China y la reunión Cumbre del G-20. Percepciones y expectativas ante un nuevo escenario económico internacional. Sergio Cesarin Coordinador del Centro de Estudios sobre Asia del Pacífico e India (CEAPI), UNTREf, Argentina Aspectos contextuales. La reunión cumbre del G-20 puede interpretarse como un punto de llegada y un momento de partida. De llegada, porque ha sido precedida por distintos encuentros de coordinación y diálogo entre representantes de las economías miembros, sobre acuciantes cuestiones de agenda global como seguridad nuclear, promoción de energías limpias, medio ambiente, agricultura sostenible, seguridad energética, conectividad global, inversiones, administración de flujos financieros, agricultura sostenible, negociaciones comerciales internacionales, coordinación monetaria y tipos de cambio, entre otros. Ítems por demás cruciales, en una fase de ralentamiento económico mundial. Pero también el evento puede ser concebido como un punto de partida, un big bang que confirme tendencias profundas en marcha en el sistema político y económico mundial que han de definir la posición relativa de los principales actores del sistema internacional, entre ellos varios miembros del G-20, durante las próximas décadas y con indudable impacto global, a saber: i) la persistencia de un cuadro de desaceleración económica general, ii) la confirmación, pese a reducción de sus tasas de crecimiento, de las apetencias chinas por convalidar su liderazgo político y económico emergente, iii) la profundización de tensiones intra europeas que degradan expectativas sobre una inmediata recuperación económica, y iv) un cuadro de situación general sobre negociaciones económicas internacionales que agudice la puja entre proyectos no necesariamente dialécticos pero sostenidos por los dos principales polos económicos mundiales, el TPP alentado por Estados Unidos y el área de Libre Comercio de Asia y el Pacífico ( FTAAP) impulsada por China. La foto de los líderes reunidos mostrará un cuadro de homogeneidad y concordia que dista de ser real; algunas de sus aristas conflictivas emergerán con el paso del tiempo exponiendo pre existentes brechas de consenso que deberán ser superadas si el G-20 aspira – tal como China lo desea- aportar gobernabilidad al sistema internacional durante las próximas dos décadas. Sobre esta y otras suposiciones es posible analizar varios factores concatenados. China aspira fortalecer el rol del G-20, refirmar su entidad y legitimidad como plataforma multilateral de diálogo, coordinación y cooperación entre sus miembros en un momento critico para organizaciones internacionales que han perdido dinamismo resolutivo y capacidad de control de gestión sobre conflictos y articulación de discordantes intereses; entre las principales listan la Organización de Naciones Unidas y la Organización Mundial de Comercio (OMC) que atraviesa duras negociaciones multilaterales en un momento caracterizado por la dispersión de acuerdos bi, pluri y multilaterales preferenciales de comercio e inversiones. Asimismo, la reingeniería institucional que China propone expone nítidamente sus desacuerdos respecto de la heredada y “caduca” estructura institucional de Bretton Woods, por lo que intenta imponer, cada vez con mayor fuerza y premura, procesos de institutional building que ajusten el nuevo marco a sus intereses. 1 En segundo lugar, la Cumbre se realiza con el telón de fondo de una dificultosa recuperación económica mundial. En 2015 el comercio internacional cayó por quinto año consecutivo por debajo del promedio histórico y el escenario proyectado asume como retardatarios de una rápida recuperación, remanentes efectos de la crisis financiera de 2008. Una Europa problematizada ante las tensiones del potencial brexit (abandono por parte de Gran Bretaña de UE), la sobre demanda de acciones cohesivas que exige la crisis griega, el dilema turco de incorporación comunitaria y la dificultad para coordinar la implementación de políticas comunes de estímulo, no presenta un cuadro alentador. A dichos factores debemos sumar la crisis de los refugiados, el discutido diseño de una “Europa a la alemana”, la inestabilidad política española, los debates entre ortodoxos y heterodoxos respecto de la “independencia” del Banco Central Europeo (BCE) a la hora de fijar los tipos de interés y controlar la inflación, así como divergencias en torno a los planes de rescate de la economía griega (estimados en U$S 86.000 millones) que de todas formas no solucionarán la estructura de una deuda que representa el 180% de su PBI; finalmente, persisten inconvenientes intra comunitarios en aprobar el Pacto de estabilidad y crecimiento por el cual las economías de la unión se comprometen a no generar un déficit público superior al 2,8%. Las proyecciones del FMI muestran claros indicadores de lo expuesto. La recuperación global avanza "a un ritmo aún más lento y frágil" por lo que ha rebajado previsiones sobre crecimiento mundial al 3,2% para 2016 y 3,5 % en 2017; particular retracción prevé en economías como Japón, Brasil y Rusia. EEUU, la primera economía mundial, crecerá un 2,4 % en 2016 y un 2,5 % en 2017, en tanto la zona del euro mostraría índices de crecimiento del 1,5% en 2016 y 1,6% en 2017. A salvo estarían las principales seis economías de la Asociación de Naciones del Sudeste de Asia (ASEAN) con un saludable 4,8% en 2016 y 5,1% el año entrante, similar situación beneficiosa presenta la India con tasas esperadas del 7,5% en el bienio. En tercer lugar, para afrontar este escenario no existen posiciones comunes respecto a las medidas de estímulo a ser aplicadas. Las apelaciones a una decidida “acción colectiva” para superar los dilemas presentes y futuros y aportar predecibilidad de mediano plazo, no parecen surtir efecto y ser un activo valorado intra G-20. Mientras Estados Unidos y China coinciden en la necesidad de aplicarlos en caso de que el crecimiento global decaiga, esta posición no es compartida por la economía-motor europea, Alemania, preocupada por sostener el equilibrio macro en las cuentas intra comunitarias, no ampliar el riesgo de excesos ante la todavía persistente crisis griega, utilizar recursos para paliar el drama extra comunitario de una forzada inmigración y atender el frente social interno mediante políticas activas que sostengan el empleo. No obstante, pese a la reticencia europea, los ministros de finanzas de la primera y segunda economía mundial (secretario del tesoro estadounidense, Jack Lew y ministro de finanzas de China, Lou Jiwei) han manifestado que acompañarán las reformas con medidas de estímulo; incluso, en el caso específico de China, nuevas rebajas impositivas y un aumento del gasto fiscal, han sido “unilateralmente” asumidas para sostener expectativas de crecimiento de entre el 6,5% y 7% para 2016, asentadas sobre un cuadro de acelerada urbanización, aumento en el consumo interno, expansión del turismo y auge del comercio electrónico. 2 Particular importancia reviste el papel que China aspira desempeñar durante su presidencia con el objeto de reafirmar su liderazgo global en las décadas por venir. A lo largo del proceso que desembocará en la Cumbre de septiembre, los líderes han manifestado con claridad que China ha de ejercer un papel protagónico como promotor de reformas en el Grupo. China considera el G-20 como un mecanismo internacional de cooperación económica mundial instrumentalmente útil para reafirmar objetivos estratégicos relativos a gestión y orientación de flujos de inversión, flujos tecnológicos, negociaciones comerciales internacionales, derechos de propiedad intelectual, y como activo agente financiero internacional. En tal sentido, el G-20 ofrece una oportunidad para aventar temores sobre tres incertidumbres propias: crecimiento, gobierno y liderazgo. Esta voluntad por reafirmar su liderazgo se manifiesta mediante los intentos de reforma del mismo G-20. Estas metas han sido claramente expuestas en abril de 2016, cuando el presidente chino Xi Jinping afirmó que el fin primordial del G20 debería ser “asegurar una mejor calidad de vida para la gente”, y alentó a dotar de un perfil más resolutivo (action-oriented) la labor del Grupo. También en línea con lo anterior, planteó la necesidad de fortalecer la legitimidad del Grupo pasando de ser concebido desde una perspectiva vertical de liderazgos gubernamentales arriba-abajo (top – down) a un formato bottom – up en el que las decisiones de sus máximos líderes incluyan mayores dosis de participación social; un proceso de reingeniería intra organizacional e institutional building donde las voces de empresarios, thinks tanks, trabajadores, mujeres y jóvenes, organizaciones de la sociedad civil sean incorporadas y canalizadas sus demandas. Asimismo, bajo el lema Towards an Innovative, Invigorated, Interconnected and Inclusive World Economy, China espera imprimir un perfil más resolutivo al G-20, dotarlo de mayor eficacia y reorientar sus prioridades para que deje deser – proritariamente- un ámbito volcado hacia la “gestión de crisis”, a uno considerado plataforma apta para promover reformas estructurales de largo plazo sostenidas por una visión I+D: innovación y desarrollo (innovation and development). Un dato de color geopolítico debe ser citado. La inclusión de Egipto como invitado especial a la reunión cumbre, es otro indicador de las preferencias y mayor compromiso chino por ampliar la representatividad del G-20 mediante la incorporación de nuevos miembros, y en particular, de un continente como Africa destino preferente de sus inversiones en el exterior durante los últimos quince años. Suma, además, un país árabeislamizado moderado al grupo, reconoce la relevancia geoestratégica de un actor regional en Medio oriente que controla el pasaje por el Canal de Suez, e incorpora una economía del Magreb (norte de Africa) que equilibra la representatividad “del sur” continental asentada en Sudáfrica. Sin embargo, no debemos olvidar que todo este movimiento por parte de China se produce cuando atraviesa una fase de ajuste económico estructural y la alteración de sus mercados bursátiles siguen llamando la atención sobre la consistencia y sostenibilidad de tasas de crecimiento. Las previsiones del FMI plantean que la economía china crecería entre el 6,5% y 7% en 2016 y un 6,3% en 2017. En el marco de la estrategia económica denominada “nueva normalidad”, la economía atraviesa una etapa de transición basada en nuevos drivers de crecimiento que obliga a la implementación de un duro plan de ajuste interno, en particular orientado hacia sobredimensionados 3 sectores industriales que conllevan la pérdida de millones de empleos. Las reformas internas son costosas y avanzan lentamente tratando de sortear obstáculos interpuestos por consolidados intereses, básicamente asentados en vetustas industrias estatales (SOE´s) y una reluctante burocracia partidaria. Una economía que, según el BM, alcanzó el estatus de “ingresos medios”, busca salir de esta trampa; la gestión de la desaceleración prevista de sostenerse durante el próximo decenio, supone reducir la importancia de sectores antes dinamizadores y volcar el mayor esfuerzo fiscal e inversor hacia la producción de manufacturas de alta tecnología, expansión de los servicios y consumo interno. Tampoco han sido acallados los temores ante la repetición de bruscas fluctuaciones del Yuan ante el Dólar estadounidense; una depreciación persistente de la moneda china alarmaría aún más a los mercados financieros. En tal contexto, el ejercicio de afirmación mediante una asertiva posición en el seno del G-20 ofrece a China una oportunidad de revertir negativas expectativas internacionales. La posición de los Estados Unidos indica una senda de recuperación económica con expectativas de crecimiento del PBI del 2,6% en 2016 y 2017. Más allá de la transición política en marcha, el legado de Obama incluye una “agenda impuesta” de negociaciones económicas internacionales cuyo bastión es el Trans Pacific Partnership (TPP). Un paquete de medidas ha sido negociado en secreto y firmado en octubre de 2015, pero pocas son las precisiones e información disponible sobre los alcances de un acuerdo multilateral que, por sus esperados impactos, posiblemente erosione – aún másla legitimidad de la Organización Mundial de Comercio (OMC) e imponga a las economías en desarrollo- entre ellas las suramericanas no participantes- una agenda de negociaciones y compromisos de liberalización de dificultosa implementación por sus efectos sociales, impactos sobre el empleo y sectores industriales. Suma tensiones hacia el futuro la contrapartida china al TPP (del que China está ausente) como es el proyecto de creación de un Area de Libre Comercio del Pacífico 4 (FTAAP). En sinergia con este proyecto y los objetivos antes citados respecto de la voluntad china por rediseñar regímenes internacionales, la reciente creación del Banco Asiático de Inversión en infraestructura (AIIB, con una capitalización inicial de U$S 100.000 millones) es una muestra de lo dicho. Tanto la FTAAP como el AIIB exponen la voluntad china por disputar espacios de poder político y económico a nivel mundial ante Estados Unidos y Japón. El AIIB basa su factibilidad en las ingentes sumas de capital necesario para sostener la competitividad regional mediante proyectos de infraestructura energética y ambiciosos planes sobre conectividad y redes logísticas. Según el estimaciones del Banco Asiático de Desarrollo (ADB), las necesidades de financiamiento en Asia alcanzarían los U$S 8,2 billones hasta el año 2020 y las empresas chinas pueden obtener una buena parte de los proyectos previstos, entre los que se destaca el One belt, one road y la Maritime Silk Road por el Indico, ambos empujados desde Beijing. El cuadro de situación no puede desligarse de un indicador objetivo cual es la sub representación que China detenta, pese a ser la segunda economía del mundo con U$S 11 billones de PBI, en organismos e instituciones financieras internacionales. Posición que ha decidido modificar atrayendo socios tradicionales de Estados Unidos como Gran Bretaña, Francia, Italia, España y Alemania, entre otros, al AIIB. La esperada correlación entre status inversor, poderío financiero y nivel de representación, ha quedado demostrada mediante la incorporación del Yuan a la canasta de monedas que componen los Derechos Especiales de Giro (DEG) emitidos por el FMI. Como afirma Paul Kennedy “…nunca en la historia la moneda de un país ha cedido terreno a la de otro sin una cesión de poder e influencia internacionales”. Pura lógica histórica aplicada a la realidad de una puja competitiva lanzada por China contra el Dólar estadounidense. Para las economías suramericanas en particular, el sendero de negociaciones y el futuro del G-20 muestra diversas facetas. Según la CEPAL, la caída de los precios internacionales de las materias primas y la recesión en Brasil, son solo dos entre los principales factores que impulsan a la baja el crecimiento regional. El FMI recortó las 5 proyecciones para América Latina y el Caribe anticipando una recesión leve de 0.3% para 2016 y una expansión de 1,6% en 2017. El fin del boom de los commodities y materias primas que la región exporta vendría, además, acompañado por un deterioro en los términos de intercambio, especialmente en países exportadores de hidrocarburos y minerales. Suman incertidumbre, la persistente apreciación del dólar y el posible aumento de la tasa de interés por parte de Estados Unidos. Bloomber commodity Index No obstante, para los tres miembros suramericanos del G-20 los efectos seran diferenciados en 2016. Los retrocesos esperados de Brasil (-3,5% en 2016, -3,8% en 2015) y Venezuela (-7,0%), son en parte moderados con la recuperación de la economía mexicana con un tasa del 2,6% de crecimiento en 2016, se expande gracias a la demanda interna privada y la fortaleza del mercado estadounidense. La economía argentina recupera posiciones y genera expectativas favorables ante la salida del default; los cambios de política económica intentan favorecer la elegibilidad del país para la radicación de ied. Las perspectivas de apertura comercial y la recesión en Brasil, ubican a la Argentina como una alternativa de interés; no obstante en 2016, el PBI (según datos del FMI) caerá un 1% para recién ha mostrar signos claros de recuperación en 2017 con un estimado 2,8%%. Pese a los inconvenientes, para las economías suramericanas miembros, el G-20 seguirá siendo un ámbito que aporte a la construcción de confianza internacional y una plataforma multilateral clave para la toma de decisiones sobre el presente y futuro de la economía mundial. Asimismo, la participación junto a economías en desarrollo les permite detectar oportunidades -o potenciales perjuicios- derivados del ascenso de economías emergentes como China, India y las de ASEAN. También brinda opciones para reconocer alternativas de inserción ante la evidencia de sendos acuerdos transpacíficos sobre liberalización económica que han de ejercer indudables impactos sobre sus sistemas nacionales y regionales de producción de bienes y servicios. 6 Finalmente, dos aspectos cruciales parecen no surgir como prioritarios en la agenda de conversaciones. Uno es el boom del comercio electrónico que aunado a la revolución tecnológoca en marcha transformará en vetustas modos, usos y costumbres laborales, formas de organización de la producción y metodologías gestionarias público-privadas. El factor tecnológico y su inetrrelación con actividades de investigación, desarrollo e innovación pro competitiva, alterará aún más las formas de organización económica intra y extra estatales, tornando al Estado más irrelevante gracias al traspasod e poder hacia redes tecnológicas y circuitos virtuales. Es tiempo entonces que las economías latinoamericanas y en particular sus dirigencias, aggiornen pensamiento e ideas a fin de maximizar beneficios y minimizar perjuicios que provendrán en cascada de los centros mundiales de poder político y económico como China y Estados Unidos durante las dos próximas décadas. 7