Hacia una bioética cosmopolita e intercultural

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XV CONGRESO INTERNACIONAL DE FILOSOFÍA, MÉXICO SIMPOSIO DE BIOÉTICA Hacia una bioética cosmopolita e intercultural ©Jorge Enrique Linares Facultad de Filosofía y Letras, UNAM lisjor@unam.mx A lo largo de sus más de tres décadas de desarrollo, la bioética ha logrado consolidar un ámbito nuevo de debate interdisciplinario y plural, así como un núcleo de problemas sociales que tienen enorme relevancia ético‐filosófica, que se debaten en agudas controversias sociales. En estas controversias bioéticas han participado científicos, médicos, juristas, filósofos, sacerdotes, políticos, periodistas y ONGs, pues los problemas clásicos de la bioética (consentimiento informado, investigación biomédica, aborto, eutanasia, trato a los animales, etc.) suscitan discrepancias y conflictos de valores. Uno de los grandes desafíos actuales de la bioética consiste en poder generar consensos morales en sociedades multiculturales y plurales, que eviten la polarización y la oposición estéril entre concepciones morales. En lo que sigue intentaré argumentar sobre la necesidad de consolidar una bioética de mínimos que sea genuinamente transcultural y cosmopolita. La bioética surgió en los países occidentales en el marco de una oleada histórica de reivindicación de los derechos civiles ante los excesos y los abusos de la cultura autoritaria‐paternalista, específicamente en la relación con las instituciones de salud e investigación biomédica que experimentaban con nuevos sistemas tecnológicos. Al surgimiento de la bioética anteceden códigos éticos mundiales que comenzaron a regular la praxis y la investigación biomédicas: la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), el Código de Nuremberg (1947), o el código que proclamó la Asociación Médica Mundial: la Declaración de Helsinki (1964). Esos 1
códigos éticos conformaron los cimientos de nuevas normatividades de carácter convencional, pero de alcance verdaderamente universal, puesto que fueron negociados entre diversas posiciones morales para establecer un conjunto de criterios mínimos que regularan las prácticas tecnocientíficas y que protegieran los derechos y las libertades civiles. De este modo, y ante la falta de una teoría ética unificada en nuestra época, la comunidad internacional había podido llegar a consensos y compromisos éticos de alcance global, mediante instituciones como la UNESCO o la Asociación Médica Mundial. Tales consensos, surgidos de la voluntad de distintas posiciones morales para lograr acuerdos, siguen siendo el paradigma de la deliberación bioética, tanto en una pequeña escala (un comité de bioética de un hospital o un centro de investigación) como a gran escala (los comités de bioética nacionales o mundiales). La Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos (2005) de la UNESCO, a pesar de las reservas que puedan argumentarse, representa la última manifestación de esos acuerdos mundiales. La deliberación bioética se lleva a cabo en formas cada vez más institucionalizadas (comités de ética, observatorios, grupos de investigación, consejos consultivos que asesoran a los diversos poderes de los Estados) y refleja la complejidad moral y política de cada país o región. Puede ser más o menos pública y abierta, más o menos democrática. Pero resulta, de hecho, una nueva forma de cultura política que está modificando algunos de los factores del desarrollo y de la gobernación de la tecnociencia 1 en las sociedades actuales. Los problemas fundamentales de la bioética tienen una relevancia ética y política de primer orden, ya que se relacionan con controversias tecnocientíficas muy intensas y duraderas, pues no puede existir una única respuesta moral ante ellas. Sin embargo, desde el surgimiento de la bioética, el problema de la búsqueda de consensos mínimos o de acuerdos básicos ha sido uno de los temas más debatidos. 1
Remito al concepto de “tecnociencia” como sistema de desarrollo científico y tecnológico que produce innovaciones tecnológicas generalmente de carácter industrial, al mismo tiempo que nuevos conocimientos 2
Las sociedades contemporáneas han tenido que reconocer su irreductible pluralidad cultural, ideológica y moral. Vivimos en un contexto multicultural que ha debilitado las viejas convicciones racionalistas y las pretensiones de las morales omniabarcantes. Pero los problemas ecológicos y la creciente desigualdad social en el mundo nos obligan a llegar a acuerdos para resolverlos. El surgimiento de un nuevo “contrato social” 2 para la ciencia y la tecnología, como el intento de potenciar sus beneficios y reducir los riesgos, ha acrecentado también los conflictos de valores en torno a las cuestiones mundiales que se discuten en la bioética. No obstante, al parecer lo que prevalece es el disenso aporético y la falta de acuerdo sobre contenidos morales mínimos. Como lo ha señalado Tristram Engelhardt, no existe por ahora una “ética canónica dotada de contenido” 3 capaz de resolver esas controversias sociales. Desde sus primeros ímpetus normativos, la bioética se ha propuesto sustanciar una base de principios o de criterios de valoración que pudiera poner de acuerdo a individuos que provienen de muy diversas tradiciones morales, culturales y religiosas. Así, a partir del Informe Belmont de 1978 4 y, sobre todo, del libro pionero de Beauchamp y Childress: Principios de ética biomédica (1979), surgió la propuesta de unos principios de la bioética (autonomía, beneficencia, no‐maleficencia y justicia) que tendrían por cometido generar esa base de consenso social. Sin embargo, esta primera orientación de la bioética principialista no ha obtenido el éxito que se esperaba como modelo de resolución de casos, tanto por razones teórico‐epistémicas como por factores culturales y políticos. 5 Algunos autores han planteado, por ello, la necesidad científicos. Véase J. Echeverría, La revolución tecnocientífica, cap. 1 y 2; J.E. Linares, Ética y mundo tecnológico, segunda parte. 2
Como se planteaba en la Declaración de Budapest de 1999 de la UNESCO sobre la “Ciencia y el uso de saber científico”. Véase http://www.unesco.org/science/wcs/esp/declaracion_s.htm 3
Véase, T. Engelhardt, Los fundamentos de la bioética, cap. 1. 4
El Informe Belmont (1978) contiene la propuesta de los principios esenciales de la bioética y fue el resultado de las discusiones en el seno de la National Comission for the Protection of Human Subjects of Biomedical and Behavioral Research de los EE.UU. 5
No obstante, su contribución a la formación de un núcleo teórico común en la bioética, así como muchas aplicaciones fructíferas en las decisiones clínicas e institucionales muestran que el modelo principialista tendrá todavía un papel decisivo en la bioética del siglo XXI. En el mundo iberoamericano, la propuesta principialista de Diego Gracia en Fundamentos de bioética ha sido una de las más influyentes. 3
de construir una bioética casuística 6 que se distancie de los principios apriorísticos y que vaya, caso por caso, estableciendo reglas prudenciales siempre provisionales, negociadas y acordadas pragmáticamente según las condiciones de cada comunidad. En efecto, la orientación pragmático‐casuística (que a veces se manifiesta junto con cierto relativismo ético) ha sido el segundo modelo, complementario y a veces contario, al de la bioética principialista. Sin embargo, en los dos modelos ha habido un factor común: se ha privilegiado la defensa de la libertad y la autonomía de los individuos y se ha dejado en segundo término los problemas de la justicia y la equidad social, así como los tremendos desafíos globales de la responsabilidad ecológica. En la “bioética estándar” 7 que se consolidó en los países anglosajones, pero que irradió a todo el mundo su influencia, preponderó la atención en los problemas del consentimiento informado, la autonomía y la autodeterminación (por ejemplo, en la cuestión del aborto o la eutanasia), como temas biomédicos prioritarios que preocupaban en las sociedades más industrializadas de Occidente. Por ello, esta “bioética estándar” en la que quedaron incluidos ambos modelos (principialismo y pragmatismo casuístico) ha sido más bien una ética bio‐
médica, y ésta todavía es la imagen social más difundida de la bioética. En nuestros días es claro que esa primera doble orientación en que se desarrolló la bioética “estándar” acusa cierta parcialidad sociocultural sobre cuáles deben ser los problemas fundamentales y la forma de solucionarlos. Por ello, ha hecho eco en la bioética contemporánea el problema de la desigualdad Norte desarrollado/Sur subdesarrollado que se expresa en la confrontación entre el paradigma liberal y el paradigma social o comunitarista; es decir, la discrepancia con respecto a qué tipo de derechos otorgar prioridad. Para las posiciones liberales de pura cepa, la libertad individual es el objetivo primordial y la justicia social el problema; mientras que para 6
Véase Albert Jonsen, Ética clínica; Diego Gracia, Procedimientos decisión en ética clínica. Es la bioética de corte liberal y con sustento utilitarista y pragmatista que se desarrolló en los países anglosajones, como lo expresa José Ma. Gómez Heras en Bioética. Perspectivas emergentes y nuevos problemas, cap. 1. 7
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las posiciones comunitaristas y neo‐socialistas, la justicia social (e incluso ambiental) es la solución, mientras que las libertades individuales y la desigualdad socioeconómica el problema. Se ha dicho entonces que la bioética que se debe practicar en los países subdesarrollados, como los iberoamericanos, debe poner énfasis en los problemas de la justicia distributiva y de la justicia ambiental, dejando en segundo término los problemas específicos de las libertades y derechos individuales. Pero esta posición también adolece de una visión parcial y sesgada. Desde mi punto de vista, los problemas de la autonomía individual y las libertades civiles siguen siendo cruciales hoy en cualquier país,porque constituyen temas de debate esencial en cualquier sistema democrático, sobre todo en los más jóvenes e inestables como el de nuestro país. Así que los problemas fundamentales de la bioética no pueden abordarse como si hubiera una bioética para el mundo industrializado y otra para el mundo empobrecido. Mi convicción es que la bioética se debe desarrollar a partir de un marco teórico común para abarcar todos los problemas; de lo contrario, se subordinará a confrontaciones de tipo geopolítico e ideológico. Por consiguiente, la dificultad para construir una base bioética capaz de generar consensos en la regulación de las biociencias y biotecnologías, no reside en la disyuntiva sobre principios deontológicos/reglas pragmáticas y casuísticas, ni entre desarrollo/subdesarrollo. El problema central que debe enfrentar la bioética es el de la dualidad consenso/disenso que se manifiesta en todos los debates y que se ha recrudecido también en la dura confrontación entre la bioética laica y la bioética religiosa o confesional. Es decir, ¿hasta dónde y con base en qué es posible el consenso y hasta dónde algunos disensos son irremediables? 5
EL PROBLEMA GENERAL CONSENSO / DISENSO El problema general del consenso/disenso en la bioética se puede estudiar en, al menos, cuatro grupos de problemas fundamentales: a) las discrepancias entre las principales corrientes teórico‐filosóficas en la interpretación de los conceptos y categorías más usados en los debates; b) la contraposición entre bioética localista o etnocentrista y bioética transcultural global, c) la confrontación entre bioética laica y bioética confesional; d) la disyuntiva entre la bioética liberal‐individualista y la bioética comunitarista y “justicialista”. En mi opinión, el cometido central de la bioética debe ser el construir una base de principios éticos con el fin de regular de modo global las prácticas tecnocientíficas que intervienen en la naturaleza y en la vida humana. Cada innovación tecnocientífica suscita dudas, temores y esperanzas; genera beneficios y nuevos riesgos que la sociedad debe analizar y ponderar. Para resolver los conflictos de valores de un modo pacífico, se requieren unos principios éticos; pero éstos no pueden ser meramente procedimentales ni “vacíos” de contenido axiológico, 8 sino que deben constituirse como mínimos éticos con un contenido axiológico aceptable por todos. Dichos contenidos son el objeto de los debates y el objetivo de los acuerdos y consensos. No obstante, esta base de acuerdos implica distinguir entre dos niveles o dimensiones de la vida moral. Por un lado, una ética de mínimos que incluya unos contenidos universales, o al menos universalizables, susceptibles de ser aceptados por todas las comunidades culturales o morales como criterios obligatorios para regular la convivencia social pacífica y asegurar las libertades y la justicia civiles, tanto individuales como comunitarias. En esta ética de mínimos es posible generar los acuerdos sobre obligaciones y deberes de justicia social y ambiental para enfrentar los urgentes problemas derivados de la desigualdad socioeconómica, así como de la crisis 8
Engelhardt ha sostenido en Los fundamentos de la bioética (1995), deben existir dos ámbitos diferenciados de la moralidad: la moral “entre amigos” que tiene contenidos axiológicos determinados y la moral “entre extraños” que debe ser vacía, formal y meramente procedimental. Pero es claro que aun las reglas procedimentales para ponerse de acuerdo racionalmente o expresar consentimiento suponen la valoración positiva de una práctica discursiva racional como algo preferible a otras formas de relación social. 6
ecológica planetaria. Por otro lado, una ética de máximos en la que cada comunidad moral puede definir los criterios de lo que exige a sus miembros como virtudes y deberes, los cuales no deben contradecir los mínimos éticos aceptados por todas las comunidades, ni pueden imponerse como obligaciones a todos los demás miembros de la sociedad. Ahora bien, la formación de consensos bioéticos puede lograrse desde la conciencia de que hay zonas de disenso irreductibles, que tienen que ver con la diversidad de concepciones del mundo y formas de valoración cultural. Pero la presencia de disensos irreductibles no debería afectar sustantivamente la construcción de acuerdos y consensos bioéticos que den lugar a normas y regulaciones de orden político y jurídico. La identificación de esos disensos irreductibles y las propuestas pragmáticas sobre cómo lidiar con ellos son objetivos primarios de la bioética de nuestros tiempos. El carácter interdisciplinario y la pluralidad moral son rasgos señalados de una bioética capaz de alcanzar acuerdos fundamentales. La bioética representa, por tanto, el proyecto de la formación de una razón práctica de carácter dialógico, público y plural. Se trata de una phrónesis colectiva como parte de una ética civil. Esta razón práctica intersubjetiva debe ser prudencial y “provisional”. Esto significa que los acuerdos que alcanza se fundan en razones pragmáticamente acotadas, es decir, en criterios axiológicos factibles de revisión. LA DISYUNTIVA BIOÉTICA LOCAL‐COMUNITARIA / BIOÉTICA GLOBAL‐TRANSCULTURAL El problema principal en este rubro es: ¿cómo equilibrar la justicia y el reconocimiento hacia las diferencias culturales (incluidas las religiosas) con la posible formación de una bioética transcultural de verdaderos alcances globales?; ¿qué derechos tienen prioridad: los de los individuos o los de las comunidades culturales, los problemas locales de las comunidades o los problemas del mundo globalizado?, y la cuestión de fondo: ¿es posible y necesaria una bioética global intercultural y 7
transcultural? ¿Cómo hacer compatible la interculturalidad con una ética global cosmopolita? Las recientes controversias que la bioética ha analizado son principalmente globales: el calentamiento del planeta, la pérdida acelerada de biodiversidad, la destrucción de ecosistemas, la escasez de agua potable, pero también lo son los problemas de la justa distribución de los recursos de salud y de los fármacos, la orientación de la investigación biomédica, o las prioridades de la naciente medicina genómica o de las diversas ramas de la biotecnología. Ahora bien, dichos problemas se enmarcan en un contexto multicultural y plurimoral, y en cada país o región se agregan condiciones culturales y políticas específicas. La apuesta por una bioética transcultural y trans‐nacional supone el diálogo entre culturas e intereses nacionales para llegar a acuerdos que respondan a los urgentes problemas mundiales. Ello es posible si consideramos a las culturas 9 como sistemas abiertos a la transferencia de conocimientos y valores. Las culturas no son monolitos cerrados y detenidos en el tiempo, totalmente inconmensurables entre sí. El diálogo cultural es también un hecho que explica el mestizaje (no siempre violento) y la hibridación actual de las culturas en todo el mundo, auspiciado por un nuevo ambiente de intercomunicación mundial de las personas, gracias a las TIC 10 y al intenso flujo migratorio en todos los continentes del globo. En el debate ético‐político actual se ha extendido la idea del respeto a la diferencia cultural y el indispensable reconocimiento de las diversas identidades comunitarias que subsisten en prácticamente todas las naciones. El respeto a la diferencia implica el imperativo ético de la preservación de la diversidad cultural como patrimonio de la humanidad. Sin embargo, en el debate actual, el multiculturalismo y la celebración de las diferencias también ha desencadenado nuevos problemas; por 9
Las culturas pueden entenderse como modos de vida codificados socialmente en formas simbólicas complejas (prácticas, costumbres, normas y leyes, técnicas, saberes, creencias, ritos, mitos y religiones, arte, ciencia y filosofía, etc.). Las culturas forman identidades colectivas y constituyen, sin duda, la fuente primordial o base de sustento de muchas identidades personales. 10
Tecnologías de la información y la comunicación. 8
ejemplo: la dinámica inclusión/exclusión estereotipada, tanto para etiquetar e incorporar forzadamente a los individuos en un grupo étnico, cultural, ideológico o religioso, como para excluirlos y discriminarlos de los derechos comunes a todos los ciudadanos. Son las propias comunidades culturales al interior de las naciones las que definen muchas veces esos criterios de inclusión/exclusión, y suelen utilizar para esos fines modalidades coactivas o abiertamente violentas. Así, parece que todo el mundo está forzado a estar incluido en una cultura particular además de tener una nacionalidad (como si la cultura o la etnia, la religión o la ideología de origen fueran una marca indeleble) y, por ello, cualquier persona es susceptible de ser excluida a la menor provocación (los migrantes de todo el mundo sufren esta condición: su cultura, su etnia, su lengua de origen los estigmatiza). Parece no quedar espacio para una redefinición cosmopolita de las identidades individuales ni para la defensa de los derechos humanos universales. Así, la demanda de respeto irrestricto a las diferencias culturales puede enmascarar o justificar la violencia que ejercen los líderes comunitarios o los grupos de poder para impedir que cualquiera de sus miembros (especialmente las mujeres y los más jóvenes) se asimilen o se mezclen con otras culturas, pues son fustigados como herejes y traidores a sus “raíces”. Este es un nuevo caso de intolerancia intracultural que se agrega a las ya múltiples manifestaciones de conflicto intercultural. 11 Por consiguiente, la bioética se enfrenta en nuestra época al problema fundamental de combatir el racismo, la xenofobia, y las nuevas y sutiles formas de discriminación 12 (como puede ser la discriminación genómica), pero también debe 11
Dos ejemplos de estas coacciones intraculturales podrían ser: la represión contra las mujeres en las comunidades musulmanas integristas y su subordinación a los mandatos de los varones, o bien las presiones de los católicos activistas o de la iglesia misma a las personas que, siendo católicos, deciden abortar u optar por la eutanasia activa. 12
Por ejemplo, en el caso de las identidades sexuales y de género, y a partir de que se han mejorado las técnicas médicas de transexualidad, las personas transexuales, así como las bisexuales, se enfrentan al problema de que no tienen cabida en las identidades culturales que, tradicionalmente, han definido de manera rígida las diferencias entre los géneros. Particularmente, los transexuales son individuos que, en el mundo habitual de separación de géneros, pueden estar en “tierra de nadie” y cuya identidad mestiza plantea problemas muy agudos de orden moral, político y jurídico. 9
criticar las concepciones multiculturalistas que, bajo el principio del respeto a la diferencia, dejan pasar de largo los fenómenos de violencia intracultural. La bioética tiene que construirse desde un diálogo entre las diversas comunidades culturales; sin embargo, los problemas tecnológicos y ecológicos comunes, así como las bases de la convivencia política, implican la redefinición de unos principios éticos transculturales y genuinamente globales, así como la reafirmación de unos derechos humanos universales sustentados en una misma naturaleza y necesidades bio‐culturales que compartimos todos. Una bioética global y transcultural sólo puede surgir del diálogo intenso entre las culturas para encontrar una base de principios éticos comunes. Y esta cultura híbrida de prescripciones universales y globales no es axiológicamente vacía y meramente formal, sino que debe poseer contenidos éticos precisos, por ejemplo: la tolerancia, la libertad de pensamiento y los derechos individuales, entre ellos el derecho mismo a la diferencia: cultural, moral, sexual, religiosa, política, filosófica… Así pues, el problema del multiculturalismo en la bioética debe analizarse en una doble perspectiva: en la recuperación de las ideas de la defensa de las diferencias y la política del reconocimiento intercultural, pero también en la crítica a las consecuencias negativas de un multiculturalismo relativista. La bioética puede consolidarse como ética global y transcultural, auténticamente cosmopolita, justificando sus contenidos axiológicos a partir del diálogo intercultural. Tal modalidad de “cosmopolitismo bioético” parece una vía factible para enfrentar los enormes desafíos éticos del mundo globalizado. EL PROBLEMA DE LA CONFRONTACIÓN BIOÉTICA LAICA / BIOÉTICA CONFESIONAL Se ha vuelto común que el disenso bioético se exprese públicamente mediante la contraposición entre las bioéticas laicas y las bioéticas confesionales (más bien “biomorales” religiosas) en muchos temas, claramente en los más publicitados como el aborto y la eutanasia activa, uso de células madre o el “matrimonio” homosexual. 10
Partimos de la hipótesis de que la laicidad debe ser el ámbito en el que concurran diversas y divergentes concepciones morales mostrando y analizando a fondo sus diferencias. Además, la laicidad es el espacio republicano en donde se deciden las normatividades cruciales de orden político y jurídico. La exigencia de que en los sistemas democráticos las leyes no deben estar fundadas en ninguna premisa de tipo religioso se mantiene como un principio fundamental para la convivencia multicultural. Como lo señala Savater: En la sociedad laica tienen acogida las creencias religiosas en cuanto derecho de quienes las asumen, pero no como deber que pueda imponerse a nadie. De modo que es necesaria una disposición secularizada y tolerante de la religión, incompatible con la visión integrista que tiende a convertir los dogmas propios en obligaciones sociales para otros o para todos. Lo mismo resulta válido para las demás formas de cultura comunitaria, aunque no sean estrictamente religiosas. 13 Ni las leyes ni las normas morales que emanan de la bioética se fundan en verdades reveladas ni en dogmas incuestionables; por eso las creencias religiosas deben mantenerse en el orden de las convicciones personales, pero no imponerse como criterios para decidir qué debe permitirse y qué debe prohibirse socialmente. Una bioética laica representa, pues, la expresión de una razón práctica de carácter dialógico, público y plural. Las normas y las leyes que emanen del acuerdo social deben estar fundadas en criterios revisables y no en verdaderas reveladas; y dado que las creencias religiosas no pueden establecer obligaciones morales para todos, sino sólo para los creyentes, no pueden fundar ningún tipo de norma política ni jurídica. Que el ámbito público del debate bioético deba ser laico no significa impedir que participen las posiciones morales confesionales (no sólo las cristianas, desde luego), ni que se obstaculice su derecho de acción organizada e intento de convencimiento (siempre que sea, en efecto, “convencimiento” y no coacción) a otros ciudadanos, y ante todo, la libertad de expresión de las ideas religiosas o de cualquier otra tradición cultural. Pero sí debe significar por necesidad que los acuerdos y los mínimos bioéticos 13
Fernando Savater, La vida eterna, p. 212. 11
no pueden tener compromisos de tipo religioso, sino fundarse en conocimientos científicos y en interpretaciones empíricamente verificables y, por tanto, que las morales confesionales no pueden elevar a principios comunes sus convicciones, aunque éstas sean aceptadas y compartidas por una mayoría social; y la razón de ello es que tales preceptos morales se basan en la aceptación de un credo y de dogmas que son, al fin y al cabo, incuestionables y no debatibles. Las morales religiosas, y ahora las bioéticas confesionales, han intentado recuperar el monopolio de la moral pública para dictar, como en el pasado, sus criterios como si fueran universalmente compartidos, pues sus defensores están convencidos de que poseen verdades absolutas. Esta ha sido la fuente del conflicto histórico entre las morales religiosas y las instituciones laicas en los países democráticos de tradición cristiana. Por ello, uno de los disensos más fuertes en la bioética surge de la confrontación de las bioéticas confesionales con los principios laicos de los sistemas republicanos. 14 Sólo en un debate bioético laico, que permite la libre expresión de cualquiera de las posiciones morales, con sus razones y sus creencias, pero que deslinda claramente el ámbito de las creencias religiosas del ámbito de la ética civil y de la regulación jurídica, es posible llegar a acuerdos básicos interculturales. Así pues, el problema que hay que enfrentar teóricamente concierne a los medios por los cuales se debe fortalecer ese ámbito público y plural del debate bioético para llegar a acuerdos. Ese ámbito tiene que ser por necesidad laico. Las biomorales confesionales pueden aceptar y reconocer la base de principios éticos mínimos que surja del consenso público. Podemos plantear que deben aceptar un 14
La reivindicación en los años recientes de los derechos civiles de las personas homosexuales (en clara desventaja con respecto a la “mayoría” heterosexual) revela de manera muy evidente este conflicto. Persiste una enorme influencia de la religión cristiana en la opinión moral de la mayoría que rechaza abierta o veladamente que las personas homosexuales deban tener los mismos derechos que las personas heterosexuales, en lo que se refiere a contratos sociales como el matrimonio, sucesión de bienes, corresponsabilidad ante instituciones crediticias, adopción y tutelaje de hijos, etc. Mientras las morales religiosas sigan influyendo en las leyes civiles se mantendrá esta discriminación de facto, a pesar de que es contradictoria con los fundamentos laicos de los Estados democráticos. 12
contrato social tácito o un consenso virtual de la laicidad, justamente para preservarse y desarrollarse libremente. Conclusiones Para intentar responder a los problemas aquí planteados, he partido de la hipótesis de que la filosofía puede contribuir a la consolidación de una bioética fundamentada en principios mínimos (será una bioética “de mínimos”), laica (basada en los conocimientos científicos y en evidencias contrastables, pero no beligerante contra ninguna moral religiosa), plural e intercultural (capaz de hacer que dialoguen todas las posiciones morales y culturales para llegar a acuerdos), global (que sea transcultural y trans‐nacional para ponerse a la altura de los graves y urgentes problemas sociales, tecnológicos y ecológicos que enfrentamos) y de verdadero alcance planetario y cosmopolita (que incluya en sus consideraciones éticas no sólo a todos los seres humanos por igual, sino también a los demás seres vivos). El cosmopolitismo bioético implica, pues, la necesidad de crear y consolidar una batería de principios morales que regulen las relaciones entre todas las personas y entre todas las naciones, susceptibles de traducirse en normas y regulaciones políticas y jurídicas, en aras de la protección de un bien común global: los derechos humanos, la preservación de los ecosistemas y la biodiversidad del planeta. El objetivo del debate plural y laico fundado en razones, evidencias científicas y datos comprobables consiste en intentar alcanzar acuerdos éticos mínimos aceptables por todos. Derivadas de la hipótesis general, se desprenden las siguientes conclusiones‐hipótesis particulares: 1. Por la naturaleza plural y heterogénea de las sociedades contemporáneas, la bioética tiene que apoyarse en principios, reglas generales y de procedimiento para alcanzar acuerdos y compromisos de consenso (que incluso desemboquen en leyes y normas políticas). La bioética debe proponerse dotar de contenidos axiológicos dicho consenso social 13
(nacional e internacional) para definir las reglas básicas, los límites y las posibilidades con respecto a las cuestiones relacionadas con la intervención, investigación y transformación bio‐tecnocientífica. 2. La bioética tiene que seguir siendo principialista 15 para poder generar dichos consensos, pero a condición de que no adopte un planteamiento de principios apriorísticos y formalmente vacíos, sino que se comprometa con contenidos axiológicos que puedan demostrar en los hechos su viabilidad como principios aceptables por todas las comunidades morales. Esos principios ya existen en las reglas ético‐políticas que rigen, al menos teóricamente, los sistemas democrático‐liberales y en las experiencias de convenciones y declaraciones éticas de orden global (UNESCO; IPCC, OMS, etc.). Los principios que deben elevarse como contenidos universales deben surgir del diálogo intercultural y del debate bioético, como por ejemplo el derecho a la diferencia, la autodeterminación individual, la autonomía cultural, la protección de derechos humanos universales, la resolución de conflictos mediante una vía dialógica y debate público, plural y representativo, etc. 3. La bioética debe tener muy presente que en una genuina democracia el consenso no siempre es posible ni, a veces, deseable. Los disensos son irreductibles cuando aparecen una incertidumbre epistémica y/o la inconmensurabilidad entre diversas concepciones y prácticas culturales. La bioética debe aspirar a maximizar los consensos posibles, pero a minimizar, al mismo tiempo, el disenso irreducible. Sin embargo, es más importante reducir el disenso, aunque ello implique disminuir el alcance y las pretensiones de los consensos. No debe perderse de vista que el 15
Es claro, sin embargo, que para resolver problemas particulares la bioética debe proceder casuísticamente; es decir, a partir de la comparación y análisis de casos paradigmáticos con las situaciones concretas a las que se enfrentan los médicos, investigadores o comités de bioética en hospitales, centros de investigación, universidades. Pero la casuística bioética no puede, de cualquier modo, prescindir de la guía de unos principios generales para poder jerarquizar las alternativas de acción.
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cometido central de la bioética, en cuanto a su dimensión política, es evitar la tensión y el conflicto social que puede generar violencia o reforzar el dominio arbitrario de unos sobre otros, o ser el pretexto político para alentarlos. 4. Los principios bioéticos no son una tabla de mandamientos inmutable de la que se pueden deducir deberes, ni algoritmos para la decisión. Pueden variar en jerarquía, interpretación y derivaciones prácticas, de acuerdo con las consecuencias de las intervenciones tecnocientíficas, las alteraciones ambientales y los cambios en las necesidades sociales. Los acuerdos sobre los principios éticos son revisables y revocables, no se fundan en creencias dogmáticas ni en verdades reveladas. 5. Los principios de autonomía (individual y colectiva), beneficencia, no‐
maleficencia, justicia distributiva, integridad, responsabilidad, precaución, pueden dotar a la bioética de una base de consensos fundados en contenidos axiológicos, pero no es posible resolver a priori la manera en que estos principios interactúan, se complementan o se contraponen. Dependerá del grado de desarrollo de la discusión civil, laica y plural, y de la cultura democrática de cada sociedad para poder enfrentar y resolver adecuadamente esos problemas, y finalmente, de la participación de la humanidad entera para construir un mundo regido por un contrato social global de alcance ético, político y jurídico. 6. En suma, es posible construir una bioética de mínimos (responsabilidades y deberes) transcultural y cosmopolita, válida para toda la humanidad y todas las culturas y naciones, porque puede surgir del acuerdo, que se compagine con una ética interpersonal de máximos (virtudes y libertades) que depende de cada comunidad cultural y moral. La regla primordial es que los máximos de las morales particulares no pueden contradecir o anular los mínimos universales. 15
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