Alvarez_Sociología capitalismo y democracia(2)

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Sociología, capitalismo
y democracia
Génesis e insístueionalización
de la sociología en Occidente
EDICIONES MORATA, S. L.
Fundada por Javier Morata, Editor, en 1920
C/ Mejía Lequerica, 12 - 28004 - MADRID
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EDICIONES MORATA, S. L. (2004)
Mejía Lequerica, 12. 28004 - Madrid
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Depósito Legal: M-25.040-2004
ISBN: 84-7112-495-5
Compuesto por: Ángel Gallardo Servicios Gráficos, S. L.
Printed in Spain - Impreso en España
Imprime: ELECE. Algete (Madrid)
Ilustración de la cubierta: Homenaje a Andy Warhol, por Sebastián Serrano.
Contenido
AGRADECIMIENTOS ............................................................................................
11
INTRODUCCIÓN...................................................................................................
13
PRIMERA PARTE: Génesis de la sociología ......................................................
21
CAPÍTULO PRIMERO: De la humanidad a la sociedad: Condiciones de posibi­
lidad de la ciencia s o c ia l ...............................................................................
El descubrimiento del género humano, 25.—La desaparición del diablo del
mundo, 29.—La encuesta, técnica de observación del mundo social, 31.—El
nacimiento de la ciencia moderna, 34.—El descubrimiento de la sociedad, 40.—
La reorganización de la sociedad y la cuestión social, 43.
23
CAPÍTULO II: Liberalismo económico, sociedad industrial y pauperismo ......
Hacia la invención de la sociedad de mercado, 50.—La riqueza de las nacio­
nes de Adam Smith, 56.—Apogeo del liberalismo económico, 62.—Crisis del
liberalismo manchesteriano: Del cuerno de la abundancia a la filantropía, 67.
49
CAPÍTULO III: Los “socialistas modernos” y la cuestión s o c ia l .......................
Del amor propio a la fraternidad, 79.—Los socialistas franceses: Henri de
Saint-Simon y Charles Fourier, 82.—Los primeros socialistas ingleses: Robert
Owen, 91.—La “nueva ciencia social’’, un saber de resistencia, 102.
76
CAPÍTULO IV: Nacimiento de la economía so c ia l ..............................................
Clases laboriosas, clases peligrosas, clases infecciosas, 110.—Nuevos princi­
pios de economía social, 116.—Medicina social y pauperismo, 122.—De la
economía social a la sociología, 133.
109
CAPÍTULO V: El “socialismo científico”: P. J. Proudhon, F. Engels y K. Marx ...
Alienación religiosa, alienación social, 142.—Pierre Joseph Proudhon y el
socialismo francés, 145.—Friedrich Engels, la clase obrera inglesa y la crítica
de la economía política, 152.—Karl Marx, crítico de la economía social, 155.—
Del “socialismo utópico” al “socialismo científico", 161.
141
Introducción
Han transcurrido más de doscientos años desde que se produjo en Occiden­
te la revolución industrial y la revolución política democrática, dos fuertes conmo­
ciones sociales que transformaron el mundo, pero la riqueza de las naciones
sigue estando desigualmente distribuida y la existencia de los amos del universo
prueba las insuficiencias, por no decir las limitaciones o las perversiones, del pro­
ceso de democratización de nuestras sociedades. Sociología, democracia y capi­
talismo han coexistido de forma conflictiva en los países occidentales desde hace
más de dos siglos. Pretendemos abordar aquí la historia de sus relaciones com­
plejas.
La lucha por la justicia constituye un patrimonio colectivo en la historia de la
humanidad. En los últimos doscientos años de la historia de Occidente la mate­
rialización de los ideales democráticos, así como la elaboración y desarrollo de
una ciencia de la sociedad, han compartido caminos comunes. Uno de nuestros
objetivos es aproximarnos a esa dinámica social que es ya un bagaje digno de
perpetuarse en la memoria colectiva, y de incardinarse en la práctica social, para
contribuir a construir un mundo mejor. Estamos convencidos de que conocer más
reflexivamente nuestro pasado inmediato servirá para crear las condiciones que
nos ayuden a resolver los problemas que en la actualidad nos atenazan.
En los sucesivos cursos de sociología que impartimos en la Universidad
Complutense de Madrid hemos intentado presentar, en sus condiciones históri­
cas de formación, la génesis y el desarrollo de las teorías sociológicas occiden­
tales. Este libro podría ser leído, por tanto, como una réplica a La estructura de la
acción social, la obra que publicó Talcott Parsons en los Estados Unidos en 1937.
Sin embargo pretende ser algo más, pretende inscribir las teorías sociológicas en
la historia y, al hacerlo, abogar por reconocer a la historia un peso fundamental
en las investigaciones sociológicas. Parodiando al Alvin Gouldner de La crisis de
la sociología occidental podríamos decir que intentaremos elaborar una socio­
logía históricamente estructurada de la teoría social.
Robert K. Merton señaló que el pensamiento sociológico avanza a hombros
de gigantes, pero las teorías sobre la sociedad responden también a una tarea
colectiva que hunde sus raíces en un fondo social de prácticas y de conocimien­
tos. Las teorías sociológicas son producidas en la historia por agentes sociales
que trabajan en condiciones que ellos mismos no han elegido. Esto no signifi­
ca que estén absolutamente determinados por sus condiciones de existencia,
pero sin duda la vida social impone la fuerza de su materialidad en los sentimien­
tos y en los pensamientos de los seres humanos, de modo que incluso los gran­
des hombres no pueden evitar ser seres conformados por un espacio y un
tiempo social específicos. Todos los seres humanos, por el hecho de ser seres
sociales, estamos sometidos a presiones sociales e intelectuales, a tensiones
generadas por fuerzas históricas que nos sobrepasan, que inciden sobre noso­
tros y contribuyen a moldear nuestras vidas. La sociología trata justamente de
objetivar esas fuerzas desconocidas, ocultas, invisibles y, al hacerlo, puede con­
tribuir a abrir nuevos espacios para la reflexión y para la acción. En este sentido
la sociología es un saber desmitificador que contribuye a ampliar el perímetro de
nuestra libertad. No es posible pensar ni transformar las sociedades en el pre­
sente sin ser conscientes de las inercias heredadas del pasado, incluidas esas
formas canónicas de leer a los sociólogos clásicos. Para comprender la fuerza del
pasado, el peso que las instituciones heredadas siguen ejerciendo sobre nuestra
sociedad y nuestras ideas, conviene no desvincular la historia intelectual de la
historia social y viceversa1.
Si en la actualidad podemos intentar abordar un proceso de objetivación de la
vida de las sociedades complejas es porque contamos con instrumentos de aná­
lisis y de observación elaborados en buena medida por los sociólogos clásicos.
Esos instrumentos de investigación permiten traspasar la epidermis del cuerpo
social, nos ayudan a adentrarnos en el interior de cuerpos opacos, y nos facilitan
el acceso a lo que creíamos inexistente, puesto que permanecía fuera del alcan­
ce de nuestra percepción. La sociología, al igual que el resto de las ciencias, se
sirve de conceptos, de categorías de conocimiento, de teorías, y de modos de
indagación. Es preciso tener en cuenta que una buena teoría no da por completo
cuenta de lo que denominamos la realidad, pero contribuye a aproximarnos a ella.
En este sentido, el análisis de las teorías sociológicas en la historia está al servi­
cio del análisis y la comprensión del mundo social en el que nos ha correspondi­
do vivir.
Las investigaciones destinadas a explicar sociológicamente la génesis y el
desarrollo de la sociología son ellas mismas de naturaleza social. Conviene por
tanto mantener una cierta distancia a la hora de abordar la mayor parte de las
introducciones al pensamiento sociológico pues, por lo general, en los manuales
académicos, la sociología surge como por arte de magia, aparece, desde sus ini­
cios, como un pensamiento acabado, fruto de mentes privilegiadas. Augusto
Comte, Saint-Simon o Platón son con frecuencia presentados como los creado­
res de la sociología, pero no faltan los comentaristas que presentan el nacimien­
to de esta ciencia como una ciencia sin sujeto, como un producto anónimo que
emana por generación espontánea de la Ilustración, del movimiento romántico, o
del pensamiento reaccionario. En todo caso, en los manuales universitarios no se
' Una voz que alertó hace ya bastantes años sobre la necesidad de un cam bio de rum bo en la
lectura de los clásicos a partir de la historia social fue la de Robert Alun J o n e s , “On Understanding a
Sociological Classic", A m erican S ociological Review, vol. 83, 2, 1977, págs. 279-319.
suelen plantear referencias claras a los agentes sociales que han contribuido a
definir esta ciencia, a codificarla, y a proporcionarle una cierta coherencia. Estas
presentaciones asocíales de las teorías sociológicas se han instalado en el idea­
lismo subjetivista por lo que son en realidad verdaderos obstáculos epistemológi­
cos que impiden comprender la formación y el desarrollo de las producciones
sociológicas, al acantonarse en un mero análisis del contenido que relega u olvi­
da las condiciones sociales de producción y de sentido de las categorías y de las
teorías.
A la hora de analizar las condiciones de posibilidad de la sociología occiden­
tal una buena parte de los sociólogos y de los historiadores del pensamiento
social parecen sentir la necesidad de abandonar el peso de la historia, el análisis
de las relaciones de fuerza, las tensiones y conflictos existentes entre diferentes
grupos sociales, para recurrir al deus ex machina de los padres fundadores o a
las teorías sin tierra. Se ahorran así el engorroso problema de tener que explicar
por qué la sociología encuentra en el siglo xix europeo a la vez un espacio y un
tiempo que hicieron posible la formación de sus formas elementales. La mayor
parte de los científicos sociales, al estudiar las producciones teóricas de su pro­
pia disciplina, parecen sufrir una amnesia generalizada de las teorías desarrolla­
das por los propios sociólogos del conocimiento, y dan dogmáticamente por
supuesta la existencia de la sociología como si se tratara de un saber dado, pre­
existente, incuestionable, nacido por generación espontánea. Cuando se les pre­
gunta cómo fue posible la formación de saberes sobre la sociedad que aspiran a
ser científicos responden, por lo general, apelando a nombres propios de varones
ilustres. Esto explica que las tesis individualistas, el recurso a las producciones
singulares de sujetos específicos de conocimiento, se impusiesen sobre cual­
quier otro criterio sociológico, de modo que una historia centrada en pensadores
aislados del mundo social, considerados al margen de sus círculos sociales y de
sus condiciones materiales y sociales de existencia, convierte a los supuestos
fundadores de la sociología en los felices inventores del pensamiento sociológico.
En casa del herrero, cuchillo de palo, dice el refrán popular. Por una extraña ironía
del destino es como si la pobreza de la tradición sociológica en sus inicios, en sus
primeros e inestables balbuceos, se contagiase al mundo categorlal y mental de
una buena parte de los científicos sociales que tratan de objetivar, sin ejercitar
suficientemente la vigilancia epistemológica, los primeros pasos de este nuevo
saber sobre la sociedad.
Los efectos de esta mirada sesgada no sólo constituyen un obstáculo para el
conocimiento de la sociología, sino que también inciden negativamente en su
desarrollo pues se podría afirmar que es esta operación de maquillaje lo que per­
mite hacer compatible un pretendido conocimiento sociológico desocializado y
formal con la lógica popperiana del pensamiento liberal y su individualismo meto­
dológico2. En la actualidad, a los autores de la mayor parte de los manuales de
sociología, en los que se pretende condensar las grandes líneas por las que han
discurrido las teorías sociológicas, se les podría hacer extensivo el reproche que
Marx y Engels plantearon en la Ideología alemana, hace ya más de ciento cin­
2 En la Miseria d e l historicism o Karl P o p p e r define el Individualismo m etodológico como la doc­
trina según la cual debem os re ducir todos los fenóm enos colectivos a las acciones, interacciones,
fines, esperanzas y pensam ientos de los individuos.
cuenta años, a los filósofos alemanes: A ninguno de estos filósofos se le ha ocu­
rrido siquiera preguntar por el entronque de la filosofía alemana con la realidad de
Alemania, por el entronque de su crítica con el propio mundo material que la
rodea.
Los sociólogos que reducen el desarrollo del pensamiento social a una his­
toria de las ideas, al margen de las relaciones sociales y de las pugnas por la
competencia legítima, construyen en realidad quimeras pues desgajan arbitraria­
mente las teorías de los procesos sociales y, al hacerlo, renuncian a conocer la
especificidad y agudeza del propio conocimiento sociológico. En este sentido, las
historias de autor conducen a un formalismo hueco que sirve muy bien para legi­
timar el fetichismo de las técnicas y de las metodologías. Como señalaron refi­
riéndose a la ingeniería social Pierre Bourdieu, Jean-Claude Passeron y JeanClaude Chamboredon en El oficio de sociólogo, la investigación sociológica se
metamorfosea en un conocimiento tecnocrático cuando la confianza en los ins­
trumentos de observación opera en detrimento de la capacidad de teorizar, de tal
modo que los obsesos por las técnicas de investigación social se comportan,
quizás sin ser conscientes de ello, como el neurótico del que hablaba Freud que
constantemente sacaba brillo a los cristales de sus gafas pero, a pesar de lim­
piarlas tanto, o precisamente por eso, no llegaba a ponérselas nunca. En la actua­
lidad las gafas están tan gastadas, han quedado tan marcadas por las huellas de
intereses de todo tipo, incluidos los crematísticos, que no es extraño que sociólo­
gos tan ignorantes como intrépidos hayan comenzado a plantear en voz alta la
pregunta: ¿Para qué necesitamos el recurso a la sociología clásica si controla­
mos con exactitud todo el andamiaje estadístico?
La sociología no nació por tanto de repente, como por arte de magia, ni es un
producto acabado salido de las mentes privilegiadas de sujetos singulares. Tam­
poco se instituyó de forma cerrada en un discurso científico convertido en el
modelo a seguir por el resto de los científicos sociales. No nació predominante­
mente ni en las academias, ni en las universidades, pero tampoco fue fruto del
azar. La sociología tuvo más bien un origen humilde, fragmentario, hunde sus raí­
ces en la conciencia colectiva y responde a necesidades sociales que conviene
objetivar en la historia3.
Para realizar este trabajo de genealogía de las teorías sociológicas hemos
optado por centrar nuestra mirada en un problema capital que atraviesa en dia­
gonal todas esas producciones y que sigue gozando de una palpitante actuali­
dad: la cuestión social. Entendemos por cuestión social la distancia que media
entre las constituciones democráticas y la realidad de una vida social marcada
por grandes desigualdades económicas, sociales y políticas. La sociología nace
en el interior de sociedades que se dicen democráticas, es decir, en sociedades
vertebradas por los principios constitucionales de la libertad, la igualdad y la fra­
ternidad, pero ni el desarrollo de la revolución industrial, ni el auge del liberalismo
3 En la mayor parte de los manuales de historia de las teorías sociológicas no sólo está ausen­
te la cuestión social sino también la cuestión femenina. Afortunadam ente el sesgo de género com ien­
za en parte a ser corregido. Véase, por ejemplo, entre otros, el libro de Barbara C a in e y Glenda
S l u g a , Género e historia. Mujeres en e l cambio sociocuiturat europeo de 1780 a 1920, Madrid, Narcea E<±, 2000, o el de Karen O f f e n , European tem inisms 1700-1950, Stanford University Press, Stanford, 2000.
favorecieron espontáneamente el desarrollo de una sociedad integrada, de una
sociedad de iguales. Más bien al contrario, las desigualdades comenzaron a cre­
cer, hasta hacerse prácticamente insoportables, allí donde se concentraba la
riqueza, en los propios núcleos urbanos en los que estalló la revolución industrial.
Podríamos sostener por tanto que el gran reto al que se han enfrentado y se
siguen enfrentando las teorías sociológicas, ha sido, y sigue siendo, intentar res­
ponder a la siguiente pregunta: ¿Es posible que un orden social democrático ar­
ticule el desarrollo de las complejas sociedades capitalistas?4
La respuesta a este interrogante nos ha llevado a movernos cronológicamen­
te entre tres grandes momentos. El primero corresponde al período de formación
del pensamiento sociológico, se inicia en el último tercio del siglo xvm, cuando se
produjo la Revolución industrial en Inglaterra y la Revolución política en Francia,
cuando, al menos simbólicamente, se derrumbó el Antiguo Régimen y empezó a
perfilarse el triunfo de la democracia. Fue entonces cuando se abrió un nuevo
espacio para la reflexión, es decir, cuando unos imprecisos y aún balbucientes
códigos sociológicos comenzaron a cuestionar el capitalismo liberal en nombre de
los intereses colectivos de los ciudadanos. Tras el proceso de formación del pen­
samiento sociológico, el segundo momento se refiere al proceso de institucionalización de la sociología en tanto que saber eminentemente universitario. Cronoló­
gicamente este período se abre con la Comuna de París y se cierra con la Primera
Guerra Mundial, con la Revolución rusa y la Gran Depresión del 29, cuando en
algunos Importantes departamentos universitarios de sociología se produjo la
volatilización de la cuestión social, su disolución en los problemas sociales. Fue
entonces cuando los denominados pensadores neomaquiavélicos promovían en
Europa las teorías elitistas que defendían la imposibilidad de la democracia. Entre
la formación de las sociedades democráticas a finales del siglo xvm y su crisis en
los albores del siglo xx se sitúa precisamente la formación y la instituclonalización
de la sociología en los países occidentales, en íntima relación con los avatares
sufridos por la democracia social y política. En fin, por último, esbozaremos en un
único capítulo de la Tercera parte el proceso de formación en el siglo xx de un nue­
vo paradigma, el paradigma funcionalista que, Instalado con anterioridad a la
Segunda Guerra Mundial en las universidades de Harvard y de Columbia, se con­
virtió en el paradigma hegemónico de la sociología norteamericana y europea.
Como contrapunto alternativo apuntamos el renacer de la sociología crítica, pre­
dominantemente europea, que asume a la vez un entronque con la sociología
histórica de los sociólogos clásicos, a la vez que trata de responder a la demanda
social. Proponemos por tanto a nuestros lectores un largo viaje de cerca de un
siglo y medio por la apasionante y accidentada senda de las teorías sociológicas
analizadas en los marcos sociales e institucionales que les confieren sentido.
Aristóteles, en La política, afirmaba que el principio del gobierno democrático
es la libertad. A l oír repetir este axioma, podría creerse que sólo en él puede
4 La genealogía de la cuestión social ha sido rigurosam ente objetivada por Robert C a s t e l , Las
m etam orfosis de la cuestión social. Buenos Aires, Paidós, 1997. Nos gustaría que nuestro trabajo
pudiese, por tanto, ser leído com o un com plem ento de este precioso libro. Sobre la m etodología
genealógica y su relación con los sociólogos clásicos hem os intentado avanzar algunas reflexiones
en Julia V a r e l a y Fernando Á lv a r e z -U r ía , G enealogía y sociología. M ateriales pa ra re pensa r la
Modernidad, Buenos Aires, El cielo por asalto, 1997.
encontrarse la libertad; porque ésta, según se dice, es el fin constante de toda
democracia. El primer carácter de la libertad es la alternativa en el mando y en la
obediencia. En la democracia el derecho político es la igualdad, no con relación
al mérito, sino según el número. Una vez sentada esta base de derecho, se sigue
como consecuencia que la multitud debe ser necesariamente soberana, y que las
decisiones de la mayoría deben ser la ley definitiva, la justicia absoluta; porque se
parte del principio de que todos los ciudadanos deben ser iguales. Y así en la
democracia los pobres son soberanos, con exclusión de los ricos, porque son los
más, y el dictamen de la mayoría es ley. Éste es uno de los caracteres distintivos
de la libertad, la cual es para los partidarios de la democracia una condición indis­
pensable del Estado. Su segundo carácter es la facultad que tiene cada uno de
vivir como le agrade, porque, como suele decirse, esto es lo propio de la libertad,
como lo es de la esclavitud el no tener libre albedrío. Tal es el segundo carácter
de la libertad democrática. Resulta de esto que en la democracia el ciudadano no
está obligado a obedecer a cualquiera; o si se obedece es a condición de m an­
dar él a su vez; y he aquí, en este sistema, cómo se concilia la libertad con la
igualdad5. En la democracia, según Aristóteles, los pobres son soberanos. Sin
embargo la soberanía popular es incompatible con la esclavitud y con la depen­
dencia. La instauración de la democracia implica la universalización sin excep­
ciones de un estatuto de ciudadanía. El problema de hacer viable la democracia
en el interior de un sistema social en el que el valor personal está íntimamente
asociado con la propiedad de bienes muebles e inmuebles, y con la obtención de
poder y riqueza, se presenta como un problema fundamental que no puede ser
soslayado pues afecta al modelo de sociedad en el que queremos vivir. Pero
además consideramos que la pregunta acerca de cómo podemos participar los
ciudadanos en la gestión del espacio público, la cuestión de cómo hacer posible
y efectivo el poder popular, está en la base del nacimiento de la sociología, y que
éste es un interrogante que guió también su desarrollo en los países capitalistas
occidentales. El problema de la naturaleza de las relaciones que se tejen entre
sociología y democracia no es sencillo, pero en todo caso existe un nexo de unión
entre democracia y sociología que debe ser objetivado en los dos sentidos, es
decir, la sociología surge como un saber científico que en una sociedad democrá­
tica responde a la demanda social, pero es también un conocimiento contrastado
de la vida social que puede y debe servir como punto de apoyo, y como estímu­
lo, para el desarrollo de los valores democráticos en la práctica institucional. El
problema es que entre la sociología y la democracia se encuentra la lógica capi­
talista del beneficio individual, es decir, la cuestión social, la cuestión de si es
posible la existencia de una sociedad integrada en el marco de una sociedad de
mercado.
Las reflexiones centradas en las relaciones complejas existentes entre la so­
ciología, la democracia y el capitalismo atraviesan en diagonal la historia de la
sociología occidental desde su nacimiento, pero fue a finales del siglo xix cuando
se produjo un fuerte debate sobre la posibilidad o imposibilidad de la democracia,
5 Cf. A r istóteles , La política, libro séptimo, Madrid, Espasa Calpe, 1965, págs. 233-204. Sobre
las implicaciones de esta definición aristotélica de dem ocracia para el presente véase Daniel R a v e n t o s , “Democracia" en Carlos P ér ez L era e Ignacio F ern ández de C a s tr o (Eds.), Contra la afonía. B re­
viario urgente para recuperar e l lenguaje robado, Gijón, Las otras caras del planeta, 2003, págs. 34-36.
precisamente cuando estaban teniendo lugar importantes cambios económicos,
sociales, políticos y culturales y, más en concreto, cuando tendencialmente se
pasaba en las sociedades industriales de una sociedad de clases a una sociedad
de masas. A finales del siglo xix, en Europa y en los Estados Unidos, los movi­
mientos feministas reclamaban el derecho al voto y se debatía en el interior del
movimiento obrero sobre la conveniencia o no de participar en las elecciones. En
ese mismo momento un nutrido grupo de psiquiatras, psicólogos y estudiosos de
la multitud recurrieron, para designar a las masas, a calificativos tales como im ­
pulsivas, violentas, crédulas, variables, sugestionables..., a la vez que afirmaban
la imposibilidad de la participación de todos los ciudadanos en los asuntos públi­
cos. Los teóricos del elitismo convenían así, en nombre de la irracionalidad de las
mayorías, en afirmar la imposibilidad de la democracia precisamente cuando una
buena parte de los más reconocidos sociólogos universitarios levantaban acta del
proceso de democratización que a su juicio estaba teniendo lugar en las socie­
dades industriales, un proceso íntimamente vinculado con los comienzos de una
educación pública de calidad en el interior de una sociedad de los individuos6.
El reto de cómo materializar en la práctica de la vida cotidiana los principios
de libertad, igualdad y fraternidad ha sido objeto de un debate histórico que con­
tinúa abierto en la actualidad. Nos atrevemos a afirmar que ésta sigue siendo hoy
la cuestión palpitante, tanto a escala de cada nación como en el orden interna­
cional, pues durante el siglo xx los totalitarismos, en su expresión fascista y en su
versión estalinista, supusieron una negación brutal de la democracia. Y si bien es
cierto que el nacionalsocialismo alemán y el fascismo italiano fueron derrotados
en la Segunda Guerra Mundial, y que posteriormente se produjo el colapso del
denominado socialismo real, con sus archipiélagos totalitarios, no lo es menos
que vivimos en un mundo capitalista cada vez más hegemonizado por las multi­
nacionales y las políticas neoliberales de modo que el problema de cómo abordar
en la teoría y en la práctica la participación democrática de los ciudadanos en los
asuntos públicos continúa interpelándonos a la vez como sociólogos y como ciu­
dadanos. Siguiendo al Wright Mills de La élite del poderse podría afirmar que la
política de las grandes potencias, la acción conjunta de los grandes grupos
económicos y los bloques militares transnacionales, junto con los grandes pode­
res mediáticos, tienen actualmente una importancia nunca igualada en la historia
humana, y que en sus cimas se encuentran ahora los puestos de mando de la
sociedad moderna (...). Junto a la élite, o justamente por debajo de ella, está el
propagandista, el experto en publicidad, el especialista en relaciones públicas
que desearía dom inar la formación de la opinión pública. Como también señala­
ba Mills, estas élites se perpetúan porque, al dominar los grupos hegemónicos los
grandes canales de la información, hacen creer a los ciudadanos que las decisio­
nes de los pequeños círculos de calidad son las decisiones de todos7.
6 Uno de los discípulos de Emíle D u r k h e im , Celestin B o u g l é , inició justam ente este debate en un
artículo titulado precisam ente “Sociología y dem ocracia". Véase Celestin B o u g l é , “Sociologie et
D ém ocratie”, Revue d e M éthaphysique e td e Morale, 5, 1896, págs. 118-128.
7 Tras la derrota de los fascism os, en plena guerra fría, W right M ills fue uno de los importantes
sociólogos del siglo xx que, junto con los sociólogos frankfurtianos y otros sociólogos críticos, planteó
la contradicción existente entre la élite del poder y la dem ocracia social y política. Véase C. W right
M ills , La élite del poder, México, FCE, 1957 (edición original inglesa de 1956) pág. 13 y págs. 293-294.
La finalidad principal de este libro es poner de relieve la trama de las relacio­
nes que se tejieron entre la sociología, el capitalismo, y la democracia social y
política. El proceso de formación del saber sociológico, así como el momento de
su institucionalización, tanto en Europa como en los Estados Unidos, no puede
ser desvinculado de la historia de Occidente. Además de contribuir a una genea­
logía del nacimiento y desarrollo de la sociología occidental, pretendemos apun­
tar las condiciones que hicieron posible la desvinculación que se produjo en el
siglo xx entre la sociología y la historia, pues esta escisión ha permitido hacer de
la sociología un instrumento de legitimación del orden establecido. La vinculación
de la sociología con la historia sin duda contribuirá a generar nuevos marcos de
comprensión de las teorías sociológicas, y también a eliminar de nuestros instru­
mentos de conocimiento heredados todo un lastre acumulado de errores y de
interpretaciones estereotipadas que contribuyen a distorsionar el grueso de la tra­
dición sociológica. Intentaremos, por tanto, poner a punto, en la medida de nues­
tras posibilidades, esos lentes de largo alcance fabricados por “las grandes escue­
las” de la sociología occidental para que nos permitan contemplar con mayor
nitidez el mundo que hizo posible la formación de un pensamiento nuevo y, a la
vez, ayuden a proyectar alguna nueva luz sobre nuestro mundo social y político.
En este sentido, creemos que es preciso retornar a los sociólogos clásicos, pero
no para neutralizar su pensamiento recurriendo a alardes de erudición sobre sus
producciones, ni tampoco para responder a una obligación impuesta por los ritua­
les académicos, sino para contemplar con nuevos ojos las teorías y los conceptos
que ellos elaboraron cuando tuvieron que enfrentarse con problemas que, en bue­
na medida, siguen siendo los nuestros. De este modo quizás sea posible romper
con esa ya larga tradición instituida por los sociólogos de Chicago, y continuada
con la hegemonía del funcionalismo norteamericano, que consiste en una pre­
sentación desterritorializada y deshistorizada de las producciones sociológicas.
La sociología es un saber surgido en el mundo occidental que aspira a pro­
porcionar un estudio científico del funcionamiento de las sociedades, es decir, es
un saber que se rige por una voluntad de decir la verdad sobre cualquier tipo de
mundo social. Pero el campo científico, el campo sociológico, no es una balsa
de aceite en la que, en nombre de un desinteresado amor por la verdad, los miem­
bros de las comunidades científicas hayan hecho desaparecer por completo la
divergencia de perspectivas, las disputas, los intereses y las relaciones de fuerza.
Es preciso, por tanto, explorar esa tierra de anclaje de las teorías sociológicas con
la ayuda inestimable de estudios realizados por historiadores y sociólogos preo­
cupados por comprender su sentido. Al aceptar este envite asumimos en nuestra
investigación de sociología histórica a la vez nuestra deuda con quienes retoma­
ron de los clásicos la Indagación genealógica, y asumimos también nuestras pro­
pias limitaciones, pues somos conscientes de que la producción de nuevos cono­
cimientos es necesariamente una tarea colectiva. Al afirmar la necesidad de un
trabajo en cooperación no queremos ceder sin embargo a un ejercicio de falsa
modestia, pues estamos orgullosos de inscribirnos en una sólida tradición que,
aunque aún es minoritaria en el panorama sociológico internacional, y también en
los países de habla hispana, posee la fuerza de haber hecho suya la propuesta
que hace ya bastantes lustros formuló Walter Benjamín en sus Tesis de filosofía
de la historia: En toda época se ha de intentar arrancar a la tradición del confor­
mismo que está a punto de subyugarla.
P r im e r a p a r t e
Génesis de Sa sociología
CAPÍTULO PRIMERO
De ia hum anidad a la sociedad: Condiciones
de posibilidad de ia ciencia social
Comprender la formación del pensamiento sociológico supone tener en cuen­
ta procesos complejos, articulaciones inesperadas, momentos en los que se ela­
boran conceptos nuevos y se condensan nuevas categorías de conocimiento.
Pero la formación del pensamiento sociológico está también íntimamente imbri­
cada con una red de transformaciones que tienen que ver con cambios sociales
y políticos, con sacudidas de carácter histórico que suscitan nuevos problemas a
los que las sociedades tienen que hacer frente mediante la reflexión y la puesta
en marcha de códigos teóricos y modelos de análisis específicos.
Vamos a esbozar a continuación seis grandes procesos que, a nuestro pare­
cer, contribuyeron a la formación de nuevos espacios sociales y mentales indis­
pensables para hacer posible el nacimiento del campo sociológico:
1. El descubrimiento del género humano.
2. La desaparición del diablo del mundo.
3. El desarrollo de la encuesta, en tanto que técnica de observación del mun­
do social.
4. El nacimiento de la ciencia moderna.
5. La definición de un nuevo marco sociopolítico democrático que confirió
una posición central a la sociedad.
6. La formación de saberes sobre la sociedad que se desarrollaron en íntima
relación con la cuestión social.
¿Por dónde empezar a rastrear estos procesos y por qué detenerse precisa­
mente en ellos? Parece claro que, a la hora de analizar las condiciones de posi­
bilidad de la formación de la sociología, se requiere una definición previa de lo
que es sociología, pues de otro modo indagaríamos desorientados sobre la nada.
Pero el problema es que una definición previa, impuesta a p rio ricomo si se trata­
se de un punto de partida adoptado dogmáticamente, prejuzgaría de un modo
determinante nuestra investigación, la cerraría de un modo prematuro y precisa­
mente en el momento en el que resulta más indispensable que permanezca
abierta, pues realizar una genealogía significa intentar conocer los procesos en
su inscripción histórica. En este sentido no podemos comenzar por negar, o por
poner entre paréntesis, doscientos años de historia de un saber sobre las socie­
dades que se ha ido consolidando y sedimentando hasta llegar a formar parte de
nuestra cultura, pero tampoco podemos medir los inicios de la sociología a partir
de criterios extraídos exclusivamente del presente. Para superar esta contradic­
ción y avanzar en el análisis es preciso recurrir a la sociología histórica. Para ello
debemos comenzar por problematizar el nacimiento de la ciencia social, no dar
por sentada su existencia, remontarnos desde el presente en el tiem po'y e'n'el
'éspáClo^páTa aproxrmaTnos al momento en el que se configura su génesis con
el fin de reconstruir, en la medida de lo posible, su lógica de desarrollo. Partimos
por tanto de una definición abierta, provisional, de lo que es la sociología en tan­
to que ciencia específica que describe y analiza el mundo social, una ciencia en
la cual el peso de la vida social predomina sobre las iniciativas individuales, pues­
to que son las relaciones sociales las que, en buena medida, hacen posibles
estas iniciativas y les confieren sentido. Como señaló Theodor Adorno, el objeto
de la sociología es el estudio de la sociedad para tratar de comprender la ley que
domina anónimamente sobre nosotros.
¿Cuáles fueron las condiciones sociales e intelectuales que hicieron posible
la formación de ese nuevo saber que convenimos en denominar sociología? Para
responder a esta cuestión parece conveniente adentrarse al menos por las seis
grandes vías señaladas, pues una aproximación de este tipo no puede limitarse a
cantar las excelencias de los conocimientos acumulados, sino que tiene también
que explorar las zonas oscuras, las zonas de sombra, localizar los cimientos que
sirvieron de base de sustentación para la formación de un saber que aspira a res­
ponder a criterios de cientificidad. Conviene por tanto comprobar la naturaleza
y la estructura de las invisibles vigas maestras, estudiar los pasadizos, y los
desagües, adentrarse en el imaginario en penumbra de la institución con el fin de
determinar cuáles fueron las condiciones de producción y de institucionalización
de un saber polémico sobre las sociedades.
Partimos de la hipótesis de que la sociología surgió de la confluencia de for­
mas dispersas de teorías y de prácticas sociales, teorías y prácticas que cronoló­
gicamente arrancan del nacimiento de la Modernidad pero que confluyeron y se
sistematizaron de forma específica en el Occidente europeo en los siglos xvm
y xix. La sociología es, por tanto, el resultado del entrecruzamiento de procesos
que tienen que ver con la historia de las ¡deas, y también con la historia social,
con diversos y enfrentados-proyectos de sociedad. En esta indagación sobre la
formación del campo sociológico evidentemente no estamos solos, contamos con
indicios, datos, textos, documentos, observaciones, argumentaciones y propues­
tas que son fruto del trabajo realizado por los propios “sociólogos”, por historia­
dores del pensamiento social, por científicos sociales...1. Sus cartografías, sus
mapas, constituyen una especie de aguja de marear para llevar a cabo este pro­
yecto. Pero también podemos aprender de sus errores, de sus olvidos, y de sus
1 Al menos dos obras fundamentales supusieron una ruptura en el modo de estudiar la historia
de las ciencias: Thomas K hu n , La estructura de las revoluciones científicas, México, FCE, 1 975 y
Michel F o u c a u lt , Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas, Madrid, Si­
glo X XI, 1976.
limitaciones. Por ejemplo, una buena parte de los historiadores de la sociología
convienen en situar en la Francia del siglo xix su acta de nacimiento, pero, aun
admitiendo que el discurso sociológico se haya desarrollado sobre todo en Fran­
cia, de este hecho no se deriva que sea preciso buscar exclusivamente en la his­
toria francesa sus raíces ni sus condiciones de formación, ya que, como tratare­
mos de mostrar, algunas de las condiciones de posibilidad de la ciencia social
surgieron fuera de Francia, cuando en Europa se estaba gestando el nacimiento
de la Modernidad. Para abordar, por tanto, las condiciones de posibilidad de la
sociología, para objetivar los marcos mentales y sociales que la hicieron posible,
es preciso comenzar por renunciar a lo que podríamos denominar la querella de
las grandes potencias, pues tanto Inglaterra, como Francia y Alemania se dispu­
tan el honor de haber visto nacer a esta nueva ciencia en su suelo. Tenemos por
tanto que examinar procesos de larga duración, articular complejas dimensiones
que tienen que ver con nuevas formas de percibir y de observar la vida social, es
decir, con la formación de una nueva mirada que los sociólogos inauguraron en
un principio mediante tanteos y balbuceos. Y, para hacerlo, inscribiremos estos
procesos en la historia tratando de superar prejuicios heredados y visiones estereqtipadas.
El descubrimiento del género humano
La caída de Constantinopla en manos de los turcos en 1458, la introducción
de la pólvora y el uso de relojes para medir el tiempo, así como la difusión de
libros y grabados gracias a la invención de la imprenta, fueron, junto con el des­
cubrimiento de América en 1492, algunos de los principales factores que, según
los historiadores, supusieron un cambio de rumbo del mundo medieval, anticipa­
ron el Renacimiento, y con él marcaron el inicio de la Modernidad. Los sociólogos
clásicos pusieron de manifiesto que la Modernidad estuvo propiciada por la “libe­
ración de los siervos”, el crecimiento y la aparición de nuevas ciudades, la cre­
ciente división del trabajo, la acumulación primitiva de capital que se derivó de la
intensificación del comercio, y de la producción de artículos de lujo demandados
por la nobleza cortesana y “la burguesía rica”, dos grupos sociales que se forma­
ron precisamente a finales de la Edad Media.
El descubrimiento de América fue uno de los acontecimientos históricos que
tuvo mayor incidencia en la formación de la Modernidad. El descubrimiento del
Nuevo Mundo coincide en ios reinos hispanos con la conquista de Granada, últi­
mo bastión de ocho siglos de presencia musulmana en la Península ibérica, y con
la cruel expulsión de los judíos que no aceptasen renegar de su fe para ser obje­
to de una recristianización forzosa. En el enfrentamiento existente entre la Euro­
pa cristiana, el mundo judío y el Islam, el descubrimiento de América supuso un
cambio de rumbo pues tuvo consecuencias de largo alcance en el orden econó­
mico, social y político. La hegemonía mundial del Occidente cristiano está íntima­
mente ligada al hecho de que fueron los reinos cristianos quienes abrieron en el
Mar tenebroso la ruta de América. El descubrimiento y conquista de las nuevas
tierras americanas desencadenó, en un lapso de tiempo relativamente breve, una
dinámica de no retorno que culminó en una revolución mental, en una ruptura
eidética de enorme transcendencia que se puede sintetizar en el descubrimiento
de una nueva categoría de conocimiento: el género humano. El género humano,
la humanidad, la creencia en la pertenencia de todos los seres humanos a una
común naturaleza humana natural, inaugura la Modernidad como si se tratara de
un nuevo continente mental. La conquista de la categoría de humanidad por la
conciencia colectiva se produjo históricamente en íntima relación con el naci­
miento de la idea de un derecho de humanidad que en el siglo xvi se definió como
un derecho natural común a todos los seres humanos.
Se puede afirmar que el descubrimiento del género humano supuso una revo­
lución mental ya que la ¡dea de una naturaleza humana natural rompía tendencialmente con la posición de centralidad que detentaron hasta entonces las gran­
des religiones monoteístas. Se abría así un nuevo espacio mental p ro pio de un
mundo secular en el queJneviTaBférnénte se iba a plantear la cuestión del origen
"y la legitimidad del poder: sí todos los seres humanos son iguales por naturaleza
¿por qué determinados sujetos ejercen el poder sobre otros?, ¿por qué están los
saberes y los poderes tan desigualmente repartidos?, ¿de dónde provienen las
desigualdades entre los seres humanos?, ¿cuál es la fuente de legitimidad del
poder? La búsqueda de un sistema político en el que exista un reparto del poder,
una nueva distribución dei poder en consonancia con la categoría de género
humano, hizo posible la invención democrática que no se trata tanto de la con­
quista de un estatuto fijo cuanto de la apertura de un proceso incesante de avan­
ce de las sociedades en el interior de un nuevo horizonte de perfección. La ¡dea
de humanidad es una de las categorías centrales en las que se basa la Moderni­
dad ya que por vez primera en la historia los seres humanos dejaban de percibir
el mundo a partir de un prisma construido en el molde de los libros sagrados, por
vez primera judíos, moros y cristianos, fieles e infieles, amigos y enemigos, pasa­
ron a compartir un espacio común de humanidad en el que se diluían las viejas
querellas heredadas basadas en estatutos religiosos irreconciliables. Los seres
humanos, vinculados ya de forma irreversible por los lazos de una única natura­
leza humana natural compartida, dejaban de ser percibidos desde la óptica del
Dios de las batallas — y podían cesar de percibirse a sí mismos desde la pers­
pectiva del pueblo elegido— para ser contemplados desde una nueva mirada
terrenal alejada tanto del fundamentalismo religioso de los cristianos como del
mundo de los libertinos para quienes no hay sino nacer y morir. La nueva oerspectiva adscribe a todos los seres humanos, sin excepción, una naturaleza humanáTesTdecir.los contempla desde una mirada naturalista qüé tendencialmente ha
dejado de ser teológica:
’
~~
Ciertas prácticas sociales, determinados descubrimientos técnicos, contribu­
yeron sin duda también al nacimiento del nuevo orden social moderno. Max
Weber señaló, por ejemplo, la importancia del cálculo racional y de la administra­
ción estatal, mientras que Karl Marx subrayó la formación del capitalismo a partir
de la acumulación de ingentes riquezas amasadas mediante el expolio de Améri­
ca. Otros historiadores confieren una enorme importancia a la elaboración de
mapas y a la invención de la carabela por los portugueses que, por su gran capa­
cidad de maniobra y rapidez, permitió la exploración de Africa y el descubrimien­
to de América. En realidad la vinculación entre innovación tecnológica y cambio
social ha sido bien estudiada por algunos historiadores de las tecnologías. Por
ejemplo Lynn White cree descubrir en la llegada del estribo a Occidente — proce­
dente de la milenaria China— las condiciones mismas de posibilidad de desarro-
lio del feudalism o2. El estribo hizo del caballo un arma de guerra y proporcionó a
los caballeros una base estable de sustentación en el caballo para defenderse y
atacar. Ese pequeño adminículo añadido a cada lado de la silla de montar, que
sirve de soporte y refuerza el equilibrio del jinete, hizo posible que la caballería y
ios caballeros andantes ocupasen una posición central en el interior del mundo
medieval, con sus rituales de paz y de guerra, con sus normas de cortesía que no
eran sin embargo incompatibles con una ferocidad sangrienta exhibida en las
batallas. La invención de la pólvora fue, en este sentido, una innovación clave en
relación con los usos medievales de la guerra, pues convirtió al viejo arte de gue­
rrear en una práctica obsoleta. La pólvora sustituyó la guerra cuerpo a cuerpo por
la guerra a distancia, y quebró el predominio del caballo como arma de guerra
que fue reemplazado por la artillería. Los viejos castillos y las fortalezas inexpug­
nables perdieron entonces una buena parte de su funcionalidad estratégica.
Se podría afirmar, forzando un tanto los paralelismos, que la categoría de
género humano representó para la Modernidad un cambio semejante al que pro­
dujo el estribo en la génesis del feudalismo. Ahora bien, al igual que ocurrió con
la lenta introducción del estribo, la noción de humanidad no se generalizó de
repente, ni fue una idea genial producto de una mente privilegiada y singular con
capacidad para la innovación.. Esa revolución mental estuvo precedida y prepara­
da por todo un lento, silencioso y profundo trabajo de naturaleza eminentemente
sociahy-eolectiya rS in embargo su eclosión, su salida a la luz, se produjo en el
rfiarcó'aéló^qije se ha dado en denominar la Escuela de Salamanca. Nosotros
preferimos denominarla la Escuela Española de Derecho Natural pues el núcleo
inicial de teólogos que la formaban no se circunscribía a la Universidad salmanti­
na. La Escuela, en todo caso, estaba formada por miembros de la Orden de Pre­
dicadores, un colectivo agrupado principalmente, pero no exclusivamente, en tor­
no a ia Facultad de Teología de la Universidad de Salamanca.
En términos generales se podría decir que la Escuela Española de Derecho
Natural fue un “colegio visible de pensamiento” que en el siglo xvi se articuló en
torno a las tesis iusnaturalistas del teólogo dominico Francisco de Vitoria, y que
desde el Convento de San Esteban en Salamanca, y desde el de San Pablo en
Valladolid, obligó a repensar la legitimidad del poder en una perspectiva ascen­
dente, es decir, como si Dios no existiera. La fuerza ilocucionaria generada por
los enunciados defendidos por los representantes de la Escuela Española de
Derecho Natural, es decir, su capacidad de hacer hacer y de hacer decir, deriva
de la posición social de sus miembros, pero también de su cohesión como grupo
dotado de poderes materiales y simbólicos. Los dominicos intervinieron funda­
mentalmente en tres frentes: un frente misional vinculado especialmente con la
evangelización de América (la conversión y cuidado espiritual de los naturales y
de la colonia española en el Nuevo Mundo); un frente universitario formado en un
primer momento por teólogos, y más tarde también por canonistas, entre los que
destaca muy especialmente Francisco de Vitoria; y en fin, un frente predominan­
temente pastoral, pero a la vez muy vinculado con el frente universitario, en el que
figuraban Bartolomé de Las Casas, Obispo de Chiapas e infatigable defensor de
los indios, y el Arzobispo de Toledo, Bartolomé Carranza, procesado por la Inqui­
2 Cf. Lynn W
h it e ,
Tecnología m edieval y cam bio social, Buenos Aires, Paidós, 1973.
sición y acusado de luteranísimo, un proceso que sirvió en realidad para decapi­
tar en el Imperio español a esta Escuela, conocida también como Escuela Es­
pañola de la Paz3.
Podríamos por tanto considerar a la Escuela Española de Derecho Natural
como un movimiento predominantemente universitario e intelectual que se carac­
terizó en el siglo xvi por contribuir a abrir, en el interior de la episteme renacentis­
ta, es decir, en la configuración del saber dominante en la Europa cristiana duran­
te los siglos xv y xvi, el nuevo espacio mental de la naturaleza humana natural, del
género humano, o de la humanidad. Esta innovación en el terreno de las ¡deas
suponía una auténtica ruptura respecto al mundo medieval y renacentista y, por
sus implicaciones sociales y políticas, sirvió para caracterizar a la Modernidad
occidental. Pero la Escuela Española del Derecho Natural fue también un movi­
miento práctico de defensa de un derecho para todo el género humano, un mo­
vimiento político que, tanto en España como en América, obligaba a remodelar
las bases del poder y que, por tanto, actuó como un importante factor de cambio
social e institucional.
Los teólogos dominicos de la Escuela Española de Derecho Natural, proce­
dentes en su mayoría de familias de judíos conversos, abrieron con sus plantea­
mientos teológico-políticos una nueva vía de reflexión que venía exigida por el
descubrimiento del Nuevo Mundo y, más concretamente, por los nuevos proble­
mas jurídicos, sociales, políticos y misionales que allí salieron a la luz. El punto de
partida de la revolución mental operada en Salamanca por Francisco de Vitoria y
sus discípulos fue la conquista por los españoles del Nuevo Mundo, pero su prin­
cipal efecto fue, en último término, la remodelación del campo del saber. El iusnaturalismo de los teólogos salmantinos no sólo obligaba a pensar el poder des­
de nuevas bases, sino que acuñaba una nueva concepción de la naturaleza, la
naturaleza natural, sobre la que a su vez se asienta el desencantamiento del
mundo. Se abría por tanto la posibilidad del nacimiento de la ciencia moderna, al
tiempo que se reforzaba el proceso de secularización. Pero además, en el trasfondo de esta ingente mutación en el mundo de las ¡deas, lo que se cuestionaba
era la legitimidad misma de los nuevos grandes imperios ultramarinos modernos,
el Imperio Portugués y el Imperio Español que habían sido amasados apelando a
la guerra santa. Frente a la violencia medieval, precedida por los usos romanos
de conquista recurriendo a las legiones, los dominicos españoles preconizaron
una política de paz cristiana en nombre de una humanidad común que integra en
un sólo y único tronco a toda la variedad del género humano4.
3 Para una presentación más porm enorizada de esta tesis véase Fernando Á lv a r e z -U r Ia ,
“Repensar la Modernidad. Elementos para una genealogía de la subjetividad moderna", en la obra
colectiva coordinada por Eduardo C respo y Carlos S o ld e v il la , La constitución social de la subjetivi­
dad, Madrid, Los libros de la catarata, 2001, págs. 17-44.
4 Se podría plantear la hipótesis de que fue en el momento de form ación de los Im perios de
España y Portugal cuando surgió la defensa de un derecho natural que cuestionaba la legitim idad
misma de esos Imperios. En nombre de un derecho de hum anidad, los dom inicos pretendían sustituir
el poder físico de la guerra y la conquista por el poder simbólico de la paz y la conversión de las almas.
Derecho natural y poder Imperial resultaban así incom patibles. Se produjo por tanto en España y Por­
tugal un acceso agónico a la Modernidad de modo que la m áxim a expresión de M odernidad giró en
torno a la creación y desarrollo de un híbrido entre Modernidad y Tradición: una expresión de esta
combinación entre lo antiguo y lo nuevo es la orden de los jesuítas con su defensa del libero arbitrio
— frente al luteranísmo— y con su moral de situación, el denom inado probabilism o moral.
La desaparición del diablo del mundo
El problema de la ¡ncertldumbre que generaba la existencia del diablo está
directamente ligado al descubrimiento de la naturaleza humana natural, pues en
el interior del mundo medieval el diablo era temido pero no generaba incertidumbre ya que no se podía dudar de su existencia ni de sus constantes asechanzas.
A partir del siglo xvi, la existencia del diablo se convirtió en un asunto que preocüpaba a riumérósós pensadores, pues fue entonces cuando se produjo la tran­
sición del pensamiento llamado mágico-mítico al llamado pensamiento científico,
un pensamiento que no sólo se basaba en la categoría de naturaleza natural, sino
también en otra categoría ligada estrecha m ent e a eíía7 ía_categ o ría de identidad
en virtud de la cual un sej;es necesariamente idéntico a sí mismo. En el pensa!TTÍehTonrrágiccr-rntficór'‘ra realidad” estaba toda eíla atravesada por poderes que
podían intervenir en el mundo y cambiar la apariencia y la realidad de las cosas,
lo que generaba, para los modernos, inestabilidad y dudas. Descartes, por ejem­
plo, que es considerado uno de “los padres fundadores” del pensamiento moder­
no, en el Discurso del método, cuando se refiere al genio maligno, a ese ser que
nos puede fácilmente engañar, se refería en último término al diablo,1a los dem o­
nios, ángeles tan falsarios como poderosos que pueden poner obstáculos para
que los seres humanos lleguen al conocimiento de la verdad. Dicho en otros tér­
minos, si el diablo anda suelto e interviene en el mundo sin, cesar, no se puede
diferenciar lo real d é lo irreal, no se puede saber si lo que se ve es real o no, no
sé puede determinar si eso que parece una ventana por donde entra la luz es en
realidad una ventana o un puro simulacro, una pintura maravillosa realizada por
un gran encantador especializado en atormentar con sus mágicas habilidades a
los seres humanos. Si lo natural y lo sobrenatural están constantemente mezcla­
dos, la naturaleza natural, “la realidad", se verá toda ella atravesada por poderes
que la sobrepasan, por fuerzas ..extraterrenas que hacen inestable lo “real”. La
naturaleza, en este marco, no puede permane.cfíj.es.tablo, no puede mantenerse
Idéntica a sí misma, y por tanto no puede ser objeto de ciencia. En la episteme
~reñacéñfísTa7eri (¡¡"configuración del saber occidental que prevaleció durante los
siglos xv y buena parte del siglo xvi, no existía la posibilidad de elaborar un saber
científico sobre la naturaleza porque todo estaba atravesado por fuerzas
sobrehumanas, sobrenaturales y preternaturales, y esas fuerzas del bien y del
mal, del día y de la noche, de la luz y de las tinieblas, esos poderes mágicos y
míticos, estaban incidiendo continuamente en el mundo, ofuscándolo todo con su
invisible e impredecible presencia.
La desaparición del diablo del mundo terrestre fue un proceso muy importan­
te, y relativamente poco estudiado por los historiadores, que se produjo a medida
que avanzaba el proceso de secularización. El cuestionamlento de los poderes
diabólicos se puso muy pronto de manifiesto en la España de los siglos xvi y xvn,
época de hegemonía del Imperio español. Aunque pueda parecer una paradoja,
en realidad uno de los principales agentes que favoreció la desaparición del diablo en España fue el Santo Oficio, el Tribunal de la Santa Inquisición.
'
ErTLogrono, en 16Í0,"tuvo lugar un proceso inquisitorial de gran trascenden­
cia social en el que fueron acusados de mantener pacto con el demonio varios
miles de encausados. En este proceso contra brujos y brujas, uno de los inquisi­
dores, el más joven de los tres que formaban el tribunal de Logroño, Don Alonso
Salazar y Frías, licenciado en cánones por Salamanca — se formó, por tanto, en
el nuevo espacio mental abierto por la Escuela Española de Derecho Natural— ,
fue uno de los primeros canonistas de la historia de Occidente en afirmar abier­
tamente que no existían brujos ni brujas, que las personas acusadas de practicar
la brujería nó eran tales, y que todo era pura ficción y ofuscación de mentes asus­
tadas. A juicio de Salazar la creencia en las brujas se debía a un proceso de auto­
sugestión provocado por el temor a los implacables castigos que la propia Inqui­
sición imponía a los sospechosos de herejía. ¿Por qué defendía Salazar esta
nueva doctrina que quebraba un largo y cruel ciclo, una vieja tradición eclesiásti­
ca heredada del mundo medieval? El joven inquisidor,del tribunal de Logroño se
dio cuenta de que, si el demonio andaba suelto, si eLdemonio hacía continuos
pactos con brujos y brujas, la Inquisición no podía juzgar porqüe'eíóemonio tenía
poderes superiores a los hómb7es'~y podía por tanto confundirlos con ficciones,
po3ía~eñgañar á los testigos, e incluso a los propios inquisidores, podía crear
constantemente simulacros de modo que resultase imposible distinguir la verdad
deia_ment|ra. Los demonios son los príncipes P e la mentira, disfrutan atormen­
tando a los hombres como muy bien puso de manifiesto el dramaturgo Lope de
Vega que llevó hasta el extremo el poder de simulación de estos ángeles malig­
nos presentando un personaje en una de sus comedias que era un diablo disfra­
zado de inquisidor. Si el diablo se llegase a disfrazar de Gran Inquisidor General
toda la maquinaria inquisitorial se vendría abajo como un castillo de naipes. Por
tanto, la. lib ertad de acción del demonio era incompatible con la certidumbre
humana: nada podía tenerse por cierto, hasta el punto de que las propias pruebas Jurídicas en las que se basaba la Inquisición, y el propio castigo inquisitorial,
dejaban de estar racionalmente justificados, perdían su fundamentación jurídica,
pues, en esas condiciones, resultaba imposible determinar judicialm ente la ver­
dad a partir del ejercicio de la prueba. Si el diablo gozaba Pe plenos poderes, y
ácíGSba a su arBftffoTIalnquisición debería de desaparecer sumida en un mar de
perplejidad. Entre la permanencia de la institución inquisitorial y la creencia en las
continuas asechanzas-deLdiahlo,-la jerarquía de la Inquisición española se veía
obligada"a optar y efectivamente no dudó en hacerlo. Optó por salvar la legitimidad del Santo Tribunal aunque ello supusiese asumir el fuerte có ste P e la domes­
ticación de todos los diablos.
Vemos, por tanto, cómo en un momento histórico determinado, a comienzos
del siglo xvn, fue preciso que doctos varones con elevadas responsabilidades
eclesiásticas en la España de la Contrarreforma optasen entre la existencia del
demonio y la fiabilidad de la prueba. Para que la Inquisición sobreviviese el demo­
nio tenía que desaparecer. De hecho el debate se planteó en Logroño, en relación
con ese importante proceso de 1610, y lo curioso es que la Junta Suprema de la
Inquisición, presidida por el Inquisidor General, en este caso por el Cardenal
Sandoval y Rojas, el protector de Cervantes, y a quien el manco de Lepanto
dedicó la segunda parte de El Quijote, dio la razón a Salazar y lo ascendió a la
Junta Suprema, integrándolo en el organigrama de los más altos funcionarios del
tan temido Tribunal de la fe. Se abría para el joven Salazar una brillante carrera
profesional como inquisidor, pero a la vez se ponía fin en España a los procesos
por brujería casi cien años antes que en Inglaterra y cincuenta años antes que en
Francia. La Inquisición se mantuvo no obstante en España hasta el siglo xix, hasC ^ lm n n o c M n r a tp
S
L.
ta después de la Revolución Francesa, convertida en una especie de institución
anacrónica, obsoleta, incompatible con la Modernidad, aunque no dejaba de ser
un tribunal al servicio de la ortodoxia y de la Corona y, por tanto, destinado al
mantenimiento del orden social.
En consonancia con nuestra hipótesis de una primera Modernidad agónica en
España y en Portugal, nos podríamos preguntar si las condiciones de esta super­
vivencia anacrónica de la Inquisición en ambos países no radica precisamente en
una cierta modernidad de la Inquisición, es decir, en haber expulsado al demonio
del mundo, con anterioridad a la justicia civil, para mantener a salvo la garantía de
las pruebas jurídicas en los tribunales inquisitoriales. Al expulsar al demonio del
mundo, la Inquisición lograba legitimarse como tribunal que se sirve de la validez
de la prueba, pero a la vez favorecía en contrapartida un proceso de seculariza­
ción que a la larga minaría sus propios cimientos. En los siglos xvn y xvm ese pro­
ceso de secularización se intensificó de modo que creció la distancia entre lo
natural y lo sobrenatural, pues ambos mundos dejaron definitivamente de estar
mezclados. J^as.ciencias de lamaturaleza podían, de.este modo, desarrollarse al
quedar garantizada la existencia de un espacio exclusivamente natural y, por tan­
to, idéntico a sí mismo, susceptible de ser sometido a observación y experimentáción pór láTazón natural5.
La encuesta, técnica de observación del mundo social
El inquisidor de Logroño Don Alonso Salazar y Frías, ayudado por otros inqui­
sidores, y sobre todo por el Gran Inquisidor General, consiguió derrotar a Satanás,
junto con sus legiones diabólicas de seguidores, y consiguió derrotar también a
los viejos inquisidores de Logroño que lo consideraban un agente del diablo. Para
esta ardua batalla en dos frentes se sirvió en realidad de una encuesta judicial, es
decir, recurrió a una vieja técnica de extracción de verdad. La verdad proclamada
en el sistema judicial, obtenida mediante una encuesta minuciosa y sistemática
destinada a la obtención de la prueba, no podía quedar al arbitrio de los caprichos
de actuación de los demonios, ni de sus alambicados sistemas de simulación.
Michel Foucault, en La verdad y las formas jurídicas muestra que la inquisitio,
la inquisición, la encuesta, fue una práctica administrativa a la que recurrían los
emperadores carolingios para resolver determinados conflictos. A instancias del
poder político se abría un interrogatorio dirigido a los notables, o a personas con­
sideradas bien informadas, con el fin de encontrar la verdad para solventar un
problema de gobierno. Estos procedimientos de encuesta, de inquisición, escribe
Foucault, (...) se fueron olvidando, sin embargo, durante los siglos x y xi en la
Europa de la alta feudalidad, y habrían quedado definitivamente olvidados si
la Iglesia no se hubiese servido de ellos para la gestión de sus propios bienes6.
En realidad, como señala el propio Foucault, parece haber sido la Iglesia
merovingia y carolingia la que renovó la práctica de la encuesta. Esta práctica de
5 Cf. Fernando Á lv a r e z -U r ía , “El historiador y el inquisidor. Ciencia, brujería y naturaleza en la
génesis de la M odernidad” , Archipiélago, 15, 1993, págs. 43-60.
6 Cf. Michel F o u c a u lt , “ La verdad y las formas jurídicas” , en Estrategias de poder, Obras esen­
ciales, T. II, Barcelona, Paidós, 1999, pág. 215.
extracción de verdad provenía de la visitatio de los obispos, quienes, periódica­
mente, recorrían sus diócesis con el fin de levantar acta de la situación de sus
bienes, tanto materiales como espirituales. La visita implicaba una especie de
indagación general en la que se planteaban cuestiones a las autoridades locales,
a los ancianos, a los párrocos..., sobre los más diversos asuntos de su compe­
tencia. Una encuesta especial se abría cuando un problema de particular impor­
tancia llamaba la atención del obispo, ya fuese una herejía, un delito, el impago
de diezmos, o una práctica anti-religiosa. Este modelo, a la vez judicial y admi­
nistrativo de la encuesta, muy centrado en la vida espiritual (pecados, faltas y
errores cometidos), fue retomado en el siglo xn por el naciente Estado adminis­
trativo carolingio. En el ámbito judicial, la encuesta va a sustituir a la figura del fla­
grante delito para tratar de actualizar y juzgar todos aquellos crímenes en los que
el delincuente no es cogido in fraganti. La encuesta en la Edad Media se convir­
tió en un proceso de gobierno, una técnica de administración, una modalidad de
gestión, un determinado modo de ejercer el poder, en fin, una práctica judicial
para descubrir la verdad. Y, aunque muchos sociólogos en la actualidad lo igno­
ren, la encuesta se introdujo en el derecho a partir de la Iglesia y, en consecuen­
cia, está impregnada de reminiscencias religiosas.
A partir de los siglos xvi y xvn, con el desarrollo de los Estados Administrativos
Modernos, la práctica de la encuesta administrativa conocerá un fuerte auge. Feli­
pe II, por ejemplo, ordenó realizar toda una serie de encuestas administrativas en
todos sus reinos con el fin de conocer los recursos con los que contaba, objetivar
los problemas y “racionalizar” el buen gobierno. Salazar y Frías, por su parte, aplica
en el proceso de Logroño la encuesta inquisitorial, la encuesta judicial, con un gran
rigor7. Pero será sobre todo tras la Revolución francesa, con la reorganización de
los poderes del gobierno económico, cuando se intensifique el uso de esta técnica
de extracción de verdad. La Administración moderna va a crear un nuevo espacio
jurídico-administrativo regentado por funcionarios especializados. El Estado con­
temporáneo va a ser gestionado como una gran empresa en la que periódicamen­
te es preciso'hacer inventarios, realizar balances y planear inversiones. En este
sentido una vez mas el gobierno administrativo eclesiástico va a servir de modelo.
Se podría incluso afirmar que, en este espacio de gestión, la encuesta, en tanto que
instrumento de indagación de la verdad, va a encontrar un rápido acomodo.
Más tarde los sociólogos, siguiendo el camino marcado por la Administración
del 1=SiadO~y'lfó5Fe^6ao por los economistas sociales, harán de la encuesta
sociológica, y de los cuestionarios codificados, un instrumento privilegiado de
observación de determinados ámbitos de la vida social. En el marco del liberalismo
económico la vinculación de la técnica de la encuesta con los intereses del Estado
y sus demandas de información tenderán a privilegiar más una funcionalidad
económica que una funcionalidad administrativa o judicial. Las encuestas estatales
se van a centrar especialmente en la fuente de la riqueza, es decir, en la población.
Así fue como la encuesta, a través del Estado, se hizo encuesta estadística, es decir
se cóñvTrlíÓ en Ja ciencia del Estado que estudia a la vez la cTémográfía y el movi­
miento de la riqueza. La triple raíz religiosa, jurídica y política que hizo posible el
nacimiento y~el desarrollo de la encuesta actual ha prestado a esta técnica de
7 Cf. Gustav H e n in g s e n , El abogado de las brujas, Madrid, Alianza, 1985.
©
Ediciones Morata, S. L.
gobierno de almas al servicio del Estado una especie de poderes mágico-míticos.
El recurso a la cuantificación confiere a esta técnica un marchamo de cientificidad
y de objetividad vinculado a las cifras, al mito de la exactitud de las matemáticas que
nlm caTñieñteñrjn vínculo con la'Verdad que venía reforzado por la tradición judiciaT P eroa estos dos vínculos la tradición liberal va a añadir un tercero: el interés,
la utilidad. A partir de entonces, los primeros encuestadores oficiales, avalados por
lasTñstahcias de poder, se sintieron dotados de poderes taumatúrgicos.
En la Modernidad se rompe el estatuto mágico-mítico del signo que perdió la
carga sagrada que le había conferido el mundo medieval, se disolvió por tanto esa
potencia trascendental, para dejar paso a la transparencia de los signos, ¿l_sisterna de ¡a representación: 'En' el paso de un sistema a otro desempeñó un impor­
tante papel no sólo el descubrimiento del género humano, que surgió en el interior
del sistema tomista, y por tanto es fruto de la escolástica, sino también los siste­
mas de pensamiento antiescolásticos y materialistas inspirados en filósofos de la
Antigüedad clásica y en filósofos árabes y judíos, incluido Averroes. La Escuela de
Salerno y la Escuela de Padua representan bien un espíritu experimentaLen bue­
na medida combatido por la ortodoxia de las órdenes mendicantes. En los siglos
x v i y x v ii surgió también con fuerza el denominado movimiento del libertinaje eru­
dito, estudiado minuciosamente por André Pintard, y más recientemente por Tullio
Gregory. Los escépticos, los libertinos, los ateístas, para quienes no hay sino
nacer y morir, intensificaron el proceso de secularización con su escepticismo eru­
dito y contribuyeron, por tanto, al nacimiento de la ciencia moderna. Entre ambos
mundos, entre la Modernidad, caracterizada por un proceso de secularización, y
el mundo mágico-mítico, que es el mundo de los milagros y de ios pactos con
los demonios, se encuentran determinados fenómenos raros conocidos como los
mirabilia que incluían los eclipses, el fuego de San Telmo o los cometas que ilu­
minan como por encanto la oscuridad de la noche. Para determinar la naturaleza
de estos fenómenos preternaturales que desafiaban el curso habitual de la natu­
raleza, surgieron los físicos de estos hechos excepcionales. Newton fue uno de
estos agudos observadores, pero también Durero que dibujó a la manera natura­
lista un rinoceronte africano, o Ribera cuando pintó a /a mujer barbuda como una
aberración de la naturaleza. Todos ellos, cuando realizaron sus observaciones de
objetos, sujetos, acontecimientos o hechos admirables, se sentían rodeados
de monstruos amenazadores surgidos de las profundidades de un mundo encan­
tado en el que aún había un espacio para lo maravilloso.
Cuando lo natural se separó de lo sobrenatural, cuando los.signos, comen­
zando por el nacimiento de las nuevas categorías 'dé naturaleza natural y de iden­
tidad, pasaron a reenviar a las realidades cotidianas, a las realidades que vemos,
tocamos y palpamos, el pensamiento comenzó a emanciparse de la tutela teoló­
gica. Por lo tanto, cuando decimos, por ejemplo, esto es una mesa, se supone
qué estamos afirmando algo que es posible verificar, algo que es posible com­
probar empíricamente porque el diablo ya no nos puede engañar pues ha dejado
de intervenir en el mundo, de modo que el cielo y la tierra, lo natural y lo sobre­
natural, ya no forman parte de un mismo universo.
jEI descubrimiento del género jiu mano. la desaparición del diablo del mundo,
y, correlativamente, la puesta a punto de la encuestaa partir de lá~cual es posible
arbitrar la prueba jurídica, distinguir lo real de lo imaginario, lo natural d e jo jo b re natural, la violación de la ley del acatamiento de la ley, en fin, establecer todo"un
acopio de datos necesarios para un buen gobierno económico, contribuyeron,
entre otros factores, a romper el estatuto del signo de la episteme renacentista y
a abrir,el espacio de la episteme moderna, a otorgar al signo un estatuto de trans­
parencia en relación con las cosas. Sin embargo, la sociología no surgió en
Españaj n íe ri Portugal, ni tampoco en Italia, países que jugaron un papel impor­
tante en el desencadenamiento de procesos de cambio que hicieron posible el
nacimiento de la ciencia moderna. Para que el nacimiento de la sociología fuese
posible era además preciso que se sumasen otros cambios posteriores, otras
innovaciones sociales, intelectuales e institucionales a las que nos referimos a
continuación, procesos que están vinculados a la vez con la revolución industrial
en Inglaterra y con la revolución política democrática en los Estados Unidos y en
Francia. De ahí el enorme protagonismo que países como Inglaterra y Francia
adquirieron en la formación del pensamiento sociológico.
El nacimiento de la ciencia moderna
La revolución industrial y la revolución política democrática concurrieron a
demoler un viejo sistema social basado en la tradición y en la costumbre y, por
tanto, contribuyeron a disolver los viejos vínculos sociales del Antiguo Régimen.
En este sentido, los primeros sociólogos trataron con sus reflexiones y propues­
tas teóricas de evitar, en un momento de fuertes transformaciones y tensiones
sociales, que la sociedad se deshiciese. Su intento de objetivación científica de
los problemas sociales y políticos podría ser considerado como la otra cara de la
moneda de las producciones de escritores y novelistas que, por la misma época,
levantaban acta de la disolución de las relaciones sociales tradicionales pues,
como ha subrayado Mazlish, la sociología es la otra cara de la novela social de
modo que la lamentación literaria se transforma en un (supuesto) análisis cientí­
fico, en una explicación que ha sido poco explorada, pero que es fundamental8.
Para otros historiadores de las ¡deas fue sobre todo importante la ruptura cul­
tural que se produjo durante la segunda mitad del siglo xvm gracias a la Enciclo­
pedia y al espíritu de la Ilustración, pues Ilustración significa, ante todo, auto­
nomía de la razón, de donde se deriva un nuevo modo “racional" de contemplar a
los seres humanos y la vida social al margen de la metafísica. A la pregunta ¿ Qué
es la Ilustración?, E. Kant respondió afirmando, en 1784, que la Ilustración es lo
que hace salir al hombre de la minoría que debe imputarse a sí mismo. La minoría
consiste en la incapacidad en que se encuentra de servirse de su inteligencia sin
ser dirigido por otro. Debe imputarse a sí mismo esa minoría, puesto que no tie­
ne por objeto la falta de inteligencia, sino la ausencia de la resolución y del valor
necesarios para usar su mente sin ser guiado por otro. Sapere aude, ¡ten el valor
de servirte de tu propia inteligencia! He aquí pues la divisa de la Ilustración9.
8 Cf. Bruce M a z lis h , A N ew Science. The Breakdown o f Connections and the Birth o f Sociology,
Nueva York, Oxford University Press, 1989, pág. 30.
9 Tal sería, por ejemplo, la tesis de Richard K ilminster , The Sociological Revolution. From the
Enlightenm ent to the Global Age, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1998. Sobre el peso de la Ilus­
tración francesa y escocesa y su rechazo de la metafísica ver Alan S w in g ew o o d , A S hort H istory o f
Sociological Thought, Londres, MacMillan, 1991, 2.a ed.
No faltan, en fin, quienes consideran que el desarrollo del pensamiento jurí­
dico a partir del ¡usnaturalismo constituye la base de una nueva percepción de
la sociedad. Los avances relativos al mundo del derecho, a partir del descubri­
miento del derecho natural, permitieron establecer una clara distinción entre las
leyes arbitrarlas y las leyes denominadas inmutables o naturales. Era por tanto
pensable y representable una gramática de las costumbres de los diferentes
pueblos. Montesquleu, inspirándose en la Scienza Nuova de Vico, introducía
así en El espíritu de las leyes la consideración de la diversidad social, el peso
en la formación y caracterización política de las sociedades de factores geográ­
ficos, económicos, sociales, culturales, históricos. Montesquíeu, según Durkhelm, dio a la posteridad el prim er destello de la ciencia social al mostrar que
lasjeyes, losu sos y costumbres de los distintos pueblos, no derivan de la con­
ciencia dél hombre Individual sino, de la naturaleza de la organización política
de las sociedades10. Frente a las teorías del contrato social, que se fundam en­
tan en el derecho natural, Montesquleu pasó de la observación de los hechos a
la definición de tipos Ideales de organización política. Primeramente yo he exa­
minado a los hombres y he creído que esta infinita diversidad de leyes y de cos­
tumbres eran movidas p o r algo más que p o r sus fantasías, escribe en el Prefa­
cio del Espíritu de las leyes. Montesquleu, como señaló Louls Althusser,
supone que es posible aplicar a las materias de la política y de la historia una
categoría newjpniapp.de ley (...) Esta ley no será ya el orden ideal sino una re­
la c ió n inmanente a los fenómenos. No será dada en la intuición de las esencias,
sino deducida de los propios hechos, sin ideas preconcebidas, por la investiga­
ción y comparación a base de tanteos11. Podríamos afirmar que Montesquleu,
viajero infatigable, espíritu Inquieto y buen observador, agudo lector de Maquiavelo y del Padre Mariana, admirador del parlamentarismo inglés, fue uno de los
primeros pensadores que sacó partido del descubrimiento del género humano
y de la desaparición del diablo para fundamentar en el análisis comparado de
las sociedades una nueva ontología política, una especie de teoría de la gravi­
tación social.
Como muy bien mostró Michel Foucault en Las palabras y las cosas, la for­
mación de la episteme moderna dio lugar a saberes claslficatorlos, a ciencias ar­
ticuladas en torno a los principios del. orden y de la medida. La Ilustración y el
espíritu enciclopédico encuentran por tanto su ubicación en el Interior de esta for­
ma de organización del saber eminentemente jerarquizada. En este sentido no
parece conveniente aceptar sin más que la sociología es exclusivamente un pro­
ducto de la Ilustración, pues tanto la Ilustración francesa como la escocesa fue-
10 Sobre el influjo de Vico en Montesquieu, que suele ser silenciado, véase el incisivo análisis de
Donald R. K e l ie y , The H um an M easure. Social Thought in the W estern Legal Tradltion, Harvard, Har­
vard University Press, 1990. La contribución de M ontesquieu a la constitución de la ciencia social fue
subrayada por Émile D urkheim en su “tesis latina" de 1892. Véase Émile D u r k h e im , M ontesquieu y
R ousseau precursores de la sociología, Madrid, Miño y Dávila, 2001. Véase tam bién el interesante
estudio de Jean S t a r o b in s k i , M ontesquieu, México, FCE, 2000, en donde se incluye el program a de
lecturas del barón.
11 Cf. Louis A lt h u s s e r , M ontesquieu: la política y la historia, Barcelona, Ariel, 1.974, págs. 37-38.
El análisis de A lthusser es interesante pues m uestra la imposibilidad de fundar la sociología en las
teorías contractualistas. No com partim os sin em bargo su apreciación de que Montesquieu ofrece una
obra sin precedentes.
ron el resultado de Importantes cambios sociales e intelectuales que confirieron
un impulso decisivo a un desarrollo científico en el que predominaban las taxo­
nomías y en el que aún no había irrumpido con fuerza la historia.
Las explicaciones sobre la ruptura epistemológica que abre la vía al pensa­
miento contemporáneo en el que se forma la sociología resultan en muchas oca­
siones complementarias, y a veces también contradictorias, pues el problema
estriba en objetivar las mediaciones existentes entre las condiciones sociales,.
políticas, y culturales, y la formación específica de los propios códigos sociológi­
cos. Sin duda una de esas mediaciones fue el importante desarrollo que cono­
cieron las ciencias matemáticas, físicas y naturales en Francia entre la Revolu­
ción y la caída de Napoleón. Con anterioridad, jugaron un papel importante en la
formación de un humanismo cívico y de un espíritu ¡lustrado los salones literarios
regentados por damas en los que se desarrolló el arte de la conversación y el
Intercambio vivo de conocimientos12.
Condorcet, que al igual que Montesquieu era noble y frecuentó los salones
literarios con anterioridad a la revolución, fue miembro del Comité para la Instruc­
ción Pública y director del Diario de instrucción social. Condorcet fue sin duda uno
de los principales promotores de la creación de instituciones educativas indepen­
dientes de las instituciones de la Iglesia. A lo largo de 1790 y 1791, en una colec­
ción periódica titulada Biblioteca del hombre público, dio a la luz cuatro Memorias
en las que argumentaba por qué la instrucción debe de ser la misma para las
mujeres y los hombres, y en las que defendía la coeducación. Condorcet fue tam ­
bién el principal redactor del Informe sobre la organización general de la instruc­
ción pública presentado a la Asamblea Nacional Legislativa el 20 y el 21 de abril
de 1792 por el Comité de Instrucción Pública. En este Informe se proponía insti­
tuir una Sociedad Nacional de las Ciencias y de las Artes dividida en cuatro cla­
ses: la primera comprendía todas las ciencias matemáticas; la segunda las cien­
cias morales y políticas; la tercera estaría dedicada a la aplicación de ¡as ciencias
matemáticas y físicas a las artes; en fin, la cuarta clase debería comprender la
gramática, las letras, las artes recreativas y la erudición. Esta Sociedad encarga­
da de vigilar la instrucción nacional, de ocuparse de los progresos de la filosofía
y de las artes en nombre de la potencia pública debe estar únicamente com­
puesta de sabios, es decir, de hombres que han abrazado una ciencia en toda su
extensión y que han penetrado en toda la profundidad con la que se han enrique­
cido sus descubrimientos.
El Comité presidido por Condorcet estaba muy preocupado por garantizar la
independencia de los científicos, es decir, por mantener esta Sociedad alejada de
las pasiones políticas, por lo que propuso que se organizase con autonomía res­
pecto al poder político, a modo de una corporación en la que sus miembros se eli­
giesen a sí mismos a partir de una lista pública de candidatos. El desarrollo de las
ciencias implicaba, a su juicio, la defensa a ultranza de la objetividad científica13.
La potenciación de los saberes científicos al servicio de la sociedad democrática
no era ajena, por tanto, a la necesidad práctica de estudiar científicamente la
sociedad para conseguir una mayor profundización democrática.
12 Sobre el papel civilizador de los salones literarios en la Francia de los siglos xvu y xvm véase
el estudio de Benedetta C ra v e r i , La cultura de la conversación, Madrid, Slruela, 2003.
13 C f. C o n d o r c et , Escritos pedagógicos, Madrid, Espasa Calpe, 1922, págs. 1 70 y ss.
La Revolución francesa supuso un fuerte impulso para el desarrollo de las
ciencias físicas y naturales, de modo que París, a comienzos del siglo xix, se
convirtió posiblemente en el centro del mundo científico. Francia, como observa
Johan Heilbrow, estaba a la cabeza de Europa en las ciencias matemáticas, fí­
sicas, médicas, y muy posiblemente también en las ciencias químicas y natura­
le s 14. La democracia política implicaba la democratización del conocimiento en
instituciones democráticas destinadas a la transmisión y profundización de los
saberes. En el marco de la diversidad de los saberes, las matemáticas consti­
tuían un lenguaje universal que unía a todo el género humano con la naturaleza
y con la sociedad, pero era también un lenguaje de difícil acceso que se convir­
tió en un signo de identidad de los nuevos científicos formados en las institucio­
nes del saber surgidas a la sombra de la Revolución. En 1790 la Asamblea
Nacional francesa ya había discutido sobre el papel de las Academias y su reor­
ganización. La disolución de las viejas Academias y de las Sociedades literarias
tuvo lugar en 1793. Al año siguiente, en 1794, se crearon dos importantes insti­
tuciones de enseñanza que tuvieron un papel muy activo en el desarrollo apli­
cado de las ciencias, y en la formación de intelectuales y científicos: la Escuela
Politécnica y la Escuela Norm al Superior. En 1795 se creó el Instituto de Fran­
cia, a partir del modelo de la Sociedad Nacional de las Ciencias y de las Artes,
en el que ahora convivían agrupadas en tres clases, en vez de en cuatro, los
mismos saberes objetivados por C ondorcet15. Es importante tener presente
esta coexistencia de saberes en una misma institución, así como su dimensión
práctica, social, pues en buena medida la naciente sociología fue el fruto de una
hibridación de diversos saberes científicos al servicio de la sociedad, al servicio
de todos sus miembros y no sólo de los grupos hegemónicos. Por otra parte,
conviene asimismo tener presente el impulso que recibieron las ciencias desde
las instancias del nuevo poder político, pues la proximidad de los científicos al
poder no sólo otorgaba un nuevo poder a los científicos — muchos de ellos fue­
ron nombrados ministros o desempeñaron elevados cargos políticos— sino que
confería también una dimensión pública, una dimensión funcional y política, a
los saberes científicos. J.-M. De Fourcroy, a finales de 1793, en un Informe y
proyecto de decreto sobre la enseñanza libre de las ciencias y de las artes,
señalaba que la nación tiene necesidad de ingenieros civiles para la construc­
ción de sus calzadas, puentes y canales; de ingenieros militares para la defen­
sa de sus plazas fuertes; de artilleros, para ser temida p o r sus enemigos; de
marinos para que florezca su comercio y sea respetada su enseña tricolor; tie­
ne necesidad de astrónomos, mecánicos, y geómetras para guiar a sus marinos
en las rutas de navegación, para aum entar y perfeccionar sus manufacturas de
todo tipo; para sacar partido de los fenómenos y de las propias fuerzas de la
naturaleza... La nación necesita médicos y cirujanos para calm ar el dolor de los
hombres que sufren, y reducir los males de las guerras y de las epidemias...;
necesita botánicos, expertos en mineralogía, físicos, zoólogos, químicos, para
conocer las producciones naturales de sus suelos, de las colonias, y sacarles
14 Cf. Johan H e ilb r o w , The R ise o f S ocial Theory, M inneapolis, University o f M innesota Press,
1995, pág. 131. Esta socióloga norteam ericana trató de estudiar en este importante trabajo el paso de
la teoría social a la ciencia social.
15 Cf. Johan H e il b r o w , The Rise o f S ocial Theory, op. c., pág. 126.
mayor partido... Todos estos conocimientos inmediatamente útiles a un gran
pueblo, que ya los ha desarrollado mucho más que el resto de las naciones de
Europa, no deben ser en absoluto minusvalorados en la más bella de las Repú­
blicas16. Las ciencias al servicio de la República no fueron, por tanto, ajenas a
la formación de una ciencia de la República destinada a señalar la vía para el
funcionamiento del buen gobierno.
En Inglaterra, en donde existía ya la RoyaI S ocietye n la que se inspira Condorcet, la dimensión práctica de los conocimientos científicos se pone claramen­
te de manifiesto con las invenciones que dieron impulso a la revolución industrial,
entre las que destacan la invención de la máquina de vapor y la de la máquina de
tejer17. En Francia el importante papel conferido a los ingenieros de minas y a los
ingenieros de caminos, canales y puertos se incrementó también en este momen­
to histórico. La necesidad de defender los principios revolucionarios mediante la
guerra contra las potencias absolutistas generó nuevos usos de la física, la quí­
mica, la cirugía, la medicina y otras ciencias cuya expansión estaba ligada a fines mi­
litares. El objetivo no era únicamente conocer por conocer, descubrir los secretos
de la naturaleza, luchar contra el oscurantismo, el charlatanismo, la ignorancia y
las supersticiones religiosas, sino que una de las finalidades centrales de pensa­
dores y científicos al servicio de la democracia era que los saberes científicos fue­
sen instrumentos útiles para el desarrollo de la nación, y para la defensa de unas
libertades tan trabajosamente conquistadas.
Isaac Newton había formulado en el siglo xvm la ley de la gravitación univer­
sal. En virtud de esa ley todo lo terrenal, desde los minerales y vegetales hasta el
hombre, quedaba sometido a las leyes físicas de la atracción. Fuerzas ocultas,
que pueden ser objetivadas, rigen las relaciones entre los cuerpos y hacen posi­
ble el funcionamiento de nuestro mundo. Leyes físicas, formulables en términos
matemáticos, conforman la materialidad de nuestra existencia. En cierto modo la
sociología fue, en sus comienzos, fruto de un intento de transferir las leyes físicas
ai mundo social. Newton, por ejemplo, con su descubrimiento de la ley de la gra­
vitación universal va a sentar las bases de un sistema globalizado, y abre la vía a
una nueva física. Este nuevo modelo físico va a ser generalizado a la vida social
y se sientan así los pilares del nuevo saber denominado física social. Sin embar­
go esta transferencia de una física a otra no se operó de forma mecánica. .sino
fundamentalmente a través de dos nuevos saberes: la matemática social y la
medicina social. .
La física social, tanto en su vertiente estática como dinámica, no hubiese sido
posible sin la matemática social de Condorcet y de Laplace, y sin la anatomía y
la fisiología humanas de Bichat. La naciente sociología se asienta por tanto en la
matemática social, en la biología, en la medicina, y en la física, en un momento
16 Citado en Nicole y Je an D h o m b r e s , Naissance d ’un nouveau pouvoir: Sciences e t savants en
France (1793-1824), París, Ed. Payot, 1989, págs. 47-48.
' 7 Según sostiene W. W. Rostow, las prim eras instituciones científicas se fundaron en el siglo xvi
en Italia y España, de modo que la revolución científica fue un hecho europeo y no un fenómeno
exclusivamente británico contra lo que sostuvo Robert Merton en una conocida m onografía. Lo que
fue característico de Inglaterra fue la instalación de tecnologías revolucionarias en e l tejido del
algodón. Véase W. W. R o sto w , H ow it Alt Began. Origins o fth e Modern Economy, Londres, Methen,
1975, págs.147, 167 y 220.
en el que justamente la frenología pretendía determinar las cualidades morales
de los sujetos a partir de la observación de sus protuberancias craneanas, es de­
cir, cuando el materialismo vulgar era presentado como la llave de los misterios
del universo. ¿Cómo se independizó la sociología del espacio social de la bio­
logía,, de la medicina, y de la física? Todo parece indicar que los conceptos de
organismo y organización jugaron en este sentido un papel fundamental. SaintSimon, por ejemplo, no quería renunciar a la concepción newtoniana del mundo,
' n i'á l sistema de Laplace, un sistema que imponía una concepción analítica,
mecánica y estática de la naturaleza. En sus Cartas de un habitante de Ginebra
a sus contemporáneos (1802) escribe: (...) somos cuerpos organizados. El p ro ­
yecto que os presento lo he concebido considerando nuestras relaciones sociales
como fenómenos fisiológicos, y justamente, a partir de consideraciones extraídas
del sistema que empleo para ligar los hechos fisiológicos, es como pienso demos­
trar la bondad del proyecto que os presento. Como señaló Frick, este paso del
orden mecánico al orden fisiológico, de lo inerte a lo orgánico, permite plantear el
problema de la organización, y por tanto el de las fuerzas organizadoras y desor­
ganizadoras, en un espacio que puede ser objeto de una investigación positiva.
De ahí la especificidad que reclama para sí la sociología. Saint-Simon escribe, en
el texto antes citado, que los fisiologistas tienen que expulsar de su sociedad a los
filósofos, a los moralistas, a los metafísicos, del mismo modo que hicieron los quí­
micos con los alquim istas18.
En la última década del siglo xvm se pusieron también en marcha en Francia
nuevas instituciones, además de las ya citadas, y, entre ellas la Sociedad de His­
toria Natural y el Museo de Historia Natural que englobaba el Jardín Zoológico y
el Jardín Botánico que habían sido creados bajo la Monarquía Absoluta. Entre
los profesores del Museo se encontraban Georges Cuvier y Jean-Baptlste
Lamarck. El primero desarrolló la anatomía comparada que suponía el abando­
no de las descripciones y clasificaciones propias de la episteme moderna basa­
das en rasgos externos, por otras basadas en los sistemas internos de funcio­
namiento de los seres vivos, en su organización funcional. De nuevo nos
encontramos aquí con que el concepto de organización, un concepto que adqui­
rió fuertes connotaciones políticas durante la Revolución, juega un papel catali­
zador. Organización, desorganización, reorganización fueron conceptos centra­
les de la naciente sociología, conceptos dinámicos, pues Lamarck introdujo una
concepción dinámica del desarrollo: las especies no son uñícfádéé fijas, sino que
cambian a jó largo del tiempo. En realidad, como mostró Michel Foucault en el
curso impartido en el Colegio de Francia en 1977-1978 sobre Seguridad, territo­
rio, población, fue el concepto de especie humana, construido a partir del con­
cepto de género humano, pero vinculado ya con el reino natural, lo que permitió
insertar a los seres humanos en el marco conceptual de la biología y, por tanto,
en el organicismo médico-biológico. Así fue también cómo surgió el biopoder
que alcanzó un nuevo umbral de desáfróiro~aírávésderdarwin¡smó social y dé
la guerra de razas. Al introducir en el estudio de las ciencias de ja naturaleza la
temporalidad, es décirTTos procesos y el cambió, se contribuyó también, por
18 C f. Jean-Paul F r ic k , “Les détours de la problém atique sociologique de Saint-Sim on”, Revue
française de sociologie, X X IV ,1983, pàgs. 183-202.
medio de la aceleración histórica generada p o d a Revolución, a una historización del mundo so cial19.
Por otra parte, la aritmética moral y política inglesa, uno de cuyos represen­
tantes fue el médico William Petty, introduce al estudio de la demografía, al es­
tudio empírico de la población y, al mismo tiempo y en íntima relación con la
observación demográfica, se desarrolla el estudio de las finanzas públicas, ge
configura así el campo económico-administrativo que tiene como ejes principales
a la población y a la contabilidad. En realidad, esta aritmética moral, que es desa­
rrollada también en Francia por Buffon, conecta con la técnica de la encuesta que
la Iglesia había ¡do perfeccionando desde la Edad Media. Sin embargo la gran
innovación consiste en que la nueva ciencia administrativa se articula ahora en
torno a un nuevo concepto, que se suma al concepto de organización, es decir, el
concepto de población que adquirió un gran relieve al elaborar Adam Smith, y con
él los representantes de la economía política, una teoría del valor que se funda
en el trabajo, en tanto que fuente principal de la riqueza. La población laboral,
convertida en fuente de la riqueza, pasó así a ser objeto de observación, de con­
tabilidad mediante la elaboración y aplicación de censos, pero también fue obje­
to de cuidados médicos y de observación policial pues era preciso favorecer la
natalidádrevitar la mortalidad, luchar contra las enfermedades y contra la crimi­
nalidad en la medida en que el trabajo y, por tanto, la población trabajadora, cons­
tituyen la fuente de donde mana la riqueza de las naciones. La medicina social y
la policía, entendidas ambas como ciencias encargadas de la salud pública, del
orden social, se erigieron en saberes especializados en todos los problemas rela­
tivos a la población, desde nacimientos, muertes y epidemias, hasta la llegada de
extranjeros, fondas, hoteles, casas de lenocinio, pobres, vagabundos, espías al
servicio de naciones enemigas, extensión de enfermedades contagiosas y otros
asuntos de interés público. Estos saberes centrados en el espacio público juga­
ron un papel complementario al de la matemática social desarrollada por Condorcet.
El descubrimiento de la sociedad
La formación de un saber sobre la sociedad no solo exigía un cambio en el
régimen del saber, era también necesario que el sistema social estamental del
Antiguo Régimen fuese puesto en entredicho, pues, en el interior de las socieda­
des estamentales, las barreras sociales operaban como compartimentos estan­
cos, mundos distantes, separados, que no podían ser objeto de una mirada
común. EJ_conocimiento de ia sociedad fue posible, entre otras cosas, porque la
sociedad? liberada de la espada y la cruz, es decir, de los poderes que durante
siglos la subyugaron, pasó a autoinstituirse a sí misma. La soberanía de los
pobres de la que habla Aristóteles, la democracia? devolvía a la sociedad unos
19 Cf. Johan H e ilb r o w , The Rise o í S ocial Theory, op. cit., pág. 1 39. La sociología histórica no
es por tanto una rama del frondoso árbol de la sociología, es la ciencia social misma, hasta el punto
de que Augusto Comte describe el método histórico com o el método específico de la sociología. El
papel central que Com te confiere a la historia ha sido subrayado por Alan S w in g e w o o d , A S hort History o f S ociological Thought, op. cit., pág. 45.
poderes que secularmente le habían sido negados. La sociedad de la que va a
ocuparse la sociología se e n ra íz a e n ja voluntad popular, en la soberanía y en el
poder de la nación. Sociología y democracia surgieron y se desarrollaron en un
proceso de .relación recíproca, de tal modo que se puede decir que la sociología
rig fue posible ni pensable sin la existencia de la democracia en tanto que" marco
social y político. Alexis de Tocqueville observó, con la agudeza que lo caracteriza,
que la Revolución no supuso únicamente un cambio de gobierno, sino que fue
ante todo un cambio de sociedad.
La democracia era incompatible con las sociedades autoritarias y jerarquiza­
das del absolutismo reglo. Sin embargo los valores democráticos crecieron en el
interior de las sociedades absolutistas y se nutrieron de sus contradicciones. La
base para el cuestionamiento del poder absoluto y, en general, el debate sobre la
naturaleza misma del poder se formaron y se desarrollaron a partir del iusnaturalismo. Recordemos la cuestión: ¿si todos los seres humanos nacemos libres e
iguales por qué unos seres humanos ejercen poderes omnímodos sobre otros?,
¿cuál es la fuente del poder?, ¿cómo se legitima el ejercicio del poder? Sin em­
bargo, el concepto de democracia no surgió únicamente a partir de un debate de
¡deas, ni tampoco como una idea meramente abstracta. Las logias masónicas, las
sociedades filosóficas, las academias científicas, las sociedades secretas fueron
espacios de gestación y de fermentación de nuevas ideas, prácticas, y valores
democráticos. Como señaló Ram Haleví, de un lado estaba la Ilustración, del otro
un mundo oculto en el que se estaba produciendo una fermentación de nuevas
ideas a partir de nuevas prácticas de asociación y de cooperación20. La Revolu­
ción francesa estuvo precedida de una gran efervescencia social que tuvo lugar
en la clandestinidad, en el mundo opaco de las asociaciones secretas y de las
logias masónicas. En ese mundo subterráneo, clandestino, vinculado a formas
inéditas de sociabilidad, surgió una cultura política alternativa a las cortes aris­
tocráticas en donde se movía con soltura la nobleza cortesana. Elecciones libres,
asambleas, debates, libertad de pensamiento y libertad de expresión, igualdad
entre los sexos, estas prácticas de las sociedades secretas suponían una conde­
na del oscurantismo y del fanatismo, y correlativamente la reivindicación de los
derechos humanos y de la soberanía popular. No es extraño que todos estos ras­
gos, que anticipan la futura sociedad democrática, convirtiesen a los miembros
de las logias en sujetos peligrosos para el viejo orden. Un informe de la policía
real los describía como enemigos del orden que tratan de debilitar en las mentes
del pueblo los principios de religión y de subordinación a los Poderes estableci­
dos por Dios2\ Para estas sociedades, ligadas predominantemente al mundo
urbano y comercial en las que se agrupaban los enemigos del orden, los valores
de la fraternidad y la Igualdad eran valores fundamentales. La Revolución france­
sa va a trastocar la configuración social hasta entonces existente, ya que, frente
20 Cf. Ran H a l é v i , Les loges m açonniques dans la France d'A ncien Régime, Paris, Armand
Colin, 1984, pàg.103. Sobre las sociedades secretas filosóficas y la Ilustración véase el estudio de
Miguel B en it e z , La face caché des Lumières. R echerches s u r les m anuscrits philosophiques clandes­
tins de lA g e Classique, Oxford, V oltaire Foundation, 1996, págs. 191-198.
21 Cf. Margaret C. J a c o b , Living the Enlightenment. Freem asonry and Politics in E ighteenth-C en­
tury Europe, Oxford, Oxford University Press, 1991, pág. 6. Jacob sostiene que las logias masónicas
fueron la escuela en la que se form ó el gobierno constitucional en Francia.
a la nobleza y el clero consideradas “manos muertas”, grupos Improductivos, la
burguesía va a jugar un papel muy activo, y va a alcanzar, apoyada por el pueblo
llano, el poder político. Surge así de estas sociedades horizontales y secretas, de
estas sociedades ocultas, el fermento activo de un orden social distinto al del
Antiguo Régimen. Lo que se promueve desde las logias, en la sombra, es una
nueva representación de la sociedad, una sociedad de iguales, una sociedad
transparente, horizontal y fraterna, en la que los privilegios basados en la sa n g re .
y en el linaje deberían quedar definitivamente abolidos.
„La-legitimidad del poder dejó entonces de provenir de Dios, como sucedía en
la Edad Media y en el Antiguo Régimen, para fundarse en la voluntad general,
en el pacto social, un pacto que reposa en la libre voluntad de los ciudadanos' '
una representación de la vida social y política que y a no estaba vinculada tanto a la
divinidad cuanto a la razón; la nueva imagen de la sociedad de iguales había sido
puesta a punto por los ¡lustrados, y especialmente por los trabajos de J. J. Rous­
seau, pero era precisa la fuerza de la revolución, la materialización misma de la
protesta popular, para ponerla en marcha. De este modo, por vez primera en
la historia de Occidente la sociedad se percibió a sí misma a partir del prisma de la
voluntad general y no de los designios del Altísimo. Los cambios que„se produje­
ron en el siglo x v iii , y que culminaron en la DeclaraciSrfde Independencia de los
Estados Unidos, y en la Revolución francesa, permitieron la formación de una
nueva reorganización social y correlativamente la formación de una nueva cate­
goría de conocimiento, la categoría de sociedad.
A partir de entonces, ya era posible y pensable reflexionar sobre esta “reali­
dad”, era posible la formación de un nuevo saber que no fuese un mero saber
teológico ni metafísico, sino un nuevo saber “científico": la física social. Lajsociología pudo así iniciar su andadura como un saber reflexivo cuya finalidad con­
sistía en desentrañar las fuerzas subterráneas que están ocultas y que están inci­
diendo en “la fisiología de la sociedad”. Su ámbito de estudio pasó a ser el campo
de las fuerzas sociales, de las desigualdades y los conflictos sociales, pera.tam­
bién era un saber que tenía que analizar sus propios instrumentos de trabajo, los
conceptos, categorías y modelos de análisis de ios que se servía a modo de ins­
trumentos de observación para pensar la propia organización social.
Se podría afirmar que1a"cónvergeñcia de la Ilustración y de ios principios
democráticos encuentra en Francia su expresión más acabada con la abolición
de los derechos feudales que tuvo lugar el 4 de agosto de 1789. En ese mismo
mes la Asamblea Nacional Constituyente proclama la Declaración de los dere­
chos del hombre y del ciudadano (26 de agosto de 1789), en la que se condensa
el código de la teoría revolucionaria, pues, como señaló Barére, una vez que los
hombres conocen sus derechos ya no pueden seguir viviendo como antes. Los de­
rechos del hombre reinarán sobre la tierra como las leyes de la naturaleza rigen
el universo22.
La Declaración de los derechos del hombre supuso un antes y un después en
la dinámica de la Revolución francesa, ya que la revolución no triunfó tanto con la
toma de la Bastilla, y menos aún con la decapitación de Luis XVI, cuanto con
22 Cf. Bernard G ro e th u y s e n , Philosophie de la Révolution française, París, Gallim ard, 1956,
págs. 216-235.
la declaración de una ciudadanía universal de la que paradójicamente las muje­
res quedaron excluidas23. Las sociedades secretas, regidas por la práctica efec­
tiva de los derechos humanos, contribuyeron a abrir para las sociedades un espa­
cio nuevo de libertad de pensamiento y de actuación, el nuevo espacio de la
historia. Los cambios sociales e institucionales ya no sólo eran posibles sino que
se hacían realidad: existen unas sociedades que son más justas y más humanas
que otras; los súbditos pueden llegar a convertirse en ciudadanos; el futuro de las
sociedades esta abierto al cambio social. La clase que lucha, que está sometida,
es el sujeto mismo del conocimiento histórico, escribe Walter Benjamín en sus
Tesis de filosofía de la historia. A lo que añade: La consciencia de estar haciendo
saltar el continuum de la historia es peculiar de las clases revolucionarias en
el momento de su acción. La Gran Revolución introdujo un calendario nuevo. El
día con el que comienza un calendario cumple oficio de acelerador histórico del
tiempo24.
Las sociedades patrióticas, los clubes, los panfletos, la lectura pública de
periódicos, las caricaturas e ilustraciones gráficas, las sátiras, las asambleas y
centros de debate (desde las tabernas y los cabarets hasta la propia Asamblea
Nacional), las fiestas revolucionarias constituyeron la expresión de una sociedad
viva, una sociedad que se había hecho más autónoma y soberana, en la que el
paso de lo antiguo a lo nuevo requería una reorganización en función de los inte­
reses colectivos. Los gremios, qué habían servido de "base para la organización
del trabajo durante el Antiguo Régimen quedaron definitivamente abolidos por la
Ley de Le Chapelier del 14 de junio de 1791. Las viejas corporaciones fueron sus­
tituidas por lo que un historiador denominó, recurriendo al lenguaje de la física de
Newton, tan en boga en esta época, una política de atracción ciudadana25.
La reorganización de la sociedad y la cuestión social
Charles Dickens, en Historia de dos ciudades, describe con maestría el tétri­
co panorama del faubourg Saint Antoine de París, cuando se preparaba el gran
estallido social que abrió nuevos cauces a la sociedad: Tiritando en todas las
esquinas, entrando y saliendo por todas las puertas, asomando a todas las ven­
tanas, temblando bajo toda suerte de harapos que agitaba el viento, veíanse las
muestras vivas de un pueblo que había sido prensado y triturado una y mil veces
entre las piedras del molino, y no precisamente el legendario molino que transfor­
ma a los viejos en jóvenes llenos de vida, sino, bien al contrario, el que hace vie­
jo s a los jóvenes. Los niños tenían cara de ancianos y hablaban con voz grave y
triste. Y en todos ellos, en los semblantes adultos, labrado en los mas hondos sur­
cos de la edad y aflorando con tenaz reiteración destacaba ese signo: el Hambre.
Reinaba en todas partes. Hambre desbordando de las altas casas, agarrada a la
23 O lim pia de G o u g es redactó entonces la prim era Declaración de los Derechos de la M ujer que
desencadenó vivos debates. Los clubes de mujeres fueron muy activos entre 1792 y 1793. Condorcet fue uno de los pocos en defender el derecho de las mujeres a la igualdad social y política.
24 Cf. W alter B e n ja m ín , Tesis de filosofía de la historia, Barcelona, Etcétera, 2001, pág. 16.
25 Cf. Antonio V ila d e m u n t , “La Revolución Francesa”, Madrid, Cuadernos de Historia 16, 1995,
pág. 28.
mísera ropa tendida en cuerdas y palos; hambre pregonada por los mil parches y
remiendos que parecían querer taparla donde quiera, hechos de paja, trapos,
madera, papel; hambre repetida en cada trozo de la escasa provisión de leña que
serraba el aserrador, en la mirada atónita de las chimeneas sin humo, levantada
en tolvaneras del sucio arroyo, que entre sus basuras no ofrecía restos de nada
mínimamente comestible. Hambre era la inscripción que se leía en los anaqueles
del panadero, escrita en cada panecillo de su mísero surtido de pan detestable;
en la salchichería, en cada embutido de perro muerto puesto a la venta. Hambre
que hacía sonar sus resecos huesos entre las castañas que daban vuelta en el
asador. Hambre desmenuzada en átomos en cada escuálida ración de patatas
fritas con unas cicateras gotas de aceite.
El hambre había sentado sus reales en todo lo que con ella hacía juego. De
una estrecha y tortuosa callejuela, llena de las peores inmundicias y de los más
insoportables hedores, salían otros callejones no menos tortuosos y estrechos,
poblados todos de andrajos y gorros de dormir, y todos con tufo a gorro de dormir
y andrajos, y todas las cosas visibles presentaban un ceño como si en ellas se
estuviera incubando Dios sabe qué morbo. Sin embargo, en la expresión huraña
de aquella gente acosada por la penuria, había como una feroz intuición de la
posibilidad de rebelarse y de luchar.
La Revolución francesa, fruto en buena medida de siglos de hambre y servi­
dumbre, contribuyó a hacer efectivo el poder popular, el poder de los pobres, y
contribuyó a crear las condiciones para la formación de la categoría de sociedad.
El faubourg Saint Antoine estuvo en el epicentro de la Revolución. Desde enton­
ces la democracia dejó de ser tan sólo un problema teórico y abstracto, una cues­
tión tradicionalmente abordada en la historia del pensamiento político y vinculada
a la diversidad de las formas de gobierno, para pasar a ser, sobre todo, en una
situación inmediata y urgente, un problema a la vez teórico y práctico: ¿Cómo
restituir al pueblo unos derechos que le habían sido usurpados durante siglos?
¿Cómo promover la felicidad pública? ¿Cuáles son las condiciones sociales e ins­
titucionales que hacen que la democracia sea efectiva? ¿Cómo puede el cuerpo
social formado por ciudadanos asumir su propia gestión? El problema de la reor­
ganización de la sociedad, el problema del orden y del funcionamiento democrá­
tico, de cómo se debe ejercer el poder en la sociedad se convirtieron en cuestio­
nes de vital importancia para la naciente sociedad, cuestiones que requerían
respuestas meditadas.
El historiador Maurice Genty analizó con minuciosidad los avatares de la
construcción de la democracia en los distritos parisinos entre julio de 1789 y junio
de 1790. En su análisis se pone bien de manifiesto la hostilidad del pueblo de
París a los cuerpos intermedios y a la delegación de poder, pues, como señalaba
Brissot, en un texto del 15 de octubre de 1789, los pueblos libres, cuando depo­
sitan sus poderes en las manos de sus representantes, ya no saben hacer otra
cosa que obedecer. La influencia del Contrato Social de J.-J. Rousseau se pone
de manifiesto en los textos oficiales de la Comuna parisina. Jean-Jacques Rous­
seau consideraba que la delegación de poder constituía la negación de la demo­
cracia, pero a la vez era consciente de las dificultades que entrañaba la de­
mocracia directa en un gran Estado. En esta misma situación ambivalente se
encontraban los revolucionarlos de los distintos distritos parisinos. En el Bando
de la Comuna del 16 de marzo de 1790 se afirmaba que el poder municipal per­
tenece, sin duda, a la Comuna, es decir, a todos los ciudadanos considerados
colectivamente. Si fuese posible que ellos mismos lo ejerciesen colectivamente
nadie se lo podría im pedir puesto que es un poder de su propiedad26. De hecho,
París se dividió en sesenta distritos que gozaban de cierta autonomía, cuya auto­
ridad radicaba en las asambleas, pero pronto en cada uno de ellos se establecie­
ron Comités ejecutivos. La unión de todos los distritos constituía la Comuna en
donde existía un poder municipal. ¿Qué es la Municipalidad? se preguntaba el
citado Bando, para responder inmediatamente: No es un poder extrínseco a la
Comuna, ni un poder superior a la Comuna. Es el ejercicio delegado de una p a r­
te de sus poderes de modo que todo lo que las Secciones colectivamente quieren
y pueden ejecutar por s í mismas es de su competencia y pertenece en exclusiva
a la Municipalidad. Genty subraya que los revolucionarios parisinos, paradójica­
mente, legitimaban la innovación de sus prácticas democráticas remontándose a
un pasado idealizado, pero en realidad estaban próximos a los planteamientos de
Rousseau, quien en el Contrato Social señalaba que los diputados del pueblo no
son por tanto ni pueden ser sus representantes; únicamente son sus comisiona­
dos; no pueden adoptar decisiones definitivamente.
Esta concepción radical de la democracia directa, entendida como el ejerci­
cio real y permanente de la soberanía'popular, rio fue asumida por la Asamblea
Constituyente que, en lugar de mandatarios revocables, reclamó la representa­
c ió n 'd e los de/ec/ados. La cuestión de la democracia, el modo de ejercerla, los
debates en torno a la legitimidad de la representación basada en la delegación
de poder, dividieron a los agentes de la Revolución en moderados y radicales.
Los radicales, encabezados por el club Cordelier, impulsaron las asambleas y
las'sociedades patrióticas, pusieron de manifiesto su concepción de la dem o­
cracia en las jornadas de agosto de 1792 cuando se produjo el asalto del Pala­
cio de las Tullerías y el derrocamiento de la Monarquía. Una semana antes, las
Secciones habían pedido la deposición del rey. Se derrumbaba en Francia la
Monarquía y se abría paso el espíritu republicano, el espíritu democrático. Sin
embargo la fiesta revolucionaria muy pronto se vio eclipsada por los excesos y
los crímenes. Para evitar el retorno del despotismo, y en un gran clima de ten­
sión motivado por los rumores de una invasión prusiana, la multitud asaltó a
principios de septiembre las cárceles y procedió a la ejecución en masa de los
detenidos. Se calcula que entre 1.300 y 1.400 prisioneros, presuntamente rea­
listas y contra-revolucionarios, fueron ejecutados. La mayor parte eran varones
pero, entre las víctimas, los historiadores contabilizaron a 374 mujeres, en su
26 Citado por Maurice G e n t y , “Pratique et théorie de la dém ocratie directe: L’exemple des dis­
tricts parisiens (1789-1790)", A nnales H istoriques de la Révolution Française, 25 9,1 9 8 5 , págs. 8-24,
págs. 12 y 18. La soberanía, escribía Jean-Jacques Rousseau en El contrato social, no pu ede ser
representada, p o r la m ism a razón que no puede s e r enajenada; consiste esencialm ente en la volun­
tad general, y la voluntad no se representa; o es ella m ism a o es otra: no hay térm ino medio. Los dipu­
tados del pueblo no son, p o r tanto, n i pueden s e r sus representantes, no son m ás que sus delegados;
no pueden concluir nada definitivam ente. Toda la ley que e l pueblo en persona no haya ratificado es
nula; no es una ley. Cf. Jean-Jacques R o u s s e a u , D el contrato social, Madrid, Alianza, 2000, pág. 120.
Véase tam bién Lucien J a u m e , Le discours ja cob in e t la démocratie, Paris, Fayard, 1989; Michael L.
K e n n e d y , The Jacobin C lubs in the French Révolution. The First Years, Princeton, Princeton University Press, 1982, así com o R. R. P a lm e r , The A ge o f the Dém ocratie Révolution. A P olitical H istory o f
Europe a n d Am erica 1760-1800, Princeton, Princeton University Press, 1959.
mayoría nobles. Las matanzas de septiembre se produjeron en parte a causa
de la pasividad de la que hicieron gala las autoridades del Ministerio de Justicia
encabezado entonces por Danton. El 22 de septiembre se iniciaba el año I de la
República. Más tarde se adoptaría el nuevo calendario republicano y se apro­
baría la unificación de pesos y medidas, así como la adopción del sistema
métrico.
¿Cómo compaginar la democracia con una economía centralizada? ¿Cómo
hacer compatibles la planificación con la libertad? El poder jacobino instauró el
terror en nombre de la democracia — los historiadores calcularon unas 40.000
víctimas de los tribunales revolucionarios de excepción— , pero la Convención
aprobó la abolición de la esclavitud en las colonias, el reconocimiento de los hijos
naturales, la organización de la asistencia a ancianos, enfermos, inválidos, fami­
lias pobres y parados, la instauración de la enseñanza pública. El 27 de julio la
Convención termidoriana procedió a la supresión de la Constitución democrática
de 1793 y la resistencia popular fue tan sólo seguida por un tercio de las Seccio­
nes que terminaron por disolverse en pleno desconcierto. Al día siguiente Robespierre, Saint-Just y veinte revolucionarios más fueron ejecutados sin juicio previo.
La democracia había fracasado, pero la breve experiencia histórica en la que se
soñó con la democracia directa iba a permanecer sin embargo viva a partir de
entonces en la conciencia colectiva como una meta a conseguir, tal como puso
de manifiesto en Francia la Conjuración de los iguales de Grachus Babeuf, así co­
mo las sucesivas revoluciones de 1830, 1848 y la Comuna de París en 1871.
Como señala una historiadora de la Revolución francesa: Termidor puso de mani­
fiesto cómo la burguesía estaba aprendiendo a elaborar una auténtica técnica de
la política, que había sido hasta entonces cosa de todos, con el fin de convertirla
en una mera técnica de poder, reservada a los legisladores y a los expertos, es
decir, al Gobierno27.
La Revolución contribuyó a instituir “la sociedad“, pero la reacción thermidoriana diculibre cauce, en 1794, a la denominada repúbllcáTíuFguesá y al resta­
blecimiento del liberalismo económico. Se operaba así una separación entre la
clase política y los ciudadanos, entre el Estado, él Mercado y la Sociedad civil.
ÉLpuebío ya no ejercía el poder de forma directa sino por delegación. La nacien­
te sociología se nutrió en buena medida de esta separación entre Estado, Mer­
cado y Sociedad Civil. La ciencia social nació en parte de esa escisión para
cubrir un cierto vacío social, surgió como un saber flanqueado por.la ciencia
económica y por la ciencia política. Frente a la política revolucionaria marcada
por la violencia y frente a un mercado que ocupa una posición central y que se
autorregula, la ciencia social nació como un saber'cehtrado exclusivamente en
estudiar y proteger los vínculos sociales con los qué se teje la Sociedad. Como
Émile Durkheim señaló a finales del siglo xix a medida que la sociología se
constituye, se separa cada vez más definidamente de lo que se ha llamado, con
bastante im propiedad por lo demás, las ciencias políticas, especulaciones espu-
27 Cf. Irene C a s t e ll s O liv á n , “ La Revolución Francesa” , Cuadernos de historia 16, Madrid, 1995,
T. 3, pág. 6. El papel de la Asam blea Nacional en la form ación de una cultura del cam bio social no
debe ser sin em bargo minusvalorado. Véase en este sentido el m inucioso estudio de Tim othy T a c ­
k e t t , Becom ing a Revolutionary. The Deputies o f the French N ational A ssem bly a n d the E m ergence
o f a R evolutionary C ulture (1789-1790), Princeton, Princeton University Press, 1996.
rías, m itad ciencias, m itad artes, que se confunden a veces todavía, pero erró­
neamente, con la ciencia so cia l28. No es producto de la casualidad el hecho de
que los primeros sociólogos intentasen abordar la cuestión social, el problema
de las desigualdades sociales y sus efectos, que se hicieron visibles muy pron­
to en el siglo xix, en un momento en el que todavía resonaban con fuerza las
proclamas revolucionarias que demandaban igualdad, libertad y fraternidad. La
cuestión social significaba el retorno del hambre, de la enfermedad, de la mise­
ria y de la ignorancia, surgía de la distancia existente entre las míseras condi­
ciones de vida del pueblo y el reconocimiento en los códigos de la soberanía
popular.
Toda una serie de filántropos, reformadores sociales, escritores, periodis­
tas, médicos e higienistas, inspectores del Estado, policías, se dedicaron a
estudiar, con diferentes medios e instrumentos, el problema que plantean las
clases laboriosas, consideradas por una buena parte de las clases burguesas
como clases peligrosas y clases infecciosas, un problema que no podía eludir
la sociología naciente. En un principio, el discurso sociológico empezó siendo
un discurso heteróclito, disperso, que avanzaba mediante tanteos y se nutría
de diferentes fuentes de observación. Los primeros sociólogos encuentran de
hecho sus antecedentes inmediatos en otros profesionales: en el criminòlogo,
el alienista, el físico, el matemático social, el literato, el periodista, el filántro­
po, el inspector de fábrica, el higienista. Todos estos profesionales compartían
una común voluntad de diseccionar las costumbres y proponer remedios a los
males sociales. La primera y aún inestable sociología encontró su punto de f)
anclaje en los diversos problemas planteados a la práctica gubernamental por j
las poblaciones pobres, eminentemente urbanas, que fueron objeto de lo que í
Michel Foucault denominó la biopolítica: .problemas relativos a la salud, la !
higiene, la natalidad, la moralidad, la longevidad, la crimipalidad, e fcóñtagio \
déf cólera, riTfacólera o violencia populáfTEn el resumen del Curso dé Y978- \
1979 que Foucault impartió en el Colegio de Francia, titulado precisamente
N acim ientó^elá~Bldpolítica, escribía: Me parecía que los problemas de la bio­
política no podían se r disociados del marco de racionalidad política en cuyo
ÍfWSftór apWécTeW'ñy adquirieron un carácter acuciante. Este marco es el libe­
ralismo, puesto que esos problemas se convirtieron en verdaderos retos con el
ilbelalism o. ¿ Cómo se puede asum ir el fenómeno de la población, con todos
sus efectos y sus problem as específicos, en el interior de un sistema preocu­
pado p o r el respeto de los sujetos de derecho y de la libertad de iniciativa de
los individuos? ¿En nombre de qué y en función de qué reglas pueden esos
problem as ser gestionados?29 Se podría afirmar que la sociología comenzó
coexistiendo con una especie de pauperología, es decir, con el estudio de las
diferentes expresiones de la miseria social y sus remedios. Pero en realidad,
como veremos más adelante, ese nuevo saber sobre los pobres comenzó sien­
do, sobre todo en un primer momento, un saber elaborado en nombre de la jus­
ticia y de la igualdad. La defensa de la justicia, la igualdad, la democracia,
28 Émile D u r k h e im , “L os principios de 1789 y la sociologia” cltado por Bernard L a c r o ix , Durkheim
y lo politico, México, F C E , 198 , pâg. 28.
29 Michel F o u c a u lt , “Naissance de la biopolitique” , Annuaire d u Collège de France, Paris, 1979,
paginas 2 6 7 -3 7 2 .
constituyen el marco que hizo posible el nacimiento de la sociología. La nueva
ciencia social socialista surgió y se desarrolló para cuestionar el sistema de
pensamiento puesto en marcha por el liberalismo económico, a la vez que re­
clamaba un derecho de ciudadanía para todos. Conviene no olvidar estos orí­
genes humildes de la sociología pues, como señalaron los sociólogos clásicos,
el proceso de constitución de un campo no es inocente, ya que en buena medi­
da su lógica instituida define sus funciones sociales y el sentido que adoptará
su posterior lógica de desarrollo.
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