COMENTARIOS AL PROGRAMA por Claudia Guzmán WOLFGANG A. MOZART (1756-1791): Trío para violín, violonchelo y piano en Do mayor, K. 548 Fruto de ese período de genial arrebato creativo signado por las fechas 26 de junio, cuando Wolfgang Amadeus daba por terminada la sinfonía n° 39 y el 10 de agosto de ese año de 1788, día en el cual el músico consignó la culminación de la sinfonía Júpiter, surgieron también dos tríos para violín, violonchelo y piano: el Trío en Mi mayor K. 542 y esta obra en Do mayor que hoy se escucha. El 14 de julio de 1788, tan solo once días antes de culminar la Sinfonía en Sol menor n° 40, el creador originario de Salzburgo dio por terminado este trío que transcurre a través de los entonces ya habituales tres movimientos. Johann Georg Edlinger, Retrato de Wolfgang Amadeus Mozart c. 1790 Un inicio de fanfarria da inicio al luminoso y sobrio Allegro, primer movimiento de la obra. Los ritmos puntillados propios de las marchas de entonces como de las oberturas francesas servirán de marco a cada uno de los sectores de la obra. Se sucederá entonces la reiteración de la exposición inicial, con un sereno segundo tema protagonizado por el violín, un sector de desarrollo, en un modo menor que invita a la introspección, y la reexposición del material en su forma inicial. Un dilatado y sutil Andante cantabile se convierte en el centro de la obra. He aquí donde Mozart, dentro de una escritura sencilla y fluida hace aparecer, sin embargo, ciertos trazos de suspenso, gracias a la aparición de senderos armónicamente inesperados en la primera parte de este segundo movimiento. El Allegro final, de forma rondó (esto es una idea principal que reaparece cual un estribillo entre diversos episodios), está inspirado en un vivaz y gracioso ritmo de danza que dará lugar a un lucimiento de las líneas de cada instrumento como al cristalino contrapunto entre los mismos. JÖRG WIDMANN (*1973): Fantasía para Clarinete solo (1993) Según señalara quien es uno de los más destacados compositores de la actualidad “la Fantasía para clarinete solo es mi primera composición significativa para mi propio instrumento: el clarinete”. El creador alemán que cuenta en su catálogo desde obras orquestales hasta óperas como Babylon (obra colaborara el escénica insigne en la filósofo cual Peter Sloterdijk), creó esta Fantasía a los veinte años de edad. Unos meses más tarde, en marzo de 1994, la estrenó para la Radiodifusora Bávara, en Munich. Jörg Widmann ©Marco Borggreve Autor de numerosas y significativas obras de música de cámara, muchas de ellas para grupos instrumentales no convencionales, el compositor nacido en Munich, Baviera, destaca asimismo como virtuoso del clarinete. Con motivo de la interpretación de esta Fantasía junto a otras obras de su autoría en el Lincoln Center de Nueva York en abril de 2015 Widmann comentó sobre los orígenes de la misma: “Con su desbordante virtuosidad y su despreocupada e irónica naturaleza, la pieza refleja mis experiencias con las Tres piezas para Clarinete Solo compuestas por Igor Stravinsky en 1919. Asimismo recuerda las innovaciones tonales inspiradas por la sintaxis de Carl Maria von Weber introducidas para el clarinete en su música. La Fantasía considera todas esas innovaciones musicales para expandise, de forma nueva, sobre ellas. Encarnando el espíritu de la ´commedia dell´arte´, la pieza presenta una escena imaginaria que combina diversos diálogos entre sí en los espacios más íntimos”. ROBERT SCHUMANN (1810-1856): Tres piezas de fantasía para clarinete y piano, Op. 73 Estas tres obras que originalmente Robert Schumann titulara “Piezas Nocturnas” fueron creadas por el músico en poco menos de dos días, durante el prolífico invierno de 1849. Instalado junto a su esposa, la célebre pianista y también compositora Clara Wieck, y los hijos de ambos en Dresden, el compositor germano oriundo de Zwickau transitaba por entonces el que sería uno de los últimos grandes raptos creativos. Entre la composición de las Escenas del bosque, Op. 82 (una de sus series de piezas para piano de madurez) y el Adagio y Allegro para corno y piano, Op. 70, el músico creó estas tres piezas contrastantes para el instrumento de viento y el de teclado. De envolvente melancolía la primera, Zart und mit Ausdruck (Tierna y con expresión), transcurre en su primer sector en modo menor para, sin solución de continuidad, presentar una cierta luz de esperanza tanto en su sector central como en la cadencia final mediante la aparición del modo mayor. Ese gesto enlaza con el cambio de carácter de la segunda de las piezas: Lebhaft, leicht (Vivaz, ligera). Aquí el juego textural, contrapuntístico entre ambos instrumentos se dinamiza a través de dos sectores netamente reconocibles. Rasch und mit Feuer (Rápida y fogosa), la última de estas tres piezas que el compositor consideró al momento de la publicación que eran factibles de ser interpretadas también con viola o violonchelo en lugar del clarinete, conduce al conjunto a un apasionado final. ALBAN BERG (1885 – 1935): Cuatro piezas para clarinete y piano, Op.5 Escritas en el mes de junio del año 1913, estas obras para clarinete y piano fueron concebidas como cuatro miniaturas por el compositor vienés Alban Berg. Discípulo de Arnold Schönberg, este creador quien, al igual que Schumann, se sintió inicialmente inclinado hacia la literatura, decidió volcarse a la música justamente una década antes de la creación de estas obras que hoy escuchamos. Surgidas luego de una fuerte y decisiva discusión entre maestro y discípulo que tuviera lugar ese verano en la ciudad de Berlín, estas piezas Op. 5 pueden aparecer como una respuesta de Berg a las críticas de quien fuera su tutor en Viena quien, entre otras cuestiones, señaló su disgusto hacia las últimas creaciones vocales de aquel y lo desafió a ampliar su labor en el ámbito de la música instrumental. En efecto las Cuatro piezas para clarinete parecen tomar como modelo el refinamiento textural y armónico así como la importancia del trazo gestual que Schönberg explorara en sus Seis pequeñas piezas para piano, Op. 19, escritas dos años antes. Si bien Berg nos introduce aquí en nuevos terrenos armónicos que formarán parte del legado de esa Segunda Escuela de Viena, la macro estructura de la obra en su conjunto puede ser vista como la de una sonata clásica con un primer movimiento más extenso Mässig – Langsam (Moderada – Lentamente) y de intrincado desarrollo motívico, un segundo momento Sehr langsam (Muy lento) de vocación contemplativa y más cercana al cantabile, un scherzo ocupando el lugar del tercer movimiento Sehr rasch (Muy rápido) y un cuarto momento final de tempo Langsam (Lento): el más extenso de la obra PIOTR ILICH TCHAIKOVSKI (1840-1893): Trío para violín, violonchelo y piano en La menor, Op. 50 - "A la memoria de un gran artista" El 23 de marzo de 1881 fallecía de tuberculosis en París, a los cuarenta y seis años de edad, Nikolái Rubinstein, uno de los más destacados músicos rusos del siglo XIX. Eximio pianista, compositor y promotor de la vida musical en su patria, hermano menor del también célebre Antón Rubinstein, fue uno de los amigos y consejeros más cercanos que tuviera en vida Piotr Ilich Tchaikovski. Meses más tarde ese mismo año, hallándose instalado en Roma, Tchaikovski comenzó a trabajar en la creación de una obra ideada como homenaje a su colega y amigo. El que sería su único violonchelo, trío para dedicado piano, violín y “A la entonces memoria de un gran artista”, emergió de su pluma con una monumentalidad cercana a la de sus obras sinfónicas, tanto en lo que Nikolai Rubinstein, el “Gran Artista” que inspiró la creación de la única creación de Tchaikovski para esta formación, en una fotografía del año 1872 hace a su magnitud temporal como a su vocación expansiva y totalizadora. Precisamente un año antes, la gran confidente y mentora de Tchaikovski, Nadezhda von Meck, inquiría al compositor al respecto de la razón por la cual nunca se había abocado a esta formación camarística, a lo cual el músico respondió en carta del 15 de noviembre de 1880: “Mis órganos auditivos están hechos de tal suerte que no admiten en absoluto la combinación del piano con un violín o un violonchelo. Para mí los timbres diferentes de estos instrumentos se combaten entre sí y le puedo asegurar que se vuelve para mí una verdadera tortura escuchar un trío o una sonata para violín o violonchelo”. Sin embargo, el 14 de diciembre de 1881, Tchaikovski asumía el desafío de lograr un diálogo entre medios tan divergentes y realmente difíciles de conjugar equilibradamente, confesando nuevamente por correspondencia a esa mujer a la que nunca conoció personalmente: “No voy a ocultarle a usted el gran esfuerzo de voluntad que requiere poner por escrito mis ideas musicales en esta forma nueva e inusual. Pero estoy dispuesto a superar todas estas dificultades”. Transcurrido poco más de un mes, el compositor culminaba la obra que fue estrenada en un pequeño concierto realizado en el Conservatorio de Moscú en marzo de 1882, al cumplirse el primer aniversario de la muerte de Rubinstein, quien fundara y presidiera dicha institución. Esa primera audición en la cual Tchaikovski no pudo estar presente por hallarse en el exterior, estuvo a cargo del pianista Sergei Taneyev (discípulo de ambos músicos), del violinista checo Jan Hřímalý y del violonchelista Wilhelm Fitzenhagen (el hombre a quien el compositor había dedicado las Variaciones Rococó). Novedoso en lo que hace a su concepción formal, Tchaikovski planteó la obra en dos grandes movimientos. El primero de los mismos, Pezzo elegiaco, (Pieza elegíaca), iniciaría toda una tradición de tríos rusos dedicados in memoriam, entre ellos los creados por Sergei Rachmaninoff, Anton Arensky y Dmitri Shostakovich. Un nostálgico e intenso primer tema a cargo del violonchelo y replicado en diálogo con el violín da inicio a este movimiento enmarcado en forma de un expansivo allegro de sonata (presentación de los temas en una exposición, desarrollo de los mismos y reexposición variada del discurso inicial). El piano asume luego un rol protagónico resaltando el drama y la densidad de este tema para conducir a un luminoso y heroico segundo tema a partir del cual los tres instrumentos convergerán en dinámica interacción contrapuntística. Piotr Ilich Tchaikovski Durante el desarrollo Tchaikovski insistirá en la utilización de esos materiales iniciales tamizándolos a través de diversos cambios texturales alcanzando por momentos la sensación de hallarnos frente a una obra orquestal. En efecto, el compositor mismo al dar por culminada la escritura de la obra había manifestado en una nueva misiva a von Meck: “Me temo que, por haber escrito toda mi vida para orquesta y haber arribado tarde a la creación de música de cámara (…) posiblemente haya creado música de carácter sinfónico en la forma de un trío en lugar de escribir directamente pensando para esta formación”. El segundo movimiento, un magistral Tema con variaciones, transcurre a través de diversos estados anímicos y cual un caleidoscopio musical que atraviesa las más heterogéneas manifestaciones, tanto populares como académicas. Concebido cual una sencilla canción y teñido de reminiscencias folklóricas, el tema que da origen a este movimiento es sometido a once variaciones cual si se tratara de un sujeto y las circunstancias de vida que lo transforman pero sin modificar, al fin y al cabo, su esencia. La escritura para el piano adquiere en este movimiento un despliegue virtuoso superlativo, convirtiéndose en una de las más desafiantes creaciones que Tchaikovski haya dedicado a este instrumento, aún contemplando sus conciertos para piano y orquesta. En lo que hace a las variaciones la tercera aparece en forma de scherzo con el piano acompañado por las cuerdas en pizzicato mientras que la cuarta destaca por su melancólico e inconfundible color eslavo, y la quinta con una preciosista escritura para el registro agudo del teclado asemeja una cajita de música. Un vals encabezado por el violonchelo varía por sexta vez el tema, en contraste una marcha de carácter triunfal varía por séptima vez el tema inicial mientras que la octava variación presenta una portentosa escritura fugada a tres voces. Nuevamente cambia abruptamente el carácter al iniciarse la introspectivamente lenta y conmovedora novena variación en la cual las cuerdas utilizan la sordina mientras el piano presenta una escritura arpegiada. Con el tema tratado esta vez en forma de mazurca (danza tradicional polaca) en lo que será la décima variación, Tchaikovsky nos devuelve de la atmósfera taciturna al brillo de la música de salón. La más imponente de todas será la Variación final y coda, la cual por su magnitud actúa en verdad como un tercer movimiento de este Trío en La menor, proyectada como réplica y memoria del primer movimiento del mismo. A través de una organización planteada, como aquel, en forma de allegro de sonata, reúne al tema del segundo movimiento con el elegíaco y desolador tema inicial de toda la obra. Recogimiento y frenesí plasmados en la escritura de un músico que, en la madurez de su carrera testimonia en una obra de cámara que trasciende al género, la grandeza de ese otro gran músico y amigo cuya vida se fue acallando y extinguiendo paulatinamente en el silencio, como el final de este trío.