2 Sábado, 26 de marzo de 2016 La prensa no es aprobación bondadosa o ira insultante; es proposición, estudio, examen y consejo. José Martí Geocosmética obamiana Por Mercedes Rodríguez García (mercedes@vanguardia.cu) Al fin, el domingo 20 de marzo, a las 4:20 de la tarde, bajo una lluvia ligera, llegó a La Habana el más espectacular de los aviones, con el más «espléndido» de los presidentes, al que ya esperaba la más fabulosa de las limusinas. Bajo un paraguas negro apareció la punta del iceberg. Al fin, la «hora cero». En vivo y en directo lo vimos todos. El mundo parecía llamarse Cuba y el Norte, más que nunca, Obama. Han pasado seis días —tangos incluidos—, soplado vientos fríos y alguna lluvia más. Barack ya está en Washington y el Air Force One, bajo techo, listo para llevar al Presidente de Estados Unidos al lugar que precise en el momento en que lo necesite. No importa si tiene reuniones aplazadas o alguna conversación telefónica pendiente. En el mega Boeing se está como en la Casa Blanca. Y para que el mandatario se sienta como en su país en cada ciudad que visita, varios aviones de carga suelen aterrizar antes que él repletos de equipamiento: autos presidenciales, camionetas del Servicio Secreto y de Seguridad, y, en alguna que otra ocasión, hasta un helicóptero desmantelado. Pero el Cadillac One es transportado en un C-17 Globemaster III de la Air Force. El Ángel —su nombre en clave— es uno de los símbolos más reconocibles del gobierno estadounidense. Y pese a que su nombre lleva el número uno, existen dos. De esta forma, siempre hay una nave disponible para trasladar al Presidente. ¿La limusina? Decían que las calles de La Habana —con lo deterioradas que están— no soportarían su peso. La Bestia —así bautizada por el Servicio Secreto norteamericano— está totalmente blindada con carrocería construida en aluminio, acero y titanio, por lo que puede resistir disparos de cohetes y ataques con armas químicas. Las ventanas tienen un grosor de cinco pulgadas y las puertas, casi diez. De acuerdo con General Motors, The Beast es la combinación de una limusina Cadillac con la estructura de una camioneta GMC. A pesar de que el precio no se ha publicado, según el diario británico The Guardian, cada una cuesta al gobierno de Estados Unidos un millón de dólares. Del Presidente, ya sabemos. Muy familiar. Un tipo carismático e inteligente, cuya imagen despierta simpatía, independientemente de poses estudiadas y discursos —también estudiados— de una arquitectura impecable. En Obama se cumple a la perfección lo que es rigor en la geocosmética: antes de lanzar sus productos, la industria analiza la cultura de sus clientes. Mientras una francesa se da 50 pinceladas para conseguir el efecto deseado en sus pestañas, una japonesa requiere el doble. ¿Y una cubana? Apenas cuatro o cinco. De modo que para su primera cena en la Isla —junto con su suegra, esposa e hijas— escogió el paladar San Cristóbal, ubicado en Centro Habana. El hombre más poderoso del mundo eligió un solomillo de res a la plancha con vegetales a la parrilla. Sí, a Obama se le ocurren buenas ideas, es un tipo de mucha iniciativa. La conversación telefónica con Pánfilo (Luis Daniel Silva) fue brillante. Sus asesores deben haberle contado de un video grabado en el Karl Marx en el que Pánfilo lo llamaba «bejuco» en mano. El momento humorístico entre la Casa Blanca y Vivir del Cuento fue delirio en la red. El Presidente grabó su parte en el Despacho Oval dos días antes de su arribo a la capital cubana. Algo fuera de lugar, aunque los programas de humor político son frecuentes y seguidos en la TV norteamericana. Lo demás ya dejó de ser noticia. Después de los primeros innings del juego amistoso entre la selección cubana y el Tampa Bay Rays, Obama se marchó del «Latinoamericano». (Jamás me han gustado los juegos amistosos, pero así fue concebido). Al final, lo esperado: ganó Tampa. Y más que Tampa, las renacientes relaciones deportivas entre Cuba y EE. UU. En mangas de camisa se le vio muy tranquilo. Disfrutó de lo lindo el inicio con palomas sobrevolando el diamante, a Lazo y Tiant en el box, y a Elber Ibarra gritando su «¡Play ball!» En definitiva, los norteamericanos llevan la pelota en los glóbulos rojos, y Cuba también. Como lo dicta el protocolo, Obama rindió tributo al Héroe Nacional de Cuba. José Martí tiene para todos. Como dijera Archy Obejas, una novelista cubano-estadounidense: «¿Buscas algunas palabras fascinantes y antiimperialistas que tachen a Estados Unidos de ser una nación intimidante? Las encontrarás. ¿Buscas algo de poesía que exalte la libertad individual? La encontrarás. ¿Un poco de antirracismo? No hay problema. ¿Advertencias sobre los dictadores? Aquí están». Asunto que conoce al dedillo el equipo de asesores del Presidente, que los tiene de todos los colores, olores y sabores. Como correspondía, Obama hizo declaraciones a la prensa nacional y extranjera, estrechó la mano de Alicia Alonso en el Gran Teatro de La Habana, que lleva su nombre. Desde allí habló a los cubanos. Un discurso «geocosmético», muy bien leído (tenía dos telepronters) y actuado. Con sus palabras la gran prensa hizo zafra. Bien pudo —porque lo sabe todo— expresar sus condolencias a la familia de los nueve balseros cubanos que —en víspera de su viaje a Cuba— murieron en alta mar mientras trataban de llegar a la Florida. Pero no; eso se llama Ley de Ajuste. Ya sabemos. Obama, desde el mismo escenario donde habló Calvin Coolidge —el último presidente de Estados Unidos que pisó suelo cubano hace 88 años—, habló bonito, ofreció su mano de «amigo», criticó, reclamó, demandó cambios. Y sí, fue aplaudido —incluso por Raúl— y recibió una ovación cuando dijo que le había pedido al Congreso que rescindiera el embargo comercial con Cuba porque era hora de «dejar atrás las batallas ideológicas del pasado». Y eso se llama borrar las raíces, olvidarse de la historia, y borrón y cuenta nueva, que llegaron los norteamericanos regando billetes por todas partes. ¡Qué «humilde, sincero y geocosmético» Barack Obama! Se le recordará por mucho tiempo… bajándose del Air Force One, subiendo al Cadillac One, cuyo peso no hundió ni una de las habaneras calles. Lo demás, puro libreto, como en Vivir del Cuento. Del iceberg solo vimos la punta; debajo, queda mucha agua por descongelar. Por Laura Lyanet Blanco Betancourt (laurab@vanguardia.cu) Martirena El socio natural y la fruta madura Aún no había llegado Obama a Cuba, y ya algunas reconocidas firmas comerciales estadounidenses visitaban la Isla, tanteaban el terreno y ofrecían tratos al gobierno cubano, con el ánimo de cerrar los negocios antes de que arribara el Presidente. Motivados por las pasadas y recientes medidas emitidas por el ejecutivo norteamericano para flexibilizar el bloqueo, las multimillonarias AT&T Inc, Starwood Hotels & Resorts Worldwide y Marriott International Inc. daban los primeros pasos por concretar acuerdos en las comunicaciones móviles y la explotación hotelera. Convenios para los que ya habían solicitado las debidas autorizaciones al Departamento del Tesoro de EE. UU. Y estas no fueron las únicas que se sintieron atraídas por nuestro país. Junto a Obama vinieron, además de la familia presidencial, los políticos y los turistas curiosos, una significativa cantidad de businessmen del país norteño, la Secretaria de Comercio, Penny Pritzker; la jefa de Administración de Pequeños Negocios, María Contreras-Sweet, y el titular de la Agricultura, Thomas Vilsack. Pero no se dejen asombrar por eso: solo en el primer año del restablecimiento de relaciones, Cuba recibió más de un centenar de delegaciones empresariales de EE. UU. Todos se muestran interesados por incrementar la actividad comercial, económica y financiera entre estos dos «socios comerciales naturales», como expresara Obama en uno de sus discursos. Lo que olvidó mencionar el Presidente: que la naturalidad fue interrumpida hace casi 50 años por un bloqueo que aún impide usar el dólar en transacciones con empresas estadounidenses, excepto las autorizadas; y exige demasiados permisos para que estas puedan invertir en los sectores cubanos de interés. Ninguna quiere perderse la fiesta. Los capitales asiáticos, europeos, brasileños ocupan espacios cada vez mayores en la anatomía económica de la Isla, y la Zona Especial de Desarrollo del Mariel invita a expandir mercados desde la comodidad de su geografía y los socios que continúan reservando su espacio allí. ¿Por qué ellos no? Y no pierden tiempo. ¿No les resulta extraño, y hasta irónico, que el presidente que hizo su labor senatorial con acciones para reducir la influencia de los grupos de presión, venga precedido y acompañado también por un lobby agrícola que no ha parado de demostrar sus intereses por comerciar con Cuba? Cosas del poder made in USA. El optimismo asoma sobre todo por el sector turístico, donde nuestro país se presenta como un «dinámico mercado», luego de recibir a más de 3 millones y medio de visitantes en el pasado año. El alivio en las restricciones de los viajes al archipiélago, y la llegada de vuelos regulares y ferris ponen ante los ¿futuros? inversores la posibilidad de crear nuevas plazas hoteleras para recibir unos 3 millones de turistas estadounidenses en este 2016, según han calculado algunos analistas. Sin embargo, poco se ha asegurado hasta ahora. La oportunidad de inversión en el turismo se expresa en modo subjuntivo y las autoridades cubanas del sector apuestan por contratos de administración, por encima de otras modalidades de inversión extranjera. No obstante, parece que la Starwood se llevará el gato al agua, luego de firmar un acuerdo para restaurar y operar tres hoteles cubanos. Fuera del sector turístico, la firma de tractores Cleber LLC también resultó privilegiada, al recibir el permiso estadounidense y dar los primeros pasos con las autoridades cubanas para instalar una de sus fábricas en la zona del Mariel. Producción de la que se beneficiarán la agricultura cubana y la de terceros países, una vez eche a andar la factoría. Las señales se nos presentan como para imaginarnos un escenario más favorecedor para empresarios, productores y ciudadanos de ambos lados del estrecho de la Florida. Ben Rhodes, el consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, ha hecho referencia a la irreversibilidad del proceso de acercamiento entre Washington y La Habana, ante los temores de un cambio brusco una vez que cese el mandato de Obama; mientras Cuba se preocupa por ampliar su infraestructura hotelera, en función de recibir un nuevo récord de visitantes en este 2016. Desarrollo que comprende la construcción de campos de golf en áreas cercanas a los polos turísticos del país y pensados, mayormente, para el turismo de Estados Unidos. Las noticias se reciben acá con optimismo. Nuestro país necesita de un impulso externo para crecer económicamente y, en momentos en que las economías latinoamericanas se contraen, EE. UU. podría ofrecernos esa ayuda. Al menos, hasta donde el bloqueo lo permita. Claro que, junto al optimismo, debemos poner la debida dosis de cautela. El del norte no resulta cualquier socio. Recordemos su interés por impulsar actores específicos dentro del sector no estatal, díganse cuentapropistas y cooperativistas. No debemos renegar del potencial que estos tienen. Unos, porque ciertamente han representado una iniciativa emprendedora, no al margen del Estado, sino en consecuencia con la política económica de este y a favor de dinamizar los espacios comunitarios con sus aportes de bienes y servicios; los otros, porque han contribuido a fomentar la colectivización del trabajo, con recursos privados y públicos, en una actividad tan relevante como la agropecuaria, y hacia otros de similar sensibilidad como el transporte y la construcción. Pero los motores fundamentales de la economía cubana se encuentran bajo propiedad estatal, ejecutados por personas que no emprenden con sus propios recursos, pero sí con sus propios esfuerzos. Aplaudamos la voluntad de ambos gobiernos, el cubano y el estadounidense, por avanzar en la normalización de las relaciones. Pero no olvidemos que el segundo no ha abandonado su esencia imperial. Con su carismático presidente, sus numerosas empresas y atractivas ofertas, pero imperial, dominante, conquistador. Y aún no ha dejado de contemplar a Cuba como la fruta madura que debe gravitar hacia la Unión.