CUADERNO DE LULA Martes (el inicio) La tierra está seca, agrietada, es la nada, el desierto sin arena. Hubo un tiempo en que la esperanza aún asomaba en las riberas de lo que antaño fueron ríos, hubo un tiempo en el que aún creía en mi especie. Hoy las peores predicciones se han cumplido. Hemos agotado el bien más preciado que poseíamos. Fuimos soberbios, nos creímos capaces de superar cualquier desafío de la naturaleza, solo que la madre tierra ya no tenía fuerzas para desafiar a su mayor depredador. La tierra estaba herida de muerte y durante decenios estuvo mandándonos mensajes de alerta y no le hicimos caso. Hoy la tierra agoniza, va muriendo lentamente, el agua se agota. Se ha comerciado tanto, con tanto, con todo, con cada recurso que nos daba la tierra, todos sus tesoros han sido motivo de guerras, de robos, de saqueos entre naciones. Pero el agua, el agua es el bien único y lo hemos corrompido, lo hemos ensuciado con nuestro afán de poder. Hoy el bien esencial sin el que ningún ser vivo puede sobrevivir se ha convertido en un artículo de lujo. He visto a gente matar por un sorbo de agua, he visto la miseria en la que nos hemos convertido y he llorado amargamente por haber venido a este mundo y porque mis ojos hayan tenido que ver tanto dolor. Desde donde vivo se oyen disparos lejanos, cuando cae la noche debes esconderte porque los mercenarios del agua salen a cazar sus presas, cualquier ser vivo que les proporcione agua o comida. La vida en la ciudad es peligrosa, ya nadie está seguro en ningún sitio. Mi refugio es una antigua fábrica abandonada, pero no estoy sola, somos unos cuantos los que deambulamos por este inmenso edificio, no nos une ningún vínculo, no somos amigos, no somos familia, desconfiamos los unos de los otros, pero nos necesitamos, juntos somos más fuertes, nos sentimos seguros frente a los extraños. Si quieres seguir con vida después del atardecer más vale que te unas a una comunidad. Así nos llamamos. Hay cientos de comunidades diseminadas por toda la ciudad y cada una tiene un nombre. Yo pertenezco a los desarrapados, hemos ocupado esta fábrica vacía que ahora es nuestro hogar. 11 He dado tantos tumbos. Tengo 29 años, cuando tenía 18 estalló la Tercera Guerra Mundial. Hablaban tanto del choque de civilizaciones, pero todo era mentira, las culturas no chocan, no luchan, son los hombres los que buscan a cada instante una excusa para matarse, el ser humano no ve en sus iguales a un aliado, sino a su rival. Yo pertenecía a una juventud que deseaba cambiar el mundo, dirigirlo hacia un destino mejor, preocupada por el medio ambiente, la integración, la globalización y todos los cambios vertiginosos que Occidente estaba dando sin siquiera tener tiempo de asimilarlos. Teníamos esperanza y hoy el mundo agoniza, es tan deprimente que si no fuese por el implacable instinto de supervivencia que te aferra a la vida como una garrapata, ya habría sucumbido. Me he hecho fuerte, intento ahogar cada día mi debilidad. El ser humano llegó al paroxismo de la corrupción y el equilibrio se quebró, solo me queda la esperanza de pensar que a veces hay que morir para poder nacer de nuevo. Hoy Occidente, el gran imperio de la soberbia, es un puñado de países desestructurados, con gobiernos efímeros y disparatados. Se rompió la democracia. Surgen mesías que nos prometen la salvación, guías revolucionarios que pretenden encauzar el caos. Se derrocan por las armas unos a otros y al pueblo ya no le importa. No creemos en la política porque la política ya no existe, ahora lo único que nos queda es sobrevivir día a día. Qué nos importa quien ostente el poder, ninguno hace por la vida y todos son igual de miserables. Hoy el mundo está en manos de un único imperio, el Imperio asiático. El 2070 fue una cifra redonda, la culminación de la carrera nuclear, estalló la peor de las guerras posibles, el gigante decadente que era Estados Unidos contra la nueva potencia surgida de la alianza asiática. Era la guerra por el control del agua. El cambio climático había provocado una sequía crónica en grandes zonas del planeta. Se sucedieron migraciones masivas hacia las tierras más fértiles, despoblándose países enteros, esto trajo tensiones en las fronteras y extrañas alianzas entre potencias otrora enemigas. La superpoblación de algunos países provocó un aumento de los recelos en cuanto al consumo del agua, si la inmigración siempre había sido un asunto conflictivo, ahora era motivo de rivalidades entre países y posible causa de guerra. La tierra se secaba y todos querían chupar de la teta hasta dejarla seca. Asia ganó la escalada nuclear y demostró su poderío, Occidente fue derrotado. Tierras baldías, ciudades destruidas, ríos contaminados, muerte y miseria, pobreza, silencio, desolación. Todo se ha puesto patas arriba, el 12 primer mundo se ha convertido en el Tercer Mundo y hemos tenido que tragarnos nuestro orgullo. Es como si un viaje en la máquina del tiempo nos hubiera trasladado hasta la Edad Media, si no fuera porque subsisten estructuras y sobreviven algunas tecnologías podríamos decir que el desarrollo y la modernidad fue el sueño febril de un Julio Verne medieval. Casi todo el territorio de EE.UU. quedó asolado por las bombas y lo poco que quedó en pie estaba contaminado, también parte de Europa quedó arrasada, África se salvó de las bombas porque ya había sucumbido antes a la deforestación y la sequía y nada había que sacar de ella, pues ya había sido saqueada con anterioridad. Asia también sufrió perdidas, pero salió victoriosa y ahora es el imperio que controla el mundo o lo poco que queda de él, no le arriendo la ganancia. Yo vivo en lo que antes se llamó España, ahora ya no hay Estado, ya no hay nacionalidades, ya no hay política, el sur emigró al norte y el norte a lo que antes fue Francia, ¿de qué sirven ahora los nacionalismos? Nunca antes estuvimos tan cerca de la globalización humana, es paradójico. Pero no hay nostalgia de la nación, yo viví la República federal, no parecía una mala opción, pero no tuvo tiempo de demostrarlo, a los tres años estalló la guerra nuclear, en muy poco tiempo el mundo conocido iba a dejar de existir. Mi país es pues un desierto, solo quedan unos cuantos territorios habitables al norte, tan cerca de África, tan cerca de Europa, el desierto comienza en España. Si al menos fuese una imagen bella de danzantes dunas y hermosos beréberes a lomos de sus camellos, pero no, España es un desierto árido y seco, lleno de rascacielos abandonados y ruinosos. Mi luminosa costa mediterránea de donde yo procedo se ha vuelto tan luminosa que abrasa la piel, pero también el corazón, primero degradada por el urbanismo feroz, después el mar hizo el resto, engulló las playas y las poblaciones cercanas, la costa ganó terreno hacia el interior. El deshielo provocó la crecida del nivel del mar. No hacía falta ser adivino para saber lo que iba a pasar. De niña veía a mi madre llorar cada vez que íbamos a la playa, cuando aún quedaban playas, finalmente dejó de ir para guardar el recuerdo de un mar todavía puro en su memoria. Yo ya no lo recuerdo, mi memoria se limita a los años convulsos del instituto en los que estaba latente la amenaza de una guerra mundial y nosotros los jóvenes luchábamos por redimir nuestro planeta e intentar frenar su declive, era una lucha perdida, dolorosa por su esterilidad. Lo sabíamos, pero aún así combatíamos con la fe que posee la juventud. 13 Después vienen los recuerdos de guerra, pero esos no son buenos, nada puedo describir de esta guerra que no se haya escrito ya sobre las guerras, todas son lo mismo, todas son la muerte y con cada guerra el ser humano ha dado un paso más hacia su propia destrucción, ¿es este el final? Podría ser, al menos estamos muy cerca del infierno. Mi madre murió en la guerra, mis amigos murieron o desaparecieron en ella, solo quedo yo, lo que queda de mí después del dolor. Y esta noche al fin puedo escribir estas líneas, y gritar con la palabra todo lo que no pude gritar durante tanto tiempo. Son pocas las noches que puedo escribir, pero suficientes para darme aliento y seguir adelante. Siento la necesidad de contarlo todo, mi único desahogo. Ahora oigo las voces de la comunidad mientras escribo en mi rincón; están reunidos junto al fuego, como cada noche, pero este alboroto no es habitual. Algo extraño sucede. Debo ir. 14 Miércoles Ayer por la noche entraron en la fábrica dos mercenarios del agua. Iban buscando presas, por suerte solo eran dos y entre todos pudimos hacerles frente. Esos estúpidos salieron corriendo como conejos asustados, estuvimos riéndonos de ellos durante un buen rato. Se creó una agradable complicidad entre todos, pero al rato se disipó y cada uno volvió a su rincón. Fue divertido, pero temo que esta noche vuelvan con refuerzos, hay que estar alerta. Puede que tengamos que marcharnos de la fábrica. Ahora este es mi hogar. Tengo un rincón propio con mis cosas, conseguí una manta y un viejo colchón y es lo más acogedor que he tenido durante años. Aquí nadie invade mi espacio, nos respetamos. Esta mañana recorrí el barrio de los ricos, bueno, lo de ricos es un eufemismo, los llamamos así porque viven en fincas y tienen sus propios pisos, pero por lo demás son casi tan pobres como nosotros. En el barrio rico siempre hay más oportunidades de encontrar comida si rebuscas en las basuras y a las doce del mediodía se abre la fuente de la plaza hasta las dos. Puedes llenar una garrafa de agua si aguantas la cola y no cierran el grifo antes de que te toque. Más de una vez he hecho la cola inútilmente porque al llegar mi turno eran ya pasadas las dos y el grifo se cierra automáticamente. Hay que madrugar mucho para poder tener agua. Aún recuerdo cuando ducharse era una rutina diaria. Eso fue antes de la guerra. Ahora la higiene es precaria por no decir inexistente. Yo intento reservar un poco para lavarme como los gatos, pero cuando lo hago no puedo evitar sentirme culpable, porque pienso que la estoy malgastando. Hoy en la cola ha habido un pequeño altercado, no es nada nuevo, siempre hay riñas y peleas, pero hoy ha sido diferente. Un niño ha intentado colarse, estaba tan flaco, tan demacrado, parecía desesperado. Lo han echado a empujones y patadas y se ha quedado en un rincón lamiendo sus heridas. Me han entrado ganas de llorar pero las he reprimido, siempre reprimo mi debilidad, no puedo permitirme sufrir por los demás. Hoy he podido llenar una garrafa, aunque casi por los pelos, eran ya las dos menos diez. Al marcharme, el muchacho seguía allí, mirando la fuente y esperando a que todo el mundo se marchase para lamer las gotas de agua 15