investigación cementerio

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ESCUELA NORMAL SUPERIOR
JOSE MANUEL ESTRADA
JORNADA:
“PATRIMONIO CULTURAL Y NATURAL DE LA
LOCALIDAD Y LA REGIÓN: UN COMPROMISO DE TODOS”
INFORME DE INVESTIGACION
TITULO DEL PROYECTO: LOS RITUALES DE LA MUERTE
En los Cementerios de Tegua y Alcira
(Aproximaciones a las prácticas y costumbres en torno a la muerte en los últimos tres
siglos en Tegua y Alcira)
Autores: DEPARTAMENTO DE CIENCIAS SOCIALES
ALCIRA GIGENA, MAYO de 2013
Recuerdo de su desconsolada esposa
Rogelia Díaz de Corso
(Tegua)
INTRODUCCIÓN
El presente artículo elaborado por el equipo docente del Departamento de Ciencias
Sociales de la Escuela Normal Superior José Manuel Estrada tiene como objetivo
analizar la institucionalidad de los cementerios de Tegua y Alcira a partir de que los
entendemos como territorios intersticiales, tanto en la práctica cotidiana y en la jurídica.
Partimos del análisis de Paula Velásquez López sobre que en los cementerios converge
una multiplicidad de elementos alrededor de su fin único: “poner lugar a la muerte
desde la vida”.(Velásquez López, 2009: 26)
Los criterios a analizar los cementerios mencionados tienen que ver con: 1- la historia
de los mismos desde la perspectiva de la muerte religiosa-cristiana, y del Estado, 2- la
territorialización: figuras y escalas del ordenamiento interno, disposiciones de acuerdo a
la organización socio-territorial, y; 3- los cementerios como territorios intersticiales para
pensarlos como “museos abiertos”, “museo de sitio”, “necrópolis urbana”, “no lugares”
o como proyectos de patrimonio cultural local-regional.
Los cementerios son lugares para la muerte “fabricados” desde la vida, constituyen en sí
mismos un lugar con estructura y relaciones socio-culturales propias, con funcionalidad
propia para lo que fue creado, y apropiado individual o colectivamente por parte de
quienes lo visitan o lo viven, a lo largo del año o para las festividades relacionadas con
el recordatorio de los muertos. Para poder existir tienen políticas y legislaciones que los
regulan y administran, especialmente en el caso del cementerio de Alcira que depende
del Estado Municipal, y el de Tegua que a partir del corriente año ha pasado a ser de
administración intermunicipal, con la localidad de Elena.
Los criterios de elección de ambos cementerios corresponden en primer lugar a sus
respectivos emplazamientos cercanos a la localidad. El de Tegua, ubicado al noreste de
la localidad, a unos 16 kilómetros de la misma,
el más antiguo de la región,
proviniendo de la época colonial, siglo XVII al XIX, aunque se han realizado
inhumaciones en el último siglo. El de Alcira, ubicado a pocos kilómetros, al sudoeste
de la misma, es de más reciente edificación y está bajo la órbita oficial, ya que depende
de la Municipalidad.
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El trabajo de investigación se basó en la recolección de información a través de fuentes
primarias y secundarias, observación directa a través de visitas y recorridos sobre los
cementerios, registro fotográficos, y entrevistas a sacerdotes, dolientes, visitantes,
funcionarios, y lectura de bibliografía, prensa local y regional, páginas Web e
investigaciones y artículos que aportan elementos y datos generales.
El interés por analizar los cementerios de Alcira y Tegua radica en la observación sobre
los distintos momentos históricos que se configuraron distintas formas de asumir la
muerte, representarla y ubicarla a partir del proyecto religioso, político, jurídico y
económico que se le otorga al… ““lugar institucional” para la muerte, un lugar en el
sentido socio-territorial, porque además de designar un sitio o un lugar en el espacio,
nos permite analizar cuál es el rol o papel social que cumplen las personas, los objetos y
prácticas.”(Velásquez López,2009: 27)
Cuando nos proponemos analizar las prácticas religiosas ligadas a la muerte, y más a
partir de la cultura religiosa instalada por el catolicismo en nuestro país, debemos tener
en cuenta, siguiendo a Maurice Halbwachs, tres ejes principales de reflexión ideológica:
1- La construcción social de la memoria individual.
2- La elaboración de la memoria colectiva en los grupos intermedios (familia y
clases sociales)
3- La memoria colectiva a la escala de las sociedades globales y las
civilizaciones.(Marcel y Mucchielli, 1999)
La memoria, es entendida como el proceso de localización de un recuerdo en el pasado.
El trabajo de localización consiste en un esfuerzo creciente de expansión, por el cual la
memoria, “ubica” un recuerdo que puede ser más o menos dominante.
Con respecto al primer punto, el de la construcción social de la memoria personal,
debemos decir que cuando intentamos localizar un recuerdo utilizando los puntos de
referencia de nuestra memoria, no sólo lo hacemos porque somos un ser social, sino
porque además, con los actuales marcos sociales, seleccionamos el que más nos sirve
para nuestra memoria presente. No es todo el pasado lo que reemerge en nuestra
conciencia, no es toda la serie cronológica de lo hechos pasados, sino que solo pueden
reaparecer aquellos que corresponden a nuestras preocupaciones actuales.
Sobre el recuerdo, el autor pone en evidencia que sólo recordamos porque nuestro
entorno nos incita y nos ayuda a hacerlo, sin la memoria colectiva, seríamos incapaces
de recordar.
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Sobre el segundo punto, la memoria colectiva en las familias y clases sociales, debemos
señalar que entendemos a la familia no solo como una reunión de individuos con
sentimientos y lazos de parentesco común.
Conscientes o no, los integrantes de una
familia tienen concepciones de lo que debe ser su papel, entre ellos y con respecto de
sus hijos; y esas concepciones no dependen solamente de sus gustos personales.
Reciben y transmiten una concepción general de la familia, un cierto número de
representaciones de lo que debe ser una familia. Sin embargo en nuestras sociedades
modernas la familia continúa estructurando la memoria de los niños por los roles que
desempeña en los acontecimientos
vividos en común, roles que podrán seguir
reiterando en su vida adulta, incluso delante de sus padres. Si aceptamos que la familia
es una reducida “comunidad de vida”, tiene una memoria; privados de ella,
los
recuerdos habrán desaparecido.
En las clases sociales la memoria colectiva constituye un interés, un orden de ideas y de
preocupaciones, que se reflejan ciertamente en las personalidades y en los miembros de
un grupo, y que permanecen lo bastante generales e impersonales para conservar su
sentido y alcance. Los grupos sociales que integran las comunidades en las que vivimos
con fuertes componentes de mentalidad campesina, apegados a la tierra con la que ligan
su identidad de grupo, tienen generalmente representaciones pobladas de recuerdos que
les reconfortan en el sentimiento de una cierta inmutabilidad de la existencia, por
encima de la sucesión de las generaciones. A ello debemos agregar la fuerza de los
sentimientos colectivos religiosos, imbricados en la vida familiar, y mantenidos por
conmemoraciones frecuentes y hasta recurrentes. “Por qué el campesino está aferrado a
su iglesia?”, se pregunta Halbwachs, “¿Es porque se trata del lugar de culto, o porque
ella representa para él a su pueblo? ¿Por qué honra a sus muertos y mantiene sus
tumbas? ¿Es porque piensa en la comunidad de los vivos y los muertos, en la vida
futura, o porque conserva el recuerdo de aquellos que le han precedido en su casa, sobre
su tierra…?” (Halbwachs, 1930).
En definitiva el hombre retiene acontecimientos
colectivamente constituidos, que lo arrastran en el flujo de una vida colectiva donde las
costumbres y los sentimientos de parentesco son ocupaciones comunes.
El tercer punto de análisis, la memoria colectiva de las sociedades y las civilizaciones
debemos tener en cuenta que en las sociedades los pensamientos, sentimientos y
maneras de actuar de los hombres varían en la medida que las relaciones que tienen
entre sí se multiplican e intensifican. Por ello en las ciudades, quizás el fenómeno más
notable de la civilización, la vida colectiva es más intensa; de ello resulta una mezcla de
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representaciones materiales y humanas, mecánicas y espirituales que encontramos casi
idénticas en las grandes aglomeraciones y que hacen que los agrupamientos sociales
tienda a disolverse más que en otros lugares.
La memoria colectiva de la sociedad está formada por recuerdos ligados a
representaciones espaciales que reflejan la manera en que la sociedad se piensa y trata
de conservarse. El caso que nos ocupa tiene que ver con memoria religiosa de los
cristianos, a través del relato de la vida de Jesús; los Evangelios ofrecen a la Iglesia de
los cristianos un marco general que les permite fortalecer su fe.
Las escenas del
doloroso camino de Cristo desde la casa de Pilatos hasta el Calvario, son
conmemorativas. Para el colectivo cristiano, esos recuerdos son símbolos de unidad
que se apropian y hacen suyos.
La memoria colectiva del grupo religioso se apoya en
un tiempo reconstruido en el que los cristianos sitúan los acontecimientos fundadores:
pascua, ascensión, navidad, día de todos los santos, día de los muertos, etc; la misma es
esencialmente una reconstrucción del pasado que adapta la imagen de los hechos
antiguos a las creencias y necesidades espirituales del momento.
Es como si la memoria colectiva se vaciara un poco cuando estima que está muy llena
de diferencias. Por ello, ciertos recuerdos son evacuados a medida que la colectividad
entra en un nuevo período de vida, y se llena de nuevos recuerdos que adquieren una
realidad nueva para situarse en el ambiente social del momento.
En la memoria colectiva, según Halbwachs, se
pueden determinar dos leyes de
evolución: 1-la ley de la parcelación: a veces varios hechos son localizados en el mismo
lugar, una localización puede desdoblarse, fraccionarse, dispersarse, de modo que el
recuerdo se vea forzado, y al mismo tiempo recuperar una imagen antigua; 2-la ley de
concentración: se localiza en un mismo sitio, o en lugares muy próximos, hechos que no
necesariamente tienen que relacionarse entre ellos. (Marcel y Mucchielli, 1999) Los
cementerios, entendidos como el “lugar institucional” o lugares del rito de la muerte y
como lugares donde se configura la materialización del Estado en el control-gestión
territorial, pueden aproximarse desde está perspectiva, ya que por un lado se repite la
parcelación, a través de la ubicación del recuerdo y se concentra los recuerdos de gran
parte de la sociedad manteniendo la memoria colectiva y religiosa para que fuese
posible evocarlos socialmente.
En tales sociedades, la separación entre el mundo sagrado y el mundo profano se realiza
materialmente en el espacio. “Cuando entra en una iglesia, en un cementerio, en un
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lugar sagrado, el fiel sabe que va a encontrar allí un estado espiritual que ya ha
experimentado otras veces y que, con otros creyentes, va a reconstruir, al mismo tiempo
que una comunidad visible, el pensamiento y los recuerdos comunes que se formaron y
mantuvieron, en épocas precedentes, en ese mismo sitio”.(Halbwachs, 1994)
El grupo religioso tiene necesidad de apoyarse en un objeto, en alguna parte durable de
la realidad, porque pretende no cambiar, mientras que alrededor de sí todas las
instituciones y las costumbres se transforman, las ideas y las experiencias se renuevan,
la sociedad religiosa no puede admitir dejar de ser la misma que la de origen, ni debe
cambiar en el futuro.
La Iglesia no es solamente el sitio en el que se reúnen los fieles, su contorno fronterizo
demarca lo sagrado de lo profano. La distribución y el ordenamiento de sus partes
responden a las necesidades del culto y se inspiran en las tradiciones y pensamiento del
grupo. Su interior se distingue de todos los demás sitios de reunión, de todas las otras
sedes de la vida colectiva.
LA MUERTE EN LA EDAD MEDIA, MODERNA y EN EL
PASADO COLONIAL AMERICANO
La peor muerte para un cristiano de la Edad Media y Moderna era la muerte súbita,
porque en general lo sorprende en estado de pecado original, ya que no les da tiempo
para el arrepentimiento ni para la penitencia. En cambio para el hombre recto o para el
inocente recién nacido es concebida como una bendición, no así para quienes vivían en
el pecado o no se habían convertido.
Fue durante el periodo final del medioevo y principios de la modernidad donde los
valores religiosos vinculados con el catolicismo se impusieron fuertemente sobre toda
Europa, y posteriormente a partir de conquista y colonización sobre el continente
americano.
Hasta el siglo XIII, la sociedad europea vivía en una etapa “incompletamente
cristianizada” (Le Goff, 1987: 96), en la cual la religión había tal vez impuesto su ley,
pero no había penetrado todas las conciencias y corazones. Era, según Le Goff, un
cristianismo muy tolerante que exigía a los sacerdotes y monjes hicieran penitencia por
todos los demás, que toleraba el cristianismo superficial de los laicos con la condición
de que respetaran la Iglesia, a sus miembros y bienes, además de que de vez en cuando
cumplieran con las penitencias públicas.
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El mundo laico era un mundo de violencia salvaje. La Iglesia trataba de imponer el
orden. A los pecados se les aplicaba un código de penitencias preestablecidas que no
corregían el pecado sino que lavaban la falta cometida. La mayor parte de los laicos
pensaba que había que aprovechar el tiempo que les quedaba en el caso de los más
grandes; en cuánto a los más jóvenes realizar y practicar las actividades más placenteras
posibles. “Verdad es que estaban Dios y el juicio final”. (Le Goff, 1987:97)
A ese Dios, muy diferente a los dioses primitivos o pre-cristianos a los que adoraban sus
antepasados, las masas laicas trataban de satisfacer con ofrendas y donativos.
Los
poderosos y ricos daban tierras, dinero, piezas valiosas; los pobres daban donativos
humildes, y algunos de sus hijos para los monasterios. La mayor parte de la población
pobre y laica, en aquel entonces era campesina y se le impuso una nueva ofrenda, la
décima parte de las cosechas, el diezmo.
A partir de la denominada Baja Edad Media (siglos XI al XV) la Iglesia concibió de otra
manera a la sociedad, más allá de las desigualdades e injusticias, procuró darle más
seguridad y un relativo bienestar esforzándose en cristianizarla mayoritariamente “con
los métodos habituales en los poderosos: la zanahoria y el palo”. (Le Goff, 1987:98).
El palo fue Satanás, llegado desde el lejano y profundo Oriente, el diablo fue
racionalizado e institucionalizado por la Iglesia, dueño y señor de un ejército de
demonios y del infierno; funcionó como la materialización del “mal” frente a las
bondades del catolicismo.
La zanahoria fue el Purgatorio. El purgatorio nace al final del siglo XII, un nuevo lugar
en el más allá, entre el paraíso y el infierno. Durante mucho tiempo la Iglesia controló
el proceso de salvación o de condenación mediante sus advertencias y amenazas,
mediante la práctica de la penitencia que limpiaba a los hombres del pecado. La
sentencia se reducía a dos veredictos posibles: paraíso o infierno, y solo Dios podía en
el juicio final tomar semejante decisión para toda la eternidad. Por mucho se esperaba
que la suerte de los muertos no fuera dispuesta al momento de morir y que las oraciones
y ofrendas de los vivos sirviera para ayudar a los pecadores muertos de escapar del
infierno o por los menos ser mejor tratados mientras esperaban la sentencia definitiva.
Pero no había ningún conocimiento preciso de ese eventual proceso judicial en donde
las almas buscaban escaparle al infierno.
“Cuando en el auge de Occidente, desde el año 1000 al siglo XIII los hombres y la
Iglesia consideraban ya insoportable la simplista oposición de paraíso e infierno y
cuando se reunieron las condiciones para definir un tercer lugar del más allá en el que
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los muertos podían verse purgados de sus restos de pecados, apareció la palabra,
purgatorium, para designar ese lugar por fin identificado: el purgatorio”. (Le Goff,
1987:109).
Si antes de morir hubo sincero arrepentimiento, si los pecados no son considerados
graves, y si han cumplido con las penitencias, oraciones y ofrendas, el muerto
permanecerá en un lugar llamado purgatorio por un tiempo más o menos largo,
independientemente de la cantidad de pecados. Los muertos que estaban en él estaban
seguros de que al terminar la purificación quedarían salvados e irían al paraíso. La
única salida del purgatorio es el paraíso.
El autor del que hacemos referencia en el presente capítulo hace alusión, y sirve como
ejemplo de análisis, el caso de un usurero de Lieja que murió en aquella época y que el
obispo hizo expulsar del cementerio. La esposa del usurero, la usura era considerada un
pecado insalvable, acudió al Papa para implorar le permitiesen enterrarlo en tierra santa,
hasta que finalmente luego de una discusión eclesiástica y de la promesa de la mujer de
hacerse reclusa pudo sepultarlo nuevamente en el cementerio.
Este ejemplo marca la idea de que el lugar de sepultura de los fallecidos, el cementerio
cristiano, es un lugar considerado sagrado y exclusivo, al menos en aquel tiempo, de los
laicos exculpados de pecados, o de aquellos que no habían ido a parar al purgatorio.
El concepto de “buena muerte” fue desarrollado por la Iglesia desde el siglo XII, cuando
distinguió a justos y condenados y aseguró la existencia de un juicio individual donde
debían probarse las buenas obras para merecer el paraíso prometido. A partir del siglo
XIV apareció un nuevo concepto, la idea de caducidad de la vida y el “tránsito” a la
muerte, como la separación del cuerpo del alma. “La visión teocéntrica del cielo,
característica de la cultura española y, por ende, de la hispanoamericana colonial, llevó
a creer en la trascendencia para poder experimentar la divinidad.”(Martínez de Sánchez,
2011:307)
Durante gran parte de la Edad Moderna, en los siglos XVI al XVIII, la concepción de la
muerte comenzó a modificarse. Para muchos durante este período, las celebraciones
sociales, diversiones y fiestas eran muy comunes aceptadas tanto por el pueblo, la
nobleza, la incipiente y poderosa burguesía, y el clero católico. Tan sólo el clero
reformado y la burguesía puritana se sustraían a estas formas de vida social.
Las fiestas de la comunidad estaban ligadas al mundo laboral y eran el fundamento
esencial de las relaciones en el campo y en la ciudad como expresión de la alegría de
vivir y de una conciencia de vida en común.
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La sociedad moderna conocía toda una serie de diversiones sociales: juegos recreativos
que servían para descansar del trabajo diario, y fiestas que se prolongaban durante días
y en las que participaba toda una aldea o una ciudad. Podían a su vez realizarse en
espacios privados y domésticos, o en espacios públicos al aire libre y en los nuevos
lugares de sociabilidad festiva.
Los grandes bautizos, bodas y funerales no eran
exclusivos de la nobleza, y podían prolongarse por varios días con grandes banquetes,
bailes y juegos. “A finales del siglo XVI, también los entierros (pompes funébres)
alcanzaron su más alto grado de solemnidad. Los actos organizados con ocasión de los
entierros nobiliarios eran de unas proporciones tan grandiosas y escalofriantes que era
prácticamente imposible que los seres más despreciables dejaran este mundo sin
convertirse antes en objeto del respeto general”.(Van Dülmen, 1984: 203-204)
Las fiestas religiosas públicas acompañaban el curso del año, además de los carnavales,
ferias y quermeses, cuyos rituales festivos estaban muy arraigados en la sociedad de los
siglos XVI y XVII.
Con la aplicación de la Reforma católica, después del Concilio de Trento, una nueva
moral entró en vigencia en el mundo moderno, al menos en aquellos países europeos
que no adhirieron a la Reforma protestante. Fueron tipificados y categorizados los actos
delictivos y las penas según la gravedad del hecho criminal, en ello también favoreció
las aplicaciones jurídicas de los primero Estados modernos. Para ello los Estados
declararon delictivas todas las formas de comportamiento que iban en contra de sus
normas, convirtiendo en delito todo aquello que las contradijera; incluso las Iglesias
sancionaban a su vez transformando delitos en pecados cuyo castigo había de
restablecer el orden divino.
Según el historiador alemán Van Dülmen: “Con la consolidación del primer estado
moderno se afianzó el ordenamiento sobre la propiedad y se desarrollaron unas ideas
acerca de ella opuestas a la concepción cooperativista de la Edad Media. El segundo
lugar en la escala de delitos los ocupaban los actos violentos como el asesinato, el
homicidio, el crimen con incendio y la revuelta, penados con la ejecución con
independencia de los móviles” (Van Dülmen, 1984: 220), de allí que la Iglesia, como
instituto de control social, sería funcional al aparato represivo del Estado aunque no era
parte de él; sin embargo muchos reconocían la unidad Iglesia-Estado como una de las
consecuencias de la “estatalización” o integración estatal de la Iglesia, incluso fue
notable la influencia directa del Estado y de sus gobiernos sobre la doctrina y
organización eclesiástica.
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Las penas eran diferentes según el género del “delincuente” y el delito cometido o del
que se lo acusaba. En el caso de los hombres podían ser decapitados, ahorcados o
torturados hasta declararse culpables o morir; las mujeres eran ahogadas o quemadas en
hogueras por acusaciones por ejemplo de brujería, hechicería o infidelidad. Solo en
raras ocasiones se seguía enterrando en vivo o empalando. La ejecución debía ser
pública cuyo fin era escenificar la represalia por las infracciones para escarmiento del
pueblo.
En cuanto a lo religioso, las actividades eclesiásticas posteriores a la Reforma católica o
Contrarreforma buscaban una mayor cristianización o eclesiastización de la sociedad,
que comprendía la fe religiosa y la moral determinando la actitud ante la vida pública y
privada, lo honroso de lo deshonroso, lo normal y lo anormal, lo ordenado y lo
desordenado, lo prudente y lo absurdo, lo limpio y lo sucio, y sobre todo, lo cristiano y
lo supersticioso. (Van Dülmen, 1984)
A partir del Concilio tridentino, 1545-1563, se produjo la reacción oficial y material de
la Iglesia sobre la Reforma protestante y sus distintas variables. A partir del mismo se
fijaron y delimitaron los alcances de la doctrina católica y se impulsó el culto a los
santos, recurriendo a las fiestas, dramatizaciones, procesiones y construcción de nuevas
iglesias para recatolizar a la sociedad, o imponerla en el caso americano sobre las
sociedades nativas, entre otros.
La conquista espiritual y social de la Iglesia sobre las masas en la Edad Moderna, para
disciplinar la vida cotidiana, era de una magnitud sin precedentes. Este fenómeno lo
podemos analizar a partir de tres variables: 1º-la asistencia regular obligatoria a los
oficios divinos, que hizo necesaria la implantación del día domingo como no laborable.
2º-la oración en común, en familia, principalmente antes de comer; y 3º-el control
estricto de la Iglesia en los temas de familia y educación de lo hijos, para ello se
introdujo la celebración del matrimonio, la condena a las relaciones extraconyugales y/o
prematrimoniales, el registro de nacimiento, boda y la muerte; de allí la importancia de
los registros parroquiales para su respectivo análisis en la América latina, al menos
hasta la implantación de los registros civiles estatales.
En Córdoba en los siglos XVII-XVIII, según el historiador Héctor Lobos la muerte es
algo perfectamente cotidiano y hasta casi natural, que debe afrontarse sin inhibiciones ni
extraordinarias muestras de respeto. En muchos testamentos figura la muerte “como
cosa natural a toda criatura viviente”. (Lobos, 2009, T.II: 594)
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La sociedad cordobesa estaba sacudida por las altas tasas de mortalidad infantil, lo que
hace parecer como normal la muerte de uno o varios de los miembros de una misma
familia antes de llegar a la pubertad. Además existe toda una cultura proclamada a la
necesidad de pensar en el momento en el que todo cristiano será llamado a dar cuenta de
sus actos, de prepararse para la muerte a través de lecturas piadosas y de pinturas
alegóricas en Iglesias y parroquias. Finalmente los cortejos fúnebres recorren las calles
de la ciudad capitalina desde el domicilio del difunto hasta la iglesia donde se celebran
las exequias.
La familiaridad con la muerte no significa subestimación. Para el católico de la época,
en nuestra Córdoba colonial, es un episodio de capital importancia en el tránsito de la
corta existencia humana a la vida eterna, no es el final sino el paso de lo perecedero a lo
perdurable. La vida en este mundo es apenas una preparación para la muerte. Por eso
no interesa la muerte en sí sino como se muere. (Lobos, 2009)
Como dice la Doctora Martínez de Sánchez, vivir para “bien morir”. El concepto de
muerte como una preocupación constante, “producto de la reflexión sobre el origen y
destino del hombre”. (Martínez de Sánchez, 2011:307)
En el clima espiritual de la época, la vía más segura para llegar al cielo era perder la
vida por Cristo y ese es el espíritu que anima a los misioneros, recordemos que Córdoba
fue el lugar de arribo de la congregación jesuita y que la Compañía extendió una fuerte
presencia evangelizadora desde la misma capital y desde sus estancias esparcidas por el
territorio cordobés.
La idea de perder la vida por Cristo no es exclusiva de los
españoles sino que también le son impuestas a muchos indios, mestizos y castas
convertidos, que han recibido la fe a través del sistema de valores transmitido por los
evangelizadores.
El fallecimiento de niños recién nacidos y bautizados, es decir de “angelitos inocentes”,
es muy común, y más en épocas de epidemias o pestes. Para la iglesia al morir tienen el
cielo asegurado, y esto debe alegrar felizmente a sus familiares que los entierran con
toda solemnidad, coronadas sus frentes con guirnaldas de flores y adornos.
“La muerte da lugar a una ceremonia pública cuyas características son fijadas de
antemano por el mismo protagonista o, luego, por sus parientes y amigos de acuerdo
con sus creencias. Están quienes quieren dar muestras de modestia y ordenan ser
enterrados como pobres, envueltos en un lienzo común, con mínimo o ningún
acompañamiento; y quienes, en esa línea, exageran el menosprecio a su persona como
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aquél Juan Luis de Aguirre que ordena a sus domésticos arrojar su cadáver “a un
muladar o al lugar más inmundo y secreto de la casa”. (Lobos, 2009, T.II:596)
Lo más frecuente es que las ceremonias fúnebres exterioricen la jerarquía del difunto,
para demostrar el papel social que desempeño en vida y manifestar así, públicamente, su
importancia; para lo cual hay modas y señales que sirven para graduar la impresión que
pretende causar.
El siglo XVIII, en el siglo del iluminismo, en Europa y en América se tiende a separar a
todo aquello que lo pueda contaminar, de allí que se busca aislar a los enfermos, a los
reos y a los muertos. Se extiende la idea que los cementerios son fuentes de
enfermedades y que por ello es conveniente trasladarlos fuera del radio urbano. Sin
embargo en Córdoba los enterratorios se siguen realizando en el interior de las iglesias
y parroquias o en sus inmediaciones.
La Corona española ordena a través de un decreto de 1789 que los cementerios se
sitúen en las afueras de las ciudades. No obstante, algunos notales del Cabildo
argumentan que no existiría ninguna contaminación si se cava profundo y “se pusiera
alguna cantidad de cal que es aquí tan abundante y barata y que es lo que se practica en
los panteones subterráneo del colegio Monserrat”. (Lobos, 2009, T. 3: 407)
Es posible que la negativa de sacar los enterratorios del interior de las iglesias se deba a
la resistencia de la Iglesia a perder el control sobre el ritual de la muerte en momentos
que la política de la Corona le va sacando cada vez mas funciones… “la mayor cercanía
al altar continúa siendo la mayor aspiración del difunto y de sus familiares” (Lobos,
2009, T.3: 409).
En el caso que analizamos, la Capilla de Tegua fue mandada a construir por el alférez
Miguel Fernández Montiel nacido en Santa Fe de la Veracruz a mediados del siglo
XVII, provenía de familia de conquistadores, en 1696 de muros de adobe. Montiel le
había comprado en 1689 al general D. Gerònimo Luis de Cabrera y Saavedra una suerte
de tierras que forma parte de la merced del Sauce, “enorme latifundio que comprendía
toda la extensión de las Sierras de la Peñas…... La venta, que se redujo a un corto
terreno, tomaba como centro al paraje que llaman el Tala….”. (Laferrere, s/d)
La economía de la región a fines del siglo XVII estaba caracterizada por la explotación
de tierras diferenciada en la zona serrana y el llano. En las sierras de las Peñas existía
una estancia que se dedicaba básicamente a la cría de mulas y estaba articulada a la
economía colonial, como otras, ubicadas en las sierras de Comechingones sur. Además
de mulas, se dedicaban a la producción ovina y vacuna, y en menor medida equinos y
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caprinos, lo que muestra una producción ganadera diversificada. El ovino era de
importancia puesto que la lana era utilizada para la confección de frazadas, bayetas,
jergas, etc. (Carbonari, 2005)
Las tierras del paraje el Tala, eran consideradas yermas y acerrilladas, pronto se
convirtió en una estancia dedicándose principalmente a la cría de mulas, utilizando
como aguada los pequeños arroyos sierra abajo y una vertiente natural: el ojo de agua de
Tegua. Con el correr del tiempo y debido a la fuerte demanda de mulas en Córdoba
para ser vendidas en el mercado potosino, la estancia se extendió rápidamente al sur,
hasta el mismo arroyo Tegua.
Montiel introdujo en ella una imagen de bulto de la Virgen del Rosario, que hizo traer
de su Santa Fe natal, nombrándola patrona de la Capilla.
La misma fue reconstruida a
principios del siglo XVIII, con paredes de piedra y calicanto (“materiales nobles”), por
el Sargento Mayor José Arias Montiel.
En el año 1746, la Capilla del Rosario de Tegua, por vía de heredad, pasó a ser
propiedad de la familia Molina, quién la poseyó junto a las tierras circundantes por más
de un siglo. (Laferrere, 1988)
Dentro de la capilla hay numerosos entierros, el más visible es el del señor Molina,
sepultado a fines del siglo XIX, ya que una placa colocada en el piso, en el medio del
pasillo central así lo testifica. Pero también hay otros vestigios de entierros dentro de la
misma.
El historiador Carlos Mayol Laferrere comenta en su trabajo presentado en una Jornada
de Historia de los Pueblos del Sur de Córdoba, que sirvió de Informe solicitado por la
Academia Nacional de la Historia para declararla Monumento Histórico Nacional, en la
localidad de Elena, en 1988, que por donación testamentaria de 3.550 pesos, la señora
Dolores Buteler de de la Torre, fallecida en 1902, también fue sepultada en el interior
del templo “por su condición de benefactora”. (Laferrere, 1988)
Es importante considerar el aspecto económico de entierros y misas, porque son una
fuente importante de ingresos. La calidad del entierro estaba en relación al lugar que
ocupó el difunto en la sociedad y a las pretensiones familiares.
En todas las iglesias de Córdoba están enterrados muchos ascendientes de la población
cordobesa, no importaba tanto el nivel económico, sino el social, por lo que
encontramos enterrados en las iglesias y en sus alrededores a los miembros de una
misma familia y en las afueras a los indios, mestizos y castas que les servían, por lo que
era un privilegio post mortem estar enterrado allí.
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En la Estancia El Tala uno de los nueve hijos de Miguel F. Montiel, el mayor de nombre
Ignacio Fernández Montiel, por su carácter de primogénito recibió en herencia el tercio
de los bienes de su padre, que incluía la capilla. Recordemos que Miguel F. Montiel
falleció el mismo año en que empezó la primitiva construcción de adobe, 1696.
Uno de los hijos del capitán Ignacio F. Montiel, el Sargento Mayor José Arias Montiel,
se encuentra en posesión de la estancia y de la capilla en 1743, y el 2 de julio de ese
año, junto a su segunda esposa redactan su testamento ordenando que “sus cuerpos sean
sepultados en la Capilla de Nuestra Señora del Rosario que tenemos en nuestra
estancia”. Del primer matrimonio del Sargento Mayor Arias Montiel nació Vicenta
Montiel quién fue casada con el capitán Francisco de Molina. Arias Montiel falleció en
1746, su hija Vicenta casada con el capitán Molina recibieron de herencia la estancia
extendida hasta el arroyo de Tegua por cesión del Gobernador de Córdoba Santiso y
Moscoso, y la Capilla tasada en 200 pesos construida de piedra… . (Laferrere, s/d)
Al analizar las disposiciones de los fallecidos sobre las formas de sepultura, mortaja,
entierro y funeral la Doctora Martínez de Sánchez explica que los testamentos son una
fuente valiosa de información porque en ellos el testador establecía las disposiciones
que hacían al cuerpo y especialmente al alma del difunto. “Es un documento cuya
aplicabilidad comienza, precisamente, al morir quien lo realizó”. (Martínez de Sánchez,
2011: 310). Claro que dichos privilegios solo correspondían a quienes podían y tenían
que elaborar testamentos, no así muchos integrantes de la sociedad cordobesa.
La mortaja, es decir la ropa con la que se vestirá al difunto para su velatorio y posterior
entierro, y el lugar de sepultura fueron decisiones reservadas al interesado y por lo tanto
no delegables en persona alguna, aunque, por diversas causas, en Córdoba el testador
encargaba a sus apoderados y/o albaceas que eligieran por él. El último ropaje, es decir
la mortaja, antes de ser sepultado estaba determinado de antemano. La mayoría de los
cordobeses dejaron establecido con que vestuario cubrirían su cuerpo, podía ser el
hábito franciscano (el más elegido), el dominico, el mercedario o un lienzo blanco; de
acuerdo a las posibilidades económicas.
Tanto los velatorios, como la sepultura, estaban consignadas en numerosos testamentos
y se realizaban conforme al ritual de la Iglesia y a las posibilidades económicas de cada
persona. “Pese al dolor de la desaparición corporal, las exequias debían tener un
carácter festivo porque la muerte encerraba el misterio pascual de Cristo, en cual se
completaba el dogma de la resurrección de los muertos para una vida eterna”. (Martínez
de Sánchez, 2011:311)
14
El cuerpo del fallecido se colocaba en un ataúd o en andas especiales, para ser velado,
pero no se enterraba con él, este podía ser comprado o alquilado o en muchos casos se
mandaba hacer, se reglamentaba sus formas de construcción según la Real Cédula de
1693, ya fuera para niños o adultos, forrados de bayeta, paño y holandilla negra, con
clavazón negro pavonado; si era para niños se permitía el tafetán de colores. Además al
enterrar el cuerpo solo con cal encima se aseguraba una más rápida desaparición y
prevenía de olores pútridos y potenciales enfermedades.
El velatorio se hacía generalmente en la casa del difunto o de algún pariente o amigo, y
si se requería en los conventos o iglesias, previo pago denominado “cuentas funerales”.
Es interesante analizar las directivas que impuso el obispo Manuel Abad Illana en su
visita a la diócesis de Córdoba en 1764. Este determinó que no se hicieran fiestas
alrededor de los niños muertos como ya era costumbre, prohibió la ingesta de bebidas
alucinógenas y alcohólicas, que no se construyeran altares para poner el féretro de niño
o párvulo bautizado muerto, sino que fuera velado sobre una mesa cubierta de cualquier
color con dos velas para alumbrar el cadáver, el estaría vestido sólo con una túnica
blanca y una corona de flores naturales. El cuerpo podía ser velado por una o dos
personas, sin invitar a parientes ni allegados, y en entierro de párvulos no se debían
servir mates ni refrescos, ni bailar, etc. Esto estaba dirigido a cualquier persona, sin
importar su condición social, y se infiere que lo que prohíbe o limitan las directivas del
obispo reflejan ciertas prácticas en torno al velatorio y entierro de los llamados
“angelitos” que la Iglesia buscaba desterrar.
Habiendo pasado al menos 24 horas del velatorio comenzaba el ritual de la sepultura.
Se convocaba al pueblo y al párroco, que vestía con sobrepelliz y estola negra, quienes
se dirigían a la casa donde se realizaba el velatorio, precedidos de la cruz; al llegar
frente al féretro se esparcía sobre el mismo agua bendita y luego de rezar y cantar uno o
dos salmos se terminaba la ceremonia con las palabras “Dale Señor el descanso eterno y
la luz perpetua brille para él”. Comenzaba la procesión de acompañamiento del difunto
hasta la iglesia o cementerio donde iba a ser enterrado, el párroco antecedía al ataúd que
iba sostenido en andas y cubierto de paños negros, por detrás los asistentes rezaban en
silencio. “Hubo diferentes formas de entierro: mayor o menor, rezado o cantado, con
cruz alta o baja, con posas (paradas hechas por el cura en la procesión mortuoria para
cantar un responso) o sin ellas, con capas y sobrepelliz o sin ellos. Todo esto hacía
variar la pompa de la ceremonia y, lógicamente, el costo de la misma”. (Martínez de
Sánchez, 2011: 313)
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A los que se los sepultaba dentro de las iglesias se colocaba el féretro en el medio de la
nave, y si era laico con los pies hacia el altar con cirios alrededor e inmediatamente se
hacía el oficio de difuntos. En las misas de cuerpo presente las campanas sonaban
durante toda la celebración. Una vez concluida, el sacerdote se quitaba la casulla y con
capa pluvial negra se acercaba al féretro con la cruz, entre dos acólitos que portaban
velas. Lo rodeaban hasta ponerse nuevamente a los pies desde donde se incensaba y
esparcía con agua bendita.
De allí se lo conducía al sepulcro, y allí se rezaba el
denominado oficio de difuntos. El valor del sepulcro variaba según la importancia del
difunto, no era lo mismo ser sepultado cerca del altar mayor o al pie de la pila de agua
bendita, que en lugar más alejado dentro de la iglesia, donde seguramente las oraciones
o bendiciones llegarían en menor medida. (Martínez de Sánchez, 2011)
El sepulcro era el lugar donde un cuerpo muerto cobraba significado, era considerado un
lugar especial ligado a factores tradicionales, como el prestigio y la disponibilidad
económica, al que se le agregó la morada final y a la vez la esperanza de la vida eterna.
El sitio donde debía ser enterrado el cuerpo tenía que reunir una serie de condiciones
para ser motivo de alegría o de resignación para quienes debían ocuparlo.
Por cierto
que no era lo mismo ser sepultado dentro de una parroquia o capilla común, que dentro
de la catedral o de alguna de las iglesias de la capital pertenecientes a las
congregaciones.
Sin embargo existían ciertas contradicciones, porque no por ser
sepultado dentro de una iglesia, parroquia, capilla o catedral significaba allanar y acortar
el camino a la salvación eterna. Se suponía que ella solo se conseguiría con las buenas
obras hechas en vida. No obstante persistía la imaginaria construcción que daba por
supuesto que cuánto mas cerca de ciertos sitios consagrados se descansaba, más
acelerada sería la salvación.
Durante todo el período colonial se dictaron pocas leyes que trataran el tema de las
sepulturas con relación al espacio, a excepción de las Reales Cedulas del siglo XVIII,
como parte del reformismo borbónico, que impulsaban la construcción de cementerios
fuera de las áreas pobladas, en lugares ventilados, profundizado por el afán higienista de
la época. Pero la costumbre de sepultar dentro de las iglesias o en sus alrededores
siguió vigente.
Se puede establecer aquí cierta equiparación entre una iglesia, parroquia o capilla, con
un cementerio, pues en ella además de orar y profesar la fe cristiana en vida, también se
daba sepultura a fieles difuntos convirtiéndose en morada final.
Allí entonces,
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convivían durante los oficios religiosos y los eventos católicos a largo del año, vivos y
muertos.
Hasta las primeras décadas del siglo XIX las iglesias, y los cementerios en torno a ellas,
siguieron cobijando a los muertos, siempre según las condiciones étnicas, económicas,
corporativas, de dignidad y mérito. Hacia mediados del siglo el modernismo borbónico
logró lo que no había podido conseguirse antes, la concreción de cementerios al lado o
cerca de las iglesias, tanto en la ciudad de Córdoba como en la campaña. Desde
mediados a fines del siglo XIX, principios del XX se inauguraron los cementerios
públicos confesionales.
El hecho de poseer un “lugar” para vivir, es decir ser propietario de una casa, no sólo
daba seguridad económica sino también una jerarquía social en la época colonial, más
aun si se encuentra cerca de la plaza principal; ocurre lo mismo con el “lugar” para ser
sepultado, tener un lugar para depositar el cadáver, propio y de los familiares daba
tranquilidad en el momento del desenlace final, además del prestigio pos mortem que
significaba ser propietario por derecho familiar o adquirido de ser sepultado dentro de
una iglesia, o en las afueras de la misma, para que quienes visitarán la misma dedicaran
sus oraciones. “El sepulcro tuvo un significado simbólico en relación con la salvación
del alma y por ser ese lugar objeto de culto a los muertos. La Iglesia trató de imponer
su visión de la muerte, el enterramiento y el más allá, extirpando las formas que podían
remitir a viejas prácticas rituales entre los naturales –tanto a indios como a negros-, que
conservaban de algún modo sus creencias ancestrales.”(Martínez de Sánchez, 2011:324)
El cementerio que se encuentra frente a la entrada principal de la Capilla de Nuestra
Señora del Rosario de Tegua, construido y rodeado por un elevado paredón de cal y
piedras, probablemente a fines del siglo XVIII, principios del XIX, es una muestra de
ese imaginario colectivo de cercanía a los lugares consagrados para la fe y la oración,
donde aquellos que no tenían derecho de ser sepultados dentro de la Capilla lo podían
hacer en un lugar lo más cercano posible.
Sirve de aclaración que los registros
parroquiales de bautismos, matrimonios y defunciones datan desde 1750 y que se
encuentran en el Archivo de la Catedral de Río Cuarto (Libro 1º de bautismos).
(Laferrere, s/d)
Aquellos que morían en los caminos, lejos de los cementerios, solían ser enterrados en
el mismo sitio donde habían sido hallados, colocándoseles una cruz para que quedara
señalizado el lugar de sepultura.
17
A mediados del siglo XIX, la orden de los franciscanos llega a Río Cuarto y se hace
cargo de la capilla, para su conservación y oficios religiosos. En sus alrededores fueron
censados unos 60 habitantes. El censo provincial de 1840 revela que las familias
Molina, Basconcelos, Montiel, Duarte y Suárez vivían en los alrededores de la capilla
en nueve casas diferentes. (Laferrere, 1988)
A fines del siglo XIX los franciscanos siguen atendiendo la Capilla de Tegua en calidad
de viceparroquia y resulta muy explicativas y contundente un extracto de la memoria
presentada por el padre Leonardo Herrera al padre Comisario en el año 1898 y que
transcribe textualmente en toda su extensión, (nosotros solo reproducimos una parte), el
historiador Carlos Mayol Laferrere: “Hay, sin embargo, algo que lamentar y que
conceptúo muy grave, y es que en frente de la puerta de la iglesia, hay un cementerio a
distancia de 12 varas, y está lleno de cadáveres, y lo que hace más peor todavía es que el
suelo es muy pedregoso, lo que hace difícil la buena sepultura de los cadáveres,
siguiéndose de esto que en los meses de calor se hace imposible e insoportable la
estadía en dicha capilla por el mal olor que se siente; ya he pensado en cambiarlo”.
Firma la nota Fray Leonardo Herrera, misionero franciscano. (Laferrere, 1988)
A principios del siglo XIX, antes de ingresar en el período independiente, el rey de
España ya había dictado una serie de Cedulas dentro del ámbito de la Reformas
Borbónicas para que los cementerios se establecieran alejados de los centros poblados,
la Real Cédula de 1804 fue la definitiva, el fundamento para tal decisión era de orden
sanitario. Al separar el cementerio de la iglesia, este se convertía en un lugar público
confesional, no sólo cambiaba su ámbito físico sino también la esfera administrativa de
la muerte, esto es así porque con el correr del tiempo paso a ser administrado por el
municipio.
La Iglesia transformó también sus estructuras de pensamiento, así lo evidencia las
memorias del padre franciscano Herrera, a la que hicimos referencia, sobre de que en el
cementerio de la Capilla de Tegua está muy cercana a la misma, llena de cadáveres que
despiden olores nauseabundos en los días de calor y de que es necesario cambiarlo de
lugar. El concepto de cercanía del muerto al centro de oración de los vivos ya no es tan
importante ni fundamental para la salvación del mismo.
Desde el siglo XIX la Iglesia se centró en dos pilares fundamentales con respecto a los
cementerios, para adecuarse a las nuevas normativas reales y luego independientes, el
sistema de salvación y el alejamiento del cadáver.
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Con respecto al primer punto el sistema de salvación se vio trastocado, ya no sería
importante el número de misas in situ, las oraciones, las visitas frecuentes y la
concurrencia de fieles a la iglesia las que obrarían en beneficio de la salvación del alma
del difunto. Las mismas acciones podrían seguirse realizando en otros lugares y con
menor frecuencia por la distancia.
El plano de Francisco Requena enviado a todas las colonias americanas por la corona
respondía a un rectángulo con cuadros para los entierros y calles laterales y
transversales, rodeado de árboles. Además se ubicaba un pozo cubierto destinado a
osario, en el centro del espacio, donde se cruzaban los caminos libres de sepultura. Por
último se disponía de un pórtico, similar al de una iglesia, una capilla, sacristía,
habitación para capellán y un cuarto para el sepulturero. Se planificaba, según palabras
de la Doctora Martínez de Sánchez “una nueva ciudad de los muertos”. (Martínez de
Sánchez, 2011: 330)
Las diferencias sepulcrales estarán ahora ligadas a factores económicos por sobre todo,
mientras se debilitaban los planteos espirituales. Empezó a utilizarse el nicho aunque
era muy resistido por la gente, especialmente de los pueblos, por lo que se continuó
sepultándose en tierra.
El gobernador Ortíz de Ocampo, 1814-1815, consideraba que los cementerios debían
estar circundados por muros altos, que se debía sepultar en profundidad, que cada
sepultura debía ser removida pasado los tres años según el criterio moderno de la
disolución de los cadáveres, que los sepulcros de párvulos debían estar separado de los
adultos, que antes de sepultar un cuerpo se lo debía cubrir con cal virgen, finalmente,
pedía a las familias acomodadas económicamente el uso de ataúdes y cajas con cubierta
para urna de los cadáveres.
En cuánto al segundo punto, el alejamiento del cadáver, el cambio mental, más allá del
razonamiento sanitario, para construir cementerios en sitios ventilados y fuera del
ámbito urbano, no fue fácil ni rápido. Primero se sepultaba dentro de las iglesias o en
los alrededores, luego se destinaron cementerio anexos a las iglesias, y finalmente las
leyes dictadas por el gobierno civil, apoyados por la autoridad eclesiástica, de alejar el
“camposanto” para evitar contaminaciones, pero sin perder el carácter sagrado del lugar
se convirtió al mismo tiempo en una “imagen fronteriza” que evoca la muerte. “El
cementerio público se hizo realidad dentro de los parámetros religiosos que fueron poco
a poco secularizándose en lo administrativo y en el propio ritual de cada entierro”.
(Martínez de Sánchez, 2011:37)
19
La Constitución de la Provincia de Córdoba, reformada en
1883, durante la
gobernación del Dr. Miguel Juárez Celman, y sus posteriores reformas de 1900, 1912 y
1923, mantuvo dentro de las declaraciones fundamentales: “Art. 2º: La Religión
Católica Apostólica Romana es la Religión oficial de la Provincia; su Gobierno le
prestará la más decidida y eficaz protección y todos sus habitantes el mayor respeto; sin
embargo el Estado respeta y garante los demás cultos que no repugnen a la moral o a la
razón natural”. (Constitución de la Provincia, 3/02/1883: 4)
Cabe aclarar que durante la gobernación juarista el Estado cordobés se caracterizó por
su acción secularizante, liberal, y progresista. A nivel nacional las relaciones con la
Iglesia comenzaban a tensarse durante la gestión del Presidente Roca, las posiciones
conservadoras y clericales se enfrentaban contra las liberales positivistas, por ello es que
en la segunda parte del artículo constitucional se advierte que se respetarán los nuevos
cultos. Comenta el Dr. Roberto Ferrero en su “Breve Historia de Córdoba” que la
Iglesia veía avanzar el liberalismo sobre terrenos que habían sido siempre de su dominio
exclusivo: el control de la vida y la muerte, entre otros. (Ferrero, 1999)
Sirva de ejemplo la Ley de Registro Civil, sancionada en Córdoba por el Senado y la
Cámara de Diputados de la provincia en 1895, donde se especifica como los registros
civiles deberán suscribir en el libro de defunciones las muertes, y las inhumaciones
previa autorización del encargado del Registro.
Durante la gobernación de Julio A. Roca (h), entre 1922-1925, se lleva a cabo la
reforma constitucional de 1923, está nueva reforma avanzó en el régimen municipal
para toda la provincia, tanto es así que en el mes de abril de 1925 la Legislatura
provincial aprobó la Ley Organica Municipal Nº 3373. Dentro de las atribuciones que
le otorga a los Concejos Deliberantes en su art. 108 destacamos los incisos 5, 14, y 19;
el primero habilita al municipio a aceptar donaciones y legados, el segundo presta
atención sobre la limpieza general del municipio, su desinfección y profilaxis, organizar
la administración sanitaria, adoptando en general todas las medidas conducentes a
asegurar la vida higiénica y salud de la población, y por último el tercero a organizar la
conservación y reglamentación de los cementerios. De esta forma se municipaliza los
cementerios, su administración y reglamentación, como así también la higiene y
profilaxis, convirtiéndolo en una cuestión de Estado. Incluso se habilita a los concejos a
aceptar legados, particularmente de terrenos, a un cierta distancia de la población (fuera
del ejido urbano) para ser destinados a cementerios públicos, como es el caso del que
20
nos ocupa, que se edifico en terrenos primero privados y que luego, y después de
muchos años, fueron definitivamente donados a la Municipalidad de Alcira.
Asimismo la ley, en sus atribuciones y deberes del Intendente Municipal especificadas
en el articulo 128, establece que debe promulgar y reglamentar las Ordenanzas que dicte
el Concejo Deliberante, debe observar las mismas dentro de las disposiciones de la Ley
Orgánica Municipal, debe formular las bases de las licitaciones y aprobar o desechar
las propuestas, y finalmente, celebrar contratos de acuerdo a las autorizaciones
concretas o globales expedidas por el Concejo. Es de destacar que la ley les asignaba
una fuerte presencia dentro del gobierno municipal a los concejos, sus resoluciones y
ordenanzas debían ser tenidas en cuenta, ya que así lo establecía el espíritu de la
reforma constitucional de 1923 que avanzaba y fijaba claramente los procesos de
destitución de las autoridades municipales en caso de incumplimiento de funciones.
Con respecto a los dividendos económicos que generaban la muerte y sepulturas, la ley
3373
disponía que dentro del rubro “Rentas Municipales”, lo “producido de los
cementerios” (Art. 136, inc.8). Esto significaba la apropiación por parte del Estado de
algo que históricamente era contribuido a la Iglesia. Es más, y para demostrar la
superioridad del Estado por sobre toda otra Institución, la ley le otorgaba a los
municipios el derecho de expropiar, por causas de utilidad pública, terrenos y edificios
necesarios “para la instalación de mercados de abastecimiento y expendio, hospitales,
lazaretos, asilos, reformatorios para menores y cementerios”. (L.O.M. Nº 3373 –
23/04/1925)
EL CEMENTERIO DE ALCIRA
Los cementerios públicos, “lugar institucional” de la muerte, “deposito de la muerte”,
congregan en un solo sitio distintos tipos de usos, usos que bien podrían llamarse socioculturales.
Las prácticas, epitafios, lápidas, simbologías, placas, discursos,
ornamentaciones, panteones, tumbas, nichos, distintas formas arquitectónicas, etc.,
forman parte de la posición socio-cultural que se ocupa o pretende ocupar.
El cementerio como organización socio-territorial puede ser analizado como un sitio
donde se crea y re-crea un orden socio-territorial que da cuenta de su entorno; la forma
como las personas aprehenden el mundo es a partir de categorizaciones y clasificaciones
y esto mismo sucede para las distribuciones en el cementerio.
21
La organización socio-territorial se puede ver a simple vista, se legitima, se invisibiliza
o se oculta; a partir de los caminos internos del cementerio, que sirven funcionalmente
para transitar por ellos, se pueden observar los sectores donde se privilegia a partir de la
arquitectura y las manifestaciones estéticas la titularidad-identidad-historia del difunto y
sus familiares; y ocultar otras (al final de los cementerios o en sus perímetros, de difícil
acceso y recorrido, suelen estar las tumbas de cuerpos sin familiares, de bajos recursos,
o bien las fosas y osarios comunes). (Velásquez López, 2009)
Luego de la fundación de Alcira, en 1911, la señora Cristina Morcillo Cook casada con
Lutgardis Riveros Gigena, fundador del pueblo, donaron una parte de la estancia “La
Laguna” para ser utilizadas como cementerio, “para que los pobres pudieran tener una
última morada sin costo económico”. (Riveros, J.M.N./s-d)
Según un escrito que se encuentra en el Archivo Municipal de Alcira (A.M.A.), y que al
parecer pertenece al archivo del Sr. Lutgardis Dante Riveros (descendiente del
fundador), el cementerio está ubicado a unos 4 (cuatro) kilómetros de Alcira, al
sudoeste de la misma. Fue fundado por Lutgardis Riveros Gigena, en una hectárea de
terreno donada por su madre, Juana Gigena de Riveros. La donación fue realizada con
la expresa función “de que las personas de escasos recursos tuvieran sepultura gratuita
en el entonces denominado “Campo Santo”.
Los dos escritos antes mencionados coinciden en que el cementerio “San José”, nombre
del patrono del pueblo, era para personas pobres o de escasos recursos, con lo cual se
infiere que al menos en los primeros años de funcionamiento del mismo las sepulturas
de personas de mayor ingreso económico o de los sectores privilegiados de la incipiente
sociedad local lo hacían en el cementerio de la Capilla de Tegua, en el de Córdoba o Río
Cuarto.
Las tumbas más antiguas se encuentran en el sector sudeste del cementerio, y algunas
datan de 1914 (A.M.A./s-d). Desde la constitución de la Municipalidad de Alcira en
1925, como ente de gobierno local, se notó en el libro de Actas de sesiones del
Honorable Concejo Deliberante la creciente preocupación por el desarrollo
arquitectónico y edilicio del cementerio “San José”, en especial lo referido a la
construcción de nichos, tanto para adultos como para menores, en galerías ubicadas en
los perímetros del predio, ya que los terrenos que se encontraban en la entrada principal
del mismo podían ser vendidos por la Municipalidad a particulares para la realización
de panteones privados o tumbas sobre el terreno. Dichas ventas fueron asentadas en un
22
Libro de Escrituras, donde firmaban el Intendente, el Secretario de Gobierno, el o los
compradores, y a su vez dos testigos; la primera data de 1926.
Desde 1927 se registraron actas (del H.C.D) referidas al cementerio local, donde se
manifiesta el interés del Estado por la construcción de nichos comunitarios y por ende la
erradicación de las sepulturas en tierra. A la vez también se manifiestan las diferencias
sociales y adquisitivas de los compradores a partir de los valores de terrenos y nichos a
vender, debido a la ubicación de los mismos, ya que se los clasifica por categorías o
filas. Con respecto a los terrenos existía una categorización bien definida: 1º, 2º, y 3º,
además de una “categoría especial”. Probablemente la posición más o menos cercana a
la entrada principal del cementerio determinaba la categoría y el valor de los terrenos.
Igualmente los nichos ya que los 2º y 3º fila valían más que los de 1º y 4º fila. A
continuación se transcriben las actas del H.C.D, entre 1927-’37:
Acta N° 53 – Folio 40 (1927)
“En Alcira Gigena, a los veintiún días del mes de Octubre de 1927, en la cuarta sesión
ordinaria se resuelve la propuesta del señor Reinaldo Baldani en lo referente a la conservación
del cementerio local se resuelve no dar lugar a lo solicitado en lo referente a cobros por trabajos
efectuados por otras personas, autorizándole en cambio el pago de los 20 pesos que se menciona
en la misma nota”.
Acta N° 60 – Folio 48 (1928)
“En Alcira Gigena, a los cuatro días del mes de Marzo de 1928, se declara abierta la
segunda sesión ordinaria. Se autoriza llamar a licitación para la construcción de nichos en el
cementerio local y de un osario se resuelve pase a la Comisión de Obras Públicas”.
Acta N° 61- Folio 49 (1928)
“En Alcira Gigena , a los once días del mes de Mayo de 1928, se declara abierta la
tercera sesión ordinaria . Son aprobadas las licitaciones de nichos y osarios y Ordenanza de
Impuestos”.
Acta N° 63 – Folio 51 (1928)
“En Alcira Gigena, a el primer día del mes de junio de 1928, licitación de nichos y
osario. El concejal Turcato mociona a fin de que se declaren desiertas las propuestas , y se llame
nuevamente a licitación especificando bien en la nueva licitación lo que fuese a votación es
aprobado y se autoriza a gastar hasta la suma de mil ochocientos sesenta pesos en la misma obra
dicho gasto lo imputará en el cobro de eventuales”.
Acta N° 64 – Folio 52 (1928)
“Dase lectura a una nota pasada por el D.E. comunicando el resultado de la segunda
licitación para la construcción de nichos y osario en el santuario local, la que pasa a la comisión
de O.P. para su estudio. (…) Nichos y osario. El miembro de la comisión O.P. señor Turcato
hace moción para que todo el cuerpo se constituya en comisión para tratar este asunto lo que es
aprobado.”
Acta Nº 71 – Folio 60 (1928)
“Se da lectura a una nota presentada por el D. E. en la cual se informa la terminación de
los nichos municipales, y pide se autorice la venta a perpetuidad de ellos cobrando la suma de
300 pesos m/n a c/u. El Sr. Luis Pastore hace mención para que los nichos sean divididos en
23
dos categorías en la siguiente forma: segunda, tercera fila de primera categoría, y primera y
cuarta fila de segunda, cobrando los de primera sesenta pesos por 5 años y cuatrocientos pesos a
perpetuidad y los de segunda 50 pesos por 5 años y 300 pesos a perpetuidad. Puesto en debate
fue aprobado por unanimidad”.
Acta Nº 74 – Folio 64 (1928)
“Después de larga discusión y no pudiendo llegarse a un acuerdo de resolución
satisfactoria en cuanto a algunos artículos del citado proyecto, por indicación del Sr. Presidente
se resuelve nombrar del seno del concejo una comisión para que se traslade al cementerio y
estudie sobre el terreno, el asunto e informe en oportunidad, la que se aprueba (…) e invitan al
Sr. Intendente para que la complemente….”
Se da lectura a una nota presentada por el Depto. Ejecutivo solicitando autorización
para llamar a licitación pública para la construcción de 40 nichos municipales iguales a los ya
existentes, lo que pasa a comisión de O. P. para su estudio e informe. Después de un breve
estudio se expide aconsejando acceder al pedido formulado por el D.E. y puesto en discusión se
resuelve dejar en suspenso el citado proyecto por considerar inoportuno el momento actual
dejándose para más adelante volver sobre el asunto. Pase comunicación de esta resolución al
D.E”.
Acta Nº 100 – Folio 92 (1929)
“El D.E. solicita autorización para firmar un nuevo contrato para la construcción de una
nueva fila de 36 nichos en el cementerio local por encontrarse a su terminación los construidos
anteriormente. (…) En cuanto a la construcción de los nichos… el Sr. Rutini manifiesta que el
precio de $ 1300, que cobra el Sr. Minetti por la construcción de 36 nichos igual que los
construidos por el anteriormente en el cementerio es excesivo y que debe ofrecérsele el mismo
precio por los anteriores y si no se consiguiera llamar a licitación….(…) El Sr. Presidente
manifiesta que si los sres. Concejales estiman conveniente ofrecerle $ 1200 como último precio,
teniendo en cuenta la buena construcción de los nichos anteriores o de lo contrario se llame a
licitación que es lo más correcto y corresponde hacer”.
Acta Nº 110 – Folio 106 (1929)
“Se da entrada a una nota del D. E. por la cual manifiesta que habiéndose terminado la
construcción de los nuevos nichos autorizados por el H.C. y encontrándose en la fecha varios
de ellos ocupados en su mayoría por menores de edad y habiéndose notado resistencia por parte
de los adquirientes por el elevado precio a que se les arrienda, solicitan al H.C. se les autorice
para construir una nueva fila de nichos para menores de hasta 10 años de edad, los que
resultando mas baratos que los anteriores por su menor tamaño pueden cederse a menor precio y
de este modo poder satisfacer a los solicitantes”.
Acta N° 111 – Folio 108 (1929)
“ En este acto se expide la comisión de obras públicas comisionada a objeto del estudio
de la construcción de una nueva fila de nichos para menores en el cementerio local, pedido
efectuado por el D.E., manifestando: que aún no les ha sido posible abocarse detenidamente al
estudio de lo que se les encomendare, …”
Acta N° 116 - Folio 115 (1929)
“Seguidamente se da lectura a una nota enviada por el DE solicitando autorización para
la construcción de 60 nichos para menores en el cementerio local, para lo cual acompaño
presupuesto enviado por el Sr. Pedro Minetti al que asciende a la suma de $ 1250, el que previo
estudio y discusión, se aprueba y se autoriza la construcción pero abonando únicamente por esta
obra la suma de $ 1.200- y confeccionándose a tal efecto una ordenanza cuyo texto se encuentra
inserto en el libro respectivo”.
Acta N° 123 - Folio 123 (1930)
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“Punto 2do., inciso “c”: Proyecto de construcción de una sección de nichos grandes, en
el Cementerio de esta localidad.
Acta N° 124 - Folio 127-128 (1932)
“Punto 2do.Inciso “3”: Se agrega al mismo la partida de $1.100.-para la construcción de
nichos en el Cementerio local.
Inciso “9” ítem 1, encargado del Cementerio se ha rebajado dicho sueldo en $10 m/n mensuales
por considerar que dicho empleado no es tanto el sueldo que le paga la Comuna sino lo que
gana particularmente en el inciso 1, ítem 2”.
Acta Nº 125 - Folio133-134 (1932)
“De acuerdo a lo manifestado por el Sr. Intendente, referente a la construcción de una
sección de diez y seis nichos grandes en el Cementerio de esta Comuna.- se resuelve por
unanimidad autorizar al D. Ejecutivo para que llame a licitación pública, para la construcción
diez y seis nichos grandes en el Cementerio local, estableciendo como base para la construcción
de la obra los nichos existentes, y sin exigirles a los licitantes ninguna garantía metálica, sino
solamente la terminación de la obra en las condiciones propuestas”.
Acta Nº 148 - Folio 164-165-166 (1933)
“Punto 2do. Modificase y ampliase el art. 104 y 105 de la ordenanza general de
impuestos de la siguiente forma: art. 1° destinase a la venta a perpetuidad una faja de terreno de
2.50 mtrs. Sobre el paredón Sud del Cementerio, que empezará a 5.-mts del paredón Oeste,
hasta 7.-mts. De paredón Este. Artículo 2do. Destinase a la venta a perpetuidad una faja de
terreno de 2.50 mts. paralelo al anterior y separado del mismo por una calle de 2.50mts. que
partirá desde 5.-mts. del paredón Oeste hasta 1.-mts. del Panteón del Dr. Lautaro Roncedo.
Artículo 3ro. Dentro de estas zonas se admitirán las renovaciones de los nichos actualmente
construidos, debiendo abonar el impuesto que establece el artículo 119, de la O.G. de esta
Comuna. Artículo 4to. estas ventas habrán hacerse en una medida mínima de 2.50 mts. de largo
por 1.50 mts. de ancho. Artículo 5to. el precio de los terrenos establecidos para la venta en los
art. 1ro y 2do de la presente ordenanza será de veinticinco pesos m/n, el metro cuadrado.
Inciso 5to. establecese que todo cadáver que deba ser colocado en nicho municipal, sea en
sepultura particular, ó en panteón propio deberá ser su ataúd, forrado interiormente con zinc y
herméticamente cerrado”.
Acta Nº 151 – Folio 171 (1934)
“Modificación del Art. 112 de O.G. de I. y aprobación quedando de la siguiente: El
terreno a venderse en el cementerio San José, dentro de la tercera categoría será un metro treinta
centímetros de frente por dos metros treinta centímetros de fondo…”
Acta Nº 162 – Folio 192 (1936)
“Pedido de compra de un terreno de segunda categoría en el cementerio por el Sr. Luis
Durigutti”.
Acta Nº 174 – Folio 213 (1937)
“Construcción en el cementerio de 20 nichos municipales grandes y siendo de
imprescindible necesidad la construcción de 20 nichos chicos y reboque parte exterior del
cementerio…. El concejal Señor López, solicita que el D.E. informe sobre el costo de los
nichos construidos; manifestando el Señor Intendente que se hará en la próxima sesión.- Acto
seguido el señor Intendente manifiesta, que la Municipalidad no posee títulos de propiedad del
terreno que ocupa el Cementerio, ni ningún documento que acredite tal propiedad, por lo tanto y
en virtud de tener que entrevistarse con la señora Cristina Morcillo viuda de Riveros, por otros
asuntos, y siendo esta señora la actual propietaria de los terrenos que rodean el Cementerio y de
los cuales se ha sacado la parte ocupada por el mismo, solicita al H.C. la autorización necesaria
para pedirle a la misma que escriture a favor de la Municipalidad. Se autoriza por unanimidad”.
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Acta Nº 175 – Folio 217-218 (1937)
“Se informa sobre las cifras invertidas en la construcción de los 20 nichos grandes, y
30 chicos”.
Debemos agregar al análisis de las actas que en primer lugar hay un creciente y marcado
interés por construir nichos para menores. En varias actas se mencionan la imperiosa
necesidad de hacer nichos con estás características debido a, probablemente, un elevado
índice de mortalidad infantil. En segundo lugar lo llamativo que se manifiesta en el
Acta 148 sobre las características del ataúd, en particular forrado con chapa de zinc en
su interior y herméticamente cerrado para evitar la pérdida de fluidos y de olores
contaminantes tanto en sepulturas de nichos como en panteones. Finalmente el Acta
174 refleja el origen privado del cementerio “San José” de Alcira, si bien fue una
donación particular para que los “menos pudientes” tuvieran un lugar sagrado para
efectuar sus entierros de familiares, no era público el terreno ni pertenecía a ningún
organismo oficial.
La acción de la familia Riveros de ceder una parcela de sus propiedades para la
realización de un cementerio se enmarca dentro de lo considerado una acción
benefactora por la Iglesia, al hacer un aporte, desprendiéndose de un bien propio, para
allanar el camino a la salvación eterna o por aumentar el prestigio social.
Sobre los asuntos legales referidos en el Acta se observa que la posesión del predio se
dilató en el tiempo, recién en 1989, durante la intendencia del Dr. Luis Bergero se
concretó la anhelada escritura de donación. La misma lleva el número ciento cuarenta y
uno y fue rubricada por la Escribana Elda Rodríguez el día 15 de Diciembre de año
mencionado. En ella las señoras Beatriz del Carmen Riveros de Guerra y Sara Beatriz
Vella Ruiz de Riveros Morcillo donan dos lotes de más de una hectárea cada uno a la
Municipalidad de Alcira “que desde hace muchos años en los predios esta ubicado el
cementerio de esta localidad por lo que esta escritura viene a cumplimentar la forma
exigida en el artículo 1810 ya que el ánimo de donar y la posesión del inmueble era
detentada por las donatarias desde 1915 aproximadamente”. (A.M.A., Escritura de
Donación, 1989)
Para cerrar está última parte del presente Informe, es por demás inquietante -y que a la
vez confirma el carácter privado de los terrenos que ocupa el cementerio-, una
confirmación que hace el Intendente en la misma escritura y es que la Municipalidad
“se hace cargo de la deuda que registran los inmuebles y que en la fecha se encuentran
en gestión judicial,…”(A.M.A., Escritura de Donación, 1989), esto no hace más que
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corroborar que el Cementerio público confesional “San José” de Alcira seguía siendo de
patrimonio particular de los familiares descendientes del fundador del pueblo.
CONCLUSIÓN
Los cementerios de Tegua y Alcira generan y reproducen las conductas públicas y
sociales de la sociedad que los vivió y vive. Son el reflejo, y el campo de estudio, de
costumbres y rituales funerarios vinculados al catolicismo y a sus dogmas.
Por todo ello, y por su rica historia, es necesaria su preservación y control a partir de
políticas públicas que los declaren patrimonio histórico local para, de esta forma,
ejercer y conducir las acciones de gobierno hacia su mejor conservación.
Para concluir con esta primera etapa del Informe de Investigación, reproducimos las
palabras con que inauguró el período de Sesiones Ordinarias el Intendente Mariano
Gorgas en 1942, y que nos releva de mayores comentarios: “Es motivo de sincera
complacencia para este D.E. referirse á nuestra necrópolis.- Sin ninguna exageración
puedo afirmar que cada día es mejor el estado y aspecto general que ofrece.- Su cuidado
es preocupación permanente y con los nuevos mausoleos construidos por algunos
vecinos se ha embellecido notablemente.- Como en los años anteriores y a pesar del
encarecimiento de muchos materiales es probable que en el presente ejercicio se
construyan potros panteones, a lo que, agregado proyectos que este D.E. tiene ya casi
terminados, y otros en arreglos en las plantaciones que oportunamente elevaré a la
consideración de V.H., mejorarán aún más nuestro Cementerio.”
DOCUMENTOS
Archivo Municipal de Alcira (A.M.A.):
-Actas del H.C.D. de Alcira Gigena, Libro 1
-Actas de asentamiento de Escrituras de venta de Terrenos en Cementerio, Libro 1
-Escritura de donación de los descendientes de L. Riveros.
-Compendio de Leyes provinciales y Constitución de la Provincia de Córdoba de 1883,
hasta 1936.
-Documentos y escritos pertenecientes al archivo privado de la familia Riveros.
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