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El pensamiento político de Montalvo:
ensayos y cartas
Pensamiento Político Ecuatoriano
El pensamiento político de Montalvo:
ensayos y cartas
Introducción y selección de Carlos Paladines E.
Pensamiento Político Ecuatoriano
Colección dirigida por Fernando Tinajero
©De la presente edición:
Ministerio de Coordinación de la Política
y Gobiernos Autónomos Descentralizados
Venezuela OE 3-66 entre Sucre y Espejo
(593) 2 2953-196
www.mcpolitica.gob.ec
Soledad Buendía Herdoíza
Ministra
ISBN: 978-9942-07-270-2
Derecho de autor: 039204
Editores:
Sofía Bustamante Layedra
Guillermo Maldonado Cabezas
Diseño de portada e interiores:
Mauricio Guerrón, Imprenta Activa
Quito, agosto 2012
Presentación
Soledad Buendía Herdoíza
Para muchos, Montalvo es la figura mayor de nuestras letras. Su nombre y su
pluma han sido consagrados como verdaderos símbolos de la libertad y del
bien decir, hasta el punto que se afirma con frecuencia que la excelencia de
Montalvo radica en su supuesta cercanía a la lengua de Cervantes. Sin embargo, no faltan algunas voces críticas que ven en el estilo montalvino un defecto
más que una virtud, porque lo encuentran muy alejado del habla general de
nuestro pueblo. Unos y otros, partidarios y detractores, tienen sin embargo
algo en común: reducen la obra montalvina a pura y simple literatura, lo cual
no quiere decir que la rebajan –porque la literatura es por sí misma la mayor
y más penetrante expresión de lo humano que hay en el hombre–, sino que
dejan perfectamente acotado el horizonte en el que cabe toda la producción
del gran autor ambateño.
No obstante, Montalvo es algo más que un autor de “pura y simple”
literatura. El gran maestro que fue Arturo Andrés Roig, recientemente desaparecido, dedicó todo un libro a la demostración de que Montalvo es también un
filósofo. En esa misma línea, Carlos Paladines ha escrito páginas de indudable
importancia para introducir esta compilación, en la cual podremos ver hasta
qué punto, y con qué límites, Montalvo fue un actor fundamental en los difíciles procesos de la construcción republicana en nuestro siglo XIX. Aquí está,
en todo su esplendor, el pensamiento vivo de Montalvo, que si bien se nutrió
de las fuentes europeas del pensamiento clásico y del liberalismo de su tiempo,
fue también modelado por las propias circunstancias de su vida en un país
desgarrado todavía por la oposición de tendencias irreconciliables.
El pensamiento de Montalvo, como es característico del romanticismo
decimonónico, está marcado por un fuerte carácter moral, del cual derivan
los principios que el escritor esgrime en todas sus luchas, bien sea contra las
tiranías –y particularmente contra García Moreno y Veintemilla–, bien sea
contra las autoridades eclesiásticas que habían olvidado la esencia evangélica
del cristianismo. Luchador infatigable por la libertad, pero por esa libertad
abstracta de la que habla el liberalismo, su producción escrita se convierte así
en una de las fuentes ideológicas más importantes del partido liberal, del cual
bien puede considerársele como un precursor.
La Colección de Pensamiento Político Ecuatoriano, que este Ministerio
se ha empeñado en editar como una contribución al debate político de la
actualidad, no podía prescindir de la obra montalvina, de la cual se derivan
temas fundamentales que atañen a la relación de los individuos con el Estado y
a las obligaciones que éste tiene frente a las aspiraciones y necesidades de la sociedad. Estoy segura de que en los medios académicos, tanto como en el seno
de las organizaciones sociales y en las agrupaciones de mujeres y de jóvenes, la
lectura conjunta de estas páginas hará posible la identificación de problemas
que todavía hoy están vigentes en nuestro país, y demandan nuestro esfuerzo
para superarlos. No se trata de seguir a Montalvo al pie de la letra, ni mucho
menos de pretender que sus ideas puedan ser aplicadas mecánicamente a la
realidad actual, que es tan distinta de aquella del siglo XIX; pero sí de reflexionar de qué modo han evolucionado los problemas, qué caracteres presentan en
la actualidad, y de qué modo podemos hoy actuar ante ellos, con esa misma
entereza y ese valor que se desprenden de los escritos montalvinos.
Este libro, dedicado a todos los ecuatorianos, debe encontrar en los jóvenes sus destinatarios privilegiados, recordando aquellas palabras que el propio
Montalvo escribió en una carta al General Eloy Alfaro: Siempre he pensado que
mientras la juventud esté alerta, la libertad del Ecuador no será imposible. Palabras que nuestro tiempo enriquece agregando la palabra justicia a la palabra
libertad.
Índice
Presentación
Soledad Buendía Herdoíza
5
Juan Montalvo, ensayos políticos
Carlos Paladines Escudero
9
Antología
De El Cosmopolita (1866-1869)
Prospecto
De la libertad de imprenta
La parte ilustrada del Ecuador
Lecciones al pueblo
59
77
91
105
La Dictadura Perpetua (1874)113
De El Regenerador (1876-1878)
Liberales y conservadores
Discurso pronunciado en la instalación de la Sociedad Republicana
129
135
De Las Catilinarias (1880)
Segunda Catilinaria
139
De Los Siete Tratados (1882)
Napoleón y Bolívar
Washington y Bolívar
157
161
De Mercurial Eclesiástica (1884)
El Obispo
163
Del Epistolario (1857-1882)
Al doctor Pedro Fermín Cevallos
A don Pedro Carbo
Carta colectiva de la Sociedad Liberal al Cosmopolita
A don Teodoro Gómez de la Torre
169
173
177
181
Al General Eloy Alfaro
Misiva patriótica a los guayaquileños
A los señores David Martínez Orbe y Nicanor Arellano Hierro
A Roberto Andrade
A Rafael Portilla
A Antonio Borrero
A un grupo de amigos
183
185
187
191
195
201
205
Referencias207
Bibliografía209
Juan Montalvo: ensayos políticos
1
Carlos Paladines
I.
EL PROTAGONISTA
La vida de Juan Montalvo (1832-1889) estuvo desde muy temprano marcada
por su oposición al régimen conservador, que creció paulatina y gradualmente
hasta hacerse persistente y radical. Esta perseverante oposición más que a las
personas a los gobiernos de turno, lo abocó por más de dos décadas a reiteradas
salidas, exilios y autoexilios forzados, hacia Ipiales, Panamá, París, nuevamente
Ipiales, Perú, Ipiales, Panamá y París, y a los consiguientes retornos al país en
aras de la lucha (Cfr. Anexo).
Al igual que Sísifo (Rey de Corinto condenado a empujar hasta la cima de
una montaña una enorme piedra que volvía a caer una vez alcanzada la cumbre,
para nuevamente ser levantada con igual entusiasmo), a Montalvo le tocó asumir, construir y encumbrar en esos años, una y otra vez, el ideario y la lucha del
liberalismo, incluso en los momentos en que éste parecía desfallecer. No hubo
ni lugar ni tiempo ni gobierno capaz de torcer ese destino.
Dos cartas abren y cierran tan vasto proceso: por un lado, la que dirigió
a García Moreno desde Yaguachi, el 16 de septiembre de 1860, en la que vislumbra y pronostica los posibles males que generaría el gobierno de un tirano;
y por otro, una carta que en agosto de 1880 dirigió desde Ipiales a un Grupo de
amigos, en vísperas de lo que sería su último viaje a Europa. En ella Montalvo
sostiene con marcado optimismo que el día de la revolución había llegado: “Si
no hay revolución inmediata, la habrá después”. Ese “después” tardó quince
años en llegar y para esa fecha Montalvo ya había muerto. Como Moisés, vislumbró la Tierra Prometida pero no pudo entrar en ella2.
1
Algunas tesis de este texto fueron anticipadas en los siguientes trabajos: “Aporte de Juan Montalvo
al Pensamiento Liberal”, Quito, Fundación Friedrich Naumann, 1988; en la Presentación de la obra de
Alfredo Jaramillo, Juan Montalvo, el derecho a la insurrección, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana
Benjamín Carrión (CCE), 2010, y en “El proyecto liberal, el liberalismo en ascenso”, en Joya Literaria de
Montalvo, Ambato, Casa de Montalvo, 1991, pp. 57-83.
2
Juan Montalvo, “Carta a un grupo de amigos”, en Epistolario de..., Ambato, Casa de Montalvo,
1995, p. 615 y ss. Cfr. Gabriel Judde, “La motivación histórica de la carta del 26 de septiembre de 1860
de Juan Montalvo a García Moreno”, en Juan Montalvo en Francia, Actas del Coloquio de Besançon,
París, Universidad de Besançon, 1975.
9
Entre estas dos cartas transcurrieron aproximadamente dos décadas (186081) en las que vieron la luz sus principales obras políticas: El Cosmopolita (1866)
y La Dictadura Perpetua (1874); El Regenerador (1876-77) y Las Catilinarias
(1880); obras en las que Montalvo explicó y difundió los planteamientos básicos del credo liberal, a través de entregas periodísticas semanales, y también
expuso los mecanismos, las estrategias y las acciones que juzgó necesario realizar
para la concreción de sus “sueños”. En la segunda de estas obras se concentró la
oposición a García Moreno, y en la cuarta, en la mofa y burla de un gobierno
nefasto: “Jamás se había visto desbarajuste gubernativo, ni Jefe de Estado cuya
estupidez y maldad puedan compararse con Veintemilla”3.
En otras palabras, estas dos décadas fueron para Montalvo las de su creciente accionar político. La primera fue la de mayor impulso y creatividad literaria, según Arturo Roig4 y según Roberto Agramonte, en esos años, la curva de
su producción literaria alcanza su punto más alto; en la segunda, privilegió una
sostenida praxis política. En agosto de 1866, por ejemplo, Montalvo dirigió el
movimiento que exigió al Congreso respetar la voluntad popular e impedir que
el candidato liberal Manuel Angulo fuera descalificado. El congreso votó a favor
de Angulo, García Moreno perdió y Montalvo fue ovacionado5.
¿Cuál fue la base de tan tenaz y prolongada oposición? Más allá de las
posibles causas de índole personal o de temperamento; más allá de las dotes
extraordinarias o de las limitaciones de personajes como Montalvo6, ¿qué determinó a este representante del liberalismo en ascenso a no desmayar, pese a
que las condiciones no le fueron propicias? ¿Cuáles fueron los argumentos y las
circunstancias en que se apoyó y maduró su posición?
II.
EL ESCENARIO: LA CONFLICTIVIDAD SOCIAL Y NACIONAL
En las primeras décadas de vida republicana, la existencia de barreras físicas y
regionales; la carencia de ciudadanos, los agudos desniveles y diferencias económicas y sociales; la incapacidad de las fuerzas hegemónicas para vertebrar
un poder integrador terminaron por configurar un caso típico de desarrollo
Juan Montalvo, Epistolario de..., Tomo I, op. cit., p. 612.
Cfr. Arturo Andrés Roig, El pensamiento social de Montalvo, sus lecciones al pueblo, Quito, Tercer
Mundo, 1984, p. 23. Esta obra ha sido clave para la presente interpretación.
5
Ver Plutarco Naranjo, Semblanza de Montalvo, Quito, CCE, Cartillas de divulgación ecuatorianas,
No. 8, 1977, p. 12.
6
Ver Enrique Ayala, Manual de Historia del Ecuador II: Época Republicana, Quito, Universidad
Andina Simón Bolívar/Corporación Editora Nacional, 2008, p. 36.
3
4
10
desigual, incapaz de constituir una nación con perspectivas comunes propias de
un proyecto productivo y político unificado y nacional7.
En este escenario de división interna, el proceso de desarticulación alcanzó
su clímax el año 1859, cuando a las calamidades de la lucha fratricida, la pérdida de vidas y los gastos de guerra se sumó el fraccionamiento del país en cuatro
compartimentos, cada uno con su respectivo ejército, autoridades y pretensiones: el Gral. Guillermo Franco se proclamó Jefe Supremo de Guayaquil; García
Moreno de Quito; Jerónimo Carrión del Azuay, y Manuel Carrión del Distrito
Federal Lojano.
La inestabilidad política propia de un Estado oligárquico, débil y fraccionado en poderes locales asentados en la propiedad de la tierra y que por
poco condujo a la desintegración del país, contrastaba con el lento crecimiento
económico que provocó la sostenida exportación del cacao y el boom en las
exportaciones de los sombreros de “Panamá” y posteriormente de materia prima como la paja toquilla y otras manufacturas costeñas: tagua, caucho...8. El
crecimiento económico de la Costa impactó incluso en el desarrollo agrícola
de la Sierra, orientada ésta última cada vez más a abastecer a la creciente población de migrantes que huyendo de la explotación de las haciendas serranas se
volcaron a las plantaciones cacaoteras y a los cinturones urbanos que se fueron
conformando con ex huasipungueros, recolectores de cacao, sirvientes, jornaleros, montubios, artesanos, afrodescendientes, trabajadores de la ciudad y del
campo,… alrededor de dos ejes de crecimiento demográfico: las planicies y tierras húmedas de la cuenca del Guayas: actualmente Los Ríos, El Oro y Guayas;
y un segundo eje: Manabí-Esmeraldas.
El desarrollo comercial de la Costa también transformó, principalmente
a Guayaquil, en centro de acumulación de capital, es decir, en lugar de expansión del dinero proveniente de las exportaciones e importaciones, así como del
comercio local, lo cual le favoreció por su misma calidad de puerto. Con el
andar del tiempo, Guayaquil logró el control hegemónico del conjunto de la
7
Cfr. Mario Monteforte, Los signos del hombre, Cuenca, Universidad Católica de Cuenca, 1985,
p. 143.
8
Entre 1856 y 1869 las exportaciones de cacao cubrieron alrededor del 66%-67% de las
exportaciones totales; entre 1872-1885 llegaron a más del 65%. “El dinamismo de las zonas de
Esmeraldas y Manabí como lugares de producción de sombreros de paja toquilla, paja toquilla en bruto,
caucho y tagua, en la primera mitad del siglo XIX, excede a los ritmos e índice de crecimiento relativo
que experimenta en ese período la producción cacaotera”. La exportación de sombreros entre 18301850 se multiplicó por 20, la de cacao, entre 1824-1854 lo hizo apenas en 1,33. Willington Paredes,
“Economía y sociedad en la costa: siglo XIX”, en Nueva Historia del Ecuador, Vol. 7, Época Republicana
I, Quito, Corporación Editora Nacional, pp. 125-128. También se puede consultar: Juan Maiguashca,
“El desplazamiento regional y la burguesía en el Ecuador, 1760-1860”, en Segundo encuentro de historia
y realidad económica y social del Ecuador, Cuenca, Universidad de Cuenca/Banco Central del Ecuador,
1978, pp. 23-55.
11
economía nacional. En otras palabras, la Costa y especialmente Guayaquil se
transformaron en centro del capitalismo agroexportador-importador, lo que a
su vez repercutió en la conformación de capital mercantil y bancario y en general en la acumulación de los recursos requeridos: mano de obra, vinculación con
el exterior, capital, ethos mercantilista,… elementos éstos y otros más necesarios
para los nuevos procesos de articulación al comercio mundial, vinculación que
a futuro marcaría al Ecuador y a su matriz o sistema productivo por décadas.
III.
EL ADVERSARIO
En este contexto se levantó paulatinamente la figura de García Moreno, quien
supo imponerse sobre las divisiones internas y locales, lograr el apoyo de la Iglesia
y de los terratenientes, iniciar el proceso de reorganización y llamar a una Asamblea Constituyente, la misma que lo eligió como Presidente de la República9.
El primer gobierno de García Moreno (1861-65), al igual que su segundo período (1869- 75), fueron coherentes con su proyecto de organización nacional y “modernización” del país, logrando arbitrar medidas en cuya ejecución
fue tenaz y alcanzó niveles sorprendentes de eficacia. Así, por ejemplo, desde
los inicios del gobierno se reactivó un flujo más dinámico entre las diferentes
zonas de producción del país y se establecieron fluidas relaciones con los nuevos
centros del comercio internacional; especial énfasis se puso en la racionalización
del sistema tributario y en la centralización del aparato burocrático, electoral,
administrativo,...10. Tampoco se descuidó ampliar, tecnificar y actualizar a las
instituciones e instancias educativas e incluso se trató de purificar o reformar
al clero secular y a las órdenes religiosas. Conquistas apreciables se lograron en
cuanto a infraestructura y la misma unificación del país se vio favorecida a través
de calzadas, caminos empedrados, puentes y hasta los primeros pasos del ferrocarril, medidas todas ellas conducentes a conectar tanto las capitales del callejón
interandino entre sí, como también la Costa con la Sierra. Fueron alrededor de
dos décadas en que se vio florecer la educación católica, extenderse las vías de
comunicación, iniciarse la construcción del ferrocarril, construirse observatorios
y museos…11.
9
García Moreno contrajo matrimonio con Rosa Ascázubi Matheu, quien pertenecía a una de las
familias más prominentes de la oligarquía terrateniente. Cfr. Enrique Ayala, Lucha política y origen de los
partidos en Ecuador, Quito, Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), 1978, p. 113.
10
Enrique Ayala Mora ha mostrado con detallada investigación los avances dados en estas áreas.
Cfr. Lucha política…, op. cit., p. 127 y ss.
11
Cfr. Sobre las realizaciones en el ámbito educativo ver mi obra: Historia de la educación y el
pensamiento pedagógico ecuatorianos, Quito, FONSAL, 2011.
12
Además, García Moreno, supo darse cuenta de que la Iglesia Católica era
también una institución social e histórica con raigambre suficiente para constituirse en instrumento de unidad, de consenso y de control del sector indígena
y campesino, en un país dividido por intereses regionales, las pasiones de los
partidos, el caudillismo y nuevas formas de producción y trabajo. “La unidad
de creencia, decía, es el único vínculo que nos queda en un país tan dividido por
los intereses y pasiones de partidos, de localidades y de razas”12.
En otras palabras, el gobierno garciano fue el instrumento a través del
cual se gestó en Ecuador, a partir de 1860, un Estado-nacional de carácter oligárquico, el mismo que aseguró la supremacía de la Iglesia, la continuación de
los antiguos terratenientes de la Sierra y abrió las puertas a los intereses de la
naciente burguesía agroexportadora de la Costa. Se cruzaron de este modo en
el modelo, dos líneas de fuerza: la de integración o unificación nacional, y la
de modernización o “progreso”, orientadas a satisfacer los requerimientos de
desarrollo que demandaba la cada vez mayor vinculación del país al sistema
mundial. Mas una y otra línea se impulsaron y legitimaron tomando en cuenta
la mediación de una ideología conservadora, sostenida a través de una mano
de hierro, por un lado; y por otro, “ocultando” las raíces de la fragmentación
generalizada, que se nutría de los conflictos de intereses entre las fracciones regionales de la clase dominante, como también de las divisiones que los caudillos
locales incentivaban al preferir un Estado desmembrado, apéndice del poder
terrateniente, más que un órgano cohesionador. En pocas palabras, no hubo
apertura a elementos claves de un Estado moderno: separación de poderes, tolerancia, pluralismo, desarrollo ciudadano, libertad de opinión y de prensa,...
Fue una modernización más de la fachada que de sus estructuras internas; una
modernización tradicionalista, aunque estos términos parezcan contradictorios y
fue conducida, en palabras de Montalvo, con palo y látigo13.
12
Gabriel García Moreno, “Mensaje al Congreso Constitucional de 1875”, en Escritos Políticos,
Biblioteca Ecuatoriana Mínima, Puebla, Cajica, 1960.
13
Fernando Trazegnies ha examinado este carácter contradictorio de los procesos de modernización“tradicionalista” que bajo una envoltura de modernidad o avance conservan las estructuras tradicionales,
dan supervivencia al pasado, no cuestionan el orden vigente. Cfr. “Las tribulaciones de las ideas,
preocupaciones en torno a la idea de derecho en el Perú republicano del siglo XIX”, en Rev. de Historia
de las Ideas, No. 7, CCE/Centro de Estudios Latinoamericanos de la PUCE, 1986.
13
IV.
EL TIEMPO: 1860-1880
[...] me temo que llevamos errado el camino, y que pensando ir para la civilización, vamos de
prisa a una barbarie de otra clase14.
Podría afirmarse que Montalvo vivió entre 1860-1880 un tiempo de paradojas, una situación contradictoria entre su posición favorable a la modernización del país y la orientación de las macropolíticas que en múltiples áreas impulsó el gobierno garciano, y la oposición radical al signo conservador de esa
misma política, sin haber desconocido los avances alcanzados en otras áreas.
En medio de una acción de gobierno tan positiva o plausible, ¿cómo se
podía convencer a una comunidad de que el tren de la historia que parecía ir
hacia el progreso se precipitaba más bien hacia un abismo? ¿No estaba siendo
conducido el país hacia el precipicio, en medio de los aplausos y el respaldo de
la Iglesia? ¿Ese era el camino por el que transitaría la historia en el futuro? Se
había suscitado una especie de desfase inexorable entre los avances en determinadas áreas y el retroceso en otras. Era como edificar una casa sobre arena más
que sobre sólidos cimientos modernos; navegar contra corriente, en contravía.
La historia no se le presentó a Montalvo en líneas rectas sino más bien ambiguas
o torcidas.
Por un lado, la vinculación del país al mercado internacional, que favoreció
ante todo a los intereses de los grupos agroexportadores e importadores, con
pocos réditos para los campesinos e indígenas que aún constituían la mayoría de
la población ecuatoriana y fueron sistemáticamente excluidos de los beneficios;
por otro, en el frente interno, el rápido y notable salto hacia la “modernización”
del país, concomitante a la implantación de una ideología no solo conservadora
sino ultramontana, propia de etapas históricas ya superadas a nivel mundial15.
Más que una República, lo que parecía construirse era una “teocracia”. A decir
de Enrique Ayala Mora:
Junto a la pasión por el “progreso”, la manía medieval de la clericalización. Al
lado de los impresionantes adelantos con que se intentaba emular al imperio
Juan Montalvo, El Cosmopolita, Tomo I, Ambato, Primicias, 1973, p. 266.
En Ecuador la pervivencia del sistema tradicional y la resistencia a la modernidad contrasta con
los avances de las revoluciones liberales a lo largo de América Latina: México 1854; Colombia 1848;
Perú 1855; Chile 1871; Guatemala 1893.
14
15
14
burgués de Napoleón III, la imposición sanguinaria del monopolio ideológico
de una Iglesia que condenaba el “modernismo”, los “derechos del hombre” y
hasta las máquinas, como “satánicos productos del siglo”16.
Ya con ocasión de la primera candidatura de García Moreno a la reelección
como Presidente Interino y posteriormente como Presidente Constitucional
(1865), nuestro autor había manifestado los peligros a través de diversos artículos: “El nuevo Junios: A los partidos políticos”, “De la ineficacia de la razón”
y “El nuevo Junios III: a don Gabriel García Moreno”17, en que abundó en
razones para impedir tal despropósito. Con la proclamación de la candidatura
de García Moreno a un tercer período presidencial (1875), el riesgo de que tamaño riesgo se torne “eterno” creció y la reacción inmediata de Montalvo a tal
postulación dio pie a La Dictadura Perpetua (1874), obra en la que concentró su
atención en desvirtuar el error de creer que una gran suma de progreso material
no menos que moral se había generado en el gobierno de García Moreno, como
lo había señalado un periódico norteamericano, el Star and Herald. Más bien,
según nuestro autor, el gobierno: “dividió al pueblo ecuatoriano en tres partes
iguales: la una la dedicó a la muerte, la otra al destierro, la última a la servidumbre”. En otras palabras, había emprendido, “era cierto, en cuatro o cinco
caminos: después de gastos ingentes y miles de vidas perdidas; construido dos
Bastillas o cárceles; desencadenado dos guerras exteriores [...]; e incluso había
vuelto imposible la revolución matando a unos, expatriando a otros, envileciendo y entorpeciendo a los demás”18.
V.
LA “CONCIENCIA SERVIL”
Mas en la oposición a regímenes que expresaban una extraña y hasta incongruente mezcla de “modernización tradicionalista”-“involución” o retroceso,
que no alteraba las bases semi-feudales y confesionales y consolidaba las estructuras sociales y políticas vigentes, lo más grave, a criterio de Montalvo, no era
tanto transitar en la historia por el camino errado, hacia un precipicio, cuanto lo
que sucedía a quienes se habían acostumbrado a
Enrique Ayala Mora, Lucha política…, op. cit., p. 172.
Juan Montalvo, El Cosmopolita, Tomo II, op. cit., pp. 279-351 y 409.
Juan Montalvo, La Dictadura Perpetua, en Benjamín Carrión, El pensamiento vivo de Montalvo,
Buenos Aires, Losada, 1961, p. 220 y ss.
16
17
18
15
respirar aire diferente al habitual y les hacía falta la pestilencia en medio de la
cual habían corrompido su alma.[...] la gente que vive en lugares pantanosos
cuyo aire pestilente y malsano altera la constitución y cambia el temperamento,
no puede ya sufrir el aire libre, enférmase en una atmósfera despejada y suspira
por su morada hedionda. Esto es lo que ha sucedido con los ecuatorianos19.
El terror, el patíbulo, las cadenas habían cobrado “cierta influencia misteriosa en ellos, aunque víctimas de esos tormentos, les gustaban esas escenas”. En
pocas palabras: “García Moreno había tenido el poder infernal de la serpiente
que fascina, domina, atrae a sí a ciertas aves para devorarlas, las cuales, aun
cuando saben por instinto lo que les va a suceder, no pueden evitar su ruina y se
acercan a ella, y se entregan y perecen” [...]20.
Los temas de la “conciencia servil”, de la seducción de la barbarie o del pecado, del deseo y el gusto por el sometimiento, no eran nuevos en el pensamiento romántico particularmente europeo. En Hegel, y posteriormente en Marx,
ocuparon amplio espacio21. Sin intentar entrar a un estudio pormenorizado,
cabe recordar dos de sus más notables desarrollos, con amplia vigencia en la
intelectualidad latinoamericana del siglo XIX. Por una parte, la figura del amo y
el esclavo; y, por otra, la de civilización y barbarie, que jugaron como ordenador,
al que recurrieron las más diversas formas discursivas, desde el ensayo político,
social y cultural, hasta el mismo lenguaje cotidiano.
La primera dicotomía prestó más atención al mundo de la subjetividad
o conciencia de las personas, sea ésta la del amo o la del esclavo. Para este
último se hablaba de su “conciencia servil”, “infeliz o desgraciada”, conciencia
hedionda, a decir de Montalvo, que no permitía al mundo indígena, al sector
campesino y artesanal e incluso a muchos representantes de los sectores medios
y pequeña burguesía escapar del control clerical-terrateniente que cual rémora
detenía la modernización del país y reforzaba diversas formas de dominación
tanto interna como externa. También esta aporía visualizaba la realidad con
un carácter conflictivo, debido a la contraposición de actores e intereses (terratenientes-campesinos; gamonales-siervos; oligarquía-pueblo). Posteriormente
esta divergencia se expresaría bajo la fórmula: trabajo servil-trabajo asalariado;
proletariado-capitalismo.
La segunda disyuntiva fue útil para ubicar a los países y a los pueblos en la
escala de progreso (o “desarrollo”, en la terminología actual) y a partir de tal pa Ibíd., p. 280.
Ibídem.
21
Cfr. Alexander Kojève, La dialéctica de lo real y la idea de la muerte en Hegel, Buenos Aires, La
Pléyade, 1972. De especial interés lo relativo al trabajo y al amo y el esclavo, pp. 79 y ss. y 183 y ss.
19
20
16
rámetro, favorecer la proyección de Europa como modelo civilizatorio a seguir
por nuestros pueblos, por regla general en situación de “barbarie”.
Montalvo constituye uno de los primeros autores que en Ecuador prestó
especial interés a esta doble aporía o disyuntiva, y logró su reformulación al
grado de superar los planeamientos que en estos campos había realizado ya la
Ilustración y especialmente el despotismo ilustrado. Por otra parte, con la apertura a la “conciencia servil”, Montalvo trasladó el enfrentamiento entre diversos
grupos sociales, particularmente del orden religioso (conservadores/liberales),
al campo de la conciencia, al análisis de taras y deficiencias que aquejaban al
ciudadano común y de cuyo control era muy difícil escapar.
Por supuesto, la conciencia servil hundía raíces en el modo de producción
servil que a nivel de la Sierra centro y norte al igual que en la Sierra sur ejercía aún dominio relevante. El latifundio y el huasipungo eran las mediaciones
claves del sistema productivo de aquel entonces. Pero además, los indígenas, a
pesar de constituir el mayor porcentaje de la población, permanecían al margen
del sistema y de sus beneficios. Ni siquiera estaban integrados al mercado de
consumo, al vivir bajo una economía de subsistencia que no les permitía sobrepasar su situación de absoluta miseria y abandono e incluso de desatención en
cuanto a servicios básicos de educación, salud, vivienda,…
Con la apertura al conflicto social visualizado en sus manifestaciones tanto
objetivas como subjetivas, y además con las limitaciones que se fomentaban
desde el Estado y la religión que mantenían al pueblo en el engaño, intentó
dibujar a los gobiernos despóticos y autoritarios como responsables de dicha
situación y como representantes de los amos de siempre. Ello permitió que la
pugna liberal-conservadora pudiera ser vista no solo como un conflicto religioso
tendiente a separar la Iglesia del Estado, la cruz de la espada, o de establecer
una educación laica más que religiosa, sino también, en un nivel más profundo,
como un conflicto social.������������������������������������������������������
Más aún����������������������������������������������
, podría entenderse la orientación y la sobresaturación del conflicto hacia el plano religioso, que acaparó muchas veces la
atención, como un mecanismo que ocultaba y desvanecía el conflicto de fondo,
mecanismo ideológico que se utilizó posteriormente, sobre todo en la fase posrevolucionaria, para “olvidar” el enfrentamiento social. El pacto liberal católico
de años después confirma esta hipótesis.
En definitiva, con la visualización de la conciencia servil, esa morada tan
hedionda, se dio inicio a una forma nueva de considerar la postración del pueblo. ¿Qué se podía esperar de quienes ni siquiera reconocían el nivel al que
habían descendido? ¿No se alimentaba la tiranía ����������������������������
de un pueblo dispuesto a soportarla? ¿No era el pueblo tan culpable al igual que el tirano? Los prejuicios,
“principios”, costumbres y más rémoras que cargan las personas pasaron a ser
17
visualizados en lo profundo de su conciencia, transformado en “carne de su
carne”, en usos, hábitos y costumbres con vigencia en la vida cotidiana.
Todo lo cual hizo insoslayable construir una nueva conciencia o eticidad
dentro de la cual acabarían por emerger frescas prácticas ciudadanas y un nuevo
Estado, orientación ésta que ya se había insinuado en Eugenio Espejo y en sus
afanes por la reforma de las costumbres, y que también puede ser visto como el
prolegómeno del discurso social que décadas después floreció en la corriente
indigenista y en el realismo social.
En escenario tan adverso, con ‘siervos’ más que con ‘ciudadanos’ y ante
el peso de costumbres y prácticas centenarias, difíciles de alterar, no dejan de
llamar la atención los momentos de desánimo y agobio que no faltaron: “Y Tú,
querido amigo, que lees mis pensamientos y palpas mi corazón, ¿sabes cuán desabrido estoy de la política y reñido con ella, habiéndola tocado por la primera
vez?”22. En tono esperanzador más religioso que político dirá: “La tiranía también se acaba, sí, la tiranía también tiene su término, y a veces suele ser el más
corto de todos, según que dicen los profetas: Ví al impío fuerte, elevado como
cedro: pasé, y ya no le ví; volví, y ya no le encontré”23.
VI.
LAS BATALLAS
La estrategia: remar contra corriente
Bajo este ambiguo, eterno y hasta contradictorio escenario, le tocó a Montalvo
construir, palmo a palmo y paso a paso, una clara perspectiva de superación y
de enfrentamiento permanente y perseverante: en un primer momento a través
de El Cosmopolita y La Dictadura Perpetua contra García Moreno y a partir del
6 de agosto de 1875, fecha en que este contradictorio personaje fue asesinado,
contra Veintemilla con Las Catilinarias.
En el primer caso, contra el poder conservador amparado en la oligarquía
terrateniente y en la Iglesia, poderes ambos reacios a suprimir, por ejemplo, las
prácticas religiosas maquinales o puramente externas y en algunos casos hasta
absurdas, cercanas más a la magia y la superstición pero con amplia vigencia
en sectores populares; en el segundo, contra un poder también despótico que
Juan Montalvo, El Cosmopolita, Tomo I, op. cit., p. 265.
Ibíd., p. 1. (El texto de Montalvo que encabeza este trabajo corresponde a los dos primeros
párrafos con que se inició, en 1866, El Cosmopolita).
22
23
18
sin embargo supo movilizar el apoyo de la “plebe”. La modernización del país
fue así un proyecto sostenido tanto por las oligarquías como por gobiernos que
supieron granjearse el aplauso del pueblo. La atención a las demandas populares
sirvió al gobierno para apuntalar una gestión de tinte que hoy podríamos llamar
“populista”, ya que extraía parte de su fuerza de los estratos sumergidos24.
Montalvo no cesó de prevenir al país sobre las desventuras que acarrearía
tal tipo de gobiernos, incluidos los de Carrión, Espinosa y Borrero, presidentes
de relleno o de paso. También trató de concertar a los actores que podrían oponérseles, detallar los programas y planes que permitirían pasar de una sociedad
tradicional a una verdaderamente moderna, y apoyar a un accionar político
diferente. “Me temo, decía, que llevamos errado el camino, y que pensando ir
para la civilización, vamos de prisa a una barbarie de otra clase”25.
La meta: de convento a República
Bajo esta bandera o perspectiva de oposición a los fundamentos y a los principales actores conservadores pueden ser interpretadas todas y cada una de
las obras del Montalvo de este período e incluso otras, como aquellas que
a primera vista no guardan mayor relación con lo político. Por ejemplo, los
célebres Capítulos que se le olvidaron a Cervantes (1872-1881), narración de
una serie de aventuras similares a las inmortalizadas por el genio español y que
la crítica tradicional redujo en sus méritos al aspecto formal, a la pureza del
estilo, al esfuerzo por limpiar, pulir y dar buen uso a todos los componentes
del idioma, al imponderable casticismo que se ha atribuido a Montalvo; aspectos a ser releídos también bajo la óptica del enfrentamiento con la sociedad
tradicional26. “Al apoderarse de la riqueza de expresión de la lengua castellana, Montalvo expresaba –con las consabidas limitaciones– el esfuerzo de la
‘clase media’ incipiente por subir y participar en el poder. Al fin y al cabo su
sedicente ‘casticismo’ no es separable de su liberalismo, de su lucha contra la
rígida estratificación social establecida por las élites blancas”27. Era un país en
24
Cfr. Arturo Roig, “Juan Montalvo: eticidad, conflictividad y categorías sociales”, en Diversidad
e integración en nuestra América, Argentina, Biblos, 2010, p. 281 y ss. También puede verse en esta
Colección Fernando Tinajero (comp.), Agustín Cueva. Ensayos Sociológicos y Políticos, Quito, Ministerio
de Coordinación Política y GAD, 2012, p. 192 y ss.
25
Juan Montalvo, El Cosmopolita, op. cit., p. 266.
26
Ver Juan Montalvo, Capítulos que se olvidaron a Cervantes, cap. XI: “De la temerosa aventura de
la cautiva encadenada”, Ambato, Casa de Montalvo, 2010. El truhán al que se alude es el conde Briel de
Gariza y Huagrahuasi, por otro nombre, el cruel Maureno, en clara referencia a Gabriel García Moreno,
p. 195.
27
Arturo Roig, “Juan Montalvo: eticidad, conflictividad y categorías sociales”, art. cit., p. 109.
19
el que la aristocracia y la Iglesia aún disponían de un poder ideológico difícil
de quebrantar.
Pero lo más importante fue una humilde enciclopedia, a decir de nuestro
autor, conformada por los dos volúmenes de El Cosmopolita (3 de enero de
1866-15 de enero de 1869) y los dos de El Regenerador (22 de junio de 1876-22
de octubre de 1878). Los cuatro volúmenes aparecieron en series. Se trataba de
cuadernillos sueltos que respondían al espíritu periodístico con que fueron escritos. Más tarde, reunidos los artículos, pasaron a constituirse en libros, con los
mismos nombres. En alguna reedición circularon bajo un título que hace honor
a su propósito: Lecciones de libertad 28. Su unidad de sentido, pese al tiempo de
separación entre la una y la otra publicación fue resaltada por el mismo Montalvo: “El programa de El Regenerador no puede ser sino el de El Cosmopolita,
puesto que los religiosos son de la misma orden”29.
A través de esta diversidad de artículos se presentó al país, por entregas,
todo lo que se requería para transformar al Ecuador de convento a República, en
un futuro inmediato. Se trataba de aclarar las bases que permitirían modernizar
la sociedad y construir el nuevo edificio, tomando en cuenta tanto los aportes
ilustrados a la Constitución de la flamante República del Ecuador, como sus
limitaciones que era urgente superar.
La construcci������������������������������������������������������
ón del nuevo edificio moderno exigió������������������
a Montalvo formular una concepción diferente de la política. No se ha examinado aún en forma
detallada su ruptura con las concepciones clásicas y milenarias de la política,
tanto la aristotélico-tomista, centrada en la orientación de la política hacia el
bien común, como la de Maquiavelo, el primer clásico de la política moderna
que la concebía como el arte de conquistar y de conservar el poder30. Montalvo,
en el tomo II, libro VI, de El Cosmopolita, resaltará como el rasgo específico de
ella, la capacidad de construir un proyecto histórico, de levantar un edificio, un
templo que sea para la salud y prosperidad de la Patria. Por la importancia que se
concede a esta concepción que supera los planteamientos sobre el bien común o
sobre el poder como el norte del ejercicio político, para preferir una concepción
de la política orientada a la construcción de determinado modelo o plan, cito
algunos párrafos:
28
Homenaje de la Universidad Central a Juan Montalvo: Lecciones de libertad, Quito, Edit.
Universitaria, 1958.
29
Juan Montalvo, El Regenerador, Tomo I, Ambato, I. Municipio de Ambato, 1987, p. 33.
30
Ver Aristóteles, La Política, Libro I, Colombia, Panamericana, 1989, p. 7 y ss. y Nicolás
Maquiavelo, El Príncipe, comentado por Napoleón Bonaparte, Madrid, Mestas, 2009, p. 27 y ss.
20
Si la política es aquel empeño por la salud y prosperidad de la Patria, aquel
movimiento en el globo de un pueblo anheloso de su dicha, aquella propensión
irresistible hacia las regiones de la luz, la política es una gran cosa, la mayor y más
bella que puede ocupar a los hombres31.
Pocas líneas después, Montalvo retoma la metáfora de la construcción:
Nosotros no conocemos la política: ésta es una ciencia muy vasta, un conjunto
de muchas ciencias: el hombre de Estado, el diplomático, el escritor, el orador
saben o deben saber mucho, por cuanto el edificio que construyen, este gran
templo llamado gobierno, se levanta y subsiste sobre cimientos profundos y sólidos como los del Partenón32.
Para mayor dilucidación de esta concepción, nada mejor que contrastar la propuesta montalvina con la garciana, en Lecciones de libertad:
Arruinar pueblos, cautivar naciones, matar gente, no es grandeza: infringir leyes,
erguirse como gigante y sacudir una serpiente amenazando al universo, no es
grandeza; destruir el templo santo de la República en cuyos altares permanecen
ley, justicia, libertad, no es grandeza. Sobre las ruinas de esta sacrosanta fábrica
se quiere elevar un edificio tenebroso y horrible: el Cadalso. En esta obra se
emplean cabezas de ciudadanos; el corazón y la sangre sirven de argamasa, y al
alarife para su palustre, que es la cuchilla del verdugo. ¿Dónde van las divinidades que habitan ese templo? Ley, justicia, libertad ¿caísteis también junto con
vuestros adoradores? ¡El hacha impía os derriba muertas en el suelo! ¡Los dioses
se van, se van los dioses!33.
Los nuevos actores o sujetos históricos
Guardan relación con esta Enciclopedia, clave para la difusión del mensaje liberal, un discurso pronunciado por Montalvo en su calidad de individuo de
número en la Sociedad Ilustración, en 1852, y otro discurso pronunciado en la
instalación de la Sociedad Republicana, con su correspondiente Comentario de
julio-agosto de 1876. De estos años también datan trabajos como “Del orgullo
Juan Montalvo, El Cosmopolita, Tomo II, op. cit., p. 299.
Ibíd., p. 303.
33
Citado por Gabriel Judde, “La motivación histórica...”, art. cit., p. 135.
31
32
21
y la mendicidad” (1872), “Fortuna y felicidad”, “El Antropófago” y “Judas”
(1873). También fueron iniciados en esta época los Capítulos que se le olvidaron
a Cervantes y Los Siete Tratados. Estos últimos produjeron tal reacción en las
autoridades eclesiásticas, que el Obispo de Quito, Ignacio Ordóñez prohibió su
lectura. Además, una serie de artículos cortos y colaboraciones en la Revista de
Madrid, 1872, y el periódico El Iris34.
Cabe anotar, como lo ha señalado Arturo Roig, que todo este monumental trabajo enciclopédico35 encuentra su unidad de contenido en las célebres
“Lecciones al pueblo”, leit motiv o hilo conductor de tan vasta producción. Las
Lecciones constan tanto en El Cosmopolita cuanto en El Regenerador.
Además, se podría establecer una línea de continuidad entre las “Sociedades” que surgieron a finales de la etapa colonial: Sociedad Patriótica, Escuela de
la Concordia, Sociedad de Amigos del País (1792) y otras que nacieron a lo largo de las primeras décadas de vida republicana. Restablecimiento de la Sociedad
de Amigos del País con sede en Quito (1823) y la otra en Guayaquil (1833),
Sociedad de El Quiteño Libre (1852), Sociedad de la Ilustración (1868), Sociedad Conservadora (1876), Sociedad Republicana...36.
La conformación y la proliferación de este tipo de asociaciones civiles, en
términos montalvinos, debían conducir a una ruptura con el lugar y con los
actores del accionar político tradicional. Los nuevos actores emergentes: las bases liberales debían encontrar, en este tipo de asociaciones, el espacio de debate
y formación, pero también de concertación y ejercicio político más allá de los
canales tradicionales reducidos básicamente a los muros de las iglesias y familias
que monopolizaban el ejercicio del gobierno clerical-terrateniente.
Además, con las asociaciones civiles, “sociedades intermedias” de todo tipo,
a lo que se apuntaba era a conformar y fortalecer una instancia de mediación
entre el Estado y el individuo: los partidos políticos y la sociedad civil en terminología actual. Se depositaba la confianza en ellos para superar la prepotencia
del Estado y la acumulación en pocas manos del poder y los intereses que no
34
Plutarco Naranjo y Carlos Rolando han realizado un exhaustivo Estudio bibliográfico, el más
completo sobre la producción de Juan Montalvo, al menos hasta 1966, fecha de publicación del Tomo
II de dicho Estudio.
35
Arturo Roig ha sabido resaltar la vinculación de la propuesta de Montalvo con la Ilustración:
“La idea de Juan Montalvo de componer, mediante el periodismo, una enciclopedia política proviene
claramente de la corriente ilustrada, proclive a este tipo de mediación para la difusión de las luces. Baste
recordar la propuesta de Eugenio Espejo, en Primicias de la Cultura de Quito, de conformar un taller
encíclico o universal de educación ilustrada en lo moral y político. Ver Arturo Roig, El pensamiento social…,
op. cit., p. 11.
36
Cfr. El Regenerador, Tomo I, op. cit., p. 96 y ss. En páginas anteriores, p. 70, Montalvo expone
su concepción de las clases sociales, alejada por supuesto de la concepción marxista. También hay otras
referencias en El Cosmopolita, Tomo II, op. cit., p. 429.
22
solo olvidan o traicionan al bien común sino que pueden volverse tan nocivos
que terminen imponiéndose. Fortalecer más la organización de las asociaciones
civiles o intermedias permitiría florecer a los lazos de unidad necesarios para
generar un Estado moderno y democrático, más que en el papel en la realidad.
Desde tiempos de la Independencia se había avanzado poco; se hacía necesario
pasar de lo “político” a lo social, de la visión ilustrada a la romántica.
El fortalecimiento de las asociaciones civiles debía ir acompañado del respeto
a la división de poderes, aspecto este último que de no apoyarse en las asociaciones civiles también podría terminar en mera retórica. En palabras de Montalvo:
En una buena democracia los poderes han de estar bien distribuidos; el legislativo, el ejecutivo y el judicial, rueda cada uno en su órbita respectiva, sus jurisdicciones se tocan, pero jamás se confunden: si el uno quiere conquistar algo,
si pone el pie en el territorio de los otros, piérdese el equilibrio, tambalea la
máquina, se desquicia y cae desbaratada.[…] El poder ejecutivo tiene por ellas
mismas –las leyes– facultades exorbitantes, y cuando no las tiene, se las arroga de
mano poderosa. La violación de una ley es un paso a la tiranía. Los tres poderes
que constituyen el gobierno van a dar todos a un hombre en el despotismo: el
príncipe es legislador, ejecutor de leyes, administrador de la justicia. En esta
forma de gobierno el equilibrio de los poderes no tiene cabida37.
Según Arturo Roig, el proyecto de Juan Montalvo no debe apartárselo
de este tipo de sociedades o asociaciones, en las que se expresaba la voz de un
nuevo sujeto político que desde finales de la colonia e inicios de la vida republicana ganaba terreno lentamente, por un lado; y, por otro, se silenciaba el peso
de los terratenientes y el “Estado noble o aristocracia”. Cuando Montalvo se
ocupa de estas sociedades, las piensa como la necesidad fundamental del siglo y
a éste como el período de las sociedades. En ellas se expresarían pequeños grupos
de ciudadanos surgidos de la clase media; la ‘voz del artesano’, del artista, del
labrador, del pequeño agricultor y del minifundista o pequeño propietario y la
de los ‘letrados’ que se reunirían para alimentar y difundir sus propuestas. “Las
sociedades, decía Montalvo, son la necesidad de nuestro siglo: sociedades políticas, sociedades científicas, sociedades de buenas letras inundan las naciones de
uno y otro continente”. A esta pequeña burguesía, años más tarde se sumaría la
burguesía agroexportadora y bancaria para el asalto final al poder38.
37
Juan Montalvo, El Cosmopolita, Tomo I, op. cit., pp. 381 y 382; El Regenerador, Tomo I, op. cit.,
p. 149.
38
Cfr. Juan Montalvo, El Cosmopolita, Tomo II, op. cit., Libro VII: “Del espíritu de asociación”
y Libro IX: “De algunas sociedades notables”. El Regenerador, op. cit., “Discurso pronunciado en la
instalación de la Sociedad Republicana”, p. 96 y ss.
23
En cuanto a los lazos que habrían de unir a los participantes en estas sociedades, se juzgó que surgirían tanto del mundo del trabajo como de la familia,
mediaciones ambas que han sido consideradas como importantes articuladores
sociales. En efecto, por el trabajo y sus frutos no solo acumulan bienes las personas y los pueblos; también su personalidad y su entorno se enriquecen y transforman. El proceso del “hacerse y gestarse” del hombre en su totalidad implica
al mundo del trabajo con sus formas de liberación y alienación. “El trabajo, en
sus múltiples manifestaciones, es aquello mediante lo cual se crea la cultura y se
autorrealiza o destruye la humanidad”39.
Por otra parte, la familia en las sociedades modernas es una de las primeras
instancias en cuyo seno se trasmiten, se recrean y se crean los bienes culturales,
desde el lenguaje, pasando por las costumbres hasta la formación ciudadana.
En el caso de Montalvo se puede apreciar diversos ensayos sobre los desarrollos
de estas categorías dadoras de sentido y con las cuales se trasmitían formas de
comportamiento social y se justificaban las relaciones humanas concretas.
Papel importante debía jugar la mujer al interior del mundo de la familia
y Montalvo no fue ajeno a determinar la función social y el sentido que ella
tendría en una sociedad laica, envuelto todo ello tanto en un ambiguo y hasta
retórico discurso como en una abundante producción. Consagró al tema de la
mujer no pocas líneas, aunque siempre en aguda tensión sea entre su anhelo
porque la mujer tome ideas de lo antiguo sin que ello implique menosprecio por
lo moderno; sea en la contraposición entre las virtudes paganas y las virtudes cristianas, disyuntivas ambas que no logró resolver y dieron pie en más de un caso
a planteamientos que sobrevaloraban al hombre en desmedro de la mujer40.
En este campo, los frutos se recogieron décadas después, cuando el laicismo
dio inicio a la participación social de la mujer al interesarse por su educación,
al determinar su rol y funciones en una sociedad moderna y dar impulso a su
participación en la vida comercial, en las aduanas, en las oficinas públicas y en
otras áreas.
39
Para la apología del trabajo de parte de Montalvo ver El Regenerador, Tomo I, “Lecciones al
Pueblo”, op. cit., p. 103 y ss. Cfr. Arturo Roig, Esquemas para una historia de la filosofía ecuatoriana,
Quito, PUCE, 1982, p. 53.
40
No se ha hecho aún el estudio pormenorizado de los planteamientos de Montalvo sobre la mujer,
a pesar de que su producción es vasta en esta área. Cfr. El capítulo introductorio de El Cosmopolita y en
el Tomo I de los capítulos sobre “La virtud antigua y la virtud moderna” y sobre “La mujer”. En el Tomo
II: “De los celos”, en La Geometría Moral, prácticamente es un libro todo él centrado en la temática de
la mujer, al igual que el tratado “De la belleza en el género humano”, en El Regenerador, Tomo II: “Las
niñas del examen”, “Las mujeres en la política”, “Métodos e invenciones para quitarles a las mujeres
la gana de meterse en lo que no les conviene”. A todo esto habría que sumar la correspondencia que
mantuvo con varias de ellas. Cfr. El Cosmopolita, Tomo I, op. cit., p. 436.
24
Dentro de estos parámetros, Montalvo organizó en Quito, en 1876, una
“Sociedad Republicana” que debía contar con la presencia de artesanos, sastres,
carpinteros, zapateros, trabajadores y estudiantes, que más de un autor ha visto
como el germen de las futuras organizaciones clasistas y sindicales, e incluso
como la sección ecuatoriana de la “Primera Internacional de los Trabajadores”,
hecho que estuvo lejos de la perspectiva montalvina41.
El accionar diario
En estas dos décadas también produjo un sinnúmero de artículos “coyunturales”, de respuesta inmediata a las circunstancias políticas que se habían suscitado, algunas de ellas, a su criterio, de gravedad suma. Tal vez sea sobre todo su
correspondencia con Pedro Fermín Cevallos, Juan Benigno Vela, Pedro Carbo,
Rafael Portilla, Roberto Andrade, por citar algunos nombres, lo que mejor refleja las vicisitudes del día a día42.
Entre las respuestas a la coyuntura política inmediata destaca el enfrentamiento a la Convención de 1869, hábilmente convocada por García Moreno a
fin de expedir el marco Constitucional que le permitiría acceder nuevamente al
poder y le otorgaría las facultades que consideraba imprescindibles para gobernar y construir un Estado fuerte, capaz de superar la insuficiencia de las leyes43.
La VIII Asamblea Constituyente se desarrolló en un agitado escenario de
inestabilidad: la caída del Presidente Jerónimo Carrión, quien perdió el apoyo
de García Moreno y no duró más de dos años en el gobierno (1865-67); el
encargo del poder a Pedro José Arteta por pocos meses (1867-68); la caída del
Presidente Javier Espinosa, quien también perdió el apoyo de García Moreno
(1868-69), y la Presidencia interina de García Moreno (1869). La Convención
logró expedir un conjunto de normas favorables a armonizar las instituciones
políticas con las creencias religiosas y dar a la autoridad pública la fuerza suficiente para anular cualquier brote de oposición o disidencia. Concluida ésta,
instaló en el poder para su segundo período presidencial a Gabriel García Moreno (1869-75).
La oposición bautizó a esta Constitución como la Carta Negra, por promulgar que para ser ciudadano había que ser católico; dar poder inmenso al
Para la diferencia entre La Internacional y la Comuna ver El Regenerador, Tomo I, op. cit., p. 97 y ss.
Ver Juan Montalvo, Epistolario de..., op. cit.
En el combate a García Moreno en esta coyuntura política cabe destacar: “El nuevo Junios I: A
los partidos políticos”; “El nuevo Junios II: Los partidos políticos”; “El nuevo Junios III: A don Gabriel
García Moreno”; “El nuevo Junios IV: A la clase militar”.
41
42
43
25
Ejecutivo al hacer depender de él importantes decisiones y designaciones, incluida la injerencia para nombrar magistrados del poder Judicial; proponer al
Congreso la terna para Magistrados de la Corte Suprema, el Tribunal de Cuentas, las demás Cortes de Justicia, y a propuesta de éstas a los jueces letrados de
hacienda y fiscales. Asimismo, extendió el tiempo de ejercicio de la Presidencia
a seis años y a la posibilidad hasta de una tercera reelección luego de un período
de descanso. A los senadores extendió su plazo a nueve y a los diputados a seis.
Montalvo fue consciente del peligro que encerraba tal tipo de Constitución, no solo por el turbio escenario en que se gestó o por sus principales actores: terratenientes, conservadores y las facciones más reaccionarias de la Iglesia; por la arquitectura o modelo institucional que proponía; por el proyecto
político y hasta cultural que encerraba, sino además por los propósitos de su
principal gestor. Para la oposición esa Carta abría las puertas a un sistema casi
monárquico, confesional y excluyente, en el que hasta las libertades y garantías
ciudadanas quedaban limitadas. Buena parte de El Cosmopolita (las entregas: 5,
6, 7, 8 y 9 se dedicaron a convencer al país de que el triunfo de esa Constitución
era nefasto y que el poder conservador se consolidaría hasta tornarse “eterno”)44.
Una vez aprobada la Constitución, ¿qué podía hacer Montalvo? Decidió
expatriarse. Acudió a la embajada de Colombia y partió hacia Ipiales, un 17 de
enero de 1870, junto a otros dos exiliados más: Mariano Mestanza y Manuel
Semblantes.
Entre las respuestas a la coyuntura política inmediata también destaca, luego del asesinato de García Moreno, Las Catilinarias, inmortal discurso contra
Ignacio de Veintemilla que ocupaba el poder desde 1876. Las Catilinarias se
publicaron en Panamá, en uno de sus exilios, entre 1880-1882. No solo se hizo
la crítica y la mofa de un gobernante sino también de sus adláteres: Antonio Borrero, Manuel Gómez de la Torre, José María Urbina y con tal grado de calidad,
que refiriéndose a esta obra Benjamín Carrión decía:
Es difícil encontrar, en cualquier literatura, un logro tan cabal del improperio;
un poder de látigo restallante tan fuerte; una eficacia moral de bofetada como
los conseguidos por don Juan Montalvo en Las Catilinarias. Pero es más difícil
también que esos insultos estén revestidos de mayor nobleza, de más castiza
corrección literaria, de mayor señorío mental. El secreto montalvino está en su
capacidad de unir la ira y el desdén45.
44
Esta Constitución tuvo vigencia por casi una década, que en el trajinar constitucional de aquellos
años fue un tiempo considerable. Asesinado García Moreno, el nuevo Presidente, Antonio Borrero la
calificó de “cesarista y antirrepublicana” y dio impulso a la promulgación de una nueva Constitución.
45
Benjamín Carrión, El pensamiento vivo de Montalvo, Buenos Aires, Losada, 1961, p. 24.
26
Como muestra de la capacidad de diatriba de Montalvo baste:
Ignacio Veintemilla no ha sido ni será jamás tirano: la mengua de su cerebro es
tal, que no va gran trecho de él a un bruto. Su corazón no late; se revuelca en un
montón de cieno. Sus pasiones son las bajas, las insanas; sus ímpetus, los de la
materia corrompida por el demonio. El primero soberbia, el segundo avaricia, el
tercero lujuria, el cuarto ira, el quinto gula, el sexto envidia, el séptimo pereza,
ésta es la caparazón de esa carne que se llama Ignacio Veintemilla46.
El Cosmopolitismo
Concomitante al enfrentamiento con el régimen garciano y a la voluntad de
construir las bases seculares de la nueva República, también habría que situar
el especial propósito de romper y ampliar los estrechos límites provincianos
y nacionales, rémora que aislaba al país e impedía marchar hacia el progreso.
Desde luego nos ha de ocupar la suerte del continente americano, sin que tengamos por ajenos a nuestro propósito los grandes acontecimientos de Europa y
del mundo entero, si el caso lo pidiese. De “COSMPOLITA” hemos bautizado a
este periódico y procuraremos ser ciudadanos de todas las naciones, ciudadanos
del universo, como decía un filósofo de los sabios tiempos. Las revoluciones, las
guerras, los desastres y progresos de las repúblicas que más de cerca nos tocan,
llamarán nuestra atención con preferencia, y hablaremos de ellas, no como patrias ajenas, no como extranjeros neutrales, sino como hijos de su seno, como
ciudadanos de sus Estados, como obedecedores de sus leyes47.
La optimista orientación hacia el frente externo también puede ser vista
como reacción a la gestión aislacionista y retrógrada vigente en el frente interno.
Era la airada reacción a una política que era contraria a los vientos de modernidad en que se hallaban empeñados la gran mayoría de los países latinoamericanos, y que se amparaba en posiciones conservadoras incluso extremas o ultramontanas que postulaban apartar al país de la corriente de impiedad y apostasía
que arrastraba al mundo en esa aciaga época48. La vinculación del Gobierno con
la Iglesia Romana alcanzó la cima tanto con la declaración del Ecuador como
República del Corazón de Jesús como con la construcción de la Basílica del Voto
Juan Montalvo, Las Catilinarias, Ambato, I. Municipio de Ambato, 1987, p. 104.
Juan Montalvo, El Cosmopolita, Vol. I, México, Cajica, 1965, pp. 15-16.
Gabriel García Moreno, “Mensaje al Congreso Constitucional de 1875”, en Escritos Políticos,
seleccionado por Julio Tobar Donoso, Puebla, Cajica, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, 1960, p. 368.
46
47
48
27
Nacional, hitos representativos de los Estados teocráticos que la modernidad
había logrado ya superar.
Creció así la controversia especialmente a partir del momento en que
Roma decidió dar una batalla frontal contra el liberalismo, a partir de 1864,
con los documentos del Papa Pío IX: la encíclica Quanta Cura y el Syllabus. En
el caso ecuatoriano, la línea ultramontana mantuvo vigencia por largo tiempo,
haciendo caso omiso aun de la apertura que a finales de siglo ofreció la Iglesia
a través de León XIII, con su encíclica Inmortale Dei, y en más de un religioso
como fue el caso de Manuel José Proaño, 1885, autor de un Catecismo filosófico,
se utilizó el mismo texto papal para reforzar la resistencia a los nuevos vientos
con los cuales el Pontífice trataba ya de coexistir y dialogar49.
Mas el llamado montalvino a la “modernización” del país, con la correspondiente apertura a lo cosmopolita, también podría entenderse como contradictorio a la orientación hacia lo propio, lo interno o nacional. La minusvaloración de lo propio y la sobre-valoración de lo extranjero era un recurso muy
usado por los grupos aristocratizantes y no fue fácil para Montalvo dar con la
síntesis que hacía justicia a una y otra orientación. Fue a través de la dedicación
al país que juzgó superables dichos extremos:
La Patria propiamente dicha, este pedazo de las entrañas, como hubiera dicho
Chateaubriand, el gobierno a cuyas leyes vivimos sujetos, la política de los gobernantes serán asimismo parte de nuestro asunto. Solón [...] hubiera condenado
a la infamia a los que prescindan y tengan en menos las discusiones públicas en
donde se ventila lo perteneciente a la moral, la rectitud y la justicia del gobierno;
al provecho y bienandanza de los miembros constitutivos de esto que se llama
sociedad, nación, Estado50.
Pero el Cosmopolitismo y la fe en el progreso condujo también a identificar lo colonial y las formas de vida propias de los ambientes tradicionales y
rurales con el estancamiento-barbarie y a su vez a contrastar aquello con lo europeo como forma de civilización-progreso. Por supuesto, Montalvo no cayó en un
tratamiento tan simplista y en más de una ocasión sus planteamientos señalan
con precisión vicios y limitaciones de la Europa que él visitó en tres ocasiones,
pese a lo cual la predilección y fascinación de lo europeo, particularmente francés, no dejó de ser una constante como se puede apreciar en diversos párrafos
de apología de Grecia, Roma o Francia.
49
50
28
Manuel José Proaño, Catecismo filosófico, Quito, Imprenta de Gobierno, 1981.
Ibíd., pp. 16-17.
El Cosmopolitismo también esconde los esbozos de una filosofía de la historia, tema al que prestó especial atención el movimiento romántico y el espiritualismo heterodoxo a todo lo largo del siglo XIX. La doctrina liberal en cuanto
contrapuesta a la posición conservadora, entendida ésta como la defensora de lo
viejo y lo caduco, dio fuerza, por su mismo contraste, para plantear la causa liberal como horizonte de futuro y redentor. El liberalismo terminó por convertirse
en condición sine qua non del progreso, y éste a su vez en la base y meta última de
todo género de prosperidad. Esta relación o maridaje entre liberalismo y progreso condujo a identificar y abanderarse de los avances en diferentes áreas (nuevas
fuerzas productivas, desarrollo técnico y científico, descubrimientos geográficos
e industriales,...) e igualmente a identificar el estancamiento y el retroceso con
las formas y relaciones de producción de carácter pre-capitalista o semi feudal:
El liberalismo –decía Montalvo– consiste en la ilustración, el progreso humano y
por aquí, en las virtudes, ni puede haberlas en medio de la ignorancia y el estancamiento de las ideas. Aguas que no se mueven se corrompen. Los conservadores
beben en el Mar Muerto […] El ferrocarril, el telégrafo, la navegación por vapor
son liberales, […] Los conservadores hasta ahora tienen el ferrocarril por invento
del demonio, y lo que es peor, de los demonios. Su religión es no salir del círculo
en donde alcanzan a oler sus narices. […] El liberalismo anda soplando por el
mundo en forma de viento fresco y oloroso51.
Posteriormente, progreso y liberalismo quedaron subsumidos el uno en el
otro y expresaron su confianza en un término aún más envolvente: el de “civilización”, introduciendo al interior de ella todo género de propuestas, desde los
postulados de un republicanismo parlamentarista, pasando por las tesis de integración nacional hasta principios de moral. Liberalismo-progreso-civilización,
se ofrecían al país como esquema integral de organización y resolución de los
más inquietantes y variados problemas, optimismo que bordeaba ya los límites
del utopismo y en cuanto tal pasó a fungir como meta terminal u horizonte
último al cual se debía acceder.
Chocaron así dos orientaciones: la una volcada al pasado e intentando
hallar en las fuerzas de la tradición, especialmente en la religión, el ímpetu
requerido para propiciar la unidad e identidad del país; la otra atenta al futuro,
asumido éste como referente con capacidad de atraer e integrar a los más diversos intereses y actores. El país estaba frente a una paradoja, a una situación en
que la seducción del pasado o del futuro le obligaba a decidirse. Escogió y dio
los primeros pasos de construcción tanto de una matriz productiva orientada
51
Juan Montalvo, El Regenerador, Tomo I, Ambato, I. Municipio de Ambato, 1987, pp. 113-114.
29
y abierta al mercado internacional como de modernización de algunas de sus
principales estructuras del Estado. Años después, el liberalismo consolidó y se
tornó irreversible al proceso.
Los medios extremos
Por otra parte, frente a esta optimista visión del futuro se levantaba un escenario
o contexto no solo conservador sino ultramontano que dio pie a una posición
cada vez más radical y de confrontación, por el mismo encierro y barreras puestas al�������������������������������������������������������������������������
más leve ���������������������������������������������������������������
soplo de modernización. La estrategia de enfrentamiento, exclusión, insultos y descalificación del adversario radicalizó las posiciones de lado y
lado. García Moreno en clara alusión a un defecto físico de Montalvo escribió
dos sonetos llenos de burla y sátira a fin de hundirlo en lo ridículo: “A Juan que
volvió tullido de sus viajes sentimentales” y “Dedicado al Cosmopollino”52.
Hasta en las mismas filas conservadoras no faltaron voces para prevenir sobre las consecuencias de tal estrategia. Para Juan León Mera, por ejemplo, había
que plantear la superación del conflicto liberal-conservador, que desunía y confrontaba al país. “Los liberales han deslenguado contra los conservadores; los
conservadores han despedazado a los liberales. Unos y otros han agotado los insultos, las calumnias en la contienda del periodismo y de los libelos políticos”53.
Ahora bien, ¿cómo disolver una estrategia política fundada en enfrentamientos doctrinales que se amparaban incluso en la religión? La pugna política estaba alimentada, según Mera, básicamente por “inmorales y disolventes
doctrinas”, que día a día iban suplantando “la santa sabiduría del evangelio y
corrompiendo el corazón de la sociedad” ¿Cómo superar la división doctrinal
contra un núcleo “sagrado” y de integración nacional? Puesto a escoger Mera
entre una y otra alternativa y al no disponer de las categorías que ofrecía el Estado secular resolvió tal tipo de conflicto, optando por refugiarse en lo religioso:
Por lo demás, bien se habrá visto que condenamos lo malo en todos los partidos,
mas si el “liberalismo” consiste en el abuso de las ideas democráticas, y en la
adopción de la inmoralidad y la irreligión, ¡al diablo con! y nos acogemos a la
bandera “conservadora”, donde al fin se hallan las doctrinas católicas que profesamos de corazón54.
52
Cfr. Antonio Sacoto reproduce estos versos en: Juan Montalvo: el escritor y el estilista, Quito,
Sistema Nacional de Bibliotecas, 1996, pp. 208-209.
53
Juan León Mera, Ojeada histórico-crítica sobre la poesía ecuatoriana, Quito, Clásicos Ariel, No. 31,
s/f, p. 162.
54
Ibíd., p. 168.
30
Montalvo tampoco tuvo otra alternativa que la de radicalizar su posición,
al encontrar cada vez más argumentos y pruebas para señalar el despeñadero
a que conducían al país los gobiernos conservadores. No cabían medias tintas
ni conciliación o diálogo con las múltiples muestras de abuso y autoritarismo
así como de retroceso hacia tiempos medievales. La oposición reiteradamente
señalaba esos abusos. Según el historiador Enrique Ayala:
Al finalizar su gobierno, en mayo de 1865, ante el levantamiento armado de
los Generales Urbina y Robles, [...] efectuó con ellos una carnicería. Fusiló 27
prisioneros, tras un consejo sumarísimo. También fusiló enseguida, pese a intervenciones activas de sus propios partidarios, a simples complicados intelectuales o amigos de Urbina, como el Dr. Santiago Viola, médico argentino. A
estos actos de terrible represión se sumaron, el fusilamiento del Gral. Manuel
Tomás Maldonado, la flagelación del Gral. Ayarza, el tratamiento, rayano en el
sadismo al Dr. Juan Borja, destacado liberal quiteño, y otros tantos hechos más
que cubrieron al gobierno garciano de una estela de terror. Desde ese entonces
comenzó a llamarse a la tendencia conservadora que respaldaba esta política:
“Partido Terrorista”55.
En esta cada vez más virulenta confrontación llegará hasta el paroxismo en
su lucha contra el tirano e incluso a la apología de los actos heroicos en la defensa de la libertad. Nueve años antes del asesinato de García Moreno, ocurrido
en 1875, en páginas de El Cosmopolita (1866-1869), Montalvo ya había hecho
el elogio de las “conjuraciones santas”:
Si un pueblo es oprimido, maltratado, estregado por el ahínco destructor de un
malvado fuerte, levántese ese pueblo y dígale: ¡Llegó tu día, vas a morir, malvado!
Hay conjuraciones santas: el que al frente de una vasta porción de ciudadanos
se lanza hacia el tirano apellidando libertad, y le mata con su mano a mediodía
y en la plaza pública, no es asesino; será conspirador, en buena hora: pero gran
conspirador, benefactor de la especie humana56.
Bajo esta perspectiva, Mi pluma lo mató es el testimonio extremo de ese
derecho a la insurrección, como se mostrará más adelante.
Años más tarde, en momentos culminantes de su oposición a Veintemilla
retomará lo de las medidas extremas y hará el llamado al levantamiento en armas contra el tirano. Si bien aún no habían madurado los tiempos requeridos
para el triunfo de la Revolución Liberal, no cabe duda que se estaba en vísperas
55
56
Enrique Ayala, Lucha política…, op. cit., pp. 157-58.
Juan Montalvo, El Cosmopolita, op. cit., p. 420.
31
de un giro de noventa grados y con altas posibilidades de adelantar la historia
en quince años. Cada vez más un número creciente de ciudadanos se sumaban
a las filas liberales y reclamaban el fin de la tiranía. La lucha de Montalvo contra
las rémoras de un país en el que la aristocracia y la Iglesia disponían de un poder
ideológico y económico difícil de quebrantar tenía que ver con la resistencia
propia de un contexto por demás cerrado, que no abría puertas a los cambios.
En carta que dirigiera en agosto de 1880, desde Ipiales, a un ‘grupo de
amigos’, en vísperas de lo que sería su último auto exilio en París, les decía: –cito
in extenso por su importancia–
El impreso que les envío les dará a ustedes la medida de lo que hay en realidad
[...] De fuerzas propias puedo reunir, según las ofertas, hasta mil fusiles. De
Tumaco traje pólvora para más de 50.000 tiros. Todo, todo nos es favorable a ese
lado del Carchi. En Tumaco dejé un buque listo para que tome a Alfaro en fecha
fija [...] He iniciado negociaciones en Quito respecto del dinero indispensable;
si lo hay, no habrá que esperar. Ya ustedes sabrán que todas las noches gritan los
tulcanes: ¡Viva Montalvo! ¡Muera el Mudo!57. Por popularidad y por elementos
de guerra no falta; pero faltan absolutamente las tres cosas necesarias para una
revolución: la primera dinero, la segunda dinero y la tercera más dinero58.
El instrumento básico: el ensayo
Existe unanimidad entre los estudiosos de Montalvo en reconocer en nuestro
autor a uno de los máximos exponentes latinoamericanos del ensayo como forma de expresión que adoptó caracteres singulares y se convirtió, en los siglos
XIX y parte del XX, en el instrumento principal de mediación o instrumento
de reflexión sobre la realidad social y política de los países que estaban construyéndose.
El recurso a este género no es casual en Montalvo. Se podría afirmar que
la gran mayoría de sus escritos, esa numerosa cantidad de opúsculos o artículos
periodísticos, por su mismo carácter didáctico y su orientación no solo hacia
el convencimiento sino hacia una nueva praxis política con fuerte sentido anti
institucional, encontraron en el ensayo su mejor forma de expresión. Son innumerables las ocasiones en que Montalvo echa mano a este recurso y su obra
toda podría ser vista como un ensayo, transformado por la frecuencia de su uso
en un arte.
57
58
32
El Gral. Ignacio de Veintemilla.
Juan Montalvo, “Carta a un grupo de amigos”, en Epistolario de..., op. cit., p. 615 y ss.
En el ensayo, las tesis se presentan, por una parte, con carácter de ruptura
de los cánones tradicionales, y por otra, de propuesta de una nueva institucionalización, con diferentes paradigmas, que se enuncian con carácter provisional
o en germen, como algo nuevo, inédito. Ensayar supone examinar, poner a
prueba una cosa antes de darle el beneplácito o llevarla a su segura aplicación.
Por este carácter emergente o provisional se concede fuerza a la crítica institucional y a la discusión de los argumentos o bases del cambio, que para ser
aceptado requieren fundamentarse, debatirse y aclararse a través del análisis y su
reiteración, bajo nuevo formato o ejemplos. Al volver una y otra vez sobre los
mismos temas, con riesgo incluso de divagación, se facilitaba tanto la comprensión como la función de convencimiento. Uno de los más notables estudiosos
de Montalvo estableció una clara distinción en sus escritos, entre los que se
pueden catalogar como reelaborados y acumulativos, y los que fueron ocasionales
y no reelaborados sino posteriormente59.
Con el recurso frecuente a las figuras literarias que expresan reiteración
(por ejemplo, la anáfora, o repetición de una o más palabras; la complexión,
o repetición de palabras al principio y al final; o la aliteración), Montalvo encontró el camino para la presentación de las más diversas perspectivas sobre un
mismo punto, con lo cual enriqueció la comprensión de temas que en su medio
aún no habían logrado penetrar. Además, gracias a la reiteración de problemas
e ideas logró dar énfasis mayor a sus planteamientos, resaltar sus contenidos e
incluso rodearlos del más vivo interés. Valga como prototipo el artículo titulado
“A la Clase Militar”, en el que se describe a la institución y al soldado en sus más
diversas responsabilidades, cualidades, peligros, historias y facetas60.
Bajo esta perspectiva, que conecta al ensayo con la innovación y la reiteración y lo transforma en la cantera para la reconstrucción de la totalidad, convirtió a esta forma literaria en el instrumento clave de su proyecto político. En “El
buscapié”, prólogo de los Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, insiste en la
visión de la realidad como conjunto armónico de las más diversas fuerzas, incluso
de las de carácter antagónico. Refiriéndose a Cervantes, señala que él no tuvo
sino un propósito en la composición de su magna obra: “Formar una estatua de
dos caras, la una que mira al mundo real, la otra al ideal; la una al corpóreo, la
otra al impalpable. Quién diría que el Quijote fuese libro filosófico, donde están
en oposición perpetua los polos del hombre, esos dos principios que parecen
conspirar a un mismo fin, por medio de una lucha perdurable entre ellos”61.
59
60
61
p. 32.
Arturo Roig, El pensamiento social de Montalvo, op. cit., p. 16.
Juan Montalvo, El Cosmopolita, Tomo II, op. cit., pp. 438-448.
Juan Montalvo, “El buscapié”, en Capítulos que se le olvidaron a Cervantes, Colombia, Beta, 1975,
33
Igualmente, el concepto montalvino de arte como conjunto armónico, que
recoge en un punto todos los rayos de luz; que, como los espejos ustorios, permite la convergencia de todos ellos hacia un centro para formar el fuego, también sirvió para elevar incluso a nivel ontológico el principio de unidad de los
contrarios:
El bien y el mal, la luz y las tinieblas, la verdad y la mentira, son leyes de la naturaleza: querer hablar solo a las divinidades propicias es querer lo imposible. No
tenemos idea del bien, sino porque existe el mal; la luz no fuera nuestro anhelo
perpetuo, si no reinara la obscuridad; y la verdad sería cosa sin mérito, si no
estuviese de día y de noche perseguida y combatida por la mentira62.
En definitiva, el ensayo supera sus limitaciones, su carácter tentativo o
provisional y hasta sus posibles reiteraciones y divagaciones, cuando él logra
alcanzar el centro de confluencia o armonía de todos los rayos. La historia en su
devenir termina por unificar aspectos al parecer irreconciliables y es a través de
los ensayos como se alcanza tal propósito.
Por otra parte, el ensayo recuerda los martillazos de la crítica que reclamaba Nietzsche contra la religión, la filosofía y la moral tradicionales. Se trataba
de destruir y pulverizar esas formas anquilosadas para dar un nuevo cauce al
proyecto creador. Y así como el cincel del artista golpea la piedra, una y otra
vez, cuando quiere esculpir la imagen “que yace en el bloque de mármol”, así el
martillo de la crítica y el ensayo debían hacerse presentes reiteradamente contra la
realidad de dominación e injusticia63. Cuando de nuevas y revolucionarias tesis
se trata, hace falta insistir en ellas, golpearlas para que penetren, clavarlas una y
otra vez hasta que queden fijas y seguras. La persuasión requiere de la reiteración
y reafirmación. La estructura de los libros de Montalvo, por temas o acápites
más que por capítulos, es otra manifestación del peso otorgado a la reiteración
de los temas a fin de transformarlos en “trueno”, “terremoto”, “ciclón” capaz de
desencadenar un proceso. A todo ello se podría unir la preferencia de Montalvo
tanto de la adjetivación, especialmente binaria y bivalente, como de lo hiperbólico y la antítesis, como ha sabido resaltar Antonio Sacoto64.
En términos actuales, en el ensayo también florece lo perlocutivo, que
busca el efecto que el enunciado discursivo debería producir en el receptor de
un determinado mensaje. Se trataba de convencer o persuadir. La meta final
también es producir un fuerte impacto emocional capaz éste de convertir, de
Ibíd., p. 46.
Ver Friedrich Nietzsche, “El martillo habla”, en El ocaso de los ídolos o ¿Cómo se filosofa con el
martillo?, Argentina, Siglo Veinte, 1991.
64
Antonio Sacoto ha realizado un examen exhaustivo de estos aspectos, op. cit., p. 313 y ss.
62
63
34
ganar adeptos a una nueva concepción del mundo y por supuesto del quehacer
político.
VII.
LOS APORTES DE MONTALVO A LA REVOLUCIÓN LIBERAL
Juan Montalvo no llegó a entrar en la tierra prometida. Falleció lejos del país, en
1889, seis años antes de que Eloy Alfaro diera inicio a un levantamiento exitoso,
y bajo el grito épico y romántico: ¡libertad o muerte!, entrara en la capital y se
hiciera del solio presidencial.
El 5 de junio de 1895 comenzó la revolución en Guayaquil y se solicitó la
conducción del proceso a Alfaro, al momento en Panamá. En forma inmediata,
a mediados de junio, el Viejo Luchador arribó a Guayaquil y consiguió que el
litoral se decidiera rápidamente a su favor. Ya con su presencia los pronunciamientos se sumaron uno tras otro: Calceta y Manta en junio, Guaranda en
julio, y entre agosto y septiembre las montoneras del Viejo Luchador, al grito de
Viva Alfaro, se fueron tomando una a una las cabeceras provinciales del Callejón Interandino. Luego de derrotar al ejército conservador en los combates de
Pangua, Palenque, Girón, San Miguel, Gatazo, etcétera, hizo Alfaro su entrada
triunfal a la Capital el 4 de septiembre, arrancando así el poder político de
manos de la centenaria dominación tradicional e inaugurando una nueva era:
la del orden liberal.
Pero si Juan Montalvo no estuvo presente en las festividades de la gesta
liberal de 1895 y en la asunción al poder de Alfaro, con quien mantuvo cálidos
lazos de trabajo y amistad, lo estuvo en calidad de precursor de dichos acontecimientos. Él recogió el ideario ilustrado: lo adaptó, criticó y transformó;
enfrentó al clima ideológico y a la fundamentación eclesiástica, y hasta reunió
y animó a los nuevos actores y mediaciones que fueron requeridas en esta fase
de ascenso. En definitiva, no hubo figura desde finales del período colonial que
hubiese desarrollado con mayor detenimiento y amplitud, fundamentación y
coraje el ideario liberal, lo cual no obsta para reconocer que las primeras semillas de la propuesta moderna fueron sembradas por Eugenio Espejo, José Mejía
Lequerica, Luis Fernando Vivero, Francisco Hall, Vicente Rocafuerte, Pedro
Carbo, Pedro Moncayo, por citar solo algunos nombres. En pocas palabras,
él pintó la revolución por venir, la cual debía regular las acciones humanas y
darles su verdadero alcance.
35
Una fundamentación secular
Por lo anotado, la obra de Montalvo constituye el trabajo sistemático más serio
y amplio que se ha dado en el Ecuador, seguramente hasta el presente, por
establecer una nueva cosmovisión, una nueva escala de valores y por erigir las
bases irrenunciables del ser humano y de la sociedad ecuatoriana desde una
perspectiva secular o intramundana. En otras palabras, había que separar a la
Iglesia del Estado y a su vez o en forma concomitante a la Iglesia del dominio
de la sociedad civil, preludio éste del proceso que se llevaría a cabo años después, cuando la Iglesia fue expulsada de áreas que por décadas había detentado
bajo su directo control. Se estableció el matrimonio civil y el divorcio, se creó
la educación laica, el reconocimiento de la libertad religiosa, y se prohibió a
los clérigos participar en política. La jerarquía eclesiástica también vio disminuir sus dominios al perder el control de instituciones de beneficencia y salud
(como hospitales, orfanatos, casas asistenciales y hasta cementerios), que pasaron a depender de entidades organizadas por el gobierno. A partir de 1908,
cuando se emitió la Ley de Manos Muertas, la revolución le quitó a la Iglesia
la administración de casas y haciendas, escuelas y colegios, diezmos y rentas.
En palabras de Alfaro: “...los bienes que pasaron del pueblo a los institutos religiosos, volverían al pueblo menesteroso, y se invertirían en su exclusivo alivio
y beneficio”65.
Fundamentar la realidad toda, sin recurrir a la religión, fue la empresa
montalvina y la primera tentativa global que se dio en el país por situar al hombre en un medio laico, esbozando un programa de vida liberado de las tutelas
eclesiásticas y dibujando una existencia dirigida hacía la mejora de las condiciones de los hombres gracias a la dedicación y sacrificio del mismo esfuerzo
humano, especialmente de la razón.
La síntesis montalvina comprende por lo mismo, no solo una propuesta
política sino también la esperanza de operar una transformación integral del
individuo y la cultura, gracias a las fuerzas ínsitas en él y a la riqueza de su subjetividad capaz de abolir los prejuicios, las concepciones tradicionales y aún los
gobiernos despóticos, por más poderosos que ellos pudiesen parecer. Por todo lo
cual Juan Montalvo es el más famoso creador de la cultura secular de su época
y aún de la que vino después.
A lo largo de su obra de ensayista –dice Benjamín Carrión– corre un persistente
estremecimiento de asombro ante la obra humana, ante los productos superiores
65
Eloy Alfaro, “Mensaje del Presidente de la República del Ecuador al Congreso”, 25 de septiembre
de 1909.
36
de la razón razonante, y de la razón actuante. Pero todo, sobre un vasto telón
de fondo constituido por la obra del hombre –razón y realización– en las eras
clásicas de la humanidad, Grecia y Roma, sobre todo66.
Criterio similar tuvo Jorge Carrera Andrade, para quien: “...Los libros de
Montalvo fueron el fundamento de la emancipación espiritual del pueblo ecuatoriano. Juan Montalvo se presentó como un campeón de las libertades democráticas y enseñó el odio a los tiranos, el respeto a la dignidad del hombre y la
tolerancia religiosa”67.
El análisis que hiciera Montalvo, por ejemplo, del conocimiento humano,
en el capítulo último del primer volumen de El Cosmopolita, es una excelente
muestra de esta tarea de fundamentación secular de un aspecto relevante de la
realidad. El profesor Agoglia lo ha resumido en los siguientes términos:
Montalvo, establece una neta distinción entre la ‘inteligencia’, facultad a la
que asigna –como a los apetitos y a las pasiones– una exclusiva función vital,
o mejor biofiláctica, y el ‘alma o espíritu’, a los que cartesianamente define por
la ‘conciencia’. La manifestación más alta de esta conciencia (que comprende
también los actos afectivos y voluntarios) es la razón, y por ella, especialmente,
sobrepasamos las determinaciones del mundo empírico. La conciencia, es pues,
la fuente de nuestra libertad y de nuestra elevación hasta los valores supremos y
la causa primera [...] y, de consiguiente, hay ideas distintas y más dignas de las
que proceden de la sensibilidad: provienen de las dotes del alma, del corazón,
de la voluntad y de la razón, que constituyen las disposiciones privativas y más
excelentes del hombre68.
Ahora bien, ¿cuál es la trascendencia de esta descripción del conocimiento
humano, que hoy podríamos llamar “fenomenológica”? El análisis montalvino
del conocimiento conduce a señalar que el hombre, por la misma naturaleza o
estructura de su conocimiento, debe vivir y orientar su conducta de acuerdo
con las facultades superiores de su espíritu, y no de conformidad con los instintos y ni siquiera por la inteligencia, que no es más que una especie de sagacidad
estratégica o ‘razón instrumental’, por la cual puede obtener eficacia, éxitos y,
en general, dominio sobre la naturaleza, pero no necesariamente sobre el ámbito social o político y mucho menos sobre la globalidad de su existencia, que
reclama por su misma dinámica de otro tipo de razón o ‘saber’, distinción entre
Cfr. Benjamín Carrión, El pensamiento..., op. cit., p. 29.
Jorge Carrera Andrade, Galería de místicos y de insurgentes, Quito, CCE, 1959, pp. 113 y 133.
68
Cfr. Rodolfo Agoglia, El pensamiento romántico ecuatoriano, Quito, Biblioteca Básica de
Pensamiento Ecuatoriano, Vol. 5, Corporación Editora Nacional, 1980, pp. 50-51.
66
67
37
‘entendimiento’ (Verstand) y ‘razón’ (Vernunft) a lo cual tanto Kant como Hegel
prestaron especial atención69.
Por este motivo son importantes las reflexiones morales de Montalvo sobre la guerra, la nobleza, las virtudes o las perversidades, pues le brindaban la
ocasión de resaltar la meta o las limitaciones de cada una de ellas, pero a partir
de su dinámica dentro del ser humano, desde su raíz antropológica. La tarea
de Montalvo fue adentrarse en ricos temas de moralidad, religión, trabajo, política, cultura, etc., tratando en cada uno de ellos de descifrar sus claves bajo
una óptica nueva o registro que lo llevó a establecer formulaciones inéditas que
contrastaban con las vigentes, produciéndose así un corte irreversible con el
pasado y a partir de esta ‘ruptura’ un comenzar a mirar las cosas necesariamente
de otra manera.
El humanismo laico
Montalvo también trató de confrontar este neo-humanismo profano por el cual
el ser humano se lanza al desarrollo de sus capacidades intelectuales, pero velando para que no terminen ellas en desmedro de la verdadera razón, de los
sentimientos más generosos y de los propósitos más notables de la voluntad
(espiritualismo racionalista), con el ideal propuesto por la religión tradicional.
Para el efecto contrastó las virtudes y héroes paganos con las virtudes y santos
cristianos y mostró que también fuera de la Iglesia se podían cultivar las cualidades humanas más eximias. Junto al santoral católico hizo desfilar un santoral
laico, tanto de hombres como de mujeres, con figuras de la talla de Sócrates,
Plutarco, Lucrecia, Livia, Agripina, Pelagia,... Llegó incluso a utilizar la autoridad de Bossuet para forzar a los tradicionalistas a aceptar que sería vergonzoso a
todo hombre de bien ignorar el género humano70.
El enfrentamiento entre un ‘humanismo laico’ y una religiosidad que
amparaba una serie de acciones institucionales alienantes, también se puede
apreciar en innumerables denuncias que le sirv������������������������������
ieron a Montalvo para confrontar una y otra posición. Para reforzar los valores ínsitos a un humanismo secular,
procedió, por ejemplo, con la capacidad que le brindaba la maestría de su pluma, a destapar el cofre de vicios y deficiencias de un clero que había llegado al
colmo de la disolución y la más bárbara ignorancia. El clero se convirtió así en
69
En la actualidad este debate se ha visto enriquecido por nuevas reformulaciones, especialmente
aquella que marca diferencias entre la ‘explicación’ (Erklären) y la ‘comprensión’ (Verstehen), la una más
orientada a las ciencias de la naturaleza y la otra a las ciencias humanas o del espíritu.
70
Cfr. Juan Montalvo, El Cosmopolita, Tomo I, op. cit., pp. 181-189.
38
uno de sus principales acusados. Por no citar más que un ejemplo, recordemos
que cuando el Arzobispo de Quito condenó Los Siete Tratados, Montalvo reaccionó violentamente y escribió Mercurial Eclesiástica, obra en la que trata al Arzobispo con el peyorativo nombre de cabo Ordóñez, y le endilga la condición
de pobre ente infeliz, sin inteligencia ni virtud. Más allá de estos epítetos, sin
embargo, la crítica montalvina no solo se orientó a derrumbar todo el cuerpo
eclesiástico atacando a su cabeza, sino además a poner al descubierto cómo
detrás del velo religioso se escondía el rostro de las pasiones y prácticas más
desenfrenadas:
...detrás del ayuno nunca se ha comido más y mejor, detrás del arrepentimiento
la picardía y malicia clerical; detrás de la confesión, la carta de presentación para
con casadas y solteras, viejas y jóvenes, blancas y cuarteronas; detrás de la grandilocuencia del púlpito las palabras de sacerdotes y además sus manos poderosas
pero extendidas; detrás de los malos libros, la inquisición y el temor a la verdad;
detrás de las sagradas imágenes, el tráfico indecente con lo sagrado y la idolatría;
detrás de las fiestas religiosas, la extorsión del cura por ocho o diez pesos; detrás
de los priostazgos, la inmisericorde explotación del indio y del ingenuo; detrás
de los últimos sacramentos, la donación de haciendas y propiedades a las órdenes
religiosas,...71.
Pero más grave que el engaño o el contenido ideológico y encubridor tanto
del saber teológico vigente como de la religiosidad ���������������������������
popular, tal como era practicada en aquella época, estaba el cierre de puertas que ejercía la clerecía contra los más mínimos elementos de progreso. “La lectura, prohibida; las artes,
prohibidas; las sociedades, prohibidas: los pasatiempos honestos, prohibidos;
qué oscuridad, qué vacío lleno de dolor y tristeza [...]. El teatro en general, está
excomulgado; la novela con más rigor, las reuniones sociales, la tertulia, el baile,
todo es ocasión de pecado, donde se arruinan las almas”72.
Por supuesto, Montalvo tenía al clero por parte necesaria en una sociedad
bien organizada; lo que pedía, al igual que los ilustrados, era un clero virtuoso y
útil, no ignorante, perjudicial y lleno de vicios. “Este clero, según sus palabras,
era una peste por el poder que tiene sobre pueblos que andan muy atrás de las
naciones civilizadas; en los que no les creen a ojo cerrado no es sino un trapo”73.
En otros términos, se trataba de la crítica propia de una religiosidad laica y
quijotesca, opuesta a los mercaderes del templo y contraria a la pretensión ultramontana de situar a la Iglesia, dada su fuerza material y cultural, por encima
Cfr. Juan Montalvo, Mercurial Eclesiástica, Latacunga, Edit. Cotopaxi, 1967, p. 26 y ss.
Ibíd., p. 124.
73
Ibíd., p. 9.
71
72
39
del Estado, lo cual condujo a Montalvo a enfrentar al principal instrumento
de consolidación ideológica de que dispuso y utilizó fríamente la oligarquía,
no tanto por aspectos de dogma o de fe cuanto por los intereses que protegía
diariamente.
La crítica ilustrada a la religión fue de este modo retomada y profundizada
por el movimiento romántico, si bien resultaba igualmente insuficiente por el
carácter moralista del enfoque que no permitía descubrir las condiciones materiales o el carácter estructural de dicho problema. La denuncia contra el clero
por su actitud calculada y premeditada en la creación y mantenimiento de una
serie de engaños que beneficiaban sus intereses, no hacía más que considerar
al problema como una transgresión moral y no como una función normal de
proyección. En otros términos, no se superaba la teoría dieciochesca de la mentira de los sacerdotes, y por ende no se abría las puertas a una visión más profunda de lo ideológico, capaz de ejercer hasta la propia autocrítica. “De donde
surge, comenta Roig, una grave contradicción en la posición de estos liberales
románticos, pues mientras que lo ideológico es denunciado, al hacerse la crítica
al uso social del saber teológico por parte de la Iglesia, desaparece como problema cuando se enuncian las bases del saber teológico que se considera como
verdadero”74.
A pesar de estas y otras limitaciones, la crítica montalvina amparada en
la misma crisis del clero, admitida sin vacilaciones por progresistas y radicales,
logró a la larga encontrar eco hasta en la jerarquía eclesiástica, que terminó
por aceptar que la reforma del clero no era solo recomendable sino necesaria e
impostergable.
La moral emergente y heroica
Pero se engañaría quien creyese que la regeneración moral o la reforma de las costumbres, a partir de una cosmovisión laica, hubiesen tenido como meta última
un proyecto moralista, especie de ingenuidad propia de un exagerado optimismo
romántico. Para construir una nueva sociedad y un nuevo Estado era necesaria,
pero no suficiente, una prédica moralista o la mera defensa verbal de los derechos ciudadanos. Ni siquiera una ética laica o secular era suficiente. Se hacía
necesaria una ‘moral heroica’, ‘emergente’ o ‘radical’, capaz de afrontar los mayores sacrificios y ampliar el radio de acción de los derechos individuales hacia
los sociales, toda vez que tanto los derechos individuales como los sociales eran
74
Cfr. Arturo Andrés Roig, Esquemas para una historia de la filosofía ecuatoriana, Quito, PUCE,
1977, p. 68.
40
necesarios aunque estén atravesados por los conflictos y las luchas que cruzan a
la sociedad e impulsan a la historia.
Este llamado a la heroicidad y al quijotismo guardaba vinculación con
la ‘dignidad del ser humano’, en cuanto categoría o idea reguladora del comportamiento moral y ciudadano, por una parte; y, por otra, establecía lazos
con la ética y la revolución, con el nivel político, con la formación del talante
moral que las ‘Montoneras’ de Alfaro habían de requerir pocos años después. Sin
dicho talante de heroicidad, no se habrían podido afrontar los innumerables
sacrificios que demandó la fase de asalto al poder. La República debía también
fundamentarse en las virtudes ciudadanas, tanto de los individuos como del
pueblo en general, si no como condición suficiente al menos como necesaria para la concreción histórica del progreso. Uno de los hermanos Moncayo,
Abelardo, decía: “son las virtudes cívicas, las únicas que levantan a un pueblo
de su postración y lo empujan con eficacia a su progreso”. Años más tarde, los
célebres ‘aforismos’ de don Eloy –recogidos por Malcom Deas– constituyen otro
excelente ejemplo del llamado a servir a la humanidad doliente aun cuando toque
arrostrar el sacrificio de la vida75.
Para la mostración detallada de esa moral emergente y heroica Montalvo
recurrió a dos figuras: a la del héroe y a la del genio, que inducen a pensar, en un
primer momento, en los personajes mitológicos griegos o romanos enfrentados
al destino y empujados por él, figuras éstas que la literatura: La Ilíada, La Odisea
y La Eneida, supo describir magistralmente.
Mas los héroes y genios montalvinos, afincados en el escenario y en las
batallas que hemos reseñado, en el terreno de la historia concreta, recobran su
dimensión humana al igual que aquellas otras dimensiones que les permitieron
excederse a sí mismos y exceder a su época. Fue en el segundo tomo de Los Siete
Tratados (1882), –a criterio de Elías Muñoz Vicuña, “la obra de la que más esperaba Montalvo”– en dos largos capítulos que nuestro autor examinó en forma
minuciosa las extraordinarias dimensiones que encerraban personalidades como
Bolívar, Napoleón y Washington, y otros que sobresalieron en el campo de la
música, el derecho, la moral, la literatura, la filosofía, la oratoria,... Todos ellos
habían dado pruebas de “alta inspiración, numen excelso, inteligencia sobrehumana” sin dejar de ser personajes concretos que supieron responder a su tiempo
y excederse a sí mismos. “El ser humano tiene una naturaleza tal que puede
ponerse por debajo o por encima de ella”76.
75
Cfr. Abelardo Moncayo, Añoranzas, Vol. I, Puebla, Cajica, 1967, p. 209. Carlos Paladines, Aporte
de Juan Montalvo al pensamiento liberal, op. cit., p. 23.
76
Arturo Roig, Bolivarismo y filosofía latinoamericana, Quito, Universidad Andina Simón Bolívar,
1984, p. 27 y ss.
41
Además, la reconstrucción de figuras históricas excelsas, para el bien o para
el mal, a que fue proclive el movimiento romántico, fue un recurso didáctico
para revalorizar las vivencias y sentimientos que habían de caracterizar a los
ciudadanos, particularmente a aquéllos que habrían de enfrentar la ruptura de
la tradición y la creación de los nuevos paradigmas históricos. Fue así el recurso
a personajes extraordinarios como un espejo o guía a seguir pero además una
mediación para enfrentar y no para ignorar las luchas de poder y las contradicciones sociales que las dictaduras de aquellos tiempos trataron de paliar.
Bajo esta perspectiva, paralela al enfrentamiento con el régimen feudal o
con las arbitrariedades e injusticias impuestas por dos gobiernos tiránicos, hay
que situar la voluntad por construir las bases de una moral heroica. Los Siete Tratados: “De la nobleza”, “De la belleza”, “Del genio”, “De la moral”, “De
la tolerancia”,... al igual que La Geometría Moral, obra póstuma publicada en
1902, considerada como el tratado octavo, sobre el amor, y una serie de artículos
editados en El Cosmopolita: “La virtud antigua y la virtud moderna”, “Del juramento”, “De los celos”,... o en El Regenerador: “De la distribución de la justicia”,
“Nobleza obliga”, “Tolerancia y Caridad”, pueden ser vistos como los instrumentos de gran difusión que tuvo el liberalismo para marcar una ‘ruptura’ con
la moral vigente e iniciar la construcción de una nueva ética o comportamiento
ciudadano: un nuevo humanismo laico que debía alimentar al proceso de conquista del poder e iniciar los cambios que requería concretar la revolución. No
podría emerger un nuevo Estado o Estado moderno sin esa substancia ética, sin
la sabia que alimentaría ese cambio histórico.
¿Por qué conceder tanta importancia a las virtudes cívicas, en grado
extremo? ¿En qué condiciones pueden los valores éticos alcanzar tal grado de
vigencia? ¿No son precisamente las revoluciones el altar en que se sacrifican los
valores? ¿No es en las sociedades modernas, dominadas por las exigencias del
mercado y el interés en las mercancías, en que los valores de utilidad y eficiencia
reemplazan a todo otro tipo de valores?
Se ha sabido reconocer que la producción entera de Montalvo está atravesada por un pathos moral indiscutible que alcanzó el grado máximo de colisión
precisamente en esas décadas. No cabía diálogo alguno entre una concepción
que ubicaba al liberalismo como fuerza ‘emergente’, enfrentada a estructuras ya
obsoletas; y otra, organizada sobre valores sacrosantos, pero en el fondo opresivos y expresados en mandamientos y códigos a superar. O se estaba a favor de
la visión cristiana del mundo o de la cosmovisión laica y moderna, presentadas
ambas posiciones con exagerado purismo.
Menos atención se ha prestado al hecho de que abandonar una milenaria
tradición exigía dejar de deducir de una “naturaleza humana inmutable” las
42
tareas morales señaladas por el creador o por la naturaleza (moral religiosa e
ilustrada), y más bien con base en la experiencia histórica, a partir de las necesidades y motivos requeridos para transformar la sociedad, normar o regular
la conducta ciudadana, parámetros estos no solo nuevos sino de carácter más
inductivo o histórico que deductivo o especulativo. Hasta se podría establecer
un estadio superior, el de la moral revolucionaria o ética de la revolución, en
que la insurgencia se fundamenta desde las transformaciones o cambios a realizar; es decir, desde los progresos de libertad y felicidad que la revolución estaba
llamada a implementar.
De este modo, las particulares situaciones de injusticia o dominación de
las personas o de los pueblos a lo largo de dos décadas de dictadura; las formas
de opresión, marginación, violencia y explotación que vivían diversos sectores
hicieron de detonante de la ‘indignación’, de la moral y la ética emergente que
se construía a partir de tal substrato. Es decir, si se parte de la realidad histórica
vigente, de la indignación que genera la injusticia reinante, de los innumerables
hechos de corrupción revestidos de demagogia y patriotismo, de los abusos contra los más débiles disfrazados de justicia, del poder de imposición de los fuertes
amparados en el “derecho”, etc., de todo ese cúmulo de males y abusos visibles
por todo lado, fácilmente se desprende la necesidad de una fuerza emergente,
capaz de enfrentar a esas estructuras de dominación organizadas sobre valores
opresivos y formales. Se trataba de reinstalar el bien individual y el general, y
de acceder no solo a la libertad más amplia posible, sino también a la dicha o
felicidad mayor de los hombres; lo que implicaba una vida sin miedo ni dominación o miseria, una vida de paz que solo la revolución podría garantizar, a
criterio de Montalvo77.
Además, partir de la realidad social en crisis absoluta, permitió no solo denunciar formas de eticidad perversas sino también expresar formas de legítima
defensa, desde las cuales se postulaba reconstruir las relaciones humanas y una
eticidad que no sea fuente de violencia y exclusiones. Por supuesto, entre lo
propuesto y lo realizado no faltaron fragrantes violaciones sobre todo al inicio
de la revolución.
El intento montalvino de voltear una página de la historia escrita con la
ayuda de modelos y referentes religiosos para instaurar una moral en que la
‘dignidad humana’ sea la necesidad, fue así el motor primero que confería sentido incluso a la historia, ya que “permite el enunciado de un criterio para la
evaluación de las necesidades, así como de los innumerables modos en que la
77
A mediados de los años sesenta Herbert Marcuse enfrentó el problema de la ética y la revolución,
en un artículo que incluso dio nombre a la edición española de una de sus obras. Ver Ética de la revolución,
Madrid, Taurus, 1970, p. 141y ss.
43
humanidad ha sabido reaccionar para satisfacerlas”78. Con ello Montalvo logró
presentar la Revolución Liberal como excelente, conveniente y oportuna y hasta
necesaria, no solo en el sentido político o de utilidad para ciertos grupos e intereses, sino también en sentido ético; es decir, pensar la revolución y justificarla
desde el hombre en cuanto tal y desde el desarrollo del país en una situación
histórica determinada79. Era una ética ciudadana asumida a partir de la necesidad de una transformación radical.
Seguramente fue esta exigencia interna, con rasgos de heroicidad, lo que
supo trasmitir su vida y su pluma con maestría especial, y que produjo, a decir
de Benjamín Carrión:
...a fuerza de exaltación de la obra de los hombres libres en las edades ilustres, un
clima de heroicidad libertaria en las juventudes de su tiempo, y en especial de su
país. Una capacidad increíble de emoción, un poder extraordinario de dar fuerza
a las ideas, pocas veces las ha tenido escritor alguno de combate80.
También la simbiosis entre el proyecto de Montalvo y su propia vida, no
dejó de repercutir favorablemente en su propagación. Acertadamente describió
José Enrique Rodó el tipo humano que encarnó Montalvo y que él trató se refleje en sus seguidores. “No se presenta bien a Montalvo quien no se le imagina
en actitud de pelear, y siempre por causa generosa y flaca. Alma quijotesca, si
las hubo; alma traspasada por la devoradora vocación de enderezar entuertos,
deshacer agravios y limpiar el mundo de malandrines y follones”81.
Además, el carácter ‘heroico’ del mensaje montalvino y su lucha a muerte
con las pretensiones clericales, supo apoyarse en una ‘simbólica’, para entonces inédita, a través de la cual proyectó la imagen de ascenso y movimiento. Progreso, futuro, libertad,... se manifiestan reiteradamente, por poner un
ejemplo, en uno de los textos más interesantes del liberalismo en ascenso,
publicado en El Regenerador: “Liberales y conservadores”, y en el cual se pueden reconocer al menos dos fuentes de creación simbólica: una surgida de
la proyección simbólica de ciertos objetos de la Revolución Industrial, que
acompañaron cambios a nivel del sistema productivo, como aconteció con el
ferrocarril o el vapor y que encerraban un referente hacia el “progreso”. Por
supuesto, la nueva simbólica se conquistó en ruptura con la anterior, centrada
78
Cfr. Arturo Roig, Ética del poder y moralidad de la protesta, Mendoza, Universidad Nacional de
Cuyo, 2002, p. 134. Esta obra del Prof. Roig me ha sido de especial utilidad y a ella he recurrido en
diversas ocasiones.
79
Herbert Marcuse, Ética..., op. cit., p. 141.
80
Cfr. Benjamín Carrión, El pensamiento..., op. cit., p. 29.
81
Cfr. José Enrique Rodó, citado por Benjamín Carrión en El pensamiento..., op. cit., p. 28.
44
más en simbología ligada a lo natural: montes, agua, ríos... en cuanto canales
naturales de comunicación82.
Además alimentó el carácter heroico de la propuesta, adecuada para una
etapa de emergencia o de lucha por el poder frente al antiguo régimen, esa especie de utopismo constitucionalista de tanta vigencia en nuestra América durante
el diecinueve y cuya fuerza le venía de ser la aspiración y expresión de la ‘emergencia social’ de determinados grupos que padecían diversas formas de opresión
y reclamaban inéditas fórmulas de solución: libertad de pensamiento y culto,
separación de Iglesia y Estado, abolición de los privilegios feudales, negación
del trabajo inhumano, denuncia de las tiranías y gobiernos despóticos, ejercicio
de los deberes sociales, progreso,… que el discurso montalvino supo integrar
dialécticamente en su fase destructiva y ‘crítica’ de la institucionalidad vigente,
como en su momento reconstructivo o de elaboración de la alternativa que hacía falta al país, quedando de este modo signado el discurso por la ‘topía’, lugar
desde el que partía la ‘u-topía’, que se contraponía al primero y nacía de aquél,
en cuanto negación y superación.
No es tarea fácil señalar, en apretada síntesis, las diversas líneas que
desarrolló el discurso utópico montalvino, pero al menos se pueden consignar,
según lo ha sabido���������������������������������������������������������������
rescatar el profesor Arturo Roig, las siguientes: un ‘republicanismo místico’ al que se sumaría un ‘regreso al cristianismo primitivo’; un
‘retorno a la edad de oro’ del mundo clásico; una utopía ‘agrario-minifundista’;
otra de origen puritano relativa al valor y sentido del trabajo como purificación de las pasiones. A estas ricas líneas habría que sumar el ‘cervantismo’ y el
‘americanismo’ o fe en América como lugar del Paraíso Terrenal y que movió a
Montalvo en sus célebres Capítulos que se le olvidaron a Cervantes a recoger la
utopía renacentista de los ideales caballerescos dentro de las tradiciones de la
América Andina y Amazónica. En palabras de Montalvo:
Y nosotros, hijos del Nuevo Mundo, fresca obra de la naturaleza, ¿no alzaremos
la voz en ese gran concurso donde los pueblos se disputan el árbol de la sabiduría? Sostengamos que el paraíso terrenal estuvo, y está aún, a orillas del Amazonas, en una encañada perdida para nosotros porque no acertamos a buscarla;
no damos con ella, pero oímos el gorjeo de sus aves, percibimos las aromáticas
exhalaciones de sus flores, y aun vemos las formas de sus collados y colinas en las
nubes que las figuran...83.
82
Cfr. Arturo Andrés Roig, “Apuntes sobre el liberalismo ecuatoriano”, Curso dictado en la Universidad
Central del Ecuador, Escuela de Sociología, Quito, 1979-1980 (versión mecanográfica), p. 11.
83
Juan Montalvo, El Cosmopolita, Tomo II, op. cit., p. 280.
45
Ahora bien, este clima de ‘heroicidad libertaria’, ‘idealismo romántico’ o
‘quijotismo laico’, que tanta trascendencia asignó al mundo del espíritu y de los
principios: libertad, progreso, moral, civilización,... (espiritualismo racionalista),
¿qué futuro podía tener en una sociedad sin ciudadanos, con población rural y
campesina más que urbana e incluso en las urbes con una composición mayoritaria poco favorable a la gestión y participación ciudadana? Las más excelsas
intenciones chocaban con situaciones objetivas de difícil superación. Definitivamente, la Ilustración no había logrado transformar a los pobladores y vecinos
en ‘ciudadanos’ que disponían de los requisitos mínimos de instrucción, bienes,
trabajo, propiedad, acceso al mercado interno,...
Más aún, la primera Constitución expresamente cerró las puertas a la mayoría de la población: al sirviente doméstico, al jornalero, al analfabeto, a todos
quienes no tenían una propiedad de más de trescientos pesos e incluso a quienes
debían a los fondos públicos o habían sido declarados vagos, ebrios de costumbre o
enajenados mentales84. A tres décadas de las declaraciones ilustradas sobre los derechos ciudadanos, los avances en la práctica habían sido mínimos y las “buenas
intenciones” contrastaban con las medidas adoptadas para impedir el acceso a
los bienes de la sociedad a la mayoría de ecuatorianos. En pocos campos y momentos, el “doble discurso” alcanzó grados tan altos de cinismo.
Por otra parte, el espiritualismo racionalista tampoco prestó la debida atención al crecimiento demográfico y a los cambios que las fuerzas y relaciones de
producción nuevas estaban ya generando en el país y depositó su confianza, tal
vez en exceso, por ejemplo, en las leyes que se acataban pero no se cumplían;
en la educación que favorecía a muy pocos o en la imprenta en un medio con
población en su mayoría analfabeta85.
En síntesis, el Padre del espiritualismo-heterodoxo, como él mismo denominó a su posición, realizó su contribución a los más diferentes frentes y aspectos, a
la conformación de un liberalismo radical que apertrechado de una cosmovisión
de acentuado carácter antropocéntrico o secular y de una ética revolucionaria
se lanzó a la conquista del poder y desafió a la cosmovisión tradicional y a la
84
Federico Trabucco, Constituciones de la República del Ecuador, Quito, Edit. Universitaria, 1975.
Constitución de 1830, Arts. 12 y 13.
85
Cabe preguntar si la imprenta de verdad “¿ella llevaba a cabo las mayores y más seguras
revoluciones, [...]; si la imprenta previno el campo, inició la gran Revolución Francesa, revolución
grandiosa, revolución universal [...]. Las ideas de dignidad humana, libertad política, igualdad ante la ley,
infiltradas poco a poco en el corazón y la cabeza de los hombres por esas plumas elocuentes, acarrearon
la caída de los reyes, abolieron las tiranías?”. No es exagerado decir: que “¿Cuando el periodismo alce la
voz, cuando la imprenta eche de sí rayos que aterren a los tiranos, cuando todos aprendamos a respetarla,
adorarla y practicar su culto activamente, entonces diremos que somos libres?”. Juan Montalvo, El
Cosmopolita, Tomo I, op. cit., p. 149. Similares textos puede verse en el Tomo II, “Del periodismo”,
p. 254 y ss.
46
sociedad clerical al cuestionar sus fundamentos y ofrecer nuevos parámetros en
el campo de la historia, la ética, la moral, el progreso, la libertad, la verdad, las
ciencias, las relaciones sociales, la unidad nacional,...
VIII.
EL DERECHO A LA INSURRECCIÓN86
La moral heroica o prometeica alcanzó en Montalvo grados aún más altos de
desarrollo y su clímax, en torno al derecho a la revolución-insurrección. La adversa
situación reinante en cuanto al respeto a los derechos humanos y a fin de protegerse de gobiernos autoritarios hacía necesario bregar no solo por los derechos
sino también por el ‘derecho a la insurrección’ contra los poderes omnímodos o
absolutos.
El derecho a la revolución e insurrección, en la teoría y en la práctica, fue
una tesis trabajada prolijamente por el máximo representante de la ética laica o
secular; tesis que además amedrentaba a los gobiernos de turno, temerosos a los
golpes de Estado, a los levantamientos militares, a las revoluciones de palacio y a
la ira popular. Entre las personas allegadas a Montalvo constaban integrantes del
Quiteño Libre87, asociación duramente golpeada en el gobierno del Gral. Flores,
octubre de 1833, cuando se procedió a la masacre de varios de sus integrantes: Francisco Hall, Pacífico Chiriboga, Nicolás Albán, José Conde, Camino,...
Miembros de esta agrupación: Roberto Andrade, Manuel Cornejo, Abelardo
Moncayo y Manuel Polanco, años después participaron en los complots contra
García Moreno y contra Veintemilla. Entre 1878 y 81, últimos años de su permanencia en el Ecuador, Montalvo dirigió alrededor de doce cartas a Roberto
Andrade, implicado en la muerte de García Moreno y escondido en una hacienda en Carchi, límites con Colombia88.
86
Para este acápite me ha sido de especial utilidad el libro de Alfredo Jaramillo, Juan Montalvo, el
derecho a la insurrección, Quito, CCE, 2010, en cuya presentación participé en diciembre de 2010.
87
Pedro Moncayo, uno de los principales protagonistas del nuevo periódico, cincuenta años
después rememoró los acontecimientos en esta forma: “La primera reunión tuvo lugar en la casa del Gral.
Matheu, con más de setenta personas todas llenas de entusiasmo y patriotismo. De entre las personas
notables que formaban dicha sociedad, a más de las enumeradas, citaremos a los Srs. Sáenz, Ontaneda,
Barrera, los Ascázubi, Zaldumbide y otros muchos que sería prolijo enumerar. Se nombró de Presidente
al Gral. Sáenz y de secretario a José Miguel Murgueitio. Se acordó fundar un periódico dándole el
nombre de El Quiteño Libre. El Crnel. Hall se comprometió a redactarlo y se nombró editor responsable
a Moncayo. El primer número apareció el 12 de mayo de 1833. Su aparición causó gran impresión en
el pueblo y todos los buenos patriotas se apresuraron a suscribirse, cuando en otro tiempo los periódicos
habían perecido por falta de aliento popular”. Ver Pedro Moncayo, El Ecuador de 1825 a 1875, Tomo I,
Quito, CCE, 1979, pp. 113-114.
88
Ver Juan Montalvo, Epistolario de..., op. cit., pp. 543-636.
47
A primera vista, en una rápida y primera lectura, el derecho a la insurrección parecía perder vigencia, sea por el recurso frecuente que se hacía de
tal derecho en sociedades en permanente revuelta; sea por los levantamientos
militares que se sucedían uno tras otro. Además, ante el cúmulo de injusticias
y arbitrariedades flagrantes que caracterizaban a nuestras sociedades y ante la
ineficacia de la denuncia y de la protesta ante tanto atropello, terminaba por
debilitarse o diluirse la capacidad de indignación y se imponía un silencio cómplice generalizado. En más de una ocasión Montalvo se quejó de la pasividad
ciudadana de cara a la acumulación del poder de que hacía gala el gobierno.
Pero Montalvo va más allá de la denuncia de violaciones calamitosas y
permanentes: primer nivel de la protesta. Con la protesta-denuncia entendida
como derecho, como parte de nuestra ‘naturaleza’, se transforma ésta en derecho, base o constitución insoslayable de la experiencia humana: segundo nivel de
análisis. El ‘derecho a la insurgencia’, así conceptualizado o entendido, sería una
forma de ser y de enfrentar la realidad a la que estaríamos llamados u obligados
todos; una dimensión humana sin la cual no es posible no solo la denuncia o
la protesta sino incluso el mismo cambio social o cultural como también la
transformación radical de una sociedad o de un ámbito de la misma. Sin este
derecho, la sociedad toda y su marcha colapsarían: tal es su dinamismo e importancia. La revolución reclama para sí derechos éticos y morales porque se
cree capaz de aportar en una doble dimensión: por una parte, extirpar las raíces
de la dominación, explotación y limitaciones reinantes; y, por otra, con bases
racionales y realistas, aportar a la construcción de la libertad y la dicha humana,
en un momento determinado de la historia.
En otras palabras, con la referencia a esta fuerza del derecho a la insurgencia, que floreció de forma extraordinaria en Montalvo, se apuntaba a una
‘actitud’, a un modo de relación con el mundo y con las personas; en suma, a un
talante, manera de pensar y de sentir, de actuar y de conducirse que se presentó
como una conquista, como una transformación que debía generarse en el sujeto
para que éste sea capaz de ejercerlo en la realidad. No se nace con el derecho a la
insurgencia; tampoco es algo del pasado que se había practicado o vivido hacía
décadas, en los tiempos de la rebelión contra España. Esta forma de existencia,
este modo de gobernar nuestra propia vida, también era un reto de actualidad,
un reto para un presente dominado por la arbitrariedad y la dictadura. La
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revolución se transformaba así en obligación moral, en elemento insoslayable o
necesario para el progreso.
En tal perspectiva, la insurgencia implicaba como su condición de posibilidad ejercitar las diversas actividades: espirituales, sociales o políticas con el
ojo abierto a las violaciones de los derechos, al comportamiento del dictador o
48
déspota, sea una persona, una institución o un sistema. Además, el derecho a la
insurgencia suponía no solo su uso privado; a su vez, el uso público del mismo
y entre el uso privado y el uso público estaba de por medio el precio que había
que pagar por ejercer tal derecho, por poder expresar nuestros pensamientos,
fijar una posición, defender un principio, disentir en vez de repetir u obedecer,
y todo esto exigía valentía a nivel público y privado más que pasividad. Una
sociedad que no permitía generar las mediaciones necesarias para el ejercicio
de este derecho, tarde o temprano haría que quien exponga su punto de vista
pueda ser despedido, excomulgado, multado, encarcelado, excluido, expatriado. Pero el riesgo era aún mayor cuando los hombres –por temor o cobardía– se
privaban de ello. Entonces la arbitrariedad, la dictadura podían transformarse
en “eternas”.
Pero no solo la defensa y la importancia de este derecho fueron examinadas por Montalvo. Hay otros planteamientos igualmente reveladores, como
el referente a la violación de los derechos y su relación con las estructuras de
dominación; al carácter fecundo o fértil de este derecho; a sus condiciones de
posibilidad, especialmente cuando los ciudadanos han devenido en esclavos y
ni siquiera se dan cuenta cuánto se han degradado. Todo lo cual no obsta reconocer que la orientación hacia las personas, especialmente García Moreno y
Veintemilla, predominó sobre la visión de las estructuras vigentes.
Rápidamente veamos al menos la relación entre estructuras de dominación
y actos de violación de los derechos. Es obvio que en determinados casos estamos llamados a ‘indignarnos’, como en aquéllos en que se violan los derechos
fundamentales de las personas o de los Estados a vista y paciencia de todos,
como es el caso de situaciones en que campea la ineficiencia, el despilfarro de
recursos, la fuerza bruta, el cinismo o la corrupción. El despilfarro y la apropiación de fondos públicos en tiempos de Veintemilla, era vox populi y Montalvo
lo mostró frecuentemente en Las Catilinarias; de igual modo la propensión a la
avaricia de la que dio múltiples pruebas Veintemilla:
Ignacio Veintemilla no es viejo todavía; pero ni amor ni ambición en sus cincuenta y siete años de cochino: todo en él es codicia; codicia tan propasada, tan
madura, que es avaricia, y él, su augusta persona, el vaso cubierto por el sarro de
las almas puercas89.
Pero, ¿solo en los casos extremos había que actuar? ¿Era suficiente protestar
contra las personas o los casos puntuales que se juzgan violatorios de derechos
o era más necesario hacerlo contra las estructuras de dominación que estaban
89
Juan Montalvo, Las Catilinarias, op. cit., p. 25.
49
a la base de tales limitaciones o excesos? ¿No son las fuerzas o estructuras de
dominación del mercado, de la economía y las finanzas, de la tierra y del
agua, de la política, de la cultura o de la burocracia o de la exclusión mucho
más decisivos y graves que los actos de determinados individuos? ¿No era una
cortina de humo apuntar hacia las personas y los actos individuales y cerrar
los ojos a la situación general o estructuras de dominación? Era todo el país,
dominado por dos gobiernos dictatoriales y conservadores, el que tenía sus
puertas cerradas.
Al mismo tiempo Montalvo desarrolló otra dimensión más, aquélla por
la cual este derecho alcanza un nivel fundacional, se transforma en el centro
o soporte de otros derechos: tercer nivel. Algo así como hizo el pensamiento
ilustrado al ubicar a la libertad en el centro a partir del cual cobraban sentido todos los otros derechos. Con la Revolución Francesa, el pensamiento moderno,
para algunos “pensamiento burgués”, organiza a través del derecho a la libertad,
entendido éste como fundamento de todos los derechos, un conjunto de libertades como la libertad de expresión, de reunión, de conciencia, de mercado,
de compra-venta, de contratación, etc. Más aún, plantea que la Sociedad y el
Estado –mediante el llamado Pacto Social– se constituyen precisamente para
garantizar todas estas libertades90.
¿Qué sucede o qué consecuencia acarreaba el ubicar el derecho a la insurgencia como base de otros derechos? ¿No es esta una tesis, además de audaz y relativamente novedosa, un planteamiento peligroso? ¿Qué implicaciones precisas
tiene el principio de que los fines y metas de una revolución puedan reclamar
validez general y por ende ‘obligatoriedad moral’? ¿En qué situaciones se podría
apelar a tal derecho y a la ruptura del orden establecido, y en cuáles no? ¿Para
un “cambio de época” no resultaba este derecho decisivo?
Seguramente no se ha desbrozado lo suficiente esta nueva perspectiva, que
está en su fase inicial y se requerirá tiempo y trabajo para su mejor comprensión. En todo caso, la puerta fue abierta al postular el derecho a la revolucióninsurgencia como clave en y para la formación de las personas y de los pueblos.
En palabras de Alfredo Jaramillo:
Y es que todos los demás derechos consagrados en los códigos y sus leyes constituirían letra muerta, si carecieran del “derecho a la insurrección”. […] si se careciera del derecho a la insurrección, todos los derechos se tornarían vulnerables,
ajustados al capricho de los capataces y los mandamases que por ventaja cada día
son menos… ¿Qué fuerza nos quedaría, de no existir este derecho proclamado
90
Ver la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Revolución Francesa; la
Declaración de Independencia de los Estados Unidos; el Preámbulo de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos; la Carta Fundacional de las Naciones Unidas (ONU).
50
por el Hombre, para quitarnos los grillos de la esclavitud y la vergüenza de vivir
subordinados a las dictaduras?91.
Para valorar adecuadamente esta propuesta, el recurso a la historia puede
ser iluminador. Recordar que el derecho a la insubordinación es de muy antigua
data. Para los griegos, por ejemplo, en la tragedia narrada por Sófocles en su
célebre Antígona, ya se hace presente el derecho a desconocer las órdenes del
superior que atenten contra los valores familiares. Para Antígona, su hermano
debía ser enterrado dignamente y su cadáver no debía quedar fuera de la ciudad
al arbitrio de los cuervos y los perros. Antígona decidió rebelarse contra las
órdenes del rey y esta desobediencia le acarreó la muerte.
En la Edad Media fue célebre la reflexión de Tomás de Aquino sobre el
derecho del pueblo a defenderse del tirano, pudiendo llegar incluso al “magnicidio” de los gobernantes injustos. En su Gobierno de los Príncipes manifiesta que
“Cuando la tiranía es en exceso intolerable, algunos piensan que es virtud de
fortaleza el matar al tirano”. Tesis que no concuerda con aquella doctrina de que
hay que “ser súbditos reverentes no solo de los gobernantes buenos y humildes,
sino también de los señores díscolos” o aquella de que hay que “soportar con
paciencia los sufrimientos y las injurias”, o sea, poner la otra mejilla92.
A fines del período colonial, seguramente fue Bolívar quien mejor expresó
el mensaje sobre la insurgencia. El Libertador condujo a los países bolivarianos y
a América en general, a la ruptura con la Metrópoli: “Siempre es grande, siempre
es noble, siempre es justo –decía– conspirar contra la tiranía, contra la usurpación
y contra una guerra desoladora e inicua”93.
Avanzado el siglo XIX fue Montalvo el mejor representante de la defensa
de este derecho. Más aún, en frase lapidaria lo dejó asentado al afirmar: Mi
pluma lo mató. Un estudioso de Montalvo desbroza los trasfondos y contextos
de este insólito pronunciamiento: “Mi pluma lo mató, es la expresión más temeraria que se haya escrito contra García Moreno; de gran repercusión política
y social. Pues, Montalvo, asumía toda la culpa del ‘crimen’ o ‘tiranicidio’ con
indisimulada satisfacción”94.
En definitiva, el derecho a la resistencia frente al tirano ha sido permanente
a lo largo de la historia, pero hoy alcanza matices o formulaciones propias e
inéditas, a tal grado que en la actualidad el derecho a la rebelión o a la resistencia
va����������������������������������������������������������������������������
más allá del tir�����������������������������������������������������������
anicidio y se enfocan más que hacia el cambio de los gober Alfredo Jaramillo, Juan Montalvo, el derecho a la insurección, Quito, CCE, 2010, p. 162.
Cfr. Gonzalo Flores Castellanos, disponible en http://www.arbil.org/97tira.htm.
Simón Bolívar, Carta de Jamaica y Carta a Francisco Doña.
94
Alfredo Jaramillo, Juan Montalvo..., op. cit., p. 95. En Montalvo ver El Regenerador, Tomo I, op.
cit., p. 59.
91
92
93
51
nantes, hacia el cambio de sistemas o estructuras de dominación e injusticia,
como ya lo insinuara Montalvo. Si en el pasado fue asumido como un derecho
de los pueblos frente a gobernantes de origen ilegítimo o que teniendo origen
legítimo habían devenido en ilegítimos durante su ejercicio, lo que abría las
puertas a la desobediencia civil y a veces hasta al uso de la fuerza con el fin de
derrocarlos; en la actualidad, este derecho extiende sus brazos hacia las estructuras de inequidad de la realidad toda. En esta perspectiva habrá a futuro que
hacer la lectura de este tema en Montalvo, para quien la Revolución Liberal se
presentaba no solo como una exigencia política sino también como un proceso
orientado a la transformación del país y por eso mismo cargado de valores e
incluso de imperativos morales: mayor libertad y felicidad para un número
mayor de ciudadanos. Por todo ello la revolución podía reclamar validez y
acatamiento general.
En pocas palabras, este derecho, si bien está a la base de los cambios de
gobierno –todavía están frescas en la memoria las caídas de Bucaram, Mahuad
y Gutiérrez–, también podría estar en la base de los cambios del sistema vigente, del cambio de la historia, cuyas puertas solo se abrirían a partir del ejercicio
de este derecho. Más aún, sería la realidad toda, sus estructuras básicas, en sus
múltiples manifestaciones, lo que se vería sometido a revisión por la fuerza de
este derecho capital, que pone en marcha y desata la acción y reacción, sea para
aplaudir o para rechazar cualquier estructura o área que se presente como violatoria de derechos individuales, sociales o culturales.
Además, recordemos que el derecho a la insurrección puede encerrar altos
niveles de conflictividad con las leyes y la cultura reinante; de ruptura de la moralidad subjetiva y la moralidad objetiva; de confrontación entre las aspiraciones
o creencias de unos y de otros. Es el contraste y las abismales diferencias que
se tejen en la realidad social vigente en cada momento, de donde emerge el
reclamo social o político con toda su carga de conflictos y enfrentamientos. Es
entonces, y solo entonces, cuando toma cuerpo la necesidad de derrocamiento
de un gobierno o de una Constitución legalmente establecida pero ineficiente
para la tarea insoslayable de cambiar estructuras colapsadas en diferentes áreas.
A todo esto no han sido extraños los escritores latinoamericanos: sociales o
políticos, al igual que literatos o educadores, a tal grado que se puede hablar de
práctica y un ‘discurso insurgente’ propio de América Latina, en el cual la voz
de Montalvo sobresale95.
95
2002.
52
Arturo Roig, Ética del poder y moralidad de la protesta, Argentina, Universidad Nacional de Cuyo,
Sin desconocer que el poder conservador no abandona ni voluntaria ni
pacíficamente sus privilegios y que suele desencadenar la violencia contra la
revolución, como años más tarde lo hizo contra Eloy Alfaro96. En palabras del
Viejo Luchador:
...desde la memorable transformación política de 1895, la República se convirtió
en un campamento hasta 1901; porque la desesperada resistencia que opuso el
partido conservador a las reformas liberales, fue tenaz y constante. Yo agoté –decía Alfaro–, cuanto medio decoroso hubo a mi alcance para alejar de mis lares,
el flagelo de la guerra religiosa, mas fueron infructuosos todos mis esfuerzos.
[...] Nada había omitido, la oposición, para hacerme desistir de mis propósitos
de procurar la armonía nacional. Los primeros enemigos de la paz del Ecuador,
han convertido el Sur del Cauca en su Cuartel general, desde 1895; y de allí han
partido las revoluciones que tantas y tantas veces han cubierto de sangre nuestra
República. Los campos de Caranqui, Cabras, Taya, Chimborazo, Tulcán, etc.,
prueban incontrovertiblemente que la guerra civil del Ecuador ha sido alimentada siempre al otro lado del Carchi. Puedo aseguraros que no han cesado un solo
día las maquinaciones de los enemigos del Régimen Liberal97.
IX.
CONCLUSIÓN
Los procesos de liberación como la Revolución Liberal son complejos. No solo
atañen o tienen que ver con la destrucción de estructuras de dominación e
injusticia económica, política o social, también se ven abocados a romper con
paradigmas, costumbres y modelos educativos, culturales e interculturales y a
veces hasta religiosos. En cualquier caso, Montalvo dio una batalla de al menos
dos décadas contra los más diversos y poderosos demonios que él juzgaba contrarios a la marcha de la historia98.
96
Cfr. Michel Foucault, “¿Qué es la Ilustración?”, disponible en http://www.catedras.fsoc.uba.ar/
mari/Archivos.
97
Eloy Alfaro, Mensaje del Encargado del Mando Supremo de la República a la Convención
Nacional de 1906, p. 1. También puede verse los Mensajes del Presidente de la República al Congreso
Nacional de 1898 y al de 1899, tanto al Congreso Ordinario como al Extraordinario. Igualmente, el
Mensaje al Congreso Nacional de 1900.
98
En la antología seleccionada para este trabajo hemos actualizado la ortografía y conservado la
construcción propia del autor (N. del E.).
53
ANEXO
Juan Montalvo: cronología de sus exilios
Viajes y exilios
1er. Viaje a Europa: febrero 1857-septiembre 1860. Montalvo fue nombrado
Adjunto Civil a la Legación Ecuatoriana
en Roma y posteriormente Secretario de
la Legación del Ecuador en París.
Retorno a Ecuador. Desde la población
costeña de Bodeguita de Yaguachi, el 26
de septiembre de 1860, escribió una carta
de fuertes amonestaciones al jefe de Estado: Gabriel García Moreno, que desde
1859 gobernaba el país.
2do. Viaje a Europa y 1er. destierro o
autoexilio: 1869-1876. En 1869 se produjo la revolución de García Moreno, y
el mismo año Montalvo, temiendo por
su vida, tuvo que expatriarse. Acudió a la
embajada de Colombia, e inmediatamente que recibió su pasaporte para abandonar el país, partió la mañana del 17 de
enero de 1870 rumbo a Ipiales junto a
otros dos exiliados: Mariano Mestanza y
Manuel Semblantes.
Viaje al Perú: diciembre de 1870 a
mayo de 1871. Estando en Colombia, a
petición de Eloy Alfaro realiza un viaje relámpago a Lima. Permaneció en la capital
del Perú de enero a marzo del 7198.
En el Perú se encontró con José María
Urbina, desterrado por García Moreno.
Ahí buscó fomentar la oposición contra
el gobierno, sin mayor éxito. Regresó a
Ipiales donde se radicó por buen tiempo,
seguramente desde finales de 1871 hasta
1875/76.
Gobierno
Lucha política y publicaciones
Gral. Francisco Robles
Correspondencia para el periódico La DemoPresidente Constitucional del cracia de Italia, Roma, Venecia, París.
16 de octubre de 1856 al 1 de
mayo de 1859.
Gabriel García Moreno
Jefe Supremo: desde 1859 hasta
1861 marzo.
Presidente Constitucional:
•1er período del 2 de abril de
1861 al 30 de agosto de 1865.
•2do período: del 10 de agosto de 1869 al 5 de agosto de
1875.
•3er período: debió empezar el
6 de agosto de 1875, pero fue
asesinado.
Jerónimo Carrión y Palacio
Presidente Constitucional: del 7
de septiembre de 1865 al 6 de
noviembre de 1867.
Dr. Javier Espinosa y Espinosa
Presidente Constitucional. Gobernó desde el 20 de enero de
1868 hasta el 19 de enero de
1869.
Lucha política en el Ecuador: 1860-1869.
El 3 de enero de 1866, una vez concluido el
primer período de gobierno de García Moreno, se inició la edición de El Cosmopolita
(1866-69). A través de esta publicación periódica inició una vigorosa campaña contra
las acciones de gobierno de García Moreno,
por lo que es desterrado a la ciudad de Ipiales
(Colombia), en donde permanece un corto
período para luego trasladarse a Europa.
También de este periodo datan: Del orgullo y
la Mendicidad, Fortuna y Felicidad, El Antropófago, Judas, La Dictadura Perpetua, El libro
de las Pasiones.
También algunos escritos cortos, a raíz de la
muerte de García Moreno: Muerte de García
Moreno, Misiva Patriótica, La Conspiración
del 6 de agosto en Quito, Revolución del Norte, Una expresión de gratitud, El último de los
tiranos.
Escritos cortos: Marcelino y medio; El búho
de Ambato; La Coronación del Dr. Martínez;
El peregrino de la Meca.
Retorno al Ecuador: en 1875, el 6 de
agosto, se dio el asesinato de García Moreno. En mayo de 1876, después de más
de 6 años de exilio, Montalvo regresó a
Quito y posteriormente visitó Guayaquil,
en septiembre de 1876.
99
Fernando Jurado Noboa es de los pocos que ha entregado luces sobre este viaje un tanto desconocido. Cfr. “Juan
Montalvo y sus andanzas en tierras peruanas”, Encuentro Binacional Ecuador-Perú, Ambato, Casa de Montalvo, 2006, p. 60
y ss.
54
Viajes y exilios
Gobierno
En enero de 1876 sufrió un corto Dr. Antonio Borrero Cordestierro. Retornó al Ecuador en tázar
abril de 187799.
Presidente Constitucional:
desde el 9 de diciembre de
1875 al 26 de diciembre de
1876.
Tercer viaje a Europa: un 1ro. de
septiembre de 1880 desde Panamá
parte hacia París. Este fue su último
exilio y ya no volverá al Ecuador. A
París arribó en octubre de 1881.
General Ignacio de Veintemilla
Jefe Supremo-Primera Dictadura: del 8 de septiembre
de 1876 al 26 de enero de
1878.
Presidente Constitucional:
del 21 de abril de 1878 al 26
de marzo de 1882.
Jefe Supremo Segunda Dictadura: del 26 de marzo
de 1882 al 10 de enero de
1883100.
Lucha política y publicaciones
Lucha política: en los últimos meses del
gobierno de Borrero se editaron las primeras entregas de El Regenerador.
Escritos cortos: el Ministro de Estado
que ocasionó la renuncia de Manuel Gómez de la Torre, Ministro de Gobierno
del presidente Antonio Borrero; Asomos
de “El Cosmopolita”; Al Sr. Presidente de
la República; Combinación; El ejemplo es
oro; Qué provocó a los guayaquileños.
Lucha política en el Ecuador
El 22 de junio de 1876 apareció el primer número de la revista El Regenerador,
cuyo último número se publicó el 26 de
agosto de 1878.
En los comicios del 77 fue electo diputado por la provincia de Esmeraldas, pero
no asistió a las Cámaras.
Autoexilio: ante la persecución de parte
de Veintemilla escribió Las Catilinarias
(1880-82). Gracias al apoyo de Alfaro
publicó su primera Catilinaria a comienzos de 1880. Durante ese año publicó cuatro más, que las reprodujeron
algunos periódicos hispanoamericanos,
como es el caso de La Patria, de Bogotá,
La Estrella, de Panamá, entre otros. En
enero de 1882 se publicó la duodécima y
última Catilinaria.
Escritos cortos: La goma no pega; Regazos de la intervención; La nueva invasión;
Vicente Piedrahita; Los desterrados de
Veintemilla; La peor de las revoluciones;
Eloy Alfaro; Los grillos perpetuos; Imposturas no son política; El pasquín; Azotes
por virtudes; A los Guayaquileños, “La
Candela”, periódico en su mayor parte
redactado por Juan Montalvo101.
xxxxxxx99
xxxxxx100
101
102
Ce será toujours beaucoup
99xxxxx
100mmmm
Sobre
este exilio no se ha encontrado mayores referencias.
101 101mmmmm
Ver http://www.migranteecuatoriano.com/ecuador/presidentes-de-ecuador.
102 102
Ver Plutarco Naranjo y Carlos Rolando, Juan Montalvo: estudio bibliográfico, op. cit., pp. 53-62.
100
55
El pensamiento político
de Montalvo:
ensayos y cartas
Prospecto
103
Ce será toujours beaucoup que de gouverner
les hommes, en les rendant plus heureux.
Montesquieu, Esprit des lois
Mucho es que ya podamos a lo menos exhalar en quejas la opresión en que
hemos vivido tantos años; mucho es que no hayamos quedado mudos de remate a fuerza de callar por fuerza; mucho es que el pensamiento y las ideas de
los ciudadanos puedan ser expresadas y oídas por ciudadanos. La tiranía también se acaba, sí, la tiranía también tiene su término, y a veces suele ser el más
corto de todos, según dicen los profetas: “Vi al impío fuerte, elevado como el
cedro: pasé, y ya no le vi; volví, y ya no le encontré”. Ahora nos falta que no
vuelva, en el cual santo deseo Dios está para ayudarnos. Hay pestes, hambres,
terremotos, nada falta en este mundo; pero más que todo hay tiranía. Y si nos
alumbran bien las luces de nuestro entendimiento, ya decimos que el cólera
asiático hace menos estragos en los hombres que un Atila; que un Caracalla
les es más ruinoso que la mayor hambre; que un Rosas es más temible que
un Vesubio. Los azotes naturales con que nos castiga la Providencia, de ella
vienen al fin, y por el mismo caso ni nos desesperan, ni nos cusan sentimiento;
porque estando como estamos natural y obligadamente en sus manos, se nos
puede tratar por ella según conviene a sus altos juicios, sin que de ahí tomemos
ocasión para indignarnos. Empero las calamidades que nos vienen de nuestros
semejantes, de nuestros hermanos, traen consigo una punta de amargura, que
sobre causarnos males positivos, despiertan en el corazón un afecto indeciso,
un nosequé de acedo e insufrible que redobla nuestras pesadumbres, y es el vivo
resentimiento experimentado siempre por el alma sensitiva cuando ve venir
los males de donde no debía esperar sino buenos oficios. Los hombres, en el
mismo hecho de serlo, debieran de valerse unos a otros, supuesto que el padre
común de todos les tiene mandado conceptuarse unos mismos y propender a
su mutua felicidad.
A fuerza de ver que nunca ha sido así, ya miramos como cosa corriente las
desolaciones que los azotes del género humano van haciendo en su arrebatada carrera. Timur o Tamerlán manda asesinar cien mil prisioneros indios, por
haberse sonreído algunos a la vista de su campamento, se le antoja al mismo,
o era a otro príncipe, eregir una gran torre de cráneos humanos, y he ahí la
Tomado de: Juan Montalvo, El Cosmopolita, Ambato, Primicias, Vol. I, 1975 [1866-69], pp. 1-33.
103
59
ciudad de Ispahán gravada con un tributo de setenta mil cráneos frescos; y
ese Caracalla nombrado poco ha, sin el menor motivo, hace de repente matar
todos los habitantes de Alejandría. Vemos estas cosas en las historias, y poco
nos horrorizan, y casi no nos admiran: debe ello ser que los siglos se interponen
entre esos acontecimientos y nuestra alma, y de puro estar distantes nos obligan
a quedar fríos. Pero demos que un tiranuelo de casa, un contemporáneo venga
a oprimirnos, siendo como es debe ser tan nuestro igual, y todo es hervir de
enojo y tenernos por los más tristes de los hombres. Allí está Julio Arboleda que,
con haber muerto a lanzadas atados a un poste, o a balazos en el patíbulo, unos
trescientos compatriotas suyos, nos impresiona más desagradablemente que Sila
haciendo degollar en el Pretorio diez mil prisioneros con la mayor serenidad
del mundo. Allí está Gabriel García que, con haber fusilado el también algunos
prisioneros inermes, después de haber azotado a un general y obligándole a
morir, nos parece peor o a lo menos tan malo como el que puso fuego a Roma.
Es que nuestro don Gabriel ponía fuego a un edificio que vale más que Roma,
la civilización moderna.
Por esto es que nos sentimos tan aliviados cuando el Cielo nos quita de
por medio estos Julios y Gabrieles, que en verdad, mejor les hubiera estado a
ellos mismos quedarse allá increados en el seno de la nada, que venir a modo
de anticristos trayendo un juicio anticipado y prematuro a los pobres de sus
compatriotas.
Somos de parecer que el castigo de los grandes pecadores debe dejarse a
la Providencia, bien así como las leyes antiguas no imponían pena ninguna al
parricida, por cuanto les había parecido tan inhacedero ese crimen y tan superior a todo castigo humano, que lo dejaron sábiamente a Dios. En el orden de
nuestras cosas, y tocando de paso al afamado García Moreno, diremos que entre
todas sus acciones no hay ninguna peor ni de tan ruines consecuencias, digan lo
que quieran los demás que la vapulación introducida por él como resorte de gobierno. Ha matado; todos los tiranos han matado. Ha ahogado la voz pública;
lo mismo hacía Flores. Ha desterrado Senadores y Diputados estando para reunirse en Congreso, crimen de más de la marca, pero en fin no sin ejemplo: este
es Napoleón primero dispersando a sablazos la Asamblea Nacional. Portales,
célebre ministro de Chile, hacía dar de azotes a los ladrones y foragidos, sistema
penitenciario, cosa muy diferente de la política. Pero no hemos sabido que ni en
la refinada tiranía del mismo Manuel Rosas ni del Doctor Francia haya entrado
jamás tan monstruoso castigo. Este es el parricidio para cuyo crimen los romanos no alcanzaron a hallar pena.
Íbamos a decir que hay un medio de evitar la perpetuidad de las venganzas,
o lo que es lo mismo, las desgracias de los pueblos; este medio es el perdón. Bien
60
hubiéramos querido ver un congreso sabio y digno constituirse en tribunal del
gran culpable, llamarle a juicio, interrogarle, aterrarle e imponerle la pena de sus
delitos. La justicia no debe prescribir; pero los odios individuales, los enconos
de partido, los rencores de persona a persona, ¡termínense por Dios! De lo contrario, enhilando agravio tras agravio, desquite tras desquite, venimos a forjar
una cadena interminable en la cual nos enredamos, y a cuestas con nuestra
propia obra, somos esclavos de nosotros mismos, de nuestras malas pasiones, la
esclavitud que más desafortuna y envilece a la familia humana.
Si en nuestras manos estuviera la suerte de don Gabriel García, le pusiéramos cortésmente en la frontera, siguiendo el consejo de Platón, aunque no se
trate de un poeta; no montado sobre un asno, no con pozas ni con grillos, objeto de vilipendio; pero tampoco adornado de coronas, y laureles; sino urbana,
humana y generosamente, cual a hombre de nota que supo hacerse nombrar,
si bien por el mal camino, persona de alto lugar y puesto. El ha sepultado a los
ecuatorianos en las montañas salvajes, entre los indios bravos y las fueras; nosotros le enviaríamos al país de los extranjeros, al país de la hospitalidad, al país de
los ingenios, ¡a Francia! Gustan sobre manera las lágrimas que César vierte sobre
Pompeyo, gustan sobre manera al pecho generoso las que Augusto derrama por
Antonio, y prenda la conducta de ciertos grandes hombres que las toman con
sus enemigos en desgracia, bondadosos y civiles, cuando podían matarlos o
infamarlos. El Regente de Inglaterra desengañando la confianza de Bonaparte,
recibiéndole como enemigo cuando venía como refugiado mandándole como a
Crisóstomo al desierto Pitio cuando llegaba a sus umbrales como Temístocles,
no puede sino ser un feo personaje, muy repulsivo para los ánimos excelsos.
Y esa honrosa expatriación que impondríamos a don Gabriel, no sería pena
ni obra de la venganza, sino conveniencia propia suya y de la nación, atento que
su alma inquieta y rudas afecciones no se acomodaran quizás a dejarle en paz
como conviene, y al fin y al cabo darán al traste con él o con su Patria. Si así
como se deja llevar de esos malévolos empujes, se dejase alumbrar por un rayo
de sabiduría, él mismo, de su bella gracia, tomaría el camino de Europa, y allá
se fuera a desplegar sus talentos que le tienen para sabio y no para magistrado.
Podría él llegar a ser un Cuvier; un Sully, nunca. Y es gran ceguera dejar un camino ancho, suave y fuera de peligro, por donde se va a la gloria limpiamente,
por un vericueto intrincado y escabroso que al fin lleva al abismo. Si a fuerza de
filosofía y buen comportamiento hiciere olvidar sus faltas y los males con que
ha hecho gemir a los ecuatorianos, bien podía suceder que todos le perdonasen
y empezasen a ver en él un hombre útil por sus prendas, si ya se arrepentía y
dejaba de ser pernicioso por sus defectos. Veremos lo que hace; pero entre tanto
gocemos de estos instantes de libertad que suelen ser fugitivos cuando ella no
61
está en buenas manos. Escribamos, hablemos, levantemos el ánimo de nuestros
abatidos compatriotas a mejores deseos y más honrosos pensamientos. Cumplamos los deberes de ciudadanos exigiendo la realidad de nuestros derechos,
obedeciendo las leyes, llenando las obligaciones que se derivan de ellas, y procurando con el influjo de la pluma corregir las costumbres sociales, malamente
estragadas en el decurso de estos años.
Y pues nos proponemos escribir para el público, no para los partidos, bien
será ponerle al cabo de qué y cuánto ha de esperar de los que con él se obligan
voluntariamente. Desde luego nos ha de ocupar la suerte del continente americano, sin que tengamos por ajenos a nuestro propósito los grandes acontecimientos de Europa y del mundo entero, si el caso lo pidiese. De “COSMOPOLITA” hemos bautizado a este periódico y procuraremos ser ciudadanos de
todas las naciones, ciudadanos del universo, como decía un filósofo de los sabios
tiempos. Las revoluciones, las guerras, los desastres y progresos de las repúblicas
que más de cerca nos tocan, llamarán nuestra atención con preferencia, y hablaremos de ellas, no como de patrias ajenas, no como extranjeros neutrales, sino
como hijos de su seno, como ciudadanos de sus Estados, como obedecedores de
sus leyes; pues tenemos bien creído que la sangre que corre por las venas de los
hispanoamericanos, la lengua, los comunes intereses y la semejanza de pasado y
porvenir, infunden en el corazón afecciones de viva fraternidad, ideas de unión
y favorecimiento en la cabeza, en el corazón la cabeza no mezquinos ni egoístas.
La Patria propiamente dicha, este pedazo de las entrañas como hubiera
dicho Chateaubriand, el gobierno a cuyas leyes vivimos sujetos, la política de
los gobernantes serán asimismo parte de nuestro asunto. No ofrecemos prescindir de la política, siendo como es y debe ser la cosa mayor y principal que
ha de ocupar a los ciudadanos. Los hombres libres en Atenas y Esparta por
obligación habían de concurrir a las juntas en donde versaban los intereses de
la República: los ilotas prescindían; la ley los hacía prescindir. Solón conmina
con la infamia a los ciudadanos que no tomen parte en las disenciones civiles;
con mayor razón hubiera este sabio legislador condenado a la infamia a los
que prescindan y tengan en menos las discusiones públicas en donde se ventila
lo perteneciente a la moral, la rectitud y la justicia del gobierno; al provecho
y bienandanza de los miembros constitutivos de esto que se llama sociedad,
nación, Estado.
No ha influido poco antes de hoy en nuestro espíritu, y por lo tanto obrado
en nuestra conducta, aquella extraña filosofía de los cyrenaicos que aconseja no
hacer mucha cuenta de los negocios de la República; o a lo menos ser indiferentes a ellos, por conceptuar injusto que los hombres dignos y de bien se expongan
a peligros por locos y viles. Todo bien considerado, éste no es sino un sofisma,
62
que de ser seguido, haría llover males sin cuento sobre la especie humana. Pues
no necesita demostrarse que si los buenos dejan el campo, serán los malos quienes lo señoréen victoriosos, y los gobiernos vendrán a ser concursos de bribones.
También nos hemos dejado inficionar de la arrogancia de aquel orador que
habiéndole rogado una ciudad pequeña viniese a enseñar la retórica respondió
que el plato era muy chiquito para el delfín. No hay plato chiquito para el
que desea el bien de sus semejantes: poco hace al caso que el teatro en donde
se representa sea reducido y pobre; si se representa bien, no faltará quien haga
justicia; y en resumidas cuentas, vale más la modestia que la necia presunción,
la cual por la mayor parte mantiene en la oscuridad a los que la llevan en el
pecho. Buena lección nos tienen dada aquellos dos pronombres en cuya gloria
venía rebosando el mundo, de los cuales el uno sirvió gustoso de alcalde en la
humilde ciudad de su nacimiento, y el otro no renunció a un empleíllo ruin que
sus enemigos se empeñaron en darle por escarnio, después que hubo puesto en
las nubes a su Patria venciendo a Agesilao y prescindiéndola muchos años como
primer magistrado y gran político.
Eso sí, haremos por no ser como el vulgo de los escritores; pues nuestra
opinión no difiere de la de aquel que dijo “que las ciencias, las artes, la política,
la humanidad en fin hubieran ganado mucho, si menos personas hubieran
escrito acerca de ellas”. Trataremos de todo con respeto y dignidad, y solo
cuando estemos muy al cabo de lo que acometemos. Las personalidades no
hablarán con nosotros; pero averigüémonos bien. Son personalidades las que
tocan el carácter y conducta privados de las personas; son personalidades las que
desentrañan hechos, que sin ser útil saberlos a la justicia, dañan al individuo a
quien se los achacan, son personalidades los cerriles improperios que se dirigen
al sujeto, no los justos cargos al ciudadano. No es de nosotros alzar el velo que
cubre el hogar doméstico ni seguir los pasos que no llevan a la cosa pública,
ni asestar flechas, si el deber de censores y el ahínco justiciero no nos mandan
dispararlas. Mas no son personalidades los actos que se entroncan directamente
con el procomún. Y cuidando de no faltar al decoro, no dejaremos de abrumar
a los enemigos de las leyes, a los poco adictos a la Patria, a los delincuentes
magistrados, si por desdicha continuase el mal aventurado sistema de gobierno
que el Ecuador ha sufrido por cinco eternos años.
Esperemos con harto fundamento no hallarnos en la necesidad de entrar
en la estacada para combatir violadores de la Constitución, desconocedores del
derecho ajeno, holladores de los códigos que reconoce la República. Don Gabriel García no es modelo de imitarse para quedar bien con Dios y con los
hombres. Él siguió su camino, y por el alto cielo, que no pocos escollos y escabrosidades ha tenido que vencer. Don Jerónimo Carrión siga otro y busque esa
63
veredita, aunque estrecha, no del todo impracticable, por la cual se llega al corazón de los ciudadanos: menos difícil es de lo que parece a malos ojos. Firme en
la justicia, si bien no en tal extremo que no blandee alguna vez en beneficio de
la clemencia; apoyado en la vara de la sabiduría, escudado con la Constitución
y siguiendo el rumbo del honor, se desemboca fácilmente en ese paraíso: paraíso
es el amor de los hermanos, paraíso la felicidad que se labra a todo un pueblo. El
decreto por el cual el Gobierno ha declarado vigente la Ley de Patronato es un
paso de gobierno ilustrado, un buen agüero de lo porvenir. Aclare su conducta,
decídase y tome resueltamente por el camino del bien, y la opinión del pueblo
será suya, y en favorecerle se cifrarán los esfuerzos de los patriotas verdaderos.
Pero como no nos proponemos ser solamente Timones y Aristarcos importunos, en política habremos de procurar que nuestro escrito tenga halago para
todos. A las duras lecciones de gobierno seguirá, si bien, saliere, tal cual trozo
de literatura y de amena poesía, de esa poesía que desarruga la frente y hace
olvidar la deportación; de esa ciencia sobrehumana con cuyo socorro Ovidio
suaviza el rigor de la suya cantando dulcemente los amores de los dioses. Los
reyes y generales de Esparta estaban obligados a hacer un sacrificio solemne a las
Musas para salir a una guerra o a cualquiera expedición de trascendencia. ¿No
es éste el homenaje que las armas rinden al ingenio? Y si los adustos espartanos
sacrificaban a las Musas, ¿con cuánta más razón no sacrificaremos en sus altares,
nosotros que gustamos de ir a sorprenderlas en su templo del Parnaso? Platón
desterró de su República a los poetas; pero esos mismos espartanos se cubrieron
de gloria a causa de Tirteo que encendía y atizaba en sus pechos el fuego de la
guerra. ¿Y no fue Eurípides quien salvó con sus versos centenares de atenienses
al punto de ser pasados por la espada de los siracusanos? ¡Poderoso, dulce influjo
de melodía, que a trueque de gozarlo de los labios de un prisionero, lo dejan
vivo los mismos enemigos sedientos de su sangre! Platón hubiera desterrado
del ejército de Nicias a Eurípides; ¿qué hubiera sido entonces de tantos ilustres
atenienses? Todos hubieran sido pasados a cuchillo.
Pues bien, si tanto puede la poesía de buena ley, será sujeto principal y le
alzaremos un solio en nuestra República. Poco importa que ella venga en prosa
o pomposamente ataviada en los hemistiquios de Virgilio. Si la Jerusalén libertada estuviese escrita en prosa, no dejaría de ser tan poética y seductora como
es. Si el Telémaco lo tuviésemos en verso, poco ganaría, y Fenelón no fuera
mayor poeta. Más procuraremos que haya de uno y otro, porque es la pura
verdad que un hechizo misterioso derraman las ideas vaciadas en los melifluos y
sonoros endecasílabos de Garcilaso, y la guerra misma se reenfurece, por decirlo
así, y crece en sanguinaria pompa descrita por las valientes pinceladas con que
retumba el Tasso.
64
Sol de’ colpi il rimbombo in torno mosse
L’ immovil terra, e risonare y monti.
No sabemos lo que será La Ilíada en verso heroico forjado en la fragua del
mismo Homero; más parécenos que debe ser sublime la despedida de Héctor y
Andrómaca, tiernos los espantos y vagidos del muchacho Astianax al ver el aspecto guerrero de su padre y el resplandor de sus broncíneas armas. Pero vamos
a ver, La Ilíada traducida en prosa a todos los idiomas del mundo ¿deja de ser La
Ilíada? Diremos que falta la música de la rima; pero la poesía allí está rebosando.
Hay poesía en prosa, la hay en verso.
No di yo la vuelta al globo como sabio navegante descubriendo tierras desconocidas, rompiendo los témpanos eternos que obstruyen el paso de los polos;
no encontré islas desiertas en donde serpenteasen deleitosos y fecundos ríos,
en donde se alzasen sobre escarpadas florestas encantados palacios de Armidas
y Reynaldos; no penetré las selvas de Africa ni las hube con leones y panteras,
como esos viajeros cazadores que allá rompen las puertas que la naturaleza quiso
mantener cerradas y van a sorprender sus misterios en el corazón del Sahara o en
los impenetrables bosques de las vírgenes montañas. Pero recorrí casi todas las
naciones cultas de Europa estudiando su política, observando sus costumbres,
abominando sus vicios, admirando sus buenas cualidades; y como los hombres
ilustres suelen ser en todas partes el resumen de los progresos de su Patria, procuré verlos y conversar con ellos entrándome por sus puertas a título de extranjero y de acatador del ingenio y las virtudes.
Pero si esto me comunica alguna honra, no pongo la monta en ello. Mis
ascensiones a los montes célebres, mis contemplaciones tristes en las ruinas del
Coliseo, mis paseos nocturnos por entre los escombros de la Ciudad eterna,
mis melancolías, ¡ay! mis melancolías en las casas desiertas de Pompeya son los
que me hacen valer algo a mis propios ojos; porque si la conversación y el trato
de los hombres engalanan el entendimiento, como dice Gibbon, la soledad es
pábulo del numen. Otro mundo es ese a que el alma se remonta a solas cuando
uno lleva sus pasos por los lugares renombrados, pensando en lo presente, rememorando lo pasado, cavilando acerca de lo porvenir, solo, triste y acaso entre las
sombras de la noche. Con menos gratitud me acuerdo del alcázar de Versalles y
del palacio Pitti que de las ruinas del templo de la Paz y la Columna de Trajano;
menos pueden conmigo las ruidosas mascaradas de la Fénice y de la Ópera que
el baile extravagante que unos pastorcillos me ofrecieron para mi recreo en un
templo ruinoso de Puzzola, cerca de los antiguos jardines de Agripina; en menos
tengo la presencia y las palabras de sabios y poetas de las ciudades vivas, que esos
romanos majestuosos de negra barba y misteriosa catadura que encontré no po65
cas veces sentados melancólicamente en una piedra derrumbada del Tabularium
o de la Casa de los Césares.
La soledad en medio del siglo es lo que más nos vale; pues si la compañía y
concurso de gente nos enseñan a vivir, el aislamiento y la conversación consigo
mismo nos enseñan las cosas de que más nos conviene estar actuados.
If from society we learn to live,
T’ is solilude shouth teach us how to die.
No tendrán que sonreírse mis lectores de inverosímiles aventuras, ni les
describiré saraos brillantes en mansiones de señores, porque no los he pasado.
Pero sí navegarán el lago Averno y entrarán a la cueva de la Sibila de Cuma; les
haré subir conmigo al Monserrate o al Vesubio; atravesaremos ese viejo Tíber,
precisamente por donde lo pasó Clelia ahora dos mil años.
Yendo a conocer la roca Tarpeya entré por una puertecilla vieja y agujereada. Una mujer alta, pálida, de mirar profundo y vestir negro fue quien me
la abrió y me condujo hasta el borde de aquella famosa roca de donde Manlio
fue precipitado por haber pretendido la corona de Tarquino. ¿Esta es Roma?
Decía dentro de mí mismo; ese montón de ruinas que allá parece, entre las
cuales está ladrando lúgubremente un perro, ¿fue la ciudad que dio Escipiones
y Pompeyos? Y esa triste montañuela que da mezquino pasto a cuatro esqueletados búfalos, ¿llamábase Aventino, y vio en sus faldas al pueblo romano y
sus tribunos imponiendo la ley a los Quintios y los Claudios? Esos ladrillos
casi negros hacinados aquí y allí formaron tal vez la morada del gran Júpiter:
de aquel barranco en donde veo durmiendo un pordiosero mostró Antonio
por ventura el cadáver de César sacudiendo su ensangrentada clámide: por
esa vereda espinosa, quizás la vía Apia en otro tiempo, huyeron Casio y Bruto
teñidos con la sangre del tirano a buscar a Roma en donde no hallasen servidumbre.
El mundo antiguo y grande rodaba en mi cabeza y ni sentía yo la lluvia
que caía sobre mí, ni la neblina que me circundaba como para concurrir a la
funestidad de aquella escena. La mujer que me dio entrada se había retirado a
la casuca donde vive, y me hallé solo en medio de tantas y tan grandes sombras
como iban pasando delante de mis ojos. Vi a Lucrecia; vi pasar el cuerpo de Cicerón sin cabeza, y ésta rodando a los pies de su enemigo que reía a carcajadas;
vi a Catalina corriendo con furia con un tizón en la mano, poniendo fuego a los
templos de los dioses: vi… ¿Qué voz podrá decir cuánto se puede ver en Roma?
Al volver de mi sublime desvarío vi ya positivamente: vi a la mujer romana
que en su corredorcillo se estaba a contemplarme, curiosa de ver despacio un
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extranjero tan solitario y taciturno: vi las gotas de agua que caían monótonas
sobre las piedras resbalando de la humilde choza: vi un jergón en donde estaba
acurrucado un gato negro de ojos centellantes: vi un gallo inmóvil sobre la pata
izquierda durmiendo mientras llovía. Y a tiempo que esto veía el grito de las
ranas, subiendo del Foro, llegaba a mis oídos en uno con el balar distante de
alguna hambreada oveja. Y volví a decir dentro de mí mismo: ¿Esta es Roma?
Roma eran ambas: la una, la Roma de los prodigios, la Roma de las virtudes, la
Roma de los grandes hombres y de las grandes cosas, la Roma de ahora veinte
siglos. La otra, la Roma de los vicios, la Roma del hambre y la miseria, la Roma
de la nada, la Roma de nuestros días. Y cuando salí haciendo este triste paralelo
en mi cabeza, se confirmó mi juicio con la cantinela que bajo las murallas derruídas de la ciudad alzaban los arrieros al tardo paso de sus mulos. La oyeron
otros viajantes, la oí yo, la ha de oír todo el que tenga oídos para las voces de
sentido grande y melancólico.
Roma! Roma! Roma!
Roma non é piú come era prima.
Estas son las cosas pasadas por mí, éstas las he de referir para los que gusten
de viajes sentimentales. No los escribo como Sterne; pero sí puedo escribirlos
conforme a la verdad y a las blandas o amargas afecciones que acarreaba conmigo por las ciudades más famosas de lo antiguo y lo moderno. Los Pirineos y los
Alpes son hermanos; de los unos pasaremos a los otros, del Arno al Guadiana,
del Anio al Manzanares; o iremos por las floridas márgenes del Turia aspirando
rosas y jazmines, regalándonos con esos dorados pomos, provocativos y sabrosos más que los del jardín de las Hespérides. Tomaremos un baño en el Genil
para hacernos propicias las bellas de Granada, bien así como los suaves indios
se hacen aceptos a sus genios con bañarse en las aguas corrientes del afortunado
Ganjes. Y subiendo a la Alhambra por el bosque en donde el ruiseñor suelta la
voz divina, resonarán nuestras pisadas en los propios mármoles que oprimieron
las plantas del fiero Aben Said y de la bella Saida.
El Darro separa las colinas del Albaicín y de la Alhambra: es ese un riachuelo borrascoso, a pesar de su reducido caudal, que entre piedras y chaparros
se precipita braveando, límpido, travieso, haciendo espuma a los recodos y conchitas en donde las ninfas se refrescan; veloz como un saetín en otras partes y
mal enojado, si da con una grande piedra que le interdice el paso. Sus orillas son
montuosas, verdes, llenas de silvestres flores, hasta que baja a la campiña de Granada a entregarse al Genil y, ondas con ondas confundidas, la van fertilizando y
hermoseando en el largo trecho que la bañan. ¿No será de nuestro gusto, en una
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mañana de abril, fresca, pura, con un sol resplandeciente y halagador pasar de
la Alhambra al Generalife atravesando el Darro?
Licurgo mandó a colocar la estatua de la risa en todas las mesas públicas.
En Lacedemonia los ciudadanos comían juntos, sin que de esta obligación estuviesen exentos los reyes no los Eforos. Tenía para sí aquel gran legislador que
la vida mas austera debía templarse con tal cual pasatiempo honesto, y que era
conveniente quitarse las canas con algunos instantes de bien sazonada charla
y un asomo de ironía culta y salerosa, capaz de separar los labios según la costumbre de Demócrito. Si Licurgo, el severo e inflexible Licurgo, hizo venir la
estatua de la risa a los banquetes de los lacedemonios ¿cómo la habíamos de
proscribir de nuestra humilde mesa? Rabelais se hombrea, en las librerías de los
doctos, con Homero y Tito Livio; Lafontaine ocupa lugar eminente en ellas,
y nada se hace sin Mopere. ¡Quién nos diera ser capaces de agenciarnos con
frecuencia algunos instantes saludables para este abatido cuerpo! Saludable es
la bien nacida risa, dulce su imperio, y los sabios no la desdeñaron, sino es la
del gremio de los necios. Las estatuas y retratos de la hermosura por la mayor
parte están sonreídas en el Vaticano. Los niños, inocentes y virtuosos por el
mismo caso aún sin saberlo, ríen mucho; y la nación más culta e importante
de la tierra lo hace todo riendo. ¿Hay racional en el mundo que no guste de
Cervantes? Al invencible don Quijote no le resisten ni los alemanes con todo su
carácter frío, penoso, tétrico. ¿Y puede algo con los ingleses el spleen cuando ese
Panza amigo vuelve del Toboso a dar cuenta de su embajada a su amo? Una de
las injusticias más lastimosas para Juan Jacobo Rousseau es la temeraria, falsa e
impía acusación de sus enemigos, de que en su vida se rió. “Eran unas carcajadas
con Diderot y d’Alembert, dice, que no había más que oír, cuando a la buena
de Teresa se la había metido en la cabeza tenerme por el Pontífice Romano. De
donde provenían a su juicio los miramientos y atenciones de que yo era objeto
acerca de los nobles”.
Si es preciso reír, riamos; si conviene llorar, lloremos. El hombre es un
péndulo entre una sonrisa y una lágrima, ha dicho un gran poeta. Y estoy
para creerle cuando considero que no hay ente más desigual que el hombre;
tan desigual, que algunos filósofos antiguos se atrevieron a regalarle con dos
almas.
El ejército cartaginés había entrado en miedo, a pesar de haber vencido ya
una vez a los cónsules romanos, con motivo de las legiones numerosas que éstos
pusieron en campaña después de su derrota, contra toda la previsión del enemigo. Andaban pues los cartagineses indecisos, penosos y cavilantes con el funesto
y acaso no remoto porvenir que les aparejaba la fortuna, y antes con gana de
llorar que de reír. Giscón, personaje de alto lugar entre ellos, se va para Aníbal, y
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todo maravillado y afligido –¿Veis, le dice, cuán numeroso y admirable ejército
contra un puñado de hombres como nosotros somos? –Sí, responde Aníbal;
pero hay una cosa que me admira mucho más. –¿Cuál? –El ver que en tan gran
muchedumbre de enemigos no haya uno solo que se llame Giscón como vos.
Y los cartaginenses como lo van sabiendo, y el mismo Aníbal se toman a reír
tan desencajadamente, que no acaban ni cuando se empeña la batalla, y riendo
consiguen la victoria, sin encontrar ni un solo Giscón entre todos los que van
matando.
Puede ser que nosotros tampoco encontremos ni un Giscón en la multitud de enemigos y envidiosos como verosímilmente nos vamos a concitar, sin
razón por cierto; pues no pertenece a nuestro plan hacer daño gratuito a nadie;
mas suele ser uno muy grande no estar al nivel de tanto necio o pervertido
como infestan las ciudades, haciendo mucho y sin hacer nada, sino el mal de
sus semejantes. Stultorum infinitus est numerus. Haremos lo que Aníbal, riendo
llevaremos cuesta abajo a nuestros enemigos, si ya merecen nuestras armas. Y
las costumbres, asunto de los buenos ingenios, como Carlos Dickens en Inglaterra y Balzac en Francia, tendrán, con todo la modestia necesaria, su lugar en
nuestro escrito.
Si se nos contradijere en los asuntos serios con buenas razones y con la
urbanidad que cumple a la gente delicada, nada quedaremos a deber en buen
trato y miramientos a nuestros contradictores. Si echaren por el camino de
los oprobios, como por desgracia se suele acostumbrar en estos oscuros países, responderemos como Foción. Un enemigo suyo le interrumpió su discurso
cuando hablaba en público para colmarle de injurias calumniosas y groseras.
Calló el orador, y sin dar la menor señal de enojo se estuvo con gran serenidad
esperando que su descomedido adversario concluyese; y así como hubo concluido, pues no había quien echase leña a su ira, tomó el hilo de su arenga y en
el mismo tono que al principio continuó sin proferir un término acerca de las
imputaciones e insultos que acababan de oír todos. No hay réplica tan picante
como tal desprecio, dice Montaigne. Los que nos calumnien, los que nos agravien, los que nos llamen importunos eruditos, enemigos de bajo suelo han de
ser e ignorantes. Si no obtuviesen de nosotros respuesta por escrito, sepan desde
ahora y para siempre que les contestamos a la manera de Foción.
Los tontos quieren que todos lo sean; los desalumbrados se incomodan
de que otros sepan algo, y se arrojan a zaherir a quienes hablan por boca de la
moral y la filosofía. Si el ingenio propio no da de sí cuanto quisiéramos para
ilustrarnos e ilustrar a los demás, ¿cómo no acudir a los sucesos y palabras de los
tiempos y varones superiores a nosotros? Epicuro escribió trescientos volúmenes sin una sola acotación ni pensamiento ajeno. Pero este Epicuro era el más
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orgulloso de los hombres, y el único entre todos que se ha atrevido a llamarse
sabio él mismo. Crisipo hacía todo lo contrario. ¿Y no vemos a cada paso en los
autores modernos de más nota: “como dice Plutarco” “en el sentir de Plinio”,
“conforme al dictamen de Aristóteles”? Tengo para mí que un suceso grande y
aprobado por los siglos, una sentencia o apotegma filosóficos prestan más para
la instrucción y el deleite, que la insulsa y dislocada riada de términos vacíos
que van los ingenios vulgares echando afuera, sin provecho de nadie, pero sí tal
vez en daño de los buenos. Si hemos de hablar de sabiduría, nombraremos a
Sócrates; si de virtud patricia, a Catón; si de desinterés, a Epaminondas; si de
fidelidad y fortaleza, a la esclava Epícaris, y habremos dicho más y mejor que lo
alcanzáramos con nuestros solos pensamientos y afecciones. ¿Por ventura será
malo estar al cabo de la historia? Ella es el libro de la sabiduría, y el que leyó una
página vale más que el no leído. Los letrados en la China gozan de mil privilegios, son unos como Vestales, que para el augusto encargo de mantener el fuego
sagrado han menester veneración de parte de los fieles. Pero he aquí ladrado de
perros el que tuvo la osadía de manifestarse algo instruído al mismo tiempo que
las sacrosantas cláusulas de libertad y Patria, si eran pronunciadas de buena fe,
le hacían recomendable y digno de respeto de los libres y patriotas. Reinen, reinen las tinieblas. Pero los que estamos pasando la flor de la juventud en la vida
privada, a vueltas con nuestras ansias de saber, no tocados por el vaivén eterno
de la baraúnda política, mucho tiempo hemos tenido de leer, de estudiar, de
aprender, de sentir.
En orden a lenguaje sepa, si alguno se previene a censurarnos, que lo hemos
aprendido en los autores clásicos, en los escritos del buen tiempo. Suele suceder
que el torneo de una frase no suena bien para un oído torpe; que una manera
de construcción, autorizada acaso por Cervantes y Granada, no lo oyeron ni
la saben los instruídos por Mata y Araujo; que no alcanzan a estimar un corte
nuevo para ellos y elegante, y todo es lanzarse en ciegas invectivas sobre que no
entendemos de gramática o que faltamos al arte de hablar bien; para lo cual
acuden luego a sus librajos, sin venírseles a las mentes que no hay arte ni diccionario capaces de contener toda una lengua, y que donde se la estudia y aprende,
donde se la chupa el jugo, si hay quien me sufra esta expresión, es en los autores
consagrados por el ascenso unánime. Si hubiere quien venga a corregirme el uso
de algún verbo, cuidado que le ponga cara a cara con los Argensolas; si burlarse
quisiere de un modismo nunca visto ni oído por él, tendrá tal vez que haberlas
con todo un Moratín, o cuando menos con un Mor de Fuentes. Pues advierto
desde ahora que en hecho de lengua yo nada he inventado, y si algo hay nuevo
en mi modo de decir, lo debo a la lectura de los maestros del siglo de oro de
nuestra habla, guiada por la sabiduría de Capmany, Clemencín y Baralt, ilustres
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defensores del español castizo. No digo que yo tenga aquel primor, aquel hábil
tanteo que se ha menester para llamarse escritor pulcro y remirado; pero sí me
creo con derecho para desdeñar a tanto crítico zarramplín que sin haber leído
jamás una página de Jovellanos, acomete a engolfarse en lecciones superiores a
sus aptitudes. El no entender nosotros una cosa o no haberla jamás oído, no es
razón para tenerla por mala; y debemos medirnos mucho en esto de criticar, no
nos suceda lo que a este librero que tenía en su casa un Homero corregido de
su propio marte; esto es, que Alcibíades lo supo, entró furioso en ella, y le dio
de bofetones.
Cosa muy diferente es la crítica de los hombres instruídos: para ellos tendremos el oído atento, y así como nos tomen en errores o descuidos, nos aprovecharemos presurosos de su sabiduría. Bondad, blandura, trato fino, dotes son
de ingenios doctos y de bien formados corazones. En ellos los conoceremos, y
no haremos caudal sino de su bien nutrido juicio.
La educación del sexo hermoso a que pensamos y debemos consagrar no
pocas líneas, la hemos dejado para lo último como descanso de los no siempre
agradables discursos de política y gobernación de Estados, y aún de los otros
temas capaces de excitar el numen de los escritores. ¿Numen ha de haber más
inspirador que éste llamado ángel por unos, demonio por otros, pero demonio
o ángel que tiene en sus manos la suerte de las humanas sociedades? Eduquemos a la mujer, sí eduquémosla, no según los dómines antiguos educaban a los
niños, con todo el rigor de un amo crudo, ensangrentándolos y haciéndoles
nadar en lágrimas, sino con paciencia de filósofos, con cariño de padres, con
bondad y mansedumbre de cristianos, sin perder de vista que ese demonio es
el ente más sensitivo, más blando de condición, más fácil de levantarse y purificarse por la dulzura, como de corromperse y bastardear por la rudeza. ¡Pobres
mujeres! Verdad es que no las feriamos en las plazas públicas, según se estila
en los países mahometanos; ni tenemos harenes en donde sirven, máquinas
vivas, para los placeres brutos de hombres bastardeados; ni nos hacemos servir
de ellas cual si fuesen esclavas por naturaleza, sin dignarnos poner nuestro corazón en el suyo: pero con todo ¡cuán distantes se hallan todavía del lugar que
las leyes naturales les señalan igualándolas en derechos al sexo masculino, de
las sociales que en los pueblos cultos las han dignificado y engrandecido tanto!
Los hombres mismos somos aquí muy bastos e ignorantes; poco tenemos que
enseñarles; pero si tenemos poco, aprendamos y compartamos con ellas las
luces adquiridas. No hablo de ciencias; lo abstruso nada les importa; más aún,
casi siempre las adorna en su perjuicio. Hablo de aquel arte sublime por el
cual la mujer sabe ser hija desde luego, esposa enseguida y después madre. En
esta triple y tierna faena se envuelve todo lo que ella debe aprender y saber; y
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si mereció a justo título esos nombres, tenga por sin duda que cumplió con el
encargo de la Providencia y los deberes impuestos a ella por la moral humana.
La mujer perfecta en Jenofonte no está adornada de sabiduría sino de
cordura, no se endiosa por el valor sino por el sufrimiento, no brilla por las
gracias y galanuras físicas sino por la modestia. No hemos sabido que Sócrates
discutiese con su mujer acerca de la naturaleza de los dioses; contentábase con
mantenerla en la fe de los que había. Y Virgilio nos la ha pintado sentada delante de la rueca, o atizando el hogar en donde se cuece el desayuno del esposo.
En las naciones modernas de Europa como en Inglaterra, no está en dos dedos
que la mujer ocupe su lugar. En Francia se ha propasado, y vive en una como
licenciosa tiranía respecto de los hombres y de la asociación civil, si hemos de
concretarnos a hablar de las ciudades, pues las cosas llevan otro término con
la gente campesina. En Alemania la mujer está bien colocada. De aquí es que
alguno ha dicho “que las inglesas eran buenas para amigas, las francesas para
queridas, y solo las alemanas para esposas”.
Cuando no solamente Virgilio sino también otros grandes poetas y otros
grandes conocedores de la naturaleza del hombre pintaron el emblema de la
mujer cabal poniendo su imagen delante de la rueca o hacinando hábilmente
los carbones del hogar, no tuvieron en su ánimo circunscribir sus aptitudes y
deberes al estrecho círculo de la casa y la familia; no la arrancaron fuera de la
redondez imensa que abarca el entendimiento, y de las nobles y variadas ocupaciones de que los hombres son capaces, mediante la elasticidad de su alma,
cuyas facultades los encumbran hasta tocar con la propia esencia divina, sacudiendo el polvo terrestre por el cual son tan miserablemente bajos. Quisieron
sí dar a entender esos ingenios que el ahínco de la buena mujer se ha de marcar
sobre todo en lo perteneciente a la vida doméstica, como que ella es el modelo
de la pública, y como que en ella se recibe la educación según la cual nos hemos
de manifestar buenos o malos ciudadanos. Raro será que un buen hijo sea mal
discípulo, que un buen padre de familia sea mal patriota. Lo que se aprende
en la casa tarde o temprano sale a la calle; por donde la condición del hombre
público remonta al privado y la mujer viene a ser el maestro primitivo del cual
aprendemos a ser buenos o malos, importantes o para nada.
Para ser madre cumplida, para inspirar al niño las afecciones que algún día
le harán hombre de bien, las ideas que le harán elevado, ¿no es preciso tener en
el corazón buen acopio de grandiosas afecciones, claros y justos pensamientos
en la cabeza? Para ser cumplida esposa ¿no ha de estar al cabo de las obligaciones
que la constituyen tal, y saber al mismo tiempo cuán preciosa es la virtud? Para
ser hija obediente y acatadora de la majestad paterna, no basta ese profundo y
natural obedecimiento con que todos nacemos; conviene tener luces sobre este
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eslabón sagrado por el cual pertenecemos a nuestros padres, como la criatura
humana en general pertenece al Criador. Y para todo esto ¿no se ha menester
filosofía, moral, y aún ciertos conocimientos de otro género? Si hay quien lleve
a mal este modo de apreciar a la mujer, tema el caer en falta respecto a la naturaleza: haciéndola buena hija, buena esposa y buena madre, la hemos hecho
todo lo que Dios mismo quiso hacerla. Si es buena hija alimentará a su padre
moribundo con la leche de sus pechos, como ya lo hizo la romana antigua, y
dará a todas las generaciones un ejemplo sublime de ternura. O bien morirá y
se enterrará con él, si no pudo salvarle la vida, como aquella heroica joven cuyo
epitafio encuentran viajeros a orillas del Rin en los escombros de Aventicum:
Julia Alpinula: hic jaceo.
Infelicis patris infelix proles.
Y con esto nos enseñará la abnegación, una de las virtudes más preciadas.
Si es buena esposa, se sepultará con su marido, cual otra Eponina, nueve años en
una cueva, por acompañarle a huir de los tiranos, o como Arria enseñará a morir
por la honra a su marido, atravesándose el corazón con un puñal en su presencia. ¿Y es poco enseñar esto de comunicar con el ejemplo el valor virtuoso, que
se encamina a prescribirnos el honor teniendo en poco la existencia?
Si es buena madre criará Escipiones, dará Gracos, y habrá hecho por la
humanidad lo que nunca pudo hacer el hombre más valiente e ingenioso. Cornelia vale más que un héroe, Cornelia es superior a sabios y poetas; Cornelia,
inspirando a sus hijos la virtud y la libertad como parte de ella, alcanza mucho
más aprecio y veneración de los hombres, que tantos grandes hombres, grandes
por haber conquistado y vertido a torrentes la sangre de sus semejantes.
Estas son las hijas, las esposas y las madres que querríamos formar; y a buen
seguro que para ser las sombras de ellas, habría mucho que entender y saber.
¿Qué importa ese barniz de sabiduría con que de cuando en cuando han pretendido malamente brillar las mujeres modernas? No han conseguido sino obligar
a Moliere a escribir la comedia de “Las mujeres sabias”, y a Byron la sátira de
“The Blues”. No, no queremos medias azules: queremos mujeres instruídas en
la virtud, apreciadoras de la honra, dignas de nuestro respeto, sin quitarles la
instrucción necesaria para su encargo y para la cultura y adorno de inteligencia
que alcanzan nuestros tiempos.
Los Estados Unidos nación inferior a muchas europeas por más de un
respecto, han comprendido que el hilo de la felicidad estaba en la educación y
el puesto de la mujer, y siguiendo este principio en breve superarán a todas en
progreso morales como ya las superan en físicos. Allí las mujeres instruyen, edu73
can a los hombres ¡están en el caso¡ Las mujeres dirigen las escuelas, las mujeres
tienen pensiones, las mujeres son maestras de lenguas, y la casa está regida por
ellas como Esparta por Licurgo. ¿De dónde procede tan rápido incremento de
educación de la mujer americana? De las leyes, que despiertan su buen natural
y fomentan su espíritu de virtud; de las leyes, que la tratan como Alejandro a
la mujer e hijos de Darío; de las leyes, que las resguardan y las vengan de las
tropelías de los hombres. Júzguese cuán protegidas son las mujeres por las leyes
de los Estados Unidos por una o dos anécdotas históricas que voy a referir104.
Un mancebo de familia distinguida (no las hay en ese afortunado país sino
por el talento y las virtudes) enamoróse de una joven plebeya; y por grande que
sea allí el imperio de la democracia, no se le acomodó el ánimo al muchacho a
casarse con la hija de un curtidor. Le inspiró cariño, la perdió. Un hermano de
ella va para el seductor y le dice secamente: “Si dentro de un año, en tal día, a tal
hora no se ha casado Vd. con mi hermana, le mato”. Transcurre el año y nuestro
Gazul no se casaba. Vino el otro (no había vuelto a decir un término), y en tal
día, a tal hora le voló los sesos. El jurado absolvió al reo a votos conformes.
104
Por los años de 1781 privaban mucho en Inglaterra las sociedades literarias cuyos principales
miembros pertenecían al bello sexo, empeñado en tratar con los sabios acerca de las materias más
abstrusas y ajenas a la mujer. Uno de los personajes más eminentes de esas reuniones era Mr. Stilligfleet,
tan notable por su sabiduría como por su modo de vestir, pues entre otras rarezas, llevaba siempre medias
azules (blue stockings.) Eran tales la excelencia de su conversación y su principalidad, que cuando este
señor fallaba, las señoras sabían exclamar: We can do nothing without the blue stockings (nada podemos
hacer sin las medias azules). Un francés distinguido tradujo este blue stockings por bas bleus aplicándolo
literalmente a las literatas de esas sociedades, equivocación que hizo reir mucho a las mismas sabiondas,
que empezaron a ser llamadas con ese nombre Croker’s Bowell.
Ese término ha quedado admitido para designar a las mujeres importunadas que dejan la
casa por el Liceo. De las cuales peripatéticas y de las otras poetisas se queja de este modo un buen
ingenio.
Si estas nuevas no son bolas
de la gente,
no bajan de cien las damas
españolas
que están escribiendo dramas
actualmente
y si está de norabuena
nuestra escena,
los varones.
En vez de trajes de gala,
debemos vestir crespones
que estamos de noramala.
Señor, por tus cinco llagas
reprende a este sexo impío,
pues si da en hacer comedias;
¿quién, Dios mío,
nos remendará las bragas.
y las medias?
74
Iban en un wagón, caminando por un ferrocarril, una hermosa niña y un
mozo de sus mismos años y semblante. Desconocidos eran éstos, y el varón
devoraba con los ojos a la otra, que ya no sabía dónde poner los suyos: verdad
es que los tenía rasgados, negros, límpidos, cargados de largas pestañas, con lo
cual traía revuelto el corazón de su vecino. Llegan a un pueblo, y a tiempo de
apearse, el ardiente mozo le pone con vehemencia sus labios en los de ella. La
muchacha, sin decir palabra, confundida de rubor, se va para la Policía, con
cuyos agentes torna luego al sitio de la ofensa, en donde se prende al malhechor.
El jurado le condenó por unanimidad a diez años de presidio.
La perfección y felicidad de la mujer depende de las leyes, las cuales dependen de los hombres: hagámoslas buenas, y nos pondremos en camino de
educarla. Después ya podemos irla perfeccionando con justas y bien sazonadas prédicas, con sublimes paradigmas de los grandes tiempos, con historias de
Arrias y Lucrecias, que no pueden poco en su imaginación vehemente y amiga
de propender a su importancia.
En el orden de la naturaleza las mujeres pueden mucho; no menos en el
social, donde saben estimarla. Si algo han de valer ellas por mí, yo he de valer
algo por ellas, según este decir de un viejo amigo mío. El hombre se protege por
lo que él vale, la mujer, por lo que valéis. No se trata aquí de protección, pero
si de aprobación. Y las sé decir que la suya compensará con buena adehala, dejándome a ganar no poco, el deslenguamiento de los necios y de mis enemigos
que, puesto que no lo sé, me los debo tener, conforme a la triste regla por la cual
no les faltan a los hombres de bien. Pero
Yo me diré feliz si mereciere
en premio a mi osadía,
una mirada tierna de las gracias,
y el aprecio y amor de mis hermanos,
una sonrisa de la Patria mía,
y el odio y el furor de los malvados.
75
De la libertad de imprenta
105
Refieren de Aristipo que habiendo naufragado una vez, salió a nado a la orilla y
se llenó de gozo al ver en la arena trazadas ciertas figuras de geometría, indicio
evidente de que la providencia de los dioses le había echado a una colonia griega
y no a un país bárbaro. El que en un pueblo encuentra establecida la imprenta
puede estar seguro de que llegó a una nación civilizada; el que ve un periódico
en la tierra a donde le llevó la suerte o el acaso cuenta con que tiene que haberlas con hombres ilustrados. Hay señales inerrables de la situación moral de
las humanas sociedades, que a primera vista nos haces columbrar sus aptitudes,
sus inclinaciones y las cosas de que gustan ocuparse. Las figuras de geometría
encontradas por Aristipo en la playa del mar, el uso de la moneda, los libros y
periódicos son testigos de buena fe de que no dimos en un país de bárbaros, o de
que el despotismo no impera en esas afortunadas comarcas, el despotismo, peor
mil veces que la barbarie. La libertad del pensamiento ha constituído siempre la
libertad política; y estas dos libertades por maravilla no habrán traído consigo la
libertad civil, grupo adorable y seductor como el de las tres Gracias. A medida
que el absolutismo toma pie las tres libertades se separan: cuando descuella con
todas sus fuerzas, cuando oprime con cien brazos, como dice Montesquieu, no
deja sombra de ellas, bórranse, destrúyense, el lienzo queda limplio para recibir
la imagen del tirano.
Remontémonos a los primitivos tiempos y tomemos el agua desde arriba.
La sabia y republicana Grecia, tenía por ley la libertad del pensamiento: las
plazas públicas servían, por decirlo así, de imprenta, y los ciudadanos todos
grandes y pequeños, ricos y pobres, nobles y plebeyos tienen allí derecho de
intervenir en los asuntos públicos, tomando la palabra y diciendo sin reparo
su dictamen ora sobre la conducta de los magistrados, ora sobre las acciones
de los generales, ora en fin sobre la conveniencia y deberes de la República.
En las tribunas del pueblo no resuenan solamente las voces de los Pericles y
Cimones, de los Nicias y Licurgos; los Hiperbóreos llaman también la atención
de sus conciudadanos, y a fuerza de ser libres alcanzan el ostracismo, noble pena
por la cual no brillaban sino los prohombres de mayor suposición. Alcibíades
arrastrando su grandioso manto de púrpura atraviesa la plaza de Atenas, se encumbra en la tribuna, y en explayada y egregia elocuencia pide tal guerra en
donde su gloria prevalezca sobre los intereses del pueblo. Mas no ha de faltar un
105
34-58.
Tomado de: Juan Montalvo, El Cosmopolita, Ambato, Primicias, Vol. I, 1975 [1866-69], pp.
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ateniense oscuro, un hombre del Estado llano que ponga en práctica sus fueros
contradiciendo al rey Alcibíades, y ganando los sufragios de sus compatriotas a
su parecer. Es que Atenas era libre entonces, libre la palabra, y el pensamiento
no reconocía señorío, sino era la razón y la justicia. Pero una vez perdida su libertad política perdióse la elocuencia, y los treinta tiranos prohibieron al pueblo
subir a la roca Pnix en donde tenía sus reuniones más acaloradas y en donde la
independencia y libre albedrío desplegaban todas sus banderas. Pisístrato huella
impío las leyes de Solón; Pisístrato es tirano; con Pisístrato nadie habla. Muere
Pisístrato, revive la palabra: los atenienses otra vez armados de ella, se encastillan
en los lugares eminentes que veneraba el pueblo. Hiparco los sorprende todavía
y los encadena: vuelve el mutismo, el pensamiento gime, y la palabra no es sino
la prisionera del tirano Hiparco. Harmodio y Aristogitón dan al través con él,
libertan a su Patria, y la Patria agradecida alza estatuas a los héroes y mantiene
a sus hijos a expensas del erario: todos gozan entonces plena facultad de expresarse, y avientan sus opiniones al rostro, digamos así, de los que por ventura
abrigan en su pecho nuevos proyectos de tiranía. Pero la libertad es árbol sujeto
a mil enfermedades, muere y retoña según le influye el cielo y según los vientos
que le azotan. ¡He allí la libre Atenas esclava de Demetrio, alzándole altares
como a un dios y decretando que cuanto hiciese el tirano se tuviese por justo
entre los dioses y por sagrado entre los hombres! Si se le había dejado la voz tan
solamente para que trasloe a su amo, ¿podía articular un término en pro de la
muerta libertad? El gobernante que no permite hablar ni escribir es tirano; el
pueblo que no puede ni uno ni otro, esclavo. Si Aristipo hubiera aportado en
nuestras costas, no hay duda de que hubiera creído hallarse en casa de la barbarie o de la servidumbre.
Los comicios de Roma principiaron con la expulsión de los Tarquinos, y
fue Bruto quien dio voz a los Romanos, enseñándoles a ser libres y a decir sin
rebozo que lo eran. Los Icilios, los Numitorios y Virginios no hablaron mientras
Roma tuvo reyes: cuando hablaron, los Decenviros vinieron al polvo y la Patria
recobró sus regalías a fuerza de expresar sus pensamientos y deseos. Los Gracos
son la encarnación de la libertad romana: los Gracos arengan al pueblo, le ponen de manifiesto las usurpaciones del Senado, le instruyen y señalan el camino
de la verdadera libertad. Los Gracos sucumben a impulsos de los nobles, esto
es, de los tiranos, y porque quisieron ser libres les llaman demagogos, y porque
dispararon sus tiros contra la tiranía les llaman conspiradores. ¿No sería más
justo y mejor decir, como ya dijo otro, que el Senado y los Cónsules conspiraron
contra los Gracos y el pueblo? En general mientras Roma gozó de libertad política tuvo el libre y pleno uso de la palabra; y tal fue el respeto que este derecho
imprimió en el corazón hasta de sus enemigos, que Roma era ya sierva y no se
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había amordazado a los romanos. César dueño del mundo, olvida las varillas
que Cicerón no había dejado de echarle cuando aún no había vencido; y en órden a los cargos respecto de Catón tiene por mejor y más digno de él refutarlos
con la pluma, contrarrestando poderosamente la elocuencia de su adversario. El
mismo Augusto, en cuya persona empezaban a asomar los reflejos divinos con
que los emperadores iban a endiosarse luego, sufrió en buena paz y filosofía,
no digamos las censuras contra su gobierno, pero también las sátiras contra su
propia majestad; y era esto en tanto grado así, que se leían públicamente los
escritos de Asinio Polion, las oraciones de Marco Bruto y las de Marco Antonio
que estaban llenas de vituperios contra él y su predecesor. Ni las obras de Catulo
y Bibáculo, tan adversas a la casa de los Césares, se vieron proscritas hasta que
Nerón hizo morir a Cremusio Cordo por el inaudito crimen de haber llamado
a Casio el último de los romanos.
Cuando aquellos resolvieron no ser los padres sino los verdugos de la Patria, ya no se fueron a la mano en la persecución de los oradores y escritores
públicos. Domiciano condenó a muerte a Meto Pomposiano que leía en las
tertulias las arengas de Tito Livio, con decir que los recuerdos y los sentimientos
de que ellas estaban rebosando podían perjudicar a la seguridad del César. ¿Mas
qué decir cuando el mismo Senado expidió un terrible decreto por el cual se expulsaba de Roma a todos los filósofos? El Senado no era entonces aquella junta
de dioses que detuvo a los galos respetuosos y mudos en su presencia, sino un
conciliábulo de siervos que no pensaba sino en decretar honores divinos al emperador, poniendo el sello a todas sus iniquidades. Así pues, el primer cuidado
de los tiranos ha sido en todos tiempos ahogar la voz de los oprimidos, aniquilar
el pensamiento público. De donde la sana razón y buena lógica deducen, que si
un rey o un presidente consiguieron imponer silencio a la nación, maniataron
la libertad. Desde ese instante ya no son gobernadores de pueblos, magistrados
de naciones; amos son que maltratan esclavos inocentes, capataces que oprimen
y flagelan a una muchedumbre de orates desdichados.
Las naciones modernas de Europa casi todas son regidas despóticamente, si
bien la forma de la monarquía en la mayor parte de ellas se dice constitucional.
Y vemos con asombro que el monarca más poderoso y absoluto guarda con todo
ciertos miramientos y consideraciones a la prensa, que son desconocidas en la
América republicana. En el imperio francés los periódicos están sujetos a una
advertencia, a una amonestación, y no se les suprime sino por contumacia, quedando ilesos los escritores, si no traspasaron los términos prescritos por la ley o
la moral, en cuyo caso los tribunales competentes toman por suyo el cuidado de
la vindicta pública. El propio despotismo respeta la opinión en los pueblos verdaderamente cultos, y la testa coronada ha de guardar cierto temperamento que
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mantenga el equilibrio entre la voluntad absoluta, la paciencia de los súbditos
y el concepto del mundo civilizado. En 1858 salían a la luz en Francia 600 periódicos entre diarios, hebdomadarios y revistas mensuales, los cuales, si podían
contenerse en ciertos límites de moderación y buena crianza, hablaban hasta de
los actos más íntimos del gobierno, sin ocultar su juicio. La Gran Bretaña tenía
800; la Gran Bretaña, asiento de la libertad política, reino de las leyes, da de sí
escritos muchos y muy buenos. ¿Un presidentillo de América no se tendría por
el más triste de los hombres si su gobierno estuviese sujeto a tantas cortapisas,
si sus actos pasasen por tantas desembozadas censuras, si su responsabilidad
fuera tan grande como la de Inglaterra? ¡Qué es, mi Dios, ver a todo un lord
Palmerston, a todo un primer ministro de la reina Victoria, a un amo de los
mares, y como tal a un inspector del mundo, arrastrado por un simple y oscuro
particular al tribunal de la justicia! A Melgarejo o a Pezet les debe parecer esto
lo más ridículo, y cuando oyen esas cosas, les sucede lo que a ese rey del Pegú,
que habiéndole hecho saber el veneciano Bálbi como en Venecia no había rey,
se tomó a reir con tanta fuerza, que por poco se le revientan las arterias y se
muere. En Inglaterra los escritores solo al jurado temen; vale decir que la licencia es la prohibida, y en tanto no dan en ella, los ciudadanos pueden bornear
el pensamiento y ponerlo en el punto que a sus intenciones corresponda. De
todo hablan, todo lo discuten, todo lo juzgan: el gobierno tiene en la prensa un
censor poderoso por lo que en ella hay libre y autorizado; la prensa es el de aquí
no pasarás de los gobernadores, de los ministros, del monarca y aún del poder
legislativo. Nada hay más respetado en este afortunado pueblo que la ley: ella es
la verdadera reina, y la otra no hace sino obedecerla y mandarla obedecer. ¿Qué
cachidiablo ridículo y perverso viene a ser un estadillo de la América Latina al
lado de esa matrona sabia, cuya frente fulgara rayos de luz purísima? La Gran
Bretaña, monarquía; el Perú, Nueva Granada, el Ecuador, repúblicas: ¿en donde
reinan las leyes? ¿dónde impera la justicia? ¿cuál de ellas es más libre y decorosa?
Sin los vicios que una larga sucesión de siglos, un refinamiento de cultura y la
natural propensión de las naciones a la decadencia cuando han llegado al remate
de la civilización, me atrevo a decirlo y no lo temo, mucho más prestaría para
nuestra felicidad el reflejo de la de aquella nación, que todas nuestras soñadas
libertades y derechos de republicanos. Sepámoslo ser, y con nadie cambiaremos
nuestra suerte; pero si con ese rico nombre no somos sino ilotas a quienes se da
de puñaladas hasta por pasar el tiempo, somos los más mezquinos y desventurados de los hombres.
En España, en Austria y Prusia cuyos soberanos hacen derivar de Dios su
derecho a la corona, no puede hablarse del de los pueblos sino entre rincones
y como de cosa prohibida; pero en fin se escribe, y los escritores no son perse80
guidos y aniquilados inmediatamente y sin otro motivo que sus escritos; lo cual
prueba que puede haber y hay despotismo ilustrado, que sin perder de vista sus
personales y tristes conveniencias, jamás echa en olvido aquella consideración
debida al juicio de las demás naciones y al afecto o al engaño de los que están
uncidos a su yugo.
¿Es por ventura este despotismo ilustrado el de la América del Sur? No, visto que la opinión pública ni el concepto de las naciones no entran para nada en
el entender de los que gobiernan como kanes de Tartaria. ¿Dónde está esa fina
urbanidad de Napoleón III, que pudiendo ser y siendo todo, sufre que primero
se advierta a los editores de un periódico, que luego se amoneste y que no se lo
suprima sino cuando no hay mejor remedio? Y aún así más tarda el Emperador
en ausentarse ocho días de la corte confiando la regencia del imperio a su esposa, que ésta en levantar y anular las advertencias y amonestaciones que pesaban
sobre la prensa, y dejarla como si fuera a principiar. Napoleón es déspota, no
hay duda; pero ¡qué déspota tan ilustrado! Napoleón es tirano algunas veces,
no hay remedio; pero ¡qué tirano tan remirado, qué tirano tan fino y elegante!
Vaya, si siquiera hubiera cultura en estos Sultanuelos ruines que nos quitan la
vida. Pero sus pasiones son de salvajes, de fieras sus arranques. Todo es matar,
desterrar, azotar, repartir palos como ciego a Dios y a la ventura, echarse sobre
las leyes y los ciudadanos cual pudiera un lobo hambreado sobre un aprisco sin
guardianes. Un Fierabrás en Venezuela sabe que un escritor ha vituperado sus
pésimas acciones, y a sablazos, le echa a la cama en artículo de muerte106. Un
Bélzu oye algunas palabras malsonantes para sus oídos, y se le erizan los pelos
del bigote, y cierra con quienes censuran su gobierno. Un García Moreno acude
presuroso adonde se escribía, allana el hogar doméstico con batallones enteros
de soldados, cierne la ciudad probando si daba con los escritores, y de tomarlos,
sin remedio los sepulta en las ciénagas del Napo.
Este despotismo no es ilustrado; este despotismo es ciego, bárbaro, selvático. No hagáis cañones de las campanas, no malgastéis en guerras insensatas los
adornos de los templos, las cosas sagradas, no convirtáis en balas la letra de la
imprenta, ni en soldados los impresores, y ya os puede quedar siquiera un vano
pretexto para las otras inauditas violencias que lleváis adelante con achaque de
revoluciones: sabido es por los hombres de Estado y grandes políticos que si
algún gobierno ha menester de censura es el republicano, cuyo principio es la
virtud. ¿Qué es esto de querer reinar sobre idiotas? ¿Acaso nosotros creemos,
como los antiguos moscovitas, que la libertad consiste en el poder y uso de
llevar la barba larga? Dejadnos hablar, por Dios, que de puro mantenernos en
106
El Señor Bruzual, víctima de este crimen, lo denunció en su lecho de muerte. Los diarios de
Nueva Granada lo publicaron con los anatemas que merece.
81
tímido silencio nos váis a entorpecer la inteligencia, como que todo lo que no
se ejercita, bien así en el alma como en el cuerpo, pierde sus quilates y su fuerza.
¿Timbre será dominar a esclavos mudos? ¿No sería honroso dominar a hombres libres y hacerse querer de ellos, alternar con dignos y hacerse estimar de
sus conciudadanos? ¡Ya os veo, tiranos, arrugada la frente, torva la mirada, las
manos goteando sangre, buscar como poneros en cobro cuando se os acabe el
poder, porque la conciencia os ladra y grita que el enemigo del género humano
ha de temer al género humano! ¿Acaso Numa no reinó cuarenta y más años
sin aconsejarse de la crueldad sino de la sabiduría? ¿Acaso Augusto no fue el
primero de los mortales echando por el camino de la clemencia, cuando vio ser
inútil el rigor y aun pernicioso? ¿Acaso Washington no fundó una República y
gobernó un pueblo sin que le fuesen necesarios patíbulos, grillos ni calabozos
para establecer su autoridad? Si para todos los reyes hubiera una ninfa Egeria,
ya los pueblos podían decirse benditos de la Providencia; si todas las repúblicas
tuvieran un Areópago, la sabiduría encarnada en las leyes sería la que gobernase; si aquel Washington venerado de los hombres de bien, querido de los justos,
deseado de los republicanos recibiera de Dios licencia para venir de numen de
todos los gobernantes a inspirarles el bien y el acierto, la pobre América desgarrada por todas partes, oprimida, vilipendiada, que anda rodando de mano en
mano como vil peonza, vendría a ser una gran nación compuesta de muchos
miembros, a los cuales imprimiera el movimiento un solo y grande móvil, la
virtud.
Emilio de Girardín que, como le dijeron en Francia, a fuerza de esfuerzos
ha conseguido hacerse famoso pero no célebre, salió cuando menos se esperaba
enojando al público sensato con la peregrina y desconsoladora especie de que
“la prensa no servía de nada, que nada podía el escritor en el ánimo de las masas,
y que bien podía prescindirse de ella sin el menor detrimento para los asociados
en nación”. ¡Era de ver la cólera con que los periodistas cayeron sobre el pobre
Girardín! ¡Le sacudieron, le pisaron, le mordieron, no le dejaron hueso sano, y
después de una vehemente discusión quedó en limpio que la prensa era lo mejor
que podía haberse imaginado para tener a raya a los tiranos! ¡Sí! La prensa es el
canal grandioso por donde corren las ideas nuevas, los grandes pensamientos a
infiltrarse en el corazón y la cabeza de los hombres cuan anchamente se hallan
esparcidos por el globo; la prensa es uno como sistema eléctrico de infinitos
hilos por los cuales se difunden por todos los ámbitos de la tierra los acontecimientos, los cambios y progresos que de día en día tienen lugar en la inteligencia humana; la prensa es el árbol de la vida, si la vida social es la instrucción, la
ciencia, los adelantos físicos y morales. De aquí es que en las naciones ilustradas
ha de haber imprenta libre, o los que las tienen en sus manos son verdugos cie82
gos, enemigos de la Providencia que gusta de la luz. ¡Imprenta! ¡Imprenta! Arrebatadnos los bienes de fortuna, arrastradnos a guerras injustas, aherrojadnos en
mazmorras, pero dejadnos hablar.
¿No sería crimen atroz que empezáseis luego a sacar los ojos a los ciudadanos, a corcharles con plomo los oídos, a privarles del gusto con cauterios?
Pues más crueles sois en sacarles los ojos del alma, en privarles de la voz, en
cubrirles el pensamiento con una plancha de brea. Si habéis oído al ruiseñor,
ya sabéis qué música divina fluye a torrentes de esa plateada garganta. Pero
tomadle, ponedle en jaula de repente cuando soltaba la voz libre y sin recelo
en el parque de Versalles o en los bosques de la Alhambra, y si os apura la cruel
insensatez, liadle bien el pico con un entorchado. ¿Qué vendría a ser esta avecilla dulce y armoniosa, este divino instrumento con que natura se regala en sus
soledades y melancolías? Un pedazo de materia inútil sin hechizo de ninguna
clase. Ahora suponed que el águila, tirano de los aires, devorase o inhabilitase a
todas las canoras aves que pululan a millares en los sotos y jardines de Italia en
primavera: ¿de qué armonías, de qué deleites, de qué suaves emociones y gratas
influenias no habría privado a quiénes solían escucharlas? Pues esto y mucho
más sucede con los tiranos de los hombres y sus víctimas: les quitan la voz, y la
política pierde sus censores; les quitan la voz, y la moral ya no tiene defensores,
les quitan la voz y la sociedad humana va sin guía trastabillando por los oscuros
laberintos por donde la arrastran sus sayones. Si nos podemos expresar, a lo
menos el rigor de la tiranía lo templaremos con la queja, consuelo de tristes,
pero al fin consuelo; y en queriendo Dios ayudarnos, hablando nos salvaremos.
Él nos dio pensamiento, Dios dijo, oíd esta palabra y pensadla bien, vosotros
que la pronunciáis sin comprenderla o la comprendéis sin respetarla; Él nos dio
pensamiento para que pensemos. Él nos dio sentimiento para que sintamos, Él
nos dio voz para que hablemos y nos expresemos: dejádnos pues sentir, pensar
y hablar, porque estas facultades están enlazadas de manera que al privarnos de
una de ellas, privado nos habéis de todas. Si la espada está arrinconada mucho
tiempo, se toma de orín y su vuelta ya no corta. Tal es el pensamiento, si no
piensa ya no piensa. Y los opresores de los hombres, por broncos y bravíos que
les haya creado la naturaleza, debían de comprender que rinde más para su bien
ser uno de ellos por la fraternidad, el primero de ellos por la magnimidad, el
todo de ellos por su utilidad, que dejarse estar a gran distancia de sus semejantes
aguzando sombríos la daga de Tiberio.
Dicen de Sócrates que cuando le quitaron los grillos experimentó una agotable y dulce comezón en la parte que le habían oprimido: esta comenzoncilla
grata y voluptuosa es la que están sintiendo los pobres ecuatorianos con habérseles quitado los grillos de don Gabriel. ¡Loor a Dios! ya vemos claro el día; ya
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el patíbulo vuelve a su escondite inmundo; ya las mazmorras se cierran: ¡quién
nos diera que esto fuese como el templo de Jano reinando el cuerdo Numa,
por cuarenta años, por ciento, para siempre! Los hombres no serán felices sino
cuando se tengan todos por hermanos y dejen de oprimirse y destruirse unos a
otros. Las naciones que se compongan de Galileos y Samaritanos, de Güelfos
y Gibelinos, de Abencerrajes y Segries caminan a su ruina, visto que está en la
naturaleza de las cosas que no puedan vivir juntos enemigos irreconciliables.
Delenda est Cartago.
Sin grillos, libres estamos por ahora de la tiranía; pero ¡ay! no libres de los
necios. Con ocasión del folleto de don Julio Zaldumbide titulado “La República &.”, los dañados de conciencia, tardos de juicio y prontos de lengua le
han llamado villano y cobarde, por haber, dicen, dado a luz ese escrito cuando
García Moreno dejó el mando y se apeó de la Presidencia de la República, sin
fuerza ya para vengarse a su modo y a su salvo. ¡Cómo es posible! ¿Serían ruines
y cobardes tantos ilustres escritores, por haber dado a luz sus historias cuando
los tiranos habían dejado de imperar por muertos o desposeídos? ¡García Moreno dejó el mando; pues a ningún hombre pundonoroso le será permitido denunciar al universo sus desmanes! Lo que no se le dijo, ya no se le puede decir:
antes fue inviolable por miedo, ahora ha de ser sagrado por decoro de los otros:
las acciones de los ciudadanos quedaron prescritas: ¡de nada es responsable el
funesto presidente! Pero la justicia divina misma espera; ni es tan puntual y
ejecutiva que así que pecamos nos aplica su ley, ni nos anda increpando de continuo nuestras culpas. Y porque nada nos dice cuando aún podemos ofenderla,
¿le hemos de llamar…? Mirad lo que decís, ¡miradlo bien, esclavos!
Sabe por otra parte el mundo entero que reinando don Gabriel García la
prensa ha estado con bozal enmudecida, bien como el ladrón de casa suele hacer
con el fiel perro, para que de noche no haga ruido. Los propietarios de imprenta
perseguidos unos, corrompidos otros; los oficiales y cajistas fugitivos unos, en
los cuarteles otros; gran dificultad en fin de publicar ningún escrito. Y si a pesar
de todo se publicaba alguno, ir en derechura a un calabozo, al suplicio de la
barra, o a los confines del mundo pasando por el Napo. ¿Sería éste el valor? No,
porque no lo hay en hacer abrir la jaula y echar los leones fuera; lo que sí hay
es, y competente, locura, quijotismo. El verdadero valor consiste en arrostrar el
peligro cuando nos corren probabilidades de salir airosos, o es absolutamente
necesario, de forma que sin eso la honra o la Patria estuviesen a pique de perderse; y, en evitarlo, cuando se va derechamente a muerte, ni precisa ni fructuosa.
Esta es la temeridad; y no esa temeridad de gran alcurnia de Marcelo o Carlos
XII, sino esa temeridad estúpida con la cual algunos acometen o esperan el peligro sin fruto ni nobleza. Corríanse toros en la plaza del lugar en donde vivo: un
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buen hombre se dejaba estar sentado en la puerta de la iglesia ostentando una
intrepidez que en breve iba a costarle caro: venía la fiera; todos huían menos él,
y aun se propasaba a provocarla, sin contar con salida ni refugio, sin ponerse siquiera en pie para ver de sacarle un lance. En una de éstas vino el toro, le estrelló
contra la pared y le destapó la cara. Este era el valor que han querido manifestásemos los patriotas contra García Moreno, cuando hemos estado viendo tantas
cabezas y caras destapadas.
Los héroes de La Ilíada no empeñan el combate sino bien cubiertos de
armas defensivas, peto, brazales y escarcela: ¿quién no ha visto el plumón del
casco de Héctor ondeando en las murallas de Troya? Los legisladores de los
griegos, al decir de la historia, castigan de muerte al soldado que botó su escudo
y no al que dejó su espada en el campo de batalla. El cuidado de defenderse
es más racional que el de acometer, según lo siente Plutarco; por donde en los
gobiernos despóticos, como quiera que la espada del tirano esté constantemente
enderezada hacia el pecho de los oprimidos, nadie chista, porque hablar sería
morir. Mientras las leyes resguardan a los ciudadanos el que sufre en silencio
los desmanes del mandatario es digno de la esclavitud; pero donde ellas no son
sino dorados parapetos tras los cuales la tiranía afila su puñal, el que se calla a lo
más podrá ser dicho desgraciado. Sabemos que el patriota sublime, el hombre
generoso ha de sacrificar su vida a la verdad; pero esto será donde haya quien
le entienda, donde haya quien le anime, donde haya quien le ayude; ¡qué digo!
Donde haya siquiera quien le compadezca y le disculpe cuando el sacrificio ha
sido consumado. Pero aquí el digno, el pundonoroso, el aborrecedor de la injusticia y la ruindad tiene que vivir en lastimoso aislamiento. Si algo piensa, no lo
dice porque no encuentra sino improbadores; si algo emprende, sus más fieles
compañeros le traicionan; si algo escribe, no le faltará un amigo íntimo que se
ría de su sensibilidad llamando delirios sus arranques de indignación contra los
tiranos y sus ruines víctimas. La palidez de Casio, las lágrimas de Wellington
son por demás en estos tristes pueblos: el que por vil propensión no es para
esclavo, lo es por corrupción; y el que aborrece y huye de estas cosas y de otras
de peor jaez, “es un extravagante”.
Pero en fin venimos a parar en que no hubo cobardía en callar mientras
García Moreno tenía el poder absoluto en las manos, supuesto que contra él
no teníamos ningunas armas defensivas; no la hubo, sino en primer lugar, impotencia de expresarse, en segundo lugar cordura. García Moreno ha dejado el
mando, es cierto; pero con el mando no se le acaba su carácter, ni los ímpetus
de su genio son menos de temer: siempre es audaz, siempre arrojado, siempre
poderoso de su persona, y, según es lengua, diestro en el manejo de las armas.
¿Será de cobardes irritarle con la verdad y arrostrar con su ira? La cosa es clara,
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nadie para morir de su mano o matarle en propia y natural defensa, había de ir
inconsideradamente a echarle al agraz en el ojo.
De mi sé decir, que sobre las razones expuestas acude en mi favor la carta
que le dirigí cuando más en auge estuvo su poder, cuando los humos del triunfo
le encalabrinaban la razón, y allá se iba disparado a toda tropelía. Para lo que
ha hecho después, ya había dado buen principio; sabíamos ya quien era; mas
un vuelo de amor caritativo y de ira santa contra la tiranía me hizo cerrar los
ojos al peligro. Verdad es que García Moreno se reprimió y no me persiguió;
antes alguna vez, cuando hubo su enojo temperado, durante el cual yo no era
sino loco, por cuya razón me perdonaba, dejó escapar de sus labios una palabra
en mi favor, según que tienen en su carácter superiores movimientos entre los
aviesos y mezquinos de que abunda. Pero ved aquí esa carta.
Señor:
No es la voz del amigo que pide su parte en el triunfo la que ahora se hace
oír, ni la del enemigo en rota que demanda gracia y deseo incorporarse
con los victoriosos. Mi nombre, apenas conocido, no tiene ningún peso,
y no debo esperar otra influencia que la de la justicia misma y la verdad
de lo que voy a decirle. Extraño a la contienda, lejos del teatro, he mirado
los excesos de todos y los crímenes de muchos, lleno de indignación. No
digo que todo lo he visto con ojos neutrales, no; mi causa es la moral,
la sociedad humana, la civilización, y ellas estaban a riesgo de perderse
en esta sangrienta y malhadada lucha. Los malos se habían alzado con el
poder en este infeliz distrito, y la barbarie no solo amenazaba, pero también obraba ya sobre la asociación civil. La inteligencia y la virtud pública
en rematado vilipendio; las leyes y buenas costumbres holladas bajo los
pies de miserables, incapaces de comprenderlas ni estimarlas; la justicia
y el derecho huyendo ante la violencia y rapiña. ¿Era acaso partido? No,
ni facción puede llamarse aquélla cuyas asonadas se hacían a la sombra
de bandera tan siniestra: levantamiento de gente sin ley, banda era tan
solo la que, por felicidad, acaba de sucumbir, y que no tuvo adeptos sino
los de perversa inclinación, o los que por violencia estuvieron obligados
a seguirle. El azote pasó. Los grandes criminales deben ser condenados
inexorablemente, los secuaces y ciegos instrumentos generosamente perdonados.
Pero ahora hay que pensar en cosas más serias tal vez, más serias sin
duda. La Patria necesita de rehabilitación, y Vd. Señor García, la necesita
también. ¿Cuál es la situación política del Ecuador respecto a las naciones
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extranjeras? ¿No ha sido invadido, humillado, traicionado? ¿Qué defensas ha hecho de su libertad amenazada? ¿Cómo ha sostenido su pundonor? Solo enemigos ha encontrado en los que, debiendo defenderlo, no
han hecho sino coadyuvar a los designios de ambiciosos extranjeros. Si no
preparamos y llevamos a cima una espléndida reparación, no tenemos el
derecho, no, Señor, de dar el nombre de país civilizado a estos desgraciados pueblos. Los otros nos rehusarán, y justamente, sus consideraciones, y
todos se creerán autorizados para atentar contra nuestro territorio. No se
alegue nuestra indigencia, que el valor y el honor en todos tiempos fueron
recursos poderosos. ¿Y qué sería de la vida misma entre el miedo de los
unos y la vergüenza de los otros? Ni son grandes enemigos los que tuviéramos que combatir, y nunca faltan medios de acometer y sostenerse al que
antepone su consideración a su existencia. Vd. debe sentirlo y conocerlo,
Vd. Señor, más bien que cualquier otro. En su conducta pasada hay un
rasgo atroz, que Vd. tiene que borrar a costa de su sangre... La acción fue
traidora, no lo dude Vd.; mas creo, que si la intención no fue pura, solo
hubo crimen en el hecho: un sacrificio al Dios de las pasiones, venganza o
ambición tal vez. Pero nunca pensó Vd. vender su Patria, ¿es esto cierto?
Oh ¡dígalo Vd., repítalo Vd. mil veces! Hay más virtud en reparar una falta
que en no haberla cometido; ésta es verdad muy vieja: borre Vd. un paso
indigno con un proceder noble y valeroso. ¡Guerra al Perú! Si Vd. perece
en ella, téngase por muy afortunado: no hay muerte más gloriosa que la del
campo de batalla, cuando se combate por la honra de la Patria. Si triunfa,
merecerá el perdón de los buenos ecuatorianos, y su gloria no tendrá ya un
insuperable obstáculo.
En cuanto a mí, la suerte me ha condenado el sentimiento sin la facultad de obrar: una enfermedad me postra, tan injusta como encarnizada,
para siempre, tal vez, tal vez de modo pasajero; mas por ahora me asiste
el vivísimo pesar de no poder incorporarme en esa expedición grandiosa;
porque si de algo soy capaz, sería de la guerra; pero no en facciones, en
luchas fraticidas; la sangre de mis compatriotas inocentes vertida por elevar
o abatir a un quídam, me horroriza y acobarda. Mas en una causa egregia
me vería honrado con la simple plaza de teniente, o cualquier otra en que
pudiera morir o vencer por mis principios.
Empero si Vd. tiene no solo el poder y el valor para abrir esa campaña, sino también el deber de hacerla, ¿por qué no se haría? Justicia y
resolución, ejércitos irresistibles que inclinarían la suerte a nuestro lado,
bien como esas diosas del Olimpo combatiendo entre los hombres en las
antiguas batallas fabulosas.
87
Mas si en vez de fijar los ojos en materia tan grande y necesaria, los
torna a la satisfacción de mezquinos sentimientos, ¡cuántas desgracias para
su país!, ¡cuánta deshonra para Vd.!, ¡cuánto pesar para los buenos ciudadanos! No lo creo, Señor; porque si sus pasiones son crudas, su razón es
elevada. ¿No sería Vd. capaz de separarse de la miserable rutina trillada
aquí por todos? Elevarse ¿para qué? Para descender en medio del odio y del
escarnio de los a quienes pudieron hacer bien haciendo el bien común, en
vez de conquistar el afecto de los pueblos, cosa tan fácil para el corazón y
el pensamiento superiores, y bajar en medio del aplauso de sus conciudadanos, a fin de seguir siendo siempre los primeros. Más fácil es el mal, pero
no es imposible el bien: ensáyelo Vd., pues siendo un bello ensayo, tendría
positivamente laudables consecuencias.
Guerra al Perú. Si la suerte nos fuere adversa, nos quedará a lo menos
el consuelo de haber hecho nuestro deber; si nos fuere favorable, quitaremos de sobre nosotros este peso, esta carga insufrible de la ofensa, al
mismo tiempo que nos reconstituyamos en medio de la libertad y de la
paz, precursores necesarios de la civilización, sin las cuales en vano la pretenderíamos.
Pero me queda un temor: Vd. se ha manifestado excesivamente violento, señor García. El acierto está en la moderación, y fuera de ella no
hay felicidad de ninguna clase. ¿Cuánto más mérito hay en dominarse a
si mismo que en dominar a los demás? El que triunfa de sus pasiones ha
triunfado de sus enemigos: virtudes, virtudes ha menester el que gobierna,
no cólera ni fuerza. La energía es necesaria, sin la menor duda; pero en
exceso y a todo propósito, ¿qué viene a ser sino tiranía? Los pueblos nunca
confiaron el poder a nadie para la satisfacción de inmorales aspiraciones y
caprichos, sino para fines muy diversos. “A mí se me ha elevado al trono,
no para mi bien, sino para el del género humano”, solía decir un gran
Emperador de Roma. Los que disfrutan del poder, si quieren ser amados y
honrados, deben tener en la memoria esta lección de aquel sabio monarca,
que habiendo encontrado un día a un mortal enemigo suyo a quien había
jurado toda su venganza, le saludó con este término: Mi buen amigo, te
escapaste, porque me han hecho Emperador.
Que el poder no le empeore, Señor; llame Vd. a la razón en su socorro. El alma noble cuando triunfa, no ve amigos y enemigos; no ve sino
conciudadanos, hermanos y compañeros todos. No digo esto por mí ni por
los míos; pues habiendo sido extraños a esta lucha, nada debemos temer;
y si algo nos sobreviniera trabajoso y malo, quedaríamos la fuerza de la
inocencia y su consuelo. La última persecución que mi hermano ha expe88
rimentado ha sido injusta, ¡sí! Y por consiguiente atroz; rezagos de viejas
prevenciones, memorias de Urvina, nada más. En nuestra escena política
pocos habrán sido tan moderados como él, tan opuestos a las demasías de
sus amigos mismos; y en la disensión que acaba de terminar, ninguno más
ajeno a toda intriga, ni más aborrecedor de los desmanes de esa gente. Por
lo que a mi respecta, salgo apenas de esa edad de la que no se hace caso, y
a Dios gracias, principio abominando toda clase de indignidades. Algunos
años vividos lejos de mi Patria en el ejercicio de conocer y aborrecer a los
déspotas de Europa, me han enseñado al mismo tiempo a conocer y despreciar a los tiranuelos de la América española. Si alguna vez me resignara
a tomar parte en nuestras pobres cosas, Vd. y cualquier otro cuya conducta
pública fuera hostil a las libertades y derechos de los pueblos, tendría en mí
un enemigo, y no vulgar, no Señor; y el caudillo justo, justo y grande, me
encontraría asimismo decidido y abnegado amigo.
Déjeme Vd. hablar con claridad: hay en Vd. elementos de héroe y
de... suavicemos la palabra, de tirano. Tiene Vd. valor y audacia, pero le
faltan virtudes políticas, que si no procura adquirirlas a fuerza de estudio
y buen sentido, caerá, como cae siempre la fuerza que no consiste en la
popularidad. Pero consuélese Vd. porque ellas pueden ser imitadas, y si no
las recibimos de la naturaleza, podemos recibirlas de los filósofos y sabios
gobernantes. No piense Vd. en Rosas, ni en Monagas, ni en Santana sino
para detestarlos; acuérdese de Hamilton y Jefferson para venerarlos, y eso
será ya una virtud, un buen augurio. Orillado en asunto principal, digo la
guerra, como lo ha sido ya, dimita Vd. ante la República el poder absoluto
que ahora tiene en sus manos; si los pueblos en pleno uso de su albedrío
quieren confiarle su suerte, acéptelo, y sea buen magistrado; si le rechazan,
resígnese y sea buen ciudadano.
¿Le irrita mi franqueza? Debe Vd. comprender que en el haberla usado me sobra valor para arrostrar lo que ella pudiera acarrearme, si me dirigiera al hombre siempre injusto. Mas al espíritu grandioso suele calmarle
la victoria, y la moderación es un goce para él; y yo entiendo además, que
el que lo quiere y lo procura, puede mejorar de día en día.
No he pretendido dar lecciones a Vd., Señor, no; todo ha sido interceder por la Patria común, celo y deseo de ver su suerte mejorada. Y si
mis palabras tienen poco peso, bien estará concluir con una autoridad tan
respetable como antigua; pues había Platón dicho, hablando del Gobierno,
que: “Los hombres no se verían libres de sus males, sino cuando por favor
especial de la Providencia la autoridad suprema y la filosofía se encontrasen
reunidas en la misma persona e hiciesen triunfar a la virtud de los asaltos
89
del vicio”. Los soldados que nos han dominado hasta ahora pudieron prescindir de toda filosofía; mas los hombres que no son ni pequeñuelos ni
ignorantes ¿por qué no habrían de adoptarla?
Juan Montalvo
La Bodeguita de Yaguachi, a 20 de septiembre de 1860
90
La parte ilustrada del Ecuador
107
Contestación a un amigo íntimo.
12 de febrero
¿Qué haces, buen amigo? ¡Ah! Curándome me matas, porque sacarme de la
grata ignorancia en que vivía es, o más bien hubiera sido, quitarme la tranquilidad, y con ella todos mis placeres, si yo no hubiera estado bien cubierto. No es
empero el mal tan grande como te lo imaginas; no es, ya por haberlo esperado
sin remedio, ya porque sé que lo que está sucediendo ha sucedido siempre y ha
de suceder hasta el último día del mundo. ¿Quién procuró nunca el bien impunemente? He abogado por la libertad de imprenta, he alzado la voz en favor
de Chile, he puesto el pecho sin temor a los disparos de la tiranía, he clamado
por los derechos de la República, he gritado contra la barbarie que en forma de
patíbulo, de azote y de mordaza se había metido en el Ecuador. Pues por todo
esto me sueltan la jauría. E pur si muove.
“Querer atar la lengua de los maldicientes es lo mismo que querer poner
puertas al campo”, ya lo dijo nuestro incomparable Cervantes: querer atar la
lengua de los locos ¿qué sería? Un día fui a conocer el hospicio de Bicetre en
París: lo que primero se me ofreció a la vista fue un furioso con camisola en un
sillón: no podía estar más sujeto, pero causaba horror: la greña revuelta, los ojos
sanguíneos terribles: refunfuñaba, echaba espuma por los labios cárdenos: y
¡qué modo de mirar! Veíanse por los patios muchos otros, libres, por que éstos
no venían a las manos. Llegose a nosotros uno de ésos y buenamente le dijo a mi
compañero: –So canalla: ¿quién le ha dicho a Vd. que yo soy loco? Y sin darle
tiempo ni para volver de su asombro, se fue por ahí tarareando la Marsellesa.
Otro vino, nos miró fijamente puesto en jarras y nos dijo: ¡Qué par de pícaros
tan atrevidos y glotones! ¡vaya siquiera supieran fumar!..., pero todo se les va en
herejías. Dio luego un par de zapatetas en el aire, y prendió una carrera, veloz
como un rebezo de los Alpes. Ibasenos llegando en seguida tres personas, de
las cuales las dos traían al otro alzado al medio diciendo a grito herido: ¡Viva el
almirante Lapérouse! ¡Viva el almirante Lapérouse! Y en llegando a nosotros pusiéronle con gran presteza en el suelo, y todos tres paráronsenos delante rectos
y con brava cara. –¡Tonto! ¡tonto!, me dijo el uno, y dándose una palmada en
107
Tomado de: Juan Montalvo, El Cosmopolita, Ambato, Primicias, Vol. I, 1975 [1866-69], pp.
258-285.
91
la frente, añadió lleno de satisfacción: –¡Aquí hay cantera!... Bañándome el otro
con su aliento, díjome a su vez: –Hez del pueblo, ¿estás pensando que somos
aquí mozos de agua y lana? El último no quiso ser para menos, e hizo con mi
amigo lo que los otros conmigo; pero fue a más en los vituperios, porque no se
apeó un punto de ladrón y asesino; y mirándonos con el mayor desprecio fuéronse al son de la misma cantinela: ¡Viva el almirante Lapérouse!
De ver que no habíamos respondido un término, otro que nos observaba
se vino para nosotros y nos dijo mal enojado: ¿Y así se dejan insultar cobardes?
¿No contestan a esos pícaros? Respondimos que porque teníamos por locos a
esos desgraciados. –Así es, dijo, todos los que ven ustedes aquí son locos, fuera
de mí: ¿pues no han dado en la flor de tener por almirante Lapérouse a ese reverendo? –No hay que creer nada de ese bergante, gritó otro que a la sazón llegaba;
y estos locos que parecían cuerdos lleváronnos a conocer la República, que bien
merecía conocerse. El almirante Lapérouse hacía el presidente: tres orates de
malísimo pelaje y de peor condición eran el vicepresidente y los ministros; y
una muchedumbre arremolinada y gritona servía de partido, teniendo izada por
bandera la cola de un caballo, a modo de musulmanes.
El Estado era muy bien regido, porque Lapérouse así lo sabía regir como
comerse un merliton. Dábales recio con una vara a sus partidarios y les decía:
¡Duro, canallas, duro! Y ellos gritaban a todo su poder: ¡Ladrones! ¡asesinos!
¡traidores! ¡pícaros! ¡ingratos! ¡calumniantes! Dábales otra mano el almirante
y les decía: ¡Más duro perros, más duro! Y seguía la canturia: ¡Calumniantes!
¡ingratos! ¡pícaros! ¡traidores! ¡asesinos! ¡ladrones! Y en tanto que gritaban, todos
y cada uno metía la mano en una grande arca que allí estaba llena de agujeros,
y de ella traía a la faltriquera no sé qué, y volvía el puño a su agujero, y gritaba
desaforado: ¡Ladrones! ¡asesinos! ¡pícaros! ¡bárbaros! ¡herejes! ¡calumniantes! Y
estos calumniantes, herejes, bárbaros, pícaros, asesinos y ladrones eran unos pobres diablos que por ahí se dejaban estar acurrucados, pálidos, trémulos, sin osar
levantar los ojos ni hacer ni ser nada de lo que los otros decían, con el nombre
de los oposicionistas. De aquí barruntamos que éstos debían ser los vencidos
porque se nos vino al punto a la memoria que “el malvado que vence es un
héroe; el hombre de bien vencido, infame y digno del cadalso”.
¿Por qué se me acuerde ahora este cuadro triste y desconsolador? Porque
lo que ví en Bicetre lo estoy viendo todos los días en muchas de las repúblicas
sudamericanas, y sobre todo en esta infeliz hasta no más porción del mundo en
donde me cupo la desgracia de ver la luz del día.
Seguimos paseándonos por los diversos patios del hospicio, y fuimos topando muchos y curiosos personajes. Yo soy poeta, decía uno, y elevaba himnos
patrióticos mejores que los de Tirteo. Yo soy diplomático, decía otro, y allá van
92
insultos de Estado a Talleyrand y Metternich. Yo soy hacendista, exclamaba
aquél, y ensartaba número tras número. A todo esto una buena vieja subida por
ahí en un escaño les miraba con una sorna que era un gusto verla. Acertamos
a pasar por cerca de ella, y nos dice anhelosa: –Caballeritos, caballeritos, ¿no
tienen ustedes lástima de ese desventurado tropel? Apártense algo de esa gentuza, porque a poco hacer les echa lodo encima. Y era así la verdad, visto que
en un súbito descomedimiento y un impulso dañino los dementes dieron en
aventar tierra por todas partes. ¡Guarda Pablo! Dije a mi amigo, y salimos sin
el menor daño ni la mancilla en la honra a pesar de las injurias que llovieron
sobre nosotros.
¿Cómo he de querer quitarles a estos pobres diablos de mis compatriotas
agraviadores de aquí la escasa razón que Dios le habrá dado? Cuerdos deben ser
en su casa, y en lo de ver medio, hasta de talento, porque según el viejo y buen
refrán, no hay bobo para su negocio. Pero en política son locos de remate. No
hay sino que tocar a su caudillo, puesto que con decoro y dignidad, y todo es
desatarse en improperios y cerriles baladronadas: “¡Asesino! ¡traidor! ¡ingrato!
¡infame! ¡tonto!” sin saber a quién ni por qué dicen todo eso, lo mismo que los de
Bicetre. Justicia, razón, miramientos, buena crianza, ¿qué son para ellos? Nada.
Un enemigo de su alcuña ¿qué no hubiera dicho de García Moreno? ¿Con qué
colores no le hubiera pintado? ¿Qué palabras no se hubiera dejado decir? Yo le
he tratado con la decencia y la consideración que debo, en primer lugar a la civilización, en segundo al público, y por último a mi propio decoro. ¿No tendrá
vergüenza don Gabriel de sufrir que le defiendan de ese modo? Les dames de la
halle no pueden dar ganando causa ¿Querría un hombre digno que una montonera de indias borrachas de esas que los lunes hierven por los barrios de Quito
tomase a su cargo su defensa? ¿No se tendría por perdido con semejantes abogados? Y aún me han dicho (¡sí deberé de creerlo!) que el mismo don Gabriel y el
vicepresidente Carvajal embarran esos papeles, que si algún poder tuvieran, nos
arrastrarían muy pronto a la barbarie. ¿Es posible señor don Gabriel? ¿Es posible
señor don Rafael? ¿Un ex presidente y un vicepresidente aventando impurezas
por el aire? No olviden ustedes la suerte de los que escupen al cielo...
No digo esto a modo de queja ni de contestación: como escritor, pinto las
costumbres y me lamento de nuestra barbarie. La enemistad política debe ser
más moderada, más bien mirada, más caballerosa y, si es posible, más benevolente que la enemistad privada. ¿Ha salido de mi pluma ni un solo término de
esos que ustedes echan a raudales? No he insultado ni he pedido al cielo maldiciones para ninguno de ustedes, y sé por el imprudente amigo a quien dirijo
esta carta, que ustedes no conocen término ni medida... Si así vamos, camino
llevamos de dar en trogloditas; es decir llevan ustedes, que no los que saben
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hasta donde pueden ir el encono y la tirria de partido. ¿Creen lo que me dicen?
De ninguna manera; y con todo me lo dicen. Esta es la mala fe, el dolo malo.
¿Qué es dolo malo? Dar a entender una cosa y hacer otra, decía Aquilio, cuya
respuesta admira Cicerón. ¿Qué es dolo malo? Pensar una cosa y decir otra, diría
yo; y Marco Tulio me aplaudiría.
He dicho que don Gabriel ha azotado, ciudadanos por motivos de política y en contestación gritan: “¡...!” Pero vamos a ver, ¿es verdad o no que don
Gabriel haya azotado? He dicho que don Gabriel ha matado gente por motivos
de política, y me responden: “¡Mentiroso! ¡Aquí de Dios! Hay un sol que nos
alumbra. –¡Mentiroso! Hay un Juez Supremo que castiga los crímenes y premia
las virtudes. –¡Mentiroso!”.
Este es el proceso que su partido me forma, señor don Gabriel: añadan
ustedes algunas docenas de vocablos de esos que se oyen en el mercado y en
el cuartel, y habrán echado el resto de su elocuencia. ¿Somos o no ilustrados?
¿Pues cómo, mis buenos amigos, sobrepujar a los bárbaros en ruindad y descomedimiento? No, yo no puedo pelear con ustedes. Cuando en este lugar en
donde vivo encuentro un motín de indios, ebrios los domingos, furiosos y vociferantes, me doy por vencido, me voy por otro lado. Cuando por casualidad
corre la gente tras un perro hidrofobíaco, y yo vengo al encuentro, me doy por
vencido, me voy por otro lado. Cuando yendo al campo, mi olfato me advierte que acaba de pasar o está por ahí un zorro, me doy por vencido, aprieto el
acicate y paso a carrera. Han vencido ustedes; pero si siguen venciendo de ese
modo, son perdidos.
Y tú, querido amigo, que lees en mi pensamiento y palpas mi corazón,
¿sabes cuán desabrido estoy de la política y reñido con ella, habiéndola tocado
por la primera vez? Honrado fue mi propósito: quería obligar a don Gabriel por
medio de la razón a ausentarse por algún tiempo, porque así me parecía convenir a la tranquilidad de este desventurado pueblo: quería dar algún estímulo
pundonoroso al Gobierno nuevamente establecido: quería amortiguar las bajas
pasiones y los rencores de los partidos: quería ilustrar a los desalumbrados y
que los más instruidos que yo, me instruyesen: quería infundir en el pecho de
mis compatriotas el afecto de la dignidad política y de la personal: quería que
a los ojos de las demás naciones no nos presentásemos tan bastos y para poco,
bien así en nuestras costumbres como en nuestros escritos: quería... ¿Qué más
quería? Tú sabes que nada podía querer yo sino en justicia. ¡Oh!... Si algo hubiera mejor que ser hombre de bien, no aspiraría a ello; contentaríame con ser
hombre de bien.
94
13 de febrero
No ha mucho tiempo, si te acuerdas, en una de nuestras ciudades mataron a
un pintor francés, porque había hecho un retrato muy parecido al original.
Seamos justos y digamos que esto fue antes de la independencia, cuando las
tinieblas españolas envolvían a la pobre América, cuerpo sin alma, cadáver con
movimiento galvánico. Es el caso que el francés andaba por ahí tomando vistas,
sacando paisajes, rindiendo veneración a la madre naturaleza. En una de éstas le
dio gana de hacer un retrato, y luego lo hizo. El pueblo se asombra desde luego,
se asusta después, indígnase enseguida, y acaba por atropellar y matar al artista a
los gritos de: ¡Brujo! ¡brujo! Pensó esa pobre gente que a menos de no ser brujo
no se podía hacer una cosa tan parecida.
¿Hemos salido de esa tenebrosa situación? ¿Somos mejores que los de ese
tiempo? No hay duda, nos civilizamos a más andar; pero bien me temo que llevamos errado el camino, y que pensando ir para la civilización, vamos de prisa a
una barbarie de otra clase. Mi pobre Cosmopolita ha sido el retrato del francés:
¡Brujo! ¡brujo! gritan; ¿cómo sin ser brujo hubiera compuesto ese pícaro él solito
ese cuadernote? El que no entiende, dice que no vale nada; el que ha recibido
disgusto de verlo publicado, dice que son disparates; el que quiere acometerme
con mejores armas, sale voceando que su autor es pagano. ¡Hay más que decir!
¡Pagano por haber celebrado la antigua Roma! Pues, Señor, ya un viajero no
puede exhalar un término de admiración a la vista de las ruinas de Balbec, y si
lo hace ha de hablar precisamente de la Iglesia Romana, o pasa por gentil. Ya no
puede pasearse solitario y pensativo por las calles desiertas de Pompeya y echar
la memoria a cosas de otros tiempos, y si lo hace, ha de hablar precisamente de
la Iglesia Romana, o pasa por gentil. ¡Brujo! ¡brujo! ¡maten al brujo!
Confiesen ustedes, hay mucha negadez o mala fe en llamarme brujo por no
haber dicho que he comulgado en San Juan de Letrán; pues no era difícil comprender que esas comparaciones de “El Cosmopolita” no aludían sino a la importancia política y civil de las dos Romas, la antigua y la moderna, a su consideración como naciones, a la belleza y grandeza materiales, sin que la idea religiosa
entrase para nada en ese lugar de mi cuaderno. ¿Me tienen ustedes por gentil? No
conozco sino un pagano de buena fe, que en sus mayores cuitas no usaba sino
esta exclamación: ¡Oh Saturno, padre de los dioses! Y ese era emparentado con
ustedes, por donde sospecho que algo se les ha pegado en su religión, cuando los
veo adorar el vellocino de oro y sacrificar víctimas humanas a Júpiter Vengador.
Bien está San Pedro en Roma: déjenmelo ustedes allí, y no se empeñen
en hacerme hereje a pesar mío. Si a fuerza de tortura y picardía consiguieran
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embaucar al pueblo para que me cobrase tirria e hiciese lo que con el pintor,
yo encontraría las puertas del cielo más abiertas que ustedes, porque hablo la
verdad. Mire ¡como si éstos fueran tiempos y lugar para tratar cosas de religión
y hablar mal de la Iglesia! ¿Con qué objeto?, ¿con qué esperanza?, ¿en qué parte
del mundo está más arraigada la fe de Jesucristo? Suponiendo por un instante
que el Redentor del mundo no hubiera sido sino persona humana, yo, y todo
hombre amigo de la especie, haría lo posible para imbuir a los pueblos en la idea
de que era el mismo Dios. Jesucristo hombre, es un grande hombre, el mayor de
todos; Jesucristo Dios, es el que mantiene en el mundo la virtud y tira la rienda
al crimen. La ley de Jesucristo debe ser no solamente ley religiosa, más antes ley
política. Si despojásemos a este gran profeta de su carácter divino, pondríamos
a las humanas sociedades al borde de un abismo: el hombre no basta para contener al hombre, es necesario el Dios: pues, ¡Jesucristo es Dios! Tiberio quiso
clasificarle entre los dioses del Olimpo: según Lampridio, Adriano le erigió templos; y Alejandro Severo le veneraba y ponía entre las almas de los más justos,
entre Abraham y Orfeo. Los más encarnizados enemigos de Jesucristo nunca se
atrevieron a irrogarle injuria: Volusiano, Juliano el Apóstata, Celso confiesan
sus milagros, y según otro historiador, los mismos oráculos del gentilismo le
declararon hombre ilustre por la piedad. Y después de todo esto, y después de
1.800 años de fe ciega, y después de lo útil y necesario que es el creer para el
hombre, ¿hemos de salir ahora con mama Rénan, como dijo un salado amigo
nuestro? Arrimen estas armas, mis buenos amigos; están ya muy gastadas, muy
embotadas, ya no cortan tanto como ustedes quisieran.
Poco te he entendido eso de las dos escuelas: hombre, en este bolsico del
Ecuador no hay escuelas de ninguna clase, menos religiosas, ni una ni dos.
Todos los pobres ecuatorianos son cortados por la misma tijera; camanduleros
de por vida, incapaces, en materia de religión de pensar ni creer fuera de lo que
pensó y creyó su abuela, amigos de vestirse de beatas y ceñirse con cíngulos de
cuero. Dicen que los urvinistas son herejes; ¡qué lindos herejes! Vé los martes
y viernes a pasearte, a las cinco de la tarde, en el pretil de la Capilla Mayor, y
los verás ir asomando uno por uno a esos buenos urvinistas, arrebozados de
su capa, fumando su papelillo hasta el cabo, sin dar motivo a nadie, y luego
desembozarse y entrar devotamente a la santa escuela de Cristo. Síguelos, y allí
los ves puestos en cruz, besando la tierra de cuando en cuando, con una cara
de viernes santo, como si nunca hubieran hecho el menor daño. Estos son los
herejes. Ninguno de ellos se contenta con una sola misa, y muy pocos serán los
que no se desayunen con un buen salterio. Algunos de los urvinistas han dado
por fin en confesarse; bien es que dicen que esto es para hacerse presidentes,
con galicismo y todo. No es malo. No les falta ni la devoción de llamar herejes
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a los demás, cosa esencial para ser buen cristiano en esta buena tierra de Dios.
Los de las escuelas religiosas del Ecuador, y todo descendiente de español,
son como los antiguos persas; no proceden a ninguno de los actos naturales,
buenos o malos, sin abrumarse con una lluvia de ceremonias. Pasan por una
capilla cerrada, y le hacen más mochas que un chino etiquetero a su emperador;
la saludan con las manos, con el pecho, con los pies, y mientras pasan, le dejan
media docena de para servir a Vd. Estornudan, y en seguida rezan el alabado;
vuelven a estornudar, vuelve el alabado: bostezan, y se atrancan la boca con los
dedos, hacen allí una barricada de cruces que no hay diablo que pase. Tosen, y
ofrecen una vela a Santa Rita, porque tosieron; se tropiezan, y se acuerdan de
las once mil vírgenes. Si les viene zumbidillo a los oídos, esas son las almas que
piden oraciones y responsos: si se les hiela la punta de la nariz, el difunto don
Mariano está penando. Mal año que ladre un perro a media noche, porque
por ahí anda un muerto embozado de su mortaja, o va a morir una persona de
familia; y si no le ponen por lo menos una vela por semana, su patrón les da de
palos. Estos son los que están divididos en escuelas religiosas: aquí hay arrianos,
luteranos, calvinistas, protestantes, ateos, indiferentes, y sobre todo hermanos
moravos. ¡Ah! Hermanos moravos, de buena gana hiciera yo una rinconada con
ustedes...
El corazón puro es la única ofrenda que acepta el Señor: pero si mientras
estáis mintiendo o hablando mal del prójimo, os viene un bostezo y os hacéis
cruces en la boca, el demonio se ríe y os apunta en su padrón. Las prácticas
religiosas son convenientes y necesarias; pero distinguid, por Dios, la religión
de la superstición, corred una línea entre la virtud y la hipocresía. Vais de prisa
a cometer una mala acción; lleváis en el pensamiento un adulterio, una trampa,
una perfidia contra vuestro amigo: serpentea un relámpago en el horizonte, y
allá van cruces; mas no por esto suspedéis vuestros pasos, y el adulterio, y la
trampa y la perfidia vienen a felice cima, cuando acababais de nombrar a Dios y
a Santa Bárbara. No, esto no es ser cristianos, esto es ser hermanos condenados.
¡Qué satisfacción hablar con Dios en la soledad, huído de los hombres, mal
calificado por ellos, pero titulado, condecorado por el Soberano de los cielos!
Arbitraria, inicua gente, hacedme arder en las llamas infernales: mi Dios es mi
favorecedor, mi amparador, mi curador; ¡poderoso médico! ¿Veis? Me toma,
me saca de vuestro infierno, me lava con un agua divina, aplica su aceite a mis
quemaduras, pone paños en mis llagas... ¡Oh Dios! me voy contigo.
Dirán que esa religión bárbara y de trastienda es la del pueblo bajo; pero
no dirán la verdad y dirán mal: García Moreno no pertenece al pueblo bajo, ni
los colaboradores de “La Patria”, ni los que hacen predicar contra “El Cosmopolita”.
97
14 de febrero
¿Quieren burlarse de mí, se empeñan en llamarme...? ¡Ay! amigo, déjalos: ¿qué
sería de nosotros si las sentencias de tales jueces fueran válidas? “¿Qué reproche
más vano, oh gran Hércules, que acusarte de cobardía?”. En cuanto al burlarse,
se me acuerda ahora lo que le pasaba a Víctor Hugo en una ciudad de Alemania.
Un mudo trompudo, desrengado, baboso, sarnoso y arambeloso estaba siempre
en tal parte de una calle por donde el poeta pasaba todos los días. Pues así como
aquél divisaba a éste, se tomaba a reir con tanta gana y de modo que al objeto
de la burla se le metía el diablo en el cuerpo. “Yo le parecía, dice, el ente más
ridículo del mundo”. Se irritaba el poeta, pero siempre acababa por reírse a su
vez. Esos son los que se ríen de mí. No faltará un criticastro aprensivo o malicioso que salga diciendo que me comparo con Hércules y con Víctor Hugo. No
es así, porque en muchos casos el término de comparación está solamente en
cierto punto, sin que los sujetos o cosas comparadas hayan de tocarse por todos
sus lados de preciso. Muy bien puedo yo no ser como Hércules ni Víctor Hugo,
y los que se rían de mí ser como ese de Alemania.
En orden al no hacerme caso, allá va a dar; pero más cuadra lo que le dijo
un amigo mío muy gracioso a un peleante con quien tenía voces en la plaza
pública. Es de advertir que aquél llamaba su condiscípulo a cuanto asno encontraba en calles y caminos, y no decía mal. Pues el doctor (lo era el peleante) le
dijo con el mayor desprecio: Hombre, si yo no hago el menor caso de Vd., y
siempre le doy la espalda. Mis condiscípulos tampoco me hacen caso cuando les
encuentro, respondió el compadre; ni me saludan, ni me ven, y muchas veces
me dan las ancas.
La política no es digna de alabanza sino cuando la justicia la emplea con
buenos fines, dice el filósofo más hombre de bien que haya conocido el mundo.
¿Ves cómo se pervierte entre nosotros máxima tan llena de virtud y sabiduría?
Tomar parte en la política es renunciar inmediatamente a: la hombría de bien,
la magnanimidad, la generosidad, la dignidad y todo. El universo de un partido
está en su interés y su caudillo: lo que éste piensa y quiere es lo justo y debido.
Se sienta una verdad constante al mundo entero, e inmediatamente le dicen a
uno: ¡Mentira! Repite la voz general, dice lo que saben y han dicho todos hace
tiempos, y allí sale uno a gritarle: ¡Calumniante! ¿No podía haber habido error
involuntario en la naturaleza de las cosas, en el número o la forma? ¿No podría
el escritor haberse dejado arrastrar de la opinión común y sentar como absolutamente verdadero lo que tal vez no había sido sino en parte? ¿No puede estar lejos,
muy lejos de toda mala intención cuando habla de acciones y acontecimientos
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que entroncan sin violencia con la moral tomada en globo? Pues para estas dificultades no hay sino un corte en estas comarcas infelices: ¡Mentira! ¡calumnia!
¿Son éstos los agentes de la verdad? ¿Podrá ella salir de la MENTIRA y la CALUMNIA? Discusión no cabe con semejante modo de contestar, ni es posible
que algo aprendamos en esta escuela de libertinaje político, en donde por corteses y bien mirados que los hombres sean en particular, se tornan zafios y brutales,
desconocedores de la verdad y la filosofía. El que pertenece a un partido no está
obligado sino a defenderle a todo trance, a sangre y fuego, dando tajos y cuchilladas a tontas y a ciegas a todo el que no es de los suyos. La verdad majestuosa
y venerable, está sentada en un excelso trípode; una aureola resplandeciente la
circuye: genios aéreos, divinos, vuelan en su torno, pero a sus pies no hay de rodillas sino tal cual sectario. Viene un hombre de partido, una hacha al hombro, e
impetuoso y sacrílego asesta un gran golpe a la diosa inmaculada: ¡Mentira! Grita
¡mentira! Y la verdad herida, arrayada con sangre, responde dulcemente: ¡Verdad!
Cierra entonces el sacrílego con sus adoradores, mas ellos vuelven los ojos a su
diosa, y sufren en silencio, y dicen modestos, pero firmes: ¡Verdad!
El que dice lo que millares de hombres tienen dicho hace años, lo que
tiene creído y sabido todo el mundo, no es el mentiroso y calumniante: si hay
mentira, estará en los que primero la expresaron; si calumnia, en los que la
inventaron, y si perfidia, será de parte de los que se ingeniaron de modo que
vengamos a estar persuadidos de lo que nos dijeron. Demos que no fuese verdad
todo lo que los historiadores nos dicen de la Revolución Francesa: ¿llamaremos
calumniante al que ahora recuerda con buena ocasión los espantosos hechos
del terror? Sobre absurdo es ridículo este modo de tomar las cosas, y el hombre
digno debe contentarse con esta clase de satisfacciones, sin descender a casos
particulares ni a nombrecillos que deslustrarían sus escritos. ¿Se ha discurrido
bien? ¿Hay justicia, buen sentido, sinceridad en este modo de expresarse? ¿Responded, hombres de partido; responded, arboledistas y mosqueristas; urvinistas
y morenistas, responded? ¡Mentira! Ya respondisteis.
Quien no sigue esas banderas ¿qué diría de vosotros en su conciencia, aún
cuando por escrito no lo diga? El que quiere ser hombre de bien, imparcial y
digno entre nosotros, es víctima de mil tiranos, mil verdugos le aprietan al cordel y le dan talonazos en el pecho, muere en mil suplicios. Preciso es echar tierra
en la cara a la hombría de bien, sepultar en el corral a la justicia, y, armado de
garrocha, salir a la calle gritando como loco: ¡Viva Arboleda! ¡Muera Mosquera!
¡Viva Mosquera! ¡Muera Arboleda! ¡Viva García Moreno! ¡Muera Urvina! ¡Viva
Urvina! ¡Muera García Moreno! ¡Viva, muera todo el mundo! Destierro, horca,
muerte, látigo, infamia, calumnia, infierno, diablo ¡muera! ¡viva! He aquí la
política, he aquí los partidos.
99
Acuérdome que un escritor distinguido habló mal una ocasión en Francia
de un difunto personaje: inculpable el haber hecho mal su deber como oficial
del ejército del Emperador y, lo que peor suena, le acusaba de deslealtad a su
Patria. Grave era el asunto. Un pariente de este traidor volvió por la honra del
finado, y desde Bélgica donde se hallaba, dirigióse al escritor a París haciéndole
tales y cuales aclaraciones, dándole tales y cuales datos, aduciendo tales y cuales
pruebas por donde la memoria de su tío quedaba sin mancilla. Sombra no
había de injuria en el escrito del agraviado, el cual, francés al fin, civilizado y
culto, ponía en claro la verdad, y de no ser reconocida por obstinación o malicia, presentábase resuelto a defender a todo trance la honra de un deudo suyo
tan cercano. ¿Qué hizo el escritor? Reconoció su equivocación, proclamó la
verdad, aplaudió la conducta de su adversario, y rindió toda clase de alabanzas
bien así al muerto agraviado injustamente, como al vivo defensor, tan digno y
caballero.
Esto es ser hombres civilizados. ¿Qué hubieran respondido los de por aquí
a ese escritor de buena fe? ¡Pícaro! ¡calumniante! ¡ingrato! ¡facineroso! Y todos
hubieran acometido a aventarle impetuosos lodo y basura, vociferando como
negros desmandados, sin advertir que ellos eran los que más se ensuciaban.
Iroqueses con levita, hambrientos de carne humana, hacen de la imprenta una
máquina de prostitución, un altar en donde, sacerdotes impuros, sacrifican víctimas inocentes. ¡Oh Dios...!, la muerte mil veces primero que ser amigo ni
enemigo de éstos.
Harto sé que las naciones de Europa han hecho un camino de mil años
para llegar adonde están: y en esta larga sucesión de siglos ¿por qué pruebas
no habrá pasado esa parte del mundo? Bárbara fue también; grosera, brutal,
indomable, todo, precisamente como nosotros ahora. En esa Francia tan culta
y bien criada, los escritores se trataban, ahora cuatro o cinco siglos no más, de
perros y puercos. Nosotros seguimos las huellas del Viejo Mundo, y cayendo y
levantando, tarde o temprano llegaremos al fin adonde él ha llegado. Culpa es
de los tiempos más que de los hombres... Pero ¿no te parece que algunos nacen
fuera de tiempo y lugar?
He sufrido un desengaño, amigo mío. Vi un día un edificio vasto, encumbrado, de gran apariencia; y como no supe qué podía ser ello, no tanto un impulso de curiosidad cuanto mi anhelo por hallar algo bueno y extraordinario,
llevóme a sus puertas; y cuando iba a entrar garboso, eché de ver en el frontispicio esta inscripción en gruesas letras: AQUÍ NO ENTRAN SINO LAS ALMAS
CORROMPIDAS. Este no es el templo de Epidauro, dije para mí, y volví sobre
mis pasos, y preferí vivir hombre de bien ignorado a brillar pícaro en la escena
del mundo.
100
15 de febrero
Si hubieras venido a este lugar habrías visto, entre otras cosas buenas, a los indios de los altos ganar la plaza el domingo de Cuasimodo. Espectáculo es éste
digno de la observación de un filósofo y que en una pincelada, te diera a conocer la situación moral de esa desventurada clase de hombres. Digo que los indios
se andan por ahí rodeando, al son de su tambor y pifanillo, borrachos hasta no
más, esto se cae de su peso. Suenan las cuatro de la tarde, y con impetuosidad
indecible precipítanse hacia la puerta de la Iglesia de todos los vientos de la
población, voceando como endiablados, sacudiendo palos, aventando piedras a
cual más ciego, a ganar plaza; esto es a apoderarse de la puerta de la Iglesia, hazaña que les da más derecho que a los demás para danzar en la plaza mayor el día
de Corpus Christi. Decir las pescozadas, mojicones, empellones, torniscones,
patadas, caídas, pisadas y roturas de cabeza que allí tienen lugar, no es dable a mi
corta palabra: es la borrachera más borracha y estupenda que se puede imaginar,
y este ganar la plaza acarrea males sin cuento para todo el año.
Tal es nuestra política: García Moreno y toda la falange de políticos, armados de palos, piedras y garrochas se disparan por un lado gritando a ganar
la plaza: los otros partidos por otra parte con palos, piedras, chuzos se disparan
gritando a ganar la plaza.
No, yo no quiero ganar la plaza; deja, me vuelvo a mi silencio. Si algo
me sacara de él sería la gran causa americana, esa noble Chile, tan digna de la
simpatía de los buenos, tan singular en honra, orden, valor y más virtudes. Por
lo que mira a lo de aquí, amigo mío, lo que aconsejaba don Quijote, dejarlo a
sus aventuras, ora se pierda o no. Si propongo obediencia a las leyes, me han
de llamar urvinista; si nombro a la antigua Roma, me han de decir pagano; si
animo al Gobierno vacilante, me han de calificar de traidor, y me han de acosar
a los gritos de: ¡Al brujo! ¡al brujo! ¡maten al brujo!
En ciertas circunstancias la pluma no basta para ilustrar a los pueblos;
requiérese la espada. Si Pedro el Grande no hubiera sido emperador, no habría
salido con el glorioso empeño de civilizar a Rusia. Hubo menester hierro con
que corte las barbas al zafio e indomable moscovita. Los escritores que prepararon la Revolución Francesa, revolución de ideas, de principios y costumbres
más que de personas; revolución de la cual he querido hablar en otra parte de
este escrito, y que es preciso advertirlo en vista de la malicia de mis contrarios;
los escritores, digo, que prepararon esa revolución, tuvieron millones de hombres que les escuchen de buena voluntad, los entiendan, animen, ayuden y
secunden: sin esto nada hubieran alcanzado, y para esto se han de pasar siglos
y siglos.
101
¿Tengo o no razón para este desabrimiento? ¡Ah! ¡de qué indignación me
sentía poseído! Todos hirviendo en deseos de venganza; todos oprimidos, perseguidos, ultrajados por García Moreno y teniéndole por monstruo vomitado del
infierno; y cuando se presentaba uno con bandera alzada, voz segura y pecho
firme en contra de la tiranía, echar a huir unos, a difamarle otros.
Connaturalizados con la tiranía, nadie quiere oír hablar de libertad: los
esclavos del tirano darían la vida porque él volviese al trono; sus víctimas ¡ni
ahorcados darían un cabello por que no volviese! ¡Oh poder funesto el de la
tiranía! La tiranía corrompe las costumbres, estraga los corazones, envilece las
almas: el tirano no tiene amigos y enemigos, no tiene sino esclavos; y como
todos obran por temor, perdióse para siempre el pueblo en donde él ha echado
raíces, si la Providencia no le redime por medio de un enviado suyo, un redentor
que tenga en sí algo divino. La gente que vive en lugares pantanosos cuyo aire
pestilente y mal sano altera la constitución y cambia el temperamento, no puede ya sufrir el aire libre, enférmase en una atmósfera despejada y suspira por su
morada hedionda. Esto es lo que ha sucedido con los ecuatorianos; están como
asombrados, respiran aire diferente del habitual, y les hace falta la pestilencia en
medio de la cual habían corrompido su alma: parece que echan menos el terror:
el semblante del patíbulo, el chis chas de las cadenas, el zumbido del azote habían cobrado una cierta influencia misteriosa en ellos; aunque víctimas de esos
tormentos, les gustaban esas escenas. García Moreno ha tenido el poder infernal
de la serpiente que fascina, domina, atrae a sí a ciertas aves para devorarlas, las
cuales, aun cuando saben por instinto lo que les va a suceder, no pueden evitar
su ruina, y se acercan a ella, y se entregan y perecen. ¿Acaso García Moreno
considera, estima, quiere ni trata bien a sus partidarios? Son los más oprimidos,
ultrajados y tiranizados: cuando se ofrece les da de bofetones, les escupe en la
cara, les sacude tomándoles por los cabezones, y ellos ahí están de rodillas: en
cierto modo son más desventurados que los otros; ¿y cómo no? Peor es a los ojos
de Dios y de los hombres ser cómplice de un crimen que ser víctima. Ya digo,
necesitamos para salvarnos una especial mirada de la Providencia.
Ya me entiendes que cuando hablo de los oprimidos no quiero hablar de
todos; hay entre ellos hombres de conciencia y pro que tarde o temprano serán
útiles a su Patria. Estos, con los hombres de bien de toda la nación debían formar un partido que se llame constitucional, liberal o racional en lo sucesivo, y
tal sería la parte ilustrada del Ecuador.
102
16 de febrero
Por lo que hace a sus temores, no dejaban de ser fundados: no hay mucha caballerosidad en nuestros enemigos; y con todo no hago a don Gabriel el agravio de
tenerle por capaz de una asonada. Desprecié ciertos avisos a este respecto, y con
razón porque si él hubiera tenido a bien contestar mis cargos con la fuerza, me
habría desafiado, y de mi persona a la suya el caso hubiera sido muy decente. Yo
andaba prevenido a cualquier lance y resuelto a vender cara mi vida, que cuando
no se la tiene en mucho, no es gran cosa el morir. “O ha sido o ha de ser, nada
hay actual en la muerte”. He sabido después que yo no estaba solo, amigo mío,
y esto me ha reconciliado un tanto con los oprimidos; con los oprimidos, con
los hombres de bien y pundonor, los pobres, el pueblo en una palabra: tanto
como esto no quiero desfavorecer a los demás; jóvenes principales, bien animados, aunque pocos, me seguían con la vista por la plaza; y donde no, brazos
fornidos, de esos hechos a la sierra y al martillo se hubieran alzado por centenas
para defenderme o vengarme, caso de que tuviera lugar una pandilla. Porque el
pueblo, esta clase tan humilde, sufridora y callada, como útil y necesaria en la
asociación civil; el pueblo, tan desdeñado, tan poco metido en la política, tan
ciego, tiene a las veces movimientos de héroe y de justo, le alumbra una ráfaga
de luz divina, una mano invisible y poderosa le sube a lo alto, y allí, con voz
predominante habla como el personaje principal de la nación. ¿Cómo no ha de
comprender el pueblo que conviene servir de salvaguardia al que defiende sus
derechos? ¿Cómo no ha de sentir que le cabe la obligación de unirse a los que
claman por la libertad? ¿Cómo no ha de palpar la justicia de los que no quieren
azote, barra ni mordaza para nadie? Pues hubo hombres del pueblo que... ¿Y no
ha de ser satisfactorio verse rodeado de desconocidos que se exponen a todo por
la seguridad de un desconocido? Ya me llamarán demagogo, Saturnino, Graco;
no soy demagogo; nadie aborrece más que yo los motines populares, y nadie los
fomentaría menos. Pero la libertad del pueblo, su dignidad y el buen paso de su
vida los defendería a todo trance; y si se tratara de un asalto inicuo... aceptaría
su auxilio, seguro de que no hacía más que defender sus fueros.
El pueblo tiranizado, escarnecido e indignado al fin, sacude con mano
poderosa los tronos de los reyes y los derriba a sus pies; el pueblo tiranizado,
escarnecido e indignado al fin, distingue lo bueno de lo malo, y pide cuenta a
sus opresores de cualquiera clase que sean. El pueblo libre se ennoblece, dilata
y da de si Lincolns y Johnsons, presidentes, que se sacrifican por la libertad de
los infortunados negros. Sastres y carpinteros son los que hacen palidecer a los
Bonapartes y Brunswiches de sus tronos, sastres y carpinteros los que ahora
tienen colgado al mundo en sus decisiones.
103
Más que un acontecimiento trágico en las calles deseaba yo una escena de
derecho, un juri, a fin de que el pueblo tiranizado, escarnecido e indignado al
fin, se explayase en campo legal, y con la justicia de su parte en forma y en esencia, levantase la bandera de su rehabilitación. No se me oculta que la justicia se
vende en estas infortunadas tierras, no tanto por dinero cuanto por moneda de
partido: las pasiones le hacen fuerza, es vencida, subyugada; pero si un pueblo
inmenso le guarda las espaldas, resuelto y firme y animado por el buen caudillo,
los jueces por la razón o la fuerza tendrían que ser justos...
Pienso que un jurado con García Moreno por acusador o defensor no
acabaría sino con sangre: la precipitación de su carácter no estaría en paz con
la calma de los tribunales, la arrogancia que hasta aquí le ha hecho salir bien
le empujaría a la violencia, y no habiendo quien se humille ni le sufra, sino al
contrario uno que eche combustibles en la efervescencia de sus entrañas, todo
sería tiros y puñaladas. ¿Qué importa el número de víctimas? De la sangre ha
salido muchas veces la hermosa libertad risueña y fulgurante.
17 de febrero
¡Qué bienhechora, qué grata es la ignorancia! Un río espumoso corre entre dos
vegas cuajadas de árboles frutales: la cresta occidental de los Andes, cubierta de
espigas en toda la extensión de sus faldas, semeja un matizado tablero: cuando
el día se oscurece para llover, y se encapota el cielo, y truena, ella toma ese semblante sombrío y misterioso de los montes Mauritanos. Al pie de un peñón negro
y gigantesco hay un tupido bosque en cuyas profundidades gorgoritean diversas
avecillas: a un lado surge, de debajo de una grande piedra, un arroyo cristalino,
que rodea serpenteando el bosque, formando cascaditas y conchitas, murmullando tiernamente. Al otro lado del río se alzan varias columnas de humo; los
rebaños pacen y balan por las laderas; no se oye voz humana, sino la del viento
que silba por las copas de los árboles. Este retiro encantador se llama el Sueño.
Allí me encontrarán mis amigos para reconciliarse conmigo, o mis enemigos para
prenderme. No es imposible que haya más “Cosmopolita”; si las circunstancias
lo exigieren imperiosamente, habrá, cuando a bien lo tenga su autor, aunque más
aspira al Sueño. Allí no se oye el vocerío antipático y amenazante de la política,
allí se olvida todo, y con no saber lo que sucede, es uno tan feliz como si nunca
hubiera sufrido mal ninguno. El sueño es la imagen de la muerte; será por eso que
los hombres se agradan tanto de él; el sueño es el descanso, el sueño es el refugio
contra las desgracias. Siga cada uno su camino, y cada cual se salga con la suya. Si
otros tienen el poder de injuriarme, como dice Aristipo, yo tengo el de no oírles.
104
Lecciones al pueblo
108
Pueblo, pon el oído atento, se ha pronunciado tu nombre. ¿Sabes lo que eres?
No la hez de la sociedad humana, como te llaman unos; ni soberano absoluto,
como te dicen otros. Pueblo es el globo de la nación: separa a tus enemigos, y
queda el pueblo.
El tirano que se alza con la libertad de sus semejantes, y viola las leyes
naturales y civiles, y persigue, y ultraja, y extermina a los hombres no pertenece
al pueblo.
El opulento que nada en oro, y cierra la mano a la caridad, ve sin conmoverse el hambre del indigente, y se ríe de la desgracia, y piensa que nadie necesita
más que él, no pertenece al pueblo.
El soberbio que anda el cuello erguido, en la convicción de que un título
sin valor real, o una usurpada e inmerecida preponderancia le elevan sobre los
otros, no pertenece al pueblo.
El impío sacerdote que cambia la misericordia en crueldad, la caridad en
avaricia, en soberbia la modestia, y olvidando los ejemplos del Maestro ayuda a
los tiranos a oprimir al débil, no pertenece al pueblo.
El juez perjuro que pervierte la justicia, y en sus autos se atiene a su conveniencia; que resuelve según le sobornaron a según hablaron las preocupaciones
de su clase, no pertenece al pueblo.
El militar desvanecido, que anda deslumbrando con la argentería de sus
vestidos sin mirar o mirando como grande a los pequeños; que desenvaina la
espada y hiere sin motivo; que sirve al déspota en sus desolaciones, no pertenece
al pueblo.
El que oprime, el que maltrata, el que desdeña a sus hermanos, teniendo
para sí que es más que ellos, no pertenece al pueblo.
Oh tú que vives del sudor de tu frente; que mantienes con tu diario trabajo
ancianos padres, tiernos hijos, tú eres pueblo.
Oh tú que, en los conflictos de la Patria, cargas con el peligro y las fatigas
de la guerra; que rindes el aliento por defenderla, y si ella triunfa no ganas sino
la gloria de haber sido su salvador, tú eres pueblo.
Oh tú que arrancas a la madre tierra, a fuerza de industria y de constancia,
los frutos indispensables para la vida, tú eres pueblo.
Oh tú que forjas los metales, lavas la madera, construyes habitación del
108
Tomado de: Juan Montalvo, El Cosmopolita, Ambato, Primicias, Vol. I, 1975 [1866-69], pp.
391-405.
105
hombre con tus manos, y la habilitas de comodidades y de lujo, tú eres pueblo.
Oh tú que hilas y tejes, que perseveras del frío a los miembros, que comunicas saludable calor a la humana criatura, tú eres pueblo.
Oh tú que trabajas y padeces, que padeces, y no te quejas, que sin quejarte
cumples tus deberes de ciudadano y llevas sobre ti las cargas de la asociación
civil, tú eres pueblo.
Tú eres pueblo, y por todo eso vales más que tus opresores: tú eres pueblo,
y por todo eso eres más bien quisto con la Providencia; tú eres pueblo; y por
todo eso el género humano es el pueblo, fuera de los lobos y los zánganos que
con nombre de reyes, presidentes y otros títulos pervierten la naturaleza.
Tus enemigos te tratan como a esclavo, tus aduladores te desvanecen con
exageradas atribuciones, con lisonjas a las cuales has de cerrar el oído, si quieres
tener pensamientos ajuiciados. Lo justo está siempre en el término medio: si tiras por los extremos, vas fuera de camino. Los oligarcas te tienen por su servidor,
su proveedor, su víctima; los demagogos quieren constituirte en tirano, a fuerza
de infatuaciones, a fuerza de hacerte presumir de grande.
Solo Dios es grande; pequeño es el pueblo, si pequeño es el hombre: no
presumas de grandeza; si presumes de grandeza, das en la soberbia, y de la soberanía a la tiranía no hay ni un paso. ¿Y habrá ganado algo la justicia en un
cambio de tiranos? Teme corroborar con tus obras aquel decir tan triste de los
pesimistas: El hombre no rechaza de sí la tiranía, sino para hacerla recaer sobre
los otros: el que no es víctima es verdugo.
Rechaza de ti la tiranía; no la hagas empero recaer sobre los ciros; deja de
ser víctima, sin pasar a la parte de atormentar a tus hermanos.
¿Y sabes quiénes son tus hermanos? Tus hermanos son los hombres todos,
buenos y malos, grandes y pequeños. De aquí es que estás obligado a perdonar a
los que te dañaron, a proteger a los infelices, a ser uno mismo con tus semejantes, puesto que hayan renunciado a la perversión del alma. ¿No es la fraternidad
uno de tus caracteres?
Si dejando de padecer empiezas a maltratar; si dejando de ser esclavo, principias a esclavizar; si dejando de ser inferior, levanta las alas la soberbia, y haces
por dominar a tu vez inicuamente, dejas de ser pueblo y vienes a tirano.
Entonces la libertad tendrá derecho para decirte: Si eres mi alumno, ¿dónde está el respeto que me debes? Y la igualdad encapotará la frente y te dirá:
¿Para esto me invocabas? Y la fraternidad entristecida te dirigirá sus tiernas quejas, y tú no le sabrás responder. El que llora los males, no tanto porque él lo padece, cuanto porque no ve padecerlos a los otros, no merece salir de la miseria.
La libertad es como la sabiduría: si no se la comunica con los demás, es enteramente inútil; valía más no conocerla, porque así estábamos libres de la inmo106
destia y el desvanecimiento. Eres libre; mas si habiendo conquistado tu libertad,
han perdido otros la suya, ¿se ha perfeccionado el mundo? Sea tu constante anhelo la perfección moral de ella procede, como de legítimo abolengo, la perfección social. Deudo es ése, que si los hombres alcanzasen a comprender sus lazos,
a respetarlos y a gozar de sus ventajas, ya nada tendrían que pedir a la fortuna.
Cuando te dicen que eres libre, no entiendas del poder de la maldad, tómalo en buena parte, y entiende serlo para tu bien y el de tus conciudadanos. Pues
si no lo habíamos de ser sino para ir a un paso con lo inicuo, ¿sería la libertad
otra cosa que una facultad dañina? En este caso el hombre libre sería como la
cicuta, que tiene el poder de quitar la vida: y cicuta suele cebarse con preferencia
en la virtud. Sed sabios sobriamente, os digo yo.
La ciencia de los pueblos consiste en conocer sus derechos y en cumplir sus
deberes: el que no cumple sus deberes es pueblo corrompido: el que no conoce
sus derechos, esclavo; y el que no conoce sus derechos ni practica sus deberes,
bárbaro. Pueblo, huye de la corrupción, la esclavitud y la barbarie; porque la
barbarie, la esclavitud y la corrupción son la desgracia de los pueblos.
Oyóse un día un clamor lejano, sordo, inmenso; el cielo se cubrió de nubes;
se enlobregueció la atmósfera, y la tierra temió y esperó. El ruido iba acercándose, y los palacios de los reyes empezaron a temblar; llegó una sobrevivienta, sacudióles fuertemente, y dio con ellos en el suelo. El estrépito del derrocamiento
se unió al clamor que había ya llegado, y el mundo aturdido no supo qué estaba
sucediendo. Las coronas de los monarcas volaron por los aires, crujieron y se
desbarataron sus tronos, el viento se llevó en pedazos la púrpura del manto real.
Era un pueblo, un grande pueblo, que había conocido sus derechos, después de haber cumplido en vano largo tiempo sus deberes. Abrió los ojos y
miró; y la luz se le entró por ellos, y le llegó al alma, y la alumbró; y una vez
alumbrada, vió todo lo que debe ver, y alzó el brazo, y dijo: ¡Juro ser libre!
Y, tal fue de grave y grande el sonido de esa voz, que se dilató el espacio, y
retumbó como trueno, y los tiranos lo oyeron y palidecieron y temblaron.
Y alzado el brazo, el pueblo se acercó, y lo dejó caer, y las restas coronadas
rodaron por el polvo envueltas en su propia sangre: hombre y mujer, mayor y
niño, todos murieron. Los otros reyes vieron eso, oyeron los ayes desgarradores
de sus regios parientes, y en lugar de defenderlos, se asieron con todas sus fuerzas, con la una mano, del brazo de su silla; con la otra acudieron a contener la
diadema que se alzaba de sus sienes y quería irse por los aires: lívidos, de mirar
turbio, dando diente con diente, se estuvieron sin osar dar una voz ni un paso.
Y ese pueblo seguía hiriendo, y tanto hirió, que fue demás. No fue ya conjunto de hombres, mas antes tracalada de fieras ahijadas por el hambre, que se
arrojaba a comerlo y destruirlo todo.
107
Los reyes y las clases privilegiadas se habían unido contra el pueblo; y esa
triple tiranía imprimía con tres millones de brazos, y ya los hombres no podían
con sus males. En vano se quejaron, en vano alzaron voces suplicantes, en vano
pusieron las manos a los opresores: los opresores redoblaban sus esfuerzos, y en
regocijo impío bebían la sangre de los súbditos, engullían miembros enteros y
medio borrachos, se reían estrepitosamente de sus víctimas.
Viendo que no podían remediar sus males, tomaron éstas su camino, y a
sus verdugos les tocó el suplicar y el gemir. ¡Y cómo bailó, gran Dios, la libertad
sobre la tiranía! ¡Cómo la estropeó, cómo la mató, cómo a su vez le bebió la
sangre y se embeodó con ella! Y no se saciaba ni se empalagaba: la vida no es
harta para su desenfrenado apetito: remueve la tierra, pone al aire los huesos de
los tiranos, pisa sobre ellos, toma, sacude los esqueletos, y con risas desencajadas
insulta y se venga de los muertos.
Poder real, preponderancias nobiliarias, distinción de castas, regalías, fueros y privilegios, todo ha venido abajo a esa terrible sacudida: es el fuego del
cielo que destruye las ciudades malditas, es el turbión ardiente que sepulta a
Herculano y las cenizas que ahogan a Pompeya.
¿Sabéis cómo se llama ese nuevo azote de Dios? Revolución se llama. El
orador del pueblo se encastilla en la tribuna, sacude la melena como león, arroja
centellas de sus ojos inflamados, y suelta la voz en sublimes raudales de elocuencia: ¡Revolución!
El fiscal del pueblo arrastra a sus enemigos ante el tribunal del pueblo, y
les acusa, y les da en rostro con sus desalmamientos, y les pide cuentas de sus
desmanes, y los jueces les condenan al último suplicio: ¡Revolución!
El amigo del pueblo levanta al pueblo, y corre las calles como torrente
devastador, y echa voces a la libertad, y formula juramentos cívicos, e invade los
palacios, y rasga los títulos de sus opresores: ¡Revolución!
El pueblo se reúne, y discute, y anula lo pasado, y se da nuevas leyes, y los
cetros y coronas quedan abolidos, y se erige el altar de la Patria con las joyas de
los tiranos: ¡Revolución! El pueblo acude al altar de la Patria, y se prosterna, con
la mano sobre el Evangelio jura que la ha salvado, jura vivir libre: ¡Revolución!
¡Revolución!
Revolución, monstruo bienhechor, que devoras las iniquidades, como Saturno devoraba las piedras y echas por tierra la impía Babel, y disipas las tinieblas, contente en los términos de la justicia, castiga, no te vengues; repara, no
agravies; concibe, da a luz los ángeles que suele abrigar tu seno, no te entregues
a Satanás.
Pueblo, si los que te gobiernan dejan de ser gobernantes, y se convierten
en verdugos, y te chupan la sangre, y te ofenden y mancillan; la revolución es
108
un derecho de los tuyos, ejércelo. Estás obligado a obedecer las leyes; la ciega
voluntad y los caprichos de unos o muchos hombres, de ninguna manera. No
adores a la diosa razón; adora a Dios y sigue a la razón; sin Dios no hay razón,
sin Dios no hay justicia, sin Dios no hay pueblo ni gobierno: témele, y no temas
al tirano; síguelo, y derriba a tus opresores.
Mas si viviendo en sana paz, y estando las leyes en su puesto, y siendo los
magistrados lo que deben ser, gruñes mal contentadizo, y extiendes los brazos, y
estiras el cuello, y sigues gruñendo, cometes injusticia: la revolución en este caso
es iniquidad. Conténtate con lo que las leyes te conceden, puesto que tú hayas
concurrido a formarlas, y puesto que tu sufragio haya sido respetado.
Si un dictador o una convención despótica las dictaron solos y por su
cuenta, te queda el derecho de examinarlas y pesarlas en tu balanza; si tienen por
base la ley de la justicia, respeta, obedece; si el interés particular o la iniquidad
general las promovieron, ruge, levántate, vuelve por tus prerrogativas.
No te figures que con ser pueblo tienes derecho para todo: si estás en el
mismo caso que un presidente, no alegues tu condición de pertenecer al pueblo para andar sobre él, porque en ese caso también el presidente pertenece al
pueblo. Si un noble tiene la justicia de su parte, no invoques los derechos del
pueblo para defraudar al noble. Si un fuerte fue ofendido por ti, no digas: El
pueblo tiene derecho, el pueblo tiene razón; porque el pueblo no tiene razón ni
derecho contra el derecho y la razón.
Un hombre del pueblo levantó un día su tablado, cubriendo con él la
ventana de uno que él llamaba noble: era un espectáculo público en la plaza, a
cuyo entretenimiento eran todos llamados igualmente. –Buen amigo, le dijo el
segundo, ¿cómo me quitáis la vista con vuestro palco? –La Plaza es del pueblo,
contestó soberbio el otro. –¿Luego el pueblo tiene por qué quitarnos la luz que
el sol reparte a todas las criaturas? Me llenáis de oscuridad mi cuarto, por estar
cómodo vos; ¿pensáis que es justo? Y además, el espectáculo es para la ciudad
entera, ¿con qué derecho me excluís? Confundióse el hombre, pero no cedió,
porque estaba puesto en que ejercía sus derechos. –Son cosas del público, dijo
–¿Pertenecéis al público? –Sí –Y yo ¿a quién pertenezco? ¿no soy parte del
público tanto como vos? Si yo os impido invalidar mi ventana, quebranto las
prerrogativas de la comunidad social; si vos, a pesar de mis protestaciones, me
hurtáis la luz, el aire que necesito en mi habitación, os aprovecháis de las prerrogativas de la comunidad social: ¿luego el público es una persona? ¿luego el
público sois vos? –El público somos todos, pero el pueblo está ya cansado de
ser en todo inferior, de estar siempre después. –No os disputo la preeminencia
del lugar; tomad el primer puesto, encumbraos cuanto esté en vuestro poder:
no abogo sino por mi derecho; pues que yo soy dueño de esta ventana, he de
109
usar de ella con más razón, que la que vos tendríais en privarme de mi natural
comodidad.
Hubo el juez de atreverse en ello, y decidió: que el hombre del pueblo
erigiese su tablado sin perjuicio de otro, porque no estaba en la justicia el que el
pueblo privase de ella a los que en su entender pertenecían a otra clase.
Regíos por la sentencia de ese juez: los bienes de la naturaleza son comunes
a todas las criaturas: no porque vivís oprimidos aspiréis a oprimir a los otros,
ni tengáis entendido que del daño ajeno ha de resultar vuestra fortuna: el mal
es como el tejo, árbol cuya sombra es perniciosa: el mal es como el cabrahigo,
árbol cuyo fruto no madura. Arrimaos al de la sabiduría: su sombra es vasta y
bienhechora, allí hay lugar para todos, y sus frutos, gratos al paladar, son saludables y nutritivos. La sabiduría en este caso es la cordura, el sufrimiento: no
penséis que os quiero enzarzar en las escabrosidades de la ciencia.
En profesando el sufrimiento y la cordura, el Señor os tendrá presentes:
¿no sabéis que él jamás olvida a los que se acuerdan de él? Si sois cuerdos y sufridos, seréis el pueblo de Dios, y, si vais por un desierto, él irá a buscaros, y os
hallará en su eterna solicitud.
“El Señor encontró a su pueblo en un lugar desierto, en una tierra desesperadora, en donde era presa del horror y de la angustia; y le tomó, y le condujo
acá y allá, y le instruyó, y le guarda como a la pupila de sus ojos”109.
¿Habéis oído? El pueblo justo es como la pupila de los ojos del Señor.
“Los que amáis al Señor, aborreced el mal: el Señor protege a los buenos y
los libra de las manos del perverso”.
“La luz es para el justo; la alegría para el corazón no corrompido. Justos,
regocijaos en el Señor, celebrad su santidad”110.
¿Habéis oído? La justicia, siempre la justicia: el Señor no quiere sino justicia y rectitud de corazón. Los grandes del mundo lo desprecian; vosotros,
pequeñuelos, respetadla: en el día supremo, vosotros seréis grandes y los grandes
pequeñuelos.
El oprimido piensa que en todo y siempre es víctima, y muchas veces no
es así; de aquí es que para quejarse lo ha de consultar primero a la razón y la
conciencia. ¿Sabéis por qué os hablo de este modo? Porque las virtudes no han
de venir adulteradas con vicios; honrar a Dios, trabajar, padecer con paciencia,
virtudes son: sufrid las adversidades, trabajad, honrad a Dios, y no aspiréis a
preeminencias vanas, ni os dejéis inficionar por el orgullo.
No exageréis vuestros quebrantos, para tener perfecto derecho a la reparación de los agravios: si de esclavos venís a libres, mirad que la libertad suele ser
109
110
110
Segundo cántico de Moisés.
David, Los Salmos.
muchas veces lo que un tesoro en manos de un efebo sin experiencia; gástalo
sin medida, y gástalo en su daño: libertad es tesoro que requiere la más sabia
economía; si gastáis demás, veniros han los males que llueven sobre el pródigo.
Si gemís en esclavitud, aspirad a sacudir el yugo que os oprime; una vez
libres, no salgáis desapoderados como toro que se lanza del toril embistiendo
con quien encuentra y destruyendo a cuantos puede. ¿No habéis visto como el
buey sale de la collera, manso, humilde y se pone a pacer libre en la dehesa? Sed
antes como el buey que como el toro.
Los tiranos están de continuo diciendo: Libertad; las víctimas murmuran
por lo bajo: Libertad. ¿Quién la comprende en su verdadero sentido? ¿Quién
conoce su divina esencia? Ella es el poder de obrar el bien y el mal: si se obra
el bien, se ejerce una facultad sublime; si el mal, habremos seguido al espíritu
malo: Satanás ¿no es libre para el mal?
Para que la libertad sea virtud, ha de preponderar en el hombre la inclinación al bien: ved aquí que no conviene ser del todo libres: ¿cómo ha de convenir
ser malos?
Yo vi en el frontispicio de una cárcel esta inscripción grabada en gruesos caracteres: LIBERTAS. Esta filosófica y triste paradoja quiere decir que la libertad
necesita riendas: de otro modo, irá como un suelto y fogoso bridón a precipitarse en un abismo, si el jinete lo montó sin freno y le ahíja sin cesar. La sociedad
humana es esa cárcel en cuyo frontispicio se grabó: LIBERTAS.
Para vivir reunidos, ¿no nos hemos desprendido voluntariamente de buena
parte de nuestra libertad natural? Luego querer hacer en el seno de la comunión
lo que haríamos si permaneciésemos salvajes, vagueando en las profundidades
de las selvas, es romper el pacto social, es merecer el castigo que nosotros mismos quisimos imponernos.
Pueblo, hay muchas cosas que no puedes hacer, aún cuando te figures que
esa restricción coarta tu libertad: cuando te la coarta la tiranía, indígnate; cuando te la coarta la razón, vuelve en ti, y sufre el contratiempo, que en buenas
cuentas, es tu bien, puesto que lo es de todos los asociados.
En tiempos antiguos un pueblo se levantó, y dejó la ciudad, y se retiró a
un monte: los senadores y los nobles quedaron solos, y tuvieron miedo de verse
abandonados, y no pudieron vivir sin el pueblo: tiranos sin tiranizados, verdugos sin víctimas, ¿cómo podría ser? La ciudad, por otra parte, estaba desierta y
muda, los templos de los dioses, mudos y desiertos. Nadie venía al foro a defender su causa, nadie acudía al senado a oír a los padres conscriptos.
Los padres conscriptos vieron que sin el pueblo tenían que deponer el cetro
de marfil y empuñar el timón del arado; que habían de forjar el hierro con sus
manos, y que las matronas habían de amasar el pan de cada día.
111
Y esto les supo mal, y cayeron en la cuenta de que la tan desdeñada plebe
era la parte más necesaria de la asociación, y que era locura despecharla en términos que se ponga en cobro y viva de por sí.
La gente llana puede vivir sola, como lo vemos en los campos: los nobles
no son para ella necesarios, al paso que los nobles no acertarían a vivir sin la
gente llana: ¿quién les sembraría sus tierras?, ¿quién adornaría sus casas?, ¿quién
les daría de comer y de vestir? ¡Nobles, ingratos nobles! Despreciad, aborreced,
maltratad a los que os dan de comer y de vestir, a los que adornan vuestras casas
y siembran vuestras tierras.
Y ese pueblo no bajaba de su monte, y los tiranos no sabían qué hacerse
y los senadores no tenían a quien dar leyes: entonces se dijeron: Sin pueblo no
hay nación. Y enviaron hacia el pueblo al más sabio de ellos, que le persuadiese
el volver a la ciudad, y en uno todos, formasen la nación.
Caigan los tiranos, dijo el pueblo; déjennos elegir de entre nosotros un
magistrado que nos defienda, y sea este magistrado inviolable. Y los tiranos
cayeron, y el pueblo eligió su magistrado inviolable y mudada la forma de gobierno, volvió el pueblo a la ciudad. Y no volvió altivo ni presuntuoso, que se
había comprometido por su parte a no ser demasiado libre.
Pueblo, si te privan de la libertad, deja solos a tus opresores, retírate a un
monte, hasta que la hayas reconquistado: una vez reconquistado, vuelve, pero
no vuelvas demasiado libre.
112
La Dictadura Perpetua
111
(error del star and herald)
A los señores redactadores del Star and Herald
Señores redactores:
Entre los títulos con que, en su estimable periódico, se recomienda al pueblo
ecuatoriano la reelección de García Moreno, se les pasó por alto el rasgo que
más ilustra el carácter de su héroe y los hechos que más simpático lo vuelven a
ojos americanos: digo las públicas y reiteradas tentativas por vender su Patria
a las monarquías europeas, sin contar con la guerra que fue a buscar al Perú y
llevó al Ecuador en la memorable expedición del General Castilla, que en paz
descanse. Esta hazaña no le recomienda, al fin y al cabo, sino a los ecuatorianos;
más lo que son sus nobles ofertas al emperador de los franceses; sus puras intenciones en sus tratos con Pinzón y Mazarredo, le vuelven acreedor al aprecio
universal y digno de reinar perpetuamente. Si se tratara de Almonte, Lavastida
y Santana, de seguro que ustedes hablarían como buenos hijos de América; pero
en ese ente fatídico que se llama García Moreno, va la fortuna hasta el punto de
convertir a un traidor en patriota benemérito, un azote en instrumento saludable, un satanás en un dios. Si los milagros de esa santa prostituta son tan grandes
¿cómo no ha de tener quien los admire? La ciega, la torpe y bestial fortuna tiene
hijos, y los diviniza; tiene sectarios, y la adoran. ¿O es que ustedes, campeones
de la independencia y la libertad, aplauden asimismo las obras de Almonte,
Lavastida y Santana, y les tienen por necesarios para el orden y la bienandanza
de Méjico y Santo Domingo? Los franceses bendicen a Lafayette y maldicen
a Bazaine; los españoles bendicen a las víctimas del 2 de mayo y maldicen a
Godoy; los cubanos bendicen a Céspedes y ahorcan en los árboles del campo
de la libertad a los traidores de la Patria. Los ecuatorianos no bendicen a García
Moreno, sabedlo, escritores sabios, periodistas de conciencia que lleváis sobre
los hombros la máquina de Gutemberg, y que ojalá llevaseis dentro del pecho
el alma de Washington y Bolívar. Galalón y el conde don Julián, clavados a una
picota inmortal, son los eternos representantes de la infamia; ¿y nosotros hemos
de erigir estatuas a un García Moreno en este nuevo mundo que se gallardea
en su gloriosa autonomía? Si ustedes intentaren traer a la duda las acciones de
111
Tomado de: Juan Montalvo, La Dictadura Perpetua [1874], en Benjamín Carrión, El pensamiento
vivo de Montalvo, Buenos Aires, Losada, 1961, pp. 218-245.
113
ese don Julián falsificado, llegaron tarde a la disputa; son cosas bien averiguadas, constan en públicos documentos nunca desmentidos. Si por el contrario
piensan que nadie merece más de su Patria que el que la vende una y mil veces,
y que aún los periódicos de la libre y liberal Colombia deben conspirar a la perpetuidad de ese tiranuelo, nada tengo que decir: piense cada uno como quiera,
y Dios nos ayude a todos.
Mas no puedo apartarme de este punto sin hacer una reflexión: Jefferson
Davis fue disidente, no traidor; si Jefferson Davis hubiera corrido a Inglaterra
a ofrecer los Estados Unidos a lord Palmerston, Jefferson Davis estuviera colgado del pescuezo a una horca más alta que las pirámides de Egipto, para que
le contemple el universo, en vez de estar gozando tranquilamente del generoso
perdón de sus compatriotas. Ustedes tienen creída la misma cosa; mas visto que
una triste nación del sur no es los Estados Unidos, entréguesela de nuevo a su
verdugo. “Verdad a este lado de los Pirineos, error al otro lado”. Como Pascal
era un sublime tonto, bien podía decir tan sutiles necedades. Lo único que yo sé
es que Jorge Washington pagó con una suma de oro y otra mayor de vilipendio
al traidor que se le atravesó en su camino: “Toma –le dijo– y véte”. El traidor
desechó el oro, y corrió a volarse la tapa de los sesos; tenía más vergüenza que
García Moreno. A éste no le echamos la puerta afuera: antes le llamamos al
mando perpetuo. Con justicia, pues si el de Washington había hecho traición
a favor de América, el otro las ha hecho en contra suya: éste merece la becerra.
Quisiera yo ser tan tonto como Pascal para decirme aquí alguna cosa digna de
la posteridad; pero como Dios no ha querido tanto, lo que hago es morirme de
silencio.
“Los mayores enemigos de García Moreno, greatest enemies, dicen ustedes,
se ven obligados a confesar que durante su gobierno la República ha gozado
de paz, y que monta mucho el progreso material no menos que el moral”. Yo
lo niego, y negaría a todo el que tenga conocimiento y guarde memoria de las
cosas. Dos guerras exteriores y cien revoluciones no son documentos de la paz;
los huesos que están blanqueando en las colinas de Cuaspud, no acreditan el
espíritu pacífico de García Moreno, se invaden los campos inocentes, se arranca
al labriego del arado: paz. Se echan pelotones de gente innumerable por esos
derrumbaderos, se los entrega casi indefensos al hierro destructor: paz. Huye el
caudillo, vuelan los jefes, mueren los soldados: ¡paz! ¡paz! Vidas sin cuento, riquezas, honra, todo ha quedado en el lugar de la ignominia: paz. ¿Esta es la paz
por cuyo motivo el tiranuelo debe ser dictador perpetuo? Ésta, sí, ésta y la de
Tulcán en que Julio Arboleda le molió a palos, son las barraganías que le llaman
a la dominación vitalicia a ese mancebo generoso. Sus pretensiones no eran tan
levantadas cuando, prisionero, con lágrimas en los ojos, voz de vieja, abrazado
114
de un Cristo en que no cree, repetía: “Mañana nos fusilan, compañeros”, y
ensartaba letanía tras letanía: Virgo veneranda, Virgo predicanda. Quedamos en
que dos guerras inicuas, promovidas sin razón patriótica, llevadas adelante con
ineptitud, concluídas con vergüenza, cuyo efecto no ha sido sino la deshonra,
no tanto de ese pueblo cuanto de su opresor, no son la paz de ningún modo.
Pues si contemplamos en las revoluciones que el tiranuelo ha ahogado en sangre; en las que ha desbaratado por obra de algún Judas; en la medrosa vigilancia
con que pasa días y noches; en el despilfarro de la hacienda pública por acumular de vicio elementos de guerra, vendremos a concluir que ella es el estado
normal de esa desventurada comarca. Guerra sin manos y muda, guerra muerta:
guerra de los gusanos contra el cadáver. Veis allí un cuerpo exangüe tirado sobre
el fango: García Moreno, sus esbirros y sus jesuitas, sus italianos y sus españoles,
sus monjas y sus hermanas en muchedumbre infinita andan por dentro y por
fuera comiéndole desesperados: la guerra de los gusanos contra el cadáver. ¡Feliz
estado que los hombres filantrópicos y libres llaman paz!
¡Desdichado, por otra parte, el pueblo donde la revolución viniese a ser
imposible! Ésa sería la canonización de Dionisio Oenobardo, de Melgarejo, de
García Moreno. El derecho de conspirar contra la tianía es de los más respetables para los hombres libres. ¡No! No es así; Quiroga, Salinas, Morales, mártires
sagrados del Pichincha; Pombo, Caldas, Torres, víctimas del Funza, la tierra
os come hace más de medio siglo, y ahora se os declara criminales. Y vosotras,
sombras de Miranda y Madariaga, huid avergonzadas, que los hijos de la libertad os llaman de felones, porque la fundasteis a costa de la vida.
¿Cómo es esto? no pasa día sin que la prensa de todas las naciones harte
de injurias a los ecuatorianos, con decir que no conspiran contra su tirano, que
no les echan a los perros hechos trizas. Esclavos, cobardes, viles, todo, porque
le sufren; vuelve uno la cabeza, y oye por ahí que uno de los timbres de García
Moreno es haber vuelto imposible la revolución, y que sería una desgracia que
dejase de reinar.
Reinar; la lengua inglesa, lengua de la única monarquía donde reina la
libertad; lengua de los Estados Unidos, no esperaba que en una República libre
e ilustrada se la emplease para abogar por un cruel tirano. Reinar: ¿no es verdad
que García Moreno ha reinado, has reigned, y debe reinar para siempre en el
Ecuador? ¡Después de quince años de un nefando despotismo, de unas presidencias ganadas con puñal en mano, hay en Colombia quien litigue por él y
crea necesaria la continuación de su reinado!
No ha mucho, un americano que promete ser de los más notables; que está
ya recomendado a nuestras repúblicas por su acendrado patriotismo y su talento; el señor Adriano Páez, dijo en París que el día de hoy no había en la América
115
hispana sino un pueblo que tenía no solo el derecho, sino el deber de conspirar;
y que este pueblo era el Ecuador. En efecto, el Ecuador es el único que ahora tiene ese derecho, porque es el único esclavo: los pueblos libres y felices no lo tienen. Chile, el Perú, Colombia, Venezuela, Guatemala, Buenos Aires, están a su
sabor, a lo menos al de la mayoría: sus gobiernos tienen oposición; la oposición
tiene palabra, pluma, y esto habla por la minoría. Si sus gobiernos conspirasen
contra las instituciones democráticas; si las circunstancias fueran tales que sus
presidentes se viesen en la necesidad de perpetuarse por el bien de la Patria; si la
tiranía con su séquito de espectros pavorosos saliese por las calles pompeando y
halconeando, esos pueblos se revestirían del derecho de conspirar a su vez, y si
no conspirasen merecerían la censura de las otras naciones.
García Moreno ha hecho mal en volver imposible la revolución. Quíteles a
los ecuatorianos el derecho de conspirar, manteniéndolos libres como lo habían
sido, labrando su felicidad por medio de la ilustración, fomentando las virtudes
públicas y privadas, y conspirar contra su gobierno habría sido acción ilícita. Pero
si vuelve imposible la revolución matando a unos, expatriando a otros, envileciendo, entorpeciendo a los demás, ¿qué alabanza merece del filósofo, del patriota, del hombre bueno y generoso? Miles de proscriptos en un puño de habitantes,
¡oh excelso, oh sumo gobernante! Él publica en su periódicos oficiales que todos
esos son ladrones, bandidos, prófugos de las cárceles, incendiarios y otras cosas:
no les persigue él sino la justicia; huyen de los tribunales, no de su gobierno. Yo
digo, que pueblo donde mayor sea el número de criminales que el de hombres de
bien, no ha conseguido una gran suma de progreso moral, a great amount of moral
progress. Y ustedes ¿qué dicen, señores redactores del Star and Herald?
Desengáñense ustedes, en el seno del fanatismo no se desenvuelve sino la
ignorancia; en el de la hipocresía, el crimen. ¿Cómo ha de ser feliz el pueblo
a donde acude en riadas pestilentes la hez de los conventos de Italia, España y
otras partes; donde la instrucción pública es asunto del convento puramente;
donde un obispo, un pobre fraile, un lego ignorante es el contralor celoso de la
lectura en todos sus ramos? Los libros son artículo de comiso: de la aduana han
de ir a la curia, a carga cerrada, y no pasan sino los que aprueba el familiar, el
cocinero: ¿qué tiempo tiene el Obispo para examinar libros? y obispos de García Moreno ¿qué luces, qué conciencia? La oscuridad matadora de los tiempos
coloniales no era más ciega. ¡Y digan ustedes que el Ecuador, reinando García
Moreno, ha alcanzado una gran suma de progreso moral! ¿Sin libros, sin lectura
quién se civiliza, quién se instruye? El soldado sobre el civil, el fraile sobre el
soldado, el verdugo sobre el fraile, el tirano sobre el verdugo, el demonio sobre
el tirano, ¡todo esto nadando en un océano de sombras corrompidas! A great
amount of moral progress.
116
García Moreno dividió el pueblo ecuatoriano en tres partes iguales; la una
la dedicó a la muerte, la otra al destierro, la última a la servidumbre. Los muertos no pueden conspirar, los esclavos no se atreven, los desterrados han conspirado mil veces. Injusto era el granadino que se proponía ir desde la gran Cundinamarca a libertar a los ecuatorianos, para tener luego la satisfacción de abrir al
mundo en Guayaquil “un mercado de un millón de eunucos”. No ha cumplido
su palabra; pero siempre queda en su favor lo filantrópico de la intención y lo
púdico del pensamiento.
Había en el nuevo mundo un pueblo donde el rey era el soberano, el pontífice, el juez, el padre de familia: ni contrato, ni empresa, ni cosa que se verificase sin su anuencia: domina en la nación, reina en el templo, resuelve en el
tribunal, penetra en el hogar doméstico, y todo lo inquiere, todo lo sabe, todo
lo fiscaliza. El rey no era tirano, y la nación había llegado a una gran suma de
progreso material: a great amount of material progress. Entre varias obras portentosas, una carretera cual nunca la vio Roma, une las dos capitales del imperio,
otra maravilla del mundo, dicen los historiadores. Y con todo, el pueblo vivía
en la tristeza, porque no era libre, ni cabe la felicidad en el seno del despotismo. ¿Cómo sucede que tan gran suma de progreso material no bastó para que
nuestros padres dejasen de conquistarlo, por arrancarle de la barbarie? El pueblo
no había alcanzado aún el progreso moral, y de aquí viene a suceder que era
bárbaro en medio de sus grandezas materiales.
García Moreno ha emprendido, es cierto, en cuatro o cinco caminos: después de gastos ingentes y miles de vidas perdidas en ellos, todos los ha abandonado. No tenía ni el aliento ni la capacidad intelectual necesarios para saber
qué se debía hacer y hasta dónde se podía dar impulso al progreso material. El
miserable trecho que recorre el viajero, obra de quince años, obra hecha para el
enriquecimiento de cien hombres sin fe ni probidad, vale uno y cuesta diez. Ha
construído asimismo dos Bastillas, una para sus prójimos, otra para su familia.
Cuando visita esa casa del dolor, ese presidio horrible, les dice a sus amigos:
Aquí he de morir yo. Él sabe que lo merece, y espera la justicia del cielo.
El estreno de esa tumba de los vivos fue lastimoso: una mujer, una pobre
niña descarriada: subió las funestas escaleras en medio de gendarmes, el lúgubre edificio cayó sobre su corazón con toda su pesadumbre, corrió hacia una
ventana inconclusa, y se arrojó al patio de cabeza. García Moreno, triunfante,
solemnizó esa fecha con un almuerzo singular: hizo freír los sesos de esa niña en
la sangre de Maldonado, y se hartó hasta la borrachera. Él piensa que lo tiene
digerido, y no sabe que la indigestión se hará sentir el día de la cuenta: esos
manjares no se descomponen sino al fuego del infierno. Dios castiga el crimen
no arrepentido ni expiado; con el pecado, con el vicio, es indulgente, porque
117
tienen remedio. ¿Qué fuera del género humano si toda mujer que sufre un desliz fuera encerrada para siempre? Las casas de reclusión no son casas de desesperación en ninguna parte del mundo; y ni rey ni presidente ejerce el triste cargo
de andar por las calles aprehendiendo mujeres y despeñándolas. Despotismo,
en todo despotismo y tiranía. El bien es moderado, la virtud mansa: las malas
costumbres se corrigen, no se castigan como crímenes.
Exhortación, dulzura, ejemplo, valen más que la ferocidad. Si a Venus se
le encierra en el mismo calabozo que a Nerón, se comete una insensatez: el
parricidio y el descarrío son cosas muy diversas. El agua con que la Magdalena
lavó los pies a Jesús, es el remedio de la deshonestidad. García Moreno, cristiano, pruébalo en tu persona, pruébalo en tus frailes, y sobre mí si no mejoran
hombres y mujeres.
No ha mucho pasó por este puente del mundo un extranjero que llevaba
consigo una muestra de la piadosa civilización de ese santo hombre, y como la
cosa más curiosa del mundo la iba enseñando a todos. Era un papel del jefe de
policía de Guayaquil, que rezaba: “Al que dé noticia del paradero de la prostituta tal, 50 pesos de gratificación”. Aquí tienen ustedes puesta a talla la cabeza
de un ente miserable. ¿Es posible que sistema semejante rija en el corazón de la
América civilizada? ¡Los altos magistrados pregonando a son de trompetas las
culpas de una mujer y fomentando con dinero la infame delación! García Moreno, que sabe muchas cosas malas, no sabe ni una buena: si hubiera llegado a su
noticia “que la ropa sucia se lava en casa”, no pusiera carteles en el Chimborazo,
para que por medio de este embajador sublime aprehendan las naciones a “la
prostituta” que se le había ido de las garras, y se le entreguen a buen recaudo.
Últimamente ha enviado a Europa un ministro plenipotenciario a celebrar con
Francia, la Gran Bretaña y el Imperio Alemán un tratado de extradición de
terceras en concordia y mozas del partido; cuyo tratado se propone cumplir con
toda religiosidad enviándoles algunas hasta de las suyas propias112.
No sabemos si la maldad que pasa a delirio, merece la cólera o la risa de los
hombres. ¡Un presidente ocupado de día y de noche en coger niñas alegres y viejas tristes, persiguiéndolas hasta más allá de la frontera! ¿Y creerán ustedes que él
de su persona es un San Jerónimo? No señor; pone sus carteles, y mama la cabra.
¡Vaya un país donde la madre Celestina merece los honores de ser reclamada
por medio de una legación de primera clase! Parece que, en este particular, el
amigo don Gabriel no piensa como el galeote “corredor de oreja, y aun de todo
112
Montalvo no asentó nunca una calumnia: públicos y notorios eran en Quito los comercios
indecentes de García Moreno con la cajonera Dorotea y algunas mujeres de copete, una de las cuales
había sido antes madre de uno que es ahora apologista del tirano (Nota de Benjamín Carrión).
118
el cuerpo”, que iba a galeras por haber querido que todo el mundo se huelgue
y viva bien. A García Moreno le habremos de hacer pintar ahogando bajo su
planta poderosa a la madre Celestina; pues montas que en su estatua acuestre ha
de ir al anca el corredor de todo el cuerpo.
Estos son los progresos materiales y morales de García Moreno. Pero demos que perforase los Andes y pusiese en contacto los dos mares; ha contagiado
a sus esclavos con la lepra de su alma, y en tanto que esos chorros de pus apestan
al Nuevo Mundo, no podemos decir que hay salud en ese pueblo.
El espítitu de Samuel Morse no desciende sino sobre las naciones luminosas: hoy que sus alambres encantados unen los dos polos, el oriente y el occidente, y envuelven la tierra, comunicándole al oído los secretos de las ciencias, los
sucesos de la política, los vaivenes del comercio ¿cuál es el cacique ignorante que
se atreve a decir que su tribu ha superado a todas las repúblicas sudamericanas
en adelantos físicos y morales, cuando no tiene un jeme de telégrafo electrónico,
ni sabe quién ha sido Sirus Field? ¡El istmo de Panamá está viendo pasar desde
tiempo inmemorial esas mangas de fantasmas tenebrosos que van a oscurecer el
Ecuador, frailes de uno y otro sexo, jesuitas repelidos de todo el mundo, carlistas trashumantes, y aquí, aquí es donde se publica que el depotismo de García
Moreno ha dotado al Ecuador con una gran suma de progreso físico y moral!
“Más vale un malo conocido que un bueno por conocer”. Éste es el ruin
adagio que ustedes han ido a mendigar a otra lengua, para ponerlo por fundamento de una infame usurpación, de una perpetuidad que es ya, no solamente
la ignominia del Ecuador, pero también la vergüenza de la América republicana. ¿Adónde van a parar los principios democráticos, adónde las instituciones
liberales, adónde de los derechos de los pueblos, adónde la justicia, adónde el
pundonor, adónde la dignidad humana, adónde la libertad, adónde la esperanza? “Más vale un malo conocido que un bueno por conocer”. ¡Ah, señores, si las
sentencias de la trascasa han de salir ahora a echar por tierra las máximas de la
filosofía, los fundamentos del gobierno, las bases de la República, llorad, llorad
conmigo la calamidad de los tiempos, la negra desdicha del género humano.
Senado de los lores, Cámara de los Comunes; Cuerpo Legislativo de la ilustre
Francia; legisladores de los Estados Unidos; Gladstone, Beales; Tiers, Gambetta;
y tú, Carlos Summer, el más sabio, el más filantrópico de los norteamericanos,
salid, huid, el mundo no os necesita ni os aprecia; el galopín de montera blanca
y delantal manchado de carbón es el que reina, el que legisla! “Más vale un malo
conocido que un bueno por conocer”; ¡viva la dictadura perpetua del verdugo!
“Lo que García Moreno ha hecho por el progreso y adelanto de su país,
es patente para todos”. Veamos lo que es patente para Colombia donde se publican estas cosas. Para Mosquera es patente que García Moreno le molestó
119
con enviarle nueve mil labriegos para que los degüelle a orillas del Carchi; para
Arboleda es patente que García Moreno le frustró sus planes, le destruyó su partido, le causó la muerte, yendo en persona a hacerse apalear a orillas del Carchi.
En tanto que ese fiero colombiano meneaba la cachiporra sobre la cabeza de sus
correligionarios, el amigo don Tomás Cipriano iba ganando terreno y apoderándose de todo, como quien no dice nada.
Lo que es patente para Colombia, es el alzamiento de Nicolás Martínez
contra los colombianos; ese horrendo somatén donde hombres, mujeres y niños fueron destrozados o puestos en huída a media noche. Bien es verdad que
este suceso debe ser pura fábula, ya que el asesino recibió un alto ascenso en las
barbas del Enviado Estraordinario y Ministro Plenipotenciario que fue a pedir
satisfacciones y entró a Quito como una tromba marina, oscuro, amenazante. La
tempestad fue al punto convertida en calma chicha, el que había venido rugiendo como león, salió arrullando como paloma. Vengados fueron sus compatriotas, puesto a salvo el honor de la nación, ya que él, un asesino, subió a Ministro
de la Corte Suprema, donde se pandea todavía, y el otro a gobernador del lugar
del crimen. García Moreno, donde no vale la fuerza, echa mano por la magia:
es Atlante en cuerpo en Polifemo. Tiene además un colegio de Circes que hacen
raras transmutaciones. Poco fue que no le hizo confesar y comulgar a su hombre.
C´est mon homme, dicen los franceses: García Moreno tiene sus hombres.
¡Qué es, mi Dios, ver un empleado público, un agente de la autoridad
suprema, un gobernador alzar el pueblo, asaltar a media noche a una colonia
extranjera, romper, herir, destrozar a diestra y a siniestras! Estos son los sostenedores de García Moreno, a éstos asciende a Ministros de la Corte Suprema,
éstos piden su reelección, éstos escriben las manifestaciones que tanto han podido en el ánimo de ustedes, señores redactores del Star and Herald. Aquí tienen
ustedes una cosa tan mala como el acontecimiento de Bolivia que se ha querido
convertir en provecho del tiranuelo del Ecuador, sin más efecto que el daño de
estos recuerdos. Sin ocasión, no conviene llevar la memoria a los casos horribles;
más la oportunidad, la necesidad... Si la página más brillante de García Moreno
es no haber hecho lo que Iriondo, yo siento y pruebo que en el Ecuador han
ocurrido crímenes públicos mucho más trascendentales. Al fin los bolivianos se
están pelando las barbas entre ellos; pero la hospitalidad, esa diosa de los bárbaros que adoran también los pueblos civilizados, no ha visto caer sus templos en
Bolivia. García Moreno hace juzgar a los extranjeros por herejes, y a otros los
hechan a palos de sus pueblos. ¡Ese, ese hombre debe ser dictador vitalicio del
país donde acontecen hechos semejantes!
Ya oigo la argumentación de García Moreno: los reos fueron juzgados,
dice; absueltos los delincuentes, ¿qué culpa tengo? Fueron juzgados, no por or120
den suya: fueron absueltos por su orden. Él trato con el Ministro de Colombia,
él apremió a los asesinos. La revolución es el mayor de los crímenes en siendo
contra su tiranía; las que él hace contra hombres buenos, mansos, sencillos,
inocentes, simples, beatos, infelices como Carrión, como Espinosa, son cosas
grandes, cosas bellas. Espinosa los hacía juzgar; García Moreno le bota, usurpa
el mando, y hace ministros de la Corte Suprema y gobernadores a los asesinos;
y el señor don Teodoro113, muy satisfecho de sí mismo, piensa que se ha echado
a la faltriquera a Talleyrand y Metternich.
¿Qué otra cosa es patente para Colombia? Cosa patente –los cinco colombianos azotados en Esmeraldas, uno de los cuales llevó su queja hasta las alotas
regiones del gobierno.
¿Qué otra cosa es patente para Colombia? Cosa patente –los robos oficiales que cada día se hacen a colombianos en el Ecuador, quitándoles hasta los
céntimos del bolsillo. Los robados se desahogan con hartar de insultos a los
ecuatorianos: ¡Dios de bondad!, ¿son ellos los que les saltean? Es García Moreno el jesuita, hombre sin Patria: no la tiene el que no la ama y la deshonra;
no la tiene el que la escarnece y la embrutece; no la tiene el que la oprime y
la mata. La hospitalidad, la benevolencia, el cariño que los colombianos han
hallado siempre en el Ecuador ¿en dónde los hubieran hallado? Amor, riqueza,
preponderancia, todo. Las mejores casas siempre abiertas para los vecinos; las
mejores manos a su alcance; las mejores haciendas, para ellos; en buena hora, si
han sabido merecerlas. Cuando García Moreno y su pandilla les roban, les persiguen, les ultrajan, él es el delincuente, él merece el castigo; ¿por qué vengarse
de sus víctimas? Porque le sufren, exclaman en Bogotá; porque no le derriban,
añaden en Popayán; porque no le matan, gritan en la brava Pasto. La prensa de
Panamá ha tomado sobre sí el oponerse a esas ciudades; ella no quiere que le
derriben ni le maten, antes proclama la dictadura perpetua del verdugo. ¡No,
señores! No he dicho la prensa de Panamá; digo un periódico, periódico escrito
en lengua extraña. El pueblo panameño que se levanta en globo a vitorear a
Páez; que festeja en la alegría de la libertad y el patriotismo al último de nuestros libertadores, no aplaude las obras de un oscuro tiranuelo, las supercherías
de un traidor consuetudinario. La estatua de Herrera está ahí que le instruye
y le amenaza: en faltando sus hermanos a los deberes del hombre libre y fiero,
ella alza la voz de la tumba, solemne en todo caso, terrible, cuando se queja y se lamenta. Y vosotros, campeones de la ley, soldados de la inteligencia,
propagadores de las luces, diarios de la alta Bogotá, ¿no estáis disminuyendo
cada día los asertos de este cofrade descarriado? “La Ilustración”, “La América”,
113
Teodoro Valenzuela, el Ministro de Colombia en Quito.
121
“El Diario de Cundinamarca” y otros cientos, no piden a tercera, la cuarta, la
quinta reelección de García Moreno, ni piensan que sea necesaria una mano de
fierro para ese pueblo de corderos. ¿Cuál más suave, más blando, más fácil de
gobernar, y aun de oprimir en todo tiempo? Pues necesita una mano de fierro.
Potestas tenebrarum.
¿Qué otra cosa es patente para Colombia? Les sobra fundamento a ciertos colombianos y muy particularmente al Enviado Extraordinario y Ministro
Plenipotenciario para pedir satisfacciones de la sangre derramada por Nicolás
Martínez. Les sobra fundamento para llamar de “matachines” y de “viles” a los
ecuatorianos, y venderlos al mundo por “eunucos”. Es cierto que en los dominios del Gran Señor de la Puerta Otomana los eunucos corren con el azotar; ¿a
quienes? A los de Esmeraldas; ¡gran Dios!
Ahora veamos lo que es patente para el Perú, otro de los vecinos. El Perú
sabe y ha visto la persecución a los miembros del concejo municipal de Guayaquil que protestaron patriótica, noble, altamente contra la ocupación de las
islas guaneras por los españoles. El Perú sabe que García Moreno es reo de sus
tribunales, preso legítimo de sus cárceles; sabe que tiene allí causa criminal declarada con lugar a proceder; sabe que sus jueces le han juzgado por tentativa de
homicidio. Sabe y ha visto que el pueblo de Lima le seguía por las calles cuando
huía medroso, a las voces de: “¡No hay quien mate a ese tirano!”.
¿Qué más sabe y ha visto el Perú? Sabe y ha visto que en Piura le fusilaron
en estatua por la espalda. El Perú y Bolivia y Colombia y Venezuela y Chile y
Buenos Aires y todo el continente sabe que García Moreno propuso al señor
Heriberto García de Quevedo entregar al Ecuador a España¸ sabe que escribió
varias cartas al señor Trinité ofreciéndoselo a Francia, y ha leído esas cartas.
¿Qué más sabe y ha visto la América del Sur? García Moreno contesta, no para
negar estos delitos, sino para decir que son cosas traqueadas, antiguas, y que los
que se las recuerdan son ladrones, bribones, estafadores, pillos, bandidos prófugos, infames calumniantes y otras santidades de las que acostumbra. Contesta,
no que no ha cometido esas felonías, sino que son cosas traqueadas, antiguas.
Con ser buen leguleyo no sabe que los crímenes no prescriben; y con ser no mal
físico, no sabe que la infamia tiene aceite de patíbulo, no se seca jamás, y está
oliendo sin fin, como el almizcle.
Traqueadas, antiguas… Y cabalmente por esto debe ser dictador perpetuo.
Quisiera yo saber si los franceses elegirán Presidente de la República a Bazaine
dentro de catorce años: su traición será entonces cosa traqueada, antigua, y
tendrá derecho al primer puesto. Hay acciones que imprimen carácter: los traidores son sacerdotes ordenados por Satanás y con cerquillo y corona se van a los
infiernos, aun cuando vivan cien años. Cosas traqueadas, antiguas… ¿Y quién
122
nos guarda de que no las renueve, refresque y pulimente en la primera ocasión?
Como su poder viniera a riesgo de perderse, verían ustedes que aquel presbítero
hacía lo posible por darle retoque a lo traqueado, novedad a lo antiguo. Res sacra
reus, decían los romanos; el reo es cosa sagrada. Pero esto era cuando iba hacia
el cadalso; cuando se contonea en la gloria mundana, el reo es cosa maldita.
García Moreno debe ser dictador perpetuo por estas razones positivas; ahora vienen las negativas. Debe serlo porque él no ha hecho lo que el gobierno
de Bolivia acaba de hacer con un distinguido boliviano, romper con su casa
a cañonazos, invadirla, saquearla, llevarse presos a sus moradores. Y no debe
serlo también porque no ha puesto fuego al templo de Delfos; porque no ha
destruído la biblioteca alejandrina; porque no ha matado a su madre ni a su
esposa; porque no ha entrado en Roma a sangre y fuego; porque no ha asesinado
a Enrique IV; porque no ha fusilado a monseñor Darboy; porque no ha entregado la nación francesa a los alemanes; porque no ha desorejado a los generales
enemigos, como don Manuel Rosas. Sobran razones para elegir por tercera vez
a García Moreno.
Un anciano agobiado con el peso de los años y los males se halla en el calabozo de un cuartel: cano, enfermo, triste, no dice nada ni se mueve. Llegan los
verdugos, le toman, le arrastran al patio, le templan, le azotan. ¿Oyen ustedes?
¡le azotan! ¿Han oído? ¡le azotan! Y ese hombre es militar, general, veterano de
la independencia. Después de azotado, le echan fuera. A pocos días, como iba
por la calle despacio, taciturno, cayó muerto. El corolario del azote debía ser el
veneno; el tiranuelo temió la venganza del soldado. Justo es que en Colombia,
en Panamá se proclame la dictadura perpetua de García Moreno: el General
Ayarza fue hijo de Panamá, colombiano. ¿A dónde sois idos, justicia y honor
de las naciones?
Al honor y la justicia de Colombia no seré yo quien toque, ¡por Dios
vivo! Las virtudes de un gran pueblo son cosas muy elevadas, para que vengan
a tierra por desvíos solitarios que él no disimula. Pero me llena de asombro al
ver cómo de la cuna del General Fernando Auarza salga la única voz quizá que
en Colombia canonice al traidor y azotador García Moreno. Cinco años de
destierro son para cualquiera cinco muertes; cinco años vividos en un desierto
hermoso donde la mano de Dios está extendida sobre la Naturaleza y los pocos
hombres que le habitan, me enseñaron a quererla a esta Colombia, heroica por
sus hechos, libre por su querer, clara por sus luces, cuando al pie del Chiles y
el Cumbal pasaba yo mis días tristes en esa felicidad misteriosa de que solo son
capaces ciertos corazones.
Cuando el crimen de haber azotado a un general, un veterano de la independencia, fue a resonar en las naciones vecinas, don Pedro Pablo García Mo123
reno, hermano del delincuente, desmintió en Lima con laudable prontitud el
desafuero que se atribuía a su hermano, y dijo en “El Comercio”, que de ser verdadera semejante atrocidad se seguiría que ese hombre muriese abrumado bajo
el peso de la execración del mundo. El hecho era positivo, auténtica la noticia.
¡Los hermanos de aquel bárbaro protestan junto con todos los sudamericanos
contra sus insensatas tropelías; y habrá un escritor, un periodista, un encargado
de los intereses generales, un guardián de la moral pública, un vigilante de la
libertad, un oficial de la democracia que alce la voz y llame a la dominación
vitalicia al ser infausto que está condenado a muerte por el tribunal del Nuevo
Mundo, a las penas eternas por la justicia del Todopoderoso!
¡Qué doctrinas! La republicana desecha la de los hombres necesarios, y la
de los providenciales es impiedad entre nosotros, cuando no fue sino sandez en
Napoleón III. La elección de Grant para un tercer período no sería admisible en
los Estados Unidos, porque olería a cesarismo; la de García Moreno es necesaria
en el Ecuador, porque “difieren las circunstancias”. ¿Qué circunstancias? ¡Ah,
señores! Este vago, hueco, fantástico vocablo no entraña muchas veces sino la
nada; pero una nada malévola, nociva; vientecillo apenas sensible que causa la
muerte, como esos aires disimulados que en ciertos países soplan a modo de
céfiro y matan a modo de simún. Las circunstancias no quieren que Grant se
perpetúe en los Estados Unidos, Sarmiento en la República Argentina, Murillo
en Colombia, y exigen que García Moreno sea eterno en el Ecuador. Estos
suben por elección libre, gobiernan con rectitud, concluyen con honor, descienden con modestia, y no incurren en fatuidad y vanistorio afirmando que solo
ellos son capaces de regir sus naciones respectivas. Que García Moreno piense
y aun diga que en la suya no hay sino él, aun no tan malo; que mande a sus
Eutropios pensar y decir lo mismo, es natural; ya otro de su calaña mandó que
se le tenga por Cibeles, madre de los dioses; y el que tal no creía y confesaba,
incurría en delito de lesa majestad. Pero que hijos de otros padres, escritores de
luces, periodistas acreditados hagan a un pueblo todo el sumo agravio de no
concederle sino un hombre, es cosa que no sufre el corazón. ¿Conocen ellos
a ese pueblo? ¿Conocen a esos hombres? Piensen, confiesen y sostengan que
García Moreno es Cibeles, madre de los dioses; pero no cierren a palos con los
que no lo confiesan porque no lo creen. Pueblo donde no hubiese más que un
hombre, estaría condenado a la conquista o a la barbarie. Bien es que los dioses
no mueren; y si el viejo Saturno se los iba comiendo conforme le iban naciendo,
la madre Cibeles le partió tal hijo que se llamó Júpiter. Pero si no mueren se van,
amigos míos; ¿no saben ustedes que los dioses se van? Se fueron de la Francia,
se fueron de la España, se fueron de Roma, se fueron de Nápoles; emperadores,
reyes, papas, ¡a la edad media! ¡vale retro!
124
Del Paraguay, se fueron; de Buenos Aires, se fueron; de Bolivia, se fueron;
de Guatemala, se fueron; del Salvador, se fueron; el doctor Francia, Melgarejo,
Carrera, Dueñas, dioses de menor cuantía, títeres del Olimpo, ¡se fueron! y no
así como quiera, sino marcados en la frente con el hierro con que los pueblos
señalan a los tiranos para que sean reconocidos en las regiones infernales.
García Moreno no se va todavía, el esfinge no se mueve; su catigo está
madurando en el seno de la Providencia; mas yo pienso que se ha de ir cuando menos acordemos, y sin ruido; ha de dar dos piruetas en el aire, y se ha de
desvanecer, dejando un fuerte olor de azufre en torno suyo. Los jesuitas le han
cortado el rabo para cuando lo hayan menester: ¿les valdrá la reliquia? Los dioses se van, amigos míos; se van también los diablos; Jesús es el que viene; Jesús
nos trae la rendición, la libertad, la democracia.
Volvamos a la política. Las circunstancias suenan a motivo transitorio, que
no data de quince años, ni se extiende por el porvenir durante la vida de un
hombre; reina ya quince años ese tiranuelo, ¿y todavía alega las circunstancias
para no apearse? Pues si es de condición que en tanto tiempo no ha podido
ordenar las cosas de manera que entregue honradamente el mando y sin temor,
a otro ciudadano, de presumir es, seguro es que las circunstancias durarán tanto
cuanto esa alma de diablo mueva ese cuerpo de bruto. Tiene en su persona todos los caracteres de la longevivencia: bien repartido, pecho espacioso, osamenta
gruesa, sólida; el temperamento ígneo; las extremidades, enormes: cabeza, pies y
manos de gigante. Cuando algún geólogo averiguador, rebuscando en provecho
de las ciencias las ruinas de Quito, después de algunos siglos, halle sus restos
fósiles, ha de componer con ellos un mastodonte. Frisa con los sesenta años de
nuestro hidalgo el día de hoy; por la parte que menos, se vive sus treinta más;
¿y hemos de esperar a que se muera? ¡Justicia del cielo! ¿Quién no legitimaría
la usurpación, el régimen tiránico, si todo fuera alegar las circunstancias? Fundadnos la política en la filosofía, las razones en la razón, si queréis reducirnos a
vuestros pensamientos: en tanto que las circunstancias vuelan con el humo, no
hay que palpar ni que apreciar en ellas. La gran circunstancia de los pueblos es
la libertad; la de los hombres, el honor: oscurantismo, tiranía, servidumbre son
malas circunstancias, amigos y señores.
Si va a la hacienda, ¿quién no sabe la ruina vergonzosa del Ecuador, bien
así en lo tocante a la riqueza pública como a la particular? La moneda es desconocida, el ruin papel es el símbolo de los valores; y el pueblo que trabaja, el
pueblo que suda, el pueblo que da de comer, no come; el pueblo tiene hambre,
tiene hambre el pueblo, ¡cosa horrible!, ¡cosa inaudita en Sudamérica! Los diez
mil italianos de capilla, los veinte mil jesuitas, las cien mil genízaras que con
nombres variados y pintorescos han importado del viejo mundo, se comen lo
125
poco que alcanza a producir un pueblo aherrojado; sabido es que el trabajo
libre es el productivo. Los frailes son los únicos que tienen dinero. “Cuando
lo he menester –acaba de decirme un notable comerciante–, no voy a tal ni a
cual casa mercantil; voy a una celda; los padres me sacan de cualquier apuro,
por mi dinero”. La usura ha nacido y vivido en el convento; ojalá muriese en
el patíbulo. Cada fraile extranjero es una ventosa pegada a las carnes de ese
pueblo desdichado; todos tienen rentas cuantiosas, todos tienen industrias, todos hacen milagros, desde el enviado del Papa, y a la sombra del tiranuelo; las
iglesias están saqueadas, las custodias falsificadas, las imágenes desnudas. Un
tal Tavani, internuncio, hizo tanto en Quito, que de vuelta a Roma, Antonelli
le suscitó tres causas criminales, y una de ellas la de simonía. Pero como había
llevado medio millón de pesos, él tuvo la justicia de su parte, y hoy vive a lo
cardenal en un palacio. Esos quinientos mil duros, ¿para cuántas necesidades
no hubieran servido en el Ecuador? El Star and Herald acaba de anunciar que
el reverendo Padre Potter, de la Compañía de Jesús, ha sido nombrado Ministro de Instrucción Pública en el Ecuador. “Éste parece ser –añade el respetable
periódico– el paraíso de los jesuitas; y está muy bien que los humildes secuaces
de Jesús a quienes la civilización de nuestro siglo insiste en perseguir, hallen un
lugar de descanso, aun cuando sea en las costas del Pacífico”. La ironía no puede
ser más a favor nuestro; los hombres a quienes la civilización repele, hallan su
paraíso en el Ecuador, que naturalmente será más civilizado que Europa y que
toda América. Aquí tienen ustedes, señores del Star and Herald, confesada y
pregonada por ustedes la barbarie de García Moreno. En su conciencia, ustedes
están de acuerdo con nosotros; pues, ¿cómo sostienen lo contrario? Cuando
aún no acaba de reírse el Nuevo Mundo de ver a ese ingenioso Cayo dedicar
por un acto solemne la República al Sagrado Corazón de Jesús, ¿cómo se ha de
maravillar de que los jesuitas compongan su Ministerio? Hombre jocoso: ha
repartido su ejército en cuatro divisiones: “División del Niño Dios”, “División
del Buen Pastor”, “División de las Cinco Llagas”, “División de la Purísima”. Y
donde los regimientos se llaman en otras partes “Húsares de Apure”, “Dragones
de a caballo”, “Granaderos de la Guardia”, “Lanceros de la muerte”, en el ejército de García Moreno se llaman “Hermanos Católicos”, “Hijos de su Santidad”,
“Guardianes de la Virgen”, “Ejercitantes voluntarios”. Pues han de saber ustedes
que el ejército de García Moreno entra a ejercicios, confiesan y comulgan desde
los generales. Si no estuviera tan manoseada, tan vulgarizada, tan opacada esta
palabra de Cicerón, risum teneatis, aquí me la decía yo, porque aquí encaja.
Parece que la clerigalla extranjera ha recogido ya el último centavo; para
salir de apuros, García Moreno ha recurrido al empréstito, ese yugo tan pesado
bajo del cual gimen los gobiernos poco advertidos; bajo del cual medran los
126
de escasa probidad. ¿Cuándo llegará el día de que el mal del empréstito no sea
necesario porque lo rehuyamos con el trabajo y la economía? El empréstito,
molestia del presente, azote del porvenir, espectro que aterra a los gobiernos
probos. García Moreno ha recurrido al empréstito: ha de ofrecer cinco por uno,
y lo ha de conseguir: ¿qué le importa? Él sabe que no será él quien lo pague.
El empréstito, cucaña para los prestamistas, ganga para los negociadores, boda,
jolgorio para los jesuitas. Pronto, pronto esos millones: el Padre Alfaracho los
exige, la madre Labrusca los reclama.
No concluiré sin suplicar a mis lectores no tomen a la letra un principio
consignado en este escrito y ligeramente desenvuelto: hablo del derecho de insurrección, que sería sobrado atrevido si no se le encerrase en los límites que
piden la razón y “un derecho superior”, cual es el que tiene la República de
existir; “principio que domina todo el edificio social y político”, según acaba de
sentar el hombre más consumado en materias políticas y sociales de los Estados
Unidos. Éste es el honorable Reverdy Johnson, quien acaba de decidir que Mc
Enery no tenía derecho para derribar el gobierno del usurpador Kellogg, y que
la revolución de la Luisiana ha sido un acto ilícito, aun cuando el electo legítimo
hubiese sido el dicho Mc Enery; y que todo lo que le cumplía al pueblo luisianés era esperar con paciencia. Reverdy Johnson ha juzgado en un solo punto de
vista; ni había otros en los cuales se presentase la materia: Kellogg entrampó las
elecciones y se declaró gobernador de la Luisiana; Mc Enery reunió la mayoría
de sufragios, y fue burlado por su competidor; ¿tuvo derecho para tomar por
la fuerza lo que sus conciudadanos le habían concedido de su buena gracia?
Un juez competente, anciano en quien concurren la experiencia, la sabiduría y
la probidad, ha decidido que no, porque del principio contrario se seguiría la
anarquía. Pero si a la usurpación hubiera añadido el dicho Kellogg el crimen de
atentar contra las instituciones democráticas, de imponer su pura voluntad con
vilipendio de las leyes, de erigir el cadalso como el altar de la Patria, de ahogar a
los hijos de ella bajo un sinnúmero de frailes ávidos de su sangre, de plantear el
fanatismo como principio filosófico, de declarar el Silabus la ley de la República,
después de haberla vendido varias veces a las naciones europeas; y si sobre esto
se añadiese la resolución de perpetuarse y aun nombrar su sucesor después de
sus días; el sabio, el justo, el patriota Reverdy Johnson ¿hubiera decidido que el
pueblo de Luisiana no había tenido derecho para derribar al usurpador? ¡No! Y
si tal lo decidiera, habríamos dudado de su sabiduría.
Con harto fundamento esperamos, señores redactores del Star and Herald
que ustedes rectifiquen los conceptos del artículo que ha motivado el presente
opusculillo; y mucho más si hacen memoria de los tan contrarios que más de
una vez han consignado en su periódico, obedeciendo a la ley de la justicia. Para
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la popularidad y el buen nombre de que goza el Star and Herald sobran razones:
un periódico no cobra tanto crédito sino por la elevación con que trata las cosas
y la rectitud con que las deslinda: ¿de dónde ha podido suceder que hoy salga
a cuestas con la apología de un tiranuelo cuya extravagancia raya en locura,
tiranuelo unánimemente aborrecido en las naciones sudamericanas? El escritor
se atiene a los hechos públicos, y no a las adulaciones con que un hombre de escaso pudor se recomienda él mismo. ¿Qué son los papeles que él manda escribir,
los informes de sus agentes, para con las traiciones a América, los azotes a generales de la independencia y otros crímenes grandes y espantosos que puestos
sobre el Pichincha están gritando al mundo: juzgadle, juzgadle? Obra será del
autor de su vida sacar a la luz los negros secretos de esa tiranía; a un transeunte
le ha salido al paso la ocasión, y tomándola en globo, no tiene tiempo ni humor
de entrar en esas particularidades que disgustan como una muchedumbre de
sabandijas. Pero es un deber de todo americano señalar los traidores a la Patria
común; de todo republicano combatir el despotismo y la perpetuidad; de todo
hombre de bien levantarse contra lo inicuo y poner la voz en lo alto de los cielos.
No es tiempo perdido el que se emplea en favor de nuestros semejantes, ni el
camino es malo porque se gaste una jornada en volver por los derechos de los
pueblos. No desmayar en ningún tiempo ante la muerte ni ante la calumnia,
éste es el secreto por cuyo medio hemos alcanzado la venganza de la tiranía,
título glorioso al respeto de los hombres libres.
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Liberales y conservadores
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Parece invención moderna esto de llamar liberales a los que impulsan al género
humano hacia el progreso representado por el adelanto físico y moral, y conservadores a los que se oponen a él, creídos de que cumplen con lo que manda
Dios, o cometiendo por malicia el grave error con el cual tanto perjudican a
sus semejantes. Empero si los vocablos son modernos, la esencia de la cosa es
antigua, y muy antigua. Los sacerdotes de Osiris que en los subterráneos de
sus templos estampan el escarabajo sagrado en la lengua del buey Apis, son
conservadores. Les importa que el pueblo tenga fe ciega en sus imposturas, y le
mantienen religiosamente en el engaño y la ignorancia. ¡Oh vosotros, conservadores de nuestros tiempos!, ¿creéis de buena fe en la divinidad del buey Apis? El
dios del Nilo no es el de Abrahán, el de Jacob; no es el de Juan Bautista, el de
Jesús; y con todo, los conservadores creen en el dios del Nilo, porque no abrigan
duda acerca de lo que les conviene; hay quien dude de lo que necesita, lo que
le gusta. Fuerza, poderío, tesoros, triunfos de todo linaje, buena mesa, buena
cama; respecto de los humildes, miedo de los ignorantes, amor de las hermosas,
¿a qué ambicioso no le convendría? El dios del Nilo proporciona todo esto, y es
preciso que el pueblo vea en su lengua el sello de la divinidad. En vano piensan
algunos que los conservadores no han inventado la pólvora: bobos son, pero no
para su negocio.
Thales, Pitágoras y más filósofos, viajeros conversando con los sabios de
Egipto, y aventando a dos manos al mundo las verdades aprendidas de esos ancianos misteriosos, son liberales. Liberal es Sócrates, cuando enseña el progreso
y la virtud a sus discípulos: los treinta tiranos que le condenan a muerte, porque
corrompe, según ellos, a los jóvenes son conservadores. Están bien hallados con
Venus y Mercurio, y castigan rigurosamente al que pone en duda la pluralidad
de dioses. Liberal es Platón cuando rompe por la muchedumbre del Olimpo, y a
paso largo va y se postra ante el Criador de cielos y tierra, en presencia de Júpiter
que le mira asombrado con el rayo muerto en la mano. Los que llaman loco a
este filósofo, y le venden como a esclavo, son conservadores.
Tiberio Graco ofreciendo en lo alto el Capitolio la libertad al pueblo, es
liberal: los decenviros repartiéndose entre ellos los despojos de Roma; teniendo
asida la cadena con que le arrastran por las oscuras regiones de la servidumbre,
son conservadores. Estos necesitan un horrible crimen, crimen sublime, crimen
114
Tomado de: Juan Montalvo, El Regenerador, Ambato, I. Municipio de Ambato, Vol. I, 1987
[1876-78], pp. 110-119.
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santo de un viejo tribuno, para aflojar esos eslabones. Virginia muere a manos
de su padre por la honra y la virtud; y el puñal que abre esas entrañas vírgenes
restituye la libertad a su Patria. La muchacha Virginia y su santo matador son liberales. Liberal es Lucrecia, liberal Junio Bruto; los Tarquinos son conservadores.
En el siglo décimotercio hubo en la ciudad eterna un hijo del pueblo, que
habiendo nacido en la furia de la esclavitud, vino por el valor y las virtudes a
ser libertador y padre de la Patria. Llamábase Rienzi ese plebeyo. Tiemblan los
tiranos, los nobles caen de rodillas ante el héroe justiciero. Vicios horrendos,
crímenes inauditos ennegrecen la mansión de las virtudes: Rienzi se levanta,
sopla sobre los perversos, y todo queda limpio. Robo, prostitución, asesinato,
huyen despavoridos, o se encierran y fortifican en sus torres. Rienzi tiene en la
diestra la espada de la justicia: juzga y condena; no castiga de mano poderosa.
La antigua Roma, la Roma de los grandes hechos, la de Escipión, la de Catón
ha resucitado por un instante. Rienzi es liberal.
Los que salen de sus castillos de improviso, cual bocanada pestilente del
averno, y le sofocan, y vuelven a la ciudad a vengarse del pueblo, proclamando
el imperio del hambre y el azote, son conservadores.
El señor feudal encerrado en su castillo entre murallas de piedra viva, rodeado por defuera de vasallos a quienes manda con el látigo, es el emblema
del partido conservador de la edad media. El conde o barón se viste de acero:
el arma del enemigo ha de ser el hacha que le rompa los huesos con defensa y
todo: la coraza no da paso a la espada; el morrión fornido se ríe del sable. Monta
su bridón el caballero, y resonando las piezas de su cuerpo, sale por una puerta
que no se abre para otra cosa, en medio de las chispas que sacan de las piedras
las herraduras de su feroz caballo. A cuatro pasos de sus posesiones ha dado con
la hueste del vecino: estréllanse los dos, combátense, desgüéllanse, sin motivo
ni declaración de guerra. Cuando la esposa esperaba a su dueño y señor con el
fruto de la caza, un fiero jabalí atravesado en las ancas de su cabalgadura, ve
entrar un cuerpo humano cruzado en la negra silla. Es su esposo que ha muerto
a manos del barón de la montaña.
Los señores feudales eran conservadores; vivían apasionados a sus leyes y
costumbres.
Los caballeros andantes que armados de todas armas recorrían el mundo
amparando huérfanos, socorriendo viudos y menesterosos, desfaciendo agravios, castigando malandrines y follones, eran liberales. Justicia, generosidad,
sacrificio, noble pasión por el progreso humano, esto profesaban esos locos sublimes, que en su tiempo eran muy cuerdos.
Durante las repúblicas de Italia, los güelfos son conservadores, los gibelinos liberales: los güelfos se atienen a la aristocracia de la sangre, y quieren pre130
valecer por ella; los gibelinos no reconocen más nobleza que la de la honra y los
grandes hechos. Los güelfos le ponen el yugo al pueblo y le declaran esclavo; los
gibelinos se lo quitan y le proclaman libre. Los güelfos lo allegan todo para sí,
coma o no coma el pueblo; los gibelinos miran por él, le defienden, le protegen.
Los güelfos le niegan la instrucción, le abruman con trabajos inmoderados; los
gibelinos le enseñan como pueden, le dan tarea medida y razonable. Los güelfos
son conservadores, los gibelinos liberales.
Toda innovación es un error, y todo error lleva al infierno, dice el Corán.
Mahoma es conservador. Jesús, mandando a sus discípulos a predicar por el
mundo las nuevas verdades que él les había enseñado, es liberal. El liberalismo
consiste en la ilustración, el progreso humano, y por aquí, en las virtudes; ni
puede haberlas en medio de la ignorancia y el estancamiento de las ideas. Aguas
que no se mueven se corrompen. Los conservadores beben del Mar Muerto.
El ferrocarril, el telégrafo, la navegación por vapor son liberales. La vida
está en el movimiento: la tumba es inmóvil.
Sucedió que el inventor de la locomotora estuviese haciendo sus ensayos
por menor en un país de Inglaterra. Acertó a pasar un clérigo presbiteriano, y
recibió en la pierna un choque de la maquinilla, que se iba de por sí, rugiendo
como enojada con el diablo. ¡Fugite partis adversae! Exclamó el sacerdote, juzgando que fuese cosa del enemigo malo. Los conservadores hasta ahora tienen
el ferrocarril por invento del demonio, y lo que es peor, de los demonios. Su
religión es no salir del círculo en donde alcanzan a oler sus narices. Paréceles
que un buen cristiano, cristiano viejo, no puede, sin mostrarse antipapista y heresiarca, dejase arrastrar diabólicamente por el demonio de la locomotora, subir
a bordo de un buque de vapor, y menos ir a esconder la cabeza en las nubes en
ese globo encantado a quien espolea un braserillo. No, señor: un católico a lo
Fernando VII ha de andar en mula, con su buen jaquimón de chapas de plata,
petral, retranca y tapanca de borlas coloradas. Y el sombrero es pequeñito en
gracia de Dios: bajo su ala puede sestear un rebaño, o desollar el lobo media
docena de borrachos. El rostro va sujeto a la cabeza con un tercio de sábanas:
se echa a cuestas dos o tres piezas ridículas de esas que llaman ponchos, y tran
tran, se va por esos trigos, muy pagado de sí mismo y de su santa religión. ¿Pues
no la conjuraba a la locomotora aquel buen eclesiástico? El pasado, dice un gran
autor aludiendo a este suceso, chocaba con el porvenir. Y bramaba de cólera y
despecho, agregamos nosotros.
Stephenson es liberal; el clérigo presbiteriano, conservador.
Sabido es que los conservadores de las selvas americanas persiguen tenazmente la electricidad que vuela por sus negros hilos a lo largo del desierto. Los
Estados Unidos les aterran con la muerte o les aplacan por medio de regalos, para
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que no rompan los hilos telegráficos ni corten los rieles del ferrocarril del Pacífico. ¡Quién lo creyera!; hemos visto en algunas naciones de América al partido
conservador oponerse tenazmente a los proyectos de ferrocarriles, y empeñarse
en manifestar, ¡no solamente lo inútil, sino también lo perjudicial de estas empresas! El Gobierno Inglés, mandando el partido conservador con Palmerston o
con Derby, hizo una guerra cruda al proyecto de Fernando Lesseps, que hoy es
una de las obras mayores y más admirables de los tiempos modernos. El virrey de
Egipto, bárbaro generoso que civiliza las pirámides y llueve sobre la ardiente arena, no disimula su apego a la civilización europea ni sus simpatías por el partido
liberal. Los conservadores de Persia se han opuesto con amenazas terribles a que
el scha introduzca en el imperio las reformas que le hubieran sacado de la barbarie, y enviado un magnífico saludo al gran Ciro en sus palacios de la eternidad.
Los sesudos, los conservadores de Francia, echaron a pasear a Fulton, cuando se presentó con el proyecto de la navegación por vapor en la mano. Dijeron
lo que el profeta: Toda innovación es un error, y todo error lleva al infierno.
Temieron los sesudos irse a los infiernos más prontito de lo que se habían de ir
en sus pontones carcomidos, lepra de los puertos. Fulton, Samuel Morse, Sirus
Field, todo el que se mueve, se agita, discurre, imagina, crea, da vida y poder
al mundo, corriendo en uno como frenesí bienhechor, impelido por el espíritu
de la perfectibilidad humana, todos son liberales. La esencia del liberalismo es
el movimiento. El liberalismo devora mares y ríos; rompe las entrañas de los
montes, y pasa de una nación a otra en un instante: dos minutos necesita para
comunicar al mundo entero lo que ocurren en un lugar, y está ya en camino
de adueñarse del reino de la atmósfera, en su flujo por conocer y averiguarlo
todo. El dios de los conservadores es un gigante sin pies, que está sentado en el
centro de un profundo valle. Semejante a Vischnú, el genio de las pagodas de
la India, carece de la facultad del movimiento; no se mueve, y tiene crispadura
de nervios cuando ve encumbrarse el águila o dispararse enardecido el león del
hosco monte a la llanura. Gigante perpetuamente hambreado, su mesa es el patíbulo: vive la carne humana; la pena de muerte el renglón que le sustenta, y no
le harta: él quisiera matar dos veces a sus víctimas, y comérselas dos veces. No se
mueve, y es temible: allana el hogar doméstico arrastrándose: la inviolabilidad
del domicilio es una burla para él. No se mueve, y nadie puede huir de sus garras; todos son tributarios. No se mueve; mas con sus ojos inmóviles escudriña,
no solamente las acciones, sino también los pensamientos de sus esclavos. No
se mueve: mas el prestigio infernal que se levanta de su cuerpo entorpece aún a
los que andan lejos, les atrae, les echa como muertos a sus plantas. El dios de los
conservadores es terrible: ve tinieblas, oye silencio fatídico, huele azufre, gusta
sangre, se la bebe, se emborracha con ella, y salta sin pies en satánica alegría.
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Don Alonso el Sabio fue liberal: con la vista fija en el porvenir, daba trancadas descomunales, cuatro siglos delante de sus contemporáneos. Enrique IV
era liberal; Enrique, el mayor, el mejor de los reyes de Francia; uno de los pocos
que han alcanzado el cariño de sus súbditos, la admiración de cuantas son las
gentes. Los que le quitaron la vida fueron conservadores, católicos, apostólicos,
romanos. Carlos IX, el de la jornada de San Bartolomé; Fernando VII, el restaurador de la inquisición, conservadores.
El liberalismo anda soplando por el mundo en forma de viento fresco oloroso: de cuando en cuando cobra proporciones de huracán, y se precipita sobre
los pueblos echando por tierra furiosamente los alcázares del fanatismo y la
tiranía. La Bastilla, esa cárcel estupenda donde yacen encarceladas libertad, dignidad humana, facultades del hombre, tiembla sobre sus cimientos de granito,
y se viene al suelo un día de tormenta.
El príncipe de Bismarck, enemigo mortal de los católicos, ése a quien estos
caritativos cristianos tienen destinado para las llamas infernales, es conservador;
conservador a todo trance; conservador irreconciliable con los pueblos libres;
de esos que sostienen el derecho divino de los reyes, y aparentan creer en la
predestinación de los tiranos y sus víctimas. Para que se vea si ser conservador
y católico, liberal y disidente son una misma cosa. El liberalismo es el principio
de la salud. Nicolás, emperador de Rusia, mandó a su heredero en artículo de
muerte, que no diese libertad a los siervos, ni hiciese la paz con las naciones con
las cuales murió en guerra. Alejandro hizo la paz, y ha dado libertad a los hijos
del terruño. Nicolás era conservador, Alejandro propende al liberalismo.
Los españoles, liberales en España, combaten la esclavitud por la imprenta,
en la tribuna: cuando hacen oraciones remiradas acerca de la libertad en Cuba,
son conservadores, y no lo niegan. Castelar dijo que primero era español que
republicano; y por tanto sostuvo la servidumbre perpetua de la isla. Castelar,
enemigo de la libertad de Cuba, es conservador; abogado de los sanos principios, en teoría, es liberal. No hay a quien no le suene bien esta palabra: todos
los hombres de talento quieren ser liberales: si a su negocio conviene que sean
lo contrario, lo son, sin dejar de adornarse por escrito con ese hermoso nombre.
Distinguid, ruégoos: una es la mala fe, y otros los principios mismos. No digo
que la inteligencia, la sabiduría, el don de progreso sean patrimonio exclusivo
de los liberales en el mundo: ¡cómo lo diría sin acreditarme de necio! Entre los
hombres grandes, los hay que son conservadores; pero ellos se atienen a la esencia de la cosa, no a los términos vagos; a la sustancia, no a la zupía: Guizot, Thiers
han sido siempre liberales en ideas; cuando fueron conservadores, no lo fueron
sino de partido. Pero ni esto le ha gustado al fin a este admirable viejo, y hoy
tiene a gloria llamarse liberal, cabeza y guía del gran partido francés republicano.
133
Luis Veuillot es uno como De Maistre, menos sanguinario, pero más tenebroso.
Los pueblos no tienen derecho ni facultades: todo sale de Roma. Una ocasión
que este desaforado papista había recibido de Su Santidad una reprimenda, a
causa de sus exageraciones curiales, se puso rostrituerto y desabrido. Los periódicos burlescos de París publicaron entonces una caricatura, que consistía en un
Monsieur Veuillot entregando su delantal al Papa como quien deja su cocina.
No sabemos qué influjo misterioso tiene éste que se llama partido liberal,
para que en el día esté predominando en casi todo el mundo civilizado, a pesar
de la oposición formidable que le hacen el Vaticano y sus ejércitos: el hecho es
que predomina, en Europa mismo. El Asia, el África son todavía conservadoras:
los cuero-colorado o peau rouge, los esquimales lo son también el principio
del Corán: Toda innovación es un error, y todo error lleva al infierno. Francia,
Inglaterra, Italia, gran parte de España, como naciones son liberales. Prusia,
enemiga del Papa; la Sublime Puerta, son conservadoras. En Sudamérica no hay
sino un oscuro rincón, este que Humboldt llamó “el templo de la luz”, que viva
bajo el yugo de los principios conservadores; esto es, bajo el poder del verdugo,
material y formalmente. Todas las demás repúblicas son liberales por inclinación y por institución, inclusive Chile, la cual, según las reformas que tiene
entre manos, lo será por completo no muy tarde; reformas que constituyen los
derechos y deberes del siglo décimonono.
Que no me he propuesto hablar de los conservadores y liberales de la tierra, lo habéis visto, compatriotas. Pueblo envejecido bajo el régimen del látigo,
no tiene derecho a llamarse conservador ni liberal. Los que, mientras vosotros
estabais de barriga, andábamos la frente erguida, respirando con abiertas fauces
aires libres y salubres, podemos hablar de estas cosas, porque nos hallamos en
posesión de distinguirlas. ¿Tenéis realmente idea de los principios, oh vosotros
los ajusticiadores y los ajusticiados de García Moreno? ¿Profesáis alguno de ellos
de buena fe, por convencimiento? Yo pienso que no. Y me fundo en que un
liberal se vuelve conservador de la noche a la mañana, como consiga atrapar un
empleillo; y un conservador se convierte en liberal furioso, si el Gobierno se lo
quita. No es puramente asunto de palabras, como oigo cada día; es más asunto
de pan y carne: Panis et circencis. Las excepciones quedan en pie, sin que les
toque mi viento: son palmas hermosas y solitarias que se elevan en un desierto;
tristes, pero majestuosas. Buenos amigos, ahorremos las injurias: yo no quiero
deprimir a nadie; lo que trato es ilustraros, ilustrándome yo mismo.
He dicho
134
Discurso
pronunciado en la instalación
de la Sociedad Republicana
115
Señores:
El prurito de asociación es una de las expresiones más vehementes de los tiempos modernos. Nuestro siglo, este siglo décimonono, el siglo-monstruo por los
descubrimientos sublimes y los sucesos estupendos, es el período de las sociedades. Mucho hacen los hombres en el día, pero nada hacen solos. Un principio
social columbrado por un sabio; una idea generosa descendida a la inteligencia
de un amigo del género humano, permanecen en estado de simiente, hasta
cuando son sembradas en el seno de una asociación, a cuyo calor fermenta,
cobra vida, y sale con fuerzas a obrar sobre el mundo, cumpliendo los decretos
de la Providencia que mira por adelanto de las humanas sociedades. El poder individual no es sino una tecla en el órgano poderoso que se denomina un pueblo:
por alto que sea su sonido, no llama la atención de la República; por delicado y
caprichoso que sea, no compone armonía, hasta que se une y combina con las
demás notas.
Las sociedades son laboratorios donde los filósofos prácticos, nigromantes
bienhechores, destilan la felicidad de las naciones. Los sabios, los filántropos
modernos no son como los sacerdotes antiguos que habitan invisibles en las
profundidades de las selvas, departiendo con los dioses acerca de la suerte de los
mortales: hoy la felicidad o la desdicha públicas no son el secreto de los druidas, ni los pueblos tienen gran cuenta con esos pensadores egoístas que ocultan
su sabiduría en las entrañas de una torre arruinada, y viven consigo y para sí
mismos, defraudando a sus semejantes de la parte que les corresponde en sus
conocimientos, sus ciencias o sus artes. La sabiduría no es propiedad exclusiva
del que la posee: él no es sino depositario: su obligación es repartirla entre sus
hermanos, que lo son todos los miembros de esta que se llama especie humana,
conjunto de criaturas agraciadas por Dios con el don de la inteligencia. Las
grandes ideas sociales requieren la sanción de un cuerpo numeroso y augusto:
como su fuerza es crecida, las del individuo que las concibe no bastan para darles movimiento. ¿Y cómo los políticos, los humanistas, los artistas, los artesanos,
115
Tomado de: Juan Montalvo, El Regenerador, Ambato, I. Municipio de Ambato, Vol. I, 1987
[1876-78], pp. 96-100.
135
todos los inventores y propagadores de las cosas les habían de dar la importancia
de los hechos, si no las comunicaran con sus semejantes y las maduraran al
fuego del corazón de todo un pueblo? Los sabios componen sociedades; los
letrados las tienen: los que cultivan las ciencias, la política, las artes, no dan importancia a sus concepciones y sus obras, sino en cuanto sacan fuerza de la cooperación humana. Las naciones europeas viven repartidas en sociedades: las hay
tan respetables, que de un imperio a otro se agarran con mano fuerte, y hacen
temblar a los opresores en sus tronos, unidas por medio de preciosos eslabones.
La Internacional es una sociedad cosmopolita: no la temen sino los tiranos; y
con justicia, porque sus estatutos y sus fines son contra la tiranía. La Internacional es sociedad universal: tiene su centro en Francia y en rayos luminosos se abre
paso por todo el continente. La internacional es sabia en Alemania, prudente en
Inglaterra, atrevida en Italia, fogosa en España, terrible en Francia, pueblo libertador del universo. Los fines de la Internacional no son los de la Comuna: no
hay que confundir, señores, estas dos cosas que en nada se parecen. El objeto de
la una es honesto, moderado; los medios de que se vale son lícitos; sus anhelos
plausibles. La organización del trabajo, la correspondencia de honorarios y salarios con oficios y obras; la libertad revestida del derecho, sofrenada por el deber,
y otros fines semejantes, son los de esa asociación que está rebosando en Europa.
Si algo abrigare contrario a los sanos principios en punto a religión, a política,
a costumbres, protestamos contra ella, y no la admitimos sino en cuanto a los
principios de justicia que se agitan y crecen en su seno. Los tiranos la difaman,
porque es contra ellos; los opresores la calumnian, porque temen por sí mismos.
La Internacional reconoce el principio de propiedad; no quiere sino que las clases laboriosas no malogren su trabajo, y la industria tenga sus leyes a las cuales
se sometan la ociosidad y el lujo. Esta sociedad no es perseguida por la fuerza
pública: los enemigos del pueblo están gritando contra ella, cierto; ¿pero qué
autoridad tiene para la democracia las alharacas de Napoleón III y de Bismarck?
Las asociaciones son la necesidad de nuestro siglo: sociedades políticas,
sociedades científicas, sociedades de buenas letras inundan las naciones cultas
de uno y otro continente. El aislamiento, la separación de los ciudadanos son el
triunfo de los gobernantes despóticos y sus perversos auxiliares: la resistencia del
individuo es nula contra la fuerza pública: si los opresores ven que tienen que
estrellarse contra una vasta porción de hombres estrechamente unidos, temen
y retroceden. ¿Habéis echado de ver, señores, cómo el peligro, las calamidades
comunes derraman en torno suyo una atracción misteriosa que aproxima a los
hombres entre sí, y les une fuertemente? Las batallas, los terremotos, los desastres generales de cualquier linaje reúnen a los desunidos, acortan los vínculos
demasiado largos. El despotismo, que es una calamidad pública; la tiranía, que
136
es una batalla lenta y continua; la anarquía, que es un terremoto diario, no pueden hallar contrarresto sino en la reunión de los hombres de bien, en el mutuo
apoyo de los buenos ciudadanos. Ahora que la ley no tiene fuerza; ahora que
el orden de las cosas está malamente amenazado; ahora que la seguridad individual carece de fianza, si no es la defensa propia, la asociación de los buenos
es indispensable. Comunidad de ideas, igualdad de sentimientos del ánimo,
unidad de doctrinas y propósitos, han sido hasta hoy motivos poderosos de
formación de sociedades: de hoy para adelante, sean ellas fundamentos y lazos
de las que vamos a fundar. Defensa de los derechos del pueblo, ejercicio de los
deberes sociales, libertad arreglada a la razón, estudio práctico de la política,
progreso gradual y de buen juicio, todo en medio del orden, tales son los fines
de la que declaramos instalada.
Comentario
Los hombres de rectitud acendrada conceden poco a la mala fe de los demás:
casos hay en que la terquedad es dignidad, elevación, conciencia del cumplimiento de un deber, sin las cuales virtudes no hay buena conducta, y mucho
menos grandeza de alma. Ese cuyas acciones tiene por normal el qué dirán,
no causará jamás admiración, ni tan siquiera despertará la simpatía de los que
sienten profunda y piensan altamente. El juicio de nuestros semejantes fundado
en la verdad y la benevolencia, es una ley para nosotros: las ligerezas del vulgo y
las necedades de la ignorancia, nada pueden con esta convicción inquebrantable
de la cual proceden nuestras obras. A ésos para quienes el sol es negro, la luz
pestífera, no les debemos sino silencio: los que abrigan de buena fe un error, o
hablan bajo la fuerza de un engaño, tienen derecho a las explicaciones.
Oído una vez, pudo quizá ser mal entendido el discurso que motiva este
comentario por los circunstantes de oreja poco atenta: puesto por escrito a la
atención y el examen de todos, no ha de tener mucho de Dios el que halle en
él ideas insanas o tendencias hacia lo que perjudica y pierde a las humanas sociedades. Él expone su modo de pensar de esta manera: “Si algo contuviere (la
Internacional) contrario a los sanos principios en punto a religión, a política, a
buenas costumbres, protestamos contra ella, y no la admitimos sino en cuanto a los principios de justicia que se agitan y crecen en su seno”; ¿da algo que
temer respecto de sus tendencias? ¿Es cosa antireligiosa, antisocial, antipolítica
rechazar con fuerza lo contrario a los sanos principios, y proclamar los de la
justicia eterna, al mismo tiempo que los de la humana? Cuando no tenemos
137
conocimiento de la cosa, el terror de su nombre es infundado. Los fines de La
Internacional son puramente políticos y sociales: la religión no es el objeto de
sus proyectos de reforma.
¿Ni cómo lo había de ser, cuando es compuesta de la clase humilde, creyente, religiosa? Artistas, artesanos, labradores, dirigidos por filósofos cristianos
componen la sociedad Internacional en todas las naciones de Europa; ¡y díganme si estas clases son las que ponen a riesgo de perderse la religión ni de estragarse las buenas costumbres! Durante el reinado de la Comuna, La Internacional
permaneció callada, indignada: su asunto no era el que tenían entre manos los
comunistas. Los miembros de la Internacional son los padres del trabajo, esos
que viven del sudor de su frente y dan buenos hijos a la Patria. Italia, España,
Francia son pueblos cristianos y católicos: ¿acaso los filosofantes perniciosos, los
escritores inmorales, los tribunos corrompidos han fundado ni sostienen esas
sociedades? Son la parte más sana y útil de las naciones, las clases trabajadoras,
ésas cuyo pensamiento no se oscurece en la ociosidad, cuyos afectos no se corrompen en los vicios, porque viven santamente ocupados en alabar a Dios con
el trabajo, y en servir a sus semejantes. Laborare est orare. El que trabaja, alaba a
Dios; y el que alaba a Dios y vive debajo de sus leyes, no es impío.
Si la Internacional no es ésta que describo, no es la que apruebo; y si esto
no basta para con los católicos de la tierra, lapídenme.
¡Al brujo, al brujo! ¡maten al brujo!
138
Segunda Catilinaria
116
Tanto Monta.
Mote de la empresa de
don Fernando el católico
Una tiranía fundada con engaño, sostenida por el crimen, yacente en una insondable profundidad de vicios y tinieblas, podrá prevalecer por algunos años sobre
la fuerza de los pueblos. Las más de las veces, la culpa se la tienen ellos mismos:
como todas las cosas, la tiranía principia, madura y parece; y como todas las enfermedades y los males, al principio opone escasa resistencia, por cuanto aún no
se ha dado el vuelo con que romperá después por leyes y costumbres. La tiranía
es como el amor, comienza burla, burlando, toma cuerpo si hay quien la sufra,
y habremos de echar mano a las armas para contrarrestar al fin sus infernales
exigencias. A la primera de las suyas, alce la frente el pueblo, hiera el suelo con el
pie, échele un grito, y de seguro se ahorra araz de tribulaciones y desgracias. Avino que un hombre de fuerte voluntad mandase azotar un anciano condecorado
con el título de prócer de la independencia: hízole de azotar, y voló a esconderse,
mientras veía cómo la tomaban grandes y pequeños. Un clérigo andaba por esas
calles gritando: pueblo vil, ¿no lapidas a ese monstruo? Un coronel se fue para
el escondite, y le dijo al azotador: salga vuecelencia; el pueblo aguanta todo. Su
excelencia salió, y fue García Moreno. Ignacio Veintemilla ha salido también:
si los ecuatorianos le dejan seguir adelante, serán el pueblo de Capadocia, ese
pueblo infame que no aceptó la libertad cuando se la ofrecieron.
Principio quieren las cosas, dice Juan de Mallara. Comer y rascar, todo es
principiar, responde el gobernador griego. Los refranes son advertencias preñadas en sabiduría: el vulgo es el príncipe de los filósofos, que arropado con su
manto de mil colores está pasando y repasando en vaivén perpetuo del Pórtico
al Liceo, del Liceo a la Academia. Súfranle los primeros desmanes a ese candidato del patíbulo, y por entre los cascos echará uñas el animalito de Dios. Le
sufrieron, las echó, y tan largas, que es prodigio: el molino está picado: ahora
ha de comer, se ha de rascar hasta que le rascan a él con el machete. La maldad
de un gobernante puede consistir en su propia naturaleza; el ejercicio de ella,
los que padecen en silencio son culpables. Ignacio Veintemilla (¡oh triste fuerza
116
Tomado de: Juan Montalvo, Las Catilinarias, Ambato, I. Municipio de Ambato, 1987 [1880],
pp. 101-126.
139
de la necesidad! proferir este nombre es humillación impuesta por los deberes a la Patria; es vergüenza que deja ardiendo el alma: ¿qué es, quién es este
desconocido que se llama Ignacio Veintemilla?), Ignacio Veintemilla principió
engañando, hizo luego algunos ensayos groseros de despotismo: le salieron bien,
pasó adelante. La codicia es en él ímpetu irracional, los bienes ajenos carne, y
los devora como tigre. A boca llena y de mil amores llamaba yo tirano a García
Moreno; hay en este adjetivo uno como título: la grandeza de la especie humana, en sombra vaga, comparece entre las maldades y los crímenes del hombre
fuerte y desgraciado a quien el mundo da esa denominación. Julio César fue tirano, en cuanto se alzó con la libertad de Roma; pero ¡qué hombre! Inteligencia,
sabiduría, valor, todas las prendas y virtudes que endiosan al varón excelso. En
Sila había de zorro y de león, de cómico y de rey, de persona mortal y de Dios.
Napoleón fue también tirano, y en su vasta capacidad intelectual giraba el universo, rendidas las naciones al poder de su brazo. Tirano sin prendas morales,
sin virtudes ni prestigio de ningún género, no se compadece con la opinión que
el filósofo suele tener de esos hombres raros que se vuelven temibles por la fuerza, y llenan los ámbitos del mundo con el trueno de su nombre. El individuo
vulgar a quien saca de la nada la fortuna y le pone sobre el trono o bajo el solio,
por más que derrame sangre, si la derrama con bajeza y cobardía, no será tirano;
será malhechor, simple y llanamente.
Hablando de nosostros, achicándonos, descendiendo a la órbita como un
arito donde giran nuestros hombres y nuestras cosas, podemos decir que don
Gabriel García Moreno fue tirano: inteligencia, audacia, ímpetu; sus acciones
atroces fueron siempre consumadas con admirable franqueza; adoraba al verdugo, pero aborrecía al asesino; su altar era el cadalso, y rendía culto público a
sus dioses, que estaban allí danzando, para embeleso de su alto sacerdote. Ambicioso, muy ambicioso, de mando, poder, predominio; inverecundo salteador
de las rentas públicas, codicioso ruin que se apodera de todo sin mirar en nada,
no. Si García Moreno robó, lo que se llama robar, mía fe, señor fiscal, o vos,
justicia mayor de la República, que lo hizo con habilidad e manera. Un periódico notable de los conservadores lo acusó de tener en un banco de Inglaterra
un millón y medio de pesos117. El tiempo, testigo fodedigno, aún no depone
contra ese terrible difunto: allá veremos si sus malas mañas fueron a tanto; en
todo caso, su consumada prudencia para sin razones y desaguisados al Erario,
queda en limpio.
Ignacio Veintemilla no ha sido ni será jamás tirano: la mengua de su cerebro es tal, que no va gran trecho de él a un bruto. Su corazón no late; se revuelca
117
140
La América, de Bogotá.
en un montón de cieno. Sus pasiones son las bajas, las insanas; sus ímpetus, los
de la materia corrompida e impulsada por el demonio. El primero soberbia, el
segundo avaricia, el tercero lujuria, el cuarto ira, el quinto gula, el sexto envidia,
el séptimo pereza; ésta es la caparazón de esa carne que se llama Ignacio Veintemilla.
Soberbio. Si un animal pudiera rebelarse contra el Altísimo, él se rebelara,
y fuera a servir de rufián a Lucifer. “Yo y Pío IX”, “yo y Napoleón”, este es su
modo de hablar. Entre los volátiles, el huacamayo y el loro se acomodan a la
pronunciación humana: si hubiera cuadrúpedos que gozasen del mismo privilegio, los ecuatorianos vivirían persuadidos de que su dueño le crió a ése enseñándole a decir: “Yo y Pío IX”, “yo y Napoleón”. Un célebre bailarín del siglo
pasado solía decir de buena fe: No hay sino tres grandes hombres en Europa: yo,
el rey de Prusia y Voltaire. Pero ese farsante sabía siquiera bailar, tenía su oficio,
y en él era perfecto: el rey de las ranas, la viga con estómago y banda presidencial
que se llama Ignacio de Veintemilla, ¿sabe bailar? Zapatetas en el aire, de medio
arriba vestido, y de medio abajo desnudo, puede ser que las haga, cuando amores de la República le escamonden quitándole su vestimento para pedirle cuenta
y razón de traiciones y fechorías. Entre tanto, puede seguir diciendo: “Yo y el
presidente de los Estados Unidos”.
El segundo avaricia. Dicen que esta es pasión de los viejos, pasión ciega,
arrugada, achacosa: excrecencia de la edad, sedimento de la vida, sarro ignoble
que cría en las paredes de esa vasija rota y sucia que se llama vejez. Y este sarro
pasa el alma, se aferra sobre ella y le sirve de lepra. Ignacio Veintemilla no es viejo todavía; pero ni amor ni ambición en sus cincuenta y siete años de cochino:
todo en él es codicia tan propasada, tan madura, que es avaricia, y él, su augusta
persona, el vaso cubierto por el sarro de las almas puercas. Amor... nadie le
conoce un amor; no es para abrigarlo en su pecho, ni para infundirlo en suaves
corazones. Orlando por Angélica, don Quijote por Dulcinea pierden el juicio;
y don Gaiferos por Melisendra:
Tres años anduvo triste
por los montes y los valles,
trayendo los pies descalzos,
las uñas chorreando sangre.
¿Qué juicios ha perdido Ignacio de Veintemilla? ¿Qué calabazadas se ha
dado contra agudas peñas? ¿Qué árboles ha arrancado de cuajo? ¿Qué ríos ha
desportillado? ¿Qué pies ha traído descalzos, ni qué uñas le han chorreado san-
141
gre, para ser digno émulo de esos famosos enamorados? La parte invisible del
amor, la parte espiritual, no es suya; él se queda a los tres enemigos del alma,
mundo, demonio y carne, y busca su ralea en la casa de prostitución. El amor
purifica, el amor santifica: amor encendido, amor fulgurante; amor profundo,
alto; amor que abraza el universo, abrasando lo que toca; este amor hace Abelardos, Leandros y Macías; esto es, filósofos, héroes y mártires, y de él no son
capaces esos hombres rudos que no están en los secretos divinos de la naturaleza. Cuanto a la ambición, pesia a mí si la ha de experimentar ánimo tan bajo
y corazón tan plebeyo como los de ese hijo de la codicia. Ambición es afecto
de los más elevados, vicio sublime de hombres raros que no puede concurrir
sino en compañía de virtudes grandes. La pasión, la noble pasión de guerreros
y conquistadores; pasión de Alejandro Magno, pasión de Pirro, de Julio César y
de Napoleón, ¿puede caber en pecho sin luz, pecho de vulgo, donde se apagaría
al punto que allí tocase la chispa de locura y furor santo que está inflamado de
continuo a los varones eminentes? Sed de sangre y dinero, vanidad insensata,
estos son los móviles con que muchas veces la fortuna saca de la nada a los más
ruines, y los dispara hacia la cumbre de la asociación civil, como quien hace
fisga de los hombres de mérito.
El tercero lujuria. Este vicio nos tiene clavados a la tierra; a causa de él no
son ángeles los individuos agraciados por el Criador con la inteligencia soberana que los eleva al cielo en esos ímpetus de pensamiento con los cuales rompe
la oscuridad y ven allá el reflejo de la luz infinita. Alejandro decía que en dos
cosas conocía no ser dios: en el sueño y en el empuje de los sentidos. Ignacio
Veintemilla conoce que es ser humano en esas mismas cosas. Ser humano digo,
por decoro de lenguaje; esas dos cosas suben de punto en este Alejandro de
escoria, que les sacan de los términos comunes, y dan con él en la jurisdicción
de la irracionalidad. El sueño, suyo es; no hay ni sol ni luz para ese desdichado:
aurora, mañana, mediodía, todo se lo duerme. Si se despierta y levanta a las dos
de la tarde, es para dar rienda floja los otros abusos de la vida, para lo único que
necesita claridad, pues su timbre es ofender con ellos a los que le rodean. Da
bailes con mujeres públicas, y se le ha visto al infame introducir rameras a su
alcoba, rompiendo por la concurrencia de la sala. Pudor, santo pudor, divinidad
tímida y vergonzosa, tú no te asomas por los umbrales de esas casas desnudas
de virtudes, porque recibirías mil heridas por los oídos, por los ojos. El valiente,
el héroe tiene pudor: esta afección amable no está reñida con los ímpetus del
valor, ni es atropellada por esas grandes obras que se llaman proezas. Soldados
hay capaces de dejarse morir, por no exponer el cuerpo herido a las miradas de
las hermanas de la caridad, con ser que estas mujeres, cuando sigan los ejércitos
al campo de batalla, lo van dejando todo en el templo de la misericordia: juven142
tud, hermosura, atractivos, malicia, todo. Pudor, santo pudor, tú nos liberarás
del fuego de Sodoma, sirviéndonos de escudo contra las iras del cielo. Huye,
huye de la casa del malvado, pero no salgas ni un instante de la del hombre de
bien. Tras el hombre de bien está casi siempre la mujer honesta; y el hombre
de bien y la mujer honesta son los fiadores que responden de la salvación del
género humano.
El cuarto ira. La serpiente no se hincha y enciende como ese basilisco. Un
día un oficial se había tardado cinco minutos más de lo que debiera: presentóse
el joven, ceñida la espada, a darle cuenta de su comisión: verle, saltar sobre él,
hartarle de bofetones, fue todo uno. La ira, en forma de llama infernal, volaba
de sus ojos; en forma de veneno fluía de sus labios. Y se titulaba jefe supremo
el miserable: ¡jefe supremo que se va a las manos, y da de coces a un subalterno
que no puede defenderse! Viéndole están allí, en Quito: eso no es gente; es arsénico amasado por las furias a imagen de Calígula. Hay ponzoña en ese corazón
para dar torrentes a esa boca: agravios, denuestos, calumnias feroces, amenazas
crueles, todo sale empapado en un mar de cólera sanguinaria. ¡Qué natural tan
enrevesado y perverso! Me llaman ladrón, asesino, delincuente en mil maneras,
porque, bajo el ala de la Providencia, he podido escapar de calabozo, los grillos,
el hambre, la muerte en el aspecto que aterra al más impávido. Siguiéndome está
con el puñal; pero yo estoy vestido de un vapor impenetrable, vapor divino, que
se llama ángel de la guarda. A un tirano antiguo se le había escapado una víctima,
con haberse dado muerte con su propia mano: yo, huyendo al destierro, me he
escapado también; y el destierro es el más triste de las penas. ¿Luego su ánimo era
quitarme la vida en el martirio? Nadie lo duda, Dios me salvó sacándome de la
mano a mediodía por entre sus enemigos y los míos. Su fin tendrá. ¡Y qué arrebatos los de este dragón plebeyo! ¿Con que yo no tengo el derecho de la defensa
personal? ¿No me competería el salvar la vida propia? Cólera no es muchas veces
sino tontera carbonizada al fuego del infierno: pasión injusta, ciega. Los hombres de corazón mal formado nunca experimentan esos empujes de santa ira que
los dispara contra las iniquidades del mundo: ellos no sienten sino la fuerza de
Satanás que se desenvuelve en su pecho y engendra allí esos monstruos que salen
con nombre de asesinatos, envenenamientos, proscripciones: antes de nacer a la
luz se llamaban odios, celos, venganzas: sentimientos del ánimo convertidos en
hechos; coronación del mal, gloria del crimen.
El quinto gula. Los atletas y gladiadores comían cada uno como diez personas de las comunes: la carne mataba en ellos el espíritu, y así eran unos como
irracionales que tenían adentro muerta el alma. La materia no medra sino a
costa de la parte invisible del hombre, esa chispa celestial que ilumina el cuerpo
humano, cuando éste sabe respetar sus propios fueros. Sabiduría, virtud son
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abstinentes: los gimnosofistas, esos filósofos indios cuya vida en el mundo partía
términos con la inmortalidad, se mantenían de puros vegetales, y algunas gotas
de miel, tenue como el rocío. La inteligencia come poco; la virtud, menos: los
solitarios de la Tebaida estaban esperanzados en los socorros de los espíritus celestiales. Epicuro fue el corruptor de la antigüedad, y Sardanápalo está allí como
el patrón eterno de los infames para quienes no hay sino comer, beber y estarse
hasta el cuello en la concupiscencia. Yo conozco a Sardanápalo: su pescuezo es
cerviguillo de toro padre: sus ojos sanguíneos miran como los del verraco: su
vientre enorme está acreditando allí un remolino perpetuo de viandas y licores
incendiarios. Su comida dura cuatro horas: aborrece lo blanco, lo suave: carne,
y mucha; carne de buey, carne de borrego, carne de puerco. Mezclad prudentemente, dice un autor, las viandas con los vegetales. Sardanápalo detesta los
vegetales: si supiera qué y quién es Pitágoras, mandara darle garrote en efigie.
Las sopas son de cobardes, las frutas de poetas, los dulces de mujeres: hombres
comen carne; carne valientes, carne varones de pro y fama. ¿Es perro, es tigre?
¡Oh Dios, y cómo engulle, y cómo devora piezas grandes al gladiador! Ignacio
Veintemilla da soga al que paladea un bocadito delicado, tienen por flojos a los
que gustan de la leche, se ríe su risa de caballo cuando ve a uno saborear un albérchigo de entrañas encendidas: carne el primer plato, carne el segundo, carne
el tercero; diez, veinte, treinta carnes. ¿Se llenó? ¿se hartó? Vomita en el puesto,
desocupa la andarga, y sigue comiendo para beber, y sigue bebiendo para comer.
Morgante Maggiore se recomía de una sentada un elefante, sin sobrar sino las
patas; Ignacio Veintemilla se lo come con patas y todo. “Vamos a la muquición118”, dice; y verle muquir, es admirable sin envidia, es perder el apetito.
En casa del fondista Bonnefoi, en París, pedí una vez albaricoques: las frutas y principalmente las redondas esos pomitos de color de oro, que parecen del
jardín de las Hespérides, me deleitan. Como aún no había plenitud de frutas,
cada pieza importaba dos francos, o cuatro reales.
¡Oh dicha, tomar esa pella suavísima en los tres dedos de cada mano, y
abrir por la comisura esa esfera rubicunda, en cuyas entrañas están cuajados los
delirios y las concupiscencias del dios de los placeres inocentes! Ignacio Veintemilla me estaba tratando de bruto con los ojos. Hombre, dijo al cabo de su
admiración, usted nunca ha de ser nada; y pidió estofado de liebre por postres.
Había comida: res, carnero, gallina, pato, pavo, conejo; raya, salmón, corvina;
hostiones, ostras, cangrejo, y de postres pie de liebre; ¿hay animal estrafalario?
Desde el tiempo de Horacio los ajos han sido comida del verdugo: cuando este
santo varón no ayuna ni está de vigilia, como liebre. Esa carne gruesa, negra,
118
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Muquición, muquir, germanía: comida, comer. Términos de la cofradía de Monipodio.
pesada, me parece que no sufre digestión sino en el estómago de ese que vive de
carne humana. Los españoles y principalmente las españolas, saben lo que son
postres: sorbetes para Musas; suspiros leves, que saborean ninfas impalpables, suplicaciones doradas, regalo de almas que se salvan. Los franceses no gustan de los
dulces, pero tienen postres con que quebrantan peñas en el Olimpo, si las diosas
adolecieran de hambre ni golosina. El dulce de ellos es el queso, o más bien los
quesos de mil linajes con que sus manteles prevalecen sobre todos los del mundo.
Un brie delicado le hace honor, como suele decir la galicana, al paladar de una
hermosa de quince abriles; un chantilly aristocrático ineria a un emperador; un
roquefort violento hace voluptuosos estragos en el gaznate de los hombres de
fierro que se agrandan de esa pólvora comestible. Lord Byron, a fuero de inglés
de casta pura, pur sang, como dicen sus vecinos, comía por postre un tallo de
cebolla fuerte, mal que les pese a las lindas hispanoamericanas, para quienes
los panales del Hibla no son harto suaves y aromáticos. ¿Cogerían, morderían,
mascarían ellas un tronco de cebolla cruda en vez de sus azucarados chamburitos?
Lord Byron, con ser como era, sueño de las bellas, por ese su talento, su varonil
gentileza y las poéticas extravagancias de su vida, hubiera estado en un tris de no
hallar quien le quisiera en Lima, Quito o Bogotá. No de otro modo a una joven
poetisa admiradora apasionada de Lamartine se le subió el santo al cielo, y ella
cayó en un abismo de desengaño y desamor, cuando le vió a mi don Alfonso el
día que fue a conocerle, sacar del bolsillo un pañuelo colorado de cuadros azules,
bueno por la extensión para colcha de novios de aldea. ¡Gran Dios! Exclamó la
poetisa, en tanto que el poeta, viejo ya, eso sí, sonaba armoniosamente; ¡gran
Dios! ¿Conque éste había sido Lamartine? Desde que tuve noticia del acaecido,
mis pañuelos son el ampo de la nieve, y no mayores que un lavabo: por esta parte
seguro está que me vaya mal con las dulces nuestras enemigas. Otro sí, no como
cebolla, ni en presencia de ellas ni a mis solas. Ignacio Veintemilla pide liebre
cuando ha de pedir gragea: si le fuera posible, tomara café de carne de puerco, y
se echara a los dientes una cuarta de morcilla negra a modo de puro habano. Los
ajos, por no desmentirle a Horacio, siempre han sido de su gusto.
El sexto envidia. Nelson no tenía idea del miedo: cuando en su presencia
nombraban este ruin afecto, no le era dable saber cuál fuese su naturaleza. Hay
asimismo seres agraciados por Dios con una mirada especial, que no tienen nociones de la envidia; saben qué es, pero no la experimentan por su parte, con ser
como es achaque de que adolecen, cual más, cual menos, todos los mortales. La
envidia es una blasfemia: envidia es cólera muda, venganza de dos lenguas que
muerde al objeto de ella y al Hacedor, dueño en verdad de los favores que irrita
a los perversos. Dones de la naturaleza, virtudes eminentes, méritos coronados,
son puñal que bebe sangre en el corazón del envidioso. Inteligencia descollante
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es injuria para él; consideración del mundo, injusticia que no puede sufrir. Virtudes ajenas son vicios a su fosca vista; verdad es hipocrecía, austeridad soberbia,
valor avilantez: desdichado el hombre de altas prendas entre la canalla del género humano que ni ve con luz del cielo, ni juzga a juicio de buen varón, ni funda
sus fallos en el convencimiento y la conciencia. Envidia es serpiente que está
de día y de noche tentando a los hombres con la fruta de perdición: ¡Cómela!
¡Cómela! La come un desdichado, y mata a su semejante. Envidia, Caín armado
de un hueso, tú no mueres jamás.
Por una correlación que se pierde en las tinieblas del pecado, las pasiones
criminales y soeces cultivan estrecho maridaje: podemos afirmar de primera
entrada que donde se halla una de estas culebras, allí está el nido. Soberbia e
ira comen en un mismo plato, lascivia y gula duermen en una misma cama.
El soberbio, avaro, libinidoso, caja de ira, glotón, ¿será extraño a la hermana
de esas Estinfálidas, la peor de todas, la envidia? Aun los hombres superiores
suelen estar sujetos a ese mortal gravamen de la naturaleza humana. Luis XIV,
rey poderoso, adornado con mil prendas, experimentaba profundas corazonadas de envidia. Alarga la mano a todos, como todos confiesen su inferioridad:
guerreros, hombres de Estado, poetas, escritores, artistas, todos son sus protegidos, puesto que ninguno blasone de echarle el pie adelante, ni en su profesión
respectiva. Y con todo, cuando pone en olvido la soberbia, da muestras de humildad que le vuelven más y más grande. “Señor Boileau, le dijo un día a este
famoso crítico, ¿cuál es el primer escritor de nuestra época? –Moliere, señor,
contestó el maestro. –No lo pensaba yo así; pero vos sois el juez, y de hoy para
adelante abrazo vuestra opinión”.
Ignacio Veintemilla, más rey y más inteligente que ese monarca, no la abraza. Censura a Bolívar, moteja a Rocafuerte, le da una cantaleta a Olmedo. La
ignorancia, la ignorancia suprema, es bestia apocalíptica: el zafio estampa su
nombre, sin tener conocimiento ni de los caracteres; no sabe más, y hace sanquintines en los hombres de entender y de saber. Que se haya burlado de mí,
cogiéndome puntos en El Regenerador, riéndose de mis disparates, estaría hasta
puesto en razón; pero, afirma que si él hubiera estado en Junín la cota hubiera
sido de otro modo; que Sucre triunfó en Ayacucho por casualidad, no porque
hubiese dado la batalla conforme a las reglas del arte; que Napoleón I perdió la
corona por falta de diplomacia, y otras de éstas.
Un testigo presencial me ha contado que en Madrid, en una mesa redonda,
se puso a departir con suma delicadeza en esto que llamamos buenas letras. Habló, y así engullía tasajos de más de libra, como echaba por la boca lechigadas de
sabandijas. No se por dónde fue a dar con el poeta Zorrilla, ha quien no ha leído, puesto que no sabe ni deletrear. Las torpezas que dijo, solo las pueden creer
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los que le oyeren. Un cuasi anciano que se hallaba a la mesa estaba oyendo a su
vez en curioso silencio y viéndole la cara al razonador. El buen viejo se levanta,
se va, sin decir palabra. Uno de los concurrentes le sigue, le alcanza, y, con el
sombrero en la mano: “Señor Zorrilla, no haga usted caso de las necedades de
este hombre, ni juzgue por él de todos los americanos. –¿Es loco? pregunta el
viejo. –No; no es sino tonto. Pero de capirote”, agrega el aficionado a las musas, y se va con ánimo secreto de ponerle en un entremés el señor mariscal de
Veintemilla, como andaba titulándose el conde de Gallaruza. Desde entonces su
alátere o compañero de viajes no era dueño de sentarse a la mesa sin esta imprecación, poniéndole las manos: “¡Ignacio, pas de bêtises!”
El séptimo pereza.
Ni Dios ama el reposo; de improviso
sobre las alas de los vientos vuela,
o de las tempestades en el carro,
atronando los cielos se pasea.
El movimiento es propiedad del espíritu: la inteligencia vive en agitación
perpetua. Tierra, luna, cuerpos sin vida, giran sobre sí mismos raudamente y
se beben los espacios, volando por sus órbitas en locura sublime. Los ríos corren, lentos unos, contoneándose por medio de sus selvas; furibundos otros y
veloces entre las rocas que los echan al abismo quebrantados en ruidosas olas.
Los vientos silban y pasan por sobre nuestras cabezas; los bosques mugen en
sus profundidades; y las nubes, holgazanas que parecen estar disfrutando de la
blanda pereza a mediodía, se mueven, helas allí, se encrespan, se hinchan, y enlobreguecidas con la cólera, se dan batalla unas a otras, salta el rayo, y el trueno,
en invasión aterrante, llena la bóveda celeste.
¿Ahora el hombre? El hombre todo es actividad, todo movimiento: su corazón palpita: la sístole y la diástole, este vaivén armonioso, aunque precipitado,
es fundamento de la vida: la sangre corre por las venas; los humores permanecen
frescos, a causa de su circulación perpetua: todo es movimiento en nuestra parte
física. La moral, oh, la moral es la más vertible, más inquieta del género humano: inteligencia que no se mueve, se seca, se pierde, como hierba sin lluvias;
corazón que no se agita, se corrompe. Sabiduría, cosa que tan reposada parece,
es efecto de los torbellinos del pensamiento, pues las ideas van brotando del
choque de la duda con la verdad, dura labor que fortifica a los que se andan a
buscarla por los abismos de lo desconocido, y regalan al mundo con los conocimientos humanos.
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Pereza es negación de las facultades del hombre; el perezoso es nefando
delincuente: mata en sí mismo las de su alma, y deicida sin remordimientos,
se deja estar dormido a las obras que nos recomiendan a nuestro Criador. No
moverse, no trabajar, no cumplir con nuestros deberes ni con una santa ley de la
naturaleza; comer, beber, dormir sin término, esto es ser perezoso: no despertar
ni erguirse sino para el pecado, esto es ser perverso. Ignacio Veintemilla cultiva
la pereza con actividad y sabiduría; es jardinero que cosecha las manzanas de
ceniza de las riberas del Asfáltico. Ese hombre imperfecto, ese monte de carne
echado en la cama, derramándosele el cogote a uno y otro lado por fuera del
colchón, es el mar Muerto que parece estar durmiendo eternamente, sin advertencia a la maldición del Señor que pesa sobre él. Su sangre medio cuajada,
negruzca, lenta, es el betún cuyos vapores quitan la vida a las aves que pasan
sobre el lago del desierto. Los ojos chiquitos, los carrillos enormes, la boca siempre húmeda con esa baba que les está corriendo por las esquinas: respiración
fortísima, anhélito que semeja el resuello de un animal montés; piernas gruesas,
canillas lanudas, adornadas de trecho en trecho con lacras o costurones inmundos; barriga descomunal, que se levanta en curva delincuente, a modo de preñez
adúltera; manazas de gañán, cerradas aún en sueños, como quienes estuvieran
apretando el hurto consumado con amor y felicidad; la uña, cuadrada en su
base, ancha como la de Monipodio, pero crecida en punta simbólica, a modo
de empresa sobre la cual pudiera campear este mote sublime: Rompe y rasga,
coge y guarda. Este es Ignacio Veintemilla, padre e hijo de la pereza, por obra
de un misterioso cuyo esclarecimiento quedará hecho cuando la ecuación entre
los siete pecados capitales y las siete virtudes que los contrarían quede resuelta.
¡Oh flaqueza del hombre! Este mar Muerto de estampa semihumana presume de garzón florido, las da de majo, y se anda por ahí a conquista de corazones y caza de supremos placeres. Para hacer ver que desprecia cargos y donaires
de la imprenta, hace leer las obras de esta sabia encantadora, redondeándole sus
entropios: callando estuvo una ocasión mientras oía una verrina de las mejores:
cuando el lector hubo llegado a un pasaje donde se le llamaba “cara de caballo”,
saltó y dijo: “¡Eso no! Seré ladrón, glotón, traidor, ignorante, asesino, todo;
pero figura sí tengo”. Figura de caballo, dijo una dama, soltando la carcajada,
cuando oyó referir está graciosa anécdota, o anidiucta, como le he oído decir a
él doscientas veces.
Dije que Ignacio Veintemilla no era ni sería jamás tirano; tiranía es ciencia sujeta a principios difíciles, y tiene modos que requieren hábil tanteo. Dar
el propio nombre a varones eminentes, como Julio César en lo antiguo, Bonaparte en lo moderno; como Gabriel García Moreno, Tomás Cipriano de
Mosquera entre nosotros; dar el propio nombre que a un pobre esguízaro a
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quien entroniza la fortuna, por hacer befa de un pueblo sin méritos, no sería
justicia mera mixta. Monteverde, Antoñanzas, Veintemilla no son tiranos; son
malhechores, ni más ni menos que Rochaguinarda, que se están ahí en su encrucijada, hasta cuando la Santa Hermandad les echa mano. Roque Guinart
es presidente, rey del Ampurdan y Sierra Morena: da leyes, que se aplican; decretos, que se llevan a cabo; órdenes, que se cumplen a la letra. Un Vampa, un
Trucaforte son verdaderos jefes supremos con facultades extraordinarias. ¿Qué
va de estos magistrados a un Melgarejo, un Veintemilla? Si el robo a mano
armada es el objeto de la ambición de aquellos seres, el robo a mano armada es
igualmente el objeto de estotros vagamundos. Si el puñal es el medio en ésos,
el puñal es el medio de éstos: crímenes y vicios, lo mismo en unos y otros; con
esta diferencia, que Roque Guinart es valiente, atrevido, generoso; que Roque Guinart conoce la justicia distributiva, y la pone en práctica; que Roque
Guinart acomete a pecho descubierto, vence, y del botín le deja al viandante
humana, caballerosamente lo necesario para el camino. Ignacio Veintemilla no
se contenta con la bolsa; le quita la camisa a la República, la deja en cueros, y
allá se lo haya con su desnudez la pobre tonta: ¿por qué no se defiende? El que
se deja robar, pudiendo tomarse a brazos y dar en tierra con el salteador, es vil
que no tiene derecho a la queja. La República para con Ignacio Veintemilla y
José María Urbina, es lo que España para con Roque Guinart y su banda: persígalos, montéelos, derruéquelos, cójalos, ahórquelos: la Santa Hermandad tiene
el deber de colgar a los ladrones en dondequiera que les heche mano al coleto.
Los ojos para las gallinazas, la asadura para los perros, he aquí tu merecido,
Ignacio de Veintemilla.
Un viejo llamado José María Urbina, el mismo quizá que acaba de ser
nombrado, mandó suplicarme un día le hiciese el favor de ir a su casa. Los años
tienen facultades que los hombres de buena crianza no ponen en duda. Fui:
el viejo estaba en cama: habiendo bebido aguardiente seis horas consecutivas,
sus ojos eran ascuas: su aliento vaporoso hubiera puesto en huída a las Musas;
y Apolo no estuviera holjándose a la almohada de ese inmundo anciano, en
cuyo crinal rebosante nadaban a la sazón puntas de cigarros, cual monitores de
guerra en el mar Bermejo. La mareta sorda rugía ya en mi pecho: yo soy capaz
de hacer una muerte en el hombre impulcro y soez, que ora por ignorancia, ora
por bajeza y depravación, pierde el respeto a las buenas costumbres con actos y
hábitos indignos. La causa primera del acre desprecio que yo he sentido siempre por Ignacio Veintemilla fue el haberle visto una vez tirarse desnudo de la
cama, y ponerse hacer aguas en presencia de gente, con desenfado de verdadero
animal. Después he visto que el asno, que el macho no tiene más vergüenza
ni mayores contemplaciones por los circunstantes. Cerrar con él a moque149
tes, hubiera sido acto primo muy ocasionado, según es el tracio de huesudo y
corpulento; desafiarle por ese motivo, cosa ridícula, y hasta sin razón, pues el
infelizote no le hacía por agraviar a nadie, sino así, como propiedad de su naturaleza. No volver a su pocilga, y mirarlos como a perros, ésta es la providencia
que uno toma respecto de esa canalla afortunada a quien ni grados militares,
ni títulos pomposos, ni alta posición pueden quitar la grasa de su ruin origen.
“Juan me dijo el vejarro consabido, el capitán de fragata, la fragata aquella de las puntas; Juan, es preciso que lo arreglemos todo: quiero estar acorde
con usted. Veintemilla necesita la cooperación de los buenos liberales”. “Mi
cooperación a un traidor que, hecho apenas el pronunciamiento liberal, ¿corre
a ponerlo en manos de los jesuitas? Contesté subiéndomele a las barbas; un cobarde que va a solicitar amparo y certificados favorables de los obispos, porque
imagina que sin ellos nadie puede salir bien. Usted mismo, usted me ha referido
poco ha los términos que oyó de sus labios: “General, no tenga usted cuidado,
los jesuitas están conmigo”. ¿Y solicita usted mi cooperación para embustero
inepto como ése, que no sabe lo que hace?”. “Eso es así, replicó el viejo mansamente; a mí, a mí me dijo lo de los jesuitas; me lo dijo”. “¿Mi cooperación a
un infame cuyo primer acto administrativo es defraudar a la República en más
de cincuenta mil pesos?”. “¿De qué modo?”, preguntó el viejo. “Haciendo traer
de Nueva York mil fusiles de pacotilla, dije, por ciento veinte mil pesos. La
ineptitud, hubiera quizá tolerado en ese pícaro; su prurito por las cosas ilícitas,
¡no! Yo no soy de la liga, ni mi revolución ha sido ésta. Hoy mismo sale a la luz
un escrito mío, cuyo fin es poner a un lado a ese perverso”. “!Eso no puede ser!,
gritó el vejezuelo esforzándose, pálido y trémulo ahora: Veintemilla está limpio
ahora como una patena”. “Limpio como usted”, dije para mí, y salí todo inflamado. Al día siguiente iba yo navegando por el océano Pacífico al más honroso
de mis destierros.
Probidad es en el hombre lo que honestidad en la mujer. Si otros lo han
dicho ya, vaya su voto en mi favor, y quede reforzado el principio con la opinión
de muchos; principio que no es sino mandamiento de la ley de Dios cubierto
con la vestidura de la sociedad humana. Non furtum facies, rezan las tablas de
la ley; no robarás. El que roba quebranta, pues, un mandamiento e incurre en
la cólera divina. El legislador no dice: No robarás a tu padre ni a tu madre; no
robarás a tu hermano; no robarás a tu prójimo; dice: No robarás, esto es, no
robarás a nadie, ni a tu padre ni a tu madre, ni a tu prójimo, ni al Estado. Robar
a la nación es robar a todos; el que roba es dos, cuatro, diez veces ladrón: roba
al que ara y siembra; roba al que empina el hacha o acomete al ayunque; roba al
que se une al trabajo común con el alma puesta en su pincel; roba al agricultor,
al artesano, al artista; roba al padre de familia; roba al profesor; roba al grande,
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roba al chico. Todos son contribuyentes del Estado; el que roba al Estado, a
todos roba, y todos deben perseguirle por derecho propio y por derecho público. ¿Con que el sudor de la frente del pueblo es para los apetitos y gulas de
un hombre, un mal hombre, que está cultivando la soberbia y engordando la
codicia? Si no puede haber Estado sin contribuciones generales, las contribuciones desviadas de su objeto son fraudes que el magistrado prevaricador comete
en contra de los ciudadanos cuyo fuero surte por ley tácita: los ciudadanos,
tráiganle al banco de la República, y si no por bien, por mal, tómenle cuenta
y del robo, y de la traición, y de la sangre, y de la infamia convertida por él en
princesa de exenciones.
Los hombres de corazón bien formado y juicio recto suelen poner la monta
en granjear buena opinión entre sus semejantes; los que por sus méritos suben
a gobernación de pueblos, no son ellos sino descienden de su alto lugar abrumados con las bendiciones de los cuya felicidad labraron, cuando pudieron
ser carga para todos, si abusan de su poder. Los hijos de la fortuna, broza del
género humano, que se levantan en alas del crimen, al soplo de esta deidad mal
intencionada, no tienen cuenta sino en su provecho, ni les duele el concepto
lastimoso que están beneficiando en los demás con sus abusos y sus latrocinios.
El que no ama a Dios sobre ninguna cosa; que jura su nombre en vano; que ni
santifica las fiestas, ni honra padre y madre; que mata, y levanta falso testimonio por costumbre, ¿tendrá cuenta con no robar? El malvado de nacimiento y
aprendizaje aplica a su vida por la inversa los mandamientos de la ley; él dice:
No amar a Dios sobre todas las cosas; jurar su santo nombre en vano, siempre
que conviene; no molestarse en santificar las fiestas, ni con las rodillas, ni con el
pensamiento; no honrar padre y madre: ¡matar, levantar falso testimonio, robar,
robar, robar!, robar siempre, robar cuanto se pueda. Réprobo, éstos son tus
mandamientos, y los cumples. Ignacio Veintemilla, tú eres el réprobo; tú eres el
que no ama a Dios; tú el que jura su santo nombre en vano; tú el que no santifica las fiestas con culto interno; tú el que no honra padre y madre, puesto que
los deshonras con crímenes y vicios; tú el que mata con lengua y con puñal; tú
el que miente, levanta falso testimonio; ¡tú el que roba, roba, roba! Maldito eres
por todo esto, maldito; y por todo has de estar pálido, temblando en presencia
del Juez, cuando él te levante de tu propia ceniza con una voz, y te diga: veamos
tu vida. Tu vida llena de excrecencias maléficas, negruras, abismos, no le ha de
parecer a él, y con la mano, con el dedo te ha de señalar la muerte, y has de ir
rodando por la eternidad, echando aullidos lúgubres en medio de las tinieblas
que te envuelven y arrebatan sin que sepas a dónde. Tú eres el que mata, tú el
que has matado; tú eres el que roba, tú el que has robado.
Veamos los documentos, en prosa vil; la prosa vil para los documentos.
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Como avíos de gobierno entraron a la ciudad de Ambato sucesivamente
doscientas cincuenta acémilas cargadas de licores fuertes: gastos de conducción,
arrieraje, todo se pagó allí por el Tesoro; el infame artículo mismo había sido
comprado con las rentas fiscales. La embriaguez de esa horda de eunucos que
se bebieron mil botellas de coñac en cuatro días, en cuanto daban leyes, no es
asunto de este lugar; más aún el robo al Erario, y la imprudencia del pícaro que
las introduce como elemento público de civilización y progreso. Coñac para la
Convención, coñac oficial; en este concepto, era gravamen honroso de los ciudadanos la embriaguez y los maleficios del jefe supremo, el general en jefe y sus
legisladores. Yo digo que esa fue simplemente una defraudación crecida a la hacienda nacional, un robo del que roba para beber. No hay en el mundo ley que
bote gordas cantidades para el aguardiente del jefe supremo y el general en jefe.
Doce mil pesos es sueldo razonable en republiquillas cuyos gobernantes
han de ser modestos y considerados: doce mil han tenido todos los presidentes
en la nuestra, desde su fundación, y a ninguno le había ocurrido pedir el duplo:
Ignacio Veintemilla se asignó el duplo, esto es, veinte y cuatro mil pesos, amén
de mil percances, adehadas, alcabalas, pisos, castillerías, montazgos y tributos:
erró poco de pedir chapín de la reina. No sabemos para lo que serán los veinticuatro mil ojos de buey, pues coge aparte para comer, para beber, para vestirse;
aparte para sus criados, sus cocineros, sus echacuervos; aparte para sus caballos:
sus caballos, sí señores, sus caballos tienen sueldo aparte. Su sobrina, sueldo de
general; su sobrino, idiota a quien dan de comer el pilón de piedra maíz molido, sueldo de capitán. Las tres arpías que tanto le han ayudado en su obra de
opresión, corrupción y dilapidación, ¿no tiene cada uno sueldo de coronel?, ¿no
sería cosa extraña esta ridiculez en pueblo tan acopado y envilecido que sufre en
opaciencia las extravagancias injuriosas de ese Cayo Calígula a la rústica? Entre
tanto las escuelas van cayendo, porque los maestros se van a buscar la vida; las
aulas no se cierran, por puro pundonor de los catedráticos; la universidad está
amenazada de muerte, por falta de la subvención indispensable. Ecuatorianos,
oh ecuatorianos, éste es vuestro dictador; guayaquileños, oh guayaquileños, ésta
es vuestra obra.
Y estas son flores de cantueso para con los robos grandes; rapiñas y garrafiñas que no confieren título de ladrón al que las lleva adelante: Ignacio Veintemilla no es sino ratero todavía; para ser ladrón es preciso que desgarre el territorio
nacional, y tome para sí diez mil lenguas de opulentos bosques; es preciso que
se vuelva monopolizador y dueño de los mares de quina del oriente; es preciso
que de noche a la mañana le veamos señor de países, amo de tribus, almirante
de mundo descubierto y conquistado por su profunda sabiduría y por su fuerte
brazo.
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Las diez mil lenguas no son para mí, dice el mohatrero; son para mi sobrino. El sueldo de sus caballos tampoco es para él, y él lo toma. Diez mil leguas
de territorio al idiota del pilón, ¿para qué?, ¿sabe él por ventura de achaque de
cascarillas?, ¿y a qué título, pregunto yo, agraciar a un muchacho imbécil con
una dádiva, grande para un rey? Ciertamente, ser hijo de uno a quien García
Moreno echó de su lado con desaire por manos puercas, es hoja de servicios que
estaba requiriendo media nación por recompensa.
Ignacio Veintemilla no es todavía ladrón de marca mayor; no es sino de
media marca: para ser de marca mayor, y ladrón inteligente, perspicaz, ladrón
diplomático, es necesario que sustraiga de los archivos nacionales una contrata
perfecta y sancionada, y ríe riendo, baba babeando, la subrogue por otra apócrifa, para robar cerca, o quizá más de un millón de pesos. Cuando la barata del
ferrocarril haya llegado a conocimiento del pueblo, si éste le sufre aún, oh, ya
no merecerá, no digo el sacrificio, pero ni una molestia de los hombres de bien
y buenos ciudadanos.
Acaba el Tribunal de Cuentas de resolver un punto litigioso en favor de Ignacio Veintemilla y de su cómplice en otro robo. Llamado el comisario de guerra
de la campaña de los Molmos a rendirlas, fue alcanzado en primer juicio en una
considerable suma. Ignacio Veintemilla hizo venir a su casa a jueces y revisores, y
a fuerza de aguardiente, el punto quedó resuelto: el segundo juicio, el comisario
es quien alcanza a la nación en veinteiún mil pesos. Preguntando este inviduo de
dónde los puso en su mendicidad, ha declarado que el señor capitán general de
sus ejércitos los suplió de su propio peculio. Veintemilla, para colmo de iniquidad y desvergüenza, pide los intereses: el Tribunal manda a pagarlos junto con el
capitán. He aquí treinta y dos o treinta y tres mil pesos arrancados al Erario a la
luz del mundo. Pantalón más y veré que este infame, no hay en la tierra: limosna, tablaje, estafa, su modo de vivir, hasta cuando saltó sobre la República y le
arrancó los ojos. ¿El fugitivo de la calle del Arenal de Madrid con dos mil duros
robados; el escondido en la aldea de San Juan de la Luz de los Pirineos; el pícaro
tras quien van requisitorias a París, tuvo más de veinte mil pesos para echar por
su cuenta en la caja de comisaría de guerra? Señor rico, señor opulento, ¿y por
qué se tiró desde lejos de rodillas ante García Moreno, rogando por el sueldito de
criado con que se presentaba en la mesa de juego? ¿Y por qué pedía fiado a todo
el mundo? ¿Y por qué recibía dádivas humillantes? Vino embarcado por favor,
y tuvo para poner de primera instancia en la campaña veintiún mil pesos de su
propio peculio. Don Pereciendo hace cada día a la nación gracias imperiales:
de la nueva aduana de Guayaquil dijo en cartas a todas las provincias, que ese
edificio no le costaría nada a la República; que él iba a levantarlo a costa suya,
echando ahí de su peculio la bicoca de trescientos mil pesos.
153
Consta a los guayaquileños que el tesoro contenía cosa de trescientos mil
pesos cuando se verificó la revolución de Septiembre: saben además que a los
pocos días Ignacio Veintemilla hizo un crecido impréstito; no se les ignora por
otra parte que si Urbina llevó cincuenta mil pesos, su jefe pudo haber llevado
otro tanto. De cualquier modo sobraban en las cajas de Guayaquil algunos de
cientos miles de pesos: ¿qué necesidad tuvo pues el capitán general de echar
mano por su bolsa privada? Los amigos de este gran señor no dirán a lo menos que está limpio como una patena: este robo es manifiesto, como todos los
otros; sino que aquí hay más osadía y falta de vergüenza. Tan desprovisto de
lo necesario andaba el discípulo de García Moreno, que para hacer su viaje de
comandante general, enviado por Borrero sus tristes hermanas se vieron en el
caso de hacer un préstamo, dando por hipoteca su pegujalito de San Antonio.
Este es el caudal que llevó Veintemilla a Guayaquil, mientras le crecían las uñas
y principiaban sus derechos al sueldo. Si quereís pruebas de la falta de probidad
de este hombre raro, ésta es una, y de mucho vigor. Por escritura pública consta,
pues, que Veintemilla no tuvo qué comer hasta las vísperas del favor que hizo a
la República poniendo en su peculio en la caja de comisaría la respetable suma
de veinteiún mil pesos.
¿En qué contrato ilícito, en qué farándula fiscal no tiene parte ese ruin
presidente? El es el alma de las cascarillas; él es el corazón de la plaza de toros; él
es la mano, con uñas y todo, en la obra de la aduana susodicha; él tiene su presa,
o infamia de la Patria, él tiene su presa en contrabandos que debe impedir y
castigar. ¿Qué sed infernal de dinero es ésta? ¿Qué codicia convertida en satiriásis de riquezas? ¿Qué desenfreno al cual no puedo llegar en la mitología el dios
del robo? Consumidas las doce mil botellas de coñac por él y el presidente de la
Convención, el excelentísimo señor jefe supremo, capitán general de sus ejércitos, puso venta de limetas vacías, lo que se llama cascos. A cuatro por medio real,
las tres arpías convertidas en buhoneras, las realizaron en dos semanas bajo la
inspección del otra vez excelentísimo capitán general de sus ejércitos. Aquí deja
de ser ladrón de marca mayor Ignacio Veintemilla, y se convierte en gitano que
hace su agosto con los clavos y botones que pezca en la basura. Ecuatorianos,
oh ecuatorianos, éste es vuestro presidente; guayaquileños, oh guayaquileños,
ésta es vuestra obra.
Estaba un día poniendo como nuevo al gerente del Banco de Quito, respecto de lesiones que imaginaba haber recibido en su codicia. Grosero, montaraz, un llagués no se echa así con guías y todo, sin ahorrarse con su padre. El
gerente, hombre de sangre en el ojo, tuvo cólera y encendido en llamas de pundonor, respondió: “Vuecelencia sabe que no cobramos ni un centavo por treinta
mil soles que tiene puestos en depósito, y así no acalzó como...”.…El gerente dio
154
en las mataduras, sacando a la luz del día el Aranjuez de las uñas de su majestad.
Esa cara de vaqueta, quién lo creyera, cobró semblante de vergüenza, o fue más
bien que la prontitud no le dio tiempo de acordarse que él no la conocía. “Ah,
dijo, esos treinta mil soles están ahí para...…para... para obras pías”. A la vuelta de
dos meses, las obras pías fueron a dar a su atarazana, pues cargó con los treinta
mil soles en uno de sus viajes a Guayaquil, y junto con otros tantos de la aduana
de esta ciudad, hizo la undécima remesa a Europa. No pudo tanto el peligro con
los jóvenes liberales que no pusiesen el grito en el cielo por este hurto impúdico
y notorio, citando al director del Banco. El excelentísimo señor capitán general
de sus ejércitos no acertó a decir palabra: banco y banqueros, ahí estaban; quédose, pues, con esa bofetada de la imprenta.
Mucho faz el dinero et mucho es de amar;
al torpe face bueno et home de prestar;
face correr al cojo et al mundo fablar…
Esta ocasión, el dinero le hizo callar al mudo del arcipreste.
En yendo de fraudes, rapiñas, estafas, hurtos, abusos de confianza, robos
manifiestos del excelentísimo señor capitán general de sus ejércitos, hay tela
de que cortar; mas yo no presumo de nimio, y allí se queda la mina desflorada
apenas, para que quien la desee y pueda ahonde y siga el beneficio. Corto he
sido por mi parte; pero, amigo, lo que no va en lágrimas va en suspiros; dispensa
la cortedad, y recibe a buena cuenta el escaso adelantado de lo mucho que en
ley de justicia se te debe. Las hulleras de Chéster no se agotan en día y medio;
las hazañas de Monipodio no las apura un solo historiador, aun cuando este se
llame Cervantes Saavedra. Día vendrá en que tu nombre llene por lo menos los
ámbitos de Sudamérica, y en que Europa nos abrume con la severa interrogación: ¿Estos son vuestros presidentes?
Azotes, sangre, robo, no son nada; aunque en verdad horrible cosa el espectáculo donde crímenes y vicios están bailando sobre buenas costumbres y
virtudes derribadas en tierra. Pero los malhechores, una vez en la horca, no
perjudican; su imperio es un hecho, y nada más. Puede una casa ser robada
por una gabilla de bribones; sus habitantes no quedan por eso corrompidos.
El genio para la obscuridad, esa luz envenenada que beneficia las tinieblas, esa
es la mala; tiranía que corrompe a los hombres y pudre hasta las raíces que los
estrechan con la eternidad, esa es la espantosa. Los criminales ineptos no se extienden por debajo de la sociedad humana y la abrazan en todas direcciones. Si
cabe consuelo en pueblo que tiene sobre sí a un Ignacio Veintemilla consuélense
155
los ecuatorianos con recordar que, muerto el perro, muerta la rabia: como haya
entre ellos un troglodita que no quiera ser su rey, no están perdidos. Donde no
hay quien los contrarreste, el impetú de los malvados tiene fuerza de destrucción; el demonio sopla sobre ellos, y los vuelve terremotos y huracanes. En su
órbita, nada los resiste: Carrera en Guatemala, Melgarejo en Bolivia, la araña en
su tela, el insecto debajo de su hierbecita, el infusorio en su gota de agua, Ignacio Veintemilla en el Ecuador, hacen temblar el mundo. Ignacio Veintemilla en
el Ecuador es la araña en su red: allí los tiene crucificados a moscas y mosquitos,
secos unos con el hollín de la cocina; pataleando otros, rindiendo el espíritu en
manos de algún feo escarabajo. Los viles, los cobardes no lo rinden en manos
del Altísimo: para los esclavos no hay cielo: esclavitud es antirazón que vuelve
animales a los hombres.
156
Napoleón y Bolívar
119
Estos dos hombres son, sin duda, los más notables de nuestros tiempos en lo
que mira a la guerra y la política, unos en el genio, diferentes en los fines, cuyo
paralelo no podemos hacer sino por disparidad. Napoleón salió del seno de la
tempestad, se apoderó de ella, y revistiéndose de su fuerza le dio tal sacudida al
mundo, que hasta ahora lo tiene estremecido. Dios hecho hombre, fue omnipotente; pero como su encargo no era la redención sino la servidumbre, Napoleón
fue el dios de los abismos que corrió la tierra deslumbrando con sus siniestros
resplandores. Satanás, echado al mar por el Todopoderoso, nadó cuarenta días
en medio de las tinieblas en que gemia el universo, y al cabo de ellos ganó el
monte Cabet, y en voz terrible se puso a desafiar a los ángeles. Esta es la figura
de Napoleón: va rompiendo por las olas del mundo, y al fin sale, y en una alta
cumbre desafía a las potestades del cielo y de la tierra. Emperador, rey de reyes,
dueño de pueblos, ¿qué es?, ¿quién es ese ser maravilloso? Si el género humano
hubiera mostrado menos cuanto puede acercarse a los entes superiores, por la
inteligencia con Platón, por el conocimeinto de lo deconocido con Newton,
por la inocencia con san Bruno, por la caridad con san Carlos Borromeo, podríamos decir que nacen de tiempo en tiempo hombres imperfectos por exceso,
que por sus facultades atropellan el círculo donde giran sus semejantes. En Napoleón hay algo más que en los otros, algo más que en todos: un sentido, una
rueda en la máquina del entendimiento, una fibra en el corazón, un espacio en
el seno, ¿que de más hay en esta naturaleza rara y admirable? “Mortal, demonio
o ángel”, se le mira con uno como terror supersticioso, terror dulcificado por
una admiración gratísima, tomada el alma de ese afecto inexplicable que causa
lo extraordinario. Comparese en medio de un trastorno cual nunca se ha visto
otro; le echa mano a la revolución, la ahoga a sus pies; se tira sobre el carro de
la guerra, y vuela por el mundo, desde los Apeninos hasta las columnas de Hércules, desde las pirámides de Egipto hasta los hielos de Moscovia. Los reyes dan
diente con diente, pálidos, medio muertos; los tronos crujen y se desbaratan; las
naciones alzan el rostro, miran espantadas al gigante y doblan la rodilla. ¿Quién
es? ¿De dónde viene? Artista prodigioso, ha refundido cien coronas en una sola,
y se echa a las sienes esta descomunal presea; y no muestra flaquear su cuello,
y pisa firme, y alarga el paso, y poniendo el un pie en un reino, el otro en otro
reino, pasa sobre el mundo, dejándolos marcados con su planta como a otros
119
Tomado de: Juan Montalvo, Los Siete Tratados, Guayaquil, Universidad de Guayaquil, Vol. I,
1982 [1882], pp. 150-156.
157
tantos esclavos. ¿Qué parangón entre el esclavizador y el libertador? El fuego de
la inteligencia ardia en la cabeza de uno y otro, activo, puro, vasto, atizándolo a
la continua esa vestal invisible que la Providencia destina a ese hogar sagrado: el
corazón era en uno y otro de temple antiguo, bueno para el pecho de Pompeyo:
en el brazo de cada cual de ellos no hubiera tenido que extrañar la espada del rey
de Argos, ése que relampaguea como un genio sobre las murallas de Erix: uno y
otro formados de una masa especial, más sutil, jugosa, preciosa que la del globo
de los mortales: ¿en qué se diferencian? En que el uno se dedicó a destruir naciones, el otro a formarlas; el uno a cautivar pueblos, el otro a libertarlos: son los
dos polos de la esfera política y moral, conjuntos en el heroismo. Napoleón es
cometa que infesta la bóveda celeste y pasa aterrando al universo: vese humear
todavía el horizonte por donde se hundió la divinidad tenebrosa que iba envuelta en su encendida cabellera. Bolívar es astro bienhechor que destruye con
su fuego a los tiranos, e infunde vida a los pueblos, muertos en la servidumbre:
el yugo es tumba; los esclavos son difuntos puestos al remo del trabajo, sin más
sensación que la del miedo, ni más facultad que la obediencia.
Napoleón surge del hervidero espantoso que se estaba tragando a los monarcas, los grandes, las clases opresoras; acaba con los efectos y las causas, lo allana todo para sí, y se declara él mismo opresor de opresores y oprimidos. Bolívar,
otro que tal, nace del seno de una revolución cuyo objeto era dar al través con
los tiranos y proclamar los derechos del hombre en un vasto continente: vencen
entrambos: el uno continúa el régimen antiguo, el otro vuelve realidades sus
grandes y justas intenciones. Estos hombres tan semejantes en la organización y
el temperamento, difieren en los fines, siendo una misma la ocupación de toda
su vida, la guerra. En la muerte vienen también a parecerse: Napoleón encadenado en medio de los mares; Bolívar a orillas del mar, proscrito y solitario.
¿Qué conexiones misteriosas reinan entre este elemento sublime y los varones
grandes? Parece que en sus vastas entrañas buscan el sepulcro, a él se acercan,
en sus orillas mueren: la tumba de Aquíles se hallaba en la isla de Ponto. Sea de
esto lo que fuere, la obra de Napoleón está destruida; la de Bolívar prospera. Si
el que hace cosas grandes y buenas es superior al que hace cosas grandes y malas,
Bolívar es superior a Napoleón; si el que corona empresas grandes y perpetuas
es superior al que corona empresas grandes, pero efímeras, Bolívar es superior
a Napoleón. Mas como no sean las virtudes y sus fines los que causan maravilla
primero que el crimen y sus obras, no seré yo el incauto que venga a llamar
ahora hombre más grande al americano que al europeo: una inmensa carcajada
me abrumaria, la carcajada de Rebelais que se rie por boca de Gargantúa, la risa
del desden y la fisga. Sea porque el nombre de Bonaparte lleva consigo cierto
misterio que cautiva la imaginación; sea porque el escenario en que representa158
ba ese trágico portentoso era más vasto y esplendente, y su concurso aplaudia
con más estrépito; sea, en fin, porque prevaleciese por la inteligencia y las pasiones girasen más a lo grande en ese vasto pecho, la verdad es que Napoleón se
muestra a los ojos del mundo con estatura superior y más airoso continente que
Bolívar. Los siglos pueden reducir a un nivel a estos dos hijos de la tierra, que
en una como demencia acometieron a poner monte sobre monte para escalar
el Olimpo. El uno, el más audaz, fue herido por los dioses, y rodó al abismo de
los mares; el otro, el más feliz, coronó su obra, y habiéndolos vencido se alió
con ellos y fundó la libertad del Nuevo Mundo. En diez siglos Bolívar crecerá lo
necesario para ponerse hombro a hombro con el espectro que arrancando de la
tierra hiere con la cabeza la bóveda celeste.
¿Cómo sucede que Napoleón sea conocido por cuantos son los pueblos, y
su nombre resuene lo mismo en las naciones civilizadas de Europa y América,
que en los desiertos del Asia, cuando la fama de Bolívar apenas está llegando
sobre ala débil a las márgenes del viejo mundo? Indignación y pesadumbre causa ver como en las naciones más ilustradas y que se precian de saberlo todo, el
libertador de la América del Sur no es conocido sino por los hombres que nada
ignoran, donde la mayor parte de los europeos oye con extrañeza pronunciar el
nombre de Bolívar. Esta injusticia, esta desgracia proviene de que con el poder
de España cayó su lengua en Europa, y nadie la lee ni cultiva sino son los sabios
y los literatos políglotos. La lengua de Castilla, esa en que Carlos V daba sus órdenes al mundo; la lengua de Castilla, esa que traducían Corneille y Moliére; la
lengua de Castilla, esa en que Cervantes ha escrito para todos los pueblos de la
tierra, es en el día asunto de pura curiosidad para los anticuarios: se la descifra,
bien como una medalla romana encontrada entre los escombros de una ciudad
en ruina. ¿Cuándo volverá el reinado de la reina de las lenguas? Cuando España
vuelva a ser la señora del mundo; cuando de otra oscura Alcalá de Henares salga
otro Miguel de Cervantes: cosas difíciles, por no decir del todo inverosímiles.
Lamartine, que no sabía el español ni el portugués, no vacila en dar la preferencia al habla de Camoens, llevado más del prestigio del poeta lusitano que de la
ley de la justicia. La lengua en que debemos hablar con Dios, ¿a cuál sería inferior? Pero no entienden el castellano en Europa, cuando no hay galopín que no
lea el francés, ni buhonero que no profese la lengua de los pájaros. Las lenguas
de los pueblos suben o bajan con sus armas: si el imperio alemán se consolida y
extiende sus raíces allende los mares, la francesa quedará velada y llorará como
la estatua de Niobe. No es maravilla que el renombre de un héroe sudamericano
halle tanta resistencia para romper por medio del ruido europeo.
Otra razón para esta oscuridad, y no menor, es que nuestros pueblos en la
infancia no han dado todavía de sí los grandes ingenios, los consumados escri159
tores que con su pluma de águila cortada en largo tajo rasguean las proezas de
los héroes y ensalzan sus virtudes, elevándolos con su soplo divino hasta las regiones inmortales. Napoleón no sería tan grande, si Chateaubriand no hubiera
tomado sobre sí el alzarle hasta el Olimpo con sus injurias altamente poéticas y
resonantes; si de Staël no hubiera hecho gemir al mundo con sus quejas, llorando la servidumbre de su Patria y su propio destierro; si Manzoni no le hubiera
erigido un trono con su oda maravillosa; si Byron no le hubiera hecho andar
tras Julio César como gigante ciego que va tambaleando tras un dios; si Víctor
Hugo no le hubiera ungido con el aceite encantado que este mágico celestial
extrae por ensalmo del haya y del roble, del mirto y del laurel al propio tiempo;
si Lamartine no hubiera convertido en rugido de león y en gritos de águila su
tierno arrullo de paloma, cuando hablabla de su terrible compatriota; si tantos
historiadores, oradores y poetas no hubieran hecho suyo el volver Júpiter tonante a su gran tirano, ese Satanás divino que los obliga a la temerosa adoración con
que le honran y engrandecen.
No se descuidan, desde luego, los hispano-americanos de las cosas de su
Patria, ni sus varones ínclitos han caído en el olvido por falta de memoria. Restrepo y Larrazábal, han tomado a pechos el transmitir a la posteridad las obras
de Bolívar y más próceres de la emancipación; y un escritor eminente, benemérito de la lengua hispana, Baralt, imprime las hazañas de esos héroes en cláusulas
rompidas a la grandiosa manera de Cornelio Tácito, donde la numerosidad y
armonía del lenguaje dan fuerza a la expresión de sus nobles pensamientos y los
acendrados sentimientos de su ánimo. Restrepo y Larrazábal, autores de nota en
los cuales sobresale el mérito de la diligencia y el amor con que han recogido los
recuerdos que deben ser para nosotros un caudal sagrado; Baralt, pintor egregio,
maestro de la lengua, ha sido más conciso, y tan solo a brochazos a bulto nos ha
hecho su gran cuadro. Yo quisiera uno que en lugar de decirnos: “El 1o de junio
se aproximó Bolívar a Carúpano”, le tomase en lo alto del espacio, in pride of
place, como hubiera dicho Childe Harold, y nos le mostrase allí contoneándose
en su vuelo sublime. Pero la musa de Chateaubriand anda dando su vuelta
por el mundo de los dioses, y no hay todavía indicios de que venga a glorificar
nuestra pobre morada.
160
Washington y Bolívar
120
El renombre de Washington no finca tanto en sus proezas militares, cuanto en el
éxito mismo de la obra que llevó adelante y consumó con tanta felicidad como
buen juicio. El de Bolívar trae consigo el ruido de las armas, y a los resplandores
que despide esa figura radiosa vemos caer, huir y desvanecerse los espectros de
la tiranía: suenan los clarines, relinchan los caballos, todo es guerrero estruendo en torno al héroe hispanoamericano: Washington se presenta a la memoria
y la imaginación como gran ciudadano antes que como gran guerrero, como
filósofo antes que como general. Washington estuviera muy bien en el senado
romano al lado del viejo Papirio Cursor, y en siendo monarca antiguo, fuera Augusto, ese varón sereno y reposado que gusta de sentarse en medio de Horacio y
Virgilio, en tanto que las naciones todas giran reverentes alrededor de su trono.
Entre Washington y Bolívar hay de común la identidad de fines, siendo así que
el anhelo de cada uno se cifra en la libertad de un pueblo y el establecimiento
de la democracia. En las dificultades sin medida que el uno tuvo que vencer, y
la holgura con que el otro vió coronarse su obra, ahí está la diferencia de esos
dos varones perilustres, ahí la superioridad del uno sobre el otro. Bolívar, en
varias épocas de la guerra, no contó con el menor recurso, ni sabía dónde ir
a buscarlo: su amor inapeable hacia la Patria; ese punto de honra subido que
obraba en su pecho; esa imaginación fecunda, esa voluntad soberana, esa actividad prodigiosa que constituian su carácter, le inspiraban la sabiduría de hacer
factible lo imposible, le comunicaban el poder de tornar de la nada al centro del
mundo real. Caudillo inspirado por la Providencia, hiere la roca con su varilla
de virtudes, y un torrente de agua cristalina brota murmurando afuera; pisa con
intención, y la tierra se puebla de numerosos combatientes, esos que la patrona
de los pueblos oprimidos envía sin que sepamos de dónde. Los americanos del
Norte eran de suyo ricos, civilizados y pudientes aun antes de su emancipación
de la madre Inglaterra: en faltando su caudillo, cien Washingtons se hubieran
presentado al instante a llenar ese vacío, y no con desventaja. A Washington le
rodeaban hombres tan notables como él mismo, por no decir más beneméritos: Jefferson, Madisson, varones de alto y profundo consejo; Franklin, genio
del cielo y de la tierra, que al tiempo que arranca el cetro a los tiranos, arranca
el rayo a las nubes. Eripui coelo fulmen sceptrumque tyrannis. Y éstos y todos
los demás, cuan grandes eran y cuan numerosos se contaban, eran unos en la
120
Tomado de: Juan Montalvo, Los Siete Tratados, Guayaquil, Universidad de Guayaquil, Vol. I,
1982 [1882], pp. 157-160.
161
causa, rivales en la obediencia, poniendo cada cual su contingente en el raudal
inmenso que corrió sobre los ejércitos y las flotas enemigas, y destruyó el poder
británico. Bolívar tuvo que domar a sus tenientes, que combatir y vencer a sus
propios compatriotas, que luchar con mil elementos conjurados contra él y la
independencia, al paso que batallaba con las huestes españolas y las vencía o era
vencido. La obra de Bolívar es más ardua, y por el mismo caso más meritoria.
Washington se presenta más respetable y majestuoso a la contemplación
del mundo, Bolívar más alto y resplandeciente: Washington fundó una República que ha venido a ser después de poco una de las mayores naciones de la tierra; Bolívar fundó asimismo una gran nación, pero, menos feliz que su hermano
primogénito, la vió desmoronarse, y aunque no destruida su obra, por lo menos
desfigurada y opacada. Los sucesores de Washington, grandes ciudadanos, filósofos y políticos, jamás pensaron en despedazar el manto sagrado de su madre
para echarse cada uno por adorno un girón de púrpura sobre sus cicatrices; los
compañeros de Bolívar todos acometieron a degollar a la real Colombia y tomar
para sí la mayor presa posible, locos de ambición y tiranía. En tiempo de los
dioses Saturno devoraba a sus hijos; nosotros hemos visto y estamos viendo a
ciertos hijos devorar a su madre. Si Páez, a cuya memoria debemos el más profundo respeto, no tuviera su parte en este crimen, ya estaba yo aparejado para
hacer una terrible comparación tocante a esos asociados del parricidio que nos
destruyeron nuestra grande Patria; y como había además que mentar a un gusanillo y rememorar el triste fin del héroe de Ayacucho, del héroe de la guerra y
las virtudes, vuelvo a mi asunto ahogando en el pecho esta dolorosa indignación
mía. Washington, menos ambicioso, pero menos magnánimo; más modesto,
pero menos elevado que Bolívar. Washington, concluida su obra, acepta los casi
humildes presentes de sus compatriotas; Bolívar rehusa los millones ofrecidos
por la nación peruana: Washington rehusa el tercer período presidencial de los
Estados Unidos, y cual un patriarca se retira a vivir tranquilo en el regazo de la
vida privada, gozando sin mezcla de odio las consideraciones de sus semejantes,
venerado por el pueblo, amado por sus amigos: enemigos, no los tuvo, ¡hombre raro y feliz! Bolívar acepta el mando tentador que por tercera vez, y ésta
de fuente impura, viene a molestar su espíritu, y muere repelido, perseguido,
escarnecido por una buena parte de sus contemporáneos. El tiempo ha borrado
esta leve mancha, y no vemos sino el resplandor que circunda al mayor de los
sudamericanos. Washington y Bolívar, augustos personajes, gloria del Nuevo
Mundo, honor del género humano junto con los varones más insignes de todos
los pueblos y de todos los tiempos.
162
El Obispo
121
Non flere, non indignare,
Sed intelligere.
Esta máxima de Spinoza, uno de los más profundos filósofos modernos, no
suele tener aplicación a las cosas de la vida, cuando tanta verdad encierra. Antes
de comprender, nuestras lágrimas son inútiles, pues no tienen causa ni objeto; y
aun pueden ser impertinentes, porque las estamos vertiendo quizá en ocasiones
en que debemos regocijarnos de esta divina facultad con que el Criador nos
ha dotado con nombre de inteligencia. Ahora indignarnos de cosas inocentes,
cosas que por ventura merecen la corona de la virtud, ¿qué es sino romper
las conexiones sin las cuales no caben ni sociedad humana ni fraternidad, ni
gobierno, ni familia? No lloréis, no os indignéis; tratad de comprender; y si
habiendo comprendido veis que el corazón debe afligirse, llorad; y si consideráis
que el alma pura y sana debe indignarse, indignaos. Si no habéis comprendido,
¿Por qué lloráis? ¿Por qué os indignáis? Lloráis, os indignáis; condenáis; y he
aquí que vosotros sois los condenados, por que habéis faltado a la inteligencia,
la mansedumbre y la caridad, requisitos sin los cuales no hay hombre justo, y
menos sacerdote ejemplar y respetable.
Entre un hombre del vulgo y un hombre distinguido; entre un hombre
oscuro y hombre ilustre; entre un gran pensador, gran autor, gran moralista, y
un ignorante, por torpes y desmañados que seamos, no hay duda sino que nos
hemos de atener al juicio del que está gozando de la consideración universal.
El Arzobispo de Quito ha condenado mi obra titulada Siete Tratados, y ha prohibido su lectura, por herética, dice, inmoral y blasfema. Ha estado esperando
ese desventurado que mi libro merezca la aprobación de esos que no lloran ni se
afligen, sino comprenden; ha estado esperando que entidades morales de gran
peso, como gobiernos y academias, honren de mil maneras a su autor, para salir
él, ente infeliz sin inteligencia ni virtud, a llamarle mentiroso, impío y blasfemo.
Pues yo me atengo a los que han visto en ese libro pura moral y profunda filosofía,
antes que al que no ha hallado en él sino impiedades y perversidades. Este llora
y se indigna, sin haber comprendido; los otros comprenden, y alargan la mano
del hombre de bien, la mano del filósofo, al que los ha convencido con sus discursos, y los ha conmovido con los afectos de su corazón.
121
3-13.
Tomado de: Juan Montalvo, Mercurial Eclesiástica, Ambato, Casa de Montalvo, 2006 [1884], pp.
163
Los calificativos que no caben en los labios de la modestia, no los repetiré,
aun cuando estén sonando a mis oídos cual música lisonjera; pero sí he de recordar al escritor sagaz y de buena fe que ha visto en el autor de Los Siete Tratados
el hombre bueno. La bondad es don modesto, casi humilde; y con todo, yo lo
prefiero a las prendas que envanecen y los méritos que ensoberbecen. El escritor
español que ha hallado en mi libro bondad, mucha bondad, es para mí, naturalmente, más que el clérigo semi-bárbaro que, juzgando según los intereses de
una secta y de un grupo de personas, ha visto maldad en mí, mucha maldad.
El sabio me consuela, el virtuoso me salva: el ignorante procura afligirme,
el vicioso me condena. Cuando ese gran personaje dotado de todos los conocimientos humanos y todas las virtudes, que echa sus sentencias desde el trono
de la historia y la filosofía, no ha querido perder tiempo, según el mismo dice,
de manifestar su admiración por Los Siete Tratados, ¿me he de acongojar porque
un mal hombre y peor sacerdote los prohíba y me cubra de improperios? César
Cantú, grande y verdadero cristiano, me salva; Ignacio Ordóñez, impío por ignorancia, temerario por corrupción, me condena. ¿Cuál de estas dos sentencias vale?
No digo que todos los que han expresado su sentir respecto de mi libro, ya
en escritos públicos, ya en cartas particulares, lo aprueben en general, y consideren que de principio a fin merece una corona; pero el crítico que examina una
obra en su conjunto y rastrea sus tendencias, hace sus salvedades, y tomando la
sustancia de las cosas, la señala a los pueblos como buena o mala, útil o perjudicial. Cantú mismo dice que no piensa como yo en muchos puntos; ¿mas ha
tenido necesidad de insultarme por lo que él no aprueba?, ¿me ha acusado de
mentira, porque no digo las cosas a su modo?, ¿ha visto desnudez miserable en
mi alma cuando la ha vestido de “rectitud moral y elevación constante”? Donde
hay mentira y mala intención, no puede haber rectitud moral y elevación: un
varón justo y sabio ha visto en mí rectitud moral y elevación constante; luego
ha faltado a la verdad y la moralidad el que dice no haber visto sino perversidades y mentiras. El uno averigua como filósofo, juzga como cristiano, resuelve
como juez; el otro lee sin comprender, o no lee del todo; juzga como necio, y
ejecuta como verdugo. El uno es hombre sin tacha; el otro no se ha escapado
de los tribunales, sino merced a su castidad, según veo en mil periódicos. Ni los
diarios clericales de París dejaron de levantarse y caer sobre el Obispo corrompido cuya infernal concupiscencia...…Tente, pluma, y alza el vuelo a regiones más
ventiladas y luminosas, donde la honestidad y la misericordia te agasajen con
sus flores benditas.
164
Máxima de Solón
La máxima de Solón aplicada a la asociación civil es siempre verdadera: Hombre sin buenas costumbres no puede gobernar. En lo eclesiástico, en la santa
Iglesia, como ellos dicen, ¿qué será? Hombre sin buenas costumbres no puede
gobernar; clérigo de malas costumbres no puede predicar; Obispo de negros
antecedentes no puede condenar a los que, sino virtuosos, aman y respetan las
virtudes. Yo las amo y las respeto en los que las practican, en el secular como en
el eclesiástico, en el fraile como en el soldado. No soy enemigo de individuos ni
de clases sociales: donde está la corrupción, allí está mi enemigo; donde están
reinando las tinieblas, allá me tiro sin miedo. Las excepciones que hago de continuo a favor de los sacerdotes que han merecido bien del género humano por
la sabiduría y las virtudes, les harán ver a los clérigos de probidad que no soy
enemigo ciego del clero, como dice el cabrón de Méndez que se está llamando
Arzobispo de Quito. No olvidarán los que no han olvidado El Cosmopolita que
tengo al clero por parte esencial de una sociedad bien organizada, lo que pido es
clero ilustrado, recto, virtuoso, útil; no ignorante, torcido, lleno de vicios, perjudicial, este clero es una peste, por el poder que tiene sobre pueblos que andan
muy atrás de las naciones civilizadas; en los que no les creen a ojo cerrado, no es
sino un trapo. ¿Mas que elemento mayor de civilización que el sacerdote inteligente, sabio, cuerdo y puro? Este busca la verdad alumbrándose con la antorcha
de la sabiduría, y la halla; y cuando la ha hallado, la presenta desnuda al mundo,
y dice: ¡Esta es! Cultiva la historia y la moral, comunica sus conocimientos a los
demás, les desencapota el alma, y no teme que le griten “¡mentira!” los que no
están al corriente de los sucesos humanos.
Cuerdo dije, sí, cuerdo, ser cuerdo es más que ser sabio, cordura es prudencia, cordura es mansedumbre, cordura es benignidad. El hombre cuerdo se salva
cada día y está salvando a sus semejantes. El precipitado, violento, furioso, se
pierde, y sacrifica a los que tienen la desgracia de seguirle. Cosa muy diferente
es la energía, la entereza de la convicción y el deber; San Ambrosio cerrándole
el paso al emperador de Roma en la catedral de Milán, no es violento ni temerario; es soldado impertérrito que mantiene su puesto y defiende su bandera.
Teodosio, en medio de su poder, está temblando, ¿qué palabras salieron de los
labios del obispo? ¿Qué centellas brotaron de sus ojos? Si Ambrosio le hubiera
llamado “mentiroso”, “inmoral”, “blasfemo”, Teodosio le hubiera hecho cortar
el pescuezo, habló en nombre del Espíritu y el espíritu no articula sino palabras
vestidas de verdad y grandeza, lengua sublime que resuena por el mundo y sube
al cielo a incorporarse en la música de los serafines.
165
Principio de Buffon
El estilo es el hombre, antes de Buffon éste era ya un axioma; pero un axioma
sin voz, que se mantenía oculto en las entrañas de la sabiduría. Ese filósofo le
dio cuerpo en su gran lenguaje, y desde entonces no hay ignorante que no sepa
que el estilo es el hombre. Ah, miserable, tú que enrocado en tu alta silla te pones a gritar como demente: ¡Mentira! ¡Blasfemia! Y hartas de agravios al que está
saboreando las alabanzas de personas de gran mérito, ¿no temes que un Teodosio justiciero te eche a latigazos de la puerta de la catedral? Jesús echó también
de este modo a los traficantes inicuos, ¡ay de los traficantes de iniquidad y perdición! Tráfico de iniquidad y perdición es el comercio de las cosas inmortales, el
cambio de lo divino con lo infernal. Acaba ese Obispo sanguinario de provocar
el derramamiento de sangre en la capital de una República, hablando a nombre
de Dios ha engañado al pueblo, como el engaño no bastase, le han enfurecido
los esbirros con licores fuertes, borracho el pueblo en nombre de Dios, se ha
tirado sobre un grupo de hermanos suyos, palo, puñal, armas de fuego, sangre,
he ahí la palabra del santo obispo. Cada pastoral de ese malvado es una desgracia pública, pero no tanto, si no la acompañan con el aguardiente. El pueblo,
el pobre pueblo, bueno y generoso, no derrama sangre a menos que le priven
del juicio. El pueblo lee poco, y no sabe gran cosa; pero la fuerza del tiempo, la
fuerza del siglo obra sobre él sin que él lo advierta, y ya no se tira ciego a matar
herejes, cuando no le enfurecen y mancillan con el infame veneno que perturba
la razón y desmejora el cuerpo.
Asesinato del cirujano de
los académicos
Esa pastoral y un barril de aguardiente me hubieran costado la vida, si Dios no
me estuviera salvando con la ausencia. Para confirmar un aserto de otra especie, he vuelto a leer los viajes de don Francisco José de Caldas, cuando llego al
pasaje en que el pueblo de Cuenca se arroja sobre el Secretario de la Comisión
Científica que a mediados del siglo pasado fue a medir el meridiano, tiemblo,
no de miedo sino de cólera. La cólera no permanece, mi alma cae en admiración
profunda, y de aquí pasa a la amargura. ¿Cómo, ayer en los umbrales de nuestro
siglo, hay pueblo en el mundo civilizado, cuya plebe, a las voces de los clérigos,
se tira sobre un sabio y le hace pedazos, por brujo? Ordóñez, Ignacio Ordónez,
no puedes negar tu cuna, sangre chorrean tus labios, sangre despiden tus ojos,
166
sangre requiere tu temperamento. Quiteños, ay quiteños, si una pastoral de
vuestro ilustrísimo prelado le cuesta la vida algún día a este vuestro compatriota
que está haciendo lo posible por daros nombre honroso, cincuenta años después
un escritor de mi raza ha de decir: “El padre Ordóñez hizo asesinar al Cosmopolita, al autor de Los Siete Tratados, por hereje; y se ha de admirar de que esto
hubiese ocurrido a fines del siglo décimonono, en un país sito entre Colombia
y el Perú, Repúblicas ilustradas y liberales. La usencia me salvará; pero ah, esta
Patria que tanto puede en el corazón. Desterrado desde muchacho por escritor,
por campeón de la libertad y azote de tiranos, ¿he de volver algún día a morir
a manos de los clérigos, por brujo? No os lamentéis de mi suerte, ecuatorianos;
admiraos de la vuestra, de las garras de un fascineroso como Ignacio Veintemilla, habéis ido a caer en las de un inquisidor de Felipe II como Ignacio Ordóñez.
Mucho hacen los clérigos, mucho persiguen, mucho provocan en los países
desgraciados donde su poder no tiene límites; y mucho olvidan en daño propio.
El pueblo, ese pueblo a quienes ellos levantan cuando quieren, y mandan a
sembrar ruinas; ese pueblo engañado y ciego, abre los ojos de repente, se echa
sobre los que le obligan a malas obras, y clérigos que cogen, allí le matan. Después de haberles sufrido y obedecido largo tiempo, el pueblo español se levantó
un día y degolló ochocientos frailes, las mujeres, las más devotas, se los comían
a pedazos. El pueblo español se cansó de ser vil esclavo de Satanás, y con sus
mismas cadenas descalabró a sus engañadores, sus opresores de alma y cuerpo.
La Revolución Francesa fue obra de los clérigos, si nadie ha sentado esta proposición hasta ahora, yo la siento.
167
Al doctor Pedro Fermín Cevallos
122
10 de agosto de 1867
Doctor Cevallos:
Puesto que usted no admite discusión, excusado es discutir; ni había para qué,
usted es más entendido que yo en materia de derecho, y harto claro se le presentan las cosas. Aquí no hay que alegar sino la conciencia, el honor, la dignidad,
la hombría de bien, la buena fe, y acaso la consecuencia. Usted no piensa que
García Moreno sea Senador en justicia; no lo piensa porque no es tonto ni
malo, y con todo García Moreno irá al Senado por su voto. ¿Qué es esto sino
ponerle el látigo en la mano? Contribuir de algún modo a la elevación de este
tiranuelo, es presentarse enemigo de la justicia, del honor, de la hombría de bien
y todo. ¿Usted, Dr. Cevallos, votó de García Moreno? ¿No tiene vergüenza, no
se muere de pena? ¿Usted que estaba resuelto a proponer la exclusión de García
Moreno? ¿Usted a quien elegimos Senador teniéndole por liberal, por ilustrado,
por digno ciudadano y buen amigo? ¿Usted votó de García Moreno? ¿De García
Moreno traidor a América, de García Moreno representante del fanatismo, de
García Moreno violador de las leyes, de García Moreno restaurador del martirio? ¿Usted, Dr. Cevallos, votó de García Moreno? Hágale Senador, conviértase
en su sayón, dele la mano, ayúdele a elevarse de nuevo; pero reciba los azotes
que merece. Ahora bien, agradézcalos; ¿no ve cómo se levantan los indios?
Me han dicho que no es tanto el miedo cuanto el vil interés el que le ha
hecho variar a usted buenamente, esto es una necedad; todo podría usted esperar de su partido, todo; por el camino del honor y la vergüenza habría usted
llegado a mucho, y llegaría. Pero venderse, entregarse a uno como bárbaro123
por un empleo o por una suma de dinero, es abominable conducta, que tarde o
temprano le acarreará a usted un castigo terrible. ¿Conque ayer no más no era
usted el que proponía excluir del Senado a García Moreno? ¿No ha sido siempre
para usted un monstruo, una bestia feroz, un ente soez e inhumano? ¡Ah, mi
pobre, mi desgraciado amigo, no pensaba usted que estaba tan cerca de abrirse
122
Tomado de: Juan Montalvo, Epistolario de..., Ambato, Casa de Montalvo, 1995 [1857-1882],
pp. 289-292. Esta es la carta del rompimiento de Montalvo con el historiador Pedro Fermín Cevallos,
al haber consignado éste, su voto a favor de García Moreno, para que fuera calificado como Senador.
Cevallos, en su calidad de abogado, dio su voto por estrictas razones jurídicas, pero Montalvo lo impugnó
y logró que se descalificara a García Moreno.
123
Variante: “a un amo bárbaro”.
169
cerquillo y ser uno de los enemigos más despreciables de su Patria! Haga usted
lo que quiera, pero esa horrible mancha se la rasparemos con una teja, esa acción
inicua la pagará muy cara; y por una vil esperanza o por un infamante miedo,
quedará infamado para siempre, y como él, excluido de todo cuando llegue el
día de los buenos.
¿Piensa que no tenemos derecho a nuestra propia defensa? Cuando le elegimos, no pensamos que usted sería uno de los templadores de García Moreno:
traicione usted a sus amigos, a su Patria, a América; sostenga la causa de García
Moreno, y por el mismo caso le absuelve de todos sus delitos, aplaude todas sus
inquietudes, le proclama, y por su voto, García Moreno prepondera y la nación
es perdida. El Dr. Mata está en el mismo caso que usted, amigo mío; no se desconsuele, tiene un digno compañero. El ha hecho lo mismo: hasta ayer era uno
de los excluidores más fervorosos; hoy es uno de los opresores, de los verdugos:
le han comprado como a usted, amigo mío: ustedes tienen talento, son elocuentes, hagan triunfar a García Moreno. Al pobre Dr. Mata no le ha faltado sino la
materialidad de sufrir el azote; pero ha salido por las calles en cabeza, como reo
infame que camina al patíbulo; ha sido mofado, vilipendiado, encarnecido por
García Moreno; pero le ha faltado el látigo, y todavía no tienen mucho de qué
agradecerle: pero corone la obra, conviértase en campeón de García Moreno.
¿Pero se imaginan ustedes que nos hemos de dejar traicionar, vender sin
defensa? No, mil veces no; puede ser que los verdugos caigan antes que las víctimas. Si de miedo están ustedes por García Moreno, de miedo deben estar por
la Patria y la razón.
¿Han visto ustedes cómo le he puesto a García Moreno en los infiernos?124.
A ustedes no les pondré allí, sino en la plaza, templados con el pantalón bajo
y dando aullidos, y se levantarán humildes a besar el látigo del amo, con ese
significativo y profundamente lastimoso Dios se lo pague. Tengo colores terribles
en mi paleta. Y no piensen que yo solamente seré el vengador, tienen ustedes
algo más que temer, algo más serio; y si llevan ustedes adelante esa bárbara resolución, tarde o temprano esta carta será publicada125, sin embargo ninguno de
mi parte en nombrar a cada uno por su nombre: verán ustedes qué espectáculo
124
Agramonte plantea la duda de que esta carta, hubiese sido enviada. En todo caso Montalvo
cumplió aquello de que usará en su contra los terribles colores de su paleta en “Páginas Desconocidas”,
“Las Catilinarias” y “Capítulos”, en los que el historiador aparece convertido en un rucio viejo y
bonancible por el maleficio de la maga Felicia Propicia. (Ver: Prólogo de Capítulos en el #22 de Letras
de Tungurahua y en “Capítulos como obra de combate en textos conocidos e inéditos”, en Coloquio
internacional sobre Juan Montalvo, Ambato 1988).
125
Existe una nutrida correspondencia inédita de Cevallos a Juan León Mera, su compadre, y en
la que se observa la amistad que existió entre Montalvo, Mera y Cevallos, quién enviaba libros desde
Quito a los dos Juanes. También hay otras posteriores a este suceso, en las que Cevallos, mantienen cierta
ecuanimidad.
170
aterrante es ése. Ni piensen que esta elocuencia es obra de la política; efecto es
de una sincera y profunda indignación. No he querido ir a hablar con usted
porque me habría sido imposible contenerme en ciertos límites. Hágame el
favor de leer esta carta al Dr. Mata y consúltese con él.
Si vuelve usted a la razón y al honor, contésteme, y seremos amigos, y tendrá usted en mí un amigo, un buen amigo; si no, desentiéndase. Aún es tiempo,
vea lo que se hace.
Juan Montalvo
171
A don Pedro Carbo
126
Señor don Pedro Carbo
San Juan de Dios, a 26 de octubre de 1868
Mi estimado amigo:
Después de escrita mi carta del viernes, llegó a mis manos el libelo infamatorio
publicado contra usted en Quito. Jamás leo esas cosas; pero al tratarse de un
amigo, no puede menos que pasar la vista por ese papel, no sin indignación
por cierto. Si usted tiene en algo mi modo de pensar, le aconsejo, y aun le pido
como amigo, que la réplica sea en tono y manera de hombre: hay una enérgica
moderación, un giro de pensamientos, un estilo singular que matan al enemigo, cautivando al público: use usted de ellos, señor don Pedro. Quede el libelo
para los libelistas. La ira de Dios es siempre ira; mas por lo justa y elevada, tiene
en sí misma lo divino: puede ser el hombre capaz de una santa indignación y
expresarla con grandeza: la cólera del perverso o del infame le acerca mucho al
espíritu malo: no seamos superiores a nadie por el encono y la maledicencia;
sobrepujemos sí a cuantos podamos por la magnanimidad y el grandioso menosprecio de lo ruin: la iniquidad requiere castigo; la vileza nada más que un
altivo desentendimiento. Conviene reprimir a la gente desmandada, no hay
duda; pero que sea con mano de señor: mientras menos tengamos de semejante
a nuestros enemigos, más en camino estamos de triunfar de ellos, porque el
público es un juez ciego que al fin abre los ojos, y por cuándo, ya ha sufragado
a favor de los buenos: la justicia es muchas veces muda; pero en secreto está
murmurando allá en el centro de todos los corazones. Pudieron sus enemigos de
usted haberle calumniado, injuriado, insultado; pero ese escarnio, esa rechifla
de mala ley, esa elocuencia de bufón, no era para un hombre de cabeza cana,
envejecido en el destierro por obra de la tiranía, notable cuando menos por el
sufragio con que en todo tiempo le han honrado sus conciudadanos. A un presidente del senado me parece que se le podía haber ofendido por otro término
126
Tomado de: Juan Montalvo, Epistolario de..., Ambato, Casa de Montalvo, 1995 [1857-1882],
pp. 319-322. “Esta carta ha sido publicada en Guayaquil; pero tiene tan menguada publicación en el
periódico en el que se le ha insertado, por su corto número de ejemplares, que nos ha parecido conveniente
reproducirla aquí, no por vanidad literaria, sino por nuestro empeño en orden a la prolongación y la
popularización de los sanos principios. Si nuestra voz tuviese algún poder, por la voluntad no faltaría.
Pulamos el corazón, aclaremos la inteligencia, contraigamos buenas costumbres, y huyamos de lo que
pueda corrompernos”. Nota puesta por el mismo Montalvo al reproducirla en El Cosmopolita.
173
que a un galopín, o volvemos al caos, confundiendo las ideas, sin distinción de
personas, en un torpe e infernal trastrueque donde todo ande revuelto y depravado. A un tirano se le puede estrechar como a tirano, y sería necio y ridículo
en extremo el burlarse de él como de un bausán: la posición imprime carácter
en el hombre y para cada uno hay un modo de aplauso y otro de injuria. Hacer
mención de la dignidad senatorial de un ciudadano, tratarle de presidente de
una augusta corporación, para en seguida brincar sobre él, silbar e inquietarse
en esas menudencias en que hierve un títere en su retablo, es singular manera de
embestir al adversario. La majestad, señor, la majestad: moderación, acierto, nobleza, cortesía, todo lo encierra en sí la majestad: el enemigo majestuoso merece
toda mi estima; de ese linaje de contrarios quisiera yo tener muchos, porque no
poco tendría que aprender en su escuela. Si damos en gitanos, ni esperanza nos
queda para el porvenir: lejos de ir adelante, ¿caminamos hacia atrás?, lejos de
subir, ¿descendemos?, lejos de limpiarnos esta roña del alma, ¿nos gozamos en
nuestra pestilencia?
La sátira ha de ser de Juvenal, esto es, nacida de la virtud, para ser perdonable: ironía sin sal ática, es una pócima que a nadie quita la vida, pero que produce bascas en cuantos la olfatean: el que se aparta de Horacio y de Cervantes, no
sube al Parnaso que ese camino. Al escritor que deprime a un ciudadano sin que
de ello resulte un ejemplar provecho a la asociación civil, no se le puede juzgar
sino por malo. Justo, y aun necesario asociación civil, no se le puede juzgar sino
por malo. Justo, y aun necesario es en muchas ocasiones defenderse y defender
a los nuestros, ¿pero no sería conveniente empeñarse en el caso de manera que
ganemos en él, granjeándonos voluntades, produciendo en el público, si no admiración, cuando menos benevolencia? Esto no se consigue sino con la mesura,
el comedimiento, la hidalguía, que forman ese porte digno y elevado de los ciudadanos prominentes. Un cargo, una injuria, una calumnia se pueden parar con
la égida de Minerva: las flechas se hacen pedazos en esa arma defensiva; la diosa
queda sana e impertubable. ¿A palos no pelea la canalla? ¿De zancadilla no usa
el cobarde? Si reñimos que sea con espada, esa hoja ancha y resplandeciente que
tiene por marca águilas y leones: al que nos acomete con piedras, no le vemos
los que estamos defendidos por el honor y la dignidad, estos ángeles de la guarda que nos circundan con su protectora dignidad. ¿Qué importa que tal cuál
interesado en el decaimiento de un hombre suelte la carcajada a una abrupción
insulsa de un rabadán? Las Musas no conocen la risa; Palas es grave y serena.
El pecado de que más me arrepiento en mi vida, es de haber hecho una burla
pesada; desgracia en que no volveré a caer a fe de Cosmopolita. Si Catón tenía
de qué arrepentirse, ¿qué no sucederá con un pobre mortal? Si un hombre no es
sabio, debe a los menos propender a la sabiduría; y es decidida propensión a ella
174
el ir corrigiéndose diariamente de sus defectos. Si queremos reír, escribamos a lo
Cervantes; si reprender, a lo Juvenal; si punzar por bien de salud, a lo Horacio;
Rabelais es la vergüenza de la más culta de las naciones a causa de Rabelais, los
franceses jamás tendrán Virgilios ni Petrarcas.
Usted no ha menester lecciones mías; pero como por desgracia el efecto
más abundante en el corazón humano es la cólera, siempre es buena aquella
amistosa advertencia que nos sirve de moderados. Los cargos que se le han
hecho, usted los sabrá desvanecer: en cuanto a esa desenfrenada ambición que
se le achaca, es un extremo de ojeriza, que no tiene fundamentos de razón,
desmentida, como está, por su conducta pasada, y que usted desmentirá de
nuevo, a su tiempo, si fuere necesario. No hay buen ciudadano si no es el que
todo lo sacrifica a la Patria. Haga usted, señor don Pedro, que esas canas, con
que se ha tratado de ultrajarte, brillen a los ojos de los buenos con simpáticos
reflejos: si usted no tuviera en su favor sino sus desgracias repetidas, sus largos
destierros, sus empleos conferidos por el voto popular, y esas mismas canas que
han servido de juguete en las impías manos de los que se burlan de los años
bien vividos, tendrían lo suficiente para merecer el aprecio de sus compatriotas.
Perdone lo pasado, desprecie las amenazas, y haga ver que solo el porte digno y
el sufrimiento vuelven a los hombres verdaderamente superiores.
Juan Montalvo
175
Carta colectiva de la Sociedad Liberal
al Cosmopolita
127
(Quito) 2 de enero de 1869
Joven sois, Montalvo; pero la pluma por la que se desliza el alma manifiesta un
talento que ya parece ensayado largos años en la historia, en la política, en las
humanidades. Los grandes ingenios son grandes desde que nacen. El Cosmopolita, vuestro libro, confirma esta verdad. La valentía e intrepidez con que lleváis
adelante con la pluma de defensa de la libertad por encima del puñal ensangrentado de los tiranos, nos trae a la memoria el valor y los sacrificios del Bruto
y de Catón: como literarios, esos escritos parecen frutos acumulados en una
gran serie de años, obra de la reflexión y del profundo estudio. No analizamos
El Cosmopolita, ya porque nos dirigimos a vos, ya porque jueces competentes
e imparciales han demostrado, desde lejanas tierras, el mérito y la importancia
de vuestras obras. Al dirigiros la palabra, queremos solo expresar nuestras sensaciones, y aquel fuego eléctrico que contamina y agita nuestro corazón. Leyendo
vuestras cláusulas sonoras, escuchando la altiva palabra del republicano, nos
parece ver resuelto el gran problema de la Patria: leyes o despotismo, libertad o
esclavitud, y unimos nuestro fervor al de vuestra alma.
La esclavitud por la ley es un absurdo en América. México acaba de deslumbrar al mundo con una victoria que reasume en sí el honor de toda la humanidad. Las repúblicas de Chile y del Perú reivindicaron sus títulos; la una
tomando en guerra abierta las naves enemigas, viendo, con el arma al brazo,
bombardear indefensa la Patria las naves enemigas, viendo con el arma al brazo,
bombardear indefensa la Patria de los héroes; y la otra, abandonando al valor
desesperado el último triunfo de nuestra independencia. Y nosotros, ¿hemos de
aceptar la esclavitud? Dejemos de ser hombres, si hemos de dejar de ser libres:
no corrompamos la obra de Dios: el hombre es su obra, hombre libre, hombre
digno. El Presidente que hoy acepta la reelección, ¿no se propuso reconocer el
imperio mexicano?128. Si entonces trató de reconocer la esclavitud de México; si
entonces puso a disposición de la escuadra de Mazarredo los elementos de daño
contra el Perú, ¿hemos de entregar la Patria después de la victoria, a su antigua
coyunda? Vileza sería en la juventud declarar en cárcel pública al Ecuador, te127
Tomado de: Juan Montalvo, Epistolario de..., Ambato, Casa de Montalvo, 1995 [1857-1882],
pp. 330-334.
128
El Gobierno de García Moreno propuso reconocer al Emperador Maximiliano.
177
niendo a sus dos extremidades Colombia y el Perú, naciones libres, naciones
dignas, que con su ejemplo nos impelen a la libertad y dignidad tan olvidadas
para este desdichado pueblo.
Seguid, Montalvo, ejerciendo el poder público que a justo título os ha conferido el voto general, y hablad desde la imprenta, esa tribuna sagrada donde
campean el talento, la elocuencia, y aun las virtudes del ciudadano y del individuo. “Honrar la virtud y perseguir el crimen, castigar la tiranía, cantar la gloria
y la libertad, todo esto se hace en vuestro libro”.
Como escritor, habéis entrado a la lid en campo cerrado, y habéis quemado las naves, para imposibilitar la fuga. Nosotros acudimos a vuestra bandera,
y contamos con la razón pública, con la espada de la ley y con las simpatías de
los Estados vecinos. El fragor del combate está en proporción de las armas y de
la causa. Los ciudadanos con sus leyes, los absolutistas con su Dictadura: los
ciudadanos con sus instituciones en el campo de la paz; los banderizos de la
arbitrariedad invadiendo el campo de la paz contra el orden y las leyes. Los que
sostenemos la libertad como hombres del siglo, como herederos instituidos por
la victoria de Pichincha, sostenemos la lid según el derecho de gentes exponiendo nuestras doctrinas y ocupando el terreno del periodismo. Unidos todos en
los reales del pueblo, los enemigos son contados.…
Habéis hecho bien, ilustre colega, en no distraer la atención escuchando
aquellos aullidos a la luna, o leyendo ciertas producciones de espíritus enfermos,
emanados de engangrenados pechos, verdaderos vapores mefíticos que tratan de
infectar la atmósfera de la civilización129. La imprenta tiene su policía para tiempos de epidemia. Hay libelos puestos en cuarentena, para evitar el contagio en
la moral pública: hay libelos, que desprendidos de la peste pútrida del paciente,
se arroja a los suburbios como sedimentos repulsivos; y hay libelos en que se
retratan los mismos liberalistas, y entonces se los deja en su lugar, expuestos a la
vergüenza pública. ¡Hermanos a lo Caín, adelante! vuestras armas las tenéis en
vuestras propias quijadas.
El ultraje no será al Señor Montalvo; será al campeón de la libertad, al
propagador de la civilización, al maestro de la juventud, al amigo del pueblo, y
será la señal de un general conflicto, porque estamos resueltos a todo, antes que
sufrir los insultos de los esclavos. Montalvo ha salido; ¿quién le da el rostro?,
¿quién le acomete?
Tener que nombrar aquí a Javier Salazar, es verdaderamente una desgracia: éste es el que ha escandalizado a los sencillos, ha hecho reír a los expertos
129
Montalvo y su Cosmopolita estaban siendo objeto de grandes ataques de parte de sus enemigos
políticos. Así se explica el respaldo que le dan sus amigos. Con algunos de ellos como Manuel Semblantes
y Rafael Portilla, mantendrá una gran comunicación epistolar.
178
con la quijotada que da lugar a esta manifestación. Figuró en Guayaquil en el
sacrificio del joven Darquea; figuró en Tulcán, rodilla en tierra, bandera en el
suelo; figuró en Cuáspud pasando por capellán y suplicando, puestas las manos,
que respeten su corona ¡y era coronel del ejército! Este es el valiente que cuando
está en cama o ausente el enemigo, le toma por la pretina y le estampa contra el
suelo. Salazar, Javier Salazar ¿podría hablar en estos términos de nadie y menos
de aquel a quien debía un cristiano, caritativo y gran servicio? Sabemos que
algunos de sus amigos mismos han mirado con indignación esa baladronada; y
esto nos consuela, pues vemos que la sanción moral no está de todo perdida en
nuestros partidos políticos.
Para la pandilla contra los escritores públicos tenemos la protección de la
ley y de la fuerza pública. Señor Presidente, ¿pensamos bien? A todos pueden
matarnos; pero ese día será un terrible día, y acaso el último de la opresión y la
esclavitud. Pueblo que sabe defenderse, es pueblo digno de alabanza.
El Cosmopolita, el colega de Junius, el abogado de la libertad anda en el
carro de la opinión pública y lleva en la mano la tabla dorada de sus pensamientos escritos.
Aceptad, Señor Montalvo, los cumplimientos de vuestros leales amigos.
El Presidente, Alejandro Cárdenas, Florentino Urive, José Vaquero Dávila,
Alejandro Rivadeneira, Rafael Rodríguez Maldonado, Rodolfo Vivanco, Rafael
Gonzalo, Joaquín Gómez de la Torre, Manuel Cornejo C., Manuel Semblantes,
M. T. Mora, Rafael Portilla, Julio N. de la Torre, Juan Bustamante, Juan I. Pareja, Fidel Sosa, Manuel M. Maldonado, Antonio E. Arcos, José María Cárdenas,
V. J. de la Guerra, Rafael Quijano, Miguel A. Egas, Juan E. Borja, J. D. Paz,
Teodomiro Rivadeneira, Aparicio Dávila, Francisco Bermeo León, Benedicto
Salgado, Severo Fuentes, Julio Paredes, José M. Flores, Juan V. de la Gala, Luis
Dávalos.
Es copia- El Secretario,
Santiago Galindo
179
A don Teodoro Gómez de la Torre
130
Ipiales, 20 de septiembre de 1871
Señor don Teodoro Gómez de la Torre
Quito
Muy señor mío:
Espinel anda aquí leyendo a todo el mundo una carta de usted en la cual le dice
que se me ha enviado por los enemigos del Ecuador residentes en el Perú una
suma de dinero con fines revolucionarios131. Usted no podía adelantar un aserto
cuya temeridad sería igual a su falsedad, ni surtir a este mal hombre de ocasiones para que propague especies que de cualquier modo pueden perjudicarme,
valiéndose de la autoridad de usted, pues al no ver los efectos, mis enemigos, y
sobre todo mis amigos ¿qué noticias han de difundir?
En consecuencia, y por su interés personal, debe usted decirme lo que hay
de cierto en el caso, o veo yo otro modo de poner en su punto las cosas.
Si el envío del dinero fuese verdad, habría una traición en Espinel; siendo
como es falso, hay una calumnia en la cual se quiere hacer tomar parte a usted,
pero usted sabe si sé defenderme.
De usted atento y seguro servidor.
Juan Montalvo
130
Tomado de: Juan Montalvo, Epistolario de..., Ambato, Casa de Montalvo, 1995 [1857-1882], pp.
445-447. Esta carta y otra dirigida al mismo corresponsal circularon en solo 4 ejemplares de los folletos
“El Antropófago”, “Los incurables” y otros. El biógrafo don Oscar Efrén Reyes atribuye la destrucción
del resto de la edición al mismo Montalvo, por lo ruin de su contenido. Pero la razón fue la cantidad de
errores cometidos por la imprenta, y porque habiendo pedido Montalvo la entrega de 450 ejemplares, le
notificaron desde Bogotá que a lo sumo podían enviarle a razón de 4 folletos por semana, lo que indignó
al escritor.
“El Antropófago” fue una respuesta al libelo anónimo; que bajo el título de “Juan Montalvo” fue
impreso en Guayaquil el 22 de mayo de 1872, por Encuadernación Calvo y Cía. El 27 de febrero
de 1985 fue reimpreso en Quito por el señor Germánico Pinto Pachano y publicado en el #15 de la
Colección Amigos de la Genealogía.
Finalmente este vil anónimo trató de ser una réplica al folleto montalvino “Fortuna y felicidad”, que
combatía a García Moreno. Montalvo atribuyó el haberlo hecho escribir a Marcos Espinel; el haberlo
escrito a Juan León Mera y el mandarlo a publicar a Mariano Mestanza.
131
Que Montalvo hubiera hecho en el Perú gestiones revolucionarias es lo más probable; pero lo que
le indigna es la versión mal intencionada de haber recibido dinero.
181
RESPUESTA DE DON TEODORO GÓMEZ DE LA TORRE
Quito, 3 de octubre de 1871
Señor don Juan Montalvo
Estimado señor y amigo:
Por el correo de hoy he tenido la satisfacción de recibir la de usted del 20 del
pasado, e impuesto de su contenido, le diré: que en el mes de junio último que
estuve en el palacio, por asuntos de la Beneficencia, me enseñó el presidente una
carta original del Dr. Mestanza al General Urvina, interceptada por cambio de
dirección. En ella le hablaba sobre un plan de invasión a las costas de Manabí,
afirmando que se habían reunido fondos para esto en Guayaquil por medio de
los señores Murillo y Mármol; que en Panamá se hallaban reunidos elementos
de guerra; que los señores Alfaros debían conducirlos a Manta; y que se había
remitido dinero a la frontera del Carchi a consignación de usted. Esta misma relación hice al Dr. Espinel en una carta que le escribí con motivo de su enfermedad, y de haberle ofrecido el Gobierno salvoconducto para que regrese al país.
Comuniqué pues lo que había leído, sin hacer comentario de ninguna
especie, porque no puedo comprender cómo en una carta de ese naturaleza se
hubiese podido equivocar la dirección132.
Es en esta nueva ocasión que tengo el honor de suscribirme de usted
Su atento amigo y S.S.
Teodoro Gómez de la Torre
132
Esta noticia causó la ruptura de Montalvo con Mestanza, pues juzgó la dirección equivocada y la
carta, no como accidental sino malintencionada. Roberto Andrade piensa que solo fue un lamentable
error.
182
Al General Eloy Alfaro
133
Ipiales, 26 de diciembre de 1874
Mi estimado amigo:
Siempre he pensado que mientras la juventud esté alerta la libertad del Ecuador
no será imposible. Don Manuel Rosas tenía por cierto que su dictadura perpetua se hallaba fuera de todo riesgo; y no sin fundamento, pues veinte años de
ejercicio eran suficiente razón para hacerle pensar que moriría en ella. Mas la
providencia quiso que entre los que él llamaba sus esclavos hubiese un hombre
en cuyo pecho el amor de la Patria y de la dignidad humana permaneciese ardiendo en medio de la servidumbre; y cuando llegó el día que Dios señala desde
la eternidad a todos los tiranos, el General Urquiza fue el libertador de Buenos
Aires.
Los varones que en el día han consumado los hechos más dignos de alabanza, cuyos nombres resuenan con más estruendo en la América Latina, son
cabalmente los que han seguido la vía de Urquiza, cada cual en su Patria blandiendo la espada de la libertad, esa arma santa que Dios bendice y pone en la
diestra de algún hombre privilegiado como García Granados en Guatemala,
González en el Salvador.
En varias naciones del Nuevo Mundo se ha declarado “benemérito de
América” al que derroque a García Moreno. Este tiranuelo ha llegado a superar
en mala fama a Rosas mismo; pues al fin y al cabo el gaucho, en medio de sus
crueldades no se vio desprovisto de virtudes; lo que es agraviar y envilecer la
clase militar azotándole a sus generales no lo hizo. Los que tienen noticias de
este raro género de tiranía preguntan asombrados: ¿no hay militares en este país?
Los hay que confiesan y comulgan; ¿no los habrá para cosas más honestas, más
debidas, más necesarias? Un general, un inmenso aplauso por los ámbitos de
Sudamérica les espera a ustedes cien pueblos se hallan en ademán de celebrar la
hazaña: ¿hasta cuándo?134.
133
Tomado de: Juan Montalvo, Epistolario de..., Ambato, Casa de Montalvo, 1995 [1857-1882],
pp. 466-469. Según anotamos ya Alfaro quemó la correspondencia enviada por Montalvo, sin duda para
evitar el riesgo de que cayeran en manos enemigas, en un período de conspiración revolucionaria. Por lo
visto, Montalvo hizo lo mismo. La presente es una rareza y sin duda una copia.
134
Con estas letras Montalvo, erigido en conspirador, continúa desde el destierro la campaña para el
derrocamiento del Tirano. Ciertamente, fue su pluma la que lo mató.
183
Esta no sería una revolución común de las que acontecen cada día. El
Ecuador se encuentra en un caso particular y con ser tan pequeño tiene la virtud de atraer las miradas del Nuevo Mundo: ¿qué mucho si su desgracia es tan
grande? Ahora que García Moreno ha puesto de manifiesto su ánimo de reinar
mientras le dure la vida, en cada carta me preguntan: ¿hasta cuándo? ¿Hasta
cuándo, amigos? Les toca a ustedes la respuesta. Cuántas y cuán autorizadas
voces se levantarían donde quiera para ensalzar la conducta de ustedes si un
pueblo todo llegase a deberle el gran bien de la libertad y la honra. La honra,
pues lo hemos de decir mal que nos pese: el Ecuador pasa no solo por falto de
ánimo y esfuerzo sino también por nada pundonoroso. Sufrís, dicen, sufrís la
tiranía de la cogulla, la peor de las tiranías. Toda América es liberal el día de hoy,
toda. Solamente el Ecuador vive vendido a la clerigalla; solo él hace virtud de
la ignominia. Cuando me preguntan ¿no hay juventud allí? Yo me acuerdo de
ustedes y respondo: tal vez... tal vez. Mío será volver glorioso el nombre de usted
y el de los que lo acompañan, y esta pluma que está militando por la libertad
de la Patria correrá, llena de alegría, para inmortalizar a los héroes. Contemple
usted por otra parte que el régimen de García Moreno es puramente personal y
por lo tanto transitorio; muerto él y muerto su partido, ¿qué podrán entonces
los frailes y las monjas que nos oscurecen y nos llenan de vergüenza? Todo es
extraño, exótico; todo desaparecerá. Sea que usted y un grupo de manabitanos
presten su vida para iniciar la revuelta, sea que se nieguen a nuestro empeño, la
ruina de la tiranía es cuestión de tiempo, de poco tiempo; y averígüense bien
consigo mismo. Oscuro sostén de un tiranuelo o clarísimos libertadores de un
pueblo; en este dilema se encierra la fortuna. En honor abundan ustedes, valor
les sobra; ¿Qué les falta? ¿Apoyo, concurso, recursos? Los tendrán, más de lo que
se pueden buenamente imaginar. ¡Levántense! Las coronas con que les ciña su
Patria será de las más bellas.
Si éstas, mis razones, pueden algo en el corazón de ustedes, dennos a entender sus propósitos y entraremos en arreglos y pormenores. Veremos una revolución unánime, el ejército unido al pueblo. La cooperación por otros puntos de
la República será eficaz, el golpe fuerte, seguro el resultado. El pueblo de Guayas
proclamará Jefe Supremo, o por no poner solo sobre un hombre el peso de la
grande obra, nombraría un gobierno provisional o un directorio compuesto de
tres o cinco personas... Nada teman, pues lo que hagamos será cosa formal y
como de justicia de ustedes, la gloria.
Juan Montalvo
184
Misiva patriótica a los guayaquileños
135
Orillas del Carchi, 25 de agosto de 1875
Guayaquileños:
Mi calidad de compatriota vuestro sería título corriente para dirigiros la palabra
en el conflicto en que se halla la República. Si quebrantos y amarguras sufridos
por la Patria dan a uno autorización para hablar por ella, sabed que soy de los
que llevan devorados siete años de destierro, y de los que no veían otro fin a sus
males personales que el fin de los males púbicos. García Moreno ha muerto:
no os doy una noticia; siento la base de lo que tengo que deciros. La muerte de
García Moreno trae consigo un cambio de instituciones, y esto salta a los ojos
de todos los ecuatorianos de juicio. La especie de monarquía absoluta que ese
poderoso había fundado sobre las ruinas de la democracia, no puede, no debe
subsistir, cuando su fundador ha desaparecido. El cimiento de este tétrico absolutismo era su poder personal; poder inrestricto, fortificado por la cooperación
de los que participan de sus ventajas, dilatado por el terror, sellado con la sangre
del pueblo ecuatoriano. El espectro acaba de desvanecerse al conjuro de dos
niños de colegio; ¿y los mayores seguirán puestos al yunque, esperando otro
martillo? Los hijos del Pichincha dieron el primer paso; paso arduo, terrible;
paso de muerte: vosotros, hijos del Guayas, dad el segundo: no tenéis sino quererlo. Revolución, armas, sangre a raudales no son necesarias: vuestra voluntad
expresada con firmeza sería suficiente, puesto que a ella se uniesen la memorable
Cuenca, los otros pueblos y ciudades que en todo caso han acudido presurosos a
la salvación de la Patria. La Constitución dada por García Moreno es un documento de ignominia: en ella se fundan las repúblicas suramericanas para tratarnos de miserables, de esclavos. García Moreno ha muerto, ¿y habremos de sufrir
la dictadura de un difunto, de una sombra? El doctor Francia no reinó desde
el sepulcro sino tres días: los sucesores de García Moreno se proponen hacerle
reinar sin término sobre vosotros. ¿Qué interés abrigan estos ciudadanos, buenos
o malos, en llevar adelante una obra que, si se viene abajo por la fuerza, causará
135
Tomado de: Juan Montalvo, Epistolario de..., Ambato, Casa de Montalvo, 1995 [1857-1882], pp.
469-471. Esta proclama libetaria fue escrita a pocos días del asesinato de García Moreno (6 de agosto de
1875). Al suscribiría a orillas del río Carchi, nos indica que su autor traspuso la línea fronteriza para pisar
el suelo de su Patria. Se dirije de modo especial a los guayaquileños, consciente del poder económico y
político de dicha ciudad y apunta a desmontar la máquina de la tiranía encarnada en la Constitución
garciana.
185
destrozos dignos de memoria? Valiera más ayudasen a desmontar la máquina
que no alcanzan a mover, y en paz, y en amistad si fuera dable, los ecuatorianos
juntos estableciesen el nuevo orden de cosas que imperiosamente demandan los
tiempos y las tendencias generales. Los patriotas del norte, los hijos del Carchi
han dado la voz en el asunto de pedir reformas, Constitución nueva, convención:
acoged, guayaquileños, sus indicaciones y levantad con el propio fin la voz de
Olmedo, Rocafuerte Roca y todos esos grandes campeones de la libertad que
sabe dar de sí el poderoso Guayas. ¡Muere García Moreno, y el nombre de Flores
resuena en juntas presididas por obispos, en el teatro del gran acontecimiento!
¿Es éste un desafío a muerte al pueblo ecuatoriano? ¿Una afrenta atroz a la revolución de marzo? ¡Oh mengua! ¡Oh vergüenza! ¡Del señor de Quito salen dos
niños, héroes, fanáticos, delincuentes furibundos, o lo que sean; y hay en Quito
quien ose proferir el nombre de Flores sobre el cadáver de García Moreno! Pues
yo digo que me abriera las venas, traspasara mi sangre a las de García Moreno y
le resucitara mil veces, antes que ver un Flores en el trono del Pichincha, sobre
los laureles de Sucre. ¿Y dónde están los Carbo? ¿Dónde los Borrero? ¿Dónde
los Aguirre? ¿Con que Armodio y Aristogiton habrán consumado su obra, para
poner un Flores en lugar de García Moreno? ¡Guayaquileños, indignaos! ¡Guayaquileños, desplegad vuestra bandera, la bandera de marzo, la de la convención
de Cuenca! El espíritu de los guerreros, los guerreros de la Elvira, desciende sobre
vosotros; viéndoos estoy; la sangre que se os agolpa a las mejillas, es de vergüenza;
tembláis de cólera, se os infla el pecho heroico, dáis un grito sublime, y por los
ámbitos de la República vuela encendida esta palabra: ¡Libetad! ¡Libertad!
Juan Montalvo
186
A los señores David Martínez Orbe
y Nicanor Arellano Hierro
136
Ipiales, 20 de septiembre de 1875
Señores:
Mi modo de pensar acerca de don Antonio Borrero es conocido, y está conforme
con el sentir de la mayoría de ecuatorianos. A sus honrosos antecedentes reune
la circunstancia de ser ahora una prenda de seguridad para los cesantes, quienes
han de ver en esto un rezago de su larga fortuna. Aferrarse sobre un sistema de
gobierno tan insufrible para los pueblos, cuando falta el nervio de ese sistema,
es necedad. Y qué razón sufre que unos encanezcan en los mandos, y otros vean
consumirse su edad florida o helarse su vejez en el destierro. Hombres hay en
el Ecuador que a fuerza de disfrutar ellos solos de los bienes comunes y gozarse
en los halagos de la Patria, miran como perversos a los que atentan a su perpetuidad, como infames a los que aspiran al hogar perdido. Cielo, aire, luz, tierra,
montes, ríos de la Patria, dones son que el Criador reparte por igual entre todas
las criaturas a quienes asigna un pedazo de mundo. ¿Y los bienes del alma? ¿Las
necesidades del corazón, amigos míos? Pues ¿qué injusticia, qué atrocidad son
éstas de llamar ladrones a los que anhelan por volver a sus padres, sus esposas,
sus hijos, cual si Dios hubiera hecho de estas santas prendas monopolio en
favor de los peores? Tan solamente en Buenos Aires, reinando el gaucho Rosas,
se han visto desterrados de veinte años: en ninguna de las otras repúblicas sudamericanas se extrema nadie hasta la semblanza de ese bárbaro, casi fabuloso por
la tiranía. En Chile no hay desterrados; en Colombia no los hay; en el Perú los
hay por dos o tres meses; García Moreno fundó la dictadura perpetua sobre la
muerte y el destierro perpetuo. ¡Dios de bondad! ¿Cuándo la política, la sana, la
grande, la acendrada política ha tenido esas monstruosas formas?
Los sucesores de García Moreno rechazan a Borrero como rechazarían a
Carbo, Icaza, Aguirre, a todo aquél cuyo ahinco no se cifre en la continuación
del régimen tiránico y absoluto. La obra de este genio del despotismo no puede
seguir adelante sin su robusto brazo: muerto él, ¿cuál es el atrevido, el fatuo que
quiera mandar sin leyes? Insigne ofensa al hombre fuerte sería que habiendo
dado con él en tierra, fuesen los ecuatorianos a echarse a cuestas el hombre fósil.
136
Tomado de: Juan Montalvo, Epistolario de..., Ambato, Casa de Montalvo, 1995 [1857-1882],
pp. 473-478.
187
Veinte años ha que muchos herejes son católicos; esto es, que viven de las
rentas de la nación; los cinco de Urbina, los quince del otro; el empleo, el sueldo han venido a ser en ellos naturaleza; por donde les parece traición, delito,
perversidad digna del patíbulo el que los pueblos quieran al fin relevarlos de
sus patrióticas obligaciones. Esta es la justicia distributiva, esta la democracia
en una República sudamericana. ¿Y cómo no? Ellos solamente son cristianos;
nadie sino ellos tienen derecho al suelo patrio: hogar, familia, pan, vida, cosas de
ellos; porque Jesús dejó estatuido que las siete vacas flacas se coman a las otras
siete, y llamándose católicas esas vacas, devoren en su nombre el reino de este
mundo, que no era el suyo. ¿Borrero no es católico? Y ¿Desde cuándo no lo es?
¿Conque al fin, señor don Antonio, vino usted a creer en Mahoma? No señor,
no dicen eso, sino que para usted aun no ha venido el Mesías. ¿Judío? ¡abrenuncio! Tampoco dicen esto; lo que dicen es que usted profesa el credo de Rimini.
Según se me trasluce, allí viene el arrianismo: fuera de la Santísima Trinidad, no
hay presidencia, señor mío. ¡Oiga! ya cree usted en el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo; luego su herejía es la de los maniqueos. –¡No señor! –Iconoclasta. –¡No
señor! –Templario. –¡No señor! –Calvinista. –¡Erre que erre! Soy católico. –Así
nos lo pensábamos nosotros, y por eso es usted nuestro candidato.
Entre las cien mil personas que en toda la República proclaman a Borrero,
las cincuenta mil son clérigos: “cura”, escribe cada cual después de su propio
nombre; “cura”. Prueba irrefutable de que el señor don Antonio es un heresiarca
de los más peligrosos. El candidato de los eclesiásticos ha de ser católico, y esto
ni el demonio lo quita.
Borrero, ¿hay sujeto más adecuado para las circunstancias? Conservador
progresista o liberal juicioso, el movimiento razonable será su política: varón de
luces, no pensará que la ineptitud es el mejor apoyo; de conciencia, descansará
en los hombres de bien. Si a dicha los hallare entre sus adversarios, tómelos.
Borrero tiene en su vida una acción que le recomienda en gran manera al
pueblo ecuatoriano: propuesto para vicepresidente por García Moreno, miró
con desdén ese alto lugar, y rehusó la candidatura, fundándose en que la elección no podía ser el voto libre y expontáneo de los pueblos. Aquí tienen ustedes
el hombre de alma levantada, corazón bien formado, juicio recto. Tal vez a
Borrero no le faltan sino teatro y ocasión para ser ilustre: por lo menos estamos
seguros de que sería buen presidente, creciendo en consideración al paso que
con la práctica de las virtudes cívicas, se desenvolvían estas más y más en él.
Borrero tiene, por otra parte, en favor suyo el ser instruído, buen escritor; si
bien esta virtud no es requisito esencial del gobernante; pero es cierto asimismo
que da lumbre a la magistratura, realce al magistrado. Bolívar con la pluma es
tan eminente como con la espada: separad el Bolívar escritor, el Bolívar sabio
188
del Bolívar soldado, y quedará quizá un héroe de la edad media: el genio en él
resulta de la inteligencia prendida con el rayo de la guerra. Grandes escritores
puede haber que no las corten en el aire en esto de regir un pueblo; mas si a la
sabiduría en la política añade uno el don de convencer, conmover, embelesar a
sus conciudadanos, ¿no será preferible a un gobernante lego? Costumbre ruin
es levantar un candidato sobre el descrédito del opuesto. Los Estados Unidos
profesan la calumnia en época de elecciones, sin perjuicio de reconocer las injusticias, tan luego como sea el furor de la contienda. Grant fue el blanco de la
difamación últimamente: nepotismo, fraude, hurto, nada le perdonaron. Una
vez electo, más de uno de los periódicos adversos confesó que mucho se le había calumniado. Este sistema es nefando; apartémonos de rutina tan perversa.
Bien así en la alabanza como en el vituperio, la moderación es una virtud: no
podemos extremarnos en las recomendaciones, sin dar en la bajeza; ni perseguir
a todo trance a un hombre, sin acreditarnos de malévolos. Pienso que Borrero
sería buen presidente137, útil a la República, perjudicial a nadie.
Prendas y virtudes notorias de un ciudadano, se pueden alegar cuando el
caso lo pide flaquezas, defectos, vicios de otro, si los tiene, no son secretos para
nadie. El mérito de un individuo no consiste en la escasa importancia de su
competidor: valgamos algo por nosotros mismos, no por lo exiguo del prójimo
infeliz. Que vuelva yo por la salud de la Patria, como debe hacerlo cada uno
de sus hijos, es justo, obligatorio. Nada diré de buen hombre que propende a
alzarse con la herencia del Lapita memorable. Popularidad es la gran opinión
que los pueblos tienen de un sujeto, eminente por la inteligencia o las virtudes,
el cual prevalece sin ahinco, y desdeña los indecorosos favores con que le tienta
la fortuna. ¿Guayaquil, la fuerte, la soberbia; Cuenca, la populosa, la entendida
habrían de sufrir una humillante desventura? Valerse ahora de la fuerza, escandalosa, brutalmente, es obligar a las ciudades a ser terribles quizá. ¡Quiteños!
Pueblo desgraciado, pueblo víctima habéis sido mucho tiempo; sed ya pueblo
ínclito, pueblo libre. Los Salinas, los Quirogas, hijos fueron del Pichincha: mirad qué acciones las de vuestros padres; ¿y vosotros, ni muerto el dictador seréis
capaces de reconquistar vuestros derechos?
La importancia, el punto de honra, y hasta la vanagloria de una provincia,
harto tienen con cinco presidentes: de los nueve que ha visto el Ecuador, los
cinco son de Guayaquil. Sed cuerdos como valientes, oh vosotros los hijos del
gran río. ¿Todos unos bajo el yugo, todos opuestos en la libertad? Borrero no es
cuencano, guayaquileño ni quiteño; es ecuatoriano. Tiempo ha que la República se inclina a este hombre tan modesto como apto para su gobernación: ¡gua137
El apoyo frontal de Montalvo a la candidatura presidencial de Antonio Borrero constituye un
espaldarazo a la misma.
189
yaquileños, acogedle! Acogido le habéis; el triunfará: las bayonetas, por ahora,
se harán poco lugar entre vosotros, puesto que estén infestando las provincias
indefensas. ¿Qué paso tan largo diera Icaza en el aprecio y amor de sus conciudadanos con el desprendimiento delicadamente expresado ahora? Sabiduría y
virtud componen esa divinidad propicia que los pueblos felices adoran bajo el
nombre de Minerva.
Juan Montalvo
NOTA. Hallándose en prensa esta carta, ha llegado a nuestras manos el voto de Guayaquil en
el punto de que actualmente se trata. Aguirres, Icazas, Caamaños, Viveros, Coroneles, Rocas,
todas las personas notables, todas las visibles de esa ciudad insigne están conformes en un
parecer. No sabemos quiénes sean los opuestos a la elección de candidato tan popular como
el señor Borrero. Los hijos de Cuenca no están menos unánimes; los de Quito no pueden
hablar, pero harán ver.
190
A Roberto Andrade
138
Ipiales, 1 de octubre de 1875
Querido amigo:
Al llegar acá, me han dicho que Rivadeneira ha denunciado a Pólit la presencia
de usted en esa hacienda, y le han pedido órdenes139. Me dicen también que
éstas vendrán seguramente contra usted, por el correo de mañana y que será
usted buscado por una escolta; y como todo esto lo hará Rivadeneira sin contar
con D. Vicente Fierro, hay eminente peligro. Véngase usted esta noche mismo,
que aquí no hay el menor riesgo. Si no quiere venirse, por ningún caso duerma
en su casa; y aún de día, estese con mucha vigilancia. Nicanor dijo que dormiría
hoy en Cumbal, y por esta razón no le escribo.
Salude a las señoritas y disponga de su amigo.
Juan Montalvo
Esta noche ho hay que temer. Mañana salga por la tarde y véngase por
Carlosama, con guía.
138
Tomado de: Juan Montalvo, Epistolario de..., Ambato, Casa de Montalvo, 1995 [1857-1882],
pp. 478-479 y 581-583. Desde la muerte de Gabriel García Moreno, Andrade estaba prófugo. Ver el
libro ¿Quién mató a García Moreno? Autobiografía de un perseguido de Raúl Andrade. Lo dieron a luz en
1994 el montalvista Plutarco Naranjo, el historiador Fernando Jurado Noboa y Lener Moncayo Jalil,
Presidente de la Sociedad Amigos de la Genealogía.
139
Rafael Pólit estaba encargado del poder Ejecutivo y Rivadeneira de la Gobernación de Tulcán
(Roberto Andrade).
191
Ipiales, 29 de octubre de 1879
Querido Roberto:
Ahora cinco días le escribí con José. Hoy ocurre la necesidad de hacer un nuevo posta140, para evitar repeticiones; y para que usted sepa en qué estamos, le
mando abierta la carta a los amigos de Quito. Léala y mándela volando; es de
toda urgencia, pues hemos perdido desgraciadamente veinte días por la causa
que usted verá en ella.
Un hombre de a caballo infunde sospechas; lo mismo que un mozo de a
pie que va solo. Es indispensable que usted mande un arriero con su respectiva
acémila, y la carta bien metida en la carga, o como usted lo juzgue mejor: ya usted
ve que va quizá de la [ ]141 de los amigos de allá. Que R. se la entregue a R. Si por
desgracia este amigo estuviere ya preso, que la entregue a S., a N. M. o a C. C. a
pesar del sobrescrito con nema.
Reitero mi llamada a usted. Estoy tan solo en la casa que estoy como encantado. Peligro corro hasta en la casa, pues no tengo ni muchacho. Véngase a
acompañarme hasta el día de mi salida, y si los amigos de Quito se resuelvan
a salir, véngase a mudarse con ellos aquí y esperar mi regreso. Usted, Roberto,
está corriendo inminentemente peligro: el Mundo ha dicho que usted está ya
comprometido con Alfaro y conmigo para matarlo a él, para completar el 6 de
agosto142. Que esto lo sabe él de buena tinta. Comunique usted a sus padres
que su salida es indispensable, y véngase como para quedarse: si por sorpresa
lo cogen, es cosa de muerte, nada menos. Salga de allí el 20 del entrante, como
le dije, y si puede antes, esperando si el regreso del posta que tiene que hacer
con la inclusa.
Le mando El Times número 18. Este sí que está bueno: el anterior estaba
aguado. Saque los ejemplares necesarios para esa provincia y remita los demás
[ ]143, que no son para Quito solamente.
Si algo trae usted cuando venga traiga nogada144 de Ibarra, de esa que pudiera un poeta presentar a las Musas en el Parnaso. Y si quiere usted ser mi
amigo, júreme por la empuñadura de su espada no pensar ni en artículo mortis en mandarme alfeñiques145. ¿Acaso los quise para mandarlos de regalo a los
huangudos de la Laguna? Una noche los tuve en el cuarto, y se salieron de la
Un nuevo correo.
En blanco.
142
Fecha del asesinato de García Moreno.
143
En blanco.
144
Dulce de nueces, característico de Ibarra.
145
Dulce de miel (panela) muy popular en Baños de Tungurahua.
140
141
192
canasta, y anduvieron haciendo ruidos de alma en pena. Estos alfeñiques van a
ser el tormento de mi memoria, y… de la suya también.
Hagan ustedes presentes que le obliguen a uno a sonreír como Apolo, y
de ninguna manera que le inviten y le infundan venganza en el pecho. Bien se
ve que usted no ha tenido en estos tiempos trato con las Nueve Hermanas sino
con las ratas y las brujas invisibles de la escribanía. ¡Y mi señor don Abelardo146
que se pone a hacer versos después de mandar una botella de aguardiente tapada con tusa! Cuando quieran ustedes hacer odas, oraciones o madrigales de
Garcilaso, no regalen la hez del pueblo de los alfeñiques, ni tragos de Sanjuanes
sino suspiros de Náyades enamoradas cuajados en forma de graciosas coronillas
o centellas de comer y bajen del Helicona rompiendo las doradas nubes de una
hermosa147.
Y con esto, amigo, el más cordial abrazo,
Juan Montalvo
Mándale un Times de los de ahora a Castrato148 por el correo, como carta,
señalándolo con lápiz colorado la banderilla que le toca.
Abelardo Moncayo.
El escritor está de humor y hace gala de su gusto refinado en cuestión de alimentos.
148
Dr. Julio Castro.
146
147
193
A Rafael Portilla
149
Ipiales, 24 de diciembre de 1875
Muy querido amigo:
Recibí la apreciable de usted del último correo. Comprendo el descontento150
de que usted me habla, pero no le he recibido sorpresa: así debía ser todo. Si hay
buena voluntad en los pueblos para las reformas, el Sr. Borrero no resistirá por
malicia: espera tal vez que exijan de él lo que deseen. Me ha llamado particularmente: de la nota oficial de Manuel Gómez yo no hubiera hecho caso; pero
conviene llevar adelante nuestro sistema, y aunque sea para un nuevo destierro,
me he determinado a ir. Espero que ustedes los jóvenes me ayudarán en lo que
debemos hacer, por la razón, no por la fuerza.
Estoy tocando con varias dificultades meramente físicas para mi viaje: no
sé siquiera dónde apearme en Quito: tal es el horror que han infundido en mi
ánimo mis antiguos amigos. Usted se encarga, querido Rafael, de prepararme
alojamiento correspondiente al decoro que debo guardar en mi posición. Yo de
mi genio soy inclinado a lo espacioso y decente: ahora se añade la necesidad de
colocarme bien. No me gustan esas casitas para un hombre solo: quisiera un
buen departamento en una casa habitada por una familia honesta. A vuelta de
correo hágame usted alguna indicación a este respecto, a ver si la apruebo.
Con Cornejo, que sale el lunes, le mandaré decir el día de mi salida de este
lugar y aún le haré algunos encarguitos relativos al viaje.
Ya ansío por conocer a usted y abrazarle como a uno de mis mayores amigos. Si ve a Terán, quéjesele de su silencio.
Juan Montalvo
Hable con Manuel Cornejo respecto de estas cosas; aunque él ni siquiera
me ha mandado saludos.
149
Tomado de: Juan Montalvo, Epistolario de..., Ambato, Casa de Montalvo, 1995 [1857-1882], pp.
480-488. Esta carta inicia una larga correspondencia con una de las personas en las que más confió el
escritor.
150
Se refiere a la inseguridad de que Borrero acepte las reformas que los liberales esperaban.
195
Ipiales, 26 de diciembre de 1875
Muy querido amigo:
Recibí la suya del último correo. El giro que toman las cosas me hubieran hecho desistir de mi proyectado viaje, si no supiera yo que los hombres de bien se
deben al género humano; y aunque no puedo envanecerme de mi pobre Patria,
todavía es cierto que no puedo prescindir del deseo de hacer algo por ella. Ya
yo sé que no me espera en Quito cosa buena; pero hagamos un sacrificio más:
combatir por el bien es obligación de los buenos.
No pienso que don Antonio151 me hubiese hecho llamar para hacerme la
ofensa que allí están diciendo, según la carta de usted. Ustedes no repitan esa
especie que me enfada e indigna. ¿Con que yo soy a propósito para eso? De lo
que voy a encargarme es de El Cosmopolita152; y si no fuera con algún propósito
laudable, no iría; para amarguras sin fruto, harto estoy de ellas aquí mismo. A
mi llegada, y sin pérdida de tiempo, habrá un empuje de los míos; pues según lo
que me dicen de Guayaquil y Lima esto es necesario... El encargo de ustedes, los
jóvenes, es reunir inmediatamente algunos fondos. Usted es mi agente público
y confidencial; y en calidad de tal, le diré de una vez que necesito recursos, no
solamente para la imprenta, sino también para mis indispensables gastos personales. Llegando a Quito, no sé cómo principie yo a vivir; ésta ha sido la razón de
más peso para que no me hubiese resuelto a ir desde que fue posible. Aquí vivo
con poco; allá no puede ser lo mismo: el decoro exige otro porte.
Esta materia es puramente de mí a usted. El objeto con que usted provocará una derrama entre los jóvenes será El Cosmopolita. Huyan ustedes de tocar
con ninguno de los antiguos urbinistas153: esa lepra puede infectarles a ustedes.
Quiero que todo sea cosa de los jóvenes; de otro modo, recibirá disgusto.
Que cada cual contribuya según sus facultades y su voluntad; y tenga usted listo
lo que necesitamos. Esta excitación no debe usted hacerla a mi nombre; transmitiéndoles el fin que me propongo, acuerden ustedes lo necesario. Pero nada
de charla anticipada e imprudente.
Mi resolución es salir de aquí el 10 del entrante; por manera que pueda
llegar a Quito hasta el 18 contando con que los amigos de Ibarra me obligarán...
Juan Montalvo
Antonio Borrero.
Dará a luz “Asomos del Cosmopolita” (Páginas Desconocidas).
153
Los urbinistas terminarán uniéndose a Veintemilla.
151
152
196
Ipiales, 31 de diciembre de 1875
Muy querido amigo:
Escribí a usted con Cornejo la carta que recibirá mañana o el domingo. Tan
larga y de confianza yo no sé si usted va a tocar con inconvenientes y molestias.
De sus paisanos no tengo idea superior, y aguante usted. Si la cosa está difícil o
incómoda, desista usted del empeño: pasaré de largo, y veremos qué suerte nos
espera por el Sur154. Los sentimientos de mi ánimo son justa indignación y puro
deseo de mejorar la suerte de la Patria. Sin cooperación, serían penas escudadas
las mías. Si Uds. no se hallan a la altura de las circunstancias, déjenme pasar al
otro día; que para otro destierro y otra soledad, de nadie necesito.
No se atenga usted estríctamente a la fecha que le indiqué para mi llegada. El camino mismo que seguiré no es determinado todavía: si el tiempo está
bueno, me iré por Mojanda; en este caso duermo en Pomasqui o en Cotocollao;
si está malo, el páramo es insuperable, y tomaré la vía de Guaillabamba. En el
correo entrante habrá aún tiempo de hablar; y todavía podré escribir a usted de
Ibarra comunicándole lo que allí resuelva. Esa carta, según cuentas, llegará a sus
manos el 17 del entrante. Esperar el correo.
Cornejo llevó 30 ejemplares del cuadernito de Cerón: empléelo bien.
Un abrazo, mi querido Rafael.
Juan Montalvo
Ipiales, 19 de enero de 1876155
Muy querido amigo:
Un contratiempo ocurrido la víspera de mi salida, me ha obligado a diferir el
viaje por algunos días156, y lo peor es que ni sé siquiera en qué fecha me sea posible ponerme en camino. Usted no salga sino esperando el correo el lunes; pues
de aquí o de Ibarra, no dejaré de escribirle. Aunque no es segura mi permanencia aquí hasta el otro viernes, día de correo en Tulcán, escríbame sin embargo;
que nada se habrá perdido con que me devuelvan hacia allá su carta, si fuere que
Seguramente al sur de Quito.
En Montalvo en su Epistolario de Agramonte consta esta carta con fecha 13, pero una vez verificada
en el original de Martínez Acosta se ha establecido que la revista Nariz del Diablo es del 19.
156
El desterrado prepara maletas para regresar a su Patria después de 7 años.
154
155
197
yo me hubiere marchado. Dígame qué hay de la casa de Mercedes Garzón157.
Hasta ahora no me entregan las cosas remitidas por usted a Tulcán; de
suerte que si, como estaba resuelto, hubiera salido el 10, hubiera yo carecido de
esos trastos. Pantalones de montar tengo dos: en vano se ha privado usted de los
suyos; no era eso lo que yo necesitaba.
Por si viniera, a suceder que no pueda yo salir ni en la semana entrante,
remitame a vuelta de correo la Constitución del Ecuador158, y esto lo hace usted
sin falta. Importará poco que no me halle aquí esa buena pieza.
Sentiré mucho no tener carta suya mañana: usted está sin duda en el entender de que me hallo en camino.
Un abrazo por escrito, hasta que tenga yo el gusto de dárselo en persona.
Juan Montalvo
Hoy que le escribo es jueves: muy posible es que yo monte el otro jueves.
El correo del lunes le sacará a usted de incertidumbre.
Mándeme por si acaso, los folletos que me han dicho han publicado Moncayo y Riofrío.
Ipiales, 27 de enero de 1876
Muy querido amigo:
Recibí la suya del correo pasado, y espero la que debe venir mañana. No puedo
ir todavía: cuando mi carta sea fechada en Ibarra, entonces ya no tendrá usted
duda. No estoy mal, pero temo que un viaje de seis días me perjudique más
de lo que conviene. Por la imprudencia de haberme movido antes de tiempo y
caminado sin cesar, me volvió la irritación. Ahora es preciso ser cauto.
Anteayer me trajeron de Tulcán la noticia de que el pueblo de Quito había
hecho otro 2 de octubre. No me inclino a creerlo. Veremos en el correo.
La casa que usted ha visto últimamente es inaceptable para mí, por motivos especiales, que usted sabrá cuando nos veamos. De ningún modo iré allá. Si
no hay a donde llegar me apearé en San Antonio: en siete años, bien apastusado
debo de estar.
157
158
198
Es la casa a la que desea ir a vivir en Quito.
Para estudiarla e impugnarla.
El obstinado silencio de usted respecto del objeto de mi viaje, me desanima
también. Usted calla sobre puntos que requieren contestación. Si no voy a combatir por la imprenta159, por falta de recursos, no tengo para qué ir, ni lo deseo.
Hábleme con franqueza, para que no me vea yo obligado a volverme a Ipiales
tan pronto como llegue a Quito. El carácter de usted me inspira confianza; pero
como no juzgo lo mismo de los demás, justo es que yo tenga mis dudas.
Reciba usted el más cordial abrazo, mi querido Rafael, y disponga de su
mejor amigo.
Juan Montalvo
Habitación en piso bajo, de ninguna manera admita usted. Mi salud no
lo sufre160.
Si no ha llegado al poder de usted el papelucho que le envié por el correo,
haga circular allí algunos de los que van hoy; pero la mayor parte debe usted
mandarlos a Quito. Esto conviene161.
Escritor al fin, lo único que desea es una imprenta.
Debido a su afección reumática, siempre trató de evitar la humedad ubicándose en pisos altos.
161
Debe ser alguna hoja volante alertando al pueblo del peligro de continuar en pie la estructura
garciana.
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A don Antonio Borrero
162
Quito, 14 de junio de 1876
Al Señor Presidente de la República
Señor:
Sangre de liberales, sangre de vuestros amigos que ayer os elevamos a la Presidencia de la República, ha manchado las calles de esta capital. Vuestro ministro,
el señor Manuel Gómez de la Torre, le ha dado una gentil bofetada al Gobierno
de que forma parte, embeodando a sus hijos y echándoles afuera a cometer
delitos. Razón, derecho, popularidad son personas elevadas y serenas, que no
han menester el arma de la canalla para hacerse temer, ni buscan la complicidad
de la noche para declarar su valentía. Nosotros estamos usando del raciocinio;
ellos los gomeros, de la precipitación y el ofuscamiento; nosotros de la luz del
día, ellos de las sombras; nosotros de la pluma, ellos del palo. ¿Qué decís, señor
presidente, qué decís de un ministro de Estado que acude a las vías de hecho
para refutar los cargos que escritores y pueblos le están haciendo a porfía y en
justicia? El Ministerio de la Policía tuvo a bien anoche elevar la queja al padre,
y consultar al ministro. Mi hijo tiene razón, respondió este hombre incauto.
¿Tiene razón de apandillarse entre cuatro o cinco personas para acometer a
un individuo solo? ¿Tiene razón de ocultarse de día y salir de noche a buscar
sangre por las calles? ¿Tiene razón de temer las armas de los caballeros y llevar escondido el palo, el arma de la canalla? En los pueblos cultos y dignos,
no dejan de suceder desgracias; pero los agravios se vengan con nobleza, y los
hombres principales jamás se vuelven mínimos con actos que les acarrean desconsideración y menosprecio. Estos golpes, señor presidente, tolerados o repetidos, causan la ruina de los gobiernos. No lo digo yo que no se sostengan en
cuanto puedan disponer de la fuerza armada; mas el temor, la desconfianza, el
odio de los pueblos son ya una ruina para el gobierno, el cual no vive alto y
garboso si no reposa sobre los cimientos de la estima y el contento generales.
La República está mal parada, señor: de un confín al otro de ella, la tirria de
los ecuatorianos se manifiesta en diferentes formas: a un lado conspiraciones;
al otro, votos de censura; aquí, cargos irrefutables; allí, recriminaciones violen162
Tomado de: Juan Montalvo, Epistolario de..., Ambato, Casa de Montalvo, 1995 [1857-1882],
pp. 518-522. Antonio Borrero fue electo Presidente de la República el 2 de octubre de 1875 con apoyo
de Montalvo.
201
tas; por todas partes murmuración, disgusto, inquietud y malestar profundo.
Vuestro ministro os ha frustrado vuestra felicidad: ¿pensáis que con un hombre
menos desacreditado, menos aborrecido, más razonable y juicioso, el gobierno
que presidís hubiera venido a ser tan pronto este objeto de las quejas de todos
los ecuatorianos, esta cosa incomprensible sin olor ni color, cuyo desabrimiento
empieza a emponzoñarlo todo? Poned a un lado a este hombre infausto, y ved
luego a vuestros compatriotas proclamaros con nuevo amor en coro compuesto
de más de treinta y nueve mil voces. Como esta satisfacción dada a los pueblos
sea el primer paso a la reforma prudente y moderada, los hombres de bien, los
patriotas ardorosos, los libres que no quieren ya sufrir coyunda, todos estaremos
con vos y haremos nuestro el empeño de afirmar la paz en medio del orden y
la libertad razonable. Pero desengañaos, mientras en vuestro concepto sea más
un hombre que la República, la protección individual que la justicia general, la
persona que el conjunto, mal segura estará la paz, y vos mismo participaréis de
las zozobras y la inseguridad de vuestro mal ministro. Si el señor Teodoro Gómez de la Torre se siente sin la elevación y el ánimo de un gran ciudadano, que
dejándose de aprensiones pone el hombre el sostenimiento de las cosas públicas,
no os faltará, señor, un hombre que poner, en el lugar de éste que todo lo tiene
puesto en peligro; éste, digo, que echa mano al garrote para ir matando jóvenes
en el secreto de la noche. Ahí está Vásquez, ahí Arízaga, ah otros tantos hombres
inteligentes y modestos que pueden salvar el orden con el desinterés y la cordura. ¿Cómo es esto, señor presidente? ¿Es por ventura el Ecuador la ganancia de
un individuo determinado?; fuera del siniestro hombre del palo ¿No hay uno
en vuestros compatriotas capaz de ayudaros y salvaros? Yo que estoy haciéndoos
estas preguntas163, soy injusto: sabed que vuestro comisionado, el señor Pedro
Fermín Cevallos, no ha cumplido hasta ahora vuestra comisión de aconsejar y
obligar a su amigo a poner la renuncia de su ministerio. Con más valor y actividad, la sangre de anoche no hubiera ocurrido; los peligros y desgracias que
cada día son inminentes, hubieran quedado conjurados, y tanto el orden de las
cosas públicas como vuestra personal tranquilidad se vieran hoy fundadas sobre
cimientos seguros.
La víctima debía ser este vuestro amigo y servidor, señor presidente, según
la fanfarronada con que la pandilla se acercaba a mi casa: ¿cuál de esos villanos
hubiera salido vivo, si es verdad que a ella venían? El joven Semblantes164 estuvo
más a la mano, y él fue el acometido y herido. ¡Más que satisfacción! Este muchacho vuelve del primer golpe, golpe leve, golpe horrible, y da con su agresor
163
El primer historiador de la República, coterráneo de Montalvo y con quien éste había roto a raíz
de su voto a favor de García Moreno.
164
Manuel Semblantes.
202
en tierra en medio de sus cómplices, le pisa, le muele, le deja medio muerto; allí,
le tienen desmuelado al valiente de la esquina y de la noche. Una voz amiga ha
sonado por allí, un compañero acude al vuelo: huyen los agresores en infame
desatino. Semblantes, con una monstruosa herida en la cabeza, fue un héroe
anoche. De éstos son los liberales: acométannos. Noticioso del peligro de uno
de los míos, me echó afuera: ¿Qué arma tienes? Le preguntó a un carpintero
en la puerta de la calle. –Un martillo, señor. –Venga el martillo. Todos mis
amigos están dispuestos a morir por mí; yo moriré por cada cual de ellos. No a
mucho andar tropiezo con una gavilla de ocho o diez gomeros. Nosotros somos
ya tres: el olor de la muerte nos va uniendo. Los valientes me reconocen, y me
abren ala: ¡y tal vez iban por mí! ¿Cuántas cabezas hubiera yo hendido, cuántas
frentes abierto con mi arma de cíclope, en habiendo algún atrevido entre ellos?
A los cinco minutos, veinte jóvenes me rodeaban: la solidaridad de la vida y de
la muerte es la garantía y el timbre de un partido. Hágame asesinar el ministro
Gómez de la Torre con sus hijos, de noche, en mi casa o en la calle; ¿no tengo yo
deudos, amigos apasionados, pueblo adicto y valeroso que le hagan pedazos al
siniestro viejo? Pronto estoy a un lance de caballeros, pronto a un salto desigual,
pronto a todo. Yo sé muy bien que entre una negra y una verde vida, entre una
vida perjudicial y una de esperanza, no puede haber comprensión; pero si yo
muero noblemente por la santa causa de los pueblos, los asesinos serán comidos
de perros. Yo no me oculto, mis amigos no se ocultan, ni andamos en pandilla:
el día es nuestro elemento. Embístannos los gomeros, si tienen valor diurno. No
acometeremos nosotros, pero la defensa será terrible.
Señor presidente, hoy ha menester vuestra excelencia la resolución que le
ha estado faltando: abajo el ministro indigno, y el pueblo es vuestro.
Juan Montalvo
203
Carta a un grupo de amigos
165
Ipiales, 18 de agosto de 1880
Amigos míos:
Hoy recibo la carta de ustedes del 15. No sabía yo que a tanto hubiera llegado
el turbión de chismes, embustes y mentiras ex profeso del Mudo166. El impresito que les envió les dará a ustedes la medida de lo que hay en realidad. Cien
colombianos mil veces hubieran ido ya; se me ofrecen de todas partes: ayer no
más vino un cabecilla de un pueblo belicoso a presentarse con una compañía de
90 hombres. Pero no se trata de esto: con colombianos no iré jamás167. De fuerzas propias puedo reunir, según las ofertas, hasta mil fusiles. De Tumaco traje
pólvora para más de 50.000 tiros. Todo, todo nos es favorable a este lado del
Carchi. En Tumaco dejé un buque listo para que tome a Alfaro en fecha fija: fue
la contra orden a Alfaro, a causa de la falta de Gangotena; cosa pesadísima, pues
había yo mandado de esa isla comisionados a Esmeraldas, Manabí y Guayaquil,
citando a los amigos para tal día. Todo ha habido que contradecir. El caragamento de pertrechos está cautivado en el camino, por falta de cuatro reales para
pagar fletes y pisos: los fusiles no los puedo recoger, por ser indispensable una
suma de dinero adelantada: conque si ni un cuartillo se puede esperar de Quito,
como ustedes dicen, yo no sé si ustedes puedan esperar ni una peseta de revolución por el Norte. He iniciado negociaciones en Quito respecto del dinero
indispensable; si lo hay, no habrá que esperar. Ya ustedes sabrán que todas las
noches gritan los tulcanes: ¡Viva Montalvo! ¡Muera el Mudo!
Por popularidad y por elementos de guerra no falta; pero faltan absolutamente las tres cosas necesarias para una revolución: la primera dinero, la segunda dinero y la tercera más dinero.
Me disgusta la fianza que ustedes piden para venirse: ¿cómo diablos puedo
yo garantizarles su vergonzoso regreso a sus casas esclavizadas? Si no pueden
volver al yugo tanto mejor: comerán hambre y beberán sed, como yo. Lo que
conviene es ayudar, cooperar de todos modos: querer que todo lo haga uno
165
Tomado de: Juan Montalvo, Epistolario de..., Ambato, Casa de Montalvo, 1995 [1857-1882],
pp. 615-617.
166
El General Ignacio de Veintemilla.
167
No quiere ser calificado de antipatriota. Pero está claro que este ir y venir de Ipiales a Panamá y
de Panamá a Ipiales, pasando por Tumaco y Barbacoas, se debe a que estuvo preparando una revolución
armada con gente de su país.
205
solo es falta de patriotismo y energía. Si no hay revolución inmediata, la habrá
después: si no consigo dinero en Quito lo buscaré en Panamá, y al fin lo hallaremos. Pero ustedes no quieren perder sus ocho o diez meses de tamales y de
vergüenza, y siempre están esperando las vísperas de la revolución para venir,
como si el concurso de todos no fuera lo que más facilita y dispone. Si meditando en estos puntos les parece que deben venirse, tendré mucho gusto en verlos
y estar con ustedes para bueno o para malo; pero si se reservan el derecho de
hacerme recriminaciones cuando no puedan volver al pan y queso, no vengan:
yo no desmayaré durante diez meses; si después de este tiempo no se formaliza
y se verifica una grande y buena obra, me iré y para mucho tiempo: tengo compromiso de ir a Europa, en junio, plazo que yo he pedido, sin más objeto que
hacer el último esfuerzo por la libertad y no obstante, será de contínua zozobra
y de inminente peligro; y cuando ustedes quieran escapar será tarde quiza. Yo
no dejaré de dar pasos: si lo pronto, lo urgente se vuelve imposible, tengo una
grande esperanza para dentro de diez meses: durante este tiempo podríamos
mantener el fuego del pueblo con una “candela”168 o cosa mejor; pero si se
consigue lo que estoy buscando todo será pronto. Queda al juicio y corazón de
ustedes el venirse o no: hambre de veras no tendremos; y si la tenemos nos la
comeremos con honra y con valor169.
Si no han dejado ustedes dispuesto el modo de comunicarnos con Quito,
dispóngalo antes de venirse. Y Rafael170 ¿por qué se ha quedado?
Es preciso que hagan volar a Quito el papelucho, a fin de que cesen las
persecuciones y se contenga el cara de caballo171; aunque yo pienso que luego le
volverá el miedo y con más fuerza.
Mis abrazos.
Juan Montalvo
Entre los fusiles ofrecidos hay trescientos remingtons: no digo que los tengo, porque no están en mi poder, con algún dinero por de pronto, podemos
llamarles nuestros.
Su combativo periódico de 1878 (Ver “Joya Literaria”, Vol. 32 de Letras de Tungurahua).
Este heróico desafío se parece al de Pizarro en la isla del Gallo y los trece de la Fama.
Rafael Portilla.
171
Veintemilla.
168
169
170
206
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