RAMON POU LEER LA ESCRITURA CON EL ESPÍRITU CON QUE HA SIDO ESCRITA Llegir la Sagrada Escriptura amb el mateix Esperit amb qué ha estat escrita, Revista Catalana de Teologia, 14 (1959) 361-366 Leer e interpretar la Escritura es para el creyente algo más que un asunto científico. La Escritura hay que considerarla como un don de Dios hecho a su Iglesia, no para que ésta perciba unos derechos de autor, sino para que oiga su voz y experimente su presencia en ella. En os Libros santos descubre la Iglesia la fe de la comunidad apostólica -Iglesia primordial- consignada por el aliento del Espíritu de Jesús. Al leer la Escritura, el creyente busca, tanto la inteligibilidad de la fe apostólica, como la experiencia del encuentro con Dios, que nos habla como un amigo. Por esto el creyente ha de leer la Escritura con el mismo Espíritu que la inspiró. Todo se reduce a descubrir el lugar del que brota la recta inteligibilidad y, por tanto, la adecuada interpretación de la Escritura. ¿Se encuentra éste en la tarea científica de los exegetas? ¿O en la función magisteral de los pastores de la Iglesia? El bautizado en el Espíritu de Jesús ha de saber que la inteligibilidad de la Escritura se realiza en él mismo, en la medida en que la lee y la escucha in medio Ecclesiae, o sea, en comunión con la universalidad de todos los que creen en Jesús. Cierto que hay que tener en cuenta al exegeta y sus aportaciones científicas. Y por supuesto que el creyente no es un lector privado de la Biblia, sino que ha de escucharla y leerla en comunión con toda la Iglesia, presidida por el ministerio episcopal. Este tiene como misión velar -con una escucha atenta del sentido de la fe de los fieles y sirviéndose de las valiosas aportaciones de los exegetas- para que los creyentes vivan en la unidad de fe exp licitada en las Iglesias locales, lugar primordial donde se lee y escucha la Escritura. Por tanto, la fuente de la inteligibilidad creyente de la Escritura no es ni el obispo ni el exegeta. Ambos son imprescindibles en la Iglesia, pero no son la fuente básica de la inteligibilidad creyente. La fuente de la comprensión de fe es el mismo Espíritu de Jesucristo en el que el creyente ha sido bautizado. El es el supremo doctor de nuestra fe. No se trata, pues, ni de individualismos creyentes ni de subjetivismos religiosos, sino de la inteligibilidad del contenido de la fe, adquirida por el don del Espíritu, en comunión con toda la Iglesia, sacramento universal de salvación. Es en este sentido que el Vaticano II afirma que "la Escritura se ha de leer con el mismo Espíritu con que fue escrita" (DV 12). En esta línea mi tesis es la siguiente: como bautizado en el Espíritu Santo que es, el cristiano es el sujeto frontal de comprensión de la fe apostólica consignada en los textos sagrados; siempre que la lectura creyente -no hablo de la científica- se realice in medio Ecclesiae, en comunión con la Iglesia. Inteligibilidad creyente y sentido de la fe La Escritura es patrimonio de toda la Iglesia cristiana. Por esto todos los cristianos están igualmente sometidos a la Escritura. Y por esto también "el magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio" (DV 10). El magisterio episcopal no es fundamento de la fe cristiana, sino un ministerio de solicitud en pro de la fe, cuyo autor RAMON POU es el mismo Espíritu Santo. El intérprete fontal de la fe apostólica consignada en la Escritura es el sensus fidei (sentido de la fe) bautismal en comunión con el sensus fidelium (sentido de los fieles) de la Iglesia universal.. Es aquí donde el Concilio sitúa el- espacio privilegiado de la infalibilidad creyente del cristiano: "La totalidad de los fieles, que tienen la unción del Santo (1 Jn 2, 20. 27), no puede equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando, 'desde los obispos hasta los laicos', presta su consentimiento universal en lo que se refiere a la fe y costumbres." (LG 12). Sin querer ahora profundizar más en el sensus fidei o sensus fidelium, puede ser útil transcribir lo que la Comisión teológica del Vaticano II expuso sobre el tema: "El sensus fidei o sensus fidelium (...) es como una especie de facultad de toda la Iglesia, por la que ella percibe, en la fe, la revelación transmitida, discerniendo en cuestiones de fe lo que es verdadero y lo que es falso, y al mismo tiempo penetra más y más en la revelación y la aplica a la vida de una forma siempre plena". Inteligibilidad creyente e interpretación auténtica Hay que distinguir con precisión entre inteligibilidad creyente de la Escritura e interpretación auténtica de la Palabra de Dios escrita o transmitida. Es ésta última la que pertenece al ministerio episcopal, pero presupone la inteligibilidad creyente. El episcopado universal de la Iglesia no puede proclamar otra cosa que lo que radicalmente cree toda la Iglesia, la universitas fidelium (la totalidad de los fieles). Esta función de interpretar auténticamente la Palabra de Dios, propia del ministerio episcopal, no origina la fe ni la fundamenta, sino que vela por ella y al mismo tiempo la visibiliza como signo de comunión. Para que el ministerio episcopal pueda velar por la fe, ésta ha de existir previamente por el bautismo en el corazón de la universitas fidelium, o sea, en el seno de la Iglesia universal. El episcopado, pues, al presidir cada una de las Iglesias locales, es el intérprete auténtico de la Escritura, no como un científico, ni como dotado de una sabiduría peculiar al margen de la sabiduría cristiana -el carisma de la iluminación bautismal-. El carisma del episcopado es la interpretación cualificada de la Escritura, en cuanto que implica una asistencia específica del Espíritu de Dios en orden a captar debidamente la fe apostólica más genuina, viviente como auténtica y legítima tradición en el corazón de la Iglesia. El obispo es, pues, la persona puesta por el Espíritu de Jesucristo para que, atento a las aportaciones de la ciencia bíblica y pronto para captar el sensus fidelium, pueda discernir con autoridad ministerial si en una determinada Iglesia, en un determinado sector de cristianos y mucho más en lo que expresa un determinado cristiano hay un desacuerdo entre la fe de toda la Iglesia y una determinada lectura o interpretación de la Escritura. Es así como la interpretación auténtica de la Escriturase hace siempre a la luz de la fe de la Iglesia universal. Relación entre las distintas instancias No se puede confundir la interpretación auténtica, propia del episcopado, con la ciencia bíblica ni con la sabiduría espiritual, que todo cristiano posee por el bautismo, cuando, abierto a la comunión eclesial, lee, escucha o medita la Escritura. RAMON POU Si en el conocimiento de la Escritura lo que se busca es ciencia, hay que recurrir al magisterio de los exegetas, sin olvidar las aportaciones hermenéuticas de los teólogos. Si lo que se busca es sabiduría cristiana, la que brota de los contenidos bíblicos y que, como palabra de Dios que es, constituye el fundamento de la. fe eclesial, hay que acogerse al sensus fidelium, expresión viviente de fe de los bautizados que con corazón limpio y sensible a la acción del Espíritu, no cesan de escuchar la Palabra y la meditan en su interior en comunión con toda la Iglesia. Y si lo que se busca es una instancia autorizada, una interpretación auténtica, que dictamine en casos conflictivos o en situaciones ambiguas sobre la correspondencia entre la expresión de fe -doctrinal o existencial- de unos determinados cristianos y la expresión de fe apostólica contenida en la Escritura, hay que acudir al ministerio episcopal, ya que compete a los obispos velar, echando mano de todos los medios de conocimiento a su alcance, para que la Iglesia de hoy sea verdaderamente la Iglesia de la fe de los Apóstoles. El Espíritu en la Escritura y en el bautizado La Escritura tiene una relación directa con la comunidad de creyentes. Fundamentalmente es un instrumento al servicio de la fe mesiánica. No contiene lo que hoy llamamos formulaciones dogmáticas, sino una palabra viva, que comporta una presencia y nos pone en contacto con el Cristo revelador del Padre. La Escritura es una energía del Espíritu de Dios para nuestro consuelo y esperanza. Inspiración de la Escritura y bautismo cristiano son indisolubles: el mismo Espíritu alienta en ellos. Escritura inspirada y bautismo en el Espíritu constituyen un solo manant ial de agua viva. Por el bautismo, el cristiano dispone de una capacidad espiritual inmediata para captar el sentido profundo - inspirado- de los Libros santos (véanse 1 Co 2, 10ss; Hch 1, 4-5; Jn 10, 13). La Escritura en la Iglesia El ministerio del obispo no puede, pues, ser indebidamente interpuesto entre la Iglesia de los bautizados en el Espíritu y la Escritura inspirada por el mismo Espíritu. La Iglesia ha de leer la Escritura con el mismo Espíritu con que fue escrita. Y el ministerio episcopal, asistido por el Espíritu para ejercer la función que le es propia, ha de estar siempre presente en esa lectura, exhortando para que la Escritura no deje jamás de ser leída en el seno de la Iglesia y amonestando, si llega el caso, a los que hacen de los textos sagrados una lectura que no se corresponde con la del sensus fidei de la Iglesia universal. Así, el ministerio episcopal, suscitado por el Espíritu, ejerce su función magisterial con una capacidad propia, asistida por el mismo Espíritu. Pero esto no puede empañar el hecho de que Dios confió la Escritura a toda la Iglesia en el sentido más pleno y total de la palabra. El Vaticano II afirma: "La Tradición y la Escritura constituyen un único depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia. Fiel a él, el pueblo cristiano entero, unido a sus pastores, persevera siempre en la doctrina apostólica y en la comunión, en la fracción del pan y en la plegaria (cf. Hch 2, 42), de forma que el hecho de mantenerse en la fe, vivirla y hacerla progresar es obra de la singular colaboración de los que están al frente de la comunidad y de los fieles" (DV 10). RAMON POU En este texto conciliar hay una referencia a Hch 2, 42, donde se trazan los rasgos esenciales y básicos del vivir en la Iglesia y del ser Iglesia en Jerusalén. Es en la comunidad oyente y orante donde se engendra, se vive y se percibe el encuentro con Jesucristo en la dinámica del Espíritu. Todos los participantes en la celebración de la fe, en la Cena del Señor, oyen la Palabra y no hay maestro superior a ella. Así, por ejemplo, la homilía no puede ser más que una ayuda (no raramente es un estorbo, porque ni homilía es), para abrir de par en par el corazón de la comunidad al mensaje del Libro, lo cual el creyente es capaz ya de hacer por el don bautismal. Escritura, Eucaristía y comunión Leer la Escritura con el Espíritu con que fue escrita significa estar en comunión con el Libro santo como sacramento de comunión con el Señor. El Concilio lo expresa de una forma sorprendente: "La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor. Por eso, sobre todo en la liturgia, no cesa de tomar de la mesa y distribuir a los fieles el pan de vida de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo" (DV 21). Identificar la Palabra de Dios -el contenido espiritual-real del Libro- con el Cuerpo de Cristo -presencia espiritual- real de Jesucristo- es una afirmación creyente inaudita durante los últimos siglos. Semejante identificación nos dice a las claras qué es lo que hay que entender por leer la Escritura con el Espíritu con que fue escrita: es comulgar con la presencia del Señor, que engendra en el corazón fiel el sensus fidei, o sea, la sabiduría cristiana, que produce a su vez la eclosión de una tal presencia. El Espíritu de Jesucristo da la sabiduría divina a la Iglesia mediante la Palabra leída-escuchada, que significa comida-comulgada, de la misma manera que se come y se comulga con el Cuerpo de Cristo. La Escritura, si bien es un libro que ha de ser estudiado y enseñado, es,. por encima de todo, una Palabra que se ha de escuchar, comer, comulgar. Toda la Iglesia es oyente de la Palabra y toda ella la come, comulga con la Palabra en el ámbito del Espíritu del Señor, infundido en el corazón del creyente por el bautismo. Leer la Escritura es comulgar con el Espíritu. La lectura creyente de la Escritura es más que una mera captación intelectual del texto. Es una auténtica epiclesis (invocación), en colaboración con el Espíritu, que todo cristiano ha de hacer -tiene derecho de hacersegún aquello: "El Espíritu y la esposa dicen: `Ven'" (Ap 22, 17). Es entonces cuando la Escritura se transignifica en presencia del Señor: la letra se convierte en santa, ya no es una literalidad, sino espíritu y vida; ya no es mera ciencia, sino sabiduría cristiana que nos fundamenta la fe y nos llena de esperanza. Tradujo y extractó: JORDI CASTILLERO