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Rev. Casa de la Mujer ISSN 2215-2725. N°21 (2): 49-67, julio-diciembre 2012
Violencia contra las mujeres
en la relación de pareja: Diagnóstico
legal desde la perspectiva de género
M.Sc. Sandra Pereira Retana1
Máster en Violencia Intrafamiliar y de Género
Jueza de Violencia Doméstica
Recibido 15 octubre de 2012 Aceptado 12 febrero de 2014
Resumen
Abstract
Palabras clave: Agresión contra la mujer,
relaciones de poder, roles de género, división
sexual del trabajo, derechos humanos de las
mujeres, violencia de género.
Key words: Aggression against women, relations of power, gender roles, sexual division of the work, human rights of the women,
gender violence.
En este artículo se analiza la problemática
de la agresión contra las mujeres y cómo
la socialización patriarcal, las relaciones
de poder, los roles de género, la división
sexual del trabajo y la dependencia económica la promueven, la legitiman, la
transmiten y la perpetúan. Se examina
la legislación nacional, así como los tratados internacionales referidos a derechos
humanos de las mujeres y el acceso a la
justicia de personas en condición de vulnerabilidad y las teorías referentes a la necesidad de reparación del daño que tienen
las víctimas y que debe ser garantizado
por el sistema judicial, todo desde el punto de vista de que la violencia de género
es una violación a los derechos humanos y
por tanto, hay que establecer mecanismos
efectivos para su erradicación.
In this article is analyzed the problematic
of aggression against women and how the
patriarchal socialization, the relations
of power, the gender roles, the sexual
division of the work and the economic
dependence promote it, legitimize
it, transmit it and perpetuate it. The
national legislation is examined, as well
as the international agreements referred
to human rights of the women and the
justice access of people in a vulnerability
conditions and the related theories to the
necessity to repair the damage that the
victims have and that must be guaranteed
by the judicial system, everything from
the point of view of which the gender
violence is a violation of the human rights
and therefore, it is necessary to establish
effective mechanisms for its eradication.
1 Jueza Coordinadora de Juzgado Oral Electrónico de Abordaje Integral de Violencia Doméstica de
Cartago. Magíster en Violencia Intrafamiliar y de Género del Programa Conjunto de Maestrías
Regionales de la Universidad de Costa Rica y la Universidad Nacional.
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La agresión intrafamiliar constituye una problemática de la sociedad
global a la cual los Estados, las instituciones sociales y la población en general
deben dar una respuesta pronta y efectiva con perspectiva de género. Aún
hoy, en pleno siglo XXI, en la era de la información y de la homogenización
cultural, la violencia intrafamiliar se incrementa considerablemente. Nuestro
país no es la excepción, se adhiere sin escrúpulo a este comportamiento
social tal y como lo indican las estadísticas nacionales.
La socialización patriarcal, las relaciones de poder, los roles de género,
la división sexual del trabajo y la dependencia económica promueven,
legitiman, transmiten y perpetúan la violencia de género o violencia contra
las mujeres. Este tipo de violencia se produce contra las mujeres por su
condición de mujeres. Dentro de sus manifestaciones están: la violación,
el abuso sexual, la tortura, la prostitución forzada, la trata de personas, el
secuestro, el acoso sexual y la violencia intrafamiliar.
Este último tipo de agresión comprende la violencia psicológica, física,
patrimonial y sexual. La violencia doméstica es aquella que se ejerce, en
su mayoría, dentro del hogar, por personas miembros del núcleo familiar y
producto de las relaciones asimétricas de poder. Dentro de los elementos
que configuran la violencia intrafamiliar como tal están: la desigualdad de
poder, la dependencia económica y psicológica o emocional, y un ciclo de
agresión con tres fases principales: a) fase de aumento de la tensión que
incluye incidentes continuos de agresión, b) fase de incidente agudo de
agresión y c) fase de perdón y reconciliación (llamada tregua amorosa)2
(Walker, 1979). Este ciclo se repite una y otra vez. Cada fase tiene una
duración indefinida, pero irá en aumento en frecuencia y en intensidad y,
El “ciclo de la violencia” comprende 3 fases: Fase 1. Acumulación de tensión. La tensión es el resultado
del aumento de conflictos en la pareja. El maltratador es hostil, aunque aún no lo demuestra con
violencia física, y la víctima trata de calmar la situación y evita hacer aquello que cree que disgusta
a su pareja, pensando que puede evitar la futura agresión. Esta fase se puede dilatar durante varios
años. Fase 2. Explosión violenta. Es el resultado de la tensión acumulada en la fase 1. En esta segunda
etapa se pierde por completo toda forma de comunicación y entendimiento y el maltratador ejerce
la violencia en su sentido amplio, a través de agresiones verbales, psicológicas, físicas o sexuales. Es
en esta fase cuando se suelen denunciar las agresiones o se solicita ayuda, ya que se produce, en la
víctima, lo que se conoce como “crisis emergente”. Fase 3. Arrepentimiento. Durante esta etapa la
tensión y la violencia desaparecen y el hombre se muestra arrepentido por lo que ha hecho, colmando
a la víctima de promesas de cambio. Esta fase se ha venido a llamar también de “luna de miel”, porque
el hombre se muestra amable y cariñoso, emulando la idea de la vuelta al comienzo de la relación de
afectividad. A menudo la víctima concede al agresor otra oportunidad, creyendo firmemente en sus
promesas. Esta fase hace más difícil que la mujer trate de poner fin a su situación, ya que, incluso
sabiendo que las agresiones pueden repetirse, en este momento ve la mejor cara de su agresor, lo
que alimenta su esperanza de que ella le puede cambiar. Sin embargo, esta etapa de arrepentimiento
dará paso a una nueva fase de tensión. El ciclo se repetirá varias veces y, poco a poco, la última fase se irá
haciendo más corta y las agresiones cada vez más violentas. Tras varias repeticiones del ciclo, la fase 3
llegará a desaparecer, comenzando la fase de tensión inmediatamente después de la de explosión violenta.
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en no pocas ocasiones, cuando la víctima no logra salir de la situación de
violencia, esta concluye con un hecho fatídico: el femicidio.
No se puede decir que la responsabilidad de luchar contra este flagelo social
es de una dependencia, de una institución o de un poder estatal en especial.
No, la responsabilidad es de todas y todos los actores sociales: debe haber una
coordinación, cooperación y ayuda constante entre las diversas dependencias
públicas y privadas para que las mujeres víctimas de violencia obtengan el
empoderamiento3, el acompañamiento y las herramientas necesarias que les
permitan romper con el círculo de agresión y salir de la relación abusiva.
Socialización patriarcal
A partir de los años setenta, la violencia doméstica dejó el tradicional
y cómodo lugar que ocupaba en el ámbito privado; en este período, los
Estados comienzan a intervenir en esta problemática. Gracias a las luchas
que desarrollaron los movimientos feministas se visibilizó lo grave de la
situación y se inicio la gestación de normas internacionales que produjeron
la implementación de leyes tendientes a enfrentar el problema.
Históricamente la sociedad patriarcal ha tratado injustamente a
las mujeres y les da el poder a los hombres sobre ellas, quienes a su vez
deben corresponder con servicios domésticos y sexuales gratuitos. A esto
se refiere el contrato social y el contrato sexual que nos relata la obra El
contrato sexual (Pateman, 1988).
Es así como el hombre libre rechazó la esclavitud, pero el contrato
sexual creó otro tipo de esclavitud: el de la mujer subordinada al poder de
su pareja, obligada a realizar labores sexuales y domésticas las veinticuatro
horas del día; sin obtener remuneración y sin poder renunciar a lo que se
consideran socialmente sus deberes femeninos:
La dominación de los varones sobre las mujeres y el derecho de los varones
a disfrutar de un igual acceso sexual a las mujeres es uno de los puntos en
la firma del pacto original. El contrato social es una historia de libertad, el
contrato sexual es una historia de sujeción… (Pateman, 1988, p. 10)
Estos conceptos tienen una relación directa con las ideas de Gayle
Rubin (1986) enunciadas en su obra El tráfico de mujeres: Notas sobre la
antropología política del sexo: “Si el objeto de la transacción son mujeres,
entonces los hombres que las dan y las toman son los que se vinculan y las
El empoderamiento de las mujeres es entendido como el proceso -y el resultado del proceso- de desafío
y cambio de dichas inequidades de género y de las desigualdades en la distribución de poder asociadas a
ellas. Multiplicidad del vínculo entre empoderamiento de la mujer y violencia de género (Casique, 2008).
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mujeres pasan a ser el conducto de una relación, antes que participantes
de la misma…” (Rubin, 1986, p. 32).
Estas relaciones de poder asimétricas –donde el hombre es privilegiado
dueño de las mujeres y las cosifica al considerarlas objetos que pueden
poseer– producen la violencia doméstica. Cuando las mujeres están
inmersas en este tipo de relaciones abusivas y naturalizadas socialmente,
no saben cómo salir del círculo, no encuentran una respuesta a su problema,
no pueden vislumbrar recursos de apoyo y las embarga un sentimiento
predominante de frustración, tristeza y soledad.
La violencia contra las mujeres es un dispositivo de poder cuyo objetivo
es mantener el orden patriarcal que se estableció mediante los contratos
descritos; es una expresión directa de una política sexual que pretende
obligarlas a aceptar las reglas masculinas y preservar el status quo genérico.
El sentido de la socialización es mantener ese orden y la estructuración de
la sociedad con base en la desigualdad y opresión del género femenino. La
violencia contra el género femenino es una de las expresiones más brutales
y explícitas de dominación de los hombres y subordinación de las mujeres.
De igual manera, la violencia doméstica es una de las formas de
agresión más crueles debido a que es perpetrada por las personas en las
que se confía, con las que le une un lazo de afecto y, en muchos casos, una
vida en común, en donde también hay personas inocentes que se ven
afectadas directa e indirectamente por la situación de agresión. En todos
los casos de violencia intrafamiliar, la persona que se supone debe proteger
a la víctima, por lo general su pareja sentimental, es aquella que la lesiona.
Cuando la víctima de violencia doméstica busca ayuda, muchas veces,
se arrepiente de su decisión y luego de interponer el proceso judicial
solicita no continuarlo. Hay que comprender que en cualquier situación,
y para la generalidad de las personas, el enfrentarse a un proceso judicial
produce un sentimiento de inseguridad y temor. En el caso de las mujeres
víctimas de violencia, este temor se magnifica porque, de igual manera que
se indicó antes, se va a demandar a una persona con la que la unen o la
han unido lazos de afecto y una vida en común, en cuyas circunstancias
incluso existen hijos en común; también ocurre que la mujer se encuentra
sola y no cuenta con los recursos necesarios, tanto personales como
económicos, para enfrentar la situación de crisis. Por ello, es tan necesaria
la intervención estatal que apoye a esta población tan vulnerable.
Para Alda Facio (2003), es imperativo que las mujeres víctimas de
agresión reciban ayuda estatal, al menos en tres aspectos indispensables:
a) recursos materiales (alojamiento y vivienda seguros, atención a los niños
y las niñas, acceso a los servicios de la comunidad), b) apoyo emocional
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(asesoramiento a corto y largo plazo, ejercicios para recuperar el respeto a
los demás, sesiones para recuperar su amor propio y seguridad en sí misma,
cursos de aptitudes parentales, participación en grupos de autoayuda o
respaldo), c) defensa y asistencia jurídica práctica sobre comunicación
con los hijos y custodia, cuestiones de propiedad, respaldo financiero. En
nuestro país, el acceso a los servicios legales y psicológicos es muy limitado.
Derechos humanos y legislación nacional
En Costa Rica, los tratados internacionales referidos a derechos
humanos, de conformidad con lo establecido en el artículo 2 de la Ley de
Jurisdicción Constitucional, cuentan con igualdad jerárquica con respecto
a la Constitución Política. En el Voto 9685-00, la Sala Constitucional
interpretó que esta igualdad de jerarquía se establece cuando se amplían
los derechos consagrados en la Constitución (Jiménez, 2007).
En el año 1979 se promulgó la Convención para la Eliminación de
todas las formas de Discriminación en contra de las Mujeres. En su artículo
1, esta Convención define las bases para establecer a qué se le denomina
discriminación y permite analizar los hechos o situaciones que se
consideran discriminatorios. En el artículo 2 se enumeran las obligaciones
de los Estados que la suscriban para modificar la parte legal, en aras de
buscar la igualdad entre los géneros. El artículo 16 establece que los
Estados partes se comprometen a adoptar las medidas necesarias para
eliminar la discriminación de la mujer en los asuntos relacionados con el
matrimonio y relaciones familiares; en particular asegurarán condiciones
de igualdad entre hombres y mujeres. Esto, en otras palabras, significa que
se deberá eliminar la violencia dentro del matrimonio y en relaciones de
pareja, la cual nace a partir de relaciones desiguales de poder y de ideas
patriarcales que promueven la superioridad del hombre y la inferioridad
y, por tanto, sumisión, de la mujer. Esta es una primera referencia a la
problemática de violencia intrafamiliar. También este documento en su
artículo 4 hace referencia a que los Estados parte deben tomar medidas
correctivas que aceleren el logro de la igualdad entre los sexos, sin que
se interprete como discriminatorias para los hombres. La igualdad no
debe aplicarse de manera neutral4, sino entendiendo las desigualdades
existentes y estableciendo acciones afirmativas para corregirlas.
La Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la
Mujer fue aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas
Se aplica la igualdad neutral cuando se resuelven todas las situaciones de la misma manera sin
tomar en cuenta las diferencias y desigualdades, esto produce una mayor inequidad.
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en 1993. Previamente, en 1992, el Comité para la Eliminación de todas
Discriminación contra la Mujer adopta recomendaciones que pretenden
establecer medidas específicas que se deben tomar para los casos que van
presentando los Estados en sus informes. Es así como, en la recomendación
19, sobre violencia contra las mujeres, se declara que este tipo de agresiones
son una forma de discriminación contra ellas, reflejando y perpetuando
su subordinación, por lo que se requiere que los gobiernos eliminen la
violencia en todas sus esferas. Los Estados parte no siempre reflejan de
manera apropiada la relación entre discriminación contra las mujeres,
violencia de género y las violaciones a los derechos humanos y libertades
públicas (Comité para la eliminación de la discriminación contra la mujer,
1992). En el apartado k) expresamente señala dicha recomendación:
Los Estados partes establezcan o apoyen servicios destinados a las víctimas
de violencia en el hogar, violaciones, violencia sexual y otras formas de
violencia contra la mujer, entre ellos refugios, el empleo de trabajadores
sanitarios especialmente capacitados, rehabilitación y asesoramiento.
En este mismo orden de ideas, en el Informe de la relatora especial sobre
la violencia contra la mujer, sus causas y consecuencias se indica que: “…
Los Estados deben… abrir refugios que ofrezcan seguridad, asesoramiento
legal y psicológico y realizar un esfuerzo por ayudar a las mujeres en el
futuro…” (ONU, Comisión de Derechos Humanos, p. 25).
La Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la
Violencia contra la Mujer, conocida como Belém Do Pará fue aprobada en
1994, por la Organización de Estados Americanos y ratificada por Costa
Rica el 12 de julio de 1995. Es el documento en donde por primera vez
se estableció expresamente que el derecho de las mujeres a vivir una
vida libre de violencia de género es un derecho humano, aunque, previo
a esta convención, el derecho existía y estaba consagrado en una serie de
convenciones, cartas y documentos, por ejemplo la CEDAW. Uno de sus
aportes fundamentales es el reconocimiento de que la violencia contra las
mujeres es una manifestación de las formas de violencia como:
Manifestación de las relaciones de hechos que ocurren en la familia y en la
comunidad como el maltrato de pareja, el abuso sexual infantil, la violación,
prácticas tradicionales dañinas para las mujeres, la violencia en el trabajo y
en instituciones, el tráfico de mujeres, la prostitución forzada y la violencia
perpetrada o condenada por el Estado. (Convención de Belem Do Pará, 1994)
Esta es una convención específica y su importancia radica en que trata
de combatir la violencia de género incluyendo la violencia doméstica,
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reconociendo que la mujer tiene derecho a vivir una vida sin violencia y
que la agresión es una violación a los derechos humanos. En sus primeros
artículos define la violencia de género y especifica los derechos de las
mujeres que el documento protege.
En el año 2000, del 6 al 8 de setiembre, se realizó la Cumbre del Milenio
en donde fue adoptada la “Declaración del Milenio”, un documento en el cual
los países reafirman su fe en la ONU y su Carta para lograr un mundo más
pacífico, más próspero y más justo. Además, establecen puntos de acuerdo en
diversos temas de interés mundial. Se definieron objetivos específicos de vital
importancia para todos los Estados y, precisamente, el objetivo 3 se refiere a la
necesidad de promover la igualdad entre los sexos y la autonomía de la mujer.
El 24 de febrero del 2011 se creó la Entidad de las Naciones Unidas
para la Igualdad de Género y el Empoderamiento de la Mujer por acuerdo
unánime de la Asamblea General, en cumplimiento del objetivo 3 de los
objetivos del Milenio. Habiéndose establecido para acelerar el progreso en
el logro de sus necesidades en todo el mundo, “ONU Mujeres” es el principal
defensor de las mujeres y de las niñas.
En el marco de la Cumbre Iberoamericana de Presidentes de las
Cortes Supremas de Justicia, en el año 2008, se acuerda la promulgación
de las llamadas Reglas de Brasilia sobre el acceso a la justicia de personas
en condición de vulnerabilidad. La idea es que sea el propio sistema de
justicia el que contribuya, de manera significativa, a la reducción de las
desigualdades sociales, favoreciendo la cohesión social.
La Regla número 3 de las Reglas de Brasilia identifica los elementos
que se toman en cuenta para que una persona se considere en condición de
vulnerabilidad e incluye el género y la victimización. Se considera víctima
en condición de vulnerabilidad, si se tiene una relevante limitación para
evitar o mitigar los daños y perjuicios derivados de la infracción penal, o de
su contacto con el sistema de justicia o para afrontar los riesgos de sufrir una
nueva victimización. Destacan entre otras víctimas las personas que sufren
la violencia doméstica o intrafamiliar (Reglas de Brasilia sobre acceso a la
justicia de las personas en condición de vulnerabilidad, regla 11).
En cuanto al género, la regla número 17 señala que la discriminación
sufrida por la mujer en determinados ámbitos supone un obstáculo
para el acceso a la justicia, y se agrava cuando concurre alguna otra
causa de vulnerabilidad. La regla número 18 indica que se entiende por
discriminación contra la mujer toda distinción, exclusión o restricción
basada en el sexo que tenga por objeto o resultado menoscabar o anular
el reconocimiento, goce o ejercicio de los derechos de la mujer. La regla
número 19 define la violencia contra la mujer como cualquier acción o
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conducta basada en su género que cause muerte, daño o sufrimiento físico,
sexual o psicológico a la mujer, tanto en el ámbito público como privado,
mediante el empleo de violencia física o psíquica.
La violencia de género5 es un problema político6, social, legal y de
derechos humanos, cuya visibilización ha permitido que las instancias
judiciales, los organismos internacionales y el Estado en general realicen
acciones tendientes a eliminar este flagelo social. Es un problema de salud
que impacta todos los ámbitos de la vida personal y colectiva. Es un factor
que limita las opciones de las mujeres en todas las esferas de su desarrollo, y
reduce su participación en el contorno público, social, político y económico.
A partir de la lucha de los movimientos feministas, de las cuatro
Conferencias mundiales sobre la mujer y del conjunto de normas,
convenciones, conferencias y protocolos internacionales que conforman
los Derechos Humanos de las Mujeres, en Costa Rica se comienzan a
gestar y promulgar una serie de leyes protectoras que buscan reducir la
violencia de género, incluida la violencia intrafamiliar. Lo que socialmente
se ha definido como problemas dentro del ámbito privado, que hasta ese
momento se mantenía vedado para el derecho, se comienza a regular. Se
dictan normas que protegen a la víctima de agresión al interior de la familia,
y se busca la igualdad real de derechos y obligaciones de los cónyuges.
El artículo 21 de la Constitución Política de Costa Rica establece que la
vida humana es inviolable, y el artículo 40 indica que nadie será sometido
a tratamientos crueles o denigrantes. En el artículo 33 de la Carta Magna
se establece la igualdad ante la ley de todas las personas habitantes de la
República; sin embargo, esta igualdad debe interpretarse como el trato
igual para los individuos que se encuentran en una misma posición y
situación, y trato desigual para situaciones y posiciones desiguales. Esto se
ampara en el artículo 7 de la Declaración Universal de Derechos Humanos
y se refuerza en el artículo 26 del Pacto Internacional de Derechos Civiles
y Políticos, así como en el criterio de La Corte Interamericana de Derechos
Humanos al reconocer que para aplicar la igualdad de género no es
suficiente la igualdad de jure: hace falta eliminar las prácticas y conductas
que generan y perpetúan la posición de inferioridad que tienen las
mujeres en la sociedad. Se avanza hacia un concepto de igualdad material
o estructural. Este parte del reconocimiento de que ciertos sectores de la
población requieren la adopción de medidas especiales de equiparación,
Incluye, según el artículo 2 de la Ley contra la Violencia Doméstica la violencia física, sexual,
patrimonial y psicológica
5
Es el resultado de relaciones de poder asimétricas, de privilegio y dominación que han ejercido los
hombres en contra de las mujeres.
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lo cual implica la necesidad de un trato diferenciado, cuando, debido a las
circunstancias que afectan a un grupo desventajado, la igualdad de trato
suponga coartar o empeorar el acceso a un servicio, o bien, el ejercicio de
un derecho (OEA, CHDH, 1998).
En el seno de las familias y en las parejas se manifiestan las relaciones de
poder de la misma manera que se establecen en las sociedades patriarcales.
Por esto, en las situaciones de violencia no puede aplicarse, de manera
literal ni formal, el principio de igualdad ante la ley; debe interpretarse la
igualdad de la manera supra indicada y que ha sido reconocida por la Sala
Constitucional en el voto 4368-2003:
Es decir, que la igualdad debe entenderse en función de las circunstancias
que ocurren en cada supuesto concreto en el que se invoca, de tal forma que
la aplicación universal no prohíbe que se contemplen soluciones distintas
ante situaciones distintas con tratamiento diverso.
El 8 de marzo de 1990, en Costa Rica se promulgó la Ley de Promoción
de la Igualdad Social de la Mujer y el decreto ejecutivo que creó la Delegación
de la Mujer. El 10 de abril de 1996, se promulgó la Ley Contra la Violencia
Doméstica, la cual es el instrumento meramente cautelar incluido en el
derecho de familia y no de naturaleza penal, que tiene como objetivo principal
proteger la integridad física, psicológica, sexual y patrimonial de las personas
víctimas de violencia doméstica. Este da énfasis a las relaciones abusivas de
pareja. Es importante reconocer que con esta ley se visibilizó la problemática
que sufren las mujeres víctimas de violencia intrafamiliar, donde muchas veces
son agredidas no solo física y psicológicamente, sino también sexualmente.
En el 2007, entró en vigencia la Ley de Penalización de la Violencia
contra las Mujeres, penalizando los tipos de agresión (física, sexual,
psicológica7 y patrimonial) y estableciendo delitos específicos a la violencia
doméstica, que se aplica, únicamente, en relaciones de pareja. Debido a las
presiones de los grupos feministas, dentro de esta ley se nombró al delito
de femicidio8. Se describe, con ese nombre, al acto más cruel y final del
La Sala Constitucional mediante resolución 15447-2008 de las 14 horas cincuenta y tres minutos del 15
de octubre del 2008, declaró que los artículos referentes a la violencia psicológica (maltrato y violencia
emocional) establecidos en esta ley el 24 y 25, son inconstitucional debido a que se trata de tipos abiertos
que no pueden existir en el derecho penal, dejando despenalizados en esta vía estos tipo de de violencia
que representaban el 39.08% y el 33.72% del total de las denuncias penales en donde se aplica esta
Ley desde su vigencia hasta el III trimestre del 2008 (Sección de Estadísticas del Departamento de
Planificación, Poder Judicial informes 103-EST-2008, 261-EST-2008, 299-EST-2008, 061-EST-2009).
En enero del 2011 se aprobó un texto sustitutivo promovido por las Magistradas de la Corte Suprema de
Justicia que permitió que se penalizara de nuevo la violencia psicológica,
7
Marcela Lagarde, investigadora feminista mexicana fue la persona que denominó, con ese nombre,
los homicidios de mujeres en razón de su género.
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continuum de violencia: la muerte de la mujer a manos de su pareja. Esto ha
permitido dotar de recursos al Poder Judicial para crear estadísticas sobre
el fenómeno de la violencia doméstica desde la perspectiva del derecho
penal, en donde se incluyan el número exacto de femicidios.
Reparación del daño y criterio de debida diligencia
El fin ulterior de la aplicación de la justicia debe ser la restitución de los
derechos y la reparación del daño, en especial en las situaciones de violencia
intrafamiliar, donde se está frente a una población sumamente vulnerable y
discriminada: las personas víctimas de agresión. Cuando se trata de mujeres
en relación de pareja, esa vulnerabilidad y discriminación es mayor, por lo
que la obligación de reparar el daño causado también se incrementa.
A partir de la Convención de Viena se ha establecido que los Estados
tienen la obligación de buscar una reparación efectiva al daño causado
y acompañar a las personas ofendidas en el proceso correspondiente,
proporcionando empoderamiento y apoyo legal.
En todos los casos, el Estado está en la obligación de aplicar el concepto
de la reparación del daño y ha adquirido un compromiso con las personas
víctimas de agresión para que hagan un alto, en especial con las mujeres
en relación de pareja para que salgan del ciclo de violencia y recomiencen
una vida libre de este tipo de vejámenes.
Las instituciones gubernamentales deben actuar según el criterio de la
debida diligencia9 que se encuentra plasmado en la recomendación 19 del
Comité de la Cedaw y en la Convención de Belem Do Pará en el apartado b) del
artículo 7. Este criterio incluye, como un deber, el evitar que la víctima retorne
a la relación abusiva o establezca este patrón en otras relaciones posteriores,
por lo que se necesita que se empodere mediante apoyo y acompañamiento
psicológico, así como asesoría legal eficiente, con visión de género.
Los juzgados que tramitan la materia de violencia doméstica han
limitado su actuar a responder a la violencia una vez que se ha realizado
el acto, entonces otorgan las medidas de protección; no se han realizado
acciones tendientes a brindar una atención integral a la víctima para tratar
de que rompa el círculo de agresión y no vuelva a establecer relaciones
abusivas. Es importante que se trabaje en la prevención mediante la
obligación de transformar las estructuras patriarcales que han provocado
9
Esta norma ha ayudado a cuestionar la doctrina liberal de la responsabilidad del Estado en relación con las
violaciones que se producen en el ámbito privado. Es ampliamente utilizada en el derecho internacional, se
incorporó en 1988 en el sistema interamericano de derechos humanos mediante una resolución de la Corte
Interamericana. No puede delegarse la obligación de actuar de esta manera y debe aplicarse de buena fe.
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la violencia y la naturalización de ella en contra de las víctimas y, en este
punto, es importante que las instituciones encargadas actúen de acuerdo
con el criterio de la debida diligencia ya señalado.
Se considera que un Estado actúa con la “debida diligencia” cuando existen:
ratificación de los tratados internacionales de los derechos humanos; garantías
constitucionales sobre la igualdad de la mujer; leyes nacionales y sanciones
administrativas que proporcionan reparación adecuada a las personas
víctimas de violencia doméstica; políticas en procura de actuar a favor de las
ofendidas; sensibilización y capacitación del sistema de justicia –en especial
en el ámbito penal–, de la policía en género; accesibilidad y disponibilidad de
servicios de apoyo; medidas para aumentar la sensibilización y modificar las
políticas discriminatorias en educación, medios de información; reunión de
datos y elaboración de estadísticas sobre la violencia contra la mujer (ONU,
Informe de la Relatora Especial sobre la Violencia Contra la Mujer, 2006).
Con la promulgación del Estatuto de Roma, el cual está inspirado en la
equidad de las víctimas dentro del proceso, y del Tribunal Penal Internacional,
esta visión cambió: de nuevo se tuvo a la víctima como parte importante e
interesada dentro del proceso y su derecho a restitución y reparación del
daño se reconoció como derecho humano.
El derecho internacional humanitario define a la víctima como: “…aquella
persona que no ha participado de la hostilidad y que ha sufrido un daño…”
(Jiménez, 2009). Por su parte, el Estatuto de Roma10 entiende por víctima a
“…las personas naturales que hayan sufrido un daño como consecuencia de
la comisión de algún crimen de competencia de la Corte” (Jiménez, 2009).
Dos elementos coinciden en las anteriores definiciones: 1) el sufrir un daño
2) producto de un hecho delictivo o ilegal. Estos dos elementos se encuentran
presentes en las situaciones de violencia de género y, específicamente, en las
de violencia de pareja o violencia doméstica, pues en estas, la víctima recibe
un daño psicológico, físico, sexual y, en muchas ocasiones, también económico
y patrimonial, producto de un hecho delictivo, ya que la agresión en contra de
las mujeres es un delito y una violación a los derechos humanos.
En cumplimiento de esta nueva visión del derecho, se debe evitar la
re-victimización secundaria, la cual se realiza cuando la víctima acude al
sistema judicial y no obtiene la reparación del daño ni la restitución de
sus derechos lesionados debido a su inoperancia, lo cual no solo afecta a la
persona ofendida sino también al propio sistema (Jiménez, 2009).
Para Alda Facio, es preciso trabajar el problema de la violencia contra
las mujeres desde un punto de vista de derechos humanos, pues si se trabaja
Fue aprobado por la Conferencia Diplomática de Plenipotenciarios de las Naciones Unidas sobre el
establecimiento de una Corte Penal Internacional el 17 de julio de 1998.
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solo desde el aspecto penal, el resultado es ineficiente y androcéntrico,
pues se centra solo en el castigo al perpetrador y no en la restitución,
rehabilitación, o el resarcimiento a las víctimas (Facio, 2009).
Resulta primordial, para cumplir con los principios de esta visión,
el acompañamiento a la víctima durante todo el proceso judicial. Este
acompañamiento debe realizarse tanto en el campo legal como en el
psicológico. Además se requiere de la reparación del daño mediante la
imposición de sanciones específicas al agresor y la intervención estatal en
los diferentes ámbitos requeridos en cada situación específica.
En Costa Rica, el Poder Judicial es el garante del derecho que asiste a
toda persona a acceder a la justicia y, por tanto, como tal, debe dotar de
recursos a los departamentos ya creados para que asuman la función de
asesoría legal en el área de derecho de familia, como es el Departamento
de Defensores Públicos o crear un departamento específico para dotar de
asistencia legal a las personas que son parte en procesos de la jurisdicción
de familia, tal y como se establece en el artículo 7 del Código de Familia11.
Así lo ha indicado la Sala Constitucional en el voto 688-2010.
Si bien es cierto, en el proceso especial de violencia doméstica no es
necesaria la participación de abogados, en realidad las víctimas necesitan sentir
la seguridad de que son acompañadas y asesoradas por un profesional. No se
debe olvidar que cuando una persona solicita medidas de protección contra su
pareja debe realizar otros trámites judiciales que se derivan de la decisión de
romper el círculo de agresión, como son la solicitud de pensión alimenticia; la
disolución del vínculo o repartición de bienes gananciales; procesos referentes a
filiación y guarda, crianza y educación, régimen de visitas, etc.
Una de las recomendaciones establecidas en el informe de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos Acceso a la Justicia para mujeres
víctimas de violencia en las Américas, establece que las instancias de la
administración de justicia deben incrementar el número de abogados de oficio
disponibles para mujeres víctimas de violencia y discriminación12. En Costa
Rica, pese a lo indicado y a las resoluciones de la Sala Constitucional, Consejo
Superior y a las normas legales específicas, no hay abogados para esos efectos
en la materia de violencia doméstica ni en familia, pero sí hay defensores
públicos para los ofensores, lo cual es algo paradójico y discriminatorio para
una población que se encuentra en estado de vulnerabilidad y necesita una
Artículo 7. Asistencia Legal. Para hacer valer los derechos consignados en este Código, quienes
carecieren de asistencia legal y de recursos económicos para pagarla, tienen derecho a que el
Estado se la suministre conforme a la Ley.
11
Documento Acceso a la Justicia para las Mujeres Víctimas de Violencia en las Américas. OEA.
Comisión interamericana de Derechos Humanos, 2007, pág. 126.
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protección especial para poder contar con acceso a la justicia en condición
de igualdad con respecto a la parte agresora.
En la exposición de motivos de la Cumbre Judicial Iberoamericana se indica
que: “…el propio sistema de justicia debe contribuir de forma importante a la
reducción de las desigualdades sociales, favoreciendo la igualdad social…”.
La regla número 28 de las llamadas Reglas de Brasilia se refiere a la
relevancia del asesoramiento técnico-jurídico para la efectividad de los
derechos de las personas en condición de vulnerabilidad. En la regla número
29 se destaca la conveniencia de garantizar dicha asistencia por medio de la
ampliación de labores de la oficina de Defensoría Pública, para que su labor
sea destinada no solo al orden penal sino a otros órdenes jurisdiccionales. De
igual manera la regla número 30 establece la necesidad de garantizar que la
asistencia técnica-jurídica sea de calidad y especializada, así como gratuita.
Además, la regla número 53 indica que cuando la persona en condición de
vulnerabilidad es parte de un proceso, o pueda llegar a serlo, tiene el derecho
de que se le otorgue la información necesaria para la protección de sus
derechos. Entre ellos se incluye la forma y condiciones en que puede acceder a
asesoramiento jurídico o a asistencia técnico jurídica gratuita cuando, dentro
del orden legal, exista esta posibilidad. De igual forma dispone la regla número
56, en cuanto al hecho de poder obtener la reparación del daño ocasionado.
Es indispensable, para lograr eliminar la violencia contra las mujeres,
estudiar las teorías de empoderamiento y aplicarlas a las víctimas, para
evitar que permitan que las medidas se incumplan; que el proceso quede
inconcluso porque deciden retomar la relación abusiva; que una vez vencidas
las medidas de protección la víctima vuelva a convivir con el agresor, si este
no se ha rehabilitado. También se busca impedir que establezca una nueva
relación igual de violenta que la anterior. Para ello, es necesario buscar
recursos para brindar la labor terapéutica, tan importante para las personas
agredidas y necesarias para dar una respuesta integral a la problemática,
desde el punto de vista de la restitución del daño a la víctima y en concordancia
con los compromisos internacionales y legales ya esbozados.
Esta necesidad de abordaje psicológico y de acompañamiento a las
víctimas está plasmada en las Reglas de Brasilia, específicamente en la
regla número 64, la cual señala que se procurará la prestación de asistencia
por personal especializado (profesionales en psicología, en trabajo social,
en interpretación, en traducción o en otras disciplinas que se consideren
necesarias); dicha asistencia destinada a afrontar las preocupaciones y
temores ligados a la celebración de la vista judicial.
Es necesario, además, que las personas que aplican las normas comprendan
la importancia de su labor y estén sensibilizadas y capacitadas académica y
socialmente para esa tarea. Un mal abordaje de un caso específico puede someter
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a la persona que solicita ayuda a una revictimización secundaria, que produce una
incredulidad en el sistema, impunidad, negación de la posibilidad de reparación
del daño y reproducción del círculo de agresión mediante la violencia estructural.
En apoyo a los conceptos esbozados, resulta importarte citar un estudio
que se realizó en el año 2010, en el Juzgado de Violencia Doméstica de Cartago
(Juzgado de Violencia Doméstica de Cartago, 2010) . En este se aplicó una
encuesta a las mujeres víctimas de violencia intrafamiliar en relación de
pareja que solicitaron medidas de protección durante un período de tiempo
específico, con el fin de determinar las características de la población que dicho
juzgado atiende y las necesidades de asesoramiento legal y empoderamiento
psicológico. Dentro de esta investigación, además, se analizaron cuatro casos
específicos. Algunos de los resultados obtenidos son los siguientes:
• El 75% de las mujeres en relación de pareja que acudieron al
juzgado en el plazo de estudio habían ya solicitado medidas de
protección, al menos en una ocasión anterior.
• Es importante también impedir que se establezca una nueva
relación igual de violenta que la anterior, lo que en muchas
ocasiones sucede. Solo un 25% de las mujeres encuestadas
indicaron que solicitaban medidas de protección por primera vez
• La dependencia de las mujeres produce la subordinación y hace
más probable que exista violencia en su contra. La dependencia
económica es uno de los factores que más incide en que se
produzcan situaciones de agresión y en que la mujer decida volver
con el agresor. La mayoría de ellas indicaron ser trabajadoras del
hogar, contar con ingresos muy limitados, no poseer un domicilio
fijo que les dé seguridad a ella y sus hijos y no tener acceso a
fuentes laborales que les permitan una independencia económica.
• Esta situación está asociada al bajo grado de escolaridad que
presentaron muchas de las mujeres (50 % primaria incompleta, 84%
secundaria incompleta), producto de la división sexual del trabajo
en donde se establece que el lugar natural de la mujer es el hogar, lo
que incide directamente en el hecho de que las mujeres que deseen
laborar fuera de su domicilio lo tengan que hacer en los puestos más
bajos laboralmente hablando, por ende, su salario estará asociado a los
niveles mínimos de la escala salarial, por lo que, en muchas ocasiones,
no les alcanza para satisfacer sus necesidades ni las de sus hijos e hijas.
• La pobreza tiene rostro de mujer.
• Concluye dicho estudio que es necesario que dentro del abordaje
integral con que debe enfrentarse esta problemática, se les
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•
•
•
•
•
proporcione a las víctimas de violencia recursos de capacitación y,
posteriormente, bolsas de empleo que les permitan trabajar fuera
de su hogar o crear micro empresas que les permitan autosatisfacer
sus necesidades y las de sus hijos e hijas.
Por otro lado, es imprescindible que las víctimas de violencia en
relación de pareja puedan conocer sus derechos y estar conscientes
de las consecuencias de la solicitud de las medidas de protección en el
ámbito legal, para evitar que se magnifiquen por parte de su ofensor y
se produzcan, en la víctima, temores infundados. Sin embargo y pese
a la importancia que tiene el que la mujer cuente con asesoría legal
especializada con visión de género, del sondeo realizado se concluyó
que la ayuda solicitada y obtenida por las víctimas de violencia se ha
concentrado más en el aspecto psicológico que en el legal.
En no pocas ocasiones las mujeres, debido a la falta de
acompañamiento constante en el área psicológica y a la carencia
de recursos para contratar servicios legales, no continúan con el
proceso de solicitud de medidas de protección ni con los procesos
conexos, según se desprende de la información obtenida en la
investigación señalada. Algunas veces por que retornan a la
relación abusiva, otras por desconocimiento o simplemente porque
no se sienten fuertes para mantener varios procesos legales que
les estresan y desgastan física y emocionalmente.
Es común que una vez vencidas las medidas de protección, la
víctima vuelva a convivir con el agresor y comienza de nuevo el
círculo de agresión. Esto se debe, posiblemente, a la dependencia
económica o emocional que no concluye con solo el transcurso del
tiempo porque las relaciones de poder abusivas se mantienen y,
más bien, en muchas ocasiones cuando esto sucede la situación de
agresión se incrementa en contra de la víctima.
Las personas juzgadoras y quienes aplican la ley deben tener
especial cuidado al otorgar medidas de protección a las personas
ofensoras. Por lo general, esta es otra forma de violencia en contra
de sus parejas y se debe evitar que se use el sistema legal y judicial
como otro instrumento de agresión. Cuando esto sucede, se está
en presencia de una doble agresión: la doméstica y la estructural.
Los funcionarios y las funcionarias que laboran en esta materia
deben demostrar compromiso, conocimiento y sensibilidad.
En este campo, el sistema penal judicial ha demostrado ser ineficiente
en la aplicación de la ley de Penalización de la Violencia Contra las
Mujeres. No se da una respuesta efectiva a las personas víctimas
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de violencia doméstica en el ámbito sancionador. Se ha establecido
un alto grado de impunidad que contribuye a un incremento de la
violencia estructural y a la revictimización secundaria, ejercida por
la administración de justicia en el área penal que, a su vez, promueve
la reincidencia del agresor –quien percibe que sus acciones no
tendrán sanción– y la insatisfacción de la persona ofendida.
• Es un hecho que las medidas de protección por sí solas no logran detener
la agresión y se necesita un trabajo conjunto entre los juzgados que
tramitan violencia doméstica, pensiones alimenticias, familia y el área
penal para que sea efectivo el amparo que se debe dar a las víctimas.
• Corresponde, entonces, a los aplicadores de la ley, jueces y juezas,
el brindar un abordaje integral para no solo dictar medidas de
protección, sino tratar de que se resuelva el problema específico
de la persona que recurre a la vía judicial en busca de ayuda. Se
requiere una coordinación efectiva con el área penal para que se
aplique la Ley de Penalización de la Violencia Contra las Mujeres tal
y como fue promulgada: como un instrumento de acción pública y
de penalización de las situaciones de violencia contra las mujeres.
Queda demostrado que, para dar una respuesta efectiva a las personas que
acuden en busca de ayuda a un juzgado de violencia doméstica, es necesario un
abordaje integral desde el Poder Judicial, en coordinación constante y efectiva con
los otros juzgados vinculados y dependencias al interior del Poder Judicial que
inciden en esta problemática. También es imperativo el apoyo de las redes locales
contra la violencia y de las instituciones que trabajan en esta área como serían
Fuerza Pública, Inamu, Patronato Nacional de la Infancia, Caja Costarricense de
Seguro Social, sin dejar de lado la educación permanente que se debe realizar en
aras de concientizar y sensibilizar a la sociedad costarricense sobre esta materia.
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