ESCUELA NORMAL SUPERIOR JOSE MANUEL ESTRADA JORNADA: “PATRIMONIO CULTURAL Y NATURAL DE LA LOCALIDAD Y LA REGIÓN: UN COMPROMISO DE TODOS” INFORME DE INVESTIGACION TITULO DEL PROYECTO: LOS RITUALES DE LA MUERTE En los Cementerios de Tegua y Alcira (Aproximaciones a las prácticas y costumbres en torno a la muerte en los últimos tres siglos en Tegua y Alcira) Autores: DEPARTAMENTO DE CIENCIAS SOCIALES ALCIRA GIGENA, MAYO de 2013 Recuerdo de su desconsolada esposa Rogelia Díaz de Corso (Tegua) INTRODUCCIÓN El presente artículo elaborado por el equipo docente del Departamento de Ciencias Sociales de la Escuela Normal Superior José Manuel Estrada tiene como objetivo analizar la institucionalidad de los cementerios de Tegua y Alcira a partir de que los entendemos como territorios intersticiales, tanto en la práctica cotidiana y en la jurídica. Partimos del análisis de Paula Velásquez López sobre que en los cementerios converge una multiplicidad de elementos alrededor de su fin único: “poner lugar a la muerte desde la vida”.(Velásquez López, 2009: 26) Los criterios a analizar los cementerios mencionados tienen que ver con: 1- la historia de los mismos desde la perspectiva de la muerte religiosa-cristiana, y del Estado, 2- la territorialización: figuras y escalas del ordenamiento interno, disposiciones de acuerdo a la organización socio-territorial, y; 3- los cementerios como territorios intersticiales para pensarlos como “museos abiertos”, “museo de sitio”, “necrópolis urbana”, “no lugares” o como proyectos de patrimonio cultural local-regional. Los cementerios son lugares para la muerte “fabricados” desde la vida, constituyen en sí mismos un lugar con estructura y relaciones socio-culturales propias, con funcionalidad propia para lo que fue creado, y apropiado individual o colectivamente por parte de quienes lo visitan o lo viven, a lo largo del año o para las festividades relacionadas con el recordatorio de los muertos. Para poder existir tienen políticas y legislaciones que los regulan y administran, especialmente en el caso del cementerio de Alcira que depende del Estado Municipal, y el de Tegua que a partir del corriente año ha pasado a ser de administración intermunicipal, con la localidad de Elena. Los criterios de elección de ambos cementerios corresponden en primer lugar a sus respectivos emplazamientos cercanos a la localidad. El de Tegua, ubicado al noreste de la localidad, a unos 16 kilómetros de la misma, el más antiguo de la región, proviniendo de la época colonial, siglo XVII al XIX, aunque se han realizado inhumaciones en el último siglo. El de Alcira, ubicado a pocos kilómetros, al sudoeste de la misma, es de más reciente edificación y está bajo la órbita oficial, ya que depende de la Municipalidad. 2 El trabajo de investigación se basó en la recolección de información a través de fuentes primarias y secundarias, observación directa a través de visitas y recorridos sobre los cementerios, registro fotográficos, y entrevistas a sacerdotes, dolientes, visitantes, funcionarios, y lectura de bibliografía, prensa local y regional, páginas Web e investigaciones y artículos que aportan elementos y datos generales. El interés por analizar los cementerios de Alcira y Tegua radica en la observación sobre los distintos momentos históricos que se configuraron distintas formas de asumir la muerte, representarla y ubicarla a partir del proyecto religioso, político, jurídico y económico que se le otorga al… ““lugar institucional” para la muerte, un lugar en el sentido socio-territorial, porque además de designar un sitio o un lugar en el espacio, nos permite analizar cuál es el rol o papel social que cumplen las personas, los objetos y prácticas.”(Velásquez López,2009: 27) Cuando nos proponemos analizar las prácticas religiosas ligadas a la muerte, y más a partir de la cultura religiosa instalada por el catolicismo en nuestro país, debemos tener en cuenta, siguiendo a Maurice Halbwachs, tres ejes principales de reflexión ideológica: 1- La construcción social de la memoria individual. 2- La elaboración de la memoria colectiva en los grupos intermedios (familia y clases sociales) 3- La memoria colectiva a la escala de las sociedades globales y las civilizaciones.(Marcel y Mucchielli, 1999) La memoria, es entendida como el proceso de localización de un recuerdo en el pasado. El trabajo de localización consiste en un esfuerzo creciente de expansión, por el cual la memoria, “ubica” un recuerdo que puede ser más o menos dominante. Con respecto al primer punto, el de la construcción social de la memoria personal, debemos decir que cuando intentamos localizar un recuerdo utilizando los puntos de referencia de nuestra memoria, no sólo lo hacemos porque somos un ser social, sino porque además, con los actuales marcos sociales, seleccionamos el que más nos sirve para nuestra memoria presente. No es todo el pasado lo que reemerge en nuestra conciencia, no es toda la serie cronológica de lo hechos pasados, sino que solo pueden reaparecer aquellos que corresponden a nuestras preocupaciones actuales. Sobre el recuerdo, el autor pone en evidencia que sólo recordamos porque nuestro entorno nos incita y nos ayuda a hacerlo, sin la memoria colectiva, seríamos incapaces de recordar. 3 Sobre el segundo punto, la memoria colectiva en las familias y clases sociales, debemos señalar que entendemos a la familia no solo como una reunión de individuos con sentimientos y lazos de parentesco común. Conscientes o no, los integrantes de una familia tienen concepciones de lo que debe ser su papel, entre ellos y con respecto de sus hijos; y esas concepciones no dependen solamente de sus gustos personales. Reciben y transmiten una concepción general de la familia, un cierto número de representaciones de lo que debe ser una familia. Sin embargo en nuestras sociedades modernas la familia continúa estructurando la memoria de los niños por los roles que desempeña en los acontecimientos vividos en común, roles que podrán seguir reiterando en su vida adulta, incluso delante de sus padres. Si aceptamos que la familia es una reducida “comunidad de vida”, tiene una memoria; privados de ella, los recuerdos habrán desaparecido. En las clases sociales la memoria colectiva constituye un interés, un orden de ideas y de preocupaciones, que se reflejan ciertamente en las personalidades y en los miembros de un grupo, y que permanecen lo bastante generales e impersonales para conservar su sentido y alcance. Los grupos sociales que integran las comunidades en las que vivimos con fuertes componentes de mentalidad campesina, apegados a la tierra con la que ligan su identidad de grupo, tienen generalmente representaciones pobladas de recuerdos que les reconfortan en el sentimiento de una cierta inmutabilidad de la existencia, por encima de la sucesión de las generaciones. A ello debemos agregar la fuerza de los sentimientos colectivos religiosos, imbricados en la vida familiar, y mantenidos por conmemoraciones frecuentes y hasta recurrentes. “Por qué el campesino está aferrado a su iglesia?”, se pregunta Halbwachs, “¿Es porque se trata del lugar de culto, o porque ella representa para él a su pueblo? ¿Por qué honra a sus muertos y mantiene sus tumbas? ¿Es porque piensa en la comunidad de los vivos y los muertos, en la vida futura, o porque conserva el recuerdo de aquellos que le han precedido en su casa, sobre su tierra…?” (Halbwachs, 1930). En definitiva el hombre retiene acontecimientos colectivamente constituidos, que lo arrastran en el flujo de una vida colectiva donde las costumbres y los sentimientos de parentesco son ocupaciones comunes. El tercer punto de análisis, la memoria colectiva de las sociedades y las civilizaciones debemos tener en cuenta que en las sociedades los pensamientos, sentimientos y maneras de actuar de los hombres varían en la medida que las relaciones que tienen entre sí se multiplican e intensifican. Por ello en las ciudades, quizás el fenómeno más notable de la civilización, la vida colectiva es más intensa; de ello resulta una mezcla de 4 representaciones materiales y humanas, mecánicas y espirituales que encontramos casi idénticas en las grandes aglomeraciones y que hacen que los agrupamientos sociales tienda a disolverse más que en otros lugares. La memoria colectiva de la sociedad está formada por recuerdos ligados a representaciones espaciales que reflejan la manera en que la sociedad se piensa y trata de conservarse. El caso que nos ocupa tiene que ver con memoria religiosa de los cristianos, a través del relato de la vida de Jesús; los Evangelios ofrecen a la Iglesia de los cristianos un marco general que les permite fortalecer su fe. Las escenas del doloroso camino de Cristo desde la casa de Pilatos hasta el Calvario, son conmemorativas. Para el colectivo cristiano, esos recuerdos son símbolos de unidad que se apropian y hacen suyos. La memoria colectiva del grupo religioso se apoya en un tiempo reconstruido en el que los cristianos sitúan los acontecimientos fundadores: pascua, ascensión, navidad, día de todos los santos, día de los muertos, etc; la misma es esencialmente una reconstrucción del pasado que adapta la imagen de los hechos antiguos a las creencias y necesidades espirituales del momento. Es como si la memoria colectiva se vaciara un poco cuando estima que está muy llena de diferencias. Por ello, ciertos recuerdos son evacuados a medida que la colectividad entra en un nuevo período de vida, y se llena de nuevos recuerdos que adquieren una realidad nueva para situarse en el ambiente social del momento. En la memoria colectiva, según Halbwachs, se pueden determinar dos leyes de evolución: 1-la ley de la parcelación: a veces varios hechos son localizados en el mismo lugar, una localización puede desdoblarse, fraccionarse, dispersarse, de modo que el recuerdo se vea forzado, y al mismo tiempo recuperar una imagen antigua; 2-la ley de concentración: se localiza en un mismo sitio, o en lugares muy próximos, hechos que no necesariamente tienen que relacionarse entre ellos. (Marcel y Mucchielli, 1999) Los cementerios, entendidos como el “lugar institucional” o lugares del rito de la muerte y como lugares donde se configura la materialización del Estado en el control-gestión territorial, pueden aproximarse desde está perspectiva, ya que por un lado se repite la parcelación, a través de la ubicación del recuerdo y se concentra los recuerdos de gran parte de la sociedad manteniendo la memoria colectiva y religiosa para que fuese posible evocarlos socialmente. En tales sociedades, la separación entre el mundo sagrado y el mundo profano se realiza materialmente en el espacio. “Cuando entra en una iglesia, en un cementerio, en un 5 lugar sagrado, el fiel sabe que va a encontrar allí un estado espiritual que ya ha experimentado otras veces y que, con otros creyentes, va a reconstruir, al mismo tiempo que una comunidad visible, el pensamiento y los recuerdos comunes que se formaron y mantuvieron, en épocas precedentes, en ese mismo sitio”.(Halbwachs, 1994) El grupo religioso tiene necesidad de apoyarse en un objeto, en alguna parte durable de la realidad, porque pretende no cambiar, mientras que alrededor de sí todas las instituciones y las costumbres se transforman, las ideas y las experiencias se renuevan, la sociedad religiosa no puede admitir dejar de ser la misma que la de origen, ni debe cambiar en el futuro. La Iglesia no es solamente el sitio en el que se reúnen los fieles, su contorno fronterizo demarca lo sagrado de lo profano. La distribución y el ordenamiento de sus partes responden a las necesidades del culto y se inspiran en las tradiciones y pensamiento del grupo. Su interior se distingue de todos los demás sitios de reunión, de todas las otras sedes de la vida colectiva. LA MUERTE EN LA EDAD MEDIA, MODERNA y EN EL PASADO COLONIAL AMERICANO La peor muerte para un cristiano de la Edad Media y Moderna era la muerte súbita, porque en general lo sorprende en estado de pecado original, ya que no les da tiempo para el arrepentimiento ni para la penitencia. En cambio para el hombre recto o para el inocente recién nacido es concebida como una bendición, no así para quienes vivían en el pecado o no se habían convertido. Fue durante el periodo final del medioevo y principios de la modernidad donde los valores religiosos vinculados con el catolicismo se impusieron fuertemente sobre toda Europa, y posteriormente a partir de conquista y colonización sobre el continente americano. Hasta el siglo XIII, la sociedad europea vivía en una etapa “incompletamente cristianizada” (Le Goff, 1987: 96), en la cual la religión había tal vez impuesto su ley, pero no había penetrado todas las conciencias y corazones. Era, según Le Goff, un cristianismo muy tolerante que exigía a los sacerdotes y monjes hicieran penitencia por todos los demás, que toleraba el cristianismo superficial de los laicos con la condición de que respetaran la Iglesia, a sus miembros y bienes, además de que de vez en cuando cumplieran con las penitencias públicas. 6 El mundo laico era un mundo de violencia salvaje. La Iglesia trataba de imponer el orden. A los pecados se les aplicaba un código de penitencias preestablecidas que no corregían el pecado sino que lavaban la falta cometida. La mayor parte de los laicos pensaba que había que aprovechar el tiempo que les quedaba en el caso de los más grandes; en cuánto a los más jóvenes realizar y practicar las actividades más placenteras posibles. “Verdad es que estaban Dios y el juicio final”. (Le Goff, 1987:97) A ese Dios, muy diferente a los dioses primitivos o pre-cristianos a los que adoraban sus antepasados, las masas laicas trataban de satisfacer con ofrendas y donativos. Los poderosos y ricos daban tierras, dinero, piezas valiosas; los pobres daban donativos humildes, y algunos de sus hijos para los monasterios. La mayor parte de la población pobre y laica, en aquel entonces era campesina y se le impuso una nueva ofrenda, la décima parte de las cosechas, el diezmo. A partir de la denominada Baja Edad Media (siglos XI al XV) la Iglesia concibió de otra manera a la sociedad, más allá de las desigualdades e injusticias, procuró darle más seguridad y un relativo bienestar esforzándose en cristianizarla mayoritariamente “con los métodos habituales en los poderosos: la zanahoria y el palo”. (Le Goff, 1987:98). El palo fue Satanás, llegado desde el lejano y profundo Oriente, el diablo fue racionalizado e institucionalizado por la Iglesia, dueño y señor de un ejército de demonios y del infierno; funcionó como la materialización del “mal” frente a las bondades del catolicismo. La zanahoria fue el Purgatorio. El purgatorio nace al final del siglo XII, un nuevo lugar en el más allá, entre el paraíso y el infierno. Durante mucho tiempo la Iglesia controló el proceso de salvación o de condenación mediante sus advertencias y amenazas, mediante la práctica de la penitencia que limpiaba a los hombres del pecado. La sentencia se reducía a dos veredictos posibles: paraíso o infierno, y solo Dios podía en el juicio final tomar semejante decisión para toda la eternidad. Por mucho se esperaba que la suerte de los muertos no fuera dispuesta al momento de morir y que las oraciones y ofrendas de los vivos sirviera para ayudar a los pecadores muertos de escapar del infierno o por los menos ser mejor tratados mientras esperaban la sentencia definitiva. Pero no había ningún conocimiento preciso de ese eventual proceso judicial en donde las almas buscaban escaparle al infierno. “Cuando en el auge de Occidente, desde el año 1000 al siglo XIII los hombres y la Iglesia consideraban ya insoportable la simplista oposición de paraíso e infierno y cuando se reunieron las condiciones para definir un tercer lugar del más allá en el que 7 los muertos podían verse purgados de sus restos de pecados, apareció la palabra, purgatorium, para designar ese lugar por fin identificado: el purgatorio”. (Le Goff, 1987:109). Si antes de morir hubo sincero arrepentimiento, si los pecados no son considerados graves, y si han cumplido con las penitencias, oraciones y ofrendas, el muerto permanecerá en un lugar llamado purgatorio por un tiempo más o menos largo, independientemente de la cantidad de pecados. Los muertos que estaban en él estaban seguros de que al terminar la purificación quedarían salvados e irían al paraíso. La única salida del purgatorio es el paraíso. El autor del que hacemos referencia en el presente capítulo hace alusión, y sirve como ejemplo de análisis, el caso de un usurero de Lieja que murió en aquella época y que el obispo hizo expulsar del cementerio. La esposa del usurero, la usura era considerada un pecado insalvable, acudió al Papa para implorar le permitiesen enterrarlo en tierra santa, hasta que finalmente luego de una discusión eclesiástica y de la promesa de la mujer de hacerse reclusa pudo sepultarlo nuevamente en el cementerio. Este ejemplo marca la idea de que el lugar de sepultura de los fallecidos, el cementerio cristiano, es un lugar considerado sagrado y exclusivo, al menos en aquel tiempo, de los laicos exculpados de pecados, o de aquellos que no habían ido a parar al purgatorio. El concepto de “buena muerte” fue desarrollado por la Iglesia desde el siglo XII, cuando distinguió a justos y condenados y aseguró la existencia de un juicio individual donde debían probarse las buenas obras para merecer el paraíso prometido. A partir del siglo XIV apareció un nuevo concepto, la idea de caducidad de la vida y el “tránsito” a la muerte, como la separación del cuerpo del alma. “La visión teocéntrica del cielo, característica de la cultura española y, por ende, de la hispanoamericana colonial, llevó a creer en la trascendencia para poder experimentar la divinidad.”(Martínez de Sánchez, 2011:307) Durante gran parte de la Edad Moderna, en los siglos XVI al XVIII, la concepción de la muerte comenzó a modificarse. Para muchos durante este período, las celebraciones sociales, diversiones y fiestas eran muy comunes aceptadas tanto por el pueblo, la nobleza, la incipiente y poderosa burguesía, y el clero católico. Tan sólo el clero reformado y la burguesía puritana se sustraían a estas formas de vida social. Las fiestas de la comunidad estaban ligadas al mundo laboral y eran el fundamento esencial de las relaciones en el campo y en la ciudad como expresión de la alegría de vivir y de una conciencia de vida en común. 8 La sociedad moderna conocía toda una serie de diversiones sociales: juegos recreativos que servían para descansar del trabajo diario, y fiestas que se prolongaban durante días y en las que participaba toda una aldea o una ciudad. Podían a su vez realizarse en espacios privados y domésticos, o en espacios públicos al aire libre y en los nuevos lugares de sociabilidad festiva. Los grandes bautizos, bodas y funerales no eran exclusivos de la nobleza, y podían prolongarse por varios días con grandes banquetes, bailes y juegos. “A finales del siglo XVI, también los entierros (pompes funébres) alcanzaron su más alto grado de solemnidad. Los actos organizados con ocasión de los entierros nobiliarios eran de unas proporciones tan grandiosas y escalofriantes que era prácticamente imposible que los seres más despreciables dejaran este mundo sin convertirse antes en objeto del respeto general”.(Van Dülmen, 1984: 203-204) Las fiestas religiosas públicas acompañaban el curso del año, además de los carnavales, ferias y quermeses, cuyos rituales festivos estaban muy arraigados en la sociedad de los siglos XVI y XVII. Con la aplicación de la Reforma católica, después del Concilio de Trento, una nueva moral entró en vigencia en el mundo moderno, al menos en aquellos países europeos que no adhirieron a la Reforma protestante. Fueron tipificados y categorizados los actos delictivos y las penas según la gravedad del hecho criminal, en ello también favoreció las aplicaciones jurídicas de los primero Estados modernos. Para ello los Estados declararon delictivas todas las formas de comportamiento que iban en contra de sus normas, convirtiendo en delito todo aquello que las contradijera; incluso las Iglesias sancionaban a su vez transformando delitos en pecados cuyo castigo había de restablecer el orden divino. Según el historiador alemán Van Dülmen: “Con la consolidación del primer estado moderno se afianzó el ordenamiento sobre la propiedad y se desarrollaron unas ideas acerca de ella opuestas a la concepción cooperativista de la Edad Media. El segundo lugar en la escala de delitos los ocupaban los actos violentos como el asesinato, el homicidio, el crimen con incendio y la revuelta, penados con la ejecución con independencia de los móviles” (Van Dülmen, 1984: 220), de allí que la Iglesia, como instituto de control social, sería funcional al aparato represivo del Estado aunque no era parte de él; sin embargo muchos reconocían la unidad Iglesia-Estado como una de las consecuencias de la “estatalización” o integración estatal de la Iglesia, incluso fue notable la influencia directa del Estado y de sus gobiernos sobre la doctrina y organización eclesiástica. 9 Las penas eran diferentes según el género del “delincuente” y el delito cometido o del que se lo acusaba. En el caso de los hombres podían ser decapitados, ahorcados o torturados hasta declararse culpables o morir; las mujeres eran ahogadas o quemadas en hogueras por acusaciones por ejemplo de brujería, hechicería o infidelidad. Solo en raras ocasiones se seguía enterrando en vivo o empalando. La ejecución debía ser pública cuyo fin era escenificar la represalia por las infracciones para escarmiento del pueblo. En cuanto a lo religioso, las actividades eclesiásticas posteriores a la Reforma católica o Contrarreforma buscaban una mayor cristianización o eclesiastización de la sociedad, que comprendía la fe religiosa y la moral determinando la actitud ante la vida pública y privada, lo honroso de lo deshonroso, lo normal y lo anormal, lo ordenado y lo desordenado, lo prudente y lo absurdo, lo limpio y lo sucio, y sobre todo, lo cristiano y lo supersticioso. (Van Dülmen, 1984) A partir del Concilio tridentino, 1545-1563, se produjo la reacción oficial y material de la Iglesia sobre la Reforma protestante y sus distintas variables. A partir del mismo se fijaron y delimitaron los alcances de la doctrina católica y se impulsó el culto a los santos, recurriendo a las fiestas, dramatizaciones, procesiones y construcción de nuevas iglesias para recatolizar a la sociedad, o imponerla en el caso americano sobre las sociedades nativas, entre otros. La conquista espiritual y social de la Iglesia sobre las masas en la Edad Moderna, para disciplinar la vida cotidiana, era de una magnitud sin precedentes. Este fenómeno lo podemos analizar a partir de tres variables: 1º-la asistencia regular obligatoria a los oficios divinos, que hizo necesaria la implantación del día domingo como no laborable. 2º-la oración en común, en familia, principalmente antes de comer; y 3º-el control estricto de la Iglesia en los temas de familia y educación de lo hijos, para ello se introdujo la celebración del matrimonio, la condena a las relaciones extraconyugales y/o prematrimoniales, el registro de nacimiento, boda y la muerte; de allí la importancia de los registros parroquiales para su respectivo análisis en la América latina, al menos hasta la implantación de los registros civiles estatales. En Córdoba en los siglos XVII-XVIII, según el historiador Héctor Lobos la muerte es algo perfectamente cotidiano y hasta casi natural, que debe afrontarse sin inhibiciones ni extraordinarias muestras de respeto. En muchos testamentos figura la muerte “como cosa natural a toda criatura viviente”. (Lobos, 2009, T.II: 594) 10 La sociedad cordobesa estaba sacudida por las altas tasas de mortalidad infantil, lo que hace parecer como normal la muerte de uno o varios de los miembros de una misma familia antes de llegar a la pubertad. Además existe toda una cultura proclamada a la necesidad de pensar en el momento en el que todo cristiano será llamado a dar cuenta de sus actos, de prepararse para la muerte a través de lecturas piadosas y de pinturas alegóricas en Iglesias y parroquias. Finalmente los cortejos fúnebres recorren las calles de la ciudad capitalina desde el domicilio del difunto hasta la iglesia donde se celebran las exequias. La familiaridad con la muerte no significa subestimación. Para el católico de la época, en nuestra Córdoba colonial, es un episodio de capital importancia en el tránsito de la corta existencia humana a la vida eterna, no es el final sino el paso de lo perecedero a lo perdurable. La vida en este mundo es apenas una preparación para la muerte. Por eso no interesa la muerte en sí sino como se muere. (Lobos, 2009) Como dice la Doctora Martínez de Sánchez, vivir para “bien morir”. El concepto de muerte como una preocupación constante, “producto de la reflexión sobre el origen y destino del hombre”. (Martínez de Sánchez, 2011:307) En el clima espiritual de la época, la vía más segura para llegar al cielo era perder la vida por Cristo y ese es el espíritu que anima a los misioneros, recordemos que Córdoba fue el lugar de arribo de la congregación jesuita y que la Compañía extendió una fuerte presencia evangelizadora desde la misma capital y desde sus estancias esparcidas por el territorio cordobés. La idea de perder la vida por Cristo no es exclusiva de los españoles sino que también le son impuestas a muchos indios, mestizos y castas convertidos, que han recibido la fe a través del sistema de valores transmitido por los evangelizadores. El fallecimiento de niños recién nacidos y bautizados, es decir de “angelitos inocentes”, es muy común, y más en épocas de epidemias o pestes. Para la iglesia al morir tienen el cielo asegurado, y esto debe alegrar felizmente a sus familiares que los entierran con toda solemnidad, coronadas sus frentes con guirnaldas de flores y adornos. “La muerte da lugar a una ceremonia pública cuyas características son fijadas de antemano por el mismo protagonista o, luego, por sus parientes y amigos de acuerdo con sus creencias. Están quienes quieren dar muestras de modestia y ordenan ser enterrados como pobres, envueltos en un lienzo común, con mínimo o ningún acompañamiento; y quienes, en esa línea, exageran el menosprecio a su persona como 11 aquél Juan Luis de Aguirre que ordena a sus domésticos arrojar su cadáver “a un muladar o al lugar más inmundo y secreto de la casa”. (Lobos, 2009, T.II:596) Lo más frecuente es que las ceremonias fúnebres exterioricen la jerarquía del difunto, para demostrar el papel social que desempeño en vida y manifestar así, públicamente, su importancia; para lo cual hay modas y señales que sirven para graduar la impresión que pretende causar. El siglo XVIII, en el siglo del iluminismo, en Europa y en América se tiende a separar a todo aquello que lo pueda contaminar, de allí que se busca aislar a los enfermos, a los reos y a los muertos. Se extiende la idea que los cementerios son fuentes de enfermedades y que por ello es conveniente trasladarlos fuera del radio urbano. Sin embargo en Córdoba los enterratorios se siguen realizando en el interior de las iglesias y parroquias o en sus inmediaciones. La Corona española ordena a través de un decreto de 1789 que los cementerios se sitúen en las afueras de las ciudades. No obstante, algunos notales del Cabildo argumentan que no existiría ninguna contaminación si se cava profundo y “se pusiera alguna cantidad de cal que es aquí tan abundante y barata y que es lo que se practica en los panteones subterráneo del colegio Monserrat”. (Lobos, 2009, T. 3: 407) Es posible que la negativa de sacar los enterratorios del interior de las iglesias se deba a la resistencia de la Iglesia a perder el control sobre el ritual de la muerte en momentos que la política de la Corona le va sacando cada vez mas funciones… “la mayor cercanía al altar continúa siendo la mayor aspiración del difunto y de sus familiares” (Lobos, 2009, T.3: 409). En el caso que analizamos, la Capilla de Tegua fue mandada a construir por el alférez Miguel Fernández Montiel nacido en Santa Fe de la Veracruz a mediados del siglo XVII, provenía de familia de conquistadores, en 1696 de muros de adobe. Montiel le había comprado en 1689 al general D. Gerònimo Luis de Cabrera y Saavedra una suerte de tierras que forma parte de la merced del Sauce, “enorme latifundio que comprendía toda la extensión de las Sierras de la Peñas…... La venta, que se redujo a un corto terreno, tomaba como centro al paraje que llaman el Tala….”. (Laferrere, s/d) La economía de la región a fines del siglo XVII estaba caracterizada por la explotación de tierras diferenciada en la zona serrana y el llano. En las sierras de las Peñas existía una estancia que se dedicaba básicamente a la cría de mulas y estaba articulada a la economía colonial, como otras, ubicadas en las sierras de Comechingones sur. Además de mulas, se dedicaban a la producción ovina y vacuna, y en menor medida equinos y 12 caprinos, lo que muestra una producción ganadera diversificada. El ovino era de importancia puesto que la lana era utilizada para la confección de frazadas, bayetas, jergas, etc. (Carbonari, 2005) Las tierras del paraje el Tala, eran consideradas yermas y acerrilladas, pronto se convirtió en una estancia dedicándose principalmente a la cría de mulas, utilizando como aguada los pequeños arroyos sierra abajo y una vertiente natural: el ojo de agua de Tegua. Con el correr del tiempo y debido a la fuerte demanda de mulas en Córdoba para ser vendidas en el mercado potosino, la estancia se extendió rápidamente al sur, hasta el mismo arroyo Tegua. Montiel introdujo en ella una imagen de bulto de la Virgen del Rosario, que hizo traer de su Santa Fe natal, nombrándola patrona de la Capilla. La misma fue reconstruida a principios del siglo XVIII, con paredes de piedra y calicanto (“materiales nobles”), por el Sargento Mayor José Arias Montiel. En el año 1746, la Capilla del Rosario de Tegua, por vía de heredad, pasó a ser propiedad de la familia Molina, quién la poseyó junto a las tierras circundantes por más de un siglo. (Laferrere, 1988) Dentro de la capilla hay numerosos entierros, el más visible es el del señor Molina, sepultado a fines del siglo XIX, ya que una placa colocada en el piso, en el medio del pasillo central así lo testifica. Pero también hay otros vestigios de entierros dentro de la misma. El historiador Carlos Mayol Laferrere comenta en su trabajo presentado en una Jornada de Historia de los Pueblos del Sur de Córdoba, que sirvió de Informe solicitado por la Academia Nacional de la Historia para declararla Monumento Histórico Nacional, en la localidad de Elena, en 1988, que por donación testamentaria de 3.550 pesos, la señora Dolores Buteler de de la Torre, fallecida en 1902, también fue sepultada en el interior del templo “por su condición de benefactora”. (Laferrere, 1988) Es importante considerar el aspecto económico de entierros y misas, porque son una fuente importante de ingresos. La calidad del entierro estaba en relación al lugar que ocupó el difunto en la sociedad y a las pretensiones familiares. En todas las iglesias de Córdoba están enterrados muchos ascendientes de la población cordobesa, no importaba tanto el nivel económico, sino el social, por lo que encontramos enterrados en las iglesias y en sus alrededores a los miembros de una misma familia y en las afueras a los indios, mestizos y castas que les servían, por lo que era un privilegio post mortem estar enterrado allí. 13 En la Estancia El Tala uno de los nueve hijos de Miguel F. Montiel, el mayor de nombre Ignacio Fernández Montiel, por su carácter de primogénito recibió en herencia el tercio de los bienes de su padre, que incluía la capilla. Recordemos que Miguel F. Montiel falleció el mismo año en que empezó la primitiva construcción de adobe, 1696. Uno de los hijos del capitán Ignacio F. Montiel, el Sargento Mayor José Arias Montiel, se encuentra en posesión de la estancia y de la capilla en 1743, y el 2 de julio de ese año, junto a su segunda esposa redactan su testamento ordenando que “sus cuerpos sean sepultados en la Capilla de Nuestra Señora del Rosario que tenemos en nuestra estancia”. Del primer matrimonio del Sargento Mayor Arias Montiel nació Vicenta Montiel quién fue casada con el capitán Francisco de Molina. Arias Montiel falleció en 1746, su hija Vicenta casada con el capitán Molina recibieron de herencia la estancia extendida hasta el arroyo de Tegua por cesión del Gobernador de Córdoba Santiso y Moscoso, y la Capilla tasada en 200 pesos construida de piedra… . (Laferrere, s/d) Al analizar las disposiciones de los fallecidos sobre las formas de sepultura, mortaja, entierro y funeral la Doctora Martínez de Sánchez explica que los testamentos son una fuente valiosa de información porque en ellos el testador establecía las disposiciones que hacían al cuerpo y especialmente al alma del difunto. “Es un documento cuya aplicabilidad comienza, precisamente, al morir quien lo realizó”. (Martínez de Sánchez, 2011: 310). Claro que dichos privilegios solo correspondían a quienes podían y tenían que elaborar testamentos, no así muchos integrantes de la sociedad cordobesa. La mortaja, es decir la ropa con la que se vestirá al difunto para su velatorio y posterior entierro, y el lugar de sepultura fueron decisiones reservadas al interesado y por lo tanto no delegables en persona alguna, aunque, por diversas causas, en Córdoba el testador encargaba a sus apoderados y/o albaceas que eligieran por él. El último ropaje, es decir la mortaja, antes de ser sepultado estaba determinado de antemano. La mayoría de los cordobeses dejaron establecido con que vestuario cubrirían su cuerpo, podía ser el hábito franciscano (el más elegido), el dominico, el mercedario o un lienzo blanco; de acuerdo a las posibilidades económicas. Tanto los velatorios, como la sepultura, estaban consignadas en numerosos testamentos y se realizaban conforme al ritual de la Iglesia y a las posibilidades económicas de cada persona. “Pese al dolor de la desaparición corporal, las exequias debían tener un carácter festivo porque la muerte encerraba el misterio pascual de Cristo, en cual se completaba el dogma de la resurrección de los muertos para una vida eterna”. (Martínez de Sánchez, 2011:311) 14 El cuerpo del fallecido se colocaba en un ataúd o en andas especiales, para ser velado, pero no se enterraba con él, este podía ser comprado o alquilado o en muchos casos se mandaba hacer, se reglamentaba sus formas de construcción según la Real Cédula de 1693, ya fuera para niños o adultos, forrados de bayeta, paño y holandilla negra, con clavazón negro pavonado; si era para niños se permitía el tafetán de colores. Además al enterrar el cuerpo solo con cal encima se aseguraba una más rápida desaparición y prevenía de olores pútridos y potenciales enfermedades. El velatorio se hacía generalmente en la casa del difunto o de algún pariente o amigo, y si se requería en los conventos o iglesias, previo pago denominado “cuentas funerales”. Es interesante analizar las directivas que impuso el obispo Manuel Abad Illana en su visita a la diócesis de Córdoba en 1764. Este determinó que no se hicieran fiestas alrededor de los niños muertos como ya era costumbre, prohibió la ingesta de bebidas alucinógenas y alcohólicas, que no se construyeran altares para poner el féretro de niño o párvulo bautizado muerto, sino que fuera velado sobre una mesa cubierta de cualquier color con dos velas para alumbrar el cadáver, el estaría vestido sólo con una túnica blanca y una corona de flores naturales. El cuerpo podía ser velado por una o dos personas, sin invitar a parientes ni allegados, y en entierro de párvulos no se debían servir mates ni refrescos, ni bailar, etc. Esto estaba dirigido a cualquier persona, sin importar su condición social, y se infiere que lo que prohíbe o limitan las directivas del obispo reflejan ciertas prácticas en torno al velatorio y entierro de los llamados “angelitos” que la Iglesia buscaba desterrar. Habiendo pasado al menos 24 horas del velatorio comenzaba el ritual de la sepultura. Se convocaba al pueblo y al párroco, que vestía con sobrepelliz y estola negra, quienes se dirigían a la casa donde se realizaba el velatorio, precedidos de la cruz; al llegar frente al féretro se esparcía sobre el mismo agua bendita y luego de rezar y cantar uno o dos salmos se terminaba la ceremonia con las palabras “Dale Señor el descanso eterno y la luz perpetua brille para él”. Comenzaba la procesión de acompañamiento del difunto hasta la iglesia o cementerio donde iba a ser enterrado, el párroco antecedía al ataúd que iba sostenido en andas y cubierto de paños negros, por detrás los asistentes rezaban en silencio. “Hubo diferentes formas de entierro: mayor o menor, rezado o cantado, con cruz alta o baja, con posas (paradas hechas por el cura en la procesión mortuoria para cantar un responso) o sin ellas, con capas y sobrepelliz o sin ellos. Todo esto hacía variar la pompa de la ceremonia y, lógicamente, el costo de la misma”. (Martínez de Sánchez, 2011: 313) 15 A los que se los sepultaba dentro de las iglesias se colocaba el féretro en el medio de la nave, y si era laico con los pies hacia el altar con cirios alrededor e inmediatamente se hacía el oficio de difuntos. En las misas de cuerpo presente las campanas sonaban durante toda la celebración. Una vez concluida, el sacerdote se quitaba la casulla y con capa pluvial negra se acercaba al féretro con la cruz, entre dos acólitos que portaban velas. Lo rodeaban hasta ponerse nuevamente a los pies desde donde se incensaba y esparcía con agua bendita. De allí se lo conducía al sepulcro, y allí se rezaba el denominado oficio de difuntos. El valor del sepulcro variaba según la importancia del difunto, no era lo mismo ser sepultado cerca del altar mayor o al pie de la pila de agua bendita, que en lugar más alejado dentro de la iglesia, donde seguramente las oraciones o bendiciones llegarían en menor medida. (Martínez de Sánchez, 2011) El sepulcro era el lugar donde un cuerpo muerto cobraba significado, era considerado un lugar especial ligado a factores tradicionales, como el prestigio y la disponibilidad económica, al que se le agregó la morada final y a la vez la esperanza de la vida eterna. El sitio donde debía ser enterrado el cuerpo tenía que reunir una serie de condiciones para ser motivo de alegría o de resignación para quienes debían ocuparlo. Por cierto que no era lo mismo ser sepultado dentro de una parroquia o capilla común, que dentro de la catedral o de alguna de las iglesias de la capital pertenecientes a las congregaciones. Sin embargo existían ciertas contradicciones, porque no por ser sepultado dentro de una iglesia, parroquia, capilla o catedral significaba allanar y acortar el camino a la salvación eterna. Se suponía que ella solo se conseguiría con las buenas obras hechas en vida. No obstante persistía la imaginaria construcción que daba por supuesto que cuánto mas cerca de ciertos sitios consagrados se descansaba, más acelerada sería la salvación. Durante todo el período colonial se dictaron pocas leyes que trataran el tema de las sepulturas con relación al espacio, a excepción de las Reales Cedulas del siglo XVIII, como parte del reformismo borbónico, que impulsaban la construcción de cementerios fuera de las áreas pobladas, en lugares ventilados, profundizado por el afán higienista de la época. Pero la costumbre de sepultar dentro de las iglesias o en sus alrededores siguió vigente. Se puede establecer aquí cierta equiparación entre una iglesia, parroquia o capilla, con un cementerio, pues en ella además de orar y profesar la fe cristiana en vida, también se daba sepultura a fieles difuntos convirtiéndose en morada final. Allí entonces, 16 convivían durante los oficios religiosos y los eventos católicos a largo del año, vivos y muertos. Hasta las primeras décadas del siglo XIX las iglesias, y los cementerios en torno a ellas, siguieron cobijando a los muertos, siempre según las condiciones étnicas, económicas, corporativas, de dignidad y mérito. Hacia mediados del siglo el modernismo borbónico logró lo que no había podido conseguirse antes, la concreción de cementerios al lado o cerca de las iglesias, tanto en la ciudad de Córdoba como en la campaña. Desde mediados a fines del siglo XIX, principios del XX se inauguraron los cementerios públicos confesionales. El hecho de poseer un “lugar” para vivir, es decir ser propietario de una casa, no sólo daba seguridad económica sino también una jerarquía social en la época colonial, más aun si se encuentra cerca de la plaza principal; ocurre lo mismo con el “lugar” para ser sepultado, tener un lugar para depositar el cadáver, propio y de los familiares daba tranquilidad en el momento del desenlace final, además del prestigio pos mortem que significaba ser propietario por derecho familiar o adquirido de ser sepultado dentro de una iglesia, o en las afueras de la misma, para que quienes visitarán la misma dedicaran sus oraciones. “El sepulcro tuvo un significado simbólico en relación con la salvación del alma y por ser ese lugar objeto de culto a los muertos. La Iglesia trató de imponer su visión de la muerte, el enterramiento y el más allá, extirpando las formas que podían remitir a viejas prácticas rituales entre los naturales –tanto a indios como a negros-, que conservaban de algún modo sus creencias ancestrales.”(Martínez de Sánchez, 2011:324) El cementerio que se encuentra frente a la entrada principal de la Capilla de Nuestra Señora del Rosario de Tegua, construido y rodeado por un elevado paredón de cal y piedras, probablemente a fines del siglo XVIII, principios del XIX, es una muestra de ese imaginario colectivo de cercanía a los lugares consagrados para la fe y la oración, donde aquellos que no tenían derecho de ser sepultados dentro de la Capilla lo podían hacer en un lugar lo más cercano posible. Sirve de aclaración que los registros parroquiales de bautismos, matrimonios y defunciones datan desde 1750 y que se encuentran en el Archivo de la Catedral de Río Cuarto (Libro 1º de bautismos). (Laferrere, s/d) Aquellos que morían en los caminos, lejos de los cementerios, solían ser enterrados en el mismo sitio donde habían sido hallados, colocándoseles una cruz para que quedara señalizado el lugar de sepultura. 17 A mediados del siglo XIX, la orden de los franciscanos llega a Río Cuarto y se hace cargo de la capilla, para su conservación y oficios religiosos. En sus alrededores fueron censados unos 60 habitantes. El censo provincial de 1840 revela que las familias Molina, Basconcelos, Montiel, Duarte y Suárez vivían en los alrededores de la capilla en nueve casas diferentes. (Laferrere, 1988) A fines del siglo XIX los franciscanos siguen atendiendo la Capilla de Tegua en calidad de viceparroquia y resulta muy explicativas y contundente un extracto de la memoria presentada por el padre Leonardo Herrera al padre Comisario en el año 1898 y que transcribe textualmente en toda su extensión, (nosotros solo reproducimos una parte), el historiador Carlos Mayol Laferrere: “Hay, sin embargo, algo que lamentar y que conceptúo muy grave, y es que en frente de la puerta de la iglesia, hay un cementerio a distancia de 12 varas, y está lleno de cadáveres, y lo que hace más peor todavía es que el suelo es muy pedregoso, lo que hace difícil la buena sepultura de los cadáveres, siguiéndose de esto que en los meses de calor se hace imposible e insoportable la estadía en dicha capilla por el mal olor que se siente; ya he pensado en cambiarlo”. Firma la nota Fray Leonardo Herrera, misionero franciscano. (Laferrere, 1988) A principios del siglo XIX, antes de ingresar en el período independiente, el rey de España ya había dictado una serie de Cedulas dentro del ámbito de la Reformas Borbónicas para que los cementerios se establecieran alejados de los centros poblados, la Real Cédula de 1804 fue la definitiva, el fundamento para tal decisión era de orden sanitario. Al separar el cementerio de la iglesia, este se convertía en un lugar público confesional, no sólo cambiaba su ámbito físico sino también la esfera administrativa de la muerte, esto es así porque con el correr del tiempo paso a ser administrado por el municipio. La Iglesia transformó también sus estructuras de pensamiento, así lo evidencia las memorias del padre franciscano Herrera, a la que hicimos referencia, sobre de que en el cementerio de la Capilla de Tegua está muy cercana a la misma, llena de cadáveres que despiden olores nauseabundos en los días de calor y de que es necesario cambiarlo de lugar. El concepto de cercanía del muerto al centro de oración de los vivos ya no es tan importante ni fundamental para la salvación del mismo. Desde el siglo XIX la Iglesia se centró en dos pilares fundamentales con respecto a los cementerios, para adecuarse a las nuevas normativas reales y luego independientes, el sistema de salvación y el alejamiento del cadáver. 18 Con respecto al primer punto el sistema de salvación se vio trastocado, ya no sería importante el número de misas in situ, las oraciones, las visitas frecuentes y la concurrencia de fieles a la iglesia las que obrarían en beneficio de la salvación del alma del difunto. Las mismas acciones podrían seguirse realizando en otros lugares y con menor frecuencia por la distancia. El plano de Francisco Requena enviado a todas las colonias americanas por la corona respondía a un rectángulo con cuadros para los entierros y calles laterales y transversales, rodeado de árboles. Además se ubicaba un pozo cubierto destinado a osario, en el centro del espacio, donde se cruzaban los caminos libres de sepultura. Por último se disponía de un pórtico, similar al de una iglesia, una capilla, sacristía, habitación para capellán y un cuarto para el sepulturero. Se planificaba, según palabras de la Doctora Martínez de Sánchez “una nueva ciudad de los muertos”. (Martínez de Sánchez, 2011: 330) Las diferencias sepulcrales estarán ahora ligadas a factores económicos por sobre todo, mientras se debilitaban los planteos espirituales. Empezó a utilizarse el nicho aunque era muy resistido por la gente, especialmente de los pueblos, por lo que se continuó sepultándose en tierra. El gobernador Ortíz de Ocampo, 1814-1815, consideraba que los cementerios debían estar circundados por muros altos, que se debía sepultar en profundidad, que cada sepultura debía ser removida pasado los tres años según el criterio moderno de la disolución de los cadáveres, que los sepulcros de párvulos debían estar separado de los adultos, que antes de sepultar un cuerpo se lo debía cubrir con cal virgen, finalmente, pedía a las familias acomodadas económicamente el uso de ataúdes y cajas con cubierta para urna de los cadáveres. En cuánto al segundo punto, el alejamiento del cadáver, el cambio mental, más allá del razonamiento sanitario, para construir cementerios en sitios ventilados y fuera del ámbito urbano, no fue fácil ni rápido. Primero se sepultaba dentro de las iglesias o en los alrededores, luego se destinaron cementerio anexos a las iglesias, y finalmente las leyes dictadas por el gobierno civil, apoyados por la autoridad eclesiástica, de alejar el “camposanto” para evitar contaminaciones, pero sin perder el carácter sagrado del lugar se convirtió al mismo tiempo en una “imagen fronteriza” que evoca la muerte. “El cementerio público se hizo realidad dentro de los parámetros religiosos que fueron poco a poco secularizándose en lo administrativo y en el propio ritual de cada entierro”. (Martínez de Sánchez, 2011:37) 19 La Constitución de la Provincia de Córdoba, reformada en 1883, durante la gobernación del Dr. Miguel Juárez Celman, y sus posteriores reformas de 1900, 1912 y 1923, mantuvo dentro de las declaraciones fundamentales: “Art. 2º: La Religión Católica Apostólica Romana es la Religión oficial de la Provincia; su Gobierno le prestará la más decidida y eficaz protección y todos sus habitantes el mayor respeto; sin embargo el Estado respeta y garante los demás cultos que no repugnen a la moral o a la razón natural”. (Constitución de la Provincia, 3/02/1883: 4) Cabe aclarar que durante la gobernación juarista el Estado cordobés se caracterizó por su acción secularizante, liberal, y progresista. A nivel nacional las relaciones con la Iglesia comenzaban a tensarse durante la gestión del Presidente Roca, las posiciones conservadoras y clericales se enfrentaban contra las liberales positivistas, por ello es que en la segunda parte del artículo constitucional se advierte que se respetarán los nuevos cultos. Comenta el Dr. Roberto Ferrero en su “Breve Historia de Córdoba” que la Iglesia veía avanzar el liberalismo sobre terrenos que habían sido siempre de su dominio exclusivo: el control de la vida y la muerte, entre otros. (Ferrero, 1999) Sirva de ejemplo la Ley de Registro Civil, sancionada en Córdoba por el Senado y la Cámara de Diputados de la provincia en 1895, donde se especifica como los registros civiles deberán suscribir en el libro de defunciones las muertes, y las inhumaciones previa autorización del encargado del Registro. Durante la gobernación de Julio A. Roca (h), entre 1922-1925, se lleva a cabo la reforma constitucional de 1923, está nueva reforma avanzó en el régimen municipal para toda la provincia, tanto es así que en el mes de abril de 1925 la Legislatura provincial aprobó la Ley Organica Municipal Nº 3373. Dentro de las atribuciones que le otorga a los Concejos Deliberantes en su art. 108 destacamos los incisos 5, 14, y 19; el primero habilita al municipio a aceptar donaciones y legados, el segundo presta atención sobre la limpieza general del municipio, su desinfección y profilaxis, organizar la administración sanitaria, adoptando en general todas las medidas conducentes a asegurar la vida higiénica y salud de la población, y por último el tercero a organizar la conservación y reglamentación de los cementerios. De esta forma se municipaliza los cementerios, su administración y reglamentación, como así también la higiene y profilaxis, convirtiéndolo en una cuestión de Estado. Incluso se habilita a los concejos a aceptar legados, particularmente de terrenos, a un cierta distancia de la población (fuera del ejido urbano) para ser destinados a cementerios públicos, como es el caso del que 20 nos ocupa, que se edifico en terrenos primero privados y que luego, y después de muchos años, fueron definitivamente donados a la Municipalidad de Alcira. Asimismo la ley, en sus atribuciones y deberes del Intendente Municipal especificadas en el articulo 128, establece que debe promulgar y reglamentar las Ordenanzas que dicte el Concejo Deliberante, debe observar las mismas dentro de las disposiciones de la Ley Orgánica Municipal, debe formular las bases de las licitaciones y aprobar o desechar las propuestas, y finalmente, celebrar contratos de acuerdo a las autorizaciones concretas o globales expedidas por el Concejo. Es de destacar que la ley les asignaba una fuerte presencia dentro del gobierno municipal a los concejos, sus resoluciones y ordenanzas debían ser tenidas en cuenta, ya que así lo establecía el espíritu de la reforma constitucional de 1923 que avanzaba y fijaba claramente los procesos de destitución de las autoridades municipales en caso de incumplimiento de funciones. Con respecto a los dividendos económicos que generaban la muerte y sepulturas, la ley 3373 disponía que dentro del rubro “Rentas Municipales”, lo “producido de los cementerios” (Art. 136, inc.8). Esto significaba la apropiación por parte del Estado de algo que históricamente era contribuido a la Iglesia. Es más, y para demostrar la superioridad del Estado por sobre toda otra Institución, la ley le otorgaba a los municipios el derecho de expropiar, por causas de utilidad pública, terrenos y edificios necesarios “para la instalación de mercados de abastecimiento y expendio, hospitales, lazaretos, asilos, reformatorios para menores y cementerios”. (L.O.M. Nº 3373 – 23/04/1925) EL CEMENTERIO DE ALCIRA Los cementerios públicos, “lugar institucional” de la muerte, “deposito de la muerte”, congregan en un solo sitio distintos tipos de usos, usos que bien podrían llamarse socioculturales. Las prácticas, epitafios, lápidas, simbologías, placas, discursos, ornamentaciones, panteones, tumbas, nichos, distintas formas arquitectónicas, etc., forman parte de la posición socio-cultural que se ocupa o pretende ocupar. El cementerio como organización socio-territorial puede ser analizado como un sitio donde se crea y re-crea un orden socio-territorial que da cuenta de su entorno; la forma como las personas aprehenden el mundo es a partir de categorizaciones y clasificaciones y esto mismo sucede para las distribuciones en el cementerio. 21 La organización socio-territorial se puede ver a simple vista, se legitima, se invisibiliza o se oculta; a partir de los caminos internos del cementerio, que sirven funcionalmente para transitar por ellos, se pueden observar los sectores donde se privilegia a partir de la arquitectura y las manifestaciones estéticas la titularidad-identidad-historia del difunto y sus familiares; y ocultar otras (al final de los cementerios o en sus perímetros, de difícil acceso y recorrido, suelen estar las tumbas de cuerpos sin familiares, de bajos recursos, o bien las fosas y osarios comunes). (Velásquez López, 2009) Luego de la fundación de Alcira, en 1911, la señora Cristina Morcillo Cook casada con Lutgardis Riveros Gigena, fundador del pueblo, donaron una parte de la estancia “La Laguna” para ser utilizadas como cementerio, “para que los pobres pudieran tener una última morada sin costo económico”. (Riveros, J.M.N./s-d) Según un escrito que se encuentra en el Archivo Municipal de Alcira (A.M.A.), y que al parecer pertenece al archivo del Sr. Lutgardis Dante Riveros (descendiente del fundador), el cementerio está ubicado a unos 4 (cuatro) kilómetros de Alcira, al sudoeste de la misma. Fue fundado por Lutgardis Riveros Gigena, en una hectárea de terreno donada por su madre, Juana Gigena de Riveros. La donación fue realizada con la expresa función “de que las personas de escasos recursos tuvieran sepultura gratuita en el entonces denominado “Campo Santo”. Los dos escritos antes mencionados coinciden en que el cementerio “San José”, nombre del patrono del pueblo, era para personas pobres o de escasos recursos, con lo cual se infiere que al menos en los primeros años de funcionamiento del mismo las sepulturas de personas de mayor ingreso económico o de los sectores privilegiados de la incipiente sociedad local lo hacían en el cementerio de la Capilla de Tegua, en el de Córdoba o Río Cuarto. Las tumbas más antiguas se encuentran en el sector sudeste del cementerio, y algunas datan de 1914 (A.M.A./s-d). Desde la constitución de la Municipalidad de Alcira en 1925, como ente de gobierno local, se notó en el libro de Actas de sesiones del Honorable Concejo Deliberante la creciente preocupación por el desarrollo arquitectónico y edilicio del cementerio “San José”, en especial lo referido a la construcción de nichos, tanto para adultos como para menores, en galerías ubicadas en los perímetros del predio, ya que los terrenos que se encontraban en la entrada principal del mismo podían ser vendidos por la Municipalidad a particulares para la realización de panteones privados o tumbas sobre el terreno. Dichas ventas fueron asentadas en un 22 Libro de Escrituras, donde firmaban el Intendente, el Secretario de Gobierno, el o los compradores, y a su vez dos testigos; la primera data de 1926. Desde 1927 se registraron actas (del H.C.D) referidas al cementerio local, donde se manifiesta el interés del Estado por la construcción de nichos comunitarios y por ende la erradicación de las sepulturas en tierra. A la vez también se manifiestan las diferencias sociales y adquisitivas de los compradores a partir de los valores de terrenos y nichos a vender, debido a la ubicación de los mismos, ya que se los clasifica por categorías o filas. Con respecto a los terrenos existía una categorización bien definida: 1º, 2º, y 3º, además de una “categoría especial”. Probablemente la posición más o menos cercana a la entrada principal del cementerio determinaba la categoría y el valor de los terrenos. Igualmente los nichos ya que los 2º y 3º fila valían más que los de 1º y 4º fila. A continuación se transcriben las actas del H.C.D, entre 1927-’37: Acta N° 53 – Folio 40 (1927) “En Alcira Gigena, a los veintiún días del mes de Octubre de 1927, en la cuarta sesión ordinaria se resuelve la propuesta del señor Reinaldo Baldani en lo referente a la conservación del cementerio local se resuelve no dar lugar a lo solicitado en lo referente a cobros por trabajos efectuados por otras personas, autorizándole en cambio el pago de los 20 pesos que se menciona en la misma nota”. Acta N° 60 – Folio 48 (1928) “En Alcira Gigena, a los cuatro días del mes de Marzo de 1928, se declara abierta la segunda sesión ordinaria. Se autoriza llamar a licitación para la construcción de nichos en el cementerio local y de un osario se resuelve pase a la Comisión de Obras Públicas”. Acta N° 61- Folio 49 (1928) “En Alcira Gigena , a los once días del mes de Mayo de 1928, se declara abierta la tercera sesión ordinaria . Son aprobadas las licitaciones de nichos y osarios y Ordenanza de Impuestos”. Acta N° 63 – Folio 51 (1928) “En Alcira Gigena, a el primer día del mes de junio de 1928, licitación de nichos y osario. El concejal Turcato mociona a fin de que se declaren desiertas las propuestas , y se llame nuevamente a licitación especificando bien en la nueva licitación lo que fuese a votación es aprobado y se autoriza a gastar hasta la suma de mil ochocientos sesenta pesos en la misma obra dicho gasto lo imputará en el cobro de eventuales”. Acta N° 64 – Folio 52 (1928) “Dase lectura a una nota pasada por el D.E. comunicando el resultado de la segunda licitación para la construcción de nichos y osario en el santuario local, la que pasa a la comisión de O.P. para su estudio. (…) Nichos y osario. El miembro de la comisión O.P. señor Turcato hace moción para que todo el cuerpo se constituya en comisión para tratar este asunto lo que es aprobado.” Acta Nº 71 – Folio 60 (1928) “Se da lectura a una nota presentada por el D. E. en la cual se informa la terminación de los nichos municipales, y pide se autorice la venta a perpetuidad de ellos cobrando la suma de 300 pesos m/n a c/u. El Sr. Luis Pastore hace mención para que los nichos sean divididos en 23 dos categorías en la siguiente forma: segunda, tercera fila de primera categoría, y primera y cuarta fila de segunda, cobrando los de primera sesenta pesos por 5 años y cuatrocientos pesos a perpetuidad y los de segunda 50 pesos por 5 años y 300 pesos a perpetuidad. Puesto en debate fue aprobado por unanimidad”. Acta Nº 74 – Folio 64 (1928) “Después de larga discusión y no pudiendo llegarse a un acuerdo de resolución satisfactoria en cuanto a algunos artículos del citado proyecto, por indicación del Sr. Presidente se resuelve nombrar del seno del concejo una comisión para que se traslade al cementerio y estudie sobre el terreno, el asunto e informe en oportunidad, la que se aprueba (…) e invitan al Sr. Intendente para que la complemente….” Se da lectura a una nota presentada por el Depto. Ejecutivo solicitando autorización para llamar a licitación pública para la construcción de 40 nichos municipales iguales a los ya existentes, lo que pasa a comisión de O. P. para su estudio e informe. Después de un breve estudio se expide aconsejando acceder al pedido formulado por el D.E. y puesto en discusión se resuelve dejar en suspenso el citado proyecto por considerar inoportuno el momento actual dejándose para más adelante volver sobre el asunto. Pase comunicación de esta resolución al D.E”. Acta Nº 100 – Folio 92 (1929) “El D.E. solicita autorización para firmar un nuevo contrato para la construcción de una nueva fila de 36 nichos en el cementerio local por encontrarse a su terminación los construidos anteriormente. (…) En cuanto a la construcción de los nichos… el Sr. Rutini manifiesta que el precio de $ 1300, que cobra el Sr. Minetti por la construcción de 36 nichos igual que los construidos por el anteriormente en el cementerio es excesivo y que debe ofrecérsele el mismo precio por los anteriores y si no se consiguiera llamar a licitación….(…) El Sr. Presidente manifiesta que si los sres. Concejales estiman conveniente ofrecerle $ 1200 como último precio, teniendo en cuenta la buena construcción de los nichos anteriores o de lo contrario se llame a licitación que es lo más correcto y corresponde hacer”. Acta Nº 110 – Folio 106 (1929) “Se da entrada a una nota del D. E. por la cual manifiesta que habiéndose terminado la construcción de los nuevos nichos autorizados por el H.C. y encontrándose en la fecha varios de ellos ocupados en su mayoría por menores de edad y habiéndose notado resistencia por parte de los adquirientes por el elevado precio a que se les arrienda, solicitan al H.C. se les autorice para construir una nueva fila de nichos para menores de hasta 10 años de edad, los que resultando mas baratos que los anteriores por su menor tamaño pueden cederse a menor precio y de este modo poder satisfacer a los solicitantes”. Acta N° 111 – Folio 108 (1929) “ En este acto se expide la comisión de obras públicas comisionada a objeto del estudio de la construcción de una nueva fila de nichos para menores en el cementerio local, pedido efectuado por el D.E., manifestando: que aún no les ha sido posible abocarse detenidamente al estudio de lo que se les encomendare, …” Acta N° 116 - Folio 115 (1929) “Seguidamente se da lectura a una nota enviada por el DE solicitando autorización para la construcción de 60 nichos para menores en el cementerio local, para lo cual acompaño presupuesto enviado por el Sr. Pedro Minetti al que asciende a la suma de $ 1250, el que previo estudio y discusión, se aprueba y se autoriza la construcción pero abonando únicamente por esta obra la suma de $ 1.200- y confeccionándose a tal efecto una ordenanza cuyo texto se encuentra inserto en el libro respectivo”. Acta N° 123 - Folio 123 (1930) 24 “Punto 2do., inciso “c”: Proyecto de construcción de una sección de nichos grandes, en el Cementerio de esta localidad. Acta N° 124 - Folio 127-128 (1932) “Punto 2do.Inciso “3”: Se agrega al mismo la partida de $1.100.-para la construcción de nichos en el Cementerio local. Inciso “9” ítem 1, encargado del Cementerio se ha rebajado dicho sueldo en $10 m/n mensuales por considerar que dicho empleado no es tanto el sueldo que le paga la Comuna sino lo que gana particularmente en el inciso 1, ítem 2”. Acta Nº 125 - Folio133-134 (1932) “De acuerdo a lo manifestado por el Sr. Intendente, referente a la construcción de una sección de diez y seis nichos grandes en el Cementerio de esta Comuna.- se resuelve por unanimidad autorizar al D. Ejecutivo para que llame a licitación pública, para la construcción diez y seis nichos grandes en el Cementerio local, estableciendo como base para la construcción de la obra los nichos existentes, y sin exigirles a los licitantes ninguna garantía metálica, sino solamente la terminación de la obra en las condiciones propuestas”. Acta Nº 148 - Folio 164-165-166 (1933) “Punto 2do. Modificase y ampliase el art. 104 y 105 de la ordenanza general de impuestos de la siguiente forma: art. 1° destinase a la venta a perpetuidad una faja de terreno de 2.50 mtrs. Sobre el paredón Sud del Cementerio, que empezará a 5.-mts del paredón Oeste, hasta 7.-mts. De paredón Este. Artículo 2do. Destinase a la venta a perpetuidad una faja de terreno de 2.50 mts. paralelo al anterior y separado del mismo por una calle de 2.50mts. que partirá desde 5.-mts. del paredón Oeste hasta 1.-mts. del Panteón del Dr. Lautaro Roncedo. Artículo 3ro. Dentro de estas zonas se admitirán las renovaciones de los nichos actualmente construidos, debiendo abonar el impuesto que establece el artículo 119, de la O.G. de esta Comuna. Artículo 4to. estas ventas habrán hacerse en una medida mínima de 2.50 mts. de largo por 1.50 mts. de ancho. Artículo 5to. el precio de los terrenos establecidos para la venta en los art. 1ro y 2do de la presente ordenanza será de veinticinco pesos m/n, el metro cuadrado. Inciso 5to. establecese que todo cadáver que deba ser colocado en nicho municipal, sea en sepultura particular, ó en panteón propio deberá ser su ataúd, forrado interiormente con zinc y herméticamente cerrado”. Acta Nº 151 – Folio 171 (1934) “Modificación del Art. 112 de O.G. de I. y aprobación quedando de la siguiente: El terreno a venderse en el cementerio San José, dentro de la tercera categoría será un metro treinta centímetros de frente por dos metros treinta centímetros de fondo…” Acta Nº 162 – Folio 192 (1936) “Pedido de compra de un terreno de segunda categoría en el cementerio por el Sr. Luis Durigutti”. Acta Nº 174 – Folio 213 (1937) “Construcción en el cementerio de 20 nichos municipales grandes y siendo de imprescindible necesidad la construcción de 20 nichos chicos y reboque parte exterior del cementerio…. El concejal Señor López, solicita que el D.E. informe sobre el costo de los nichos construidos; manifestando el Señor Intendente que se hará en la próxima sesión.- Acto seguido el señor Intendente manifiesta, que la Municipalidad no posee títulos de propiedad del terreno que ocupa el Cementerio, ni ningún documento que acredite tal propiedad, por lo tanto y en virtud de tener que entrevistarse con la señora Cristina Morcillo viuda de Riveros, por otros asuntos, y siendo esta señora la actual propietaria de los terrenos que rodean el Cementerio y de los cuales se ha sacado la parte ocupada por el mismo, solicita al H.C. la autorización necesaria para pedirle a la misma que escriture a favor de la Municipalidad. Se autoriza por unanimidad”. 25 Acta Nº 175 – Folio 217-218 (1937) “Se informa sobre las cifras invertidas en la construcción de los 20 nichos grandes, y 30 chicos”. Debemos agregar al análisis de las actas que en primer lugar hay un creciente y marcado interés por construir nichos para menores. En varias actas se mencionan la imperiosa necesidad de hacer nichos con estás características debido a, probablemente, un elevado índice de mortalidad infantil. En segundo lugar lo llamativo que se manifiesta en el Acta 148 sobre las características del ataúd, en particular forrado con chapa de zinc en su interior y herméticamente cerrado para evitar la pérdida de fluidos y de olores contaminantes tanto en sepulturas de nichos como en panteones. Finalmente el Acta 174 refleja el origen privado del cementerio “San José” de Alcira, si bien fue una donación particular para que los “menos pudientes” tuvieran un lugar sagrado para efectuar sus entierros de familiares, no era público el terreno ni pertenecía a ningún organismo oficial. La acción de la familia Riveros de ceder una parcela de sus propiedades para la realización de un cementerio se enmarca dentro de lo considerado una acción benefactora por la Iglesia, al hacer un aporte, desprendiéndose de un bien propio, para allanar el camino a la salvación eterna o por aumentar el prestigio social. Sobre los asuntos legales referidos en el Acta se observa que la posesión del predio se dilató en el tiempo, recién en 1989, durante la intendencia del Dr. Luis Bergero se concretó la anhelada escritura de donación. La misma lleva el número ciento cuarenta y uno y fue rubricada por la Escribana Elda Rodríguez el día 15 de Diciembre de año mencionado. En ella las señoras Beatriz del Carmen Riveros de Guerra y Sara Beatriz Vella Ruiz de Riveros Morcillo donan dos lotes de más de una hectárea cada uno a la Municipalidad de Alcira “que desde hace muchos años en los predios esta ubicado el cementerio de esta localidad por lo que esta escritura viene a cumplimentar la forma exigida en el artículo 1810 ya que el ánimo de donar y la posesión del inmueble era detentada por las donatarias desde 1915 aproximadamente”. (A.M.A., Escritura de Donación, 1989) Para cerrar está última parte del presente Informe, es por demás inquietante -y que a la vez confirma el carácter privado de los terrenos que ocupa el cementerio-, una confirmación que hace el Intendente en la misma escritura y es que la Municipalidad “se hace cargo de la deuda que registran los inmuebles y que en la fecha se encuentran en gestión judicial,…”(A.M.A., Escritura de Donación, 1989), esto no hace más que 26 corroborar que el Cementerio público confesional “San José” de Alcira seguía siendo de patrimonio particular de los familiares descendientes del fundador del pueblo. CONCLUSIÓN Los cementerios de Tegua y Alcira generan y reproducen las conductas públicas y sociales de la sociedad que los vivió y vive. Son el reflejo, y el campo de estudio, de costumbres y rituales funerarios vinculados al catolicismo y a sus dogmas. Por todo ello, y por su rica historia, es necesaria su preservación y control a partir de políticas públicas que los declaren patrimonio histórico local para, de esta forma, ejercer y conducir las acciones de gobierno hacia su mejor conservación. Para concluir con esta primera etapa del Informe de Investigación, reproducimos las palabras con que inauguró el período de Sesiones Ordinarias el Intendente Mariano Gorgas en 1942, y que nos releva de mayores comentarios: “Es motivo de sincera complacencia para este D.E. referirse á nuestra necrópolis.- Sin ninguna exageración puedo afirmar que cada día es mejor el estado y aspecto general que ofrece.- Su cuidado es preocupación permanente y con los nuevos mausoleos construidos por algunos vecinos se ha embellecido notablemente.- Como en los años anteriores y a pesar del encarecimiento de muchos materiales es probable que en el presente ejercicio se construyan potros panteones, a lo que, agregado proyectos que este D.E. tiene ya casi terminados, y otros en arreglos en las plantaciones que oportunamente elevaré a la consideración de V.H., mejorarán aún más nuestro Cementerio.” DOCUMENTOS Archivo Municipal de Alcira (A.M.A.): -Actas del H.C.D. de Alcira Gigena, Libro 1 -Actas de asentamiento de Escrituras de venta de Terrenos en Cementerio, Libro 1 -Escritura de donación de los descendientes de L. Riveros. -Compendio de Leyes provinciales y Constitución de la Provincia de Córdoba de 1883, hasta 1936. -Documentos y escritos pertenecientes al archivo privado de la familia Riveros. 27 BIBLIOGRAFIA LAFERRERE, Carlos M.: Historia Antigua de la Capilla de Tegua. Siglos XVII y XVIII. s/d CARBONARI, María R.: Historia, cambios de enfoques y estudios regionales. Ponencia presentada en Xº Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia. Rosario, 2005 LAFERRERE, Carlos M.: Nuevos aportes para la Historia de la Capilla de Tegua. Siglo XIX y XX. Inédito. Río Cuarto, 1988 MARTINEZ de SANCHEZ, Ana María: Formas de vida cotidiana en Córdoba (15731810) (Espacio, tiempo y sociedad). Ed. Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad, CONICET-UNC. Báez impresiones. Córdoba, 2011 TELL, Sonia: Córdoba rural, una sociedad campesina (1750-1850). A.A.H.E. Ed. Prometeo, Bs. As. 2008 TCACH, César (coord.): Córdoba Bicentenaria. Claves de su historia contemporánea. U.N.C. – Centro de Estudios Avanzados. Ed. Ferreyra. Córdoba, 2010 LOBOS, Héctor Ramón: Historia de Córdoba. Tomos I-II-III-IV-V. Ed. El Copista, Córdoba, 2011 HALBWACHS, Maurice: La memoria colectiva. Ed. Miño y Dávila, s/d TAMAGNINI, Marcela: Cartas de Frontera. Los documentos del conflicto inter-étnico. Facultad de Ciencias Humanas. Ed. U.N.R.C., 1995 FRADKIN, R.; GARAVAGLIA, J.C.: La Argentina colonial. El Río de la Plata entre los siglos XVI y XIX. Ed. Siglo XXI. Bs.As. 2009 LE GOFF, Jacques: La Bolsa y la Vida. Economía y religión en la Edad Media. Ed. Gedisa. Barcelona, 1987 -----------------------: El orden de la memoria. El tiempo como imaginario. Ed. Páidos. Barcelona, 1991 -----------------------: La Baja Edad Media. Ed. Siglo XXI . México, D.F., 1989 FERRERO, Roberto: Breve Historia de Córdoba (1528-1995) Ed. Alción. Córdoba, 1999 VAN DÜLMEN, Richard: Los inicios de la Europa moderna. 1550-1648. Ed. Siglo XXI, Madrid, 1984 VELASQUEZ LOPEZ, Paula A.:Los Cementerios …Territorios Intersticiales. Inédito. Colombia, 2009 28