Quel Historico • 066-087 28/12/06 14:40 Página 66 El caserío medieval estaba pegado a la peña y circunvalado por una muralla, de la que aún se conservan restos. 3 QUEL DE SUSO Y DE YUSO. EL SEÑORÍO EN LA EDAD MODERNA José Luis Gómez Urdáñez Diego Téllez Alarcia 66 Quel Historico • 066-087 28/12/06 14:40 Página 67 La señorialización de Quel Aunque como hemos visto, el proceso de sometimiento a señorío de la villa de Quel arranca de tiempos medievales, es en 1455 cuando conocemos el origen de la dinastía de señores que heredarán el señorío queleño durante generaciones hasta el fin del Antiguo Régimen y la definitiva desaparición del régimen señorial, entrado el siglo XIX. Es en ese año cuando doña Leonor Téllez de Meneses, con consentimiento expreso de su marido mosén Martín de Peralta, vende la jurisdicción de Quel a García Sánchez de Alfaro y a su mujer María Rodríguez, vecinos de la villa soriana de San Pedro Manrique. En la escritura se especifica, como hemos visto, que la villa se vende “universalmente, con toda su jurisdicción criminal, mero y mixto imperio, palacios, casas, solares, piezas, viñas, huertas, herrañales, prados, pastos, términos, montes, molinos, e inciensos, rentas, e todas e otras cualesquier rentas e cualesquier cosas que a mi pertenecientes sean en la dicha villa e sus términos”. La escritura, cuyo original está en la Chancillería de Valladolid, fue copiada en los libros del catastro en 1752: tal es el valor que señores y vasallos daban a este instrumento, en el que constaba el precio pagado -7.500 florines de oro “del cuño de Aragón”-, aunque no había justificación alguna del origen más antiguo del señorío. La escritura se otorgó ante el notario de San Pedro Manrique, Jimeno González, y diversos testigos en un acto que tuvo lugar en “el aldea de Igea, aldea de Cornago”, el 30 de abril de 1455. Los testigos, “llamados, especialmente rogados, fueron Pierres de Peralta, hijo de mosén Martín de Peralta, Juan de Gamboa, alcalde de la fortaleza de Turujen, Genónimo Sáenz, vecino de San Pedro, Fernal Sánchez, de Igea y Juan Martínez, de Cabanillas. Al parecer, Leonor Téllez había obrado con mano blanda en cuanto a exigir derechos señoriales a los queleños, pero el nuevo señor, García Sánchez, así como sus herederos, aumentaron la presión exigiendo todos los derechos. El nuevo señor reconstruyó el castillo a los pocos años de comprar el señorío, con lo que dio aún más apariencia “feudal” a su poder y llegó a exigir “castillería” a los pastores, lo que motivó un pleito con la Mesta en 1484. Medio siglo después, tras fallecer García Sánchez de Alfaro, el señorío pasó a sus herederos que, en un principio, lo mantuvieron “en comunidad”. En 1499 consiguieron una ejecutoria por la que los pastos y montes de Quel quedaban “proindiviso” y, dos años después, partieron rentas y derePalacio de los Mota, con el escudo de armas, desaparecichos a razón de un tercio para la familia de do. Durante muchos años mantuvo el recuerdo del pasado los nietos de García Sánchez de Alfaro –los señorial de la villa. Gante- y dos tercios para los bisnietos, que 67 Quel Historico • 066-087 28/12/06 14:40 Página 68 resultaban ser los Díez de la Mota, con los que emparentó más tarde Isabel de Zúñiga. La presión señorial y las discordias entre los herederos motivó ya un pleito del “concejo y los hombres buenos de Quel” contra los señores, en 1518, en el que intervino el corregidor de Calahorra, sin lograr evitar la división de percepciones y lo que ya se consideró como abusos, sobre todo la negativa a reconocer la autoridad del ayuntamiento elegido por los vecinos, pues los señores imponían un alcalde mayor y sus propios regidores. Desde entonces, el señorío de Quel fue detentado por las dos ramas familiares hasta el final del régimen señorial, lo que, como veremos, acabó originando el reparto del pueblo, del caserío, de las rentas de las tierras y hasta de los vasallos, dando lugar a dos pueblos, Quel de Yuso y Quel de Suso, sólo separados por una línea imaginaria que recorría calles y tierras, incluso dividiendo hasta los lugares preeminentes que ocupaba cada familia en la iglesia parroquial del Salvador. En 1547, cuando empieza el largo pleito que condujo a la división de las dos villas, los dos señores de Quel eran, por una parte, Pedro Díez de la Mota e Isabel Zúñiga –señores de los dos tercios-, y por otra, Francisco de Gante y su hermano Juan, propietarios del tercio restante. La anómala situación en un señorío en el que los señores impartían justicia, ponían alcalde, poseían el horno y el molino, y mantenían varios derechos señoriales sobre los vasallos, venía produciendo discordias entre las dos ramas, ya distantes del tronco común, por lo que en esa fecha Pedro Díez de la Mota acudió a la Chancillería de Valladolid solicitando la partición real del señorío. El largo pleito seguía en 1556 cuando habían muerto ya Pedro Díez de la Mota y Francisco de Gante, pero las viudas, Isabel de Zúñiga y Petronila de Alfaro, y los cinco hijos de ésta última –los Gante- continuaron el litigio ante la Chancillería. La primera sentencia, en diciembre de 1574, imponía una solución salomónica que no satisfizo a las partes, especialmente a Isabel de Zúñiga. Decía la curiosa sentencia: “debemos mandar e mandamos que la jurisdicción de la villa de Quel se parta e divida entre dichas partes en esta manera; que los 8 meses del año use y ejerza la dicha jurisdicción in solidum la dicha doña Isabel de Zúñiga e su alcalde mayor en su nombre, y en los otros 4 meses del año use y ejerza la dicha jurisdicción in solidum la dicha doña Petronila de Alfaro e sus hijos e el alcalde mayor por ellos puesto”. Isabel Zúñiga presentó una “instancia de suplicación” pues no aceptaba la división en que “solamente habían dividido la dicha jurisdicción en el tiempo” y volvía a pedir la división real de la jurisdicción y los vasallos. En las declaraciones de las dos viudas aparecieron entonces con crudeza las desavenencias y los rencores. Se acusaban de viejos problemas de herencia, incluso de deber más de “diez mil ducados de once años e más en que ella e sus antecesores, sin título ni razón alguna, habían gozado la villa de Fontellas que había sido de la abuela de los dichos mis partes (Petronila) e valiera de renta cada un año más de 800 ducados e se tenía e habían tenido todas las joyas de oro y perlas, vestidos e otras cosas de valor de más de 8000 ducados de valor que habían quedado de la bisabuela de los dichos sus partes a los cuales pertenecía e perteneció todo lo susodicho como a herederos más propincuos de la dicha su abuela y bisabuela”. El 20 de enero de 1565, varios vecinos de Quel, entre ellos Juan Andrés y Diego Lázaro, Pedro Bretón, Juan de las Heras, Justo Rilarte, Pedro Marzo, Diego de la Huerta, Juan Abad, Juan de Herce y Pedro de Muro manifestaron su oposición a que se partiera el señorío “por no ser a nosotros útil e provechosa la dicha partición”. Además se oponían a que 68 Quel Historico • 066-087 28/12/06 14:40 Página 69 se tomara residencia al alcalde mayor Juan de Colmenares y pedían “que no haya ni pueda haber alcalde mayor (nombrado por el señor) en esta dicha villa ahora ni en tiempo alguno”. Los vecinos, una minoría, aprovechaban las desavenencias entre los señores para evitar, al menos, la señorialización de la justicia y la desaparición del viejo concejo medieval de hombres libres, anterior al señorío. Eran tiempos en que muchos vecinos de villas de señorío –los de Nájera o los de las Viniegras, por ejemplo- pedían “ser del rey” y someterse a su justicia en vez de estar en manos de los señores, pero en los pueblos pequeños como Quel era difícil substraerse a un derecho por el que el detentador del señorío había pagado una crecida suma a la monarquía. Habitualmente, los pueblos ricos conseguían sus propósitos acudiendo a los tribunales, pleiteando constantemente, para lo que hacía falta un dinero que en Quel no tenían. Las declaraciones de las partes fueron subiendo de tono, llegando a denunciar “notables daños e perjuicios e sería dar ocasión a los vecinos de la dicha villa e su tierra se pereciesen e se desavecindasen de la dicha villa, dejaren sus casas y haciendas, siéndoles forzoso ir a vivir e morar a otra parte por los grandes daños que en ello se le seguían si se partiese la dicha jurisdicción por los ruidos y diferencias que de lo susodichos se resultaría entre los señores e vasallos como cada día sucederían sin se poder remediar en ninguna manera por estar la dicha villa muga muy cerca de los reinos de Navarra y Aragón, a donde los delincuentes se pasarían en acabando de gozar e cometer los delitos en la dicha villa sin ser de ellos castigados ni poderse remediar”. Pero Isabel de Zúñiga seguía adelante, solicitando todos los derechos. Además de nombrar alcalde mayor, pretendía confirmar las varas de alcalde y regidores del concejo el día de año nuevo y, además, hacer juicio de residencia a los alcaldes salientes, es decir, fiscalizar la actuación durante el mandato, una manera de controlar el concejo sometiendo al alcalde. A la vez, denunciaba que Petronila de Alfaro y sus hijos “habían procurado e intentado de no dejar poner las dichas varas ni confirmarlas a la dicha mi parte trayendo e metiendo en dicha villa cada un día de año nuevo de los dichos años cincuenta hombres armados de armas ofensivas e defensivas a pie e a caballo como eran espadas, dagas, lanzas, arcabuces, arneses, cotas, coletos e otras armas, los cuales eran de los reinos de Aragón e Navarra, bandoleros e no conoscidos e que por otros delitos estuvieran de sus tierras alejados e desterrados”. La última entrada de estos cincuenta hombres armados, encabezados por los Gante, se había producido el día de año nuevo de 1565 y se volvió a repetir al año siguiente. Isabel declaraba que tuvo que perder de su derecho para evitar muertes y, a la vez, denunciaba que Petronila de Alfaro y sus hijos metían mil cabezas de ganado en la villa y ella, ninguna. Los Gante querían repartir el dinero que daban los “herbajantes” por el uso de los pastos y llevarse su tercera parte sin descontar sus ovejas. Además, con sus mil ovejas metían otras mil de forasteros. También denunciaba Isabel que Petronila y sus hijos daban licencia a forasteros “para hacer viñas y panes” en los términos de la villa (a los que cobraban la pecha). Los Gante no negaban los hechos; sólo los justificaban. Según declaraba Petronila, los hombres armados que entraban en Quel eran amigos y parientes de sus hijos, los más de estos hombres de la villa de Fontellas, en Navarra, de la que también eran señores, y de la ciudad de Tarazona, donde había casado uno de los hijos. Otro era canónigo en la catedral de Calahorra. 69 Quel Historico • 066-087 28/12/06 14:40 Página 70 La situación se enrareció en 1566 con estas violencias. Los vecinos que el año anterior habían dado poder para personarse en el pleito pidiendo que no se partiera el señorío y que no hubiera alcalde puesto por los señores ahora lo revocaban. Declaraban que eran una minoría y que el pueblo no les seguía. Quel tenía entonces unos 120 vecinos y ellos sólo eran en torno a una decena. Además sabían que los vecinos del estado noble, que recibían privilegios de los señores, no les iban a secundar nunca. Los señores sabían buscarse “parciales” en sus villas, vecinos a los que arrendaban tierras, o nombraban mayordomos y otros cargos, o les permitían el pasto de sus ganados, la corta de leñas, etc., de manera que dividían las “fuerzas” del pueblo. Sin duda, éste es el origen de la consolidación del estado noble en Quel. La partición de Quel En esas circunstancias se producía la sentencia de revista del 22 de agosto de 1567 en la Chancillería de Valladolid. Era muy diferente a la anterior y marcaría al pueblo de Quel durante casi trescientos años; el pueblo iba a ser dividido en dos. Uno de los jueces que había entendido en el largo pleito fue comisionado para personarse en Quel y deslindar las dos jurisdicciones señoriales, una labor que concluyó el 16 de diciembre de 1568. El juez dividió tierras, montes, casas y vecinos. Con toda exactitud, fue anotando los términos y los mojones que dividían Quel de Suso y Quel de Yuso, así como el lugar de Ordoyo –también de Suso y de Yuso-, con lo que dejó un precioso documento en que se contienen los términos, los accidentes geográficos que servían de lindes, los nombres de las calles y los de los vecinos que quedaban en una u otra jurisdicción (el documento está copiado en los libros del catastro de 1752). El pueblo se dividió “por la calle abajo que baja de la dicha Peña e va a dar a la esquina de la casa de Dª Petronila”. Dentro de la parte de Petronila quedaron cinco vecinos que correspondían a Isabel, a los cuales el juez les señaló “una calle nueva que yo mande abrir para que los cinco vasallos quedasen en territorio de doña Isabel y pudiesen entrar e salir de su jurisdicción sin atravesar por la jurisdicción de la dicha doña Petronila”. Seguía la “frontera” señalando la parte de esta señora, por “la calle de arriba hasta dar en la peña de las escaleras y hacia la parte de Arnedo, excepto los cinco vasallos con sus casas e territorio sobredichos que en la dicha calle quedan por de la dicha doña Isabel”. Luego, el juez fue anotando los nombres de los vasallos que quedaban en uno y otro lado, Suso (arriba) y Yuso (abajo), desde ahora. El auto señalaba que las alcabalas, ya enajenadas con anterioridad, quedaban sólo para Isabel; pero el molino y el horno, que se arrendaban a particulares, quedarían “en comunidad, pues no reciben cómoda división”, repartiendo las rentas en la conocida proporción de dos tercios y un tercio. Algunos términos se dejaban también “en comunidad”, sobre todo los pastos de la carnicería del común de la villa, que estaban en un pequeño soto donde pastaba el ganado que luego se mataba para el consumo del pueblo. La carne se vendía en la carnicería del concejo, uno de los monopolios municipales que se arrendaba anualmente a particulares (los arrendamientos de carnicería, pesas y medidas, leñas del común, etc. siguieron en uso hasta la Segunda República). También se regulaban en la sentencia las elecciones de oficios, el alcalde mayor, el de 70 Quel Historico • 066-087 28/12/06 14:40 Página 71 la Hermandad y el alguacil, que debían hacerse “en las casas de los señores y no en la iglesia, y de allí vayan los nuevamente elegidos a jurar a la iglesia o a casa del concejo”. Pero no se reconocía ningún derecho sobre los concejos –lo que hoy llamaríamos ayuntamientos-, que fueron también dos, uno en cada parte, con el fin de dividir más al pueblo. Quedaba también estipulado el lugar que ocuparían las dos familias en la iglesia y en las procesiones. Tanto en la iglesia vieja como en la nueva “después de acabada” –en este momento se estaba construyendo la iglesia nueva-, Isabel y sus familiares se sentarían en el lado del evangelio durante dos años, lo mismo que en las procesiones desfilarían en el lado derecho. Durante esos dos años, Petronila y sus familiares se sentarían en el lado de la epístola y en las procesiones irían a la mano izquierda. Pasados los dos años, al siguiente la preeminencia correspondería a Petronila y los Gante (hasta en esto se observaba la partición de un tercio y dos tercios). Igual ocurriría con los alcaldes mayores y alguacil de cada parte, que ocuparían un escaño detrás de los señores. Mientras el culto seguía en la iglesia vieja, Petronila entraría por la puerta “que se ha abierto por el huerto y cementerio de la dicha Iglesia”; Isabel debía entrar por la puerta principal. Cuando la iglesia nueva fuera acabada, Petronila entrará por “su territorio e su jurisdicción”, igual que Isabel, pues “las calles se han partido para que entre por las de su parte”. Con todo, la partición en dos no podía impedir las relaciones entre vecinos, los matrimonios, las compraventas de casas, etc., así que, años después de la sentencia, los queleños habían logrado un sistema para poder cambiar de residencia de uno a otro “pueblo”. Lo encontramos reflejado en 1652, en un pleito que interpone una parte de la villa contra la otra a causa de que, al hacer frente al impuesto de la sal, salían menos vecinos en Quel de Suso, por lo que a éstos les tocaba pagar menos. El método para cambiarse de señor y de villa era así: “conforme a la costumbre de ambas villas, la noche de navidad se pueden pasar de una jurisdicción a otra, hacer suyo de que adquieren domicilio y morada para todo el año y así la han adquirido los que se han pasado de la dicha villa a la nuestra de Quel de Yuso”. Pero los señores debían autorizar cualquier cambio, siempre intentando mantener las proporciones de un tercio Yuso (Abajo) y dos tercios Suso (Arriba). Hasta la configuración espacial del pueblo se fue adaptando a la partición, tanto en el tamaño de cada parte como en la duplicación, por ejemplo, de la plaza, que serán dos: la de Arriba y la de Abajo. 1568. REPARTO DE LOS VASALLOS DEL SEÑORÍO DE QUEL Vecinos que quedan en Quel de Suso (2/3, de la Peña Escalera hacia Autol, señorío de Isabel de Zúñiga y los Mota) Juan González Fco. Astudiano Antonia Pilarte Pedro Marín Gil Sáenz Juan Jiménez Magdalena, pobre Pedro de Muro Catalina de Soria La de Juan Jiménez, viuda Juan Marco Mayor Juan de Oñate Mayor Pedro Marco hijo de Juan Marco Diego Rubio Diego Pascual Baltasar Martínez Bartolo de Colmenares Menor Alonso Martínez 71 Quel Historico • 066-087 28/12/06 14:40 Página 72 Martín de Alfaro Pedro Marín Alonso Bretón Miguel de Ozeta Juan López Mayor Pedro de Rueda Catalina López, viuda Hijos de Diego Navarro Martín López Juan Guerrero Juan de Oñate Menor Fabían Fco. Sáenz Menor Fco. Sáenz Mayor Martín de Milagro Juan Marzo Menor Bartolo de Colmenares Mayor Germán de Fernández Juan Bretón Llorente Martín Marco Antón Martínez Diego López Fco de Toledo Miguel del Rey El menor de Hernán González La menor de Bastida Miguel de Herce Miguel de Herce Menor Los menores de Hernán Juan Pilarte Menor Miguel Marco La de Antón Vicente Pedro Gil Diego Ruiz Los menores de Hernán García Diego de la Puerta Catalina de Rey Vieja La de Diego de Manzanares El menor de Diego Sáenz Diego de Soria Fco. Muro El Alcalde Mayor Juan Gascón de la Plaza La de Perriato, viuda Juan de Herce el menor de Pedro de la Fuente Diego Hernández Pedro Vicente Domingo de Alfaro Diego Pilarte Fco. Gabriel Juan Gabriel El menor de Miguel Pérez Mari Guer que está viuda Juan Sáez Bernal de Alfaro Juan Lázaro Martín Vicente menor El Alcaide de Fontellas Juan Vicente Ana de Rueda Juan de Muro Pedro de la Fuente Antón de Oñate Juan Ruiz Menor Justo Pilarte El licenciado Juan de Colmenares Juan Ruiz Mayor Catalina de Rey viuda Diego Guerrero La de Gil Sáez, viuda Domingo de Oñate Diego Lázaro Pedro Lázaro Pedro Bretón Menor Pedro Tomás Antón Marín Martín Vicente Mayor Pedro Marco Mayor Elvira Pérez, viuda Martín Marín Sebastián Marzo La de Juan de Herce Juan de Herce Menor Juan Pascual Andrés Pérez, clérigo Pedro Jiménez, clérigo Bartolo López, clérigo Diego López Menor Esteban Gastón Pedro Marzo Menor Juan Pérez Menor Antonia Bretona Sebastián Pérez Vecinos de Ordoyo, de Isabel de Zúñiga Fco. Bretón Diego Zapata Diego Tomás Juan Pérez 72 Quel Historico • 066-087 28/12/06 14:40 Página 73 Vecinos que quedan en Quel de Yuso (1/3, de Peña de la Escalera hacia Arnedo, señorío de Petronila y los Gante) María de Ávila Martín López Desposado Santa Cruz Bartolo de Muro Menor Hernando de Muro Rodrigo Marco Mayor Rodrigo Marco Menor Bartolo de Muro Mayor Martín Garrido Martín García María de Oñate Juan de Beite Francisco Rubio Fco. Sáenz Antón Sáenz Miguel Bretón Pedro Beite Juan Rubio Juan Alas Juan Albas Juan de Vidijaluo La de Juan Llorente Bartolomé López Juan Pilarte Mayor Miguel Pérez Mayor Pero Garrido Juan Garrido Antón de Herce Justo de la Plaza Diego Zapata Diego Martínez Martín López Pedro de Herce Juan Martínez Juan Pérez Pastor Miguel de Muro La de Antón Fernández Pedro Martínez Antón García Juan Pérez Mayor Pedro Bretón Mayor Martín de Muro Juan de las Heras La de Fco. Blas Juan Gil Juan de Leza La de Antón de Herce La menor de Juan de Rey Pedro de la Torre, clérigo Pedro Garrido, hijo de Juan Garrido La sobrina de la del herrero Esteban Hernández Los hijos de Juan Andrés Juan Marín Catalina de Vados María de Alfaro Diego Minués Diego Cogedor Juan López Menor Domingo Marzo Los hijos de Pero López Total vecinos: Quel de Suso: 112 Quel de Yuso: 60 Las viudas y los curas cuentan por medio vecino; también que algunos menores viven con sus padres y no cuentan como vecinos. La misma calle, con el palacio que luego alberCalle por la que se dividió el pueblo en dos en 1568, dando lugar a Quel de gó al ayuntamiento hasta que se construyó el nuevo. Suso y Quel de Yuso. 73 Quel Historico • 066-087 28/12/06 14:40 Página 74 La consolidación del señorío Dos siglos después, Quel seguía dividido tal y como obligó la sentencia de 1568. Quel de Yuso era las dos terceras partes “así de pueblo como de territorio” y pertenecía a doña María Jerónima Alonso Encio y Mota, viuda de D. Bonifacio Galdeano, que vivía en la vecina ciudad de Calahorra. La otra tercera parte del pueblo, es decir, Quel de Suso pertenecía a D. Francisco de Gante Ovando y Castejón, que a la vez era señor de la villa de Fontellas (Navarra), donde residía. Los dos señores tenían casa en Quel, donde pasaban algunas temporadas. Al parecer, la división no había vuelto a producir problemas. Y es que las dos ramas señoriales eran “no titulados”. No eran condes ni marqueses, sino privilegiados que habían heredado rentas y vasallos por antigua compra. Se sabían débiles, pues el siglo de las luces dio lugar a duras críticas contra situaciones feudales como la de Quel (aunque eso ocurría más en el Madrid ilustrado que en los pueblos). Por eso, pasadas las antiguas discordias, ahora se trataba de mantener su situación, sobre todo sus rentas, que no eran pocas. El viejo señorío era ya una explotación. Por el catastro de Ensenada, elaborado en Quel en 1752, sabemos que cada uno de los señores cobraba a los vecinos del estado general o de “hombres buenos” las cantidades correspondientes a su posesión, siempre en razón de los dos tercios y un tercio. Así, mientras la primera, la heredera de los Mota y Zúñiga, percibía 9 fanegas de trigo y 9 de cebada (a 18 reales la fanega de trigo y 7 reales la fanega de cebada, 162 reales por trigo, 63 por cebada), el segundo, el heredero de los Gante, cobraba 4,5 de trigo y 4,5 de cebada (81 reales por trigo y 31,5 por cebada). Los señores cobraban también derechos como el del “cuarto” que era una parte de cada 17 de cualquier producto, pagado incluso por los miembros del estado noble (825 reales Quel de Yuso y 300 reales Quel de Suso). También percibían el derecho de 12 gallinas y 2 cabritos, que en el caso de Quel de Suso eran 6 gallinas y 1 cabrito, un pago que el Ayuntamiento satisfacía “al tiempo de presentarle las propuestas para elecciones de oficios” (equivalían a 56 reales Yuso, 28 reales Suso). Los señores seguían arrendando los pastos desde Todos los Santos hasta la Cruz de Mayo (542 reales Yuso, 270 Suso), que eran utilizados tanto por los vecinos de Quel –que mantuvo siempre bastantes rebaños de lanar y cabrío-, así como por los pastores yangüeses y de los pueblos serranos, como Enciso y Munilla –todavía grandes centros productores de paños-, que bajaban al valle durante unos meses con sus rebaños. El molino harinero, el horno y el trujal seguían siendo monopolios de los señores, cuyas rentas al año ascendían a 195 fanegas de trigo (3.510 reales) y 31 ducados (341 reales). Los arrendaban a un particular en contratos anuales y éstos cobraban a los vecinos un tanto por molienda o por hornada, según lo estipulado en el contrato con los señores. No eran grandes cantidades para un pueblo en expansión demográfica, que ya no tenía 120 vecinos, sino casi el triple, pero eran todavía un símbolo de sumisión. Los derechos señoriales tenían nombres que ya carecían de sentido para los queleños. No sabían por qué pagaban “pechos” o “cuartos de sembradura”, pero era lo mismo que en Arnedo, señorío del duque de Frías, donde se pagaba “martiniega”, o en Autol, señorío del viz74 Quel Historico • 066-087 28/12/06 14:40 Página 75 conde de Azpe, donde pagaban “portazgo” por las caballerías que entraran cargadas a la villa. Los pueblos cercanos a Quel eran todos señoríos, algunos de casas tan poderosas como la de los duques de Medinaceli, señores de Enciso y sus aldeas, del obispo de Calahorra, señor de Arnedillo, o de las monjas bernardas de Herce, que además de ser señoras de este pueblo y de Bergasa, tenían derechos reconocidos en otras villas a lo largo de toda La Rioja. El régimen señorial dominaba en toda la región, donde sólo algunas grandes ciudades como Santo Domingo de La Calzada, Logroño, Calahorra o Alfaro, eran realengos. Era precisamente en estas ciudades donde residían los señores de menor entidad, los no titulados –por ejemplo, los Gante, en Calahorra-, mientras los más residían en la corte o en otras ciudades castellanas, siempre viviendo de las rentas, pues el modo de vida noble no les permitía el trabajo, pero tampoco dedicarse a oficios mecánicos o a otras actividades. Los señoríos, por eso, no recibieron ningún impulso de modernización, ni inversiones por parte de quienes tenían dinero para hacerlo; antes al contrario, los señores pretendieron siempre mantener a sus pueblos en la quietud, es decir, en el mismo régimen agrario arcaico que tan buen resultado les venía dando durante más de cuatro siglos. Más cargas: la Corona y la Iglesia Además de los derechos señoriales, los queleños pagaban diferentes impuestos a la Corona. El más importante eran las alcabalas, un porcentaje que llegó a representar el 10% de todo lo que se vendía. Habitualmente, las alcabalas se encabezaban, es decir, se pactaba un “cabezón” con Hacienda, de manera que el pueblo quedaba obligado a entregar una cantidad anual fija. En 1735, esta cantidad era 6.000 reales al año. Como tantas otras rentas y oficios, la Corona vendió a particulares el cobro de las alcabalas. Las de Quel fueron vendidas en el siglo XVI; en 1735 las compró Juan de Vasarán y las “encabezó” en 6.000 reales al año. Los queleños pagaban también por “los cuatro unos por ciento”, 43.620 maravedís (1.283 reales); por el “servicio ordinario y extraordinario”, 20.635 maravedís (607 reales); por “los 24 millones, 8.000 soldados y derechos de velas de sebo”, 69.231 maravedís (2.036 reales), por los “impuestos nuevos de carne y tres millones”, 23.520 maravedís (692 reales), y por los “derechos del cuarto de fiel medidor y por la renta del aguardiente, nieve y naipes”, 7.706 maravedís (227 reales). Además pagaban por “tercias reales” 1.782 reales. Pero esto no era todo. Con los señores y la Corona, hay un tercer pilar sosteniendo todo el sistema del Antiguo Régimen: la Iglesia. Y como tal, hay que pagarlo. Hasta el siglo XIX, en que la Iglesia fue sostenida por el Estado mediante una aportación al “Culto y Clero”, eran los pueblos los que pagaban a sus curas. La principal fuente de financiación de la Iglesia en la Edad Moderna eran los diezmos y las primicias. El diezmo constituía el 10% de las cosechas de los frutos –salvo estipulaciones particulares en algunos productos-, mientras la primicia consistía en el pago de una cantidad menor, muchas veces en dinero, por los primeros frutos, que suele llegar a un 3% de las cosechas. El diezmo se aplicaba a los frutos mayores –cereales, alubias, cáñamo, vino, aceite, ganados-, mientras la primicia era más universal y afectaba también a las pequeñas producciones, a los tetones, 75 Quel Historico • 066-087 28/12/06 14:40 Página 76 los pollos, las hortalizas, etc. Por todo había que pagar a la Iglesia local, que se constituía como redistribuidora, desde abajo, de la masa decimal y de las demás percepciones. Los eclesiásticos de Quel distinguían entre las rentas del cabildo parroquial, compuesto por cinco beneficiados y tres tonsurados a mediados del XVIII, y la Fábrica de la Iglesia. El cabildo cobraba los diezmos y las primicias y luego dividía el producto en tres partes, de la que una iba directamente al Los eclesiásticos de Quel anotaban los diezmos que entregaba cada obispado. El resto lo repartían entre vecino en el libro de tazmías. los “beneficiados” en función de la proporción estipulada entre los curas: media ración, ración entera, etc. Lo correspondiente a la fábrica, que era sobre todo el producto de las propiedades eclesiásticas dadas en arriendo, se destinaba al mantenimiento del culto –cera, salario del sacristán y del organista, etc.- y a los arreglos del edificio, compra de objetos litúrgicos, etc. Además, tanto la fábrica como el cabildo obtenían ingresos por misas y entierros, lo que constituía una gran aportación a las economías particulares de los curas sobre todo por la costumbre de dejar dinero para misas en los testamentos. No es extraño encontrar 1.000 ó 2.000 misas en las mandas testamentarias de los ricos, así como aniversarios, novenas y, desde luego, donaciones de tierras u otros bienes que iban engrosando el patrimonio eclesiástico, mediante fundaciones pías, memorias y capellanías. De estas últimas había en Quel, en 1724, las siguientes (se da el nombre del fundador): Francisco Ramírez de Arellano Juan Hernández Gaspar Pérez y Magdalena Herce Antonio Colmenares Pedro Sigüenza y su mujer María de Gante Fernando de Oceta Así como el hospital de San Antonio Aba, el arca de misericordia y las siguientes Obras Pías: María Marín Francisco Colmenares Juan de Oceta 76 Quel Historico • 066-087 28/12/06 14:40 Página 77 La iglesia de Quel no era de las ricas de La Rioja. La media de los diezmos que establecieron los peritos del catastro en 1752 daba un valor en dinero de unos 5.000 reales el diezmo y poco más de 500 la primicia, al año. A repartir entre los cinco beneficiados, previo descuento del tercio de la catedral y de casi otro tercio para la “fábrica”, no era mucho. A ello hay que sumar misas y entierros, pero sobre todo, los curas tenían rentas de sus propiedades, que en Quel tampoco eran muchas, salvo excepciones. Veamos la situación de los curas de Quel en 1752. El cura D. Ventura de Muro tenía “un ama que le sirve”, poco más de dos hectáreas de tierra, un corral y 50 ovejas y 25 novillos. Otro cura del cabildo, D. Celedonio Bretón, que pertenecía a una de las familias ricas del pueblo, además era del “estado noble”, tenía un criado “para su asistencia y cuidado de su caballo” además de un ama y una criada. No tenía tierra, sólo 35 ovejas y dos cerdos. Otro miembro de su familia, también cura, D. Diego Bretón tenía un criado y una criada, y vivían con él una hermana, dos sobrinos menores y una sobrina. Tenía poco menos de dos hectáreas de tierra y algo más de una de viña, así como un corral y una bodega, cuyo cubaje era de 234 cántaras. D. Pedro Antonio Ramírez de Arellano era, además de presbítero, capellán de la capellanía fundada por D. Juan Francisco Ramírez; tenía un criado de labranza además de un ama y una criada. Era más rico pues su bodega tenía un cubaje de 847 cántaras, unas dos hectáreas de viñas y varias piezas de sembradura que alcanzaban las tres hectáreas, además de dos casas, corral, etc. Después de estos beneficiados ricos venían los capellanes, algunos casi pobres. D. José Manuel de Calatayud, presbítero, gozaba las cortas rentas de la capellanía que fundó D. Francisco de Calatayud y vivía en compañía de un hermano secular. D. José Fernández, presbitero y capellán de la capellanía fundada por María de Gante, vivía con su madre y hermanos seglares. Otro capellán, José María Sáenz de Tejada, tonsurado, gozaba las rentas de la capellanía fundada en Calahorra por el licenciado Butrago y vivía en compañía de su padrastro, madres y hermanos seculares. Había además dos tonsurados, Bernardo Sáez de Tejada, hermano del anterior, y Eugenio Arnedo, que vivían con su familia. La situación de los clérigos de Quel no era, pues, ni mucho menos boyante. Era lo que ocurría en general en los pueblos riojanos, donde había muchos más curas que en otras diócesis (hasta el padre Feijoo lo criticó), y eso que la de Calahorra no era tampoco una diócesis rica. Paradójicamente, la Iglesia, que era criticada por sus extraordinarias riquezas, mantenía una legión de curas que rozaban la pobreza. Sin embargo, la crítica no estaba desprovista de sentido, pues en la Iglesia se incluía una serie de instituciones –obras pías, fundaciones, hospitales, cofradías, etc.-, cuyo mantenimiento dependía de las rentas de propiedades donadas en su origen y que estaban amortizadas –es decir, que no podían ser vendidas-, por lo que la propiedad eclesiástica fue constantemente engrosando y, ya en los siglos XVII y XVIII, constituía un gran patrimonio, sobre todo de tierras y casas, pero también de censos sobre muchas propiedades, otra de sus fuentes de riqueza. El propio cabildo catedral de Calahorra tenía en Quel tierras, huertas, viñas y desde luego una gran bodega, con 1.800 cántaras de cubaje, un hórreo y la tercera parte de una “casa de cilla para recolección de uvas”, donde recogían el diezmo perteneciente al obispo. En Quel tenían tierras, en 1752, las siguientes instituciones eclesiásticas, además de la Parroquial: 77 Quel Historico • 066-087 28/12/06 14:40 Página 78 Cabildo de Calahorra Cabildo de Munilla Cabildo de Yanguas Cabildo de San Pedro Manrique Convento de Santa Clara de Arnedo Convento de Carmelitas Descalzas de Calahorra Convento de Carmelitos Descalzos de Calahorra Convento de Vico Cabildo de Autol Cofradía de Ntra. Sra. de la Soledad Cofradía de Ntra. Sra. del Rosario Cofradía de San Salvador. Cofradía de San Sebastián. Cofradía de San Antonio Abad Cofradía de la Transfiguración Hospital de Arnedo Hospital de Quel Ermita de San Juan de Quel Monasterio de las Monjas Bernardas de Herce Además, cuatro obras pías y varias capellanías del propio pueblo eran también propietarias de tierras. Como todas las de estas instituciones, se daban en arriendo, a precios muy módicos, a veces muy difíciles de cobrar. Por el contrario, los conventos no tenían casi tierras, sino censos, viejos “censos al quitar”, a un interés del 3% anual, que ya a mediados del XVIII constituían el patrimonio más importante del clero regular. Se habían convertido en prestamistas. El convento de Santa Clara de Arnedo tenía 9 censos sobre diferentes vecinos de Quel; el de las carmelitas de Calahorra 6; el de carmelitos también de Calahorra nada menos que 16. El propio cabildo parroquial de Quel tenía 74 censos contra otras tantas familias queleñas. Las demás instituciones, obras pías, cofradías, capellanías, tenían muy poca tierra; a veces sólo una pieza o un censo sobre los que se había instituido tiempo atrás la fundación. Por ejemplo, el hospital de Quel sólo tenía una casa en la calle del Charquillo, además de la que servía para hospital, y siete censos contra diversos vecinos. Con sus réditos y el alquiler de la casa mantenía “la ropa necesaria de una cama y los alimentos de los enfermos que el discurso del año hubiere”. Las cofradías tenían aún menos bienes, pero sí algunas cargas, normalmente un aniversario. Eso es lo que ocurría con la de la Transfiguración, la cofradía viva más antigua de La Rioja, que sólo tenía la carga del aniversario, valorada en cinco reales y medio. Los propios cofrades –con ayuda del ayuntamiento para la fiesta profana- han venido celebrando la fiesta y la caridad del pan y el queso hasta nuestros días, como veremos. En suma, la propiedad eclesiástica no era muy extensa en Quel, pero la apariencia era diferente: casi todos los vecinos trabajaban algunas tierras de las instituciones eclesiásticas y casi todos estaban endeudados con ellas por medio de los censos. Era normal que se pensara que la Iglesia era rica, que se criticara a las “manos muertas”, y que fuera apareciendo ese extraño anticlericalismo español que un día amenazaba al cura y otro iba a 78 Quel Historico • 066-087 28/12/06 14:40 Página 79 rogarle que le dejara de cobrar la renta de la huerta pues ese año había habido una mala cosecha. En definitiva, la Iglesia no era tan rica, pero estaba presente en todos los aspectos de la vida, incluso de la vida económica; así los curas eran más próximos, dependían también de la cosecha, vivían la azarosa vida de sus campesinos y compartían con ellos las penas de las malos años. El año que un pedrisco azotaba al cereal o una helada les dejaba sin uva, los curas sufrían igualmente la escasez. En cualquier caso, un pueblo que pagaba derechos señoriales, multitud de impuestos, diezmos y primicias, renta de la tierra, etc. era normal que expresara su descontento; y sin embargo, no hubo muchas protestas populares, la mayoría de ellas además fueron encauzadas por vías legales. El Antiguo Régimen parecía un sistema intemporal, llamado a durar siglos, y sin embargo, la guerra de la Independencia y las revoluciones posteriores lo cambiaron todo. Desapareció el señorío, y por ello la división de Quel de Yuso y de Suso; se vendió la propiedad eclesiástica mediante el proceso desamortizador puesto en marcha por Mendizábal; se rozó más tierra, ya libre de las imposiciones de los señores, y se impuso el régimen liberal, es decir, la libertad de comercio y el fin de los monopolios y los privilegios. A partir de 1835, Quel sufrió una profunda transformación, como todos los pueblos en España. La permanente lucha antiseñorial Los señores de Quel lograron dividir el pueblo, reducir al concejo para imponer su autoridad, mantener los derechos señoriales, pero los vasallos no lo aceptaron nunca de buen grado y aprovecharon cualquier oportunidad para demostrar el descontento y evadirse de las cargas feudales. Sin embargo, raramente recurrieron a la violencia. Aunque en algunos periodos los motines antiseñoriales se extendieron por toda Castilla, lo más frecuente fue lo contrario: la sumisión y, sólo esporádicamente, lo que Pedro L. Lorenzo Cadalso llamó “respuesta alienada” o judicializada, es decir, recurrir a la justicia del rey, confiando en que el padre y protector de los súbditos debía mediar para evitar lo que ellos consideraban excesos de los señores. El obstáculo que se oponía a los intereses de los vecinos era, sin embargo, doble: por una parte, las leyes no permitían modificar la situación jurídica de los señoríos por más que las condiciones vinieran del siglo XV y fueran tan anacrónicas como en Quel; por otra, la justicia, por regia que fuera, era cara y, además, venal, pues los señores tenían contactos con las más altas magistraturas del Reino, con las que tejían una verdadera red clientelar, extendida por lazos familiares: los señores, aún los no titulados como los de Quel, enviaban a los hijos a la universidad, los hacían seguir la carrera eclesiástica o la militar; siempre tenían un abogado pariente en los Consejos o en la Chancillería. Con la ayuda de esta red de “auxilios mutuos” que fue la burocracia de los Austrias –y la de los Borbones-, los señores enredaban el pleito, lo prolongaban y así esperaban años y años a que los vasallos más activos envejecieran, mientras en la villa utilizaban a sus justicias y sus parciales para demostrar su poder. Los líderes antiseñoriales solían ser represaliados con la negativa a arrendar tierras, utilizar el molino señorial, doblegarles si eran cargos del con79 Quel Historico • 066-087 28/12/06 14:40 Página 80 cejo, sometiéndolos a juicios de residencia parciales e injustos. Así, después de las protestas podían pasar décadas de aparente quietud, pero a lo largo de los años, la oposición rebrotaba de nuevo, al calor de cualquier coyuntura negativa, muchas veces el hambre y la carestía, el aumento de población y por ello la necesidad de poner más tierra en cultivo, etc., pero también, con frecuencia, a causa de los ánimos más exaltados de los jóvenes, que volvían a recordar la injusticia originaria. Sin embargo, la violencia era el último recurso. Aunque los concejos se endeudaran durante decenios, utilizaron habitualmente la vía judicial para protestar contra los señores. Éste es el caso de Quel. En el mismo momento de la partición del pueblo, antes de la sentencia de 1568, ya hubo manifestaciones de descontento, pero nada se logró. Algunos vecinos otorgaron un poder notarial para presentarse en el juicio que mantenían las dos ramas herederas del señorío, pidiendo justicia “realenga” y que el pueblo no se partiera, pero no lograron nada, ni siquiera el reconocimiento de los alcaldes del concejo por los señores. Como hemos visto, ellos mismos acabaron por reconocer que eran una minoría. Un siglo después, el descontento se manifestaba en varios concejos abiertos, en los que prácticamente todo el pueblo protestaba contra las atribuciones de los señores, especialmente por sus derechos sobre los pastos, cuyo uso habían impedido a los vecinos, vendiéndolos a los serranos. En 1655 se reprodujo el clima de protesta. Eran señores de las dos villas de Quel don Félix de la Mota y Sarmiento y don Diego José de Gante. El pueblo había crecido –nacían ya una treintena de niños al año-, pero la crisis económica y las malas cosechas crispaban la situación. Eran los malos tiempos de la decadencia, cuando llegaba al trono un rey enfermo, Carlos II, que parecía ser un signo más del agotamiento de España, como ponían de relieve los arbitristas. En ese año, los queleños convocaron durante varios meses concejos abiertos, en el cementerio de la iglesia (imaginamos que en la puerta, contigua a la de la iglesia), “estando en concejo público general la justicia y regimiento destas villas de Quel de Yuso y Quel de Suso, a campana tañida como lo tienen de uso y costumbre de se juntar”. Al frente de la asamblea de vecinos, todos hombres, se situaban los alcaldes ordinarios Lucas Martínez de Ayensa y Pascual de Oñate; los regidores Diego Remírez y Pedro Sigüenza; los diputados Juan de Escalona, Domingo Bretón del Río, Juan Martínez de Alamo y Pedro de Muro; y los procuradores generales Martín de Aldana y Bartolomé Sanz. Tras ellos, el escribano Pedro Martínez iba levantando acta: anotó hasta 77 vecinos asistentes, “la mayor parte de los vecinos destas villas de Quel de Suso y Quel de Yuso”, prácticamente los mismos que en las actas de concejos anteriores. Todo el mundo podía tomar la palabra, pero el escribano sólo anotaba los acuerdos, el más importante, la petición que llevarían al pleito contra los señores, bien explícita: “a estos dichos concejos (Quel de Yuso y Quel de Suso) y sus vecinos se les deje privativamente las yerbas, pastos y abrevaderos de los términos de sequero de campo y monte para sus ganados mayores y menores y se prohíba a los dichos señores el tener ningún derecho a ellos”. A la vez, los queleños aprovechaban la justicia real para reiterar su negativa a aceptar las viejas imposiciones señoriales: 80 Quel Historico • 066-087 28/12/06 14:40 Página 81 “que en elecciones de oficios que hacen en cada un año por la justicia y regimiento de estas villas, estando los dichos señores fuera de ellas, cumplan con enviar persona particular o propio que las lleve para que las confirmen”. Es decir, querían que los señores reconocieran a los alcaldes ordinarios nombrados por el Concejo y Regimiento de Quel, que eran hostigados permanentemente por los alcaldes mayores nombrados por los señores. Los queleños habían conseguido que se admitiera el pleito y que incluso un “receptor” letrado, don Juan de Quirán, se trasladara a Quel a tomarles declaración tras haber alegado que no podían ir a la Chancillería a causa de achaques de salud, abandono de haciendas, etc. Para que declararan ante Quirán nombraron a varios vecinos, Pedro de Oñate, Pascual Martínez, Manuel Martínez, etc., “personas de nuestro concejo y las más noticiosas y ancianas de él”. Era un recurso empleado hasta hace bien poco: los hombres buenos, justos, “noticiosos” –es decir, que tenían memoria de los hechos pasados- y sobre todo, ancianos, es decir, prudentes. Durante los meses anteriores a la decisión de pleitear contra los señores declarada abiertamente en septiembre de 1655, los queleños se habían reunido en varias ocasiones, desde al menos el mes de febrero de ese año en que el concejo otorgó poder para declarar ante la sala del crimen de la Chancillería, donde don Félix de la Mota y Sarmiento había iniciado un pleito contra varios vecinos, por uso ilegal de las hierbas. Al parecer había algunos encarcelados, lo que aumentó la protesta. Como hacía un siglo, los vecinos aprovecharon para recordar su vieja aspiración y volvieron a pedir que “se sometan sus confesiones ante el juez realengo más cercano”. De nuevo piden la justicia del rey. A partir de ahí, la tensión fue creciendo hasta el acuerdo de septiembre. Pero antes, el concejo recordó a los vecinos que no tenían dinero para pagar el largo pleito al que se iban a enfrentar, por lo que tomó una decisión importante: repartir tierras del común y cobrar una cantidad a cada vecino por la “suerte” que le correspondiera. El 17 de mayo de 1655, con todos los vecinos reunidos, el pueblo acordó el reparto de las tierras que hay en “el río y glera que cae hacia el río mayor do dicen los términos de Vagal”, y “que dicha heredad concejil sea sorteada y dada a los vecinos, a cada uno lo que legítimamente les tocase en ella”. Lo que se pagara por cada suerte se destinará a “la defensa de los pleitos que hoy tienen pendientes las villas con los señores de ellas en razón de que no puedan herbajar sino es hierbas sobradas y otras cosas en la Real Chancillería de Valladolid”. Todavía era posible reconocer, antes de la urbanización del término, las suertes repartidas en el Vagal: 46 piezas de tierra de regadío, que obviamente engrosaron las haciendas de los más pudientes. Para acopiar más dinero, el concejo aún tomó otra decisión: el 28 de mayo, se decidía ante todos los vecinos vender el “pasto” de los viñedos a un particular que adelantaría lo correspondiente a diez años. La costumbre era vieja: tras la vendimia, la hoja todavía verde y la hierba servía para las ovejas, que no dañaban las plantas, cuyos sarmientos había que podar después. Generalmente, se pactaba el uso entre particulares, pero en esta ocasión, los vecinos vendieron el aprovechamiento de todas sus viñas a uno de ellos a cambio de un dinero que iría al común: un sacrificio más que refleja las viejas solidaridades que encontramos en nuestros pueblos aún siglos después. También hay otra lección: no había prisa, ni nadie se dejaba llevar por arrebatos; el pleito se fue preparando a lo largo del 81 Quel Historico • 066-087 28/12/06 14:40 Página 82 año, y no hay noticias de actos violentos. Todavía el 27 de septiembre se volvió a reunir el concejo en el cementerio para reiterar sus peticiones y dar cuenta de que se había enviado el dinero a los abogados de Valladolid. No sabemos cómo acabó el pleito (todavía), pero justo cien años después, en 1752, todavía encontramos a los dos señores, los Gante y los Mota –éstos ahora con el primer apellido Alonso, una hija- percibiendo los derechos de los pastos. Seguramente, les fueron reconocidos pues constaban en la escritura original: recordemos que sus antepasados habían comprado Quel “universalmente, con toda su jurisdicción criminal, mero y mixto imperio, palacios, casas, solares, piezas, viñas, huertas, herrañales, prados, pastos, términos, montes, molinos, e inciensos, rentas, e todas e otras cualesquier rentas e cualesquier cosas que a mi pertenecientes sean en la dicha villa e sus términos”. Como mucho, quizás lo que habían conseguido los queleños era que también sus ovejas pastaran en los pastos de los señores, pero, eso sí, …pagando. El concejo, instrumento antifeudal Tras el pleito antiseñorial de 1665, los señores siguieron nombrando alcaldes mayores, mientras el concejo o ayuntamiento nombraba alcaldes ordinarios, regidores, diputados y “procuradores síndicos generales del concejo”, en todos los casos uno por Quel de Suso y otro por Quel de Yuso. La presión señorial mantenía latente la vieja pretensión de no reconocer a las autoridades concejiles, mientras los villanos de Quel pretendían lo mismo: impedir que los señores nombraran alcaldes mayores. En cuanto había ocasión propicia, volvían a plantearlo en la Chancillería de Valladolid, como hicieron de nuevo en 1710. Aprovechando el concurso de acreedores abierto en 1706, los queleños se personaron en el pleito para negar el derecho a los señores, que una vez más salieron ganando. Pero los señores también respondían haciendo notar su poder represivo en cuanto podían. A veces era Blasón de dos familias hidalgas emparentadas, los Herce y los Escalona. Exhibir sus contra un vecino, por armas a la manera de la gran nobleza fue un recurso generalizado entre el “estado ejemplo, en fecha tan noble” de los pueblos. moderna como 1796. Ese 82 Quel Historico • 066-087 28/12/06 14:40 Página 83 año, Antonio Jacinto de Brieba, alguacil mayor de la residencia del señor D. Francisco Manuel de la Mota y Sarmiento, señor de la villa de Quel de Yuso, “libró mandamiento contra Pedro Martínez de Almarza, vecino de dicha villa, sobre cierta queja que las guardas del año pasado de 92 dieron a dicho señor”. El vecino “fue condenado por el dicho señor y juez de residencia en 150 reales”, que cobró el alguacil mayor. Todavía en el reinado de Carlos IV, con el ilustrado Godoy a la cabeza del gobierno, se consentía el poder de los señores en materia judicial y de imposición de penas. Las dos villas elegían a sus autoridades cada año, siempre entre miembros de unas pocas familias. Se trata, en efecto, de una oligarquía como las que son habituales en toda Castilla. Con todo, en Quel, permaneció el sistema electivo y anual mientras en otros pueblos y ciudades los cargos concejiles se compraron y se “perpetuaron”, es decir, se hicieron hereditarios. En Logroño, por ejemplo, las regidurías del ayuntamiento estuvieron siglo y medio perpetuadas, transmitidas por herencia de padres a hijos, hasta los primeros años del siglo XIX, en que los burgueses logroñeses acopiaron el dinero suficiente como para comprar al rey el derecho a elegir a sus munícipes. En Quel no se perpetuaron seguramente por la presión señorial y por la pequeñez de rentas que hubiera obtenido la Corona, pero la rueda oligárquica era notable. También hay que tener en cuenta que, como en la mayoría de los pueblos con concejos electivos, en Quel habría distinción de estados, es decir, reparto de cargos entre estado general y estado noble. No ha quedado documentación, pero sabemos que algunas familias como los Escalona, Oñate, Bretón eran hidalgos, del estado noble, siempre un grupo de privilegiados muy minoritario. Uno de los elementos de cohesión de esta oligarquía será, precisamente, la cofradía de la Transfiguración, como veremos. La distinción entre estado noble y estado general continuó hasta el fin de los privilegios, pero los pueblos fueron cada vez más celosos al exigir pruebas de nobleza a los pretendientes. No en vano, ser del estado noble equivalía a no pagar derramas y algunos impuestos, pero también exigía algunos deberes. Veamos un caso, el de Pedro Escalona, que tuvo que pleitear, en 1710, para que se le reconociera su privilegio. Él dice que es “hijodalgo notorio de sangre y posesión y haberlo gozado mis ascendientes como son bisabuelos, abuelos, padres y yo en la villa de Tudelilla, Carbonera y otras partes, y haber estado en quieta y pacífica posesión en unas y otras partes”. El mismo Escalona declaraba la causa de su exclusión del padrón de hidalgos: “sólo por haberme casado con Ana Bretón del Río” (que no era noble). Al “haber tomado vecindad en esta dicha villa ha pasado dicho estado de hombres llanos a matricularme y ponerme en los repartimientos de milicias, servicio real, pecho y censos de dicho estado llano”. En definitiva, la oligarquía continuó en uso de cargos y privilegios desde su origen. Todavía a fines del XVIII es evidente la “rueda oligárquica” en el ayuntamiento. Veamos un ejemplo: En 1795, el ayuntamiento se compone así: Diego de Escalona y Jerónimo Bretón del Río, alcaldes ordinarios; Pedro Martínez Ribas y Cosme Merino, regidores; José Ruiz, Ignacio de Escalona, Francisco de Puellas, Pedro Sáenz de Escudero, diputados del ayuntamiento; Juan Bautista Serrano y Miguel Martínez de Ayensa, procuradores síndicos generales del concejo. Al año siguiente, conocemos también el nombre de los alcaldes mayores, Domingo Bretón del Río y Pedro de Calatayud Arellano, mientras los dos ordinarios son Diego 83 Quel Historico • 066-087 28/12/06 14:40 Página 84 Antonio de Calatayud Arellano, un hermano del alcalde mayor, y Juan Serrano, hermano del procurador del año anterior. Al año siguiente, 1797, son alcaldes mayores Bautista Serrano, hermano del alcalde ordinario del año anterior y procurador dos años antes, y Miguel Martínez Ayensa, que había sido también procurador; los ordinarios son Diego Sáenz de Tejada y José Escalona, hermano del alcalde mayor del año anterior. Entre los procuradores y diputados seguimos encontrando a los Bretón, los Escalona, los Sáenz de Tejada, los mismos que décadas después. Pero al menos los cargos siguieron siendo electivos anualmente y además continuó la tradición del concejo abierto, es decir la reunión de todos los vecinos, “a campana tañida” y previa convocatoria por el pregonero “para tratar cosas del servicio de Dios y del bien destas villas”. El concejo abierto era el mejor instrumento para concitar la unidad de los queleños frente al poder señorial, pero era convocado también para otros asuntos, entre ellos, contratar o “conducir” al boticario, al médico, al herrador o al cirujano sangrador; arrendar las carnicerías y demás “monopolios” como el de pesas y medidas o leñas. Frecuentemente, el concejo aprobaba también medidas extraordinarias para hacer frente al pago de los impuestos. Durante la segunda mitad del XVII el medio más socorrido para obtener dinero fue arrendar los pastos en las viñas, lo que ya hicieron en 1665. En 1797 se vuelve a poner en práctica a causa de los dos soldados con que habían de contribuir las villas. Para evitar mandar mozos se podía entregar dinero “a razón de 30 escudos de plata viejos”. Tras acordar que pague igual el estado noble que el estado general, como en Autol y en Arnedo, vuelven al viejo método: “han dispuesto que se avíen de la yerba de las viñas por espacio de dos años y habían de ser sacadas al pregón y postura en ella. Pedro Pérez Marzo, vecino de dicha villa, dio por los dos años 850 reales, los cuales han mandado se lleven a la ciudad de Logroño a poder del depositario general”. El mismo sistema emplean en 1711. Son entonces alcaldes Francisco Escalona y Alonso Bretón, del estado noble, y la situación es muy grave. España está sufriendo la guerra de Sucesión, lo que provocó un aumento de los impuestos –por medio de donativos exigidos a los pueblos- y un empobrecimiento general. Además, fueron años calamitosos: en 1705 y 1709, apenas se cogió una cuarta parte de la cosecha normal. La guerra venía mermando la economía local, incluso hubo momentos en que se temió por la proximidad del conflicto. En el verano de 1706, los queleños, fieles a Felipe V como la práctica totalidad de los castellanos, habían temido por el avance de los rebeldes aragoneses, que tras sublevar Zaragoza a favor del archiduque, se dirigían contra Tarazona. El obispo de Calahorra, acérrimo proborbónico, llegó a reunir un pequeño ejército de clérigos de la diócesis, mientras desde Alfaro y Logroño llegaban solicitudes de envío de soldados y dinero para pagarlos. Los rebeldes no pasaron el Alhama y al año siguiente, Felipe V triunfó en Almansa; pero, desde 1710, la situación era de nuevo muy alarmante para el primer Borbón. Su abuelo le había retirado la ayuda militar y las cosechas habían sido desastrosas. El invierno de 1710 fue uno de los más fríos que se recuerdan –en Quel, sin embargo, no se notó en las cosechas, a juzgar por la cuantía de los diezmos-, así que los pueblos no podían contribuir más. “Estas villas –decían los alcaldes de Quel, Bretón y Escalona- se hallan imposibilitadas para poder pagar 22 reales de ocho que han causado los jueces de audiencia que han venido a la testificación de arrendación de yerbas y 175 reales de principal y tercer reparto que 84 Quel Historico • 066-087 28/12/06 14:40 Página 85 Su Majestad se ha servido cargar”. Como en otras ocasiones, acudieron al viejo remedio: “habiendo determinado y dispuesto el ayuntamiento que se arrienden las viñas y sus hierbas por el año que viene de 1713 desde mayo”. Se las dan a Diego tejada, por 22 escudos de plata (330 reales de vellón), que adelanta la cantidad para que al menos puedan enviar los 175 reales de principal. En general, todos los impuestos estaban arrendados a ricos intermediarios que ni siquiera vivían en Quel. Los arrendadores adelantaban una cantidad fijada de antemano, “encabezada”, y se ocupaban de cobrar luego a los vecinos. Era un medio de que la hacienda asegurara el cobro, pero los arrendadores luego extorsionaban a los vecinos, sobre todo cuando no podían pagar. Entonces, el arrendador o sus criados tomaban los bienes, un cerdo, un asno, aperos, etc. En Quel, estuvieron arrendados casi todos los impuestos. Por ejemplo, en 1695, las autoridades municipales ajustaron el encabezo del “derecho del cuarto de fiel medidor”, cuyo destinatario resultó ser don Juan Antonio Garrido y Bustamante, un vecino ¡del valle de Carriedo! Los queleños del Estado General debían pagarle “2.790 reales por dos años en que este señor ha administrado el derecho”. Dos años después, Francisco Manuel de la Mota Sarmiento pedía que “el encabezamiento (de las alcabalas) que estaba hecho sea cumplido”. El pueblo se reúne en concejo abierto y, a pesar de la oposición al pago, el resultado es: “con dicho señor se acordó en que se le han de dar los mil reales y 20 cargas de leña en cada un año” “en razón de dichas alcabalas” y dan poder para que se haga “escritura de encabezamiento”. Años después, las alcabalas se encabezaron en 6.000 reales y se vendieron a Vasarán, como ya sabemos. El Antiguo Régimen, en cuyo seno se debatían en su ocaso los viejos problemas del señorío, la amortización, los impuestos, los privilegios, acabó de forma abrupta en 1808 con la crisis de la monarquía y el comienzo de la revolución burguesa. Los intentos de reponer todo “en el estado que tuvo antes de 1808”, el lema de Fernando VII, apenas pudo prolongar un mundo ya fenecido, entre violencias y golpes revolucionarios, que terminaría con el triunfo de la burguesía liberal revolucionaria y con la promulgación de la Constitución más progresista de Europa: la de 1837. De Quel poco podemos saber a causa de la ausencia de documentación, pero al menos se conserva en el Archivo Histórico Provincial algún protocolo notarial que nos presta unos mínimos datos para probar algunos extremos: uno, y muy importante, es que la disolución del señorío permitió la unidad del pueblo, las “villas unidas”, como decían los munícipes de 1824; otro, que en Quel, como en casi todos los pueblos, los enfrentamientos entre liberales y absolutistas provocaron numerosos hechos violentos. También sabemos algo de un logro importante, que quizás la presión señorial impidió durante muchos años: el regadío de Moreta “que se coge en jurisdicción de Arnedo y rige hasta la hoz del río”. La obra de prolongar el regadío se le encomendó a Pedro de Aspiazu, arquitecto, que se obligaba a hacer las obras “desde el molino de la ciudad de Arnedo hasta el término de la Hoz”, en Autol. El río será de ocho pies de anchura y cuatro pies de hondura. El arquitecto deberá hacer puentes, alcantarillas, etc., y el total deberá ser costeado por los dos pueblos. El 12 de junio de 1825 la comisión del riego decía ante el escribano que “estando ya por concluirse por el referido Aspiazu el cauce que fina en el término de La Hoz”, pero todavía en 1829 continuaban las obras, esta vez encomendadas a un vecino de Elgóibar, Bartolomé Arana. 85 Quel Historico • 066-087 28/12/06 14:40 Página 86 Pero eran tiempos difíciles. Incluso el clero tomaba partido en la convulsión política reinante. El 6 de mayo 1825 don Joaquín Pedro Cabriada, presbítero capellán de la villa de Aguilar del río Alhama, se presentaba ante el escribano de Quel, Manuel Cano, para decir “que en el tribunal eclesiástico de este obispado se ha promovido pleito entre el compareciente y el cura propio de la misma villa sobre opiniones políticas”. Al parecer, el presbítero no ha podido declarar, por lo que alega indefensión y quiere que un abogado le represente en la Real Chancillería de Valladolid. Eran por entonces, 1825, alcaldes de las “villas unidas” de Quel un realista, José Vicente Garcés, y Juan Aldama. Como regidores estaban José Antoñanzas y Manuel Muro, mientras Miguel Calatayud actuaba como procurador síndico. El alcalde era el prototipo de absolutista, partidario de Fernando VII, que en 1824 había encarcelado a un vecino al que acusó de no haber entregado las armas. Estaba todavía en la cárcel, pues el alcalde no admitía las fianzas. Pero lo verdaderamente trascendente es que este vecino, seguramente liberal, es apoyado por el presbítero D. Manuel Bretón y Escalona, dos apellidos del estado noble, que pertenecen a las más ricas e influyentes familias del pueblo. Y es que también a él le había tocado padecer las iras del alcalde. El cura Bretón, que era nada menos que el mayordomo del cabildo eclesiástico, se hallaba el día 30 de julio por la tarde en la calle que llaman de “las casas diezmeras”, un recuerdo de los almacenes u hórreos –cillas- donde se guardaban los productos diezmados. Estaba sentado en compañía de María Oñate, mujer de don José Bretón, en la puerta de la casa de éste, junto a otras personas. Entonces se presentó el alcalde Garcés “con una carta que venía leyendo y prorrumpió en voces desentonadas y tono colérico: verá usted, luego dicen que uno se contenga, mi pobre hijo por esos caminos pasando trabajos, (…) y sacó un estoque o guifero que llevaba en un bastón y se lo encaró” al cura. El cura le dijo que se tranquilizara, pero el alcalde siguió encolerizándose y “dijo en medio de la callle y en altas voces mal haya quien diezme para este tunante, mal haya quien se confiese con él”. El problema de los diezmos, que los liberales querían abolir definitivamente, salía a relucir frente al cura, pero es que durante ese tiempo se producían constantes altercados. Por ejemplo, el 11 de agosto de 1825, varios vecinos se presentaron ante el escribano porque “Antonio y Ángel Martínez, sus convecinos, se hallaban presos por imputárseles partidarios de los alborotos ocurridos acerca de dar riego al campo de esta jurisdicción sobre lo cual y fijación de dos pasquines dirigidos contra el honor de varias personas…” Los vecinos pagaron la fianza para excarcelar a los dos. (Los alborotos parece que habían tenido lugar el 25 de junio de 1825). El 16 de agosto se presentaba otro recurso para pedir la excarcelación de Santiago Pascual, preso por el mismo motivo. El 19, por lo mismo, don Pedro Bretón va a sacar de la cárcel a su hijo, don Juan. La conflictiva situación la relata el propio alcalde. El 18 de agosto, Garcés hace su propio retrato al dar poder a un abogado para que le represente en la Chancillería. Dice el alcalde “que desde que tomó posesión de su empleo de alcalde ha castigado los delitos, ha procurado por la tranquilidad del pueblo y formado causas contra Juan Sáenz Merino (al que metió en la cárcel) de esta vecindad sobre materia de armas prohibidas, y dado parte de los que son marcados de liberales, por no llevar pasaportes y otros excesos de que unos y otros y sus parciales de la misma nota han intentado recusarlo, y aún se teme que hayan dado alguna queja contra él, suponiéndole defectos que puedan perjudicarle, cuando hará ver se ha conducido con justificación y el mayor 86 Quel Historico • 066-087 28/12/06 14:40 Página 87 afecto a S.M. (que dios guarde), de que podría informar el cabildo eclesiástico y el ayuntamiento de Quel presente y próximo pasado, todo el pueblo y los circunvecinos que sean realistas”. Como conclusión, el alcalde pedía “acreditar su buen celo, desinterés, imparcialidad y recta administración de la justicia”. Años después, triunfarían los liberales, pero no hay más documentación. En conclusión, a lo largo de varios siglos Quel intentó frenar el poder de los señores, se valió del concejo ayuntamiento, mantuvo la elección de cargos y los concejos abiertos, con amplia participación de los vecinos en los asuntos “municipales” y aprovechó el final del Antiguo Régimen para lograr la “unión de las villas” y librarse del yugo señorial. Mientras, hubo algunas notas de modernidad, sobre todo el próspero negocio del vino (con más de doscientas bodegas familiares), la temprana industria de los destilados y la artesanía que propiciaba el cultivo del cáñamo y el lino, la ampliación del regadío: un prometedor conjunto que fue definiendo la singularidad de la villa hasta nuestros días. 87