le va naciendo, y al difuso recuerdo de aquel lejano aburrimiento sucede ahora una sensación de vivo interés. No, no es La Araucana una obra aburrida. Por el contrario, de sus páginas emana un efluvio de cálida humanidad y de lozana poesía que la hace interesante, incluso muy interesante. Y más allá del manido tópico sobre el anacronismo de los poemas épicos, queda una informulada pero real conciencia del alto valor de una obra en la que perviven, poéticamente inmortalizados, los heroísmos y miserias de unos hombres que lucharon y sucumbieron por sus ideales. Unos ideales que alumbraron el nacimiento de Chile, "único hasta ahora de los pueblos modernos cuva fundación ha sido inmortalizada 1 Andrés Bello: Obras Completas, i- V I . p. 4hK Saniíago de C h i k . 1883. por un poema épico"'. Las notas que siguen llevan una intención de homenaje a don Alonso de Ercilla. en este cuarto centenario de la primera parte de su obra. En ellas, claro está, se dicen cosas que todo el mundo sabe, por los menos en Chile, donde, por razones obvias, se han dedicado numerosos estudios a La Araucana y a su autor. El hombre Aunque la biografía de Ercilla es familiar al lector chileno, tal vez no resulten superfluos unos párrafos sobre la trayectoria vital del autor de La Araucana. Alonso de Ercilla y Zúñiga fue un arquetipo de los españoles del siglo XVI: cortesano, guerrero, poeta. Educado en la corte del príncipe don Felipe, recibió en ella una esmerada educación y en ella se impregnó de los ideales de servicio al rey qus entonces movilizaban la vida de gran parte de ios españoles. En calidad del paje del príncipe, viajó por Italia, Alemania. Inglaterra . ., Asuntos familiares b llevaron también a Austria, Bohemia, Hungría. En plena juventud, vivió la existencia dinámica y aventurera del español de aquellos tiempos. En julio do 1554, aún no cumplidos los 21 años, estaba en Inglaterra, en la comitiva de Felipe II, que había ido a 345 contraer matrimonio con la reina María Tudor. Allí se recibieron dos noticias que cambiaron el rumbo de la vida de don Alonso: la sublevación, en el Perú, de Francisco Hernández CJirón y la muerte, en Chile. de Pedro de Valdivia a manos de los araucanos. Ambos hechos constituían un desacato contra la Corona Real, de la cual Ercilla era fiel servidor. Su lealtad al monarca le impulsaba a la lucha contra los rebeldes ; . Por otra parte, es probable que Jerónimo de Alderete —que ya había vivido la fascinante aventura americana y que acababa de ser nombrado Gobernador de Chile— entusiasmara al joven Ercilla con relatos del Nuevo Mundo. En suma, servicio al rey y ansias de aventuras fueron los móviles que determinaron la venida de Alonso de Ercilla a América. Don José Toribio Medina, en su excelente biografía del poeta, insinúa además la existencia de un desengaño amoroso. Salido de España el 15 de octubre de 1555, se hallaba Ercilla de regreso a mediados de 1563. Su vida americana duró, pues, poco más de siete años, de los cuales uno y medio transcurrieron en Chile. Aquí llegó acompañando al nuevo Gobernador, don García Hurtado de Mendoza, nombrado en reemplazo de Jerónimo de Alderete, que había fallecido en Taboga, cerca de Panamá, según lo recuerda el propio poeta en el canlo XIJ i de La Araucana: Y con vuesira Ucencia, en compañía del nuevo capitán adelantado, caminé desde Londres hasta el dia en que le dejé en Taboga sepultado. En el viaje de Ercilla a Chile, influyeron no solamente sus ansias de aventuras y sus anhelos de servir al rey, sino también —y de modo decisivo— su amistad con don García Hurtado de Mendoza. Paradojalmente fue después don García quien deparó a Ercilla la hora más amarga de su existencia. Durante una fiesta en La Imperial, un altercado entre el cahallero don Juan de Pineda y don Alonso de Ercilla, impulsó a ambos contrincantes a desenvainar la espada en presencia del Gobernador, que consideró tal acto como una falta de respeto y, sin mayores trámites, Fulminó contra ambos sentencia de muerte. Debían ser degollados al amanecer del día siguiente. El Go1 En la ínfonnucion de servicio:-, dirigida desde Lima 3 Felipe I I . escribía t r e í l l a en 1559: " . . . 11 <.-pan do a la sazón la nuera di- l.i rebelión de Franciboj Hernández en el Perú, cun I J \ulunlatl que siempre tuve de ícrvtr a V. M y con su licencia y gracia me «lijpuic a Ion largo camino, y irsi pus: en aquel reino . . . Y « l i mando en poco eí (rubajy de aquella jornada, con lu ^obditia que de wrvlr a V. M. ien(», u b i c a d o . i r los naturales i!e Chile esmbun rebelados corma la Corunn Eleal, dtiermlnií d¿ pasar ca Mas provincias". iCiimlti por losé Toribio Medina cti >u Vid» de t r e í l l a . Santiago de Cküc Imprenta t I••.••. rians MCMXVI, p 21 < bernador ^c mantuvo implacable ¿míe las súplic is de amigos j consejeros. Los condenados Fueron puestos en capilla y se mandó erigir el patíbulo. Cun las primeras luces del alba se los condujo al lugar del suplicio. Cuando Faltaban minutos para la ejecución, una orden del Gobernador impidió que se llevara i\ cabo. Los halagos de una mujer habían conseguido lo que no habían podido conseguir las súplicas de amigos y consejeros de don García. Veintinueve anos después, en la tercera parte de La Araucana, rememoraba Ercüla ese desgraciado episodio: Turbó !o lienta un caso no pensado, y la celeridad de! juez ¡iw tanta, que estuve en el tapete ya entrenado al agudo cuchillo la garganta: el irtorme delito exagerada la voz y fama pública Iv canta, que jue sólo poner nano a la espada nunca sin gran razón desenvainada. (Canto XXXVI. 35) Una idea parecida expresa en el canto XIII de La Araucana: " . . . estando en Inglaterra en el oficio, que aún la espada no me era permitida, llegó allt ta maldad en deservicio vuestro por los de Arauco cometida, y la gran desvergüenza de la genle a la real enrona inobediente". El suceso de La Imperial ierniinó la carrera de Ercilla en tierras chilenas. Después de tres meses de prisión, don García lo desterró a Lima, a dispo-i del virrey don Andrés Hurlado de Mendoza, quien recibió a don Alonso muy desabridamente v le negó toda clase de ayuda durante mucho tiempo. Por fin, terminó por aplacarse y dio a Ercilla el honroso y bien remunerado puesto de lancero en el cuerpo de gentiles hombres por él creado para su protección personal. Pero la tardía generosidad del padre no hizo olvidar a don Alonso la grave injusticia cometida por el hijo. Ercilla recordó siempre la atroz noche que pasó en capilla, con la congoja de su próxima e injusta muerte. Tampoco pudo olvidar los sufrimientos de los tres meses de prisión. Sin embargo, los evocó en el poema con un lenguaje bastante comedido. He aquí un pasaje del último canto de Ln Araucana: Ni digo cómo al jin por accidente del mozo capitán acelerado ¡ui sacado a la f)¡aru injustamente a ser públicamenir degollado'. ni la larga prisión impertinente do estuve ton */r. culpa molestado, .Can;., XXXVlt, Tin En ¡unió tío I 563, aún no cumplidos los "50 ¿mo:>, don Alonso de Ercilla habúi regresado \u a España. Atrás quedaban casi 8 años ilc peligros y aventuras. Va no volvería a América: pero América —que para él no era ya un numbre legendario, bino un trozo de planeta donde había gozado y sufrido las vicisitudes más hondas y patéticas de su vida— estaba para siempre incorporada a su espíritu. ¿Qué hizo don Alonso durante los 31 años que aún vivió después de su regreso de! Nuevo Mundo? Siguió la misma vida dinámica que había iniciado en los albores de la juventud. La fortuna le fue muy favorable. Aunque sus biógrafos lo presentan reclamando frecuentemente los sueldos atrasados de sus campañas de Chile y Perú, don Alonso de Ercilla luvo una vida de gran holgura económica. Casado con doña María de Bazán, mujer noble y rica, su hacienda —ya bastante apuntalada por la herencia recibida a la muerte de su hermana María Magdalena— se acrecentó notablemente. Síntoma claro de su buena posición económica es el hecho de haber impreso por cuenta propia la primera edición de La Araucana. Vinculado a la nobleza, pudo ingresar en la orden de Santiago. Viajó por diversos países de Europa, participó en varias campañas militares, ejerció de vendedor de joyas y prestamista, fue censor de libros en el Consejo Real y acompañó al rey Felipe II en las cortes que celebró en Monzón. >ino también una formu de desencanto ante las grandezas humanas muy frecuente en el español del siglo de oru. Las referidas estrofas, que voy a transcribir ;i continuación, están movidas por el mismo espíritu que impulsó a Carlos V a retirarse al monasterio de Yuite. Se adivina en ellas algo de la escarmentada desilusión que, años más tarde, inspirará algunos de los más estremecedores sonetos de Quevedo: V pues del fin y término postrero no puede andar muy lejos ya mí nave, u el tímido y dudoso paradero el más sabio piloto no le sabe: n/Míiderando el corto plazo quiero acabar de vivir, antes que acabe el curso incierto de la incierta vida, tantos años errada y distraída. Que aunque esto haya tardado de mi parte, y reducirme o lo postrero aguarde, sé bien que en lodo tiempo u toda parte para volverse a Dios jamás es tarde: que nunca su clemencia usó de arte [l asi el gran pecador no se acobarde, pues tiene un Dios tan bueno, cuyo ojíelo es olvidar la ofensa y no el servicio. Y yo, que tan sin rienda a! mundo he dado el tiempo de mi vida más ¡lorido, y siempre por camino despeñado mis vanas esperanzas he seguido: visto ya el poco /rulo que he sacado, y lo mucho que a Dios tengo ofendido, conociendo mi error, de ac/rií adelunte será razón que llore y que no cante. (Canto XXXVII, 74, 75. 76) A la luz de estos hechos, resultan levemente desorientadoras estas palabras del final de La Araucana: Que el disfavor cobarde que me tieite arrinconado en la miseria suma, me syspende la mano y la detiene haciéndome que pare aqui la pluma. CCanto XXXVTI. 731 Es claro que eso de "la miseria suma" no pasa de ser una hipérbola del poeta, que de ningún modu puede ser tomada en el sentido material de su significado. Por lo demás, fue proverbial la ingratitud de los reyes españoles con algunos de sus servidores más fieles, Y aunque no sería justo decir que Felipe II fue ingrato con su antiguo paje, es indudable que el poeta aspiraba a honores que el rey no le concedió. Por otra parte, escribía Ercilla estas palabras ya en el atardecer de la vida, edad propicia para toda clase de pesimismos. Las tres últimas octavas reales de La Araucana revelan no solamente la grave seriedad del cristiano que, en el declinar de ta existencia, mira su vida "sub specie eternitatis". A los cinco años de estas desilusionadas y melancólicas estrofas, terminaba don Alonso de Ercilla "el curso incierto de la incierta vida". Si de él se ha ocupado —y se seguirá ocupando— la posteridad, se debe fundamentalmente a su canto. Sin La Araucana, Ercilla sería un simple nombre perdido entre el polvo de los archivos. La obra Indudablemente, del tiempo vivido por Ercilla en América, fueron los 17 meses de Chile los que dejaron más honda huella en su espíritu. El trágico episodio de La Imperial quedó indeleblemente grabado en su alma. Pero antes de eso, ya don Alonso había vivido la guerra de Arauco y empezado a cantarla en briosas octavas reales. Su espíritu do hombre sensible y de renacentista alerta a todos los latidos humanos, había sentido el estremecimiento del heroísmo con que los araucanos defendían su territorio. Por eso. su poema reitera con pertinaz insiV 347 lenua el coraje y denuedo de los indios, ante los cuales el poeta no puede reprimir su admiración Tanto el prólogo como los primeros versos del poema afirman de modo explícito que don Alonso se proponía alebrar las hazañas de los españole;.. Escribía para evilar "el agravio que algunos españolas recibirían quedando sus hazañas en perpetuo silencio, faltando quien las escriba". Y la primera estrofa es todavía más categórica: No las damas, amor, no gentilezas de caballeros canto enamorados, nt las muestras, regalos y ternezas de amorosos afectos y cuidados; mas el valor, los hechos, las proezas de aquellos españoles es¡orzados, que a ta cerviz de Arauco no domada pusieron duro yugo por la espada. más miopes. Que Ercilla tenía conciencia dí q i'vihación de las proezas de !tó indio? podía proi LUÍ mohín escéptico erj los lectores ignorantes de ¡a heroica araucana, lo prueba el hecho de que ya en el prólogo sale ai pato de posibles objeciones de parcialidad: "Y si alguno le pareciere que me muestro algü inclinado a h p;irte de !os araucanos, tratando sus cosas y valentías más exiendidamente d i lo que. para bárbaros se requiere; si queremos mirar su crianza, costumbres. modos de guerra y ejercicio della. veremos que muchos no les han hecho \cntaja, y que son pocos ios que con (an gran constancia y firmeza han defendido su [ierra contra tan fieros enemigos eomo son los españoles". palabras de don Alonso expresan con la Frialdad de la prosa lo que con ei calor de la poesía expresan la mayoría de los cantos del poema: el increíble coraje y heroísmo de los araucanos. De hecho. es el heroísmo araucano el que adquiere mayor relieve a lo largo del poema. No es ésta la ocasión d¿ discutir el conocido tópico de ser ése un recur^ Ercilla para la exaltación de la valentía española. L;¡ afirmación, por lo demás, tiene su base en la segunda estrofa del primer canto: Cosas diré también /¡ario de gente que a ningún rey obedecen, temerarias empresas memorables que celebrarse con razón merecen: raras industrias, términos loables que más los españoles engrandecen; pues no es el vencedor más estimado de aquellos en que el vencido es reputado. •41 Ercilla escribía como español y para españoles. Dedicada su obra al rey Felipe II, no lo olvida nunca a lo largo del poema. Por eso, el vocativo señor aparece con notoria frecuencia. Del mismo moda, aludiendo a los españoles, dice —y lo dice en los momentos de más estremecido patetismo— los nuestros. Pero., al lado del español comprometido hasta lo más hondo de sí mismo con la causa del Imperio, estaba en Ercilla el hombre dispuesto a admirar la grandeza del hombre dondequiera la encontrara. Y a la luz de esta realidad, deben mirarse sus entusiasmos ante la indómita resistencia de los indios. Los exaltó porque su alma sincera y sensible percibía la homérica grandeza de unos bárbaros que luchaban y sucumbían heroicamente defendiendo su independencia. Ese era el hecho notorio y visible hasta para los 348 Esto nos lleva al tan discutido tema del real protagonista de La Araucana. Al lado de la grandeza del conjunto del poema, el asunto de quién sea el protagonista es un problema de segundo orden, casi una cuestión bizantina. De él han escrito numerosos autores. Desde distintos puntos de vista y con razones bastante convincentes, lo han tratado —entre otros— Eduardo Solar Correa y Hugo Montes Brunet. Ambos coinciden en afirmar que La Araucana tiene un protagonista colectivo, el cual es para Solar Correa el pueblo español y para Hugo Montes, el pueblo español y el pueblo araucano5. La exclusión de García Hurtado de Mendoza como héroe central del "poema la imponía la realidad misma de los he1 Vid. Eduardo Solar Curre;) Semblanzas literarias de la Colonia Editorial Ditusión Chilena. Santiago. 1945. Hugu Monics: Estudlob sobre li Araucana. Universidad CutúUca de Valparaíso, 1966. dios, y en ella c^ improbübL- que tuviera nada que \er el recuerdo del episodio de La Imperial '. O b r a inspirada en til espectáculo de la guerra y escrita, en parte, en c¡ miiino campo de batalla, era inevitable que La Araucana alcanzara su mayor intensidad poética en la descripción de los combóles. Hay que remontarse a ía litada para encontrar algo parecido. Y no es exagerado el afirmar que Eixilla supera frecuentemente a Hornero en la pintura de las batallas. Es asombroso cómo el poeta encuentra en cada estrofa las expresiones más henchidas de significado para lograr el mayor realce en la descripción de las batallas. Y eso sin repetirse. Lo mismo los encuentros individuales que los combates colectivos adquieren en las octavas de Ercilla una grandeza épica sobrecogedora. Los nombres de Lautaro, Rengo, Tucapel, Villagra. Andrea y cualquiera de las numerosas batallas descritas en el poema sirven para comprobarlo. Es en la guerra donde la musa de Ercilla llega a su más alta inspiración. Tal vez él lo intuía así cuando, en el primer canto, declara su propósito de excluir el amor y "los amorosos afectos y cuidados". Por lo demás, así se lo imponía la condición absorbentemente guerrera del pueblo araucano: Venus y amor aquí no alcanzan parte; sólo domina el iracundo Marte. Sin embargo, no Fue dócil a su propósito inicial: en el canto XI11 surge, bastante inesperada y artificiosamente, el idilio de Guacolda y Lautaro. Todos los críticos coinciden en afirmar que las mujeres araucanas son de lo más débil que tiene el poema. Más que extraídas de la realidad, están creadas por la imaginación del poeta conforme a las ideas renacentistas de que estaba imbuido. Por otra parte, el clima guerrero predominante en el poema no era el más propicio para los arrebatos líricos amorosos. Muy certeramente escribió Menéndez Pelayo: "Allí rueda sólo el carro de Marte, con el mismo son duro y estridente, durante treinta y siete larguísimos can1 Ercilla no oslgnó lugar destacada a García Hurlado de Mendoza en el poema, pero lo nombró iiií^ de mediu docena de veces, algunas en forma bastante elogiosa. Pueden verse a este respecto los cantos X V I I , X X I . X X I I I . X X V . X X X I I I , X X X i V . . . Sin en. bar^ü, K diría que ulgunus autores lian Vislo Lu Araucana lu adorno que Sancho Panza a Dulcinea: "de oídas". El redactor de la nota biográfica de Erdlln que precede a La Araucana en e! lomo XV! I de la Biblioteca de Autores taponóles, de Mvadenelra, escribid que el resentimiento que F.rdlla tenia contra don García " l o indujo a guardar un tilencio completo respecto a esle personaje". Por su parte. Arturo Torres - lliusecu. en su excelente libru "+Nueva Historia de la Gran Literatura Iberoamericana" estampó la siguiente afirmación: '"El nombre del jefe español, García Htmado de Mendoza, no aparece siquiera en el poema". .Lincee Editores. Buenos Aires, Quinta edición, 1964. páa. 23). tos. Las sombras de Tegualda, de Glaura, de Freski. de Guacolda. pasan rapidísimas, y siempre mezcladas al fragor del combate y envuelta? en ••! cálido vapor de !a sangre" \ Consciente de la inevitable monotonía que la presencia constante del tema guerrero imponía al poema, Ercilla optó finalmente por dar u Venus un puesto al lado de Marte. F.l comienzo del canto XV parece ser una defensa de su proceder: ¿Qué cosa puede haber sin amor buena? ¿Qué verso sin amor dará contento? ¿Dónde jamás se ha vislo rica vena que no tenga de amor el nacimiento? No se puede ¡¡amar materia llena la que de amor no tiene el fundamento. Los contentos, lo» gustos, los cuidados, son, si no son de amor, como pintados. "Como pintados", y con muy artificiosos colores, le resultaron a Alonso de Ercilla los lances amorosos de su obra. Insiste reiteradamente don Alonso en la verdad de lo por él narrado. De modo categórico lo expresa en el canto primero, tercera estrofa: Es relación sin corromper sacada de la verdad, cortada a su medida. Sabido es el gran valor histórico del poema, a pesar de lo cual la Historia tiene más de un serio reparo que oponer a los relatos ercillescos, especialmente en lo relativo a los araucanos. "No hay que olvidar qus don Alonso es historiador y poeta, pero historiador para los españoles y poeta para los araucanos" &, escribió Eduardo Solar Correa. Y como poeta idealizó a los caciques indios, atribuyéndoles un conjunto de cualidades que a veces eran copia de los héroes de la epopeya clásica y a veces simple retrato de los sentimientos caballerescos españoles. Con ello alteró la verdad histórica, pero acendró y purificó la verdad poética. Ercilla tenía frente a sí un incitante material épico constituido por las asombrosas hazañas de los araucanos. Sobre él le era fácil construir unas figuras ideales, a las cuales, adem;í= de su coraje guerrero, podía adornar con los más excelsos atributos. Y así lo hizo. Que los indios tuvieran la capacidad guerrera que Ercilla les atribuye es cosa que la Historia confirma plenamente. Que, además, estuvieran adornados de las cualidades intelectuales y morales que él describe, es ya otra cosa Minoría dt la poesía hispanoamericana. II C o n f i o Superior de investigaciones Científicas. Santander. MCMXLV11I, pág. 2J4, ' Op. clt., p. 28. 349 freme a la cual el historiador y ¿I antropólogo tal vez tengan que formular más de una reserva *. En cuanto a los inFlujos literarios, son notorios en Ercilla los de Virgilio, Lucano, Ariosto y Garcilaso. Es indudable que había leído La Eneida, como lo prueba en los cantos XXXII y XXX1Ü, donde con una suficiencia un poco infantil cuenta a los soldados el episodio de la reina Dido y refuta a Virgilio por el anacronismo en que había incurrido. Notorio es también el parecido entre el mago Fitón del canto XXIII de La Araucana y la hechicera Desalia, de La Farsalia de Lucano. En cuanto a Ariosto. don Alonso de Ercilla había leído numerosas veces el Orlando, y su huella se delata ya en la primera estrofa de La Araucana. El influjo de Garcilaso se extendió a toda la poesía del siglo de oro, y de él no podía escapar don Alonso de Ercilla. ¿Cómo no ver la huella de Garcilaso en el canto XVII, cuando Ercilla sale al campo acompañado por la diosa Belona?: Salimos a un gran campo, a do natura con mano Uberal y artificiosa mostraba su caudal y hermosura en la varia labor maravillosa. Mezclando entre las hojas y verdura el blanco lirio y encarnada rosa, junquillos, azahares y mosquetas. azucenas, jazmines y violetas. Allí las claras fuentes murmurando el deleitoso asiento atravesaban, j) !os templados vientos respirando la verde yerba y flores alegraban. Pues los pintados pájaros volando por los copados árboles cruzaban, formando con su canto y melodía una acorde y dulcísima armonía. Por mil partes en corros derramadas vi gran copia de ninfas muy hermosas, unas en varios juegos ocupadas, otras cogiendo flores olorosos . . . La misma huella garcilasiana se advierte al final del canlo XVIII. Bien claramente lo patentizan los dos siguientes endecasílabos: Cerca de un arroyo sonoroso que atravesaba el fresco y verde prado . • . (XVm. 67) Ercilla es un narrador brioso y elocuente. En general, sabe encontrar el tono adecuado a las cir* En una reciente charla en el tnsiiuiío Cultura! de Providencia sobra El punto de vista mapuche de la Araucana, el profesor mapuche Antonio Analco protestaba de que Ercilla llame bárbaros a ¡os araucanos y. en camhio, no dé ese adjetivo a los españoles. Es cieno que Ercilla. de manera sistemática, dcslgnjj a los mapuches con el apelativo de bárbaros, cosa que desde d pumo de v¡si;i cultural no encierra ningún error. Pero también es cierto que a esos "bárbaros" les atribuye frecuentemente un conjunto de cualidades murales y humanas digna; del civilizado más refinado. 350 cunstancias. "Su estilo —dice Andrés Relio— es llano, templado, natural: sin énfasis, sin orop retóricos, sin arcaísmos, sin Ira nipos ¡dones artificiosas. Nada más fluido, terso y diáfano. Cuando describe, lo hace siempre con las palabras propias. Si hace hablar a sus personajes, es con las frases del lenguaje ordinario, en que naturalmente se expresaría la pasión de que se manifiestan animados. Y sin embargo, su narración es viva, y sus arengas elocuentes. En éstas, puede compararse a Hornero, y algunas veces le aventaja" 7. La crítica ha sido casi siempre unánime para destacar los valores de La Araucana. Se la considera el mejor poema épico que se ha escrito en idioma español. Historiadores y críticos de la literatura encuentran siempre los párrafos adecuados para ensalzar la obra de Ercilla. Sin embargo, es un lugar común la pesadez de su lectura. Incluso críticos de la capacidad lectora de Menéndez Pelayo y Solar Correa no ocultan que la lectura del poema resulta a veces pesada. En Chile, donde por razones patrióticas debería leerse con gran interés La Araucana, es frecuente oír que es una obra aburrida e insoportable, y hasta existen profesores de castellano que declaran no haberla leído nunca en forma completa . . . Todo depende de la luz y el color (y el calor) con que se mire. El crítico español Ángel Salcedo Ruiz, en su ya envejecida historia de La Literatura Española, escribió: '"Ercilla era un inagotable artífice de sonoras octavas reales. A pesar de lo cual, ¿quien será el valiente que se lea de punta a punta La Araucana?" s. En cambio, Azorín escribió entusiasras páginas sobre la obra de Ercilla: "Lo que resalta en el poema de Ercilla es la pintura de las batallas, de los encuentros, de los singulares rieptos que españoles y araucanos tienen. El poeta sabe dar movimiento a sus personajes. Nos figuramos, leyendo estos versos, algo así como las figuras de Miguel Ángel. Vemos torsos redondos y fuertes, brazos nervudos, pies que se asientan sólidamente en la tierra, o piernas que se debaten y entrecruzan violentamente, manos que atenacean, bocas contraídas, ojos fulgurantes y frentes por las que chorrea la sangre y el sudor. Y todo esto, moviéndose, agitándose, enlazándose y desenlazándose en una vorágine de ira, de polvo y de relumbres sobre las brillantes armas. : [.a Araucana. (Artículo publicado en El Araucano en 1841), Obras Complcias, i. VI. p. 4W. ' La Literatura Española, i. [[. Casa Editorial Calleja. Madrid. MfMXVI, p. 2TT Do cuando en cuando, una pradera esmaltada de flores, un río caudaloso, un suave alcor que se deataca en el cielo luminoso .. . " ' . Sabido es que La Araucana gozó de gran prestigió entre los más eminentes literatos del siglo de oro. Cervantes la salvó del Fuego en el implacable escrutinio que de la biblioteca de don Quijote hicieron el cura y el barbero. Veinte años ames, en La Gaiatea, se habia referido a Ercilla del siguiente modo: Otro del mismo nombre, que de Arauco cantó las guerras y el valor de Kspaña, el cual los reinos donde habita Glauco pasó y sintió la embravecida saña, no fue su voz, no fue su acento rauco. que uno y otro fue de gracia extraña. y tal, que Erciüa. en este hermoso asiento, merece eterno y sacro movimiento '". Esto escribía Cervantes en 1585, cuando aún no se había publicado la tercera pane de La Araucana. Aunque se trata de versos mediocres, como casi todos los que escribió Cervantes, lo que interesa destacar es que en ellos sabyace un alto aprecio de- la obra de ErcilEa. 45 años más tarde, en 1630, cuando Ercilla ya no estaba en este mundo y no podía corresponder al halago y adulación de los poelas, escribió Lope de Vega en El laurel de Apolo: Don Alonso de Ercilla tan ricas indias en su ingenio tiene, que desde Chile tiene a enriquecer [as musas de Castilla. pues del irpuestn polo trujo el oro en la frente, como Apolo; porque después del grave Garcilaso, fue Colón de las Indias del Parna.w. y más cuando en el Úrico instrumento cantaba, en tiernos años lastimado: "Que ya mis desventaras han hallado el término que tiene el su/rímiento" ". "Obras Completas, i. IV. Leí. Aguilur. .Madrid, 1%]. pii». 209. "•Obras Cúmplela-,. Ed. Aguilor. Madrid. ISM. pág. 74fc. Biblioteca de Auijres Espesóles, I. JCXXVili, p. 201. Madrid 351